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PUBLICIDAD GRÁFICA EN LA PRENSA LIMEÑA
SIGLO XIX
ALEJANDRO SALINAS SÁNCHEZ
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Fondo Editorial
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
SHRA
Alejandro Salinas Sánchez
PUBLICIDAD GRÁFICA EN LA PRENSA LIMEÑA
SIGLO XIX
UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS Fondo Editorial
Seminario de Historia Rural Andina
ISBN: 978-9972-231-52-0
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N.° 2010-10723
Primera edición Lima – agosto 2010
© D.R. Publicidad gráfica en la prensa limeña – Siglo XIX Alejandro Marcelo Salinas Sánchez
© D.R. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Seminario de Historia Rural Andina Tiraje 50 ejemplares
La universidad es lo que publica
Lima-Perú
El Fondo Editorial de la UNMSM es una entidad sin fines de lucro, cuyos textos son empleados como materiales de enseñanza
Centro de Producción Fondo Editorial
UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS
Calle Germán Amézaga s/n. Pabellón de la Biblioteca Central
4.º piso – Ciudad Universitaria
Lima – Perú
Correo electrónico: [email protected]
http: //www.unmsm.edu.pe/fondoeditorial/
Director: Dr. Gustavo Delgado Matallana
Seminario de Historia Rural Andina
Jr. Andahuaylas 348 Telf. (51-1) 619-7000 anexo 6158, Lima 1
Correo electrónico: [email protected]
http: //www.unmsm.edu.pe/shrural/
Rector: Luis Fernando Izquierdo Vásquez
Vicerrectora de Investigación: Aurora Marrou Roldán
Director: Honorio Pinto Herrera
Director Fundador: Pablo Macera
Diagramación y corrección: Sara Castro García
Carátula: Zarzaparrilla de Bristol, en El Nacional. Lima, 5 de abril de 1873, N.º 2289. Contracarátula: Dibujos y grabados, en El Comercio. Lima, 3 de febrero de 1894, N.º 18999.
Escaneo: Juan Zárate Cuadrado
Fotografía: María Belén Soria
ÍNDICE
Introducción 5 Avisos de alimentos y bebidas --9 Avisos de artículos domésticos, personales y de oficina 23 Avisos de comunicaciones y medios de transporte 39 Avisos de entretenimiento 51 Avisos de finanzas y seguros 67 Avisos de industria y maquinarias 77 Avisos de medicina e higiene 89 Avisos miscelánea 115 Avisos de moda y vestido 131 Avisos negocios agropecuarios 145
Índice 159
urante el último cuarto del siglo XIX, diversas empresas extranjeras publicitaron
alimentos y bebidas en los diarios limeños, con el propósito de influir en los hábitos de
consumo de la elite limeña. Generalmente estos avisos reproducían las mismas imágenes y
textos, estos últimos traducidos al español, de sus similares aparecidos en diarios
londinenses o parisinos. Las matrices de impresión de dichos avisos eran enviadas a
distintos periódicos del mundo para su respectiva difusión. Esto puede apreciarse en el
caso de los productos lácteos Nestlé y el té Horniman. En raras ocasiones, los tenderos o
productores nacionales ofertaban alimentos mediante publicidad gráfica. En ese contexto,
resultan muy interesantes los avisos de venta de pescado fresco (1846) y mantequilla
especial (1896), publicados por dos bodegas limeñas. El primero anunciaba la llegada de
pescado fresco, procedente del Callao o Chorrillos, a los ayunadores de Semana Santa,
mientras el segundo promocionaba la mantequilla, que ensalzaba por su “elaboración
moderna perfeccionada”, proveniente de la hacienda San Juan de Junín, propiedad del
terrateniente Juan E. Valladares. Dicha hacienda, junto a otras vecinas, daría origen en 1910
a la industria láctea Laive.
Hasta mediados del siglo XIX, los médicos se ocupaban exclusivamente de la
alimentación infantil, pero en las décadas siguientes los químicos y comerciantes entraron
en dicho campo buscando alternativas a la lactancia materna. En 1867, el químico suizo,
Henri Nestlé, produjo un compuesto denominado farine lactée (harina láctea o leche en
polvo), consistente en una mezcla de leche de vaca y cereales, que estaba destinado para
D
alimentar bebés cuyas madres no estaban aptas para amamantarlos personalmente o
mediante nodrizas. Durante el decenio de 1890, Nestlé publicita en Lima el novedoso
alimento presentándolo con un logo en el cual destaca la imagen de un nido simbolizando
la buena nutrición infantil. De esa manera, le dio a sus productos una marca característica
estableciendo simultáneamente eficientes sistemas de comercialización. No obstante, la
harina malteada Defresne (1892), de origen francés y preparada con trigo y yema de huevo,
resultó una alternativa interesante para los consumidores capitalinos. El químico francés,
Th. Defresne, era conocido en Europa por sus estudios sobre alimentos nutritivos de fácil
digestión. No en vano, la revista The British Medical Journal había elogiado en 1880 los
aportes del citado científico en el descubrimiento de la forma cómo actuaban el ácido
gástrico y los fermentos pancreáticos en la absorción de nutrientes. Ciertamente, estos
suplementos nutricionales de origen europeo comenzaron a ocupar un lugar importante en
la cultura alimentaria decimonónica limeña.
Asimismo, durante la prosperidad falaz del huano, la elite limeña impulsa un
proceso de aburguesamiento sustentado en nuevas prácticas de socialización, como el
consumo de bebidas alcohólicas extranjeras, entre las cuales sobresalieron la cerveza, el
champagne y el whisky. Como consecuencia de ello, dichos licores se encontraban entre las
principales importaciones de las casas comerciales extranjeras asentadas en Lima y Callao.
Entre las cervezas más consumidas estaban la negra de Guinness de Robert Porter & Co.
(1877) y la americana Empire Brewery (1890), elaboradas en Londres y New York
respectivamente. De estas dos, la primera gozaba de mayor preferencia por su aroma
malteado, lúpulo amargo y color oscuramente penetrante. Sin embargo, los gustos más
exigentes preferían el champagne de la Viuda de Clicquot-Ponsardin de Reims (1890), que
dada su reconocida calidad sufría la competencia de burdas falsificaciones, por lo cual se
recomendaba a los consumidores exigir que les fuese mostrado “el tapón [corcho], en el
cual debe hallarse estampada a fuego” la marca original. Quienes estaban más
identificados con los hábitos de la burguesía victoriana eran fervorosos partidarios del
whisky. Sin duda, esta bebida introducida por los inmigrantes ingleses actuaba como
elemento de diferenciación social. En ese sentido, el whisky DCL (1894) era anunciado
como un licor escocés fino y dulce producido por la Distillers Company Limited, una
importante compañía inglesa de bebidas y medicamentos surgida en 1877 gracias a la
fusión de seis destilerías escocesas.
Por otro lado, hacia fines del siglo XIX, el té se convierte en la bebida
insustituible de las reuniones familiares o sociales de la elite capitalina. Desde 1826, la
compañía inglesa Horniman elaboraba diversas variedades de té, y publicaba avisos
gráficos publicitando cada una de éstas. El té mandarín de Horniman (1897) se ofrecía a
“los aficionados al buen té inglés”, poniendo énfasis en su módico precio y rendimiento
superior a los de otras clases. Simultáneamente circulaba el té puro de Horniman (1898) en
el mercado capitalino, ensalzado por sus propiedades digestivas y como complemento
idóneo para las tertulias femeninas. Apelar a sus propiedades terapéuticas (analgésicas,
depurativas, relajantes, etc.) fue un excelente recurso publicitario para incrementar el
consumo del té desplazando el de otras bebidas tradicionales. Ciertamente, los círculos
limeños confiaron en los supuestos beneficios de dicha bebida, pero sobre todo
aprendieron a degustarlo en sus reuniones con un refinamiento propio de los salones
burgueses londinenses.
Venta de pescado. El Comercio. Lima,
12 de marzo de 1846, N.º 2025.
Cerveza negra de Guinness. El Comercio. Lima,
7 de agosto de 1877, N.º 13628.
Cerveza americana Empire Brewery. El Comercio. Lima, 3 de febrero de 1890, N.º 17019.
Harina láctea Nestlé. El Comercio. Lima, 17 de mayo de 1890, N.º 17103.
Champagne de la Viuda de Clicquot-Ponsardin de Reims. El Comercio. Lima, 17 de mayo de 1890, N.º 17103.
Harina láctea Nestlé. El Comercio. Lima, 17 de mayo de 1890, N.º 17103.
Harina malteada Defresne. La Opinión Nacional. Lima, 12 de abril de 1892, N.º 5516.
Harina lacteada Nestlé. El Comercio. Lima, 7 de setiembre de 1893, N.º 18760.
Whisky D.C.L. El Comercio. Lima,
10 de setiembre de 1894, N.º 19345.
Mantequilla especial de la hacienda “San Juan”. El Comercio. Lima, 28 de abril de 1896, N.º 20313.
Té de Horniman. El Comercio. Lima, 19 de agosto de 1897, N.º 21167.
Té Mandarín Horniman. El Comercio. Lima, 10 de agosto de 1898, N.º 21766.
Té puro Horniman. El Comercio. Lima, 28 de enero de 1899, N.º 22111.
