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PUBLICIDAD GRÁFICA EN LA PRENSA LIMEÑA SIGLO XIX ALEJANDRO SALINAS SÁNCHEZ Universidad Nacional Mayor de San Marcos Fondo Editorial Universidad Nacional Mayor de San Marcos SHRA

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PUBLICIDAD GRÁFICA EN LA PRENSA LIMEÑA

SIGLO XIX

ALEJANDRO SALINAS SÁNCHEZ

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Fondo Editorial

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

SHRA

Alejandro Salinas Sánchez

PUBLICIDAD GRÁFICA EN LA PRENSA LIMEÑA

SIGLO XIX

UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS Fondo Editorial

Seminario de Historia Rural Andina

ISBN: 978-9972-231-52-0

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N.° 2010-10723

Primera edición Lima – agosto 2010

© D.R. Publicidad gráfica en la prensa limeña – Siglo XIX Alejandro Marcelo Salinas Sánchez

© D.R. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Seminario de Historia Rural Andina Tiraje 50 ejemplares

La universidad es lo que publica

Lima-Perú

El Fondo Editorial de la UNMSM es una entidad sin fines de lucro, cuyos textos son empleados como materiales de enseñanza

Centro de Producción Fondo Editorial

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Rector: Luis Fernando Izquierdo Vásquez

Vicerrectora de Investigación: Aurora Marrou Roldán

Director: Honorio Pinto Herrera

Director Fundador: Pablo Macera

Diagramación y corrección: Sara Castro García

Carátula: Zarzaparrilla de Bristol, en El Nacional. Lima, 5 de abril de 1873, N.º 2289. Contracarátula: Dibujos y grabados, en El Comercio. Lima, 3 de febrero de 1894, N.º 18999.

Escaneo: Juan Zárate Cuadrado

Fotografía: María Belén Soria

ÍNDICE

Introducción 5 Avisos de alimentos y bebidas --9 Avisos de artículos domésticos, personales y de oficina 23 Avisos de comunicaciones y medios de transporte 39 Avisos de entretenimiento 51 Avisos de finanzas y seguros 67 Avisos de industria y maquinarias 77 Avisos de medicina e higiene 89 Avisos miscelánea 115 Avisos de moda y vestido 131 Avisos negocios agropecuarios 145

Índice 159

AVISOS

ALIMENTOS Y BEBIDAS

urante el último cuarto del siglo XIX, diversas empresas extranjeras publicitaron

alimentos y bebidas en los diarios limeños, con el propósito de influir en los hábitos de

consumo de la elite limeña. Generalmente estos avisos reproducían las mismas imágenes y

textos, estos últimos traducidos al español, de sus similares aparecidos en diarios

londinenses o parisinos. Las matrices de impresión de dichos avisos eran enviadas a

distintos periódicos del mundo para su respectiva difusión. Esto puede apreciarse en el

caso de los productos lácteos Nestlé y el té Horniman. En raras ocasiones, los tenderos o

productores nacionales ofertaban alimentos mediante publicidad gráfica. En ese contexto,

resultan muy interesantes los avisos de venta de pescado fresco (1846) y mantequilla

especial (1896), publicados por dos bodegas limeñas. El primero anunciaba la llegada de

pescado fresco, procedente del Callao o Chorrillos, a los ayunadores de Semana Santa,

mientras el segundo promocionaba la mantequilla, que ensalzaba por su “elaboración

moderna perfeccionada”, proveniente de la hacienda San Juan de Junín, propiedad del

terrateniente Juan E. Valladares. Dicha hacienda, junto a otras vecinas, daría origen en 1910

a la industria láctea Laive.

Hasta mediados del siglo XIX, los médicos se ocupaban exclusivamente de la

alimentación infantil, pero en las décadas siguientes los químicos y comerciantes entraron

en dicho campo buscando alternativas a la lactancia materna. En 1867, el químico suizo,

Henri Nestlé, produjo un compuesto denominado farine lactée (harina láctea o leche en

polvo), consistente en una mezcla de leche de vaca y cereales, que estaba destinado para

D

alimentar bebés cuyas madres no estaban aptas para amamantarlos personalmente o

mediante nodrizas. Durante el decenio de 1890, Nestlé publicita en Lima el novedoso

alimento presentándolo con un logo en el cual destaca la imagen de un nido simbolizando

la buena nutrición infantil. De esa manera, le dio a sus productos una marca característica

estableciendo simultáneamente eficientes sistemas de comercialización. No obstante, la

harina malteada Defresne (1892), de origen francés y preparada con trigo y yema de huevo,

resultó una alternativa interesante para los consumidores capitalinos. El químico francés,

Th. Defresne, era conocido en Europa por sus estudios sobre alimentos nutritivos de fácil

digestión. No en vano, la revista The British Medical Journal había elogiado en 1880 los

aportes del citado científico en el descubrimiento de la forma cómo actuaban el ácido

gástrico y los fermentos pancreáticos en la absorción de nutrientes. Ciertamente, estos

suplementos nutricionales de origen europeo comenzaron a ocupar un lugar importante en

la cultura alimentaria decimonónica limeña.

Asimismo, durante la prosperidad falaz del huano, la elite limeña impulsa un

proceso de aburguesamiento sustentado en nuevas prácticas de socialización, como el

consumo de bebidas alcohólicas extranjeras, entre las cuales sobresalieron la cerveza, el

champagne y el whisky. Como consecuencia de ello, dichos licores se encontraban entre las

principales importaciones de las casas comerciales extranjeras asentadas en Lima y Callao.

Entre las cervezas más consumidas estaban la negra de Guinness de Robert Porter & Co.

(1877) y la americana Empire Brewery (1890), elaboradas en Londres y New York

respectivamente. De estas dos, la primera gozaba de mayor preferencia por su aroma

malteado, lúpulo amargo y color oscuramente penetrante. Sin embargo, los gustos más

exigentes preferían el champagne de la Viuda de Clicquot-Ponsardin de Reims (1890), que

dada su reconocida calidad sufría la competencia de burdas falsificaciones, por lo cual se

recomendaba a los consumidores exigir que les fuese mostrado “el tapón [corcho], en el

cual debe hallarse estampada a fuego” la marca original. Quienes estaban más

identificados con los hábitos de la burguesía victoriana eran fervorosos partidarios del

whisky. Sin duda, esta bebida introducida por los inmigrantes ingleses actuaba como

elemento de diferenciación social. En ese sentido, el whisky DCL (1894) era anunciado

como un licor escocés fino y dulce producido por la Distillers Company Limited, una

importante compañía inglesa de bebidas y medicamentos surgida en 1877 gracias a la

fusión de seis destilerías escocesas.

Por otro lado, hacia fines del siglo XIX, el té se convierte en la bebida

insustituible de las reuniones familiares o sociales de la elite capitalina. Desde 1826, la

compañía inglesa Horniman elaboraba diversas variedades de té, y publicaba avisos

gráficos publicitando cada una de éstas. El té mandarín de Horniman (1897) se ofrecía a

“los aficionados al buen té inglés”, poniendo énfasis en su módico precio y rendimiento

superior a los de otras clases. Simultáneamente circulaba el té puro de Horniman (1898) en

el mercado capitalino, ensalzado por sus propiedades digestivas y como complemento

idóneo para las tertulias femeninas. Apelar a sus propiedades terapéuticas (analgésicas,

depurativas, relajantes, etc.) fue un excelente recurso publicitario para incrementar el

consumo del té desplazando el de otras bebidas tradicionales. Ciertamente, los círculos

limeños confiaron en los supuestos beneficios de dicha bebida, pero sobre todo

aprendieron a degustarlo en sus reuniones con un refinamiento propio de los salones

burgueses londinenses.

Venta de pescado. El Comercio. Lima,

12 de marzo de 1846, N.º 2025.

Cerveza negra de Guinness. El Comercio. Lima,

7 de agosto de 1877, N.º 13628.

Cerveza americana Empire Brewery. El Comercio. Lima, 3 de febrero de 1890, N.º 17019.

Harina láctea Nestlé. El Comercio. Lima, 17 de mayo de 1890, N.º 17103.

Champagne de la Viuda de Clicquot-Ponsardin de Reims. El Comercio. Lima, 17 de mayo de 1890, N.º 17103.

Harina láctea Nestlé. El Comercio. Lima, 17 de mayo de 1890, N.º 17103.

Harina malteada Defresne. La Opinión Nacional. Lima, 12 de abril de 1892, N.º 5516.

Harina lacteada Nestlé. El Comercio. Lima, 7 de setiembre de 1893, N.º 18760.

Whisky D.C.L. El Comercio. Lima,

10 de setiembre de 1894, N.º 19345.

Mantequilla especial de la hacienda “San Juan”. El Comercio. Lima, 28 de abril de 1896, N.º 20313.

Té de Horniman. El Comercio. Lima, 19 de agosto de 1897, N.º 21167.

Té Mandarín Horniman. El Comercio. Lima, 10 de agosto de 1898, N.º 21766.

Té puro Horniman. El Comercio. Lima, 28 de enero de 1899, N.º 22111.

Té Mandarín Horniman. El Comercio. Lima,

10 de febrero de 1899, N.º 22132.

