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CONTENIDO DE LA OBRA COMPLETA
LIBRO 1
ÉTICA
La necesidad de una ética práctica para, llegar al
entendimiento de los seres humanos entre sí y de ellos con la
Naturaleza.
CAPÍTULO 1
PROYECCIONES DE LA NATURALEZA HUMANA
1.1.0 El orden social del prehomínido. El orden social de la
manada
1.2.0 La “historia” de Adán y Eva es todavía una realidad vigente
1.1.1 La Razón, el nuevo ingrediente de la Creación
1,2.2 ¿Cuál es el papel de la razón en el ordenamiento de la Vida?
1.2.3 El dilema fundamental para el ser humano en relación con la
Naturaleza: ¿Relación d Poder o de liderazgo?
1.2 4 Síntoma de dominación del líder: El Carisma
1.2 5 Síntomas del efecto sinergético de la acción del líder: La fe
de sus seguidores
1.2 6 Consecuencias de la experiencia de la fe: La autoridad del
líder o, en caso contrario, su negación: El escepticismo
1.2.7 La autoridad del líder, consecuencia de la fe: Origen del
orden social eficaz, de la disciplina auténtica dentro del orden
establecido
1.2.8 ¿Es posible forjar nuevos usos, nuevas costumbres, nuevos
órdenes, nueva cultura?
1.3.0 La Ética
1.3.1 El lenguaje, expresión del carácter, camino del
entendimiento
3
1.3.2 La solución verbal de los conflictos
1.3.3 La Cultura de la Vida: La liberación del espíritu humano de
las garras del primitivo animal prehomínido
1.3.4 La liberación del espíritu humano de la tiranía, de la
hegemonía, de la dependencia, del dominio indiscriminado de los
hombres poderosos.
1.3.5 La liberación del espíritu humano de los condicionamientos,
de los determinismos de la Cultura.
1.3.6 El pensamiento utópico, como herramienta para la
liberación del espíritu humano.
CAPÍTULO 2
DEL MITO A LA RAZON
2.1.0 El principio de la razón.
2.2.0 Respuesta humana a sus retos vitales.
2.3.0 La noción de deidad
2.3.1 la imagen de los dioses en la mente humana de la
modernidad.
2.3.2 La deificación de los fenómenos de la Naturaleza, y su
relación con la experiencia inmediata del hombre al entrar en
contacto con ellos
2.3.3 ¿Son razonables las luchas religiosas, desde el punto de
vista del presupuesto de la fe?
2.4.0 La sustitución en las sociedades secularizadas del
pensamiento religioso por el pensamiento ideológico.
2.5.0 ¿Es posible la construcción de una ética universal?
2.6.0 El trabajo de desarrollar las herramientas idóneas para la
interacción social justa.
2.7.0 El Estado moderno y sus compromisos humanos.
LIBRO 2
GLOBALIZACIÓN ECONOMICA
4
¿Oportunidad o frustración?
CAPÍTULO 3
TEMA ESTRATÉGICO DE FONDO
EN LA POLITICA CONTEMPORÁNEA
3.1.0 La política internacional.
3.2.0 El tema de la Globalización.
3.2.1 La globalización bipolar.
3.2.2 La globalización del Mundo en los tiempos finales del
Imperio Castellano.
3.2.3 La globalización anglosajona
3.2.4 La globalización mirada desde un ángulo moderno.
3.0.0 ¿Tiene o no tiene la Vida su propio sentido?
3.1.0 El eje de la respuesta: La propuesta del Amor
3.5.0 El proceso de la energía
3.6.0 La consciencia de la realidad actual
CAPÍTULO 4
LA CONSCIENCIA DE SÍ MISMO
4.1.0 Las preguntas fundamentales.
4.2.0 ¿Puede la Ciencia afrontar el reto de proponer las bases
físicas de una humanidad sostenible?
4.2.1. La navegación oceánica.
4.2.2 Otros horizontes de la Ciencia
4.2.3 La visión del conflicto.
4.3.0 ¿Podemos contar con el apoyo de la Ciencia en el esfuerzo
serio de prescindir de la Guerra?
4.3.1 Algunas consecuencias de los cambios en el
comportamiento de la Naturaleza Humana por acción del
Hombre.
4.3.2 La herencia de su vieja condición animal.
4.3.3 ¿Podría ser la globalización, como ha sido planteada, acaso
un enorme e imprático absurdo?
5
4.3.4 El etiquetado de los hombres, ¿un sofisma de distracción?
4.3.5 La globalización al estilo propuesto por las grandes
potencias económicas del Planeta.
4.4.0 El inhóspito medio siberiano modela muchas de nuestras
viejas costumbres y tradiciones políticas.
4.4.1 Los tonguses
4.4.2 Los vogules, los ostiakos y los samoyedos, los mongoles,
los tchouktche, los koriakos. Los kamtchadalos.
4.4.3 Los turcómanos.
4.4.4 Los kirguishes.
CAPÍTULO 5
LAS CONDICIONES CIVILIZADAS DE VIDA
5.1.0 La Realidad
5.2.0 El conocimiento de la Realidad
5.3.0 El pensamiento científico
5.4.0 Derribando paradigmas científicos
5.5.0 El legado imperecedero de la cultura cristiana occidental a
los pueblos americanos.
5.6.0 De cara a un cambio de actitud frente a las propuestas éticas
de la civilización moderna occidental
5.7.0 Influencia del conflicto generado entre el mundo moderno y
la ciencia contemporánea en el desempeño del técnico y del
ingeniero
5.8.0 La crisis del ingeniero en Colombia
5.9.0 Consecuencias del rompimiento del eje cultural de
Occidente en la cultura contemporánea
5.10.0 Una consecuencia de los descubrimientos científicos de la
actualidad: La necesidad de un nuevo encuentro del Hombre con
la Naturaleza
5.11.0 El origen del comportamiento de los occidentales y su
forma de hacer cultura.
5.12.0 ¿Son o no una realidad, la madurez mental de la Ciencia,
de la Cultura Occidental?
5.13.0 ¿Qué podría significar todo aquello para el científico, el
técnico, el ingeniero actuales?
6
5.14.0 Cambios importantes en la mentalidad de Occidente
generados por la experiencia científica
5.15.0 Una mirada retrospectiva. Una mirada dentro de nosotros
mismos
5.16.0 Una utopía digna de realización
5.17.0 Una noción de ecología humana, consecuencias de su
aplicación a la vida humana
5.18.0 Avances científicos que abren nuevos horizontes en el
conocimiento de la Realidad.
LIBRO 3
EL PENSAMIENTO CIENTÍFICO
OCCIDENTAL
CAPÍTULO 6
ORIGEN, APLICACIONES
6.1.0 Introducción al pensamiento científico
6.1.1 Qué es el pensamiento científico
6.1.2 La lógica científica
6.1.3 El lenguaje científico
6.1.4 La experimentación. Los modelos experimentales
6.1.5 El desarrollo y significación de los instrumentos de
observación
6.2.0 La dinámica del pensamiento científico. El rompimiento de
paradigmas del pensamiento científico.
6.2.1 El origen humilde de la Ciencia
6.2.2 El mundo que supera la Ciencia como disciplina reconocida
6.3.0 Empieza a romperse el eje de la Cultura
6.4.0 La Gran Controversia
6.5.0 El gran conflicto ético entre la Reforma y la Contrarreforma
6.6.0 La extraordinaria obra misional de los jesuitas en América y
Asia
6.7.0 Influencia del pensamiento científico en la vida cotidiana
7
CAPITULO 7
LA TECNOLOGÍA
7.1.0 La Técnica
7.2.0 La dinámica de la tecnología
7.3.0 El valor de la tecnología Obsolescencia de los modelos
científicos y tecnológicos. El rompimiento de paradigmas
7.4.0 El aporte de la técnica a la vida cotidiana
7.4.1 La Revolución Industrial
7.4.2 El espíritu de los hombres que lograron la Revolución
Industrial
7.4 3 El movimiento obrero. Antecedentes de la Revolución Rusa
de Octubre de 1917
7.4.4 La transformación de las sociedades tradicionales en
sociedades urbanas
CAPITULO 8
LA INGENIERIA
8.1.0 La solución práctica de los problemas humanos. Uso
racional de los recursos naturales.
8.2.0 Uso de los recursos naturales en la industria humana.
Instrumentalización de la Industria. La reutilización y reciclaje de
deshechos. El equilibrio Ecológico
8.3.0 El manejo de la Crisis por los Ingenieros. La crisis de la
Ingeniería
8.4.0 La influencia de la Ingeniería en la vida cotidiana
8.4.1 El proyecto de ingeniería más grande en 4.000 años desde
Keops, cambia la suerte de una nación
LIBRO 4
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
CAPÍTULO 9
8
DEL GENIO HUMANO
9.1.0 Las raíces del europeo que partió la Historia Universal en
dos con el descubrimiento de América.
9.2.00 De la economía primitiva a la economía contemporánea.
9.2.1 De la caza y la pesca.
9.2.2 La Rueda
9.2.3 El manejo de los metales
9.2.4 La Guerra
9.2.5 La Navegación
9.3.0 De Stonehengue al urbanismo actual. El desarrollo industrial
9.3.1 En la Europa antigua
9.3.2 En la América primitiva
9.3.3 La evolución de las culturas americanas hasta su
reencuentro con el Viejo Mundo
9.4.0 El desafío que representa para el científico el medio social
actual
9.5.0 El establecimiento de estructuras sociales humanas para el
desarrollo de empresas colectivas
9.6.0 Reparos a la “ciencia ficción” como medio eficaz para la
ambientación de las mentes jóvenes al mundo moderno
9.7.0 El nuevo reto de las Ciencias: Darle las oportunidades al
Hombre, no quitárselas
9.8.0 El Hombre tiene habilidades para moverse en los espacios
del espíritu. Es esencialmente espiritual
LIBRO 5
EL HOMBRE EN AMERICA
CAPITULO 10
LAS CULTURAS DE MESOAMÉRICA
10.1.0 Los pueblos originarios
10.2.0 Los huastecos y otros pueblos inmigrantes
9
10.3.0 Las culturas superiores de Mesoamérica
10.4.0 Los Aztecas
10.5.0 Las culturas de Zacatenco y Ticomán
10.6.0 Las culturas de Coloma y Nayarit
10.7.0 El pueblo tarasco
10.7.1 El pueblo tarasco
10.7.2 La cerámica tarasca
10.6.0 La cultura olmeca
10.6.1 La cerámica olmeca
10.8.2 La escultura olmeca
10.8.3 El país olmeca
10.8.4 La arquitectura y el urbanismo
10.8.5 Los tesoros artísticos
10.9.0 La cultura teotihuacana
CAPÍTULO 11
EL IMPERIO AZTECA
11.1.0 El significado de la religión
11.2.0 Algunos aspectos de la vida material
11.3.0 Algunos aspectos de la vivienda y el urbanismo
11.4.0 La escultura azteca.
11.5.0 La pintura19.6.0 Aspectos de su estructura política
11.7.0 Aspectos de la industria artesanal
11.8.0 La metalurgia y los trabajos en plumas, piedra y otros
CAPITULO 12
LA CULTURA MAYA
12.1.0 El Medio Natural. La Economía. Su área de dispersión
12.2.0 La historia maya
12.2.1 El Viejo Imperio y su cultura
12.2.2 El urbanismo
12.2.3 La población y su legado cultural
12.2.4 El Clan, base de la organización social
12.2.5 Las demandas de su vida cotidiana tipifican su industria
10
12,2.6 La agricultura y el espacio para la civilización
12.2.7 Copán: El centro científico. La Meca del arte y la
civilización maya
12.8.0 La lectura de los jeroglíficos mayas
12.2.9 La decadencia del Viejo Imperio
12.2 10 El testimonio arqueológico
12.2.11 El testimonio documental
12.2.12 El Nuevo Imperio maya
12.2.13 Significado universal de la cultura maya
12.2.14 La religión de los mayas
CAPÍTULO 13
LAS ANTIGUAS CULTURAS DEL PERÚ
13.1.0 La era incipiente
13.1.1 El período pre – agrícola
13.1.2 El período agrícola antiguo
13.2.0 La era del desarrollo
13.2.1 El período formativo
13.2.2 El período cultista
13.2.3 El período experimental
13.3.0 La era floreciente
13.4.0 La era climática
13.4.1 El período expansionista
CAPÍTULO 14
EL IMPERIO INCA
14.1.0 La historia
14.2.0 La vida económica
14.2.1 La caza y la pesca
14.2.2 La cría de animales domésticos
14.2.3 La agricultura
14.2.4 La preparación de los alimentos
14.2 5 El vestido
14.2.6 El ciclo de la vida de las personas
11
14.2.7 La arquitectura y el urbanismo
14.2.8 Otras obras de ingeniería: Caminos, puentes y obras de
riego
14.2.9 El uso de los caminos. El transporte. Las comunicaciones.
14.2 10 La mayor expresión de plenitud artística peruana: Los
textiles
14.2.11 La cerámica. La metalurgia. Otras artes menores
14.3.0 La organización social
14.4.0 La organización política
14.5.0 La Religión
14.5.0 Algunos aspectos de la vida intelectual
CAPITULO 15
LOS PUEBLOS DE LA REGIÓN
SEPTENTRIONAL OCCIDENTAL DE SUR AMÉRICA
15.1.0 Panorama humano general
15.2.0 Las migraciones y las interacciones entre las poblaciones
aborígenes en Sur América septentrional
15.3.0 La arquitectura, La vivienda La agricultura
15.4.0 La Agricultura El transporte. Las vías. Las comunicaciones
15.5.0 El transporte, las vías, las comunicaciones La metalurgia
15.6.0 La Metalurgia.
15.7.0 Los hilados y tejidos. El Arte rupestre. La cerámica. La
Escultura. Otras artes
15.7.1 El arte rupestre
15.7.2 La cerámica.
15.6.3 La escultura.
15.8.0 La organización social. La familia. El parentesco
15.9.0 Algunos aspectos de la organización política
15.10.0 La visión religiosa y el culto
15.11.0 Similitudes con las culturas peruanas
15.12.0 Extensión de la memoria americana sobre su tradición.
Testimonios Sobre su vida cotidiana y acerca de su proyección
espiritual.
CAPÍTULO 16
12
EL CHOQUE DE DOS MUNDOS
16.1.0 ¿Acaso tienen alma los indios americanos?
16.2.0 A pesar de la oposición de los intereses creados las
misiones jesuitas demostraron que es posible el rescate del
Hombre; Todavía más, que debería ser considerado un proyecto
político inaplazable
16.3.0 El mundo feliz posible
16.4.0 Hacia la búsqueda de un sincretismo cultural
LIBRO 6
LA ENERGÍA; COMBUSTIBLE DE LA VIDA
CAPÍTULO 17
NUESTRO HOGAR UNIVERSAL
17.1 0 El impulso primigenio y la evolución del Universo.
17.1.1 El Big Bang
17.1.2. La formación del primer elemento de la Tabla Periódica:
El Hidrógeno
17.1 3 Las primeras generaciones de estrellas
17.1.4 La formación de los elementos más pesados. La formación
de los sistemas estelares de segunda generación
17.1.5 La Materia: ¿Una forma de “condensación” de la Energía?
El proceso de la Evolución.
17.1.6 El Universo: Colosal escenario de la Vida
17.1.7 La Vía Láctea: Nuestra galaxia
17.1.8 Nuestro sistema solar. Desarrollo local del proceso de la
Energía
17.2.0 El Ciclo del Carbón: El sistema fundamental de la
economía de la Vida.
17.2.1 El “Árbol” de la Vida, y la interacción de sus “ramas” en
cada hábitat. La ecología natural. Mantenimiento y regeneración
13
del Medio Ambiente. La Ecología Natural. Simbiosis con la
especie humana. Relaciones con su “liderazgo” interespecífico.
17.2.2 La Economía Humana vista como un capítulo de la
Economía Natural
17.2.3 El proceso de la evolución con rostro humano
17.3.0 Las Leyes de la Termodinámica. El concepto de Entropía.
17.3.1 Aplicaciones generales de las leyes de la Termodinámica
17.3.2 Aplicaciones de las leyes de la termodinámica a la
economía de la Vida y a la economía humana
CAPÍTULO 18
EL SIGNIFICADO CÓSMICO DEL TRABAJO HUMANO
18.1.0 La visión del Trabajo desde el punto de vista de la
Ergonomía
18.1.1 El funcionamiento del cuerpo como “instrumento” de
trabajo del sujeto humano.
18.1.2 El rendimiento en el trabajo y en el deporte. Los deportes
de alto rendimiento
18.1.3 La Ergonomía como materia interdisciplinaria de la
Ingeniería y la Medicina
18.1.4 La Energía, su obtención y disposición: Propósitos básicos
del Trabajo
18.1.5 La movilización y transformación de los recursos naturales
18.1.6 El Trabajo visto como una opción de “encuentros” <<no
fortuitos>> del Hombre con los demás seres de la Naturaleza.
18.2.0 Algunas categorías económicas expresadas en términos
ergonómicos. Aplicación del cálculo vectorial al estudio del
balance económico. Efectos a corregir, en las aplicaciones
perversas de la tecnología electrónica a los conceptos
desactualizados de la Economía Clásica: La deformación y el
empobrecimiento de la visión de la persona humana.
18.2.1 La unidad de medida del valor económico del Trabajo: El
Ergio.
18.2.2 Valor económico – social de la salud física y mental.
18.2 3 Especificaciones de las cargas de trabajo.
14
18.2.4 Los requerimientos nutricionales. Las condiciones
ambientales para los altos rendimientos
18.2.5 El cuerpo humano como “activo” básico para aprovechar
en el Trabajo.
18.3.0 La estructura social vista como un “supracuerpo”.l
18.3.1 El cálculo económico del valor de los riesgos.
18.4 0 La noción de Industria
18.4.1 Cálculo del costo.
18.4.2 Las líneas de abastecimiento
18.4.3 El “Mercado”. Estructura, dinámica, personalidad.
Tendencias, modas, relaciones con la Cultura
18.4.4 Los problemas que soluciona la Industria
18.4.5 El control ciudadano de la actividad pública, Una
“auditoría” muy singular.
18.4.6 Infraestructura Industrial, infraestructura de poblamiento.
Desarrollo urbanístico y de infraestructura
18.4 7 El manejo económico y el liderazgo de la gestión industrial
18.4 8 El apoyo estratégico del Trabajo y el desarrollo de la
consciencia del consumidor
CAPÍTULO 19
LA INDUSTRIA ALIMENTARIA:
UN ENFOQUE NOVEDOSO DEL TEMA
19.1.0 No hay una identidad clara ni una visión integral de la
Industria de Alimentos
19.1.1 Hay millones de empresas que ofrecen “comida” para
cubrir la “demanda” de alimentos
19.1.2 La noción del consumidor acerca de sus necesidades
nutricionales. Racionalización de la educación, desde el punto de
vista de la nutrición optima.
19.1.3 Las tendencias económicas en la evolución de la demanda.
La nueva consciencia del bienestar.
19.1.4 Necesidad para el empresario de conocer acerca de los
requerimientos nutricionales de su cliente
19.1.5 El ajuste de la oferta industrial de alimentos con los
requerimientos nutricionales del consumidor
15
19.2.0 La salud a partir de la buena nutrición
19.2.1 Presupuesto de vida, de rendimiento ocupacional,
requerimientos de servicios de salud y seguridad social
19.2.2 Optimización de la inversión en los recursos humanos, en
el aparato productivo y en la seguridad social
19.3.0 El desarrollo de un plan coherente de ofertas para una
industria de alimentos con visión global
19.3.1 Desarrollo de fuentes de abastecimiento primarias
confiables en la tierra y en el mar
19.3.2 Influencia de las formas de tenencia de la tierra en la
eficiencia de su uso como fuentes de recursos primarios para la
alimentación.
19.3.3 Requerimiento de la planificación integral vertical de los
empresarios a lo largo de toda la cadena de abastecimiento.
LIBRO 7
CAPÍTULO 20
DEL CAOS, DE LA ANARQUÍA AL ORDEN
20.1.0 El lenguaje que uso, por naturaleza, el que usa todo ser
humano, es un lenguaje simbólico
20.2.0 La implementación de una ética práctica
20.3.0 La “Psicología de la Forma” y la visión en profundidad de
la Realidad
20.4.0 El Enfoque técnico fundamental: El aprovechamiento de
las fuentes energéticas del Sistema Solar
APÉNDICE:
Encíclica “Caritas in Veritate” de Benedicto XVI. Ver:
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/do
cuments/hf_ben-xvi_enc_20090629_caritas-in-
veritate_sp.html
17
CONTENIDO DE ESTE LIBRO
LIBRO 5
EL HOMBRE EN AMERICA
CAPITULO 10
LAS CULTURAS DE MESOAMÉRICA
10.1.0 Los pueblos originarios
10.2.0 Los huastecos y otros pueblos inmigrantes
10.3.0 Las culturas superiores de Mesoamérica
10.4.0 Los Aztecas
10.5.0 Las culturas de Zacatenco y Ticomán
10.6.0 Las culturas de Coloma y Nayarit
10.7.0 El pueblo tarasco
10.7.1 El pueblo tarasco
10.7.2 La cerámica tarasca
10.6.0 La cultura olmeca
10.6.1 La cerámica olmeca
10.8.2 La escultura olmeca
10.8.3 El país olmeca
10.8.4 La arquitectura y el urbanismo
10.8.5 Los tesoros artísticos
10.9.0 La cultura teotihuacana
CAPÍTULO 11
EL IMPERIO AZTECA
11.1.0 El significado de la religión
11.2.0 Algunos aspectos de la vida material
11.3.0 Algunos aspectos de la vivienda y el urbanismo
11.4.0 La escultura azteca.
18
11.5.0 La pintura19.6.0 Aspectos de su estructura política
11.7.0 Aspectos de la industria artesanal
11.8.0 La metalurgia y los trabajos en plumas, piedra y otros
CAPITULO 12
LA CULTURA MAYA
12.1.0 El Medio Natural. La Economía. Su área de dispersión
12.2.0 La historia maya
12.2.1 El Viejo Imperio y su cultura
12.2.2 El urbanismo
12.2.3 La población y su legado cultural
12.2.4 El Clan, base de la organización social
12.2.5 Las demandas de su vida cotidiana tipifican su industria
12,2.6 La agricultura y el espacio para la civilización
12.2.7 Copán: El centro científico. La Meca del arte y la
civilización maya
12.8.0 La lectura de los jeroglíficos mayas
12.2.9 La decadencia del Viejo Imperio
12.2 10 El testimonio arqueológico
12.2.11 El testimonio documental
12.2.12 El Nuevo Imperio maya
12.2.13 Significado universal de la cultura maya
12.2.14 La religión de los mayas
CAPÍTULO 13
LAS ANTIGUAS CULTURAS DEL PERÚ
13.1.0 La era incipiente
13.1.1 El período pre – agrícola
13.1.2 El período agrícola antiguo
13.2.0 La era del desarrollo
13.2.1 El período formativo
13.2.2 El período cultista
13.2.3 El período experimental
13.3.0 La era floreciente
19
13.4.0 La era climática
13.4.1 El período expansionista
CAPÍTULO 14
EL IMPERIO INCA
14.1.0 La historia
14.2.0 La vida económica
14.2.1 La caza y la pesca
14.2.2 La cría de animales domésticos
14.2.3 La agricultura
14.2.4 La preparación de los alimentos
14.2 5 El vestido
14.2.6 El ciclo de la vida de las personas
14.2.7 La arquitectura y el urbanismo
14.2.8 Otras obras de ingeniería: Caminos, puentes y obras de
riego
14.2.9 El uso de los caminos. El transporte. Las comunicaciones.
14.2 10 La mayor expresión de plenitud artística peruana: Los
textiles
14.2.11 La cerámica. La metalurgia. Otras artes menores
14.3.0 La organización social
14.4.0 La organización política
14.5.0 La Religión
14.5.0 Algunos aspectos de la vida intelectual
CAPITULO 15
LOS PUEBLOS DE LA REGIÓN
SEPTENTRIONAL OCCIDENTAL DE SUR AMÉRICA
15.1.0 Panorama humano general
15.2.0 Las migraciones y las interacciones entre las poblaciones
aborígenes en Sur América septentrional
15.3.0 La arquitectura, La vivienda La agricultura
15.4.0 La Agricultura El transporte. Las vías. Las comunicaciones
15.5.0 El transporte, las vías, las comunicaciones La metalurgia
20
15.6.0 La Metalurgia.
15.7.0 Los hilados y tejidos. El Arte rupestre. La cerámica. La
Escultura. Otras artes
15.7.1 El arte rupestre
15.7.2 La cerámica.
15.6.3 La escultura.
15.8.0 La organización social. La familia. El parentesco
15.9.0 Algunos aspectos de la organización política
15.10.0 La visión religiosa y el culto
15.11.0 Similitudes con las culturas peruanas
15.12.0 Extensión de la memoria americana sobre su tradición.
Testimonios Sobre su vida cotidiana y acerca de su proyección
espiritual.
CAPÍTULO 16
EL CHOQUE DE DOS MUNDOS
16.1.0 ¿Acaso tienen alma los indios americanos?
16.2.0 A pesar de la oposición de los intereses creados las
misiones jesuitas demostraron que es posible el rescate del
Hombre; Todavía más, que debería ser considerado un proyecto
político inaplazable
16.3.0 El mundo feliz posible
16.4.0 Hacia la búsqueda de un sincretismo cultural
21
CAPITULO 10
LAS CULTURAS DE MESOAMÉRICA
A pesar de que se ha logrado reconstruir dos milenios y medio de
historia cultural del antiguo México, se reconoce que distamos
mucho de conocer el origen de su cultura. El arcaico del valle de
México no puede ser llamado precisamente primitivo, y con la
entrada en escena de los olmecas hizo su aparición en la historia
mexicana una auténtica cultura superior. No obstante, los restos
arcaicos y olmecas son los testimonios más antiguos hallados
hasta ahora de presencia humana en las partes central y sur de
México. Ello pudiera explicarse, quizás, porque gran parte del
suelo mexicano sigue siendo todavía una incógnita parta los
arqueólogos mexicanos.
10.1.0 LOS PUEBLOS ORIGINARIOS
Los historiadores indígenas mexicanos hablan de un conjunto de
pueblos primitivos nahuas llamados chichimecas, nómadas,
cazadores muy primitivos que vinieron del Norte a la Meseta
Central de México. La crónica indígena es ambigua al usar el
término “chichimeca” (y el término “tolteca), que los
antropólogos no dudan, se refiere a pueblos concretos, pero que
en sus relatos las historias asumen ribetes místicos. Allí se
observa el límite entre un período prehistórico, con sus leyendas y
un período histórico posterior, con registros de acontecimientos
históricos claros. Esos relatos se hacen más verosímiles si nos
apoyamos las en referencias que aporta la cultura del sur de
Norteamérica, que sigue, hasta cierto punto una evolución muy
semejante a la de las culturas mexicanas (Walter Krickeberg. “Las
Antiguas Culturas Mexicanas”. Fondo de Cultura Económica.
México 1961. P 395).
22
Este territorio que comprende los estados de Utha, Colorado,
Arizona, y Nuevo México fue el asiento de dos culturas
superiores, la de los Anasazi en el centro y la de los Hohokam
hacia el suroeste. En la lengua de los indígenas que pueblan hoy
la región, Anasazi significa “habitantes primitivos”, Hohokam
significa “antepasados”. Los arqueólogos norteamericanos
eligieron estos nombres para denominarlos, porque los indios
Pueblas y los Pimas, actuales descendientes de estos pueblos, se
refieren a ellos pero solamente en alusión a su última fase
cultural. Los predecesores de los indios Puebla, que en varios
aspectos se pueden comparar con los primeros representantes de
las altas culturas del antiguo México, eran los basquet – makers
(cesteros) (Idem P. 395).
“Se encontraban apenas en los principios de la fase sedentaria y
agrícola, y desconocían aún todos los recursos técnicos que suelen
acompañar este tipo de vida, sobre todo la alfarería y el arte de
tejer. Procuraban sus alimentos ante todo por la caza y la
recolección de frutos silvestres, vivían en chozas de ramas y hojas
fácilmente transportables, se vestían con pieles o con mantas
elaboradas con tiras entretejidas de piel, y con taparrabos de fibra
de cedro o de yuca; hacían sandalias de hojas de yuca y
fabricaban gran número de cestos, que sustituían todos los demás
recipientes incluidas las cubetas y las ollas para cocinar. Se
servían de dardos y lanzadardos para cazar, de palas de madera,
para desenterrar raíces alimenticias, y de metates para moler
granos; no conocían el arco ni el hacha de piedra, y los demás
instrumentos de piedra y de hueso eran sumamente primitivos.
Muy poco sabemos acerca de la vida social y religiosa de los
basket – makers. Amarraban a los recién nacidos durante sus
frecuentes migraciones sobre una especie de cuna portátil de la
que había varios tipos, y trataban a sus muertos con afectuoso
cuidado. Los enterraban en cuevas o en fosos debajo de sus
chozas; a veces cubrían las tumbas con piedras o varas, y
proveían a los difuntos con alimentos y ropa, utensilios
domésticos y armas, pero también con sus adornos personales,
que se componían de collares de cuentas de concha, piedra o
hueso. Casi todos los datos que tenemos sobre los basket –
23
makers provienen del contenido de sus tumbas, preservado casi
incólume en el clima seco y a menudo desértico del suroeste de
los Estados Unidos” (Idem P 395 y 396).
El museo de Etnología de Berlín posee una pequeña colección de
objetos procedentes de unas cuevas de piedra caliza del extremo
sur de Coahuila, a orillas de la estéril región esteparia del Bolsón
de Mapimí en México. Se salvaron de la descomposición
protegidas por una capa de casi un metro de escrementos de
murciélago. Estos objetos acompañaban a los esqueletos de una
población dolicocéfala que predominaba también entre los basket
– makers, y consisten en restos de cestos, textiles de fibra de yuca,
sandalias, piezas ornamentales, armas, y herramientas; Entre los
objetos descubiertos en Coahuila tampoco se encontraron husos,
telares, arcos, flechas, hachas de piedra ni recipientes de barro.
No cabe duda de que la antigua población del norte de México era
la misma que la del suroeste de los Estados Unidos. Algunos
hallazgos posteriores realizados en Texas, a orillas del río Grande,
constituyen el eslabón entre las antiguas poblaciones mexicana y
norteamericana. (Idem. P. 396).
Los hallazgos de Coahuila no están fechados todavía. Sin
embargo es posible suponer que tales objetos no pueden ser
mucho más recientes que los de los basket – makers, los cuales
suelen situarse dentro los primeros quinientos años de nuestra
Era. Esto nos llevaría a una época, en que más al sur, el arcaico
llegaba a su fin y nos haría suponer que la parte norte del país se
encontraba todavía en estado primitivo, cuando ya los pueblos de
la Meseta Central los habían superado. Así se confirmarían los
relatos de los aztecas acerca de los “auténticos chichimecas”,
aunque éstos ya llevaban alguna ventaja sobre los basket –
makers, por disponer ya de algunas técnicas originales, como el
arco (Idem P 396). E
“Los informes redactados en los primeros años de la Colonia,
durante los cuales estas regiones norteñas llegaron a conocerse
por la expedición de conquista de Nuño de Guzmán en 1529, los
llaman tenles chichimecas (teo chichimecas) y zacatecas
24
(“habitantes del país de zacate”) y permiten suponer que también
estos pueblos hablan dialectos nahuas. Pero lo que confirma la
relación entre los nahuas civilizados de la Meseta central y estos
“auténticos chichimecas”, son los muchos rasgos “chichimecas”
en la cultura de aquellos, que encontramos aún en la época de los
aztecas” (Idem P 205).
Si…“los relatos tradicionales de las tribus nahuas coinciden en
que sus antepasados habían sido chichimecas llegados antaño del
norte de la Meseta central, adaptándose gradualmente a los
pueblos cultos más antiguos, no cabe duda de que tienen razón.
La irrupción de nómadas salvajes y belicosos en un antiguo
mundo cultural y su paulatina transformación en agricultores
sedentarios que se adaptan culturalmente a los sojuzgados, pero
conservan su carácter guerrero y llegan así a ser el pueblo
predominante, es un proceso histórico que ha tenido lugar
incontables veces también en Europa, pero que puede seguirse
mejor en México antiguo que en cualquier otra parte, porque
todas sus fases se apoyan en informaciones detalladas”. Paul
Kirchhoff hace notar que el ejemplo mexicano es especialmente
significativo porque los chichimecas fueron civilizados, según
todas las antiguas fuentes mexicanas, de una manera pacífica,
pues los pueblos culturales primitivos se ofrecieron
voluntariamente como maestros de los nuevos inmigrados, y hasta
deseaban atraer más tribus chichimecas a su país; su cultura
estaba en crisis, y querían mantenerla viva mediante una
transfusión de sangre joven y sana. Por esto la transformación de
los primitivos cazadores en agricultores civilizados se logró en un
lapso tan sorprendentemente corto y se propagó con la rapidez de
una reacción en cadena, pues los recién civilizados absorbían cada
vez nuevos inmigrantes chichimecas”. En los informes históricos
el término “chichimeca”, adquiere un sentido doble: Se refiere a
los auténticos chichimecas que seguían viviendo en estado
nómada en el norte del país, y por otro lado a aquellas tribus
residentes en la Meseta central que habían descendido de aquellos
y que se enorgullecían, a pesar de su civilización, de haber
permanecido fieles al antiguo espíritu guerrero de los
chichimecas. Así, la palabra “chichimeca” adquirió entre la
25
mayoría de las tribus nahuas de la Meseta central, particularmente
entre los habitantes de Texcoco y Tlaxcala, un sentido honorífico.
El término príncipe chichimeca (chichimecatl tecutli) se convirtió
en título honorífico de los soberanos de Texcoco, cuya historia
relata en todos sus detalles Ixtlixochitl, miembro, el mismo, de
esta casa reinante (Idem P 204).
Krickeberg, el autor de la obra consultada, se pregunta: ¿Es esta la
fase del desarrollo cultural que corresponde a los primeros
inmigrantes de América? Cuando hace unos 20.000 años o más,
estos pisaron suelo americano completamente deshabitado, no
ofrecían una imagen física uniforme, a pesar de pertenecer
indudablemente a razas mongólicas. Además importaron, por lo
menos dos culturas diferentes cuyos vestigios se han hallado
habiéndoseles dado los nombres de Folson y Cochise, por los
lugares en que se hallaron en Nuevo México y Arizona. En vista
de que la cultura Cochise se puede seguir, casi sin interrupción,
desde su principio hasta su fin, gracias a las capas sucesivas que
se han encontrado, es la única que nos permite trazar un puente
desde la inmigración de los primitivos habitantes hasta el
comienzo de la agricultura, o sea hasta la época de los basket –
makers. Coincide además en varios detalles con la cultura de éstos
últimos. Todas las demás huellas de una cultura original son
insuficientes para determinar su fecha por medio de indicios
puramente tipológicos. Esto se refiere sobre todo a los
instrumentos de piedra “paleolíticos”, encontrados, a menudo, en
la altiplanicie de Oaxaca, Yucatán y Guatemala, a los que algunos
arqueólogos de la vieja escuela atribuían una antigüedad parecida
a la de los objetos paleolíticos europeos. En la mayoría de los
casos, sin embargo, la mayoría de los depósitos paleolíticos
hallados son muy recientes, según se ha podido comprobar.
Incluso, llegan a ser en algunos casos, hasta contemporáneos de
una época en que ya se veían, más al sur, las grandes
construcciones clásicas y posclásicas de las altas culturas de
Mesoamérica. En otras palabras, no es posible establecer un
paralelo entre el paleolítico europeo y el paleolítico americano
(Idem. P. 397).
26
“Es cierto que el estado actual de las investigaciones no permite
más que hacer suposiciones sobre la población original de
Mesoamérica y su cultura; pero ya nos movemos en terreno más
firme al tratar la cuestión de sus relaciones con el exterior. Es
obvio pensar que estas relaciones eran particularmente estrechas
entre esta población y Norteamérica, sobre todo con su región
suroccidental, de la que proviene una importante parte de la
original población de Mesoamérica, ya que los nahuas pertenecen
a una gran familia lingüística norteamericana”. El arqueólogo
norteamericano Gladwin, sugiere que la cultura indígena del
suroeste de Estados Unidos pudo crear los cimientos de las altas
culturas mesoamericanas. Ello se basa en el hecho de que ya
puede hacerse el seguimiento ininterrumpido de aquellas culturas,
en el período comprendido entre el año 300 a de C. y el año 1.400
d. de C., gracias a las excavaciones efectuadas en Snaketown –
antigua residencia de los Hohokan a orillas del río Gila (Arizona)
-. Esta hipótesis, sin embargo parece inadmisible, ya que el primer
cultivo del maíz al que están ligadas las culturas superiores
mesoamericanas se desarrolló al sur de México o en Guatemala,
regiones desde donde se difundió hacia el Norte (Idem. P. 398).
10.2.0 LOS HUASTECAS
Y OTROS PUEBLOS INMIGRANTES
En el oeste de México, los huastecas representan la vanguardia
más avanzada de las altas culturas mesoamericanas en cuanto a
sus conexiones con los pueblos de Norteamérica. En su tiempo las
líneas de comunicación ya no corren, sin embargo hacia el
suroeste sino hacia el sureste del continente norteamericano. Su
población ya ha alcanzado los estadios a partir de los cuales se
emprende el camino de las altas culturas. El cultivo del maíz trajo
consigo probablemente la alfarería y otros adelantos de una
cultura que había dejado atrás la de los pueblos recolectores. Esto
ocurrió en México antes del principio del arcaico alrededor del
año 1.500 a de C. y en el suroeste de Norteamérica antes de la
fase más antigua de la cultura Hohokam, que comenzó unos 1.200
años después, 300 años a de C. Ekholm hace notar el hecho
característico de que las primeras y aún muy toscas figuras de
27
barro empezaban a aparecer durante la fase más antigua de la
cultura cuando en México el modelado de figurillas había
alcanzado ya una gran variedad de tipos y un elevado nivel
artístico durante la fase más antigua de su arcaico. Posteriormente
la cultura Hohokam y las culturas mesoamericanas tuvieron que
seguir su propio camino. El ancho cinturón de estepas y desiertos
habitados por tribus primitivas aferradas a su vida de cazadores
separó desde entonces los dos círculos culturales. Así pues,
Mesoamérica estaba relacionada con el sureste agrícola
norteamericano por muchos lazos culturales, pero por iniciativa,
contrariamente a lo que sucedía con el suroeste, de los pueblos
norteamericanos. (Idem Ps. 398, 399 y 400).
Además de los juegos de pelota, que entre los Hohokam son muy
similares a la los de los mexicanos y los mayas, siguen teniendo
en común algunos objetos de la cultura material, como espejos de
pirita, mosaicos de turquesa, objetos de cobre fundido y vasijas de
barro con tres o cuatro patas y ornamentos de cloisonné. No debe
concluirse, sin embargo, que estos objetos hayan tenido su origen
entre los Hohokam, por el mero hecho de que aparecen allí
solamente entre los años 500 y 900 de nuestra Era, exceptuando la
elaboración de la turquesa, ya que sus yacimientos se encuentran
principalmente en la región sudoccidental de los Estados Unidos.
Estos elementos culturales que aparecen muy esporádicamente en
las culturas norteamericanas son muy comunes en Mesoamérica.
A juzgar por su estilo, los pocos ejemplares de adornos en
cloisonné hallados en Snaketown, Pueblo Bonito y Casa Grande
(ruinas de las culturas Pueblo y Hohokam clásicas de los siglos XI
y XII d. de C.), constituyen un elemento extraño en el Suroeste.
Probablemente fueron importados (Idem p 398).
Si bien los antepasados de los pueblos mexicanos, al igual que
todos los demás indígenas de América, inmigraron al continente
desde el norte de Asia por el estrecho de Bering, es posible llamar
a muchos, en cierto sentido, pueblos autóctonos, pues no estaban
emparentados lingüísticamente con ningún pueblo fuera de los
límites de Mesoamérica. Entre ellos se encuentran sobre todo
pueblos completamente aislados en cuanto a su idioma, como es
28
el pueblo “tarasco, que habita en nuestros días solamente en el
Estado de Michoacán, pero que se extendía antaño por el oeste y
el norte de México, según se puede suponer según las evidencias
arqueológicas.; igualmente los totonacas, que habitaron en centro
y el norte del Estado de Veracruz, conocidos por los relatos de la
Conquista, como los primeros amigos y grandes aliados de los
españoles en suelo mexicano. Pertenecen además a este grupo los
autóctonos, una gran familia muy extendida de pueblos y tribus
más o menos emparentados, llamados oto – mangue por los
filólogos americanos para incluir los dos idiomas más alejados
entre sí, dentro del grupo; este tipo de designación lo usan
también los filólogos europeos para designar la extensión de
pueblos muy emparentados en su lengua, como “indogermanos”,
o “uraloaltaicos”. Los miembros más lejanos, hacia el norte, eran
los “otomíes”, primitivos habitantes de los altiplanos de México,
Toluca y Puebla, que fueron desplazados por los nahuas y que
viven hoy día en las partes norteñas del Estado de Puebla y en los
Estados de Querétaro, e Hidalgo; Los pueblos sureños del grupo
son los “mangue” o chorotegas, el antiguo pueblo de Nicaragua,
que constituía el punto más extremo, al sur, del círculo cultural
de Mesoamérica (Idem. P 36).
Entre estos dos miembros extremos, los otomíes y los mangue,
había numerosas tribus que establecían el lazo entre ellas y que
participaron en gran medida, en la formación de la antigua cultura
mexicana. Eran, en gran parte, parientes cercanos de los otomíes,
como los matlazincas del altiplano de Toluca, los
chochopopolocas en el sur de Puebla y los mazatecas en el norte
de Oaxaca y hacia el Estado de Veracruz. Parientes muy lejanos
de los otomíes eran también las dos antiguas culturas de los
Estados de Puebla y de Oaxaca: Los mixtecas del noroeste y los
zapotecas del sureste y algunas otras tribus más pequeñas como
los chinantecas. En parte eran también pueblos emparentados con
los pueblos mangue, como los chiapanecas, llamados así por el
Estado de Chiapas donde habitan (Idem P 36).
Esta gran familia lingüística coincide probablemente con el
elemento racial que se clasifica en términos de su conformación
29
craneana como dolicocéfala, cuya gran dispersión espacial y
lingüística da a entender que pudo ser probablemente la población
original del territorio mexicano, y que fue luego dispersa por las
migraciones posteriores. Hay otra familia más dispersa aún,
emparentada con los Oka de California y las tribus Siux de
Norteamérica. Dejaron sus huellas no sólo en el extremo noreste y
noroeste de México, (en la Baja California y Tamaulipas), donde
se han borrado casi por completo, sino también en dos pequeñas
tribus que siguen viviendo en el sur de México, en las costas del
Pacífico al oeste de Tehuantepec, llamadas chontales
(tequisistlatecas) y yopis (tlapanecas). A pesar de la distancia, hay
en Nicaragua otro miembro de la familia, los subtiabas
(maribios), emparentados lingüísticamente con los yopis. Walter
Krickeberg afirma en su obra que de hecho “sólo puede
concluirse que los subtiabas llegaron al sur, en tiempos
relativamente recientes, probablemente como consecuencia de las
grandes migraciones que sacudieron a México alrededor del año
1000 de nuestra Era” De la misma manera dice: “Del mismo
modo puede explicarse la separación de los mangue y de los
chiapanecas (Idem Ps 36 y 37). Sin embargo es todavía difícil
reconstruir el esquema migratorio de los pueblos americanos,
particularmente el de los Hoka. Ya vimos cómo en Colombia se
encontraron los rastros de un extinto pueblo, del que nada se
sabía, que llamamos ahora yurumangui, hasta que fray Gregorio
Arcila Robledo publicada en “Voz franciscana” de Bogotá, en
1940, un Vocabulario de los indios yurumangui y un extracto de
uno de los diarios del capitán español Lanchas de Estrada, que
encontró en el Archivo Nacional. Este pueblo habitó el territorio
bañado por los ríos, Yurumangui, Cajambre, Naya, San Vicente,
San Nicolás, El Palmar, y San Carlos, al occidente de los
farallones de Cali en la cordillera Occidental. Paul Rivet,
mediante estudio exhaustivo gramatical y de filología comparada
sobre vocabulario yurumangui del padre Chistobal Romero, llegó
a la conclusión de que su lengua estaba emparentada con la de los
Hoka de de California y celebró este hallazgo como el que arroja
las primeras luces entre el vínculo lingüístico entre Norte y
Suramérica. Según los indicios, nos encontramos frente a las
evidencias, ya de la inmigración a Suramérica de pueblos
30
procedentes del Norte, o bien, directamente de pueblos malayo –
polinesios (Sergio Elías Ortiz. Historia Extensa de Colombia.
Academia Colombiana de Historia. El Gráfico Editores Ltda.
Bogotá 1965. Pgs. 283 a 297).
10.3.0 LAS CULTURAS SUPERIORES
DE MESOAMÉRICA.
LOS MAYAS Y LOS NAHUAS
Las dos altas culturas más importantes de Mesoamérica son la
maya y la nahua. Están conectadas lingüísticamente con otro gran
grupo de tribus californianas, los Penuti, aunque esta relación sea
bastante lejana, pero, entre sí, contrastan muchísimo en cuanto a
raza, historia y cultura. Los mayas son más afines
lingüísticamente a los mixes y los zoques, los dos pueblos
principales del Istmo de Tehuantepec. Ocupan todavía, al
contrario de los pueblos mencionados hasta ahora, una región
unitaria y cerrada que abarca la mayor parte de Guatemala, toda la
península de Yucatán (políticamente mexicana), la Honduras
Británica y las partes limítrofes de los estados de Tabasco, y de
Chiapas al oeste de la República de Honduras al este. Sólo en la
parte norte de la costa del Golfo existe una tribu de mayas aislada:
Los huastecas, que viven en ambas riberas del río Pánuco y en la
parte oriental del Estado de San Luis de Potosí. Fueron separados
hace por lo menos un milenio o milenio y medio por tribus
extrañas que derrotaron o desplazaron a la antigua población
maya hacia la costa sur del Golfo. Los mayas se dividen en seis o
siete grupos que se distinguen solamente por sus dialectos, pero
son un pueblo muy homogéneo y no han cambiado su lugar de
habitación por dos y medio o tres milenios. Junto a los totonacas,
los mayas son los representantes en México del elemento racial
braquicéfalo y de pequeña estatura (Walter Krickeberg. Las
Antiguas Culturas Mexicanas. Fondo de Cultura Económica.
México 1961, P 37)
Los nahuas, cuya tribu principal eran los aztecas, inmigraron en
tiempos relativamente recientes. Sus rasgos raciales los relaciones
con pueblos dolicocéfalos de origen norteamericano. Desde el
31
punto de vista lingüístico, pertenecen a los uto – aztecas,
miembros de un grupo de pueblos que en parte (los shoshones, los
utes, los comanches y otros pueblos), permanecieron en
Norteamérica, donde viven hasta la fecha y cuya segunda y
tercera partes (los Pima, y las tribus tarahumara y cahita)
ocuparon la parte montañosa del noroeste de México, mientras
una cuarta parte que abarca a los nahuas, se extendió por Nayarit
y Jalisco hacia la Meseta central. Desde allí se extendieron hacia
la frontera de Tabasco. Pero aún mucho más al sur se encuentran
(o se encontraban), algunos fragmentos nahuas en medio de
pueblos de idiomas distintos. Esta “vanguardia” sureña de los
nahuas se designa, en su conjunto, con el término azteca de
pipiles, que significa tanto príncipes (es decir “clase gobernante”)
como “hijos” (o sea descendientes del pueblo principal del norte).
Emigraron a sus lejanas moradas en diversas etapas, pero
probablemente no antes de la segunda mitad del primer milenio
de nuestra Era. Las pequeñas diferencias encontradas en su lengua
con el conjunto restante, dan a entender una separación no muy
larga entre ellos (Idem. Ps. 37 y 38). La dispersión de la familia
lingüística uto – azteca se debe a una inmensa migración de
antiguos pueblos que abarcó un espacio de 30 grados de latitud,
desde el Lago Salado de Utha hasta el mar de Nicaragua y aún
más allá, hasta la laguna de Chiriquí en Panamá, en cuyos
alrededores se encontraba en el siglo XVI una pequeña colonia
nahua que probablemente fue desplazada hacia allá por los
españoles.
Entre las muchas fases de esa migración fue sin duda la que tuvo
mayor importancia desde el punto de vista histórico – cultural.
Los toltecas, con los cuales los pipiles parecen tener un una
relación mucho más estrecha, que con los nahuas más recientes,
se establecieron en la Meseta Central en el siglo VIII, se
extendieron en el siglo XII por el Golfo hacia el sureste y
formaron enclaves culturales entre los mayas de Yucatán y de la
altiplanicie de Guatemala, pero fueron absorbidos por los mayas,
dado su escaso número (de ese proceso se desprende la
constitución del Segundo Imperio Maya). Solamente los pipiles
del sur de Guatemala y del Salvador, perduran hasta nuestros días
32
y conservan en sus mitos y tradiciones muchas cosas importantes
de la religión azteca.
Llegados a este punto, en que tenemos una visión amplia, en
términos de lo que se conoce hoy, de las raíces y el entorno
sociocultural de las grandes culturas mesoamericanas, veamos, de
manera un poco sintética, las tradiciones y los logros de los
aztecas y de los mayas, que representan con los Incas de
Suramérica y los pueblos de su parte septentrional, lo que es hoy
Colombia, las más destacadas y encumbradas manifestaciones de
la cultura humana en América.
10.4.0 LOS AZTECAS
“La lengua azteca es hermosa, melodiosa y rica en formas; carece
de los sonidos guturales del maya y hace poco uso de los sonidos
explosivos, tan frecuentes en esta última lengua, producida por
cerrar los intersticios entre las cuerdas bucales al hablar. Su
gramática se caracteriza por una gran riqueza de formas verbales
y por la capacidad de crear conceptos abstractos. Se habla hasta la
fecha con pocas alteraciones en muchos lugares de la Meseta
central y los valles del sur; en el siglo XVI era, al lado del maya y
del quechua, la lengua inca, una de las pocas “lenguas literarias”
de la América antigua. Entre los muchos y valiosos monumentos
literarios aztecas, se encuentran algunos himnos a los dioses,
poemas épicos, obras históricas, proverbios y ejemplos de una
retórica floreciente, pero desgraciadamente no se han conservado
dramas que deben de haber existido antaño al igual que entre los
otros dos pueblos de alta cultura. Un último resto de los juegos
dramáticos, celebrados en épocas pasadas con ocasión de las
fiestas sagradas de Tenochtitlán y de Colula, se conservó hasta el
siglo pasado entre los nicaraos, la tribu nahua más meridional; es
una comedia llamada, debido a sus actores principales, los
Güegüenches, “La comedia de los viejitos” (huehuentzin en
azteca). Los nícaros eran una de las ramas de los pipiles y dieron
su nombre a Nicaragua; residían antaño en el Istmo entre el
Océano Pacífico y el Mar de Nicaragua” (Idem P 39).
33
La fundación de Tenochtitlán, la capital del Imperio Azteca es
objeto de gran número de leyendas, algunas de las cuales intentan
explicar el motivo de su nombre. Este deriva indudablemente al
igual que el nombre de tribu “Ttenochca”, del caudillo Tenoch,
que dirigió a los aztecas durante los primeros tiempos de
colonización de las islas que se ubicaban en el lago de Texcoco,
cuando éstas se encontraban aún bajo la dominación del príncipe
de Tlatelolco. Su significado es simplemente “lugar de Tenoch”.
Como el nombre puede traducirse también por “lugar donde el
nopal (nochtli) crece sobre la piedra (tetl)”, la leyenda cuenta que
dos sacerdotes llegaron a través de carrizales de la isla, en que
está situada, hasta un manantial de agua potable, en medio de un
lago de agua salada, que bien pudo ser motivo suficiente, para
fundar la Ciudad, junto al cual estaba una águila posada sobre una
roca, devorando una serpiente. Esto era una señal que el dios
tribal Huitzilopochtli exigía en este lugar la construcción de un
templo de culto como punto central de la futura ciudad; el signo
se convirtió en símbolo de la ciudad de México y es todavía hoy
el escudo del país entero. Pero en realidad fue secundaria la
relación entre el símbolo águila – serpiente – nopal y la leyenda
de la fundación. Aquel expresaba originalmente la concepción
cosmológica de que los sucesos del Universo se deben a la lucha
de elementos opuestos, pues el águila simboliza el sol y el cielo
diurno, mientras que la serpiente representa al zodíaco de los
mexicanos y el cielo nocturno (Idem. P 45)
En los relatos acerca de las grandes migraciones llevadas a cabo
por las tribus desde sus moradas originales para llegar a sus
regiones históricas, la primera parte es siempre puramente mítica.
Después de haber recorrido su camino las tribus, incluidos los
aztecas, llegan siempre a Tollan, el centro del Universo,
identificado con Tula, centro histórico del Imperio Tolteca. Y
reciben allí, aunque no siempre se relate expresamente, todos los
dones de la alta cultura. Antes habían sido chichimecas, es decir,
nómadas, cazadores vestidos de pieles y que asechaban las piezas
de caza con arcos y flechas. Apenas este momento se convierten
en pueblos de agricultores, establecidos en ciudades y portadores
de una cultura. Sólo a partir de Tollan pueden seguirse en el mapa
34
las migraciones de los pueblos nahuas. Los aztecas, para no
mencionar a otros, emprendieron su viaje desde Aztlán, Este
concepto se refiere a una proyección del lugar de residencia
histórico de los aztecas a una región lejana, y a un pasado
nebuloso. No es nunca un país cerca del mar o más allá del mar,
lo que hecha por tierra las especulaciones acerca de una relación
entre Azatlán y la Atlántida. Azatlán es una auténtica palabra
azteca, que significa “el país de color blanco”, es decir el país del
amanecer o de los tiempos primeros, del cual derivan su nombre
de aztecas, o sea “la gente de Aztlán”. Aztlán también es una isla
en medio de un lago rodeado de carrizos y cubierto de chinampas
(casas de madera y carrizos paradas dentro del agua en palafitos),
surcado de pescadores y cazadores de aves lacustres y en cuya
orilla se levanta el cerro de Colhuacan (“lugar de los netos –
sobrinos”, es decir de los que tienen antepasados). Los aztecas
usaban para sí solamente esta designación no como nombre de
tribu sino como entendimiento de su origen. Se llamaban a sí
mismos los mexica (mecitin, mexitin), por uno de sus héroes
tribales llamado Mexitli o Mecitli, quizás idéntico a su dios tribal
Huitzilopochtli, o también tenochca, según su caudillo más
antiguo Tenoch. El viaje fue emprendido, según una de sus
tradiciones, en fecha designada según la cronología europea, en el
año de 1168 y llegaron al valle de México desde el norte
estableciéndose en la ribera occidental del lago de Texcoco.
