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La pesca Poema

Gaspar Núñez de Arce - I - ¡Cuántas veces sentado en tu ribera, ¡oh mar! como si oyera la abrumadora voz de lo infinito, ha despertado en la conciencia mía

honda melancolía, tu atronador, tu interminable grito! - II - Todo enmudece y cae en el misterio: el poderoso imperio que la tierra asoló con sus batallas; hasta los dioses que de polo á polo temidos son; tú sólo sientes rodar los siglos, y no callas.

- III - No callas, y hasta el alto firmamento sube tu ronco acento, y cuando revolviéndote en ti mismo ruges furioso, en tus entrañas late el horror del combate que empeña el huracán con el abismo. - IV - Sólo alcanza poder tan soberano, el pensamiento humano como tú grande, como tú profundo,

que alzando sin cesar su voz de trueno, forja en su ardiente seno las glorias y catástrofes del mundo. - V - ¡Ay si decir pudieras cuanto sabes!... ¿Qué hiciste de las naves con que surcó tu inmensidad, la aciaga y trágica ambición¿Adónde han ido? Como el mortal olvido tu oscuro fondo hasta el recuerdo traga.

-7 - VI - Todo perece en ti sin dejar huella: el barco que se estrella contra el peñón, la armada que devoras, los continentes que iracundo invades, las sordas tempestades que avanzan en tus olas bramadoras. - VII - La tierra, en cuyo seno te reclinas,

mantiene en pie las ruinas que las ciegas catástrofes dejaron. Tú, con desdén soberbio, las rechazas: por ti pueblos y razas como sombras efímeras pasaron. - VIII - El furor de los tiempos, que venciste, sólo tu voz resiste: tu acento fue, como clamor de guerra, el que la humanidad oyó primero,

¡ay! y será el postrero que en su agonía escuchará la tierra. -8 - IX - Pero más, mucho más que cuando inmolas y abismas en tus olas la insolencia del fuerte á quien humillas, mi espíritu conturbas y enajenas con las tristes escenas que esparcen el terror en tus orillas.

- X - No lejos de un peñón agrio y salvaje que con recio oleaje el cantábrico mar bate y socava, al través de los árboles blanquea casi ignorada aldea, sobre la costa inabordable y brava. - XI - Mirando al mar, de frente al Océano, que sacudiendo en vano la roca estéril sin cesar se agita,

el horizonte corta y se alza enhiesta sobre la calva cresta del picacho granítico, una ermita. -9 - XII - ¡Con qué placer la gente pescadora, que al despuntar la aurora por entre escollos á la mar se lanza, del sol poniente al último vislumbre, ve lucir en la cumbre

aquel faro de amor y de esperanza! - XIII - Cuando, salvo de innúmeros azares, torna á los patrios lares el marinero audaz ¡con qué alegría, con qué ferviente fe, descalzo y roto, corre á colgar su voto en aquel pobre templo de María! - XIV - ¡María! que del piélago y del alma

las tempestades calma; que recoge en sus brazos y consuela al náufrago del mar y de la vida. Bálsamo á toda herida, puerto á toda aflicción. Maris stella! -10 - XV - Desde el peñón desnudo y solitario que el blanco santuario con su apacible majestad abruma,

contempla por do quiera la mirada la costa acantilada donde se estrella con fragor la espuma. - XVI - Y al dilatarse por el mar, divisa en la línea indecisa do se juntan las nubes y las olas, raudo vapor, que con la crin al viento, acelera el momento de arribar á las costas españolas.

- XVII - Luego, á medida que la luz desmaya, con rumbo hacia la playa cuyos contornos borra la neblina, se ven llegar las pescadoras naves, como tímidas aves que al nido vuelven, cuando el sol declina. -11 - XVIII - El faro, al descender la noche oscura, en la empinada altura

de negro promontorio centellea, y su destello intermitente oscila, cual la roja pupila de un Titán, que en las sombras parpadea. - XIX - Están, desde la cúspide del monte, el mar y el horizonte a la absorta mirada siempre abiertos, y al otro lado, en la vertiente opuesta de la escarpada cuesta,

reclinado el lugar entre sus huertos. - XX - Silvestres hayas y robustos pinos de los cerros vecinos orlan y ciñen la brumosa frente, por cuyas quiebras rueda y se desata, como líquida plata, el sonoro raudal de alguna fuente. -12 - XXI -

Y allí, donde de pronto se despliega la pintoresca vega, siguiendo los contornos desiguales de la verde montaña, resguardado por el peñón tajado de recios y furiosos vendavales; - XXII - bajo el amparo de la Iglesia santa, sobre la cual levanta sencilla cruz sus brazos redentores,

sin que la sed de la ambición le aflija, humilde se cobija aquel pueblo de honrados pescadores. - XXIII - Por entre los repliegues de una loma, rústico albergue asoma al margen de un arroyo cristalino, cuyo limpio caudal, abriendo calle por el fondo del valle, mueve después las piedras de un molino.

-13 - XXIV - Fresca arboleda en sus orillas crece, y cuando el viento mece con leve impulso sus tupidas frondas, parece, reflejándose en el río, que el ramaje sombrío en el espacio tiembla y en las ondas. - XXV - junto al arroyo que lamiendo pasa

las tapias de la casa, un joven pescador de piel curtida por el viento del mar, áspero y rudo, iba nudo por nudo recorriendo su red, al sol tendida, - XXVI - para coger los puntos de la malla, que en su postrer batalla rompió, saltando el pez, vencido y preso en la jornada del pasado día,

cuando la red crujía de la copiosa pesca bajo el peso. -14 - XXVII - Agraciada mujer, viva y morena, en la ingrata faena le acompañaba, y con secreto gozo, a menudo, ligera como el rayo, mirándole al soslayo orgullosa pensaba: -¡Es un buen mozo!