AVISOS

ARTÍCULOS DOMÉSTICOS, PERSONALES Y

DE OFICINA

a cultura material decimonónica sufrió constantes cambios, como consecuencia de las

nuevas interacciones establecidas entre sociedad y objetos materiales a lo largo de

dicha época. La evolución de este proceso histórico puede rastrearse observando los

diversos avisos gráficos sobre mobiliario, aparatos e instrumentos de uso doméstico,

personal o de oficina, publicados por la prensa limeña. El concepto de lo doméstico, como

espacio de vida cotidiana, estuvo asociado con el crecimiento del urbanismo, los discursos

modernistas y la incorporación de nuevas tecnologías hogareñas. A lo largo del siglo XIX, la

elite limeña manifestó su predilección por el diseño del mobiliario europeo, pues éste

constituía símbolo de estatus social y reflejo de la riqueza del propietario. Además no

debemos olvidar el papel complementario del mobiliario doméstico, respecto de los

nuevos interiores arquitectónicos.

En el ambiente doméstico republicano rápidamente fueron introducidos varios

modelos de muebles del estilo imperio (comodines, sofás, tocadores, etc.) “recién llegados

de Francia” (1843) y de “gusto esquisito” para salón y dormitorio. Aquellos que poseían

estos finos muebles podían garantizar la seguridad de sus casas con candados de bronce

(1844) de “superior calidad [y] combinación de letras”. Durante el decenio de 1870, la

importación de arañas de cristal y bronce permite una nueva ornamentación de los

aristocráticos salones capitalinos. Años después, en la posguerra del Pacífico, aparecen en

el mercado las sillas y sillones vieneses (1885) de la fábrica Thonet hermanos,

promocionados como sólidos, baratos y duraderos. En cuanto a la iluminación del hogar,

las damas limeñas empleaban las lámparas americanas de níckel (1887), que eran provistas

de aceite para alumbrado Luz Diamante (1887), “libre de explosión, humo y mal

L

olor” y “completamente seguro”. Otros utensilios de gran utilidad fueron las teteras

trasegadoras automáticas (1890), pues facilitaban la preparación de las infusiones, y podían

comprarse a “precios equitativos”.

En la sección de artículos de oficina o estudio, destacaba el “gran surtido de

papel”, para folletos y escritorios, ofertado en los depósitos de la imprenta del diario El

Correo del Perú (1876). De igual forma, la tienda de E. Prunier comunicaba a las oficinas

públicas y comerciales, que tenía en stock los famosos “sellos de caucho sin elemento de

fuego” de J. da Rosa (1885). Por su parte, la casa Schwalb Hermanos contaba con una

amplia gama de aparatos e instrumentos de óptica, como anteojos, barómetros,

largavistas, microscopios, teodolitos, etc, todos ellos indispensables para equipar estudios

de ingeniería y laboratorios. A su vez, la casa C.M. Schroder & Co. vendía nuevos modelos

de máquinas de escribir Remington (1894), superiores a los primeros construidos en New

York durante los decenios de 1870 y 1880. Simultáneamente, la casa Grace Brothers & Co.

ofrecía como alternativa la máquina Smith Premier, calificada como la más moderna y

perfeccionada. No obstante, esta competencia terminaría con el triunfo de la compañía

Remington, la cual hacia 1900 obtuvo el control de su antigua rival.

Entre los artículos de uso personal, podemos mencionar los cronómetros y

relojes de bolsillo americanos y franceses, cuyo uso se había popularizado tanto en el

decenio de 1870, que existían relojerías especializadas en su mantenimiento y reparación.

En dichos establecimientos, como el de los hermanos Espirac, el público podía encontrar

también “un gran surtido” de alhajas y anteojos de “toda clase”. Por otro lado, hacia fines

del siglo XIX, hombres y mujeres cuidaban y embellecían sus diversos tipos de calzado

(zapatos, botas, botines) utilizando el lustre francés de Brown (1890). Este “charol

líquido” de secado rápido, fabricado en Boston (USA) y ganador consecutivo de diversos

premios internacionales entre 1876 y 1883, podía aplicarse con gran facilidad, pues poseía

una esponja interna sujeta a la tapa del frasco mediante un alambre, lo cual evitaba que el

usuario manchase sus dedos o vestido con el lustre.

Asimismo, los fumadores limeños encontraban en los cigarrillos de la fábrica “El

Fígaro” (1895), propiedad de Gonzales y Ca., la calidad de tabaco requerida para satisfacer

sus adictivos hábitos. Debido al éxito de estos cigarrillos, sus fabricantes advertían a la

clientela sobre las falsificaciones de estos realizadas por “expendedores de mala ley”, los

cuales presentaban sus productos con “dibujos” (logos) que atribuían maliciosamente a la

marca “El Fígaro”. Por estos años, la casa Dockendorff y Ca. comercializa

la máquina de coser Domestic, que en sus modelos de mano (1890) o pie (1892), constituyó

una herramienta fundamental para el trabajo doméstico femenino. Con estas máquinas,

las mujeres no solo podían componer prendas de uso personal o familiar, sino incluso

trabajar como costurera al servicio del Estado o de algún particular. Mientras tanto, otros

comerciantes preferían lucrar con los costosos relojes americanos de bolsillo Waltham

(1898), artículos ideales para incentivar la vanidad masculina decimonónica. Estos finos

relojes, incrustados con piedras preciosas, eran confeccionados por la American Waltham

Watch Company, y exportados hacia América Latina a través de la casa R.R. Fogel & CO., la

cual tenía como agente en Lima a la joyería Samanamud La Rosa. A pesar de la pomposa

publicidad, hubo clientes insatisfechos con la calidad de estos aparatos, especialmente con

el modelo denominado Medio Sol de 7 rubíes.

Muebles domésticos. El Comercio. Lima, 18 de enero de 1843, N.º 1080.

Muebles

franceses.

El Comercio. Lima,

19 de

junio de

1843, N.º

1205.

Candados de bronce. El Comercio. Lima, 17 de enero de 1844, N.º 1379.

Relojería francesa. El Nacional. Lima, 21 de febrero de 1870, N.º 1430.

Arañas de cristal y bronce. El Comercio. Lima, 17 de noviembre de 1875, N.º 12629.

Papel para oficinas. El Comercio. Lima,

5 de julio de 1876, N.º 12993.

Sellos para oficinas. El Comercio. Lima, 2 de octubre de 1885, N.º 15615.

Muebles vieneses. El Comercio. Lima, 22 de octubre de 1885, N.º 15632.

Lámparas de nickel. El Comercio. Lima, 5 de febrero de 1887, N.º 16110.

Aceite para alumbrado Luz Diamante. El Comercio. Lima, 8 de febrero de 1887, N.º. 16112.

Betún líquido Brown para calzado. El Comercio. Lima, 4 de enero de 1890, N.º 16995.

Teteras nickeladas. El Comercio. Lima, 3 de mayo de 1890, N.º 17032.

Máquina de coser Domestic. El Comercio. Lima, 9 de junio de 1890, N.º 17120.

Máquina de coser Domestic. El Comercio. Lima, 10 de febrero de 1892, N.º 17828.

Almacén Schwalb Hermanos. El Comercio. Lima, 7 de setiembre de 1893, N.º 18760.

Máquinas de escribir Remington. El Comercio. Lima,

14 de setiembre de 1894, N.º 19354.

Cigarrillos “El Figaro”. El Comercio. Lima, 6 de febrero de 1895, N.º 19581.

Relojes Waltham (detalle). El Comercio. Lima,

1ro de mayo de 1898, N.º 21604.

AVISOS

COMUNICACIONES Y MEDIOS DE

TRANSPORTE

n las décadas posteriores a la guerra de Independencia, varios obstáculos impidieron la

reactivación inmediata de los viejos circuitos mercantiles urbanos y rurales, como el

pésimo estado de los caminos y medios de transporte. No en vano, los ministros peruanos

Juan García del Río y Diego Paroissien, enviados a Europa en 1821 para negociar un

empréstito, señalaron en su Memoria presentada al gobierno británico el 5 de noviembre

de 1822, que la falta absoluta de caminos era la causa fundamental del retardo en el

progreso de las actividades agropecuarias y nacientes industrias peruanas. En términos

generales, tres factores restringían entonces nuestras comunicaciones: la desarticulación

territorial, el desigual reparto demográfico y la precariedad de los sistemas de transporte.

Hasta mediados del siglo XIX, el servicio de transporte de pasajeros y carga en

el ámbito urbano limeño y en las rutas circundantes (Callao, Chorrillos, etc.) continuó

siendo prestado por los mismos balancines, calesas, coches y carretas de la época colonial.

Ciertamente, los diarios publicaban avisos de ventas de calesas (1827) destinados a

satisfacer la necesidad de transporte de las familias aristocráticas. Conforme fueron

ordenándose las actividades comerciales en la capital republicana, surgieron compañías de

transporte público (1840), que ofrecían viajes regulares de ida y vuelta hacia zonas

cercanas en horarios determinados. En otros casos, generalmente para recorridos

medianos, se anunciaba el alquiler de balancines o birlochitos de seis y dos asientos

respectivamente (1843) servidos por “cocheros y caballos inmejorables”. El negocio de

estos cocheros sufrió un fuerte retroceso con la construcción del ferrocarril Lima-Callao

(1849-1850), sobre todo porque el Estado había dado su apoyo a la empresa ferroviaria

descuidando la conservación de la carretera hacia el puerto.

