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Revista de Historia, Patrimonio, Arqueología y Antropología Americana Año 2020, No. 2, Enero-Junio (139-154) ISSN: En trámite
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Simbolismo, semiótica y etnografía para entender la cultura organizacional:
una mirada constructivista en gestión
Symbolism, semiotics and ethnography to understand organizational culture: a
constructivist view in management
Andrés Abad1
1Facultad de Ciencias Administrativas, Escuela Politécnica Nacional, Quito, Ecuador (andres.abad@epn.edu.ec)
ORCID 0000-0001-8834-0218
Recibido: 10 septiembre 2019; Aceptado: 28 octubre 2019; Publicado: 10 enero 2020
Resumen
Este documento reflexiona sobre los aspectos relacionados con la cultura organizacional que se observa de una
manera que trasciende la hegemonía funcionalista en la gestión o administración. Se proponen aspectos teóricos
semióticos y simbólicos que permiten entender la cultura organizacional como una red de significados
compartidos, y el espacio organizacional como un lugar de circulación de estos significados. Se describe el modelo
simbólico de la cultura organizacional de acuerdo con Mary J. Hatch, al cual se agrega el componente de las
subjetividades de los miembros de la organización. De la misma manera, se explica sobre la etnografía enfocada
como una metodología adecuada para la descripción profunda de la cultura organizacional considerando nuevos
enfoques epistemológicos.
Palabras clave: gestión, cultura organizacional, simbolismo organizacional, semiótica, etnografía.
Abstract
This document reflects on the aspects related to the organizational culture that is looked at in a way that
transcends functionalist hegemony in management or administration. Semiotic and symbolic theoretical aspects
are proposed that allow to understand the organizational culture as a web of shared meanings, and the
organizational space as a place of circulation of these meanings. The symbolic model of organizational culture is
described, according to Mary J. Hatch, to which the component of the subjectivities of the members of the
organization is added. In the same way, it is explained about focused ethnography as an adequate methodology
for deep description of the organizational culture considering new epistemological approaches.
Key words: management, organizational culture, organizational symbolism, semiotics, ethnography.
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INTRODUCCIÓN
El ser humano es esencialmente simbólico, lo que constituye la esencia de su hominidad. Esta capacidad de
elaborar símbolos ha permitido la existencia del lenguaje, vehículo transmisor de la cultura. En suma, la
naturaleza simbólica y semiótica del ser humano crea el entorno que es socialmente construido. Y una de estas
construcciones es la organización. Esta concepción epistemológica aproxima la administración o gestión con la
ciencia antropológica, especialmente con los estudios sobre antropología simbólica e interpretativa que ha sido
abordada por Geertz (1988).
El constructivismo de las teorías simbólico e interpretativas miran la cultura de la organización como una creación
humana en la que se puede hablar de “significados compartidos”, “cultura común” y “cosmovisión compartida”.
Por tanto, cuando se asume que la organización “es una cultura” y no que “tiene una cultura”, significa que es
construida como un aspecto de interactividad humana, esto es “desde dentro”, en suma: cómo los individuos, –
antropológicamente hablando– construyen su cultura en el ámbito organizacional a lo largo del tiempo, con base
en la interacción de sus miembros; de esta manera se robustece la cultura entendida como una trama de
significados compartidos exenta de fácil manipulación por el gerencialismo hegemónico en administración
(Aguirre Baztán, 2004, pp. 166-167).
La idea de los significados compartidos implica una noción semiótica y simbólica de la cultura, que es la premisa
que se desarrolla en este artículo, y que considera a la cultura organizacional como una “metáfora raíz”, y de
ninguna manera como una “variable”. La cultura desde el concepto semiótico se entiende como “sistemas en
interacción de signos interpretables (que, ignorando las acepciones provinciales, yo llamaría símbolos) […] la
cultura es un contexto dentro del cual pueden describirse todos los fenómenos de manera inteligible, es decir,
densa” (Geertz, 1988, p. 27).
Solo con la clarificación del concepto de cultura organizacional, con la multiplicidad de las vertientes que la
estudian, es factible iniciar una travesía teórica para una mejor comprensión de los fenómenos organizacionales.
La mirada metafórica de la organización como si fuera una cultura exige profundizar sobre este último concepto
polisémico, e invita a ahondar en una reflexión sustantiva más allá de los reduccionismos que sostienen las
teorías funcionalistas y racionalistas de la administración, obsesionadas por encontrar las relaciones entre la
cultura y el desempeño, y centradas en la “productividad empresarial” –con la eficiencia y la eficacia como
medio–, enfoques estos que proclaman la supremacía del mercado por sobre la visión humanista.
En tal sentido, es posible recuperar la subjetividad y la visión humanista en el entorno laboral por intermedio de
la etnografía de enfoque que registra los discursos ubicados al margen, tales como los microrrelatos
autobiográficos y que forman parte del conglomerado llamado cultural organizacional en una perspectiva
simbólica y constructivista, esto es, no positivista.