- XXVIII - y él, al fijarse, de impaciencia lleno, en el redondo seno que el ceñido jubón reprime y tapa, suspendiendo de pronto su trabajo, decía por lo bajo con aire vencedor: -¡ Es que eres guapa! - XXIX - Entonces, dibujándose indecisa en sus labios la risa, contemplábase, muda de embeleso,

la dichosa pareja enamorada, y era aquella mirada una promesa, una caricia, un beso. -15 - XXX - Los dos nacieron para amarse. Es Rosa, como su nombre, hermosa: arde en sus ojos del placer la llama. Su fresca boca, que al halago brinda, es dulce cual la guinda

que el pájaro voraz pica en la rama. - XXXI - No tiene la blancura de la nieve, que se deshace en breve: negros sus ojos son, negro el cabello. Competir en su rostro parecía la noche con el día; pero ¿acaso el crepúsculo no es bello? - XXXII - Cayó en las redes de su amor cautivo

Miguel, el más activo y arriesgado patrón de aquella playa, que ágil en el timón, fuerte en el remo, en el peligro extremo ni tiembla, ni se aturde, ni desmaya. -16 - XXXIII - Adiestrado en el ímprobo ejercicio de su penoso oficio, por la abierta camisa muestra el pecho de fuerte y musculosa contextura,

no a la molicie impura, sino a las fieras tempestades hecho. - XXXIV - Bajo su tosca y natural corteza oculta la nobleza de un corazón resuelto, pero sano. Tan sólo Rosa conquistó la palma de someter un alma, que no logró domar el Océano.

- XXXV - Santificó su paz y su ventura la bendición del cura. Tres meses hace que al sagrado lazo la ya vencida voluntad rindieron, tres meses, que se dieron el primer beso y el primer abrazo. -17 - XXXVI - Nunca vio la cantábrica montaña, honor y prez de España,

dos almas en sus gustos más unidas, ni con tan casto ardor el himeneo en un mismo deseo fundió dos corazones y dos vidas. - XXXVII - En su hogar deslizábanse veloces las horas y los goces. Ignoraba los usos cortesanos su amor tan inocente como vivo: pero el beso furtivo,

la franca lisa, el apretón de manos, - XXXVIII - el íntimo y verboso cuchicheo, semejante al gorjeo de alegres aves, el falaz desvío de que mimada joven alardea, sólo el tiempo que emplea en decir su amador: -Dulce bien mío! -18 - XXXIX -

la voz, el gesto, la expresión, el modo de contemplarse, todo trastornaba sus almas, pues ¿qué idioma por inculto que sea y por grosero, para el amor sincero no es tierno como arrullo de paloma? - XL - Juntos en deleitable compañía trabajan a porfía repasando la red, y tan molesta

como pesada operación sazona la burla retozona, la aguda chanza o la atrevida fiesta. - XLI - Reconcentrados en su amor profundo ¿qué les importa el mundo? Los sueños de ambición dan al olvido. A su cariño sin temor se entregan y juegan como juegan los pájaros incautos en su nido.

-19 - XLII - No lejos, en el término de un prado donde manso ganado con la hierba otoñal su gula aplaca, la madre de Miguel, limpia y risueña, tranquilamente ordeña las llenas ubres de fecunda vaca. - XLIII - Con frecuencia, a hurtadillas, clava en ellos tan jóvenes, tan bellos

y tan rendidos a su mutuo encanto, los dulces ojos, que la edad apaga, y por sus labios vaga leve sonrisa, tierna como el llanto. - XLIV - ¡Con qué inefable paz la pobre vieja, a quien tan sólo deja vanas memorias la cansada vida, con qué intenso y profundo regocijo siente y ve en aquel hijo

reverdecer su juventud perdida! -20 - XLV - Él la hace recordar tiempos mejores, con sus castos amores, sus ansias, sus placeres y congojas. Es como tronco roto, que aún resiste, y el mes de mayo viste de nuevas ramas y de nuevas hojas. - XLVI -

Fijose en ella embebecido el mozo, y desbordando el gozo que en sus plácidos ojos centellea, dijo, llamando la atención de Rosa: -Mírala qué hacendosa y entretenida está. ¡Bendita, sea!- - XLVII - -¿Qué puede apetecer¡Nos ve felices! Rosa exclamó: -Bien dices-, respondiola Miguel: -¡Quieran los cielos

para colmar la dicha de esa anciana, concederle mañana inocentes y hermosos netezuelos!- -21 - XLVIII - La joven, con el seno palpitante, mostrando en su semblante el vívido color de la amapola, al cuello se colgó de su marido, y murmuró a su oído

una tímida frase ¡una tan sola! - XLVIX - Mas de poder tan penetrante y hondo, que removió hasta el fondo el alma de Miguel, como la ardiente lumbre del sol que las campiñas dora, hace, germinadora, estallar en el surco la simiente. - L - -¡Madre! ¡madre! -gritó falto de aliento;

y pronta al llamamiento con creciente ansiedad la anciana vino. -¿Qué es esto-preguntó sobresaltada. -¿Qué es esto¡Pues es nada!- contéstole Miguel fuera de tino. -22 - LI - -¡Qué avanza mi ventura a toda vela! ¡Qué vas a ser abuela! ¡Qué mis sueños de amor alcanzo y toco!- Y hablaba cada vez menos tranquilo,

levantándola en vilo locuaz y descompuesto como un loco. - LII - Por fin la anciana desasirse pudo del apretado nudo, y no vuelta del pasmo todavía, haciendo a Rosa malicioso guiño, con maternal cariño, -¡Ah bobo! -prorrumpió- ¡si lo sabía!