E

De otro lado, las tempranas comunicaciones marítimas republicanas,

básicamente sustentadas en la navegación de cabotaje, estuvieron bajo el control de

compañías inglesas. Éstas encargaban a sus consignatarios chalacos o limeños, como

Pablo Romero y Ca. y Melchor Sevilla (1833), la recepción de la carga y los pasajeros que

demandaban salir rumbo al norte o sur de nuestro litoral. Conviene recordar que en el

transcurso del decenio de 1830 fueron forjándose, detrás de cada puerto, incipientes áreas

de influencia socio-económica (hinterlands) con rutas comerciales propias y

eslabonamientos orientados a la demanda externa. Más tarde, con la llegada de los

vapores Perú y Chile (1840), las travesías hacia puertos extranjeros e intermedios se hacen

más fluidas y seguras. No obstante, las viejas goletas o barcos de vela nacionales (1843)

todavía seguirán manteniendo los vínculos entre Lima y los puertos de los valles costeros,

como Huacho, Supe y Huarmey. Estos veleros facilitaron no sólo mover grandes masas de

mercancías, sino el abaratamiento de los fletes, pues dichas naves estaban relativamente

libres de las inclemencias climáticas (lluvias, sequías) que afectaban anualmente las rutas

de los arrieros.

Por su parte, las comunicaciones terrestres, durante el período 1870-1890,

ingresan en un acelerado proceso de modernización mediante el establecimiento de

grandes líneas ferroviarias. Dichas obras viales, de acuerdo con el imaginario modernista

decimonónico limeño, fueron concebidas como el mecanismo tecnológico destinado a

innovar el transporte, civilizar la sociedad rural, y articular las grandes rutas con proyectos

económicos regionales. Sin embargo, los ferrocarriles no produjeron las rentas estimadas,

y en 1890 pasaron a manos de los acreedores ingleses, que habían prestado el dinero para

su construcción. Fueron estos quienes inauguraron el servicio del Ferrocarril Central en su

sección Lima-Casapalca (1893). En esa coyuntura, y resultando difícil la construcción de

ferrocarriles de vía ancha, los productores nacionales optaron por construir pequeñas vías

al interior de las haciendas y centros mineros. Por eso, desde 1886 se anunciaban en El

Comercio varios modelos de ferrocarriles portátiles alemanes (Orenstein & Koppel de

Berlín) y belgas (de Ville Chatel y Ca.), cuyo diseño se adecuaba perfectamente a los

requerimientos de los ingenios costeros y minerales andinas. Una línea portátil costaba

aproximadamente 7 500 soles, y casi siempre estaba constituida por una locomotora de

nueve caballos de fuerza y cuarenta carros. A su vez, el costo del tendido por kilómetro de

vía llegaba a los 2 000 soles. Hubo entonces casas especializadas en la colocación de estos

caminos de hierro, como la Sociedad Comercial Lescano, E. y W. Hardt, Enrique Ayulo y Co.,

y Ludowieg & Co.

Finalmente, con la inauguración del servicio telefónico en Lima hacia 1888, el

país ingresa a la era de las telecomunicaciones. En los años siguientes, el número de

abonados en Lima, Callao y otros balnearios cercanos llegó a 900. Para satisfacer la

demanda de estaciones telefónicas, la casa G. Menchaca y Ca. (1894) ofertaba sistemas

alemanes, americanos y franceses de corta y larga distancia, con sus respectivos alambres

de acero, cobre y aisladores, a fin de instalarlos donde fuesen requeridos. Asimismo, los

usuarios podían comprar en la casa Ludowieg & Co. (1899) el modelo de teléfono más

apropiado para sus casas, pues allí existía un variado surtido de aparatos, incluyendo

aquellos de magneto con manivela.

Calesa. Mercurio Peruano. Lima, 7 de agosto de 1827, N.º 6.

Navegación a vela. El Comercio. Lima, 15 de noviembre de 1833, N.º 12.

Coches. El Correo. Lima,

1ro de febrero de 1840, N.º 1.

Navegación a vapor. El Comercio. Lima,

11 de mayo de 1842, N.º 880.

Navegación a vela. El Comercio. Lima, 21 de enero de 1843, N.º 1083.

Balancines. El Comercio. Lima, 23 de febrero de 1843, N.º 1111.

Ferrocarriles portátiles de Ville Chatel y Ca. El Comercio. Lima,

8 de abril de 1886, N.º 15772.

Ferrocarril Central. El Comercio. Lima,

10 de julio de 1893, N.º 18666.

Ferrocarriles portátiles Orenstein & Koppel. El Comercio. Lima,

22 de julio de 1893, N.º 18688.

Estaciones telefónicas. El Comercio. Lima, 1ro de marzo de 1894, N.º 19040.

Equipos telefónicos. El Comercio. Lima,

20 de mayo de 1899, N.º 22301.

Ferrocarriles portátiles Orenstein & Koppel. El Comercio. Lima, 10 de junio de 1899, N.º 22339.

AVISOS

ENTRETENIMIENTO

l establecimiento del sistema político republicano en Lima no produjo cambios

inmediatos en las formas de entretenimiento público vigentes durante el régimen

colonial. Las corridas de toros, el teatro y las peleas de gallos seguían cautivando la

atención de los limeños. Más tarde, hacia la década de 1830, cuando nuestra capital se

abre al intercambio mercantil y cultural con las principales plazas europeas (Londres, París,

etc.), arriban los primeros espectáculos de acrobacias, animales salvajes, magia y

prestidigitación, que eran componentes insustituibles del clásico circo decimonónico. La

primera función circense (1840), promocionada en la prensa limeña, consistió en mostrar al

público las “gracias y habilidades” de animales exóticos (camellos, elefantes, monos, etc.).

Además de estos circos, ocasionalmente se presentaban artistas, que estaban de gira por

las principales ciudades sudamericanas. Estas exhibiciones itinerantes resultaban muy

atractivas, porque no existían cultores peruanos de esta clase de diversiones populares.

Por ello, el mago inglés, Jorge Sutton, autodenominado El Gran Mágico (1842), anunciaba la

realización de las “más extraordinarias y casi inconcebibles pruebas [de] física divertida,

química y nigromancia”, todas ellas matizadas con piezas musicales y actos de ventriloquia.

Aprovechando el éxito alcanzado entre los aficionados limeños, y antes de retornar a

Inglaterra, Sutton puso en venta su “gabinete” ofreciendo “enseñar las pruebas [de

magia] y el modo de hacerlas” a quien quisiera “ganar una fortuna”.

Contagiado de este ambiente festivo, el teatro de Lima fue escenario de

diversas comedias nacionales y españolas, como aquella titulada “Toda mujer viviente

E

tiene su cuartito de hora” (1843), “escrita en cinco actos y en verso” por el dramaturgo

hispano, Manuel Bretón de los Herreros. Igualmente, los amaestradores de animales con

el debido permiso de las autoridades no sólo divertían en las plazas públicas, sino que

también brindaban servicio a domicilio previo convenio, como sucedía con el “empresario

de los monitos” Luis Fecci, e incluso organizaban funciones especiales, como ocurrió en el

caso de Munito, el perro erudito (1845) que había recorrido “todo el mundo civilizado” y al

que “solo le falta el uso de la palabra”. A su vez, en la plaza de Acho el público podía

deleitarse con una compañía de equitación norteamericana, capaz de formar “pirámides de

cuerpos humanos sobre los caballos”, y ejecutar “saltos mortales consecutivos para atrás y

para adelante sin detenerse” (1845), o también presenciar las corridas de toros preparadas

por el asentista de la citada plaza, las cuales constaban de actos acrobáticos y otras

“invenciones agradables” (1846), como la colocación de banderillas de fuego sobre el toro.

Medio siglo después aparecerán nuevas formas de entretenimiento individual y

colectivo. Quienes gustaban del ambiente familiar tenían preferencia por los juegos de

salón, la afición de tocar piano y las audiciones de música. Las casas comerciales limeñas

satisfacían la demanda de estas personas, ofreciendo los pianos londinenses de

trasposición de Geo Russell & Co (1897), los armonios Pleyel, Gaveau, Oehler y Staub, y los

entonces modernos grafófonos (1898), que reproducían piezas musicales europeas

grabadas en cilindros fonográficos. Estos elementos permitieron la configuración del salón

burgués decimonónico como un núcleo generador de cultura musical. Por otro lado, las

reuniones masculinas tenían esparcimiento asegurado con las mesas de billar de la famosa

compañía neoyorquina Brunswick-Balke-Collender (1893). Por esta época, Lima recibe la

visita de una nueva generación de ilusionistas extranjeros, que prometían espectaculares

shows, como el de Edna, la mujer que vuela, o el del Dr. Anderson, mago del norte de

Londres. De igual forma, los capitalinos acogieron con expectativa al Gran Circo Ecuestre

Europeo de la empresa J.F. Quiros (1897), el cual no necesitaba arrendar coliseo, porque

poseía su propia “espaciosa carpa” armada en la Plazuela de la Penitenciaría.

Además, la diversión en familia tuvo como lugar de visita obligada el carrousel

americano a vapor (1898) instalado en la plaza de la Exposición, en donde niños y adultos

compartían gratos momentos mientras daban vueltas subidos en caballos o coches. Sin

embargo, el ciclismo contribuyó en mayor medida a que las familias pudieran integrar

entretenimiento y ejercicio en una sola actividad. Esta afición dio origen al surgimiento de

la Unión Ciclista Peruana en 1895, un club compuesto por jóvenes de las

clases acomodadas limeñas. La demanda de bicicletas era cubierta por varios agentes

comerciales (1897), quienes importaban aparatos de las marcas Hirondelle, Remington,

Sterling, Traveler, Winchester, etc. con sus respectivos repuestos (cadenas, engranajes,

pedales, etc.). Por ello, y gracias a la inauguración de un velódromo en Santa Beatriz, que

estaba ubicado en la zona del actual parque Hernán Velarde, las competencias ciclísticas

abrieron nuevos espacios recreativos para la creciente población juvenil limeña. Los

adultos, en cambio, paseaban en bicicleta recorriendo las alamedas o haciendas que

rodeaban nuestra capital. Así, en 1897, el club Ciclista Lima organizaba excursiones para

grupos de treinta o más ciclistas. Estos itinerarios comenzaban en la plaza de Armas,

continuaban por el jirón de la Unión y la plaza Dos de Mayo, y luego tomaban la antigua

carretera del Callao hasta llegar a las chacras de Mirones.

