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OCTUBRE 2016
NUEVAS MIRADAS, VIEJOS PROBLEMAS- CLASE 2
Módulo: Nuevas miradas, viejos problemas: revolución,
independencia y guerras civiles en los orígenes de la nación
argentina (1806-1880).
El orden colonial y la creación
del Virreinato del Río de la Plata.
Una vez más, ¡bienvenidos/as!
Al igual que en el resto del módulo, para comprender y reflexionar sobre el tema de
la presente clase recurriremos tanto a contenidos ya trabajados por ustedes como a
lecturas y actividades con imágenes, videos, documentos y bibliografía. Pero
también les pediremos algo más: que apelen a su imaginación. Si bien es cierto que
se trata de un recurso al que siempre acudimos cuando queremos aproximarnos al
pasado, se hace aún más necesario cuando tratamos de conocer a una sociedad
que, como la colonial, se parece en muy poco a la nuestra.
Desde luego que no pretendemos estudiar en una sola clase lo que sucedió durante
tres siglos en un espacio tan extenso como el hispanoamericano y que, además, se
caracterizó por una gran diversidad de situaciones. Nuestro propósito es más
modesto: conocer algunos de los rasgos más destacados del orden colonial y los
cambios producidos entre mediados del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, como
la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776.
Ustedes se preguntarán por qué les dedicamos una clase si estos no son los temas
del módulo. La respuesta es que su conocimiento resulta necesario para
comprender el proceso revolucionario, así como también para poder entender lo
que sucedió posteriormente en el espacio rioplatense pues, a pesar de los
profundos cambios que se produjeron durante el siglo XIX, también hubo
continuidades significativas que, en conjunto, dieron forma a una sociedad que no
era ni la colonial ni la que se constituyó entre fines de ese siglo y comienzos del XX.
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NUEVAS MIRADAS, VIEJOS PROBLEMAS- CLASE 2
La organización del imperio colonial español en América
Una vez asegurada la conquista, los españoles dirigieron sus esfuerzos en tres
direcciones:
1. la creación de instituciones para gobernar a los nuevos dominios de la
corona;
2. la estructuración de una sociedad jerárquica, estamental y católica que les
asegurara los lugares de mayor privilegio y poder;
3. la organización de un sistema económico basado en la extracción de metales
preciosos, el comercio monopólico y la explotación de los indios que debían
tributar en bienes, servicios o mano de obra, a los que pronto se sumaron
los esclavos de origen africano.
La naturaleza del vínculo entre la corona española y sus dominios americanos ha
sido motivo de numerosas discusiones. No todos los autores coinciden, por ejemplo,
en considerar que se trató de un imperio colonial tal como lo hacemos nosotros; así
como tampoco hay acuerdo en la caracterización de su estructura institucional y en
su desempeño. Pero más allá de estos debates, lo cierto es que gobernar el nuevo
mundo constituyó un esfuerzo mayúsculo para la corona pues, además de la
distancia con España que demandaba semanas o meses de navegación, era un
territorio inmenso, habitado por pueblos que, en muchos casos, no lograron ser
sometidos y que, además, era disputado por otras potencias marítimas como
Portugal, Francia, Holanda e Inglaterra. El mayor desafío para la corona provenía,
sin embargo, de sus propios súbditos: muchos de los españoles asentados en
América y sus descendientes, los criollos, aspiraban a tener una mayor autonomía y
en más de un sentido lo lograron.
Si bien la administración colonial se fue complejizando a medida que se planteaban
nuevas necesidades, en lo sustancial se mantuvo el esquema creado en el siglo
XVI. En la Metrópoli había dos instituciones de importancia: el Consejo de Indias,
que manejaba la administración colonial, y la Casa de Contratación, que regía el
comercio y el tráfico de personas entre el viejo y el nuevo mundo. El territorio
americano se dividió en dos grandes virreinatos: el de Perú, con capital en Lima, y
el de Nueva España, con capital en México. El Virrey, que era la máxima autoridad
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política y militar, estaba secundado por funcionarios como los gobernadores, cuyo
poder se extendía sobre jurisdicciones más pequeñas, y por otras instituciones
como las Audiencias, que cumplían funciones judiciales.
