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8/16/2019 Hugo Garcia, "La Republica de Las Pequenas Diferencias: culturas de izquierda y antifascismos en España, 1931-1…
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Capítulo 2. ¿La República de las peq ueñas d ifer enci as ? Cultura(s) de
izquierda y antifascismo(s) en España, 1931-193912
Hugo García
Universidad Autónoma de Madrid
«Una plaga de siglas». La metáfora con la que George Orwell evocó la
atmósfera revolucionaria de Barcelona en la Navidad de 1936 resume una
imagen muy extendida de la izquierda española de los años 303. Los
historiadores de la política suelen describirla como un conjunto abigarrado de
fuerzas rivales, reunidas por necesidad en el Frente Popular y durante la
Guerra Civil4. Los autores que en las últimas décadas se han acercado a ella
desde una perspectiva cultural han llegado a una conclusión similar: una
síntesis reciente ha subrayado «la pluralidad de culturas políticas republicanas»
existentes en la España del periodo5. De manera explícita o implícita, esta
historiografía sugiere que la incompatibilidad entre las culturas republicana,
socialista, comunista y anarquista –divididas, a su vez, en varias subculturas –
está detrás de las luchas faccionales que proliferaron durante la II República y
explica, en última instancia, la temprana caída del régimen6.
Paradójicamente, el giro cultural ha revelado también las coincidencias
entre los discursos, símbolos y prácticas de los leales de 1936. Varios autores
han señalado que la «esperanza» republicana fue un punto de referencia para
el conjunto de la izquierda española entre la Revolución de 1868 y la Guerra
Civil7. José Luis Gutiérrez Molina ha detectado en la España de 1936 una
«cultura radical», formada desde 1812 y compartida por sectores sociales
1 Publicado en Manuel Pérez Ledesma e Ismael Saz (coords.), Historia de las Culturas políticas
en España y América Latina, vol. IV: Del franquismo a la democracia 1936-2013 , Madrid-Zaragoza, Marcial Pons-Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2015, pp. 207-238. 2 Este trabajo se ha elaborado en el marco del proyecto HAR2012-32713 del Plan Nacional deI+D+i y se ha beneficiado de las observaciones realizadas por los integrantes del mismo, asícomo por los asistentes al Seminario de Historia celebrado en el Instituto Universitario Ortega yGasset de Madrid el 12 de diciembre de 2013.3 ORWELL (2001), pág. 169. 4 J ACKSON (1976), 145-146; BOLLOTEN (1973), pág. 163; JULIÁ (2006), págs. 137-38; ARÓSTEGUI (2003); C ARR (2006), pág. 143; GRAHAM (2006), págs. 117-18. 5 CRUZ (2009), pág. 129. 6 R ADCLIFF (1997), pág. 312.
7 DUARTE (1997), pág. 198; G ABRIEL (1999), pág. 221; PIQUERAS (2003), págs. 69-71; SUÁREZCORTINA (2009), págs. 23-25.
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heterogéneos8. Jorge Uría ha mostrado que los primeros comunistas
asturianos no tenían una cultura propia, sino que se limitaron a incorporarse al
«espacio cultural de la izquierda» existente en la región9. Y José Álvarez Junco
ha llegado a poner en duda que «lo que se llamaba clásicamente un anarquista
se distinguiera con nitidez de un republicano o un progresista.»10
Estas aportaciones nos invitan a preguntarnos si la fragmentación de la
izquierda española podría explicarse como un caso del «narcisismo de las
pequeñas diferencias» descrito por Freud. La España de los años 30 se
caracteriza, como otros países de la época, por la unión de fuerzas con
valores, tradiciones y programas diversos en coaliciones de signo antifascista11.
Este movimiento, interpretado hasta fechas recientes como un mero lavado de
cara de la Unión Soviética estalinista, se ve hoy como una «cultura» o
«sensibilidad» transversal a las izquierdas europeas entre 1933 y 1945 y que
se integró, en mayor o menor medida, en las democracias surgidas tras la
Segunda Guerra Mundial12. En esta línea, Ferrán Gallego ha reinterpretado los
conflictos internos de la izquierda catalana bajo la República como disensiones
dentro de una cultura antifascista «en construcción», una propuesta coherente
con las de quienes ven en la negociación y las disputas los mecanismos que
permiten a las culturas evolucionar y adaptarse al cambio histórico13.
Partiendo de estas premisas, este capítulo revisa las posiciones políticas de
las izquierdas españolas entre la proclamación de la República en abril de 1931
y su colapso en abril de 1939. En concreto, examina el discurso y la simbología
de los distintos grupos en busca de los rasgos que, según Serge Berstein,
caracterizan a las culturas políticas: una visión global del hombre, la sociedad y
los problemas de poder; una interpretación peculiar de la historia; un proyecto
de sociedad ideal y de los medios para alcanzarla14. Una mirada transversalpuede explicar mejor que los tradicionales análisis de organizaciones o familias
8 GUTIÉRREZ MOLINA (2012), págs. 209-10.9 URÍA (1996), págs. 249-55. 10 ÁLVAREZ JUNCO (2010), pág. 16. 11 Véanse, por ejemplo, los trabajos reunidos en GRAHAM Y PRESTON (eds., 1987); y VIGNA, VIGREUX Y WOLIKOW (dirs., 2006), págs. 227-312.12 La vision tradicional, en FURET (1995), págs. 242-304; cf . COPSEY (2000); BERNARDI YFERRARI (eds., 2004); WOLIKOW (2005); GROPPO (2007); VERGNON (2009), COPSEY YOLECHNOWITZ (eds., 2010). 13
G ALLEGO M ARGALEF (2007), 143. Cf . SEWELL (1999), 53-55; y ELEY (1992), 306. 14 BERSTEIN (2003), págs.13-22.
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políticas los motivos que llevaron a muchos actores del periodo a comportarse
como lo hicieron, además de aportar más novedades a la ingente literatura
sobre el tema. Como señaló Lynn Hunt hace décadas a propósito de la
Revolución francesa, sabemos mucho sobre las distintas cosas que significó la
II República para quienes la vivieron: ahora se trata de averiguar «cómo llegó a
mantenerse unida aun dentro de su diversidad.»15
1. Discursos de izquierda, 1931-1933: ¿una cultura radical?
La actuación y el lenguaje de los militantes de izquierda durante el primer
bienio del nuevo régimen sugieren que la pluralidad de valores y opciones
políticas era compatible con un sustrato cultural compartido. Todos celebraron
la proclamación de la República el 14 de abril de 1931, aunque enseguida se
dividiesen en torno a las reformas de la coalición republicano-socialista que
gobernó España hasta el otoño de 1933. Incluso los anarquistas y comunistas
subrayaron –con las reservas que se indicarán – el avance que suponía el
cambio para las clases populares16. La fiesta popular de abril refleja las
grandes esperanzas que grupos muy distintos –trabajadores de las ciudades y
el campo, mujeres modernas como Clara Campoamor y María Lejárraga,
nacionalistas catalanes, vascos o gallegos – depositaron en el nuevo régimen,
que acababa con más de medio siglo de monarquía restaurada17.
Esta unanimidad inicial sugiere que las distintas familias compartían ideas y
valores aun antes de unirse políticamente, algo que resulta lógico por distintas
razones. De entrada, las izquierdas tenían en común un imaginario procedente
de la literatura social, romántica y científica del XIX y el primer tercio del XX:
Vicente Farnals, el socialista valenciano que retrató Max Aub en su novela
Campo abierto, situada en 1936, había leído entre otros a Élisée Reclus, JulesVallès, Henri Barbusse, Blasco Ibáñez, Baroja y Galdós18. El anarquista francés
Reclus y el autor de los Episodios nacionales son dos de los escritores que
había recomendado el institucionista Rafael de Altamira en sus Lecturas para
15 HUNT (1984), pág. 14. Traducción mía. 16 ÁLVAREZ CHILLIDA (2011), págs. 45-58; G ARCÍA (2011), págs. 120-26. 17 JULIÁ (1984), págs. 7-20; CRUZ (2014), págs. 74-92. Agradezco a Rafael Cruz habermedejado consultar este valioso trabajo antes de su publicación. 18
Max Aub, Campo abierto, Madrid, Alfaguara, 1998, pág. 78, citado en PIQUERAS (2003), pág.69.
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obreros de 1904, junto con Tolstoi, Renan, Kropotkin, Hugo, Darwin, Cervantes,
Poe y Dickens19. El mismo cóctel de novela social, teoría científica y clásicos
del Siglo de Oro se encuentra en los resultados de una encuesta realizada por
el Patronato de Misiones Pedagógicas entre los adultos españoles a finales de
1933, así como en las nutridas bibliotecas de los anarquistas de la época20.
Además de lecturas, muchos militantes compartían recuerdos de viejos
combates. El anarquista Federico Urales (pseudónimo de Joan Montseny), el
radical Alejandro Lerroux y el socialista Francisco Largo Caballero habían
participado en la campaña en defensa del pedagogo anarquista Francisco
Ferrer en 1909, un affaire Dreyfus donde se gestó la primera «Conjunción
republicano-socialista» de la historia española, precedente de la «Alianza de
izquierdas» de 191721. La crisis de la Restauración y la creciente importancia
de la cuestión social habían añadido un matiz de clase al concepto de izquierda
política, hasta entonces asociado a la lucha por la democracia y la república 22.
La oposición a la Dictadura de Primo de Rivera había reunido a liberales como
Miguel de Unamuno, republicanos catalanistas como Francesc Macià,
anarquistas como Valeriano Orobón y comunistas como Joaquín Maurín,
exiliados en Francia y otros países europeos durante los años 2023. Francia
seguía siendo el destino de los disidentes que, como Manuel Azaña, veían en
la III República un modelo y habían defendido activamente la causa aliada
durante la Gran Guerra24. El «París de las libertades», la «Babel moderna» que
evoca el comunista Julián Gorkin en sus memorias, fue sin duda el principal
canal de transmisión de la cultura europea de entreguerras hacia España25.
