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UNIVERSIDAD POLITÉCNICA SALESIANA SEDE QUITO
CARRERA: ANTROPOLOGÍA APLICADA
Trabajo de titulación previo a la obtención del título de: LICENCIADO EN
ANTROPOLOGÍA APLICADA
TEMA:
DEL ESTADO PLURICULTURAL Y MULTIÉTNICO (1998) AL ESTADO
PLURINACIONAL E INTERCULTURAL (2008): “COMUNIDADES (NO)
IMAGINADAS”, ETNICIDAD Y PODER
AUTOR:
SANTIAGO MANUEL CAHUASQUÍ CEVALLOS
TUTOR:
EDGAR PATRICIO GUERRERO ARIAS
Quito, mayo 2017
Índice
Introducción ................................................................................................................................... 1
1. Acumulado histórico de resistencias, insurgencias y luchas ............................................ 5
1.1. Tumultos, sublevaciones, alzamientos, insurrecciones, levantamientos: ¿“raza”
vencida? ......................................................................................................................... 5
1.2. De razas a etnias y a nacionalidades ......................................................................... 11
2. La nación inventada ............................................................................................................ 15
2.1. Aproximaciones conceptuales a la pluri-multi-inter-culturalidad ......................... 15
2.2. Imaginadores, (no) imaginados e imaginarios: “Estar juntos pero de espaldas” . 19
3. El estado plurinacional e intercultural .............................................................................. 30
3.1. La plurinacionalidad: proyecciones y limitantes ..................................................... 30
3.2. El Estado monocultural y el Estado plurinacional................................................... 35
Conclusiones ............................................................................................................................... 39
Bibliografía .................................................................................................................................. 41
Resumen
El presente ensayo es un documento propiciatorio de un debate al que busca
contribuir, recogiendo las referencias más actuales de quienes han realizado
reflexiones desde los espacios académicos, pero también desde las actorías políticas y
sociales. La pregunta central que se intenta despejar, está ligada a cuáles han sido las
características contextuales de los modelos de gestión de la diversidad cultural del
Ecuador, en su proceso de construcción como “comunidad imaginada”. Para ello se
toma como referencia, la forma en que las constituciones de 1998 y 2008, han definido
al Estado como “pluricultural y multiétnico” e “intercultural y plurinacional”
respectivamente.
Los objetivos de esta investigación son: (1) sintetizar el acumulado de
resistencias e insurgencias de los pueblos indígenas hasta su constitución como sujetos
históricos y políticos; (2) realizar una aproximación conceptual a la pluriculturalidad,
multiculturalidad e interculturalidad; y, (3) establecer las diferencias fundamentales
entre el Estado monocultural y uninacional; y el Estado intercultural y plurinacional.
Siguiendo este orden, este trabajo está compuesto por tres partes; la primera
consta de un breve recorrido por los principales eventos de lucha social y política del
movimiento indígena, desde la colonia hasta el levantamiento de 1990. La segunda
parte, busca indagar en las diferencias conceptuales entre pluriculturalidad y
multiculturalismo, como formas estatales de gestión de la diversidad. Se aborda
también, la categoría de “comunidad imaginada” para fundamentar por qué la nación,
más que una ideología, es un artefacto cultural. Finalmente, en la tercera parte, se
debate los alcances del Estado plurinacional.
En el aspecto metodológico, se ha tomado como fundamento la investigación
bibliográfica, complementada cualitativamente con el desarrollo del trabajo de campo,
a través de entrevistas con actores relevantes del mundo indígena. De esta forma, se
buscó recoger la propia mirada de los actores sociales y de sus universos de sentido.
La principal conclusión a la que llega el trabajo, es que los conceptos de
interculturalidad y plurinacionalidad son parte de una disputa política por el control de
los significados y los sentidos que fluctúa entre la usurpación y la insurgencia
simbólicas; sin embargo, la exclusión, la dominación y la violencia han sido la
principal característica de los modelos de gestión de la diversidad por parte del Estado,
así como de la conformación de la nación como “comunidad imaginada”.
Palabras clave: multiculturalismo, nación, interculturalidad,
plurinacionalidad, comunidades (no) imaginadas.
Abstract
The current essay is a debate-promoting document aimed to enrich such debate,
gathering the most up-to-date references from those who have reflected upon in
academic areas, as well as in political and social actions. The main question to be
answered is linked to what have been the contextual characteristics of Ecuador’s
cultural diversity management models in its construction process as an ‘imagined
community.’ For that, the reference used is the way in which the 1998 and 2008
Constitutions have defined the State as ‘pluricultural and multiethnic’ and
‘intercultural and plurinational’, respectively.
The objectives of this research are: (1) to analyze the accumulated resistance
and insurgency of indigenous and Afro-descendant peoples, until their constitution as
historical and political subjects; (2) to perform a conceptual approach to
multiculturalism, multiculturalism and interculturality; and, (3) to establish the
fundamental differences between the monocultural and uninational State; and the
intercultural and plurinational State.
The essay consists of three sections. The first comprises a brief look over the
cumulus of resistances and insurgencies from the indigenous movement, starting in the
Colony period until the 1990 uprising. The second section aims to explore the
conceptual differences between pluriculturality and multiculturalism as State methods
of managing cultural diversity. It also addresses the ‘imagined community’ category
to substantiate why the nation is a cultural artifact—rather than an ideology—where
the sense of Ecuadorian belonging is devised and enounced. The third section debates
to what extent the State is acknowledged as plurinational.
In the methodological aspect, the foundation was the bibliographical research,
complemented qualitatively with the development of fieldwork through interviews
with relevant actors of the indigenous world. In this way, this research sought to collect
the own points of view of the social actors and such of their universes of meanings.
The main conclusion is that the concepts of interculturality and plurinationality
are part of a political dispute over the control of meanings and senses that fluctuate
between usurpation and symbolic insurgency. However, exclusion, domination and
violence have been the main characteristic of the models of management of diversity
by the State, as well as of the conformation of the nation as an "imagined community".
Key words: State, pluriculturality, multiculturalism, nation, imagined community,
interculturality, plurinationality, (non) imagined communities.
1
Introducción
El presente ensayo busca indagar en las características contextuales de los
modelos de gestión de la diversidad cultural del Ecuador, en su proceso de
construcción de lo que el historiador Benedict Anderson llamó “comunidad
imaginada”. Para ello, se toma como referencia las denominaciones de Estado
“pluricultural y multiétnico” (Constitución Política de la República del Ecuador ,
1998), y la de Estado “intercultural y plurinacional” (Constitución de la República del
Ecuador, 2008), ambos entendidos como mecanismos de tratamiento y gestión de la
diversidad cultural del país. El análisis de esta aparente nomenclatura jurídica tiene
trasfondos, connotaciones y derivas que nutren un debate inacabado y cambiante,
como la propia identidad de un país en permanente y vertiginoso transe de ser.
Las preguntas de investigación que plantea el presente ensayo son: ¿cuáles han
sido las estrategias estatales de construcción del Estado-nacional ecuatoriano sobre la
base de la diversidad cultural? ¿Cuál es la diferencia teórica entre multiculturalismo,
pluriculturalidad, interculturalidad y plurinacionalidad? ¿Cuáles son los modelos
constitucionales sobre los cuales el Estado ha gestionado la diversidad cultural? ¿Qué
limitaciones y desafíos presenta el reconocimiento normativo de la plurinacionalidad?
Para descifrar estas interrogantes, se establecen dos objetivos en el orden teórico: 1)
analizar las tensiones entre Estado y pueblos indígenas, en el proceso de construcción
de la identidad nacional, desde los aportes de la antropología política; y, 2) debatir
sobre el significado de la interculturalidad, explorando la disputa entre el esencialismo
de la diferencia y los enfoques de la desigualdad y la dominación. Ambos aspectos se
articulan con un horizonte teórico que anima y cohesiona al ensayo, y que explora en
la categoría de la nación, como “comunidad imaginada”, el papel que cumplieron los
2
pueblos indígenas como enunciadores reales y concretos de esa construcción nacional
identitaria.
En tal sentido, esta investigación busca brindar un insumo de debate y análisis
a las organizaciones indígenas y afrodescendientes, para acompañar sus procesos de
reflexión y lucha, como sujetos sociales y políticos con plena capacidad de invención
y enunciación. A esto se ha denominado insurgencia simbólica y política, que restituye
una historicidad negada, devolviéndoles a los pueblos su lugar y su peso como
aportantes en la construcción de la nación, y más allá de ella, de un horizonte
civilizatorio otro (Guerrero P. , 2011). Precisamente, el esquema propuesto por
Anderson, no problematiza sobre cómo las lógicas de expansión de las dinámicas
nacionales, han encontrado en los pueblos indígenas un correlato expresado en las
festividades, la vestimenta, las prácticas de la religiosidad y también en los procesos
contenciosos de lucha social y política.
A partir de esto, el ensayo inicia recorriendo diacrónicamente por el gran
acumulado de resistencias e insurgencias de los pueblos indígenas y afrodescendientes
en los periodos colonial y republicano, hasta llegar al icónico levantamiento de 1990,
inédito en Ecuador y Latinoamérica. Así también, en esta primera parte, se realiza, un
acercamiento a los rasgos definitorios de la diversidad cultural del Ecuador, marcada
por la presencia de pueblos mestizos, indígenas y afrodescendientes. En un segundo
momento, el ensayo indaga en las diferencias teóricas y políticas entre
pluriculturalidad y multiculturalismo, cuestionando las concepciones primordialistas,
propias del etnicismo, que disuelven los conflictos y las desigualdades bajo el discurso
funcionalista de la tolerancia entre diversos. Adicionalmente, se analiza la categoría
de “comunidad imaginada” para argumentar por qué la nación es un artefacto cultural
3
desde donde se idea y enuncia el sentido de la ecuatorianidad. En la tercera parte, se
debate sobre las características del Estado monocultural y uninacional, en
contraposición con las tesis de construcción del Estado plurinacional. Finalmente se
indaga en el propósito político de la interculturalidad, esto es, la transformación de las
relaciones de poder y dominación para forjar un país sin discriminación y con justicia
social.