Función circense. El Comercio. Lima, 3 de julio de 1840, N.º 339.

Espectáculo de magia. El Comercio. Lima, 22 de marzo de 1842, N.º 841.

Espectáculo de magia y ventriloquia. El Comercio. Lima,

28 de abril de 1842, N.º 869.

Gabinete de magia. El Comercio. Lima,

28 de abril de 1842, N.º 869.

Función teatral. El Comercio. Lima,

21 de enero de 1843, N.º 1083.

Exhibición de perro amaestrado. El Comercio. Lima, 3 de abril de 1845, N.º 1744.

Equitación acrobática. El Comercio. Lima, 7 de abril de 1845, N.º 1748.

Monos amaestrados. El Comercio. Lima, 19 de diciembre de 1845, N.º 1961

Corrida de toros. El Comercio. Lima,

11 de febrero de 1846, N.º 2001.

Juego de billar. El Comercio. Lima, 8 de agosto de 1893, N.º 18712.

Edna, la mujer que vuela. El Comercio. Lima, 10 de julio de 1894, N.º 19248.

Prestidigitador europeo. El Comercio. Lima, 29 de noviembre de 1894, N.º 19473.

Pianos. El Comercio. Lima,

25 de enero de 1897, N.º 20855.

Circo ecuestre europeo. El Comercio. Lima, 24 de abril de 1897, N.º 20995.

Bicicletas “Winchester”. El Comercio. Lima, 26 de junio de 1897, N.º 21093.

Grafófonos. El Comercio. Lima, 22 de octubre de 1898, N.º 21936.

Grafófonos. El Comercio. Lima,

16 de noviembre de 1898, N.º 21981.

Carrousel americano. El Comercio. Lima,

4 de diciembre de 1898, N.º 22015.

AVISOS

FINANZAS Y SEGUROS

ulminado el primer cuatrienio de la Reconstrucción Nacional, ingresaron

progresivamente en la economía peruana nuevas compañías financieras y de seguros

extranjeras. Por entonces, las empresas y comercios nacionales contrataban seguros de

riesgos mediante las agencias establecidas por aseguradoras europeas, básicamente

inglesas. Algunas compañías estaban especializadas en seguros de vida o siniestros

(incendios, naufragios), y acogieron como representantes y asociados suyos a connotados

miembros de nuestra clase política. Ese fue el caso de Augusto B. Leguía, quien desde 1888

obtuvo grandes ganancias vendiendo contratos de seguros de la New York Life Insurance

Company en Piura, Lambayeque, Pacasmayo, Lima, e incluso en países vecinos, como

Bolivia, Chile y Ecuador. Durante el decenio de 1890, aparecían frecuentemente avisos de

dichas compañías en los diarios limeños, ofreciendo sus planes de seguros o convocando a

los tenedores de pólizas para la distribución de beneficios.

Entre las principales compañías de seguros sobre la vida, podemos mencionar:

la Scottish Imperial Insurance Company o Imperial Escocesa (1891), que actuaba en Europa

desde la década de 1880, y tenía como agente en Lima a Thomas Dawson; la Norwich Union

Life Assurance Society (1891), existente desde 1808, y cuyas pólizas de “precios moderados

y condiciones liberales” también eran negociadas por Thomas Dawson; la compañía

canadiense “El Sol” (1892) con sede principal en Montreal, y cuya agencia limeña era

administrada por Thomas Dawson y W.A. Higinbotham, quienes ofrecían una amplia

variedad de seguros incondicionales y sin restricciones, como pólizas de vida entera,

pólizas dotales o semi-dotales, pólizas de dividendo reservado, pólizas con devolución de

premio, etc; la compañía The Equitable Life Assurance Society of

C

the United States, más conocida como la Equitativa, representada por Joaquín Godoy, la cual

había encargado al Banco del Callao pagar los siniestros “una vez probada su legitimidad”, y

finalmente, The Massachusetts Benefit Life Association, establecida en Boston (USA), ofertaba

el sistema de seguros mutuos sobre la vida mediante pólizas, cuyos precios fluctuaban entre

mil y veinte mil dólares o su equivalente en moneda nacional.

En el último lustro del siglo XIX, la estabilidad económica condujo a la

formación de diversas sociedades anónimas destinadas a darle colocación rentable a los

capitales privados. Entre éstas sobresalió la sociedad mutua de ahorros La Acumulativa

(1897), pues llegó a reunir un capital de 250 mil soles, cantidad superior a la que poseían

entonces varias empresas agropecuarias, industriales, mineras y de obras públicas. En el

rubro de aseguradoras contra siniestros, podemos mencionar a la sociedad inglesa

conformada por las compañías Commercial Union Assurance Company Limited, fundada en

1861, y British & Foreign, que habían delegado “amplios poderes” a la casa Duncan Fox & Cia.

para que actuase como su agente en Lima. Competían con esta sociedad, la compañía

South British Insurance Co. of New Zealand, establecida en 1872 y poseedora de una red de

agencias en las principales ciudades sudamericanas y del mundo, y la compañía

magdeburguesa de seguros contra incendio, que atendía al público en Lima y Trujillo a

través de la casa Ludowieg & Co.

En 1895, un grupo de empresarios nacionales ingresa al negocio de las

aseguradoras para fundar, por iniciativa de José Payán, la Compañía Internacional de

Seguros del Perú, suscribiendo un capital de dos millones de soles. La oferta nacional de

pólizas protegía “casas, muebles y mercadería” y “carga por vapores y buques de vela para

todas partes del mundo”. Este hecho revirtió en cierto grado el monopolio extranjero

sobre el mercado de seguros, el cual generaba una constante migración de capitales hacia

los países de donde provenían las compañías europeas. Las tres aseguradoras limeñas

(Internacional, Rímac e Italia) movilizaron en conjunto unos seis y medio millones de soles.

Por ello, en 1895, el gobierno promulgó una ley reglamentando la actividad de las

compañías de seguros en el Perú, y más tarde decidió supervigilar la contabilidad de las

mismas creando una oficina de inspección fiscal.

Los avisos gráficos de las aseguradoras extranjeras publicados en la prensa

limeña reproducían los logotipos compuestos originalmente en Europa. Ciertamente, aunque

los negocios eran generalmente impersonales dado su carácter mercantil, cada compañía

se esmeraba por elegir textos e imágenes que transmitieran confianza a sus

potenciales clientes. En ese contexto, no debían dejar duda acerca de su solidez institucional,

y para conseguir ese propósito construían logotipos donde incorporaban grabados de sus

monumentales edificios o antiguos escudos reales. No obstante, algunas optaban por

utilizar composiciones más sencillas, pero de igual expresividad, como la figura de una

madre protegiendo a su hijo, la cual a su vez está custodiada por un gran San Bernardo. La

legislación decimonónica de Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países

industrializados concedió especial importancia al reconocimiento de los logotipos como

propiedades valiosas. El registro de estos recursos visuales permitió venderlos o cederlos

bajo licencia, facilitando de esa manera la presencia de las compañías en cualquier parte del

mundo.

Compañía de Seguros sobre la vida Norwich Union Life Assurance Society .

El Comercio. Lima, 10 de marzo de 1891, N.º 17403.

Compañía de Seguros sobre la vida Imperial Escocesa. El Comercio.

Lima, 6 de octubre de 1891, N.º 17622.

Compañía canadiense de Seguros “El Sol”. El Comercio. Lima, 11 de enero de 1892, N.º 17778.

Sociedad de Seguros “La Equitativa”. El Comercio. Lima,

13 de mayo de 1892, N.º 17977.

Compañía The Massachussets Benedit Life Association. El Comercio. Lima, 19 de noviembre de 1896, N.º 20740.

Sociedad mutua de ahorros “La Acumulativa”. El Comercio. Lima, 3 de abril de 1897, N.º 20964.

Compañía Comercial Union Assurance Company Limited. El Comercio. Lima, 7 de octubre de 1897, N.º 21245.

Compañía de Seguros marítimos y contra incendios “South Bristish”. El Comercio. Lima, 7 de octubre de 1897, N.º 21245.

AVISOS

INDUSTRIA Y MAQUINARIAS

finales del decenio de 1830, las máquinas de vapor comenzaron a emplearse en la

agricultura y actividades de imprenta. Años después, en 1842, Nicolás Rodrigo ofreció

en venta una máquina de vapor para moler y beneficiar caña, la cual operaba un maquinista

contratado en Estados Unidos que había “permanecido en haciendas de cañaveral y se ha

puesto prácticamente al cabo de todas las mejoras introducidas en este ramo de

industria”. No obstante, en las zonas andinas no se conocía ningún tipo de máquinas para

la siembra o trilla de los cereales. Por su parte, la minería carecía completamente de

técnicas y equipos modernos para la extracción y procesamiento de los metales. Con todo,

en 1845, se estableció en Lima la primera fábrica de carruajes con herramientas y adornos

de “última moda” procedentes de Europa, que permitían confeccionar calesas, calesines y

birlochos. En dicho taller, los interesados también encontrarían “maestros de mérito”

expertos en componer “toda clase de rodados”. Estos primeros ensayos constituyeron

acciones aisladas y no formaron parte de un activo proceso de industrialización.