Las funciones de gobierno, legislación y justicia que hoy en día concentra el Estado
en sus tres poderes, estaban repartidas entre distintas instituciones y
corporaciones, incluso las religiosas. Esto se debía, entre otras razones, al hecho de
que no había una separación nítida entre sociedad y Estado, ni entre lo público y lo
privado. Las atribuciones y las jurisdicciones de las instituciones y las corporaciones
no estaban del todo delimitadas y tendían a superponerse, provocando disputas en
las que el Consejo de Indias o el Rey tenían la última palabra. La dispersión y la
superposición de funciones de gobierno generaban numerosos inconvenientes y
hacían lenta la toma de decisiones; pero a la corona también le permitía tener un
mayor control sobre los funcionarios, pues estos no constituían una burocracia
profesional, tal como la que existe en los Estados actuales.
El monarca era el centro de la organización política y social del imperio español y a
quien todos los súbditos, estamentos y corporaciones debían obediencia. Aunque
esa posición casi nunca fue cuestionada, la corona tuvo muchas dificultades para
imponerse sobre las principales familias que en América manejaban los resortes de
poder económico, político, religioso y social, y que en muchos casos podían
permitirse desobedecer sus directivas. De ahí la famosa frase “acato (u obedezco)
pero no cumplo”, que expresaba la lealtad al Rey pero no necesariamente a sus
decisiones o a las de sus funcionarios, quienes debían negociar permanentemente
con las élites locales y, en más de un caso, en condiciones desfavorables.
Ciudades, Cabildos y vecinos
La ocupación española se basó en la fundación de ciudades que eran consideradas
como centros civilizatorios desde los cuales debía controlarse al territorio
circundante y a sus habitantes. De ese modo, aunque la mayor parte de la
población siguió habitando en áreas rurales, las ciudades se erigieron en los centros
de poder político, social, económico y religioso, constituyendo una suerte de
columna vertebral de la sociedad colonial hispanoamericana.
Las ciudades eran comunidades políticas que dentro del orden hispano, gozaban de
un status particular y de privilegios otorgados por el Rey. Los Cabildos eran sus
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órganos de gobierno, administración y justicia, cuya jurisdicción se extendía hacia
las zonas rurales que rodeaban a las ciudades. Los Cabildos eran, asimismo,
corporaciones que representaban a quienes podían ser miembros de esa institución
por poseer la calidad de vecinos. Nuevamente vemos cómo las palabras pueden
engañarnos si no consideramos los significados que tenían en su época, pues
entonces eran pocos los habitantes de las ciudades que podían ser
considerados vecinos. En términos ideales, eran los jefes de familia españoles o
descendientes de españoles, mayores de edad, que tenían sangre limpia y poseían
casa habitada en la ciudad. En algunas ciudades, estos requisitos fueron más
flexibles, pero en todos los casos se trataba de la minoría más poderosa de la
población.
La pureza de sangre
En el mundo hispánico era necesario certificar la pureza de sangre para
ingresar a ciertas instituciones y para acceder a cargos civiles, militares
o eclesiásticos. En el siguiente apartado, analizaremos esta cuestión
con mayor detalle, por lo que aquí solo recurriremos a un ejemplo que
permitirá ilustrar en qué consistía.
A mediados de la década de 1780, un escribano de Buenos Aires
certificó que los ancestros de la familia González “han sido y son
cristianos viejos, y de calidad notoria, limpios de toda mala raza de
indios, mulatos y otras cosas semejantes, y que ni ellos ni sus
ascendientes han ejercido oficios algunos viles y menos decentes, ni
sido castigados por el Tribunal de la Santa Inquisición ni por otro
alguno con pena que irrogue infamia”. Esta certificación permitió que
Juan José Castelli y Manuel Belgrano, cuyas madres pertenecían a esa
familia, pudieran acceder a estudios universitarios, ejercer como
abogados y actuar como funcionarios.
Fabio Wasserman, Juan José Castelli. De súbdito de la corona a líder
revolucionario, Buenos Aires, Edhasa, 2011, p. 19.
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Según este documento, ¿qué elementos se tenían en cuenta para
determinar la pureza de sangre?