En esta perspectiva, se aprovecha doblemente los aportes de la antropología
política, al recoger no solo su andamiaje teórico y conceptual, sino también su
metodología para investigar los sistemas simbólicos, a partir de los cuales los pueblos
ancestrales interpretan y justifican sus marcos de reproducción social y cultural. Se
intenta, por tanto, aportar al debate sobre la nación y los pueblos indígenas y
afrodescendientes, desde una mirada respetuosa del dinamismo de las culturas, con el
fin de ensayar una aprehensión integral de los fenómenos sociales abordados,
rechazando las interpretaciones simplistas que reservan para los pueblos cambios
repetitivos caracterizados por el restablecimiento cíclico de una esencia.
Desde el punto de vista metodológico este ensayo es resultado de una
investigación documental más trabajo de campo, como parte de esto último, se
realizaron dos entrevistas a dos personajes de tiempos generacionales distintos pero
conjuntados. El primero es Luis Macas, referente histórico del movimiento indígena,
nacido en 1951 en la provincia de Loja, cantón Saraguro. El segundo es Luis
Andrango, nacido el 17 de abril de 1979 en la provincia de Imbabura, cantón
Cotacachi. A la fecha de realizadas las entrevistas, los dos personajes tienen 65 y 37
años respectivamente. Ambos se definen a sí mismos como indígenas y a su momento
ocuparon la más alta dignidad dirigencial en la Confederación de Nacionalidades
4
Indígenas del Ecuador (CONAIE), en el primer caso, y de la Confederación Nacional
de Organizaciones Campesinas, Indígenas y Negras (FENOCIN), en el segundo.
A ellos se les aplicó un mismo cuestionario, que inicia preguntando qué es
para ellos la comunidad a partir de sus propias experiencias sentidas y vividas. Ilincho
(cantón Saraguro) es la comunidad a la que pertenece Luis Macas; y, Turuco (cantón
Cotacachi), es la comunidad de Luis Andrango. La intención es analizar los
testimonios y contrastarlos con la metáfora de la “comunidad imaginada” de Anderson,
para evidenciar cómo se compacta y fractura la conformación de una república que,
aunque fundada en 1830, solo empieza a producir sentido de identidad nacional un
siglo después, con base a lo que varios autores han catalogado como “baile frente al
espejo” (mirror dance) entre comunidades regionales y locales (Sarah Radcliff, 1999).
Es esa tensión, son los procesos de reconocimiento y exclusión, los que marcan los
testimonios de los entrevistados, cuya palabra es parte de una memoria audiovisual
que acompaña al presente texto.
5
1. Acumulado histórico de resistencias, insurgencias y luchas
“Quiebra maqui de guagua, no quiero que sirva de mitayo a
Viracochas” (Dávila, 1956)
1.1. Tumultos, sublevaciones, alzamientos, insurrecciones, levantamientos:
¿“raza” vencida?
Los levantamientos de los pueblos indígenas han estado presentes desde el
momento mismo de la colonia hasta nuestros tiempos, como un proceso continuo de
resistencia e insurgencia frente a las condiciones de explotación, violencia y vasallaje.
Son varios los episodios que la historia destaca al respecto, ya sea por la magnitud que
despertó su convocatoria o por la dureza con la que fueron reprimidos.
Así por ejemplo, antes de la implantación del orden colonial, los alzamientos
indígenas en contra de los españoles, tuvieron varios íconos de resistencia, entre los
que destaca la figura de Rumiñahui en la defensa de los territorios de Quito, quien no
solo tuvo que enfrentar a las tropas de Francisco Pizarro y Diego de Almagro, sino
también a las alianzas indígenas inconformes con el incario. Por ello, apresado y
ejecutado Atahualpa, sus principales generales no pudieron emprender en una defensa
sólida y estructurada de sus ejércitos, sobresaliendo únicamente la defensa de la parte
norte del Tahuantinsuyo protagonizada precisamente por Rumiñahui (Ayala, 2011).
Posteriormente, implantado ya el régimen colonial y la Audiencia de Quito, en
el periodo de 1534 y 1803, se implementaron instituciones coloniales perversas como
la mita, el obraje, la encomienda, el concertaje y el sistema de hacienda (Moreno, 2003,
págs. 9-78). Todos estos modelos de producción reflejaban de forma explícita o
enmascarada, un sistema de servidumbre y esclavitud que marca un camino de
6
padecimiento, miseria y muerte para los pueblos indígenas. Las mitas, por ejemplo, se
basaban en el trabajo obligatorio, donde cada grupo de indígenas aportaba a la corona
con un número de varones adultos durante varios meses al año. Las extensas jornadas
de trabajo eran retribuidas con un salario, lo cual garantizaba que los indígenas puedan
incorporarse como aportantes al Estado.
A estos modelos de producción hay que agregar, precisamente, una compleja
red de tributos como los diezmos y las primicias, manejados por la Iglesia Católica
como sustento de su acción evangelizadora. En el régimen colonial, las políticas
específicas para los indígenas se expresaron en el tutelaje clerical a partir de una
concepción etnicista que adjudicó al indígena un estatus de rústico, miserable e
inferior, que debía ser “cristianizado”, “corregido” y “civilizado”.
No obstante de estas condiciones extremas de existencia, los pueblos indígenas
serían protagonistas de no pocos episodios de protesta y altivez. Así por ejemplo se
destacan: la participación de los indígenas de Quito en la insurrección de Manco Inca
Yupanqui en 1533; las rebeliones de los indios de Lita y Quilca en 1550, el
Movimiento nativista de los Quijos en 1578, la sublevación de los jíbaros y la
destrucción de Logroño en 1599, el levantamiento de los Malabas en la provincia de
Esmeraldas en 1619, la insurrección de los indios Maynas en 1635, la defensa de la
propiedad comunal indígena en Pomallacta en 1730, el tumulto en el asiento de Alausí
en 1760, la sublevación contra las mitas en Riobamba en 1764, la rebelión contra la
cobranza de tributos en San Miguel de Molleambato en 1766, el alzamiento de los
conciertos en el obraje de San Idelfonso en 1768, la sublevación indígena en San
Phelipe en 1771, la insurrección de los indios del corregimiento de Otavalo en 1777,
la rebelión popular en Guano 1778, la sublevación en la tenencia general de Ambato
7
en 1780, la rebelión contra los diezmos en Columbe y Guamote en 1803 (Moreno,
2003, págs. 9-78).
Todos estos procesos ponen en cuestión esa construcción simbólica de que los
indígenas son una “raza vencida”, “domable”, de “buenos salvajes”, o de víctimas
pasivas que solo resistieron, para más bien demostrar que las acciones por alcanzar el
respeto a su dignidad fueron sistemáticas, planificadas y sostenidas. Sin embargo, las
luchas indígenas no solo estuvieron marcadas por episodios de resistencia, sino
también por procesos organizativos de insurgencia, que han logrado estructurar nuevas
formas “imaginarias” de comprensión de la realidad, ya no de sus intérpretes, sino de
los propios indígenas constituidos como sujetos políticos.
Las críticas y las propuestas que acompañaron la primera reforma agraria de
1964, el levantamiento indígena de 1990, y los debates más contemporáneos sobre
plurinacionalidad y sumak kawsay1, no habrían sido posibles sin el acompañamiento
de un sentido insurreccional y organizativo que marcaran la constitución de lo que hoy
es el movimiento indígena del Ecuador.
Para Marc Becker, los primeros sindicatos campesinos-indígenas del Ecuador
se formaron en Cayambe en el sector de Juan Montalvo en 1926 (Becker, 2007, pág.
139), teniendo como gestores de ese proceso a referentes fundamentales como Jesús
Gualavisí. Con esto concuerda Macas, quien señala que “Cayambe fue el núcleo de
todo un proceso de construcción de movimientos sociales y políticos de izquierda, ahí
es donde surge el Partido Comunista y se conforman sindicatos” (Macas, Entrevista,
2016). A partir de estas estructuras articuladas alrededor de los sindicatos, se producen
1 Según la Constitución, el Sumak Kawsay podría ser entendido como un modelo sustentable de
desarrollo, ambientalmente equilibrado y respetuoso de la diversidad cultural. Sin embargo no se reduce
únicamente a ello, pues también entraña una filosofía de vida asociada a formas de organización social,
política, territorial y, por supuesto, cultural.
8
eventos contenciosos de gran intensidad local y nacional, como la huelga de Pesillo y
la realización del Primer Congreso de Organizaciones Campesinas, de donde nacerían
los sindicatos “El Inca en Pesillo”, “Tierra Libre” en Moyurco, y “Pan y Tierra” en La
Chimba (Becker, 2007, págs. 20-39).
Serían estos elementos los que habrían producido las condiciones organizativas
para que más tarde se produjera una huelga en la hacienda “Pesillo” a finales del 1930,
y que al año siguiente, 1931, se empiece a madurar la organización del primer congreso
nacional de pueblos indígenas tomando como centro a Cayambe. Estos elementos se
convertirían en el preludio de lo que en 1944 sería la conformación de la Federación
Ecuatoriana de Indios” (FEI), que incorporó dentro de su plataforma reivindicativa, la
lucha por la tierra, con la participación de dirigentes como Dolores Cacuango
(Guerrero A. , 1996, págs. 32-43).