Según otro relato, se asentaron en 1256 en la roca porfídica,
regada por una fuente y rodeada por un bosque de ahuehuetes,
llamada Chapultepec. Esta roca desempeña un papel importante
en la historia más reciente de los aztecas, pues era una fuente de
agua potable, lugar sagrado, residencia veraniega de sus reyes y
sitio consagrado al culto de los muertos. En la prehistoria azteca
chapultepec fue escenario de sangrientas luchas. Las tribus nahuas
que residían en el valle de México antes de la llegada de los
aztecas sitiaron y desalojaron del cerro a los invasores que los
incomodaban con sus incursiones. Los aztecas, entonces una tribu
pequeña y débil, tuvieron que someterse al príncipe de Colhuacan,
quien ordenó se matara a su caudillo, pero huyeron en balsas de
carrizos (semejantes a las que se conocen en el lago de Titicaca en
Bolivia), y se refugiaron en algunas islas de la parte occidental del
35
lago de Texcoco. Allí fue fundada Tenochtitlán una pequeña
aldea de pescadores prófugos, según cálculos del Paul Kirchhoff,
aproximadamente en el año de 1370, transformándose en el
transcurso de unos cien a ciento cincuenta años en una pujante
metrópoli indígena, rebosante de altísimos templos, espléndidos
palacios gigantescos monumentos y grandes mercados, admirada
por el conquistador español como una ciudad de cuento de hadas,
solamente comparable a Venecia, la reina de los mares (Idem Ps.
42, 43, 44, 45).
Las excavaciones actuales prueban que allí existía ya, por lo
menos desde un siglo y medio antes de los aztecas, una colonia
humana: Tlatelolco, flanqueada después por dos lados por las
casas de Tenochtitlán. El nombre de esa colonia deriva de los
amontonamientos de tierra (tlatelli) que hacían habitable el lugar,
ya que se daban peligrosas inundaciones antes de su construcción.
Los príncipes de la ciudad se decían descendientes de la casa real
de los tepanecas, así como los príncipes aztecas de Colhuacan.
Para relacionar su patria original particular con la de los demás,
los aztecas situaban a veces el cerro de Colhuacan directamente
en la isla de Aztlán. Y parece que tuvieron el predominio político
durante la coexistencia de Tlatelolco y Tenochtitlán, hasta que
Tlatelolco perdió su independencia en 1473. Después fue
relativamente independiente como un barrio de ricos mercaderes,
y tuvo el mayor mercado y el templo más grandioso, lo que hace
pensar que originalmente superaba a Tenochtitlán también desde
el punto de vista de su cultura (Idem P 44).
10.5.0 LAS CULTURAS DE ZACATENCO
Y TICOMÁN
Si bien los comienzos de la cultura “arcaica” pueden remontarse
según los criterios de hoy día por medio del fechamiento del
carbono 14 al segundo o tercer milenio antes de Cristo. Hace
veinte años, Vaillant, por entonces su mayor conocedor, los
situaba más o menos en doscientos antes de Cristo y pensaba que
su duración no sobrepasó los nueve siglos. Los creadores de esta
cultura ya no pueden ser considerados primitivos, porque poseían
36
la mayoría de las características de una cultura superior. Eran
sedentarios, agricultores y disponían ya de varios recursos
técnicos, principalmente en el ramo de la alfarería y el tejido.
Poseían los gérmenes de una cultura que en menos de 1.500 años
llegarían a la cumbre de las culturas tolteca y azteca después de
pasar por la era teocrática. La arqueóloga norteamericana Zelia
Nuttall fue la primera en darse cuenta, ya a principios del siglo
XX, de la gran importancia de los restos arcaicos tenían para la
historia de las culturas mexicanas. Manuel Gamio pudo demostrar
en los años de 1911 y 1912, que la cultura arcaica había precedido
a la de Teotihuacán, anterior a la tolteca y a la azteca.. En San
Miguel Amantla, cerca de Azcapotzalco, descubrió una capa de
toba volcánica con restos tehotihuacanos, que descansaban sobre
piedras aluviales con fragmentos de vasijas de barro arcaicas. En
1939 el noruego Ola Apenes descubrió en Cimalhuacán en la
ribera opuesta del lago de Texcoco, un pueblo arcaico que había
permanecido bajo las aguas por lo menos un milenio y medio.
Pero la sistemática investigación de la cultura arcaica se debe a
las amplias excavaciones hechas por Vaillant, entre 1928 y l932,
las cuales lo llevaron a la conclusión de que esta cultura no
formaba un complejo único e indivisible, sino que consistía en
dos culturas diversas que se sucedieron una a otra. Vaillant las
bautizó según dos centros de hallazgos en la antigua ribera norte
del lago de Texcoco: La cultura de Zacatenco y la cultura de
Ticomán (Idem P. 346).
La mayor parte del legado cultural de los pueblos mexicanos en la
época arcaica consiste en su cerámica y en sus figuras de barro.
Numerosos hallazgos al norte de Ticomán, permitieron a Vaillant
Esos hallazgos fueron hechos en numerosos montículos de
fragmentos. La altura de los montículos probó que la primera
había durado el doble de la segunda y el estilo enteramente
distinto de los productos de la segunda hizo pensar que se trataba
de dos pueblos distintos, el primero que fue desplazado por el
segundo de sus aldeas en Zacatenco. Los esqueletos encontrados
en estos sitios mostraron también que los nuevos habitantes
provocaron ligeras alteraciones en el tipo físico de sus habitantes,
pero es casi seguro que las condiciones materiales de vida de las
37
dos épocas arcaicas no se distinguían notoriamente unas de otras
(Idem P 348).
Las “vasijas de barro” de la cultura de Zacateco tiene fondos
redondeados, bocas anchas, y un cuello que apenas se insinúa.
Existen algunas de de color negro con sencillos adornos
geométricos rasgados, y otras rojas con pintura blanca y blanca
con pintura roja. Estas últimas predominaron en un comienzo
pero luego fueron desplazadas por vasijas negras mejor
elaboradas. La cultura de Ticomán se caracteriza por recipientes
de color pardo amarillento con diseños triangulares y escalonados
de color rojo cuyos contornos se rasgaban y repasaban con
blanco. Esta es la primera cerámica policromada en suelo
mexicano. Se caracteriza también por los primeros platos de tres
patas huecas, que constituyen en todas las épocas siguientes una
de las formas principales de la antigua cerámica mexicana. La
cultura posterior es sin duda superior a la primera, en lo que se
refiere a la cerámica de vasijas, pero no por lo que toca a la
“escultura de barro”, cuyos productos se modelaban en tiempos
arcaicos a mano. (Idem P 348).
Las “figurillas” de Zacateco se distinguen por una asombrosa
variedad de tipos y un realismo que la plástica de barro de la
Meseta central no alcanzaría nunca más. Estas figurillas son
fuertemente expresivas, no obstante la poca habilidad y hasta el
infantilismo en la representación plástica de la imagen humana, lo
que puede verse en la terminación de los miembros en forma de
muñón, en el grosor de los muslos, y en la representación de los
rasgos faciales, de los tocados (a menudo muy artísticos) y de los
adornos, para los que se servían frecuentemente de bolitas o tiritas
pegadas o de incisiones en el barro. Este temprano arte expresa un
auténtico sentido plástico y no una mera imitación de formas
consagradas, como pocas veces lo volveremos a encontrar en las
obras posteriores del arte mexicano, a pesar de su perfección,
porque el carácter sacro de estas últimas crea una distancia entre
ellas y el espectador que la sencilla frescura y naturalidad del
artista de la era arcaica pudo salvar felizmente. Los detalles del
rostro ya no se adherían a la figura en tiempos posteriores, sino
38
que se trabajaban en la misma masa de barro con gran cuidado.
Las redondeces de las figuras se hicieron más flexibles y la
representación de los ojos que antes parecían granos de café
pegados en la cara ganó mucho en naturalidad al añadirse a las
dos rayas laterales una incisión en el medio. La representación del
cuerpo y de los miembros permaneció tan primitiva como antes.
Hay, sin embargo cierto grupo de figurillas de Ticomán, en que el
artista expresa elocuentemente no solo en los rasgos faciales, sino
en la actitud de los cuerpos, un sentido del humor, y un goce de lo
grotesco, que se encuentran muy rara vez en los pueblos
primitivos. (Idem. P. 349).
Todos estos tipos llegan a la cúspide con la “cerámica de
Tlatilco”. Se parece a la plástica paleolítica europea en que se
tenía predilección por las figuras de mujeres, representadas con
abundantes carnes, con los senos redondos y anchas posaderas. Al
lado de estas surgió el tipo más esbelto de la “mujer bonita” con
su artístico peinado, el de la madre sentada con un niño en el
regazo o con un perrito a cuestas, y el de la seductora bailarina
que lleva una faldita corta o un curioso pantalón que le cubre los
muslos, representada con los brazos extendidos o levantados”.
Las figurillas masculinas tienen a veces una pequeña barba y
están más vestidas que las femeninas. En algunos casos hay
jugadores de pelota con guantes, y rodilleras, tal como los
llevarían todavía en tiempos aztecas. Las figurillas presentan un
adelanto técnico posteriormente, porque están a menudo pintadas
y bien pulidas. En la época de Ticomán posiblemente por
influencia de la cultura olmeca, ya por entonces muy desarrollada,
se crearon figuras huecas y recipientes de mayor tamaño con
formas humanas y rostros, pero sobre todo con forma de patos,
perros, pecarís, peces y sapos. Las sonajas, flautas y ocarinas de
barro demuestran que en estos tempranos tiempos ya se practicaba
la música junto con la danza y los juegos”.(Idem . P 349).
No se encuentran en la plástica de barro arcaica figuras de dioses
o de demonios. Es un arte demasiado individualista y realista para
prestarse a ese tipo de interpretaciones. No son, sin embargo,
solamente muñecos. Se han encontrado al lado de esqueletos de
39
adultos. Muchos de ellos parecen representar, como ocurre en el
Perú en la cultura Chimú, de tiempos preincaicos, las figuras de
los deudos, esposas, criados y animales domésticos de un difunto.
Solamente a finales del arcaico aparecer la figura de un “dios”,
hecha de barro y de piedra. Ese dios fue adoptado más tarde por la
cultura teotihuacana. Algunos arqueólogos creen que también las
figurillas desnudas de exuberantes mujeres eran diosas o
demonios de la fertilidad, enterradas en los campos para asegurar
buenas cosechas (Idem. P. 350).
El primer templo fue construido en esta última época. Se trata de
la pirámide de Cuicuilco, cubierta en su tercio inferior por la lava
del volcán Pedregal. El edificio, casi circular, tenía probablemente
cuatro cuerpos y veinte metros de alto con un diámetro original de
135 metros. Hoy mide unos ocho a doce metros menos porque el
recubrimiento exterior ha sido destrozado, en su mayor parte, por
los difíciles trabajos de remoción de la lava con dinamita. Fue
erigida poco a poco con barro aplanado y capas concéntricas, y
rodeado en su base con piedras empotradas en el suelo para evitar
el deslizamiento de las masas de arcilla. La pirámide estaba
recubierta con piedras sin labrar y sin mortero y tenía una tosca
escalinata a su lado oriental y en el lado occidental una rampa que
conducía a la plataforma. Se encontraba allí un altar de forma
rectangular que fue creciendo con el tiempo por diversas
superposiciones (Idem. P. 350).
Las dos culturas arcaicas del valle de México, La de Zacatenco y
la de Ticomán, parecen tener orígenes diferentes. La primera
provenía probablemente del occidente de México, y parece que no
se extendió más allá de la Meseta central. Se encontró una
cerámica parecida a la de esta cultura más allá de los Altos de
Toluca y del Estado de Michoacán, hasta los Estados de Colima,
Jalisco y Nayarit. La segunda, por el contrario, presenta evidentes
relaciones con Puebla, las costas del Golfo y con las regiones de
la ladera sur de la Meseta central. En estas regiones pareció que
estas culturas estuvieron floreciendo simultáneamente. García
Payón supone que los principios de esta cultura arcaica oriental se
sitúan, al igual que la cultura de Teotihuacán en las costas del
40
Golfo, habiéndose extendido en tiempos tempranos al valle de
México, donde participó en la formación del arcaico antiguo, el
cual consiste, según esta hipótesis, en la mezcla de elementos
atlánticos y pacíficos, conservándose, en forma pura, en la costa
del Golfo. En tanto que el fin de la cultura de Zacatenco se puede
explicar por un cambio de la población en el valle de México, no
se ha podido dilucidar el problema de la posible relación que
guarda la cultura de Ticomán con la de “Teotihuacán”. Sin
embargo, los hallazgos efectuados en el núcleo de la Pirámide del
Sol, de Teotihuacán, la más antigua construcción monumental en
esta gran metrópoli de la cultura teocrática en la altiplanicie de
México, corresponden al período de transición de ambas culturas.
Dichos hallazgos fueron considerados por un tiempo como
muestras de una relación incuestionable con la cultura arcaica.
Pero la duda permanece, ya que Eduardo Noguera pudo observar
en ellos, después de un atento estudio, algunas diferencias
fundamentales en el interior de la Pirámide del Sol. Entre estas
diferencias están la ausencia de orejeras cilíndricas de barro, tan
características de la cultura de Ticomán, y la pintura de los
fragmentos de cerámica encontrados, que se parecen mucho más a
la pintura de la cerámica tarasca que a las últimas fases de la
cultura arcaica de Ticumán. Por otra parte, se descubrieron en
Chimalhuacán, representante de la cultura arcaica posterior, los
restos de una cerámica más parecida a la cerámica de Teotihuacán
que la de todos los otros centros arqueológicos arcaicos. Armillas
considera los restos del interior de la Pirámide del Sol y los de
Chimalhuacán como una forma local de la cultura arcaica o como
eslabón entre la cultura arcaica más reciente y la teotihuacana más
antigua. Los comienzos de Teotihuacán se remontan en todo caso,
a un período durante el cual existía aún la cultura arcaica en el sur
del valle de México y alrededor de Cuernavaca. (Idem. P. 352).
Ordinariamente, los pueblos antiguos de los Estados de
Michoacán, Guanajuato, Colima, Jalisco, y Nayarit, son reunidos
por los antropólogos bajo el concepto global de pueblos de la
región occidental de México. La mayoría de ellos opinan hoy que
una importante rama de la cultura arcaica tuvo su raíz en este
suelo y que subsistió, por lo menos hasta el florecimiento de la
41
cultura de Teotihuacán, como un arcaico evolucionado, para crear
a la postre en la era tolteca, chichimeca y azteca - en parte bajo la
influencia de los pueblos nahuas – una cultura extrañamente
compuesta de elementos a la vez muy antiguos y muy
evolucionados, nativos y extranjeros, y cuyos portadores eran los
tarascos. Estos se defendieron tenazmente y victoriosamente
contra sus enemigos, los aztecas, con los que sostuvieron
sangrientas batallas en los Altos de Toluca, y sucumbieron
solamente ante la brutalidad sin par de Nuño de Guzmán, aquel
“tigre entre los conquistadores, que tampoco pecaban de mansos”,
como lo llamó Friederici. (Idem . P 353).
El arqueólogo mexicano Eduardo Noguera descubrió en 1938 en
la región noroccidente del Estado de Michoacán, a pocos
kilómetros del pueblo de Jacona y cerca de la aldea de El Opeño
unas tumbas cavadas a 1.10 metros de profundidad en tepetate
(piedra sedimentaria). Un estrecho pasillo con unos cuantos
escalones llevaba de la superficie de la tierra hasta la pequeña
cripta, cuya entrada estaba clausurada con una gran lápida, y en
cuyas paredes norte y sur los esqueletos estaban colocados
encogidos o extendidos, sobre unas bancas bajas también labradas
en la roca. Se ve que tales cuevas mortuorias fueron rellenadas de
tierra después de los funerales. Este hallazgo comprobó que en
una región de Michoacán había dominado la misma cultura de
Zacatenco, ya que las figurillas de barro que acompañaban a los
difuntos eran muy parecidas a las de Zacatenco. Se evidencia al
mismo tiempo que el arcaico había llegado a un desarrollo
superior al alcanzado por la misma cultura del valle de México,
como se ve por la construcción de las tumbas, y por la existencia
de algunos objetos que faltan en la otra: Orejeras de jade, una
figurilla de piedra verde de indudable estilo olmeca y un
instrumento en forma de hoz con una figurilla de serpiente
grabada en su superficie, único ejemplar encontrado hasta
entonces en México (Idem. P 353).
10.6.0 LAS CULTURAS DE COLIMA Y NAYARIT
42
Los documentos escritos no suministran casi ninguna información
sobre la historia de esta parte de México. El Estado de Jalisco
estaba ocupado por los tarascos solamente en su parte oriental, y
Colima era en esta época una de las regiones tributarias de los
aztecas. Originalmente existieron en esta región algunos Estados
independientes: Colima, que comprendía las tierras cerca de Autln
y de Sayula que hoy forman parte de Jalisco, y Nayarit con el
resto de Jalisco, cuyo nombre deriva de la palabra azteca Xalisco
(“A la vista de la arena”, es decir, de la costa) y que designaba, no
una región sino un pueblo al sur de la ciudad de Tepic en el
Estado de Nayarit. Como esta región costera sigue siendo
habitada lo mismo que la parte montañosa, por tribus nahuas de
idioma y costumbres antiguos, como son los cortas y los
picholees, y como ni en los nombres de los pueblos y lugares
ninguno indica una familia lingüística diferente, es casi seguro
que la población antigua se componía solamente de nahuas (Idem.
P. 354).
Solo ha sido posible conocer su cultura, de la cual las fuentes
históricas no dicen nada, gracias a una cantidad inagotable de
restos materiales, sobre todo de recipientes, y figuras de barro,
que como fuente histórico – cultural desempeña un papel similar
al de la cerámica del antiguo Perú. Además de éstas, conservadas
en gran cantidad y que se pueden encontrar en diversos museos y
colecciones privadas, se conocen de esta región costeña unos
metates que se distinguen de los metates aztecas por la ausencia
de patas; cabezas de mazos, hachas de piedra, en forma de
Estrella Matutina, parecidas a las del antiguo Perú; y algunas
herramientas de cobre de forma extraña, por ejemplo unas hojas
de azada, objetos que muy rara vez o nunca se encuentran en el
resto de México (Idem. P 354)
En cambio, no parecen haber existido construcciones y esculturas
de piedra en Colima, Jalisco y Nayarit y se desconocen en gran
medida las circunstancias en que fueron hallados los ejemplares
de cerámica. Lo cierto es que formaban parte de las ofrendas
mortuorias, de manera que representan los rasgos del difunto o
todo aquello que lo había rodeado en vida y que no debía faltarle
43
en el más allá: Sus esposas, criados y esclavos. También hay
copias de instrumentos y edificios, vasijas en forma de calabaza
sostenidas por tres figurillas humanas o animales, y con formas
totalmente abstractas, casi surealistas. Faltan en esta cerámica
igual que en la arcaica, imágenes de dioses o de demonios. La
disposición de las tumbas allí encontradas es fundamentalmente la
misma de El Opeño y se parecen mucho a las tumbas subterráneas
de la antigua población de Caucatales en Colombia. La mayoría
de las grandes figuras huecas de barro no son simples esculturas.
Sirven al mismo tiempo como recipientes, así como en el antiguo
Perú. Lo que eleva las grandes figuras huecas de barro por encima
de la plástica arcaica es la capacidad del artista de expresar
distintos estados de ánimo: La alegría, y el goce, pero también el
asombro, el miedo, y el desagrado (Idem. P 356).
La importancia histórico – cultural de esta cerámica del occidente
de México no es menor que su importancia artística. Después de
un cuidadoso estudio del rico material expuesto en la ciudad de
México en el año de 1946, que comprendía la colección del pintor
Diego Rivera, y las de otros amantes del arte, Paul Kirchhoff
concluyó que estas figuras de barro representan tres tipos
antropológicos principales de la antigua población del occidente
de México, de los cuales dos tipos de culturas habían residido en
el sur de Nayarit y del vecino Estado de Jalisco, y el tercero en
Colima (Idem P 356).
La expansión de estos tipos humanos corresponde más o menos a
la extensión de los dos pequeños Estados mencionados, pero hay
que recordar que uno de los tres tipos representa una capa más
antigua que se había expandido por toda la región. Este tipo fue
sometido posteriormente por otras tribus y rebajado a una
condición servil. Un residuo de este estrato de población parece
haber sobrevivido en la costa meridional vecina del Estado de
Colima. Algunos testimonios españoles afirman que había allí una
tribu cuyos miembros andaban enteramente desnudos. La
desnudez es una de las características de aquel tipo de figuras. El
que esta gente era considerada como socialmente inferior por la
población de Colima, y utilizada para los menesteres más
44
humildes, se expresa en la cerámica de Colima en que los
cargadores y portadores de andas, pero también ciertas categorías
de guerreros, y de músicos, se representaban siempre desnudos.
Otras particularidades etnográficas de este mismo tipo son sus
artísticos peinados, el tatuaje o la pintura facial (las mujeres se
adornaban de la misma manera desde el vientre hasta las rodillas),
el uso de pequeños banquitos de cuatro patas, escudos
rectangulares que a veces cubren todo el cuerpo, y cortos mazos
con o sin mango de piedra. Todos son objetos, que resultan
elementos extraños en suelo mexicano, y no son necesariamente
característicos de una cultura poco desarrollada. Las figuritas del
segundo tipo llevan ya ciertas prendas de vestir: Un taparrabo
muy ancho, parecido a un calzón, una corta camisa que a veces no
llega ni al ombligo y un manto amarrado por encima de un
hombro con una cuerda que pasa por debajo del otro hombro de
manera que cubra solamente un lado del cuerpo. La mayoría de
las mujeres del segundo tipo llevan faldas, a veces también
taparrabos y en ocasiones unos mantos que les cubren los
hombros. Toda la ropa está ornamentada con diseños
multicolores, lo que demuestra un alto desarrollo del arte de tejer
(Idem. P 358).
A estos dos grupos de población, que parecen haber convivido en
paz en el sur del Estado de Nayarit, se añade el tercer tipo
mencionado arriba, altamente civilizado que prevaleció en el
Estado de Colima. Aquí la indumentaria masculina está
plenamente desarrollada y expresa diferentes rangos sociales y de
clase. Las narigueras son raras pero, en cambio, las orejeras
consisten en grandes discos. Los guerreros van provistos de
rígidas pecheras, yelmos, mazos, y hondas, lo que hace pensar
que el arte militar había llegado a un alto desarrollo. Las figuras
que “descansan” dignamente en sillones con respaldo o en
angarillas con baldaquín hablan de la existencia de una sociedad
privilegiada. Las figurillas de jorobados (quizás esclavos de la
Corte), los acróbatas, mujeres con niños en los brazos y apoyados
en la cadera y las figurillas de animales, son otros temas del arte.
Muchos pequeños grupos de figuras describen escenas de la vida
social, y religiosa (Idem P. 358 y 359).
45
Lo curioso es que esta zona cultural del pacífico es
ostensiblemente diferente de las demás regiones del antiguo
México y sus paralelos no se encuentran, con frecuencia, en
Mesoamérica sino en América del Sur, en los Andes de Colombia
y en el Perú. La transformación y la subsiguiente evolución del
arcaico en la parte occidental de México parecen deberse pues a
“influencias extranjeras (Idem P 359).
La antigüedad de la cerámica de Colima y Nayarit no puede
determinarse más que de manera aproximada., porque no se han
hecho suficientes excavaciones. Algunos arqueólogos opinan que
es de la época del florecimiento de la “cultura teotihuacana”, lo
que no parece probable por existir ya la elaboración de metales
para hacer herramientas y objetos de adorno. La cultura de
Teotihuacán no dejó huellas, por lo que se sabe, en estas lejanas
regiones costeras. En Jiquilpán cerca de la frontera con Jalisco, se
encontraron vasijas de barro cuyos diseños estaban raspados y
rellenos de pintura, parecidos a los de Teotihuacán en sus motivos
(procesiones de sacerdotes o de guerreros), y en Huetamo, cerca
de la frontera con Guerrero, se hallaron unas figuras de arcilla de
mujeres excelentemente modeladas, similares a las
representaciones humanas de Tehotihuacán. Esto hallazgos parece
que tienen muy poco que ver con los tarascos, ya que no tuvieron,
como se dijo atrás, en su cultura, una época teocrática. Y se sabe
que las influencias desde la parte oriental de la Meseta Central de
México solo empezaron a dejarse sentir desde el año 1200
después de Cristo (Idem P 359).
10.7.0 EL PUEBLO TARASCO
No se conoce con precisión el origen del pueblo tarasco. Sin
embargo un “lienzo”, hallado en Jucutácatro, pueblo tarasco,
describe en unos dibujos acompañados de caracteres aztecas,
cómo una tribu de toltecas inmigra desde su patria mítica allende
el mar, en la región de Michoacán y cómo se establece en
Xiuhquillan (Tzitzupuan en tarasco), “El lugar del índigo”. Esta
46
gente se dedica a metalurgia y se extiende después por el distrito
de las minas de cobre en la región del río Balsas, en la frontera sur
del país tarasco. Aunque parece poco probable que quienes
llegaron al Estado de Michoacán fueran realmente trabajadores
del cobre, pues este arte es mucho más antiguo y había alcanzado
muy superior al de los inmigrantes, parece no haber dudas, en que
un grupo de nahuas llegó a la región michoacana durante la época
tolteca o chichimeca. Su idioma parece ser un caso
completamente aislado. Su tradición menciona como su patria
original el pueblo de Zacapu (Tzácapu) dentro del propio Estado
de Michoacán. Un lago volcánico, en el cráter de una montaña
ubicado allí, mantenía excitada la imaginación y los recuerdos de
sus habitantes. Pero según los aztecas, no obstante su idioma
extranjero, provenían con los nahuas de la misma patria original
de las demás tribus. Varios rasgos chichimecas de su cultura, que
conservaron hasta los últimos días de su independencia, parecen
señalar que en un principio habían sido cazadores (Idem P. 360).
Los aztecas llaman al pueblo tarasco “michaque” (gente que tiene
pescado”) El lago de Pátzcuaro, donde fundaron su capital,
Ttzintzun tzan (“lugar de los colibríes”), era y es un paraíso para
los pescadores tarascos, de donde derivaban entonces parte de su
sustento, dejando en segundo plano de importancia la agricultura
que les brindaba sus alimentos básicos. Allí, en sus riberas e islas,
construyeron los tarascos más de veinte poblados (Idem P 360).
Lo que sabemos acerca de la “cultura tarasca” de los últimos
tiempos prehispánicos se deriva de la “Relación de Mechuacan”
(por desgracia incompleta), cuyos dibujos permiten dar, no
obstante su poco hábil ejecución, una ojeada sobre los usos y
costumbres de la región michoacana, en ocasiones muy distintas
de las costumbres de los aztecas.. Esa historia proviene de un
monje franciscano, a quien Antonio de Mendoza, primer virrey de
la nueva colonia, encargó que escribiera la historia de este pueblo,
más o menos en el año de 1550. Esta se basa en informes
aborígenes dignos de crédito, pues era una costumbre entre los
tarascos que el gran sacerdote relatara en una fiesta anual toda la
47
historia del país a los caudillos de las aldeas y provincias para
mantenerla viva en la memoria de sus habitantes. La historia
comienza con la fundación de la Ciudad de Pátzcuaro por
Tariácuri, el primer rey legendario de los tarascos, quien unió las
tribus tarascas rivales que habitaban la región del lago de
Pátzcuaro en una liga tripartita con las capitales Tzintzuntzan,
Ihuatzio y Pátzcuaro. La liga llegó a su apogeo bajo el reinado del
sobrino nieto del primer rey, Tzitzi Phandácuare, quien ya
gobernaba sólo y luchó, con éxito contra los aztecas, extendiendo
su imperio hasta las fronteras de Colima. Sin embargo, el Imperio
tarasco que durante un tiempo pudo rivalizar, de igual a igual con
el Imperio azteca, decayó bajo el reinado de su hijo Tangaxoan
Tzintzicha. Designado éste en los relatos de aquel tiempo con el
nombre azteca de “Caltzontzin” o “Cazonci”, que parece
significar “Sandalia rota” (caczoltzin), ya que, según la
costumbre, compareció en Ciudad de México ante Hernán Cortés
vestido de harapos, en señal de sumisión, acabó en 1552 sus días
en la pira, condenado por Nuño de Guzmán a pesar de haberse
convertido al cristianismo. Este aspiraba al tesoro de los tarascos,
pero no le pudo ser entregado, ya que había sido robado años atrás
por Cristóbal Olid, uno de los oficiales del ejército de Cortés,
quien despojó de la tesorería de Ihuatzio a los tarascos, dejando
solamente un insignificante residuo (Idem Ps 360 y 361).
Nicolás León y Eduard Seler escriben amplios comentarios sobre
aquel valioso documento. Entre otros informes, dice que los
tarascos no se denominaban a sí mismos de tal manera. La
designación surge apenas en tiempo de los españoles y se debe
(según Eduard Seler) a un equívoco, porque la expresión
“tarascue” significa en el idioma de los nativos “mi cuñado”, y se
emplea para dirigirse a los españoles, porque éstos se casaban con
mujeres tarascas en los primeros tiempos de la Conquista (Idem P
361).
Según los mismos autores, los tarascos se distinguían en su traje
de los demás habitantes del altiplano, en que en vez de taparrabo
llevaban una larga camisa sin mangas que llevaban hasta las
rodillas. Su costumbre de raparse completamente la cabeza
48
practicada por hombres y mujeres, les daba un aspecto extraño.
De aquí que los aztecas los llamaran también "cuaochpanme”, es
decir, “gente que se barre la cabeza” Como se depilaban el
cuerpo, se ven entre los tarascos, por primera vez pinzas de metal
(de oro entre los sacerdotes), utensilio desconocido en el resto de
México, pero de uso generalizado en el antiguo Perú. Sus adornos
labiales y orejeras eran mayores y más artísticos que entre los
demás pueblos mexicanos y practicaban en mayor grado la
mutilación de los colmillos por incisión. Los tarascos vivían en
una región boscosa, por lo que la madera desempeñaba entre ellos
una función más valiosa que la piedra y los adobes. Vivían en
“juncales”, o sea en casas con paredes de madera y techos de paja.
Por lo general las moradas de los nobles y los templos tampoco
eran de piedra y la gran fortificación erigida por los tarascos en la
frontera de su país, en los altos de Toluca, para protegerse de los
aztecas era un baluarte de troncos de encino, dos veces más alto
que un hombre, empotrados en el suelo. Por eso se llamaba
Tlaximaloyan (“En donde se corta la madera” entre los aztecas, de
donde deriva el actual nombre del lugar, Tajimaroa Este baluarte
era sólo una de las guarniciones fortificadas que rodeaban la
región tarasca en el norte, este y sur para protegerla del ataque de
los chichimecas, otomíes y aztecas. Esas guarniciones formaban
una gran cadena que corría paralela a los actuales límites del
Estado de Michoacán, frente a una serie de fortificaciones aztecas
(Idem. P 362).
En el valle del río Balsas, cuyo río trataron de cruzar los tarascos,
apenas en la última época de su independencia, para llegar hasta
la costa del Pacífico, los aztecas construyeron, cerca del pueblo de
Oztuma, en el norte del Estado de Guerrero, un poderoso fuerte
con el fin de asegurar su dominio de la región de los chontales,
rica en algodón y cacao. Este fuerte existe en nuestros días y se
encuentra en la cima de una montaña. Su entrada está protegida
en un extremo, por un ancho y profundo foso y un fuerte parapeto
y en el otro extremo se yergue amenazador un segundo fuerte
rodeado por un muro triangular. Estos medios de defensa dan
testimonio de cuán temidos eran los tarascos, por los aztecas, a
pesar de su armamento inferior. Estos no poseían un arma tan
49
eficaz como la espada de obsidiana de los aztecas. Usaban unos
mazos de madera con empuñadura esférica, tal como existían en
fechas recientes en la parte noroccidental de México (Idem P.
363).
Si bien Michoacán no tiene la riqueza en edificios y esculturas
que poseen las demás provincias culturales de México, abunda, en
cambio, en magníficas “obras de artesanía”. Sahagún llama a los
tarascos “verdaderos toltecas” (o sea artistas) y alaba a los
hombres como grandes expertos en los trabajos de pluma,
carpintería, talla de madera, pintura y labrado de piedra. Y a las
mujeres, como diestras en toda clase de tejidos y labores de aguja.
Ciertos hallazgos probaron la evidencia de tales afirmaciones,
pero fueron las excavaciones más recientes, que muestran la
riqueza material y las aptitudes de los artesanos tarascos en la
época de apogeo de su cultura. Un gran testimonio, si no el mejor
hasta ahora, está en el descubrimiento de dos tumbas intactas de
los criados y esposas de un príncipe tarasco, al pie de una de las
cinco pirámides del templo principal de Tzintzuntzan. En la
tumba de los criados, que contenía cinco esqueletos, se
encontraron adornos labiales y orejeras cilíndricas de obsidiana
que sobrepasan, junto con los grandes espejos y las máscaras del
mismo material volcánico duro y quebradizo conocido desde
hacía mucho tiempo, todas las antiguas obras mexicanas hechas
de la misma piedra. Las orejeras tienen la forma de anillos de
servilletas, sus paredes son de una delgadez de papel y los
adornos labiales, parecidos en su forma a los de los aztecas, tienen
en su frente finísimas incrustaciones de pequeñas placas de oro y
turquesa. La tumba masculina contenía, además, una asombrosa
cantidad de objetos metálicos: Pinzas de plata para depilarse,
anillos de alambre de oro adornados con turquezas, cascabeles de
cobre dorado que colgaban de los trajes, brazaletes de cobre
laminado, anzuelos y un hacha de cobre fundido, en la que se
conservaba una parte del mango de madera. La tumba de las
mujeres en la que había nueve esqueletos, contenía otros
instrumentos del mismo metal: agujas para coser, alfileres de
cabeza con cascabeles en un extremo y barritas que terminaban en
cabezas de serpiente (Idem P 363).
50
El alto desarrollo de la industria de la obsidiana no puede extrañar
en una región tan volcánica como el Estado de Michoacán. Pero
el hecho de que los tarascos trabajaran también el “cobre” en
mayor cantidad y con mayor maestría que todas las demás tribus
mexicanas, incluidos los zapotecas, se explica, no solo por los
grandes yacimientos de ese metal, sino porque la desembocadura
del río Balsas, frontera meridional de la región tarasca había sido
antiguamente una puerta abierta a las influencias de Suramérica.
No obstante, las formas de sus utensilios de cobre muestran la
independencia de los tarascos de cualquier influencia extranjera.
Hay, por ejemplo, lunas crecientes de cobre dorado, usadas como
pectorales con su lado cóncavo hacia abajo, y cascabeles en forma
de tortuga en filigranas de alambre de soldado, cosas que no
existen en Suramérica ni en las demás culturas de México. Es
probable que los trabajos en oro hubieran tenido la originalidad
que podría suponerse. Había una increíble cantidad en el tesoro
público tarasco cuando Cristóbal de Olid apareció en Michoacán,
pero muy pocos objetos se salvaron del crisol de los españoles
(Idem. P.364).
Una tercera rama de las artesanías, además de la obsidiana y la
metalurgia, es el arte del “mosaico de plumas”. La iglesia católica
encargaba a los tarascos, aún mucho tiempo después de la
Conquista, la fabricación de utensilios de altar, imágenes de
santos y ornamentos sacerdotales enriquecidos con mosaicos de
plumas. Algunos ejemplares extraordinarios de este arte indígena
con vestidura cristiana pudieron conservarse afortunadamente en
las ciudades de México, Madrid, Florencia y Berlín (Idem. P
364).
10.7.1 LA CERÁMICA TARASCA
La “cerámica” tarasca, durante mucho tiempo descuidada por los
arqueólogos, despertó su interés hace poco cuando excavaciones
emprendidas en Cupícuro, a orillas del río Lerma en el Estado de
Guanajuato, y en Tzintzuntzan, permitieron el descubrimiento de
numerosas vasijas de barro, que pueden compararse en cuanto a
51
forma y decoración, con los mejores productos de la alfarería
mixteca y nahua. El mayor encanto de la cerámica tarasca
consiste en su pintura policroma, en el brillo de sus colores, en la
severa belleza de sus formas y en sus ornamentos generalmente
abstractos. En los recipientes de Chupicuaro, la arcilla es de un
grano un poco menos fino y el colorido un poco más primitivo.
Sus formas, entre las cuales están las vasijas con “asas de estribo”
y con rostros humanos en relieve, muy raras en México pero
frecuentes en el antiguo Perú, y sus diseños geométricos,
muestran que los antiguos alfareros seguían sus propios caminos,
libres de toda convención y con casi total independencia de los
demás pueblos mexicanos, salvo de los alfareros de Colima,
puesto que se encontraron en Chupícuaro los mismos grandes
recipientes de barro en forma humana como los fabricados en
aquella región. La cerámica llega a su cúspide con los recipientes
de barro encontrados en Tintzuntzan. Sus paredes son muy
delgadas, y su pintura en rojo, blanco y rojo es prueba de un gusto
cultivado. Se encuentran a menudo platos trípodes, y también los
frágiles tazones adornados con motivos de aves estilizadas que
descansan en tres pequeñas patas (Idem. P365).
Los alfareros de Chupícuaro y Tzintzuntzan empleaban la
“pintura en negativo”, tan frecuente entre los tarascos, en la que
los diseños se aplicaban en el barro con cera líquida, tal como se
hace en el batik. La cera se derretía mediante agua caliente
después de haber recubierto toda la vasija de un color oscuro, de
manera que los diseños se destacan en color claro sobre fondo
oscuro. Esta técnica provenía probablemente del sur de
Mesoamérica o del noroccidente de Suramérica. Tuvo que ser
importada desde tiempos muy antiguos, puesto que en el valle de
México hay ejemplos, aunque esporádicos, de esta cerámica en
las culturas de Ticomán y Teotihuacán. Los Estados de Jalisco y
Michoacán constituyen, verdaderamente, su principal región de
dispersión. Dentro de las piezas de uso común, elaboradas en
barro, que deben mencionarse, tenemos también las pipas para
fumar tabaco que tenían entre los tarascos una forma angulosa
parecida a la de las pipas del este de Norteamérica (Idem P. 366).
52
.El desarrollo de todas las técnicas de la artesanía tiene un rasgo
característico en todas las culturas de México en su época más
reciente: Son más la expresión de la alegría de vivir y la
satisfacción de una necesidad personal de adornarse, y menos la
expresión de un culto religioso. Ello coincide con el despliegue de
pompa de una poderosa “monarquía”. ((Idem P. 366).
El Imperio tarasco, igual que el azteca, derivan de la alianza de
diversas tribus hasta culminar en la formación de un Estado
unitario. La dignidad real se reconocía exteriormente por una
cinta frontal, no de piel, como en la gente común, ni de algodón,
como en los sacerdotes, sino hecha con las hojas de determinada
hierba, y era heredada del padre, al hijo y al nieto, generalmente
durante la vida del padre, quien se retiraba inmediatamente
después de la elección del sucesor. El rey era, no sólo la máxima
autoridad terrena o profana, sino la máxima autoridad religiosa
del Estado, puesto que el ídolo del dios principal “Curicáueri”
(gran quemador”), estaba a su cuidado personal y puesto que se
ocupaba de los más importantes actos del culto, entre los cuales
contaba el de ser el juez supremo. El rey disponía de
lugartenientes o de ayudantes para la administración del Estado,
la dirección de la Guerra, la jurisdicción y el culto de los dioses
(que correspondían más o menos al Cihuacóatl y al Tlacatéccatl
de los aztecas). Había, además, gobernadores de provincia,
caciques aldeanos y un enorme séquito de cortesanos de todas
clases. Esta forma de administración fue importada tardíamente
como imitación del gobierno de los Estados nahuas de la Meseta
central. Cada expedición guerrera era precedida de ritos mágicos
en que se aniquilaba simbólicamente al enemigo y la guerra
terminaba con la matanza implacable de todos losa prisioneros,
salvo los adolescentes que eran adiestrados como esclavos. La
muerte de un príncipe se acompañaba, según los viejos relatos, de
actos despiadados, como era matar a sus esposas y criados, los
cuales se enterraban detrás de la pirámide escalonada del templo
mayor. El cadáver del rey se incineraba como entre los mixtecas y
aztecas, y sus restos se guardaban dentro de un bulto funerario
colocado en una gran urna, que finalmente se sepultaba en una
fosa rectangular cubierta de vigas al pié de la pirámide. Los
53
hallazgos de tumbas confirman estas descripciones (Idem. P.366 y
367).
Muchas expresiones de la cultura tarasca tienen rasgos exótico –
bárbaros, como si se hubieran impuesto elementos de una cultura
superior a una base primitiva. Lo mismo se percibe con respecto
al arte religioso, que se agota casi totalmente en la arquitectura de
templos, pues se han hallado muy pocas esculturas de piedra. Esta
arquitectura tarasca se parece muy poco a la del resto de México,
aunque muestra ciertos rasgos fundamentales comunes, pues se
apoyaba en las formas elaboradas durante la era teocrática. Los
templos – pirámide tarascos, llamados “yácatas”, coinciden con
ciertos grupos de edificios totonacas de tiempos recientes, que se
componen de un cuerpo redondo y otro rectangular. Este
parecido, que se origina en tiempos recientes, es solo externo. Los
núcleos de las yácatas no consisten, como en los templos del resto
de México, de piedras y tierra, sino de capas sueltas de piedras,
recubiertas después con lápidas labradas y unidas con arcilla, que
se obtenían de una piedra volcánica llamada “yanamu” en
Michoacán (Idem P. 368 y 369).
10.7.2 LA RELIGIÓN TARASCA
La considerable actividad volcánica del país, que causó grandes
catástrofes también en tiempos pasados, es probablemente el
motivo por el cual el “culto al fuego” constituye el centro de la
religión tarasca. Recoger leña, encender y mantener las piras
sagradas eran no sólo deberes principales del rey y del Petámuti o
sumo sacerdote, quien mandaba a toda una clase de sacerdotes
subordinados llamados “Cúriti – echa” (que significa
“quemadores”), sino que además formaban parte importante de
las ceremonias guerreras y de las bodas, en las cuales la novia
entregaba al novio una hacha para cortar leña y un petate y una
cuerda para liarla. La alta estima del dios del fuego, que se
asociaba con el “dios sol”, contrasta entre los tarascos, en
términos de su alta estima, con el papel predominante del dios de
la lluvia, en la era teocrática del resto de México. La diosa de la
54
luna (Xarátanga) era venerada originalmente en Tzintzuntzan y
actuaba igual que entre los aztecas, al mismo tiempo como diosa
de la tierra, de la vegetación y del parto, por lo que era patrona de
los baños de vapor. Estos baños de vapor eran usados
preferentemente por las mujeres embarazadas para aliviar el parto
(Idem P. 31 y 371), pero presidía también los juegos de pelota,
cuyo nombre en tarasco es queretha, nombre que sobrevive en la
ciudad de Querétaro en México.
10.8.0 LA CULTURA OLMECA
Hasta ahora no nos hemos referido a un grupo de pueblos que
durante un tiempo tuvieron estrecha relación con la región central
de México, pero cuyo contacto fue interrumpido cuando se vieron
forzados a ceder ante la presión de unas tribus primitivas de la
rama cahita, perteneciente a la familia lingüística de los uto –
aztecas. Este hecho se conoce, por consecuencia de las
excavaciones de algunos excavadores norteamericanos en el
Estado de “Sinaloa” y el territorio adyacente del Estado de
“Nayarit”, - es decir, más o menos la región costera entre el río
Sinaloa al norte y el río Grande de Santiago al sur -, que había
sido, como pudieron comprobar algunos arqueólogos
norteamericanos, al realizar sus excavaciones, lugares que habían
tenido, durante cierto tiempo, estrechas relaciones con la región
central de México (Idem. P. 372).
Los poblados de Guasave en el norte, Culiacán en el centro y
Chametla en el sur eran centros importantes de esta población
civilizada de indudable origen nahua, aunque se orientó más por
las civilizaciones del centro de México que por las culturas Pima
y Pueblo del suroeste de Estados Unidos, a pesar de la cercanía a
estos últimos. Esto fue visto claramente por los hallazgos de
Gordon Ekholm en 1938 y 1939 en un gran montículo artificial
cerca de Guasave junto al río Sinaloa. En el montículo funerario
de Guasave, en medio de gran cantidad de artículos parecidos a
los que se han encontrado en la Meseta central, lo acompañaban,
lo que es muy interesante, unos recipientes de barro (Idem P.
373).
55
El grupo más interesante lo formaban una vasijas cuya pintura
policroma combinada, a menudo, con delicados diseños rasgados,
se parece en su estilo y en sus motivos decorativos a la pintura
policroma de los recipientes de barro de Cholula y de los
mixtecas. Contienen imágenes de dioses que podrían haber sido
copiados del Códice de Borgia y de las escrituras pictográficas
mixtecas. La aparición de platos y copas trípodes altas y de
ensanchadas en su parte superior, subrayan aún más este parecido
entre la cerámica de Guasave y la clásica de Cholula.. Ekholm
supone que esta cerámica superior fue introducida en el noroeste
de México por un pequeño grupo de nahuas venidos de la Meseta
central. El camino que debieron recorrer tenía más de 1.700
kilómetros de largo y tuvo que pasar por el norte del lago Chapala
hacia Tépic y por todo el Estado de Nayarit, pero sin tocar las
regiones del “arcaico evolucionado” de Michoacán, Jalisco y
Colima. Según el arqueólogo mencionado, esa migración debió
ocurrir alrededor del 1300 después de Cristo o poco después.
Parece que estamos en presencia de la contraparte, hacia el norte,
de la migración de los toltecas de Ceácatl hacia Chichén Itza, con
la diferencia de que los nahuas ejercieron sobre la población
nativa del norte una influencia mucho menor y menos prolongada
que la de los toltecas sobre los mayas de Yucatán (Idem P. 373).
Esto debió ocurrir en parte, a que los inmigrantes llevaron al
noroeste de México únicamente algunos fragmentos de la rica
cultura de la Meseta central. Es inútil buscar en Sinaloa
construcciones de piedra, pirámides – templo o esculturas de de
dioses en piedra o barro. Sin embargo existen en el Estado de
Zacatecas dos ciudades en ruinas que compensan esa ausencia: La
Quemada, cera de la ciudad de Villa Nueva y Chalchihuites, casi
en los límites con el Estado de Durango. Cuando una tropa
española recorrió estas regiones durante la expedición de
conquista de Nuño de Guzmán, bajo el mando de Pedro
Alméndez Chirinos, encontró en 1529, entre los indígenas
“chichimecas auténticos”, se encontró una población de
zacatecas, lejanos parientes de los aztecas, que practicaban en
medida reducida la agricultura y vivían en aldeas. Guiaron a los
56
españoles, según narra el cronista español Tello, hasta un gran
pueblo zacateca llamado Tuitlan, a orillas de un riachuelo,
después de pasar por una gran ciudad en ruinas y abandonada con
magníficos edificios de mampostería, cuyas imponentes ruinas se
conocen hoy en día por el nombre de la vecina hacienda la
Quemada. Walter Krickberg describe minuciosamente la ciudad y
los templos y ciudadelas defensivas, que, en época de paz servían
para el culto y en época de guerra podían albergar toda la
población de la región para protegerse (Idem P. 375).
10.8.1 LA CERÁMICA OLMECA
Aparece, además en esta parte noroccidental de México, una
cerámica extraña que se encuentra también en algunos pueblos del
Estado de Jalisco al oeste de la ciudad de Guadalajara (Estanzuela
y Totoate); algunos ejemplares llegaron como artículos de
exportación al valle de México e incluso a la ciudad de Chichen
Itzá. Su artístico adorno se logra aplicando una capa de material
oscuro que una vez seca se elimina con un instrumento punzante,
salvo los estrechos contornos de las figuras y los diseños
geométricos. Los huecos se rellenan con materiales de varios
colores. Este producto se llama “cerámica cloisonné”, porque el
auténtico “cloisonné” de los pueblos del Asia oriental presenta
también las estrechas separaciones entre los colores fundidos,
aunque aquí están formados por delgadas piezas de metal. Se trata
de una clase de cerámica antigua, muy caracterizada, cuyo
decorado deriva probablemente de una técnica más antigua
empleada, probablemente en piezas de madera (Idem Ps. 376 y
377).
10.8.2 LA ESCULTURA OLMECA
Alfredo Chavero, pionero de la arqueología mexicana, llamó la
atención en 1884, sobre algunas esculturas de piedra extrañas
encontradas en la costa del Golfo de México. Se trataba de una
gigantesca cabeza humana y de una colosal hoja de hacha que
llevaba en la parte superior una cabeza del mismo estilo, pero
cuyos rasgos se habían ajustado a los de una cara de jaguar. Estas
57
mismas misteriosas cabezas y figuras humanas o animales enteras
se hallaron posteriormente no sólo en la costa del Golfo sino
también los Estados de Morelos, Guerrero, Puebla, Oaxaca y
Chiapas. El arqueólogo norteamericano Saville fue el primero que
relacionó esos descubrimientos con los “olmecas” de quienes se
tenía noción, solamente por referencia de los aztecas y los mayas
(Idem P. 378).
No se puede negar que al contemplar estas figuras y cabezas se
tiene la impresión de encontrarse frente a una “raza” no
representada en ninguna otra parte de Mesoamérica: Los cuerpos
son robustos, casi bastos, de anchos hombros, brazos y piernas
cortos y son, con frecuencia obesos. Las cabezas son redondas, a
veces en forma de pera, de frente abombada; la nuca es corta y
carnosa, la nariz ancha y chata, los párpados a menudo son
rasgados, el labio superior abultado, de manera que se ven los
dientes superiores, mientras que la comisura de la boca se
prolonga hacia abajo.; el mentón ostenta algunas veces una
pequeña barba. No hay que tomar la forma extraña de la nariz y la
boca como una característica racial. La explicación, más bien, es
que se deriva de una cara de jaguar. Los rasgos animales son a
veces tan marcados que se les ha dado a estas cabezas el nombre
de “tiger faces”. Una cabeza olmeca excepcionalmente hermosa,
de jade, originaria del Estado de Tabasco, y que había pertenecido
al Museo de Etnología de Berlín, muestra en una mejilla un
tatuaje que representa una cabeza estilizada de jaguar. El mismo
motivo está grabado también en la mejilla de una figura olmeca
de jade que representa un jaguar y que proviene de las montañas
del norte de Puebla. Las cabezas de las grandes hachas de
ceremonia olmecas muestran todas las transiciones entre el rostro
humano y la cara del animal y tienen, además de la extraña
formación de la boca otras dos peculiaridades que no se
encuentran en la naturaleza: Cejas ornamentales flamígeras y una
hendidura en forma de V en medio de la frente, señalada todavía
en cabezas humanas de barro de la cultura teotihuacana.
Existen en el mismo arte cabezas y figuras humanas en escultura
redonda, en las que estos elementos simbólicos desaparecen casi
por completo, logrando un realismo que supera todas las demás
58
representaciones humanas en Mesoamérica. La cima de este arte
figurativo perfecto la representa un hombre desnudo sentado, de
conformación atlética, que bien podría ser un luchador o un
jugador de pelota. La figura fue encontrada en Tabasco y es la que
se parece más que ninguna otra escultura mesoamericana a la
plástica de Asia oriental (Idem P 379).
10.8.3 EL PAÍS OLMECA
El velo que cubría el misterio de las esculturas olmecas se fue
levantando, a partir de 1938, con la exploración de las ruinas y
“centros de hallazgos” olmecas por parte de algunos arqueólogos
norteamericanos. Los restos se extienden por toda la costa del
Golfo, desde la laguna de Alvarado, al sur del puerto de Veracruz,
hasta la laguna de Términos, en los confines del Istmo de la
Península de Yucatán. Esta región era llamada “Olman” (“País
del hule”) por los aztecas y pertenecía, con su parte occidental, -
las provincias de Cuetlaxtlan (ahora Cotastla) y Tochtépec ((Hoy
Tuxtepec) -, a los distritos tributarios de los aztecas (Idem P 380).
Los olmecas eran aún para los informadores de Sahagún un
pueblo de marcada idiosincrasia, a pesar de no existir ya como
grupo lingüístico independiente. Se dice que su patria era un
verdadero paraíso, tierra de la abundancia y de grandes riquezas
en la que había todas las especies de alimentos y sobre todo,
aquellos productos del trópico tan deseados por los aztecas: El
cacao y el caucho, aves de plumaje multicolor, como el quetzal, el
cotinga, el turpial y la garza, además de valiosos metales y
minerales: En primer lugar el jade y la turquesa, el oro y la plata.
De aquí el lujo de la vestimenta de los olmecas, distinta de los
vestidos del altiplano, ya que usaban, además de la ropa de
algodón, vestidos de fibra de amate y sandalias de hule al lado de
las de cuero. Sus viviendas eran de madera. No necesitaban casas
de piedra en aquel acogedor clima tropical. Los olmecas se
rapaban la cabeza (hombres y mujeres), costumbre tomada de
ellos por los toltecas de la costa). El informe de Sahagún, alude,
dentro de su armamento, además de arcos y flechas, unas hachas
de cobre. Pero tal informe se refiere, obviamente a unos pocos
59
siglos, quizás, antes de la Conquista, pues no se han encontrado,
hasta la fecha, objetos de metal en las antiguas ciudades olmecas
(Idem P 380).
Las primeras noticias precisas que se tienen acerca de las ruinas
olmecas proceden de un viaje de exploración de Blom y La
Fargue en 1925. Fueron investigados con mayor atención en tres
puntos de la costa de l Golfo por Matthew W. Stirlingt, director
de la Oficina Etnográfica de La Institución Smithsoniana, y por
sus colaboradores C: W: Weiant, y Philip Druker. Estos lugares
son: “Tres Zapotes”, en la planicie surcada por barrancos al pié de
los volcanes del distrito de Tuxtla, “La Venta”, que se encuentra
en medio de los pantanos de manglares, cerca de la
desembocadura del río Tonalá (límite occidental del Estado de
Tabasco) y el “Cerro de las Mesas”, en una de las lomas de arena
que durante la temporada de lluvias sobresalen de los campos
inundados en Mixtequilla (Idem P 382).
10.8.4 LA ARQUITECTURA.
EL URBANISMO
En ninguno de estos tres lugares hay “edificios” importantes.
Consisten, por lo general en montículos de tierra, que sólo rara
vez presentan un recubrimiento de piedras y escalinatas de
mampostería, como en Tres Zapotes, o con una capa de estuco
hecha de una mezcla de conchas calcinadas y arena, como las
grandes plataformas rectangulares en las que se yerguen los
“mounds” del Cerro de las Mesas. En los lugares en que los
montículos aparecen en grupos, éstos suelen rodear una plaza
rectangular o un patio. En el distrito de Tuxtla hay una
combinación de dos “mounds”, uno relativamente alto y redondo
y el otro bajo y rectangular. Cabe la posibilidad de que la
combinación arquitectónica de estos cuerpos de pirámide
redondos y rectangulares tenga origen en los olmecas, tal cual se
conoció entre los totonacas y los tarascos. Igualmente, debajo de
los montículos de fragmentos, fueron descubiertas unas
construcciones que recuerdan notablemente las de Teotihuacán
por su talud y su tablero vertical. Los únicos edificios de piedra de
60
importancia están en La Venta, donde menos se esperaban, ya que
esta vieja ciudad se encuentra en medio de una selva tropical
impenetrable, lejos de toda cantera. Apenas visible, bajo los
árboles y la espesa maleza, se encuentra una gran pirámide
cuadrada de tierra. En su lado occidental se apoya una ancha
terraza. Esta unidad es el centro del conjunto, cuyo eje se
encuentra en dirección norte – sur y está formado por montículos
grandes y pequeños, redondos y rectangulares, todos ellos de
tierra y colocados en hileras a lo largo de amplias plazas. Al
desbrozar el bosque, pudo verse que la gran plaza del norte de la
pirámide mayor estaba rodeada de un cerco de columnas naturales
de basalto, empotradas en la tierra a muy corta distancia entre
unas y otras. Cerraban un espacio rectangular de 50 mts. x 62 mts.
de superficie. La entrada de este cerco, en el lado sur, estaba
flanqueada por dos pequeños recintos muy parecidos a los
anteriores. Stirling encontró debajo del recinto oriental un foso
cubierto de adobes, en el que había depositadas 37 hachas de
serpentina ordenadas en cruz encima de un mosaico de losetas de
serpentina perfectamente ensambladas, que representa una especie
de cara de jaguar, con los ojos y los orificios de la nariz y de la
boca rellenos con arcilla azul. El mosaico descansaba a 7 metros
de profundidad, en una capa de asfalto y constituye un ejemplar
único entre todos los hallazgos del México antiguo. En el
montículo redondo y bajo el lado norte del gran cerco de basalto
se encontraron, otros tesoros arqueológicos: Un sarcófago de
arenisca cuyo contenido describe Krickeberg en detalle y un
verdadero tesoro de artículos de jade, típicas ofrendas olmecas
(Idem P 383).
