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lu:.a gran oexperiencia pl~netaria, que les ha ensenado: 1·, a ver de leJos; 29, a remar contraviento y marea, y 39, a saber que el hombre puedeser poca cosa, pero que, al fin no es su destinoahogarse en poca agua. Por estas virtudes y porotras, de que hablaré algún día, vienen ejerciendo una cierta hegemonía en el mundo occidental,que no pasará sin dejar rastro.
* * *Sobre el orgullo 111odl'sto; cle que tantas veces
os he hablado, quiero añadir: Poca cosa es el hombre y, sin embargo, mirad vosotros si encontráisalgo que sea más que el hombre, algo, sobre todo,que aspire como el hombre a ser más de lo que es.Del ser saben todos los seres, hombres y lagal,tijas; del deber ser lo que no se es, sólo tratan loshombres ...
* * *Es el descontento, amigos queridos, la única
base de nuestra ética. Si me pedís una piedra fundamental para nuestro edificio, ahí la tenéis.
* * *¿Puede haber un hombre, plenamente satisfecho
de sí mismo. que sea plenamente tal hombre? Ami juicio-decía Mairena-todo h(II111>rc puedctener motivos de descontento. aunque sólo seapensando en la fatalidad del morir. Pero la l\1:uerte-la idea y el hech~s algo que pocos mirande frente; el filósofo, sobre tocio, suele mirarl3. desoslayo, cuando no esquivarla, seguro de que sussistemas y doctrinas, al margen de la muertr. soncomo martingalas ingeniosas para ganar en eljuego, las cuales sólo pneden eug-aiía mas, 111ientras alejamos ele nuestra mente el pensamientoele la llave indefectible que ha de anularlas.
De Hora de Bs/'aiía. I3arcelrma.
Categoría y Anécdota
Por GUILLERMO DE TORRE
... O de la anécdota a la categoría. La expresión no es mía. Procede de alguien a quien no tendría motivos especiales para recordar. ya que entodos nuestros cruces han surgido motivos de discrepancia antes que razones de afinidad. Sin embargo, nobleza obliga y la honradez criticista meaconseja no escamotear el nombre del creador deesa expresión. Pero aun dejando al margen las razones fundamentales de discrepancia estética queme han hecho siempre aludir con reticencias a eseescritor-se trata, para no mantener más el enigma, de Eugenio d'Ors----quedan otras, de ordengeneral, que en los momentos actuales contrihuyena multiplicar las distancia5. Lejanía, por lodemás-admitase este paréntesis:"-en que aparece situadó ante mis ojos no sólo eu autor del Glosario, sino la mayor parte de sus coetáneos y precursores,esa asendereada generación española del 98. i Pobre generación "Vabumb !"-para nombrarla con
el ana,grama que fraguó Corpus Harga. Que snssupervi "ientes fisicos no ha"an sahido ai menossobrevivi rse moralmente. man ten iéndose fieles asus "yos" genuinos. es uno de los espectáculos decapitulación espi ritual más lamentables engendradas por la guerra en España. Y sépase que quienhace esta lamentación es precisamente uno de lospocos escritores, entre aquellos de las promociones posteriores, que habían defendido siempre alos hombres del 98 contra los ataqucs y las sátirasque ya hace años otros [es asestaban. Pero ...cerremos este breve paréntesis de miserias retrotrayéndonos a la justificación del epígrafe elegielo.
"De la anécdota a la categoría" es. como in,sinué, una expresión feliz puesta en circulación hace años por d'Ors para definir no sólo el carácterele sus comentarios, sino una manera peculiar decrítica. Salto de lo circunstancial, producido porel hecho cotidiano, a 10 sustancial permanente, ala categoría en el sentido de sustancia, la primerade las diez nociones en la lógica aristotélica. Larecordación de esta fórmula se me antoja inevitable tras la lectura sucesiva de dos libros sobre pintura contemporánea. recién publicados. y en cuvas páginas pretenden alternar, en un juego demutaciones, la categoría y la anécdota. Me refiero al AllllallacJ¡ drs Arts. publicado por E. eI'Orsv ]. Lassaigne y a los Souvellirs d'wI 1J1arrhalldde taú!('(/u:r originales de Ambroise Vollard.