Desde esta estructura organizativa se germinaron acciones como la huelga de
Pitaná y la huelga en la hacienda de Guachalá en 1954, ambos eventos propiciatorios
para el paso a la reforma agraria de 1960 (Becker, 2007, pág. 139), donde los grupos
propietarios entregaron las tierras menos productivas y de accidentada geografía. A
pesar de ello, la reforma de 1964 cristaliza en cierto sentido una de las demandas
principales de la Federación Ecuatoriana de Indios (FEI) que era el acceso a la tierra,
pero crea también nuevas formas organizativas con una impronta étnica nueva, de
donde nacen organizaciones como la Federación Nacional de Organizaciones
Campesinas (FENOC), fundada en 1960 y que estuvo cobijada por la Iglesia Católica
que intentaba conseguir respaldos indígenas por fuera de la FEI.
En la década de los 70 la FENOC rompió con la iglesia y asumió
reivindicaciones más apegadas al pensamiento socialista. Posteriormente, en 1989
cambiaría su nombre a Federación Nacional de Organizaciones Campesinas-Indígenas
9
(FENOC-I) y en 1996 adoptaría el nombre que lleva hasta la actualidad, FENOCIN,
como producto de la incorporación de las comunidades de afro ecuatorianos. Así
mismo se crearon organizaciones con énfasis étnico como la pionera Federación Shuar
fundada en 1964, para posteriormente conformar organizaciones regionales como
Ecuador Runacunapac Richarimui (ECUARUNARI) fundada en 1975 en la Sierra; y,
la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana
(CONFENIAE) en la Amazonía. En la década de los 80 el proceso organizativo crece
en los sectores indígenas, y en 1980 se funda la Federación Ecuatoriana de Indígenas
Evangélicos (FEINE) (Ayala, 2005).
En 1986 se establecería una coordinadora a nivel nacional, la Confederación
de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), que dinamizará desde esa fecha
hasta hoy, todo el proceso de movilización y resistencia indígena. Para entonces la
participación política y electoral de los indígenas era auspiciada por el Partido
Socialista y otras estructuras de izquierda. “Los primeros dignatarios indígenas de
elección popular llegaron a sus puestos en las listas del Partido Socialista y el Frente
Amplio de Izquierda (FADI). En 1996, las tendencias étnicas promovieron la
formación del Movimiento Pachacutick, que ha logrado presencia política y que con
el paso del tiempo se constituyó en el brazo político de la CONAIE” (Ayala, 2011,
pág. 40).
Es decir lo político no fue ajeno al movimiento indígena, al respecto Andrango
manifiesta que “el movimiento indígena es una suma de vertientes ideológicas y
políticas que lo han construido en un actor social y político. Entre esas vertientes
tenemos a los partidos de izquierda, teología de la liberación y todas esas luchas
históricas propias del movimiento indígena” (Andrango, 2016).
10
En junio de 1990 se produce el primer levantamiento indígena en el Ecuador
(inédito en toda Latinoamérica). Este precedente advertía la decadencia del discurso
de las clases dominantes pues “los hechos demostraron que seguíamos siendo un país
de indios” (Silva, 2005, pág. 31), quienes reaparecen para poner en duda los principios
con los que se construyeron los sentidos de la ecuatorianidad. Para viabilizar sus
demandas, el proyecto bandera del movimiento indígena, fue la realización de una
Asamblea Constituyente que recogió las propuestas del “Mandato por la defensa de la
vida y los derechos de las nacionalidades indígenas” que contenía cambios radicales
como la educación intercultural bilingüe, el reconocimiento del gobierno y derechos
ancestrales y territoriales, la recuperación de tierras, reconocimiento de su sistema de
justicia, de medicina y autoridad. Además, se demanda una reconfiguración del
estatuto monocultural y uninacional del Estado por no estar acorde con la realidad
“pluricultural” del país, disputando de esta forma, el propio encuadre estatal que se
había fabricado de la diversidad.
De forma directa o indirecta, estos procesos de emergencia organizativa del
movimiento indígena pusieron en cuestión los proyectos nacionales imaginados por
las élites que construyeron los Estados en el siglo XIX. La presencia de los pueblos
indígenas como actores fundamentales en la identidad nacional, ofrecen una base
empírica para reelaborar los sentidos de la ecuatorianidad y los elementos simbólicos
con los que esta se levanta. Por ejemplo, Luis Macas comenta que, “el mismo hecho
de haber conocido la nación ecuatoriana, el mismo hecho de haber cerciorado de que
hay una entidad que nos cobija a todos, nos reafirma con mucha más fuerza de que
aquí en esta nación, no solamente hay una cultura, no solamente existe una sola
identidad; hay varias identidades, hay mí identidad” (Macas, Entrevista, 2016).
11
Lo anterior revela que la constitución de los pueblos indígenas como sujetos
históricos y políticos, obligaron a replantear el carácter del Estado, generando una
“tensión” entre comunidad y estatalidad. Balandier explica que “Los pobladores, aún
incapaces de concebir su modo de pertenencia a un Estado considerado abstracto y
carente de tradiciones históricas, hacen resurgir antiguas relaciones políticas. Las
utilizan con el fin de comprender mejor sus relaciones con el poder moderno y de hacer
presión sobre este último” (Balandier, 1969, pág. 268).
El carácter organizativo de la comunidad como centro político y simbólico,
tiene un antecedente desde el origen mismo de estas civilizaciones. “La base
organizativa de los indígenas es la comuna. Esta base organizativa ha existido por seis
u ocho mil años y hasta el presente. Pese a esta realidad, sólo en 1938 se reconoció́
legalmente a las comunas.” (Ayala, 2011, pág. 39). Macas señala que “la comunidad
es una construcción política distinta, una construcción de la democracia distinta, que
no tiene que ver con la construcción formal de la política, del Estado” (Macas,
Entrevista, 2016). Por su parte, Andrango manifiesta que “la comunidad es ese gran
espectro, tanto de organización de la sociedad comunitaria, como de los elementos
políticos, económicos, religiosos que de alguna forma rigen las formas de convivencia
de quienes ahí vivimos” (Andrango, 2016).
1.2. De razas a etnias y a nacionalidades
A pesar de su fuerte presencia en la historia, los pueblos indígenas y afro
descendientes no lograron revertir la matriz colonial de organización social de la
“nación” y tampoco estuvieron presentes en sus relatos fundacionales. La forma de
gestionar la diversidad cultural fue eficiente para la Colonia, pues lograron controlar a
12
una población indígena numéricamente mayoritaria, agregándolos como tributarios a
la Corona Española e insertándolos en un proceso de aculturación (Moncayo, 1895).
De ahí la importancia de desarrollar de manera general, las dos vertientes
explicativas que orientan la comprensión sobre el origen de la diversidad en el mundo,
de acuerdo con lo propuesto por Kymlicka, citado por Ramón (Ramón, 2011, pág.
140). La primera surge a causa de los procesos de incorporación a un Estado mayor,
por parte de grupos humanos que poseían previamente autogobierno y concentración
territorial, llamándolos por esto “minorías nacionales”. En nuestro caso esta primera
explicación de la diversidad tiene una connotación especial, pues el proceso de
incorporación ocasionó el sojuzgamiento de los grupos humanos originarios, razón por
la cual quien asume la administración de esa diversidad fueron los grupos foráneos y
no los nativos (Guerrero A. , 2010). La segunda explicación del origen de la diversidad
cultural son los inmigrantes, a quienes se los llama “grupos étnicos”. Aquí también
hay una especificidad para el caso en análisis, y es que desde los inicios de la colonia,
grupos de afrodescendientes fueron traídos a la fuerza en calidad de esclavos.
Posteriormente, recobrarían su libertad y empezarían a reclamar para sí el estatus de
pueblos, siendo “minorías nacionales” y “grupos étnicos” al mismo tiempo.
Esta particularización de los rasgos definitorios de la diversidad cultural del
Ecuador, arroja que buena parte de lo que somos se edificó como resultado de
entrecruzamientos e influencias en contextos de “colonialidad”2, lo cual implica una
condición de dominación colectiva e individual; “Esta se suscita con la llegada de
vencedores que privan a los diferentes pueblos aquí existentes de sus leyes y
2 La colonialidad del poder se sitúa actualmente en un contexto de globalización que comenzó con la
conquista de América y la implantación del capitalismo colonial/moderno. Uno de los elementos de ese
patrón de poder, es la clasificación de las sociedades bajo la idea de “raza”, un constructo mental que
justifica el ejercicio de la dominación colonial y que legitima al eurocentrismo como su forma específica
de racionalidad.
13
autoridades, imponen las suyas y el sentido de otra historia” (León, 1991, pág. 383).
Este entramado daría inicio a un largo proceso de mestizaje tanto ambiguo como
antiguo “que ha estado presente desde el momento mismo de la constitución de la
nación como comunidad imaginada” (Kingman, 2002, pág. 1).
Si la identidad nacional surge de relaciones marcadas por la colonialidad, es
fundamental explicar los dos ejes en los que basa el ejercicio de su poder. El primero
es un instrumento de dominación social basado en el establecimiento de una
clasificación racial de la sociedad (racialización) que tiene sus orígenes en el proceso
mismo de la “conquista” de América. El segundo se basa en un instrumento de
explotación social, a través del despojo de la fuerza de trabajo. Como se explicó arriba,
las modalidades utilizadas para perpetuar tal cometido eran varias: latifundio,
encomiendas, mitas, etc. Todas estas formas de relaciones de trabajo actuaban de
manera complementaria y coordinada.
