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Breve Resumen Independencia de Brasil
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La independencia del Brasil
El largo periodo de colonización portuguesa comienza a contemplar su fin durante el
auge napoleónico en Europa, que amenazará directamente con invadir Portugal. El
traslado de la corte portuguesa a Brasil supone cambios drásticos en la colonia, no
siendo el menos importante el incipiente surgimiento de un cierto sentido de
independencia con respecto a una metrópoli cuyos problemas se ven muy lejanos. La
existencia de un monarca brasileño se ve como una salida deseada, que en definitiva
servirá como un punto intermedio entre la dominación colonial y la emancipación. El
reinado de don Pedro servirá para sentar las bases de un Brasil independizado, mientras
que en la etapa imperial de Pedro II los cambios afectarán a instituciones tan arraigadas
como la esclavitud, proveedora de mano de obra a mínimo precio para las plantaciones.
Los precedentes
El clima intelectual existente en el Brasil de finales del siglo XVIII estaba caracterizado
por la importante influencia de la Ilustración. El clima de debate intelectual que se vivía
entre la elite brasileña propició la creación de la Academia Científica y de la Sociedade
Litéraria y facilitó la discusión y difusión de las ideas renovadoras procedentes de los
Estados Unidos y de la Revolución Francesa. Pero al igual que ocurrió en las colonias
españolas, sólo algunos grupos reducidos y cultos pudieron acceder directamente a las
fuentes de las nuevas ideas y, por lo tanto, sólo ellos fueron afectados por esta profunda
renovación ideológica. Estos grupos estaban localizados fundamentalmente en Bahía y
Río de Janeiro, que eran los principales centros de poder del Brasil colonial. Pese a sus
aparentes contradicciones, los plantadores bahianos y la burocracia carioca funcionaban
como grupos complementarios, especialmente frente a los intentos de otros sectores
regionales, como el desarrollado en Minas Gerais a la sombra de la expansión de la
minería del oro. Al igual que en la América española, en Brasil se produjeron en los
últimos años del siglo XVIII y principios del XIX una serie de rebeliones, tratadas por
muchos historiadores como precedentes de la independencia, pero que en numerosos
casos tienen una lógica propia sin contactos con la emancipación y muchas veces de un
claro contenido antifiscal. La primera de estas rebeliones es la conocida como
"conspiración mineira" y por su propia condición es la que ha merecido mayor atención
por parte de los estudiosos. La conspiración se produjo en Ouro Preto, un centro minero
en decadencia en la región de Minas Gerais, y fue encabezada por un pequeño grupo de
intelectuales locales y otros provenientes de Sáo Paulo. El movimiento tuvo una clara
influencia de las ideas independentistas provenientes de América del Norte y también
del liberalismo de raíz europea. Entre los líderes de la asonada se encontraban algunos
clérigos, un notorio terrateniente local y dos oficiales de dragones, uno de los cuales era
el famoso Tiradentes. El principal objetivo de los conspiradores, que no llegaban a
veinte, era el establecimiento de una república democrática en Minas Gerais, que
derogaría las restricciones que dificultaban las exportaciones de oro y diamantes,
estimularía la producción manufacturera y condonaría la deuda con Portugal. El golpe
había sido meticulosamente planeado y debería estallar cuando el gobernador anunciara
el cobro de la derrama, un impuesto muy gravoso e impopular. Este hecho nos pone
sobre aviso del contenido antifiscal del movimiento. Los conspiradores contaban con la
existencia de un fuerte sentimiento de rechazo hacia el impuesto entre los sectores
populares, de modo que pensaban incorporar a la causa republicana a los numerosos
descontentos con la política tributaria. Gracias a algunas filtraciones el gobernador pudo
conocer perfectamente lo que se estaba tramando y tras suspender el cobro de la
derrama se dedicó a reprimir a los complotados, que habían hecho gala de una gran
ingenuidad e inexperiencia. Cinco de los principales líderes fueron expulsados a Angola
y el máximo cabecilla, Tiradentes, fue ejecutado, convirtiéndose así en el primer mártir
de la emancipación brasileña. En los años siguientes se produjeron otros conatos de
rebelión, que fueron igualmente frustrados. Esto ocurrió con el movimiento de 1794 en
Río de Janeiro, de marcada influencia ilustrada, o con la "conjura de los sastres" que
tuvo lugar en Bahía en 1798. Este último fue severamente reprimido debido a las
órdenes emanadas de la corte, ya que se temía que entre los esclavos negros y los
mulatos se propagaran las ideas revolucionarias, conduciendo a procesos de una
violencia similar a la desencadenada en Haití. El trágico ejemplo caribeño había
escarmentado a los gobernantes coloniales portugueses y la prueba de que los temores
no eran infundados fue el levantamiento de los esclavos urbanos y rurales, que en 1807
asoló la región de Bahía. Este movimiento fue castigado con numerosas ejecuciones y
una dura represión.