Advertiré desde el primer momento qne ninguno de esos dos volúmeues revela valores excepcionales ni es plenamente satisfactorio. ¿ Por quéentonces detenerse en su comentario? Porque ensu misma relatividad son un claro exponente delprecario estado actual en que se halla la crítica<lrtística europea. Ning'ím' otro género, probablemente, tan necesitado de contribuciones sustanciales y de g'uías esclarecedores. Ningún otrotampoco, seguramente, tan desasistido de espíritus sagaces, con autoridad, y de construccionessistemáticas. Me refiero, claro es, a la crítica dearte que se proyecta sobre el ámbito contemporáneo, sobre las corrientes del día y no a aquellaque se aplica a elucidar minucias pretéritas y sólovive en función de lo histórico, donde no faltannombres positi vos. Que en el primero de estos sectores la contribución crítica alcanza leve profundidad lo revela el escaso número de textos sustanciales que hoy nos llegan ele ese mismo París.lugar que en lo demás. en punto a exhibiciones ygalerías, sigue conservando su primacía ele metrópoli.
En efecto, salvo las críticas ele André Lothe--<Iue al ser recopiladas en "oJumen ganarian completadas y sometidas a cierta ordenación; Ja ausencia ele estos cuidaclos constituye el demérito elesu última compilación, Parlolls Pcill/llrt-apenashay nada que leer en ese idioma provisto de cierta altura y consistencia. Maurice Haynal, en vezde acentuar su primitiva tendencia hacia la teorización sistemática y.las prolongaciones fi1nsóficas-eOlllO en sus remotas Quelques i1'1tentiolls du
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cubisllIe-, se disuelve en la crónica y aún así apenas posee una tribuna libre en que manifestarse.De pareja disminución se resienten otras aportaciones criticistas que pudieran ser considerables:la de Tériade-euyo Millolallrc ha sucumbido an-'te otros monstruos cotidianos y no mitológicos demás agresiva cornamenta-, la de Zervos, cuyosCahiers d'Art, al cabo, y pese a unilateralismos yrepeticiones, son un oasis. Por lo demás, deserciones como las de un \\Taldelllar George y un André Salman sólo merecen. un recuerdo desdeñoso.
De ahí que la excepción antes mencionada, deun André Lothe, cobre un valor excepcioi-!al enFrancia, tanto como la de un Herbert Read enInglaterra. Los libros de este último, aun no aportando rigurosamente ninguna luz inédita y hallándose destinados esencialmente a sacar al públicoinglés de su atonía y su asii1cronismo artístico, poseen también la virtud de organizar coherentemente un criterio moderno. Y el espíritu lúciclode Herbert Read se advierte no olamente en TheMeaning of Art, Art Now, Art and Industry, sino hasta en Surrealis1n, después de su recienteconversión' a este credo.
En cuanto a la crítica del arte vivo en otrospaíses, poco hay que registrar. En Alemania, don-ode a raíz del expresionismo llegó a alcanzar manifestaciones muy agudas, ha fallecido, así, radicalmente-como es notorio-tras el decreto deGoebbels. La dispersión de sus representantes esafligente. desde Herwart \Valden y'Franz Roh-ele quienes no sabemos nada hace años-hastaun Max Raphael, hoy exiliado en París, y CarlEinstein, en las trincheras republicanas de España. Y en Italia, la carencia actual es semejante, confirmada por la única excepción de CarlaBelli y, en otro palmo. por las incnrsiones críticas del pintor Severini.
De Espafia, a la hora presente, no hay que hablar, desaparecida por causas de fnerza mayor laGaceta de Arte canaria y el equipo de jóvenescríticos que allí amanecía. De otra época, la expresión más visible es la de ese crítico, al principio aludido, que hubiera podido ser quizá la primera figura en tal especialidad, a no estar excesivamente contrapesadas sus cualidades valiosas-buen gusto, olfato perceptivo, habilidad dialéctica-por otras negativas -arbitrariedad disfrazada de racionalismo, mayor atención a los conceptos previos de las cosas que a las cosas mismasy una fatal propensión academicista.
En rigor. si menciono hoy una obra suya esporque el género ele ésta me interesa casi más quela materia y, desde luego, más que el antor.En efecto. no tengo por qué ocultar una antiguadehilidad por los conjuntos panoramicos, por losalmanaques literarios y artísticos, preferencia quealguna vez he hecho manifiesta publicando nohace mucho en E 'paña un Almallaque Literario,hoy de melancólica recordación. Y acontece quela obra ahora publicada por Eugenio d'Ors, encolaboración con ] acques Lassaigne, pertenece a
ese género y se nos presenta como un almanaquede las artes referido a las exposiciones y demásmanifestaciones artísticas del año pasado, enfocadas desde el miradero parisiense. El intento nopuede ser más atracti va aunque la realización nosea enteramente feliz. A fuerza de querer ser ordenado este AlllLal1aqne, resulta por momentos casi confuso. En efecto, no hay una neta distinciónentre las dos partes que comprende: la primera,llamada "Horóscopo", donde se insertan estudiosde carácter general sobre el estado actual de lasartes plásticas; y la segunda, propiamente de ca·lendario, donde se pasa revista a las exposiciones de 1936, agregando noticias de otras v unmemorándum de libros y revistas de arte~ Enrigor, ciertos capítulos lo mismo pudieran pertenecer a una parte que a otra. La diferencia másclara queda establecida por el tono y la intenciónde los trozos correspondientes a' cada uno de losdos autores. En tanto que d'Ors dogmatiza segúnsu hábito y, por un procedimiento de espiral, partiendo de un punto remoto, trata de acercarse mediante alusiones y elusiones al tema central, Lassaigne -de quien no teníamos referencia anterior- con menos perífrasis, y sin otra pretensiónque la de un cronista, recoge la actualización deun hecho y 'pasa a otra cosa.