Se configuraron de esta forma nuevas identidades esteriotipadas desde el
Estado: indios, negros, blancos, mestizos. Pero también pobres y ricos. De ahí que las
relaciones intersubjetivas de relacionamiento social, se transformaron en relaciones
racistas y capitalistas. Por ello “…una de las estrategias claves para el ejercicio de la
colonialidad fue la construcción de la raza como categoría clasificatoria de la
diferencia para legitimar un orden jerárquico y racializado…” (Guerrero P. , 2011, pág.
78).
Cuando se habla de raza, se evoca generalmente a características somáticas
(color de piel, tipo de pelo, etc.). En el diccionario holandés “Van Dale”, por ejemplo,
se define a raza como “grupo de gente o de una especie de animales, que se diferencian
conjuntamente de otros ejemplares de su especie atendiendo a otros criterios que los
estrictamente biológicos…” (Baud, 1996, pág. 13). Bajo esta estrategia, las
14
características físicas, los repertorios culturales, el idioma, la religión y todos los
rasgos materiales e inmateriales de quienes imponen un orden colonial, se erige a sí
misma como la más alta forma de humanidad, instituyendo una dicotomía falsa y
perversa entre pueblos “salvajes” y “civilizados” (Guerrero P. , 2003).
Al igual que con la raza, el concepto de “etnia” surge también desde los
externos perceptores, como una forma distinta de clasificarlos desde la academia, pero
siempre desde la exterioridad y sin que ellos puedan enunciar su propia palabra como
pueblos. En Ecuador y América Latina, la antropología social tomó a la otredad
“primitiva” y “exótica” como su “objeto” de estudio y escogió a los indígenas,
afrodescendientes, campesinos y colonos como sus “salvajes”. Así, la antropología,
con base en una concepción paternalista de una “otredad rústica”, negó la capacidad
de los “objetos” de estudio para generar sus propias reflexiones sobre sus propios
problemas, catalogándolos desde la academia como “etnias”.
Aquí radica una de las diferenciaciones paradigmáticas con el concepto de
“nacionalidad”, pues esta definición surge de las propias actorías del mundo indígena.
El concepto de “nacionalidad”, marcará incluso para la academia, el paso de “objetos”
de estudio a “sujetos” políticos e históricos, provocando una fuerte fractura al interior
de los cánones del conocimiento, que obligaron a las ciencias como la antropología, a
replantear sus métodos, objetivos y epistemes.
15
2. La nación inventada
…cómo foeteaban cada día, sin falta. “Capisayo al suelo, calzoncillo
al suelo, tú, bocabajo, mitayo. Cuenta cada latigazo”. Yo, iba contando: 2, 5,
9, 30, 45, 70. Así aprendí a contar en tu castellano, con mi dolor y mis
llagas…
(Dávila, 1956)
2.1. Aproximaciones conceptuales a la pluri-multi-inter-culturalidad
Es ya un lugar común decir que la mayor riqueza que tiene el Ecuador está dada
por su diversidad cultural. Tal afirmación, aunque cierta, no significa que el país sea
intercultural a pesar de que así lo reconoce incluso la Constitución de 2008 en su
artículo uno3. Es verdad que el Estado ecuatoriano ha declarado la existencia de 14
nacionalidades y 18 pueblos; y que ha instituido al kichwa y al shuar como idiomas
oficiales de relación entre ecuatorianos, pero eso tampoco hace que el país sea
intercultural. Es fundamental, por tanto, realizar una diferenciación entre conceptos
que presentan en su uso cotidiano, un tratamiento indiferenciado. Pluriculturalidad,
multiculturalidad e interculturalidad, no son sinónimos y tampoco son semejantes o
análogos, de hecho responden a planteamientos teóricos y políticos radicalmente
distintos y hasta opuestos.
Ecuador es un país diverso no sólo por su composición ecológica, geográfica y
biológica, sino, y sobre todo, por su gran diversidad social y cultural. Sin embargo, no
siempre la diversidad fue apreciada como un fundamento positivo de la nación, pues
3 “El Ecuador es un Estado constitucional de derechos y justicia, social, democrático, soberano,
independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico. Se organiza en forma de república y se
gobierna de manera descentralizada…” (Constitución de la República del Ecuador, 2008, pág. 1)
16
principalmente era asumida como una rémora a la que hay que negar, ocultar e incluso
combatir. Por ello, en los últimos años ha tomado fuerza la idea de gestar como país
la “unidad en la diversidad”, entendiendo que unidad no es lo mismo que
homogeneidad. Precisamente la diversidad es una respuesta a los imaginarios
totalitarios y universalizantes del poder.
Así, “cuando hablamos de pluriculturalidad, hablamos de la existencia real y
concreta de diversas culturas con identidades propias y diferenciadas. En ese sentido,
la pluriculturalidad es una realidad objetiva existente, innegable” (Guerrero P. , 2010).
La pluriculturalidad es entonces un dato de la realidad bajo el cual se reconoce y asume
que una sociedad es diversa culturalmente, pero bajo la impronta hegemónica de una
cultura que se sitúa por encima de las demás, imponiéndoles una lógica dominante de
subordinación. Por otra parte, “…la multiculturalidad se vuelve una especie de
relativismo instrumental que proclama el mero reconocimiento de la diversidad… pero
sin cuestionar las relaciones de poder y hegemonía que en dichas relaciones se
construyen” (Guerrero P. , 2010, pág. 245).
Es por ello que uno de los ejes del multiculturalismo o multiculturalidad es el
reconocimiento de derechos diferenciados a partir de los cuales se propiciaría la
creación de ciertos marcos de unidad en la diversidad, permitiendo a los diversos tener
elementos creativos de colaboración y reconocimiento. Esta concepción primordialista
de la diversidad y la diferencia, amplifica el culturalismo etnicista, por sobre el
enfoque político, disolviendo el suelo bajo los pies de los sujetos históricos.
Los planteamientos étnicos, vienen aparejados de reivindicaciones
exclusivistas que lejos de permitir el intercambio de culturas, favorece su
encerramiento a manera de guetos o claustros inexpugnables. “Hablar de justicia
indígena, de ministerios indígenas o de universidades indígenas, no es contribuir a la
17
construcción de la interculturalidad, sino reproducir una forma de segregación colonial
que sigue instrumentalizando la diferencia” (Guerrero P. , 2011, pág. 83).
La etnicidad, entendida como la creencia de un grupo humano en una identidad
cultural colectiva, toma en cuenta la construcción relacional sujeta siempre a la
variabilidad de contextos históricos y sociales determinados, y no únicamente a
características primordiales como la biología o la geografía. En este contexto, los
procesos de insurgencia de los pueblos indígenas y afrodescendientes, han planteado
abordar a la etnicidad como estrategia, es decir, enfatizando en el carácter construido
de su acción sociopolítica, donde el conflicto es el eje central de su análisis pues, “al
igual que la cultura, la diversidad y la diferencia, la etnicidad, es un instrumento
insurgente para la impugnación y superación del poder” (Guerrero P. , 2003, pág. 115).
Sin embargo, dentro de la perspectiva multicultural, la etnicidad es asumida
desde un enfoque instrumentalista y circunstancialista, donde los Estados liberales
reconocen derechos diferenciados a grupos humanos diversos, “derechos que pueden
tener distintos grados de reconocimiento, dependiendo de la liberalidad del Estado y
de la fuerza de esos grupos por negociar su relación cultural, territorialidad,
autonomías, idioma, justicia ancestral (...) No obstante todos estos reconocimientos
siempre son otorgados desde una condición de subalternidad” (Ramón, 2014, pág. 5).
Sin embargo, el reconocimiento de la diversidad no fue producto de una
concesión gobernante del poder ni del Estado, sino la respuesta a la presión que
imprimió la organización de los pueblos indígenas de cara al Estado liberal. Incluso al
interior del liberalismo, el debate respecto a la ciudadanía diferenciada y el principio
de reconocimiento (Tylor, 2003, pág. 49), fueron cuestionados bajo el argumento que
la perspectiva multicultural no sería sino una fábrica productora de diversidad
dedicada a resaltar las diferencias con fines de separación, desdibujando dos los
18
fundamentos de la sociedad liberal: “neutralidad del Estado; y, generalidad
(omniinclusividad) de las leyes.” (Sartori, 2001, págs. 92-93).
Ahora bien, tanto la pluriculturalidad, la multiculturalidad y la
interculturalidad, son sistemas de gestionar la diversidad, siendo el multiculturalismo
su versión liberal, pues a pretexto de garantizar el respeto a la igualdad ante la ley, “se
busca anular la existencia de conflictos y oscurecer las desigualdades y asimetrías
sociales que hacen que tal igualdad de derechos sea una mera declaración” (Guerrero
P. , 2010, pág. 245). En el multiculturalismo entonces se acciona una doble estrategia:
por un lado se busca aupar la tolerancia entre diversos y por otro se encubre un proceso
de despojo del sentido insurgente de esa misma diversidad (Walsh, 2000, págs. 130-
133). En eso consistiría el trasfondo ideológico del multiculturalismo que pregona una
tolerancia represiva que vacía el contenido del sujeto.
La interculturalidad, contrario a la pluriculturalidad y al multiculturalidad, no
es una característica natural de las sociedades diversas, sino un camino por el que se
debe transitar, “No es solo reconocer al “otro”, sino también entender que la relación
enriquece a todo el conglomerado social, creando un espacio no solo de contacto sino
de generación de una nueva realidad común” (Ayala, 2011, pág. 61). Para Andrango
“la tesis de la interculturalidad implica conocer cómo en medio de esa diversidad
construimos un Estado nacional unitario, sin perder las diferencias (Andrango, 2016).