Otros militantes habían ido aun más lejos en busca de las nuevas ideas y
experiencias que estaban transformando el siglo. Muchos visitaron la Unión
Soviética, escenario del experimento político, económico y social en el que sefijaba –para bien o para mal – la atención del mundo26. Algunos, como el
19 R. Altamira, Lecturas para Obreros, Madrid, 1904, citado en HOLGUÍN (2003), págs. 175-76.20 HOLGUÍN (2003), págs. 179-80; N AVARRO N AVARRO (2004a), pág. 157-79. 21 ÁLVAREZ JUNCO (1990), págs. 162-76 y 382-86; ROBLES EGEA (2004), pág. 111. 22 CRUZ ARTACHO (2008), págs. 708-09. 23 Exilio, en GONZÁLEZ C ALLEJA (1999), págs. 306-504 y (2010a), págs. 211-27; Orobón, enGUTIÉRREZ MOLINA (2002), págs. 29-39. 24 JULIÁ (2008), págs. 72-87 y 125-63; P ÁEZ-C AMINO ARIAS (1994), pág. 105. 25
SCHOR (1989); GORKÍN (1975), pág. 107. 26 AVILÉS F ARRÉ (1999), págs. 153-79 y 283-300; ELORZA Y BIZCARRONDO (2006), págs. 79-99.
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socialista Fernando de los Ríos y el anarquista Ángel Pestaña, volvieron
decepcionados; otros, como el socialista Julio Álvarez del Vayo y el republicano
Manuel Chaves Nogales, se llevaron una impresión más favorable; y unos
pocos, como Maurín y Andrés Nin, se convirtieron en fervientes comunistas.
Tras la llegada al poder de Stalin, el mito del paraíso proletario atraería a las
filas del PCE a republicanos como José Antonio Balbontín y Rafael Alberti y
anarquistas como Ramón J. Sender, mientras decenas de compañeros de viaje
ingresaban en los Amigos de la Unión Soviética en febrero de 193327. El
régimen nacionalista y populista surgido de la Constitución mexicana de 1917
sedujo, por su parte, a republicanos como Marcelino Domingo y socialistas
como De los Ríos y Luis Araquistáin, que regresó de México en 1927
convencido de que allí se jugaba no sólo «el crédito histórico de un pueblo,
sino… el de toda una raza…»28
En España, un número creciente de jóvenes republicanos y socialistas
encontraron en la masonería un refugio contra la Dictadura y un instrumento
para hacer realidad los principios de la Revolución francesa29. Desde 1924, el
sevillano Diego Martínez Barrio –antiguo anarquista reconvertido al
lerrouxismo – trató de transformar el Gran Oriente Español en casa común de la
izquierda y arma para fomentar «la emoción liberal» en el país30. Masones
radicales como Álvarez del Vayo, Eduardo Ortega y Gasset, José Giral, Carlos
Esplá y Luis Jiménez de Asúa participaron en las conspiraciones y campañas
de propaganda orquestadas desde París por Unamuno y Blasco Ibáñez31.
Muchos de los intelectuales que encabezaron la oposición a Primo de Rivera
militaron en las logias, y en ellas se gestaron las propuestas de «socialismo
liberal» que prefiguraron la II República32.
La colaboración de las izquierdas españolas continuaría tras el 14 de abril.El cambio de régimen suscitó una movilización sin precedentes en un país
carente de partidos consolidados –salvo el PSOE –, aunque con dos fuertes
confederaciones sindicales (UGT y CNT-FAI) que encuadraban a la mayor
27 KOWALSKY (2004), págs. 138-46; G ARRIDO C ABALLERO (2009), págs. 131-68. 28 ARAQUISTÁIN (1929), pp. 352-53; DELGADO L ARIOS (1993), págs. 112-14 y 200-02; M ATEOSLÓPEZ (2005), págs. 29-44.29 GÓMEZ MOLLEDA (1986), págs. 23-24 y 39-51.30 Idem, págs. 72-84. 31
Ídem, págs. 105-31; ANGOSTO VÉLEZ (2001), págs. 112-62. 32 G ARCÍA QUEIPO DE LLANO (1987), págs. 484-511.
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parte de la militancia obrera33. Las organizaciones tradicionales y los nuevos
partidos republicanos compitieron duramente, a través de la agitación y la
propaganda, por conquistar a las nuevas masas de electores34. Pero, lejos de
encerrarse en sus identidades organizativas o de clase, hombres y mujeres de
perfiles distintos escribieron para los mismos periódicos (La Tierra, La Libertad ,
Orto, Octubre, Leviatán), militaron en las mismas asociaciones (Amigos de la
Unión Soviética, Comité Nacional de Ayuda a las Víctimas de Octubre),
firmaron manifiestos conjuntos (por ejemplo, contra la invasión italiana de
Abisinia en 1935) o fundaron nuevas organizaciones (el Partido Sindicalista de
Pestaña, la Unión Republicana de Martínez Barrio, el POUM de Maurín y Nin,
el PSUC de Joan Comorera o las Juventudes Socialistas Unificadas de
Santiago Carrillo)35.
Las izquierdas podían entenderse, entre otras razones, porque tenían un
lenguaje político similar: las distintas tendencias se expresaban a través de
conceptos idénticos, aunque les diesen significados diferentes36. Un buen
ejemplo son sus discrepancias respecto al término izquierda, tan ambiguo
como determinante de las identidades y análisis políticos durante el periodo37.
En febrero de 1930, Azaña se mostró dispuesto a colaborar «con las izquierdas
españolas todas», es decir, con aquellas fuerzas que, «sin ambages, remilgos
ni distingos, ponen por base de la organización del Estado la forma
republicana.»38 En agosto de 1931, el socialista Jiménez de Asúa describió su
proyecto de Constitución republicana como «de izquierda», precisando que era
«democrática, liberal, de gran contenido social»39. Los comunistas y algunos
socialistas distinguían entre la «izquierda burguesa» y las fuerzas obreras, que
representaban la verdadera izquierda: Leviatán aludió en marzo de 1936 a «las
izquierdas, es decir el proletariado», que aspiraban a continuar la revolución de
33 M ACARRO VERA (1999-2000), págs. 316-17. 34 JULIÁ (1995), págs. 117-20. 35 Revistas, en M ADRIGAL P ASCUAL (2002), págs. 214-28; asociaciones, en BRANCIFORTE (2009),págs. 137-71; manifiesto, en La Libertad , 26 de diciembre de 1935. 36 Este análisis se inspira en el propuesto por FREEDEN (1996), págs. 77-84.37 CRUZ ARTACHO (2008), 711-12; G ARCÍA S ANTOS (1980), 641-54; P ALACIO (2012). 38 “Llamada al combate. Alocución en el banquete republicano de 11 de febrero de 1930”, en AZAÑA (2008a), págs. 937-40. 39
Diario de Sesiones de las Cortes, 27 de agosto de 1931, citado en JULIÁ (2009a), págs. 45-46.
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octubre de 193440. Los anarcosindicalistas, en cambio, solían referirse a sus
rivales republicanos y socialistas como «izquierda política», la peor de las
descalificaciones para un movimiento declaradamente apolítico, y a sí mismos
como anarquistas, libertarios o fuerzas obreras41.
Al mismo tiempo, los grupos citados compartían muchos conceptos
asociados al de izquierda, como los de República, pueblo, revolución, progreso
y libertad . Para ellos la República nacía del pueblo, que era republicano por
definición42. Este populismo, que adquirió rango legal con la definición de
España como «República democrática de trabajadores de toda clase» en la
Constitución de 1931, derivaba de una visión dicotómica de la sociedad
heredada del siglo anterior: la de un cuerpo dividido entre pueblo y privilegiados (según los republicanos) o explotadores y explotados (según los grupos
obreros)43. Su corolario era una concepción de la democracia con elementos
liberales –la aceptación del pluralismo político, las elecciones competitivas
como instrumento de alcanzar el poder y la protección de los derechos y
libertades individuales –, pero en la que estas garantías formales estaban
subordinadas a los contenidos44. La coalición que llegó al poder tras el 14 de
abril creía en una «República republicana» como la que había defendido Azañaen febrero de 1930, que excluía, en principio, tanto a las fuerzas monárquicas
como a la extrema izquierda45. El ardiente sectarismo de Azaña y muchos de
sus aliados, su «concepción patrimonial» del nuevo régimen, explica, en parte,
su distanciamiento de Lerroux, que en 1931 defendía una República «para
todos los españoles», y de los republicanos intransigentes que, como
Balbontín, se declararon «con la República, pero contra esta República.»46
40 “Glosas del mes”, Leviatán, 22, marzo de 1936, citado en CRUZ ARTACHO (2008), pág. 711. 41 “El momento político. Las organizaciones obreras, la política y los anarquistas ”, RevistaBlanca, suplemento, 15 de marzo de 1930; Federica Montseny, “Glosas: pena de muerte”,Revista Blanca, 12 de abril de 1934, pág. 16. 42 JULIÁ (1984), págs. 7-8; CRUZ (2006), págs. 29-30. 43 PÉREZ LEDESMA (1991); M AYAYO I ARTAL (1994), págs. 42-51; CRUZ (2006), págs. 29-30. 44 M ACARRO VERA (1999-2000), págs. 314-16; CRUZ (2006), págs. 15-30.45 Azaña, “Llamada al combate”, op. cit . Declaraciones similares de otros dirigentesrepublicanos, en ÁLVAREZ T ARDÍO Y VILLA (2011), págs. 31-50 y ÁLVAREZ T ARDÍO (2012), págs.674-79.46 Concepto «patrimonial» de la República, en P AYNE (2005), págs. 517-21; Lerroux en
TOWNSON (2002), págs. 74-78; Balbontín en La Tierra, 16 de junio de 1931, citado en LOSADAURIGÜEN (2008), pág. 11.
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Del mismo modo, los distintos sectores de la izquierda entendían la
República como una revolución –una expectativa que desde 1789 comprendía
a la vez libertad política e igualdad social –, pero defendían revoluciones
diferentes47. Azaña y sus correligionarios presentaban el nuevo régimen y sus
ambiciosas reformas legislativas –separación de la Iglesia y el Estado, Estatuto
de autonomía catalán, reforma laboral, reforma agraria – como una «revolución
republicana» hecha desde el Parlamento, sede de la soberanía popular 48. Sus
aliados socialistas eran más ambivalentes: en su mayoría se veían, más que
como republicanos, como «obreros conscientes», y consideraban la República
como una cómoda estación de paso en el largo camino hacia el socialismo49.
Para los comunistas, anarquistas y republicanos intransigentes, imbuidos de la
cultura conspirativa e insurreccional de los años 20, la «República burguesa»
no bastaba para transformar el país: había que hacer «la revolución dentro de
la revolución», una transformación social realizada por la clase trabajadora, en
la calle y sin contemplaciones50. Los comunistas –tanto los ortodoxos del PCE
como los disidentes del Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista –
abogaban por una revolución inspirada en el modelo bolchevique y destinada a
acabar con el poder político y económico de la burguesía51. Los militantes de la
CNT-FAI –escindidos en anarquistas puros y sindicalistas de oposición –
defendían el comunismo libertario, la colectivización de la propiedad y la
reorganización de la sociedad en asociaciones voluntarias de trabajadores52.
