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INTRODUCCIÓN
Es interesante cómo en el cuerpo humano, todas las partes
tienen su utilidad y su función. ¿Quién querría perder alguna
parte de su cuerpo por pequeña que sea? ¡Nadie! Pensemos en
nuestros dedos pulgares. ¿Te has dado cuenta de lo útiles que
son? ¿Qué sería de nosotros sin estos dos deditos? Con ellos nos
atamos los zapatos, escribimos, abrimos la botella de coca-cola,
nos llevamos la cuchara a la boca, giramos la llave en la
cerradura… Por mucho que tengamos otros dedos, todos
queremos conservar nuestros pulgares.
Pasa lo mismo con la iglesia. La palabra de Dios nos enseña que
la iglesia es como un cuerpo humano. El Cuerpo de Cristo. Y en
esta mañana vamos a ver un pasaje que desarrolla esta
ilustración. Se encuentra en 1ª Corintios 12.12-26.
Antes de leer el pasaje, es importante tener en cuenta que estas
palabras estaban dirigidas a una comunidad que estaba
atravesando muchos problemas, y muy serios. Del contenido de
las dos epístolas que les escribió Pablo, podemos extraer mucha
información de acerca de cuáles eran esos problemas.
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Por un lado, en esta congregación había creyentes carnales. Es
decir, personas que supuestamente eran cristianas, pero que aún
mantenían su estilo de vida mundano. Luchaban contra malas
enseñanzas y falsas doctrinas que estaban afectando a la vida de
aquellas personas. Y por otra parte, también había rencillas y
divisiones entre hermanos. En concreto, uno de los principales
asuntos conflictivos era el de los dones espirituales. La
intención de este pasaje es precisamente atajar esta cuestión.
El contenido del sermón
Con este texto, Pablo trataba de enseñar a los corintios que
todos somos un cuerpo, formado por distintos miembros que
se necesitan unos a otros. En él desarrolla tres ideas que vamos
a ver por separado:
1. Todos somos uno.
2. Todos somos diferentes.
3. Todos somos necesarios.
Vayamos al primer punto.
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TODOS SOMOS UNO
Los versículos 12 y 13 de nuestro pasaje dicen:
12 Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, perotodos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solocuerpo, así también es Cristo. 13 Pues por un mismo Espíritu todosfuimos bautizados en un solo cuerpo, ya judíos o griegos, ya esclavos olibres, y a todos se nos dio a beber del mismo Espíritu.
El pecado provoca división
En el momento de su creación, el ser humano fue diseñado para
vivir en armonía y compañerismo, tanto con Dios como con las
demás personas. Necesitamos convivir en unidad con los demás,
porque está en nuestra genética espiritual. Sin embargo después
de la Caída, el hombre se convirtió en un experto en levantar
barreras que lo separen de los demás. Desde que Caín arremetió
contra Abel, las divisiones y enemistades se han ido plasmando
en toda la historia de la humanidad.
Santiago 4:1 nos enseña que el pecado es la causa de las
divisiones y de las guerras. La realidad de nuestro mundo hoy
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en día es producto de esta verdad. Echa un vistazo a un mapa
cualquiera… ¿y qué ves? ¡Fronteras!
Las fronteras comunican algo así como “lo siento, este es
nuestro territorio, aquí tú eres un extraño, no eres parte de
nosotros”. Y como sigamos así, el spot publicitario de IKEA va
a terminar teniendo razón. Terminaremos aislándonos, solos y
amargados, en la «REPÚBLICA INDEPENDIENTE DE
NUESTRAS CASAS».
Podríamos seguir citando una infinidad de barreras que nos
hemos inventado para separarnos unos de otros. Algunos
ejemplos son: europeos y americanos, orientales y occidentales,
payos y gitanos, ricos y pobres, hombres y mujeres, los del
Madrid y los del Barça…
El pecado provoca división, porque se enfoca en aquello que nos
diferencia: el color de la piel, la nacionalidad o la cantidad de
ceros en nuestra cuenta bancaria. ¡Qué se yo! Para el ser
humano caído, cualquier excusa es buena con tal de separar,
excluir y discriminar.