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LA NOCIÓN SIMBÓLICA Y SEMIÓTICA DE LA CULTURA ORGANIZACIONAL
Esta noción semiótica y amplia de la cultura organizacional, no positivista e influenciada por la ciencia
antropológica, ha sido analizada por autores como: Aguirre Baztán (La cultura de las organizaciones, 2004),
Aktouf (El simbolismo y la cultura organizacional, 2002), Alvesson (Understanding Organizational Culture,
2002a), De Freitas (A questão do imaginário e a fronteira entre a cultura organizacional e a psicanálise, 1999),
Hatch (The Dynamics of Organizational Culture, 1993), Jelinek, Smirchich y Hirsch (A Code of Many Colors, 1983),
Martin (Organizational Culture: mapping the terrain, 2002), Pettigrew (On Studying Organizational Cultures,
1979) y Schein (Organizational Culture and Leadership, 2004); desde cuyas referencias teóricas se configura el
derrotero semiótico del presente trabajo, como una alternativa de comprensión sobre lo cultural-organizacional,
más allá de la mirada funcionalista.
Inicialmente, la teoría de los signos fue llamada semiología por Sausurre (1945), pero luego se impuso el nombre
de semiótica como precepto científico que estudia los signos en el seno de la vida social (Zecchetto, 2002). De
manera paralela a Sausurre (1945), el filósofo Pierce (apud Zecchetto 2002) estableció en la semiótica el concepto
semiosis como proceso de significación donde participan tres elementos en un contexto social y cultural
específico: signo, interpretante y objeto. En este sentido, la semiótica se presenta como una manera de ver la
realidad y cómo las cosas se transforman en signos y portan significados; el signo en su definición clásica se
refiere a aliquid stat pro aliquo (algo en lugar de otra) y “aparece así su dimensión relacional: un objeto presente
se relaciona con otro que está ausente” (Zecchetto, 2002, pp. 10-67).
Sausurre (1945) estudió el signo como un fenómeno binario, llamado diádico, en el que se distinguen dos
aspectos: la forma de la expresión y la forma de contenido, significante y significado, como una dicotomía entre
un plano sensible y material, y otro conceptual e inmaterial. Pierce, en contraste, estableció un modelo tríadico
que se produce en el proceso de la semiosis, cuyos elementos han sido señalados por Zecchetto (2002, pág. 71):
el representamen, que funciona como signo, habitualmente en lugar de otra cosa; el interpretante que “es la
idea del representamen en la mente del que percibe el signo, o sea, es un efecto mental causado por el signo”;
y el objeto como lo que se refiere el representamen, que puede tratarse de ideas o relaciones.
El símbolo es un caso especial de signo, a veces se consideran sinónimos; Todorov (1981) se refiere a que la
naturaleza del signo es su arbitrariedad en sus contenidos semióticos, mientras que en los símbolos está implícita
la idea de una motivación en estos contenidos; así, el símbolo se constituiría en una especie de signo con
resonancia, es decir, un signo con mayor densidad. Por tanto, se considera al símbolo como de carácter
inagotable; y de carácter claro y unívoco, al signo. En el símbolo “la asociación puede, en efecto, prolongarse de
manera indefinida, contrariamente al carácter cerrado de la relación significante-significado” de los aspectos del
signo (Todorov, 1981, p. 17).
Es tan tremendo el peso que asignamos aquí al término “símbolo” que nuestro primer paso debería ser,
enunciar con cierta precisión lo que entendemos por él. Y esta no es una tarea fácil pues, como el
término “cultura”, la palabra “símbolo” se utilizó para designar una gran variedad de cosas, con
frecuencia muchas al mismo tiempo. […]. En otros casos, empero, se usa el término para designar
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cualquier objeto, acto, hecho, cualidad o relación que sirva como vehículo de una concepción –la
concepción es el “significado” del símbolo–, y ese es el sentido que seguiré aquí. (Geertz, 1988, p. 90)
De manera similar, los símbolos en la cultura, para Cohen (1969 apud Pettigrew, 1979), “son objetos, actos,
relaciones o construcciones lingüísticas que representan ambiguamente una multiplicidad de sentidos, evocan
emociones e inducen al hombre a la acción”. Con esta lógica, es necesario apropiarse de una definición de
cultura, aplicada a la organización, que contemple la trama de significados que dan sentido a la misma; para el
efecto, es pertinente apropiarse de la definición propuesta por Geertz (1988), quien puso énfasis en la línea
simbólico-interpretativa.
La polisemia del término cultura presenta un abanico de definiciones desde lo holístico, donde todo es
manifestación cultural, hasta lo restringido que enfatiza un solo componente cultural, por tanto es una promesa
del tipo “todo o nada”, y se advierte que el término dentro de la teoría organizacional ha sido como dice Frassa
(2011, p. 77): “una categoría ‘residual’ o ‘cubo de basura’ en la que se incluían aquellos aspectos que quedaban
‘por fuera’ de las clásicas dimensiones del análisis organizacional (económica, productiva, de gestión y control,
etc.)”.
El estudio de la cultura se la hace desde varios prismas, conforme sea el planteamiento de las distintas escuelas
antropológicas, tales como el estructuralismo, el funcionalismo, el materialismo cultural, la ecología cultural, el
simbolismo, entre otros. Harris (2000) se ha referido, de manera peyorativa, que en las visiones posmodernas
los antropólogos están preocupados más por los impedimentos epistemológicos que en la objetividad de
explicaciones culturales. De todas maneras, admite el autor, esta postura ha significado el ejercicio de poner en
duda las grandes narrativas.