Para ellos –como para sus rivales de la UGT –, hacer la revolución significaba
ante todo destruir el Estado y los partidos, encarnación de la República soñada
por Azaña y los socialistas moderados53.
Pese a estas profundas discrepancias, las izquierdas coincidían en la
necesidad de una transformación social profunda, y en que para alcanzar estefin era preciso sacar al pueblo de su letargo secular y ponerlo en el camino del
47 P ANIAGUA (1999); M ACARRO VERA (1999-2000), pág. 315; FUENTES (2008), págs. 1073-75;CRUZ (2014), págs. 94-95 y 123-40. Cf. KOSELLECK (1993), págs. 75-86; ELEY (2003), págs. 21-24.48 Azaña, discurso de 24 de diciembre de 1932, citado en G ARCÍA S ANTOS (1980), pág. 599.49 PÉREZ LEDESMA (1993), págs. 152-54; LUIS M ARTÍN (2004), págs. 200-02; REY (2011), págs.164-175; Iglesias, en JULIÁ (2000), pág. 160. 50 UCELAY Y T AVERA (1994), págs. 133-35. 51 CRUZ (2001); G ARCÍA (2011), págs. 133-36. 52
ELORZA (1973), pág. 357; P ANIAGUA (1982), págs. 83-106.53 JULIÁ (1990).
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progreso54. Este «mitologema redentorista» había inspirado los esfuerzos
realizados por los grupos obreros desde finales del XIX para instruir a los
trabajadores a través de Casas del Pueblo, Ateneos Libertarios, escuelas
racionalistas, revistas y bibliotecas populares55. La política educativa de los
gobiernos republicano-socialistas del primer bienio refleja la misma «mística de
la educación», la voluntad de utilizar la cultura para forjar lo que Marcelino
Domingo describió como una nación «libre, progresista, abierta a todas las
audacias de la civilización.»56 El reverso de este racionalismo era un
anticlericalismo militante: la convicción de que la Iglesia católica era la principal
culpable del atraso histórico de España se refleja tanto en la prensa satírica
republicana de 1931 (La Traca, Fray Lazo) como en los periódicos comunistas
y anarquistas, cuyo ateísmo se combinaba con intentos de sustituir los rituales
católicos tradicionales por contra-rituales laicos57. Paradójicamente, la cultura
de la izquierda estaba plagada de elementos religiosos: «santos laicos» como
Pi y Margall, Anselmo Lorenzo, Francisco Giner y Pablo Iglesias; «templos
nuevos» como las Casas del Pueblo o los Ateneos Libertarios58. A la inversa,
durante los años republicanos no faltaron católicos heterodoxos que, como
Ángel Ossorio y Gallardo, José Bergamín y Maximiliano Arboleya, culpaban a
los errores de la Iglesia del fuerte anticlericalismo popular 59.
Las izquierdas compartían también una visión de la historia como una larga
batalla entre el progreso y la reacción60. Sus militantes se consideraban
herederos de una variopinta tradición de luchadores y mártires de la libertad: el
«calendario revolucionario» que abrió la revista Octubre, fundada por Alberti a
mediados de 1933, conmemoraba a los rebeldes ingleses de 1381, a Galileo, a
Dickens, a Bakunin, al socialista italiano Giacomo Matteotti, a los soviets y a los
anarquistas Sacco y Vanzetti61. De ahí que muchos dirigentes de izquierdavivieran la proclamación de la República como el desenlace de la revolución
54 ÁLVAREZ JUNCO (1991), págs. 65-85 y 93-111; HOLGUÍN (2003), págs. 21-50. 55 N AVARRO N AVARRO (2003); LITVAK (2001), 275-302. 56 HOLGUÍN (2003), págs. 57 y ss.; Domingo, citado en BOYD (2000), pág. 178. 57 CUEVA (1998), pág. 222; ÁLVAREZ CHILLIDA (2012); N AVARRO N AVARRO (2004b), págs. 2-4;THOMAS (2013), págs. 84-86. 58 JULIÁ (1983); ÁLVAREZ JUNCO (1985), pág. 298; CRUZ (2007), pág. 193; YUSTA (2011b).59 VICENTE ALGUERÓ (2012), págs. 271-314; BENAVIDES (1985), págs. 146-49.60
BOYD (2000), pág.197.61 Octubre, 1, junio-julio de 1933.
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liberal contra el absolutismo, como una oportunidad para realizar la obra que
los liberales españoles habían dejado inacabada62. Azaña celebró el 14 de abril
como una «rectificación» de la historia de España, marcada por una
«verdadera» tradición de descentralización y democracia interrumpida por el
«cesarismo» de los Habsburgo63. Araquistáin lo describió como un regreso a
«la suprema soberanía popular» representada por el movimiento comunero de
152164. En vísperas de las elecciones de febrero de 1936, el comunista José
Díaz se declaró heredero de los comuneros, los federales de 1873 y el resto de
quienes habían luchado «para destruir la España feudal, clerical y monárquica,
y abrir cauce a la democracia, basada en el bienestar de las masas»65. El
historicismo de las izquierdas, su identificación con esa «España que no ha
sido, que pudo ser, que debió ser» invocada por Domingo en 1930, prefigura el
relato de las dos Españas que cristalizaría en la Guerra Civil66.
Dentro de este gran relato histórico cabían identidades diversas, que
generaron no pocos conflictos desde el 14 de abril67. La definición
constitucional del nuevo Estado como un «Estado integral compatible con la
autonomía de sus nacionalidades y regiones», propuesta por De los Ríos y
Jiménez de Asúa, se ha interpretado como un compromiso entre el
nacionalismo español dominante entre los republicanos y el federalismo
defendido por Macià, que el 14 de abril proclamó en Barcelona un «Estat
català» dentro de una futura «Federació de Repúbliques Ibèriques.»68 Los
comunistas y los anarquistas mantuvieron su internacionalismo militante, pero
se esforzaron por integrar el derecho de autodeterminación en su discurso e
incluso en su programa69. La fuerza de la cultura patriótica en la España
republicana se refleja en las frecuentes alusiones a «la raza» de los
colaboradores de La Tierra, cuyo director, Salvador Cánovas Cervantes,
62 OROBON (2010), págs. 113-14; ÁLVAREZ T ARDÍO (2008), págs. 183-90. 63 Discurso ante militantes de Acción Republicana, 28 de marzo de 1932, citado en BOYD (2000), pág. 188. 64 El Sol , 15 de abril de 1931, citado en OROBON (2010), págs.113-14. 65 Discurso en el Salón Guerrero de Madrid, 9 de febrero de 1936, en DÍAZ (1974), pág. 68.66 UCELAY (1982), pág. 233; G ARCÍA S ANTOS (1980), págs. 526-29; Domingo, ¿ A dónde vaEspaña?, Madrid, 1930, citado en TUSELL y G ARCÍA QUEIPO DE LLANO (1990), pág. 118. 67 Una visión de conjunto, en GONZÁLEZ BERAMENDI y M ÁIZ (1991). 68
SMITH (2011), págs. 136-37 y 144-48; JULIÁ (2009a), págs. 31-33. 69 ELORZA (1998); SMITH (2011), págs.150-55.
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apelaba en marzo de 1932 a «la España intensamente racial y revolucionaria»
representada por la CNT70.
Observamos así que, pese a sus muy reales diferencias, las izquierdas
compartían una mitología que se remontaba, al menos, al Sexenio
revolucionario iniciado en 1868. Esta cultura radical bebía de fuentes locales,
pero también extranjeras: en palabras de François Furet, la retórica de los
republicanos de 1936 contiene «todo el repertorio del romanticismo
revolucionario europeo», elaborado entre 1789 y 191771. El populismo de la
izquierda española, su visión binaria de la sociedad, su ambivalencia hacia el
parlamentarismo, su mística revolucionaria, su moralismo racionalista y
anticlerical, su historicismo progresista y su misma fragmentación se han
detectado en la Rusia de febrero de 1917 y en la Francia de la III República,
aunque sin duda en proporciones distintas que es imposible precisar aquí72.
2. La revolución española en sus símbolos
Esta cultura común, atravesada por profundas líneas de fractura, se refleja
también en el lenguaje simbólico de las izquierdas tras el 14 de abril. Pamela
Radcliff ha señalado que en la España republicana no surgió una identidad
nacional coherente capaz de unir a los defensores del régimen, como había
sucedido en la Francia de 1789, sino símbolos y rituales muy variados según
las situaciones políticas y las regiones y que se vieron eclipsados por el
resurgimiento de la opinión católica a partir de 193273. Pero lo que esta autora
describe como «confusión simbólica» no se explica tanto por la «fragilidad» de
la «cultura política nacional» como por la naturaleza del poder que promovió los
nuevos valores. La heterogeneidad del Gobierno de la República, reflejo de lapluralidad del pueblo del que extraía su legitimidad, se refleja en su política
simbólica durante el primer bienio, el Frente Popular y la Guerra Civil 74. En
ningún momento hubo un grupo capaz de imponer a la República un único
70 La Tierra, 21 y 24 de marzo de 1932, citada en S ALOMÓN (2012), pág. 47.71 FURET (1995), pág. 300. 72 Rusia, en FIGES Y KOLONIITSKI (2001), págs. 144 y 160-63; Francia, en BUTON (2004), págs.564-65; PROCHASSON (2004), 667-70; BECKER (2004), pág. 735; W ARDHAUGH (2007) yROSANVALLON (2008), pág. 482. Cf. BUCHANAN (2002), págs. 51-52, sobre el caso británico. 73
R ADCLIFF (1997), págs. 312-19. La misma tesis, en CRUZ (2006), págs. 43-49.74 CRUZ (2014), págs. 107-10.
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significado: como había sucedido en la Rusia de 1917, todos compitieron por
apropiarse de los símbolos que dominaban la cultura nacional del momento75.