Té Mandarín Horniman. El Comercio. Lima,
10 de febrero de 1899, N.º 22132.
a cultura material decimonónica sufrió constantes cambios, como consecuencia de las
nuevas interacciones establecidas entre sociedad y objetos materiales a lo largo de
dicha época. La evolución de este proceso histórico puede rastrearse observando los
diversos avisos gráficos sobre mobiliario, aparatos e instrumentos de uso doméstico,
personal o de oficina, publicados por la prensa limeña. El concepto de lo doméstico, como
espacio de vida cotidiana, estuvo asociado con el crecimiento del urbanismo, los discursos
modernistas y la incorporación de nuevas tecnologías hogareñas. A lo largo del siglo XIX, la
elite limeña manifestó su predilección por el diseño del mobiliario europeo, pues éste
constituía símbolo de estatus social y reflejo de la riqueza del propietario. Además no
debemos olvidar el papel complementario del mobiliario doméstico, respecto de los
nuevos interiores arquitectónicos.
En el ambiente doméstico republicano rápidamente fueron introducidos varios
modelos de muebles del estilo imperio (comodines, sofás, tocadores, etc.) “recién llegados
de Francia” (1843) y de “gusto esquisito” para salón y dormitorio. Aquellos que poseían
estos finos muebles podían garantizar la seguridad de sus casas con candados de bronce
(1844) de “superior calidad [y] combinación de letras”. Durante el decenio de 1870, la
importación de arañas de cristal y bronce permite una nueva ornamentación de los
aristocráticos salones capitalinos. Años después, en la posguerra del Pacífico, aparecen en
el mercado las sillas y sillones vieneses (1885) de la fábrica Thonet hermanos,
promocionados como sólidos, baratos y duraderos. En cuanto a la iluminación del hogar,
las damas limeñas empleaban las lámparas americanas de níckel (1887), que eran provistas
de aceite para alumbrado Luz Diamante (1887), “libre de explosión, humo y mal
L
olor” y “completamente seguro”. Otros utensilios de gran utilidad fueron las teteras
trasegadoras automáticas (1890), pues facilitaban la preparación de las infusiones, y podían
comprarse a “precios equitativos”.
En la sección de artículos de oficina o estudio, destacaba el “gran surtido de
papel”, para folletos y escritorios, ofertado en los depósitos de la imprenta del diario El
Correo del Perú (1876). De igual forma, la tienda de E. Prunier comunicaba a las oficinas
públicas y comerciales, que tenía en stock los famosos “sellos de caucho sin elemento de
fuego” de J. da Rosa (1885). Por su parte, la casa Schwalb Hermanos contaba con una
amplia gama de aparatos e instrumentos de óptica, como anteojos, barómetros,
largavistas, microscopios, teodolitos, etc, todos ellos indispensables para equipar estudios
de ingeniería y laboratorios. A su vez, la casa C.M. Schroder & Co. vendía nuevos modelos
de máquinas de escribir Remington (1894), superiores a los primeros construidos en New
York durante los decenios de 1870 y 1880. Simultáneamente, la casa Grace Brothers & Co.
ofrecía como alternativa la máquina Smith Premier, calificada como la más moderna y
perfeccionada. No obstante, esta competencia terminaría con el triunfo de la compañía
Remington, la cual hacia 1900 obtuvo el control de su antigua rival.
Entre los artículos de uso personal, podemos mencionar los cronómetros y
relojes de bolsillo americanos y franceses, cuyo uso se había popularizado tanto en el
decenio de 1870, que existían relojerías especializadas en su mantenimiento y reparación.
En dichos establecimientos, como el de los hermanos Espirac, el público podía encontrar
también “un gran surtido” de alhajas y anteojos de “toda clase”. Por otro lado, hacia fines
del siglo XIX, hombres y mujeres cuidaban y embellecían sus diversos tipos de calzado
(zapatos, botas, botines) utilizando el lustre francés de Brown (1890). Este “charol
líquido” de secado rápido, fabricado en Boston (USA) y ganador consecutivo de diversos
premios internacionales entre 1876 y 1883, podía aplicarse con gran facilidad, pues poseía
una esponja interna sujeta a la tapa del frasco mediante un alambre, lo cual evitaba que el
usuario manchase sus dedos o vestido con el lustre.
Asimismo, los fumadores limeños encontraban en los cigarrillos de la fábrica “El
Fígaro” (1895), propiedad de Gonzales y Ca., la calidad de tabaco requerida para satisfacer
sus adictivos hábitos. Debido al éxito de estos cigarrillos, sus fabricantes advertían a la
clientela sobre las falsificaciones de estos realizadas por “expendedores de mala ley”, los
cuales presentaban sus productos con “dibujos” (logos) que atribuían maliciosamente a la
marca “El Fígaro”. Por estos años, la casa Dockendorff y Ca. comercializa
la máquina de coser Domestic, que en sus modelos de mano (1890) o pie (1892), constituyó
una herramienta fundamental para el trabajo doméstico femenino. Con estas máquinas,
las mujeres no solo podían componer prendas de uso personal o familiar, sino incluso
trabajar como costurera al servicio del Estado o de algún particular. Mientras tanto, otros
comerciantes preferían lucrar con los costosos relojes americanos de bolsillo Waltham
(1898), artículos ideales para incentivar la vanidad masculina decimonónica. Estos finos
relojes, incrustados con piedras preciosas, eran confeccionados por la American Waltham
Watch Company, y exportados hacia América Latina a través de la casa R.R. Fogel & CO., la
cual tenía como agente en Lima a la joyería Samanamud La Rosa. A pesar de la pomposa
publicidad, hubo clientes insatisfechos con la calidad de estos aparatos, especialmente con
el modelo denominado Medio Sol de 7 rubíes.
Muebles domésticos. El Comercio. Lima, 18 de enero de 1843, N.º 1080.
Muebles
franceses.
El Comercio. Lima,
19 de
junio de
1843, N.º
1205.
Candados de bronce. El Comercio. Lima, 17 de enero de 1844, N.º 1379.
Relojería francesa. El Nacional. Lima, 21 de febrero de 1870, N.º 1430.
Arañas de cristal y bronce. El Comercio. Lima, 17 de noviembre de 1875, N.º 12629.
Papel para oficinas. El Comercio. Lima,
5 de julio de 1876, N.º 12993.
Sellos para oficinas. El Comercio. Lima, 2 de octubre de 1885, N.º 15615.
Muebles vieneses. El Comercio. Lima, 22 de octubre de 1885, N.º 15632.
Lámparas de nickel. El Comercio. Lima, 5 de febrero de 1887, N.º 16110.
Aceite para alumbrado Luz Diamante. El Comercio. Lima, 8 de febrero de 1887, N.º. 16112.
Betún líquido Brown para calzado. El Comercio. Lima, 4 de enero de 1890, N.º 16995.
Teteras nickeladas. El Comercio. Lima, 3 de mayo de 1890, N.º 17032.
Máquina de coser Domestic. El Comercio. Lima, 9 de junio de 1890, N.º 17120.
Máquina de coser Domestic. El Comercio. Lima, 10 de febrero de 1892, N.º 17828.
Almacén Schwalb Hermanos. El Comercio. Lima, 7 de setiembre de 1893, N.º 18760.
Máquinas de escribir Remington. El Comercio. Lima,
14 de setiembre de 1894, N.º 19354.
Cigarrillos “El Figaro”. El Comercio. Lima, 6 de febrero de 1895, N.º 19581.
Relojes Waltham (detalle). El Comercio. Lima,
1ro de mayo de 1898, N.º 21604.
n las décadas posteriores a la guerra de Independencia, varios obstáculos impidieron la
reactivación inmediata de los viejos circuitos mercantiles urbanos y rurales, como el
pésimo estado de los caminos y medios de transporte. No en vano, los ministros peruanos
Juan García del Río y Diego Paroissien, enviados a Europa en 1821 para negociar un
empréstito, señalaron en su Memoria presentada al gobierno británico el 5 de noviembre
de 1822, que la falta absoluta de caminos era la causa fundamental del retardo en el
progreso de las actividades agropecuarias y nacientes industrias peruanas. En términos
generales, tres factores restringían entonces nuestras comunicaciones: la desarticulación
territorial, el desigual reparto demográfico y la precariedad de los sistemas de transporte.
Hasta mediados del siglo XIX, el servicio de transporte de pasajeros y carga en
el ámbito urbano limeño y en las rutas circundantes (Callao, Chorrillos, etc.) continuó
siendo prestado por los mismos balancines, calesas, coches y carretas de la época colonial.
Ciertamente, los diarios publicaban avisos de ventas de calesas (1827) destinados a
satisfacer la necesidad de transporte de las familias aristocráticas. Conforme fueron
ordenándose las actividades comerciales en la capital republicana, surgieron compañías de
transporte público (1840), que ofrecían viajes regulares de ida y vuelta hacia zonas
cercanas en horarios determinados. En otros casos, generalmente para recorridos
medianos, se anunciaba el alquiler de balancines o birlochitos de seis y dos asientos
respectivamente (1843) servidos por “cocheros y caballos inmejorables”. El negocio de
estos cocheros sufrió un fuerte retroceso con la construcción del ferrocarril Lima-Callao
(1849-1850), sobre todo porque el Estado había dado su apoyo a la empresa ferroviaria
descuidando la conservación de la carretera hacia el puerto.