- LIII - Y no cabiendo el júbilo en su pecho, en íntimo, en estrecho, en entrañable abrazo confundidos, mezclaron sus sencillos corazones, anhelos, ilusiones, lágrimas, esperanzas y latidos. -23 - LIV - Como de la fortuna en el marco, se anticipa el deseo

con sus alas de rosa al bien distante, Miguel dijo soñando: -Si no muda el tiempo, y Dios me ayuda, la pesca del atún será abundante. - LV - Se la consagro al niño, y con su importe, a Castro... ¡no! a la corte iré enseguida, y si en las tiendas hallo cosa de gusto, volcaré el bolsillo, y le traeré un hatillo

de príncipe... ¡y un sable!... ¡y un caballo!- - LVI - Y añadió enternecido, sonriendo: -¡Si casi le estoy viendo con su carita colorada y fresca, y sus gracias alegres y sencillas, sentarse en mis rodillas rara escuchar los lances de la pesca! -24 - LVII - ¡Verás cómo retoza por la playa

cuando a buscarme vaya! Y cuando se acostumbre, al lado mío, al olor del carbón y de la brea, ¡verás cómo gatea por los palos y jarcias de un navío! - LVIII - Será -siguió diciendo satisfecho-, un mozo de provecho más resistente y firme que una entena. Iremos juntos, y se hará a mis mañas.

-¡Hijo de mis entrañas!- Rosa le interrumpió con susto y pena. - LIX - ¡Él, expuesto al peligro de los mares!... ¿No bastan los pesares que me afligen por ti¡Vaya un empeño! No lograrás vencerme, te lo digo, harto sufro contigo sin que nueva inquietud me robe el sueño.- -25

- LX - -¡Bravo! -exclamó Miguel: ¡ Famosa ideal Pues ¿qué quieres que sea?- Y mirándole Rosa con ternura, -¡Cura! -le respondió- ¡Cómo! -repuso el pescador confuso, -¡y un mozo tan cabal ha de ser cura!- - LXI - -¡Sí, sí! Para que ruegue noche y día a la Virgen María-,

respondió con tiernísimo arrebato, -por cuantos mueren en la mar traidora, por la infeliz que llora su mísera viudez... y por ti ¡ingrato! - LXII - -Pues no me harás cejar. -Ni a mí tampoco, -Vayamos poco a poco- dijo, cortando la incipiente riña la madre de Miguel. -Pues yo no paso por que apuréis el caso

sin contar con el huésped. ¿Y si es niña?- -26 - LXIII - Quedose el pescador mudo y perplejo: arrugó el entrecejo contrariado tal vez; pero de pronto, á compás de ruidosa carcajada prorrumpió: -¡Nada, nada, madre tiene razón! ¡Es que soy tonto!... - LXIV -

-Si es niña, ya sabéis, no la recibo, aun cuando sea el vivo retrato de mi adusta morenita-. Y con franca efusión abrazó a Rosa, que entre esquiva y gozosa dijo, evitando sus cariños: ¡Quita! - LXV - ¿Quién ve tanta ventura indiferente? ¡Santa y perenne fuente del amor paternal, que en nuestro anhelo

en misteriosas ondas repartida, para endulzar la vida y templar nuestra sed, bajas del cielo! -27 - LXVI - ¡Sentimiento purísimo del alma, que turbas nuestra calma, y con ritmo jamás interrumpido despiertas los estímulos que duermen, haces vibrar el germen, subir la savia y palpitar el nido!

- LXVII - A tu voz la inmortal naturaleza suspende la fiereza del oso huraño y del león hirsuto, y tu fuego vivaz que do quier arde, ímpetu da al cobarde, vigor al débil y razón al bruto. - LXVIII - Todo, sujeto a inexorable norma, se muda, se trasforma,

y en este inmenso impenetrable abismo que la infinita variedad encierra, tan sólo tú, en la tierra, en el cielo y el mar, eres el mismo. -28 - LXIX - Pero ¡oh suerte importuna! En el momento de su mayor contento, asomando al través de los maizales que encubren la vereda del molino,

un marinero vino a turbar sus ensueños paternales. - LXX - Era Roberto, amigo y camarada de Miguel. Alma honrada que a su pesar apasionado culto consagra a Rosa; amor inofensivo. pero punzante y vivo, en lo más hondo de su pecho oculto. - LXXI -

-¿Ya vienes a buscarmeEs muy temprano.- Con tono afable y llano dijo al verle Miguel. -Bien se conoce que tienes -contestó- la paz en casa, y que el reló se atrasa para quien vive a gusto. ¡Son las doce! -29 - LXXII - ¿A qué esperamos, puesEl tiempo es bueno, el cielo está sereno

y el mar tranquilo y manso. Con que puedes calcular el aguante de tu malla, pues hoy, o todo falla, van con la pesca a reventar las redes. - LXXIII - ¡No es lícito a los pobres el regalo!... El año ha sido malo...- -Cierto -Miguel repuso-, y necesito no perder la ocasión, porque mi esposa...- Iba a hablar; pero Rosa

dijo, abrazando al imprudente: -¡Chito!- - LXXIV - -Si mi franqueza tu disgusto labra, no diré una palabra, contestole Miguel. Mientras Roberto rendido al golpe de su ardiente pena, contemplaba la escena, lívido y silencioso como un muerto. -30 - LXXV - Quien en lo oscuro de su pecho esconda

la herida viva y honda que sangra sin cesar, de un desdichado amor, y tenga para más tortura, el sueño de ventura que nunca logrará, siempre a su lado; - LXXVI - quien de los celos pertinaces sienta la mordedura hambrienta, y finja, indiferente o satisfecho, ver su imposible bien en otros brazos,

mientras quiere a pedazos el corazón saltársele del pecho; - LXXVII - quien amando en silencio hasta el delirio no tenga en su martirio ni aun el triste consuelo de la queja, podrá tan sólo comprender el fiero pesar del marinero, ante el placer de la gentil pareja. -31

- LXXVIII - Miguel de pronto profirió: -¡Al avío! con desenvuelto brío la fuerte red plegando. Diligente, y según su costumbre cariñosa, iba a ayudarle Rosa cuando él le dijo amedrentado: -¡ Tente! - LXXIX - ¡Por Dios! ¿Qué vas a hacerPues bueno fuera que un esfuerzo cualquiera...