Hasta mediados del siglo XIX, no existían suficientes capitalistas ni empresarios

capaces de importar tecnología aplicable a grandes proyectos fabriles. Fueron los

hacendados quienes, durante el decenio de 1860, forjaron los primeros ingenios azucareros

dotados de maquinaria a vapor. El uso de diversos aparatos en la elaboración del azúcar y

sus derivados, exigió mayor especialización laboral y un reordenamiento de las haciendas

como unidades productivas. Esta modernización industrial sufrió un serio retroceso como

consecuencia de la Guerra del Pacífico, que devastó

la infraestructura agrícola costera. Hubo que esperar entonces casi una década para la

introducción de motores de gas y petróleo en las actividades productivas del país. En ese

A

contexto, las casas importadoras limeñas atendieron la naciente demanda de maquinaria.

Por ejemplo, la casa C.M. Schroder y Ca. (1891) inicialmente puso en venta un stock de

motores alemanes, fabricados en Magdeburgo y Berlín, notables por su potencia y

economía de gastos. Dichos motores estaban a disposición de quienes desearan

comprobar su eficiencia y fuerza motriz. En los años siguientes, esta casa ofertaba sus

productos mediante catálogos escritos en alemán, español, inglés y francés, en cuyas

páginas los interesados podían encontrar maquinaria agrícola (alambiques, calderas,

molinos piladores, etc.), minera (instalaciones de concentración, grúas, molinos y prensas

hidráulicas), y de comunicaciones (ferrocarriles portátiles, puentes de fierro, teléfonos y

telégrafos).

De otro lado, el almacén del ingeniero Emilio F. Wagner, ofrecía las famosas

bombas Worthington, así como dinamos e instalaciones de luz eléctrica (1891), a los cuales

agregó después otras máquinas agropecuarias, como la desnatadora de leche “Victoria”

(1898). Dado que la disponibilidad de maquinarias era un elemento fundamental para abrir

nuevas industrias, muchas casas extranjeras publicaban avisos presentando sus productos.

Así, mientras la casa Messrs. Barnet & Fostern anunciaba máquinas y accesorios para la

fabricación de toda clase de aguas gaseosas (1893), la casa Merryweather & Sons ofrecía

bombas de vapor contra incendios (1897) del modelo de doble cilindro Greenwich, las

cuales se utilizaban en ciudades de Brasil, Chile y Ecuador. En aquellos casos donde eran

necesarias máquinas o calderos a vapor, y turbinas hidráulicas especiales, la fundición H.

Paucksch (1895) se encargaba de construirlas “para transporte a lomo de mula según

necesidad”. Con todo, las fábricas limeñas que mayor crecimiento tuvieron durante estos

años fueron las de tejidos, sombreros y calzado, seguidas por las de ladrillos, fósforos,

cerámicas, tabaco, jabón y velas.

El Comercio publicó en 1896 varias notas en las cuales describía

minuciosamente cada una de estas empresas, elogiándolas porque daban vida a un

naciente industrialismo urbano. A fines del siglo XIX, la fábrica de tejidos Vitarte (1899),

propiedad de Carlos López Aldana, era la más importante y simbolizaba el progreso

alcanzado por la industria textil peruana. Esta fábrica había comenzado su exitosa

trayectoria en el lustro previo a la Guerra del Pacifico. En dicha época, el incremento en

las ventas de sus productos trajo como consecuencia una menor importación de géneros

ingleses. Por esa razón, los importadores de tocuyos decidieron comercializarlos

colocándoles ilegalmente la marca propia de los tejidos Vitarte para sorprender al público.

Conviene destacar la participación de empresarios extranjeros en el renacimiento de las

industrias limeñas en la década de 1890. Muchos de ellos, como Gio Batta Isola, Pedro

D´onofrio, Arturo Field y Alejandro Milne, colocaron sus capitales en negocios agrícolas,

fábricas de tejidos de algodón y lana, molinos y producción de galletas, dulces y helados.

Los agricultores, comerciantes y consumidores en general consultaban periódicamente en

los diarios la oferta de bienes y servicios brindados por estas empresas. Una mención

especial merece la fundición de Chucuito, administrada por el ingeniero inglés, William

White, quien instalaba y reparaba toda clase de maquinarias industriales.

Máquina de vapor para moler caña. El Comercio. Lima, 7 de noviembre de 1842, N.º 1022.

Fábrica de carruajes. El Comercio. Lima, 5 de marzo de 1845, N.º 1722.

Motores de gas y petróleo. El Comercio. Lima, 9 de noviembre de 1891, N.º 17680.

Bombas a vapor “Worthington”. El Comercio. Lima, 1ro de diciembre de 1891, N.º 17717.

C.M. Schröder y CO. El Comercio. Lima, 3 de agosto de 1893, N.º 18705.

Máquinas para fabricación de aguas gaseosas. El Comercio. Lima,

6 de setiembre de 1893, N.º 18759.

Máquinas de arar a vapor. El Comercio. Lima, 15 de junio de 1894, N.º 19208.

Fundición H. Paucksch. El Comercio. Lima, 10 de abril de 1895, N.º 19677.

Aparatos destiladores. El Comercio. Lima, 22 de diciembre de 1896, N.º 20795.

Bombas de vapor contra incendios. El Comercio. Lima, 2 de agosto de 1897, N.º 21436.

Bombas a vapor “Worthington”. El Comercio. Lima, 3 de agosto de 1898, N.º 21754.

Fábrica de tejidos de Vitarte. El Comercio. Lima,

7 de enero de 1899, N.º 22076.

AVISOS

MEDICINA E HIGIENE

acia inicios del siglo XIX, la medicina alopática occidental empleaba una gran variedad

de placebos para la prevención y tratamiento de las enfermedades. Estos

“medicamentos”, preparados con sustancias extraídas de vegetales, animales y minerales,

eran fáciles de almacenar, transportar y dosificar. Ciertamente, los fabricantes se

esmeraban en destacar las propiedades curativas de sus productos (farmacognosia),

ofrecían pautas de administración más o menos científicas de los mismos (posología), y

añadían explicaciones acerca de cómo actuaban estos en el organismo. En ese contexto,

las prácticas purgativas como recurso terapéutico para expulsar los malos humores del

organismo fueron las más usuales. Además constituyeron un elemento fundamental en la

construcción cultural del concepto de salud influyendo decisivamente en el estudio del

funcionamiento del cuerpo humano y de las enfermedades que podían aquejarlo.

Diversos placebos circularon en Lima republicana, algunos se preparaban en las

boticas locales y otros eran importados de Europa. Entre estos últimos, destacaba el

panquimagogo de Le Roy, un purgante fabricado en Francia por el médico parisino Louis Le

Roy, desde la primera década decimonónica. Aun cuando en 1824 fue prohibida su venta

en dicho país, ello no impidió su rápida difusión por toda Sudamérica. Los defensores del

citado “medicamento” cuestionaron las razones de esta prohibición, sustentada en un

informe presentado por la Academia de París ante el Ministerio del Interior. Sin embargo,

los académicos justificaron su parecer advirtiendo sobre la potencial toxicidad del

panquimagogo, causante directa de la muerte de varios animales, a los cuales se había

administrado dicha sustancia. Por ello, recomendaron al gobierno francés retirarlo

inmediatamente de boticas y tiendas.

H

Los avisos médicos asociaban creativamente texto y gráfico buscando

satisfacer las expectativas de quienes ansiaban recuperar la buena salud. Para lograr este

propósito, los anunciantes informaban sobre la procedencia de los remedios, y el amplio

espectro de padecimientos que combatían. Generalmente ponían énfasis en que habían

sido inventados y elaborados por profesores de facultades de Medicina de Francia,

Inglaterra u otro país europeo. Por ejemplo, el Rob Boyveau Laffecteur, consumido en

Francia y Bélgica desde principios del siglo XIX, era publicitado como el “único autorizado

por el gobierno francés y aprobado por la Real Sociedad de Medicina”. Algo similar ocurría

con las píldoras y el ungüento ingleses de Holloway que proclamaban sus “prodijiosos

efectos” en el tratamiento de “enfermedades creídas incurables”. Con ese mismo

propósito, y siguiendo la lógica de purificar el cuerpo mediante la ingesta de purgativos,

aparecen en la década de 1860 las píldoras vegetales de Bristol, cuyo principio activo básico

procedía de la resina podofilin, contenida en las raíces de la mandrágora. Por esos mismos

años, y de acuerdo con las recomendaciones de los higienistas en cuanto al cuidado

personal, alcanza popularidad entre las mujeres la aplicación del tónico oriental para

conservar sano el cabello, prevenir la calvicie y retrasar la aparición de las canas. Más tarde,

surgieron otros productos de tocador indispensables para exaltar los cánones de la belleza

femenina decimonónica. Entre estos sobresalían, los perfumes agua florida Murray Lanman

(1873), Kananga du Japón (1873) y Ess Oriza (1892), el jabón carbólico puro del Dr. Rosa

(1897), el enjuague bucal Sozodonte (1897), el vigorizante del cabello del Dr. Ayer (1897) y el

tinte de Agua Salles (1893).