E
De otro lado, las tempranas comunicaciones marítimas republicanas,
básicamente sustentadas en la navegación de cabotaje, estuvieron bajo el control de
compañías inglesas. Éstas encargaban a sus consignatarios chalacos o limeños, como
Pablo Romero y Ca. y Melchor Sevilla (1833), la recepción de la carga y los pasajeros que
demandaban salir rumbo al norte o sur de nuestro litoral. Conviene recordar que en el
transcurso del decenio de 1830 fueron forjándose, detrás de cada puerto, incipientes áreas
de influencia socio-económica (hinterlands) con rutas comerciales propias y
eslabonamientos orientados a la demanda externa. Más tarde, con la llegada de los
vapores Perú y Chile (1840), las travesías hacia puertos extranjeros e intermedios se hacen
más fluidas y seguras. No obstante, las viejas goletas o barcos de vela nacionales (1843)
todavía seguirán manteniendo los vínculos entre Lima y los puertos de los valles costeros,
como Huacho, Supe y Huarmey. Estos veleros facilitaron no sólo mover grandes masas de
mercancías, sino el abaratamiento de los fletes, pues dichas naves estaban relativamente
libres de las inclemencias climáticas (lluvias, sequías) que afectaban anualmente las rutas
de los arrieros.
Por su parte, las comunicaciones terrestres, durante el período 1870-1890,
ingresan en un acelerado proceso de modernización mediante el establecimiento de
grandes líneas ferroviarias. Dichas obras viales, de acuerdo con el imaginario modernista
decimonónico limeño, fueron concebidas como el mecanismo tecnológico destinado a
innovar el transporte, civilizar la sociedad rural, y articular las grandes rutas con proyectos
económicos regionales. Sin embargo, los ferrocarriles no produjeron las rentas estimadas,
y en 1890 pasaron a manos de los acreedores ingleses, que habían prestado el dinero para
su construcción. Fueron estos quienes inauguraron el servicio del Ferrocarril Central en su
sección Lima-Casapalca (1893). En esa coyuntura, y resultando difícil la construcción de
ferrocarriles de vía ancha, los productores nacionales optaron por construir pequeñas vías
al interior de las haciendas y centros mineros. Por eso, desde 1886 se anunciaban en El
Comercio varios modelos de ferrocarriles portátiles alemanes (Orenstein & Koppel de
Berlín) y belgas (de Ville Chatel y Ca.), cuyo diseño se adecuaba perfectamente a los
requerimientos de los ingenios costeros y minerales andinas. Una línea portátil costaba
aproximadamente 7 500 soles, y casi siempre estaba constituida por una locomotora de
nueve caballos de fuerza y cuarenta carros. A su vez, el costo del tendido por kilómetro de
vía llegaba a los 2 000 soles. Hubo entonces casas especializadas en la colocación de estos
caminos de hierro, como la Sociedad Comercial Lescano, E. y W. Hardt, Enrique Ayulo y Co.,
y Ludowieg & Co.
Finalmente, con la inauguración del servicio telefónico en Lima hacia 1888, el
país ingresa a la era de las telecomunicaciones. En los años siguientes, el número de
abonados en Lima, Callao y otros balnearios cercanos llegó a 900. Para satisfacer la
demanda de estaciones telefónicas, la casa G. Menchaca y Ca. (1894) ofertaba sistemas
alemanes, americanos y franceses de corta y larga distancia, con sus respectivos alambres
de acero, cobre y aisladores, a fin de instalarlos donde fuesen requeridos. Asimismo, los
usuarios podían comprar en la casa Ludowieg & Co. (1899) el modelo de teléfono más
apropiado para sus casas, pues allí existía un variado surtido de aparatos, incluyendo
aquellos de magneto con manivela.
Calesa. Mercurio Peruano. Lima, 7 de agosto de 1827, N.º 6.
Navegación a vela. El Comercio. Lima, 15 de noviembre de 1833, N.º 12.
Coches. El Correo. Lima,
1ro de febrero de 1840, N.º 1.
Navegación a vapor. El Comercio. Lima,
11 de mayo de 1842, N.º 880.
Navegación a vela. El Comercio. Lima, 21 de enero de 1843, N.º 1083.
Balancines. El Comercio. Lima, 23 de febrero de 1843, N.º 1111.
Ferrocarriles portátiles de Ville Chatel y Ca. El Comercio. Lima,
8 de abril de 1886, N.º 15772.
Ferrocarril Central. El Comercio. Lima,
10 de julio de 1893, N.º 18666.
Ferrocarriles portátiles Orenstein & Koppel. El Comercio. Lima,
22 de julio de 1893, N.º 18688.
Estaciones telefónicas. El Comercio. Lima, 1ro de marzo de 1894, N.º 19040.
Equipos telefónicos. El Comercio. Lima,
20 de mayo de 1899, N.º 22301.
Ferrocarriles portátiles Orenstein & Koppel. El Comercio. Lima, 10 de junio de 1899, N.º 22339.
l establecimiento del sistema político republicano en Lima no produjo cambios
inmediatos en las formas de entretenimiento público vigentes durante el régimen
colonial. Las corridas de toros, el teatro y las peleas de gallos seguían cautivando la
atención de los limeños. Más tarde, hacia la década de 1830, cuando nuestra capital se
abre al intercambio mercantil y cultural con las principales plazas europeas (Londres, París,
etc.), arriban los primeros espectáculos de acrobacias, animales salvajes, magia y
prestidigitación, que eran componentes insustituibles del clásico circo decimonónico. La
primera función circense (1840), promocionada en la prensa limeña, consistió en mostrar al
público las “gracias y habilidades” de animales exóticos (camellos, elefantes, monos, etc.).
Además de estos circos, ocasionalmente se presentaban artistas, que estaban de gira por
las principales ciudades sudamericanas. Estas exhibiciones itinerantes resultaban muy
atractivas, porque no existían cultores peruanos de esta clase de diversiones populares.
Por ello, el mago inglés, Jorge Sutton, autodenominado El Gran Mágico (1842), anunciaba la
realización de las “más extraordinarias y casi inconcebibles pruebas [de] física divertida,
química y nigromancia”, todas ellas matizadas con piezas musicales y actos de ventriloquia.
Aprovechando el éxito alcanzado entre los aficionados limeños, y antes de retornar a
Inglaterra, Sutton puso en venta su “gabinete” ofreciendo “enseñar las pruebas [de
magia] y el modo de hacerlas” a quien quisiera “ganar una fortuna”.
Contagiado de este ambiente festivo, el teatro de Lima fue escenario de
diversas comedias nacionales y españolas, como aquella titulada “Toda mujer viviente
E
tiene su cuartito de hora” (1843), “escrita en cinco actos y en verso” por el dramaturgo
hispano, Manuel Bretón de los Herreros. Igualmente, los amaestradores de animales con
el debido permiso de las autoridades no sólo divertían en las plazas públicas, sino que
también brindaban servicio a domicilio previo convenio, como sucedía con el “empresario
de los monitos” Luis Fecci, e incluso organizaban funciones especiales, como ocurrió en el
caso de Munito, el perro erudito (1845) que había recorrido “todo el mundo civilizado” y al
que “solo le falta el uso de la palabra”. A su vez, en la plaza de Acho el público podía
deleitarse con una compañía de equitación norteamericana, capaz de formar “pirámides de
cuerpos humanos sobre los caballos”, y ejecutar “saltos mortales consecutivos para atrás y
para adelante sin detenerse” (1845), o también presenciar las corridas de toros preparadas
por el asentista de la citada plaza, las cuales constaban de actos acrobáticos y otras
“invenciones agradables” (1846), como la colocación de banderillas de fuego sobre el toro.
Medio siglo después aparecerán nuevas formas de entretenimiento individual y
colectivo. Quienes gustaban del ambiente familiar tenían preferencia por los juegos de
salón, la afición de tocar piano y las audiciones de música. Las casas comerciales limeñas
satisfacían la demanda de estas personas, ofreciendo los pianos londinenses de
trasposición de Geo Russell & Co (1897), los armonios Pleyel, Gaveau, Oehler y Staub, y los
entonces modernos grafófonos (1898), que reproducían piezas musicales europeas
grabadas en cilindros fonográficos. Estos elementos permitieron la configuración del salón
burgués decimonónico como un núcleo generador de cultura musical. Por otro lado, las
reuniones masculinas tenían esparcimiento asegurado con las mesas de billar de la famosa
compañía neoyorquina Brunswick-Balke-Collender (1893). Por esta época, Lima recibe la
visita de una nueva generación de ilusionistas extranjeros, que prometían espectaculares
shows, como el de Edna, la mujer que vuela, o el del Dr. Anderson, mago del norte de
Londres. De igual forma, los capitalinos acogieron con expectativa al Gran Circo Ecuestre
Europeo de la empresa J.F. Quiros (1897), el cual no necesitaba arrendar coliseo, porque
poseía su propia “espaciosa carpa” armada en la Plazuela de la Penitenciaría.
Además, la diversión en familia tuvo como lugar de visita obligada el carrousel
americano a vapor (1898) instalado en la plaza de la Exposición, en donde niños y adultos
compartían gratos momentos mientras daban vueltas subidos en caballos o coches. Sin
embargo, el ciclismo contribuyó en mayor medida a que las familias pudieran integrar
entretenimiento y ejercicio en una sola actividad. Esta afición dio origen al surgimiento de
la Unión Ciclista Peruana en 1895, un club compuesto por jóvenes de las
clases acomodadas limeñas. La demanda de bicicletas era cubierta por varios agentes
comerciales (1897), quienes importaban aparatos de las marcas Hirondelle, Remington,
Sterling, Traveler, Winchester, etc. con sus respectivos repuestos (cadenas, engranajes,
pedales, etc.). Por ello, y gracias a la inauguración de un velódromo en Santa Beatriz, que
estaba ubicado en la zona del actual parque Hernán Velarde, las competencias ciclísticas
abrieron nuevos espacios recreativos para la creciente población juvenil limeña. Los
adultos, en cambio, paseaban en bicicleta recorriendo las alamedas o haciendas que
rodeaban nuestra capital. Así, en 1897, el club Ciclista Lima organizaba excursiones para
grupos de treinta o más ciclistas. Estos itinerarios comenzaban en la plaza de Armas,
continuaban por el jirón de la Unión y la plaza Dos de Mayo, y luego tomaban la antigua
carretera del Callao hasta llegar a las chacras de Mirones.