En esta misma línea de reflexión, Macas manifiesta que “la interculturalidad es una
permanentemente forma de relación entre las culturas, pero fundamentalmente entre
los saberes” (Macas, Entrevista, 2016).
Comprender a la cultura bajo la perspectiva política, es dimensionar las
tensiones que acaecen para disputar los sentidos y la forma en la que estos pueden ser
instrumentalizados por el poder para legitimar su ejercicio (multiculturalidad,
19
pluriculturalidad) o apropiados por los pueblos para impugnar la dominación y
reafirmar sus luchas por la dignidad y la vida (interculturalidad).
Por ello, mientras la interculturalidad no se circunscribe a ser un asunto de
indígenas y afrodescendientes, el multiculturalismo y la pluriculturalidad centran
justamente en ello su radio de alcance y acción. En este sentido, la interculturalidad se
presenta como una posibilidad para cuestionar y poner en tensión todas las formas, los
sentidos y los constructos teóricos que tienden a naturalizar y legitimar la
discriminación, la injusticia y el menoscabo de la dignidad humana por asuntos de
“etnia, lugar de nacimiento, edad, sexo, identidad de género, identidad cultural, estado
civil, idioma, religión, ideología, filiación política, pasado judicial, condición socio-
económica, condición migratoria, orientación sexual…” (Constitución de la República
del Ecuador, 2008, pág. 3). Por tanto, la interculturalidad no es competencia privativa
de los grupos indígenas y afrodescendientes, sino objetivo del país entero.
“Es en el área de la cultura donde se está produciendo la batalla del cambio, o
no cambio, de las estructuras sociopolíticas y económicas en su conjunto” (Muñoz,
2005, pág. 295). La interculturalidad despolitizada es multiculturalismo que favorece
al poder y a la expansión del capitalismo como “sistema mundo”. Lastimosamente
fenómenos como el racismo, están presente en Ecuador y el mundo, reproduciendo
cada vez con más frecuencia episodios de intolerancia y odio, por lo que construir
sociedades interculturales sigue siendo un objetivo por alcanzar.
2.2. Imaginadores, (no) imaginados e imaginarios: “Estar juntos pero de
espaldas”
Las comunidades “no imaginadas” fueron excluidas por las élites que
inventaron a la nación, a partir de idear un país de “blancos” bajo una valoración
20
particular de la moral, de la propiedad y de los cuerpos, dando como resultado, una
identidad prejuiciada y mutilada por el desprecio de las élites económicas, políticas y
culturales, hacia los “no imaginados”.
Reconocer la diversidad a partir del multiculturalismo o la pluriculturalidad, es
una forma velada de no imaginar a los “no imaginados”, o de imaginarlos únicamente
desde los elementos denotativos que forman parte del folklor y el exotismo. Por el
contrario, la plurinacionalidad y la interculturalidad, representarían el desafío de los
“no imaginados” por proponer una nación donde todas y todos se puedan imaginar en
un proyecto común, sin distinción de cualquier tipo de clivaje.
Son muchos los discursos que han construido la nación, entre ellos, el de los
historiadores (Ayala, 2004). Pero como se vio anteriormente, indagando en el pasado
del Ecuador, y de buena parte de los países de la región, se pueden encontrar pueblos
ancestrales que, sin embargo de su importancia y gravitación, no están presentes en el
relato oficial que se hizo de nuestra historia. Es decir, fueron “no imaginados” por la
nación.
Anderson, al plantear el concepto de "comunidad imaginada" (Anderson,
2000), estructura una definición ampliada de nación que enfatiza dos aspectos de su
carácter moderno. El primero deja en claro que la nación no responde a los
primordialismos identitarios anteriores al Estado. El segundo identifica al Estado como
el gran imaginador de dispositivos culturales que generan una comunidad política por
encima de los particularismos y clivajes.
El concepto de nación ligado a la estatalidad, se convirtió así en un modelo
hegemónico de organización y control del Estado. La capacidad que tiene la nación,
es modelar la conciencia de los individuos a través de formas dinámicas de
21
subjetivación con una legitimidad emocional tan arraigada que es comparable
únicamente a las comunidades religiosas. Por estas razones, Anderson mira a la nación,
más que como una ideología, como un artefacto cultural que puede ser utilizado de
múltiples formas y con múltiples propósitos.
Sobre la base de estas consideraciones surge una paradoja entre: la nación como
universalización y la nación como particularismo. Esto tiene una relación directa con
la eficacia de las fidelidades y lealtades que la nación intenta levantar, considerando
que todo el discurso emancipador de la modernidad, basado en el individuo racional
portador de un nuevo sentido histórico que empieza a reconocerse como inmerso en la
lógica del Estado, entraña, al mismo tiempo, un individuo que no puede escapar a sus
propias tramas culturales, viéndose resquebrajado por los dispositivos de reproducción
simbólica del Estado que excluye parte de su construcción como sujeto. A ello
Anderson llama el "lado oscuro de la modernidad".
El nosotros construido a partir del no-otros, nunca es un sujeto definible en
términos simples. La identidad nacional homogénea y monolíticamente concebida, es
una hechura arbitraria que se mantiene únicamente de forma artificial. En el caso
ecuatoriano, el meta discurso de la identidad nacional no ha involucrado el
reconocimiento de las identidades parciales, como hacedoras de prácticas y
representaciones intencionalmente encubiertas, silenciadas y no imaginadas. Se niega,
por tanto, que toda cultura se configura históricamente, de “un 'Yo' colectivo
(comunidad), en interrelación e inter imaginación dinámica con un 'Otro' (alteridad),
resultante de un juego de fuerzas” que concurren en un espacio hegemonizado por las
clases dominantes (Silva, 2005, pág. 12).
La imaginación corresponde a un proceso propio de la psicología humana, que
permite a una persona jugar con datos e información generada intrínsecamente con el
22
fin de crear una representación sobre sí y el mundo. ¿Por qué en la alquimia de
configuración de la “comunidad imaginada” se desconoció la imaginación y los
imaginarios de los pueblos indígenas y afro descendientes como aportantes de esa gran
identidad colectiva llamada nación? La respuesta es una sola, los sectores dominantes
querían granjearse la posibilidad de esculpir bajo la violencia física y simbólica, una
propia figuración imaginada del indígena y del afrodescendiente como seres sin
cultura, “naturales”, “endebles”, “lentos”, “insensibles”, consumados de “idiotismo” y
“embrutecidos”, dotados de “animalidad”, “sin valores” morales ni religiosos, es decir,
a la medida de sus prejuicios e intereses. De esta manera se niega a estos grupos el
estatuto de sujetos, y se les impone una matriz ventrílocua de cómo ellos deben
imaginarse a sí mismos y de cómo deben imaginar al poder (Guerrero A. , 2010, págs.
99-105). De esta forma,
las poblaciones colonizadas fueron despojadas de sus recursos materiales y
simbólicos, de su rica tradición cultural construida desde tiempos ancestrales
que ponía en evidencia un imaginario activo y creativo, por ello se les impidió
que pudieran continuar objetivando y reproduciendo sus construcciones
simbólicas, sus mitos, imágenes y ritualidades desde su propia racionalidad
cultural…se les impuso admitir o simular admitir la renuncia de sus universos
simbólicos para asumir los imaginarios hegemónicos de los conquistadores.
(Guerrero P. , 2004, pág. 35).
A partir de aquí, las comunidades prehispánicas, cuyos espacios de
imaginación fueron clandestinizados, no pudieron sino acudir a las formas festivas y
artísticas, como cauce eficaz de subsistencia. La imaginación de los pueblos indígenas
se expresaría entonces en facetas como el trabajo significativo de las iconografías que,
23
apropiándose de una técnica barroca, supieron mestizar el arte europeo con la
creatividad del hombre andino. De la misma forma en el ámbito de la fiesta, los
sectores subalternizados han encontrado una oportunidad para crear un mundo
invertido donde las dimensiones del poder son transitoriamente alteradas. De esta
manera la tradición, no puede ser totalmente eliminada y muchos de sus elementos
perviven cambiando de forma, volviéndose con ello más difícilmente identificables,
pues “las estructuras políticas resultantes de la instalación de los “nuevos Estados” no
pueden ser interpretadas, durante el periodo de transición, más que apelando al antiguo
lenguaje. Ellas no gozan ni de una comprensión ni de una adhesión inmediata por parte
de los pobladores tradicionales…” (Balandier, 1969, pág. 268).
Es que la capacidad de imaginar de los pueblos indígenas se construyó a
manera de intersticios en la propia imaginación colonial. Esta fue una de las formas
que encontraron los pueblos indígenas para insertarse en el relato de la nación que, en
muchos casos, solo les reservaba la muerte como acceso factible a la historia. No
obstante, de la extrema violencia que significó el acoplamiento de los pueblos
prehispánicos a las costumbres de los “conquistadores”, el molde que se impuso para
la construcción de la nación fue el molde de España. Fundamental es entonces hacer
referencia a los dispositivos que operaron en la segregación a las comunidades (no)
imaginadas, durante el proceso de construcción de los dos primeros proyectos del
Estado-nación ecuatoriano.
Aunque el proceso de independencia trajo consigo rupturas en el orden político,
muchos de los rasgos estamentarios de la sociedad colonial se mantuvieron intocados
por la República4. Síntoma de ello es que la esclavitud, en el caso de los
4 El Acta de Independencia de Quito de 1809 se conserva los protectorados para las poblaciones
indígenas.