Característico de la manera .que utiliza el primero de los dos colaboradores es el capítulo quededica a Picasso. En vista de que las antiguas invitaciones al orden, al retorno, al neoclasicismoy demás "ismos" confortables que ya le había propuesto hace afias, en una monografía -ejemploacabado de falseamiento del verdadero espíritupicassiano, que yo denuncié a su hora (en Revista de Ocádelltc, N ú,m. CXIX, mayo de 1933reincide ahora en análogas prédicas y se atrevea pedirle una obra maestra. Estamos seguros queel firmante de esa petición ha figurado entre aquellos que desfilaron ante Guernica -la obra no sési maestra, pero capitaIísima de Picass.o, en elPabellón Español de la Exposición de París-sinenterarse ...
El tránsito absoluto de la-supuesta-eategoría a la anécdota, nos lo ofrecen las M e'morias deVollard. Aquí ya entramos, desde el primer momento, en el terreno. de la pura anécdota pintoresca, y hasta lindamos con sus arrabales; el chiste y el chascarrillo. A Vollard, es sabido, se leconsidera' por antonomasia como el descubridorcomercial, el primer marchante en el tiempo de lospintores impresionistas: de Cézanne, de Renoir,de Degas, especialmente, a los que ya había dedicado antes sendos y amenos libros. Cierto arrojo estético y un excelente olfato comercial le llevaron a apostar hace cincuenta años sobre obrasentonces menospreciadas y luego valiosísimas.
Es un lugar común abominar de las gentes desu oficio. Por mi parte yo estimo que el auge yla extensión del arte más valioso, desde fines delsiglo hasta el día, es debido, en parte no desdefiable, a los marchantes. De su apología, con mucho "humour", por lo demás, se encargó ya hace
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pocos años uno de los más sagaces del gremio, miamigo Alfred Flechteim--en su revista berlinesa01nllibns-muerto hace poco en el destierro, enLondres, por su doble condición, "itanda en eltercer Reich, de judío y de coleccionista de artemoderno. " Con la multiplicación de tales honorables mercaderes en estos años penúltimos, antes de la crisis de 1928, podrá' haberse incurridoen excesos y supervaloraciones artificiales, en mitificaciones y mixtificaciones, pero ello en nadadisminuye la importancia y el mérito del papeldesempeñado ayer por un V ollard y un ClovisSagot, hoy por un Kahnweiler o un Paul Rosenberg. Casi todos ellos, por lo demás, como gentes cultivadas, nos han ido dejando testimonios escritos c1e su vida y de sus preferencias que constituyen una buena contribución marginal a la biblioteca del arte contemporáneo. Asi I3erthe \Veil1ya había publicado sus recuerc10s bajo el título dereclamo publicitario PaJI. dalls l'oeil!; el malogrado Paul GuilIaume escribió un excelente libro 'obre la escultura negra; Leonce Rosel1berg uos dióhace años sus reflexiones sobre el cubismo y Daniel Henry Kahnweiler una de las pri-meras monografías sobre Juan Gri .
Dijimos que el libro de Vollard es al1ecdótico.Lo es en exceso. pues en sus cuatrocientas cincnenta páginas de nutril10 texto, bien hubiéramos querido encontrar. alternando con e,e verbeneo anecdótico, algunas púginas l\litS sustanciales donde el autor nos trazase retratos de los pintores que frecuente'> y alg-l1tlaS confidencias sobresus respectiva' estéticas. sin oh·idar el de "darnos ciertos secretos propios c1e 'u técnica mercaderil. Pero se trata de un "iejo ladino" ecónomoque hace todo el gasto a costa de las. exterioridades del prójimo y cuya única moneda verbal esla anecdótica.