10.8.5 LOS TESOROS ARTÍTICOS
Sólo un hallazgo de tales tesoros de objetos de jade puede
igualarse al descrito y fue efectuado también en la región olmeca:
El depósito de 782 figuritas y adornos de jade descubierto debajo
de una lápida de cemento durante las excavaciones del Cerro de
las Mesas. Contenía piezas tan extraordinarias como la estatuilla
de un enano llorando, hecha del especialmente valioso jade verde
azulado y miniaturas de canoas monoxilas en forma de artesa con
61
sus remos. Entre las hachas ceremoniales mencionadas al
principio, la mayoría de las cuales vienen de lugares
desconocidos, hay una de 28 centímetros de alto, la pieza más
grande de ese valioso material encontrado hasta ahora en
América. Esos sensacionales hallazgos demuestran que fueron los
olmecas los que introdujeron en Mesoamérica la elaboración de la
“jadeíta”, cuyo alto valor consistía pare ellos y las demás culturas
mesoamericanas no solo en su maravilloso color, que varía desde
los matices de un blanco lechoso y unos tonos gris – azulados
hasta el verde esmeralda, en su brillo cálido y su transparencia,
sino también en su rareza y dificultad de obtención. Otros
descubrimientos más, nos dicen que los olmecas fueron los
primeros autores de monumentales “esculturas de piedra”, con las
que crearon auténticos modelos que se conservan en todas las
culturas posteriores: Esto constituye una hazaña particularmente
asombrosa, si se tiene en cuenta que vivían en una planicie aluvial
desprovista de piedras en su mayor parte. El transporte, por
ejemplo de las columnas de basalto halladas en La Venta, debió
representar un problema de transporte sumamente complicado,
pues esta piedra se encuentra en Tuxtla, cuya distancia en línea
recta es de unos 130 kilómetros. ¡Cuánto más laborioso debió ser
el transporte de bloques de piedra de 20 y 50 toneladas con los
que están hechos el sarcófago mencionado como los altares de
piedra y las estelas monumentales en las plazas entre las
pirámides de tierra!. Stirling opina que estos bloques debieron ser
transportados en grandes balsas por vía marítima. El sarcófago de
La Venta tiene su contraparte en Tres Zapotes. Pero no sólo estos,
sino las obras “más asombrosas de la plástica mesoamericana”:
seis cabezas gigantescas, que no eran partes de figuras humanas
que descansaban sin cuerpo sobre una estrecha base de piedra
frente a las pirámides. (Idem P 383).
La primera cabeza colosal encontrada en la hacienda de Heyapan,
cerca de Tres Zapotes y descrita en 1871, de 1.80 mts. de altura y
un perímetro de 5.5 metros, está superada en tamaño por otra,
muy parecida, hallada delante de la fachada sur de la pirámide
mayor de La Venta, con 2.46 mts. de altura y un perímetro de
6.35 mts. La mayoría de las piezas monumentales muestran los
62
rasgos olmecas típicos en una representación enteramente realista.
En La Venta y Tres Zapotes, centros de cultura olmeca más
antiguos, sus esculturas tienen aún otras características comunes.
Se hallaron allí “figuras humanas” en escultura de bulto, de
tamaño igualmente colosal. Una figura arrodillada, con una vasija
en las manos encontrada dentro del cerco basáltico de La Venta,
es interesante por el tocado alto que va desde la parte posterior del
cráneo hacia el frente. Este tocado se presenta también en algunas
“hachas votivas” y formaban parte del atuendo de las figuras
arcaicas. Las esculturas olmecas nos recuerdan en muchos otros
detalles la plástica de los pueblos mesoamericanos. Esto ocurre,
por ejemplo, con una figura colocada anteriormente al borde del
cráter de un volcán de Tuxtla, que llevaba la cabeza cubierta con
una gigantesca máscara de jaguar y con otra figura acostada, cuya
cabeza magistralmente modelada tiene rasgos de espeluznante
brutalidad. Los escultores olmecas alcanzan el mismo nivel en los
grandes relieves figurativos que se ven en las estelas, los altares y
los sarcófagos. Al lado del tipo humano de pequeña estatura,
corpulento y chato, aparece otro más alto y delgado, con la nariz
más afilada y los labios menos abultados, que llevan, a menudo
una barbilla y que predomina entre los olmecas de la costa
septentrional (Idem P. 384).
En los altares de La Venta, formados de bloques de piedra
cúbicos, cuyo borde superior sobresale como la tabla de una
mesa, el motivo del jaguar desempeña un papel tan grande, que
sugiere que el altar es, en su conjunto, un jaguar o una cabeza de
jaguar, ya que en la superficie superior se labraron lo que parece
ser una piel del animal, mientras en el frente del altar se abre un
profundo nicho. A este, lo interpreta Stirling como las fauces
abiertas del mismo. En el nicho de uno de los altares hay una
figura de escultura casi redonda. Está sentada con las piernas
cruzadas y sujeta, por medio de dos cuerdas a dos figuras
maniatadas en relieve poco realzado en los muros laterales. En el
nicho de otro altar la figura tiene en el regazo una de las extrañas
figuras desnudas de enano o de niño del tipo de los “Danzantes”
que se repite cuatro veces más en los muros laterales, siempre en
brazos de un adulto. Todavía no se han podido interpretar estas
63
extrañas escenas. Covarrubias compara las “figuras enanas o
infantiles” con los gnomos de la selva, que ocupan aún hoy un
ligar importante en la imaginación de los habitantes de la costa
del Golfo. Por otro lado ve en ellos a los representantes de una
población de corta estatura, corpulenta, y de tipo mongoloide que
veneraba al jaguar y que en cierto momento fue desplazada de sus
centros del distrito de Tuxtla por un pueblo de cuerpo esbelto y
nariz aguileña. Es decir, por un tipo humano más parecido a los
indígenas “adoradores de serpientes”, teniendo que refugiarse en
las selvas de La Venta, hasta ser desterrados o aniquilados. En
efecto, la colonización de La Venta duró bien poco y halló un fin
violento, ya que varias de las grandes esculturas de piedra fueron
desfiguradas o destrozadas por mano extraña. Si Cobarrubias
tiene razón al suponer que esta lucha de dos pueblos se libra
también en el plano de sus concepciones cosmológicas, será
preciso averiguar, sobre todo, lo que significa el “jaguar”, que
parece haber dominado toda la religión olmeca, a tal grado, que se
puede hablar de una “posesión” por la idea del jaguar. La
disposición de los dos altares mencionados de La Venta,
encontrados en su sitio original al este y al oeste del montículo de
un templo, pueda proporcionar un indicio. Sus nichos, es decir,
las fauces de jaguar, miran en dirección opuesta al “mond”,
(orientado de sur a norte). Se sabe que las pirámides templo de
Mesoamérica eran generalmente símbolos del mundo o el cielo,
las fauces del jaguar pueden representare las puertas del
inframundo o el cielo, igual que las fauces de la serpiente en la
imagen cósmica de los mayas, que el sol y otros cuerpos celestes
tienen que franquear en su paso del día a la noche y viceversa.
Aquello, no obstante, no ayuda gran cosa a comprender esta
religión desaparecida en tiempo remoto (Idem. P. 386)
Dos inscripciones encontradas cerca de Tres Zapotes permiten
“fechar” con precisión esta etapa de florecimiento artístico. Se
encuentran en unos objetos de indudable origen olmeca, y se
componen de signos y cifras al estilo de la escritura maya, pero
son más antiguos que cualquiera de las inscripciones halladas en
la región maya. Uno de los objetos es una estatuilla de jade
encontrada en San Andrés de Tuxtla en 1902, que representa una
64
tosca figura con alas de ave y un rostro humano casi oculto por
una especie de pico de pato. El otro es un fragmento de estela
(Idem. P. 387).
Los signos de la estatuilla de jade, cuyo tipo se repite en algunos
recipientes de arcilla del período más antiguo, de Monte Albán y
en ciertas figuras arcaicas de barro de Tlatilco, se han logrado
descifrar con absoluta certeza y señalan el año 162 de nuestra Era.
El fragmento de estela que tiene el lado posterior cubierto con una
máscara olmeca de jaguar, está tan destrozado que sólo es posible
leer la inscripción con ayuda de algunos complementos. Si éstos
son exactos, el fragmento dataría del año 31 antes de Cristo
(Idem. P. 387).
La “cerámica” exhumada por Drucker se sitúa también en ese
estrato más antiguo. Es la cerámica de Tres Zapotes, separada de
la cerámica más reciente por una capa de ceniza debida a una
erupción del volcán de Tuxtla, Consiste en vasijas de una gran
variedad de formas y en una plástica de barro muy desarrollada,
que en modo alguno es el legado cultural de un pueblo primitivo,
como tampoco lo es la escultura olmeca monumental. Los
olmecas mantenían en aquellos tempranos tiempos estrechas
relaciones con la cultura maya primaria de la región de Petén (en
el norte de Guatemala), y de las regiones que hoy son la Honduras
Británica y la República de Honduras. Estos mayas tenían de
común con los olmecas no solo las formas básicas de su cerámica,
sino también numerosos tipos especiales de ellas. La cerámica
olmeca, por otro lado, guarda muy pocas semejanzas con el
arcaico coetáneo que florecía en la Meseta central. Se ha deducido
de aquí, que durante la fase más antigua de la cultura olmeca
vivían todavía ciertas tribus mayas que, a la postre, desplazados o
asimilados por otros pueblos, formaron el eslabón, con los
huastecas, que integra a la población de la parte septentrional de
la costa (Idem. P. 388).
En épocas mucho más recientes, la población entera de la costa
del Golfo, muestra todavía ciertos rasgos etnográficos
característicos de los mayas. Pero la cerámica de las “capas
65
medias” de Tres Zapotes deja de mostrar ya la influencia de la
región meridional y parece dar media vuelta para establecer
contactos mas estrechos con la Meseta central, en la que
predomina la cultura teotihuacana de la primera época, y con los
totonacas de la costa norte. Aún así conservaron su idiosincrasia
en lo fundamental. El centro de su civilización se desplazó de
Mixtequilla al “Cerro de las Mesas”. Los habitantes de
Mixtequilla continuaron en un principio la tradición del arte
olmeca antiguo, con sus monumentales “esculturas de piedra”,
pero con el tiempo fueron ajustando su arte a los estilos de los
pueblos del altiplano. Mas esto no quiere decir, como en la
cerámica, que haya habido un cambio de población, sino que se
debe a una evolución continua y paulatina. En ese cambio, el pico
de pato se va transformando en una placa labial que cuelga sobre
la boca (Idem. P.388).
10.9.0 LA CULTURA TEOTIHUACANA
En tiempos subsiguientes, se erigieron numerosas estelas con
relieves en el Cerro de las Mesas. Estos recuerdan, en parte el arte
maya clásico, y en parte los recipientes – figuras y las estelas de
la época de apogeo de Monte Albán, pero no pierden jamás su
carácter específicamente olmeca. Son generalmente figuras de
perfil ricamente ataviadas, que están de pié sobre máscaras de
jaguar, - el antiquísimo motivo “olmeca”, aquí ya muy estilizado -
, Algunos llevan media máscara en la parte inferior del rostro, en
forma de fauces de serpiente estilizadas, y un tocado que
representa la cabeza de un dios: Ambas cosas recuerdan el arte
“zapoteca”. Estas estelas comparten con los “monumentos
mayas”, la peculiaridad de contener largas columnas de
jeroglíficos señaladas con la mano por las figuras labradas. En dos
casos estos jeroglíficos son legibles y hacen saber, tomando como
clave las inscripciones mayas, que se trata de los años 468 y 593
después de Cristo, fechas en que probablemente fueron tallados
en la piedra. El florecimiento de la cultura maya clásica y de la
cultura zapoteca antigua son aproximadamente contemporáneos.
El relieve de las estelas posteriores muestran cierto parecido con
el arte de la última fase de la cultura teotihuacana, que ya nada
66
más sobrevivía en Azcapotzalco, con la cultura del Ranchito de
las Animas, con la última época de la cultura zapoteca de Monte
Albán, y al final de esta larga serie de monumentos, se encuentra
un bloque irregular de piedra, cubierto con esculturas, en el que
un símbolo del sol indica ya el comienzo de la era azteca (Idem.
P. 390).
Parece muy probable que la población de la costa del golfo no
haya sido siempre la misma durante este largo período. El nombre
de “olmecas” no significa ya en la arqueología mexicana un
pueblo determinado, sino una cultura, que permaneció
fundamentalmente igual a medida que fue acogida por diversos
pueblos mexicanos, que influyó profundamente en sus
concepciones culturales y se ramificó en los diversos centros en
que floreció, sirviendo de origen a varias de las civilizaciones que
hallaron los españoles. La cultura olmeca fue adoptada por los
toltecas emigrados a esa costa; Los pueblos mexicanos perciben
perfectamente lo extraño y peculiar de esta cultura. Cuvarrubias
hizo notar que el arte olmeca contrasta, tanto con el arte
estilizado, casi cubista, de la era de “Tehotihuacán” de la Meseta
central, como con el barroco feraz, “flamboyant” del arte maya en
las tierras bajas tropicales del sur. Lo notable es que, ambas
formas de arte se inclinan ante las exigencias de un simbolismo
religioso que en el arte olmeca aún no había echado raíces, pero
tenía la sencillez y naturalidad de las formas y el vigor de la
originalidad de las ideas. Otro principio estético de los olmecas se
evidencia en sus jades tallados: Amaban el brillante pulido de la
superficie de piedra., el cual solamente interrumpían solamente
con delicados grabados para presentar tatuajes y otros detalles del
atavío. En cambio, en las culturas posteriores predomina el
“horror vacuo", debido a lo cual las representaciones y todo el
fondo se cubren con símbolos y ornamentos (Idem. P 3290)
La idea de que todas las culturas pre – aztecas y pre – toltecas de
la Meseta central estaban conectadas con los olmecas es más
plausible si se considera el hecho de que la vigorosa influencia de
los olmecas de la costa se hace sentir también en el resto de
Mesoamérica. Parece, además, que los olmecas y los mayas hayan
67
convivido pacíficamente por mucho tiempo. En un vaso maya que
proviene de Chamá, en el norte de Guatemala, hay pintado el que
parece ser un encuentro entre los representantes de estos dos
pueblos tan distintos exteriormente el uno del otro: El olmeca de
pequeña estatura, corpulento y de nariz chata, y el maya alto,
esbelto y de nariz aguileña. Muchos motivos olmecas fueron
interpretados de manera diferente en el arte clásico posterior de
los mayas y elevados a un nivel superior según los conceptos
estéticos de Kickeberg. También era un legado olmeca la
representación humana, tan evolucionada entre los mayas, que
culmina en los relieves de estuco y de piedra de Palenque y
Piedras Negras y en las pinturas que cubrieron las paredes del
templo de Bonampak, descubierto hace apenas catorce años en las
selvas chiapanecas. Estas pinturas son “las más hermosas que
conocemos en la antigua América” (Idem. P. 392).
68
CAPITULO 11
LA CULTURA AZTECA
11.1.0 EL SIGNIFICADO DE LA RELIGIÓN
Cuando se habla de cultura se sobreentiende que se habla, en
general, de pueblos cuyo espíritu y civilización se desarrollan
dentro de un contexto cósmico propio. En Mesoamérica las
grandes culturas que conocieron los españoles representan la
culminación de un proceso evolutivo global, a la manera del
mundo moderno occidental que llega a sus propios logros con el
aporte de muchos pueblos y naciones diferentes. Eso fueron los
aztecas y los mayas, aunque su espíritu creativo tiene muy pocos
parangones entre los mundos antiguos del planeta. Observemos
un poco más la intimidad de estas dos culturas:
Es imposible entender la vida y la civilización de los pueblos
mesoamericanos si se aborda su estudio desde un punto de vista
esencialmente profano, como es, aparentemente, nuestra manera
occidental de mirar nuestra vida y nuestra civilización,
profundamente secularizadas. Su mundo se entiende solamente si
consideramos la influencia de la visión religiosa en la
comprensión del mismo, y su religión está profundamente
arraigada, aún hoy día en los pueblos indígenas mexicanos (Idem
P. 125).
“Cualquiera que intente por primera vez penetrar el misterio de la
religiosidad azteca, tendrá la impresión, a causa de la multitud de
sus dioses extraños o repelentes, cuya naturaleza parece tan
impenetrable como incomprensibles sus nombres, de encontrarse
ante un oscuro y enredado politeísmo”. Sin embargo,
originalmente cada tribu nahua que inmigró en la Meseta central,
y por consiguiente también los aztecas, tenía por lo regular un
solo dios nacional, al lado del cual se veneraban un reducido
número de fenómenos y fuerzas naturales personalizados,
determinado más por la naturaleza del paisaje que por la tribu
69
misma. El poderoso e influyente sacerdocio que vivía al este y al
sureste del valle de México y en las regiones fronterizas de los
Estados de Puebla, Oaxaca, y Veracrúz, en las que aún no
dominaban los nahuas, sino tribus olmecas y mixtecas, eligió
entre todos los dioses tribales y naturales de éstos, una serie que
mucho tiempo antes de la llegada de los aztecas debía fungir
como patronos de las divisiones del calendario empleado por los
sacerdotes con fines de presagio. La entrada tardía de los aztecas
en este mundo cultural se muestra, por ejemplo, por el hecho de
que su propio dios tribal, Huitzilopochtli, no se encontraba entre
estos dioses del calendario, mientras, por su parte, los aztecas
adoptaron en su panteón a todos los dioses de las tribus nahuas y a
muchos otros de pueblos extranjeros (Idem. P. 126).
La creencia de un Ser Supremo, que encontramos entre los
antiguos mexicanos, deriva, también del estrato más antiguo de la
religión, y no de una construcción filosófica reciente. Los aztecas
llamaban al dios supremo “Tonacatecutli”, el “Señor de nuestra
carne”, porque había creado el maíz, y todos los demás alimentos
que sirven para sostener al cuerpo humano. Le dieron una esposa:
“Tonacacíhuatl” la “Señora de nuestra carne”, y situaron a la
pareja en el cielo supremo, desde el cual dejaban “gotear” las
almas de los niños, que entraban en al cuerpo de la madre. Sin
embargo no se le rendía un culto propiamente dicho (Idem . P
127).
El texto azteca de Sahagún refiere cómo dos dioses se arrojaron a
las llamas en Teotihuacán para iluminar al mundo como “sol” y
“luna”. Las ideas de que el cosmos entero es más antiguo que el
sol y que había despertado a la vida con la creación del fuego, y
de que el sol únicamente pudo crearse y existir después del
sacrificio humano, son concepciones básicas de la cosmología
azteca (Idem. P128).
Los aztecas conservan entre sus mitos una leyenda de la creación.
Lo puramente mítico de esta leyenda forma parte, según los
entendidos, del más antiguo tesoro espiritual de las tribus nahuas.
Entre los siglos V y X de nuestra Era, es decir, mucho tiempo
70
antes de la aparición de los aztecas, esta leyenda fue transplantada
por los pipiles, una de las tribus nahuas más antiguas, hasta el
Salvador. Leonhard Schultze Jena encontró aquí en 1930
considerables vestigios de la historia de la creación de los
hombres y de la adquisición del maíz. El mito de las edades del
mundo, relatado por las tribus mayas de Guatemala de manera
muy parecida a la de los aztecas, existen, incluso entre las
antiguas culturas del Perú y data de tiempos más remotos aún. El
número de cuatro edades corresponde a los cuatro puntos
cardinales y es, por lo tanto, algo “meramente” simbólico. La
leyenda, no obstante, incluye como referencia algunos sucesos
históricos: sobre todo el la enorme cantidad de lava que cubrió
como una mortaja las moradas de los hombres del actual Pedregal
y que hizo subir a veces el nivel del agua de los lagos a 20 metros
por encima de su nivel normal. Según una de sus versiones, los
hombres de las cuatro edades prehistóricas se alimentaban con
bellotas, piñones y arroz acuático, es decir, con plantas silvestres,
al igual que muchos pueblos recolectores norteamericanos, entre
los cuales se encontraban seguramente los ancestros de los
nahuas, antes de dedicarse al cultivo del maíz (Idem. P. 129).
Sólo en un códice azteca conservado en la Biblioteca del Vaticano
existen representaciones pictóricas de las edades del mundo. Su
trazo es ligero y burdo y está influido obviamente por ideas
extrañas al pensamiento azteca. En los monumentos de piedra
aztecas, como el llamado “calendario”, las cuatro edades se
señalan sólo de manera esquemática, por medio de cuatro fechas,
que indican el fin de cada una y la catástrofe natural que le diera
fin. La quinta “edad del mundo”, la actual, tendrá que acabar de
modo parecido según la concepción azteca, y se la designaba por
la fecha “Nahui olin”, “4 movimiento (de las tierra)” por creer
ellos que esta edad encontrará su fin en este día a consecuencia de
grandes terremotos. Esta edad, igual que las otras cuatro, está
representada por un quinto punto, que es el centro del mundo y se
inició, entre ellos con la fundación del Imperio de Tallan, del cual
derivan los aztecas y todos los pueblos mexicanos su cultura.
Tallan era en la antigua cosmología mexicana como entre
nosotros la “celestial Jerusalen” de la concepción cristiana
71
medieval, y no era sólo centro del mundo sino el cielo y en
especial el cielo nocturno, según lo hace notar K. T. Preuss. Los
relatos aztecas que describen la mítica Tollán como el país de la
abundancia, y de las riquezas de bienes trerrenales, repleto de
todos los medios de subsistencia, y a sus habitantes como los
primeros hombres, no pueden referirse a Tollán (Tula) de la
altiplanicie mexicana, pues aquella está ubicada en un territorio
pobre cuyos habitantes desarrollaron su cultura después de la
caída de Teotihuacán; la descripción parece adecuarse
precisamente a un país celeste paradisíaco, centro y origen de
todas las plantas útiles y desde el cual brillan las estrellas como
modelos celestes de los primeros hombres. Las estrellas tenían
que servir de alimento al sol (Idem. Ps. 129 y 130).
No obstante su grandeza y poderío, los dioses aztecas – con
excepción del dios supremo Tonacatecutli – no eran seres
inaccesibles a quien no pudiera influirse. Los dioses puramente
naturales no eran siquiera todopoderosos, pues tenían que
someterse en su propia esfera al cambio de las cosas y de los
fenómenos. En este supuesto se basa todo el culto religioso de los
aztecas. Solo en casos excepcionales se tomaba una actitud
pasiva. En vez de conformarse con obtener la benevolencia divina
por medio de la piedad, la humildad y una vida ejemplar, se
trataba de influir “activamente” en el curso de los sucesos de la
naturaleza, para guiar a los dioses en sus actividades a fin de que
aseguraran el bienestar de los hombres y los ayudaran e incluso
para obligarlos a ello (Idem. P. 151).
Todo acto de culto era un “acto mágico”, cuyos motivos son aún
tan evidentes como en pocas otras religiones. Estos actos pocas
veces empalidecieron en meros símbolos. No nos debe de
extrañar que los españoles consideraran como sangrienta ironía,
en su propia religión, cierto ritual que se parecía exteriormente a
la Eucaristía cristiana. Se trata de la verdadera “ingestión” del
dios “teocuale”, porque los fieles comían la carne de la víctima
sacrificada que había encarnado durante cierto tiempo a uno de
sus dioses, para asimilar sus fuerzas mágicas. Por bárbaros que
nos parezcan estos actos religiosos, no podemos menos que
72
reconocerles una cierta idea ética: La idea de que con los
sacrificios se “pagan las deudas” como dice un himno azteca, y de
que “se ofendía” a los dioses cuando se les negaba la ofrenda,
imperaba en toda la nación y la hacía sobrellevar pacientemente el
yugo de su sanguinaria religión y enfrentarse a una vida
desprovista de ilusiones. ¡Cuán profundo es el pesimismo que se
percibe en las palabras que los parientes de edad madura dirigen
al niño recién nacido! “Aprenderás a ver, a conocer y probar el
sufrimiento, la mala suerte y el asco. Has llegado a la sede de la
tristeza y del dolor continuos, donde reina la pena y se es digno de
compasión” Idem. P 151).
Para asegurar el éxito de una ceremonia religiosa, cada
participante, no sólo el sacerdote, debía aumentar de antemano
sus propias fuerzas mágicas. A esto servían, además del rito del
teocuali, los baños, ayunos y abstinencia sexual. El “baño”
constituía ya entre las tribus más antiguas de la Meseta central
una práctica preliminar a todo acto cultural. Ceácatl –
Quetzascóatl, rey – sacerdote de Tollán, se bañaba cerca de la
media noche en Atecpan amocho (“El palacio de agua en el lugar
del estaño”) y en otras aguas de Tollán, y cayó en grave pecado
cuando en cierta ocasión omitió efectuar el lavamiento ritual por
haberse embriagado (Idem. P.151).
En el texto de Sahagún se mencionan tres establecimientos de
baños entre las construcciones sagradas de Tenochtitlán. Con
ocasión de la fiesta de Xochiquétzal, jóvenes y ancianos iban al
baño muy de mañana. A quien dejara de hacerlo lo amenazaban
enfermedades venéreas y de la piel. Esto significaba que el baño
tenía otros fines además de los puramente higiénicos. El
“bautismo de los recién nacidos también respondía a la idea de la
purificación del pecado ya que la comadrona acompañaba este
acto con rezos pidiendo que el agua purificara al niño de todo mal
heredado de la madre o del padre (Idem. P. 152).
Con la oración comienza ya a influirse en los poderes superiores.
Se han conservado hasta ahora las fórmulas de muchas oraciones
aztecas. Son testimonio de una profunda religiosidad y a veces el
73
lenguaje alcanza alturas hímnicas. Las oraciones son muy
distintas de las primitivas fórmulas mágicas de tiempos antiguos
(Idem. P. 152).
Lo más valioso que el hombre podía ofrendar a los dioses era su
propia sangre. Por eso abundan tanto las representaciones de la
penitencia en los monumentos aztecas. No son solo los hombres
los que se imponen la penitencia, como aquellos dos reyes que
durante la consagración del templo en 1487 se extraen sangre de
las orejas y cae como de un surtidor en las fauces abiertas de la
tierra, sino que los mismos dioses la practicaban antes de un acto
de creación (Idem. P. 153).
La estrecha relación entre las cosas terrestres y las cosas celestes
hizo que algunas fiestas aztecas tuvieran por motivo tanto los
sucesos de la naturaleza como los destinos humanos (Idem. P.
165).
A la importancia de la magia en el culto oficial se debe que los
“hechiceros” tuvieran una función preponderante hasta en la vida
privada de los aztecas. El mismo Monctezuma II recurrió a su
ayuda cuando trataba, por todos los medios de alejar a los
españoles de la frontera de su país. Ciertas clases de hechiceros
pertenecían todavía a la categoría de sacerdotes. En las fuentes
aztecas se llamaban “nahualli”porque podían transformarse en
animales, es decir, se disfrazaban de animales. Distintas
substancias vegetales alucinógenos los capacitaban para predecir
sequías, granizos, hambres o epidemias y para indicar los
remedios.
La vida espiritual de esta gente surgió en el campo preparado por
los olmecas y vuelto a cultivar más tarde por los toltecas, en una
época en que la alta cultura de Mesoamérica no era representada
por los despotismos guerreros, sino por estados teocráticos cuyo
desarrollo económico, material y social había llegado ya un nivel
tal que les permitió liberar las fuerzas necesarias para un alto
desarrollo de su vida espiritual. Fue en los templos y en las
escuelas de sacerdotes donde se educaron aquellos hombres que
74
crearon las bases para los asombrosos logros de la “ciencia”
sacerdotal. Pues todos los conocimientos que adquirían estaban al
servicio de la religión. Aún en un pueblo de rudos guerreros como
lo era el azteca, el sabio (“tlamatini”) gozaba de alto prestigio. El
texto de Sahagún lo alaba con las siguientes palabras:
“El sabio es como lumbre o hacha grande, y espejo luciente y
pulido de ambas partes, y buen dechado de los otros, entendido y
leído; también es como camino y guía para los otros”
“El buen sabio, como buen médico, remedia bien las cosas y da
buenos concejos y buena doctrina, con que guía y alumbra a los
demás, por ser él de confianza y de crédito, y por ser cabal y fiel
en todo; satisface y contenta a todos respondiendo al deseo y
esperanza de los que se llegan a él; a todos favorece y ayuda con
su saber” (Idem. P. 176). …Estas pocas frases –que recuerdan
como lo hace la prosa azteca en general, los textos bíblicos por su
lenguaje elevado y su “paralelismus membrorum”, sin haber
recibido, desde luego influencia alguna de estos textos – dice casi
todo lo que los aztecas apreciaban especialmente en sus sabios
sacerdotes. Además de los curanderos a quienes se consultaba
cuando se trataba de curar una enfermedad causada por brujería y
que por succión extraía del cuerpo las “sustancias nocivas”
(cualquier cuerpo extraño). Había auténticos médicos (ticitl). Es
muy probable que los médicos aztecas poseyeran buenos
conocimientos de anatomía, gracias a los numerosos sacrificios
humanos. Un largo capítulo de los textos de Sahagún se ocupa
sólo de los órganos internos y externos, otros capítulos tratan de
enfermedades, entre las cuales se citan no menos de doscientos
casos con sus síntomas y los remedios para la curación.
Practicaban la sangría en los casos de jaquecas, tumores en las
rodillas, luxaciones, calambres, y para algunos males de la vista.
Los abscesos se punzaban, los bordes de las heridas eran cocidos
con cabellos, y trataban las fracturas de huesos con tablillas.
Sabían curar las fracturas del cráneo con aplicaciones de
corazones de “maguey”, y hasta sabían colocar una nariz artificial
al guerrero que la hubiera perdido durante el combate. Conocían
el uso de sondas y lavativas, el valor terapéutico de inhalaciones,
75
baños de vapor, masajes, las fricciones con pomadas de resinas de
pino (öxitl), las curaciones por regímenes dietéticos, y tenían,
incluso una odontología racional. La medicina azteca contaba con
más de 400 medicamentos vegetales, además de remedios de
sustancias animales y minerales, como la miel de abejas, el
cuerno, el ocote quemado, la cal, el salitre, y la limalla de cobre.
En los numerosos escritos médicos que dio a conocer apenas en
1940 el barón August von Gall, se habla rara vez de remedios
inspirados en creencias supersticiosas. Si por ejemplo se
recomendaba la cola pulverizada de zariguella, en caso de un
parto difícil, o de un retrazo en la menstruación, se da sólo porque
este animal simboliza la maternidad (Idem. P. 178).
La “astronomía era uno de los supuestos necesarios para el oficio
sacerdotal, por razones ya puramente prácticas. Gran parte de los
ritos en los templos tenían lugar de noche. De ahí que en el
Códice Mendoza se vea al lado de un sacerdote que está tocando
el “teponastli” a otro que observa las estrellas para iniciar el rito
en el momento oportuno. Los elevados templos piramidales no
son observatorios. Sólo de noche. Ya hemos visto que se hallaban
orientados según consideraciones astronómicas, de manera que
sus ejes principales sirviesen para determinar con presisión el
cénit del sol y el de los solsticios de verano y de invierno. Parece
que se usaban ya algunos instrumentos primitivos parecidos a las
ballestillas medievales en las observaciones astronómicas, que en
algunos manuscritos mixtecas aparecen pirámides en cuya
plataforma unos sacerdotes, representados por un rostro o un ojo
miran el horizonte a través de dos palos cruzados. Los toltecas
que reinaban en Chichén Itzá, incluso construyeron, quizás debido
a la influencia de la altamente desarrollada astronomía maya, un
observatorio de paredes para observar el sol y la luna en los
períodos de los equinoccios (Idem. P 178).
El antiguo “calendario” de los mexicanos se basaba no solo en las
observaciones astronómicas. En su creación tomó parte, en
medida por lo menos igual, el “simbolismo de los números”. Los
números y su significado simbólico era notable su papel en la vida
social y espiritual en los pueblos nahuas. Eran de buena suerte el
76
2 porque simbolizaba las polaridades cósmicas; el 3 por ser el
número sagrado del dios del fuego, el 4 como cifra de las edades
del mundo, de los puntos cardinales, de las fases lunares, y por
simbolizar a los dioses de la lluvia y del viento, el 7 porque era el
centro de la serie del 1 al 13, y el 9 y el 13 por corresponder al
número de los cielos y de los inframundos. Era fatídico, en
cambio el 5, pues simbolizaba lo que del cuarto, es decir, el inútil
sobrante y el exceso nocivo La unidad básica del antiguo
calendario mexicano, el “tomalpohualli” (“cuenta de los días”),
pudo haber sido consecuencia de una especulación numérica.
Puesto que comprendía 260 días, divididos en 13 veces 20 días o,
según el caso, en 20 unidades de 13 días cada una. Muchos
investigadores suponen, sin embargo, que el “tonalpohualli deriva
del número de días de un embarazo normal (261 días), durante el
cual la luna volvía nueve veces a la fase inicial. De ser correcto
esto, resultaría obviamente una división del “tonalpohualli” en
nueve meses lunares de un poco menos de 29 días cada uno, los
cuales no aparecen por ninguna parte en el calendario azteca. En
cambio, la noche se dividía en 9 horas y el día en 13 horas,
correspondientes a los 9 inframundos y 13 cielos. Cada hora tenía
un dios como “Señor” suyo, y los nueve dioses de las horas
nocturnas se relacionaban además continuamente con los días del
“tonalpohualli” (Idem. P. 179 y 180).
La unidad calendárica que seguía en jerarquía al “tonalpohualli”
era el “año solar”, en azteca xihuitl (palabra que significa también
turqueza). Entre los aztecas tenía, igual qe entre nosotros 365 días
y lo dividían en 18 “cempohuallis” (divisiones de 20 días) y 5
“nemontemis” (días sobrantes). Cada “cempohuallis” terminaba
con una fiesta, mientras que durante los 5 “nemontemis” se hacían
únicamente las cosas más indispensables, porque se consideraban
inservibles para las empresas más importantes (Ide4m. P. 182).
Los sacerdotes que se dedicaban específicamente al calendario
eran llamados por los aztecas “tonalpouhque”, “contadores de los
días”. Sus deberes eran parecidos a los de los astrólogos
medievales y modernos, porque tenían qué predecir el destino de
la gente, las perspectivas de alguna empresa y en general los
77
aspectos favorables, desfavorables o indiferentes de un día
cotidiano. Para ello se basaban en las cifras y signos del
“tonalpohualli” que era una especie de “calendario augúrico” con
el que se unían rasgos astrológicos, ya que según Hermann Beyer
los signos de los días eran nombres antiguos de las constelaciones
(Idem. P. 184).
El desarrollo del calendario iba mano a mano con el de la
“escritura”. Sin esta no hubieran sido posibles los complicados
cálculos que resultaban de cifras, signos y dioses del
“tonalpohualli”. Ni hubieran sido posibles las combinaciones de
todo esto con los calendarios solar y venusino. Como material
para escribir se usaba, como en Europa, el pergamino y el papel,
es decir, una sustancia animal y otra vegetal. Los fundadores de la
ciencia calendárica en el oriente y sureste del valle de México, se
servían de pieles raspadas de venado, y los mayas de la corteza
del amante (Ficus Bonplandia) después de recubrirla de una
delgada capa de carbonato de calcio, en lugar del cual los aztecas
usaban, a veces, engrudo de almidón. Sólo de los valles de
Cuernavaca y de Huaxtepec llegaban a los almacenes de
Monctezuma II anualmente 32.000 pliegos de ese papel que los
aztecas llamaban ámatl o cuauhámatl. La higuera de la que se
hace el papel se llama “amate” hasta la fecha. Pero esta cantidad
no bastaba para cubrir la demanda porque el papel servía, además
de la escritura, para ofrendas, para el adorno de los ídolos y hacer
bultos funerarios, entre otras cosa (Idem. P. 185).
11.2.0 ALGUNOS ASPECTOS DE LA VIDA MATERIAL
Revisemos algunos aspectos de la vida material desarrollada por
los aztecas, que indica la importancia de ciertas destrezas y
técnicas producidas en su industria:
La “caza” se había vuelto una actividad ceremonial y al mismo
tiempo un deporte de los nobles entre los aztecas. El rey
Moctezuma era muy aficionado a ella y en tiempos de los
españoles, bajo vigilancia, permitían al soberano cazar venados,
liebres, y conejos en una de las islas del lago de Texcoco, a
78
imitación de las batidas rituales de épocas prehispánicas, cuando
se acechaban las víctimas con arcos, flechas, y redes de diferentes
tipos. Los arcos de largo alcance de la época chichimeca ya no
eran necesarios en la Economía, por lo cual pasaron, como
herramienta, a un segundo plano. Las cerbatanas que disparaban
bolitas de barro, como la que llevaba uno de los cazadores del
“mapa de Uppsala”, desempeñaba ya un papel más insignificante
todavía. Los aztecas solamente aprendieron a servirse de ella
como arma deportiva cuando accedieron a territorios cálidos
tropicales en valles al sur del altiplano. Era usada por los reyes
que tiraban a pájaros de plumajes preciosos. Para ese efecto,
llegaron a ordenar la plantación de verdaderos jardines tropicales
de recreo en las regiones de Cuernavaca y Huaxtepec, en el actual
Estado de Morelos (Idem. P. 27).
La caza de aves lacustres y la pesca seguía siendo una industria
productiva alimenticia en aquel pueblo campesino, al que los
lagos del altiplano dejaban poco suelo disponible para cultivar.
Intensivamente. La necesidad de tierra cultivable les agudizó el
ingenio y ésta le fue ganada al agua en lo que se ha llamado
“jardines flotantes”, para cultivar toda clase de plantas
alimenticias, pero especialmente hortalizas. De estas
“chinampas”, antaño una de las formas más características del
valle, se ha conservado un vestigio bastante considerable en el
lago occidental de los dos de agua dulce que se encuentran al sur
de la metrópoli, en un poblado llamado Xzichimilco (“lugar de los
campos de flores”) que cubre aún hoy día la mayor parte de la
demanda de flores y hortalizas de la Capital. Allí se ganaron al
agua 35 kilómetros cuadrados de tierras de cultivo, mediante la
construccion de balsas rectangulares rellenas de carrizos, ramas
de árbol, y lodo. Las anclaban en el fondo del lago plantando en
sus bordes sauces de rápido crecimiento. De esta manera, todo el
lago se cubrió con el tiempo de un laberinto de islas artificiales y
estrechos canales. Las chunampas eran muy fértiles y no
necesitaban ser regadas. Solamente eran abonadas ocasionalmente
con limo sacado del fondo de los canales. El único utensilio usado
por los campesinos indígenas en su labor hortícola, era la “coa”,
un palo en forma de azada y ensanchado, con el que se cavaba y
79
removía la tierra. La coa se encuentra aún hoy, en algunas
regiones aisladas de México. Hasta hace poco, todavía se veían
flotillas enteras de canoas monoxilas cargadas hasta el borde de
los productos de las chinampas por el Canal de la Viga, hoy
cubierto, hacia los grandes mercados capitalinos. La “milpa”,
parcela de tierra firme, era ganada a la maleza y al bosque
mediante hachas de piedra; se limpiaba el suelo de maleza, se
removía la tierra que era regada y abonada artificialmente, al
agotarse el suelo, con la ceniza de los arbustos calcinados que
habían crecido entretanto. En los cultivos de maíz se aporcaban
las plantas, se les quitaba la flor masculina de los elotes maduros,
cuya envoltura de hojas se rasgaba con un cuchillo de hueso.
Además de maíz se cultivaban fríjoles, calabazas, tomates, cuyo
nombre “tómatl” indica su país de origen, varias plantas de
semilla oleaginosa como la “chía”, una salviácea, el huahutli
(anaranthus leucocarpus) y la “hierba de pez” (argemone
mexicana), pero el maíz era el más importante cultivo, cuya forma
original y pariente más cercano crecía desde tiempos muy
anteriores a la agricultura en la Meseta central de México, según
las más recientes investigaciones botánicas y no había sido
importado, como antes se pensaba, de Suramérica o del Asia
oriental. Aún así, el maíz cultivado en el valle de México, no
bastaba para abastecer ni en tiempos de producción normal, a la
población de Tenochtitlán, población capital en tiempos de la alta
cultura azteca. Las rachas de frío o una plaga de insectos que
llegaran a destrozar las plantas podían causar una verdadera
catástrofe alimentaria. Según las crónicas mexicanas, algo así
ocurrió en los años designados “1 conejo”, durante el reinado de
Moctezuma I. El maíz era llevado a México principalmente desde
los altiplanos del oeste, del norte y del este de la ciudad y desde
los valles regados por los ríos que desembocan en el río Balsas.
La frugal comida del campesino del valle de México no podía
satisfacer por mucho tiempo los gustos refinados del capitalino
azteca. Por esta razón, los aztecas fueron impulsados, como
campesinos y pescadores transformados en citadinos, a invadir y
conquistar las regiones subtropicales bajas y mucho más fértiles.
Entre otras buenas cosas, éstas les brindaban las especias
principales para sus banquetes, - pimienta, cacao, y tabaco- y
80
también la miel necesaria para endulzar sus alimentos, porque la
apicultura, aunque difundida entre los habitantes del sur de
México, y entre los mayas, se practicaba poco entre las tribus del
valle de México (Idem. P. 28).
La “sal”, indispensable condimento, se encontraba en grandes
cantidades y al alcance de la mano en las orillas del lago Texcoco,
ya que se depositaban gruesas capas de ella en tiempos de sequía.
Se recogía, igual que hoy, para purificarla y deshidratarla en ollas
de barro. En la región de Tlaxcala, en la Sierra Nevada no hay
lagos salados. Sus habitantes, rodeados por todas partes por sus
enemigos los aztecas, tenían en su abastecimiento no pocas
dificultades. Por ese motivo se vieron empujados a negociar con
los españoles su gran alianza para hacerle, en común, la guerra a
los aztecas (Idem. P. 29)
El “pulque”, bebida embriagante de los aztecas rica en metanol,
alcohol tóxico degenerativo, era obtenida de una variedad de
maguey ampliamente extendida en las regiones secas del centro
de México (sobre todo los llanos de Apam al norte de Taxcala).
Solo una vez en la vida, pero durante meses, se vierte zumo dulce
en el tallo trunco y hueco de una vara de maguey madura. Este
zumo vuelve a succionarse por medio de una calabaza estrecha y
larga, brindando después de su fermentación un brebaje “parecido
a leche mala, oliendo a poso de cerveza y de agradable sabor
acido y refrescante” (Seler). Los aztecas solamente permitían su
uso a las personas de más de 70 años. Los aztecas, que provenían
de unos pueblos de norteamericano, como dijimos antes, que se
abstenía del consumo de bebidas embriagantes y en que los
borrachos y ebrios eran muy mal vistos, y considerados viciosos y
bárbaros, ya en tiempo de los españoles se relajaron por completo
y el pulque goza de amplia popularidad desde entonces (Idem. P
29).
La visita de los pueblos del altiplano, a pesar de haber sido
invadidos por la más moderna civilización norteamericana, parece
en muchas regiones que el tiempo se ha detenido por más de 400
años.. Una impresión que se tiene cuando se visitan las regiones
81
campesinas del sur de Francia, en la región de Provenza, respecto
del estilo de vivienda construida en piedra desde la Edad del
Hierro, que casi sin cambios es usado por los campesinos actuales
del sur de Francia.. Cerca del aeropuerto de México se ven
algunas “casas” hechas de adobe y cubiertas de un techo plano de
tablas. Por el lago de Xochimilco y en la llanura de Puebla, este
tablado está recubierto con un bien acabado techo de dos aguas de
paja A tal tipo de vivienda se le llamaba en el antiguo México
xacalli (casa de paja) y hoy se le llama “jacal” para distinguirla
así de las primitivas chozas de caña y techos de carrizo, que ellos
habían construido antes de sus años de migración y que se ven
todavía en las chinampas y en los valles del sur. Los hogares de la
clase social más elevada, tenían sus paredes construidas en
“tezontle”, una piedra volcánica sacada del enorme campo de lava
del Pedregal, y estaban provistas de dinteles de madera y
recubiertas de cal con una balaustrada alrededor del techo plano.
Las casas eran regularmente de forma rectangular y contrastaban
con las viviendas de las llanuras orientales y sureñas que tenían, a
menudo, forma redonda u ovalada. Los aztecas desconocían este
diseño, pero fue introducido como consecuencia del culto a otras
deidades extrañas, y bajo la forma de “templos de piedra”. En las
casas de la Ciudad, el agua lluvia escurría lentamente por techos
ligeramente inclinados hacia un gran recipiente colocado en un
patio interior abierto, alrededor de del cual se construía la casa
que carecía de chimeneas y ventanas. Los aztecas hallaron este
tipo de habitación, “estilo atrio”, cuando llegaron al valle de
México (Idem. P. 30).
11.3.0 ALGUNOS ASPECTOS DE LA VIVENDA
Y EL URBAMISMO
Los “caseríos aldeanos” se componían además de la casa de
habitación de un gran silo para el maíz (cuezcómatl), que todavía
hoy aparece con las dos formas que conocemos por los códices
aztecas: Como gigantesca urna de barro erigida sobre una base de
piedra y provista de un techo de paja y como una especie de alto
cajón de palos entrecruzados o de tablas. Al lado de estos
82
graneros se encuentra, a menudo, un baño de vapor (temazcalli),
en forma de cúpula, hecho de piedra y argamasa, calentado por
fuera y cuyo estrecho pasillo de entrada se ve adornado hoy por
una imagen de la Virgen en lugar de la cabeza de la gran diosa de
la tierra y el parto, “Teteo Innan”, que ocupaba este sitio en
tiempos paganos. Los baños de vapor estaban consagrados a esta
diosa porque de preferencia los usaban las mujeres embarazadas
para aliviar el parto. En esos poblados no encontraríamos
establos, como en las aldeas europeas, pues los aztecas no tenían
más animales domésticos que algunas razas de perros destinados a
la ceba, para comer y el pavo, ambos criados en libertad dentro de
los caseríos, que solamente estaban rodeados de toscos vallados
de piedra o impenetrables setos de cactus que crecían uno al lado
del otro en forma vertical (Idem. P. 31).
Los “utensilios domésticos” de la gente humilde eran pobres y no
pasaban de ser lo que puede observarse hoy, a menudo, en
cualquier hogar mexicano campesino de hoy. El metate, métlatl
en azteca, ocupaba el primer lugar: Es una piedra rectangular,
ligeramente cóncava y apoyada sobre dos patas delanteras. El ama
de casa muele en él los granos de maíz después de haberlos
cocido con agua y cal apagada hasta reblandecer su dura cáscara.
El “hogar” está hecho de tres piedras como base para el comal, el
platón para hornear, de barro (hoy de hierro), y la olla. Para los
demás usos culinarios bastaban, además, de algunas cucharas y
coladeras, un jarro para agua y una vasija de barro (molcajete)
sobre cuyo fondo estriado se molían los pimientos rojos (chilli,
hoy chile). Su alimentación era en su mayor parte vegetal y
consistía sobre todo en platillos derivados del maíz. Unas
delgadas tortas, llamadas “tlaxcalli” (“tostadas”) por los aztecas,
de donde viene el nombre de la ciudad de Taxcala (ciudad de los
panaderos), y “tortillas” por los españoles, (que , en general,
significaba “tortillas de huevo”), que sustituían al pan. Se comían
calientes y tenían que ser preparadas continuamente. Como
platollo de fiesta tenían el “tamal” (“tamalli” en azteca) hecho con
masa de maíz y relleno con carne y verduras. La carne de pavo
cocida, el pescado y otros platillos se comían con una salsa
picante de chile que todavía se prepara por todas partes en
83
México. El “mole con guajalote” (salsa picante con pavo) es el
platillo nacional. Al final de cada comida se servía una jícara
(media cáscara de calabaza) llena de chocolate y un puro.
“Cacao” es una palabra azteca (cocahátl), al igual que “chocolate”
(en realidad cocóatl, “agua de cacao”). El cacao se servía batido
con molinillo con una gruesa capa de espuma y aderezado con
vainilla y miel de colmena, y se bebía frío. Los puros tenían más o
menos la forma de un puro de Virginia, porque estaban hechos
con una delgada caña alrededor de la cual se enrollaban las hojas
de tabaco. De allí el nombre azteca de de “acáyetl, que puede
traducirse aproximadamente por “caña cubierta de tabaco”.
Durante los banquetes, los comensales se sentaban en gruesos
rollos de carrizos amarrados. El uso de sillas o sillones de madera
trenzados de caña o de madera tallada, con altos respaldos y
puestos en esteras hermosamente tejidas, era privilegio de los
príncipes. A esto se debe que el sentido de “pétlatl icpalli (petate
y sillón), entre los aztecas se relacionaba con los conceptos de
“gobierno” o “reinado”. La gente sencilla se acurrucaba y dormía
en el suelo cubierto de pieles, mantas o petates; unos sencillos
camastros eran conocidos sólo en los valles sureños, y las
hamacas fueron introducidas en tiempos de los españoles desde
las Antillas. En vez de roperos tenían cestas tapadas y arcones de
madera. Desde el techo y paredes colgaban trasteros para los
utensilios domésticos de menor tamaño (Idem. Ps. 32 y 33).
En la época de la Conquista la ciudad de Tenochtitlán, según S.
Linné, podía tener unos 75.000 habitantes, cantidad considerable
dados aquellos tiempos de la antigua América. Estaban repartidos
en cuatro barrios ordenados simétricamente y la ciudad de
Tlatelcólco, que ocupaba el noreste de la gran isla artificial,
estaba comunicada con Tenochtitlán.. La parte central, hacia
donde convergen tres grandes diques de defensa contra
inundaciones, estaba ocupada por el templo mayor rodeado de
muros y era un rectángulo de unos 3400 metros por 400 metros.,
cuyos límites pueden todavía distinguirse con precisión
aproximada. En el límite oriental de la ciudad, del que no partía
dique alguno, se encontraba un puerto para las canoas en la
prolongación de lo que es hoy la calle de Tacuba. Cortés lo
84
preservó como puerto y arsenal para su flotilla de bergantines, con
la que dominó el lago durante el sitio de Tenochtitlán.
Sabemos por las crónicas, que los que los aztecas empezaron a
erigir templos de piedra para sus dioses en el primer tercio del
siglo XV, y la investigación arqueológica nos demuestra que al
final de este siglo había alcanzado ya a sus predecesores o
maestros de Teotihuacán. Tula, Cholula y otras ciudades de la
Meseta Central. Pero sólo podemos sospechar hasta que punto lo
hicieron ya que se conservan muy pocos ejemplos de de
arquitectura azteca en comparación con los numerosos templos y
palacios mayas, que aún llenan de asombro al viajero. El impulso
destructor del conquistador español hirió en el mismo corazón al
Imperio azteca, porque los grandes centros de cultura como
Tenochtitlán y Texcoco fueron completamente arrasados para
construir en ellos las ciudades españolas. La arquitectura profana
de los aztecas es la que menos se conserva, aunque el furor
destructor de los españoles se dirigió esencialmente sobre los
templos, pues su lucha contra el paganismo era para estos
cruzados del siglo XVI no sólo un pretexto sino una misión muy
seria. Si tratamos de darnos una idea de los “palacios”, pues las
viviendas de la gente humilde apenas si son arquitectura, tenemos
que apoyarnos, casi exclusivamente en dibujos y relatos antiguos.
Los testigos oculares españoles no ahorran ciertamente sus
elogios al describir los palacios de Tenochtitlán, pero sus relatos
carecen por desgracia de detalles útiles desde el punto de vista
arquitectónico (Idem. P. 104).
Los informes son a veces demasiado exagerados. Pero de los
menos se deduce que los palacios eran unidades regulares de
varios edificios que rodeaban un patio interior, con muros de
piedra volcánica porosa (tezontle), y techos planos de fuertes
vigas. En tal arquitectura sólo podrían haber grandes habitaciones
si se usaban hileras de columnas para sostenerlas. Los edificios
eran bajos y de un piso; excepcionalmente tenían un segundo y
nunca más de dos. Sus construcciones seguían los delineamientos
y prácticas de los mayas que evitaban sobrecargar las bases de los
edificios. Nuestro conocimiento de los palacios de Texcoco son
85
un poco más amplios. Esta ciudad llegó, gracias a Nezahualcóyotl
a ocupar la posición de capital espiritual del valle de México.
Probablemente superó a Tenochtitlán también como centro
artístico. Pomar, uno de los descendientes del último rey de
Texcoco, menciona que el palacio principal de Nezahualcóyotl
tenía una sala de 20 varas de largo y de ancho, y que su techo
descansaba en columnas de madera sobre zócalos de piedra. Se
llegaba a la sala desde un patio, el cual comunicaba sus
numerosas habitaciones para variados usos. En una de ellas
residían los reyes aliados cuando se encontraban en Texcoco. En
otras se recibían los vasallos cuando traían los tributos o se
reunían los jueces y el Consejo de Guerra, y en otras más, vivían
las mujeres del rey, etc.- Dos códices texcocanos preservados de
la hoguera del arzobispo Zumárraga, contienen planos de este
palacio. En una hoja llevada por Humboldt a Berlín y en el “mapa
Quinatzín códice que se encuentra en París, puede apreciarse que
aquella construcción se parecía a los palacios de la época clásica
maya como la “Casa del Gobernador” en las ruinas de Uxmal.
Una excavación nos mostró la disposición mucho más arbitraria
de los palacios menos importantes de los gobernadores de las
diversas ciudades. La efectuó Vaillant en el año de 1935 en el
pueblo de Chiconauhtla, en lo que antaño había sido la ribera
norte del lago Texcoco. Este lugar dependía políticamente de
Texcoco. La ruina se compone con un grupo de tres grupos de
casas con un total de diez habitaciones y varios cuartos más
pequeños, casi todos comunicados entre sí y construidos alrededor
de patiecillos. Cada habitación tiene el plano característico de la
“casa megarón” de tiempos griegos arcaicos, con un hogar5
cerrado y un vestíbulo enmarcado por dos columnas, abierto en
toda su amplitud hacia el patio. A los grupos de casas pertenecen
unas piezas secundarias, probablemente despensas, y uno o dos
vestíbulos sin habitación detrás. Vaillant los llama alcobas y cree
que sirvieron de salas de recepción (Idem. P. 105).