El estudio de la categoría científica cultura fue privilegio exclusivo de la antropología, aunque actualmente es
utilizada esta categoría en el área científico-social organizacional, con una mirada amplia del objeto estudiado.
Los estudios culturales consideran la cultura:
sin las ataduras disciplinarias y no desde una mirada objetivante de la misma, sino desde la necesidad
de entenderla desde dimensiones políticas, zonas fronterizas, como un campo de posibilidades, de
transformaciones epistemológicas, pensando desde las propias realidades concretas, incorporando
para ello aportes inter, trans, y anti-disciplinarios. (Guerrero Arias, 2010, p. 111)
Las investigaciones en el ámbito simbólico, con la idea de metáfora raíz, ofrecen un entendimiento más amplio
para desentrañar el funcionamiento de las organizaciones y del comportamiento de sus directivos. En el
desarrollo de esta línea teórica es pertinente reproducir el concepto simbólico de cultura tal como lo apunta
Geertz (1988, p. 20):
El concepto de cultura que propugno (…) es esencialmente un concepto semiótico. Creyendo con Max
Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, considero
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que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la misma ha de ser, por tanto, no una ciencia
experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones. Lo que busco
es la explicación, interpretando expresiones sociales que son enigmáticas en su superficie. Pero
semejante pronunciamiento, que contiene toda una doctrina en una cláusula, exige en sí mismo una
explicación.
Claudio Esteva (en Aguirre Baztán, 2004) ofrece un concepto complementario al formulado por Geertz, por la
manera particular de entender la realidad, lo que ayudaría a abordar el concepto de cultura organizacional como
un modo de pensar organizado, donde los individuos se encargan de producir actividades sociales coherentes,
materiales e inmateriales.
La perspectiva simbólica ha ganado terreno en los estudios organizacionales, y el concepto de cultura
organizacional no encuentra consensos. Igualmente, desde las diversas miradas de los estudios organizacionales
hay diversas maneras de entender la realidad cultural, bien sea como una entidad objetiva o bien socialmente
construida. Estas miradas han enmarcado la popularidad del uso de las metáforas para entender las
organizaciones, que permiten delinear una faceta distinta de la complejidad organizacional (Cooper, 1989;
Morgan, 1990; Smircich, 1983). Una metáfora no puede abarcar toda la complejidad del fenómeno, por ello se
aborda la realidad organizacional desde diferentes metáforas simultáneamente que, a su vez, dan lugar a
diversas preguntas de investigación y metodologías científicas particulares para su estudio.
EL MODELO SIMBÓLICO DE HATCH SOBRE CULTURA ORGANIZACIONAL
La cultura organizacional, centrada en lo simbólico y semiótico, aparece sobre la base de los estudios de los
antropólogos y de la plataforma sentada por Schein (2004) que señala que existen en “tres capas”,
metafóricamente representadas como un iceberg: los artefactos (visibles), los valores (visibles parcialmente) y
las presunciones básicas (invisibles). Esta mirada constructivista y no positivista, llamada también “mirada
clínica”, considera a la organización como si fuera en realidad una cultura, en el sentido abordado en las
metáforas de Morgan (1990), y no como si solo tuviera una cultura
La propuesta de Schein (2004) se complementa con la de Hatch (1993), que incluye el papel de los símbolos en
su modelo dinámico, cuyo aporte, si bien intenta dar un giro a la lógica de la hegemonía funcionalista de la
organización, no explicita en sus textos cuáles son las características sustanciales que superan la visión
modernista dentro de su análisis.
Ante el cúmulo de definiciones posibles sobre cultura organizacional se acoge la definición de Aguirre Baztán
(2004, p. 159) como el “conjunto de elementos interactivos fundamentales generados y compartidos por los
miembros de una organización al tratar de conseguir la misión que da sentido a su existencia”. Lo que se destaca
en la definición es la relación existente entre los miembros, que son parte de una totalidad, que a su vez permite
el surgimiento de una serie de significados compartidos que se transmiten a los otros.
Estos elementos interactivos fundamentales –sostiene Baztán (2004)– son precisamente las presunciones básicas
desarrolladas por Schein (2004), e incluyen también las creencias, que son la esencia misma de la cultura, y se
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diferencian de los valores y de los artefactos, que son niveles más superficiales de la cultura de la organización.
Estas presunciones, que comparten los miembros de la organización, operan de una manera inconsciente
relacionadas con la visión que esta construye sobre sí misma.