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El evangelio provoca unidad
Pero Jesús irrumpió en nuestro mundo lleno de fronteras para
traer paz y reconciliación, con Dios y con las personas. Gálatas
3.28 dice:
“ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay
varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús”.
El evangelio no hace distinción de personas. Nos coloca a todos
al mismo nivel, al nivel de pecadores completamente
necesitados de la compasión del Creador. En esta batalla no
importa ni el color de tu piel, ni tu nacionalidad, ni los ceros de
tu cuenta. Todos hemos caído en la trampa de nuestra propia
maldad, todos nos hemos fugado de la casa del Padre dando un
portazo.
Así que la gracia de Dios no hace distinción de personas; y por
extensión, la iglesia tampoco debería hacerlo. Así como el
cuerpo es una unidad completa, formado por muchos miembros;
la iglesia es una entidad unida, pero compuesta de diferentes
personas.
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El evangelio provoca unidad, porque se enfoca en aquello que
nos une. El argumento de Pablo en este pasaje, hace referencia
al Espíritu Santo. Se dice que “por un mismo Espíritu todos
fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya judíos o griegos, ya
esclavos o libres, y a todos se nos dio a beber del mismo
Espíritu.”
Ya no importa procedencia, condición social, ni características
personales. Lo único que importa es que todos los creyentes
hemos recibido el mismo Espíritu Santo en nuestros corazones,
y formamos parte de la misma Iglesia Universal. El Espíritu
Santo es el pegamento que te mantiene unido a tu hermano (¡te
guste o no!).
¿Jesucristo o Frankenstein?
Esto nos deja como iglesia todo un reto, porque estamos
llamados a mantener la unidad en medio de una comunidad en la
que todos somos muy diferentes, y todos seguimos luchando
contra nuestra propia tendencia pecaminosa de separar, excluir,
de guardar rencor.
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Llega el domingo por la mañana, te aseas y te presentas en la
iglesia. Conforme entras te vas cruzando con los demás,
ofreciendo tu mejor sonrisa y tu habitual “Yo bien, gracias. ¿Y
tú?”. Pero en tu mente sigue resonando aquella vocecilla que te
dice…
Mira éste, con lo que te hizo y ahora te saluda como si nada.
Mira este otro, siempre viene con la misma camiseta. ¡Cuidado!
Por ahí viene aquel, mejor gírate hacia el otro lado y haz como
si no lo hubieras visto.
No. No le echemos la culpa al diablo. Porque esta vocecilla es
nuestra propia malicia, que sigue combatiendo en nosotros. A
menudo fracasamos, provocando divisiones entre hermanos,
entre iglesias y entre denominaciones. En ocasiones parecemos
más que el cuerpo de Cristo, el cuerpo del doctor Frankenstein:
miembros muertos y separados, artificialmente unidos por
burdas costuras.
Por suerte, en esta lucha no estamos solos. Jesús nos envió a
nuestro mejor aliado: el Espíritu Santo que mora en nosotros. Él
es esa otra voz en tu interior que te dice…
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Mira a tu hermano, él es mi hijo, igual que tú. También he
muerto por él. También le amo, como ti. Perdónale. Restáurale.
Ámale.
Como iglesia, estamos llamados a aceptar a las personas en
medio de un mundo que las rechaza. Estamos llamados a
perdonar en un mundo que guarda rencor. Estamos llamados a
integrar en un mundo que quiere excluir. Estamos llamados a
amar, en un mundo que quiere odiar. Hasta tal punto es crucial
que mantengamos la unidad como iglesia, que de ello depende
la credibilidad del evangelio que predicamos. La noche que
Jesús fue entregado, oró al padre, diciendo (Jn.17:20–21):
20 Mas no ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creeren mí por la palabra de ellos, 21 para que todos sean uno. Como tú, ohPadre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, paraque el mundo crea que tú me enviaste.
La sociedad no va a conocer a Jesús por campañas
evangelísticas, conciertos, eventos, libros o argumentos
intelectuales. Todo esto tiene su utilidad. Pero si no estamos
unidos como hermanos, no vamos a marcar la diferencia. Es
mucho más importante lo que nos une, que lo que nos separa.