En el siglo XVI, se fundaron numerosas ciudades en lo que, mucho tiempo más
tarde, sería el territorio argentino. Algunas fundaciones fueron un fracaso, por lo
que las ciudades debieron ser abandonadas o trasladadas, mientras que otras
pudieron mantenerse o fueron refundadas. Es el caso de Buenos Aires, Santa Fe,
Corrientes, Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Córdoba y La Rioja que,
durante los siglos XVII y XVIII, formarían parte junto a otras de creación más
tardía como Catamarca, de las Gobernaciones de Tucumán y del Río de la Plata que
dependían de Lima; mientras que San Juan, Mendoza y San Luis integrarían el
Corregimiento de Cuyo que dependía de Chile. Si bien eran pequeños poblados
habitados por unas cientos o unas pocas miles de personas, estas ciudades se
constituyeron en centros de poder a nivel regional. Su importancia trascendería el
período colonial pues, como veremos en la sexta clase, fueron los núcleos a partir
de los cuales se crearían las provincias argentinas en el siglo XIX.
La sociedad colonial hispanoamericana
Tras la ocupación española, se fue creando una nueva sociedad en la que se
impusieron las formas de organización y los valores de los conquistadores por sobre
los de los pueblos nativos, a los que luego se sumaron los esclavos de origen
africano. El objetivo de trasplantar las instituciones políticas, económicas, jurídicas,
sociales y religiosas españolas tuvo un relativo éxito, ya que estas se debieron
adaptar a situaciones nuevas y, además, evolucionaron de modos que no eran los
esperados por quienes las habían diseñado. Estas innovaciones, sin embargo, no
pusieron en cuestión el orden jerárquico, estamental y racial que caracterizó a esa
sociedad, así como tampoco la lealtad a la monarquía católica.
Los españoles se consideraban miembros de una comunidad católica a cuya cabeza
se encontraba el Rey. Es importante que entendamos bien esta cuestión pues, en el
mundo hispano, ser católico y súbdito del monarca no era una opción, ni una
elección. Era un hecho tan incuestionable como el origen divino de la sociedad.
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El lugar de las familias en el orden colonial
La familia ocupaba un rol fundamental dentro del orden jerárquico
colonial. Pero no nos estamos refiriendo a una familia nuclear
compuesta por un matrimonio y sus hijos, sino una suerte de clan que,
encabezado por un padre de familia al que todos sus miembros debían
respeto y obediencia, incluía a una extensa parentela. También podían
pertenecer a la misma, personas sin lazos consanguíneos e incluso de
otra condición social, como criados, esclavos o agregados. Las mujeres
tenían un rol subordinado y debían obedecer a su padre y, una vez
casadas, a sus maridos. Los vínculos y las alianzas familiares a través
del matrimonio eran la base de otro tipo de relaciones, ya sean
políticas, sociales o económicas. La familia era también una suerte de
modelo utilizado para explicar el orden social y político: el Rey era
percibido como un padre que debía cuidar y guiar a sus súbditos,
mientras que Dios era considerado como el padre de todos los hombres
y la humanidad como una gran familia.
En esa sociedad, las personas no eran necesariamente valoradas por su capacidad
o su actuación, sino más bien por su posición social dentro de un orden jerárquico e
inamovible. Esa posición se establecía a partir de diversas variables: origen étnico,
género, familia, lugar de nacimiento o de procedencia, actividad laboral,
pertenencia a una corporación. Un ejemplo sobre un fenómeno al que ya hicimos
referencia permitirá precisar mejor esta cuestión: ser miembro de una familia o
poseer un vínculo con un grupo de poder podía ser más decisivo para acceder a un
cargo que el mérito, la capacidad e, incluso, la idoneidad. Ustedes estarán
pensando que esto también pasa en la actualidad. La diferencia, sin embargo, es
sustancial: mientras que hoy en día es un fenómeno que contradice nuestras
normas y valores, la sociedad colonial estaba organizada en base a esos principios
que, en esa época, eran también los prevalecientes en casi todo el mundo.