Función circense. El Comercio. Lima, 3 de julio de 1840, N.º 339.
Espectáculo de magia. El Comercio. Lima, 22 de marzo de 1842, N.º 841.
Espectáculo de magia y ventriloquia. El Comercio. Lima,
28 de abril de 1842, N.º 869.
Gabinete de magia. El Comercio. Lima,
28 de abril de 1842, N.º 869.
Función teatral. El Comercio. Lima,
21 de enero de 1843, N.º 1083.
Exhibición de perro amaestrado. El Comercio. Lima, 3 de abril de 1845, N.º 1744.
Equitación acrobática. El Comercio. Lima, 7 de abril de 1845, N.º 1748.
Monos amaestrados. El Comercio. Lima, 19 de diciembre de 1845, N.º 1961
Corrida de toros. El Comercio. Lima,
11 de febrero de 1846, N.º 2001.
Juego de billar. El Comercio. Lima, 8 de agosto de 1893, N.º 18712.
Edna, la mujer que vuela. El Comercio. Lima, 10 de julio de 1894, N.º 19248.
Prestidigitador europeo. El Comercio. Lima, 29 de noviembre de 1894, N.º 19473.
Pianos. El Comercio. Lima,
25 de enero de 1897, N.º 20855.
Circo ecuestre europeo. El Comercio. Lima, 24 de abril de 1897, N.º 20995.
Bicicletas “Winchester”. El Comercio. Lima, 26 de junio de 1897, N.º 21093.
Grafófonos. El Comercio. Lima, 22 de octubre de 1898, N.º 21936.
Grafófonos. El Comercio. Lima,
16 de noviembre de 1898, N.º 21981.
Carrousel americano. El Comercio. Lima,
4 de diciembre de 1898, N.º 22015.
ulminado el primer cuatrienio de la Reconstrucción Nacional, ingresaron
progresivamente en la economía peruana nuevas compañías financieras y de seguros
extranjeras. Por entonces, las empresas y comercios nacionales contrataban seguros de
riesgos mediante las agencias establecidas por aseguradoras europeas, básicamente
inglesas. Algunas compañías estaban especializadas en seguros de vida o siniestros
(incendios, naufragios), y acogieron como representantes y asociados suyos a connotados
miembros de nuestra clase política. Ese fue el caso de Augusto B. Leguía, quien desde 1888
obtuvo grandes ganancias vendiendo contratos de seguros de la New York Life Insurance
Company en Piura, Lambayeque, Pacasmayo, Lima, e incluso en países vecinos, como
Bolivia, Chile y Ecuador. Durante el decenio de 1890, aparecían frecuentemente avisos de
dichas compañías en los diarios limeños, ofreciendo sus planes de seguros o convocando a
los tenedores de pólizas para la distribución de beneficios.
Entre las principales compañías de seguros sobre la vida, podemos mencionar:
la Scottish Imperial Insurance Company o Imperial Escocesa (1891), que actuaba en Europa
desde la década de 1880, y tenía como agente en Lima a Thomas Dawson; la Norwich Union
Life Assurance Society (1891), existente desde 1808, y cuyas pólizas de “precios moderados
y condiciones liberales” también eran negociadas por Thomas Dawson; la compañía
canadiense “El Sol” (1892) con sede principal en Montreal, y cuya agencia limeña era
administrada por Thomas Dawson y W.A. Higinbotham, quienes ofrecían una amplia
variedad de seguros incondicionales y sin restricciones, como pólizas de vida entera,
pólizas dotales o semi-dotales, pólizas de dividendo reservado, pólizas con devolución de
premio, etc; la compañía The Equitable Life Assurance Society of
C
the United States, más conocida como la Equitativa, representada por Joaquín Godoy, la cual
había encargado al Banco del Callao pagar los siniestros “una vez probada su legitimidad”, y
finalmente, The Massachusetts Benefit Life Association, establecida en Boston (USA), ofertaba
el sistema de seguros mutuos sobre la vida mediante pólizas, cuyos precios fluctuaban entre
mil y veinte mil dólares o su equivalente en moneda nacional.
En el último lustro del siglo XIX, la estabilidad económica condujo a la
formación de diversas sociedades anónimas destinadas a darle colocación rentable a los
capitales privados. Entre éstas sobresalió la sociedad mutua de ahorros La Acumulativa
(1897), pues llegó a reunir un capital de 250 mil soles, cantidad superior a la que poseían
entonces varias empresas agropecuarias, industriales, mineras y de obras públicas. En el
rubro de aseguradoras contra siniestros, podemos mencionar a la sociedad inglesa
conformada por las compañías Commercial Union Assurance Company Limited, fundada en
1861, y British & Foreign, que habían delegado “amplios poderes” a la casa Duncan Fox & Cia.
para que actuase como su agente en Lima. Competían con esta sociedad, la compañía
South British Insurance Co. of New Zealand, establecida en 1872 y poseedora de una red de
agencias en las principales ciudades sudamericanas y del mundo, y la compañía
magdeburguesa de seguros contra incendio, que atendía al público en Lima y Trujillo a
través de la casa Ludowieg & Co.
En 1895, un grupo de empresarios nacionales ingresa al negocio de las
aseguradoras para fundar, por iniciativa de José Payán, la Compañía Internacional de
Seguros del Perú, suscribiendo un capital de dos millones de soles. La oferta nacional de
pólizas protegía “casas, muebles y mercadería” y “carga por vapores y buques de vela para
todas partes del mundo”. Este hecho revirtió en cierto grado el monopolio extranjero
sobre el mercado de seguros, el cual generaba una constante migración de capitales hacia
los países de donde provenían las compañías europeas. Las tres aseguradoras limeñas
(Internacional, Rímac e Italia) movilizaron en conjunto unos seis y medio millones de soles.
Por ello, en 1895, el gobierno promulgó una ley reglamentando la actividad de las
compañías de seguros en el Perú, y más tarde decidió supervigilar la contabilidad de las
mismas creando una oficina de inspección fiscal.
Los avisos gráficos de las aseguradoras extranjeras publicados en la prensa
limeña reproducían los logotipos compuestos originalmente en Europa. Ciertamente, aunque
los negocios eran generalmente impersonales dado su carácter mercantil, cada compañía
se esmeraba por elegir textos e imágenes que transmitieran confianza a sus
potenciales clientes. En ese contexto, no debían dejar duda acerca de su solidez institucional,
y para conseguir ese propósito construían logotipos donde incorporaban grabados de sus
monumentales edificios o antiguos escudos reales. No obstante, algunas optaban por
utilizar composiciones más sencillas, pero de igual expresividad, como la figura de una
madre protegiendo a su hijo, la cual a su vez está custodiada por un gran San Bernardo. La
legislación decimonónica de Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países
industrializados concedió especial importancia al reconocimiento de los logotipos como
propiedades valiosas. El registro de estos recursos visuales permitió venderlos o cederlos
bajo licencia, facilitando de esa manera la presencia de las compañías en cualquier parte del
mundo.
Compañía de Seguros sobre la vida Norwich Union Life Assurance Society .
El Comercio. Lima, 10 de marzo de 1891, N.º 17403.
Compañía de Seguros sobre la vida Imperial Escocesa. El Comercio.
Lima, 6 de octubre de 1891, N.º 17622.
Compañía canadiense de Seguros “El Sol”. El Comercio. Lima, 11 de enero de 1892, N.º 17778.
Sociedad de Seguros “La Equitativa”. El Comercio. Lima,
13 de mayo de 1892, N.º 17977.
Compañía The Massachussets Benedit Life Association. El Comercio. Lima, 19 de noviembre de 1896, N.º 20740.
Sociedad mutua de ahorros “La Acumulativa”. El Comercio. Lima, 3 de abril de 1897, N.º 20964.
Compañía Comercial Union Assurance Company Limited. El Comercio. Lima, 7 de octubre de 1897, N.º 21245.
Compañía de Seguros marítimos y contra incendios “South Bristish”. El Comercio. Lima, 7 de octubre de 1897, N.º 21245.
finales del decenio de 1830, las máquinas de vapor comenzaron a emplearse en la
agricultura y actividades de imprenta. Años después, en 1842, Nicolás Rodrigo ofreció
en venta una máquina de vapor para moler y beneficiar caña, la cual operaba un maquinista
contratado en Estados Unidos que había “permanecido en haciendas de cañaveral y se ha
puesto prácticamente al cabo de todas las mejoras introducidas en este ramo de
industria”. No obstante, en las zonas andinas no se conocía ningún tipo de máquinas para
la siembra o trilla de los cereales. Por su parte, la minería carecía completamente de
técnicas y equipos modernos para la extracción y procesamiento de los metales. Con todo,
en 1845, se estableció en Lima la primera fábrica de carruajes con herramientas y adornos
de “última moda” procedentes de Europa, que permitían confeccionar calesas, calesines y
birlochos. En dicho taller, los interesados también encontrarían “maestros de mérito”
expertos en componer “toda clase de rodados”. Estos primeros ensayos constituyeron
acciones aisladas y no formaron parte de un activo proceso de industrialización.