El cambio de régimen se festejó en España, como había sucedido en Rusia,
con símbolos vinculados a la rica tradición republicana francesa y al más
limitado repertorio del republicanismo autóctono, elaborado durante la
Restauración y recuperado bajo la Dictadura76. El pueblo celebró el 14 de abril
exhibiendo la bandera tricolor, un recuerdo de la República federal que la
presión de la calle obligó a declarar oficial77. También proliferaron las
Mariannes, símbolos de la libertad y de la República francesa, inspiradas en
algún caso en modelos de la República de 187378. La figura había aparecido ya
en los carteles publicados en El Socialista durante la campaña electoral,
combinada con un león y un joven obrero situado tras un yunque y unas
cadenas rotas79. La República seguía asociada a la matrona y el león, símbolos
de la alianza entre monarquía y pueblo en la iconografía liberal, aunque se
revistiese de emblemas de la modernidad, el progreso científico y el trabajo80.
La banda sonora de la fiesta popular tuvo el mismo tono añejo. Según
Josep Pla, el 14 de abril se festejó en Madrid con cánticos de La Marsellesa y
el Himno de Riego –cuya letra casi nadie conocía – y de La Internacional ,
conocida por los asiduos a la Casa del Pueblo81. La segunda canción,
compuesta en 1820, fue elegida como nuevo himno nacional el 5 de mayo y,
sin despertar entusiasmo, simbolizó la identidad de muchos españoles durante
los años 3082. Los universitarios participantes en el crucero por el Mediterráneo
realizado por el Ciudad de Cádiz en el verano de 1933 respondieron a los
cánticos fascistas con que fueron despedidos en el puerto de Nápoles
cantando el himno de Riego83. Balbontín le dedicó una comedia, estrenada en
75 FIGES Y KOLONIITSKI (2001), págs. 17-25.76 G ABRIEL (2003); BEN-AMI (1990), págs. 146-49. 77 CRUZ (2014), pág. 129. 78 OROBON (2005), págs. 81-88. 79 FERNÁNDEZ (2005), págs. 203-04. 80 FUENTES (2002), págs. 12-13. 81 Pla, Madrid. L’adveniment de la República (1933), citado en JULIÁ (1984), pág. 12. 82
S ÁNCHEZ M ARTÍN (2010), págs. 1-4.83 GRACIA Y FULLOLA (2006), págs. 290-309.
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la primavera de 1936, y las clases populares lo reinterpretaron dándole una
nueva letra virulentamente anticlerical84.
Tras el 14 de abril se instauró también un nuevo calendario festivo, que
mezclaba viejos símbolos con otros nuevos. Días después de la revolución, el
Gobierno hizo suya la fecha emblemática del socialismo al declarar festivo el
Primero de Mayo85. La celebración de 1931, primera «fiesta de soberanía» del
periodo, hizo historia porque entre los manifestantes que formularon peticiones
al Gobierno se encontraban tres ministros86. En la capital el paro se celebró en
medio de símbolos republicanos, empezando por la bandera tricolor que
ondeaba en los edificios oficiales y en muchos balcones87. La presidencia,
encabezada por Unamuno y los ministros Largo Caballero e Indalecio Prieto,
estaba rodeada por un cordón de la milicia socialista con dos niñas al frente,
envueltas en símbolos de la República y el socialismo. Seguían unos 300.000
manifestantes, cantando La Marsellesa y La Internacional . Muchos de los
trabajadores que acudieron a la Casa de Campo –entregada días antes por la
República al pueblo de Madrid – lucían el gorro frigio o se lo habían puesto a
sus hijos. Las escenas de armonía entre el pueblo trabajador y el régimen se
repetirían en 1932 y 1933.
Algo similar sucedió con el 14 de abril, que sustituyó al 11 de febrero como
símbolo de la República: a imitación del 14 de julio, fiesta nacional francesa
desde 1880 y fecha elegida para la apertura de las Cortes Constituyentes en
1931, los dos primeros aniversarios de la revolución española se celebraron en
todo el país con desfiles militares, mítines, conciertos, competiciones
deportivas, banquetes y repartos de comida a pobres y niños, y los socialistas
se unieron a los festejos abriendo las Casas del Pueblo en varias localidades88.
El esfuerzo de las nuevas autoridades por inventar una tradiciónrepublicana plural se refleja también en los cambios que sufrió el espacio
urbano durante el primer bienio. Los nuevos ayuntamientos se preocuparon de
sustituir los topónimos tradicionales por otros identificados con la cultura
84 Balbontín, La canción de Riego: biografía dramática con un prólogo y tres actos, Barcelona,Boreal, 1936. Las distintas versiones se citan en S ÁNCHEZ M ARTÍN (2010), pág. 15. 85 C ALLE VELASCO (2003), pág. 95. 86 JULIÁ (1984), págs. 17-19. 87 B ABIANO MORA (2006), págs. 61-63; Heraldo de Madrid , 2 de mayo de 1931. 88
14 de julio, en AMALVI (1997); 14 de abril, en El Socialista, 15 de abril de 1932 y 15 de abrilde 1933 y R ADCLIFF (1997), págs. 316-17.
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republicana y obrera89. El callejero consagrado a santos, monarcas y militares
se transformó gradualmente en un nuevo santoral laico, donde prohombres y
mártires de la izquierda (Emilio Castelar, Pablo Iglesias, Concepción Arenal,
Blasco Ibáñez, Matteotti, Fermín Galán y Ángel García Hernández) convivían
con figuras del momento como Niceto Alcalá Zamora, Marcelino Domingo,
Julián Besteiro o Margarita Nelken90. El Ayuntamiento de Madrid intentó
transformar la Villa y Corte en un nuevo París, y el 7 de agosto rebautizó nada
menos que treinta calles con el nombre de mitos del liberalismo (los comuneros
Padilla, Bravo y Maldonado, Agustina de Aragón), figuras de la cultura nacional
(Goya, El Greco, Albéniz, Murillo, Don Quijote, Tomás Bretón, Arenal, Galdós)
y símbolos más abstractos como Ilustración, Cuatro Vientos, Amnistía,
Conjunción, Igualdad, Progreso, Artes, Proletario y Mártires de Chicago. En
marzo de 1933 intentó incluso convertir la avenida de San Isidro en la de
Francisco Ferrer, aunque la propuesta no prosperó.
La alianza republicano-socialista emprendió, en suma, una revolución
simbólica ambiciosa y deliberadamente ecléctica. Es cierto que algunos
sectores de la izquierda expresaron su identidad con símbolos peculiares,
como la bandera roja comunista o la rojinegra de la CNT-FAI, nacida en
vísperas del Primero de Mayo de 1931 como síntesis entre las corrientes
sindicalista y anarquista de la Confederación91. Pero esta autoafirmación del
obrerismo radical no estuvo exenta de ambivalencia. La prensa libertaria atacó
al Gobierno con sus mismas imágenes, representando la República como una
mujer con túnica y gorro frigio, peineta y mantilla; al socialismo como un
hombre con el torso desnudo y al pueblo como un león empequeñecido y
desencantado, un Juan español o el Cristo proletario tradicional en la
iconografía anarquista92. Algunos himnos anarquistas eran variaciones dehimnos liberales y socialistas, como La Marsellesa en la versión catalana de
Anselmo Clavé o el Himno al Primero de Mayo del italiano Pietro Gori93. La
atracción de los libertarios por la cultura del nuevo régimen explica quizá su
actitud esquizofrénica ante las celebraciones oficiales del periodo, que osciló
89 El párrafo entero se basa en MORAL RONCAL (2012).90 Sobre la mitificación de Galán y García Hernández véase CRUZ (2014), págs. 61-68 y 129-33.
91 JULIÁ (1984), pág. 12; G ARCÍA OLIVER (1978), págs. 115-18. 92
FERNÁNDEZ (2005), págs. 207-10; LITVAK (1988), págs. 73-74 y 103-28.93 M ARÍN (2010), págs. 137-85 y 162-63. Basado en el cancionero de Emilio Gante (1931).
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entre la ruptura promovida por la dirección confederal y la participación de
federaciones y militantes en las fiestas del 14 de abril y el Primero de Mayo94.
El catalanismo de izquierda, el más fuerte de los regionalismos que agitaron
la política republicana y el eje de la coalición populista que gobernó la región
hasta la Guerra Civil, se sumó con menos reservas al consenso republicano95.
La opinión catalanista estaba ansiosa por recuperar los símbolos nacionalistas
que había intentado borrar la Dictadura, piedras angulares de una «cultura
conmemorativa de resistencia» en la que participaba incluso la CNT96. Pero no
había olvidado la solidaridad de los republicanos españoles con «la libertad
catalana», proclamada por José Ortega y Gasset, Azaña, Domingo,
Araquistáin, Ossorio y Gallardo y otros intelectuales «castellanos» durante su
visita a Barcelona en marzo de 193097. La senyera cuatribarrada y la tricolor
compartieron aplausos en abril de 1931: según un testigo, en toda Barcelona
no se veía «ni una sola bandera separatista» (la estelada de Estat Català,
inspirada en la cubana)98. Los barceloneses celebraron el cambio de régimen
cantando La Marsellesa, Els Segadors (relato de la rebelión armada de
campesinos catalanes contra el Gobierno de Olivares en 1640) y sardanas
como La Santa Espina, que exaltaba a la «gente catalana»99. El 14 de abril se
siguió festejando con entusiasmo en la región pese a la competencia del Onze
de setembre, recuerdo de la supresión de los fueros catalanes por Felipe V en
1714100. La Diada de 1932 reunió 200.000 personas en Barcelona, pero las
muestras de júbilo por la reciente aprobación del Estatuto de autonomía en las
Cortes eclipsaron a los gestos anti-españoles de grupos como Nosaltres sols!
3. La construcción cultural del antifascismo (1933-1936)
Pese a sus afinidades personales, ideológicas y simbólicas, las izquierdasno recuperaron la unidad de 1931 hasta 1936, y sólo después de un tortuoso
proceso de acercamiento en el que se gestaron un nuevo movimiento social y
94 ÁLVAREZ CHILLIDA (2011), págs. 50-57; N AVARRO N AVARRO (2004b), págs. 5-9. 95 Populismo catalán, en UCELAY DA C AL (1982) y (2003). 96 ANGUERA (2010a); MICHONNEAU (2004), págs. 120-21. 97 TUSELL y G ARCÍA QUEIPO DE LLANO (1990), págs. 93-101. 98 R. Campalans, Hacia la España de todos (1932), 36-37, citado en ANGUERA (2010a), pág.200. C ARULLA Y C ARULLA (1999), págs. 114-25. 99
ANGUERA (2010b), págs. 139-42; La Libertad , 16 de abril de 1931.100 ANGUERA (2008), págs. 269-312.