La segmentación traía aparejado un trato desigual, así como también eran
diferentes los privilegios, derechos y deberes de cada grupo, ya sea que estuvieran
consagrados por la costumbre o precisados en normas escritas. A pesar de estas
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diferencias, se aspiraba a la unidad y armonía entre los miembros de la comunidad,
por lo cual debía respetarse el lugar que a cada uno le correspondía en la sociedad
según su condición. Se trataba, en suma, de un orden basado en la desigualdad, en
la posesión de diversos derechos y obligaciones y no en su universalidad como el
que rige en una sociedad democrática en la que todos somos iguales ante la ley.
En Hispanoamérica el principal criterio de diferenciación fue el racial. En el siglo
XVI, la corona estableció la organización de la sociedad americana en
dos repúblicas que debían mantenerse separadas con sus propias leyes e
instituciones: la república de los indios y la república de los españoles. Si bien esta
división se mantuvo en algunos aspectos, lo cierto es que se produjo un proceso de
mestizaje en el que también se incorporaron los esclavos africanos y sus
descendientes. En algunos casos, los mestizos y mulatos pudieron acceder a
posiciones o cargos que no se correspondían con su condición. Esto se debía a que
la consideración de una persona o un grupo como indio, mestizo, mulato o blanco;
no dependía tan solo de su condición natural o biológica sino que, como toda
identidad, era una construcción social y cultural en la que pesaban otros factores,
como la riqueza, los vínculos interpersonales, la composición de la población, etc.
En ese sentido es que los antropólogos proponen distinguir el carácter racial, que es
biológico, del étnico, que es sociocultural.
En base a esta diversidad y a los otros criterios que ya señalamos, se constituyó un
orden social jerárquico que admitía variaciones según las particularidades
demográficas, étnicas y socioeconómicas de cada región. En la cima se encontraban
los blancos y, dentro de estos, los españoles europeos que tenían más derechos,
seguidos por los españoles americanos o criollos. Los blancos a su vez estaban
estratificados por su posición social y su riqueza. Dentro del grupo privilegiado
estaban los poseedores de títulos de nobleza, los grandes comerciantes y
propietarios y los más altos funcionarios civiles, militares y eclesiásticos. Asimismo
estaban aquellos que, sin gozar del poder, prestigio e importancia de los anteriores,
tenían el status de vecinos. Todos ellos formaban parte de lo que se consideraba
como la gente decente, y eran merecedores del apelativo Don a modo de distinción.
En una posición inferior se ubicaban los blancos que carecían de prestigio o algún
signo de distinción y que, en general, eran pobres. Los indios, los mestizos y los
mulatos ocupaban un lugar subordinado, aunque con grandes variaciones en sus
respectivas posiciones y en la estratificación y jerarquía interna de cada grupo
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según el momento y el lugar que consideremos. El lugar más bajo de la sociedad lo
ocupaban los esclavos que, como tales, eran considerados propiedades.
El mestizaje y el régimen de castas
El proceso de mestizaje puso en cuestión el ordenamiento social e institucional. Por
un lado, porque no se correspondía con el modelo ideal de una sociedad dividida en
la república de los indios y la república de los españoles. Por el otro, porque se
trataba de una población cuyos derechos y obligaciones no estaban del todo claros,
aunque no cabía duda que los mestizos, negros y mulatos formaban el estrato más
bajo de la sociedad, solo por encima de los esclavos. En una sociedad en la cual
todos debían ocupar un lugar preciso que permitía su reconocimiento inmediato,
comenzaron a utilizarse nuevas denominaciones para dar cuenta de las cada vez
más complejas cruzas, entre diversos grupos étnicos. En cada región se crearon
distintos nombres que solían ser sistematizados en cuadros o tablas como la que
reproducimos a continuación, que fue realizada en México en el siglo XVIII.
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Anónimo siglo XVIII, Museo Nacional del Virreinato, Tepotzotlán, Mexico.