¡No me des qué sentir! Y a más, te aviso, que hoy la felicidad me presta aliento. ¡Hasta capaz me siento de cargar con la barca, si es preciso!- - LXXX - Entre risas, y plácemes y fiestas Miguel echose a cuestas la recogida red, diciendo: -¡Vaya! Nada hacemos aquí. -Y él y Roberto, en íntimo concierto

tomaron el sendero de la playa. -32 - LXXXI - Marchaba el ágil mozo con presteza, volviendo la cabeza a cada instante hacia su linar cercano, desde donde en señal de despedida, la joven conmovida le mandaba sus besos con la mano. - LXXXII - Y hasta que casi al fin de la jornada,

su prenda idolatrada se internó en las revueltas del camino, no apartó, con dulcísima porfía, del rumbo que él seguía, ni el corazón ni el rostro peregrino, - LXXXIII - viendo, no sin nublársela el semblante, cada vez más distante al dueño de su vida y de su casa; que la ausencia en amor, aun la más breve.

cual nubecilla leve, oscurece los cielos mientras pasa. -33 - LXXXIV - -¡Ah! ¿cómo no quererle si es tan bueno!...- dijo, oprimiendo el seno maternal, con tan blando y dulce nudo, que, de la dicha de su hogar ufana, la enternecida anciana contener una lágrima no pudo.

- LXXXV - En tanto, los alegres marineros perdiéronse ligeros tras un peñón que hacia la senda avanza, y al fin de cuya estrecha cortadura la indómita llanura del vasto mar a descubrir se alcanza. - LXXXVI - Desde allí se divisan de repente, su grandeza imponente,

su augusta calma o su furor sublime, y con su regia majestad a solas, óyese de sus olas la voz tonante que amenaza o gime. -34 - LXXXVII - En coloquio jovial entretenidos van, de la mano asidos, hacia donde a merced de la marea que su ancha curva en las arenas raya, cual reina de la playa

la barca de Miguel se balancea. - LXXXVIII - ¡Qué es verla, al separarse de la orilla, con atrevida quilla surcar graciosa el líquido elemento, y mar afuera, inquieta y juguetona, tender la blanca lona a las caricias pérfidas del viento! - LXXXIX - ¡Qué es ver cómo al peligro se aventura,

cuando la sombra oscura se precipita sobre el mar de Atlante! Y cuando viento duro el golfo riza, ¡qué es ver cuál se desliza por la espalda ondulosa del gigante! -35 - XC - Nunca el riesgo imprevisto la acobarda, y hiende tan gallarda la inmensidad del piélago bravío,

que no deja tras sí, rápida y suave, ni aun la huella que un ave, rozando con el ala, abre en el río. - XCI - El noble pecho de Miguel se ensancha ante la airosa lancha que su fortuna y su ambición encierra, y le presta solícito el cuidado con que el bravo soldado mima y atiende a su corcel de guerra.

- XCII - Un mancebo, que estaba de atalaya, gritó a los de la playa: -¡El patrón!- Y animosa la cuadrilla a la dura jornada se dispuso. Sólo absorto y confuso un pescador permaneció en la orilla, -36 - XCIII - Sentado en un montón de húmeda arena,

extraño a la faena ocultaba su rostro entre las manos, mostrando sólo en su actitud doliente la ancha y curtida frente orlada a trechos de cabellos canos. - XCIV - Cual no maduro fruto, que la helada malogra, su hija amada cayó marchita al soplo de la muerte, y se le sale, sin sentir, del pecho

el corazón deshecho, en las acerbas lágrimas que vierte. - XCV - Quien ha sufrido la mortal congoja que, sin piedad, deshoja como agostada flor nuestra ventura en ese instante de terrible prueba, en que voraz se lleva parte de nuestro ser, la sepultura: -37

- XCVI - cuando con lenta gradación se apaga la luz dudosa y vaga que colora la faz del moribundo, ¡ay! y a medida que en sus ojos crece la sombra, nos parece que va cayendo en lobreguez el mundo; - XCVII - cuando vencidos en estéril lucha, nuestra impotencia escucha el tremendo estertor de la agonía,

y con angustia alborotada y loca posamos nuestra boca sobre otra boca descompuesta y fría, - XCVIII - casi cerrada en su letal reposo al ritmo fatigoso que el pecho cadavérico le presta, y que ya de la muerte bajo el peso, ni al anhelante beso, ni al tierno abrazo. ni a la voz contesta;

-38 - XCIX - cuando aun tibios los míseros despojos, vemos con turbios ojos toda nuestra ilusión desvanecida, y en medio del pesar que nos destroza, sentimos cuál se goza traidor recuerdo en enconar la herida; - C - cuando envuelto en su fúnebre mortaja,

negra y medrosa caja el bien amado para siempre encierra, y siente el corazón despavorido el ruido, el sordo ruido que hace al cubrir el féretro la tierra: - CI - ¡ay! quien tenga grabada en su memoria esa trágica historia, sin cesar repetida y siempre nueva, verá, evocando su dolor pasado,

el dardo envenenado que el triste padre en sus entrañas lleva. -39 - CII - Al verle presa de aflicción tan viva, con frase compasiva le interrogó Miguel franco y abierto. Alzó el viejo la faz desencajada, y con voz desmayada, -¿No sabes-sollozó- ¡mi Juana ha muerto!-