24
afrodescendientes, y los tributos, en el caso indígena, continuaron vigentes hasta la
década de los cincuenta del siglo XIX. Es sobre esta matriz colonial, que el proyecto
nacional criollo, levanta un modelo excluyente donde los indígenas y
afrodescendientes no sólo que no eran considerados como ciudadanos, sino que su
propia condición de humanidad era cuestionada y puesta en duda. Paradójicamente a
aquello, preceptos como la igualdad y la fraternidad, enarbolaban los ideales de la
naciente república.
Sobre la construcción identitaria de la nación, el proyecto criollo reflejaría una
especie de acto fallido de la conciencia colonial, que reproduce en la subjetividad de
la sociedad la razón colonizada, por ello, “suspendida entre el vacío y lo imposible, la
cultura criolla no es, inicialmente, otra cosa que una ilegitimidad: una bastardía que
reniega de su híbrida condición, pero sin conseguir con eso el reconocimiento de su
presunto, blanco progenitor” (Cueva, 1967, pág. 171). Así, las élites criollas
“declararon idioma nacional al castellano; religión oficial a la católica, y mantuvieron
una sociedad de desigualdades institucionalizadas” (Ayala, 2005, págs. 45-46). La
identidad del país se construyó entonces sobre la base de la segregación y racismo. “El
proyecto nacional criollo no logró integrar a los diversos componentes sociales y
regionales del naciente Ecuador en una comunidad cultural que asumiera una
experiencia histórica y un destino común. La identidad del Ecuador criollo era en
realidad la de una minoría de su población” (Ayala, 2004, pág. 121).
Posteriormente se habla sobre el proyecto nacional mestizo, donde la nación
renegó de una parte de sus orígenes produciéndose conflictos de identidad que trataban
de ser resueltos a través de la discriminación y exclusión por parte de mestizos hacia
indígenas y afrodescendientes, a quienes se consideraba inferiores. De esta forma el
25
mestizaje fue asumido como una oportunidad de blanqueamiento. Es decir, se persistía
en la idea de una mismidad que negaba a la otredad indígena, fracturando de forma
vertebral el elemento subjetivo que configura la morfología de la “nación”: el
sentimiento de comunidad. “La esencia de una nación es que todos los individuos
tengan muchas cosas en común, y también que todos hayan olvidado muchas cosas”.
(Renan, 2000, pág. 57). Era claro que la gran narración sobre un pasado, un presente
y un futuro necesariamente común y compartido, era solo real en el discurso.
Andrés Guerrero señala dos períodos para comprender la gestión de la
diversidad indígena por parte del Estado ecuatoriano:
Durante la primera etapa (1830-1857), el nuevo Estado administró
directamente a la población indígena como hecho público, siguiendo con
variaciones menores el modelo de su predecesor colonial. Luego en una
segunda etapa, una vez eliminada la condición de tributarios a mediados del
siglo XIX y extendida, en principio, la ciudadanía a todos los ecuatorianos, la
relación del Estado con los indígenas cambia… Así pues en esta segunda etapa
que duró hasta mediados del siglo XX, la administración étnica adopta la
modalidad de un hecho antes privado que público-estatal: atañe a las
configuraciones de poder, en el ámbito de un valle o una región, conformadas
por las haciendas y la iglesia parroquial, los concejos municipales y los
funcionarios del Estado, los mediadores étnicos y los vínculos personales entre
“blancos de pueblo” y comuneros. (Guerrero A. , 2010, págs. 103-104).
En la segunda mitad del siglo XIX, ante el reconocimiento formal de los
indígenas como ciudadanos de la república, se configura una estrategia esquizoide de
afirmación de la identidad nacional. “El Estado ecuatoriano ocultó la existencia de una
26
mayoría étnica de habla no española. Sin embargo, más que desconocer, lo que hizo
fue difuminar de sus códigos y principios organizativos la presencia de poblaciones
étnicamente distintas”. (Guerrero A. , 2010, pág. 104). Esto demuestra que la
configuración estatal sigue en su constitución, un proceso de expropiación similar al
de la acumulación del capital y que también afecta a la legalidad, la violencia, los
poderes dispersos, la identidad, las pertenencias, las representaciones, etc. que se
desarrollan en los espacios locales5.
A inicios del siglo XX, a pesar de que la revolución liberal había incorporado
al ejército a los campesinos y que se había alcanzado importantes avances en torno a
la educación secular estatal, las comunidades indígenas y negras seguían imaginadas
bajo los cánones del prejuicio de la gran comunidad nacional, “Los derechos de
ciudadanía no llegaban a estos grupos, aunque se desterraron los trabajos forzados.
Grupos indígenas de la Sierra organizaron numerosos levantamientos contra el Estado
y los terratenientes. Entre 1913 y mediados de la década de los veinte los grupos
indígenas de las provincias de Cotopaxi a Azuay, protestaron contra los censos y las
formas de reclutamiento de mano de obra…” (Sarah Radcliff, 1999, pág. 20).
Es decir, el Estado en la tarea de constitución de la “comunidad imaginada”,
actúa en una lógica donde primero se expropia, luego se centraliza y finalmente el fruto
de ese poder centralizado vuelve sobre los pueblos indígenas para generar más control
político. Esta operación se fundamenta a través de medios internos y externos como
5 Estos dispositivos coloniales continúan vigentes hasta hoy, por lo que, aunque no son objeto del
presente ensayo, es necesario enunciarlos por la gravedad de sus implicaciones. Un ejemplo es el
Decretos Ejecutivo 1780, Registro Oficial 620, del 25 de junio de 2009, donde se faculta la celebración
de un contrato entre el Estado y las misiones católicas de la Amazonía, Esmeraldas y Galápagos, para
“trabajar con todo afán en pro del desarrollo, fortalecimiento de las culturas, evangelización e
incorporación a la vida socio-económica del país, de todos los grupos humanos que habitan o habitaren
dentro de la jurisdicción territorial encomendada a su cuidado, exaltando los valores de la
nacionalidad ecuatoriana”.
27
los censos poblacionales y las campañas de cedulación. Se debe tener en cuenta que
toda expropiación, requiere de “domesticación” sobre el principio de legitimidad que
tiene el Estado para construir una forma validada de “nación”. El arma de esa
expropiación es el Estado, de ahí que para que el proceso sea eficaz, este debe contar
con burocracias fuertes (creadoras de un tipo de racionalidad), en las cuales se asiente
su cuerpo y funcionamiento.
En el marxismo el Estado define su función a partir de relaciones de poder,
donde las clases sociales se construyen con vista a la estructura social, no en base a
interacciones individuales, sino a relaciones dialéctica de oposición (burguesía-
proletariado). La función del Estado en este escenario, es edificarse como un
ensamblaje de instituciones a partir de las cuales se crean dinámicas de cohesión,
integración, sentidos, simbolismos y representaciones atravesadas por relaciones de
dominación ejercidas mediante la ideología precisamente de la “nación”. De esta
forma, la "nación" no es sino una producción ideologizante que se ubica en la sociedad
para diluir las contradicciones sociales, construyendo cohesión y sentido de unidad.
A partir del contexto expuesto podemos decir que es el Estado quien ha
construido la “comunidad imaginada”. Este proceso de centralización del poder que se
expresa en instituciones, burocracias y mecanismos coercitivos, hace surgir una
legitimación a partir de la cual precisamente se construye el discurso imaginado de la
nación para generar un sentido compacto de comunidad política. Es decir, el Estado
debe generar una homogeneización cultural en término de creencias y para eso se vale
de un lenguaje educativo que formula la didáctica de aprehensión de la “comunidad
imaginada” en nombre de la cual se exigirá luego lealtad. La lealtad se consigue, como
lo explica Anderson, solo si la construcción de la “comunidad imaginada” logra
28
ubicarse por encima de las fracturas identitarias, logrando una hermandad por y a pesar
de los particularismos culturales.
Se invisibiliza las jerarquías de tal forma que, sin desaparecer, son procesadas
y resignificadas en función de la idea de nación. Por eso, hay un lenguaje para referirse
a la diversidad y a la diferencia, siendo medular la legitimación discursiva para
proteger a la familia en la nación, a los indígenas en la nación, a las mujeres en la
nación, a las élites en la nación, etc.
Los materiales de los que echa mano el Estado para edificar el discurso de la
nación son múltiples pero quizá los más eficaces son la educación respecto a la
enseñanza de la “historia” y el establecimiento de fechas de su recordación y
celebración oficial. No son procesos simultáneos, es decir, el Estado y la nación no
concurren necesariamente como procesos con trayectorias iguales. El Estado en
muchos casos antecede a la nación y surge sin ayuda de esta. Aquí es fundamental
señalar que la nación tiene múltiples significados: puede tener relación con el
territorio, con la soberanía o con la consanguinidad. Esto quiere decir que cada
concepto de nación tiene su propia genealogía y sentido.
Lo que sí es permanente es que las pretensiones de homogenización de la
nación se han construido con mecanismos de despojo, violencia y negación de los
espacios comunitarios subnacionales. Al respecto, Andrango explica, “Yo creo que las
comunidades siempre se han desarrollado y construido en ausencia del Estado. Esta
ausencia del Estado, tenía una raíz y una razón, y es que el Estado se formó a espaldas
de los pueblos indígenas” (Andrango, 2016). Macas concuerda con que el Estado
“convive” ausente en su comunidad: “Yo hablando por ejemplo de la niñez, nunca
jamás hemos visto al Estado. No sé, tal vez la escuela puede ser la representación del
Estado en nuestra comunidad, nada más, porque los caminos vecinales es minga y es
29
hecho por nuestros gobiernos comunitarios; el agua, el agua de riego, el agua para
producir la agricultura es a base de mingas.” (Macas, Entrevista, 2016).