1. Español con India, Mestizo, 2. Mestizo con Española, Castizo, 3. Castiza con
Español, Español, 4. Español con Negra, Mulato, 5. Mulato con Española, Morisco,
6. Morisco con Española, Chino, 7. Chino con India, Salta atrás, 8. Salta atrás con
Mulata, Lobo, 9. Lobo con China, Gíbaro (Jíbaro) 10. Gíbaro con Mulata,
Albarazado, 11. Albarazado con Negra, Cambujo, 12. Cambujo con India, Sambiaga
(Zambiaga), 13. Sambiago con Loba, Calpamulato, 14. Calpamulto con Cambuja,
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Tente en el aire, 15. Tente en el aire con Mulata, No te entiendo, 16. No te entiendo
con India, Torna atrás.
En el siglo XVIII la corona procuró reordenar y simplificar esta diversidad étnica
organizando el régimen de castas que incluía a todos los que no fueran blancos o
indios. Dado que se trata de una cuestión sobre la que existen muchos equívocos,
les proponemos compartir el capítulo “Limpieza de sangre” de la serie Historia de
las clases populares, en el que se explica la complejidad étnica que tenía la
sociedad colonial y la creación del régimen de castas:
http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/Programas/ver?rec_id=117285
Tengan en cuenta estos materiales que les servirán para realizar la actividad
propuesta al final de la clase.
La economía colonial rioplatense en el siglo XVIII
La corona española organizó una economía basada en la extracción de metales
preciosos, la explotación de mano de obra india y esclava, y el control monopólico
del comercio. Esto permite entender por qué el área rioplatense ocupó un lugar
periférico dentro del imperio colonial: era una región poco poblada, mal comunicada
y sin posibilidades de desarrollar una explotación metalífera de envergadura, por lo
que no constituía una fuente de recursos que revistiera interés para los españoles.
Buena parte de la producción de alimentos y artesanías se destinaba al
autoconsumo y a los mercados locales. Algunas regiones también lograron insertar
sus productos en circuitos mercantiles que incluían mercados más lejanos a partir
de la especialización en la producción de bienes como yerba, ponchos, aguardiente,
mulas y vacas. Pero esta actividad estuvo condicionada por la demanda de zonas
mineras como Potosí, cuya producción cayó durante la segunda mitad del siglo XVII
afectando al conjunto de la economía.
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El comercio de mulas
El transporte de mercaderías y personas fue una importante actividad económica
que, a su vez, incentivó la producción de otros bienes y servicios. Un rubro
destacado en ese sentido fue la producción de mulas para la región altoperuana que
involucró a una diversidad de actores y a distintas regiones, tal como se puede
apreciar en el siguiente testimonio publicado en 1773 con el seudónimo de
Concolocorvo por Alonso Carrió de la Vandera, quien había transitado el camino
entre Buenos Aires y Lima como encargado del Correo Real:
“El principal comercio de esta ciudad [Salta] y su jurisdicción consiste en las
utilidades que reportan en la invernada de las mulas, por lo que toca a los dueños
de los potreros, y respecto de los comerciantes, en las compras particulares que
cada uno hace y habilitación de su salida para el Perú en la gran feria que se abre
por el mes de Febrero y dura hasta todo Marzo, y esta es la asamblea mayor de
mulas que hay en todo el mundo, porque en el valle de Lerma, pegado a la ciudad
se juntan en número de sesenta mil y más de cuatro mil caballos (…)
En la gran feria de Salta hay muchos interesados. La mayor parte se compone de
cordobeses, europeos y americanos, y el resto de toda la provincia, con algunos
particulares, que hacen sus compras en la campaña de Buenos Aires, Santa Fe,
Corrientes y parte de la provincia de Cuyo; de modo que se puede decir que las
mulas nacen y se crían en las campañas de Buenos Aires hasta la edad de dos
años, poco más, que comúnmente se llama sacarlas del pie de las madres; se
nutren y fortalecen en los potreros del Tucumán y trabajan y mueren en el Perú.