Hasta mediados del siglo XIX, no existían suficientes capitalistas ni empresarios
capaces de importar tecnología aplicable a grandes proyectos fabriles. Fueron los
hacendados quienes, durante el decenio de 1860, forjaron los primeros ingenios azucareros
dotados de maquinaria a vapor. El uso de diversos aparatos en la elaboración del azúcar y
sus derivados, exigió mayor especialización laboral y un reordenamiento de las haciendas
como unidades productivas. Esta modernización industrial sufrió un serio retroceso como
consecuencia de la Guerra del Pacífico, que devastó
la infraestructura agrícola costera. Hubo que esperar entonces casi una década para la
introducción de motores de gas y petróleo en las actividades productivas del país. En ese
A
contexto, las casas importadoras limeñas atendieron la naciente demanda de maquinaria.
Por ejemplo, la casa C.M. Schroder y Ca. (1891) inicialmente puso en venta un stock de
motores alemanes, fabricados en Magdeburgo y Berlín, notables por su potencia y
economía de gastos. Dichos motores estaban a disposición de quienes desearan
comprobar su eficiencia y fuerza motriz. En los años siguientes, esta casa ofertaba sus
productos mediante catálogos escritos en alemán, español, inglés y francés, en cuyas
páginas los interesados podían encontrar maquinaria agrícola (alambiques, calderas,
molinos piladores, etc.), minera (instalaciones de concentración, grúas, molinos y prensas
hidráulicas), y de comunicaciones (ferrocarriles portátiles, puentes de fierro, teléfonos y
telégrafos).
De otro lado, el almacén del ingeniero Emilio F. Wagner, ofrecía las famosas
bombas Worthington, así como dinamos e instalaciones de luz eléctrica (1891), a los cuales
agregó después otras máquinas agropecuarias, como la desnatadora de leche “Victoria”
(1898). Dado que la disponibilidad de maquinarias era un elemento fundamental para abrir
nuevas industrias, muchas casas extranjeras publicaban avisos presentando sus productos.
Así, mientras la casa Messrs. Barnet & Fostern anunciaba máquinas y accesorios para la
fabricación de toda clase de aguas gaseosas (1893), la casa Merryweather & Sons ofrecía
bombas de vapor contra incendios (1897) del modelo de doble cilindro Greenwich, las
cuales se utilizaban en ciudades de Brasil, Chile y Ecuador. En aquellos casos donde eran
necesarias máquinas o calderos a vapor, y turbinas hidráulicas especiales, la fundición H.
Paucksch (1895) se encargaba de construirlas “para transporte a lomo de mula según
necesidad”. Con todo, las fábricas limeñas que mayor crecimiento tuvieron durante estos
años fueron las de tejidos, sombreros y calzado, seguidas por las de ladrillos, fósforos,
cerámicas, tabaco, jabón y velas.
El Comercio publicó en 1896 varias notas en las cuales describía
minuciosamente cada una de estas empresas, elogiándolas porque daban vida a un
naciente industrialismo urbano. A fines del siglo XIX, la fábrica de tejidos Vitarte (1899),
propiedad de Carlos López Aldana, era la más importante y simbolizaba el progreso
alcanzado por la industria textil peruana. Esta fábrica había comenzado su exitosa
trayectoria en el lustro previo a la Guerra del Pacifico. En dicha época, el incremento en
las ventas de sus productos trajo como consecuencia una menor importación de géneros
ingleses. Por esa razón, los importadores de tocuyos decidieron comercializarlos
colocándoles ilegalmente la marca propia de los tejidos Vitarte para sorprender al público.
Conviene destacar la participación de empresarios extranjeros en el renacimiento de las
industrias limeñas en la década de 1890. Muchos de ellos, como Gio Batta Isola, Pedro
D´onofrio, Arturo Field y Alejandro Milne, colocaron sus capitales en negocios agrícolas,
fábricas de tejidos de algodón y lana, molinos y producción de galletas, dulces y helados.
Los agricultores, comerciantes y consumidores en general consultaban periódicamente en
los diarios la oferta de bienes y servicios brindados por estas empresas. Una mención
especial merece la fundición de Chucuito, administrada por el ingeniero inglés, William
White, quien instalaba y reparaba toda clase de maquinarias industriales.
Máquina de vapor para moler caña. El Comercio. Lima, 7 de noviembre de 1842, N.º 1022.
Fábrica de carruajes. El Comercio. Lima, 5 de marzo de 1845, N.º 1722.
Motores de gas y petróleo. El Comercio. Lima, 9 de noviembre de 1891, N.º 17680.
Bombas a vapor “Worthington”. El Comercio. Lima, 1ro de diciembre de 1891, N.º 17717.
C.M. Schröder y CO. El Comercio. Lima, 3 de agosto de 1893, N.º 18705.
Máquinas para fabricación de aguas gaseosas. El Comercio. Lima,
6 de setiembre de 1893, N.º 18759.
Máquinas de arar a vapor. El Comercio. Lima, 15 de junio de 1894, N.º 19208.
Fundición H. Paucksch. El Comercio. Lima, 10 de abril de 1895, N.º 19677.
Aparatos destiladores. El Comercio. Lima, 22 de diciembre de 1896, N.º 20795.
Bombas de vapor contra incendios. El Comercio. Lima, 2 de agosto de 1897, N.º 21436.
Bombas a vapor “Worthington”. El Comercio. Lima, 3 de agosto de 1898, N.º 21754.
Fábrica de tejidos de Vitarte. El Comercio. Lima,
7 de enero de 1899, N.º 22076.
acia inicios del siglo XIX, la medicina alopática occidental empleaba una gran variedad
de placebos para la prevención y tratamiento de las enfermedades. Estos
“medicamentos”, preparados con sustancias extraídas de vegetales, animales y minerales,
eran fáciles de almacenar, transportar y dosificar. Ciertamente, los fabricantes se
esmeraban en destacar las propiedades curativas de sus productos (farmacognosia),
ofrecían pautas de administración más o menos científicas de los mismos (posología), y
añadían explicaciones acerca de cómo actuaban estos en el organismo. En ese contexto,
las prácticas purgativas como recurso terapéutico para expulsar los malos humores del
organismo fueron las más usuales. Además constituyeron un elemento fundamental en la
construcción cultural del concepto de salud influyendo decisivamente en el estudio del
funcionamiento del cuerpo humano y de las enfermedades que podían aquejarlo.
Diversos placebos circularon en Lima republicana, algunos se preparaban en las
boticas locales y otros eran importados de Europa. Entre estos últimos, destacaba el
panquimagogo de Le Roy, un purgante fabricado en Francia por el médico parisino Louis Le
Roy, desde la primera década decimonónica. Aun cuando en 1824 fue prohibida su venta
en dicho país, ello no impidió su rápida difusión por toda Sudamérica. Los defensores del
citado “medicamento” cuestionaron las razones de esta prohibición, sustentada en un
informe presentado por la Academia de París ante el Ministerio del Interior. Sin embargo,
los académicos justificaron su parecer advirtiendo sobre la potencial toxicidad del
panquimagogo, causante directa de la muerte de varios animales, a los cuales se había
administrado dicha sustancia. Por ello, recomendaron al gobierno francés retirarlo
inmediatamente de boticas y tiendas.
H
Los avisos médicos asociaban creativamente texto y gráfico buscando
satisfacer las expectativas de quienes ansiaban recuperar la buena salud. Para lograr este
propósito, los anunciantes informaban sobre la procedencia de los remedios, y el amplio
espectro de padecimientos que combatían. Generalmente ponían énfasis en que habían
sido inventados y elaborados por profesores de facultades de Medicina de Francia,
Inglaterra u otro país europeo. Por ejemplo, el Rob Boyveau Laffecteur, consumido en
Francia y Bélgica desde principios del siglo XIX, era publicitado como el “único autorizado
por el gobierno francés y aprobado por la Real Sociedad de Medicina”. Algo similar ocurría
con las píldoras y el ungüento ingleses de Holloway que proclamaban sus “prodijiosos
efectos” en el tratamiento de “enfermedades creídas incurables”. Con ese mismo
propósito, y siguiendo la lógica de purificar el cuerpo mediante la ingesta de purgativos,
aparecen en la década de 1860 las píldoras vegetales de Bristol, cuyo principio activo básico
procedía de la resina podofilin, contenida en las raíces de la mandrágora. Por esos mismos
años, y de acuerdo con las recomendaciones de los higienistas en cuanto al cuidado
personal, alcanza popularidad entre las mujeres la aplicación del tónico oriental para
conservar sano el cabello, prevenir la calvicie y retrasar la aparición de las canas. Más tarde,
surgieron otros productos de tocador indispensables para exaltar los cánones de la belleza
femenina decimonónica. Entre estos sobresalían, los perfumes agua florida Murray Lanman
(1873), Kananga du Japón (1873) y Ess Oriza (1892), el jabón carbólico puro del Dr. Rosa
(1897), el enjuague bucal Sozodonte (1897), el vigorizante del cabello del Dr. Ayer (1897) y el
tinte de Agua Salles (1893).