Durante el decenio de 1870, ingresaron al mercado limeño de medicamentos

nuevas sustancias que combatían diversos males atribuidos a la “sangre corrompida” y los

“humores viciados”. Así, los remedios del Dr. Richau (1873) ofrecían acabar con las

enfermedades venéreas, úlceras y almorranas, mientras la Zarzaparrilla de Bristol (1873),

existente desde 1832, aseguraba una cura efectiva de las erupciones cutáneas, el escorbuto

y las temibles escrófulas (tumefacción de los ganglios linfáticos). Entre los analgésicos,

podemos mencionar el Jarabe de Follet (1873), que además aliviaba la fatiga nerviosa y el

insomnio. De otro lado, las medicinas del Dr. Pierce (1876), muy difundidas en Estados

Unidos después de la Guerra de Secesión (1861-1865), se empleaban contra los males

respiratorios, y tenían como principal componente esencia obtenida de la hierba sello de

oro, oriunda del sudeste canadiense y noreste norteamericano.

Los diarios publicitan también novedosos consultorios de especialidades médicas, como los

del quiropedista José Romero (1875) y el cirujano dentista Christian Dam (1877). Años

después, estos servicios comenzarían a prestarse en las boticas, como ocurrió con la Botica

Inglesa (1887). Asimismo, los médicos chinos anunciaban a los sectores populares limeños

los beneficios de sus “casas de consulta” (1877).

En la posguerra del Pacífico entre los productos nutricionales estaban el vino

con extracto de hígado de bacalao de A. Chevrier (1880), el elixir de protocloruro de Vivas

Pérez (1885), la emulsión de Scott (1895), y el elixir St. Vincent de Paul (1897), todos ellos

prescritos contra la anemia, debilidad y el raquitismo. La gama de fármacos se

complementaba con el jarabe antitusígeno francés Sirop Zed (1885), el elixir dentífrico de

los RR. PP. Benedictinos (1887), y especialmente los productos químicos (drogas y

medicinas) del Dr. Manuel Alzamora (1880), miembro de la Facultad de Medicina de Lima,

los cuales eran elaborados con “vegetales de las Montañas del Perú”, cuya frescura

garantizaba un mejor efecto que los preparados europeos expuestos a la descomposición

“que esperimentan al atravesar los climas para venir al nuevo continente”. A fines del siglo

XIX, la inyección Cadet (1890) combatía la blenorragia (gonorrea), el ungüento de

Hamamelis Virginica (1890) remediaba los golpes, quemaduras y torceduras, mientras las

píldoras catárticas (1897) y el pectoral de cereza del Dr. Ayer (1890) prevenían los males

biliares y respiratorios, y las píldoras rosadas del Dr. Williams (1899) terminaban con el

reumatismo “desalojando el veneno causante de la enfermedad”. También se publicaban

avisos sobre aparatos ortopédicos, como el braguero óptimo Vives (1897) “recetado por los

médicos más eminentes del mundo” para lograr la “curación radical de las hernias”.

Botica de F.P. White. El Telégrafo de Lima. Lima, 2 de abril de 1827, N.º 1.

Medicamento Panquimagogo. El Comercio. Lima, 1ro de diciembre de 1842, N.º 1042.

Píldoras y ungüento Holloway. La Voz del Pueblo. Lima, 31 de marzo de 1855, N.º 65.

Medicina Rob Boyveau Laffecteur. La Voz del Pueblo. Lima, 31 de marzo de 1855, N.º 65.

Tónico capilar Oriental. El Porvenir. Callao, 28 de marzo de 1868, N.º 674.

Píldoras de Bristol. El Porvenir. Callao, 15 de abril de 1868, N.º 687.

Píldoras de Bristol. El Porvenir. Callao, 15 de abril de 1868, N.º 687.

Agua de tocador Kananga du Japon. El Nacional.

Lima, 27 de febrero de 1873, N.º 2248.

Agua Florida Murray y Lanman. El Nacional. Lima, 4 de abril de 1873, N.º 2287.

Zarzaparrilla de Bristol. El Nacional. Lima,

5 de abril de 1873, N.º 2289.

Jarabe de Follet. La Opinión Nacional. Lima, 12 de abril de 1873, N.º 5516.

Remedios del Doctor Richau. El Nacional. Lima, 6 de mayo de 1873, N.º 2323.

José Romero, Cirujano quiropedista. El Comercio, Lima, 28 de diciembre de 1875, N.º 12702.

Medicinas del Dr. Pierce (detalle). El Comercio. Lima,

4 de noviembre de 1876, N.º 13189.

Inyectador nasal del Dr. Pierce (detalle). El Comercio. Lima,

4 de noviembre de 1876, N.º 13189.

Dr. Christian Dam. Cirujano dentista. El Comercio. Lima, 3 de enero de 1877, N.º 13281

Tam Jing, médico chino. El Comercio. Lima, 28 de setiembre de 1877, N.º 13701.

Extracto de Hígado de Bacalao Chevrier. La Opinión Nacional. Lima, 20 de abril de 1880, N.º 2002.

Productos químicos del Dr. Manuel Alzamora. La Patria. Lima, 21 de agosto de 1880, N.º 2824.

Jarabe del Dr. Zed. El Comercio. Lima, 5 de octubre de 1885, N.º 15618.

Elixir dentífrico de los RR.PP. Benedictinos. El Comercio. Lima,

17 de febrero de 1887, N.º 16120.

Cura de callos. El Comercio. Lima, 1ro. de marzo de 1887, N.º 16128.

Pectoral de cereza del Dr. Ayer. El Comercio. Lima, 20 de febrero de 1890, N.º 17032.

Tónico oriental para el cabello. El Comercio. Lima, 26 de febrero de 1890, N.º 17037.

Inyección Cadet. El Comercio. Lima,

8 de marzo de 1890, N.º 17046.

Extracto de Hamamelis Virginica. El Comercio. Lima, 11 de abril de 1890, N.º 17072.

Perfumes Ess Oriza. La Opinión Nacional. Lima, 12 de abril de 1892, N.º 5516.

Tinte capilar Salles. El Comercio. Lima, 22 de agosto de 1893, N.º 18734.

Emulsión de Scott. El Comercio. Lima,

12 de octubre de 1893, N.º 18819.

Emulsión de Scott. El Comercio. Lima, 1ro. de febrero de 1895, N.º 19576.

Elixir de Protocloruro Vivas Pérez. El Comercio. Lima,

13 de febrero de 1895, N.º 19594.

Loción capilar del Dr. Ayer. El Comercio. Lima, 11 de marzo de 1897, N.º 20928.

Braguero hernial Vives. El Comercio. Lima,

31 de marzo de 1897, N.º 20957.

Enjuague bucal Sozodonte. El Comercio. Lima, 10 de abril de 1897, N.º 20976.

Píldoras catárticas del Dr. Ayer. El Comercio. Lima, 24 de abril de 1897, N.º 20995.

Elixir St. Vincent de Paul. El Comercio. Lima,

3 de mayo de 1897, N.º 21591.

Jabón carbólico puro del Dr. Rosa. El Comercio. Lima,

14 de junio de 1897, N.º 21074.

Píldoras del Dr. Williams. El Comercio. Lima,

7 de junio de 1899, N.º 22395.

AVISOS

MISCELÁNEA

esde la aparición de los primeros periódicos republicanos, los anunciantes utilizaron sus

páginas para publicitar toda clase de ventas, traspasos y alquileres. No obstante,

rápidamente anunciantes y lectores comprendieron la utilidad de la publicidad gráfica

como sistema de comunicación. De esa manera, los avisos trascienden el formato

puramente mercantil para incorporar toda clase de mensajes, incluso de orden político,

sustentados en la asociación creativa de imágenes y textos. Con todo, el primer aviso

gráfico limeño fue una modesta corrección de errata (1822) registrada en La Abeja

Republicana. Años después, los aristócratas podían comprar o vender sus esclavos (1827),

para trabajos domésticos o agrícolas, a través del Mercurio Peruano. En el convulso decenio

de 1830, un irónico anunciante, oculto bajo el seudónimo de Un Insurgente (1831),

expresaba su satisfacción ante la renuncia al ejército nacional y salida del país de un

comandante español, agregando que “todos sus paisanos” debían seguir igual camino.

Mayor dureza expresaba el aviso de El Montonero (1834), que advertía a los “revolucionarios

cordelarios” sobre la existencia de “un método muy raro de componer cabezas

desconcertadas”, el cual estaba simbolizado por una mano alzando un martillo.

Durante las décadas siguientes, la temática de los avisos contratados continuó

ampliándose. En ocasiones, las familias limeñas adineradas publicaban avisos funerarios

(1841) invitando a “parientes y amigos” a las exequias de un difunto suyo. Otras veces, una

concurrida fonda (1842) podía anunciar la extensión de sus servicios para incluir la

concesión de posada y los nuevos horarios de almuerzo y comida. De igual forma, no

faltaban los avisos ofreciendo gratificación a quien diera informe o devolviera un perro

extraviado (1842). Las propias autoridades empleaban dicho sistema para

convocar el personal de sus batallones, y a los que desearan pertenecer a estos (1843).

Similar publicidad tuvieron ese mismo año acontecimientos tan diversos como la apertura

de un establecimiento especializado en el comercio de telas al por mayor y menor, la venta

de un amplio surtido de “[trescientas variedades] de semillas de flores raras” africanas,

asiáticas y europeas, por parte de una ocasional florería, el ofrecimiento de exóticos

consomés de tortuga, preparados tres veces por semana y en horarios fijos, por un hotel

D

del Callao, los remates públicos de averías (telas y muebles), y finalmente, el premio de una

onza de oro prometido por el dueño de un fino “relox de oro de dos tapas labradas” a la

persona que se lo entregara.

