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Secretaría de Educación
NÚCLEO DE DESARROLLO EDUCATIVO
San Juan Girón “Gabriel García Márquez me insultó”
GABO ..y los editorialistas
“Gabriel García Márquez me insultó”
y otros pretextos para hablar de sí mismo
El deceso del Nobel colombiano inspiró magistrales
columnas de opinión, pero algunos ególatras también
aprovecharon para lucirse.
Muchos de los que tocaron el tema en los días que
siguieron al fallecimiento de Gabo consiguieron,
aunque casi siempre escribiendo en primera persona,
ubicarse en un segundo plano para dejar pasar al
frente la vida, la obra, las anécdotas y hasta facetas
poco conocidas y llamativas del Nobel colombiano.
Mejor dicho: revolotearon por la memoria del
máximo exponente del realismo mágico como
verdaderas mariposas amarillas que engalanaron el
recuerdo del catequero. Los otros, sin embargo,
vieron en el acontecimiento la oportunidad para
brillar con luz ajena.
Para ello, aprovecharon algún contacto que hubieran
tenido con García Márquez, tangencial, esporádica u
ocasionalmente, a veces muy fugaz, y destacaron sus
propias realizaciones. Lo hicieron con menciones a sí
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mismos en párrafos que clavaron en columnas
aparentemente dedicadas al Nobel. Pero quedaron en
evidencia.
De esta fauna, que siempre aparece en diferentes
circunstancias de la vida, se puede destacar la
columna que escribió Víctor Diusabá, titulada ‘Los
maestros’ y publicada en El País, de Cali. En esa nota,
so pretexto de explicar lo difícil que es llenar el
vacío que dejan los maestros y los amigos, Diusabá
recordó que fue alumno de García Márquez cuando,
según él, por la “generosidad” de Luis Cañón (otro
Maestro —con mayúscula— para él), fue enviado a
participar en un taller de la escuela de periodismo
de Cartagena.
Tras señalar dos épocas importantes en la vida del
Nobel, Diusabá escribe: “[…] En una y otra época,
aprendí a hacer periodismo en el único lugar en el
que se debe hacer: en la calle, al lado de las
historias y con la fe del carbonero. Con la
contrastación como regla y la pasión hecha
combustible. Del lado del rigor y con el escepticismo
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bajo el brazo. Y luego, con lo más fácil y lo más
difícil: saber contarlo […]”.
Otro que se lució fue Óscar Alarcón, a quien la
muerte de Gabo le permitió recordarle al país, en su
columna 'Macrolingotes', de El Espectador, que si no
hubiera sido por él (por Alarcón, cómo no, y no por el
propio Gabo), el ‘Relato de un náufrago’ no hubiera
visto jamás la luz. El columnista dice que después de
que García Márquez se fue para Barcelona, su mujer,
Mercedes Barcha, le escribió para que les mandara
las crónicas que Gabo había hecho sobre el marinero
Luis Alejandro Velasco.
“Me puse a buscarlas en el archivo de El Espectador
y las encontré”, recuerda Alarcón. Como para la
época en ese periódico aún no había fotocopiadoras,
el aprendiz de periodista tuvo que ‘levantarlas’. “Con
mis dos índices me tocó, letra por letra,
chuzografiar esas hermosas crónicas después de mi
jornada de trabajo. Tal parece que me quedaron bien
porque varias veces las he leído y no he encontrado
error”.
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Y remata sin ningún empacho: “El relato del
náufrago, aparecido en El Espectador en 1955, se
publicaría luego en forma de libro, gracias a mi
labor”.
A esta ‘pléyade’ se suma Fernando Cepeda Ulloa, que
en su columna 'Una inmortalidad
anunciada', también publicada en El País, de Cali, la
ocasión le dio el 'papayaso' de rememorar lo que,
como diplomático, él hizo por el escritor.
“Como Embajador en Francia le rendí tres
homenajes. El primero, una placa —la más bella en
Paris (sic)— que colocamos en el Hotel Trois
Colleges, donde vivió cuando no tenía con qué pagar
el arriendo y recibió un tratamiento indulgente de la
administradora que le permitió culminar la
elaboración de esa joya que es ‘El Coronel no tiene
quién le escriba’ […]”, dice Cepeda Ulloa en su
columna. “Luego promoví en centros culturales de
París coloquios sobre su obra que fueron recogidos
en un libro que titulamos ‘Gabo en Paris’ […]”.