No permitas que un conflicto sin resolver, una rencilla, una
enemistad, rompa la unidad del cuerpo de Cristo. Atiende al
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ruego del Señor cuando te dice que estés dispuesto a perdonar y
a pedir perdón, a ofrecer la otra mejilla una vez más, o a llevar
la carga otra milla más.
Todos somos un cuerpo, formado por distintos miembros que
se necesitan unos a otros. Vayamos al segundo punto.
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TODOS SOMOS DIFERENTES
Continuando con esta alegoría entre el cuerpo y la iglesia, Pablo
sigue reflexionando sobre la utilidad de que todos los miembros
del cuerpo sean distintos. Los versículos 14 al 20 de nuestro
texto dicen:
14 Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. 15 Si el piedijera: Porque no soy mano, no soy parte del cuerpo, no por eso deja deser parte del cuerpo. 16 Y si el oído dijera: Porque no soy ojo, no soyparte del cuerpo, no por eso deja de ser parte del cuerpo. 17 Si todo elcuerpo fuera ojo, ¿qué sería del oído? Si todo fuera oído, ¿qué sería delolfato? 18 Ahora bien, Dios ha colocado a cada uno de los miembros enel cuerpo según le agradó. 19 Y si todos fueran un solo miembro, ¿quésería del cuerpo? 20 Sin embargo, hay muchos miembros, pero un solocuerpo.
Tenemos dones diferentes
Con estas palabras Pablo está tratando directamente la
problemática que tenían nuestros hermanos de Corinto con los
dones del Espíritu. Cuando lees 1ª Corintios te das cuenta de
que entre ellos había una especie de competición basada en los
dones espirituales. Parece que todos querían presumir de los
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mismos dones: los más espectaculares. Todos querían hablar en
lenguas, todos querían profetizar, todos querían recibir
revelación de parte del Señor. (Pero nadie competía por el don
de servicio u hospitalidad.) Querían destacar unos por encima de
los otros a causa de sus dones.
La verdad sea dicha: toda esta problemática no nos resulta del
todo ajena hoy en día. Solemos confundir el uso de nuestros
dones con la calidad de nuestra vida espiritual. Pasamos
habilidad por madurez, y destreza por espiritualidad. Pero en
realidad nuestros dones espirituales nunca serán una buena
referencia para evaluar nuestra vida ni nuestra madurez como
creyentes. Ni tampoco nuestro valor como personas redimidas
va a residir en tener ciertos dones en vez de otros.
No es mayor el que tiene el don de enseñar que el de servir, o el
de hospedar. De hecho, ambos son útiles y necesarios en una
congregación. No se sustituyen, no compiten por el
protagonismo. Se complementan el uno al otro. De ahí que
Pablo les aclare un poco más adelante (1Cor.12:27–31):
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27Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno enparticular. 28Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles,luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros,después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los quetienen don de lenguas. 29¿Son todos apóstoles? ¿son todos profetas?¿todos maestros? ¿hacen todos milagros? 30¿Tienen todos dones desanidad? ¿hablan todos lenguas? ¿interpretan todos?
¿Diferencias, conflictos o problemas?
Todos somos diferentes: en procedencia, en edad, en cultura, en
dones, en capacidades, en opiniones, en educación... Y lo creas
o no, todas estas diferencias no son una amenaza contra la
unidad, sino una ventaja, porque entre todos enriquecemos al
cuerpo. Es cierto que en la iglesia, como cada uno es de su padre
y de su madre, van a surgir conflictos continuamente. Pero
puede que te sorprenda oír esto: el conflicto no es un
problema, el problema es no saber cómo resolver un
conflicto. El conflicto en sí es más bien una oportunidad para el
crecimiento.
Si sabemos afrontar y solucionar un conflicto, creceremos en
madurez personal y espiritual, estrecharemos nuestra relación
con el hermano, y fortaleceremos la unidad iglesia. El quid de la
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cuestión reside en que sepamos encarar un conflicto como el
Señor nos enseña en su Palabra que debemos hacerlo.
Déjame plantearte un caso hipotético: durante el tiempo de
alabanza de este domingo algunos hermanos opinaron que los
instrumentos musicales tenían demasiado volumen. Sin embargo
los músicos piensan que si se bajan no podrán escucharse lo
suficiente como para dirigir bien a la congregación. ¿Ya tienes
la polémica necesariamente servida? Pues no. El conflicto no es
un problema, el problema es no saber cómo resolver un
conflicto.