La Corte portuguesa en Brasil
Más allá de la importancia que pudieran tener estos acontecimientos de ámbito local o
regional, lo cierto es que el principal impulso para la emancipación provino de la propia
metrópoli, aunque la gran diferencia con la América española fue que el traslado de la
corte de Portugal al Brasil convirtió a la colonia en el centro de decisión imperial. En
noviembre de 1807 los franceses invadieron Portugal para forzar a las autoridades lusas
a secundar el bloqueo continental contra Gran Bretaña, obligando al regente, Don Juan,
a elegir entre la fidelidad debida a sus tradicionales aliados británicos o la dominación
del país por el ejército galo. Al optar por la primera opción, el regente decidió refugiarse
en Brasil, en compañía de la familia real y de más de 10.000 cortesanos y burócratas. Su
traslado, junto con el de los caudales que llevaba consigo, fue protegido por una
escuadra británica. El 22 de enero de 1808 la corte llegó a Bahía, donde fue recibida con
grandes muestras de alegría popular. Y si bien en ese momento nada lo presagiaba, la
apresurada fuga de Lisboa de la casa de Braganza puso en marcha una serie de fuerzas,
todavía incipientes, que catorce años más tarde provocarían la independencia del Brasil.
Una vez instalada su corte en Río de Janeiro, don Juan se dedicó al desarrollo de un
amplio programa reformista que pretendía cambiar las relaciones coloniales, ya que un
Brasil dependiente y con condición colonial no era lo más adecuado para el desempeño
real. Entre las medidas adoptadas destacaba el reconocimiento del Brasil como la sede
del Imperio portugués y la equiparación entre el status de la metrópoli y el de la colonia.
En 1815 se impuso la denominación de Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve para
el conjunto de los territorios de la corona portuguesa. También tuvo fuertes
repercusiones la sanción de la Carta Regia en enero de 1809 que, aunque de forma
transitoria, abría los puertos de todo el país a las embarcaciones con bandera de los
países aliados, de hecho estaba significando la abolición del clásico monopolio
comercial. De este modo, los comerciantes británicos pudieron aumentar su presencia
en el Brasil y muchas casas comerciales del mismo origen se instalaron en las
principales ciudades y puertos del país. Entre las reformas administrativas destacó la
creación del Consejo de Estado, en Río de Janeiro y de la Suprema Corte de justicia, un
alto tribunal auditor que entendía en cuestiones fiscales. También se fundó un banco, se
introdujo una imprenta, se inauguró una biblioteca real, se crearon facultades de derecho
y de medicina y una academia militar y se comenzó a publicar un periódico. Estos
hechos revalorizaron el papel de las oligarquías locales en el Imperio y condujeron, de
forma irreversible, a la emancipación. El traslado de la corte al Brasil y el gobierno de
Portugal desde la colonia tuvieron consecuencias importantes en la relación colonial, ya
que si bien permitieron el renacimiento de la vida económica, intelectual y científica del
Brasil, para muchos portugueses supusieron una gran postergación en sus aspiraciones
de progreso. Las apetencias de la esposa de don Juan y hermana de Fernando VII, la
infanta Carlota Joaquina, por el trono español la llevaron a intervenir en algunos sucesos
internos de las colonias hispanas, especialmente en el vecino virreinato del Río de la
Plata. Los deseos expansionistas del Brasil también se manifestaron en 1816, con la
invasión de la Banda Oriental, en ese momento integrada en las Provincias Unidas del
Río de la Plata y, especialmente, en 1821, con la creación del Estado Cisplatino. En
1825, Juan Antonio de Lavalleja, al mando de los "treinta y tres orientales" encabezó un
levantamiento armado cuyo principal objetivo era la expulsión de los portugueses de la
Banda Oriental. Tras la guerra entre Brasil y Argentina, de tres años de duración, la
República Oriental del Uruguay emergió como un nuevo estado independiente, que en
