4ª semana de Pascua. Domingo

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Todos los años en este 4º domingo de Pascua tenemos en el evangelio la alegoría del buen pastor. Se llama alegoría y no parábola, porque a través de una vivencia humana se van trasplantando todas las frases o ideas al plano espiritual.

Esta alegoría del buen pastor, que está en el capítulo 10 del evangelio de san Juan, se divide en tres partes que se lee y comenta algo diverso en los tres ciclos. Este año estamos en el ciclo A y proclamamos la primera parte que dice así:

Juan 10,1-10

En aquel tiempo, dijo Jesús "Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a sus voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños." Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: "Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante."

Hoy todavía no dice expresamente lo de “yo soy el buen pastor”, que será en la segunda parte de la alegoría. En esta primera parte la frase más importante, en la que debemos profundizar es: “Yo soy la puerta de las ovejas”.

Había una costumbre en Israel, especialmente con rebaños pequeños, en que por la noche varios pastores metían sus rebaños en un mismo corral. Un guarda se quedaba por la noche custodiando. Al amanecer los pastores iban llegando y el portero les abría. Entonces cada uno daba su voz o silbido característico y salía con sus ovejas, que conocían su voz y le seguían.

Es la manera con la que Jesús hace distinguir al que es verdadero pastor del que no lo es: por el hecho de entrar o no por la puerta. A un ladrón o bandido no le dejaría el guarda entrar por la puerta. Nosotros entramos en la Iglesia, en el conjunto de gracias de Dios, y un día queremos entrar en el cielo. Nos interesa conocer la puerta.

Jesús nos dice que Él es la puerta, la entrada, el acceso, la mediación: “El que entra por mi se salvará”. Así que Jesús se nos revela como el enviado de Dios Padre, la puerta abierta, que es como una bienvenida a la casa del Padre.

Antes de entrar en la casa eterna del

Padre, el cielo, debemos entrar en

la casa de la salvación, aquí ya en la tierra, que es

“el rebaño de Jesús”. Pero

debemos entrar por la verdadera puerta, que es Jesucristo.

Por eso nos interesa

enormemente conocer a

Jesucristo.

De hecho si pertenecemos a su Iglesia (“rebaño” en la alegoría), tenemos que conocer a Jesús, como El nos conoce. O, si conocemos bien a Jesús, es que pertenecemos a su Iglesia.

Así nos lo dice hoy Jesús: “él va llamando

por el nombre a sus ovejas… y las ovejas lo siguen, porque

conocen su voz”.

O como dirá Jesús en la

misma alegoría un poco

después: “Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a

mi”.

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y ellas me

cono-cen a

mi.

Yo conozco

a mis ovejas

y ellas me conocen a mi.

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Entrar por la puerta, que es Cristo, no

supone sólo tener un certificado de

bautismo, el hecho de haber recibido el sacramento del

bautismo, que es el sacramento de la

entrada, sino que es sobre todo oír la voz de Cristo para entrar de la manera que Él quiere.

Porque no hay otro pastor ni

otra puerta legítima sino Cristo, que

además es el camino. Ser

camino significa avance y

continuidad hacia el

verdadero fin.

Entrar por esa puerta, que es Cristo, es

esforzarse por seguirle fielmente. Y todos

tenemos que seguirle. También los que son o

somos pastores. Porque en realidad todos (o casi todos) somos pastores de

alguna manera. Todos debemos seguir al

verdadero pastor, que es Jesús.

Para seguir a Jesús, debemos conocerle lo mejor posible. Eso es lo que comenzaron a enseñar los apóstoles y continúan los buenos pastores. Hoy en la 1ª lectura se nos expone la parte final del discurso de san Pedro en el día de Pentecostés. Dice así:

Hechos de los apóstoles 2,14a.36-41

El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: "Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías." Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: "¿Qué tenemos que hacer, hermanos?" Pedro les contestó: "Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos." Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo: "Escapad de esta generación perversa." Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil.