- CIII - El sentimiento concentrado es mudo, mientras un choque rudo no sacude el marasmo que le embota, porque entonces el ansia comprimida, como por ancha herida la hirviente sangre, atropellada brota. - CIV - Y cuando el corazón rompe su valla, en el dolor que estalla se mezclan y amalgaman con espanto,

como fundidos por el mismo fuego, la imprecación y el ruego, y el gemido, y la cólera, y el llanto. -40 - CV - Tal la voz de Miguel, blanda y serena, exasperó la pena que al tosco anciano le apretaba el cuello, y exaltándose al cabo poco a poco, con la rabia de un loco

maldiciendo y mesándose el cabello, - CVI - -¡ay!- de pronto exclamó con ceño adusto:- ¡Mentira! Dios no es justo cuando se goza en aumentar mi cuita. Tienen en buena paz muchos bribones tierras, barcos, millones... ¡yo, una pobre muchacha... y me la quita! - CVII - ¿Qué mal hacía la infeliz doncella?

¿Cómo vivir sin ella?...- Y se apagó la voz en su garganta. -Mas sin justicia ni razón me quejo-, gimió el honrado viejo: -¡No nació para el mundo! ¡Era una santa!- -41 - CVIII - Miguel, tendiendo al afligido anciano la encallecida mano, -vuelve a casa- le dijo- y llora y reza

junto a la amada prenda que perdiste. -¡No!- contestole el triste moviendo gravemente la cabeza. - CIX - -Aunque me falta el sol de la alegría, conservo todavía, gracias a Dios, mi voluntad de hierro. ¿Por qué te he de mentir, si eres mi amigo? Saldré a la mar contigo. ¡Necesito el jornal para su entierro!

- CX - Quiero comprarle, si tenemos suerte, las galas de la muerte: una cruz, un sudario y una palma. Guardó breve silencio el desdichado y luego desolado clamó con bronco acento. -¡Hija del alma!- -42 - CXI - Su misma voz, que reprimir no pudo, como puñal agudo

clavósele en el pecho, y tan activa creció en su corazón la angustia fiera, cual la insaciable hoguera, que cuanto más devora, más se aviva. - CXII - Enternecido ante infortunio tanto, y conteniendo el llanto Miguel le respondió: -Tu pobre Juana tendrá lo que tu anhelo solicita: la humilde cruz bendita,

la palma virgen y el sayal de lana. - CXIII - Pero vuelve a tu hogar, porque no quiero que un bravo compañero a su propio tormento contribuya. No serás, si te niegas, buen amigo, y atiende a lo que digo: hoy pesco para ti. ¡Mi parte es tuya!- -43 - CXIV -

Cayó, cual dulce bálsamo, la oferta sobre la herida abierta del triste anciano, y mitigó su duelo llanto reparador, tranquilo y suave. Siempre para quien sabe sentir, la gratitud es un consuelo. - CXV - - ¡Que Dios te colme de mercedes, hijo!- con blando acento dijo, las lágrimas secando en su mejilla.

Miguel para ocultar su sentimiento, ligero como el viento a la barca saltó desde la orilla. - CXVI - Toda su gente al tráfago dispuesta, con ansia manifiesta esperaba no más la voz de mando. Diola el patrón; y con vigor supremo, el resistente remo en las arenas de la playa hincando,

-44 - CXVII - puso a flote la lancha embarrancada, que lenta y sosegada siguió después por la canal angosta, única vía, franca y descubierta, entre la barra incierta y las tajadas peñas de la costa. - CXVIII - La roca, a modo de ciclópeo muro,

inabordable, oscuro, desde la playa misma se adelanta, hasta la punta del siniestro Cabo do el mar potente y bravo con sorda intermitencia se quebranta. - CXIX - Varias cruces sencillas de madera, en pavorosa hilera resaltan del peñón de trecho en trecho, señalando en el áspero arrecife,

el sitio en que un esquife quedó, a los golpes de la mar, deshecho. -45 - CXX - Recuerda cada cruz alguna escena de horror y espanto llena. Más de un pobre marino halló su fosa, entre el medroso y formidable estruendo de la borrasca, oyendo penetrantes ayes de su esposa.

- CXXI - Donde la punta del peñón termina, por mísera y mezquina pudiérase decir que el mar desdeña, aunque a veces su presa lo disputa, una abrigada gruta labrada por las olas en la peña. - CXXII - Gratas para las lanchas pescadoras las apacibles horas trascurren sin sentir. Con los reflejos

de la luz que en las aguas reverbera, el mar, como si fuera de inflamado metal, brilla a lo lejos, -46 - CXXIII - Miguel desde la popa de su barca, con la mirada abarca el golfo en que indolente se aventura. Está a sus pies sumiso y reposado como león cansado,

y la atmósfera azul, diáfana y pura. - CXXIV - Lánguida brisa, replegando el ala, mansamente resbala sin conmover el piélago sereno, semejante al aliento tibio y leve, que apenas alza y mueve de una virgen dormida el casto seno. - CXXV - El barco, al apartarse de la playa,

rápidamente raya las claras ondas con su blanca estela, y al avanzar con suave balanceo, parece que el deseo va impaciente sirviéndole de vela. -47 - CXXVI - Del tiempo, más que del trabajo, avara, la gente se prepara, el remo suelta, y su esperanza funda en la corriente azul del Océano,

como el dolor humano, amarga, sí, pero también fecunda. - CXXVII - Tres veces por el ámbito marino con provechoso tino tiende la fuerte red, y las tres veces al recogerla, abrillantó su trama, la refulgente escama que en vívido montón lucen los peces.