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un nuevo lenguaje político. El antifascismo no era una idea nueva para la
izquierda española, que desde 1925 había atacado la Dictadura de Primo de
Rivera subrayando su «mimetismo» con la de Mussolini101. Como señaló
Unamuno en su jerga peculiar apenas un mes después de la marcha sobre
Roma, «Carlismo, fajismo, Tercio, colonización imperialista de Marruecos,
poder personal… todo se enlaza»102. La República tuvo, desde su nacimiento,
un carácter antifascista: Largo Caballero había anunciado, durante la campaña
electoral que precedió al 14 de abril, «Si derrocamos a la monarquía, morirá
también el fascismo en Europa.»103 Pero la mayor parte de la izquierda estaba
convencida de que un movimiento moderno como el fascismo, nacido de la
guerra europea, no podía arraigar en un país tan atrasado como España, y
recibió con desdén los primeros brotes de un fascismo español: en marzo de
1933 Luis de Tapia celebró con versos jocosos el lanzamiento del periódico El
Fascio por los promotores de Falange: «¡Y los fascistas barbianes que se ven
en mi nación / nos huelen a sacristanes del Sagrado Corazón!»104 Desde
entonces, sin embargo, un número creciente de militantes de izquierda –e
incluso algunos radicales y nacionalistas vascos – empezaron a denunciar un
«peligro fascista» en España, y a declararse «antifascistas»105.
La gradual extensión del antifascismo en España fue el resultado de
cambios políticos, pero también de la intensa circulación de ideas que
caracteriza a la época. Las publicaciones de la izquierda española durante el
periodo republicano reflejan una fuerte «conciencia transnacional» y una
preocupación creciente con el avance gradual de la extrema derecha en todo el
mundo106. Desde finales de los años 20 se habían publicado traducciones de
101 PELOILLE (2005), págs. 121-123; GUIXÉ (1931), pág. 6.102 Unamuno, «El fajismo en el reino de España», El Socialista, 28 de noviembre de 1922. 103 El Socialista, 5.4.1931, cit. en BEN- AMI (1990), pág. 326. 104 Luis de Tapia, «¿Fascistas?», La Libertad , 18 de marzo de 1933. Cf. Unamuno, «¿Fajismoincipiente?», El Sol , 5 de mayo de 1932, en UNAMUNO (1979), págs. 172-76; y F. Perdiguero,«Oposiciones a fascistas con boina», Gutiérrez , 11 de marzo de 1933. 105 Republicanos, en AVILÉS F ARRÉ (2006), págs. 263 y 313-14; socialistas, en PRESTON (2001),págs. 161-99; anarquistas, en ELORZA (1988), págs. 162-66 y ÁLVAREZ CHILLIDA (2011), págs.93-101; comunistas, en G ARCÍA (2011), págs. 134-42; republicanos catalanes, en GONZÁLEZC ALLEJA (2011b), págs. 311-17; radicales, en TOWNSON (2002), págs. 195-97; nacionalistasvascos, en El Sol , 7 de octubre de 1933. 106
HORN (1996). El fascismo es uno de los temas recurrentes en revistas como Orto (1932-33)y Leviatán (1934-36), que publicaban colaboraciones de autores extranjeros como Henri
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obras extranjeras sobre el fascismo, e intelectuales y políticos tan distintos
como Ossorio y Gallardo, Domingo, Nin, y Mariano Ruiz Funes habían
señalado sus peligros107. La prensa reproducía advertencias parecidas de
exiliados italianos como Luigi Sturzo, Aurelio Natoli y Camillo Berneri,
representantes de esa «bohemia antifascista» que había frecuentado Julián
Gorkin durante su exilio europeo108. A ellos se sumaron desde 1933 refugiados
alemanes como el anarquista Ludwig Stautz, que en junio de ese año lanzó en
Barcelona un periódico bilingüe titulado El antifascista109. Estas ideas y esta
sensibilidad se difundieron por vías institucionales (las internacionales obreras,
la Liga de Derechos del Hombre, las logias masónicas), pero también gracias a
los contactos que los disidentes españoles habían traído del exilio: las
relaciones entre Orobón y Rudolf Rocker, Unamuno y Barbusse, Álvarez del
Vayo y Willi Münzenberg, Ossorio y Sturzo, son sólo los nudos más visibles de
una red que sigue por estudiar 110.
Todo esto explica la preocupación con que la izquierda española siguió el
ascenso del fascismo en Europa a partir de 1933. La llegada de Hitler a la
cancillería alemana en enero fue en España, como en Francia, un
«acontecimiento transformador», que llevó a las izquierdas a contemplar el
fascismo como una amenaza global, y a un sector creciente de las derechas a
adoptar sus ideas, tácticas y símbolos111. Observadores como Chaves
Nogales, Antonio Ramos Oliveira y Cipriano Rivas Cherif, cuñado de Azaña,
describieron el terror reinante en la nueva Alemania112. La conexión automática
que las izquierdas establecieron entre el triunfo nazi y la situación política
española se advierte en la reacción de Araquistáin, que tras dimitir en mayo
Barbusse, Max Nettlau, Leon Trotski, John Strachey, Harold Laski, Angelica Balabanoff, Otto
Bauer, Julius Deutsch y Louis Fischer.107 Libros extranjeros, STURZO (1930); S ALVEMINI (1931), NITTI (1931), KURELLA (1931), NENNI (1931), HELLER (1931), R ADEK (1933), STRACHEY (1934); españoles, OSSORIO Y G ALLARDO (1928), DOMINGO (1929), NIN (1929), RUIZ FUNES (1930).108 Gorkin, «Bohemia antifascista», Luz , 2 de agosto de 1933. Sturzo, en STURZO (1992); Natoli,en C ASTRO (2011), págs. 129-33; Berneri, en VENZA (1995), págs. 267-68. 109 G ARCÍA y PIOTROWSKI (2010), págs. 51-55. 110 Masonería, en AYALA PÉREZ (1989) y MOLA (1996); Orobón, en GUTIÉRREZ MOLINA (2002),capítulo 3; Unamuno, en URRUTIA LEÓN (2007), págs. 212-13; Álvarez del Vayo, en GROSS (1974), pág. 272; Ossorio, en BOTTI (ed., 2012), págs. 23-69.111 Francia, en VERGNON (1997), págs. 7-8; «acontecimiento transformador», en MC ADAM YSEWELL (2001); fascistización de las derechas españolas, en J IMÉNEZ C AMPO (1979) yGONZÁLEZ C ALLEJA (2011a), esp. 127-72. 112
SEMOLINOS (1985), págs. 167-274; cf . las crónicas de Chaves en Ahora, en S ANTOS (2012),págs. 219-52.
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como embajador en Berlín defendió la necesidad de que el PSOE tomase el
poder para evitar la suerte del SPD113. Su alarma aumentó cuando el canciller
austriaco Engelbert Dollfuss, considerado como el modelo de José María Gil
Robles –líder de la CEDA y candidato más votado en las elecciones de
noviembre –, ilegalizó a los socialdemócratas e instauró una dictadura
corporativa entre febrero y mayo de 1934114. La alarma que suscitaron estos
acontecimientos en España se refleja en la reacción de buena parte de la
izquierda cuando, a principios de octubre, se anunció la entrada de la CEDA en
el Gobierno radical de Lerroux: el PSOE –secundado por los demás grupos
obreros y la Esquerra de Companys – lanzó una insurrección bajo la
significativa consigna Antes Viena que Berlín115.
No cabe duda de que el peligro tenía algo de imaginario: como advirtió
Unamuno a mediados de 1933, el término se empleó como un «coco» y un
«comodín» antes de que el fenómeno alcanzase una mínima relevancia116.
Pero, como ha señalado Gallego, el antifascismo era también una respuesta
racional a la aparición de un «espacio fascista» trasnacional de contornos
difusos y cambiantes117. Quizá por eso, las izquierdas españolas hablaban de
fascismo indistintamente en sentido estricto, para referirse a los regímenes de
Mussolini y Hitler y sus seguidores en otros países, y en relación con los
sospechosos de conspirar contra la República o el pueblo. Esta segunda
categoría incluía a toda la derecha política (desde la Falange y los monárquicos
hasta la CEDA y la Lliga catalana), así como a la aristocracia, la patronal, el
Ejército y el clero. La extensión del discurso antifascista se vio acompañada de
un cambio conceptual: fascismo empezó siendo uno de los coloridos insultos
con que la izquierda atacaba a sus enemigos (reacción, caverna, trogloditas,
señoritos, parásitos, caciques…) y acabó convirtiéndose en la descalificación
por antonomasia118. Un llamamiento publicado en Orto en septiembre de 1933
defendía la necesidad de que la izquierda se uniese en «un frente único de
113 Araquistáin, en BIZCARRONDO (1975), págs. 121-32.114 M ARTÍNEZ DE ESPRONCEDA (1988), págs. 127-37. 115 HORN (1996), pág. 128. 116 JULIÁ (1977), págs. 265-75; REY (2011), págs. 199-200; Unamuno, «La revolución dedentro», Ahora, 1 de agosto de 1933, en UNAMUNO (1979), págs. 246-50.117 G ALLEGO M ARGALEF (2007), págs. 139-43. 118
«Trogloditas», en Unamuno, «Guerra civil cavernícola», El Sol , 29 de enero de 1932, enUNAMUNO (1979), págs. 139-41.
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combate» ante un enemigo que también era único, «porque resume en sí a
todos los enemigos del pasado...»119 La izquierda española, como la francesa,
interpretó el fascismo como una actualización del «blanco eterno», y tardó en
percibir la novedad de sus planteamientos y métodos120.