De acuerdo con nuestro posicionamiento, las “presunciones básicas” vendrían dadas por la etnohistoria
(fundador, identidad, estrategia, misión, etc.) y por las “creencias” (religión, ideología, mitos, filosofía,
etc.). La “etnohistoria” proporcionaría el “yo organizacional” y las “creencias” constituirían la
“cosmovisión interpretativa” […]. La “etnohistoria” es la conciencia biográfica e histórica de identidad
siendo las creencias un “mundo interpretativo” de la realidad. Identidad y cosmovisión, etnohistoria y
creencias, forman el “núcleo profundo” de la cultura organizacional que promueve el líder. (Aguirre
Baztán, 2004, p. 161)
Entretanto, se precisa hacer una revisión conceptual para deconstruir la cultura organizacional con objeto de
comprender cómo funcionan las grandes organizaciones y, adicionalmente el liderazgo, como factor sustancial
de este entramado de símbolos, pues la cultura y el liderazgo son dos caras de la misma moneda (Schein, 2004).
En relación con lo simbólico, aun cuando la cultura es interacción, donde los dirigentes tienen un cierto papel en
la ordenación de las situaciones de esta interacción, “hay allí un olor a manipulación que deja de creer que la
cultura puede ser algo más que la vivencia real, espontánea, subjetiva de los individuos, su propia y natural
relación, a través del tiempo, con sus condiciones de existencia, para apegarse a algo que puede ser decretado y
cambiado a voluntad” (Aktouf, 2002, p. 68).
Hatch (1997) señala que una de las visiones principales de la cultura dentro del ámbito organizacional se ubica
en el sentido de significados compartidos como creencias, valores, o conocimientos, cuya definición se orienta
en la línea del modelo de Schein (2004), que resalta las similitudes entre los portadores de la cultura dentro de
una organización. Dentro de la perspectiva simbólico-interpretativa, como se ha descrito, se asume que el ser
humano es creador y usuario de símbolos.
Conforme lo mencionado, el que realizó un estudio teórico y metodológico importante para comprender la
cultura de la organización fue, en efecto, Schein (2004), quien se refiere a que existen tres niveles dentro de la
cultura de la organización: los artefactos, los valores y las presunciones básicas. Las presunciones básicas son la
esencia de lo que realmente es la cultura; y los valores y artefactos, las derivaciones de la esencia cultural.
Los artefactos o producciones incluyen los elementos identificables de una organización, sean tangibles o
verbales, tales como la arquitectura, muebles, códigos de los aspectos más observables del comportamiento
como ritos, símbolos y mitos, que son fácilmente perceptibles. Los valores son principios inviolables que
permiten establecer si algo está correcto o no, dentro de los parámetros que se han impuesto en el marco de
una cultura organizacional, incluyen principios, normas, metas y estándares sociales. Las presunciones básicas,
como creencias dadas en la realidad, subyacen dentro de la cultura organizacional y son los supuestos tomados
como verdad indiscutible, nivel que debería, en estricto sentido, reservarse propiamente al concepto de cultura
de la organización, pues define la visión intrínseca de la organización.
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Schein (2004) anota los sentidos más usuales en los que se ha utilizado el concepto de cultura organizacional:
comportamientos, que se observan en los nexos entre individuos reflejados en el lenguaje y en los rituales;
normas, como aspectos especiales que se desarrollan en los grupos de trabajo; valores, tales como los rasgos
dominantes aceptados por la organización; filosofía, como cuerpo de conocimiento que orienta la política de la
organización; reglas de juego, en el sentido de los aspectos normativos que se transmiten a los recién
incorporados; y, clima, que se refiere al ambiente organizacional concerniente a la forma como la organización
se relaciona con los clientes o terceros.
En contraste, Hatch (1993) sugiere un modelo complementario, con la visión de la perspectiva simbólica, llamado
dinámica de la cultura organizacional, que pretende integrar los tres niveles propuestos por Schein (artefactos,
valores y presunciones básicas) con los procesos de manifestación, realización, simbolización e interpretación,
para remarcar el dinamismo en las organizaciones, reconociendo la estabilidad y el cambio en la reproducción
de la cultura.
Sostengo que el modelo de Schein sigue teniendo relevancia, pero que sería más útil si estuviera
combinado con ideas extraídas de las perspectivas simbólico-interpretativas. Más importante aún,
presento el dinamismo en la teoría de la cultura organizacional reformulando el modelo original de
Schein en términos procesuales […]. Al presentar y examinar estos procesos, mi intención es participar
en la construcción teórica e invitar, adicionalmente, a la exploración e interpretación, con el potencial
para redirigir la investigación empírica en los estudios sobre cultura organizacional. (Hatch, 1993, p. 3)
La propuesta de Hatch (1993) recoge la idea básica de los tres niveles, sumado los símbolos, como asociaciones
conscientes o inconscientes con algún significado más amplio que los sitúa en movimiento (dinámica), con los
procesos de manifestación, realización, simbolización e interpretación, que forman un círculo de
interpretaciones. La aplicación de esta propuesta permite sistematizar el conocimiento organizacional con
patrones sujetos de análisis científico, a través de métodos cualitativos (e incluso cuantitativos) de investigación
organizacional.
La manifestación, dice Hatch (1993), ocurre cada vez que valores o normas de conducta son evocados cognitiva
o emocionalmente desde las presunciones básicas. La realización sigue a la manifestación solo cuando dichas
evocaciones encuentran una forma de expresión en resultados o actos; estos productos son llamados artefactos;
entonces, los valores y normas de la cultura llegan a “realizarse” en productos de acción culturalmente
influenciados; esto quiere decir que los artefactos son hechos tangibles de los valores.