- CXXVIII - -¡Te lo anuncié, Miguel! Ya ves si acierto.- Dice alegre Roberto, mientras que sujetando por la agalla con diligente mano desenreda, al pez, que preso queda en los hilos nudosos de la malla. -48 - CXXIX - Y con aire triunfal alzando a pulso un sollo, que convulso

entre sus férreos dedos se torcía, regocijado exclama: -¡Brava presa! No se pone en la mesa del rey, cosa mejor. ¡Este es gran día!- - CXXX - El sol empieza a declinar. La gente a medida que siente su ganancia crecer, redobla el celo, y sin cejar un punto en su tarea, quién en la red se emplea,

quién, sentado en la borda, echa un anzuelo, - CXXXI - quién al enorme pez, que agonizante, colea, en un instante con implacable actividad remata; y de la pesca el acre olor parece que alienta y fortalece al marinero en su existencia ingrata. -49 - CXXXII -

A poco, tenue y vaporoso velo fue enturbiando del cielo la limpia claridad. Oscura nube desde el confín remoto se avecina, sorbiendo la neblina que de las ondas impalpable sube. - CXXXIII - A medida que llega va aumentando: el mar plácido y blando por momentos se encrespa y alborota.

Estremécese el viento, antes dormido, y hacia el agreste nido tiende el medroso vuelo la gaviota. - CXXXIV - De improviso una racha fugitiva del oleaje aviva el ímpetu naciente. Las espesas nubes marchan en giro apresurado, y al fin rompe el nublado en gota, tan escasas como gruesas.

-50 - CXXXV - ¡Hum! -exclama frunciendo el entrecejo un pescador ya viejo. -¡El tiempo muda, la borrasca avanza!- Y otro añade después: -Se aguó la fiesta! ¡Ah, cobardes! -contesta Miguel en tono de amistosa chanza: - CXXXVI - -¿Os asusta una nube de verano?- -¡Sí! -responde el anciano.

¡La galerna está encima! -No discuto- le interrumpe el patrón. -Mas Juana ha muerto, y yo no vuelvo al puerto si no llevo a su padre para el luto.- - CXXXVII - Y la pesca siguió con mayor brío, sin que del mar bravío la sorda turbación los contuviera. Pues ¿quién fuerza al lebrel cuando en la pista la ansiada res avista,

a pararse en mitad de su carrera? -51 - CXXXVIII - Mas de golpe la lluvia se desata cual rauda catarata; el huracán sus ráfagas sacude como un corcel la crin; al llamamiento del alterado viento, la ola, bramando de furor, acude. - CXXXIX -

Y se empeña otra vez con recio embate, el eterno combate que presencian los siglos confundidos, en que después de trágicos horrores, los fieros gladiadores ceden cansados, pero no vencidos. - CXL - Quédase muda de estupor la gente. Negra, inmensa, rugiente rueda la tempestad: con ciego empuje

cual fogoso bridón que se desboca, la ola adelanta, choca contra la barca, se revuelve y ruge. -52 - CXLI - ¡Hola! -grita Miguel- ¡Cortad la cuerda, aunque la red se pierda! Aun habrá tiempo de llegar al faro. ¡Ánimo, chicos! y forzad los remos, que pronto arribaremos.

¡La santa Virgen nos dará su amparo! - CXLII - El endeble timón Miguel aferra y a la cercana tierra dirige el rumbo como buen marino, mientras la gente, ante el peligro absorta, con ágil remo corta la indócil ola, abriéndose camino. - CXLIII - Estimulado por la voz del trueno,

el mar su turbio sello con resonante convulsión agita; cual irritada fiera el lomo enarca y hacia la frágil barca sus gigantescas olas precipita. -53 - CXLIV - A merced de la mar arrolladora, la lancha pescadora los golpes sufre, pero no desmaya. Y los vecinos del lugar, en tanto,

vuelan llenos de espanto, en confuso tropel hacia la playa. - CXLV - Mozos, ancianos, niños y mujeres, imploran por los seres que amenaza el furor del mar sombrío, y ardientes quejas, alteradas voces revueltas y veloces, pueblan el aire en ronco griterío.

- CXLVI - Luego el tropel desordenado y vario invade el santuario que la escarpada cúspide corona, donde al pie del altar, una y cien veces con dolorosas preces, pide auxilio a su célica Patrona. -54 - CXLVII - Joven esposa sus cabellos mesa, otra, en silencio besa

desesperada a un párvulo inocente, un débil niño en su pueril despecho, golpeándose el pecho, en el polvo del templo hunde su frente - CXLVIII - otro ofrece a la Virgen con devoto fervor, sencillo voto; y del concurso general, movido por el temor, la angustia y el deseo, el alto clamoreo,

¡ay! más que una oración, es un gemido. - CXLIX - En el lugar más arduo de la costa, hacia la boca angosta del canal, siempre al marinero aciaga, bulle otra multitud, dando a los vientos, sus ayes y lamentos, que el recio son del temporal apaga. - CL - Pintándose en su faz el extravío,

por medio del gentío, la madre de Miguel, como una sombra, se mueve, sin cesar. Corre, pregunta, reza, las manos junta, y al hijo amado, inconsolable nombra. - CLI - Rosa trémula y muda la acompaña; copioso llanto baña sus claros ojos que oscurece el duelo. Tiene el lívido rostro de una muerta,

y la razón cubierta de tormentosas nubes como el cielo. - CLII - Todos enternecidos la abren paso. ¿Conocerán acaso la noticia fatalLa incertidumbre de Rosa, surge a tan horrible idea, y con terror pasea su vista por la absorta muchedumbre. -56