Por lo demás, las grandes familias de la izquierda y los sectores centristas
que se les sumaron desde 1933 entendían el concepto de modo distinto121. Los
liberales Unamuno y Chaves Nogales y el radical socialista Domingo lo
consideraban una forma brutal de infantilismo, un «hecho de fuerza sin
contenido moral» comparable al comunismo soviético122. También Besteiro,
líder de la derecha socialista, comparó ambos movimientos en un discurso
pronunciado en abril de 1935, donde subrayó las concomitancias entre el
antimarxismo fascista y el marxismo revolucionario123. Para los democristianos
Ossorio y Gallardo, Bergamín y Alfredo Mendizábal, como para su maestro
Sturzo, ambas doctrinas compartían el mismo espíritu anticristiano, panteísta y
totalitario124. Para los anarquistas Federica Montseny y Camillo Berneri, en
cambio, fascista era cualquier movimiento que pretendiese limitar la libertad
humana, desde el comunismo hasta el republicanismo español, el laborismo
británico o el New Deal 125. Los comunistas Santiago Montero Díaz y Nin y el
socialista de izquierda Araquistáin interpretaban el fascismo, de acuerdo con
los esquemas marxistas, como el último avatar de un capitalismo moribundo y
veían a Hitler como su «nuevo mesías», como lo retrató Josep Renau en un
fotomontaje publicado en Orto en agosto de 1932126. Sin embargo, las fronteras
119 «Por un frente único contra el fascismo internacional», Orto, 16, septiembre de 1933, enP ANIAGUA (ed., 2001), vol. II, págs. 1017-20.120 VERGNON (2009), pág. 88. 121 Cf . JIMÉNEZ C AMPO (1979), págs. 53-57.122
Unamuno, «La I.O.N.S.», Ahora, 1 de noviembre de 1933; Chaves Nogales, en Heraldo deMadrid , 8 de junio de 1933; Domingo, discurso en Teatro Metropolitano de Madrid, HM ,18 denoviembre de 1933; la cita, en Mariano Benlliure, «El estilo fascista», La Libertad , 9 de junio de1934. 123 BESTEIRO (1983), págs. 300-333. 124 OSSORIO Y G ALLARDO (1928), págs. 120-27; Bergamín, «¡Adelante con los faroles! o losaficionados al fascismo», Luz, 31 de octubre de 1933; Mendizábal, «Una mitología política (Losprincipios anticristianos del racismo)», Cruz y Raya, 5, agosto de 1933, 77-112; cf . Sturzo, «ElEstado totalitario», CyR 28, julio de 1935, 9-41. 125 Montseny, «La situación de España», Revista Blanca, 1 de junio de 1931, págs. 9-11;Berneri, «Moscú y Berlín», Orto, 15, agosto de 1933, en P ANIAGUA (ed., 2001), II, págs. 989-93.126 MONTERO DÍAZ (1932); Araquistáin, «Condotieros y fascistas», Leviatán, 2, junio de 1934,págs. 42-51. Andreu Nin, «Las posibilidades de un fascismo español», Comunismo, abril de
1933, en NIN (1978), págs. 143-48. Renau, en Orto, 6, agosto de 1932, en P ANIAGUA (2001), I,págs.
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entre estas interpretaciones solían ser borrosas. Para el sindicalista Pestaña,
como para los marxistas, el fascismo era «el producto natural de la crisis
capitalista», el resultado de «los hechos económicos»127. El faísta Juan García
Oliver, en cambio, lo describía en abril de 1932 en términos propios de un
republicano, como «el concepto de gobierno que anula la personalidad del
individuo y destruye todas las conquistas de la Revolución francesa»128.
Estas distintas ideas del fascismo se traducían en maneras diferentes de
concebir y practicar el antifascismo. Los intelectuales republicanos, fieles a la
tradición dreyfusista del Ateneo y la Liga de Derechos del Hombre, lo hacían
firmando declaraciones, como el manifiesto «contra el hitlerismo» difundido por
Unamuno, Jiménez de Asúa, Gregorio Marañón y Luis Recasens a mediados
de junio de 1933, que desembocó en la formación de un Comité de ayuda a las
víctimas del fascismo alemán, sección española del Comité internacional
presidido por Einstein y Paul Langevin129. En cambio, los militantes sindicales
entendían el antifascismo como acción directa: huelgas contra «la patronal
fascista», como la iniciada por los camareros madrileños en diciembre de 1933,
o paros políticos como los declarados en Madrid, Orense y San Sebastián en
protesta contra la concentración de las Juventudes de Acción Popular en El
Escorial en abril de 1934130. Por estas fechas, las juventudes obreras y radical
socialistas independientes demostraban su antifascismo incendiando iglesias y
combatiendo a puñetazos, pedradas o tiros contra afiliados a Falange,
Comunión Tradicionalista, la Lliga Catalana o la Federación de Jóvenes
Cristianos de Cataluña, en el contexto de una espiral de conflictos que dio al
antifascismo sus primeros mártires y preparó la rebelión de octubre131.
Estas diferencias ralentizaron, pero no impidieron, la convergencia de la
mayor parte de la izquierda en el Frente Popular entre octubre de 1934 yfebrero de 1936. Fue un acercamiento difícil, que tuvo que vencer fuertes
127 Pestaña, «¿Puede venir el fascismo a España?», Sindicalismo, 15 de septiembre de 1933;«¿Fascismo?», La Libertad , 21 de abril de 1933, en PESTAÑA (1974), págs. 644-47 y 709-12. 128 «El fascismo y las dictaduras», Tierra y Libertad , 1 de abril de 1932, reproducido en G ARCÍAOLIVER (1978), pág. 140. 129 “Los intelectuales, contra el hitlerismo”, El Sol y La Voz , 10 de junio de 1933; El Socialista,11 de junio de 1933. Creación del Comité, en La Libertad , El Sol y La Voz , 11 de julio de 1933. 130 JULIÁ (1984), págs. 327-38; HM , 20 y 23 de abril de 1934. 131
HM , 23 de abril de 1934; Luz , 26 de abril de 1934; El Sol , 15 de mayo de 1934; SOUTO (2004), págs. 86-164.
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resistencias y se plasmó en una alianza incompleta –no incluía a la CNT-FAI,
aunque ésta contribuyó de manera decisiva a la victoria de las izquierdas – y
llena de contradicciones132. Pero fue también un proyecto unitario sin
precedentes, que desbordaba el ámbito estrictamente político: como ha
señalado Ricard Vinyes, el frentepopulismo era sólo la punta del iceberg de un
movimiento social amplio y diverso133. Su extensión se vio facilitada por
revistas antifascistas como Octubre, Leviatán y Nueva Cultura, por
asociaciones suprapartidistas como el Frente Antifascista, el citado Comité de
Ayuda a las Víctimas del Fascismo Hitleriano, las Alianzas Obreras o el
Socorro Rojo e, indirectamente, por la represión indiscriminada que promovió el
Gobierno radical-cedista contra las izquierdas y los nacionalistas catalanes y
vascos tras los hechos de octubre134. De una u otra forma, el antifascismo fue
capaz de construir un «campo magnético» que atrajo a grupos inicialmente
reacios a sus propuestas135. Su éxito se explica por su ambigüedad, que le
permitió explicar su época en términos accesibles para amplias capas sociales,
y también por su rentabilidad: en los años 30, antifascismo significaba ante
todo unidad de la izquierda, una causa que nadie, en un momento de auge de
la extrema derecha, podía ignorar sin pagar un alto coste político.
Ángel Duarte ha descrito este movimiento como «una tenue película que se
sobrepone… a la esperanza democrático-popular», y es cierto que el primer
antifascismo español presentaba muchas continuidades con la cultura
tradicional de la izquierda136. En la manifestación «antifascista» que celebraron
en Barcelona el 29 de abril de 1934 el Govern catalán de Companys y sus
aliados en respuesta a la citada concentración de las JAP en El Escorial se
cantaron Els Segadors, La Marsellesa y La Santa Espina y se exhibieron gorros
frigios y pancartas con la efigie de Galán y García Hernández137. En cambio, laconvergencia entre grupos marxistas que comenzó por las mismas fechas se
132 JULIÁ (1979) y (2006), págs. 137-38; posición de la CNT, en C ARO C ANCELA (2013). Cf. GETMAN-ERASO (2008) subraya la influencia del miedo al fascismo en la moderación de la CNT. 133 VINYES (1983), pág. 336. 134 Revistas, en GÓMEZ (2005), págs. 164-93; asociaciones, en BRANCIFORTE (2011), págs. 137-85; represión, en VINYES (1983), págs. 153-54; AZNAR SOLER (1987), págs. 61-62; y BUNK (2007), págs. 61-87.135 BURRIN (1984). 136
DUARTE (1997), pág. 199.137 Luz , 30.4.1934; Heraldo de Madrid , 30 de abril de 1934.
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vio acompañada de transformaciones discursivas y simbólicas, en su mayor
parte de origen extranjero. El apelativo camaradas, de origen soviético y hasta
entonces patrimonio de los comunistas, fue adoptado gradualmente por otras
formaciones, desplazando a otros con más arraigo como ciudadanos,
hermanos y compañeros138. ¡Salud y República! , saludo tradicional en el
republicanismo español desde 1868, se transformó en ¡Salud! , ¡Salud,
camaradas! y, ya durante la Guerra Civil, ¡Salud y antifascismo! 139 El puño
cerrado en alto, saludo de combate importado en España –como en Francia –
de la milicia del KPD alemán, se convirtió en la principal seña de identidad de
los obreros antifascistas140. Prohibido tras la insurrección de Asturias –donde
nació un nuevo símbolo destinado a perdurar, la consigna Unión de Hermanos
Proletarios o U.H.P –, reapareció en la campaña electoral de enero de 1936,
vinculado al relato de duelo que acompañó al triunfo del Frente Popular 141.
La aportación más visible del antifascismo a la cultura de la izquierda
consistió, así, en popularizar señas de identidad comunistas, con su carga de
intransigencia. Pero esta combatividad se encuentra también en A las
barricadas, adaptación de la canción revolucionaria polaca La Varsoviana –
introducida en España por anarquistas alemanes a mediados de 1933 –, que se
convertiría en el himno más popular de la CNT-FAI durante la Guerra142. O en
el lema ¡No pasarán!, extendido por las mismas fechas y que se popularizaría
también a partir del 18 de julio de 1936143. La expresión, recuerdo de la
propaganda francesa durante la Guerra Mundial, fue empleada por el periodista
Luis de Sirval –asesinado por un oficial de la Legión después del octubre
asturiano – para denunciar las primeras manifestaciones falangistas en la
Universidad de Madrid en marzo de 1933144. El republicano gallego Santiago
Casares Quiroga la retomó, a comienzos de 1934, en un mitin celebrado en la
138 SERRANO (1999). 139 NÚÑEZ SEIXAS (2006), pág. 159; El Sol , 30 de enero de 1937; La Vanguardia, 12 de junio de1938. 140 VERGNON (2005). Su difusión en España, en El Socialista, 8 de marzo y 21 de abril de 1934. 141 U.H.P., en G ARCÍA OLIVER (1978), págs. 158-59. La vinculación a Asturias, en El Socialista,26 de enero de 1936 y ABC de 7 de febrero de 1936. Relato de duelo, en TUÑÓN DE L ARA (1985), pág. 327; CRUZ (2006), págs. 70-79 y BUNK (2007), págs. 69-79.142 GUTIÉRREZ MOLINA (2002), pág. 63. La partitura se publicó en el suplemento de Tierra yLibertad , noviembre de 1933. 143
C ARULLA Y C ARULLA (1999), págs. 310-13. 144 La Libertad , 18 de marzo de 1933.