Por encima de los techos planos y bajos de las antiguas ciudades
mexicanas se alzaban muchos “templos piramidales”. Llamados
“torres” en los informes españoles debido a su altura y su
empinamiento. En realidad no tenían nada en común con las
86
torres ni con las pirámides típicas, si consideramos como éstas a
las egipcias. La pirámide egipcia es la forma monumental de de
un montículo de piedra erigido encima de una tumba. Un corredor
lleva al interior de ella pues la tumba es lo principal. La pirámide
mesoamericana era, en cambio, un amontonamiento de tierra en
cuya cima había un lugar culto al que se llegaba por una “escalera
exterior. Las tumbas dentro de las pirámides eran una excepción y
no constituyen un rasgo típico de la arquitectura mesoamericana.
Recientemente en Palenque en el interior de una pirámide, de la
era clásica maya se encontró un aposento funerario ricamente
provisto y comunicado por una escalera interior con la plataforma
de la pirámide. Sin embargo no se han encontrado otras tumbas
dentro de la frecuente perforación de túneles a través de las
pirámides mexicanas. La costumbre de construíi los templos sobre
una base escalonada se remonta a un antiguo culto de la “altura”.
En los tiempos más antiguos deben de haberse erigido los lugares
de culto en elevaciones naturales del terreno (montes y cerros) y
todavía los aztecas ofrecían sacrificios a los dioses de la lluvia en
las cimas montañosas. Esta costumbre resultó finalmente en la
construcción de “todos los templos sobre redondos “montes
artificiales”, hechos de tierra amontonada y recubiertos con tosca
capa de piedras o de argamasa para protegerlos de la intemperie.
Cerca de Cuicuilco, en el valle de México y en el país de los
huastecas pueden verse aún estas formas primitivas piramidales
de los templos mesoamericanos. Más tarde, las pirámides fueron
construidas en forma cuadrada, escalonadas y truncas: Consistían
en un núcleo de tierra y piedras, una capa exterior de piedras
cuidadosamente elegidas y adheridas con argamasa, todo ello
recubierto con un estuco resistente. Estos edificios que se
encuentran desde el Estado de Zacatecas en el norte hasta la
República de nicaragua en el sur, a través de toda Mesoamérica,
se designan comúnmente con la palabra azteca “teocalli” (“la casa
de dios”). Pero tal término designaba el templo en general,
mientras que las pirámides escalonadas eran llamadas, debido a su
construcción, “tzacualli”, “lo encerrado (en un manto de piedra”
(Idem. P. 107).
87
El hecho de que las pirámides escalonadas se hicieran
predominantes se debe a razones ideológicas. Mientras nosotros
consideramos el cielo como una “bóveda”, éste representa para
otros pueblos una montaña, por lo cual. El sol asciende por la
mañana y desciende por la tarde, de manera que sus pendientes se
escalonan como las de un gigantesco edificio. En el recinto del
templo de Tenochtitlán se encontraba “la Casa del águila”
(cuauhcalli), una pequeña pirámide escalonada, consagrada
especialmente al sol. El prisionero de guerra destinado al
sacrificio, al subir ceremoniosa y lentamente los escalones de esa
pirámide el día de la fiesta del sol, “4 movimiento”, representaba
a este astro, según opinión del historiador Durán, y tenía la tarea
de facilitarle el penoso camino hacia el cénit e impedir su
detención. Los antiguos mayas y los modernos huicholes
perseguían el mismo fin por medio de pirámides en miniatura, por
así decir “escaleras solares” hechas de tierra o de madera que
ponían en sus templos durante fiestas especiales (Idem. P. 107).
Los campos del juego de pelota constituían (“tlachtli”) que
existían en muchas ciudades y que constituían, mucho mas allá de
esta región y desde tiempos muy anteriores a los aztecas, una de
las principales formas arquitectónicas al lado de las pirámides.
Solamente en la región maya se han encontrado por lo menos
cuarenta campos para el juego de pelota. Eran campos
rectangulares ahondados o rodeados de muros .; y de los muros
laterales partían hacia el centro dos taludes que dejaban abierto un
estrecho pasillo en medio. Así el campo de juego se parecía a un I
romano o a una doble T. Entre los mayas, zapotecas y totonacas,
las paredes laterales eran inclinadas hacia adentro., mientras que
entre los toltecas, mixtecas y aztecas eran verticales y llevaban en
el centro grandes anillos de piedra fijados verticalmente en la
pared. Por esos anillos debía pasar la pelota en un buen juego. A
menudo hay al pié de los muros laterales bancas de mampostería,
cuyos lados se adornaban, al igual que los anillos, con
bajorrelieves. Cuando se trataba de “campos de juego de pelota de
los dioses”, vinculados a pirámides, a los dos extremos del campo
y sobre los muros laterales había templos, capillas e ídolos. El
88
juego de pelota no era un simple deporte, sino un acto de culto
con profundo simbolismo religioso (Idem. P. 113).
Bajando de la Meseta central a los valles del sur, hay dos templos
que están entre los más adornados de toda la parte central de
México y ocupan un lugar único en la arquitectura azteca. Su
peculiaridad se debe a que fueron construidos en una región
originalmente extraña a los aztecas y estaba poblada por tribus
sólo ligeramente afines a ellos por el idioma o la cultura. Ambos
templos estaban consagrados a deidades que habían entrado un
poco tarde en el panteón azteca. Uno de ellos que figura en una
crónica azteca como construido durante 14 años, desde 1501 hasta
1515, es una de las más asombrosas obras del arte azteca. Junto
con la fortaleza de los dioses en Texcotzingo, es el único ejemplar
mesoamericano de un templo de roca comparable a los egipcios, a
los del Indostán y a los del Asia oriental. Fue descubierto en 1936
por García Payón y se encuentra en la cima de una montaña, en
una terraza ampliada mediante unos muros de apoyo, a 100
metros por encima del pueblo de “Malinalco”, al sur del altiplano
de Toluca. Este templo ha sido labrado en la roca en su totalidad:
zócalo piramidal, escalinata, vestíbulo, celda, y hasta las mismas
esculturas, y es una obra extraordinaria, si se piensa que estos
hombres sólo disponían de primitivas herramientas de piedra y de
cobre (Idem. P.116).
11.4.0 LA ESCULTURA AZTECA
Los “relieves aztecas” se destacan entre los demás
mesoamericanos por su estilo claro, severo, pero al mismo tiempo
brioso. No son nunca meras imitaciones de modelos naturales,
sino que se parecen al arte europeo contemporáneo por abstraer o
simbolizar estos modelos, lo cual ocurre también en la escritura
azteca. Aún entre las obras de “escultura” libre, no existe casi
ninguna que permita suponer que su creador haya sido inspirado
por el mero deseo de producir en el espectador el goce de una
forma hermosa o magnífica. Cuán poco consideraban los aztecas
sus obras plásticas como objetos de recreación artística lo
demuestra el hecho de que algunas figuras monumentales con un
89
peso de varias toneladas tenían bajorrelieves “en la base”,
consagrados a los dioses otónicos, que ya no serían vistos por ojos
humanos, una vez erigida la escultura. Es la misma actitud ante
las artes plásticas que guardaban los habitantes paleolíticos de
Francia y de España al pintar, en la oscuridad de unas cavernas de
difícil acceso y con un estilo naturalista, animales en los techos y
en las paredes. Esto señala el origen mágico de toda creación
plástica. Para los aztecas, la obra de arte, igual que el templo era,
a menudo sólo una parte del universo, repleto de fuerzas divinas.
De aquí que cubrieran de relieves las esculturas huecas de piedra,
como las vasijas redondas en que se recogía la sangre de las
víctimas, y las urnas rectangulares en que se guardaban las
cenizas de los muertos. Esto demuestra que el recipiente era una
imagen en miniatura del cosmos. Sus partes superiores
corresponden al cielo, sus paredes a la tierra y su base al
inframundo (Ide3m. P. 118 y 119).
La escultura azteca ha alcanzado mayores alturas en la “plástica
redonda que en el arte del relieve. Cierto que ya había sido
practicada por los olmecas, pero no fue desarrollada por las
culturas teotihuacana y maya. Se extendió por Mesoamérica,
solamente cuando los toltecas establecieron su hegemonía en la
Meseta central. Como en tantas otras ramas del arte, los aztecas
fueron discípulos de los toltecas en este arte y adoptaron algunos
de sus tipos de escultura redonda. Las esculturas redondas de los
aztecas distan tanto del naturalismo de las gigantescas cabezas
olmecas como del cubismo de las esculturas teotihuacanas,
aprisionadas todavía en el bloque de piedra como en una rígida
coraza. Los rasgos principales de la grandeza de esta plástica
reside, para hablar con el arqueólogo mexicano Salvador
Toscano, en su severidad sin compromiso, en su sensibilidad para
lo dramático, y en el grave concepto que tiene del mundo el
pueblo azteca, cuyo carácter se forjó en el duro y despiadado
espíritu de su religión,. Y en la férrea voluntad de poder. Sin esas
características, este pueblo no hubiera podido convertirse en amo
y seños de la mayor parte del territorio mexicano en el lapso de
escasos cien años (Idem. P. 1232)
90
11.5.0 LA PINTURA
En el arte pictórico las figuras están reproducidas casi siembre de
perfil. No hay una intención de perspectiva, de manera que al
representar alguna escena, las figuras están puestas unas encima
de otras. Y no unas detrás de otras. Cuando se reproducen objetos,
se ofrecen, a veces, simultáneamente de frente y de lado, y en
algunos casos, por ejemplo, en los campos de pelota la figura está
enfocada desde encima. Desde el punto de vista artístico, son
superiores los dibujos del Códice Borgia (de la Biblioteca del
Vaticano) a los códices aztecas. Parece ser que ello sugiere el
empobrecimiento de la cosmología religiosa y la fantasía de los
sacerdotes en la era azteca. El Código Borgia fue creado
indudablemente en “Tlaxcala o en Cholula, pues sus dibujos son
muy afines a los frescos de Tizatlán y a las decoraciones
policromas de la cerámica de Cholula. “La riqueza del material
que estas espléndidas hojas contienen es inagotable” (Idem.
P.193).
11.6.0 ASPECTOS DE SU ESTRUCTURA POLÍTICA
El llamado imperio azteca no era propiamente un imperio. Era la
“alianza” de tres tribus poco numerosas. Cuyos soberanos tenían
teóricamente iguales derechos y gobernaban, cada uno su propio
territorio, su propia organización administrativa y sus propias
leyes. Los tres aliados eran completamente independientes unos
de otros también en todos los asuntos interiores. Sólo con ocasión
de la elección de un rey tenían voz y voto los otros dos dentro del
consejo electoral; así mismo, las cuestiones de paz o de guerra
eran decididas por los tres, se debían ayuda mutua en caso de ser
atacado uno de ellos y sus ejércitos operaban en conjunto. La
mayoría de las expediciones guerreras, en cuanto se dirigían más
allá de la Meseta central, no tenían por objeto en realidad la
conquista de nuevos territorios, sino más bien la ocupación y el
dominio de las rutas que aseguraban el tránsito hacia las regiones
ricas en materias primas. Esto permitía el abastecimiento
constante de bienes escasos en la Meseta central, como el maíz, o
que no existían allí como el tabaco, el cacao, el algodón, y las
91
pieles de jaguar, las plumas multicolores, y las piedras preciosas,
la resina de copal, y el caucho, el cobre y el oro. El gobierno de la
Liga no podía pretender una verdadera incorporación de las tierras
conquistadas por falta de hombres para dominarlas y colonizarlas.
Se contentó con explotarlas. Debido a la misma razón, en las
guerras no se tomaban prisioneros destinados a trabajar. Servían
exclusivamente de “alimento de los dioses”, es decir, de materia
prima para los sacrificios humanos en masa, que tenían, no solo
un fin religioso, sino de intimidación, pues los aztecas solían
invitar a sus grandes fiestas sagradas de preferencia a los
caudillos y príncipes de tribus y Estados enemigos (Sobre todo de
Tlaxcala), garantizándoles su seguridad. Por razones económicas
hubiera sido imposible establecer prisioneros en el valle de
México, porque la poco fértil región de la Meseta central no
alcanzaba siquiera, en los años de malas cosechas, a sostener su
población local. Además hubiera resultado peligroso y poco hábil,
desde el punto de vista estratégico y político. La región enemiga
empezaba inmediatamente detrás de las montañas que rodeaban y
protegían por tres lados el corazón del imperio azteca. Ni la
Meseta central pertenecía, en su totalidad al Imperio Azteca. En el
centro mismo de sus tierras había “territorios independientes,
como Tlaxcala, Meztitlán, y dos pequeños estados poblados por
una mezcla de nahuas y otomíes, que los aztecas nunca pudieron
someter y dominar, habiendo sido capaces, también los tarascos,
de detener la marcha triunfal de Axayacatl en la frontera
occidental del altiplano de Toluca. Algunas regiones tenían una
“relación de acuerdo o de alianza” con respecto a los aztecas.
Estos les dejaban sus propios príncipes, pero se aseguraban su
lealtad, obligándolos a permanecer parte del año en las capitales
de la Liga reteniendo a sus parientes como rehenes.
Los españoles, después de haberse sentido verdaderamente
deslumbrados por la magnífica presencia del embajador de
Moctezuma y por los principescos presentes que le envió a Cortés
al desembarcar en Veracruz, no tardaron en darse cuenta de las
precarias condiciones estratégicas de los aztecas para defender su
“Imperio”. Ya entre los totonacas, cuyos pueblos de Cempoala y
Quiahuiztlá se encontraban a sólo 35 kilómetros, del lugar del
92
desembarco, pudieron observar la manera brutal como eran
recogidos los tributos por parte de los oficiales aztecas, soberbios
y arrogantes. A su vez, el temor parecía paralizar a los oprimidos,
frente a sus verdugos, quienes exigían no sólo altísimos tributos
sino la entrega de adolescentes para sacrificar a sus dioses y
doncellas para servir de concubinas a los nobles aztecas. Pero fue
en Taxcala, enemiga hereditaria, situada en la Sierra Nevada,
donde se enteraron mejor de de la floja organización del Imperio
azteca así, como de que sus conquistas solamente tendrían, si
acaso, cien años (Idem. P. 59).
Al penetrar a su interior, no obstante, los españoles se dieron
cuenta también, de que los aztecas daban pasos hacia un imperio
más centralizado y poseían un ejercito poderoso y bien armado.
Esto se observaba, por ejemplo, en las eficientes y eficaces
comunicaciones que funcionaban con gran rapidez, a pesar de que
no había una red de caminos sistemáticamente planificada. La
carga se movía con columnas de cargadores aún a través de los
altos pasos de montaña, de las sofocantes selvas tropicales, de
ingeniosos puentes colgantes sobre los rápidos torrentes de los
ríos. Existían entonces, además muchos puentes de madera y de
piedra, igual que buenos caminos, los detalles de los cuales
solamente han llegado a nosotros desde la región maya. La ciudad
de Cobá era el eje de una de aquellas redes de caminos, uno de los
cuales tenía una longitud de unos 100 kilómetros, llegando cerca
de Chichén Itzá, y un ancho de unos 5 metros. Para mantener en
lo posible las líneas rectas se rellenaban zanjas y depresiones con
guijarros calcáreos, se colocaba encima tierra y se apisonaba con
unos cilindros de piedra que aún hoy se usan, de unos 4 metros de
largo y un peso aproximado de 5 toneladas (Idem. P. 60).
La excelencia del sistema de estafetas, la capacidad de los correos
y mensajerías, establecido en la carretera de Tenochtitlán a la
costa, se demostró a los dos días de anclar los barcos de de Cortés
en la rada abierta de Veracrúz. Al llegar ya había allí una
embajada de Moctezuma junto a un grupo de “reporteros
pictográficos” aztecas que incluyeron en sus dibujos a los
españoles, sus barcos, perros y caballos para informar a
93
Moctezuma. Cuando desembarcaron en las costas de Pánuco y de
Veracruz, respectivamente, Álvarez Pineda y Pánfilo Narváez,
dos conquistadores rivales de Cortés, Moctezuma supo la noticia,
incluso, antes que Cortés, no obstante que éste había dejado en
Veracrúz una guarnición. En la aventurada expedición de
Honduras, que llevó a los españoles a través de las selvas del sur
de México, y del norte de Guatemala, en 1524 y 1525, Cortés
siguió probablemente esta antigua ruta comercial, en cuya
existencia estaba enterado gracias a un mapa pictográfico recibido
de Moctezuma. Mostraba, sobre un “lienzo tejido de fibras de
maguey” la costa entera, “con sus bahías y ríos”, y fue
complementado durante el mismo viaje por otros “mapas”
indígenas. Es probable que esta cartografía primitiva, pero
evidentemente bastante desarrollada, se basaba en los informes de
los mercaderes que participaban en las grandes expediciones
comerciales mexicanas.- Eran requeridos, por otra parte, por los
gobernantes provinciales, los “petlacálcatl” (“el de la casa del
petate”), que residían en las ciudades principales de las provincias
ocupadas para mantener el orden y la calma entre los pueblos
sometidos (Idem. P. 61).
La realidad cotidiana como base de un desarrollo sostenible de la
sociedad humana, no difiere mucho en estos pueblos de la
realidad en nuestro mundo antiguo eurasiático. Una
racionalización de la aplicación óptima de los recursos al
sostenimiento de la vida de los distintos pueblos es un imposible.
La misma, no parece ser tampoco una inquietud mayor en las
altas esferas del gobierno. Los impuestos de los pueblos
sometidos debieron ser exorbitantes en tiempos de Moctezuma II
a juzgar por las muchas quejas que continuamente eran dirigidas a
los españoles, quienes desde luego las apoyaban para enfurecer
más a los oprimidos contra sus amos, pero sin adoptar una actitud
distinta cuando los sucedieron en el poder. Los tributos eran
recogidos en especie y se almacenaban en las tesorerías de las tras
ciudades de la Liga, Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán. Unas
listas que contienen las entradas normales, pero no el botín
cosechado en guerras y atracos, que se encuentran en el Códice
Mendoza, muestran, no obstante, cuán fabulosos eran:
94
“Productos Alimenticios
Maíz 140.000 fanegas
Fríjol 105.000 fanegas
Semillas oleáceas de “Salvia Chía” 105.000 fanegas
Cacao 1.260 cargas
Sal 6.000 panes
Chile rojo 1.600
cargas
Jarabe de maguey 2.400 jarras
Miel de colmena 1.700
jarrones
Cigarros puros 36.000
manojos
Materiales de construcción y otros
Leña 5.400
cargas
Vigas 5.400
piezas
Tablas grandes 10.800
piezas
Varas de bambú 18.000
cargas
Carrizos para flechas 36.000
cargas
Calabazas pintadas y barnizadas 27.600
piezas
Petates (asientos) 12.000
piezas
Sillas 12.000
piezas
Cal 19.200
cargas
95
Vestidos y adornos
Algodón crudo 4.800
bulto
Mantas blancas y con dibujos
187.560cargas
Otras piezas de vestir 28.800
cargas
Plumas de adorno 32.880
manojos
Trajes de guerrero completos (65 adornados con las plumas
más preciadas) 665
unidades
Materiales para el cultivo
Papel de fibra de amate y de maguey 48.000
hojas
Resina de copal para incienso 3.600
canastas
“idem” 36.000
bultos
Ambar líquido para incienso 100
jarras
“idem” 24.000
bultos
Pelotas de caucho 16.000
piezas
Plumón 20
sacos”
“A esto se añadían en menor cantidad materias colorantes (ocre y
cochinilla), pieles, collares de oro y de cuentas de jade, adornos
labiales de ámbar y cristal de roca, polvo de oro, láminas y barras
de oro, turquesas y mosaicos de turquesas, conchas de mar para
adornos, hachas y cascabeles de cobre. Con ello, una inmensa
riqueza fluía desde todas partes del país a las ciudades
mencionadas del valle de México. Sus habitantes, como
96
consecuencia, llevaban una vida espléndida a expensas de los
pueblos sojuzgados.” El mando del ejército era confiado casi
siempre a los altos caudillos de Tenochtitlán y la proporción de la
repartición de los botines de guerra era: Dos quintas partes para
Tenochtitlán, dos quintas partes a Texcoco y una quinta parte a
Tlacopán ( Idem. P. 62).
Con ello se tiene, no sólo una idea de de los niveles de
explotación de las naciones sujetas, sino de la variedad de la
industria, exigente ya de una destreza bien desarrollada de los
artesanos y agricultores. Ello no es indicativo de economías
primitivas, de ningún modo, sino con un grado de complejidad
evidente.
11.7.0 ASPECTOS DE LA INDUSTRIA ARTESANAL
La industria artesanal tiene expresiones muy propias en los
pueblos mesoamericanos. Algunos indicios de su demanda tienen
relación, por ejemplo, con las costumbres y usos en su vestimenta.
Es simple, según varios autores, dados el frío de la temporada
seca del invierno a 2.000 metros de altura. No falta ni en el
hombre ni en la mujer, porque entre los aztecas es repugnante la
desnudez. Los rangos sociales determinan tajantemente sus
distintivos en la vestimenta. Las clases sociales altas usaban en su
atuendo telas de algodón, generalmente importadas
principalmente de los pueblos de las costas del Golfo, cuyos
diseños ornamentales eran multicolores. Al nivel popular se
usaban exclusivamente tejidos más burdos de fibra de maguey.
Las mujeres usaban su camisa y enagua (“cueitl”) tradicionales.
El hombre se cubría con un taparrabos (“máxtlatl”) consistía en
una larga tela que ceñía la cintura y se pasaba entre las piernas de
tal modo que las dos partes anchas cayeran hacia delante. Los
hombres se cubrían el torso con un manto (“tilmatli”). Los aztecas
llamaban a aquellas telas de algodón “telas de cuatrocientos
colores”, entusiasmados con la riqueza del colorido y los diseños
artísticos logrados en las telas para taparrabos y mantos que
muestran las listas aztecas de tributos. Se usaba el ocre amarillo,
el rojo urucú, sacado de los frutos de la “Bixa orellana”, la
97
“hierba azul” (índigo), la cochinilla sacada por los mixtecas y
zapotecas de los insectos de este nombre que viven en los nopales
(de allí que lo llaman “nocheztli”, “sangre de nopal”). Y el
púrpura auténtico, el jugo de un caracol de mar pescado por los
chontales y los zapotecas en la costa del Pacífico, entre
Tehuantepec y Acapulco (Idem. Ps. 86 y 87).
La mayoría de los trajes y adornos descritos por Krickberg de
manera detallada, se conocen solamente a través de descripciones
y dibujos antiguos. Los originales cayeron víctimas de tres
grandes fuerzas destructoras: El clima, el tiempo y la insensatez
humana. El clima, porque no existe en la región de las altas
culturas mexicanas una región suficientemente seca, como ocurre
en la costa peruana, cuya fina arena desértica ha preservado hasta
nuestros días las telas más delgadas, los trabajos de plumas más
delicados y otros productos hechos de materiales perecederos
como pieles, cueros y madera. Hay que lamentar, especialmente,
la pérdida de los textiles. No hay duda de que el arte del tejido
estaba tan desarrollado en México como lo estuvo en el Perú,
según lo informan las fuentes históricas. Ningún tejido mexicano
se conservó en su forma original, después que el único ejemplar,
que se hallaba en Berlín se quemó durante la Guerra en 1945.
Sólo se conservan fragmentos carbonizados hallados en tumbas.
Las nueve obras de plumas sobrevivientes en los museos de
Viena, Stuttgart, Bruselas, Madrid y México, durante estos siglos,
únicamente lograron conservarse porque llegaron en el siglo XVI
a España, y de allí a los gabinetes de arte de algunos príncipes,
como parte del botín de los conquistadores. Por la misma razón
existieron en Europa hasta 1945, 22 antiguos mosaicos
mexicanos, es decir, objetos hechos de madera y hueso con
incrustaciones de fragmentos de piedra y de concha. Esto no es
sino un triste resto de las antiguas preciosidades mexicanas que
aparecen en las listas de embarque entre 1519 y 1526 como parte
del botín que fue llevado a Europa en cinco cargas de barco. “Para
darse cuenta de la pérdida sufrida por la arqueología mexicana,
basta comparar las precisas pero secas descripciones de los
objetos con los relatos entusiastas de los contemporáneos que
habían visto estos tesoros artísticos, a quienes les parecieron
98
sensacionales. Durero escribió en su diario después de asistir en
Bruselas, el 26 de agosto de 1520, a la primera exposición de las
joyas mexicanas, llegadas poco antes a la corte de Carlos V: “En
toda mi vida no he visto cosa que haya regocijado mi corazón de
tal manera como esto”. Los objetos de oro y plata tenían aún
menos per4spectivas de perdurar. Fueron bien pronto fundidos y
sirvieron como lujosos adornos de iglesias y conventos, “ad
majorem Dei gloriuam”.” (Idem. P. 93).
11.8.0 LA METALURGIA
Y LOS TRABAJOS
CON PLUMAS, PIEDRA Y OTROS.
Los trabajos en oro, tallas de madera y muchos otros objetos de la
antigua artesanía mexicana no fueron realizados por los aztecas.
Pero es un hecho que los ejemplares de esta obra artesanal se
juntaban, desde las provincias sometidas, yendo a parar a las
tesorerías del rey azteca, según las listas de tributos. Es así como
es importante tener la idea de la riqueza acumulada y concentrada
en tiempos de la Conquista en la metrópoli del Imperio
Tenochtitlán. Se poseen tres informes independientes de tres
oficiales de Cortés, sobre esta tesorería, pues estaban presentes
cuado fue abierta por los españoles una puerta recién condenada
en el palacio de Moctezuma en el lugar en que éste la albergaba;
“el cuento de la lámpara mágica de Aladino se tornó realidad
cuando estupefactos vieron frente a ellos un gran montón de oro y
piedras preciosas, y las paredes cubiertas con valiosas prendas de
vestir, armas, escudos, y divisas. Aunque la mayor parte de esas
riquezas que, según Bernal Díaz, no tenía igual en el mundo, se
hundió en los diques cuando muchos españoles se ahogaron
durante la huida de la “Noche Triste”, cargados con gran parte del
tesoro, buen número de objetos que habían sido ofrecidos a Cortés
anteriormente por Moctezuma y que se encuentran actualmente en
museos europeos, provienen sin duda, del mismo tesoro, pues se
describen en el inventario de 1519”(Idem. P. 93).
“Los que trabajaban plumas, piedras preciosas y oro eran los
artesanos más apreciados entre los aztecas, porque de sus manos
99
salían casi todos los adornos de las clases privilegiadas, del rey y
de las imágenes de los dioses”. Había también mercaderes y su
prestigio se basaba en el hecho de que traían de lejanas tierras los
materiales necesarios para estas obras. Ya en tiempos de los
viejos soberanos de Tlatelolco empezaron los mercaderes a
asociarse estrechamente con los “trabajadores de plumas” y a
importar plumas preciosas. Las plumas multicolores de las aves
del trópico eran grandemente apreciadas, pero sobre todas, las que
provenían de la cola del quetzal (Trogón Splendens), cuyo valor
se equiparaba sólo con el oro y el jade. Este pájaro habita las
selvas de Chiapas, Guatemala y la parte occidental de Honduras
(Idem. P. 96).
El oro y la plata era llamada entre los aztecas “excremento de
dioses” amarillo y blanco (teocuítlatl). Se suponía pues, eran
excremento del dios Sol y de la diosa Luna. Dios (téotl)
significaba, sobre todo un ser celestial. Los nombres de los dioses
de la tierra y del infierno terminaban por lo general en la palabra
“tecutli” que significa “Señor”. Comparado con la cantidad de oro
que los españoles encontraron en Costa Rica, Panamá, Colombia
y Perú, el tesoro de Moctezuma, a pesar de su fastuosidad era más
bien modesto. Bernal Díaz lo calcula en unos 600.000 pesos, lo
que corresponde a unos 3.5 millones de dólares de hoy. El número
de piezas de oro encontradas en México en tiempos más recientes,
es también pequeño. Pero en cambio sobrepasa en técnica y arte a
todas las antigüedades de oro de América. La producción de
metales preciosos hubiera sido mucho más rica si los pueblos
mexicanos hubieran practicado la minería. Si hoy se saca de las
minas mexicanas el 27% de todo el mineral de plata de la Tierra
(con oro como producto secundario), el oro era antes
penosamente extraído de los ríos de la parte norte del Estado de
Oiaxaca y sureste del Estado de Veracrúz, junto con un pequeño
porcentaje de plata, que era, por esta razón mucho más apreciada
en el antiguo México que el oro. También los Tlapanecas del
Estado de Guerrero mandaban oro a Tenochtitlán. Su dios Xipe
era el patrono de los orfebres aztecas, quienes residían en el
pueblo de Azcapotzalco, en la ribera oeste del lago de Texcoco y
sobre cuyos productos solamente existían algunos informes en
100
antiguos documentos. Es probable que el gran disco de oro, del
tamaño de una rueda de automóvil, con la imagen del sol,
mencionado varias veces entre los primeros trofeos que se
mandaron a España, haya sido uno de estos. La “fundición de
oro” de los mixtecas era mucho más artística que los trabajos de
oro de los toltecas hechos en cobre repujado, en narigueras,
diademas, y otros trabajos semejantes elaborados en oro. (Idem.
P. 97).
Para fundir el oro se usaba solo un crisol de barro y un soplete. La
reducción de los metales de su mineral, que hubiera necesitado
hornos de fundición, como en el antiguo Perú, era desconocida
pero además innecesaria, puesto que el oro de los ríos se
encontraba en forma pura. La mezcla natural y frecuente del oro
con la plata se disolvía en la pieza ya acabada por medio de la
“medicina del oro”, amalgama de sal y óxido de aluminio. El
sabio danés Paul Bergsoe cree que se conocía este método por
cierto comentario en el texto de Sahagún. También demostró que
las finas filigranas que adornan a menudo la orfebrería mixteca no
fueron fundidas o estañadas, sino soldadas a ellas, como una
cabeza de hombre, mitad oro y mitad plata, cuya juntura es una
línea del grosor de un cabello. Los más espléndidos ejemplos de
orfebrería mixteca fueron sacados a la luz del día cuando Caso y
Valenzuela descubrieron una tumba en Monte Albán en enero de
1932. Pesaban las piezas unos cuatro kilos en total y se trataba,
entre otras cosas de los siguientes objetos: varios pectorales, uno
de los cuales medía 11 centímetros de largo, y ostentaba
esculpida, la cabeza del dios de la muerte; una máscara del dios
Xipe; orejeras en forma de cabeza de águila, con largos
pendientes terminados en cascabeles; delicados anillos hechos
enteramente de filigrana de oro y un sinfín de collares con cuentas
de todos los tamaños y formas imaginables. En otros lugares se
han encontrado eslabones de collares en forma de tortuga,
pesados adornos labiales con cabezas de águila y de serpiente en
relieve. Y una pieza que es la más perfecta, desde el punto de
vista artístico entre todas las orfebrerías mixtecas: un pequeño
escudo unido a un manojo de lanzas, cuyos encantadores detalles
están hechos de fragmentos de turquesa incrustados y delicadas
101
filigranas. El gran aprecio de que gozaban estas pequeñas obras
de arte se demuestra por el hecho de que algunas piezas se
encontraron muy lejos de la región mixteca, en el país de los
totonacas, de los zapotecas del sur y de los mayas (Idem. P.98).
Los logros de los orfebres mixtecas son más asombrosos aún si se
considera que la fundición fue importada en Mesoamérica apenas
alrededor del año 1000 d. c. Si se usaban metales anteriormente a
esa fecha (lo cual es dudoso ya que no ha encontrado en
Teotihuacán ni en las ciudades de la época clásica de los mayas,
de 300 a 900 d. c., un solo objeto de de metal hecho allí), deben
de haber sido hechos en frío, como entre los indígenas de
Norteamérica en tiempos precolombinos. Y cuando se aprendió a
fundir los metales, se hicieron por lo pronto sólo adornos de oro y
de plata, por ser sus grados de fundición muy bajos. También el
cobre era usado para adornos a imitación de los de oro, y sólo
mucho después fue empleado para la fabricación de”
herramientas”. Idm. P. 98).
Las herramientas de cobre fundido se encuentran en México sobre
todo en las regiones de los tarascos y de los zapotecas, cercanas a
las costas del Pacífico, muy rara vez entre los aztecas, y casi
nunca entre los mayas. Esto nos hace pensar en una importación
desde las antiguas culturas de América del Sur, que conocían la
metalurgia desde principios de nuestra Era. El investigador
francés Paul Rivet supone, con fundadas razones, que el país de
origen era la costa norte del Perú, porque México tenía en común
con este antiguo centro cultural no sólo los tres metales
principales, oro, la plata (en menor grado) y el cobre, sino
también las aleaciones que endurecen y fortalecen el oro y el
cobre: La “tumbaga” (oro y cobre) y el bronce (cobre y estaño).
En Costa Rica y en Colombia no se conocían ni la plata ni el
bronce, y en el antiguo Perú, si bien se usaban ambos, no se
conocía la tumbaga. Esta aleación se usaba también en México
para aumentar el oro. Cuando era recalentada y bañada en ácido
oxálico vegetal, adquiría un brillo igual al oro puro y era tomada
como tal por los ignorantes. El hecho de que el bronce no se debe
a una aleación casual (lo que hubiera sido imaginable en vista de
102
que el cobre y el estaño se encuentran lado a lado en los cerros
mexicanos), sino a una mezcla deliberada de los dos metales, lo
prueban los análisis de Rivet, pues se supo que el bronce se usaba
exclusivamente para herramientas punzantes y cortantes, a veces
exclusivamente para punzones, y no para adornos ni para los
delgados cuchillos de cobre usados como “moneda”. Una tercera
aleación, realizada sólo en México, se hacía mezclando cierta
cantidad de plomo en la fundición de cascabeles de cobre, cuyo
sonido se quería modificar de esa manera. En contraste con el
antiguo Perú, cuya industria de cobre y bronce originó un gran
número de tipos distintos de herramientas, sólo había en México
antiguo unos cuantos utensilios de de metal, de forma muy
sencilla, sobre todo un hacha plana unida como las hachas de
piedra o de concha de los polinesios, a un mango curvo, y que se
llamaba simplemente “tepoztli”, o sea “cobre”. Esta era la
herramienta de metal por excelencia. Se conservó entre los
aztecas el hacha de piedra, al lado de la de cobre para cortar
árboles. El cobre, por otro lado se usaba para fabricar
herramientas de madera que a su vez servían para talla. Tenían
una hoja de diabasa, diorita, pórfido o basalto, cuya parte
posterior se encajaba en el mango ensanchado. Otros instrumentos
de piedra, el mazo cuadrado u ovalado, estriado en su superficie
ancha para fabricar papel de amante o de fibra de maguey,
sobrevivió los tiempos de la Conquista y es usado aún hoy día por
los otomíes para la preparación del papel mágico. Los cuchillos y
las puntas de lanzas, flechas y dardos estaban igualmente hechos
de piedra, salvo pocas excepciones. Los fragmentos obtenidos de
un bloque de obsidiana, dura como el vidrio, con un instrumento
de hueso, servían sin ulterior elaboración de cuchillos filosísimos,
empleados en las penitencias religiosas y también para afeitarse,
tal como lo leemos en el texto de Sahagún o se puede observar en
nuestro tiempo en los campos. Unos utensilios menos inofensivos
eran las grandes hojas ovaladas y puntiagudas de pedernal,
parecidos en la hechura a los neolíticos, con sus bordes
nítidamente pulidos, que servían para los sacrificios. humanos.
Pero la capacidad de los talladores de piedra mexicanos se
demuestra sobre todo en las joyas, figuras, máscaras y vasijas,
hechas con calidad técnica y artística insuperable de “cristal de
103
roca, jadeíta y obsidiana”, materiales durísimos. Pero aún en este
arte no fueron los aztecas, sino culturas más antiguas y superiores
las que dieron el esplendoroso ejemplo. Hay un cráneo de tamaño
natural y hecho de cristal de roca en el Museo Británico, que
fascina por su realismo increíble y una copa maravillosa hecha del
mismo material, de forma pura y noble, encontrada en la
mencionada tumba mixteca de Montre Albán (Idem. P. 100).
104
CAPITULO 12
LA CULTURA MAYA
Por último, démosle un vistazo a la última cultura de
Mesoamérica de la que vamos a tratar: La cultura Maya. De la
misma manera que Walter Krickeberg es una de las grandes
autoridades en la arqueología mexicana, Sylvanus G Morley es la
gran autoridad en arqueología maya y es la persona que más
conoce de ese tema. Su obra “La Civilización Maya” del Fondo
de Cultura Económica, va a ser nuestra principal referencia.
Cuando hablamos de la cultura maya estamos hablando de la
máxima plenitud alcanzada por pueblo americano alguno. Su
territorio estuvo aislado por tres costados por vastos depósitos de
agua inexplorados en aquel tiempo, y por el lado restante por una
cordillera, al sur de la cual nunca penetró. Su periplo se da dentro
de los confines de la Península de Yucatán. Aislada allí, tiene su
origen la cultura maya, allí crece, florece, decae, renace y llega a
su decadencia definitiva. Aquel extraordinario proceso se da entre
los años 300 a. de c. y el año 1700 de nuestra Era. Los mayas
pudieron desarrollar allí su cultura, prácticanmente sin influencia
externa, solamente como fruto de su propio ingenio. Sylvanus G.
Morley describe aquel proceso como “el mejor laboratorio que
pueda encontrarse en cualquier lugar del mundo para el estudio de
una civilización antigua” (Sylvanus G. Morley “La Civilización
Maya”. Fondo de Cultura Económica. México 1961. P 27) Dice
también: “Si queremos interpretar el verdadero significado de la
historia maya, penetrar su sentido y esencia, debemos comprender
que, fundamentalmente, la civilización maya fue uno de los
experimentos más notables en agricultura llevados a cabo en el
mundo; en una palabra, que toda ella se basaba exclusivamente en
el maíz y dependía de él, de modo que nada más era más
importante que ese grano en la vida maya antigua, como por
cierto tampoco hay nada más importante en la moderna” (Idem. P.
12).
105
Morley entra en una descripción bastante detallada del territorio,
sus aguas y el clima, nos da una idea bastante clara de su medio
ambiente. Pero aún a riesgo de no ser muy claros, vamos a tener
que ser muy sucintos, dado el espacio de que disponemos:
12.1.0 EL ÁREA DE DISPERSIÓN,
EL MEDIO NATURAL,
LA ECONOMÍA QUE SOPORTÓ
“Las colinas del norte de la cuenca central y los valles
intermedios se dirigen generalmente hacia el este y el oeste; las
faldas meridionales de de las primeras son escarpadas, mientas
que las del norte descienden de manera casi imperceptible de cada
cresta al cauce del próximo río. Tanto los cerros como los valles
están cubiertos completamente de selva en la que crecen árboles
de caoba, chico – zapote (cuya savia lechosa produce la goma de
mascar o chicle, y su tronco las vigas que se usan en el interior de
los templos mayas), el árbol del hule, que produce la goma
elástica, el cedro tropical, la ceiba o yaxché (el árbol sagrado de
los antiguos mayas, que produce una especie de algodón, llamado
kapok), el amatl o higuera de las ruinas (de cuya corteza hacían
los mayas su papel, huun), el ramón (cuyo fruto se comía en
tiempos de escasez y cuyas hojas sirven de forraje), el aguacate, el
pimentero, la palma de corozo, la palma – escoba, y muchos otros
cuyos nombres no tienen equivalente en castellano, ni su especie
es conocida en los climas del norte. La selva tiene una altura
media de 30 a 40 metros, pero la maleza que crece debajo, salvo
en pantanos (“akalché”, en maya) que cubren de vez en cuando el
suelo de los valles, es relativamente rala a causa de la densa
sombra que producen los árboles más altos. Fue precisamente en
los valles y en las faldas septentrionales de las montañas, donde
existía el bosque alto, y no en las sabanas descubiertas y
“sembradas” (cubiertas más bien) de pasto, donde los mayas
construyeron sus ciudades de piedra” (Idem. P. 20).
“Además del maíz, el gran producto alimenticio americano, se
cultivaban otras plantas comestibles, legumbres, y frutas, fríjol
negro y rojo, dos clases de calabaza, güisquil o chayote, tomate, el
106
árbol del ramón, cacao y variedad de tubérculos, camote, o batata,
, jícama, yuca o cazabe, y diversas clases de ñame. Cultivaban
también otras plantas útiles, como el chile o pimiento, la vainilla,
y el pimiento de Tabasco para sazonar la comida; algodón, cacao,
tabaco, fibras y calabazas, de las que hacían algunos de sus
utensilios de cocina. La propia selva suministraba muchos
materiales útiles: postes y junco para la armazón de las casas, hoja
de palma para cubrir el techo, resina del árbol del copal (“pom”,
en maya) que usaban en lugar de incienso en sus ceremonias
religiosas; en una palabra, cuanto necesitaban para vivir” (Idem.
P. 20).
“La vida animal es mucho más abundante en esta región que en
las tierras altas del sur (probablemente muy estériles e
improductivas). Los bosques del Petén rebosan literalmente de
jaguares, venados, corzos, pecaríes, dañinitas, las dos especies de
monos de Guatemala, el saraguate, del tamaño de un mandril
mediano, y el mico (“ateles”) de larga cola; y una legión de
mamíferos, más pequeños: armadillos, murciélagos, agutíes, y
otros roedores. Se ven volar sobre los árboles aves de brillante
plumaje: loros, guacamayas, tucanes, garzas, colibríes, y muchas
aves de caza; El famoso pavo de monte (“Meleagris ocellata”),
que no se encuentra en ninguna otra parte del mundo se ve en la
Península de Yucatán, y es más semejante a un faisán que a un
pavo, perdices y otros pavos silvestres, codornices, guacos, o
faisanes, “cojolitos”, o faisanes negros, palomas, y
“correcaminos”; buitres, gavilanes, y águilas se ciernen
majestuosamente por los aires, sin que falten las bandadas de
avecillas menores. Hay muchas serpientes venenosas y no
venenosas, el pitón, la serpiente cascabel de los trópicos, la
justamente temida “nahuyaca” (cuatro narices) o “fer – de -
lance”, el cantil y otras víboras igualmente mortíferas, el coral, y
en los ríos y lagos el cocodrilo” (Idem. P. 20 y 21).
“Pero lo que más abundan son los insectos, que constituyen una
plaga nocturna y diurna: hormigas de todas clases, “termites” u
hormigas blancas, abejorros, la abeja silvestre que produce la
deliciosa miel del monte de la Península de Yucatán, que los
107
antiguos mayas usaban principalmente, en lugar de azúcar,
mariposas, jején, diminutos chupadores de sangre, pulgas, moscas
de todas clases y tamaños, garrapatas, “coloradillas” e
innumerables luciérnagas, tan brillantes que, poniendo una media
docena debajo de un vaso, dan suficiente luz para leer” (Idem. P.
22).
El clima de Petén es mucho más caliente que el de las tierras altas
del sur y considerablemente más húmedo que el del norte de
Yucatán. La estación de lluvias es mucho más larga y se extiende
desde mayo hasta enero; y no es raro que llueva aún durante los
llamados meses secos de febrero, marzo, abril y mayo. El índice
de lluvia es desde aproximadamente 1, 83 mts., (1.830 mm) en el
norte hasta unos 3.80 mts., (3.800 mm) en el sur, a medida que se
llega cerca de la cordillera. El agua nunca se congela, y los fríos
“nortes” del invierno sólo hacen bajar frecuentemente la
temperatura hasta 10 grados centígrados. Los meses más
calurosos son abril y mayo, antes del principio de las lluvias;
entonces sube la temperatura hasta más de 40 grados centígrados
en la sombra” (Idem. P. 22).
“Todo lo que los antiguos mayas podían desear se encuentra en
esta región, una Jauja en que “la miel y la leche fluyen
libremente”. El clima era en extremo saludable. Se disponía de un
extenso territorio que se adaptaba admirablemente al sistema
maya de agricultura; una rica y variada fauna y flora
suministraban alimento en profusión, abrigo, medicinas y otras
materias útiles. La piedra caliza que se encontraba en el lugar era
uno de los mejores materiales de construcción de toda la América
precolombina, pues no sólo se podía extraer con facilidad usando
los instrumentos de piedra y madera, únicos de que disponían los
antiguos constructores mayas, sino que se endurece a la
intemperie y, al quemarla, se convierte fácilmente en cal. Por
último, en toda la zona se encuentran yacimientos de cascajo
calizo ordinario, zahcab, en maya, del cual se hace una especie de
mezcla de cal y cemento. En resumen, los tres elementos
esenciales para una arquitectura primitiva, pero duradera, con
base en piedra y mezcla, estaban a la mano: material de
108
construcción fácil de trabajar, cal y grava para fabricar la mezcla”
(Idem. P. 22).
Con ello Morley nos está describiendo un hábitat ubérrimo
tropical húmedo, soporte incalculablemente valioso para sustentar
la especie humana, a la par que innumerables otras especies. Nos
está dando motivos para entender algunas razones de su
estabilidad, en contraste de aquellos pueblos nativos de las
ihnóspitas tierras del centro del Asia de los que hablamos antes..
“Este conjunto favorable de factores naturales, unido al ingenio
innato de los antiguos mayas, dio por resultado el nacimiento de
su civilización, en lo que actualmente constituye la sección norte
y central del Departamento del Petén, Guatemala, durante el siglo
IV de la era cristiana” (con su historia completamente
documentada) (Idem. P. 23).
“Tomando esta sección norte y central del Petén como su centreo
de distribución, la cultura maya se extendió durante los dos siglos
siguientes hacia el norte, este, sur y oeste, hasta cubrir toda la
Península de Yucatán, los valles adyacentes y las faldas
septentrionales de la Cordillera hacia el sur. Así se formó el Viejo
Imperio maya, que alcanzó su más brillante florecimiento, su edad
de oro, en las ciudades de Palenque, Piedras Negras y Yaxchilán
en el valle del Usumacinta, al occidente del Departamento del
Petén, y en el extremo sudeste en Copán y Quiriguá durante el
siglo VIII de nuestra era” (Idem. P. 23).
“Las obras más antiguas de arquitectura de piedra,, con sus
monumentos esculpidos del mismo material, se encuentran en la
ciudad de Uaxactún, a unos 60 kilómetros al norte de la ribera
oriental del lago de Petén Itzá. Las fechas más antiguas de la
escritura jeroglífica actualmente conocidas que se leen en estos
monumentos se remontan a los primeros veinticinco años del
siglo IV d. c.” (Idem. P. 23).
En la mitad norte de la Península de Yucatán, el bosque húmedo
tropical de gran altura se convierte imperceptiblemente en el
monte bajo y denso y espinoso de la mitad norte de la península.
109
“La mitad norte de la península es baja y llana, el “humus” forma
una capa muy superficial, corrientemente de unos pocos
centímetros de profundidad, al contrario del suelo del Petén, que
es mucho más hondo y alcanza de 60 centímetros a 1 metro de
espesor. Por todas partes se ven extensos asomos del calcáreo
nativo (terciario y reciente). El agua es muy poco frecuente en la
superficie y hay pocos lagos y ríos” (Idem. P.24).
Por lo que se ve, la mitad norte de la península es
extremadamente seca; la única agua superficial, exceptuando los
pocos lagos y ríos salobres próximos a la costa, es la que
suministran los “cenotes”, o grandes pozos naturales. Estos,
afortunadamente, son numerosos, especialmente en el extremo
norte. Los cenotes son cavidades de formación natural producidas
por el hundimiento del suelo calizo que deja al descubierto la capa
de agua subterránea que se encuentra en todas partes en el norte
de la península. Algunos de esos pozos naturales miden 60 metros
de diámetro o más, y su profundidad varía según el espesor de los
estratos calizos que forman el terreno en que están situados. Cerca
de la costa norte esta capa de agua subterránea se halla a menos
de 5 metros bajo el nivel del suelo, pero a medida que se avanza
hacia el sur la profundidad de los cenotes aumenta hasta más de
30 metros” (Idem P. 25).
“En un país tan desprovisto de agua superficial como es el norte
de Yucatán, estos cenotes eran el factor determinante del asiento
de los antiguos centros de población. Donde había un cenote
invariablemente prosperaba un grupo de habitantes. En tiempos
pasados eran la fuente principal de abastecimiento de agua, de la
misma manera que lo son en la actualidad. Eran como los oasis
del desierto, y, en una palabra, constituían el factor decisivo que
influía en la distribución de la población antigua del norte de
Yucatán” (Idem. P. 25).
“La cultura maya parece haber llegado al norte de Yucatán por
primera vez en época no muy antigua, al principio del siglo V de
la era cristiana, probablemente por la costa oriental de la
península; pero los primeros portadores de la nueva y más rica
110
manera de vivir ya encontraron la región ocupada por grupos de
gentes que hablaban maya y practicaban la agricultura, si bien no
había penetrado entre ellos la influencia vivificante de la
civilización maya. La propagación de esta cultura hacia el norte,
por grupos procedentes del sur, continuó durante los siglos V, VI,
VII, y VIII, no sólo por la costa oriental, sino también a lo largo
del eje central norte sur de la península y por la costa occidental.
Sin embargo, durante todo ese período la parte norte de Yucatán
permaneció como una región provincial y periférica del Viejo
Imperio, en comparación con los centros originales y más
antiguos de la civilización maya del sur, de manera semejante a la
Bretaña del tiempo de los romanos con respecto a Roma en los
primeros siglos de nuestra era.” (Idem. P. 26).
La civilización maya logró perfilar una cultura tan definida y
original, que Morley no duda en tipificarla en una definición muy
concreta: “El término “civilización maya” usado en este libro se
aplica exclusivamente a aquella antigua cultura americana que
tenía como sus “manifestaciones principales” una escritura
jeroglífica y una cronología únicas en su género, y, en lo que a la
América del Norte (el norte de Mesoamérica) se refiere, una
arquitectura de piedra también única en su clase, que incluía el
uso de los techos en forma de bóveda de piedra salediza (arco
falso). Donde quiera que estos dos rasgos culturales se encuentren
juntos en la región centroamericana, es decir, en el sur de México
y Norte de América Central (y en esta región prácticamente nunca
se presentan separados), allí floreció la civilización maya que
hemos definido. A la inversa, cualquier región en donde no se
encuentren esos rasgos, aunque la lengua que hablen los
habitantes sea uno u otro de los varios dialectos mayas, no se
considera aquí como parte del área de cultura maya” (Idem. P.
54). Por ejemplo, tenemos el caso de los pueblos huastecos.
Parece ser que los movimientos de los pueblos nahuas,
particularmente de habla totonaca y nahuatl que se situaron en el
sur y centro de Veracruz, antes de que floreciera la cultura maya y
llegaron a aislar totalmente su territorio de los mayas de Petén. El
territorio poblado por los huastecos está a 500 kilómetros de
distancia del grupo más cercano de habla maya. Además, todos
111
los otros grupos mayas están ocupando territorios contiguos. Los
huastecos, pues, no participan de la aquí llamada “cultura maya”
(Idem. P. 54).
Hay algunas indicaciones de que la costa de Veracruz fue
ocupada por gentes que hablaban alguna forma del maya, aunque
esta región, ahora, está ocupada por gente que habla totonaca y
nahuatl. Es probable que hace unos dos o tres mil años, ciertos
pueblos de habla náhuatle, que anteriormente vivían en la región
central de México, se trasladaran o fueran empujados de dichas
posiciones con dirección al este, hacia la costa del Golfo,
obedeciendo a la presión de otras tribus que vivían en aquel
tiempo al norte y noroeste de ellos, y que de esa manera
introdujeron una cuña lingüística náhuatl entre la gran masa de los
pueblos de habla maya del sudeste y el único grupo que habla el
mismo idioma maya del norte, el huasteco (Idem. P. 55).
Suponiendo que el cálculo del tiempo en el cuadro arriba
esbozado se aproxime a la verdad, la civilización maya, o más
bien aquellos elementos culturales que contribuyeron a
producirla, han de haber tenido su principio entre dos y tres mil
años antes de nuestros días, en una época comprendida más o
menos dentro del primer milenio anterior a Jesucristo,
probablemente, más cerca del final que del principio de dicho
período (Idem. P. 55).
12.2.0 LA HISTORIA MAYA
Así pues, la historia maya se puede dividir, a grandes rasgos, en
tres épocas: Premaya, probablemente de 3.000 años a. de c., hasta
el año 317 d.. de c. El Viejo Imperio, el propiamente maya, desde
el año 317 d. de c., hasta el año 987 d. de c. El Nuevo Imperio,
desde el año 987 d. de c. hasta el año 1697 d. de c.(Idem. según
tabla de la historia maya P 56). Los arqueólogos mexicanos creen
que la región del sur de Veracruz, donde se encontraron las fechas
de Tres Zapotes y la estatuilla de Tuxla, la región de la cultura
olmeca, fue el centro original de distribución de las civilizaciones
más avanzadas de toda América Media. Cita Morley al doctor
112
Alfonso Caso: “Es muy probable que el papel, sea una de esas
invenciones que, como la escritura, los sellos o pintaderas, el
pincel, el calendario ritual o “tonalpohualli, los dioses creadores,
el dios de la lluvia, etc., tengan que atribuirse a una antiquísima
cultura madre, que se encuentra en la base de todas estas culturas
especializadas del centro de México y del norte de Centro
América, y que haya sido difundida desde un lugar, que, según
parece, debe colocarse en la parte sur de Veracruz y en las zonas
cercanas de Tabasco, Oaxaca y Chiapas”.(Idem. P. 57).
La prueba arquitectónica es igualmente sorprendente.
Estilísticamente considerada, la construcción más antigua
encontrada, hasta ahora, en la región maya es la pirámide cubierta
de estuco, E – VII – sub., que se hallaba completamente enterrada
dentro de la pirámide más moderna, E – VII en esta ciudad. El
estilo de las máscaras de estuco que adornan los lados de esta
pirámide enterrada proporciona una fuerte indicación de que
cuando aquellas fueron ejecutadas los preceptos del arte maya
estaban comenzando a cristalizar. Estas máscaras son por cierto
tan sencillas y sin desarrollar que sugieren casi un origen pre –
maya, como si el complejo estético que luego se habría de
reconocer como arte maya estuviera apenas naciendo cuando
fueron modeladas en estuco. La falta de toda señal de que hubiera
existido una superestructura de piedra en la cima de esta pirámide
enterrada indica con seguridad que los edificios mayas con su
techado típico de bóveda de piedras saledizas todavía no habían
sido desarrollados cuando se construyó la pirámide E – VII – sub
(Idem. P. 64).
12.2.1 EL VIEJO IMPERIO Y SU CULTURA
La cerámica, la arquitectura y su decoración, son usadas por los
arqueólogos, a menudo, para establecer su concepto acerca de los
logros de las civilizaciones. La cerámica del Viejo Imperio Maya
no ha sido todavía suficientemente estudiada para permitir sacar
conclusiones básicas, como la prioridad de origen y centros de
distribución de los diferentes tipos de vasijas de barro que allí se
encuentran. Las excavaciones practicadas en depósitos y bajo el
113
piso de la ciudad de Uaxactún en la llamada “capa de tierra negra
(el nivel más bajo con huellas de ocupación por el hombre en este
sitio)”, se han hallado los tipos más antiguos de cerámica y
figurillas de arcilla en toda la Península de Yucatán, tipos, que
además, especialmente las figurillas, se parecen mucho a otros
objetos de horizontes agrícolas no – mayas y todavía más
antiguos de las tierras de México, Guatemala y el Salvador (Idem.