- CLIII - Aquel silencio lúgubre la mata. Frenética, insensata a una amiga se acerca: -¿Dónde, dónde está Miguel¡Ten lástima! -solloza. La sorprendida moza mírala estupefacta, y no responde. - CLIV - -¡Ha muerto! -añade acongojada- ¡Ha muerto!- Pero un marino experto en los trances del mar, compadecido

de la atroz inquietud que la enajena, para templar su pena dícele con amor: -¡Cobra el sentido! - CLV - ¿A qué viene apurarse de esa suerte? ¿Qué sacas con ponerte en el último extremoCuando tarda la barca en presentarse, conjeturo que ya en lugar seguro, tan sólo el fin del temporal aguarda.

-57 - CLVI - ¡Ea! Enjuga tus lágrimas: no llores, porque riesgos mayores ha vencido Miguel, que es tan resuelto.- -Mas ¿le viste volver-pregunta Rosa turbada y anhelosa, y le contesta el pescador: -No ha vuelto.- - CLVII - Entonces trepa a la escarpada cima,

al borde se aproxima del saliente peñón, como una idiota, y expuesta a peligroso paroxismo, avanza hacia el abismo la descompuesta faz, que el viento azota. - CLVIII - En medio del pesar que la anonada, la atónita mirada hunde en la inmensidad, y es su porfía tan profunda y tenaz, que si pudiera,

la mar rebelde y fiera con sus ávidos ojos sorbería. -58 - CLIX - ¡Ay! ¡si lograse traspasar la bruma!... ¡Si entre la blanca espuma viese al mortal por quien suspira y ruega!... Cuando divisa un barco en lontananza, renace su esperanza y clama, llena de ansiedad: -¡Ya llega!-

- CLX - ¡Estéril impaciencia! ¡Vano empeño! ¿En dónde está su dueño que no acude a su voz¿Por qué no viene? Su amante madre la acaricia y calma. ¡Compadeced al alma que da consuelos ¡ay! ¡y no los tiene! - CLXI - Allá en la playa un grupo generoso, sin tregua ni reposo

anuda cuerdas y apareja un bote, sometido al mandato soberano de respetado anciano, mezcla de marinero y sacerdote. -59 - CLXII - Viril arrojo en sus pupilas arde sin ostentoso alarde, y aunque a los años la cerviz inclina, presta vigor a su cabeza cana la fortaleza humana,

templada al fuego de la fe divina. - CLXIII - Al cabo por la estrecha cortadura, luchando a la ventura con el viento y las olas, impelida por la borrasca hacia el difícil paso, en donde puede acaso quedar a salvo o perecer hundida, - CLXIV - entre el fragor que por momentos crece,

intrépida aparece la barca de Miguel; pero ¡en qué estado! Cual gladiador que tras inútil prueba huye vencido, lleva cien heridas de muerte en su costado. -60 - CLXV - Resistiendo la cólera salvaje del soberbio oleaje, la gente fuerzas del peligro cobra;

y aunque la lancha, como leve pluma, entre montes de espuma parece a cada instante que zozobra, - CLXVI - cien veces con impávido heroísmo, resurte del abismo obediente a la mano que la guía. Ninguna voz en su interior se escucha, que el riesgo de la lucha tiene una majestad muda y sombría.

- CLXVII - ¡Oh! ¡van a perecer! -¿Queréis seguirme? Con voz entera y firme pregunta el cura. -¡Á vuestro amor apelo! Arrancaremos a la mar su presa y si en tan santa empresa morimos, ¿qué es morir¡Ganar el cielo!- -62 - CLXVIII - El religioso impulso que le mueve

su aliento dobla, leve cual fornido mancebo, al bote salta. El peligro conoce y no le esquiva: pues ¿a quién, si arde viva la fe en su pecho, el ánimo le falta? - CLXIX - Todos se aprestan a seguir su suerte, que aquel combate a muerte de generosa emulación los llena. ¡Oh humanidad, tan pronta al sacrificio,

podrá mancharte el vicio y ofuscarte el error; pero eres buena! - CLXX - El bote listo ya, con seis remeros hábiles y ligeros, abrirse paso hacia el canal ensaya. ¡Vana ilusión! ¡La mar embravecida, con fuerte sacudida pedazos hecho le arrojó a la playa. -62

- CLXXI - -¡Señor! Tus altos juicios no escudriño llorando como un niño, gimió en su angustia el viejo venerable. -Pero no hay tiempo que perder. ¡Subamos hijos! Tal vez podamos desde el mismo peñón echar un cable.- - CLXXII - Respondiendo a su voz, según costumbre, a la empinada cumbre el grupo asciende, y con empeño lanza

el recio cabo a la corriente ciega; mas ¡ay! que nunca llega al náufrago batel. ¡No hay esperanza! - CLXXIII - ¡No hay esperanza! El cura consternado increpa al mar airado. Sin freno alguno que su empuje venza, la tempestad incontrastable brama. Y el noble anciano exclama: -¡Hijos míos! ¡Yo acabo, y Dios comienza!-

-63 - CLXXIV - ¡No hay esperanza! Y la barquilla aun flota desgobernada y rota. Aun los pobres remeros, más audaces cuanto más la borrasca se acrecienta, lidian con la tormenta desesperados, sí, pero tenaces. - CLXXV - ¿Dónde tender la salvadora amarra?