(…) Los tucumanos dueños de potreros son hombres de buen juicio, porque
conocen bien que su territorio es más a propósito para fortalecer este ganado que
para criarlo, y los de las pampas tienen justos motivos para venderlo tierno, porque
no tienen territorio a propósito para sujetarlo desde que sale del pie de la madre”
A mediados del siglo XVIII, la actividad minera potosina se recuperó y actuó como
un estímulo para las producciones regionales que la proveían de bienes y servicios
a cambio de su plata. Esta reactivación coincidió con otro proceso que tendría una
gran importancia en la región: el crecimiento del comercio atlántico a través de
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Buenos Aires. Recordemos que el sistema monopólico obligaba a que el tráfico
entre España y sus dominios australes se realizara a través del puerto peruano de
El Callao. Sin embargo, los comerciantes porteños habían encontrado resquicios en
las normas o directamente las violaban, por lo que se había hecho habitual el
contrabando. De ese modo, Buenos Aires se fue convirtiendo en un centro
comercial que articulaba los mercados regionales con los mercados europeos,
además de ser un puerto de entrada de esclavos y de exportación de otros bienes
como cueros y, principalmente, de la plata altoperuana. Esto permitió que los
grandes comerciantes de esa ciudad se constituyeran en el grupo socioeconómico
más poderoso del espacio rioplatense. En ese sentido, debemos precisar que la
producción de ganado vacuno en la campaña bonaerense no era la actividad
económica más rentable y, por lo tanto, los grandes propietarios rurales tampoco
tenían el poder económico, social y político que adquirirían tras la revolución.
El circuito mercantil Buenos Aires-Potosí
Buenos Aires y Potosí se constituyeron en los polos de un extenso circuito
económico cuyas ramificaciones alcanzaban a Paraguay, Chile y Perú. A lo largo de
ese circuito dinamizado por la circulación de la plata altoperuana y cuyos puntos de
articulación eran las ciudades, se movilizaba un importante tráfico de mercancías
entre distintas regiones, generando, además, actividades económicas subsidiarias
para proveer de bienes o de servicios. En el siguiente mapa se representa ese
circuito.
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Las reformas borbónicas y la creación del Virreinato del Río de
la Plata
Como vimos en el apartado anterior, a mediados del siglo XVIII, el área rioplatense
estaba experimentando un importante crecimiento económico y demográfico tanto
en las ciudades como en las zonas rurales. Este fenómeno demográfico se debió a
la entrada de esclavos pero también a la migración de varones provenientes de
otras partes de América y de España en busca de oportunidades. Buenos Aires fue
la ciudad que más se favoreció por el incremento de su población, por lo que dejó
de ser un caserío marginal del Virreinato del Perú para convertirse en una de las
ciudades más importantes de Hispanoamérica. Para tener una idea del impacto que
tuvo este movimiento, basta considerar que muchos de los líderes revolucionarios
porteños fueron migrantes o hijos de migrantes, ya sea provenientes de otras
ciudades americanas (Saavedra nació en Potosí), de España (Matheu y Larrea eran
catalanes y el padre de Paso era gallego) e, incluso, de regiones cuyos habitantes,
en teoría, no podían afincarse en los dominios de España, como la península itálica
(el padre de Castelli era de origen veneciano y el de Belgrano de Liguria) o el
imperio portugués (el padre de Dorrego).
El crecimiento de Buenos Aires se debió a las razones económicas ya expuestas,
pero también a otras de orden político que se retroalimentaron. En ese sentido,
debemos tener presente que España mantenía una disputa con la corona
portuguesa por la posesión de territorios que, actualmente, forman parte de
Argentina, Paraguay, Uruguay, el sur de Brasil y el este de Bolivia y Perú. En ese
marco, la corona comenzó a prestarle mayor atención al litoral rioplatense que,
como ya vimos, era la vía de acceso por el Atlántico a sus dominios australes y a la
plata altoperuana.
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Este interés se tradujo en políticas específicas para la región que se desarrollaron
en el marco de las denominadas Reformas Borbónicas que comenzaron a
implementarse a mediados del siglo XVIII y tuvieron su mayor impulso durante el
reinado de Carlos III (1759-1788). Los Borbones procuraban que España pusiera fin
a la decadencia que la afectaba desde el siglo XVII y volviera a ser una potencia
imperial, tomando como modelo a la monarquía absolutista francesa y apelando a
las ideas ilustradas que proponían una racionalización de la vida social y política.