“Confío en que García Márquez se hubiera enterado
del homenaje”, agrega el columnista, al mismo tiempo
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que recuerda: “Obtuve una donación de un
empresario colombiano, quien nunca me permitió
decir su nombre, para que Tachia, su novia [de Gabo]
de los años de plomo en París, recitara el Monólogo
que él le regaló porque había intuido que lo había
escrito para ella: ‘Viendo llover en Macondo’ […]”.
Pero tal vez el más creativo de todos fue el
libretista Fernando Gaitán, que, en un verdadero
novelón bajo el título ‘A mí me insultó García
Márquez’, publicado en El Tiempo, desplegó sus
mejores habilidades de guionista para alargar el
texto, de la misma forma en que se alarga una novela
por razones de rating.
El problema es que, a diferencia de la novela de
televisión, el desenlace de su texto es
decepcionante: cuando el lector llega al párrafo en
que supuestamente se va a enterar del insulto,
Gaitán le dice: “No voy a trascribirlo aquí
literalmente por varias razones. La primera porque
entré en pánico, y la otra porque cometería un
sacrilegio y sería una irresponsabilidad de mi parte
al tratar de escribir su prosa: lo que si recuerdo
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perfectamente es que era un regaño magistral, de
unos 20 minutos, de frases impecables y
contundentes” (léase, chorro de babas).
De poco sirve lo que dijo después: “En pocas
palabras, [Gabo] me dijo que la televisión era un gran
medio pero que ni yo, ni Mónica, ni los libretistas en
general, podíamos quedarnos toda la vida en ella, que
teníamos que lograr otros niveles, pero que nuestro
apego y devoción por la televisión nos iba dejar
sumergidos en esa maldición de la que tantas veces
le hablé y que ahora se había convertido en mi mayor
justificación de vida como artista, que ya eran
demasiadas las concesiones que le hacía, y que era
lamentable mi actitud”.
Que a un lector le salgan con esas luego de 2.448
palabras anticipando el insulto (de un texto total de
3.330 palabras) es, por decir lo menos, “mamadera
de gallo”.
En el intermedio de la trama del insulto, Gaitán
cuenta cómo le explicó a Gabo las diferencias entre
las páginas de un guion y de un texto literario, y, por
supuesto, aprovecha para revelar los ‘padecimientos’
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por los que tiene que atravesar un guionista (como
él), que debe escribir “a una velocidad vertiginosa,
con un productor apuntándole a uno con un revólver
en la cabeza”.
Como si eso fuera poco, “[…] el escritor [de un guion]
se mantiene encerrado 24 horas angustiosas, y no
existe la posibilidad de que se bloquée (sic), ni que
padezca el famoso mal de la página en blanco; y si se
le muere a uno la madre durante la escritura, no hay
forma de llorarla ni de asistir a su funeral”. ¡Tenaz!
Al concluir, en su tarea de explicarle al Nobel las
diferencias entre un escritor literario y un
guionista, y de decirle que “no había forma de
comparar la vida de un escritor de televisión con la
de un literato”, Gaitán rememora que en esa época
(seguramente, cuando escribió ‘Café con aroma de
mujer’) “las telenovelas se escribían mientras se
producían y se emitían. Los guionistas se levantaban
tras una noche de pesadilla a mirar el
comportamiento de las audiencias y escribir el
capítulo del día tomándole el pulso al espectador
para satisfacerlo, y el tiempo era una ruleta rusa”.
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Es más: mientras en el ejercicio de la escritura, el
literato es un esclavo de su obra y de un libro que
aún no ha dado a luz, “el escritor de televisión es
esclavo de su obra y de un público que lo espera
ansioso todas las noches”.
¿Será que hay una falsa modestia en Gaitán? ¿Será
arrogancia camuflada? Es el único colombiano que se
dio el lujo de rechazar en 3 oportunidades una
invitación de Gabo a uno de sus talleres “en San
Antonio de los Baños, en Cuba, una facultad de cine y
medios audiovisuales creada por él y el gobierno
cubano”.
La lista de estos comentaristas, afortunadamente,
es corta, aunque si cundieran, ya no se diga como las
mariposas amarillas, sino como una plaga, la vida y
obra de Gabriel García Márquez finalmente se
impondría con luz suficiente, incluso como para
iluminarlos a todos.
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