Durante el decenio de 1870, ingresaron al mercado limeño de medicamentos
nuevas sustancias que combatían diversos males atribuidos a la “sangre corrompida” y los
“humores viciados”. Así, los remedios del Dr. Richau (1873) ofrecían acabar con las
enfermedades venéreas, úlceras y almorranas, mientras la Zarzaparrilla de Bristol (1873),
existente desde 1832, aseguraba una cura efectiva de las erupciones cutáneas, el escorbuto
y las temibles escrófulas (tumefacción de los ganglios linfáticos). Entre los analgésicos,
podemos mencionar el Jarabe de Follet (1873), que además aliviaba la fatiga nerviosa y el
insomnio. De otro lado, las medicinas del Dr. Pierce (1876), muy difundidas en Estados
Unidos después de la Guerra de Secesión (1861-1865), se empleaban contra los males
respiratorios, y tenían como principal componente esencia obtenida de la hierba sello de
oro, oriunda del sudeste canadiense y noreste norteamericano.
Los diarios publicitan también novedosos consultorios de especialidades médicas, como los
del quiropedista José Romero (1875) y el cirujano dentista Christian Dam (1877). Años
después, estos servicios comenzarían a prestarse en las boticas, como ocurrió con la Botica
Inglesa (1887). Asimismo, los médicos chinos anunciaban a los sectores populares limeños
los beneficios de sus “casas de consulta” (1877).
En la posguerra del Pacífico entre los productos nutricionales estaban el vino
con extracto de hígado de bacalao de A. Chevrier (1880), el elixir de protocloruro de Vivas
Pérez (1885), la emulsión de Scott (1895), y el elixir St. Vincent de Paul (1897), todos ellos
prescritos contra la anemia, debilidad y el raquitismo. La gama de fármacos se
complementaba con el jarabe antitusígeno francés Sirop Zed (1885), el elixir dentífrico de
los RR. PP. Benedictinos (1887), y especialmente los productos químicos (drogas y
medicinas) del Dr. Manuel Alzamora (1880), miembro de la Facultad de Medicina de Lima,
los cuales eran elaborados con “vegetales de las Montañas del Perú”, cuya frescura
garantizaba un mejor efecto que los preparados europeos expuestos a la descomposición
“que esperimentan al atravesar los climas para venir al nuevo continente”. A fines del siglo
XIX, la inyección Cadet (1890) combatía la blenorragia (gonorrea), el ungüento de
Hamamelis Virginica (1890) remediaba los golpes, quemaduras y torceduras, mientras las
píldoras catárticas (1897) y el pectoral de cereza del Dr. Ayer (1890) prevenían los males
biliares y respiratorios, y las píldoras rosadas del Dr. Williams (1899) terminaban con el
reumatismo “desalojando el veneno causante de la enfermedad”. También se publicaban
avisos sobre aparatos ortopédicos, como el braguero óptimo Vives (1897) “recetado por los
médicos más eminentes del mundo” para lograr la “curación radical de las hernias”.
Botica de F.P. White. El Telégrafo de Lima. Lima, 2 de abril de 1827, N.º 1.
Medicamento Panquimagogo. El Comercio. Lima, 1ro de diciembre de 1842, N.º 1042.
Píldoras y ungüento Holloway. La Voz del Pueblo. Lima, 31 de marzo de 1855, N.º 65.
Medicina Rob Boyveau Laffecteur. La Voz del Pueblo. Lima, 31 de marzo de 1855, N.º 65.
Tónico capilar Oriental. El Porvenir. Callao, 28 de marzo de 1868, N.º 674.
Píldoras de Bristol. El Porvenir. Callao, 15 de abril de 1868, N.º 687.
Píldoras de Bristol. El Porvenir. Callao, 15 de abril de 1868, N.º 687.
Agua de tocador Kananga du Japon. El Nacional.
Lima, 27 de febrero de 1873, N.º 2248.
Agua Florida Murray y Lanman. El Nacional. Lima, 4 de abril de 1873, N.º 2287.
Zarzaparrilla de Bristol. El Nacional. Lima,
5 de abril de 1873, N.º 2289.
Jarabe de Follet. La Opinión Nacional. Lima, 12 de abril de 1873, N.º 5516.
Remedios del Doctor Richau. El Nacional. Lima, 6 de mayo de 1873, N.º 2323.
José Romero, Cirujano quiropedista. El Comercio, Lima, 28 de diciembre de 1875, N.º 12702.
Medicinas del Dr. Pierce (detalle). El Comercio. Lima,
4 de noviembre de 1876, N.º 13189.
Inyectador nasal del Dr. Pierce (detalle). El Comercio. Lima,
4 de noviembre de 1876, N.º 13189.
Dr. Christian Dam. Cirujano dentista. El Comercio. Lima, 3 de enero de 1877, N.º 13281
Tam Jing, médico chino. El Comercio. Lima, 28 de setiembre de 1877, N.º 13701.
Extracto de Hígado de Bacalao Chevrier. La Opinión Nacional. Lima, 20 de abril de 1880, N.º 2002.
Productos químicos del Dr. Manuel Alzamora. La Patria. Lima, 21 de agosto de 1880, N.º 2824.
Jarabe del Dr. Zed. El Comercio. Lima, 5 de octubre de 1885, N.º 15618.
Elixir dentífrico de los RR.PP. Benedictinos. El Comercio. Lima,
17 de febrero de 1887, N.º 16120.
Cura de callos. El Comercio. Lima, 1ro. de marzo de 1887, N.º 16128.
Pectoral de cereza del Dr. Ayer. El Comercio. Lima, 20 de febrero de 1890, N.º 17032.
Tónico oriental para el cabello. El Comercio. Lima, 26 de febrero de 1890, N.º 17037.
Inyección Cadet. El Comercio. Lima,
8 de marzo de 1890, N.º 17046.
Extracto de Hamamelis Virginica. El Comercio. Lima, 11 de abril de 1890, N.º 17072.
Perfumes Ess Oriza. La Opinión Nacional. Lima, 12 de abril de 1892, N.º 5516.
Tinte capilar Salles. El Comercio. Lima, 22 de agosto de 1893, N.º 18734.
Emulsión de Scott. El Comercio. Lima,
12 de octubre de 1893, N.º 18819.
Emulsión de Scott. El Comercio. Lima, 1ro. de febrero de 1895, N.º 19576.
Elixir de Protocloruro Vivas Pérez. El Comercio. Lima,
13 de febrero de 1895, N.º 19594.
Loción capilar del Dr. Ayer. El Comercio. Lima, 11 de marzo de 1897, N.º 20928.
Braguero hernial Vives. El Comercio. Lima,
31 de marzo de 1897, N.º 20957.
Enjuague bucal Sozodonte. El Comercio. Lima, 10 de abril de 1897, N.º 20976.
Píldoras catárticas del Dr. Ayer. El Comercio. Lima, 24 de abril de 1897, N.º 20995.
Elixir St. Vincent de Paul. El Comercio. Lima,
3 de mayo de 1897, N.º 21591.
Jabón carbólico puro del Dr. Rosa. El Comercio. Lima,
14 de junio de 1897, N.º 21074.
Píldoras del Dr. Williams. El Comercio. Lima,
7 de junio de 1899, N.º 22395.
esde la aparición de los primeros periódicos republicanos, los anunciantes utilizaron sus
páginas para publicitar toda clase de ventas, traspasos y alquileres. No obstante,
rápidamente anunciantes y lectores comprendieron la utilidad de la publicidad gráfica
como sistema de comunicación. De esa manera, los avisos trascienden el formato
puramente mercantil para incorporar toda clase de mensajes, incluso de orden político,
sustentados en la asociación creativa de imágenes y textos. Con todo, el primer aviso
gráfico limeño fue una modesta corrección de errata (1822) registrada en La Abeja
Republicana. Años después, los aristócratas podían comprar o vender sus esclavos (1827),
para trabajos domésticos o agrícolas, a través del Mercurio Peruano. En el convulso decenio
de 1830, un irónico anunciante, oculto bajo el seudónimo de Un Insurgente (1831),
expresaba su satisfacción ante la renuncia al ejército nacional y salida del país de un
comandante español, agregando que “todos sus paisanos” debían seguir igual camino.
Mayor dureza expresaba el aviso de El Montonero (1834), que advertía a los “revolucionarios
cordelarios” sobre la existencia de “un método muy raro de componer cabezas
desconcertadas”, el cual estaba simbolizado por una mano alzando un martillo.
Durante las décadas siguientes, la temática de los avisos contratados continuó
ampliándose. En ocasiones, las familias limeñas adineradas publicaban avisos funerarios
(1841) invitando a “parientes y amigos” a las exequias de un difunto suyo. Otras veces, una
concurrida fonda (1842) podía anunciar la extensión de sus servicios para incluir la
concesión de posada y los nuevos horarios de almuerzo y comida. De igual forma, no
faltaban los avisos ofreciendo gratificación a quien diera informe o devolviera un perro
extraviado (1842). Las propias autoridades empleaban dicho sistema para
convocar el personal de sus batallones, y a los que desearan pertenecer a estos (1843).
Similar publicidad tuvieron ese mismo año acontecimientos tan diversos como la apertura
de un establecimiento especializado en el comercio de telas al por mayor y menor, la venta
de un amplio surtido de “[trescientas variedades] de semillas de flores raras” africanas,
asiáticas y europeas, por parte de una ocasional florería, el ofrecimiento de exóticos
consomés de tortuga, preparados tres veces por semana y en horarios fijos, por un hotel
D
del Callao, los remates públicos de averías (telas y muebles), y finalmente, el premio de una
onza de oro prometido por el dueño de un fino “relox de oro de dos tapas labradas” a la
persona que se lo entregara.