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Plaza Monumental de Barcelona, donde exhortó a los principales grupos
republicanos y socialistas del país a alzarse «contra esas gentes que quieren
implantar el fascismo en España y decirles: No pasaréis.»145
El propósito de plantar cara a lo que las izquierdas consideraban fascismo
explica su unión en el Frente Popular, que ganó los comicios de febrero de
1936 con llamamientos a la amnistía de los revolucionarios presos y consignas
como ¡No pasarán! o Contra la reacción y el fascismo146. La negociación
simbólica que desencadenó el resultado electoral se refleja en la siguiente
crónica sobre la manifestación celebrada por el Front d’Esquerres –versión
catalana del Frente Popular – el 21 de febrero en Barcelona. Los manifestantes,
que portaban «gran número de banderas rojas, otras catalanas y una federal»,
presididas por «una bandera separatista…, descendieron por las Ramblas
cantando Els Segadors y La Internacional y dando vivas al comunismo y a
Cataluña libre y mueras.» Cuando un guardia de Asalto intentó obligarles a
plegar la estelada, el diputado de Esquerra José Antonio Trabal telefoneó al
delegado general de Orden Público y consiguió que éste autorizase su paso. Al
llegar a la plaza de la República –prosigue la crónica –, los manifestantes
levantaron el puño y reanudaron sus cánticos mientras una banda interpretaba
los himnos citados y el de Riego, sancionando la fusión simbólica de los
componentes del antifascismo catalán147.
La «cacofonía» simbólica que dominó las manifestaciones de júbilo por el
éxito electoral puede interpretarse como un signo de las contradicciones de la
coalición, de un conflicto latente sobre su sentido y propósito. Es innegable que
sus integrantes seguían sin compartir algunos símbolos: Martínez Barrio, líder
de Unión Republicana, se negó a devolver el saludo antifascista de su
audiencia durante un mitin celebrado en Sevilla días después de la victoria,señalando que «hay algo más vil que adular a los poderosos, y es entregarse
inerme al pueblo.»148 El nuevo Gobierno, presidido por Azaña hasta mayo y
formado exclusivamente por republicanos, no pudo –o no quiso – resolver estas
diferencias, aunque el Frente Popular siguiese activo en provincias como
145 La Voz , 7 de enero de 1934. 146 CRUZ (2006), pág. 93; C ARULLA Y C ARULLA (1999), págs. 148-55. 147
ABC , 21 de febrero de 1936. 148 ABC , 15 de febrero de 1936.
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Asturias149. Las celebraciones de la primavera dejaron patente la desunión de
la izquierda: en el quinto aniversario del 14 de abril el Gobierno trató de evocar
a la nación republicana de 1931 con desfiles militares, galas musicales y
homenajes a los héroes de Jaca, pero renunció a promover movilizaciones
para evitar desórdenes150. Días después, las milicias socialistas y comunistas
celebraron el Primero de Mayo en las principales ciudades del país desfilando
con sus camisas rojas y azules, vitoreando a Iglesias, Marx, Largo Caballero,
Lenin, Besteiro y Ernst Thälmann y cantando La Internacional y la Joven
Guardia151. Junto al Frente Popular parlamentario existía otro en la calle,
dispuesto a todo para excluir al fascismo de la política española152. Pero la
sublevación militar del 18 de julio derribó las barreras que aún separaban el
antifascismo obrero del republicano.
4. La izquierda en guerra, 1936-1939: ¿una identidad antifascista?
La Guerra Civil dejó una profunda huella en la cultura de la izquierda, por
varios motivos. La rebelión militar hizo realidad el enfrentamiento apocalíptico
que algunos habían anticipado desde 1933: visibilizó un campo fascista y otro
antifascista enfrentados en una lucha a muerte ante la atenta mirada del
mundo. Conforme avanzaba el conflicto, la imagen del fascismo quedó
asociada a la formación del Eje Roma-Berlín-Burgos, a la Carta Colectiva de
los obispos españoles y a experiencias tan novedosas y aterradoras como los
bombardeos aéreos rebeldes sobre Madrid, Guernica o Barcelona153. El
entusiasta apoyo exterior a la República, simbolizado por las Brigadas
Internacionales y otros cuerpos de soldados y cooperantes voluntarios,
convirtió a Madrid en «capital del antifascismo del mundo», contribuyendo amantener la moral de los leales en medio de constantes reveses militares y
149 SHUBERT (1989). 150 CRUZ (2006), págs. 132-35; R ADCLIFF (1997), pág. 318; El Sol , 14 y 15 de abril de 1936.151 CRUZ (2006), págs. 144-58; B ABIANO MORA (2006), 64-65; El Socialista, 2 de mayo de 1936;cartel de Bardasano en C ARULLA Y C ARULLA (1999), pág. 155. 152 «Frente extraparlamentario», en Díaz, discurso en Cinema Europa de Madrid, 26 de junio de
1936, en DÍAZ (1974), pág. 212. 153 C ARULLA Y C ARULLA (1999), págs. 234-41 y 396-97.
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diplomáticos154. En este contexto, la izquierda vivió la guerra como una
epopeya histórica. Como señaló Largo Caballero al presentar su Gobierno de
Unión Nacional , el 1 de octubre de 1936, «al luchar España por su libertad…,
lucha por la libertad de España y por la libertad de Europa.»155
Al mismo tiempo, la sublevación militar y los cambios revolucionarios que
desencadenó en el territorio republicano convirtieron el antifascismo en doctrina
de Estado. Ante el terrible dilema planteado por la rebelión y la movilización
masiva del pueblo, todos los grupos leales –salvo el POUM – optaron por
incorporarse al Gobierno de la República, creando, por primera vez en la
historia, una gran coalición de izquierda que se extendía desde los anarquistas
puros de la FAI hasta los católicos del PNV156. Presentar la guerra como una
lucha antifascista era la mejor manera de justificar una coalición tan
heterogénea en el interior y denunciar la ayuda italiana a los sublevados ante la
opinión internacional157. Como subrayó Montseny a finales de agosto, poco
antes de convertirse en la primera ministra anarquista de la historia, «Ahora no
somos ni socialistas, ni anarquistas, ni comunistas ni republicanos, somos
todos antifascistas...»158 El antifascismo se transformó en la principal fuente de
legitimidad de la República en guerra, de la que todos trataban de erigirse en
padres e intérpretes autorizados159. Las ideas o la condición de antifascista se
convirtieron en la principal carta de ciudadanía en la España leal y la única vía
de acceso a instituciones como el Ejército Popular o los jurados populares160.
Tras el 18 de julio, en suma, el antifascismo dejó de ser un discurso de
protesta para convertirse en un espacio «de gobierno y de lucha al mismo
tiempo.»161 La experiencia del poder exacerbó la rivalidad entre las izquierdas –
la «plaga de siglas» que advirtió Orwell al llegar a Barcelona a finales de 1936 –
y los conflictos internos, especialmente letales en una sociedad militarizada,
154 Expresión de Rafael Alberti en La Defensa de Madrid (1937), documental producido porSocorro Rojo Internacional y la Alianza de Intelectuales Antifascistas, 155 DSC , 1 de octubre de 1936, pág. 15. 156 Véase la bibliografía citada en la nota 2. 157 JULIÁ (2009b), págs. 20-29.158 Montseny, discurso de 31 de agosto de 1936, en Solidaridad Obrera, 2 de septiembre de1936, citado en E ALHAM (2011), pág. 121. 159 GODICHEAU (2011), pág. 25.160 Ejército Popular, en circular del Ministro de Defensa Indalecio Prieto publicada en ABC
(Madrid), 29 de junio de 1937; jurados populares, en S ÁNCHEZ RECIO (1991), pág. 111. 161 G ALLEGO M ARGALEFF (2007), pág. 16.
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pero al mismo tiempo multiplicó los llamamientos a la «unidad antifascista»162.
La CNT-FAI aceptó la necesidad de entrar en el Gobierno, renunciando a su
principal seña de identidad, y cuando salió del mismo tras los hechos de mayo
de 1937 permaneció muda ante el encarcelamiento de miles de militantes
confederales por el nuevo gabinete del socialista Juan Negrín163. El POUM, que
nunca renunció a su proyecto de hacer la guerra al mismo tiempo que la
revolución, sufrió el golpe más duro tras ser procesado por «rebelión» y perder
a Andrés Nin, asesinado en junio por agentes del NKVD soviético164. La
oposición no desapareció, pero dejó de cuestionar el relato antifascista de la
guerra165. La alternativa de la CNT al Gobierno de Negrín consistía en convertir
el Frente Popular en un Frente Popular Antifascista166. Los Amigos de Durruti ,
convencidos de la necesidad de una «segunda revolución», difundieron libelos
clandestinos que acusaban a Negrín y a Comorera de connivencia con…
Franco, Mussolini y Hitler 167. El manifiesto del golpe antinegrinista promovido
en marzo de 1939 por disidentes del PSOE y la CNT bajo la dirección del
coronel Casado se dirigía al «pueblo antifascista»168.
La de la izquierda española entre 1936 y 1939 fue, así, una cultura de
guerra, lo que explica el amplio consenso que suscitó entre los actores políticos
y sociales169. En este clima de union sacrée, la guerra se planteó como una
«lucha de exterminio» que debía librarse con la misma sangre fría que habían
demostrado los jacobinos franceses y los bolcheviques rusos170. Para el
anarquista Eduardo de Guzmán, como para muchos militantes de otras
organizaciones, la revolución consistía ante todo en «la ejecución de los
fascistas», una categoría que incluía al clero, víctima de más de 6.800 de los
cerca de 50.000 asesinatos que provocó la «santa ira popular» de 1936 171. Las
llamadas a la cordura y comportamientos decentes que surgieron en casi todos
162 Conflictos, en AGUILERA (2012); llamamientos a la unidad, en DSC , 2 de octubre de 1937 yC ARULLA Y C ARULLA (1999), págs. 199, 237 y 292-97. 163 C ASANOVA (2006), 155-85; GODICHEAU (2004a), págs. 171 y ss.; G ALLEGO M ARGALEF (2007),pág. 583. 164 GODICHEAU (2004b); VIÑAS (2007), págs. 605 y ss. 165 DROZ (1985), págs. 251-52. 166 GODICHEAU (2011), págs. 27-28. 167 GODICHEAU (2004c), págs. 199-200. 168 El Socialista, 7 de marzo de 1939. 169 GONZÁLEZ C ALLEJA (2008). 170
LEDESMA VERA (2009), págs. 159-92. 171 Guzmán, Madrid rojo y negro (1938), cit. en LEDESMA VERA (2009), págs. 185-86.