¿Cómo dice la Biblia que hay que afrontar los conflictos? Con
actitud mansa y humilde, reconociendo primero la viga propia
antes que la mota en el ojo ajeno, prefiriendo el bien del
hermano antes que el mío, estando dispuestos a pedir perdón y a
perdonar, no dejando que se dilaten en el tiempo... ¿Qué
ocurriría si todos mantuviéramos siempre estas actitudes
bíblicas? Probablemente la realidad de nuestras iglesias sería
muy distinta a la actual.
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Dios nos hizo así
Somos así de diferentes, porque el Señor quiso crearnos a cada
uno tal como somos. ¿Qué piensas cuando te miras al espejo?
Hay personas que tienden a despreciarse a sí mismos. Aborrecen
su físico, su carácter, sus circunstancias... Sin embargo somos el
producto del plan de Dios para nosotros. Es cierto que el pecado
nos ha estropeado. Pero seguimos siendo valiosos para Él.
No quieras ser otra persona. Sé tú mismo. El Señor te ha
diseñado así con un propósito: eligió el tamaño de tu nariz, la
forma de tus orejas, el color de tu pelo, tus habilidades, tu
personalidad, tu talento… Sólo tienes que dejarle sacar la mejor
versión de ti. Pero para ello tienes que aprender a aceptarte, tal y
como eres, tal y como Él te creó.
Tienes justo la combinación de cualidades que necesitas cumplir
su propósito en tu vida. En Efesios 2:10 Pablo dijo que Dios ha
preparado de antemano buenas obras para que tú y yo
anduviésemos en ellas. Eso te hace único y necesario para la
iglesia. Todos somos un cuerpo, formado por distintos
miembros que se necesitan unos a otros.
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TODOS SOMOS NECESARIOS
En el tercer punto del texto se explica precisamente que todas
las partes del cuerpo son necesarias, y no debemos menospreciar
a ninguna de ellas. Los versículos 21 al 26 dicen:
21 Y el ojo no puede decir a la mano: No te necesito; ni tampoco lacabeza a los pies: No os necesito. 22 Por el contrario, la verdad es quelos miembros del cuerpo que parecen ser los más débiles, son los másnecesarios; 23 y las partes del cuerpo que estimamos menos honrosas,a éstas las vestimos con más honra; de manera que las partes queconsideramos más íntimas, reciben un trato más honroso, 24 ya quenuestras partes presentables no lo necesitan. Mas así formó Dios elcuerpo, dando mayor honra a la parte que carecía de ella, 25 a fin deque en el cuerpo no haya división, sino que los miembros tengan elmismo cuidado unos por otros. 26 Y si un miembro sufre, todos losmiembros sufren con él; y si un miembro es honrado, todos losmiembros se regocijan con él.
El cuerpo necesita a sus miembros
Fíjate con qué pericia escoge aquí Pablo las partes del cuerpo
que va a comparar. ¿Qué hay más fuerte que una mano? ¿Y qué
más débil que un ojo? Pues necesitamos tanto lo uno como lo
otro. ¿Cómo te rascas un ojo si no tienes manos? ¿O cómo
trabajas con las manos si no ves con los ojos?
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También se plantea la cuestión del decoro. En el cuerpo hay
partes que se exhiben y otras que se cubren con ropa. De forma
con las manos, los brazos, y los pies te vistes las partes del
cuerpo que necesitan ser cubiertas. Con esto el apóstol ilustra
que en el cuerpo de Cristo no hay partes más importantes que
otras, sino que todas se sirven y cuidan mutuamente.
Jesús no quiere prescindir de nadie en su iglesia. Tú eres
importante y valioso para Dios. No eres ningún cero a la
izquierda. Si luchas con este tipo de pensamientos de que no
vales para nada, no te dejes engañar. Tenemos un enemigo al
que no le gusta que sirvamos al Señor, y hará lo imposible para
impedírnoslo. Si puede, intentará colarte este tipo de mentiras.
¿Cliente o siervo?