(En la próxima clase analizaremos la ilustración y su relación con el proceso
revolucionario). En términos concretos, las reformas procuraban modernizar y
mejorar la administración con un cuerpo de funcionarios más profesional, fomentar
el crecimiento económico apoyando la producción de manufacturas y el desarrollo
agrícola, aumentar la recaudación fiscal, incrementar el poderío militar, lograr que
la corona tuviera un mayor control sobre sus súbditos y sus dominios y, por sobre
todas las cosas, afianzar su autoridad que, desde el siglo XVII, había ido perdiendo
a manos de otros sectores. Es por eso que, al igual que lo hicieron otras
monarquías absolutas como la francesa y la portuguesa, en 1767 se expulsó a los
jesuitas de todos los dominios españoles y se dispuso un mayor control de las
instituciones eclesiásticas.
Si bien existen posiciones encontradas sobre el éxito o el fracaso de las Reformas
Borbónicas, lo cierto es que en América provocaron algunos cambios de magnitud.
La nueva política imperial implicaba que los territorios americanos fueran tratados
cada vez más como colonias. En términos económicos, esto requería de una mayor
integración con la Metrópoli, a la que además de plata y oro debían proveer de
materias primas como el azúcar, mientras que se aspiraba a que los americanos
incrementaran el consumo de bienes manufacturados en España (este último
objetivo fue un fracaso). Asimismo se acrecentó la presión fiscal y se crearon
nuevos monopolios que le permitieron a la corona contar con mayores recursos. En
términos sociales y políticos, la corona se propuso recuperar el poder que estaba en
manos de las élites locales. Esto implicaba desplazarlas de los principales cargos en
la administración y la creación de nuevas instituciones integradas por funcionarios
que, en su mayoría, provenían de España y no tenían vínculos en América. Muchos
de estos funcionarios eran militares de carrera que accedían a esos cargos por su
capacidad y no tanto por su posición social.
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Las reacciones a las Reformas Borbónicas
Las reformas tuvieron un fuerte impacto en América y generaron
distintas reacciones. La presión fiscal y el desplazamiento de las élites
locales de los espacios de poder provocaron resentimientos y algunos
conflictos que tuvieron distinta envergadura. Además del malestar por
la expulsión de los jesuitas, se produjo una rebelión en el Virreinato de
Nueva Granada y fue una de las causas del levantamiento liderado por
Tupac Amaru, al menos en su momento inicial, en el que también
tomaron parte criollos y mestizos.
El reordenamiento administrativo incluyó cambios a nivel jurisdiccional, con los que
se procuraba mejorar el gobierno en áreas que estaban distantes de sus centros
políticos. Es por eso que, en 1776, se constituyó el Virreinato del Río de la Plata con
capital en Buenos Aires. Bajo su jurisdicción, quedó sujeto el territorio altoperuano
que, actualmente, forma parte de Bolivia y que aportaba su riqueza minera, y un
importante mercado consumidor; así como la región de Cuyo que, hasta entonces,
dependía de Chile. De ese modo la corona legitimaba los cambios que se habían
venido suscitando durante décadas, producto de la reorientación atlántica de la
economía. La organización del nuevo virreinato incluyó otras instituciones como las
Intendencias (1782) y la Audiencia de Buenos Aires (1785). Las Intendencias eran
una instancia de gobierno y administración ubicada entre el Virrey y los Cabildos,
cuyo propósito era mejorar la administración del territorio y tener un mayor control
de las élites urbanas. La Audiencia, por su parte, era la máxima autoridad en
materia de justicia, y su creación procuró dar respuesta a las numerosas causas
que antes debían tramitarse en la lejana Audiencia de Charcas, ubicada en la actual
ciudad de Sucre (Bolivia).
La población del Virreinato y su organización administrativa
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Ya señalamos que, durante el siglo XVIII, se produjo un gran crecimiento
demográfico. Sin embargo, debemos tener presente que, salvo en regiones con una
alta población indígena y mestiza como Paraguay y el Alto Perú, el Virreinato
rioplatense tenía una muy baja densidad
poblacional y al crearse, en 1776, contaba con
poco más de 400.000 habitantes diseminados en
un vasto territorio.