P. 65)
12.2.2 EL URBANISMO
El carácter y la extensión de las ciudades mayas, y su arquitectura
se conocen en detalle. La descripción que Landa nos ha dejado de
un establecimiento del Nuevo Imperio es tan clara que no puede
dudarse que es una ciudad. “Qué antes que los españoles ganasen
aquella tierra, vivían los naturales juntos en pueblos con mucha
policía, y que tenían la tierra muy limpia y desmontada de malas
plantas, y puestos muy buenos árboles y que la habitación era de
esta manera: en medio del pueblo estaban los templos con
hermosas plazas, y en torno de los templos estaban las casas de
los señores y de los sacerdotes, y luego la gente más principal; y
que así iban los más ricos y estimados más cercanos a éstos, y a
los finales del pueblo estaban las casas de la gente más baja””
(Idem. P. 346)
“Algunos han objetado el hecho de que a los antiguos centros
ceremoniales y administrativos de los mayas se los llame pueblos
y ciudades, fundándose en que no eran concentraciones de
población en áreas relativamente limitadas como nuestros centros
urbanos modernos” (Idem. P. 346). Sin embargo esas objeciones
nos hacen conscientes que entre aquellas ciudades y las nuestras
hay dos diferencias fundamentales, podría hablarse de dos
conceptos urbanísticos diferentes: Primera, que los centros mayas
de población no eran tan concentrados, tan densamente
comprimidos en manzanas apretadas como sucede en nuestras
ciudades y pueblos modernos. Al contrario, su población estaba
dispersa en extensos suburbios habitados con más desahogo,
esparcida en una serie continua de pequeñas granjas, en conjuntos
114
que parecían más un suburbio que parte de un centro urbano
concentrado. Segundo: el conjunto de edificios públicos, templos,
adoratorios, palacios, pirámides, monasterios, juegos de pelota,
observatorios, plataformas para bailar, etc., no estaban dispuestos
a lo largo de calles y avenidas como en nuestras ciudades
modernas, sino alrededor de patios, de plazas, que eran los centros
religiosos, administrativos, y de negocios de la ciudad (Idem. P.
346
Los estudios arqueológicos de la Institución Carnegie de
Washington llevados a cabo en el centro de Uaxactún, en el Viejo
Imperio, con el propósito de hacer un cálculo de población de
aquella ciudad, tienden a confirmar este tipo de establecimiento
suburbano, centro cívico y religioso rodeado de pequeñas granjas,
con los edificios públicos y religiosos de la manera que se ha
dicho, agrupados alrededor de patios y plazas que se encontraban
en el centro, como plazas públicas, con las residencias de los
nobles y personas principales construidas en torno a ellas y las
casas y pequeñas granjas de la clase del pueblo irradiando en
todas direcciones hasta varios kilómetros de distancia (Idem. P.
347)
De la inspección del terreno resultó lo siguiente: Como los
cálculos de la edición inglesa están hechos en medidas inglesas,
en la traducción al español no se han hecho cambios. Así, de las
2.720.000 yardas cuadradas inspeccionadas 43%, o sea, unas
1.180.000 yardas cuadradas, estaban ocupadas por pantanos
sembrados de “palo de tinte” o por otros terrenos bajos, cenagosos
e inhabitables, dejando 1.540.000 yardas cuadradas, o sea el 57%,
disponible para ser ocupada por el hombre. Descartando el primer
43% del terreno como compuesto por tierras inservibles, se
encontró que del área restante habitable, 400.000 yardas
cuadradas, o sea el 14.7%, estaban ocupadas por los distritos
ceremoniales y administrativos de los grupos A y E, los más
extensos de los ocho grupos o reunión de edificios alrededor de
las plazas que hay en Uaxactún. Esto deja un saldo de 1.140.000
yardas cuadradas (114 manzanas) o sea un 42.3% del área de
terreno disponible para las viviendas del pueblo, del área total
115
examinada (272 manzanas), después de deducir la parte
consagrada a edificios públicos y religiosos, patios y plazas (40
manzanas). En estas últimas 114 manzanas se encontraron 52
montículos de casas y 50 cisternas (chultunes), sin que se hallara
alguna relación entre la situación de los primeros y las últimas.
Utilizando esas cifras, si suponemos que todos los montículos
representan casas ocupadas a un mismo tiempo, y además, que
cada familia podría componerse de cinco personas, tendríamos
una población excesivamente densa de 1.083,35 individuos por
milla cuadrada de tierra habitable. Aún suponiendo que solamente
uno de cada cuatro montículos estaba habitado, el número de
personas por milla cuadrada habría sido de 271, aproximadamente
la misma densidad de población del Estado de Nueva York y
como la mitad de Rhode Island. Hoy es imposible establecer el
área que dependía del centro ceremonial, religioso y
administrativo de Uaxactún. Sin embargo si se fija arbitrariamente
un radio aproximado de 10 millas desde el centro del área
ocupada por la población agrícola que estaba acostumbrada a
reunirse en Uaxactún para sus ceremonias religiosas más
importantes, sus transacciones comerciales y para desarrollar sus
programas de edificaciones comunales, podría hablarse de una
población de unas 50.000 almas en números redondos, de los
cuales, unos 15.000 pudieron ser hombres aptos y jóvenes para
trabajar. Uaxactún era una ciudad de segunda clase. Las
metrópolis del Viejo Imperio como Tikal, Copán y las del Nuevo
Imperio como Chichen Itzá y Uxmal, fácilmente pueden haber
sido centros con 200.000 almas o más y con una población apta
para el trabajo de unos 60.000 hombres. La población total de la
Península de Yucatán en los últimos tiempos del Viejo Imperio
(siglo VIII), cuando la extensión geográfica de la civilización
maya había alcanzado al máximo, debió ser tres o cuatro veces
más populosa que en la actualidad (Idem. P. 348
Según Morley, un arqueólogo escribe
“Si escogemos una población reproductora de 8.000, se llega a un
máximo de 8.000.000 esto no es excesivo en 1.200 años de
evolución social no interrumpida, y bien parece que las
116
circunstancias fuertemente urbanas del siglo VI exigen cifras
todavía más crecidas”… aplicándole a todo el territorio las cifras
de población obtenidas de los montículos de Uaxactún, puede
estimarse la población total entre 13.300.000 y 53.300.000 de
almas (Idem. P. 350
12.2.3 LA POBLACIÓN Y SU LEGADO CULTURAL
“La gran masa del pueblo, tanto en el Viejo como en el Nuevo
Imperio, eran los humildes sembradores de maíz, con cuyo sudor
y trabajo se sostenían no sólo ellos, sino también su jefe supremo
(el “halach unic”), los señores del lugar (los “hataboob”) y los
sacerdotes (ah kinoob). Además de realizar esta labor nada
despreciable, fueron ellos los constructores de los grandes centros
ceremoniales, los elevados templos – pirámides, las vastas
columnatas, los palacios, monasterios, juegos de pelota,
plataformas de baile, terrazas y calzadas de piedra que se alzaban
del suelo y unían entre sí las ciudades principales. Eran ellos los
que extraían de la cantera, labraban y esculpían las enormes
cantidades de piedras y sillares que se emplearon en estas grandes
construcciones. Ellos, con sus hachas de piedra, derribaron los
millares de árboles que sirvieron de combustible para los hornos
en que se quemaba la piedra caliza de aquellos lugares a fin de
convertirla en cal para hacer la mezcla o mortero; y con las
mismas hachas y cinceles de pedernal derribaban, labraban y
grababan los dinteles de madera dura de las puertas y las vigas de
chico – zapote de los techos, la única clase de madera que se ha
encontrado en las obras de arquitectura de piedra de los mayas
(Idem. P. 19)
.Otras obligaciones de la clase popular eran pagar el tributo al
“halach unic”, dar regalos a los señores de las localidades y hacer
ofrendas a los dioses por medio de los sacerdotes. Este tributo, los
presentes, y las ofrendas, tomados en conjunto, deben haber
sumado una buena cantidad. Se componían de toda clase de
productos del campo, maíz, fríjol, tabaco, algodón, cierta clase de
tela de algodón llamada “patí” (manta en castellano), aves
domésticas, sal de las salinas, de la costa del mar, pescado seco,
117
todo género de caza, el cerdo de monte, el “jaleb” (tepescuintle en
lengua mexicana) y aves, cacao, “pom” (copal) para quemar
como incienso, miel, cera del monte, y por último sartas de
cuentas de piedra verde (jade), cuentas de piedra roja (coral) y
conchas. Las tierras eran consideradas como bienes comunales y
se labraban entre todos” (Idem. P. 200).
Dice el obispo Landa: “El pueblo menudo hacía a su costa las
casas de los señores….. Allende de la casa hacían todo el pueblo a
los señores sus sementeras y se las beneficiaban y cogían en
cantidad que le bastaba a él y a su casa; y cuando hacían caza o
pesca, o era tiempo de traer sal, siempre daban parte al señor,
porque esas cosas siempre las hacían en comunidad… [Y]
juntábanse también para la caza, de L en L más o menos [de 50 en
50], y la carne del venado asan en parrillas porque no se les gaste
[se les corrompa], y venidos al pueblo, hacen sus presentes al
señor y distribuyen como amigos, y el mesmo hacen en la pesca”
(Idem. P. 200).
“La clase humilde era con mucho la más numerosa del Estado.
Estos modestos labriegos, leñadores, y aguadores, estos sencillos
artesanos, albañiles, canteros, carpinteros y caleros; estos
cargadores de toda clase de objetos, que, bajo la dirección de la
nobleza, pero inspirados por los sacerdotes, levantaron las
grandes ciudades de piedra que abundan en la Península de
Yucatán, desde las colinas al pié de las cordilleras del lejano sur
hasta las riberas del Canal de Tucatán en el extremo norte,
realizaron en verdad una empresa de maravillosas proporciones”
(Idem. P. 200).
En el último peldaño de la escala social se encontraban los
esclavos, “pentacoob” en maya. A pesar de la declaración del
propio obispo Landa, quien dice que la esclavitud fue introducida
por uno de los caciques Cocom de Mayapán, parece que la
esclavitud fue practicada desde el Viejo Imperio. Se tiene directa
comprobación documental del hecho en el Nuevo Imperio. Parece
difícil creer las afirmaciones del Obispo Landa, en vista de la
frecuencia con que aparecen en los monumentos del Viejo
118
Imperio las llamadas “figuras de cautivos”. A veces estos cautivos
están atados con cuerdas, con las manos amarradas detrás de la
espalda, como, por ejemplo, en la Estela 12 de Piedras Negras, o
en el Altar VIII de Tikal. Estas “figuras de cautivos” son
ciertamente una representación de los prisioneros de guerra
reducidos a la esclavitud, aunque pueden representar también a la
gente de todo un pueblo o aldea, colectivamente, más bien que a
un individuo en especial. A veces las caras de los prisioneros son
distintas de las principales figuras del monumento, queriendo
hacer relieve, seguramente, de que los señores pertenecen a una
clase hereditaria diferente y especial (Idem. P. 200).
12.2.4 EL CLAN,
BASE DE LA ORGANIZACIÓN SOCIAL
Aunque en la época de la conquista española las huellas de una
organización de carácter familiar (clan) habían desaparecido por
completo, hay indicaciones que originalmente existía dicho
sistema. En esa organización se sustentan las referencias respecto
de la existencia de ciertos tabúes contra el matrimonio entre
personas del mismo apellido. Este antiguo tabú maya sobrevive
hasta nuestros días entre los mayas zendales y los mayas
lacandones. Entre los lacandones, que son muy pocos, solamente
unos doscientos individuos, y que ocupan las densas selvas del
lado sudoeste del Valle del Usumacinta, ha sido dispuesto por
ellos, que cada individuo pertenezca a uno u otro clan específico.
Los nombres de esos clanes son de animales, como el mico, el
saraguate, el cerdo de monte, el pecarí, el venado, el jaguar, el
tapir, la golondrina, el faisán, etc., lo que sugiere su origen
totémico. A pesar de todo, entre los lacandones actuales, si existió
la exogamia, no ocurre así en la actualidad y, por fuerza mayor
tienen que contraer matrimonio, en no pocas ocasiones personas
del mismo apellido. Hay indicios de que, por encima de la
organización de clanes entre los lacandones, existen otras formas
de agrupación social de orden superior, compuesta, cada una por
varios clanes. Se ha sugerido que éstos últimos pueden ser los
restos de una organización social más complicada, compuesta de
119
grupos de familias que, por lo menos originalmente, se supone
que tenían un antepasado común.(Idem. P.
12.2.5 LAS DEMANDAS DE SU VIDA COTIDIANA
TIPIFICAN SU INDUSTRIA
La manera de vestir y de comer, su manera de llevar su vida
cotidiana, dicen mucho de la industrias de los mayas, de su
distribución del tiempo, de la especialización de su trabajo, del
apremio que tenían en la solución de sus problemas vitales. La
prenda principal de los hombres eran las bragas llamadas “ex" en
maya. Era una banda de algodón de cinco dedos de ancha y largo
suficiente para darle varias vueltas a la cintura. Estas bragas eran
tejidas por las mujeres en telares de mano y sus dos puntas eran
más o menos ricamente bordadas con plumas. Además de esta
prenda de vestir, usaban una gran manta cuadrada de algodón
llamada “patí”. Que anudaban alrededor de los hombros y estaba
decorada con más o menos esmero. Según la situación de su
dueño. A los pobres, esta manta les servía de noche como
cobertor de su cama. Para los pies usaban unas sandalias de piel
seca y sin curtir de venado y amarradas con cuerdas de henequén.
Este atuendo básico se usa también a niveles sociales más altos,
aunque con más esmerada decoración. Los hombres usaban el
cabello largo, menos en un área desprovista de pelo, que
quemaban como una tonsura amplia. Se trenzaban los largos
cabellos y los enrollaban alrededor de la cabeza como una corona,
dejando una cola que les caía por detrás (Idem. P.17).
Las mujeres usaban un vestido a manera de un largo “costal” con
tres aberturas, una para la cabeza, otras dos para los brazos. Su
nombre antiguo maya “kub” ha sido cambiado hoy por el nombre
nahuatl “huipil”. Las aberturas de los brazos y de la cabeza, que
es cuadrada, igual que la parte inferior eran bellamente decoradas.
En su interior, visten una enagua larga y muy amplia (“pic” en
maya), que llevan debajo del kub, la cual está bordada a veces
alrededor del borde inferior, siempre en color blanco. Los
muchachos, hasta que se casaban, se pintaban de negro la cara y
120
el cuerpo. Después de casados se pintaban de rojo. Usaban
también el negro cuando ayunaban. El espíritu de estas pinturas
era de galantería. Los guerreros se pintaban de negro y rojo. A los
prisioneros los pintaban de negro con rayas blancas y los
sacerdotes se pintaban de azul. En un fresco del Templo de los
Guerreros de Chichén Itzá se ven dos sacerdotes que sostienen los
brazos y las piernas de una víctima que se va a sacrificar y está
pintada de azul. En la última época del Nuevo Imperio el color
azul iba unido a la idea del sacrificio. Lo mismo pasaba entre los
mexicanos, de los cuales, parece, que los mayas tomaron la idea
(Idem. P.17).
En los tocados desarrollaron los mayas su mayor magnificencia.
La armazón que le daba su forma era probablemente de mimbre o
de madera. Estas armazones de forma de jaguar, ave o serpiente, o
quizás de la cabeza de alguno de sus dioses, estaban cubiertas de
piel de jaguar, mosaico de plumas de plumas y jade grabados, y
coronados de grandes penachos de plumas que les caían sobre la
espalda en fantástica orgía de colores. Algunas veces el penacho
revestía la forma de una cresta rígida de plumas; pero era siempre
la parte más llamativa del atavío e indicaba el rango y clase social
de su portador. Entre los accesorios del vestido podemos
considerar collares, gargantillas, pulseras, ajorcas, rodilleras
hechas de plumas, cuentas de jade, conchas, dientes y garras de
jaguar, dientes de cocodrilo, y de oro y de cobre en la época del
Nuevo Imperio, cuando por primera vez hace su aparición el
metal, entre otros (Idem. P. 221, 223, 224).
“Es indudable que la familia maya en los tiempos antiguos, como
todavía lo acostumbra, se levantaba muy temprano. Las mujeres
se levantaban primero, entre las tres y cuatro de la mañana, para
preparar el desayuno de la familia que se componía de tortillas y
fríjoles, o sólo de “atole” para la gente más pobre. Cuando se
comían tortillas, se hacía con las que quedaron del día anterior
pero se tostaban para el refrigerio matutino (Idem. P. 226). “El
trabajo de preparar el maíz para las tortillas y de hacerlas a
continuación, era, y es todavía, la ocupación de más importancia
en la vida de la mujer maya, después de dar a luz y criar a sus
121
hijos” (idem. P24).
Los hombres, luego de desayunar, salen para los campos de maíz
entre las cuatro y cinco de la madrugada, después de lo cual las
mujeres se dedican a su principal ocupación del día, preparar el
“zacán” para las tortillas y hacerlas y cocerlas. El zacán es maíz
blando molido que se obtiene del “kuum”, maíz que se ha
calentado hasta el punto de hervir en agua y cal suficiente para
ablandar la cáscara y se ha dejado en reposo desde el día anterior
en la misma olla. Para obtener el zacán después del desayuno, se
lava el kuum hasta que quede perfectamente limpio y libre de
cáscaras. Luego se muele, operación que antiguamente se hacía a
mano en piedras de moler compuestas de dos piezas, la “caa” o
piedra inferior y el “kab” o brazo, que es el que muele sobre la
primera. El tiempo que les queda lo consagran a las demás
ocupaciones domésticas, como lavar, cocinar, coser, tejer, bordar,
etc. (Idem. P.27).
Para reparar sus fuerzas en el campo, mientras regresa a casa
después del medio día, el hombre lleva consigo una bola de
“pozole” del tamaño de una manzana, pero hervido un poco más,
hasta que se endurece y forma una masa más espesa que se
conserva unido más tiempo y se acidifica menos fácilmente.
Hacia las diez de la mañana, abandona un momento sus labores
para disolver su pozole en una jícara con agua (“luch” en maya).
La bebida que resulta se parece a la leche, es muy nutritiva y
sostiene al trabajador por el resto de la mañana. Si la intensidad
del trabajo lo obliga a quedarse hasta las dos o tres de la tarde, se
ve obligado a tomar pozole dos y tres veces y puede ser que lleve
consigo algunas tortillas tostadas para comer. (Idem. P.27).
El hombre, en general, vuelve del campo en las primeras horas de
la tarde, y entonces comen todos la comida principal del día,
tortillas frescas y calientes, frijoles, huevos, un poco de carne si la
tienen, sea venado, vaca, puerco o gallina, tal vez algunas
legumbres y chocolate, si los recursos de la familia lo permiten.
Después de esa comida, aunque en algunos hogares lo hacen
antes, el hombre se da un baño diariamente, en agua caliente, que
122
su mujer debe tenerle preparado. El baño es una tina de madera,
generalmente vaciado de un pedazo de cedro tropical; se
desprende de su cuerpo las garrapatas, generalmente por las
manos de su mujer, y se le provee de ropa limpia. Los mayas son
uno de los pueblos más limpios del mundo. “Por cierto, que
durante el período colonial, la ley le daba al hombre el derecho de
pegarle a su mujer si cuando regresaba del trabajo no le tenía listo
su baño caliente. Aquella ley española estaba indudablemente
basada en una costumbre maya más antigua” (Idem. P. 227).
Después de haberse bañado y vestido, los hombres se sientan a
conversar hasta que llega la hora de la comida de la noche, que es
bastante ligera, y se compone de tortillas, fríjoles y chocolate o
“atole”. Este último es una bebida caliente que se hace
disolviendo el zacán en agua fría que se hierve en seguida y se
endulza algunas veces con miel (hoy, más frecuentemente con
azúcar), o se deja sin endulzar (Idem. P.27).
Hasta la fecha, los hombres y mujeres mayas no comen juntos.
Los varones de la familia, padres e hijos, comen primero sentados
alrededor de la “banqueta”, pequeña mesa redonda, de unos
cuarenta centímetros de alta, que se encuentra siempre cerca del
“kobén”, típico hogar maya formado por tres piedras. A ellos les
sirven la madre y las hijas. Cuando éstos han terminado y se han
retirado se sientan a comer la mujeres alrededor de la misma
banqueta (Idem. P.26).
La familia se acuesta temprano para poder madrugar al día
siguiente. Lo hace más o menos a las ocho de la noche, a menos
que tengan un compromiso especial, como una ceremonia
religiosa, una reunión, una fiesta o baile, quizás una plática, a la
luz de la luna a que son muy aficionados. Todos duermen ahora,
como lo hacían antes, en una sola habitación. Las casas son de
una sola habitación. Landa dice al respecto: “Y que después echan
una pared por medio al largo que divide la casa, y que en esa
pared dejan algunas puertas para la mitad que llaman las espaldas
de las casa, donde tienen sus camas; y que la otra mitad blanquean
de muy gentil encalado [esta habitación exterior parece haber sido
una especie de corredor abierto por el frente y los costados]…..y
123
que tienen unas camas de varillas y encima una cerilla [esterilla]
donde duermen, cubiertos de sus mantas [“patíes”] de algodón;
en verano duermen comúnmente en los encalados [o sea en el
corredor] con una de aquellas cerillas, especialmente los hombres.
Actualmente todos los indios de Yucatán, y la mayoría de los
mestizos, duermen en hamacas (Idem. P.28).
12.2.6 LA AGRICULTURA
Y EL ESPACIO PARA LA CIVILIZACIÓN
Se ha podido comprobar, que laborando ocho horas por día, la
familia maya logra llenar sus necesidades alimenticias en menos
de dos meses de trabajo. Lo lograría en casi cuatro meses si labora
solamente cuatro horas por día. En tiempos antiguos cuando no
había machetes, hachas, ni herramientas de acero, sino
instrumentos de piedra, su labor requería, seguramente más
tiempo. Además, mientras ahora un campo de maíz solamente se
puede cultivar durante dos años, hay fundamentos sólidos para
creer que antes podía cultivarse durante siete u ocho años. En
todo caso, los mayas antiguos tenían sobrante más de la mitad del
tiempo del ciclo anual para laborar y obtener el sustento de su
familia. Ese tiempo sobrante estaba muy bien organizado por la
nobleza y el sacerdocio, como lo prueban abundantemente los
programas colosales de obras públicas que todas las ciudades y
pueblos del Viejo y del Nuevo Imperio pudieron llevar a cabo.
Sólo una sociedad muy bien organizada y hábilmente dirigida
podía realizar aquellas vastas construcciones de mampostería
(Idem. P.29).
“Las grandes instalaciones de los templos en los centros
ceremoniales del Viejo y del Nuevo Imperio, con sus múltiples
actividades relativas al ritual, sacrificios, adivinación,
observaciones astronómicas, cálculos cronológicos, escritos
jeroglíficos, instrucción religiosa, administración de los
monasterios en que vivían los numerosos sacerdotes, eran casi
como el centro de operaciones de las grandes industrias, el centro
de donde en aquellos días se dirigía la nave del Estado. Los
Grandes Sacerdotes de los diferentes estados deben haber sido no
124
sólo habilísimos administradores, sino también sabios eminentes,
astrónomos y matemáticos, y todo eso además de sus atribuciones
puramente religiosas. Eran también consejeros de Estado y
aconsejaban al “halach uinic” [que era la cabeza del Estado en
cada localidad], y no es ir muy lejos compararlos con los grandes
príncipes de la Iglesia en Europa durante la Edad Media, que eran
a la vez, prelados, estadistas, administradores y guerreros” (Idem.
P196).
“El sacerdocio era una clase influyente, probablemente el grupo
más poderoso del Estado, aún más que la nobleza. Su
conocimiento de los movimientos de los cuerpos celestes, el Sol,
la Luna, Venus y posiblemente Marte, su capacidad de predecir
los eclipses de la Luna y del sol; su penetración en todas las fases
de la vida de la gente del pueblo los hacía temer y respetar y los
daba un dominio de las supersticiones de las masas no igualado
por ninguna otra clase del Estado. Si no tenemos noticias de una
lucha de castas entre la nobleza maya y el sacerdocio, como la
que ocurrió en Egipto durante la vigésima y la vigésima – primera
dinastías, es probablemente porque entre los antiguos mayas los
miembros más elevados de cada grupo deben de haber estado
emparentados más o menos estrechamente entre sí” (Idem. P198).
“Su origen, desarrollo y primer florecimiento en la época del
Viejo Imperio se debieron exclusivamente al genio propio del
pueblo maya, estimulado y producido por el ambiente abundante
y feliz en que tuvo la fortuna de vivir. La decadencia del Viejo
Imperio parece haber obedecido a circunstancias inherentes a su
propio desarrollo, como si hubiera sido el precio que los mayas
tenían qué pagar a cambio de su brillante progreso cultural”.
(Idem. 27).
“Más tarde, en la época del Nuevo Imperio, se produjo un
verdadero renacimiento, debido principalmente a la conquista del
norte de Yucatán por los invasores mexicanos [toltecas] en el
siglo x, aunque hay que advertir que los conquistadores eran
relativamente tan poco numerosos que, por lo menos en el orden
cultural, fueron pronto transformados a su vez por los mayas, a
125
quienes habían conquistado, de modo que la mezcla cultural
resultante era mucho más maya que mexicana” (Idem. 27).
Todo este cuadro de un aislamiento geográfico único, unido a una
civilización indígena sobresaliente, que se desarrolló en una
comarca tan aislada en lo cultural, y prácticamente libre de
influencias extrañas, constituye tal vez el mejor laboratorio que
pueda encontrarse en cualquier lugar del mundo para el estudio de
una civilización antigua” (Idem..27). 12.2.7 COPÁN: EL CENTRO CIENTÍFICO,
LA MECA DEL ARTE DE LA CIVILIZACIÓN MAYA
La segunda metrópoli más grande de la mitad sur de la península
de Yucatán era Copán, el centro científico del Viejo Imperio. Esta
ciudad se compone de un conjunto arquitectónico principal y unos
dieciséis conjuntos exteriores dependientes de aquel, uno de los
cuales se halla a once kilómetros de distancia del centro
ceremonial. El conjunto principal o Estructura Principal, como se
le ha llamado, ocupa alrededor de 30 hectáreas, y se compone de
la Acrópolis y cinco plazas anexas. La Acrópolis es un complejo
arquitectónico de pirámides, terrazas, y templos que, en virtud de
constantes adiciones, llegó a formar una gran masa de
mampostería que ocupa cerca de 5 hectáreas de terreno y mide 38
metros de altura en su punto más elevado. Entre otros edificios
sostiene los tres templos más hermosos de la ciudad: El templo
“26”, inaugurado en el año 756 al terminarse la Escalera
Jeroglífica que presenta la inscripción más larga de la escritura
jeroglífica maya, el Templo, erigido en memoria de un importante
descubrimiento astronómico hecho en Copán en conexión con los
eclipses, nada menos que la determinación de la duración exacta
de los intervalos entre ellos, y el Templo 22, dedicado en 771 al
planeta Venus (Idem. P.57).
En la Estructura Principal existen no menos de cinco patios o
plazas: Primero, la Plaza Principal, que es un gran estadio de 75
126
metros cuadrados. Tres de sus lados están rodeados por filas de
asientos de piedra; el cuarto está abierto, y ocupado solamente por
una pirámide de sacrificios que ocupa el centro del mismo; en ella
se encuentran nueve magníficos monolitos esculpidos y varios
altares ricamente labrados; segundo, la Plaza del Medio; tercero,
El Patio de la Escalera Jeroglífica, que tiene unos 95 metros de
largo y 38 de ancho, y en uno de cuyos extremos, inmediatamente
detrás de la Estela “M” y su altar, se levanta la soberbia Escalera
Jeroglífica de 10 metros de ancho, compuesta de 62 escalones,
cuyas caras están esculpidas con 1.500 a 23.000 jeroglíficos
individuales, formando la inscripción más larga de todo el
territorio maya. En medio de cada docena de escalones se
encuentra una estatua antropomorfa, de tamaño heroico,
magníficamente vestida. Esta escalera esculpida monumental, que
conduce al Templo 26, es una de las construcciones más
asombrosas de toda la región que ocuparon los mayas. Y cuarto y
quinto, las Plazas Orientales y Occidental de la propia Acrópolis,
el nivel de cuyos pisos se encuentra a considerable altura sobre el
nivel general del suelo. La primera tiene en su costado occidental
la hermosa Escalera de Jaguares, en cuyos flancos se ven las
figuras heroicas de jaguares rampantes, con cuerpos incrustados
originalmente con discos de obsidiana negra brillante simulando
la piel manchada del animal. La Plaza Occidental tiene la hermosa
Plataforma de Revista, la Estela “P”, último monolito del Período
Antiguo (del Viejo Imperio) y varios hermosos altares (Idem.
P.58).
En Copán la escultura llegó a un altísimo grado de perfección,
superado únicamente por el arte de las tres grandes ciudades del
Valle del Usumacinta: Palenque, Piedras Negras y Yaxchilán.
Hay indicios además, de que fue el centro de sabiduría más
eminente del Viejo Imperio, especialmente en el campo de la
astronomía. Las fórmulas de los astrónomos – sacerdotes, para la
determinación de la duración real del año solar y de los períodos
de eclipse, fueron más exactas que las de cualquier otra ciudad del
Viejo Imperio; en una palabra, Copán, por sus notables progresos
en astronomía, merece llamarse la Alejandría del Nuevo Mundo
(Idem. P.59).
127
En la carátula de la obra de Morley se lee la apreciación del editor
que sintetiza maravillosamente algo que más extensamente se lee
en su interior acerca de la magna obra de la cultura maya, de la
cual no se tenía noticia hasta que Jhon Lloyd Stephens, viajero
americano, diplomático y arqueólogo americano, en compañía de
Frederick Catherhood, dibujante inglés, visitó dos veces el
territorio maya y recogió sus impresiones en dos obras notables:
“Incidentes de Viajes en Centroamérica, Chiapas y Yucatán”
(1841) e “Incidentes des Viajes en Yucatán” (1843): “Sus
conocimientos de la astronomía no fueron igualados ni aún por
los antiguos egipcios antes de la época de Tolomeos. Los mayas
fueron el primer pueblo de la tierra que desarrolló un sistema
matemático de posiciones, así como el concepto del cero (para la
representación del cual inventaron hasta tres símbolos diferentes),
cerca de mil años antes de que los indostanos idearan la notación
decimal en el siglo VIII de la Era cristiana y mil quinientos años
antes de que los números y la notación decimal de los árabes
llegaran a la Europa occidental, por vía de España. La antigua
cronología maya, por su parte, era más exacta todavía que el
calendario reformado que el papa Gregorio XIII hizo adoptar por
la cristiandad en 82”.
12.2.8 LA LECTURA
DE LOS GEROGLÍFICOS
MAYAS
Hay una relación, como mencionamos antes, entre la escritura
maya, sus cálculos astronómicos y sus calendarios: ¿Qué refieren,
realmente las inscripciones mayas? “No refieren la glorificación
de personas, ni su autopanegírico, como las inscripciones de
Egipto, Asiria y Babilonia. No refieren historias de conquistas
reales, ni registran los progresos de un imperio, ni elogia, ni
exaltan, glorifican o engrandecen a nadie; en verdad son tan
completamente impersonales y no – individualistas que es posible
que jamás se haya grabado en ellas el jeroglífico del nombre de
algún hombre o de alguna mujer. Pero si las inscripciones mayas
128
no tratan de asuntos tan comunes como las guerras, conquistas,
obras públicas, elección y muerte de gobernantes, ¿de qué se
ocupan? ¿Cuál es el objetivo de su existencia? …..Las
inscripciones mayas tratan en primer lugar de cronología,
astronomía, tal vez podría decirse con más propiedad astrología y
cuestiones religiosas” (Idem. P. 293). En un calendario estudiado
con observaciones meticulosas, complejos cálculos y magistrales
combinaciones de datos provenientes principalmente del ciclo
anual solar, del movimiento de la Luna y del año Venusino, los
sacerdotes armonizaron el año civil con el año del agricultor, y la
serie seguía su curso tranquilamente, cada una en la estación que
le correspondía desde tiempo inmemorial, cualquiera que fuese el
lugar que le asignase en un momento dado el calendario oficial
(Idem. P. 296).
“Ese asombroso conocimiento de los movimientos de los cuerpos
celestes, esa aptitud de predecir los eclipses y las apariciones y
desapariciones de Venus, ya como estrella de la mañana, ya como
estrella de la tarde, respectivamente, han de haber sido fuente de
grandísimo poder para el sacerdote maya. A los ojos de las masas
ignorantes eran una prueba de que sus directores espirituales se
mantenían en íntima comunión con algunas de sus grandes
deidades, el Sol, la Luna, Venus, etc., y que, por consiguiente, era
necesario obedecerles. En efecto, el conocimiento, en apariencia
increíble, que los sacerdotes tenían de los más grandes fenómenos
celestes de todos los días, ha de haber contribuido poderosamente
a rodearlos del respeto de la clase baja del pueblo, siendo algunos
de ellos, especialmente los profetas, tan venerados, que siempre
que se presentaban en público iban en andas en hombros de los
fieles” (Idem. P 296).
12.2.9 LA DECADENCIA DEL VIEJO IMPERIO
Apoyados en las evidencias arqueológicas y en las fuentes escritas
mayas, ha sido posible establecer que este extraordinario mundo
fue decayendo en el transcurso de unos cien años,
129
aproximadamente entre los siglos VIII y IX de nuestra Era. Se
han mencionado muchos motivos para que esa decadencia fuera
una realidad. Aunque no se sabe con certeza, se le atribuye la
causa real a la disminución de los rendimientos de las cosechas de
maíz en las “milpas” mayas hasta niveles que fueron incapaces de
sostener la vida organizada de las comunidades.
“El fracaso del sistema de agricultura maya fue la causa principal
de la decadencia y caída del Viejo Imperio” (Idem. P. 88).
Cuando la civilización maya se desarrolló por primera vez en las
tierras bajas del norte de Petén durante los siglos inmediatamente
anteriores al nacimiento de Jesucristo, esta región estaba
densamente poblada de bosque. Sin embargo los desmontes y
quemas repetidos de extensiones cada vez más grandes de la selva
con el objeto de usarlas para las siembras de maíz iban
convirtiendo gradualmente los bosques primitivos en praderas
hechas por el hombre, es decir, en sabanas artificiales. Al terminar
este proceso, o cuando estaba cerca de terminarse, cuando los
bosques primitivos habían sido derribados en su mayor parte y
sustituidos con el transcurso del tiempo por estas praderas de
creación artificial, la agricultura que practicaban los antiguos
mayas llegó a su fin, pues aquellos no disponían de instrumentos
de ninguna clase para el laboreo de la tierra, como azadas, picos,
rastrillos, azadones, palas o arados” (Idem. P. 88).
“La hipótesis del colapso de la agricultura, propuesta por primera
vez por los botánicos del Departamento de Agricultura de los
Estados Unidos de América, no ha sido comprobada todavía, pero
creo [dice Morley] que ella explica mucho mejor los hechos
arqueológicos observados que cualquiera otra de las teorías
formuladas sobre el particular. Proporciona una explicación a la
cesación progresiva de monolitos fechados en los diferentes
centros del Viejo Imperio, que, como hemos visto no se efectuó
de una vez, sino que se distribuyó a lo largo de un período de
cerca de un siglo. La sustitución de los bosques originales por
sabanas debidas a la mano del hombre, que marcaron el final de
los cultivos, conforme a los métodos agrícolas de los mayas, debe
haber tenido lugar de manera muy gradual, llegando a un estado
130
crítico en diferentes ciudades y causando eventualmente su
respectivo abandono en diferentes épocas, dependiendo en cada
caso de factores tan variables como la densidad relativa de
población, los respectivos períodos de ocupación y la fertilidad
general de las tierras que las rodeaban” (Idem. P. 89).
“Hubo indudablemente otros factores adversos, además de la
disminución de los productos alimenticios, que desempeñaron sus
respectivos papeles en el colapso de la estructura del Viejo
Imperio, como la intranquilidad social, la desorganización
administrativa, y hasta la degeneración de las creencias religiosas,
; pero parece muy probable que el fracaso económico, la ley de
disminución de las entradas, o mejor dicho, el alto costo de la
vida, fue la causa principalmente responsable de la desintegración
final del Viejo Imperio” (Idem. P. 88).
Hoy se pueden hacer evaluaciones más precisas sobre la
capacidad de carga de población de los terrenos ocupados por los
antiguos mayas, teniendo en cuenta que, aún cuando se han
incorporado herramientas de acero a las faenas agrícolas, los
métodos de cultivo poco han cambiado y poco pueden cambiar,
dada la naturaleza de los suelos cultivados.
“En el norte de Yucatán no se siembra el mismo campo de maíz
por más de dos años consecutivos. El tercer año se escoge otro
para la nueva “milpa”, y el terreno usado anteriormente se deja en
barbecho durante diez años hasta que se llena nuevamente de
suficiente bosque y maleza que compense el trabajo de volverlo a
desmontas. En consecuencia, si el terreno mide 5 hectáreas por
término medio, y cada terreno se siembra de maíz sólo dos años y
luego tiene que quedarse en barbecho durante otros diez años, se
necesitarán 30 hectáreas de tierra para mantener a una familia
corriente [compuesta por 5 personas en promedio], de manera
permanente. Es decir que, para mantener una aldea de 500
habitantes (100 familias), se necesitan 3.000 hectáreas o alrededor
de 65 caballerías” (Idem. P 173).
“En las tierras altas de Guatemala, en regiones boscosas, en donde
131
sólo ocasionalmente se encuentran algunos valles fértiles, se
necesitan de 40 a 80 hectáreas para mantener a una familia
indígena corriente, y en zonas parcialmente desprovistas de
vegetación o empobrecidas se necesitan 200 y hasta 400 hectáreas
para mantener a una familia ordinaria de manera permanente”
(Idem. P 174).
Cerca de Chichén Itzá el Instituto Carnegie de Washington
sembró una parcela para verificar los resultados de las cosechas
usando los métodos indígenas en el cultivo de maíz entre 1933 y
1940. Durante los primeros cuatro años se hicieron las limpias
con machete, cortando las malas hierbas con machete como
método “moderno” y durante los últimos cuatro años se empleó el
método antiguo arrancando las hierbas de raíz. Los rendimientos
fueron así:
1933: 805 kilogramos por hectárea.
1934: 692 “ “
“
1935: 407 “ “
“
1936: 170 “ “
“
1937: 850 “ “
“
1938: 375 “ “
“
1939: 522 “ “
“
1940: 6 “ “
“
Ese cuadro muestra cómo se repitió en la milpa experimental de la
Institución Carnegie lo que solía suceder en las milpas mayas: En
los últimos tres o cuatro años que se sembró las gramíneas
invadieron por todas partes el campo de 3/5 de hectárea
reduciendo poco a poco la producción, el cual se cubrió más y
más de una capa espesa de grama a través de la cual ni las malas
132
hierbas podían abrirse paso, mucho menos las cañas de maíz. Así
se vio cómo la hierba, el enemigo invencible de la agricultura de
milpas, invadía eventualmente el terreno, de modo que la
vegetación no volvía a crecer en esos campos de maíz que
permanecían en descanso, sino que, en su lugar, crecía la hierba.
Por último, cuando ésta había ocupado definitivamente las tierras
cubiertas anteriormente de monte alto y de maleza en la vecindad
de los centros de población grandes y pequeños, la agricultura
maya de milpas había llegado a su fin (Idem. P. 176).
Aunque ya se cuenta, por primera vez, con pruebas documentales
en forma de crónicas indígenas mayas que nos aclaran la historia
maya antigua, antes de darles una ojeada examinemos un resumen
de la prueba arqueológica relativa a la colonización maya,
procedente del Viejo Imperio, de la parte norte de la Península de
Yucatán. Ello se reconoce de acuerdo con las indicaciones que
aportan las estelas y los edificios fechados.
12.2.10 EL TESTIMONIO ARQUEOLÓGICO
“Se conocen en la actualidad un total de veintiún edificios y
monolitos fechados con seguridad, distribuidos en diez sitios en el
norte y centro de Yucatán, Campeche y Quintana Roo, México,
…Una ojeada a la tabla con el listado de los edificios y los sitios
de ubicación presentada en la obra de Morley demuestra que en
ella están representadas dos grupos principales de ciudades
fechadas: El primero formado por una cadena de cinco sitios en la
región de la costa oriental que se extiende de sur a norte:
Tzibanché, Ichpatún, Tulum, Cobá y Chichén Itzá; el segundo
formado por una cadena de cinco sitios en la región de la costa
occidental, de sur a norte: Santa Rosa Xtampak, Etzná, Holactún,
Oxkinyok y la isla de Jaina” (Idem. P. 91).
Las fechas…. indican que estos diez sitios existieron durante los
cuatro siglos del Viejo Imperio (475 – 909), es decir, que todos
ellos eran fundaciones provinciales del Viejo Imperio, muy
alejadas de los grandes centros de inspiración cultural del sur,
133
semejante a las ciudades romanas de Bretaña durante el primero y
segundo siglos de nuestra era” (Idem. P. 91). También se observa
que la fecha más antigua que poseemos en la mitad norte de la
península, está inscrita en el dintel de puerta jeroglífico de
Oxkintok en la esquina noroeste, en fecha maya equivalente al
año 475 de la era cristiana. Desgraciadamente no se puede
disponer de un fondo cronológico preciso, basado en monolitos
contemporáneos fechados con exactitud, porque la magnífica
Cuenta Larga de los mayas, la llamada Serie Inicial (en su
cronología), no sobrevivió mucho tiempo al transplante a las áreas
periféricas, después del colapso de la cultura del Viejo Imperio en
la región central. Los mayas del Nuevo Imperio usaron en su
lugar una forma abreviada y menos precisa llamada Cuenta Corta.
Por esta razón la historia del Nuevo Imperio carece del sólido
marco cronológico que ofrecen los monolitos fechados del Viejo
Imperio (Idem. P. 92).
De todo ello se colige que procedente de la mitad sur de Yucatán,
la cultura maya penetró en dirección norte durante el quinto y
sexto siglos de la era cristiana. Se cree que lo hizo en oleadas
sucesivas que se movieron a lo largo de dos líneas principales de
inmigración, probablemente primero por la costa oriental, aunque
la fecha más antigua se encuentra en el oeste (Dintel 1 de
Oxkintok, año 475), y un poco más tarde por la costa occidental.
Esa apreciación está corroborada por las antiguas tradiciones
mayas conservadas por el Padre Lizana en su “Historia de
Yucatán”. (Idem. P.93).
La primera inmigración, al norte, ocurre entre los años 416 y 623
de nuestra Era. A lo largo de la costa oriental y se desprendió de
las ciudades del Viejo Imperio situadas en el norte del Petén. La
segunda inmigración, la más numerosa, estaba compuesta a su vez
de diversas oleadas. Dos de ellas salieron desde el sudoeste desde
el año 475; otra penetración se dio un poco más al este de dos a
cinco siglos después, entre el 625 y el 987; a lo largo de la costa
del poniente. Ambas se desprendieron directamente de los centros
del Viejo Imperio situados en la parte norte y centro del Petén y
posiblemente también del valle del Usumacinta. (Idem .P. 99).
134
De la obra del padre Lizana “se deduce con claridad que los
propios mayas sabían con claridad que algunos habían llegado del
oriente (sudeste), pero que un número mayor había llegado del
poniente (realmente del sudoeste), lo cual está enteramente de
acuerdo con la prueba que suministran los monumentos y
monolitos fechados de la mitad norte de la península. Siendo esto
así, comparemos la prueba tradicional y cronológica anterior con
la prueba arquitectónica documental:
Existe directamente al norte del Petén, y su prolongación norte en
el sur de Campeche y Quintana Roo, una provincia arquitectónica
conocida con el nombre de Chenes, llamada así por los numerosos
y grandes pozos naturales que se hallan allí (“chen” es pozo en
maya). La arquitectura en la región de los Chenes es un poco
diferente de la del viejo imperio. Esta última depende muy poco
de elementos de piedra labrada o grabada para las decoraciones de
la fachada, usando en general en su lugar el estuco modelado muy
a menudo con muchos detalles. En cambio, en la arquitectura de
su ciudad central Chenes, se emplean extensamente elementos de
piedra labrada en la decoración exterior de los edificios y
ocasionalmente toda la fachada está esculpida con mucho primor.
Esta característica establece cierta marcada diferencia entre la
arquitectura Chenes y la del Viejo Imperio. Otra subprovincia
arquitectónica del norte de Yucatán es la que se conoce con el
nombre de Puuc. Así se llama, por ser la arquitectura típica de
muchas ciudades del Nuevo Imperio, que se encuentra en la
región montuosa del centro de Yucatán conocida en maya como el
“Puuc”, y que se halla al norte de la región de Chenes. Por último,
mencionemos otra subprovincia arquitectónica del Nuevo
Imperio: La que rodea la capital itzá de Chichén Itzá en el
nordeste de Yucatán. Allí se hizo sentir a fondo de la arquitectura
de las tierras altas de México (Tula en el Estado de Hidalgo); esta
zona se caracteriza por columnas de serpientes emplumadas,
bases inclinadas de fachada y otros elementos típicos de la
arquitectura de la meseta central de México. La línea de
penetración cultural en el norte de Yucatán, a lo largo de la costa
oriental, sigue muy de cerca las tradiciones arquitectónicas del
135
Viejo Imperio. El trabajo en piedra de Cobá, el centro más grande
del Viejo Imperio, en el norte de Yucatán, en este período de
colonización, es del tipo característico del Viejo Imperio, y la
prueba arquitectónica, escultural y cronológica procedente del
ángulo nordeste de la península es de tal naturaleza, que indica
íntimas conexiones con la región central del Viejo Imperio. Esta
afinidad íntima con la arquitectura y escultura del Viejo Imperio
se observa en menor escala en Yaxuná, un sitio de medianas
dimensiones situado a unos cien kilómetros al oeste de Cobá y a
sólo veinte kilómetros al sur y sudoeste de Cichén Itzá (Idem. P.
95).
12.2.11 EL TESTIMONIO DOCUMENTAL
Durante la colonización de la costa oriental se inician las fuentes
documentales, o crónicas contenidas en ciertos manuscritos
mayas llamados los Libros de “Chilam Balam. Esas crónicas
empiezan a proporcionar varias relaciones de la antigua historia
maya. De esas crónicas solamente se conocen hoy cinco. Una de
ellas es el Libro de Chilám Balam de Maní. En el manuscrito de
Maní se lee: “Luego tuvo lugar el descubrimiento de la provincia
de Ziyancaán, o Bakhalal; el katún 4 Ahau, el katún 2 Ahau, el
katún 13 Ahau [períodos específicos de veinte años], sesenta años
gobernaron en Ziyancaán cuando bajaron aquí; en estos años en
que gobernaron en Bakhalal sucedió que Chichén Itzá fue
descubierta. 60 años”. (Idem. P. 96). La primera crónica del Libro
de “Chilam Balam” de Chumayel es más breve: “En el katún 6
Ahau tuvo lugar el descubrimiento de Chichén Itzá”. “Esta fecha
es probablemente 9.1.0.0.0 “6 Ahau 13 Yaxkín de Cuenta Larga
[en notación cronológica maya] o período de veinte años que va
de 435 a 455 [en notación occidental] (Idem. P.97). La crónica de
Tzimín dice lo siguiente acerca de este mismo acontecimiento:
“Katún 8 Ahau; sucedió que se tuvo noticia de Chichén Itzá; el
descubrimiento de la Provincia de Xiancaán tuvo lugar”.
Siguiendo Morley la misma notación deduce que la fecha en
mención es año 416 a 435, que muestra gran concordancia con las
otras crónicas (Idem. P. 97).
136
Las anotaciones antes dichas, la cadena de sitios fechados en la
región de la costa del oriente, el hecho de que Cobá está unida
con Yaxuná, distante solamente 100 kilómetros de aquella por
una calzada de piedra y que Yaxuná se encuentra a sólo 18
kilómetros al sudoeste de Chichén Itzá, y la presencia de una
fecha de Serie Inicial descifrada con seguridad y que se lee
10.2.9.1.9 (año 878) en el propio Chichén Itzá, ofrecen en
conjunto plena confirmación arqueológica de la tradición
conservada por Lizana.
Otro acontecimiento notable de la época de la prolongación
periférica del Viejo Imperio en el norte de Yucatán es el
abandono de Chichén Itzá por los itzaes en el año 692. Las
crónicas mayas no dicen por qué fue abandonada la ciudad y
solamente menciona el hecho de que después de tener allí sus
hogares durante doscientos años, es decir desde 495, salieron los
habitantes de Chichén Itzá en un katún 8 Ahau (9.13.0.0.0 o sea el
año 692) y se trasladaron hacia el sudoeste a través de Yucatán,
estableciéndose de nuevo en la costa del sudoeste, en la región de
la ciudad moderna de Campeche, hecho que las crónicas mayas lo
registran: “Entonces fueron a establecer sus hogares en
Chakanputún. Allí tuvieron sus casas los itzaes, santos varones”.
Esa ocupación de la región de la costa sudoeste por los mayas del
Viejo Imperio, hacia el año 692, está plenamente confirmada por
la arqueología. Hay varias ciudades en la región que datan de este
período general, de los años 652 a 751. Su ubicación corresponde
a la región hacia donde marcharon los itzaes en el año 692 (Idem.
. 100).
La ocupación de esta región por los mayas del Viejo Imperio,
unos procedentes de Chichén Itzá y posiblemente por otros
procedentes de la región central del Viejo Imperio, en la segunda
mitad del siglo VII y la primera mitad del siglo VIII, podemos
decir que se cierra el capítulo del Viejo Imperio para entrar en una
nueva era maya: El Nuevo Imperio. En el siglo X un nuevo grupo
humano toma posesión del escenario y comienza una nueva época
(Idem P. 100).
137
Morley afirma que ya en los años 887 a 889 cuando los
colonizadores mayas se abrieron paso hacia el norte saliendo de
Uaxactún, la Honradez, Xultún, Xamantún, Oxpemul, Calakmul y
otros sitios del Viejo Imperio en el norte y centro del territorio del
Petén, había llegado a su fin la actividad monumental en el sur.
Según él, puede considerarse con ésta, la segunda oleada de la
corriente maya hacia al norte, que el proceso colonizador llega a
su fin. Entonces, las ciudades del Viejo Imperio habían sido ya
abandonadas en su mayor parte (Idem. P. 99). 12.2.12 EL NUEVO IMPERIO MAYA
La infiltración cultural del Viejo Imperio por el lado del sudoeste,
la Pequeña bajada de Lizana, había terminado, pero la Gran
bajada del sudeste iba a continuar por algunos siglos más. “En un
katún 8 Ahau de la Cuenta Corta, probablemente en 10.6.0.0.08
Ahau 8 Yax de la Cuenta Larga (928 – 948), varios grupos de
gentes de habla maya, algunos de los cuales por lo menos eran
itzaes, aunque otros que obedecían a un jefe llamado Kukulkán
eran con toda certeza de origen mexicano (de la meseta central),
que habían estado viviendo en lo que es actualmente el sudoeste
de Campeche, la región que se extiende alrededor de
Chakamputún (el moderno Champotón), por espacio de dos a dos
y medio siglos, comenzaron a moverse lentamente hacia el
nordeste a través de la península y, después de cuarenta años de
peregrinación,”…..llegaron a Chichén Itzá, donde fijaron su
capital en un katún 4 Ahau, 968 – 987” (Idem. P. 102). Aquella
movilización que culminó en la nueva reocupación de Chichén
Itzá, según el Obispo Landa, una de las principales fuentes de la
historia maya del Nuevo Imperio, y citado por Morley, parece
confirmar, que el evento fue llevado a cabo por medios
completamente pacíficos (Idem. P. 103) Landa, según Morley,
dice que después de haber salido de Chichén Itzá, en una fecha
que se supone que ocurrió durante un katún 4 Ahau, años 968 –
987, fundó otra ciudad en el norte de Yucatán, a la que dio el
nombre de Mayapán, que en maya significa “el pendón de los
mayas”. Puso al frente de la ciudad, como su casa reinante, a una
138
familia llamada Cocom, y antes de salir de la península erigió en
Champotón, en la costa del oeste, un hermoso edificio para
memoria suya y de su partida de la tierra” (Idem. P. 105).
Por último, de acuerdo con las crónicas de Maní y Tzimín, fue
fundada Uxmal en un katún 23 Ahau, entre los años 987 y 1007,
por un cacique llamado Ah Zuitok Tutul Xiú, quien se supone que
llegó también del sudeste con su pueblo (Idem.. P. 105).
Estas tres migraciones, la de Kukulkán (con sus itzaes y los
mexicanos), la de los cocones, y la de los xiúes, fueron las últimas
oleadas de la Gran Bajada de Lizana. Entonces, hacia finales del
siglo X se ven nuevas fuerzas en juego en el escenario del norte
de Yucatán. Chichén Itzá, un centro periférico del Viejo Imperio,
pasa a manos de una nueva dinastía, que había llegado de
Chacanputún, en la costa sudoeste de Yucatán. Mayapán,
destinada a ser el centro político del norte de Yucatán en el
período mexicano, es fundada desde Chichén Itzá por un príncipe,
Kukulkán, de origen mexicano. Por último, Uxmal es fundada
hacia el mismo tiempo por un caudillo a quien las crónicas llaman
Ah Zuitok Tutul Xiú, cuyo apellido Xiú es casi con seguridad de
origen mexicano (en otras fuentes españolas del siglo XVI se
declara terminantemente que era originario de México (Idem.. P.
106).
“Todas las autoridades españolas están de acuerdo en que una
sola lengua, el maya, se hablaba en toda la península, aunque el
fuerte sabor de la cultura traída por estos últimos grupos del
sudoeste, así como las declaraciones de que sus jefes eran de
origen mexicano, indican con probabilidad que algunos de sus
antepasados, por lo menos, habían llegado en un principio del
centro de México, probablemente de Tula, la antigua capital
tolteca. Pero aunque esto fuese verdad, es importante observar
que habían vivido en la parte sudoeste de la península un tiempo
suficientemente largo para permitir su completa “mayanización”
en el idioma y tal vez hasta en la cultura antes de asumir la
dirección política del norte de Yucatán” ….”En lo que concierne a
Chichén Itzá y a Mayapán, probablemente los dos primeros
139
centros que establecieron en el norte los recién llegados maya –
mexicanos, aportan la prueba arqueológica de que una fuerte
influencia mexicana es abrumadora” (Idem.. P. 107).
“En el mismo katún 2 Ahau, años 987 – 1007, fue organizada la
Liga de Mayapán. Considerándose tal vez como intrusos que
formaban una minoría relativamente pequeña, y sintiendo por esa
razón la necesidad de protegerse entre sí en sus nuevos hogares,
los jefes de estas tres ciudades formaron una confederación que
llamaron la Liga de Mayapán, bajo la cual gobernaron el país
conjuntamente” (Idem. P. 107). Una era de prosperidad general
parece haber existido bajo la liga, pues dos de sus miembros
Chichén Itzá y Uxmal , crecieron durante este período hasta
convertirse en las dos ciudades más grandes del Nuevo Imperio
(Idem. P. 107).