30
3. El estado plurinacional e intercultural
“Llorar […] aunque le matéis, el indio no llora; sentimientos tiernos no son de
corazones atrofiados. Reír, a veces sí, y en su rostro entonces, en sus bruscas
carcajadas, palpáis la preponderancia sin contrarresto de la materia.”6
(Moncayo, 1895)
3.1. La plurinacionalidad: proyecciones y limitantes
“Somos pueblos con idioma, territorio, una espiritualidad propia. Tenemos
miles de años y, por lo tanto, somos nacionalidades” (Macas, 2009, pág. 96). La
plurinacionalidad fue planteada desde los años 70 como una reivindicación del
movimiento indígena para superar el Estado mono-cultural y excluyente en el cual
fueron subsumidos en el periodo colonial y republicano. El objetivo de esta propuesta
sería la construcción de las condiciones que permitan la existencia de varias
nacionalidades dentro de un mismo Estado, a través del reconocimiento de diversas
culturas con diferentes formas de organización sociopolítica, lengua, administración
de justicia, espiritualidad, medicina.
Contrario a las definiciones de “pueblos antiguos”, “rústicos”, “naturales”, la
plurinacionalidad proviene ya no de historiadores, antropólogos o académicos, sino de
los propios actores sociales que adoptan esa definición para nombrarse a sí mismos.
La sola propuesta siempre convocó posiciones a favor y en contra; uno de los
principales cuestionamientos en el proceso constituyente (2007-2008) catalogó a la
plurinacionalidad como un “fundamentalismo” que atentaría contra el carácter unitario
6 Fragmento que hace Abelardo Moncayo de la “psicología profunda del indio” en el “Concertaje de
indios”.
31
del Estado-nación7, favoreciendo un proceso de balcanización del Ecuador. Este
enfoque concuerda con Sartori, quien sostuvo que el multiculturalismo sólo puede
desembocar en un sistema de tribu y en separaciones culturales desintegrantes (Sartori,
2001). Bajo el mismo argumento, la plurinacionalidad llegó a ser juzgada como una
pretensión etnocentrista de poner en vigencia el Tahuantinsuyo y la misma “República
de Indios” de origen colonial.
En respuesta, los gestores de la plurinacionalidad defendieron la propuesta
cuestionando que esas construcciones discursivas, reflejaban cómo las élites miraron
a la otredad y el temor que sentían frente al posible establecimiento de una nueva
relación entre Estado y pueblos indígenas. Bajo este enfoque, la plurinacionalidad
ponía en cuestión la visión monocultural, bajo la cual se concibió al Ecuador en su
proceso de construcción a “comunidad imaginada”, como un todo nacional, sustentado
en un tipo de ciudadanía liberal, erigida bajo el principio de igualdad ante la ley, que
disuelve en la totalidad la diversidad cultural del país: “el concepto que defendemos
no es el de ciudadanía. Pensar que no somos indígenas, sino ciudadanos, es
individualizar a las comunidades, a los pueblos, pasando por alto los conceptos de
reciprocidad, solidaridad y complementariedad.” (Macas, 2009, pág. 96).
Para sus defensores, la plurinacionalidad no amenaza el carácter unitario del
Estado, pues la lucha indígena vista diacrónicamente, no ha estado ligada a
motivaciones independentistas, sino al reconocimiento de su autodeterminación como
pueblos y nacionalidades, que se constituyeron como comunidades mucho antes del
7 Dos de las principales vocerías de oposición en el debate constituyente, fueron las encabezadas por las
organizaciones indígenas FENOCIN y FEINE. Sus planteamientos giraron en torno a tres aspectos: los
indígenas son pueblos y no nacionalidades; la plurinacionalidad provocaría la división del país; y, la
interculturalidad como antítesis de la plurinacionalidad. Sin embargo la Asamblea Constituyente aceptó
la tesis del Estado plurinacional.
32
periodo colonial. Si bien su dimensión política plantea superar las inequidades que
históricamente hicieron de los pueblos y nacionalidades los sectores sociales más
empobrecidos del país, la aplicación de la plurinacionalidad ha recaído casi de forma
absoluta en manos del mismo Estado monocultural y racista que construyó la “nación”
a espaldas de los “otros”.
Por ello, al mismo tiempo de ser una propuesta de transformación de la relación
entre Estado y sociedad, la plurinacionalidad no deja de ser un concepto ambiguo e
inexacto, no solo por estar en manos del Estado gran parte de su definición en términos
de realización e incorporación efectiva, sino por dos razones fundamentales que
reflejarían limitaciones implícitas en la misma raíz del proyecto. La primera se sitúa
en un nivel relacional y tiene que ver con el tratamiento de “minorías” que los pueblos
indígenas y afro descendientes han recibido por parte del Estado desde el 2008 hasta
la actualidad, a causa de asumir la interculturalidad y la plurinacionalidad como un
asunto exclusivo de etnias y no como un objetivo que interpele a la sociedad entera.
Esto ha favorecido el despliegue estatal de concepciones primordialistas que han
desvirtuado el alcance de los derechos colectivos, reeditando las dinámicas del
multiculturalismo, pero esta vez con las herramientas que la propia plurinacionalidad
pone a su alcance. Bajo esta visión, las “minorías” son convertidas en parcelarias de
una minúscula porción del Estado, sin que este proceso genere un sentido transversal
en todo el marco institucional y normativo del país.
La segunda razón que limitaría la construcción de la plurinacionalidad en
Ecuador, consistiría en razones contextuales. La plurinacionalidad, respecto a
autonomías, gobierno propio y circunscripciones especiales, tendría eficacia en zonas
habitadas por un solo pueblo, pero no en territorios fluidos como es el caso de la
mayoría del territorio ecuatoriano, donde además de la cohabitación de ciudadanas/os
33
con múltiples identidades (regionales, locales, de género, de clase, etc.), habría
también la presencia de más de un pueblo o más de una nacionalidad, volviendo
compleja la aplicación de la plurinacionalidad en cuanto a los aspectos señalados
(Ramón, 2009). De la misma manera, la creación de jurisdicciones especiales
indígenas no sería una salida para los pueblos afro descendientes y mestizos, por ser
poblaciones que no viven en territorios definidos.
No obstante, la Constitución de 2008 habilita la posibilidad de constituir estas
circunscripciones como un espacio compartido no únicamente por un solo pueblo, sino
por el conjunto de la diversidad cultural, supeditando su conformación a un criterio de
mayoría poblacional (ligada a una habilitación fáctica) y a una aprobación eleccionaria
(ligada a una habilitación democrática). Precisamente el artículo 257 de la
Constitución dice que:
…podrán conformarse circunscripciones territoriales indígenas o
afroecuatorianas, que ejercerán las competencias del gobierno territorial
autónomo correspondiente, y se regirán por principios de interculturalidad,
plurinacionalidad y de acuerdo con los derechos colectivos. Las parroquias,
cantones o provincias conformados mayoritariamente por comunidades,
pueblos o nacionalidades indígenas, afroecuatorianos, montubios o ancestrales
podrán adoptar este régimen de administración especial, luego de una consulta
aprobada por al menos las dos terceras partes de los votos válidos… La ley
establecerá las normas de conformación, funcionamiento y competencias de
estas circunscripciones. (Constitución de la República del Ecuador, 2008, págs.
68-69)
A pesar que las circunscripciones especiales indígenas están previstas en la
Constitución, el Código Orgánico de Organización Territorial, Autonomía y
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Descentralización (COOTAD), no desarrolla esta institución jurídica, volviendo
compleja y conflictiva su implementación práctica. Floresmilo Simbaña8, sostiene que
la aplicación de la plurinacionalidad debería incluir la redefinición de la división
geográfica-política del territorio nacional, pues la división geopolítica interna del
Ecuador obedecería a “criterios de necesidad administrativa centralistas, de propiedad
y explotación del recurso natural y de la fuerza de trabajo local, organizados
básicamente en función del sistema hacienda” (Simbaña, 2005, pág. 205).
La propuesta de plurinacionalidad planteada por la CONAIE, muestra
precisamente este esfuerzo por redescubrir nuevos significados en la organización
territorial. Pero la sola exploración de las potencialidades de aquellas formas de
organización pre-nacionales de origen precolombino e incluso colonial, despiertan
tensión en la organización liberal del territorio impuesto con la República que, en el
caso ecuatoriano, originó que los pueblos ancestrales queden divididos por fronteras
internacionales y subnacionales. Los pueblos indígenas Kichwas-Kayambis, por
ejemplo, quedaron segmentados por las demarcaciones provinciales de Pichincha,
Imbabura y Napo.
Sin embargo, la tesis de instituir territorios “étnicos”, específicos y no
integrados, tiene varias derivas controvertidas, pues la interculturalidad no podrá ser
materializada, si el tratamiento del Estado frente a los pueblos y nacionalidades, es el
aislamiento diferenciado y segregacionista, volviendo difícil la tarea de encontrar
elementos de unidad que permitan reconocer a la otredad y construir una nación
imaginada por todas y todos.
8 Licenciado en Derecho de la Universidad Central del Ecuador. Dirigente kichwa de la Confederación
de Pueblos de la Nacionalidad Kichwa del Ecuador, Ecuarunari. Asesor del movimiento indígena
ecuatoriano.