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los sectores –el «No los imitéis» de Prieto, el «Paz, piedad y perdón» de
Azaña, los esfuerzos de Ventura Gassol y Companys en Barcelona y Melchor
Rodríguez o Manuel de Irujo en Madrid para salvar presos – no bastaron para
silenciar el clamor en favor de la «justicia revolucionaria»172. Como advirtió el
trentista Joan Peiró antes de ser nombrado ministro de Industria en noviembre
de 1936, «El fascismo está al acecho, y si nosotros no lo destruimos será él
quien nos destruirá sin compasión…»173 Su Gobierno acabó con los asesinatos
incontrolados, encauzando la represión a través de Tribunales Populares que
resolvían el problema de la «delincuencia político-fascista» mediante campos
de trabajo174.
El antifascismo fue, en suma, el cemento que mantuvo unida a la gran
coalición republicana, dando sentido a la guerra y justificando los sacrificios
impuestos por la situación175. Si la alianza logró mantenerse unida, en medio
del desgaste generado por las sucesivas derrotas, fue porque tras el 18 de
julio, como hasta entonces, la fórmula significaba cosas distintas para sus
distintos miembros. Según la mayoría republicana, socialista y comunista,
quería decir ante todo unidad de la izquierda frente a la rebelión: como
señalaba La Libertad a finales de agosto de 1936, «antifascismo» era el
«nexo» que unía a «los núcleos obreristas y republicanos de nuestra política
democrática… hasta hacer de ellos un todo compacto»176. En este sentido,
suponía anteponer la victoria sobre la rebelión y el consenso sobre cualquier
proyecto divisivo, en particular la revolución social. Según los anarquistas,
socialistas de izquierda y militantes del POUM, en cambio, el antifascismo tenía
un «fondo proletario», y la guerra era un episodio más de la lucha de clases.
Para José García Pradas, director de CNT , «ser antifascista equivale a ser
revolucionario» y, nada tenía que ver con «la República democrática» o «losintereses de la pequeña burguesía»177.
172 LEDESMA VERA (2009), págs. 202-09; RUIZ (2012), págs. 173-82. 173 «L’hora del fets», Combat , 18 de julio de 1936, en PEIRÓ (1987), págs. 14-15. Traducciónmía. 174 Discurso de Juan García Oliver (CNT-FAI), ministro de Justicia y creador del sistema decampos de trabajo, 1 de enero de 1937, citado en RUIZ (2009), pág. 424. 175 S ÁNCHEZ RECIO (2004), págs. 123-24.176 La Libertad , 27 de agosto de 1936. 177
«Fondo proletario del antifascismo», CNT , 4 de mayo de 1937, en G ARCÍA PRADAS [1938],27.
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El relato antifascista de la guerra fue, por tanto, compatible con otras
lecturas, tanto de signo revolucionario como de corte nacionalista178. El
presidente Azaña la presentó como una nueva «guerra de invasión», como la
librada por los españoles contra Napoleón entre 1808 y 1814, comparando el
lenguaje antifascista dominante con «la legendaria guerra a los reyes de
1792»179. Este fue también el discurso de viejos intelectuales republicanos
como Antonio Machado, que en 1938 evocó «nuestra primera guerra de la
Independencia» como la lucha de «la España de entonces contra los ejércitos
de Bonaparte y contra el fascio de comienzos de aquella centuria…»; y el de
los comunistas del PCE, que, tras un mes de combates, proclamaron que la
lucha inicial «entre la democracia y el fascismo, entre la reacción y el progreso»
se había transformado «en una guerra santa, en una guerra nacional...»180 Este
nacionalismo étnico, evidente en las alusiones de Montseny, Negrín y otros
dirigentes a la «raza» española, se impuso en la propaganda gubernamental
porque apelaba a símbolos reconocibles para la mayoría de la población
(Sagunto, Numancia, El Cid, los Comuneros, Don Quijote o 1808)181. Pero,
como ha advertido Xosé-Manoel Núñez-Seixas, se distingue del patriotismo
tradicional por su énfasis en una supuesta tradición de resistencia del pueblo
español y su interés por «mitos de resistencia y felonía» como los de
Numancia, Don Julián y Agustina de Aragón182
También en la periferia del campo leal hubo quienes vivieron la guerra como
lucha nacional y antifascista a la vez183. La Generalitat promovió una doble
identificación, con la nación catalana y con la República: en marzo de 1937,
Companys reiteró con emoción el compromiso de Cataluña con la defensa de
178 ÁLVAREZ JUNCO (2004), págs. 643-46; NÚÑEZ SEIXAS (2006), págs. 31-96. 179 «Palabras de aliento y gratitud a los defensores de la República», 23 de julio de 1936;«Discurso en el Ayuntamiento de Valencia», 21 de enero de 1937, La velada en Benicarló (abrilde 1937), en AZAÑA (2008b), págs. 3-5, 19-31 y 59.180 «Los héroes de la primera guerra de la Independencia. Juan Martín El empecinado», enM ACHADO (1983), págs. 197-200; Mundo Obrero, 18 de agosto de 1936, citado en HERNÁNDEZS ÁNCHEZ (2010), pág. 92; cf. ELORZA Y BIZCARRONDO (1999), pág. 305. 181 MONTSENY (1937), pág. 9; Negrín, «Intervención ante el pleno de las Cortes reunido enValencia», 1 de octubre de 1937, en NEGRÍN (2010), pág. 113; V ALERA [1936], pág. 14; ALBORNOZ (1938), pág. 22. 182
NÚÑEZ SEIXAS (2006), págs. 77-87. 183 NÚÑEZ SEIXAS (2008), págs. 29-47.
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Madrid y su «amor» a los madrileños184. Su correligionario Antonio Rovira y
Virgili integró la guerra en la mitología del catalanismo al defender, en
septiembre, que ésta compartía con contiendas anteriores la reacción de los
catalanes contra «los poderes absolutos, opresores, reaccionarios o
totalitarios.» Cataluña había sido siempre «democrática, igualitaria,
progresista y liberal», y rechazado el fascismo «bajo las formas que éste había
adoptado históricamente»: Juan II, Felipe IV, Felipe V o Franco185. Los
seguidores del PNV, en cambio, dieron prioridad a la libertad de Euzkadi:
llegados por accidente al campo antifascista, la suya fue sin duda una cultura
de guerra peculiar, marcada por el nacionalismo étnico, el tradicionalismo, el
catolicismo social y símbolos propios como la ikurriña, el Euzko Gudariak , el
Aberri Eguna y el gudari186. Aunque esto no impidió a sectores minoritarios de
la familia nacionalista, como los vinculados a Acción Nacionalista Vasca y
Solidaridad de Trabajadores Vascos, exaltar a la vez a Euzkadi y a la
República, como hacían sus camaradas de la izquierda187. Severiano Rojo ha
detectado en la prensa antifascista vasca «una mitología propia… de liberación
y salvación» inspirada en mitos vascos, españoles y extranjeros y capaz de
mezclar La Libertad guiando al pueblo con una ikurriña o de comparar la guerra
con la lucha entre Sigfrido y el dragón188.
La prioridad que daban los republicanos a la victoria y el consenso dejó en
un segundo plano el contenido positivo de su nueva identidad, similar –pero no
idéntico – al de las existentes hasta 1936. La España antifascista seguía siendo
el pueblo, que luchaba en el frente y en la retaguardia contra la España negra
de siempre: una amalgama de militares, capitalistas, aristócratas y curas189. Su
lucha era el último de los combates entre progreso y reacción: el Almanaque
antifascista editado por la CNT-FAI en 1937 celebraba efemérides españolasrecientes (fusilamiento de Ferrer, proclamación de la República, victoria del
184 Discurso de Companys durante el Día de Madrid, celebrado en la Plaza Monumental deBarcelona el 8 de marzo de 1937, La Vanguardia, 9 de marzo de 1937. 185 Rovira i Virgili, «La significació del 1714», La Publicitat , 11 de septiembre de 1937,citado en M ARTÍNEZ FIOL (1997), págs. 235-36. Traducción mía. 186 NÚÑEZ SEIXAS (2007). 187 ROJO HERNÁNDEZ (2011), págs. 20-21. 188 Tierra vasca, 11 de abril de 1937, y CNT del Norte, 24 de febrero de 1937, en ROJO
HERNÁNDEZ (2011), págs. 212-13. 189 CRUZ (2006), págs. 318-19.
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Frente Popular) junto a otras de la historia contemporánea mundial (toma de la
Bastilla, nacimiento de Élisée Reclus, Comuna de París, huelga general de
Chicago, asesinato de Jean Jaurès, revolución rusa de febrero; asesinato de
Matteotti…)190. Pero los antifascistas no luchaban por restaurar la República del
14 de abril, sino por crear algo nuevo. La vena utópica de la izquierda
española, evidente entre los anarquistas, se encuentra también entre liberales
como Ossorio y Gallardo, que interpretó la revolución social del verano de 1936
como el comienzo de «una nueva civilización»191. Los comunistas del PCE,
convertidos en «el mejor partido republicano que España había tenido nunca»,
defendieron planteamientos más cautos, en sintonía con la «República
democrática y parlamentaria de nuevo tipo» descrita por su correligionario
Palmiro Togliatti en octubre de 1936192. Más que de avanzar hacia una
República popular como las que surgirían en el bloque soviético tras la II
Guerra Mundial, se trataba de hacer realidad las promesas incumplidas de abril
de 1931: como resumió Largo Caballero al presentar su Gobierno de Unión
Nacional , «Cuando triunfemos, podremos asegurar que es una realidad el
artículo primero de la Constitución, que dice que España es una República de
trabajadores de todas clases.»193 Los Trece Puntos de Negrín, publicados el 1
de mayo de 1938, propugnaban una igualmente vaga «República popular…
que se asiente sobre principios de pura democracia»194.
La identidad de esta izquierda en guerra se refleja en sus brillantes carteles,
que marcaron «un giro copernicano en la imaginería republicana»195.
Elaborados conjuntamente por organismos estatales y u
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