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LABIOS CARMESÍ CUANDO TE SIENTO
En un lugar perdido de este lugar, de cuyo nombre no
quiero ni acordarme, reside la esperanza de la mano de
la agonía. Esperanza que me sirve para contemplarte
impertérrita ante tu nueva adquisición. Ojos abiertos
como ventanas, destripado mi corazón cual gallina
dispuesta para la sopa, no dejo de asombrarme ante tu
postura firme y sólida en el devenir de los hechos.
Qué decir de mis labios, rojos carmesí cuando te siento
en el umbral de la casa. Qué salvaje deseo se despierta
en mi interior al saber que el destino nos obliga a
distanciarnos por razones obvias y naturales.
En este lugar tan sombrío y añejo a la vez que
impasible, me he hecho fuerte y resistente a la desdicha
que jamás debió existir. Ojos tranquilos, manos decadentes, respiración aguda y una lágrima
derramada sobre la alfombra. Labios carmesí que se tornan pálidos, gélidos ante la llegada de
un invierno interior en el que todo se marchita al igual que se desvanece tu sonrisa de ángel.
Brazos entrelazados, paseos al albor de las hojas caídas del otoño, besos románticos que
fluyen con el aire fresco de principios de octubre. Nada hay tras de sí, salvo la felicidad que
emerge siempre dispuesta a ayudar en el primer paso de los enamorados. Barbilla alta, cejas
entrecruzadas, labios apretados para no expresar lo que se siente. Orgullo candente, miradas
aisladas en los rincones de la casa, nada es lo que parece. Te escondes mientras puedes,
aunque aguardas con recelo al gato que te saque de tu ratonera amarilla. Nada te deseo, por
no desear nada. Nada te impongo, todo ha sido impuesto anteriormente. Solo queda el
arrepentimiento de unos labios carmesí que te observan desde la distancia.
Anónimo