En el Virreinato se erigieron ocho intendencias:
La Paz, Cochabamba, Charcas, Potosí, Paraguay,
Salta del Tucumán, Córdoba del Tucumán y
Buenos Aires. Esto también implicó un
reordenamiento y un cambio en las jerarquías de
las ciudades, al constituirse algunas en capitales
de Intendencia, como Córdoba y Salta, mientras
que otras eran sus subordinadas, como Mendoza,
Tucumán y Jujuy. Como veremos en las próximas
clases, este reordenamiento tendría importantes
consecuencias tras la revolución. En las zonas de
frontera, por su parte, se establecieron cuatro
gobernaciones militares que dependían
directamente del Virrey: Misiones, Chiquitos,
Moxos y Montevideo, que fue también sede de la Armada española en el Atlántico
sur.
Mapa organización administrativa del Virreinato del Río de la Plata
http://www.educ.ar/sitios/educar/recursos/ver?id=125203&referente=docentes
La creación del Virreinato convirtió a Buenos Aires en un centro comercial,
portuario, político y administrativo, cuya jurisdicción se extendía sobre un vasto
territorio. Ese nuevo papel fue reforzado con la creación de otras instituciones
vinculadas al comercio, como la Aduana (1778) y el Consulado de Comercio (1794).
Estas instituciones fueron consecuencia de la progresiva apertura del comercio por
parte de la Corona. Un paso decisivo en ese sentido fue la sanción, en 1778, de un
nuevo régimen para el comercio, cuyo propósito era ampliar el intercambio entre
España y América habilitando nuevos puertos que permitieran darle un mayor
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dinamismo a la economía, pero sin que esto implicara la liberación del comercio con
otras naciones. Aunque parcialmente interrumpido a partir de 1796 por un conflicto
con Inglaterra, esta y otras medidas se tradujeron en un notable incremento en el
tráfico mercantil que, a su vez, redundó en el poderío de los comerciantes
porteños.
Consideraciones finales
Durante décadas la corona había promovido cambios institucionales, sociales y
políticos que reafirmaban su autoridad. Pero, a comienzos del siglo XIX, ese
impulso estaba perdiendo fuerza mientras mostraba signos de una progresiva
debilidad al no poder afrontar los nuevos desafíos provocados por las disputas entre
Inglaterra y Francia, que había iniciado su proceso revolucionario en 1789. Además,
en las cuestiones en las que sí podía incidir, reforzó las políticas coloniales y puso
límites a las aspiraciones de los criollos quienes, por ejemplo, no podían acceder a
los más altos cargos civiles, militares y eclesiásticos. De ese modo, como veremos
en la próxima clase, se extendió el descontento entre varios sectores mientras
comenzaba a erosionarse la confianza en la corona y en sus funcionarios, sin que
esto implicara planteos independentistas, pues ese futuro, aunque cercano, era aún
inimaginable para la mayor parte de los americanos y españoles.
Recursos y lecturas recomendadas
Fradkin, R. y Garavaglia, J.C, La Argentina colonial. El Río de la Plata entre
los siglos XVI y XIX, Buenos Aires, Siglo XXI, 200, caps. 6 y 8.
OCTUBRE 2016
NUEVAS MIRADAS, VIEJOS PROBLEMAS- CLASE 2
Hora, Roy, Historia económica argentina en el siglo XIX, Buenos Aires, Siglo
XXI, 2010, cap. 1 “La economía colonial”
Moutoukias Z., “Gobierno y sociedad en el Tucumán y el Río de la Plata,
1550-1800” en E. Tandeter (ed.) La Sociedad Colonial, Nueva Historia
Argentina t. 2, Bs.As., Sudamericana, 2000
Otros recursos
Años decisivos. 1768: realizado por el Canal Encuentro. Recuperado
de: http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=1
05662Años decisivos: 1776 realizado por el Canal Encuentro. Recuperado
de: http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=1
05663
Cómo citar este texto:
Área de Ciencias Sociales, INFD (2016). Nuevas miradas, viejos problemas:
revolución, independencia y guerras civiles en los orígenes de la nación argentina
(1806-1880). Clase 02: El orden colonial y la creación del Virreinato del Río de la
Plata. Especialización docente en la Enseñanza de las Ciencias Sociales en la
escuela primaria. Buenos Aires: Ministerio de Educación y Deportes de la Nación.
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