Si a día de hoy no estás activamente involucrado en algún
ministerio o servicio de la iglesia, tienes que espabilar. Sé que lo
que voy a decir a continuación es duro, pero es una realidad.
Cuando un miembro del cuerpo no trabaja ni cumple su función,
genera problemas al resto del cuerpo. Imagina que uno de tus
riñones deja de funcionar, ¿verdad que todo tu cuerpo se vería
afectado?
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¿Y tú, eres un miembro activo o un miembro pasivo? ¿Vienes a
la iglesia con una actitud de consumidor o de siervo? La
sociedad actual, con su filosofía consumista y su sistema de vida
puede confundirnos en cuanto a lo que consiste ser parte de una
iglesia. En la iglesia a veces nos comportamos como clientes:
venimos a recibir un servicio, a escuchar buena música en
directo, a oír un buen sermón. Si todo no resulta como nos
gusta, como consumidor nos sentimos con el derecho de juzgar
qué está bien o qué está mal, y de elegir qué me quedo y qué
deshecho. Pero la iglesia no se trata de eso. A la iglesia no se
viene a consumir, sino a servir y a comunicar vida. No depende
de tu estado de ánimo, ni de tus preferencias; sino de tu
compromiso con Dios y con tu comunidad cristiana.
Los miembros necesitan al cuerpo
El pasaje termina con una reflexión sobre la unidad entre los
miembros. Si un miembro sufre, todos los miembros sufren
con él; y si un miembro es honrado, todos los miembros se
regocijan con él.
En otras palabras, lo que le pasa a tu hermano, te pasa también a
ti. Todo el que ha tenido un dolor de muelas sabe, que por
mucho que sea sólo uno de los treinta y dos dientes que hay en
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tu boca, te deja postrado en cama, porque todo tu cuerpo se
resiente. Tenemos que sufrir el dolor de nuestro hermano, y
gozarnos de su alegría.
Cuando Caín mató a Abel, intentó defenderse cuando dijo
¿acaso soy yo guardián de mi hermano? La respuesta implícita
era obvia: ¡sí! Lo eres. La Biblia nos enseña que debemos velar
los unos por los otros, cuidarnos mutuamente. ¿Quién tiene la
responsabilidad de cuidar, de exhortar, de animar? ¿El pastor?
¿Los ancianos? Todos nosotros. Colosenses 3:16 nos dice:
Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con todasabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos,himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de graciasen vuestros corazones.
Si una persona está desanimada, habla tú con ella. Si necesita
ser reprendida, hazlo tú. Si necesita ser visitada, ve tú. Si
necesita ser servida, ofrécete tú. Porque esto es lo que el Señor
pide de nosotros. Si tú ves una necesidad que no está siendo
atendida, no señales a nadie para culparle, porqué tú también
compartes esa responsabilidad.
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ALGUNOS CONSEJOS
Con estas palabras Pablo nos ha enseñado que todos somos un
cuerpo, formado por distintos miembros que se necesitan unos
a otros. Hemos visto que tenemos más argumentos para
permanecer unidos que para separarnos, que nuestras diferencias
no son un problema, sino una oportunidad para enriquecer al
cuerpo de Cristo, y que nos necesitamos los unos a los otros.
En base a estas reflexiones, quisiera hacer algunas
recomendaciones que se desprenden del pasaje que hemos
trabajado:
Está atento al que no ha venido e interésate por esa
persona durante la semana.
Da una cálida y sincera bienvenida a las personas que
visitan tu congregación por primera vez.
Esfuérzate por saludar también a las personas con las que
no congenias demasiado bien.
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Acércate a los que se aíslan del grupo. Siempre hay
personas que tienden a aislarse de los demás. Sé
observador, y cuando encuentres a alguien que está sólo
en medio de un montón de gente, ve y habla con él.
Involúcrate en algún área de servicio en tu iglesia. Si no
sabes en cuál, pregunta a tus líderes.
Sé valiente y resuelve los conflictos con los hermanos. No
des lugar a que estos problemas se perpetúen en el tiempo
ni echen raíces de amargura en tu corazón.
Nunca participes en comentarios por la espalda de otro
hermano, ni si quiera prestando tus oídos. Pocas cosas
hay que hagan tanto daño a la iglesia.
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