Muchas veces, después de una predicación, la gente se queda como insensible; quizá no se ha puesto mucho espíritu en ello. ¡Cómo sería entonces la fuerza del Espíritu Santo que hubo un tal cambio en una multitud!

San Pedro había expuesto cómo Jesús fue crucificado, pero resucitó. No se trata sólo de las palabras sino del Espíritu.

Y preguntaban: “¿Qué tenemos que hacer?” San Pedro les respondía y nos lo dice hoy a nosotros: “Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo”. Es muy posible que todos los que lean esto estén ya bautizados. Pero ¿Estamos suficientemente convertidos?

El hecho es que la gente se

conmovió hasta

llegar a lo profundo

del corazón.

La conversión no es cosa sólo de un momento. Siempre debemos estar en espíritu de

conversión. Siempre debemos decirle al Señor que queremos estar con Él. Y esto

nos exigirá cada vez más. Especialmente de vez en

cuando debemos decirle que no queremos nada con

nuestra vida pasada, para que Él sea el verdadero

Señor.

No, yo ya no quiero

nada, nada de mi vida pasada.

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No, porque el pecado

mi vida agobiaba;

Y en la oscuridad sin Dios ya no me importaba

nada,

Hasta que tú viniste

a mí

y diste a mi vida

entera un nuevo día, un nuevo

sol,

una nueva

primavera.

y diste a mi vida entera un nuevo día, un nuevo sol,

una nueva primavera.

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Muchas veces tendremos que pedir al Espíritu Santo que nos

traspase el corazón como a

aquellos primitivos cristianos y

podamos convertirnos más

para seguir constantemente y

mejor a Jesús.

No es fácil seguir a Jesús por donde

Él va. Hoy nos dice san Pedro en la 2ª lectura que

tuvo muchos sufrimientos e

insultos. Él había venido para servir,

no para ser servido.

1Pedro 2,20b-25

Queridos hermanos: Si, obrando el bien, soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente. Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas os han curado. Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.

Nos dice el apóstol que Jesús no cometió pecado, ni encontraron engaño en su boca. era auténtico, profeta y maestro, era la verdad. Cristo era el cordero paciente, no devolvía el insulto.

Algo que impresiona en la pasión de Jesús es su

gran mansedumbre.

Impresiona también su silencio. Sólo habla para hacer el bien o pedir perdón. No había rastro de venganza ni resentimiento. Lo consideraron como un maldito, porque cargó con nuestros pecados para que nosotros vivamos para la justicia. En verdad, como dice san Pedro: sus heridas nos han curado. Y su muerte nos trae la salvación.

Tus heridas

nos han

curado

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por tu sangre, el perdón.

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Termina hoy este texto de san Pedro con una nota de optimismo. Ya es muy positivo el decir que las heridas de Cristo nos han curado; pero luego termina diciendo que estábamos descarriados, pero hemos vuelto al verdadero pastor y guardián de nuestras vidas.

Había algunos sacerdotes o maestros de la ley que tenían obligación de encaminar a las personas por el buen camino hacia Dios. Algunos, como ya había dicho el profeta Ezequiel, en vez de encaminarles bien, se aprovechaban de esas personas.

Esta alegoría del buen

pastor está enmarcada en discusiones

de Jesús con algunos que eran malos “pastores”.

La mayoría de nosotros somos “pastores” en cierto sentido. Me refiero a padres y madres de familia. Sobre todo tenemos obligación de dar buen ejemplo.

Para ello debemos entrar

por la puerta que es Cristo:una puerta que es de justicia, de libertad y

sobre todo de amor. Hay que

asumir la mentalidad de

Jesucristo.

En este día del buen pastor, en la Iglesia católica tenemos la “jornada mundial por las vocaciones”. Pedimos por aquellos que, al menos en teoría, han dado todo para poder hacer que muchas personas puedan entrar por la puerta que es Cristo. Él dijo que la mies es mucha y los obreros pocos. Pidamos para que sean más y mejores.