el futuro debería luchar por mantener una posición equidistante al margen del influjo de
unos y de otros. El paso de los años consolidó la presencia de la corte, y la de los
cortesanos, en Brasil, creando una red de intereses que dificultaban su regreso a
Portugal, aún cuando ya habían desaparecido las causas que habían condicionado su
traslado a América. Fueron numerosos los miembros de la corte, especialmente los más
poderosos, los que se convirtieron en propietarios en Brasil, bien por la vía de la
adquisición de tierras o bien por alianzas matrimoniales con ricas herederas locales, que
a su vez buscaban ennoblecerse rápidamente con esas transacciones tan particulares. Un
caso significativo fue el del conde de Barca, que hasta su muerte, ocurrida en 1817,
había sido ministro de Estado y había adquirido extensas posesiones ganaderas en Rio
Grande do Sul y se dedicó exitosamente a la exportación de cueros.
La apertura económica
El establecimiento de la corte portuguesa en Río de Janeiro facilitó la presencia de
comerciantes británicos en el Brasil. En 1810, don Juan firmó un tratado comercial con
Gran Bretaña que abría a los comerciantes de ese origen los puertos y mercados
brasileños, pero que al mismo tiempo tenía cláusulas discriminatorias para los
mercaderes portugueses. Si la Carta Regia de 1808 permitió el comercio a las naciones
amigas, estableciendo un derecho de importación del 24 por ciento, el tratado de 1810
impuso unos aranceles para los británicos del 15 por ciento, mientras que los que debían
pagar los portugueses eran un punto mayor. En 1816 se acabó con la discriminación y se
igualaron los aranceles que debían pagar unos y otros. La liberalización del comercio y
la abolición del monopolio condujeron a una mayor apertura de la economía y
estimularon los intercambios con el exterior. Una de las principales consecuencias de
esta apertura fue el cambio de signo en la balanza comercial, dado el mayor crecimiento
de las exportaciones, que seguían basadas en el azúcar y el algodón. Mientras las
importaciones pasaron de 4.000 "contos de reis" en 1812 a 19.700 "contos" en 1822, las
exportaciones lo hicieron de 2.500 contos a 22.500. Si bien no hay dudas acerca del
crecimiento de los intercambios, es necesario aclarar que la devaluación de la moneda
de oro fue uno de los motivos del crecimiento de las cifras en "contos de reis", y que por
lo tanto sería necesario deflactarlas. La devaluación de la moneda no debe ser vista
como algo totalmente negativo para la economía brasileña, ya que mejoraba la
competitividad de sus exportaciones. Pero al mismo tiempo aumentaba los precios de
las importaciones pagadas en moneda local, afectando de este modo a los consumidores.
Así y todo las importaciones de manufacturas europeas aumentaron considerablemente,
gracias a la liberalización del comercio y al carácter litoral de los principales centros
económicos brasileños. Las manufacturas locales, ubicadas por lo general en una
estrecha franja costera, no se pudieron beneficiar de los efectos proteccionistas que las
enormes distancias, los accidentes geográficos y la falta de infraestructura concedían a
los territorios del antiguo imperio español. Tras la declaración de la independencia, en
1822, la presencia británica en Brasil se hizo más intensa, con casi cien casas
comerciales instaladas: sesenta en Río de Janeiro, veinte en Bahía y dieciséis en
Pernambuco. En Londres se organizaron cuatro sociedades anónimas para invertir en la
minería, aunque no tuvieron éxito porque muy pronto fueron afectadas por la crisis
bursátil de 1825. En 1824 y 1825 Brasil negoció dos empréstitos por un valor de
3.200.000 libras esterlinas con bancos ingleses. Los fondos recaudados se destinarían a
liquidar viejas deudas y a compensar monetariamente a Portugal por la pérdida de sus
colonias. La fortaleza del comercio exterior brasileño le permitió al país seguir pagando
puntualmente los intereses de su deuda externa en 1828, cuando tras la crisis de 1825,
las restantes repúblicas latinoamericanas habían suspendido los pagos a los banqueros
británicos.