La arquitectura llegó a nuevas alturas en ambas ciudades. En
Chichén Itzá los imponentes templos – pirámides, con sus
barbáricas columnas de serpientes emplumadas en honor de
Kukulkán, fundador de la nueva dinastía, …..; los vastos salones
adornados de columnatas, y el Caracol u observatorio
astronómico, una alta torre redonda, son especialmente típicos de
este período mexicano. En cambio Uxmal llegó a ser un modelo
de la arquitectura del renacimiento maya (Puuc). En verdad el
Renacimiento maya alcanzó su más brillante expresión en Uxmal
en la Casa del Gobernador, probablemente el edificio más
hermoso construido en la antigua América, y el Cuadrángulo de la
Casa de las Monjas, apenas un poco menos grandioso que el
anterior. La capital de los xiúes fue el más grande de los centros
mayas del Nuevo Imperio, así como Chichén Itzá fue el centro
más grande maya – mexicano” (Idem. P. 108).
Ya hemos visto cómo define Morley el mundo maya. El habla de
“civilización maya”. No habla de Imperio maya. Se refiere a una
cultura que cristaliza sus logros en algunos aspectos específicos:
Una escritura jeroglífica y una cronología, únicas en su género;
una arquitectura de piedra también única en su clase, que incluía
los techos de bóveda de piedra salediza (arco falso) (Idem. P. 53).
140
Morley aclara enfáticamente que aún cuando se habla de Viejo y
Nuevo Imperios, en el curso de su obra, ello no tiene significación
política de ninguna especie. Se emplean exclusivamente en un
sentido cultural y estético para designar un imperio de
pensamiento, lengua, costumbres, religión, y arte comunes. Se
trata de un pueblo homogéneo que gozaba de una civilización
común, pero que por ningún concepto tenía unidad política. En
uno de sus capítulos, llama la atención hacia el hecho de que entre
los mayas no se conocieron Alejandros, Césares, Carlomagnos o
Napoleones mayas. El Viejo imperio parece haber estado
compuesto, más bien, de un cierto número de ciudades – estados
que, a juzgar por las circunstancias que con seguridad existieron
durante el tiempo del Nuevo Imperio, dos a cinco siglos más
tarde, deben haber sido gobernadas por dinastías hereditarias,
cuyos miembros desempeñaban, no sólo todos los altos cargos
civiles del Estado, sino también los puestos eclesiásticos más
elevados. Lo más parecido a la organización maya, podría decirse
que es las ciudades – estado de Grecia, Atenas, Esparta, y
Corinto, unidas por una lengua, una religión y una cultura
comunes, pero siendo cada una de ellas políticamente
independiente (Idem. P. 66).
12.2.13 SIGNIFICADO UNIVERSAL
DE LA CULTURA MAYA
Respecto de las etapas que superan las culturas en su paso hacia el
desarrollo, a saber, el descubrimiento del fuego, de la agricultura,
la domesticación de animales, el uso de instrumentos de metal y
la rueda, los mayas conocían plenamente las dos primeras
técnicas; habían domesticado solamente el pavo de monte y
mantenían cerca de sus casas enjambres de abejas sin aguijón.
Carecían, sin embargo de bestias de carga o de tiro, tan útiles para
los habitantes del Viejo Mundo. Carecían de instrumentos de
metal y desconocían la rueda, por lo cual carecían de vehículos
con ruedas. Aunque a la altura del Nuevo Imperio conocían el
oro, el cobre y algunas de sus aleaciones, sólo los usaban en
141
adornos de uso personal o ceremonial. Los investigadores de la
cerámica indígena americana están de acuerdo que el torno de
alfarero era desconocido en la América precolombina (Idem.
P.492).
Para encontrar, a este respecto un paralelo entre el Viejo Mundo y
el Nuevo, para entender cuál fue el punto de partida de las
culturas mesoamericanas, sería preciso adentrarse en etapas
anteriores de las culturas del Viejo Mundo, es decir, de las
civilizaciones egipcia, caldea, babilónica, asiria, persa, china,
fenicia, etrusca, griega y romana, a tiempos neolíticos. Los Khmer
de Cambodia y los constructores de los grandes templos cortados
en la roca de Java, que son los dos únicos pueblos, además de los
mayas, que han desarrollado una civilización elevada en los
“trópicos húmedos”, hacían uso cotidiano de aquellos cinco
grandes auxiliares de la cultura. .Si se parte de aquí, para
cualquier comparación, puede afirmarse, con justicia, que ningún
pueblo neolítico del planeta alcanzó el alto grado de cultura y
refinamiento que los mayas (Idem. P. 493).
Vale la pena revisar otros logros para entender la magnitud de
contribución de los mayas a la cultura universal: En arquitectura,
los antiguos mayas ocupan el primer puesto en América. Sus
edificios son más imponentes, de planos superficiales más
complejos y más bellamente decorados. Sus caminos de piedra no
rivalizan, ni en poco, con las soberbias obras de ingeniería que
representan los caminos incas. En esculturas los mayas fueron
también notablemente superiores, su arte no tenía rivales. En
cerámica muchos se disputan con los mayas el primer puesto. En
tejidos, la ausencia de muestras arqueológicas debido al clima
muy húmedo de los yacimientos arqueológicos, no permite una
comparación. En pintura, los mayas ocupan, con seguridad el
primer puesto. Su superioridad en este campo del arte se
demuestra con sus frescos, su cerámica pintada, y sus manuscritos
jeroglíficos, o códices. En el arte lapidario, el grabado y el pulido
de piedras muy duras, como el cristal de roca, la obsidiana, y el
granito, los mayas son muy superiores a los pueblos del Perú,
aunque son un tanto inferiores a los aztecas. En el área maya se
142
han encontrado bellísimos mosaicos de turquesas, por ejemplo en
Chichén Itzá pero no hay duda de que se trata de una técnica
azteca y no maya. En el trabajo con plumas nadie le disputa el
primer puesto a los aztecas. Los mayas no hicieron nada
comparable a la espléndida joyería de los pueblos del centro de
México (Idem. P.94 a 498).
Sin embargo, cuando llegamos a las conquistas abstractas de la
inteligencia, como la escritura, el conocimiento de la astronomía,
la invención de la aritmética, el desarrollo del calendario y la
cronología y la compilación de los sucesos históricos, los mayas
no tuvieron rival en la antigua América. Ellos fueron los
inventores de la escritura en este hemisferio. Los sistemas
gráficos de los aztecas, más bien fueron copiados de los mayas,
aunque ocurrió, que las copias fueron muy inferiores al original.
Los manuscritos históricos originales de los mayas y las
declaraciones unánimes de los historiadores españoles, no dejan
ninguna duda de que para los mayas la Historia era una ciencia
exacta (Idem. P. 498).
La astronomía de los mayas se hallaba muy por encima de la de
los demás pueblos de la antigua América; tuvieron, incluso,
conocimientos de que no disponían los egipcios antes de
Ptolomeo. Ni los aztecas ni los incas se acercaron al grado de
exactitud alcanzado por los mayas en esta rama de la ciencia. La
aritmética maya, incluyendo la invención más antigua de un
sistema de numeración por posiciones que abarca el concepto del
cero, es una de las más brillantes conquistas intelectuales de todos
los tiempos (Idem. P. 499).
Considerando aquellas grandes conquistas materiales e
intelectuales, dadas sus limitaciones de orden cultural, que los
colocaban al mismo nivel de los hombres neolíticos del Viejo
Mundo, permite llegar a la conclusión de que los mayas, “sin
temor de contradicción efectiva”, son el pueblo indígena más
brillante del planeta (Idem, P. 500).
143
12.2.14 LA RELIGIÓN DE LOS MAYAS
La religión de los mayas es el producto de una experiencia, de una
visión de la Realidad de por lo menos tres, cuatro o cinco mil
años, lo que cambió desde que aquellos lograron transformar su
vida errante en que se alimentaban de la caza, de la pesca y de las
frutas, raíces y hierbas que les deparaba la selva por una vida
sedentaria. Esa nueva vida sedentaria se basaba primordialmente
en el cultivo del maíz, como ya hemos visto. Y de allí surge su
nueva manera de sentir los efectos del Medio en su diaria labor,
como las lluvias, la sequía, los vientos, el sol, la luna, el rayo, las
montañas, las llanuras, las selvas, los ríos y las cascadas, la
fertilidad o mezquindad de los suelos, y demás elementos
naturales, que afectaban sus cosechas, que podían determinar su
abundancia de medios de vida o su escasez. Esos elementos
naturales que los rodeaban e influían en ellos en un juego
continuo, constituían un marco de referencia dentro del cual los
mayas tenían qué vivir su vida cotidiana. Es posible, pues, que la
religión de aquella gente hubiera sido inicialmente el culto
sencillo a la Naturaleza, en el cual se personifica a esos
elementos, se los interpreta, se busca alguna comunicación con
ellos y se siguen los pasos marcados por ellos con entera sumisión
(Idem. P 235).
Aquella sencilla religión, requería en sus inicios, probablemente
muy poca organización formal; para interpretarla no eran
necesarios ni el sacerdocio ni el lenguaje esotérico; no hacía falta,
todavía, un ritual establecido ni ceremonias complicadas para
practicarla, ni siquiera lugares dedicados especialmente al culto,
como son los templos, dónde se le pudiera dar abrigo. “Cada jefe
de familia pudo haber sido, y era indudablemente, al mismo
tiempo, padre y sacerdote de la familia, y el templo familiar era
apenas algo más que una modesta choza provisional separada,
pero no distante de la habitación, igualmente provisional, de la
familia, en forma muy semejante a la que se observa todavía entre
los mayas lacandones de los bosques del valle del Usumacinta en
el oriente de Chiapas, México” (período Pre – Maya I) (Idem. P.
235).
144
La introducción de la agricultura transformó la habitación que
llegó a ser fija, dejó más tiempo libre disponible parea otras
actividades, se especializó más el trabajo social: Se fue definiendo
el perfil del sacerdocio, la actividad propiamente llamada
religiosa. Así, surgió la función de quien interpreta la “voluntad
divina” para su gente. Surgió la necesidad de levantar santuarios
comunitarios más formales, o sea los templos, y la religión se
convirtió en ocupación de unos cuantos al servicio de los demás.
Durante los muchos siglos, quizás un milenio, que transcurrieron
entre el momento en que se introdujo la agricultura y fue
inventado el calendario maya, su cronología y su escritura
jeroglífica, probablemente, entre los años 353 ó 235 antes de
Cristo, la religión maya fue transformándose lentamente y fue
surgiendo el olimpo maya y sus dioses personalizados, un
sacerdocio cada vez menos incipiente, un ritual más rico y
santuarios más formales, aunque todavía no construidos en piedra.
“Eses segundo período (Pre – Maya II) es probablemente
contemporáneo de la fase cerámica Mamon de Uaxactún (Idem..
P. 236).
Sin embargo, después de la introducción del calendario, la
cronología y la escritura jeroglífica, invenciones todas de los
sacerdotes, la religión maya sufrió importantes modificaciones,
siempre en el sentido de una mayor complejidad, y formalidad.
Gradualmente fue tomando forma una filosofía teológica,
concebida por el sacerdocio profesional, y elaborada alrededor de
la importancia creciente de las observaciones astronómicas y del
desarrollo del calendario y deidades asociadas. Es casi seguro que
ese último cambio comenzó desde principios del siglo III antes de
Cristo, pero arqueológicamente no se nos presentó sino hasta que
aparecieron, en Uaxactún, los monolitos esculpidos, hacia el año
317 de nuestra Era, lo cual coincidió con la aparición del techo
abovedado de piedras saledizas y los principios de la cerámica de
Tzakol, que también se encontraron, por primera vez en
Uaxactún. Dada la circunstancia de que los tres se encontraron
con el fechado más antiguo muy cerca unos de otros, es decir, en
Uaxactún, se infiere forzosamente el mismo lugar de origen, o un
145
lugar muy cercano, y más precisamente Tikal, la mayor ciudad de
cultura maya y gran centro ceremonial, situado a 18 kilómetros de
distancia de Uaxactún (Idem. P. 237).
El despegue rápido de la civilización maya es para Morley algo de
fundamental importancia, y tuvo su principio nada menos que en
el centro del Petén en una época comprendida entre los tres siglos
que precedieron y siguieron inmediatamente a la era cristiana. Se
hace inmediatamente la pregunta: “¿Debiose este aceleramiento
del pulso de la cultura a una influencia exterior, o fue de origen
autóctono? Tal vez nunca lo sepamos. Pero el hecho de que estas
innovaciones hayan aparecido por primera vez en el propio centro
de la vasta región que más tarde había de convertirse en el Viejo
Imperio Maya, o, con otras palabras, que ellas fueron una
manifestación “central” y no periférica, indica firmemente que
tuvieron su origen en los sitios en donde se han encontrado con
indicios de mayor antigüedad, es decir, en Uaxactún o en Tikal “.
Morley se inclina a opinar que esta es la realidad, y que la
civilización maya, que califica como de “milagro”, no vino de
fuera. A favor de esta última hipótesis no se ha producido hasta
hoy ninguna prueba arqueológica de importancia (Idem.. P. 237).
Ya en el siglo IV d. c., la cultura maya estaba establecida
firmemente en el norte y centro del Petén, precisamente en la
región donde muy probablemente tuvo su origen. La religión
maya se había convertido en un culto muy desarrollado, nacido de
la fusión completa de una personificación primitiva de la
naturaleza con una filosofía más complicada, concebida alrededor
de la deificación de los cuerpos celestes; era un culto del tiempo
en sus diversas manifestaciones, jamás igualado en ninguna otra
parte del mundo, antes ni después de aquella época. Aunque
difundida entre la gente del pueblo, esta religión era por
naturaleza altamente esotérica, siendo interpretada y servida por
un sacerdocio organizado bajo una regla estricta y compuesto de
astrónomos, matemáticos, profetas y maestros del ritual, dirigida
por hábiles administradores y hasta por estadistas a medida que
crecía y se volvía más y más compleja (Idem.. P. 238).
146
“A juzgar por el aspecto pacífico que presentan en general las
esculturas del Viejo Imperio, la ausencia casi completa de
representaciones de sacrificios humanos (de las cuales sólo se
conocen dos ejemplos, ambos en Piedras Negras) y la calma digna
y elevada de las figuras, la religión maya, en el período del Viejo
Imperio, debe haber sido una fe augusta y majestuosa y no
degradada, como lo fue en la época posterior, por sacrificios
humanos en masa, los cuales…. fueron importados de México en
el período del Nuevo Imperio. Así como el Viejo Imperio fue la
edad de oro de la cultura maya, fue también el período más noble
de la religión maya, antes de que las creencias y prácticas de esta
última hubieran descendido a la categoría de las orgías de
sangre.” (Idem.. P. 238).
“No existen razones de orden arqueológico para creer que la
religión maya haya sufrido cambios fundamentales durante el
Viejo Imperio; pero en el nuevo imperio, durante los períodos
Puuc y Mexicano (Nuevo Imperio I y II), se introdujeron grandes
cambios de naturaleza degradante” (Idem.. P. 238).
“Gran número de escritores españoles del siglo XVI afirman de
manera terminante que los mexicanos introdujeron la idolatría,
concepto con el cual quieren probablemente abarcar también los
sacrificios humanos”……”Herrera, cronista oficial de las Indias
en la Corte de España, no deja duda sobre este punto cuando
declara terminantemente: El número de la gente sacrificada era
mucho; y esa costumbre fue introducida en Yucatán por los
Mexicanos” (Idem. P. 239).
De su cosmogonía surge la ética por la que conducen su vida, el
carácter típico de los mayas. Ellos tienen una visión de la
Realidad que expresan en su pensamiento religioso como una
concreción ideológica de sus interpretaciones. El mundo, tal como
“es”, para ellos, plantea las condiciones que el hombre tiene qué
cumplir para vivir en armonía con él. “El creador del mundo es
Hunab Ku, que fue padre de Itzamná, el Júpiter maya: “Adoraban
un solo Dios que avía por nombre Hunab y Zamaná que quiere
decir un solo Dios [Hunab]”” (Idem. P.241).
147
“En efecto Hunab Ku significa en maya: de hun, uno, ab, existir y
ku, dios. Sin embargo ese dios creador estaba tan lejos y por
encima de los mortales, tan remoto y alejado de la vida, que
parece haber figurado muy poco en la vida cotidiana de la gente
del pueblo” (Idem. P.241).
“La religión maya tiene una fuerte tendencia dualística, la eterna
lucha entre las influencias del bien y del mal sobre el destino del
hombre. Los dioses benévolos producen el trueno, el rayo, y la
lluvia, hacen fructificar el maíz y garantizan la abundancia; los
dioses malévolos, cuyos atributos son la muerte y la destrucción,
causan las sequías, los huracanes y la miseria. La lucha entre estas
dos potencias está pintada gráficamente en los códices, donde
Chac, el dios de la lluvia, aparece cuidando un árbol joven,
mientras que, detrás de él, viene Ah Puch, el dios de la muerte, y
rompe el árbol en dos: el bien oponiéndose al mal en la eterna
lucha por el alma del hombre, el contraste que se encuentra en
muchas religiones, aún en aquellas mucho más antiguas que el
cristianismo”. (Idem. P. 243).
“Para los antiguos mayas el objeto principal de la religión y del
culto era procurarse vida, salud y sustento, …” (Idem. P. 244).
“Invocaban y aplacaban a los dioses de diferentes maneras.
Prácticamente todas las ceremonias importantes comenzaban con
ayunos y abstinencias; a veces los primeros duraban hasta tres
años; los observaban escrupulosamente y se consideraba como
gravísimo pecado el quebrantarlas”…” Estas purificaciones
preliminares, que incluían la continencia sexual, eran obligatorias
para los sacerdotes y los que los ayudaban directamente en las
ceremonias, pero únicamente voluntarias para los demás. Además
del ayuno y la continencia, renunciaban como parte de la
abstinencia, a comer carne y al uso de la sal y del chile o ají como
condimentos, no obstante ser aficionadísimos a este último (Idem.
P. 244).
“Los sacrificios eran parte importante del culto entre los mayas, y
abarcaban toda la escala, desde sencillas ofrendas de alimentos,
148
tortillas, frijoles, miel, incienso, tabaco, etc., los primeros frutos
del campo, toda clase de animales, aves y pescado, tanto vivos
como muertos, crudos y cocidos, toda clase de ornamentos y otros
objetos valiosos, como cuentas de jade y de concha, pendientes,
plumas y pieles de jaguar, hasta la práctica, en la época del Nuevo
Imperio, de sacrificios de hombres, mujeres y niños. ..” (Idem. P
245).
“Las oraciones formaban un elemento esencial del ritual maya, y
la ayuda de los dioses se buscaba en todo género de actividades,
en la adivinación, profecía y horóscopos, en los ritos de la
pubertad y del matrimonio, en toda clase de ceremonias generales,
para liberarse de dificultades, y para reprimir al diablo [Ah Puch]
que las causaba, para conseguir la maternidad para una mujer sin
hijos, para expulsar a los espíritus malignos antes de comenzar
cualquier ceremonia, para evitar la sequía y las plagas de langosta
que producían el hambre, la enfermedad, el robo, y la discordia y
cambios dinásticos y jerárquicos que conducían a la guerra, para
tener éxito feliz en toda clase de empresas, agricultura, caza,
pesca, comercio, fabricación de ídolos y batallas” (Idem. P. 245).
Aquí, en el plan de relievar el significado entre los mayas de su
religión, de sus sacerdotes y de su influencia en la vida espiritual
del pueblo, vale la pena que recordemos el papel de la sabiduría
sacerdotal entre los aztecas. Es preciso pensar, que “La vida
espiritual de esta gente [los aztecas] surgió en el campo preparado
por los olmecas y vuelto a cultivar más tarde por los toltecas, en
una época en que la alta cultura de Mesoamérica no era
representada aún por los despotismos guerreros, sino por los
estados teocráticos cuyo desarrollo económico, material y social
había llegado a un nivel que les permitió liberar las fuerzas
necesarias para un alto desarrollo de su vida espiritual” (Walter
Krickeberg. “Las Antiguas Culturas Mexicanas”. Fondo de
Cultura Económica México 1961. P. 176). Eso ya lo habíamos
denotado atrás en otro contexto.
El advenimiento de esos despotismos guerreros parece ser el
principio de un nuevo sentido de la vida social del pueblo azteca,
149
En contraste con los mayas, que eran un pueblo pacífico de
agricultores, los aztecas se transformaron en un pueblo de
guerreros, donde los propósitos de la guerra llegaron a marcar las
directrices de comportamiento de la nación entera. Krickeberrg
inicia su capítulo sobre “las clases privilegiadas y la monarquía”,
en la obra mencionada arriba: “Las palabras de Mefisto – guerra,
comercio y piratería son una trinidad inseparable – son tan ciertas
con respecto al Imperio azteca como lo fueron en lo que a Cartago
y otros Estados de la Antigüedad se refiere”. Por ejemplo, los
grandes comerciantes, Nahual – oztomecas (“mercaderes
disfrazados”, es decir, mercaderes con máscara apacible) gozaban
de un prestigio entre los aztecas, similar al de los guerreros y los
nobles de nacimiento y eran considerados sus iguales en la escala
social propiamente dicha. (Idem. P. 75).
Aquellos comerciantes desempeñaban, a menudo deberes
diplomáticos, cerraban tratos con príncipes extranjeros, o fungían
como espías que trataban de tener informes para el ejército azteca.
Como en el curso de sus actividades tenían qué atravesar tierras
hostiles a los aztecas, adoptaban los trajes y el idioma de los
nativos de aquellas regiones. Pero se armaban a sí mismos y a sus
cargadores con armas ocultas, de tal manera que pudieran resistir,
como ocurrió en cierta ocasión, el sitio de los guerreros de ocho
pueblos, regresando a Tenochtitlán con rico botín. “A veces no
había gran diferencia entre un asalto cometido contra los
mercaderes por salteadores de caminos y los atracos que los
mercaderes mismos cometían en una región cuya riqueza los
tentaba; en todo caso, y en estas circunstancias, el asesinato de un
comerciante viajero, aunque causado por su propia culpa, fue
usado muchas veces por los reyes aztecas como pretexto para
declarar la guerra al príncipe de esta región. Después de mandarle
por mensajeros gis y plumas, con que se adornaba a los guerreros
destinados al sacrificio, como símbolo de su próxima muerte, y
seguía a menudo la ocupación permanente del pueblo o de la
región por una tropa azteca (Idem. P. 75).
Todo azteca tenía qué prestar el servicio militar en tiempos de
peligro, como ocurrió en tiempos de la invasión española, ya
150
fuera campesino o artesano. Los mismos sacerdotes tenían que
tomar las armas y en tal caso eran considerados de rango
equiparable a los guerreros profesionales. La nobleza de mérito
era reconocida a los guerreros sobresalientes y que habían
demostrado su valor. Eran llamados los “hijos del águila”
(cuauhpipiltín), cuyo nombre deriva de que los guerreros se les
llamaba “águilas” o “águilas y jaguares”, siendo estos dos
animales los más feroces, más fuertes y más bravos de México,
representantes, en la cosmología divina, del cielo y de la tierra, de
la luz y de la oscuridad, del sol y del cielo estrellado de la noche,
de cuyo combate y cooperación alternantes se desprende no solo
el acontecer del cosmos, sino toda la vida terrena; la guerra
terrestre es sólo el reflejo y el eco de la guerra celeste. Estos
conceptos formaban parte del pensamiento de otros muchos
pueblos de Norteamérica,….(Idem. P. 78).
Entre los aztecas, los guerreros disfrazados de águilas o jaguares
formaban una especie de Orden, una tropa de élite, que tenían,
por ejemplo, el privilegio de combatir a los prisioneros destinados
al sacrificio en las fiestas de primavera. Pero no solo esta tropa
excepcional, sino todos los guerreros, contaban entre los aztecas
como personas muy superiores al pueblo común, y cuya muerte
en el campo de batalla o en la piedra de sacrificio del enemigo era
un honor que elevaba a aquellos valientes al rango de semidioses
y les aseguraba su parte en los goces divinos”. (Idem. P. 78).
La importancia de lo guerrero entre los aztecas se muestra en
otras costumbres más. Toda la educación se encaminaba a
producir una descendencia sana y valiente; por eso se prohibía el
uso del pulque, bebida alcohólica hasta la edad de 70 años, pues
los aztecas conocían obviamente el efecto nocivo de éste sobre la
capacidad de acción de la gente. (Idem. P. 76).
Lo que hemos consignado de la cultura azteca para compararla
con la cultura maya, nos da fundamento para pensar cuán radical
es la diferencia de ambas culturas entre sí, cuán diametralmente
opuesta es la dirección que toma cada una de ellas hacia una
civilización superior, en su desarrollo evolutivo, y vemos cómo
151
todo nace de una diferencia contundente entre sus respectivas
cosmovisiones de la Realidad.
Si partimos de que la “Cultura” es solamente el “sumum”
empírico, lo que queda del camino recorrido históricamente por
un pueblo, podríamos deducir la extraordinaria suerte corrida por
los mayas a través de su historia. Pero si Cultura no es la
consecuencia de millones de actos humanos que dejaron huella,
de una asociación fortuita de millones de decisiones acertadas o
no, sino que es también consecuencia del acto creador de
personajes con identidad conocida, de conductores de pueblos
sabios que asumieron el reto conscientemente, intencionalmente,
responsablemente y lograron encaminar a sus pueblos con éxito,
en pos de utopías, de sueños de realización acariciados, los mayas
no solamente son un pueblo con suerte, sino que le dan a la
posteridad una lección de gran significación histórica sobre lo que
puede lograr el ser humano si aplica su genio, con juicio, a la
realización de objetivos nobles, nada más y nada menos que a la
escala de toda una civilización. Su efecto en el carácter de los
mayas contemporáneos es evidente, a pesar de más de tres siglos
de soportar el contacto íntimo con los aztecas que alcanzó a
degradar sus miras durante el Nuevo Imperio, y cinco siglos de
dominación castellana, aunque retraído, se mantiene jovial,
risueño, amistoso, laborioso, honrado. Es algo muy diferente al
ánimo sombrío, pesimista, que reinaba en el carácter de los demás
imperios regionales.
152
CAPÍTULO 13
LAS ANTIGUAS CULTURAS DEL PERÚ
En este capítulo y en el próximo vamos a tener que asumir una
información mucho menos nutrida. Al tratar de los pueblos y
civilizaciones de Suramérica vamos a referirnos a culturas como
las de los Andes peruanos y la región septentrional del Continente
que no habían desarrollado la escritura. Tampoco en aquellos
campos ha avanzado la arqueología tanto como fuera deseable,
con trabajos en tanta profusión como ha ocurrido hasta ahora en
Mesoamérica. Por ello solamente se cuenta con la información
proveniente de los trabajos arqueológicos disponibles y con el
aporte de los cronistas españoles y sus discípulos indígenas que
dejaron por escrito algunas compilaciones de la tradición oral
autóctona.
El método adoptado por el especialista en asuntos indígenas del
Perú, J. Alden Mason, en el trabajo sintetizador de multitud de
trabajos aislados sobre el tema, y que lo ha hecho en su obra de
antropología peruana “Las Antiguas Culturas del Perú”, que nos
servirá en lo sucesivo como referencia del tema, es el de
establecer ciertas etapas del proceso evolutivo de las culturas
locales, denominándolas según los niveles alcanzados y afines a
ciertos tipos culturales bastante definidos hallados en las
excavaciones, aunque en su clasificación y denominación no
existe unidad entre los antropólogos allegados al tema. Con ello
es posible hacerle un seguimiento a la evolución de las culturas en
el tiempo, aunque no sea posible establecer, con certeza, los
límites entre ellas, ni se sepa exactamente como pensaban, cuál
era su organización social o política, como se denominaban a sí
mismos, cuál era el lenguaje con el cual se comunicaban. El
espacio geográfico que vamos a cubrir en este capítulo, va desde
el sur de la actual República de Colombia, el territorio
ecuatoriano, el Perú, Bolivia y la parte norte de Argentina y Chile.
En la América del Sur no hay evidencia de ocupación humana
permanente. No ocurre como en Europa. La historia de las
153
culturas suramericanas empieza, por lo tanto desde que la especie
humana “homo Sapiens” inmigró, según las opiniones más
autorizadas hace unos 10.000 aproximadamente.
El proceso de evolución cultural en la región de los Andes
Centrales de Suramérica está clasificado, pues, por J. Alden
Mason en varios estadios evolutivos observados en la arqueología
regional, sin que se hayan podido hacer otras especificaciones.
Falta documentación escrita, pues allí no se conoció escritura
alguna hasta la llegada de los españoles y no son suficientes los
estudios arqueológicos disponibles para adelantar conclusiones
más específicas, pero sí se demuestra, definitivamente, la
existencia de estadios cada vez más avanzados de cultura humana,
conforme, aunque no exactamente, con la misma correspondencia
cronológica del Viejo Mundo en el desarrollo de sus diversas
culturas locales.
13.1.0 LA ERA INCIPIENTE
La primera etapa de las culturas peruanas, como se las llama, es la
Era Incipiente. Dura desde los diez mil años considerados de la
inmigración humana hasta unos 1250 años antes de Cristo. Mason
la divide en dos períodos, hasta el año 2550 antes de Cristo,
Período Pre – agrícola y de caza y recolección, y del 2550 al 1250
antes de Cristo Período Agrícola Antiguo (J. Alden Mason. “Las
Antiguas Culturas del Perú”. Fondo de Cultura Económica.
México 1961. P. 32).
13.1.1 PERÍODO PRE - AGRÍCOLA
Durante unos cinco mil años el progreso fue bastante lento, y
parece que nunca llegó a superar al de los actuales pueblos
seminómadas de la Tierra del Fuego. Su dedicación casi exclusiva
eran la caza y la pesca . No se sabe si llegaron originalmente
desde el Amazonas o bajaron por la costa pacífica, aprendiendo a
aprovechar primero los recursos marinos y entrando luego por los
valles de los ríos hacia el interior. Parece que ambas opciones
154
sean válidas, especialmente la segunda. Luego, al inventar o
descubrir la agricultura, la vida se hizo más fácil y empezó a
quedarle tiempo libre. Como consecuencia, la velocidad de la
evolución de aquellos pueblos se incrementó, pero fueron
necesarios unos mil o dos mil años más para que lograra dominar
ese arte, requisito previo de una verdadera civilización (Idem. P
32)-
En el Perú se han descubierto sólo algunas zonas arqueológicas
correspondientes al período Pre – Agrícola. Algunas se
encuentran en la Costa y otras en las tierras altas, pero no son
suficientes para poder establecer criterios de clasificación más
minuciosos (Idem. P. 32).
El tipo humano bien puede haber sido, particularmente en sus
inicios, algo diferente al actual. Los hallazgos de cráneos de tipo
muy antiguo sugieren la probabilidad de que, antes del
poblamiento de origen mongoloide, hubiera existido una
población arcaica más primitiva de características semejantes a
las del australoide – melanesioide actual. Cada vez más, parecen
factibles antiguas comunicaciones, por mar, a través del pacífico,
en ambas direcciones. Mucho antes del viaje de la balsa Kon Tiki
los antropólogos ya estaban convencidos de la realidad histórica
de aquellos viajes precolombinos. Como dato curioso, los
primeros exploradores europeos encontraron que el camote,
planta de reconocido origen americano, se cultivaba en Polinesia
con el nombre peruano de kumara. Un famoso agrónomo ha
sugerido que el maíz mismo fue originalmente traído a América
desde el sureste de Asia, en una época remota. Esta teoría se basa
fundamentalmente en el interesante descubrimiento de que los
nagas y otros pueblos de la colina de Assam cultivan un tipo de
maíz muy primitivo que es, en realidad, una variedad más
moderna de tipos de maíz más antiguos y primitivo encontrados
en las exploraciones arqueológicas efectuadas en América.
Últimamente se ha demostrado “para satisfacción de los
botánicos, que el algodón cultivado por los aborígenes americanos
es un híbrido entre el algodón asiático cultivado y el algodón
silvestre de América. En las regiones litorales del Perú, ya existía
155
el algodón en las remotas épocas agrícolas anteriores al desarrollo
de la cerámica. La presencia de esta planta al otro lado del
Pacífico, en época tan lejana, sólo puede explicarse suponiendo
que fue trasladado a través del océano por manos humanas. Los
otros productos agrícolas encontrados en este antiguo horizonte
agrícola peruano, tales como los fríjoles, y las cocurbitáceas
(calabazas de distintas clases) también están muy extendidos,
tanto en el Viejo Mundo como el Nuevo (Idem. P. 36).
“Los hallazgos hechos en América del Norte igualmente tienden a
indicar lo mismo. Con dos excepciones, todos los cráneos que se
han encontrado, bajo condiciones de una relativa antigüedad
geológica, algunos de ellos acompañados de los huesos de
animales desaparecidos, tienen un índice cefálico muy inferior al
promedio correspondiente al indio americano de hoy día, y otras
características arcaicas, como por ejemplo el grosor excepcional
de los tori supraorbitarios, las bóvedas en forma de quilla y las
paredes perpenticulares, la tendencia de la frente a estar inclinada
hacia atrás, y lo saliente de las mandíbulas”. Algunos, como los
del grupo Pericú de la punta de la Baja California corresponden a
zonas sin salidas naturales y a otras regiones periféricas
semejantes donde aquellos grupos primitivos pueden haber
quedado encerrados por la presión de migraciones más recientes.
Casi ninguno de los cráneos más antiguos de norte y Suramérica
es típicamente mongoloide. Lo que ocurre también es que nadie
sabe si los pueblos que cruzaron probablemente por Behring
tenían ya claramente definido ya el tipo mongoloide. (Idem. P. 32
a 39).
En la cueva de Palli Aike, cerca del Estrecho de Magallanes, Byrd
encontró cráneos humanos de cabezas largas y artefactos junto
con huesos de oso hormiguero y de caballo, este último extinto en
tiempos de Colón. A esta cueva se le atribuye una edad,
determinada por el método del carbono catorce, de unos 8.600
años. El único cráneo que ha sido posible medir se parece algo al
tipo de los de Lagoa Santa. El estado en que fueron encontrados
los restos de un mastodonte cerca de Quito, Ecuador, indica que
había servido para alimentar a hombres de aquellos tiempos. “En
156
1952, unos destacados arqueólogos de los Estados Unidos fueron
invitados a presenciar la excavación, en un lugar del Valle de
México, de un esqueleto de mamut en asocio indudable con
proyectiles puntiagudos y cuchillos de piedra. Sin embargo, estas
pruebas de la contemporaneidad del hombre con animales
extintos no son una evidencia de gran antigüedad, pues todos los
datos indican que tales animales sobrevivieron en Américas hasta
fechas más recientes que lo antes supuesto (Idem. P.38 y 39).
Así, pues, nuestros abortivos llegaron finalmente al Perú después
de largo viaje, desde Alaska, iniciado por sus antepasados.
Probablemente vivían en pequeños grupos familiares; fabricaban,
- por astillaje -, cuchillos, raspadores, y proyectiles puntiagudos
de piedra (de estilo paleolítico); cortaban y pulían el hueso para
hacer leznas y otros utensilios. Cazaban con lanzas y lanzadardos,
pues habrían de pasar muchos milenios antes de que se
introdujeran o inventaran el arco y la flecha. Estos pueblos se
fueron adaptando al Medio a medida que desarrollaban sus
diversas culturas. Tal vez, salvo en la vida social y religiosa,
puede decirse que algunos de los aborígenes americanos más
atrasados de hoy, no han logrado progresare mucho más, y
continúan viviendo en una economía de caza, pesca y recolección
(Idem. P. 39).
“La agricultura es la base de toda civilización”. En la economía
sustentada en aquellas fuentes primarias, queramos o no vamos a
contemplar épocas de escasez, sin que haya la menor posibilidad
de modificar los factores que las han causado, y obviamente otras
de abundancia. La vivienda debe ser temporal o igual los
asentamientos humanos, porque se hace necesaria la cercanía
constante a las especies animales que le sirven de soporte a la
vida humana, que se mueven según las estaciones, generalmente
anuales, de lluvias o de sequía. En estas circunstancias, el hombre
dedica todas sus energías y su tiempo, en la búsqueda de su
alimento; se impone un sistema comunal de vida, pues el
individuo humano encontró en sus diferentes tipos de asociación
la fuerza de conjunto de que individualmente carece. Una vez
aprende a cultivar la tierra, establece su hogar permanente, se
157
vuelve sedentario planta semillas y le queda tiempo libre. Una vez
terminada la cosecha puede disponer de tiempo hasta la llegada de
la siguiente. Así ha podido, adentrarse poco a poco en el mundo
de las artes, de la exploración, de la cerámica, del progreso, de la
Cultura (Idem. P. 40).
Los “aborígenes” americanos llegaron a cultivar más de cien
plantas alimenticias diferentes, obviamente no todas en todas
partes. Como es natural, el clima y otras características de cada
región determinaban qué se cultivaba en cada lugar. El Perú, con
más de treinta figuraba probablemente a la cabeza De todas ellas
únicamente la calabaza, el algodón, el camote, y, posiblemente, el
cacahuete y el coco tienen equivalentes en el Viejo Mundo lo
bastante parecidos para poder pensar en la posibilidad de que
fueron importados. La mayoría no tiene congéneres extranjeros,
aunque sí un parentesco cercano con variedades silvestres
americanas (Idem. P. 43).
En este período se domestican la mayor parte de las plantas de
cultivos, y se domestican las llamas y las alpacas, únicos animales
mayores domesticables con que cuenta la fauna americana,
equiparables, en cierta forma, al caballo, a las ovejas, y al ganado
vacuno del Viejo Mundo. (Idem. P. 43).
Se ha discutido mucho, como veíamos atrás, acerca del origen del
maíz. Pero parece que los últimos descubrimientos arqueológicos
aportan un fundamento difícil de rebatir: Recientemente se halló
polen de maíz en el Valle de México a una profundidad de 60
metros. Dicho maíz corresponde muy probablemente a una
variedad silvestre, precursora del maíz moderno. Parece ser un
tipo de maíz semejante al maíz “reventón” que se presenta en
vaina pero no el tipo de vaina evolucionada en que se presenta
hoy. Este descubrimiento ha inducido a Mangeisdorf a considerar
Mesoamérica como centro de dispersión del maíz en América
(Idem. P. 43).
13.1.2 PERIODO AGRÍCOLA ANTIGUO
158
El período agrícola Antiguo corresponde en el Perú a la primera
agricultura sin cerámica todavía. Nuestro conocimiento respecto
de esta época, se limitan a la Costa Norte del Perú. No se sabe de
las condiciones de las tierras altas en esta época ni si esta región
estaba más atrasada o avanzada que la región costera. De todas
maneras las plantas debieron ser enteramente diferentes. De todas
maneras, casi toda la información disponible procede de un sólo
lugar que se ha excavado ampliamente aunque se conocen dos
lugares más en la Costa norte y uno en la Costa central antes de
aparecer la cerámica. Dicho lugar se llama Huaca Prieta, en la
desembocadura del Valle de Chicama. Este centro que es el más
antiguo que se conoce en el Perú y el cultivo más antiguo de
América, fue cuidadosamente examinado por Junius Bird en
1946, y nos proporciona un excelente cuadro (el mejor de que se
dispone) de la vida del Perú en este remoto período (Ide4m. P.
44).
Una muestra de carbón de leña tomado del nivel más bajo del
montículo de Huaca Prieta, que descansaba sobre un lecho de roca
al ser analizado por el método del radiocarbono, dio una
antigüedad de 4.297 años, con un error de más o menos 230 años.
Esta fecha resultó aceptable para Bird, quien después calculó
dicha antigüedad, efectivamente, entre 4.320 y 4.528 años. Esto
es unos 2.350 a 2578 años antes de Cristo (Idem. P. 45).
En aquel tiempo el Valle de Chicama era probablemente algo
diferente de lo que es en la actualidad. Es posible que el que el
río llevara entonces más agua, que hubiera lagunas y pantanos y
una vegetación mucho más exuberante que ahora. Casi seguro que
había una mayor superficie aprovechable para la agricultura y con
seguridad, más fauna, en especial aves (Ide3m. P. 45).
Parece que la agricultura en este período era elemental. Todo
parece indicar, salvo esa agricultura rudimentaria, que todavía no
se centraba en el maíz, que la base de la alimentación orientaba la
mayor actividad hacia el mar, de donde se obtenía la mayor parte
de los alimentos, a saber, peces, mejillones, almejas, cangrejos,
erizos, y estrellas de mar. Un dato interesante es que los
159
mejillones son de una variedad de agua profunda, que rara vez se
encuentra a menos de cinco metros de profundidad. Ello indica
que aquellos hombres eran buenos nadadores. La caza de
mamíferos marítimos y mamíferos terrestres tienen poca
importancia económica, aunque se han encontrado vigas de
algunas viviendas que fueron implementadas con costillas de
ballena (Idem. P. 45).
Evidentemente, el desarrollo agrícola reviste, parta nosotros la
mayor importancia. Ya vimos que el maíz no es todavía el centro
de la actividad agrícola. La mayor parte de las cosechas cultivadas
que han sido descubiertas en las excavaciones son variedades
usuales en todo el mundo. Se cultivaban en esta época varias
clases de fríjoles, cogorda, calabazas, chiles, achira (del género
Canna) y algodón. Es muy posible que algunas de estas plantas
fueran silvestres. El algodón pertenece a la variedad de 26
cromosomas que se cree es el híbrido asiático – americano
llamado Gossipium barbadense. Los fríjoles son, por lo menos,
tres variedades, pero todavía no se ha publicado ningún informe
científico sobre el tema. Las cucurbitáceas consistentes en la
variedad Lagenaria y Cucurbita, son de considerable interés. La
primera está representada por la Legenaria siceraria, la cogorda,
que se utilizaba para otros varios fines, no sólo para comer (y
quizás no se comía), tales como la fabricación de cucharas,
cucharones, recipientes, flotadores para las redes de pescar. Es
prácticamente idéntica a las cogordas de Polinesia y quizás fue
traída desde allí. Las cucrbitáceas son las ficifolia y moschata,
calabazas que, se supone, son de origen americano (Idem. P. 39).
Parece que en esa época, la gente no ponía ollas al fuego,
probablemente lo hacían dejando caer piedras calientes dentro del
recipiente que contenía los alimentos, como hacían la mayoría de
los indígenas de Norteamérica. Las casas eran pequeñas,
semisubterráneas y de una sola habitación. Sus paredes estaban
revestidas con guijarros. En otros lugares del Agrícola Antiguo
donde escasea la piedra, los guijarros son reemplazados con
laderillos de barro rectangulares. Los techos eran construidos con
vigas de madera o huesos de ballena apoyados sobre postes.
160
Inicialmente, las tumbas eran simples excavaciones en la tierra.
De épocas más tardías, se han hallado cámaras excavadas en el
suelo revestidas con guijarros.
La falta de destreza manual revelada por la pobreza de los objetos
encontrados en las excavaciones da idea de lo rudimentario de la
vida humana en aquella época. No han aparecido utensilios de
cerámica, ni herramientas de piedra pulida, ni cuchillos y
proyectiles puntiagudos tallados a presión. Sorprende la ausencia
de éstos últimos pues la técnica de la talla a presión o astillaje es
antiquísima en el Viejo Mundo; y a los utensilios más bellos que
se han hecho en América con esta técnica, las llamadas puntas
“Yuma” del oeste norteamericano, se les ha atribuido, por el
método del carbono 14 la edad de unos 7.500 años de antigüedad.
Los artefactos de Huaca Prieta son del tipo paleolítico. El único
implemento hecho de hueso es una pequeña lezna, y el único
artefacto de madera es una especie de pala que pudo servir para
cavar. No se han encontrado cuentas y de todos los miles de
fragmentos de calabaza, solamente una media docena de ellos
muestran la tentativa de una decoración muy tosca. Todo ello
hace pensar que este pueblo carecía de toda clase de
preocupaciones estéticas. Se elaboraba “tela” de cortezas de árbol
machacadas, técnica que sorprende, puesto que es algo que
acostumbran los pueblos amazónicos y no en la zona andina.
Como era de esperarse, las canastas y esteras eran elaboradas con
carrizos y juncos de las ciénagas. Los productos manufacturados
de más interés para el antropólogo son los tejidos verdaderos, de
los cuales se han encontrado más de tres mil fragmentos (Idem. P.
46).
La lana era desconocida en aquella época, por lo menos en la
región costera. La mayoría de los productos textiles eran de
algodón y unos cuantos de líber, una planta local. Como las tres
cuartas partes de estos fragmentos fueron hechos con la llamada
“técnica del torcido”. En ella simplemente se tuercen a mano los
hilos y se elabora el tejido. Es un procedimiento antiquísimo muy
extendido. En la mayor parte de los fragmentos restantes, entre
los que predominaban las redes y las bolsas de malla ancha, se
161
utilizó la técnica usual para formar mallas, o sea el doblado y el
enrollamiento. Se han encontrado, empero, unos fragmentos de
verdadero tejido. Las telas hechas por el procedimiento del
torcido seguramente se fabricaban sin la ayuda de bastidores,
simplemente colgando las urdimbres atadas a una vara. La trama
no era continua. Solamente cruzaba las urdimbres una sola vez y
se anudaba en el orillo. Los géneros manifiestan una técnica muy
antigua y primitiva. Se utilizaron en ellos auténticos telares
aunque sin lizos. La urdimbre había qué organizarla a mano. No
se fabricaban grandes telas, sino en trozos de unos veinte
centímetros de ancho y, como mucho unos cuarenta centímetros
de largo. El único color que se ha encontrado en estos tejidos es el
color azul (Idem. P. 46).
En resumen, el cuadro de los primeros pobladores sedentarios del
Perú, es el de un pueblo pacífico y sencillo, viviendo en los
pequeños oasis que forman los valles que desembocan en el mar,
que son cultivables y les ofrecen cobijo, con unas pocas plantas
cultivadas que les completan la dieta que proviene del mar. Viven
en casas muy simples, - sin mampostería –y solo usaban los
implementos que podías construir para su uso. Además, tenían
muy pocas preocupaciones estéticas (Idem. P. 47). 13.2.0 LA ERA DEL DESARROLLO
Que va del año 1.250 a 300 antes de Cristo. Se considera que
debieron pasar unos mil años más o menos entre el momento en
que se da la última fase de la agricultura de Huaca Prieta, y el
momento en que, luego de aparecer la alfarería, y el cultivo del
maíz, que sería la base futura de la alimentación, las culturas
peruanas logran su apogeo cultural, o sea cuando alcanzan su
máxima madurez en los distintos aspectos de su técnica. (Idem. P.
48).
Casi todos los datos que provienen de esta época se refieren a los
pueblos de la Costa, especialmente el Norte y en las tierras altas
septentrionales adyacentes, ya que en estas regiones es donde se
162
han completado estudios arqueológicos más minuciosos. En
tierras altas del centro y del sur solamente se conocen algunas
zonas arqueológicas contemporáneas, de fines de la mencionada
era. Tal cosa se debe probablemente más bien al mejor estado de
preservación de de los materiales de la Costa, que a una gran
diferencia en el nivel cultural (Idem. P. 48).
Durante esta era se produjo una transición gradual, por lo menos
en la Costa, de una economía de subsistencia basada
principalmente en los frutos del mar, a una economía que
dependía, poco a poco, más, de la agricultura. La población
aumentó pero no hubo, todavía, grandes centros de población.
Parece que la unidad política podía estar alrededor de la aldea.
Esta era puede dividirse naturalmente en tres períodos: El
“Formativo” de 1250 a 850 años antes de Cristo, el “Cultista que
va desde el 850 hasta el año 500 antes de Cristo y el período
“Experimental” del año 500 al año 300 antes de Cristo, que
abarca la época de las grandes culturas superiores peruanas
antiguas (Idem. P. 48).
13.2.1 EL PERÍODO FORMATIVO
El montículo de Huaca Prieta, del Valle de Chicama y que estuvo
habitado durante muchísimo tiempo, es la zona arqueológica
mejor conocida de aquel pueblo de campesinos que desconocía el
maíz y la alfarería. Este montículo fue abandonado antes de que la
cultura de sus habitantes hubiera progresado mucho. Los datos
más valiosos sobre el período que siguió provienen de las
excavaciones hechas en el Valle del Virú, algo más al sur, donde
también se encuentra una zona arqueológica, menos conocida, del
período Agrícola Antiguo: Cerro Prieto. Este período es a veces
llamado también Guañape, por ser este el nombre de un pequeño
villorio de pescadores, cercano a las zonas arqueológicas de tal
período, que han sido descubiertas y excavadas en dicha región
(Idem. P. 48).
En los niveles más antiguos de Guañape han sido encontrados
algunos objetos de cerámica en rojo y en negro, pero se cree que
163
tales colores son debidos únicamente a una cocción defectuosa.
Definitivamente no puede decirse que se trata de trabajo
experimental. Se trata, desde luego, de objetos modelados a mano
y formados, probablemente enrollando tiras de barro y
posteriormente se desarrollaron otros tipos superiores de alfarería
que pronto desplazaron a estas formas primitivas de labor. Al
parecer se trata de la cerámica más antigua y rudimentaria
descubierta en el Perú, y no hay duda de que no está muy alejada
de su prototipo más primitivo (Idem. P. 49)
“Las vasijas de Guañape más antiguas eran, al parecer,
exclusivamente utilitarias y carecen de toda decoración. Sin
embargo, constituyen un gran adelanto sobre las vasijas hechas de
calabazas, únicos recipientes para líquidos en tiempos anteriores.
Ahora ya era posible cocinar directamente sobre el fuego. Como
en el período anterior, el mar proporcionaba la mayor parte de los
alimentos, y la vida había cambiado poco, con excepción de
algunas técnicas que, como la fabricación de tejidos de algodón,
había adelantado algo. Las casas seguían siendo semisubterráneas,
pero (al menos en algunos lugares) estaban recubiertas con adobes
cilíndricos en vez de con guijarros y cantos rodados. (Idem. P.
49).
Durante el largo período de Guañape la cultura sigue su desarrollo
y mejoramiento, tanto en el Valle del Virú como en los demás
valles de la zona adyacente del período contemporáneo. El tejido
progresó, aparecieron telas ya completamente tejidas, aunque
seguía usándose la técnica de torcido. Aparecen técnicas de tejido
enteramente nuevas. Aparecen nuevos objetos antes inexistentes,
así utilitarios como ornamentales, implementos de tejer, cuencos
de piedra, tabletas de hueso y tubos para tabaco en polvo, cuentas
de hueso, concha y piedra, sellos y figurillas de barro, espejos de
azabache, todo lo cual indica un gran avance cultural y un
desarrollo de la sensibilidad estética. Se han encontrado algunas
tumbas de este período con ofrendas funerarias consistentes en
objetos sencillos. Los cadáveres estaban extendidos o sentados
con las piernas extendidas (Idem. P. 49).
164
No hay duda de que el ceremonial religioso relacionado con
lugares sagrados había adquirido ya gran importancia. En Áspero
Supe, se ha descubierto una tosca estructura que indudablemente
servía para dicho objeto. Consiste en un cuarto grande y dos
pequeños, comunicados por puertas. Las paredes, bajas, son de
piedra adherida con lodo y tiene pisos de arcilla. El centro del
cuarto está ocupado por una plataforma donde se encontraron
maíz y huesos de llama, ambas cosas importadas probablemente
de las tierras altas. En un tosco templo del Valle del Virú se han
encontrado llamas sacrificadas (Idem. P. 50).
A mediados del período Guañape apareció el maíz, que vino a
añadir un alimento de gran importancia en la dieta local. Es muy
posible, que estos nuevos elementos de la cultura hubieran sido
introducidos por un pueblo diferente, y que sus culturas se
fundieran lo mismo que su sangre. Desde un punto de vista
general panperuano, esto significa que en algún lugar, en alguna
zona que todavía no ha sido descubierta, existió en ese tiempo una
cultura superior (Idem. P. 50).
El período Guañape fue muy largo. Sobre la base del análisis del
radiocarbono el principio, - cuando aparecen los primeros indicios
de cerámica – debió de ser hace unos 3200 años, es decir, 1250
años antes de Cristo. La fecha obtenida con el radiocarbón para el
fin del período, cuando se presentan los primeros ejemplares de
cerámica de buena calidad, o sea, el principio del Cupisnique, es
de unos 2.798 años, esto es, hacia el 850 antes de Cristo. Por lo
tanto el período duró, al parecer, 400 años. Al igual que el período
Agrícola Antiguo, el Guañape Formativo se conoce únicamente
gracias a los restos encontrados en la parte norte de la Costa.
Todavía no sabemos nada de la vida y cultura de las tierras altas
en aquellos tiempos (Idem. P. 50)
13.2.2 EL PERÍODO CULTISTA.
El llamado período “cultista” por Mason se caracteriza por un
adelanto cultural importante y bastante repentino. Para algunos
peruanistas empieza con la introducción de la alfarería y el cultivo
165
del maíz, por lo tanto incluiría el período Guañape, con su
cerámica rudimentaria. Pero en realidad esta nueva era comienza
con el estilo altamente desarrollado y característico del horizonte
Chavín de Huantar, así como en su variante de la Costa norte: el
Cupisnique. El chavín fue el primero de varios “estilos de
horizonte” que, en períodos muy separados, tuvieron gran
importancia en el Perú y una influencia muy extendida. Los otros
estilos posteriores, el Huari – Tiahuanaco y el Inca, tuvieron un
carácter panperuano, y afectaron a todo el país y, por lo menos en
lo que se refiere a los incas, fueron propagados por movimientos
de población. La influencia Chavín nunca alcanzó las tierras altas
del sur y llegó muy atenuada a las tierras altas centrales y a la
Costa sur. Fundamentalmente se trata de un estilo artístico que
probablemente se extendió gracias a la generación de un nuevo
culto religioso con el que estaba asociado. Al contrario de lo que
ocurre con los horizontes de Huari – Tiahuanaco e Inca, que han
sido aceptados siempre como épocas de importancia primordial
en la arqueología peruana, del horizonte Chavín no se había
reconocido su trascendencia sino hasta hace muy poco tiempo, y
eso, gracias a los estudios del gran decano de los investigadores
de la arqueología peruana, el Dr. Julio César Tello, ya fallecido.
Estratigráficamente, los horizontes Chavín siempre se presentan
debajo do los otros horizontes más avanzados (Idem. P 51).
El período Chavín toma su nombre de la zona arqueológica de
Chavín de Huantar, en las tierras altas del norte, del lado oriental
de las divisorias de aguas a la orilla del pequeño tributario del río
Marañón y cercano al Callejón de Huaylas. No es una zona
arqueológica extensa y los expertos piensan que se trata
solamente de de uno de los varios centros ceremoniales del culto
Chavín. De cualquier modo, es la más importante de las pocas
zonas típicas conocidas y la mayor de las conocidas y de las que
se tienen informes detallados. Sin embargo, hasta ahora,
solamente se han realizado excavaciones superficiales (Idem. P.
51).
La tierra apta para el cultivo que se halla en el pequeño valle que
rodea a Chavín es muy escasa y nunca pudo sustentar una gran
166
población. Esto significa que nunca pudo ser el centro de una
comarca populosa. Sin embargo, su extensión indica que su
construcción debió ocupar un número considerable de hombres
por mucho tiempo. Aunque el complejo tiene muchas
habitaciones y los edificios, desde luego, nunca sirvieron como
viviendas, pueden compararse muy bien con las construcciones de
piedra de los mayas de Mesoamérica que se dedicaban a servir
centros ceremoniales. (Idem. P. 51).
