UNA REFLEXIÓN PARA LOS

EDUCADORES

Si quieres que tus alumnos entren «por el aro» o más bien por el

corazón..., perdónalos.

Si te ven como un ser superior, distante,

inalcanzable..., equivócate.

Si no hacen otra cosa que hablar, incordiar y

bostezar, interrumpiendo tus

sabios consejos..., escúchalos.

 

Si quieres que tus chicos vayan poco a poco cambiando y

madurando,... gástate.

  Si, en ocasiones, piensas que estás

perdiendo el tiempo y lo mejor es tirar la

toalla cuanto más lejos mejor..., reinténtalo.

  Si hacen lo correcto, aunque sólo sea una parte de las cien que

deberían haber hecho..., felicítalos.

 Si te encuentras con que tus jóvenes se han cansado de vivir,

aburridos, decepcionados, acostumbrados a repostar sus

vidas en los mismos surtidores de siempre, cuyas mangueras sólo echan felicidad de la barata...,

ilusiónalos. 

Y si haces todo ésto y tus alumnos siguen sin

cambiar, armando las mismas travesuras, e

ignorándote por completo..., entonces...

quiérelos.

Pero... si el reloj y la nómina te interesan más

que tus propios muchachos..., entonces

«apaga y vámonos».