Los primeros “fotógrafos”, artesanos y talleres de sastrería también insertaban

avisos especificando las características de sus productos o requiriendo operarios. Así, el

taller de daguerrotipos de la calle del Palacio (1842) afirmaba poseer “instrumentos

perfeccionados”, con los cuales podía “sacar un retrato en dos minutos, con toda

perfección, con ojos abiertos y claros, lo que los anima al igual de una buena pintura”. De

igual modo, Ángel Fiscornia, prometía a quienes lo contrataran colocar pisos de mármol o

grabar “figuras y letras en lápidas” de dicho material, todo ello con el mismo talento y

garantizando “el mayor esmero y baratura posibles” (1843). Por su parte, el maestro

sastre W. De´Coursey necesitaba para su taller del Callao “seis u ocho oficiales”

especializados en “levitas y frakes”, así como otros dos o tres “que entiendan bien de

chalecos”, comprometiéndose a pagarles “como lo hacen las mejores sastrerías de Lima”

(1843).

Varias décadas después, en 1870, la compañía inglesa Eley Bros. London publicó

en El Nacional un insólito aviso ofreciendo cartuchos (Eley´s Ammunition) de diversas clases

para escopetas, revólveres y rifles, los cuales supuestamente habían sido adoptados “por

el Departamento de la Guerra de S.M. como munición de rifle preferente para el Ejército de

la Gran Bretaña”. Además, no sólo eran baratos, sino que estando “completamente

hechos de metal” eran resistentes al agua y cualquier tipo de clima. Ciertamente, más

amistosa resultaba la venta de canarios alemanes y otras aves cantoras de Australia, China,

Japón y México, que efectuaba Carlos Wollenweber. Los interesados podían también

adquirir “un gran surtido de jaulas de nueva patente para América” (1876).

Un aviso de singular curiosidad es aquel que informa sobre la inauguración de

una feria de animales en la Plaza Dos de Mayo, “para el primer lunes del año 1892”.

La organización de este evento fue responsabilidad de Eleazar Iriarte, corredor de comercio

y rematista público, quien alejado por un momento de su rutina mercantil, comunicaba al

público tener a la venta “caballos de todas clases y precios, mulas para carreta y de paso

para silla”, e incluso “una gama, un papagallo hablador [y] un par faisanes (hembra y

macho)”. Finalmente, el almacén de artículos fotográficos y útiles de escritorio de Miguel

S. Bowen (1899), promocionaba los servicios brindados en sus locales de las calles

Melchormalo (almacén) y la Virreyna (oficina y taller), mediante una imagen en la que

destacaba una antigua cámara de estudio con el respectivo manual y todos los implementos y

sustancias que eran empleados para conseguir el revelado de las fotografías.

Corrección de errata. La Abeja Republicana. Lima,

10 de noviembre de 1822, N.º 29.

Compra de esclavo. Mercurio Peruano. Lima, 7 de agosto de 1827, N.º 6.

Despedida de militar español. La Miscelánea. Lima, 22 de octubre de 1831, N.º 395.

Aviso político. El Montonero. Lima, 8 de octubre de 1834, N.º 13.

Aviso funerario. El Comercio. Lima, 6 de mayo de 1841, N.º 582.

Fonda Bola de Oro del Callao. El Comercio. Lima, 10 de setiembre de 1842, N.º 975.

Retratos. El Comercio. Lima,

7 de noviembre de 1842, N.º 1022.

Aviso sobre perro extraviado. El Comercio. Lima,

7 de noviembre de 1842, N.º 1022.

Oficiales de sastrería. El Comercio. Lima,

21 de enero de 1843, N.º 1083.

Ángel Fiscornia, grabador en mármol. El Comercio. Lima,

25 de enero de 1843, N.º 1086.

Convocatoria militar. El Comercio. Lima,

23 de febrero de 1843, N.º 1111.

Apertura de casa comercial. El Comercio. Lima, 6 de abril de 1843, N.º 1145.

Florería. El Comercio. Lima, 18 de mayo de 1843, N.º 1179.

Exótico consomé de tortuga. El Comercio. Lima,

3 de junio de 1843, N.º 1194.

Recompensa por reloj robado. El Comercio. Lima, 12 de octubre de 1844, N.º 1598.

Remate público de averías. El Comercio. Lima, 3 de abril de 1845, N.º 1744.

Cartuchos ingleses. El Nacional. Lima,

8 de enero de 1870, N.º 1386.

Venta de canarios. El Comercio. Lima, 7 de setiembre de 1876, N.º 13093.

Feria de animales. El Comercio. Lima, 2 de enero de 1892, N.º 17767.

Almacén fotográfico. El Comercio. Lima, 23 de enero de 1899, N.º 23102.

AVISOS

MODA Y VESTIDO

urante nuestras dos primeras décadas de vida independiente, no hubo mayores

innovaciones en el vestido de la población capitalina. El reducido mercado local y las

condiciones de pobreza generalizada impidieron la consolidación de una industria textil

nacional. Sin embargo, hubo una fuerte presencia de la moda francesa en el vestido

femenino republicano de esta época. Aunque la saya y manto colonial era entonces el traje

preferido por las damas limeñas, ello no les impedía lucir prendas francesas en funciones

teatrales y reuniones especiales. En ese contexto, quienes deseaban vestirse a la moda,

pero no podían adquirir costosos trajes o accesorios, solían aprovechar los ocasionales

remates organizados por las tiendas limeñas. Por ejemplo, en 1839, una fábrica de

sombreros que estaba próxima a cerrar, ofertaba toda clase de ellos “a precios reducidos

equivalentes a los de por mayor”.

Por su parte, las damas aristocráticas concurrían a las tiendas de las modistas

capitalinas, sobre todo francesas, para adquirir diversas prendas y adornos femeninos.

Entre estas últimas, sobresalían la señora Claves (1841) poseedora de “un surtido hermoso

de gorras recogidas para niñitas, quitasoles de todas clases, pelerinas de tul, y ridículos y

otros objetos”, y Madame Lavergne (1846), quien ofrecía “los últimos modelos para trajes

de baile, trajes de paseo, capas, corseés y gorras para señoras”. Al mismo tiempo, las

modistas limeñas de la calle Mercaderes (1842) vendían guantes, gorras de paja, seda y

terciopelo, mantillas, mitones, pañolones, peinetas, prendedores, etc. En cuanto al

calzado, las damas tenían opción de escogerlo entre los importados de París, o mandarlos

confeccionar en el taller de Gregorio Carrillo (1844), el cual utilizaba materiales

procedentes de dicha ciudad europea, como la cabritilla, el cuero charolado y el tafilete

bronceado. Además, Carrillo abría por temporadas un establecimiento anexo en Chorrillos

(1845) donde vendía el calzado femenino y masculino que fabricaba.

El afrancesamiento del vestido femenino se profundiza bajo el consumismo

desatado por la ficticia bonanza de la época del huano. La exhibición de trajes lujosos era

una lógica consecuencia del deseo de distinción arraigado en la elite femenina. Por esa

razón, a lo largo del decenio de 1870, las calles limeñas fueron abarrotándose de tiendas o

almacenes especializados en la venta de mercería, pasamanería, telas, joyas y accesorios

D

parisinos. Las aburguesadas damas capitalinas visitaban esos locales y establecimientos de

moda, como los de Corina Dupont, donde estaba asegurada la “calidad de los adornos” y

“elegancia de los cortes”. Conviene recordar cómo las esposas de los partidarios del

gobierno del Presidente, José Balta, vinculados con Augusto Dreyfus, conforman una

nueva elite femenina durante estos años. Todas ellas, según las descripciones hechas por

Philipe de Rougemont en 1879, ostentaban vestidos y joyas, tanto o más finas que las

usadas por sus rivales del civilismo pardista. En ese contexto, también se consolidan los

bazares de “ropa hecha” y “ropa blanca” importadas, las cuales se vendían por mayor y

menor. En uno de esos locales, fundado en 1863 y denominado A la Lámpara Maravillosa

(1877), había un surtido stock de ternos completos para niños y jóvenes, ternos de etiqueta

y ternos de fantasía, y otras prendas trabajadas “en su manufactura de París por

cortadores especiales”.

En el decenio de 1890, los bazares mixtos ponen a disposición de hombres y

mujeres las nuevas tendencias de la moda en vestido y calzado. Los caballeros compraban

entonces sus elegantes e indeformables sombreros de copa alta, llamados también de

chistera, en la tienda de José Risi e hijos (1889). Igualmente, para elegir un selecto

accesorio de moda no había mejor tienda que la de M. Crevani (1893). Esta última ofrecía

bastones y guantes ingleses, corbatas francesas e inglesas, sombreros Lincoln Bennett, y

además piezas de esgrima francesa e italiana, así como charreteras, botones, galones “y

toda clase de artículos para militares”. De otro lado, la casa A.J. Gordon de Londres

anunciaba a los comerciantes limeños el lanzamiento del novedoso calzado de goma

(caucho) Boston (1895). Dicho material permitía fabricar un calzado impermeable,

“caliente, ajustado, elegante y cómodo”. Los fabricantes tenían modelos (botas, chanclos,

Oxford, etc.) apropiados para toda clase de personas, “tanto para el obrero, como para

elegantes señoras y caballeros, y para los tiernos niños”.