El conjunto cubre una zona muy extensa. En una superficie de
más de “250 metros en cuadro” (¿acaso 250 mts. de lado y unos
625 metros cuadrados?). “El terreno tiene una configuración
artificial, y hay allí un patio hundido, plataformas elevadas,
terrazas, plazas y edificios de piedra, orientados hacia los puntos
cardinales, especialmente en sentido este – oeste. A pesar de que
hay varios edificios, uno de ellos conocido como el Castillo,
sobrepasa a los demás en tamaño e importancia. Afortunadamente
está (o estuvo hasta hace poco) muy bien conservado y es
excepcional en el sentido de ser la mayor, con una gran
diferencia, de las pocas estructuras similares conocidas de este
remoto período. En estas regiones altas los edificios antiguos no
fueron ni destruidos por la exuberante vegetación tropical, como
ocurrió en las construcciones mayas, ni cubiertos por la arena,
como aconteció en el Cercano Oriente” (Idem. P. 51).
“A pesar de ser probablemente el edificio de piedra más antiguo
que se conoce en el Perú, su arquitectura es extraordinariamente
avanzada, y no se puede dudar de que fue precedido en algún
lugar por un largo período de desarrollo arquitectónico,
especialmente en lo que se refiere a mampostería. La planta es
compleja y la construcción debió de realizarse teniendo ya en
mente la estructura final desde el momento de colocar la primera
piedra, si es que no se hizo de acuerdo a un plano dibujado o un
modelo. Consta de tres pisos (más de los construidos en cualquier
otro período posterior en el Perú) y todos son de mampostería de
piedra. El edificio comprende incluso un sistema de pozos de
ventilación, tanto verticales como horizontales, tan eficaz que se
dice que todavía proporciona aire fresco a los cuartos interiores:
167
no se puede pensar que esto sea la obra de unos albañiles
improvisados. Los muros son gruesos y macizos y están
recubiertos de piedras partidas seleccionadas, y rellenos de
cascajo. Los muros exteriores est5án revestidos con piedras
rectangulares, colocadas en hileras de diversos tamaños en las que
alternan las anchas con las angostas” (Idem. P. 52).
“El Castillo es un enorme edificio d, casi cuadrado, que mide
aproximadamente 75 x 72 metros. Todavía tiene una altura de 13
metros en una de sus esquinas. Los muros exteriores tienen
pendiente, de manera que su espesor disminuye con la altura., y
están rematados en la parte superior4 con una serie de terrazas
estrechas. Originalmente existió una hilera de grandes cabezas
talladas que sobresalían de del muro y que estaban insertadas en
él por medio de espigas; esta hilera daba toda la vuelta al edificio
bajo una cornisa decorada; todavía pueden verse algunas de estas
cabezas. El interior consiste en un laberinto de muros, galerías,
cuart5os, escaleras, rampas y pozos de ventilación repartidos en
tres pisos. Los cuartos y las galerías son bastante bajos de techo,
pues tienen una altura de 1.8 metros, y las galerías un ancho de 1
metro, aproximadamente. Las dimensiones de los cuartos varían
entre 2 y 4.5 metros. No hay ventanas ni puertas exteriores, con
excepción de la entrada principal en el primer piso, a la que se
llega por una escalera de bloques rectangulares perfectos, lo que
constituye un ejemplo de mampostería simple no encontrado
fácilmente en algún lugar. Además de ser inmenso en extensión,
el edificio es macizo. Los cuartos y las galerías ocupan menor
volumen que los muros y demás mampostería. Son oscuros y no
reciben nada de luz. Los techos y los pisos de los cuartos están
formados por grandes losas anchas. Las losas del tejado estaban
cubiertas de tierra y servían de apoyo para unas pequeñas casas
rectangulares de mampostería, construidas sobre ellas. En una de
las galerías se descubrió una gran piedra tallada vertical, muy alta,
conocida con el nombre de El Lanzón [Monolito de 4,53 metros
de altura, de granito, y en el que está esculpido un ser felino]”
(Idem. P 52).
168
El estado de la arqueología en el Perú, así como el inmenso
trabajo que resta por hacer, queda revelado por el hecho de que
este gran edificio, casi único en su estilo, jamás ha sido estudiado
en detalle. No existe ningún plano de él y, de hecho, nadie ha
entrado nunca en varios de sus cuartos y galerías, ya que muchos
de ellos, quizás la mayoría, no han sido limpiados de las piedras
y escombros con que fueron rellenados en algún tiempo remoto y
desconocido. A pesar de no ser de la misma importancia del
Castillo, el conjunto de Chavín de Huántar tiene muchos más
elementos que aquel, tales como plazas, plataformas, terrazas y
montículos. Los montículos y, al parecer, las plataformas parecen
corresponder, como en el caso del Castillo, a construcciones de
mampostería atravesadas por galerías (Idem. P. 52
La influencia Chavín se dejó sentir a bastante distancia hacia el
norte ya que varias zonas poco conocidas, tales como Kuntur
Wasi y Pacopampa, del departamento de Cajamarca, muestran
características típicas de Chavín, tanto en arquitectura como en
escultura. Sin embargo, la comprensión del horizonte Chavín se
ha logrado mejorar gracias a las manifestaciones de la Costa
Norte, donde han sido excavadas zonas arqueológicas y
cementerios de dicho período, con lo que se han podido obtener
mayor información sobre el modo de vida en aquellos tiempos. La
fase mejor conocida es la de las tumbas de Cupisnique en el valle
de Chicama, pero los edificios y las tumbas de los valles de
Casma, Nepeña, Virú y Lambayeque, los residuos de los niveles
inferiores de los depósitos de conchas de Ancón y Supe y algunas
otras zonas arqueológicas desde Piura hasta Lima, muestran
indicios de Chavín. La influ8encia Chavín parece también
encontrarse en las zonas más antiguas de la Costa sur, las de las
Paracas Cavernas y Ocucaje; lo que demuestra las amplias
ramificaciones de esta cultura. Las semejanzas pueden apreciarse
en la cerámica, en las formas, en la técnica decorativa, y en los
motivos. En algunos lugares, tales como Cerro Blanco y Punkurí,
en el Valle de Nepeña y Moxeke y Pallca, en el Valle de Casma,
las semejanzas se encuentran en los templos de mampostería y en
las pirámides escalonadas. Una zona arqueológica muy
importante que ha sido causa de mucha discusión entre los
169
arqueólogos es la de Cerro Sechín, en el Valle de Casma. La
característica más notable y extraordinaria es una hilera de losas
de piedra erguidas, grandes, planas e informes sobre las que están
grabadas grandes figuras y cabezas humanas en bajorrelieve. Las
posturas son bastante dinámicas y naturalistas, y han sido
comparadas con las figuras “danzantes” de Monte Albán en
México. El arte, sin embargo es muy diferente del estilo Chavín –
Cupisnique y, aunque al parecer pertenece al horizonte Chavín
(siendo seguramente cronológicamente algo anterior), Cerro
Sechín corresponde aparentemente a una subcultura sui generis,
que no se parece a nada conocido hasta ahora (Idem. P. 54).
“La naturaleza del horizonte Chavín ha sido tema muy discutido
por largo tiempo. Los investigadores peruanos opinan que
corresponde a una entidad cultural, incluso posiblemente a un
Imperio pre – incaico, o cuando menos a una “civilización”.
Tello, el defensor principal de esta posición, opinaba que fue
llevada a la Costa por una migración procedente de los Andes y
que era originario de la región del Amazonas. Larco Hoyle cree
que comenzó entre los pueblos Cupisnique de la Costa norte y que
ellos la llevaron a Chavín de Huántar. La opinión de los
peruanistas americanos, tal como la presenta Gordon Willey, en
un magnífico trabajo, es que no se trata de una cultura
homogénea, sino de la expresión de un culto religioso que se
extendió rápidamente (Idem. P. 54).
“Mientras estas zonas arqueológicas del horizonte Chavín tienen
una semejanza cultural básica, difieren considerablemente en
cuanto a los detalles, en realidad más de lo que se podría esperar
de una cultura homogénea.
El rasgo común determinante de Chavín es un estilo artístico
similar que da énfasis siempre a un felino (jaguar o puma), tratado
de una manera estilística que le es singular. Según indica Willey,
“es la línea, la composición, y el énfasis. Son las formas
curvilíneas, las cabezas macizas, las pequeñas cabezas colocadas
en forma intrincada, los colmillos cerrados y curvos, las patas con
170
garras, las narices prominentes y los ojos excéntricos””. (Idem. P
55).
Probablemente este felino era un dios, cuyo culto con su
representación estilística característica, se extendió por toda la
región de influencia Chavín. Al parecer no llevó consigo ningún
concomitante tecnológico y es casi seguro que no fue propagado
por cruzados proselitistas o, cuando menos, por ninguna incursión
de conquista. Sin embargo, la tradición Chavín persistió durante
toda la historia del Perú. El elemento felino, en el arte (y
probablemente en la religión) fue una característica muy fuerte en
las regiones y períodos Nazca y Moche, en el horizonte
panperuano de Huari – Tiahuanaco, e incluso posteriormente. La
fecha obtenida por el radiocarbón para el período Cupisnique es
848 antes de Cristo, con un error posible de 167 años. El final de
este período no ha podido determinarse con pruebas de
radiocarbón. Sin embargo dos autoridades peruanas en
arqueología lo han fijado, una hacia el año 500 y la otra hacia el
año 100 antes de Cristo. El autor Mason asume la fecha más
antigua (Idem. P. 55).
A pesar de ser el más viejo estilo artístico desarrollado en el Perú,
el Chavín es generalmente considerado como el más notable.
Desgraciadamente los ejemplos que tenemos son pocos y tan solo
los conocen pocas personas fuera de los especialistas. Donde
mejor se puede apreciar es en las tallas de piedra, bien sean
esculturas de bulto, bien bajorrelieves. Las figuras son
principalmente de felinos, de seres humanos y de monstruos o
demonios, aunque también hay cóndores, serpientes y algunos
otros animales. Lejos de ser naturalista y pictórico, este arte está
caracterizado por la estilización convencional y simbólica. El
efecto es macizo y fuerte, y llega a veces a inspirar horror. Las
líneas son casi siempre curvas y muchos de los detalles de las
figuras son ajenos a todo punto de vista naturalista: son
evidentemente simbólicos. Una de las características más
comunes son los colmillos que sobresalen de los belfos (Idem. P.
57).
171
Nuestra idea de la vida humana, tal cual se llevaba en los pueblos
del horizonte Chavín, ha sido proporcionada par el testimonio
encontrado en las tumbas y en las zonas arqueológicas de este
período en la Costa norte. En detalle, seguramente hay diferencias
muy grandes en las costumbres y modos de vida en las distintas
regiones ecológicas, Se ve que hubo también diferencias
considerables entre las culturas que florecieron en el período
Chavín, aunque siempre existió una misma base homogénea. Es
de esperar que las exploraciones futuras logren establecer de
manera más concreta tales diferencias características de los
diferentes grupos de población (Idem. P. 58).
La agricultura había progresado mucho. Y en aquel momento
representaba la principal fuente de alimentos. La pesca, la caza y
la recolección de frutos silvestres pasaron a un segundo plano,
aunque los frutos del mar no dejaron de ser bastante importantes.
El maíz llegó a constituirse en la base de la alimentación. Era si,
un a variedad de maíz primitivo, de mazorca pequeña, aunque ya
no tenía vaina. Parece que era una especie de maíz reventón. Los
fríjoles y las calabazas pasaron también a un segundo plano.
Aparecieron otros cultivos como el cacahuete, nuevas variedades
de calabazas, el aguacate, y probablemente la yuca o mandioca. Y
lo que es todavía de mayor significado, con el desarrollo de la
agricultura vino el tiempo libre, que habría de dedicarse al
mejoramiento de la técnica y de la cultura. Las llamas ya se
habían traído de las tierras altas pero no parece probable que su
pastoreo hubiera adquirido todavía la importancia que tendría
después. Posiblemente en esta época se introdujo el perro
comestible, no habiendo encontrado el menor indicio de su
presencia anteriormente. La agricultura todavía se practicaba en
las zonas periféricas de las tierras fértiles de los valles bañados
por de los ríos y en sus desembocaduras. Ello da la impresión de
una agricultura todavía con muy escasos recursos y tal vez, en
estado incipiente. Los sistemas de drenaje y riego eran todavía
muy primitivos y seguramente mucha de la tierra disponible era
pantanosa y se encontrada invadida de maleza difícil de controlar
con los medios disponibles. La superficie cultivada no era muy
grande y seguramente la población tampoco (Idem. P. 59).
172
Las casas consistían en estructuras pequeñas, de un solo cuarto,
con techo en caballete (de dos aguas) cubierto de paja. No
parecen haber estado agrupadas en calles siguiendo una
determinada planificación. Se alzaban sobre plataformas
recubiertas de piedra, pero los muros eran generalmente de
adobes cónicos secados al sol. El extremo plano de ellos era
colocado hacia fuera y los intersticios se rellenaban con barro, y
la fachada se recubría con un empañete también de lodo aplanado.
En algunos lugares donde abundaba la piedra los muros también
eran de piedra. Era patente ya, que la religión había llegado a alto
grado de desarrollo, ya que los edificios mayores eran templos
dedicados al culto. Aunque también se usaban mucho los adobes
cónicos en los templos, es bastante común el uso de mampostería
de piedra. Ligada con una especie de mortero. Estos templos están
bien proyectados y construidos. Los muros bien empañetados con
un empañete liso están recubiertos de frescos multicolores. Y
decorados con relieves de arcilla o con dibujos grabados (Idem. P.
59).
Los habitantes de Cupisnique, y probablemente los de la parte
norte de la Costa parece ser que no usaban otra prenda de vestir
diferente al taparrabos y un gorro. No se sabe nada de la
indumentaria de las mujeres. Uno u otro sexo o ambos, llevaban
adornos de hueso en las orejas, anillos brazaletes, pulseras,
coronas y collares de4 cuentas de piedras, así como adornos para
la cabeza y capas hechas de plumas. Algunos de los sellos
encontrados en las tumbas hacen suponer que el cuerpo lo
llevaban decorado con pinturas. Como es frecuente en épocas
posteriores del Perú, se encuentran muchas deformaciones
craneanas (Idem. P. 60).
Los alfareros del horizonte Chavín estaban relativamente
adelantados como artesanos y artistas. Pero la industria era
todavía demasiado nueva para haber alcanzado una técnica
altamente desarrollada. La cerámica mejor conocida de este
período es la de las tumbas de Cupisnique, en el valle de
Chicama, y se parece muy poco a la de Chavín. Se trata
173
obviamente de vasijas funerarias y como tales tienen más
atractivo que la utilitaria. Esta cerámica no fue descubierta sino
hasta 1939 y existen pocos ejemplos en museos de fuera del Perú.
Aunque produce la sensación de que los artesanos tenían ya gran
maestría, resulta pesada por sus paredes gruesas. Además,
tampoco se había perfeccionado todavía la regulación del
horneado y las vasijas eran cocidas a temperaturas bajas y en
atmósfera reductora, por lo que la superficie resultaba negra, café
o roja. Hacia fines del período aparecieron las primeras vasijas de
colores claros. Toda esta cerámica es pulida, y la decoración
consiste principalmente en líneas grabadas con algún bajorelieve
y algo de modelado, pero sin ninguna pintura propiamente dicha
Algunos especialistas dicen que ciertas vasijas Cupisnique tienen
huellas de moldes o que fueron hechas totalmente con base en
moldes, siendo este un proceso que se generalizó en el último
período moche. No se puede esperar que en un estado cultural tan
primitivo existiera una producción en grande escala y ello habría
significado un extraordinario avance desde el punto de vista
técnico. Como las superficies oscuras no resultan apropiadas para
decoraciones con base en pinturas, no es de extrañar que existan
pocas pinturas en la cerámica Cupisnique. Sin embargo se pueden
apreciar los orígenes de la pintura en el coloreado que a veces se
ve en los dibujos encerrados con líneas grabadas (Idem. P. 60).
En las tumbas Cupisnique sólo se han encontrado ejemplos de
tejidos en cantidad suficiente para demostrar que el arte de tejer
ya era conocido, pero los ejemplos mejor preservados que se
encontraron en otros lugares indican que, aunque de ningún modo
se conocían aún todas las técnicas que aparecieron después, ese
arte había progresado mucho respecto a los sencillos tejidos de
Huaca Prieta. Existen indicios del uso del lizo, implemento que se
usa para separar y accionar separadamente cada hilo de la
urdimbre. Se bordaba y se hacían tapices, así como tejidos
simples, una especie de encaje, y guinga, y eran frecuentes los
adornos a base de orlas y flecos. Al parecer solamente usaban el
algodón (Idem. P. 61).
174
Aunque no se han encontrado objetos de metal del periodo
Chavín en excavaciones debidamente supervisadas, se conocen
tres grupos de ornamentos de oro que, a juzgar por su estilo
artístico y otras circunstancias, pueden atribuirse a este horizonte.
Dos de estos objetos proceden de tumbas encontradas en
Chongoyape y el origen del tercero es desconocido. Uno de los
grupos lo constituían los ornamentos de un hombre, el otro los de
una mujer y probablemente se trata de los ejemplos de metalurgia
más antiguos de América. Unos son de oro p uro, otros contienen
74% de plata, y los otros contienen una gran proporción de oro,
otra más chica de plata y una escasa proporción de cobre. Lo más
probable es que esas mezclas no hayan sido hechas
intencionalmente. La mayor parte de los objetos son de oro
martillado finamente, pues no se conocía todavía la fundición, que
más adelante fue el principal procedimiento metalúrgico. Las
técnicas empleadas demuestran, no obstante el avance
metalúrgico logrado, pues incluyen, entre otras, el martillado, del
que ya hablamos, y además, el repujado, el recocido, la soldadura,
la unión con tiras, la incisión, el champlevé, los diseños
recortados, y la manufactura de objet5os de dos metales. Existe
un alfiler con cabeza de oro y púa de plata. Los adornos de oro del
horizonte Chavín son realmente delicados y exquisitos, e incluyen
gran número de objetos: Pendientes de tipos muy diversos,
pinzas, cabezas de bastón, coronas, adornos para las orejas y la
nariz, manillas, alfileres, placas y discos, adornos especiales para
el cuello, cucharillas y cuentas. Algunas figuras de bulto, tanto
humanas como de animales son naturalistas, pero la
ornamentación repujada más corriente es geométrica y de un tipo
naturalista muy estilizado, e incluye elementos que son típicos de
las tallas de piedra Chavín, especialmente el motivo felino.
Aunque parezca extraño, una parte de las piezas de oro se
coloreaban con pigmentos (Idem. P.63).
Los pueblos del horizonte Cultista también eran ya excelentes
artesanos con otros materiales: Piedras semipreciosas, huesos,
conchas y madera. Se hacían cuentas, pendientes, anillos, peines,
y ornamentos semejantes de turquesa, cuarzo, lapizlazuli y otras
piedras duras (ardua faena para un pueblo que no tenía
175
herramientas), así como de hueso y concha. La pirita y el
azabache se utilizaban para la fabricación de espejos pulidos
(Idem. P. 63).
Entre los utensilios fabricados en este horizonte, deben
mencionarse los martillos de piedra, las cabezas de maza, las
piedras acanaladas, las puntas de proyectil, los morteros, las
manos de almirez, los recipientes redondos y las cajas de piedra,
las leznas, espátulas, agujas, dagas, cucharas, y los lanzadardos de
hueso o madera, las redes y los sacos tejidos, las cestas, las esteras
de caña totora, las vasijas de calabaza talladas, y las mazas y las
cajas de madera. En Ancón se encontró un objeto de madera de
chonta que se supone fue un arco, y que es de gran interés porque,
en este caso, sería una prueba del posible uso de esa arma en este
período tan antiguo. En Estados Unidos aparece por primera vez
en un período muy posterior (Idem. P. 63).
El cuadro que describe Mason sobre la vida en el período Cultista
nos resume la vida de la que podría ser considerada la primera
civilización, propiamente dicha del Perú, tal como está
representada en la Costa norte y la única de que se dispone de
suficientes datos. Se trató de un pueblo sencillo y sedentario
cuyas actividades principales consistían en satisfacer las
necesidades vitales: Alimentos y abrigo. Sin embargo, en tiempos
libres, de que disponía, gracias a su economía agrícola, permitía a
la comunidad erigir templos y otras estructuras de tipo religioso.
El elemento común era un culto religioso en el que desempeñaba
el papel principal una deidad felina (puma o jaguar). Parece que
los poblados, que eran pequeños, no mantenían lazos políticos y
las diferencias culturales entre valle y valle se acentuaban
bastante. El comercio y las guerras tenían muy poca importancia.
La vida de los poblados y su coherencia se desarrollaba sobre la
base de los lazos familiares. El culto de los ancestros y a los
muertos no había adquirido el significado que alcanzó
posteriormente en el Perú (Idem. P 63).
13. 2.3 EL PERIODO EXPERIMENTAL
176
Se dio entre el año 500 y 300 antes de Cristo. Puede ser
considerado como la fase primitiva de desarrollo incipiente del
período Floreciente que le siguió sin interrupción. Se caracteriza
porque el culto a la deidad felina típica del período Chavín
desaparece de improviso y esa homogeneidad cultural desaparece.
Como ocurre con los períodos anteriores, la única información de
que se dispone proviene de la región costera. No existe ninguna
civilización, cultura, arte o técnica extraordinarias que sean
característica común de este período y las fases locales interesan,
por ahora, al menos sólo a los arqueólogos. No puede olvidarse
que todos estos pueblos son absolutamente desconocidos en el
Perú desde el punto de vista histórico. Los arqueólogos les dan
sus propias denominaciones a los diferentes períodos, los que se
basan en el nombre moderno de las diferentes localidades (Idem.
P.64).
Probablemente el culto religioso fue declinando y se dejaron de
hacer las peregrinaciones a los centros de culto. La gente empezó
a preocuparse más de su localidad y cada valle comenzó a
desarrollar características locales que habían nacido durante el
período Cultista. Todos, sin embargo, arrancan de un mismo
nivel cultural. Con muchos elementos comunes. Entre estos
figuran dos estilos de horizonte en la decoración de objetos de
alfarería, estilos que debieron de tener su origen en algún centro
desde donde se fueron extendiendo (Idem. P. 68).
Durante la mayor parte del período la decoración característica de
la cerámica, en casi todas las regiones, consistía en dibujos
pintados en blanco sobre una superficie roja, y se ha utilizado este
rasgo para designar este subperíodo en diversas regiones. “Blanco
sobre rojo de Chancay” en la Costa central y “Blanco sobre rojo
de Huaraz” en las tierras altas del norte. También se encuentra el
estilo blanco sobre rojo en la Costa norte, donde es conocido con
el nombre de Salinar. Hacia el final del período, en estas tres
regiones, así como en la Costa meridional, apareció la pintura
negativa en la cerámica. La cerámica decorada en blanco sobre
rojo es poco atractiva. Sus formas son sencillas, y las más
comunes son vasijas y tazas con paredes y bordes abocinados, así
177
como las botellas. Existen pocas efigies y no existen vertederas en
estribo, aunque sí algunas dobles. La decoración consiste
generalmente, en sencillos dibujos geométricos, con base en
rectas, paralelas, y bastante gruesas, rayados de líneas paralelas o
cruzadas, puntos y círculos. Se nota la falta de dibujos pictóricos,
y las incisiones y el modelado aparecen pocas veces. En una
variante de ese tipo de alfarería se encuentran vasijas con la
totalidad o gran parte de su superficie pintada de blanco (Idem. P.
68).
Aunque el intervalo entre los períodos Cultista y Experimental es
bastante marcado, al parecer se trató de una interrupción más
bien cultural que política, pues no existe ninguna prueba de que
fuera debido a alguna guerra o migración. Solamente en un lugar
la tradición Cultista parece haber continuado en el período
siguiente, puesto que el felino de Chavín aparece de nuevo en el
arte Moche del período Floreciente, aunque prácticamente
desapareció en la cultura Salinar inmediata de la región contigua a
Moche. Los únicos objetos que delatan cierta influencia Chavín
durante el período Experimental son algunos dibujos poco usuales
encontrados en espátulas de hueso de Salinar y en cerámica de
Paracas Cavernas, en la Costa meridional (Idem. P. 68).
“Es difícil, por la gran variedad local, hacer una descripción
completa de la cultura de este período. Fue un período de
desarrollo y de experimentación y, desde el punto de vista
arqueológico, esto se aprecia mejor en la tecnología. En general, a
pesar de que la tecnología es superior, el arte y el sentido estético
son inferiores a los del período Cultista anterior”. La información
que se posee sobre la cultura del período Experimental proviene
de tumbas, de los cementerios, de los depósitos de desperdicios de
las viviendas de un lado, y de las fortalezas y adoratorios por otro.
En las zonas arqueológicas costeras dependemos de los primeros
en especial. En las tierras altas de los segundos (Idem. P. 68).
Como ocurría en los períodos anteriores, los pobladores vivían en
las márgenes de los ríos o en la Costa. Aunque todavía se
dependía en gran medida de los alimentos que se obtenían en el
178
mar, el progreso de la agricultura ya era grande. Se practicaba la
agricultura intensiva y se usaban los sistemas de riego. Se habían
introducido el cultivo de nuevas plantas como algunos frijoles la
quinoa y otros conocidos aún hoy sólo en el Perú. Se conocía la
coca, planta narcótica de las tierras altas (de gran significado
cultural posterior y hoy en día), y al parecer ya se hacía la chicha,
que podría decirse, es la “cerveza de maíz”. La carne obtenida en
la caza o en el sacrificio de animales domésticos, se conservaba
secándola al sol. El grano se almacenaba en graneros. En lugares
de pendiente se construyeron las primeras terrazas; así se podía
regar la tierra. Las llamas eran ya muy comunes y abundaban en
las tierras altas pero eran conocidas también en la Costa. Algunos
edificios eran de mampostería de piedra, pero en general eran de
adobes que poseían diferentes formas, según provinieran de la
parte norte, central o meridional de la Costa (Idem. P. 66).
La cultura Salinar fue descubierta hace muy poco (1941) por
Rafael Larco Hoyle. Desde entonces se han excavado algunos
cientos de tumbas en varios de los grandes cementerios del Valle
de Chicama. Los entierros de Puerto Moorin en el Valle del Virú
están, sin duda, relacionados estrechamente con aquellas desde el
punto de vista cultural. Una investigación cuidadosa nos revelaría,
muy probablemente, restos culturales similares, con ligeras
variantes en otros valles de la Costa norte. Como fue habitual, los
cementerios se encontraron en las colinas desérticas que rodeaban
los campos de cultivo. Y las observaciones estratigráficas revelan
que el período Salinar siguió al Cupisnique (Cultista) y precedió
al Moche (Floreciente). Dicho período (Salinar), toma su nombre
del pequeño poblado situado en la parte superior del Valle de
Chicama, donde se encontró el cementerio más grande (Idem. P.
66).
Los pueblos del período Salinar cultivaban maíz y distintas
variedades de calabazas, así como varias plantas que son
desconocidas por fuera del Perú. Recogían mariscos y otros tipos
de animales marinos locales No se conocen restos de viviendas,
pero existe una vasija en efigie en la cual se ve el diseño de una
vivienda. Hay además otros cacharros que nos dan una idea de la
179
vestimenta. Parece que las casas eran rectangulares con un frente
abierto y un techo inclinado. No hay duda de que llevaban algo de
ropa aparte del taparrabo y el gorro que era muy común. Usaban
el pelo recortado aunque no precisamente corto y como adorno
usaban pendientes en las orejas y en la nariz, anillos, collares de
cuentas y brazaletes. Practicaban la deformación del cráneo y
probablemente el tatuaje (Idem. P. 66).
En las tumbas se encontraron muchas vasijas de cerámica de tipos
diferentes que eran, sin duda, para ofrendas funerarias. No se
conoce muy bien la cerámica de uso cotidiano. La mayoría de los
utensilios de barro eran de barro de color rojo, lo que demuestra
un gran adelanto técnico, ya que las vasijas tuvieron que ser
cocidas en un fuego “oxidante” muy fuerte, en vez de un fuego
“reductor”, relativamente frío, con el que se producía la cerámica
Cupisnique, negra o simplemente de color oscuro. Quizás, ya se
había inventado el horno y de todos modos, la regulación de la
temperatura había avanzado notablemente. La pasta de la
cerámica Salinar es superior a las anteriores y tiene un temple más
uniforme que el de la cerámica Cupisnique. Se encuentran con
frecuencia jarras con vertederas verticales y asas de cinta, y son
raras las vasijas sin asas. El color blanco era al parecer aplicado
con pincel sobre la superficie del barro sin preparación alguna; es
decir, sin el baño (“slip”) que más tarde llegó a ser prácticamente
universal. Modelaban los ojos con un estilo característico y poco
usual y los detalles de la expresión facial son verdaderamente
notables. Los relieves son ligeros y bajos (Idem. P. 67).
Las vasijas en estribo, con vertederas tubulares continúan siendo
la forma más común, y el cuerpo del recipiente o bien se
modelaba en forma de efigie, o bien se decoraba con incisiones,
pinturas o relieves. A veces se combinaban las efigies modeladas
con alguno de los otros sistemas decorativos. Al menos las vasijas
de efigie representaban seres humanos, animales, pájaros, plantas
y otros objetos. Los dibujos incisos o pintados son simples y
geométricos y se encuentran ya los principios de la cerámica
pintada, que más tarde habría de ser tan general en el Perú. Esto
representa otro paso importante en el desarrollo de la cultura. Las
180
representaciones pictóricas son ligeramente estilizadas y carecen
del realismo perfecto que llegó a alcanzar la cerámica posterior
Moche en esta región. Algunas de las vasijas en efigie son
pornográficas, aunque ninguna de ellas representa prácticas
pervertidas. Esto es significativo y contrasta con el poco interés
por el sexo que el aborigen americano demuestra en su expresión
artística y religiosa, y dada la importancia que este tema llegó a
tener en la cerámica Moche posterior (Idem. P. 67).
No se han conservado tejidos suficientes del período Salinar para
poder deducir mucha información sobre los adelantos técnicos en
el tejido. Las espátulas de hueso tienen dibujos incisos que las
relacionan con los motivos del arte Cupisnique. Han aparecido
menos ornamentos de oro del período Salinar de los hallados en el
período Cultista. Sin embargo no hay pruebas de que orfebrería y
las técnicas metalúrgicas hayan atravesado entonces un período
de decadencia. Parece que no se conocía el arte de esculpir
grandes piedras. Parece que en la Costa norte la cultura Salinar
fue seguida de otra cultura un poco más desarrollada: La cultura
Gallinazo, que recibe el nombre de una zona arqueológica situada
en el Valle del Virú, donde se encontró por primera vez y donde
se presenta en su expresión más vigorosa. Su tipo característico
de alfarería, decorada con pintura negativa, se encuentra también
en algunos valles de la Costa Norte. Esta pintura negativa es
típica del Callejón de Huaylas, en las altas tierras del norte,
especialmente en Recuay, durante el período siguiente, y no hay
duda de que está relacionada con las culturas de las tierras altas
del Ecuador y de Colombia, donde se practicaba mucho esta
técnica y de la cual parece haber recibido influencia. (Idem. P.
67).
Si las características iniciales del período parecen haber cambiado
poco respecto de las del período anterior, y los grupos humanos
continuaban siendo pequeños y el núcleo social básico seguía
siendo la familia, sin existir ninguna unidad política o religiosa
marcadas, o vestigios de divisiones sociales de clase o algo por el
estilo, en la cultura Gallinazo la civilización había progresado
mucho y era solamente algo inferior a la Moche del gran período
181
siguiente. Las comunidades estaban bien organizadas y se
construyeron grandes pirámides, indudablemente de carácter
religioso, de adobes, fabricados en moldes de caña. La base de la
vida la constituía una agricultura intensiva, caracterizada por el
empleo del riego artificial. Abundaban las llamas y en cambio, la
importancia de la caza y la pesca habían declinado mucho. Las
artes del tejido y de la metalurgia ya se habían desarrollado.
Cuando se identificó por primera vez la cultura Gallinazo se
pensó que era de un período posterior. Pero el estudio
estratigráfico demostró junto con el fehado del radiocarbón (550 a
350 antes de Cristo), que era anterior al período Moche (Idem. P.
68).
Las características económicas de la vida en las regiones costeras
central y meridional debían diferir poco de las condiciones
halladas en los pueblos Salinar y Gallinazo. Pero la información
que se tiene es escasa. Las excavaciones realizadas en el Cerro de
Trinidad y en Baños de Boza, en el Valle de Chancay, nos ayudan
a caracterizar un tipo más bien poco atractivo de cerámica,
pintada en blanco sobre una pasta roja. Por eso se suele relacionar
a estos hallazgos con el período Salinar. La pintura es en general,
tosca, descuidada, sencilla y geométrica y son muy pocas las
vasijas de efigie. En realidad, la cerámica de la Costa central
siempre fue inferior, desde el punto de vista estético, durante toda
la historia del Perú, a las de la Costa norte y sur. Los demás
objetos encontrados en las tumbas difieren en detalles poco
significativos de los encontrados en la cultura Salinar. Figuran
entre ellos, adornos de oro, telas, figurillas de barro, flautas de
pan, y husos para hilar (Idem. P. 69).
La historia arqueológica de la costa meridional del Perú empieza
tarde. Durante este período experimental no hay duda de que el
territorio estuvo ocupado pero no se sabe quién lo hizo ni ha sido
identificada zona alguna arqueológica que dé testimonios de la
ocupación de la región. Existen en la Costa inmensos depósitos de
desperdicios que cuando sean estudiados arrojaran seguramente
las luces que se buscan. De alguna manera se piensa en uno o
varios pueblos muy primitivos, dedicados a la agricultura y a la
182
pesca, de manera semejante a como lo hacían los pueblos del
perfil cultural de Huaca Prieta (Idem. P. 69).
Las magníficas ruinas de mampostería de las tierras altas del Perú
y las inmensas pirámides de adobe de la Costa norte, han gozado
siempre de gran fama, mientras que las antiguas civilizaciones de
la Costa meridional en los valles de Pisco, Ica y Nazca, que
carecen de construcciones espectaculares, han permanecido como
incógnitas hasta este siglo. Los cementerios del período Nazca,
con su extraordinaria cerámica policroma fueron descubiertos por
Max Uhle en 1901. Los de Paracas, con sus aún más
extraordinarios tejidos, por Julio Tello en 1925. En esta región
casi puede afirmarse que no llueve jamás, y los objetos enterrados
con los muertos en las arenas del desierto están
extraordinariamente bien conservados (Idem. P. 69).
La península de Paracas, que se encuentra a unos 18 kilómetros al
sur de puerto de Pisco, es una prolongación que penetra en el mar
de una hilera de colinas arenosas que llevan el nombre d Cerro
Colorado. La arena roja está totalmente desprovista de vegetación
y no se encuentra ni un solo ser vivo, ni una sola hoja, ni ningún
arroyo llega al océano en las cercanías. La habitación humana
más cercana está a bastantes kilómetros de allí, en un lugar donde
plantas juncias bordean la playa, y en el cual se encuentra agua
potable cavando pozos. Es una región en donde reina la soledad y
la desolación. Sin embargo, debajo de esas arenas se encuentran
los cuerpos desecados de gente desconocida para la historia, así
como algunos de los tejidos más maravillosos del mundo. Hoy los
huesos de esos antiguos habitantes. Se encuentran desperdigados
por la superficie del terreno y los vientos descubren y vuelven a
cubrir fragmentos de tejidos vastos, despreciados por los
buscadores, pero que todavía siguen siendo suaves y fuertes
después de dos milenios de existencia (Idem. P. 70).
Entre 1925 y 1930, Julio Tello encontró en esta región dos clases
de entierros a los que se han dado los nombres de Paracas
Cavernas y Paracas Necrópolis. Son muy diferentes en cuanto a
su naturaleza y contenido: Los de Cavernas se caracterizan por un
183
tipo extraordinario de alfarería con incisiones, y por unos tejidos
de calidad media. Los de Necrópolis se distinguen por magníficos
tejidos y una cerámica sencilla, sin pintar. Los primeros muestran
algunos elementos Chavín y los segundos están relacionados, sin
duda, con la cultura Nazca, que fue posterior, como lo demuestran
las pruebas estratigráficas (Idem. P. 70).
Paracas Cavernas recibió este nombre porque los entierros se
encuentran en cámaras comunales en forma de botella, excavadas
en la roca, al pié de pozos verticales a una profundidad de 6 ó 7
metros. La extraordinaria variedad en calidad y cantidad de los
objetos de ofrendas colocados al lado de los muertos sugiere una
diferencia similar en sus medios económicos antes de morir
(Idem. P. 71).
En las tierras altas meridionales también se ha descubierto y
excavado una zona arqueológica que se cree corresponde a este
período. La estratigrafía indica que se trata de una cultura pre –
Tiahuanaco. Se encuentra en Chiripa, en el lado boliviano del
lago Titicaca y, por lo tanto, no lejos de Tiahuanaco. Es probable
que los antiguos pobladores, desconocidos, hubieran ocupado
aldeas como la hallada en Chiripa, aunque solamente se ha
hallado otra pequeña zona arqueológica en la región, aparte de
Chiripa. Aquí el poblado estaba formado por catorce casas
rectangulares colocadas en círculo alrededor de4 una plaza
central. La parte inferior de los muros estaba hecha a base de
pequeñas piedras incrustadas en arcilla y la parte superior, de
grandes adobes rectangulares. Los techos, al parecer, eran de paja.
Los muros tenían dos características muy especiales: Eran dobles
y el espacio existente entre ellos se utilizaba como almacén, en
forma semejante a las alacenas que hay en algunas casas
modernas. El acceso a estos almacenes, donde se guardaban
alimentos, consistía en ventanas en los muros inte4riores en lugar
de puertas. Aún más interesantes son las ranuras, largas y
estrechas que se dejaban dentro de los muros de mampostería,
hacia las jambas de las puertas. Sin duda alguna servías para
encajar puertas corredizas (Idem. P. 73).
184
En esta misma región y en la misma época se usaban terrazas para
fines agrícolas con muros de retención de mampostería. Los
muertos eran enterrados en tumbas en forma de caja, revestidas de
piedra, bajo los pisos de los cuartos. La profundidad de los
depósitos de desperdicios indica que la zona fue ocupada durante
largo tiempo (Idem. P. 73).
La cerámica de Chiripa es bastante burda, con sencillos dibujos
geométricos pintados, que generalmente consistían en anchas
líneas o bandas, de color amarillo sobre barniz rojo. Las zonas
pintadas se hacen resaltar, a veces, por líneas i9ncisas, técnica que
aparece también en Chavín y en Cupisnique, en Paracas Caverna,
en Ocucaje y en la cercana y un poco más tardía Pucara. Un
elemento que se encuentra con frecuencia es un felino en
appliqué. La forma más común es la de cuenco con base plana y
paredes verticales. Entre los utensilios encontrados figuran
morteros de piedra, martillos y herramientas similares, bolas,
agujas de hueso, leznas, lanzadardos, cinceles, dagas, cuchillos,
etc. También se han encontrado algunos objetos de cobre puro
(Idem. P. 73).
El panorama general ofrecido por el período Experimental es de
grupos locales pequeños, de un nivel cultural muy semejante, que
carecían de lazos políticos y religiosos entre ellos y entre los que
existían considerables diferencias locales. Está caracterizada, por
la importancia de la agricultura y el desarrollo de las técnicas de
la vida económica y de la artesanía. Al parecer la religión tenía
poca importancia en la vida de aquella época, pues se han
encontrado pocas capillas y templos (Idem. P 74).
13.2.4 LA ERA FLORECIENTE
Va poco más o menos del año 330 antes de Cristo hasta el año
500 después de Cristo. Este lapso, algunos consideran, que un
período de la mayor parte del primer milenio de la Era Cristiana.
En esta época las diversas culturas peruanas habían dejado atrás
su adolescencia y estaban preparadas ya para entrar en su etapa
clásica. Las artesanías tenían ahora una base firme, y la mayoría
185
de las técnicas ya se habían desarrollado. Los períodos posteriores
presentan un refinamiento técnico, un gran aumento de la
producción, un arte floreciente y el desarrollo de las instituciones
sociales y de organización cívica. En lo fundamental, los métodos
económicos y técnicos cambiaron poco, aunque ciertamente
alcanzaron su apogeo. En esta época, las culturas peruanas
alcanzaron sus máximas realizaciones en los campos de la
Economía, la Tecnología y el Arte. No había uniformidad ni un
estilo de horizonte ubicuo que se apreciara en las diferentes
regiones. Igual que en los períodos anteriores, no tenemos ni idea
de los diferentes pueblos, de su idioma ni de sus guerras. Lo que
se sabe nos ha sido revelado por las excavaciones. Estas
muestran, cómo, en casi todas las regiones del Perú, pero
especialmente en la Costa y durante un período de varios siglos,
se fabricaron artefactos y utensilios que muestran una destreza
manual y una calidad técnica y artística, que no fueron superadas
ni siquiera en tiempos posteriores. No terminó estas era con una
guerra catastrófica, como terminaron casi todos los períodos de
desarrollo de las civilizaciones en el Viejo Mundo, ni con una
“edad de tinieblas” de retroceso cultural, sino con la aparición del
“estilo de horizonte” Huari – Tiahuanaco, que constituye una
influencia panperuana y cuya importancia aquí, consiste en que
puede utilizarse como criterio para caracterizar una época. Los
diversos pueblos, con sus diversas variantes culturales
continuaron existiendo libremente si se exceptúa el hecho de que
adoptaron y adaptaron a sus respectivas culturas al estilo del arte
Huari – Tiahuanaco (Idem. P. 75).
El período se caracteriza por el notable desarrollo de la artesanía
que manifiestan los textiles, la cerámica, la metalurgia, y las artes
menores; por el gran desarrollo de los estilos artísticos, y por la
edificación de grandes moles arquitectónicas en casi todos los
sitios. Las técnicas agrícolas que son la base de la existencia,
habían avanzado notablemente y se singularizaron por el empleo
en gran escala de diversos recursos de la ingeniería. Las viviendas
eran ahora resistentes estructuras de adobe o de piedra,
relativamente confortables. Además, en la mayor parte de las
regiones, salvo en la Costa sur, se construyeron inmensas obras
186
públicas, templos y fuertes. La deformación de los cráneos era
una práctica general, y la trepanación era muy corriente, sobre
todo en la parte sur de la Costa (Idem. P 76).
La religión, al parecer, se había desarrollado y organizado
notablemente, con un cuerpo de sacerdotes y un panteón en el que
predominaban las deidades antropomórficas, pero en especial un
felino. El culto a la Naturaleza y a los antepasados parece haber
sido universal, al igual que los sacrificios humanos. La costumbre
de tomar la cabeza de los enemigos, como trofeo, se había
generalizado notablemente. El culto religioso debió consistir en
ceremonias rituales y danzas. Todavía no se han identificado
restos culturales de este período en las tierras centrales altas, que
más tarde llegarían a ser el epicentro cultural del Perú en el
período Inca; pero en las tierras altas, tanto del norte como del
sur, existieron centros de cultura que se atribuyen a este
horizonte. Sin embargo, parece ser que las civilizaciones más
importantes continuaron siendo las de la Costa. Desde el punto de
vista de la arqueología se observa que los objetos hallados en esta
región están mejor conservados y, como consecuencia, se han
hecho más excavaciones allí (Idem. P. 76).
El aumento de la población debió ser considerable en esta época.
Sin embargo, la competencia por el espacio no era tan grande que
impidiera que los diversos grupos humanos pudieran utilizar su
tiempo libre en el desarrollo cultural, de acuerdo a las
circunstancias de cada localidad, en divertirse y descansar y en
perfeccionar la tecnología. La base de la existencia era la
agricultura que ya había alcanzado una gran perfección técnica.
Las obras de riego, de las cuales se encuentran en uso algunas
todavía, muchas de las cuales fueron abandonadas hace largo
tiempo regaban toda la superficie disponible. Indudablemente la
región sustentaba entonces una población mucho mayor que la
actual. Sin embargo hay lugares en los que aparentemente las
tierras potencialmente fértiles no fueron utilizadas, lo que indica
que la población no había alcanzado su desarrollo máximo y que
no llegó a plantearse el problema de la superpoblación. En todos
los valles se hicieron acueductos y canales, y algunos de ellos
187
constituyeron inmensas obras de ingeniería para cuya realización,
se requería, no sólo una gran cantidad de trabajo, sino un alto
nivel de conocimientos y cierta experiencia en la planificación.
Un ejemplo notable es el canal de la Cumbre, hoy día todavía en
uso, que conduce agua desde el nacimiento del río Chimaca hasta
cerca de su desembocadura, a una distancia de 113 kilómetros.
Los barrancos que tienen que superar los canales se salvan
mediante la construcción de acueductos como el de Ascope,
también en el Valle de Chimaca, que es una de las grandes
realizaciones de la ingeniería del antiguo Perú. Este acueducto
tiene una longitud de cerca de 1400 metros de longitud, 15 metros
de altura y un volumen de obras de terraplenado de más de
785.000 metros cúbicos. En esta época estaban sometidas a
cultivo y habían alcanzado ya la última fase de su evolución,
todas las plantas alimenticias peruanas conocidas. Los principales
de tales productos eran el maíz, el fríjol, el cacahuete, la patata, el
camote, el chile, la yuca o mandioca, diversas variedades de
calabaza, el algodón, la coca, el aguacate, la tuna, la granadilla, la
chirimoya, la guanábana, el tumbo, la papaya, la piña, el pacay, la
lúcuma, la jícama, el yacón, la achira, el pepino, la quinoa, la oca,
la mashua, el lupín, el ulluco, y la cañahua. Varias de ellas no se
conocían en períodos anteriores. Y no se encontraban en la Costa.
La cerveza fermentada de maíz, - la chicha-, se elaboraba
artesanalmente como se elabora hoy día. El guano se usaba para
abonar la tierra, se labraba ésta con herramienta adecuada: el palo
para cavar y la azada, que eran iguales a las que se usaban en
tiempos del Inca varios siglos después (Idem. P. 77).
Existían los animales salvajes todavía, pero como ocurría para la
gente de la cultura Moche, ya tenían poca importancia económica,
aunque es seguro que trataban de sacar de ellos el mayor
provecho posible. En la caza, se usaban instrumentos como redes,
jabalinas, lanzadardos, y cerbatanas. Sin embargo, a juzgar por las
escenas representadas en varias piezas de cerámica, la caza se
había convertido en un deporte de las clases privilegiadas. La
llama, ya domesticada y el “conejillo de indias” – el curí o cuyo –
proporcionaban la mayor parte de la carne que se consumía. Los
peces marinos, los mariscos y los leones marinos eran también
188
platos apreciados y su obtención constituía el trabajo de una
industria importante, aunque, desde luego, no muy especializada.
En ella se usaban canoas de un solo tripulante, construidas de
madera y de totora; de la misma manera algunas balsas para
varios tripulantes. Aquellos navíos se aventuraban, a menudo, mar
adentro (Idem. P. 77).
Sobre la cultura Moche se tiene más información que sobre otras
culturas de este antiguo período. Además de los muchos objetos
encontrados en las tumbas, la cerámica, con sus modelos
naturalistas y las dinámicas escenas pintadas en algunos de los
ejemplares, proporcionan abundantes datos sobre muchos
aspectos de la vida indígena (Idem. P. 78).
Los autores de esta cultura erigieron templos enormes, de los
cuales los más impresionantes son las dos pirámides gemelas de
Moche, no lejos de la moderna ciudad de Trujillo. Los habitantes
de la región las llaman “Huaca del Sol” (Templo del Sol) y
“Huaca de la Luna” (Templo de la Luna). Ambas estructuras
están formadas por plataformas escalonadas, y la mayor – la del
Sol – está coronada por una pirámide también escalonada, toda
ella sólidamente construida con adobes, en un número incontable.
La Huaca del Sol es la estructura más portentosa de la Costa. La
plataforma que le sirve de base tiene 228 metros de largo por 136
metros de ancho y tiene cinco terrazas que se elevan a una altura
de 18 metros. Un terraplén de 6 metros de ancho y cerca de 90
metros de longitud conduce al extremo norte y una pirámide
escalonada de 103 metros por lado y 23 de altura, remata el
extremo sur de la plataforma. Se ha calculado que contiene
alrededor de 130 millones de adobes (Idem. P. 78).
Pirámides más pequeñas, construidas con adobes, se encuentran
en casi todos los demás centros arqueológicos Moche. Algunas
están decoradas con tracerías de barro en relieve. Hace poco han
sido descubiertas en Pañamarca unos murales con pinturas de
colores representando figuras humanas muy semejantes a las que
aparecen en las vasijas de cerámica Moche pintada. Estas grandes
subestructuras, evidentemente fueron los cimientos de templos de
189
los cuales todavía quedaría algún rastro. Otras estructuras de gran
tamaño se supone que fueron fortalezas, puesto que están situadas
en sitios estratégicos, y suelen estar rodeadas de muros, y para su
acceso hay unas angostas y empinadas escaleras. Parece que
también pertenecen a este período cinco calzadas de anchura
constante (9.8 metros), y unas plataformas que se encuentran a
intervalos a lo largo de ellas, lo que sugiere que ya existía el
sistema (que más tarde fue común entre los incas) de relevos de
mensajeros (Idem. P. 78).
Las vasijas en efigie, así como los objetos encontrados en las
tumbas nos dan una idea bastante completa de los trajes y adornos
del período Moche. Como suele ocurrir entre la mayoría de los
pueblos primitivos, (y lo mismo sucede con otros ejemplos de la
Naturaleza), el atavío masculino era mucho más vistoso que el
femenino. Las mujeres no usaban más que una falda larga y unos
sencillos aretes. Probablemente durante el trabajo, el hombre
común solo usaba una especie de taparrabo, pero en las figuras de
hombres que aparecen en la cerámica, vestidos, sin duda, con sus
galas domingueras, se aprecia gran adelanto y diversidad en la
vestimenta y en los adornos, que probablemente servían como
distintivos de categoría u ocupación. Además del indispensable
taparrabos, usaban camisetas y enaguas debajo de las camisas y
faldas más adornadas. Los adornos, que parecían variar según la
jerarquía u ocupación del usuario, podían consistir en plumas de
colores brillantes, pájaros disecados u ornamentos de oro y plata.
Los adornos para la nariz y orejas, los collares y los anillos usados
por los personajes de importancia social se hacían de metales
preciosos, piedras semipreciosas, conchas, hueso o de cualquier
otra sustancia apr4opiada. Parece ser que la gente de Moche no
usaba calzado. Se pintaban los pies y la parte inferior de las
piernas como imitando botas. A veces también se pintaban la cara
y el cuerpo con dibujos que aparentemente indicaban jerarquía u
ocupación. No hay ningún indicio de que practicaran el tatuaje
(Idem. P. 79).
La misma fuente, los dibujos de las vasijas de efigie, indican que
los moches practicaban la amputación y la circuncisión, reducían
190
fracturas de huesos, y trataban las enfermedades como es
costumbre en casi todos los pueblos americanos, chupando el
objeto tangible que se consideraba era la causa de la enfermedad
(Idem. P. 79).
Debido a las lluvias, que poco frecuentes aunque muy
copiosamente se presentan en la región costera del norte, así como
la gran cantidad de salitre que contiene el suelo, son muy pocos
los textiles de la cultura Moche que se han conservado en
suficiente buen estado como para poder deducir el grado de
adelanto de la técnica, aunque las efigies y las escenas pintadas en
la cerámica indican que esta industria había alcanzado un gran
desarrollo y que incluso existía una producción en escala
relativamente grande. Parece probable que en este campo estaba a
la misma altura que en otras regiones de este mismo horizonte,
con excepción de la Costa sur, donde los textiles eran de calidad
excepcional. Se conocían allí todas las técnicas usuales, tales
como la tapicería, el bordado, el brocado, la guinga, y el cruzado.
Los tejidos sencillos se hacían principalmente de algodón, y
parece que la fibra de la lana era muy rara (Idem. P. 80).
En metalurgia se había logrado un significativo progreso. Los
orfebres eran artífices muy habilidosos. Predominaban todavía los
adornos repujados de lámina de oro, pero la fundición
(indudablemente por el proceso de la “cera perdida”), la
soldadura, el recocido y el dorado se practicaban comúnmente. El
bronce todavía no se conocía, pero se hacían otras aleaciones de
oro, plata y cobre. Como en la Edad del Bronce del Viejo Mundo,
en la cultura Moche se hacían pesadas herramientas de cobre
sólido. No obstante, en esta época, los metales se usaban
predominantemente para fines ornamentales (Idem. P. 80).
Las calabazas se decoraban con motivos artísticos y en las
sepulturas se han encontrado objetos utilitarios y ornamentales en
tallas de madera, de concha, de hueso, mosaicos de concha
taraceados, cabezas de mazos y hachas de piedra, báculos, cestas,
etc. También se han hallado algunos instrumentos musicales,
como tambores, panderetes, sonajas, tarabillas y batintines; otros
191
como trompetas, varias de tonos variables, por ejemplo, flautas, y
flautas de Pan (Idem. P. 80).
Pero es en el campo de la cerámica en la que los moches se
destacaron como artistas y artesanos. La excelencia de su
modelado realista todavía no ha sido superada en ninguna parte, y
rara vez igualada. Con los muertos se solían enterrar vasijas
modeladas con exquisito gusto, y muchas de ellas hoy forman
parte de museos y colecciones privadas. Aunque hechas con
molde son raros los duplicados. Las formas son pocas y sencillas,
mas con innumerables variantes. La más característica, es el vaso
con vertedera en estribo. Casi todas las expresiones y formas
pueden hallarse en estas vasijas: Figuras humanas ocupadas en
diversas actividades, animales, vegetales, así como casas y
barcos. Se ven representadas las deformaciones y mutilaciones,
igualmente los cautivos y castigos empleados. Las escenas
eróticas, elemento raro en otros lugares de América, aquí se
vuelven características y son muy solicitadas por los
coleccionistas. El ejemplo más notable de realismo fue logrado en
las llamadas vasijas – retrato, que indudablemente eran
representaciones de determinados individuos (Idem. P. 80).
Por lo general en esta cerámica se representa una sola figura, lo
que indica una tendencia naturalista más que simbólica. Tanto la
postura como la expresión están admirablemente retratadas. La
técnica también es excelente. Las vasijas están pintadas en rojo o
negro sobre un baño de arcilla color crema, bien cocidas y
pulidas. Las vasijas negras son raras (Idem. P. 80).
En un segundo grupo de vasijas con ver4tederas en estribo, la
parte superior es lisa, pero el cuerpo está pintado con escenas de
la vida real que representan hechos de guerra, de caza, y
reuniones ceremoniales o diplomáticas. En estas escenas se
encuentran grupos de personas que se muestran siempre de perfil
y en alguna actividad dinámica, generalmente corriendo. Aunque
están estilizadas y no tienen nada del realismo de los relieves
modelados, nos proporcionan muchos datos sobre la vida en esa
remota época de la que no tenemos el más pequeño testimonio
192
histórico o tradicional, datos que no habríamos podido obtener de
otra manera. Con gran acierto se ha considerado que esta
cerámica es un “álbum” de la cultura (Idem. P. 81).