Por supuesto, hay una retroactividad (flechas en sentido contrario en la figura 1), que permiten que los
presupuestos predispongan interpretaciones para generar símbolos, que son como rasgos de significados que
están junto a los artefactos en el proceso de configuración simbólica. En este sentido, los procesos de
manifestación y realización retroactivos, a través de la experiencia sensorial directa, implican la existencia de
supuestos y valores por la mediación de los artefactos.
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Figura 1. La cultura organizacional según Schein y Hatch.
Fuente: Schein (2004) y Hatch (1993).
Un artefacto llega a ser un símbolo cultural por medio de un proceso de simbolización y cuando es utilizado por
los miembros de la cultura para construir un significado que va más allá de su forma o existencia física. Así, un
símbolo es un artefacto en uso y que está creando significados. Mientras que la simbolización transforma
artefactos en símbolos a través de la experiencia de los significados, la interpretación es un proceso
hermenéutico que especifica dichos significados, y asocia un símbolo dentro de un contexto más amplio en el
marco de una geografía de artefactos culturales. Del mismo modo que la simbolización, la interpretación
involucra un conjunto de aspectos de subjetividad como la emoción, la cognición y las respuestas de índole
estético, y articula el significado con la experiencia particular (Hatch, 1993).
La cultura organizacional, como dimensión simbólica según Martins (2012), accede a varias sinergias desde la
complejidad organizacional. La cultura organizacional está subordinada a la creación simbólica de los miembros
que son parte de ella. Las ideas sobre cultura organizacional pueden ser vistas dentro de un entorno donde se
comparten significados para el ejercicio y desarrollo de subjetividades, reflexividades y como un espacio para
ejercer la idea de respeto a la diversidad de los miembros de la organización, enfatizando al sujeto en los estudios
organizacionales, y así contrarrestar el funcionalismo, centrado exclusivamente en la productividad y el mercado,
es decir, más allá del gerencialismo hegemónico.
Este artículo considera que las subjetividades de los miembros de la organización se incluyen dentro de las
“presunciones básicas” señaladas por Schein (2004) y Hatch (1993); es lo que Aguirre Baztán (2004) menciona
como las creencias y la etnohistoria, que es posible ponerlas en evidencia con la interpretación de los
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microrrelatos o las “narrativas al margen”; las narraciones “se hacen con el intento de investigar y examinar los
efectos de sentido que van creando los relatos” (Zecchetto, 2002, p. 215).
Por tanto, la cultura en las organizaciones es una dimensión simbólica, tal como lo señala Martins (2012), y dentro
de ésta, las subjetividades se encuentran insertas también en los niveles semióticos en un espacio organizacional,
en el que se crean significados permanentes evidenciados en los discursos de sus miembros: las narrativas al
margen; es decir, en aquellos relatos que no se refieren a temas sobre la eficiencia y la eficacia de la organización
sino en los factores de las propias subjetividades de quienes las narran.
La popularización del término cultura organizacional se atribuye a Pettigrew (1979) que divulga una investigación
histórica en un centro educativo británico, como un ejemplo de que las organizaciones se comportan como
sistemas sociales, con una batería de indicadores relacionados con los dramas sociales. Llega a describir aspectos
clave en la cultura organizacional, en el sentido de cómo el propósito, el compromiso y el orden son generados
por parte de una organización por medio de una amalgama de creencias, ideologías, lenguajes, rituales y mitos
(que tienen relaciones con lo simbólico). Utiliza los dramas sociales, basándose en los estudios de Víctor Turner
[1929-1983], que provee una mirada trasparente en el crecimiento, evolución, transformación y decadencia de
una organización en el tiempo (Turner, 1957 apud Pettigrew, 1979).
El concepto de cultura en la organización eclosiona a partir de los estudios de Elton Mayo en 1972, cuando
profundiza los aspectos más subjetivos de la realidad organizacional, llegando a la conclusión que el “ambiente
del grupo” incide en la realidad objetiva de la organización, pero será hacia finales de los años 70 que los estudios
de la cultura organizacional experimentan una ebullición, especialmente a partir del estudio comparativo
realizado por William Ouchi entre empresas japonesas y estadounidenses, con su obra denominada Teoría Z
(García Álvarez, 2006).
Pettigrew (1979) se sirvió de la definición de cultura organizacional, pero Deal y Kennedy (1982, en Frassa 2011)
prefirieron la de cultura corporativa; sin embargo, Aguirre Baztán (2004) prefiere el concepto de cultura
organizacional como la terminología amplia, y el de cultura de la empresa para una aplicación más cerrada. El
último autor da importancia a las construcciones simbólicas de la cultura organizacional, dado que tienen
consecuencias funcionales que legitiman la distribución del poder y los privilegios.