Los primeros “fotógrafos”, artesanos y talleres de sastrería también insertaban
avisos especificando las características de sus productos o requiriendo operarios. Así, el
taller de daguerrotipos de la calle del Palacio (1842) afirmaba poseer “instrumentos
perfeccionados”, con los cuales podía “sacar un retrato en dos minutos, con toda
perfección, con ojos abiertos y claros, lo que los anima al igual de una buena pintura”. De
igual modo, Ángel Fiscornia, prometía a quienes lo contrataran colocar pisos de mármol o
grabar “figuras y letras en lápidas” de dicho material, todo ello con el mismo talento y
garantizando “el mayor esmero y baratura posibles” (1843). Por su parte, el maestro
sastre W. De´Coursey necesitaba para su taller del Callao “seis u ocho oficiales”
especializados en “levitas y frakes”, así como otros dos o tres “que entiendan bien de
chalecos”, comprometiéndose a pagarles “como lo hacen las mejores sastrerías de Lima”
(1843).
Varias décadas después, en 1870, la compañía inglesa Eley Bros. London publicó
en El Nacional un insólito aviso ofreciendo cartuchos (Eley´s Ammunition) de diversas clases
para escopetas, revólveres y rifles, los cuales supuestamente habían sido adoptados “por
el Departamento de la Guerra de S.M. como munición de rifle preferente para el Ejército de
la Gran Bretaña”. Además, no sólo eran baratos, sino que estando “completamente
hechos de metal” eran resistentes al agua y cualquier tipo de clima. Ciertamente, más
amistosa resultaba la venta de canarios alemanes y otras aves cantoras de Australia, China,
Japón y México, que efectuaba Carlos Wollenweber. Los interesados podían también
adquirir “un gran surtido de jaulas de nueva patente para América” (1876).
Un aviso de singular curiosidad es aquel que informa sobre la inauguración de
una feria de animales en la Plaza Dos de Mayo, “para el primer lunes del año 1892”.
La organización de este evento fue responsabilidad de Eleazar Iriarte, corredor de comercio
y rematista público, quien alejado por un momento de su rutina mercantil, comunicaba al
público tener a la venta “caballos de todas clases y precios, mulas para carreta y de paso
para silla”, e incluso “una gama, un papagallo hablador [y] un par faisanes (hembra y
macho)”. Finalmente, el almacén de artículos fotográficos y útiles de escritorio de Miguel
S. Bowen (1899), promocionaba los servicios brindados en sus locales de las calles
Melchormalo (almacén) y la Virreyna (oficina y taller), mediante una imagen en la que
destacaba una antigua cámara de estudio con el respectivo manual y todos los implementos y
sustancias que eran empleados para conseguir el revelado de las fotografías.
Corrección de errata. La Abeja Republicana. Lima,
10 de noviembre de 1822, N.º 29.
Compra de esclavo. Mercurio Peruano. Lima, 7 de agosto de 1827, N.º 6.
Despedida de militar español. La Miscelánea. Lima, 22 de octubre de 1831, N.º 395.
Aviso político. El Montonero. Lima, 8 de octubre de 1834, N.º 13.
Aviso funerario. El Comercio. Lima, 6 de mayo de 1841, N.º 582.
Fonda Bola de Oro del Callao. El Comercio. Lima, 10 de setiembre de 1842, N.º 975.
Retratos. El Comercio. Lima,
7 de noviembre de 1842, N.º 1022.
Aviso sobre perro extraviado. El Comercio. Lima,
7 de noviembre de 1842, N.º 1022.
Oficiales de sastrería. El Comercio. Lima,
21 de enero de 1843, N.º 1083.
Ángel Fiscornia, grabador en mármol. El Comercio. Lima,
25 de enero de 1843, N.º 1086.
Convocatoria militar. El Comercio. Lima,
23 de febrero de 1843, N.º 1111.
Apertura de casa comercial. El Comercio. Lima, 6 de abril de 1843, N.º 1145.
Florería. El Comercio. Lima, 18 de mayo de 1843, N.º 1179.
Exótico consomé de tortuga. El Comercio. Lima,
3 de junio de 1843, N.º 1194.
Recompensa por reloj robado. El Comercio. Lima, 12 de octubre de 1844, N.º 1598.
Remate público de averías. El Comercio. Lima, 3 de abril de 1845, N.º 1744.
Cartuchos ingleses. El Nacional. Lima,
8 de enero de 1870, N.º 1386.
Venta de canarios. El Comercio. Lima, 7 de setiembre de 1876, N.º 13093.
Feria de animales. El Comercio. Lima, 2 de enero de 1892, N.º 17767.
Almacén fotográfico. El Comercio. Lima, 23 de enero de 1899, N.º 23102.
urante nuestras dos primeras décadas de vida independiente, no hubo mayores
innovaciones en el vestido de la población capitalina. El reducido mercado local y las
condiciones de pobreza generalizada impidieron la consolidación de una industria textil
nacional. Sin embargo, hubo una fuerte presencia de la moda francesa en el vestido
femenino republicano de esta época. Aunque la saya y manto colonial era entonces el traje
preferido por las damas limeñas, ello no les impedía lucir prendas francesas en funciones
teatrales y reuniones especiales. En ese contexto, quienes deseaban vestirse a la moda,
pero no podían adquirir costosos trajes o accesorios, solían aprovechar los ocasionales
remates organizados por las tiendas limeñas. Por ejemplo, en 1839, una fábrica de
sombreros que estaba próxima a cerrar, ofertaba toda clase de ellos “a precios reducidos
equivalentes a los de por mayor”.
Por su parte, las damas aristocráticas concurrían a las tiendas de las modistas
capitalinas, sobre todo francesas, para adquirir diversas prendas y adornos femeninos.
Entre estas últimas, sobresalían la señora Claves (1841) poseedora de “un surtido hermoso
de gorras recogidas para niñitas, quitasoles de todas clases, pelerinas de tul, y ridículos y
otros objetos”, y Madame Lavergne (1846), quien ofrecía “los últimos modelos para trajes
de baile, trajes de paseo, capas, corseés y gorras para señoras”. Al mismo tiempo, las
modistas limeñas de la calle Mercaderes (1842) vendían guantes, gorras de paja, seda y
terciopelo, mantillas, mitones, pañolones, peinetas, prendedores, etc. En cuanto al
calzado, las damas tenían opción de escogerlo entre los importados de París, o mandarlos
confeccionar en el taller de Gregorio Carrillo (1844), el cual utilizaba materiales
procedentes de dicha ciudad europea, como la cabritilla, el cuero charolado y el tafilete
bronceado. Además, Carrillo abría por temporadas un establecimiento anexo en Chorrillos
(1845) donde vendía el calzado femenino y masculino que fabricaba.
El afrancesamiento del vestido femenino se profundiza bajo el consumismo
desatado por la ficticia bonanza de la época del huano. La exhibición de trajes lujosos era
una lógica consecuencia del deseo de distinción arraigado en la elite femenina. Por esa
razón, a lo largo del decenio de 1870, las calles limeñas fueron abarrotándose de tiendas o
almacenes especializados en la venta de mercería, pasamanería, telas, joyas y accesorios
D
parisinos. Las aburguesadas damas capitalinas visitaban esos locales y establecimientos de
moda, como los de Corina Dupont, donde estaba asegurada la “calidad de los adornos” y
“elegancia de los cortes”. Conviene recordar cómo las esposas de los partidarios del
gobierno del Presidente, José Balta, vinculados con Augusto Dreyfus, conforman una
nueva elite femenina durante estos años. Todas ellas, según las descripciones hechas por
Philipe de Rougemont en 1879, ostentaban vestidos y joyas, tanto o más finas que las
usadas por sus rivales del civilismo pardista. En ese contexto, también se consolidan los
bazares de “ropa hecha” y “ropa blanca” importadas, las cuales se vendían por mayor y
menor. En uno de esos locales, fundado en 1863 y denominado A la Lámpara Maravillosa
(1877), había un surtido stock de ternos completos para niños y jóvenes, ternos de etiqueta
y ternos de fantasía, y otras prendas trabajadas “en su manufactura de París por
cortadores especiales”.
En el decenio de 1890, los bazares mixtos ponen a disposición de hombres y
mujeres las nuevas tendencias de la moda en vestido y calzado. Los caballeros compraban
entonces sus elegantes e indeformables sombreros de copa alta, llamados también de
chistera, en la tienda de José Risi e hijos (1889). Igualmente, para elegir un selecto
accesorio de moda no había mejor tienda que la de M. Crevani (1893). Esta última ofrecía
bastones y guantes ingleses, corbatas francesas e inglesas, sombreros Lincoln Bennett, y
además piezas de esgrima francesa e italiana, así como charreteras, botones, galones “y
toda clase de artículos para militares”. De otro lado, la casa A.J. Gordon de Londres
anunciaba a los comerciantes limeños el lanzamiento del novedoso calzado de goma
(caucho) Boston (1895). Dicho material permitía fabricar un calzado impermeable,
“caliente, ajustado, elegante y cómodo”. Los fabricantes tenían modelos (botas, chanclos,
Oxford, etc.) apropiados para toda clase de personas, “tanto para el obrero, como para
elegantes señoras y caballeros, y para los tiernos niños”.