Ser pastor en términos religiosos, significa tener una cierta autoridad. Pero, como queremos seguir a Jesucristo, tener autoridad no significa dominio, sino servicio y responsabilidad.

Y, si seguimos a Jesús, este servicio es hasta el fin,

hasta morir, si es preciso.

El ser buen pastor no es cuestión de títulos ni de estudios académicos. Se trata de amoldarse o empaparse de Cristo: como diría alguno, de cristificarse. Jesús es la puerta y el que no entra por ella es un ladrón y salteador. Y el que entra por esa puerta significa buscar siempre el bien, como Jesús, aun sacrificándose.

A continuación de las palabras del evangelio de hoy, Jesús dirá: “Yo soy el buen pastor”. Terminamos recordando el salmo responsorial de este día, que es el 22 (o 23). Atribuye el título de pastor al mismo Dios, que nosotros podemos expresarlo en Jesús, hombre-Dios. Por eso, si estamos con él, nada nos falta.

Si el Señor es nuestro pastor ¿Qué nos puede faltar? ¡Qué difícilmente se entiende esto cuando hay tantos males en el mundo! Y sin embargo es verdad. Muchas veces no le dejamos al Señor que sea nuestro pastor. Muchos santos nos han demostrado que es verdad todo lo que dice el salmo.

Podemos decir que es un himno a la confianza en el Señor.

El salmo nos lleva a una confianza plena en Dios hasta llegar al abandono sereno y total en sus manos. Es cuando se llega a sentir el amor de Dios y para Dios. Es cuando se llega a saber que Dios se preocupa de mi, me ama. Es cuando a través de esta confianza desaparecen las inquietudes y ansiedades.

En esta vida hay caminos duros y fatigosos, donde abunda el hambre y la sed, que son deseos de las cosas mundanas. Se necesitan las fuentes de agua fresca, que es la palabra y el espíritu del Señor. Son fuentes que sacian y dan vida.

A veces el camino se hace más duro y viene la oscuridad. Debemos saber que el Señor va siempre con nosotros. Que “aunque seamos ovejas descarriadas”, quizá por la oscuridad del ambiente, nos ha hecho libres y podemos y debemos gritar. Siempre el Señor nos escucha y viene a ayudarnos, porque nos ama.

Este sentido de confianza optimista en el salmo está expresado con la frase “porque Tu vas conmigo”. Y como una ovejita a quien el pastor la conduce con el toque suave de su cayado, así vamos guiados por el Señor y por sus toques de amor apenas perceptibles.

Ahora el salmo parece que nos presenta otra imagen: es un fugitivo a quien le persiguen unos enemigos; pero se refugia en una tienda de unos buenos habitantes del desierto: le acogen. Los enemigos no pueden hacer nada por la ley de la hospitalidad. Se siente seguro. Tiene comida, perfume y bebida. Es una imagen de la bondad del Señor.

El suceso de aquel fugitivo terminaría

plácidamente si quien le ha

hospedado le manda a casa

acompañado por dos fuertes

guerreros. Así Dios nos acompaña

todos los días de nuestra vida por

medio de dos grandes

defensores: su bondad y su

misericordia.

Y todo ello, dando a nuestra vida una gran paz y consuelo, para poder habitar en la casa del Señor por años sin término. Allí será la dicha y seguridad para siempre. Por eso sé, Señor, que eres mi pastor y que nada me falta.

El Señor es mi Pastor. Nada me falta.

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En verdes praderas me hace recostar.

Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.

por el honor de

su nombre.

nada temo,

porque tu vas conmigo

Preparas una mesa ante mi

y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu

misericordia me

acompañan todos los días de mi

vida.

Y habitaré en la casa del Señor

El Señor es mi Pastor.

Con María,

la Madre, para

siempre.

AMÉN