La acuñación del término cultura corporativa obedece a los trabajos de Peters y Waterman (1982 en Frassa 2011)
en In search of excellence: lessons from America´s best-run companies, y de Deal y Kennedy (1982 en Frassa 2011)
en Corporate cultures: the rites and rituals of corporate life, que son libros fundacionales en el tratamiento de la
temática del análisis de la cultura en la organización, pero asumen que la misma puede ser controlada para
convertirse en instrumento de gestión con impacto en la eficiencia y la eficacia, dando un sentido de que el
trabajador, con su compromiso y su satisfacción en el empleo, incide en una correlación positiva con la
productividad empresarial. “Es decir, que la propia idea de cultura corporativa esconde importantes
implicaciones políticas en su aplicación” (Frassa, 2011, p. 76).
Luego de la popularización del término cultura organizacional surgieron nuevas interrogantes en la reflexión
teórica en los años ochenta del siglo anterior, especialmente divulgados a partir de la noción de cultura
corporativa. En dicha reflexión se puede mencionar la aceptación de la cultura como variable externa, interna o
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como metáfora raíz. La concepción de la cultura como variable externa deja clara la influencia del contexto
externo e internacional en el interior de la cultura de las organizaciones, y por tanto, la posibilidad de manejarla
a través de un cambio planificado.
La mirada de la cultura como variable interna es fruto de una serie de estrategias de mejoramiento de la
productividad y en estrecha relación con la idea de que la organización “tiene” una cultura, sujeta a
“dimensiones” que pueden ser fácilmente cuantificadas, así como en la existencia de relaciones causales con
otras variables, que se expresan con métodos cuantitativos.
LA ETNOGRAFÍA Y EL SIMBOLISMO DE LA CULTURA ORGANIZACIONAL
Geertz (1988) puso énfasis en la interpretación semiótica de la sociedad, enfoque que se convirtió en base
paradigmática para el estudio de la organización contemporánea, dentro de la línea simbólico-interpretativa
(Hatch, 1997). Las formas simbólicas son el medio por el cual la gente dota de sentido a su mundo. El papel del
investigador, entonces, es pretender la interpretación de los símbolos clave de cada cultura por medio de la
perspectiva etnográfica, que Geertz (1988) denomina descripción densa, debido a que la comprensión total de
los hechos no es plenamente alcanzable sino a través de situaciones singulares en cada realidad cultural.
La etnografía, afirma Brewer (2000, p. 6), es uno de los principales métodos de la investigación cualitativa en las
ciencias sociales y se refiere al “estudio de las personas en sus entornos naturales de ocurrencia por medio de
una serie de métodos de recolección de información que capturan su sentido social y sus actividades ordinarias,
incorporando al investigador que participa en el campo”; no obstante, no se puede separar el método de una
consideración mayor, en un sentido epistemológico como perspectiva de interpretación, que se confronta con
los preceptos de: validez, confiabilidad y precisión.
Para Galindo (1987, pp. 160-161), la “etnografía es un conjunto de técnicas de registro de información sobre la
vida social”, que produce un “tronco teórico-descriptivo” que organiza el mundo social en categorías sobre la
base del trabajo de campo, que es insustituible para el encuentro con el “otro”, y cuyas “tareas básicas consisten
en tres operaciones: observar, recolectar y conversar”.
Aunque la etnografía (como método) ha sido criticada desde algunas vertientes posmodernas, se puede defender
su validez por su particular estilo de indagación, dentro del espacio organizacional. Hatch (1997) se refiere a la
necesidad de la recuperación de la etnografía como eje metodológico en el ámbito de la teoría organizacional,
destaca su idoneidad para el análisis cualitativo.
No obstante, la aplicación de los métodos etnográficos se ha puesto en entredicho fuera de la disciplina que la
desarrolló: la antropología cultural. Las invectivas se centran en que es un “instrumento de dominación y
observación abusiva del otro que tiende a ocultar, descontextualizar o desvalorizar los conocimientos y
perspectivas de los grupos sociales, además de propender a la selección de campos de observación ajenos a los
intereses locales y enrolados en agendas y prioridades externas” (Juncosa, 2010, p. 14).
Neylan (2008) en su texto Organizational Ethnography, menciona que la metodología de investigación
etnográfica, que se desarrolló originalmente en el campo de la antropología, es hoy en día utilizada en los
estudios organizacionales; sugiere que la etnografía provee a los investigadores una posibilidad de obtener
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notables resultados debido a su aproximación a las situaciones cotidianas en los ambientes laborales. La
etnografía, en general, es el método idóneo para desarrollar una descripción densa (Geertz, 1988) como teoría
interpretativa de la cultura, que contrasta con una descripción superficial, este método se enfoca en los
significados particulares para codificar regularidades abstractas (Juncosa, 2010).
Adicionalmente, la clave para la descripción densa radica en la perspectiva que se elabora tomando en cuenta
las voces y las miradas de los propios protagonistas (emic), pues hay dos maneras de enfocar una etnografía: una
emic y otra etic. Sánchez Durá (1996) señala que son dos maneras de proceder en este tipo de investigación, y
que los términos de emic y etic provienen de la obra del misionero y lingüista Kenneth Pike, en 1954. En esa
consideración, añade el autor, la oposición emic/etic se ha discutido como descripciones “desde dentro” frente
a descripciones “desde fuera”, en el sentido de “descripciones en primera persona versus descripciones en
tercera persona, o como teorías fenomenológicas versus teorías objetivistas” (Sánchez Durá, 1996, p. 27).