Ciertamente, no todos estaban satisfechos con las prendas promocionadas por

los bazares. En esos casos, o cuando se necesitaban arreglos o confecciones a la medida,

las personas recurrían a sastrerías elegantes, como la de C. Montalvo (1896). No

obstante, las damas siempre estaban atentas a las novedades traídas de París por alguna

modista o comerciante. Por ello, en 1897, Enriqueta de Valles anunciaba la inauguración de

un “Salón de la Moda”, donde el “bello sexo limeño” tendría oportunidad de apreciar “un

grandioso surtido de sombreros, capotas, payolas, gorras de niña, boinas, velos, cintas…

[y] todo lo nuevo que se usa en la capital del gusto universal”. De Valles prometía precios

módicos a fin de que ninguna dama se fuera sin comprar. Otras tiendas, como el Centro de

Novedades Manuel A. Valle (1898), se especializaban en la venta de “camisas o polainas

para ciclistas” y “sobrecamas, chales y ponchos de vicuña, lo mejor que se conoce,

legítimos de Puno”.

Remate de sombreros. El Comercio. Lima, 18 de octubre de 1839, N.º 136.

Gorras y quitasoles femeninos. El Comercio. Lima,

7 de noviembre de 1841, N.º 1022.

Modas de París. El Comercio. Lima,

1ro. de diciembre de 1842, N.º 1042.

Calzado francés para damas. El Comercio. Lima, 30 de diciembre de 1844, N.º 1668.

Zapatería en Chorrillos. El Comercio. Lima,

8 de febrero de 1845, N.º 1700.

Madame Lavergne, Modista de París. El Comercio. Lima,

19 de mayo de 1846, N.º 2078.

Modista Corina Dupont. El Nacional. Lima, 23 de mayo de 1870, N.º 1523.

Bazar limeño de ropa. El Comercio. Lima, 20 de junio de 1877, N.º 13551.

Sombrerería José Risi e hijos (detalle). El Comercio. Lima,

4 de setiembre de 1889, N.º 16894.

Tienda de accesorios de moda, M. Crevani. El Comercio. Lima, 22 de julio de 1893, N.º 18687

Calzado de goma Boston. El Comercio. Lima,

17 de junio de 1895, N.º 19792.

Sastrería C. Montalvo. Comercio. Lima, 23 de diciembre de 1896, N.º 20803.

Boutique limeña El Comercio. Lima,

31 de marzo de 1897, N.º 20957.

Bazar de telas Manuel A. Valle. El Comercio. Lima, 1ro. de diciembre de 1898, N.º 22010.

Jarabe de Follet. La Opinión Nacional. Lima, 12 de abril de 1873, N.º 5516.

AVISOS

NEGOCIOS AGROPECUARIOS

uestra capital republicana nació sobre un núcleo urbano de área muy reducida, la

misma que se hallaba comprendida dentro de las antiguas murallas coloniales. Entre

dichas murallas y la parte edificada de la ciudad, existía un espacio con extensiones de área

rústica divididas en huertas y otros sembríos. Por ello, las actividades agropecuarias,

propias del mundo rural, formaban parte del entorno cotidiano capitalino. En ese

contexto, los agricultores limeños habían registrado un centenar de haciendas repartidas

en siete zonas (valles) de cultivo (Carabayllo, Piedra Liza, Lurigancho, Ate, Surco, Lurín,

Huatica y Magdalena, Maranga y Legua), en donde cada año sembraban más de 600

fanegas de trigo. Asimismo, la crianza de ganado equino, ovejuno y vacuno, constituía una

importante actividad económica y daba ocupación a muchas personas, entre criadores,

proveedores de forraje, etc. Como entonces las calesas y coches atendían exclusivamente

el transporte de carga y pasajeros, se requería constantemente de caballos y mulas para

cumplir con dicho servicio. Por tanto, el propietario de una “mula calesera, joven y

robusta” (1827) podía encontrar comprador con cierta facilidad. Aunque los negocios con

propiedades agrícolas resultaban más dificultosos, por la permanente carencia de

capitales, siempre había algún propietario, residente en Lima, dispuesto a vender o

arrendar una hacienda suya en un valle cercano, como el de Huaura-Sayán (1833).

Con todo, también había ofertas menores de traspasos de chacras “a las

inmediaciones de esta capital en muy buen estado” (1842), algunas de estas se vendían

incluso “con todos sus útiles necesarios” (1846). Dos décadas después, cuando la

afluencia

N

de los capitales del huano permitió emprender negocios de mayor envergadura, el

hacendado Eduardo Bieytes, puso a la venta en Lima su hacienda Carampoma o Naranajal,

situada en la montaña de Huancabamba. Dicha propiedad comprendía “cinco leguas de

ricos y magníficos pastos para criar mil cabezas de ganado vacuno e invernar todos los

años quinientas mulas”. Además, el comprador encontraría en ella todo lo necesario para

explotar ventajosamente la caña de azúcar, con el beneficio agregado de que solo pagaría

la mitad de los valores existentes en los inventarios.

En el decenio de 1840, continuó incrementándose la demanda de ganado

equino. Por entonces, los limeños adinerados anunciaban en los diarios sus deseos de

comprar caballos “de buenos pasos y hermosa presencia” (1842). Para satisfacer estos

pedidos, algunos comerciantes conducían partidas de burros, caballos, mulas y yeguas

desde el interior del país, las cuales vendían en improvisados corrales montados en

plazuelas capitalinas. El dueño de estos animales de “silla y carga” (1843), garantizaba que

estaban sanos y bien alimentados, por lo cual no era necesario que los compradores

efectuaran gastos para invernarlos. No obstante, en aquellos casos donde la inverna

resultaba inevitable podía acudirse a la casa de J.R. Giulfo, quien trasladaba los animales a

la “chácara de Cárdenas, a una legua de la capital”, la cual estando cerca de la ciudad

permitía regresarlos el mismo día que sus dueños los solicitaban. El advenimiento de la era

ferroviaria no eliminó en ciertas personas la preferencia por los caballos. Por ello, en 1870,

aun podía hallarse en los diarios la oferta de un caballo “bonito, bueno y barato (…) por el

ínfimo precio de 200 soles”.

Hacia mediados del siglo XIX, ciertas tiendas y almacenes se ocupaban de

aprovisionar de cereales a los limeños. Así, la encomendería de la bajada del Puente (hoy

primera cuadra del jirón Trujillo) anunciaba la venta “a precio barato” de “cebada y maíz

muy fresco y limpio” (1844). Probablemente esos cereales eran procesados en el molino

de granos conocido como de la Línea, el mismo que subsistió hasta fines del siglo XIX. La

comercialización de dichos productos crecía de manera sostenida, a diferencia del trigo

que enfrentaba fuerte competencia por las importaciones de su similar chileno. De igual

forma, la demanda de leche era satisfecha por algunos camales. Por ejemplo, el de la calle

Novoa estableció en 1842 una lechería para despachar este producto “con la mayor

prontitud y esmero”. En la citada calle, ubicada actualmente en el jirón Purús (Rímac), y en

otras cercanas existían desde la época colonial varios locales donde se vendía al público las

“menudencias” (mondongos y tripas) del ganado beneficiado.

Ciertamente, los camaleros de Lima y zonas circundantes proclamaban

simultáneamente poseer el ganado de mejor calidad. En 1846, esta disputa motivó que los

de Bellavista publicaran un aviso ofreciendo vacas y ovejas “en pie” a sus competidores del

Callao y Chorrillos, pero éstos mediante la misma vía rechazaron la propuesta, calificando

sus animales como “mejores en calidad”, por lo cual comunicaron a los primeros que

podían vendérselos, siempre y cuando fuese “con el dinero al contado, y sin decir vuelva

Ud. luego amigo”. Estos conflictos fueron resueltos cuando la Prefectura de Lima, en

consulta con la Suprema Junta de Sanidad, aprueba un reglamento especial de camales

destinado a garantizar la higiene y apropiada comercialización de las carnes. A pesar del

predominio de la oferta de carne vacuna, algunos se animaban a comerciar “un par de

pavos reales” (1846), tal vez para satisfacer el gusto de los aficionados a la gastronomía

europea.

Venta de mula. El Mercurio Peruano. Lima, 7 de agosto de 1827, N.º 6.

Arriendo de hacienda. El Genio del Rímac. Lima,

15 de noviembre de 1833, N.º 12.

Lechería. El Comercio. Lima, 11 de mayo de 1842, N.º 880.

Traspaso de chacra. El Comercio. Lima, 19 de noviembre de 1842, N.º 1033.

Venta de caballo. El Comercio. Lima, 1ro. de diciembre de 1842, N.º 1042.

Inverna para equinos. El Comercio. Lima,

1ro de diciembre de 1842, N.º 1042.

Venta de mulas, caballos, yeguas y borricos. El Comercio. Lima,

21 de enero de 1843, N.º 1083.

Venta de cereales. El Comercio. Lima, 12 de octubre de 1844, N.º 1598.

Venta de pavo. El Comercio, 12 de enero de 1846, N.º 2009.

Venta de ganado. El Comercio,

18 de febrero de 1846, N.º 2007.

Venta de ganado vacuno y lanar. El Comercio, 20 de febrero de 1846, N.º 2009.

Traspaso de chacra. El Comercio. Lima, 18 de mayo de 1846, N.º 2077.

Venta de caballo. El Nacional. Lima,

18 de mayo de 1870, N.º 1518.

Venta de hacienda. El Nacional. Lima,

18 de mayo de 1870, N.º 1518.

IMPRESO

Seminario de Historia Rural Andina

Jr. Andahuaylas 348 - Lima 1

Teléf. (51-1) 619-7000, anexo 6158

Agosto 2010 Lima-Perú