En estos recuerc10s que abarcan desde que elantor se estableció. en 1890 -('n la calle Laffitteque era entonces 10 clue hoy ha venido a ser lade La Boetie- hasta <1espués de la guerra, lospintores que ocupan mayor espacio son Manet,Renoir, Degas. Cézanne v Van Gogh. De estosdos últimos organizó Vollarc1 las primeras exposiciones en París. A su propósito nos cuenta lassorpresas de la especulación: el caso c1e aquel padre de familia que queri·enc1o ase.gurar una dote asu hija, compró un cuadro de Detaille -un académico finisecular-y c1esc1eñó uno de Van Goghen el fondo era este último el que le gustaba-encontrándose, al cabo de veinticinco años, con queel primero no .valía nada y el segundo equivalí'aa una fortuna. El caso de un cuadro de Picasso,de su primera época, La familia del saltimbanqui,que luego se revendió en once mil y finalmentealcanzó el millón. Asimismo, recuerc1a Vollardque en su primera exposición de Cézanne vendiótrabajosamente estudios ele éste a diez francos:que cierto paisaje cézanniano. sin comprador posible al ofrecerse por cuatrocientos irancos. tampoco pudo venderlo años más tarde, más por lacausa opuesta: sólo le ofrecían treinta mil.
N o podía faltar en estas páginas la fio-ura anecdótica por excelencia, la del aduanero ]'{ousseal1.U n el ia éste se presenta en la tienda de Valla relrogándole que le entregue un "papel" certificando que hace progresos en su arte. "Eso sería ridículo para nosotros dos-le responde el marchante-o ¿Qué quiere hacer usted con ese certificado?" "1,e confesaré en secreto--('xpiica el canc1oroso ]{ousseau--que quiero casarme v el certificado que mtec1 me c1é, con el sello de su tienc1a, ha c1e llenarme c1e respetabilidad ante los oiosele la familia de mi futura, quienes me tie¡;enahora por un hombre sin oficio. Incluso me prohibirán que siga encontrándome con ella". "¡ Cuidado, Rousseau!, si su novia tiene menos c1e diezy seis años el pac1re puec1e perseguirle por corrupción de menores". "¡ Oh, señor Vollard, minovia tiene cincuenta y cuatro aüos !.,
Pero el mayor consumo de frases está a <'<1.rgode Degas. Como un día tropezase con los ~Iam
bres limitrofes del césped cn un jardin, exclamasu acompañante: I'Los ponen ahí a propósito para que se caiga la gente". "¡ No !-rectifica Degas-lo hacen para impedir que se coloquen estatuas en el césped". Ante un cuadro campestrede .;\/[onet: I'Me VOY. Ha\' demasiadas corrientcsde aire. Un poco mús y tendria que levantarme elcuello de la chaqueta". .
En otros capitulas desfilan personajes literariosy poi iticos siempre vístos con la misma lentepintoresca. hasta los más respetables, no escapande esta pulverización anecdótica. He aquí una sobre Mallarmé, que va habrú archivado o no dejará de archi var Alfonso Reyes. "L; n día cn laimperial de un ómnibus iba :'Iagnard, Director delFigaro, quien comenzó a cntablar conversaciocon un pasajero. Como pasaran por el mercac10ele flores junto a la Magdalena, el desconocic1otuvo frases tan originales que J\[agnarel no pudocontener su admiración v se presentó a sí mismoa.greganc1o: "Si quiere usted haccr un articulocon todo lo que acaba de decirme, 10 publicarémuy gustoso en mi diario". A los pocos clías eldirector comunicaba a llllO de sus redactores: "rrerecibido un artículo sobre las flores. Lo fi rma untal Mallarmé. Seguramente se trata de un loco".
No hay irrespetuosidad en tales anécdotas. Hay,sí, ligereza y cierto aire burlón, ele que el mismoautor no se excluye. A unos 1óvenes que, dispuestos a abrir un comercio de cuadros, le escribieronhace años, pidiendo que les revelase algunas tretas de su especialidad, contestó Vollard : "No tengo ningún secreto para hacer fortuna. Mi experiencia me recuerda solamente tocio lo que debo ami invencible propensión al sueño. Muchas veces,un "amateur", al entrar en mi tienda, me encontraba semiadormecic1o. En ese estac10 le escuchaba, cabeceando e intentanc10 penosamente responder. Elcliente al tomar por llna negativa mi 1"I)nroneo ibaa.llmentando progr('sivanwntr Sll oferta" De surrteque. cual1do yo apellas había logrado despabilarme.mi cllad ro habia alcanzado un alza notahle. Este esel cas() ele c1ecir que la iortuna viene durmiendo".
De ,)111'. Buenos Aires.15
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