La etnografía enfocada es un método complementario a la etnografía convencional (Knoblauch, 2005), en la
medida que su estrategia difiere de la última porque analiza las sociedades contemporáneas o la propia sociedad
del investigador en las cuales existe una gran fragmentación cultural y social. Su peculiaridad radica en que se
realizan visitas de campo cortas en lugar de extensas, con uso intensivo de tecnología audiovisual para la
recolección de datos, además se concentra en las actividades comunicacionales, enfocando con precisión el
objeto de análisis.
Si bien la etnografía de enfoque recurre a visitas cortas, el análisis de los datos demanda un trabajo más largo,
puesto que se concentra en el tema seleccionado para el análisis, y requiere del investigador un conocimiento
previo del mismo, sin abandonar la perspectiva emic; es decir, el punto de vista de las personas que son parte
del objeto de la indagación. Y en lugar de hacer observaciones directas, el uso de las tecnologías audiovisuales
dota de mayor libertad al investigador para hacer observaciones etnográficas, preguntas y reflexiones al tiempo
que se realizan los registros (Knoblauch, 2005).
La etnografía convencional es más “abierta” puesto que define sus límites en el curso de los trabajos de campo,
mientras que la etnografía enfocada es “cerrada”, y se limita a ciertos aspectos definidos previamente en la fase
preparatoria. La etnografía, como método cualitativo par excellence, se sustenta en dos técnicas de trabajo de
campo: la observación participante y la entrevista.
En la observación participante, menciona Guber (2001, p. 56), se observa sistemáticamente lo que acontece en
torno del investigador, este participa en algunas actividades del grupo estudiado lo que implica “aprender a
realizar ciertas actividades y a comportarse como uno más”, pues la participación “pone el énfasis en la
experiencia vivida por el investigador”, ya que su objetivo consiste en “estar adentro”.
La diferencia entre observar y participar radica en el tipo de relación cognitiva que el investigador
entabla con los sujetos/informantes y el nivel de involucramiento que resulta de dicha relación […]. Es
cierto que la observación no es del todo neutral o externa, pues incide en los sujetos observados;
asimismo, la participación nunca es total excepto que el investigador adopte, como “campo”, un
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referente de su propia cotidianeidad; pero aun así, el hecho de que un miembro se transforme en
investigador introduce diferencias en la forma de participar y de observar. (Guber, 2001, p. 62)
El trabajo etnográfico en la administración o gestión se basa en la descripción organizacional para la mayor
comprensión de los fenómenos, y “se entra en contacto con la vitalidad humana en movimiento, con personas
y con objetos, con puntos de vista y con cosas, con expresiones de la vida social y con impresiones de la vida
misma”; y la “entrevista es el lugar y el tiempo de encuentro entre el sujeto investigador y el sujeto social no
investigador profesional, ahí se intercambia la información, ahí se teje la urdimbre del proceso de conocimiento
etnográfico” (Galindo, 1987, pp. 155-158).
La entrevista es una herramienta que guía el encuentro etnográfico y provoca una relación entre la subjetividad
del investigador con la del sujeto investigado (que es un sujeto investigador no profesional o secundario), lo que,
a su vez, produce el descubrimiento de la objetividad (Galindo, 1987); es decir, la intersubjetividad es el elemento
que objetiva el marco de referencia del sujeto/objeto de investigación, puesto que con la entrevista se llega a
una especie de “contagio” en la interacción entre los dos sujetos del proceso de conocimiento.
Guber (2001, p. 74) dice que “el sentido de la vida social se expresa particularmente a través de discursos que
emergen constantemente en la vida diaria, de manera informal por comentarios, anécdotas, términos de trato y
conversaciones”, y que los investigadores sociales han logrado desarrollar un artefacto técnico para recuperar
esos discursos: la entrevista; y que “esta información suele referirse a la biografía, al sentido de los hechos, a
sentimientos, opiniones y emociones”.
Es así que, para la aplicación de la etnografía enfocada sobre la cultura organizacional se ha realizado una
ampliación del modelo de Hatch (1993) quien a su vez se basa en Schein (2004), sumando los aportes de Geertz
(1988) sobre la especificidad de los símbolos clave de la cultura. A ello se adiciona la perspectiva que destaca la
descripción de las subjetividades de los individuos como las partes menos visibles de las “presunciones básicas”.
Esta es una manera propicia para recuperar las subjetividades –interés distinto al del funcionalismo– que se
visibilizan merced a “otra mirada” de la cultura organizacional, y que se fundamenta en preceptos como el de la
dimensión semiótica y simbólica del espacio-dinámica organizacional tal como lo ha desarrollado Martins (2012).
Así, el modelo queda como sigue:
Figura 2. Dinámica de la cultura organizacional y subjetividades.
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Fuente: adaptado de Hatch (1993) y aportes de Geertz (1988)
Aquí es importante mencionar lo que dice Lindón (1999, p. 300) sobre las narrativas autobiográficas, como
recurso etnográfico para recuperar las subjetividades, pues no trata de “indagar en la parte íntima de una vida,
sino para acceder a un discurso construido en un contexto de significado, objetivado en el lenguaje”, y que “los
relatos de vida o narrativas autobiográficas también pueden ser considerados productos literarios en los que se
entreteje la ficción; esta siempre se teje basándose en algún criterio estético. Sin embargo, esa ficción da cuenta
de la realidad social”.