Ciertamente, no todos estaban satisfechos con las prendas promocionadas por
los bazares. En esos casos, o cuando se necesitaban arreglos o confecciones a la medida,
las personas recurrían a sastrerías elegantes, como la de C. Montalvo (1896). No
obstante, las damas siempre estaban atentas a las novedades traídas de París por alguna
modista o comerciante. Por ello, en 1897, Enriqueta de Valles anunciaba la inauguración de
un “Salón de la Moda”, donde el “bello sexo limeño” tendría oportunidad de apreciar “un
grandioso surtido de sombreros, capotas, payolas, gorras de niña, boinas, velos, cintas…
[y] todo lo nuevo que se usa en la capital del gusto universal”. De Valles prometía precios
módicos a fin de que ninguna dama se fuera sin comprar. Otras tiendas, como el Centro de
Novedades Manuel A. Valle (1898), se especializaban en la venta de “camisas o polainas
para ciclistas” y “sobrecamas, chales y ponchos de vicuña, lo mejor que se conoce,
legítimos de Puno”.
Remate de sombreros. El Comercio. Lima, 18 de octubre de 1839, N.º 136.
Gorras y quitasoles femeninos. El Comercio. Lima,
7 de noviembre de 1841, N.º 1022.
Modas de París. El Comercio. Lima,
1ro. de diciembre de 1842, N.º 1042.
Calzado francés para damas. El Comercio. Lima, 30 de diciembre de 1844, N.º 1668.
Zapatería en Chorrillos. El Comercio. Lima,
8 de febrero de 1845, N.º 1700.
Madame Lavergne, Modista de París. El Comercio. Lima,
19 de mayo de 1846, N.º 2078.
Modista Corina Dupont. El Nacional. Lima, 23 de mayo de 1870, N.º 1523.
Bazar limeño de ropa. El Comercio. Lima, 20 de junio de 1877, N.º 13551.
Sombrerería José Risi e hijos (detalle). El Comercio. Lima,
4 de setiembre de 1889, N.º 16894.
Tienda de accesorios de moda, M. Crevani. El Comercio. Lima, 22 de julio de 1893, N.º 18687
Calzado de goma Boston. El Comercio. Lima,
17 de junio de 1895, N.º 19792.
Sastrería C. Montalvo. Comercio. Lima, 23 de diciembre de 1896, N.º 20803.
Boutique limeña El Comercio. Lima,
31 de marzo de 1897, N.º 20957.
Bazar de telas Manuel A. Valle. El Comercio. Lima, 1ro. de diciembre de 1898, N.º 22010.
Jarabe de Follet. La Opinión Nacional. Lima, 12 de abril de 1873, N.º 5516.
uestra capital republicana nació sobre un núcleo urbano de área muy reducida, la
misma que se hallaba comprendida dentro de las antiguas murallas coloniales. Entre
dichas murallas y la parte edificada de la ciudad, existía un espacio con extensiones de área
rústica divididas en huertas y otros sembríos. Por ello, las actividades agropecuarias,
propias del mundo rural, formaban parte del entorno cotidiano capitalino. En ese
contexto, los agricultores limeños habían registrado un centenar de haciendas repartidas
en siete zonas (valles) de cultivo (Carabayllo, Piedra Liza, Lurigancho, Ate, Surco, Lurín,
Huatica y Magdalena, Maranga y Legua), en donde cada año sembraban más de 600
fanegas de trigo. Asimismo, la crianza de ganado equino, ovejuno y vacuno, constituía una
importante actividad económica y daba ocupación a muchas personas, entre criadores,
proveedores de forraje, etc. Como entonces las calesas y coches atendían exclusivamente
el transporte de carga y pasajeros, se requería constantemente de caballos y mulas para
cumplir con dicho servicio. Por tanto, el propietario de una “mula calesera, joven y
robusta” (1827) podía encontrar comprador con cierta facilidad. Aunque los negocios con
propiedades agrícolas resultaban más dificultosos, por la permanente carencia de
capitales, siempre había algún propietario, residente en Lima, dispuesto a vender o
arrendar una hacienda suya en un valle cercano, como el de Huaura-Sayán (1833).
Con todo, también había ofertas menores de traspasos de chacras “a las
inmediaciones de esta capital en muy buen estado” (1842), algunas de estas se vendían
incluso “con todos sus útiles necesarios” (1846). Dos décadas después, cuando la
afluencia
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de los capitales del huano permitió emprender negocios de mayor envergadura, el
hacendado Eduardo Bieytes, puso a la venta en Lima su hacienda Carampoma o Naranajal,
situada en la montaña de Huancabamba. Dicha propiedad comprendía “cinco leguas de
ricos y magníficos pastos para criar mil cabezas de ganado vacuno e invernar todos los
años quinientas mulas”. Además, el comprador encontraría en ella todo lo necesario para
explotar ventajosamente la caña de azúcar, con el beneficio agregado de que solo pagaría
la mitad de los valores existentes en los inventarios.
En el decenio de 1840, continuó incrementándose la demanda de ganado
equino. Por entonces, los limeños adinerados anunciaban en los diarios sus deseos de
comprar caballos “de buenos pasos y hermosa presencia” (1842). Para satisfacer estos
pedidos, algunos comerciantes conducían partidas de burros, caballos, mulas y yeguas
desde el interior del país, las cuales vendían en improvisados corrales montados en
plazuelas capitalinas. El dueño de estos animales de “silla y carga” (1843), garantizaba que
estaban sanos y bien alimentados, por lo cual no era necesario que los compradores
efectuaran gastos para invernarlos. No obstante, en aquellos casos donde la inverna
resultaba inevitable podía acudirse a la casa de J.R. Giulfo, quien trasladaba los animales a
la “chácara de Cárdenas, a una legua de la capital”, la cual estando cerca de la ciudad
permitía regresarlos el mismo día que sus dueños los solicitaban. El advenimiento de la era
ferroviaria no eliminó en ciertas personas la preferencia por los caballos. Por ello, en 1870,
aun podía hallarse en los diarios la oferta de un caballo “bonito, bueno y barato (…) por el
ínfimo precio de 200 soles”.
Hacia mediados del siglo XIX, ciertas tiendas y almacenes se ocupaban de
aprovisionar de cereales a los limeños. Así, la encomendería de la bajada del Puente (hoy
primera cuadra del jirón Trujillo) anunciaba la venta “a precio barato” de “cebada y maíz
muy fresco y limpio” (1844). Probablemente esos cereales eran procesados en el molino
de granos conocido como de la Línea, el mismo que subsistió hasta fines del siglo XIX. La
comercialización de dichos productos crecía de manera sostenida, a diferencia del trigo
que enfrentaba fuerte competencia por las importaciones de su similar chileno. De igual
forma, la demanda de leche era satisfecha por algunos camales. Por ejemplo, el de la calle
Novoa estableció en 1842 una lechería para despachar este producto “con la mayor
prontitud y esmero”. En la citada calle, ubicada actualmente en el jirón Purús (Rímac), y en
otras cercanas existían desde la época colonial varios locales donde se vendía al público las
“menudencias” (mondongos y tripas) del ganado beneficiado.
Ciertamente, los camaleros de Lima y zonas circundantes proclamaban
simultáneamente poseer el ganado de mejor calidad. En 1846, esta disputa motivó que los
de Bellavista publicaran un aviso ofreciendo vacas y ovejas “en pie” a sus competidores del
Callao y Chorrillos, pero éstos mediante la misma vía rechazaron la propuesta, calificando
sus animales como “mejores en calidad”, por lo cual comunicaron a los primeros que
podían vendérselos, siempre y cuando fuese “con el dinero al contado, y sin decir vuelva
Ud. luego amigo”. Estos conflictos fueron resueltos cuando la Prefectura de Lima, en
consulta con la Suprema Junta de Sanidad, aprueba un reglamento especial de camales
destinado a garantizar la higiene y apropiada comercialización de las carnes. A pesar del
predominio de la oferta de carne vacuna, algunos se animaban a comerciar “un par de
pavos reales” (1846), tal vez para satisfacer el gusto de los aficionados a la gastronomía
europea.
Venta de mula. El Mercurio Peruano. Lima, 7 de agosto de 1827, N.º 6.
Arriendo de hacienda. El Genio del Rímac. Lima,
15 de noviembre de 1833, N.º 12.
Lechería. El Comercio. Lima, 11 de mayo de 1842, N.º 880.
Traspaso de chacra. El Comercio. Lima, 19 de noviembre de 1842, N.º 1033.
Venta de caballo. El Comercio. Lima, 1ro. de diciembre de 1842, N.º 1042.
Inverna para equinos. El Comercio. Lima,
1ro de diciembre de 1842, N.º 1042.
Venta de mulas, caballos, yeguas y borricos. El Comercio. Lima,
21 de enero de 1843, N.º 1083.
Venta de cereales. El Comercio. Lima, 12 de octubre de 1844, N.º 1598.
Venta de pavo. El Comercio, 12 de enero de 1846, N.º 2009.
Venta de ganado. El Comercio,
18 de febrero de 1846, N.º 2007.
Venta de ganado vacuno y lanar. El Comercio, 20 de febrero de 1846, N.º 2009.
Traspaso de chacra. El Comercio. Lima, 18 de mayo de 1846, N.º 2077.
Venta de caballo. El Nacional. Lima,
18 de mayo de 1870, N.º 1518.
Venta de hacienda. El Nacional. Lima,
18 de mayo de 1870, N.º 1518.
IMPRESO
Seminario de Historia Rural Andina
Jr. Andahuaylas 348 - Lima 1
Teléf. (51-1) 619-7000, anexo 6158
Agosto 2010 Lima-Perú