El Grito de Ipiranga
Las tensiones surgidas a ambos lados del Atlántico obligarían a tomar rápidas
decisiones. En Pernambuco, tras el estallido de una rebelión en 1817, surgió una
república independiente que fue nuevamente sometida al poder central tras tres meses
de dura represión. En Portugal, después de la partida de los franceses, el gobierno
recayó en un regente que era sumamente impopular entre el pueblo por sus métodos
despóticos. En este clima se produjo, en 1820, una revolución liberal, que convocó a las
Cortes y reivindicó el regreso de Juan VI a Lisboa (el otrora regente reinaba con ese
nombre tras la muerte, en 1816, de María I). En abril de 1821, y dada la gravedad de los
acontecimientos, el rey regresó a Europa, no sin antes nombrar a su hijo y heredero de
veinticuatro años, don Pedro, como regente para los asuntos brasileños. El retorno de
Juan VI y de sus 3.000 acompañantes a Portugal, llevándose los caudales brasileños,
agravó la ya delicada situación de la Hacienda colonial, dado que las arcas del Banco de
Brasil fueron literalmente saqueadas. Al igual que en el resto de América Latina, los
principales ingresos del Tesoro Público fueron las rentas aduaneras, incrementadas
considerablemente a consecuencia de la mayor apertura del Brasil a los mercados
internacionales y del aumento de las importaciones de productos europeos. En enero de
1821 se había convocado en Portugal a las Cortes, con el principal objetivo de
promulgar una Constitución. Una parte importante de los brasileños se mostró favorable
a participar en el proceso constitucionalista por las ventajas que pensaban podría
aportarles un texto escrito, aunque muy pronto el desánimo fue la nota dominante, dado
que los acontecimientos en la metrópoli siguieron un signo totalmente contrario a sus
intereses. Al igual que sus colegas españoles, los diputados liberales portugueses
tendieron a reforzar los lazos coloniales en lugar de favorecer un status de mayor
autonomía. Los mismos diputados exigían plena obediencia a las directrices
metropolitanas y ordenaron el retorno del regente a Portugal. Tras un breve sueño de
centralidad, los brasileños despertaron para volver a ser nuevamente colonia; habían
dejado de ser parte de la metrópoli para depender de ella de un modo total y absoluto.
Ante los intentos portugueses de aumentar la dominación, los brasileños convirtieron al
regente en el símbolo de la unidad del país y su figura se transformó en un elemento
aglutinador para las oligarquías bahiana, carioca, paulista y mineira, que lo presionaron
para que no abandonara el Brasil. El papel jugado por las oligarquías regionales fue
determinante a la hora de abortar a los movimientos centrífugos y separatistas y
garantizó la continuidad administrativa del país, de modo que al limitarse los
enfrentamientos armados se evitó el estallido de una guerra civil, que hubiera tenido un
elevado costo para el gobierno brasileño. La ausencia de graves y prolongados
enfrentamientos internos fue una de las causas de la prosperidad brasileña en las
décadas centrales del siglo XIX. El 7 de septiembre de 1822 se produjo el célebre grito
de Ipiranga ("La independencia o la muerte"), que de hecho significaba la
independencia del Brasil, y a partir de allí los acontecimientos se aceleraron a una
velocidad vertiginosa. El 12 de octubre don Pedro fue proclamado emperador
constitucional y el 1 de diciembre fue coronado. Con la ayuda de lord Cochrane,
anteriormente al servicio de la armada chilena, se expulsó del país a las guarniciones
portuguesas de Bahía, Marañón y Pará, que se oponían a la independencia. A fines de
1823 el proceso emancipador ya estaba consolidado, después de que se expulsara a las
últimas tropas acantonadas en Río de Janeiro y tras sofocarse la rebelión de las tropas
portuguesas que ocupaban Montevideo.
Fuente bibliográfica: http://www.artehistoria.jcyl.es
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