¿Cómo cruzar la barra que el paso cierra del canal estrecho, si ya tiene la barca pescadora, quebrantada la prora, el casco hendido y el timón deshecho? - CLXXVI - El avariento mar la presa ansía. ¡Ya es suya! Todavía, resistiendo en los frágiles despojos del roto barco, en su ansiedad suprema,

la gente rema, rema, rema, y nublan las lágrimas sus ojos. -64 - CLXXVII - ¿Qué busca¿Adónde va¿Por qué se afana Su resistencia es vana. ¡Ay! la esperanza al corazón se aferra en los casos adversos e infelices, aun más que las raíces a las duras entrañas de la tierra.

- CLXXVIII - -¡Juan, lárgame una estacha!- grita el bravo Miguel-, y por un cabo átala pronto y bien, que si consigo con el otro nadar hasta la orilla, podrá nuestra barquilla en la gruta del faro hallar abrigo-. - CLXXIX - Dobló la frente oscurecida y grave. ¿En qué pensaba¿Cabe dudarlo un puntoEn el edén perdido,

en su infeliz mujer, en el risueño ángel, que vio en un sueño, huérfano ¡ay triste! aun antes de nacido. -65 - CLXXX - -¡Eh!- contéstale Juan: -¡Ahí va la estacha!- Miguel el hombro agacha para esquivar el golpe; mas Roberto, asiéndola en el aire de improviso, prorrumpe: -No es preciso:

yo llegaré a la costa, vivo o muerto-. - CLXXXI - La pasión que alimenta su ternura, y en él, como la pura lámpara de un altar, arde escondida, le inspiró, en su postrera llamarada, ofrecer a su amada no sólo el corazón, sino la vida. - CLXXXII - De su mojado traje se desnuda,

y a su cintura anuda la retorcida cuerda. Intenta en vano resistirse Miguel en son de queja, y se obstina, y forceja, y arráncarsela quiere de la mano. -66 - CLXXXIII - -¡Quita!- Roberto exclama: -¡Si en un credo ganar la costa puedo! ¡Es inútil que chilles: no te escucho!

Esto sería asesinar a Rosa.- Y con voz temblorosa dice, saltando al mar: -¡Quiérela mucho! - CLXXXIV - Hacia el negro peñón el rumbo guía, y sin temor confía a sus robustos brazos su defensa. Mas de repente, en turbio remolino, a trastornarle vino ola veloz, arrolladora, inmensa.

- CLXXXV - Sobre su frente con estruendo estalla, y en desigual batalla le revuelca, le arrastra y le sofoca. Desaparece el desdichado, juega la onda con él, y ciega le estrella al fin contra la enorme roca. -67 - CLXXXVI - Ante aquel espectáculo de muerte, desencajada, inerte,

de pie sobre la mole de granito que sacude la mar tempestuosa, lanzó de pronto Rosa un grito aterrador. ¡Qué horrible grito! - CLXXXVII - El ¡ay! desgarrador, como una espada, de quien no espera nada; ¡ay! que del corazón en lo más hondo, las heces amarguísimas remueve del cáliz en que bebe

la humanidad, para el dolor sin fondo. - CLXXXVIII - Cual mies que cede al ímpetu del viento, convulsa, sin aliento, levantando sus manos, ya inactivas, la humilde multitud se postra en tierra, y con fervor que aterra eleva a Dios sus preces aflictivas. -68 - CLXXXIX -

¡Oh momento solemne! Austero y triste la majestad reviste de su augusta misión el sacro anciano, y humedeciendo el llanto sus mejillas, se dobla de rodillas ante la inmensidad del Océano. - CXC - Su mano extiende trémula y cansada, levanta la mirada a la celeste bóveda, testigo

mudo de tanto horror, y con acento parecido a un lamento: ¡Hijos! -grita- ¡Os absuelvo y os bendigo!- - CXCI - ¿Qué vio después la multitudVer pudo el cielo siempre mudo, desierto el mar, la barca destruida, y una hermosa mujer, rígida y yerta, lo mismo que una muerta, en el estéril peñascal tendida.

-69 - CXCII - Un año ha trascurrido. La alta cumbre con su postrera lumbre baña fúlgido sol desde el ocaso, y en hora tal de paz y de misterio, al santo cementerio una débil mujer dirige el paso. - CXCIII - ¡Cuán sola está, cuán pobre, cuán cambiada!

Rosa fragante, ajada en mitad de su alegre primavera, bajo el vivaz recuerdo que la excita, aquella flor marchita ni sombra es ya de lo que entonces fuera! - CXCIV - Abraza y besa con febril cariño, a un escuálido niño nacido entre miserias y trabajos. El hatillo de príncipe, que un día

soñó la fantasía del infeliz Miguel, era de andrajos. -70 - CXCV - Recrudeciendo el duelo que la enerva, entre la fresca hierba dos fosas busca, se prosterna y ora. Y cobrando calor de un seno amante, el desvalido infante sus manecitas mueve, y también llora.

- CXCVI - ¡Ay! ¿Podrá ser que el leño de la selva a engalanarse vuelva? ¿Renovará sus cánticos el ave que dejó la borrasca, herida y muda? ¿La infortunada viuda olvidará algún día¡Dios lo sabe! - CXCVII - Todo lo gasta y borra el tiempo ingrato: el ardiente arrebato del amor, la ilusión que se deshoja,

la fe que espira, el gozo y el tormento: que el hondo pensamiento, como el mar, sus cadáveres arroja. -71 - CXCVIII - Mas cuando alguno en nuestra mente queda, cuando tenaz se enreda al débil corazón, y en él dilata su raíz, como hiedra trepadora, entonces nos devora,

porque el triste recuerdo, o muere o mata.

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