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Sobre la plurinacionalidad, Macas plantea que esta no implica una
balcanización del país, “no es que queramos dividir al Estado en un Estado Kichwa,
en un Estado Shuar, no. Lo que queremos es que como ha sucedido milenariamente,
estos pueblos tengan su propio origen, su propio proceso de desarrollo y de
conformación como pueblos.” (Macas, Entrevista, 2016). Sin duda, llamar a juicio el
concepto de nación, involucra cuestionar no sólo el ordenamiento de los territorios y
de la territorialidad, sino también las representaciones “nacionales” sobre las élites y
los grupos subalternizados.
3.2. El Estado monocultural y el Estado plurinacional
El Ecuador, desde su fundación como República, ha aprobado alrededor de 20
textos constitucionales, distinguiéndose en este proceso de producción constitucional
tres etapas respecto al tratamiento de la diversidad cultural. La primera inicia con la
fundación de la República en 1830 y la construcción originaria de la nación,
caracterizada por declaraciones jurídicas que enfatizaban en el carácter monocultural
y uninacional del Estado, en la negación de la existencia de pueblos indígenas y afro
descendientes; e, incluso, en el desconocimiento de la condición de ciudadanía para la
mayoría de quienes habitaban entonces en el país.
No obstante que en la Constitución de 1830 se establecía la igualdad ante la
ley, ese mismo texto instauró varias condiciones sobre el reconocimiento del estatuto
de ciudadanía. Así por ejemplo, el artículo 12 señalaba que para ser ciudadano se debía
cumplir con varios requisitos: ser casado; tener más de veinte y dos años; tener una
propiedad raíz valorada en trescientos pesos, o ejercer alguna profesión o industria, sin
sujeción a otro en calidad de sirviente doméstico o jornalero; y, finalmente, saber leer
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y escribir. Estas condiciones de la primera Constitución de la República, son más
rigurosas que la propia Constitución española de 1812, en la que las poblaciones de
ultra mar eran consideradas como reinos autónomos sujetos al rey; y, donde los
indígenas que no formaban parte del sistema de hacienda, podían ejercer el derecho al
sufragio como habría ocurrido en las elecciones realizadas en el Reino de Quito, entre
1812 y 1814 (Rodríguez, 2006, pág. 82).
La ciudadanía anclada al patrimonio estuvo vigente hasta la Constitución de
1861, desapareciendo en la Constitución de 1884. Según datos de aquella época, una
cabeza de ganado podía tener un valor de cuatro pesos, mientras que una casa rentera
ubicada en centro de la ciudad de Quito podía costar mil. He ahí una referencia
explicativa de porqué la ciudadanía era un atributo exclusivo para apenas el cinco por
ciento de la población de la República. (Albán, 1989, págs. 47-55). Por otro lado la
condición de saber leer y escribir se mantuvo hasta la Constitución de 1979, que
instituyó el voto facultativo para los analfabetos. Todos estos antecedentes
constituyeron marcos constitucionales de esta primera etapa constitucional, que
estructuró realidades institucionales y regímenes políticos, ligados a una sola cultura,
a una sola lengua y a una sola cosmovisión.
La segunda etapa en la producción constitucional, iniciaría en 1978 con la
adopción del Estado liberal de derecho que conduce a la implementación de políticas
intervencionistas de una cultura sobre otra, bajo el justificativo de defender las
libertades individuales y los “valores verdaderos” aplicables universalmente a todos
los ciudadanos. No obstante, para el liberalismo, la ciudadanía concibe a los seres
humanos fuera de sus circunstancias concretas e incluso de su propia sociabilidad, es
decir, seres humanos extraños a cualquier condicionamiento, sin alteridad y sin
contextos que determinen o circunscriban su ethos histórico.
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La tercera etapa de la producción constitucional, está marcada por el
reconocimiento del Estado social de derecho que surge a partir de una serie de
conflictos y contradicciones del Estado liberal, caracterizado principalmente por la
primacía de la ley. En este aspecto, la igualdad constituye un elemento angular de la
democracia que replantea la visión liberal del Estado que tutelaba derechos de pocos,
bajo un enfoque de igualdad formal. Al interpelar esta corriente, se buscaría consolidar
un Estado que reconfigure la naturaleza de los derechos constitucionales, empleando
mecanismos que garanticen la constitucionalización rígida de estos. Fruto de ello, en
la Constitución de 1998 se reconoció como parte de la diversidad cultural ecuatoriana,
a los pueblos indígenas y, por primera vez, a los afros descendientes, legislando, en
los artículos 83, 84 y 85, 15 derechos colectivos para ambos grupos (Constitución
Política de la República del Ecuador , 1998).
Sin embargo, el Estado social de derecho, no hace sino incorporar una
legislación a manera de reformas, con derechos constitucionales específicos para
indígenas y afro descendientes, sin ninguna intención de provocar una transformación
o refundación estatal. Esto es lo que se ha catalogado como constitucionalismo
multicultural, que propende a una inclusión y reconocimiento funcional, que
contradice el sentido intercultural de los planteamientos del movimiento indígena,
anclados a la alteración de las relaciones de poder que han naturalizado la desigualdad
y el racismo. Para eso es necesario fracturar y transformar las estructuras políticas y
los aparatos ideológicos presentes en una Constitución.
La Constitución de 2008, como resultado del acumulado de luchas sociales por
la existencia, marcaría un nuevo momento en la historia de la producción
constitucional del Ecuador, pues rebasaría tanto la lógica liberal, como la del Estado
social de derecho, al distinguir como núcleo del ethos constitucional el papel del
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sujeto, en su dimensión individual y colectiva, para reconocer, garantizar y preservar,
un rol actuante y deliberativo en la exigencia de derechos. Uno de los elementos que
para los asambleístas constituyentes era consustancial a la plurinacionalidad, fue el
reconocimiento de un catálogo de 21 derechos colectivos establecidos en el artículo
57 de la Constitución de la República del Ecuador.
En este sentido, cuatro aspectos son los más destacables de la propuesta de
plurinacionalidad, planteada y discutida en la elaboración de la Constitución de 2008:
(1) emprender en un proceso desconstituyente del actual Estado uninacional para
construir un Estado que propicie la participación en la imaginación y organización
estatal de los pueblos indígenas y de la pluralidad social en general; (2) luchar contra
las condiciones que perpetúan la desigualdad y la injusticia económica, como factor
habilitante en la superación de la explotación y el discrimen; (3) cambiar el constructo
socio-cultural de la sociedad ecuatoriana, permeada por el racismo y la segregación, a
través de la interculturalidad y la inclusión; y (4) instituir circunscripciones especiales
para los pueblos indígenas, dentro del Estado unitario.
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Conclusiones
Los imaginadores de la nación, plantearon la existencia de un solo tipo de
cultura de origen liberal, basada en el reconocimiento de la igualdad formal ante la ley
como prerrogativa para el ejercicio de derechos y deberes. Esta condición de
ciudadanía, ha actuado históricamente como dispositivo del Estado para disolver
dentro de una pretendida totalidad igualitaria, la amplia diversidad cultural que tiene
el país.
No obstante de su heterogeneidad, el movimiento indígena ha asumido a la
interculturalidad, a la plurinacionalidad, y más recientemente al sumak kawsay, como
propuestas de insurgencia que buscan impugnar tanto las lógicas económicas, políticas
y simbólicas de la estructuración del Estado nacional en tanto comunidad imaginada,
como también el horizonte civilizatorio que esas mismas lógicas imponen y habilitan.
No son entonces etiquetas normativas con alcances mínimos y parciales, pues se trata
de propuestas profundas e integrales que implican criticar la comprensión racista de la
diversidad entendida como amenaza.
Estos conceptos son parte de la disputa política y ética por el control de los
significados y de los sentidos; la usurpación simbólica como estrategia del poder para
alterar y trasfigurar el contenido insurgente de la diversidad, puede desestructurar,
empobrecer y banalizar a la interculturalidad, a la plurinacionalidad y al sumak
kawsay, hasta convertirlos en elementos legitimadores de la acción gubernamental.
Al respecto, la concepción etnicista de los pueblos indígenas por parte del
actual gobierno ecuatoriano, pretende inhabilitarlos como sujetos históricos y
políticos. Un ejemplo de ello es la conflictividad social a causa de proyectos
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extractivos en la Amazonia, donde la participación asociativa y comunitaria de los
pueblos y nacionalidades en defensa de sus territorios, ha recibido un tratamiento
delictual que los animaliza como “salvajes” para legitimar en su contra la violencia, la
judicialización y el despojo. Así mismo, la “ciudadanización” entendida como proceso
de atomización de la participación social, tiene trasfondos políticos que no guardan
correspondencia con la realidad de nuestra sociedad diversa y asociativa. Caracterizar
a la lucha indígena como “corporativismo” es una muestra del simplismo y
beligerancia con el que se precautela y valida únicamente la participación individual,
heterogénea e indiferenciada de la sociedad. Por ello, las características contextuales
de los modelos de gestión de la diversidad cultural del Ecuador, en su proceso de
construcción como “comunidad imaginada”, han estado no solo marcadas por la
exclusión y la dominación, sino también por intensas luchas sociales en pro de la vida
y la existencia.
Esto último confirma la presencia fundamental de nacionalidades indígenas y
de pueblos afrodescendientes en la historia de la nación ecuatoriana, más no su
participación en la imaginación de sus mitos fundantes, pues las lógicas de
construcción del Estado-nacional les deparó únicamente el rol de asimiladores de la
cultura oficial. Es por ello que el movimiento indígena plantea desimaginar la
metafísica de la nación homogénea que excluyó la palabra y el ser de los “no
imaginados”.
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