Tabla 1. Categorías de la cultura organizacional.
Categorías Dimensiones Elementos Técnicas
Artefactos Aspectos visibles
físicamente
(producciones).
Arquitectura, interiores,
decoración, aspectos
tecnológicos, mobiliario,
espacio físico, logotipos,
lenguaje, vestimenta,
símbolos superficiales, ritos,
mitos, relacionamiento con los
usuarios.
Observación directa y
análisis documental.
Símbolos
clave
Aspectos no visibles,
pero interpretados en
las construcciones de
sentido y los
artefactos.
Construcciones simbólicas
profundas. Interpretaciones
de las construcciones de
sentido.
Observación directa y
participante,
entrevistas e
interpretación
semiótica.
Valores Aspectos que son
parcialmente visibles
en los artefactos,
Misión, visión, normas,
valores explícitos, códigos de
conducta, principios éticos.
Observación directa y
participante, análisis
documental y
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textos y construcciones
de sentido.
Estructura, departamentos,
formación profesional de los
funcionarios.
entrevistas.
Presunciones
básicas
Aspectos no visibles,
pero identificables en
las construcciones de
sentido.
a. Creencias, saberes,
conocimientos, etnohistoria; y
b. Subjetividades: i.
sensibilidades (sentimientos,
emociones), ii. reflexividades
y, iii. apreciaciones estéticas.
Observación
participante, análisis
documental,
entrevistas e
interpretación de las
narrativas al margen.
Fuente: adaptado de Schein (2004), Hatch (1993) y Geertz (1988).
Toda vez que se trata de una etnografía enfocada, se ha abordado inicialmente lo que Schein (2004) señala sobre
los sentidos más usuales de la cultura organizacional, observando, entre otros, los siguientes aspectos:
comportamientos, que se observan en la relaciones entre individuos; normas, como aspectos especiales que se
desarrollan en los grupos de trabajo; valores, tales como los rasgos dominantes aceptados por la organización;
filosofía, como cuerpo de conocimiento que orienta la política de la organización; reglas de juego, que se
transmiten a los recién incorporados; y clima, referido al ambiente concerniente con la forma de interrelación
con los clientes o usuarios.
CONCLUSIONES
Una teoría social influye en una teoría organizacional. Luego, se podría sostener que es necesario inmiscuirse en
el pensamiento social para tener un mejor contexto de las realidades en el interior de una microsociedad (léase
organización). Pero también en el pensamiento social se incluye no solo la sociología, sino también otras
disciplinas como la antropología; por tanto, es posible mirar la realidad organizacional desde una teoría de la
cultura. La sociología centra su objeto de estudio en la sociedad, la antropología en la cultura, y la administración
o gestión se concentra en estudiar la organización como fenómeno humano. Así, las tres disciplinas comparten
marcos teóricos similares y múltiples acercamientos sobre la realidad estudiada.
En el plano de la perspectiva de la teoría de la cultura de la organización se puede relacionarla con la perspectiva
simbólica, semiótica e interpretativa de la antropología, que tiene una mirada constructivista, sobre todo en los
aspectos relacionados con los postulados referidos a la naturaleza del lenguaje como trasmisor de signos y
símbolos. Por tanto, se precisa una consideración semiótica en el seno de un espacio organizacional de
concurrencia de sentidos. En esta línea interpretativa considera la centralidad del lenguaje como principal factor
simbólico de la cultura y trascendente vehículo para la transmisión de la cultura organizacional en particular.
En divergencia, algunos teóricos como Aktouf (2002, p. 68) han cuestionado el término de cultura organizacional
y prefieren denominaciones como “visiones” o “representaciones”, puesto que la cultura les parece: “demasiado
vasta, demasiado importante, profundamente inscrita en las estructuras, la historia, el inconsciente, la vivencia
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y el devenir colectivo humano para ser tan trivialmente tratada como variable dependiente de la que se puede
aislar, medir, tratar y diseñar en sus factores y componentes”.
La metodología etnográfica permite un trabajo de campo al interior de las organizaciones como una alternativa
para el estudio de la cultura organizacional, que puede revelar el relato de las subjetividades del investigador,
cuando este ya se ha “contagiado” del marco de referencia propio de los sujetos investigados y de sus
microrrelatos, para dar cabida a una perspectiva distinta a la etnografía tradicional que se esfuerza en lograr solo
una perspectiva emic. Por tanto, cuando el investigador pone en evidencia su subjetividad que está, a su vez,
revelando las subjetividades de “los otros” por medio de un proceso intersubjetivo.
Más allá de la mera descripción, y sobre la base de la antropología simbólica, lo importante para el estudio de la
realidad organizacional es el sentido y los significados de los actores: investigadores e investigados. Y tomar en
cuenta el aspecto simbólico de las organizaciones significa desarrollar una perspectiva constructivista que se
sitúa al margen del mainstream funcionalista, usualmente dominado por el gerencialismo y el positivismo
hegemónico.
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