“Existen bastantes pruebas, aunque todavía no suficientes para
convencer a la mayoría de los investigadores, de que los moches
desarrollaron un sistema de “escritura” o, mejor dicho, de
comunicación no verbal”. Este sistema, desde luego no era
alfabético, ni fonético, ni silábico, y posiblemente ni siquiera
pictográfico. Es probable que se pareciera al sistema quipu de
épocas posteriores. Parece que el mensaje que se deseaba
transmitir se grababa en semillas de habas o fríjol y sólo podían
ser descifrados por personas adiestradas en dicho arte. No
tenemos, al menos ahora medios de saber qué grado de desarrollo
alcanzaron estos ideogramas. Probablemente su utilidad estaba
limitada a la comunicación de datos sobre hechos concretos pero
no era posible transmitir, por este medio, una discusión filosófica,
por ejemplo”. Hay vasijas en las que se representan frijoles
pintados en docenas de dibujos diferentes, y hay otras, aún,
modeladas en forma de personas con atavío característico que
aparentemente están estudiando esas semillas. Es de suponerse
que tales personajes eran los descifradores. Los frijoles que
aparecen pintados de un modo similar en las vasijas Nazcas hacen
pensar que es posible que en este último pueblo se tuviera la
misma costumbre u otra semejante (Idem. P. 82).
El cuadro general de los moches que nos han proporcionado los
arqueólogos, es el de un pueblo dinámico, casi agresivo, que ya
había avanzado considerablemente en la senda de la civilización.
Es evidente que había dejado atrás la primitiva etapa democrática
y se había desarrollado un sistema social en el que una reducida
clase aristocrática dirigía u ordenaba la vida y el trabajo de las
masas. También parece que había una gran división del trabajo y
la especialización de ocupaciones y oficios. Aunque no podemos
tener la certeza de que el alfarero y el orfebre, por ejemplo,
trabajaran todo el año o solamente en las épocas en que no tenían
que cultivar la tierra, parece que habían sacerdotes, médicos y
otros profesionales semejantes, que no tomaban parte en los
193
trabajos agrícolas y podían dedicar su tiempo a desempeñar su
oficio solamente. Pudo existir una clase de esclavos y clases
aristocráticas, nobles y reales. En las vasijas en efigie y en la
cerámica pintada determinada indumentaria que a menudo se
muestra en representaciones zoomorfas, indican las diversas
clases y ocupaciones. Se ha logrado entender, cómo los pájaros, el
ciempiés y la libélula representan a mensajeros; los zorros,
indican a los sabios; los jaguares indican a hombres de autoridad
(Idem. P. 82).
Es muy posible que los guerreros gozaran de honores especiales,
pues las efigies de aquellos con atavíos de gran gala son muy
frecuentes. Ello denota un agresivo sistema militarista. Tales
guerreros llevaban mazas, hachas de combate, lanzas,
lanzadardos, y escudos. Se representa a los prisioneros desnudos
con cuerdas alrededor del cuello, pero aún allí se denota la
distinción de clases, pues hay algunos prisioneros, probablemente
cautivos de guerra, que van conducidos en literas. Es evidente,
además, que el mundo moche era un mundo masculino en el que
la mujer ocupaba una posición francamente inferior. La mujer
aparece solamente en figuras que representan la vida doméstica.
Jamás está representada en escenas ceremoniales. La autoritaria
organización de esta gente aplicada a una población grande
sumisa, con tiempo libre suficiente, permitía la construcción de
las grandes obras públicas, como las obras de riego y las grandes
pirámides – templos. Cultural y económicamente, la vida de los
habitantes de los valles de la Costa central difería poco de la de
los moches. Sin embargo su producto menos digno de mención,
parece de interés solamente para los antropólogos. Las culturas
que se desarrollaron en este horizonte en los valles de Chancay,
Rimac, y Lurín, figuran culturalmente, y probablemente
históricamente también, en este grupo. Los valles de Supe,
Paramonga, y Huarmey hacia el norte suelen incluirse también
por lo general, en este grupo. (Idem. P. 83).
En la Costa sur las culturas de este período se centralizan en los
valles de Pisco, Ica y Nazca. Como la lluvia es escasa en esta
región, incluso en las montañas, los ríos no son largos, aunque es
194
posible que en los primeros tiempos hubieran sido más
caudalosos. En Paracas, al sur de Pisco, Tello descubrió en 1927,
junto a las tumbas de Cavernas, un cementerio de tipo muy
diferente, conocido con el nombre de Necrópolis. Ambos ya
fueron mencionados atrás. La cerámica de Paracas Necrópolis
difiere notablemente de la de Paracas Cavernas, con sus delgadas
paredes de un color claro y sin motivos decorativos pintados. Pero
la manifestación más notable de la artesanía de Paracas fue el
campo de los textiles. El artista y el arqueólogo siempre asocian
el nombre de “Paracas” con la fabricación de magníficas telas.
Este renombre se debe, especialmente, a su gran tamaño y a su
maravilloso estado de conservación y a la armoniosa belleza de su
colorido. Algunas de las telas están tan suaves y brillantes como
el día en que fueron tejidas. Las técnicas que se emplean son
pocas, entre ellas predomina el bordado. Y aunque en otros
períodos se realizaron trabajos más finos, por el soberbio efecto
del conjunto en general los tejidos de Paracas Necrópolis figuran
entre los mejores del mundo. “Para poder apreciar debidamente
los magníficos mantos de Paracas hay que verlos, pues ninguna
descripción puede hacerles justicia” (Idem. P. 85).
Hacia 1901, cuando fue descubierta por Max Uhle, el viejo
maestro de la arqueología peruana, la cultura Nazca era
desconocida. Antes de esa época, sólo había en los museos cinco
ejemplares de las bellas vasijas de cerámica policroma Nazca, de
procedencia no identificada. Aunque su cultura era semejante a la
de los pueblos de la Costa, los “nazcas” no fueron un pueblo
costero. Los fértiles valles de esta región están a más de 80
kilómetros tierra adentro. Entre ellos y la Costa queda una
desolada y tan árida región de colinas y arena que en ella
desaparecen los ríos (Idem. P.86).
Según se entiende hoy, la cultura Nazca se desarrolló
directamente de las de Paracas, sin que la población cambiara. La
evolución pudo darse en la misma región en donde debajo del
horizonte de los residuos nazcuenses existen depósitos de
deshechos típicos de Paracas que alcanzan profundidades hasta de
3 metros en conjunción con etapas intermedias. No se
195
construyeron en ese período grandes estructuras de adobe, como
tampoco hubo mamposterías de piedra, pero sí se erigieron
pequeñas casas con paredes de adobe. Aunque no se sabe que
hayan creado grandes ciudades, se han encontrado casas
agrupadas a la manera de aldeas; también acostumbraban cubrir
con adobes algunas prominencias del terreno con lo que formaban
pequeñas pirámides y terrazas. Los adobes utilizados en la
construcción de casas eran de diferentes tamaños y formas, desde
conos hasta pequeños bloques rectangulares. En ellos se usaba el
barro y se entramaban con carrizos. Al parecer hubo una gran
actividad constructora en el período nazcuense más antiguo
(Idem. P. 87).
Debido a la ausencia de vasijas de efigie y de escenas pintadas,
nuestro conocimiento sobre la vida del período Nazca y de sus
costumbres son mucho menores que los que tenemos del período
Moche, su contemporáneo en el norte. El cuadro general que se
estima parece ser el de un pueblo democrático, sedentario sin
distinciones marcadas de clase, sin autoritarismos, posiblemente
sin una religión establecida. La diferencia entre la “riqueza” y la
pobreza de las tumbas es menor y la mujer parece estar en un
plano de igualdad con el hombre en este aspecto. La falta aparente
de grandes obras públicas, de importantes trabajos de ingeniería y
de pirámides y templos, parece implicar la ausencia de grandes
conductores políticos. En cambio, parece que la gente se ocupaba
en los tiempos de ocio a la producción individual, en especial a la
elaboración de gran cantidad de telas exquisitamente tejidas, y de
objetos de cerámica, lo cual indica en el caso muy concreto del
Perú, que estaba muy arraigado entre ellos el culto de los
antepasados. La mayor parte de las telas, que demandaban una
cantidad impresionante de trabajo, se destinaba especialmente a
ofrendas funerarias y se enterraban con el muerto. Parece que la
gente en aquella cultura se orientaba más al culto individual, a la
actividad individual, que a la actividad comunal, a la dictadura, a
la coacción o a la agresión (Idem. P. 87).
““Preciosa” es el adjetivo más apropiado para la cerámica
Nazca”. Las formas, no muy variadas, son por lo general sencillas
196
y con poco relieve, aunque se encuentran algunos ejemplos de
vasijas en efigie. En contraste con la cerámica Moche, predomina
la pintura policroma. Solían emplearse en una sola vasija hasta 11
colores pastel suaves y armoniosos: Negro, blanco Violeta, gris,
carne, dos matices de rojo, de amarillo, y castaño. Es notable la
ausencia de los azules y los verdes. Los motivos son naturalistas,
biomorfos y mitológicos. En el primer caso se repiten diseños de
pájaros, peces, insectos, plantas y otros temas semejantes,
caracterizados por la estilización con tendencia naturalista, sin
llegar a ser realistas o pictóricos. Otros diseños representan
animales y monstruos antropomorfos, probablemente deidades en
las que se exageran las facciones que se desean caracterizar. El
cuenco9 es la forma más común y abundan también las vasijas
esferoides con dos vertederas verticales cortas, unidas por un
puente sólido (Idem. P. 88).
Los tejidos Nazca son también muy bellos. Se aprecia el progreso
por el gran número de técnicas utilizadas. De hecho, casi todos los
numerosos procesos textiles peruanos eran conocidos por los
tejedores nazcas, entre ellos el bordado, la tapicería, el brocado, la
gasa, y los dibujos de urdimbre y trama son los más comunes. Se
encuentran también telas pintadas y el trabajo de punto de aguja
en tres dimensiones era muy popular. La lana importada de las
tierras altas se usaba más que el algodón nativo. Al igual que en la
cerámica, la gama de colores en el trabajo textil era muy extensa.
En los más antiguos se encuentran hasta 190 matices diferentes de
los siete colores básicos elementales y los motivos y dibujos
muestran su semejanza con los de las vasijas de barro (Idem. P.
88).
La metalurgia estaba mucho menos desarrollada que en la región
Moche. No se conocía más que el oro. Parece ser que los
artesanos no estaban adiestrados o familiarizados con las técnicas
de fundición. Sin embargo se hacían adornos muy delicados
mediante el antiguo proceso de martillar las pepitas del metal
hasta convertirlas en láminas muy delgadas que se cortaban en
elegantes formas y se decoraban con motivos realzados o
repujados (Idem. P. 88).
197
La costumbre de conservar cabezas, - probablemente de sus
enemigos que mataban en combate - , es una característica
extraordinaria de la cultura Nazca. Estas cabezas, representadas
en la cerámica y en los dibujos textiles, han sido encontradas en
las tumbas: Algunos de los ejemplares estaban aplastados,
pintados y con cintas para transportarlos (Idem. P. 88).
El centro Nazca más importante o donde fue mayor la densidad de
la población, es decir, donde estuvo la tenida por “capital”, se
encuentra situado en Cahuachi, sobre la parte inferior del curso
medio del río Nazca, precisamente antes de que este penetre en la
primera garganta de la región de colinas estériles. Se le ha
aplicado el calificativo de “enorme”, pero en realidad la extensión
que ocupa todavía no ha sido determinada. En la misma garganta,
hay un sitio llamado “La Estaquería” al que se ha denominado
acertadamente el “Stonehenge de madera”. Es una superficie llana
arenosa en la que se encuentran, en ordenadas hileras y grupos,
cantidades de troncos de algarrobo y huarango. La mayor parte
están en una especie de plaza cuadrangular con doce hileras de
veinte postes cada una, a intervalos de unos dos metros, y hay
también otras filas de postes adyacentes, y unos cuantos postes de
un tamaño mucho mayor. Aunque los postes alineados parecen
ser simples columnas, la mayor parte de los que están separados
tienen la parte superior en forma de horquilla, seguramente para
sostener un tejado o dosel. La madera está todavía dura y firme,
aunque han transcurrido, quizás, entre medio a un milenio por lo
menos. La estructura es claramente prehispánica, las tumbas que
la rodean son del período Nazca, pero no se conoce con precisión
su antigüedad (Idem. P. 89).
Ante la falta de registros escritos, y sus tradiciones es difícil saber
sobre sus conocimientos científicos, por ejemplo, en el campo de
la astronomía. Se sabe que los fenómenos celestes y atmosféricos
han tenido gran importancia en la Antigüedad para los pueblos
agricultores, que necesitan ubicar las cosechas en la época más
favorable del clima. Establecer las estaciones de cultivo,
haciéndolos más seguros e independientes de los climas difíciles y
198
los caprichos atmosféricos. Podemos saber que los peruanos, sin
ser tan avanzados como los mayas en su conocimiento
astronómico ni en la precisión de su calendario, no parecen haber
sido demasiado inferiores a ellos en su erudición astronómica.
Parecen haber estado mucho mejor informados de lo que
usualmente se cree. La orientación de algunos edificios y otras
construcciones han arrojado luces acerca de este conocimiento de
sus constructores (Idem. P. 90).
En la tierra de los nazcas, a alguna distancia del mar, y
principalmente a ambos lados del valle de Palpa, hay una planicie
libre de la arena que caracteriza a la región costera, pero cubierta
de pequeños trozos de piedra. Tiene unos 64 kilómetros de
longitud y 2 kilómetros de ancha. Allí la lluvia es desconocida y
el sol brilla siempre durante el día. La región pasa prácticamente
inmutable a través del tiempo. El sol, Probablemente por el
contenido de hierro de las piedrecitas, ha provocado la formación
de una pátina oscura en su superficie. Estas piedrecillas fueron
levantadas por los pobladores y amontonadas en hileras en el
borde de ciertos diseños “dibujados” aprovechando el contraste
del fondo del piso, más claro. Desde las colinas y montículos y
otros puntos estratégicos, se ve n líneas largas y delgadas, unas
paralelas, otras se cruzan y entrecruzan. También hay grandes
espacios vacíos de forma trapezoidal, espirales, así como grandes
figuras de animales, que son típicas de los diseños nazcas,
aportando la prueba de quienes hicieron esos diseños. Estas
figuras son inmensas y solamente pueden verse completas desde
un avión. No parece haber duda de que fueron hechas para que
fueran vistas por las deidades celestiales. Su trazo, a pesar de
todo, no deja de ofrecer misteriosas sugerencias y otras
posibilidades no exentas de misterio. Aquí surge la pregunta:
¿Cómo pudieron ser hechas estas figuras de manera tan perfecta,
sin tener una visión de ellas en la perspectiva adecuada? Esos
terrenos son completamente planos. Las líneas y las figuras
vienen midiéndose y estudiándose habiendo encontrado algunos
significados astronómicos en sus direcciones y sus posiciones. Se
ve que señalan a ciertos puntos como los solsticios y los
equinoccios o a otros puntos que señalan la salida o la puesta del
199
sol en distintas épocas del año. Es posible que estas figuras hayan
servido a los agricultores como almanaque o calendario
incipiente, para señalar el principio y el fin de las estaciones de
cultivo. Las mediciones que se han hecho, parecen indicar que las
medidas de esas líneas tienen alguna relación con los patrones de
medida de aquellos pueblos. Según el último informe de la señora
María Reiche, desde un centro que consiste en un cuadrado de
tres metros de lado, irradian veintitrés rectas: Dos de ellas son
líneas solsticiales, y una equinoccial. Las más de ellas tienen una
longitud de 182 metros, pero se ha comprobado que algunas
líneas son como la mitad o la cuarta parte de esta longitud patrón.
Otra medida frecuente que quizás corresponda a otro patrón es la
de 26 metros (Idem. P. 91).
Hay muchas otras culturas que apenas se empiezan a estudiar y
que pertenecen al período Floreciente: La cultura Recuay. Se
caracteriza por una forma de cerámica negativa que fue
introducida a fines del período Experimental en las tierras
norteñas. En las tierras altas meridionales, cierta semejanza en la
cerámica y algunas otras características, indican que la cultura
Chiripa Experimental se desarrolló poster4iormente en varias
fases, entre las cuales se cuentan la fase Pucarea y la fase
Tiahuanaco Antiguo. La zona arqueológica de Pucara se
encuentra en el Departamento de Puno, entre el Cuzco y el Lago
Titicaca. La arquitectura, la cerámica y la escultura son
características y únicas. Como ocurre, al menos hasta ahora, con
todas las culturas peruanas, tampoco en este caso sabemos nada
de la historia del pueblo que vivió aquí. Ni siquiera su nombre y
su lengua. Las tradiciones incaicas no los mencionan (Idem. P.
92).
En pucara se encuentran los elementos básicos de la colindante
Chiripa, más antigua, con una marcada influencia de la región de
Tiahuanaco. La estructura descubierta durante las excavaciones
realizadas por Alfred Kidder II, está construida de mampostería
de piedras, bien labradas y adobes: Seguramente fue un templo.
Los muros que rodean al patio central hundido, forman un grupo
de cuartos pequeños alineados en forma de herradura. La
200
escultura de piedra es un elemento característico de Pucara y es
muy superior a la de las tierras altas del norte. Se han encontrado
figuras humanas y de animales, así como estelas y losas
esculpidas. La cerámica es semejante a la de Tiahuanaco, tanto en
la forma como en los motivos. El Tiahuanaco Antiguo fue
probablemente contemporáneo de Pucara (Idem. P. 93).
Quien haya considerado que todos los peruanos precolombinos
eran incas, queda sorprendido al observar la cantidad de culturas y
pueblos que habitaron en la región. Muchos de ellos faltan por ser
hallados dado que el país ha sido explorado solamente en algunas
regiones por la arqueología profesional. Grandes extensiones de
tierra peruana son desconocidas por los arqueólogos.
13.3.0 LA ERA CLIMATICA
Comprende el período final de la cultura peruana. Va del año 500
al 1532 de nuestra Era: Comprende tres períodos concretos que
señalan estados típicos del proceso cultural: El período
Expansionista, el período Urbanista y el período Imperialista
caracterizado por el Imperio Inca. Morlen agrega un nuevo
período cuando llega Francisco Pizarro al Perú y plantea la
existencia de un período Colonial. En esta época se considera que
la parte material de la Cultura había llegado a su plenitud, y
probablemente también la población. El carácter de la vida era
típicamente urbano, la mentalidad era militarista y muy
probablemente la orientación del Estado era socialista. “La
mayoría de los grupos y de las tribus se unieron para formar .unas
cuantas naciones o imperios entre los que, si no se llegaba a la
guerra, al menos había una rivalidad violenta” (Idem. P. 94).
13.3.1 EL PERÍODO EXPANSIONISTA
Va según Mason, desde el año 500 al año 1000 de nuestra Era. Al
estilo artístico del horizonte que domina y caracteriza a este
período se le denomina “Expansionista” o, según otros, de
“Fusión”. Según parece, se origina en las tierras altas, y es la gran
zona arqueológica de Tiahuanaco (de donde se toma su nombre),
201
la más representativa de dicho período. Su influencia, se debe
probablemente a un culto religioso que se extendió prácticamente
a todo el Perú y tenía su centro allí. En esto se parece a la
influencia que tuvo anteriormente el culto Chavín. Se originó y
alcanzó su apogeo en las tierras altas en la primera parte del
período y luego llegó a la Costa, donde este estilo se conocía con
otro nombre: Como “Epigonal”. El estilo de Tiahuanaco se
encuentra en su forma clásica únicamente en la zona de
Tiahuanaco propiamente dicha. Sus manifestaciones
correspondientes a la Costa y a las tierras altas del norte son de un
estilo evolucionado ligeramente distinto, pero fácilmente
reconocible y la fecha que se le atribuye a su aparición, es
ligeramente posterior. Durante mucho tiempo se supuso que este
estilo posterior Tiahuanaco del litoral debió de originarse en algún
foco más cercano a la Costa que al propio Tiahuanaco, situado a
21 kilómetros al sureste del lago Titicaca, en territorio boliviano a
4.000 metros de altura, y los estudios que se han hecho parecen
ubicar ese centro en la zona de Huari, por lo cual hoy día los
antropólogos hablan de la influencia o estilo Huari – Tiahuanaco.
El horizonte, en sí, lo catalogan como “Período Medio”. El
Tiahuanaco clásico de las tierras altas parece que no se deriva, en
su desarrollo, del “Tiahuanaco Antiguo” de la misma región, pues
los estilos difieren considerablemente (Idem. P. 94).
Durante algún tiempo se tejieron muchas hipótesis sobre la el
pueblo y la naturaleza de la sociedad que pudo llevar a la práctica
la cultura del horizonte Tiahuanaco. El misterio, el hechizo y la
fantasía han rodeado a las ruinas que se han encontrado allí.
Alguien ha dicho que su antigüedad es extraordinaria. Que es el
lugar de origen, no sólo de todas las civilizaciones de América,
sino de las del mundo entero. Algunos fanáticos llegan al extremo
de afirmar que originalmente se trataba de una isla que, en cierta
época, se hundió en el Pacífico para volver a levantarse después
junto al resto de los Andes “¡hasta alcanzar la altitud que ahora
ocupa!” Hay incluso, eruditos, que hasta hace poco, creían que era
la sede de gran Imperio Megalítico, hoy olvidado. “Sin embargo,
aun descartando todas esas teorías absurdas o plausibles, queda
202
aún misterio suficiente para intrigar y confundir al arqueólogo
poco imaginativo”.
A pesar de que ya no se acepta la teoría de un Imperio Tiahuanaco
o “Megalítico”, debió existir alguna clase de organización política
que acompañó a la expansión del culto Tiahuanaco. De cualquier
modo que sea, parece que se trató de un período de inquietud, con
tendencia a la expansión, la agresión, y la conquista, durante el
cual hubo algunas guerras entre grupos locales vecinos. Esto se
debió, probablemente, a que, dentro de cada grupo la
organización política adquirió mayor fuerza y se centralizo más el
Poder. Aparentemente no se debió a presiones de la población, ya
que parece que hay pruebas de que hubo cierta disminución de la
misma, por lo menos en la Costa a pesar de que seguía siendo
numerosa (Idem. P. 94).
La influencia del estilo Tiahuanaco fue fuerte, pero no fue ni total
ni tuvo carácter permanente. Las regiones locales lograron
conservar su individualidad y, a fines del período, desapareció el
estilo artístico uniforme, como si se hubiera tratado de una
“moda” y las culturas locales volvieron a surgir como entidades
diferentes, con sus peculiaridades propias (Idem. P. 95).
Tiahuanaco se encuentra en un lugar desolado y frío, una “puna”
prácticamente sin árboles, demasiado alta para una agricultura
intensiva, “donde jamás esperaría uno encontrar una gran zona
arqueológica de extraordinario valor”. No es de extrañar que
muchos místicos piensen que el clima y el terreno debieron de ser
mucho menos rigurosos cuando esa región se encontraba en su
apogeo. Pero no existe ninguna tradición plausible que haga
referencia a esto. Las desperdigadas familias de indígenas
aimaraes contemporáneos que las habitan se dedican a apacentar
sus llamas, sus alpacas y a cultivar papas en los lugares más
fértiles de la región. Estos indígenas son impasibles y taciturnos y
poseen un bajo nivel de cultura. Sería muy difícil de entender,
cómo los antepasados de esta población pudieron ser los que
sacaron de la cantera, transportaron y colocaron los grandes
bloques de piedra que se ven en las grandes construcciones del
203
lugar, tan perfectamente tallados y acoplados entre sí. Es
importante destacar que la distancia de la cantera de piedra
arenisca, uno de los materiales utilizados en esas construcciones,
distan 5 kilómetros de allí.
Las estructuras físicas de Tiahuanaco ocupan una extensión de
450 por 1.000 metros y consiste en cuatro unidades o grupos
principales de ruinas y otras de menor importancia. Tiahuanaco es
una zona arqueológica verdaderamente extraordinaria. Como
suele ocurrir en las tierras altas, no se utilizaron adobes en las
construcciones y todas las ruinas son de piedra, aunque existen
pocos muros y no hay ninguno muy alto. “No hay duda de que se
trató de un centro ceremonial importante y no de un poblado. Se
parece bastante, en aspectos de menor cuantía, a Carnac, con sus
largas hileras de monumentos megalíticos, aunque desde luego,
mucho mejor labrados. La mampostería figura, de hecho, entre las
más notables del Perú, y también entre la mayoría de las
estructuras megalíticas conocidas (Idem. P 95 y 96).
El edificio más grande conocido como Acapana, es una pirámide
escalonada de unos 15 metros de alto que originalmente, estaba
recubierta de piedra. De planta irregular, tiene aproximadamente
210 metros por cada lado. Todavía se ven restos de un depósito de
agua con un canal de desagüe y cimientos de casas, lo que sugiere
que pudo ser, muy bien, un refugio defensivo en caso de ataque
militar. Calasasaya es una gran zona de unos 115 por 130 metros,
limitada por monolitos verticales que originalmente debieron de
formar un muro continuo. El interior está elevado y tiene un patio
hundido al que se llega por una escalera megalítica. Asociado con
Calasasaya se encuentra el monumento más famoso de
Tiahuanaco, la gran puerta monolítica llamada la “Puerta del Sol”.
Esta enorme estructura tallada en un solo bloque de andesita, tiene
unos 3 metros de alto, por 3.75 metros de ancho, y su peso se
considera en unas 10 toneladas. Una persona puede pasar
fácilmente por la “puerta” – hueco rectangular – que tiene en el
centro, y sobre el cual se encuentra un friso en bajo relieve del
típico estilo Tiuahuanaco. En este friso hay una gran figura
central, sin duda de un dios, posiblemente Viracocha, y a sus
204
lados hay cuarenta y ocho pequeñas figuras rectangulares, que se
dirigen corriendo hacia él. Es una de las maravillas arqueológicas
de América. Dos recintos más pequeños constituyen el Palacio y
el llamado Puma Puncu que es una estructura de plataformas.
Ambos recintos contienen grandes losas y bloques de piedra,
cuidadosamente tallados y acoplados, que pesan en algunos casos
más de cien toneladas. También abundan puertas monolíticas más
pequeñas rotas, y se han encontrado, además, algunas cámaras
subterráneas cuidadosamente construidas. En la erección de
Tiahuanaco se usaron piedras, tanto areniscas como basalto
(Idem. P. 96).
La fama de Tiahuanaco se basa también en sus grandes estatuas
de figura humana. La mayor parte de éstas fueron descubiertas
por el peruanista norteamericano Wendell Benn en 1932, durante
las excavaciones que realizó entonces. Después fue trasladada a
La Paz una de ellas, y se colocó en una de sus plazas. Esta estatua,
alta y de aspecto poco agradable, está tallada en piedra arenisca
roja y tiene más de 7.3 metros de altura y tiene entre 1.05 y 1.27
metros de grosor o ancho. El decorado en bajorelieves es
simétrico, rígido y característico de la zona arqueológica y del
período al que se atribuye (Idem. P. 96).
Algunos han sugerido que la zona correspondió a un gran centro
ceremonial donde asistía una gran cantidad de peregrinos en
períodos regulares aunque de manera poco frecuente. En estas
ocasiones los peregrinos trabajaban, probablemente bajo la
supervisión de especialistas. Pero ello implicaría la existencia de
una sociedad bien regulada y organizada, con mano de obra
prácticamente ilimitada, como es el caso de los incas, en época
posterior. Pero hay otra curiosidad: Parece que el trabajo de las
construcciones se suspendió antes de haber sido concluidas (Idem.
P. 97).
En las tierras altas del norte se encuentran pequeñas zonas
arqueológicas que pertenecen a la tradición arquitectónica
Chavín, pero que han sido catalogadas dentro del período
Expansionista, a causa de la semejanza de la cerámica.
205
Wilkawain, cerca de Huaraz, es la más importante de estas zonas
y consiste en un templo de piedra y varias casas, del mismo
material, de uno y de dos pisos. El templo es una réplica en
pequeño del Castillo de Chavín, con tres pisos, escaleras
interiores, rampas, galerías, cuartos y pozo de ventilación. En
cada piso hay siete cuartos. Las grandes losas del techo están
colocadas inclinadas formando “dos aguas”, pero como está
recubierto con tierra y piedras más bien parece una especie de
domo. El templo mide aproximadamente 10.7 por 15.6 metros. Es
mucho menos conocido que el de Chavín y se ha penetrado en
pocos de los cuartos, ya que están llenos con piedras y escombros
llevados allí para rellenar los aposentos. Los cuartos principales
son grandes y miden 2.25 de ancho por 6.8 metros de largo y una
altura de 2 metros (Idem. P. 99).
Como de costumbre, la cerámica es la que nos proporciona la
clave de la época de Huari. Existen muchos tipos de ella que
abarcan un período de tiempo considerable, pero hay dos grupos
de alfarería policroma que se parecen mucho más a la de
Tiahuanaco costero y al Nazca Reciente, que se supone datan del
período Tiahuanaco. Por lo tanto es posible que la influencia del
Tiahuanaco se extendiera hasta la Costa desde Huari. Sin
embargo, la lógica enseña que ciudades del tamaño de Huari y
Pikillacta debieron pertenecer, más bien al período siguiente, el
Urbanista (Idem. P.98).
Existe un tipo muy distinto de cerámica del que se debía saber
más. Y que es conocido como estilo Marañon. La forma
característica es la de un plato bastante plano que se apoya en tres
largos pies cónicos. Esta forma, tan común en México y
Centroamérica, es desconocida en el Perú, excepto ésta. También
se encuentran recipientes poco profundos. Ambos tipos tienen el
interior pintado, más bien con líneas bastante finas de tintes
rojizos, generalmente curvas, que representan animales
demoníacos así como elementos geométricos. Esta cerámica es
clasificada a menudo como Huamachuco Medio, porque se
encuentra también en las lejanas tierras altas septentrionales,
cerca de Huamachuco y Cajabamba (Idem. P 100).
206
En las tierras altas meridionales, después de la época clásica de
Tiahuanaco y del Período Medio, la cerámica se hizo más pobre,
lo mismo ocurrió en la Costa, y se la conoce con el nombre de
Tiahuanaco Decadente. Los dibujos están hechos sin esmero, los
colores utilizados son menos y poco brillantes. Aunque se
retienen los elementos de dibujo del Tiahuanaco clásico, se
emplean por separado, independientemente, y no como partes de
dibujos completos. Esto ocurre, principalmente en los diseños de
pumas (Idem. P 100).
En la zona de Tiahuanaco no han aparecido ejemplares de tejidos,
probablemente como consecuencia de que allí y en sus
alrededores no se hayan realizado muchas excavaciones. Sin
embargo, los ejemplares hallados en la Costa, pertenecientes a
este período y a esta cultura, sugieren que el arte del tejido había
alcanzado un alto nivel, sobre todo en lo que se refiere a la
manufactura de tapicería. Muchos de los motivos que aparecen en
los relieves gravados en piedra son característicos de los usados
en el trabajo textil. De la misma manera se ejecutaban trabajos de
alta calidad en oro, plata y, especialmente de cobre (Idem. P. 97).
Como de costumbre, la cerámica es la que nos proporciona la
clave de la época de Huari. Existen muchos tipos de ella que
abarcan un período de tiempo considerable, pero hay dos grupos
de alfarería policroma que se parecen mucho más a la de
Tiahuanaco costero y al Nazca Reciente, que se supone datan del
período Tiahuanaco. Por lo tanto es posible que la influencia del
Tiahuanaco se extendiera hasta la Costa desde Huari. Sin
embargo, la lógica enseña que ciudades del tamaño de Huari y
Pikillacta debieron pertenecer, más bien al período siguiente, el
Urbanista (Idem. P.98).
El mejor cuadro de conjunto del horizonte Expansionista Huari –
Tiahuanaco, nos lo proporcionan, como de costumbre, las zonas
arqueológicas del litoral, donde los objetos materiales están mejor
conservados, y donde se encuentran los cementerios. No se
construyeron allí grandes edificios, sino que se continuó
207
utilizando los antiguos. Se siguieron haciendo excelentes tejidos
de lana y de algodón, y los tapices de este período son los mejores
que han sido hechos en el Perú. Esta técnica, como ya se ha dicho,
se convirtió en la más popular de todas, pero se conocieron y
practicaron muchas otras. También se desarrollaron nuevas
técnicas metalúrgicas, como el plateado (Idem. P. 99).
13.3 2. EL PERÍODO URBANISTA
Va este período, según Mason, desde el año 1000 hasta el año
1440 de nuestra Era. La mayoría de los datos disponibles sobre
este período tanto históricos como arqueológicos, corresponden a
los habitantes de la zona de litoral, especialmente a los chimúes
de la Costa norte, ya que los fértiles y extensos valles regados por
ríos con sus causes muy concentrados en esos lugares, mantenían
grandes concentraciones de población, mientras que en las
regiones altas, de aguas más bien y más uniformemente repartidas
sobre el territorio, la población conservó un carácter más rural.
Sin embargo, y aún en las tierras altas, parece haber sido una
época durante la cual los nativos tendieron a reunirse, para vivir,
en grandes centros urbanos bien planificados. Por eso, este
período ha sido llamado por algunos, “Período de construcción de
ciudades” (Idem. P 101).
Hacia el final del período Expansionista, cualquier unidad u
homogeneidad de cultura que la influencia de las tierras altas,
originada en Huari o Tiahuanaco, haya podido producir, comenzó
a debilitarse y las diferencias locales pronto eliminaron
prácticamente todo rastro de dicha influencia. Las poblaciones
habían alcanzado ya, probablemente, su apogeo, las
organizaciones cívicas estaban bien desarrolladas, y habían
comenzado igualmente las luchas por la tierra y por el poder. Se
construyeron lugares fortificados que sirvieran de refugio a las
poblaciones asaltadas y surgieron luchas entre las distintas
ciudades para lograr el predominio sobre las más débiles, por lo
que se formaron alianzas y coaliciones que a su vez lucharon por
dominar a otras hasta que, por último, emergieron unas cuantas
naciones de gran importancia. Este es el patrón que se ha seguido
208
en muchas partes del mundo en etapas similares de desarrollo, si
bien en épocas muy diferentes (Idem. P. 100).
Aquellas naciones se parecían a los pequeños reinos del cercano
oriente y, quizás, a los principales principados y reinos europeos
de la época medieval, y fueron los que sirvieron de “modelo” al
Imperio Inca, que los conquistó y los absorbió. En contradicción
con la habitual propensión democrática del indígena americano,
parece ser que aquí se dio gran importancia a la estratificación
social, y así, había clases nobles y aristocráticas; igualmente, se le
rendía homenaje al jefe, al caudillo, o al “rey” (Idem. P. 101).
Debido a la mayor precipitación de lluvias que hay en la parte
norte de la Costa y al mayor tamaño de los valles regados, y por
consiguiente, más poblados, se desarrolló allí el mayor y más
importante de los “reinos” peruanos de la época: El reino Chimú.
Sus señores llegaron a dominar una gran comarca, desde Piura en
el norte hasta Paramonga en el sur. No hay duda de que los
chimúes llevaron sus conquistas militares hacia el norte hasta los
valles de Lambayeque y Piura y, hacia el sur, por lo menos hasta
Casma. Cada valle tenía un centro urbano, pero la capital de los
chimúes era Chachan, que se encontraba en las cercanías de la
actual ciudad de Trujillo. Chachan es una zona arqueológica
extraordinaria desde todos los puntos de vista. Las ruinas cubren
una extensión de 20 kilómetros cuadrados, llena de altas murallas
divisorias, muros más pequeños, casas, calles, depósitos de agua,
pirámides, y en general todas las estructuras y obras propias de un
gran centro metropolitano. Todas las construcciones son de
grandes adobes rectangulares, y las lluvias torrenciales que a
veces sobrevienen han erosionado las partes altas de los grandes
muros, lo que ha hecho que las bases hayan quedado cubiertas por
residuos; sin embargo, todavía se elevan hasta una altura de unos
9 metros. Cuando se retira la tierra que cubre y protege los muros,
se encuentra que muchos de ellos están cubiertos con tracerías
decorativas en bajorrelieve hechas probablemente con base en
impresiones con troqueles. Los dibujos consisten en
combinaciones de motivos pequeños, idénticos, repetidos en
hileras, y aparentemente se derivan de los utilizados en los
209
tejidos. En general son geométricos, aunque se encuentran
también animales estilizados. Cuando se retiran los deshechos que
cubren los arabescos, estos se arruinan con la primera lluvia
torrencial, a no ser que se les proteja adecuadamente. También
hay algunas pinturas murales (Idem. P. 101).
Salvo los turistas, aquella gran ciudad está desierta hoy. Fue
planeada igual que las poblaciones modernas, con calles derechas
que se encuentran en ángulo recto. Es probable que en aquellos
años abundasen los árboles, pero hoy, con las acequias de riego
obstruidas no se encuentra ni un arbusto en kilómetros a la
redonda. Al parecer, la ciudad estaba formada por diez grandes
unidades, generalmente rectangulares; y es posible que cada una
de ellas fuera un barrio de un clan o de algún otro grupo social,
así como el dominio de un subjefe. Cada unidad se encontraba
rodeada de uno o más muros altos, dentro de cuyo recinto se
encontraba un emparrillado de calles, casas pequeñas, grandes
pirámides, , depósitos de agua, jardines y cementerios. Entre los
distintos barrios parece que hubo zonas de riego cultivadas,
pantanos, algunos cementerios y estructuras pequeñas aisladas.
Algunas de estas unidades miden hasta 335 por 480 metros; es
decir, más de 16 hectáreas (Idem P. 102).
En cada valle se encuentran ciudades similares aunque más algo
más pequeñas: Pacatnamú (Pacasmayo) y Purgatorio, son algunas
de ellas en los valles del norte, dos de las mayores poblaciones
son típicas. Todas tienen sus calles planificadas, con sus casas,
templos pirámides, depósitos de agua y otras características
cívicas similares. Fue un período urbano y puede suponer5se que
existían muchas de las facilidades, empleos, funcionarios, así
como muchos de los servicios públicos comunes en una ciudad
moderna. Dada la carencia de medios para mover carga como los
vehículos de ruedas, el poder contar sólo con los lomos de las
llamas y las espaldas de sus habitantes, hombres y mujeres, el
aprovisionamiento de medios de vida, el acarreo de basura y otros
desperdicios, y otros problemas de orden comunitario debieron
ser de difícil solución en centros de tan grande población. El
comercio, sin duda, debió ser bastante lento, por la falta, según se
210
sabe, de una moneda común. Parece ser que tampoco existía, por
las pruebas encontradas, una religión formal definida (Idem. P.
102).
La cultura Chimú, en sus fases posteriores, fue contemporánea de
los incas y existió aún durante el propio Imperio Incaico de
manera que, algunos especialistas consideran que el período
Chimú Reciente, llegó hasta el año 1600 de nuestra Era. La
historia de los últimos años, pues, del Imperio Chimú, y las
tradiciones de las épocas anteriores, fueron, por lo tanto,
conocidas por los conquistadores españoles, y fueron recogidas
por algunos de sus cronistas. Miguel Camello de Balboa relata las
tradiciones de la dinastía de Naymlap, de la región de
Lambayeque, y Antonio de la Calancha escribe especialmente
sobre la región de Pacasmayo. Ambos dan idea de una cultura
muy elevada, y de una corte aristocrática y autócrata. El idioma
chimú, conocido como yunga, era probablemente, distinto del
todo, del quechua hablado por los incas, y los pescadores de la
Costa todavía recuerdan algunas palabras, especialmente los del
pueblo de Eten, cerca de Chiclayo (Idem. P. 102).
Las pruebas arqueológicas corroboran la tradición histórica en lo
que se refiere a un gran desarrollo de la organización política y
social. Las mismas grandes ciudades así lo sugieren. Semejantes
concentraciones de población, en manzanas ordenadas, necesitan
forzosamente un gobierno centralizado y eficaz. La construcción
de muros, de edificios, y de grandes pirámides de adobe requieren
una mano de obra organizada bajo supervisión de hombres
conocedores del oficio. La división de ciudades en barrios o
distritos, cada uno de ellos prácticamente independiente, con
todos los edificios, y servicios públicos necesarios, señalan, aún
más, la existencia de subdivisiones en el manejo de la vida, en el
orden social. La diferencia de los tamaños y calidad de las
viviendas, dan idea de una clara diferencia de clases sociales. Lo
mismo sucede con las diferencias en la calidad de las sepulturas
(Idem. P. 102).
211
Las artesanías avanzaron durante este período a un alto nivel en
perfección técnica, pero con tendencias a su estancamiento y a la
producción en serie en la que se daba mayor énfasis a la cantidad
y no a la calidad del producto. Hubo pocas invenciones y los
productos artísticos llegaron a tener muy poca originalidad. Los
dibujos típicos de los tejidos y de las pinturas eran a base de
bandas e hileras regulares, con una secuencia repetida de pocos
colores y de pequeños motivos geométricos y animales
estilizados. La cultura Chimú no produjo cerámica notable desde
el punto de vista artístico., y al igual que la incaica, toda ella
parecida y carente de imaginación creativa. Es muy característica
y fácilmente reconocible. Como ocurrió con la cerámica Moche,
se fabricaba en grandes cantidades, generalmente con moldes, y
está muy representada en la mayor parte de las colecciones de
cerámica peruana. También son muy frecuentes los duplicados.
La técnica de fabricación había vuelto al antiguo proceso
“reductor” de cocción., de modo que las cuatro quintas partes de
las vasijas son de cerámica negra pulida. Se encuentran solamente
una pocas vasijas pintadas y ello en una forma ruda. La mayoría
de las formas son similares a las de la cerámica Moche; entre ellas
predomina la vertedera de estribo, aunque muchas de las otras
formas de los moches desaparecieron. Son bastantes las vasijas de
efigie que representan formas de la Naturaleza, pero no tienen el
realismo de las de la cultura Moche. Desapareció la pintura
escénica. Las vasijas dobles son típicas. Cada una de las botellas
unidas tiene su propia vertedera, una de las cuales está dotada de
un pito. Cuando se inclina la vasija y el líquido pasa de una a otra
el aire es expulsado hacia fuera produciendo un silbido (Idem. P.
103).
La alfarería Chimú conserva también algunos de los elementos
del Tiahuanaco de la Costa, pero se trata principalmente de un
Moche degenerado, más estereotipado, carente de calidad realista,
fotográfica e imaginativa que su gran predecesor (Idem. P. 104).
Por primera vez en la Costa septentrional, los tejidos se
encuentran en buen estado de conservación. Los productos más
populares eran las telas pintadas y teñidas con nudos, es deci5r, a
212
base de amarres. Las telas dobles, el brocado, las gasas, y los
tejidos de dibujo. La metalurgia había alcanzado un alto nivel de
desarrollo y la metalistería incluía ya entre sus materiales el
cobre, el bronce, el oro, y la plata. Se aplicaba la técnica de la
aleación para obtener bronce y se practicaba la fundición del
cobre y del propio bronce. Se elaboraban herramientas grandes de
cobre tales como picos, cuchillos, y leznas, pero los artesanos
todavía dedicaban casi todo su arte a la fabricación de
ornamentos. Abundan los recipientes de calabaza decorados
pirográficamente y se encuentran muchos objetos de plumas
(Idem. P. 104).
Aunque el mejor conocido de los “imperios” de este período es el
Chinú, grandes grupos similares ocuparon el resto de la Costa
habitable hacia el sur. Los valles de la parte central del litoral
como los de Chancay, Lurin y Rimac constituían el Imperio
Cuismancu formando una subcultura arqueológica. Cada uno de
estos valles tenía una gran metrópoli urbana y otras algo más
pequeñas. Pachacamac, con su gran templo piramidal era una de
estas, pero la mayor era probablemente Camarquilla que se
encuentra en una zona arqueológica a poca distancia arriba de al
ciudad de Lima. Cajamarquilla no puede ser comparada en
tamaño con Chanchan, ni son sus muros de adobe tan altos, pero
la gran zona aglomerada de casas, las calles y los templos
elevados producen en el visitante una impresión memorable.
Todas las estructuras son de una mezcla de arcilla y arena (Idem.
P. 104).
El gran templo piramidal de Pachacamac eclipsa la ciudad en el
valle de Lurin y fue un famoso lugar de devoción en las épocas
incaica y preincaica. Tan grande era la devoción que existía por
Pachacamac y su gran adoratorio, que los incas permitieron que se
continuasen su veneración junto con el Sol y, en la época de la
conquista española, Pachamac era la Meca del Perú (Idem. P.
104).
La vida en la Costa central durante este período fue sin duda muy
parecida a la de la región de Cimú, y la artesanía era semejante,
213
aunque difería en detalle según el lugar y la época. El más
sorprendente e interesante de los estilos de alfarería es el de
Negro – Sobre – Blanco de Cancay, especialmente típico de la
zona arqueológica del mismo nombre. La cerámica es delgada,
porosa, dura por cocción y roja, y está recubierta por un baño
blanco cremoso de arcilla aguada sobre el que se pintaban dibujos
en sepia de fuerte contraste. Las formas eran en general de silueta
sencilla, en las que abundaban las vasijas grandes, altas y
ovaladas con pequeños orificios, así como los cuencos. También
son características las vasijas con forma de grandes figuras
humanas. Los dibujos son con frecuencia geométricos, de líneas
rectas u onduladas, con rayas de líneas cruzadas o campos
punteados, aunque también se encuentran animales pequeños o
pájaros parecidos a los que aparecen el los tejidos (Idem. P. 105).
Según las crónicas, los valles de Mala, Chilca y Cañete estuvieron
ocupados por un pequeño imperio, el Chuquimanca, pero aquellos
no están muy estudiados por la arqueología, y al parecer, no
constituían siquiera una entidad cultural. Tampoco se sabe gran
cosa de su historia (Idem. P.105).
La menor precipitación de lluvias y la consiguiente menor
extensión de los valles de la costa meridional no permitían la
existencia de centros de población tan grandes como en el norte.
Sin embargo, los habitantes de los valles irrigados debieron estar
más habituados a la vida de la ciudad que en los períodos
anteriores. Estos valles de Pisco, Ica, y Nazca, formaban parte del
Imperio Chincha del período que precedió inmediatamente a su
conquista por los incas. Esta región constituye una entidad
arqueológica, que se conoce con el nombre de cultura Ica.
Aunque no se han descubierto allí grandes ciudades, existen
pequeñas zonas arqueológicas, tales como La Centinela, y Tambo
de Mora, en el valle de Chincha y Tambo Colorado en el valle de
Pisco, notables por su extraordinario estado de conservación, ya
que es una región donde casi nunca llueve. En Tambo Colorado
están las ruinas de adobe mejor conservadas del Perú. Muchos de
los muros conservan todavía su pintura original, roja y amarilla.
Se trata, al parecer de un centro administrativo con almacenes y
214
alojamiento para correos y tropa, así como para funcionarios
permanentes (Idem. P. 105).
Basándose en los estilos de la cerámica, los arqueólogos dividen
el período Ica en cuatro subperíodos. En todos ellos la cerámica
Ica difiere radicalmente tanto de la Chancay como de la Chimú, y
ocurre lo mismo de su antecesora Nazca, aunque no hay un corte
brusco entre las culturas Nazca e Ica. Solamente fueron
cambiando ciertos detalles: Las vasijas policromas
desaparecieron, con sus decoraciones naturalistas y demoníacas.
Hay menos modelos naturalistas o en efigie. Las formas están
traducidas a unas cuantas características. Como cuencos de lados
convergentes, relativamente rectos y fondos casi planos, vasijas
más o menos esféricas con pequeños orificios. En el período más
antiguo (Epigonal, Ica Antiguo), los dibujos eran burdas copias de
los elementos Huari – Tiahuanaco, aunque pronto apareció un
estilo Ica, con decoración muy característica (Idem. P. 106).
En todas las culturas costeras, hacia fines del período Urbanista la
influencia incaica se hizo muy marcada, como se puede ver, sobre
todo, en la fabricación de vasijas de barro, de formas típicamente
incas, tales como las jarras tipo “aribalo”, de base puntiaguda, y
en estilos locales de pasta y decoración (Idem. P. 106).
Al sur de la región nazcuense, la precipitación pluvial, los ríos y
las zonas habitadas son aún menores, y la cultura de la población
aborigen no logró desarrollarse a los mismos niveles anteriores.
El período Urbanista está mucho menos bien marcado y menos
conocido en las tierras altas que en la Costa. Las zonas habitadas
allí no se limitaban a los valles regados por los ríos. Era menos
densa y estaba menos concentrada, por lo cual es de suponer que
era difícil encontrar ruinas de grandes ciudades. Sin embargo se
encuentran las ruinas de algunas de ellas.
En las tierras altas del norte se han hecho pocas excavaciones de
este período, y apenas si se conservan tradiciones. En las tierras
altas meridionales y en Bolivia, parece haber sido éste el período
en que se construyeron las grandes chullpas que no eran otra cosa
215
que torres funerarias hechas de excelente mampostería de piedra.
Esta región fue una de las primeras que conquistaron los Incas, lo
que puede explicar la aparente falta de restos del período
Urbanista. Tanto aquí como en las tierras altas septentrionales,
para esta época parece haber desaparecido todo vestigio de la
influencia del estilo Huari – Tiahuanaco (Idem. P.107).
Se sabe que hubo grandes ciudades en las tierras altas centrales
antes del período Inca, por la existencia de ruinas como las de la
extraordinaria ciudad de Pikillacta, cerca del Cuzco. Todavía se
desconoce su carácter. Cubre una gran zona en la que hay terrazas
con muros de contención, calles, y muros de incontables
edificaciones. Como cosa rara, estos parecen haber sido
construidos sin puertas ni ventanas. Probablemente se entraba por
los techos que ya no existen. Todos los muros están construidos
con piedras sin labrar y son muy distintos de los típicos de
mampostería inca (Idem. P. 108).
13.3.3 EL PERÍODO IMPERIALISTA
Históricamente corresponde al período Inca, el único conocido
por el común de la gente. Va desde el año 1440 aproximadamente
hasta el año 1532, en que llegaron los españoles. Como los
aztecas en México, los incas fueron un pequeño grupo militarista
que alcanzó el poder bastante tarde, conquistó los grupos vecinos
y estableció uno de los Imperios más extraordinarios del Mundo.
La influencia incaica se extendió por todo el Perú, al ser
conquistados los otros pueblos y probablemente un poco antes de
que esto ocurriera. En este período se encuentran objetos
típicamente incaicos en todo el territorio del Perú o mezclas de
ellos con el estilo propio de todas las localidades. Dedicaremos el
próximo capítulo a la cultura Inca y las manifestaciones de su
espíritu ( Idem. P. 108).
216
CAPÍTULO 14
EL IMPERIO INCA
Cuando nos referimos al Imperio Inca lo hacemos, no como
desarrollando el tema monográfico suyo, sino mirado desde el
punto de vista del interés que pueda ofrecerle al estudioso la
experiencia humana que éste pueda significarle. Materialmente, es
el Imperio más grande y fuerte gestado en el seno de los pueblos
americanos. Sus antecedentes y sus realizaciones muestran, por
igual, realizaciones humanas, aportes de todo orden invaluables a
la humanidad, frustraciones humanas sin paralelo, y en éstas, la
conquista española no es la única protagonista.
Las culturas peruanas son las primeras de las culturas americanas
en llegar a la Edad del Bronce y son los Incas quienes recogen el
producto de su evolución a lo largo de miles de años para la
construcción de su singular Imperio, junto con el aporte inmenso
de su experiencia. Lo que los españoles encuentran, pues, no es
un continente poblado por salvajes, como se suele pensar hoy.
Ciertamente los hay, como en todos los continentes del Mundo.
Pero allí, igual que en todos ellos ha florecido también el genio
humano y ha dejado para la posteridad un testimonio
imperecedero. Tengo la convicción que los científicos modernos,
los estadistas contemporáneos y los ingenieros que han de
contribuir con los conductores espirituales de nuestra civilización
al establecimiento del soporte físico y la proyección de un futuro
sostenible para nuestras sociedades americanas tendrán que
considerarlo. El que le sigamos dando la espalda, igual que se la
damos a quinientos años de tradición española, es negarle a
nuestros pueblos el derecho a ser ellos mismos lo que son en su
propia patria, y representa para las naciones americanas, no
solamente una frustración, sino un motivo poderoso para que
nuestra civilización haya sido incapaz de seguir el curso de su
propia historia, y nuestra gente sienta el efecto de la usurpación
de sus propios caudillos, de la invasión, de la enajenación de su
patrimonio material y espiritual por parte de las potencias
extranjeras, de la pérdida de sus libertades fundamentales.
217
Nos haríamos demasiado largos si somos exahustivos. Por lo
tanto tendremos que ser sucintos y puntuales en el trato de temas
que, según nuestro parecer, sean más acordes con la intención
central de nuestro trabajo. De todas maneras, hay posibilidades de
completar con la consulta de muchos textos de que se dispone hoy
sobre aquellos temas de antropología y arqueología, para mayor
profundidad en ciertos aspectos del tema.
14. 1.0 HISTORIA
La visión que hemos esbozado atrás de las antiguas culturas
peruanas, de los antecedentes del Imperio Incaico con el apoyo de
la arqueología, es casi la única confiable, la más objetiva posible,
aunque queden atrás muchas lagunas, muchos aspectos oscuros,
muchos dilemas sin resolver. La historia Inca, la historia del
Imperio, solamente se tienen con el apoyo de la tradición y ciertos
procedimientos mnemotécnicos que podrían proponerse como una
protoescritura, que no había llegado efectivamente a ser tal. Eso
es el quipu, “que solo servía como una especie de recordatorio
utilizado por personas especialmente preparadas para conservar y
transmitir información”. La historia incaica fue puramente
tradicional hasta que los cronistas españoles. Poco después de la
Conquista, comenzaron a escribir las leyendas. Como ocurre en
todas partes con ese género de “historia”, los primeros
acontecimientos son principalmente relatos mitológicos, tal vez
poco dignos de crédito en su aspecto literal, y los últimos sí son
más realistas. Los del período intermedio son mitad realidad y
mitad mitología.
“El Perú es el único lugar de América donde, como se acostumbra
en la región del Mediterráneo, se hacía referencia a la historia en
términos de reinados”. Los incas recordaban los nombres de sus
emperadores divinos, y se acepta generalmente como correcta. Su
lista de emperadores es de 13, pero de ellos, el noveno, Pachacuti
Inca Yupanqui (1438-1471)se considera el verdadero fundador
del Imperio. A el le siguieron: 10, Topa Inca Yupanqui (1471-
218
1493), 11, Huayna Capac (1493-1525), 12, Huascar (1525-1532),
13, Atahualpa (1532-1533).
“El famoso investigador inglés Sir Clements Markham ha
llamado a Pachacuti “el más grande hombre que ha producido la
raza aborigen de América”, encomio que aprueba calurosamente
el peruanista norteamericano Philip Means. Pachacuti demostró
su mérito no solo con sus obras, sino también con otras pruebas
de talento” (Idem. P. 121).
“La grande y repentina expansión del Imperio de los incas es una
de las maravillas de la historia. Empieza, en realidad con la
ascensión al trono del emperador Pachacuti, hecho que se
entiende, tuvo lugar en 1438. Cuando murió su hijo Topa Inca, en
1493, casi había alcanzado su apogeo, y en 1532, poco menos de
un siglo después, cayó el Imperio con la conquista de Pizarro. En
poco más de cincuenta años padre e hijo extendieron la
dominación incaica desde el norte del Ecuador hasta el centro de
Chile, lo que abarca una distancia a lo largo de la Costa de cerca
de 4.800 kilómetros y una superficie de más de 900.000
kilómetros cuadrados. Esta realización tal vez pueda compararse
con las de Filipo y Alejandro el Grande. Ni siquiera el “reino de
Chimú de la Costa norte peruana, pudo rivalizar con ellos.
Pachacuti y Topa Inca figuran entre los grandes conquistadores
del mundo con Alejandro, Gengis Ka y Napoleón. Parece ser que
el móvil principal de los conquistadores incas fue el afán de
engrandecimiento y de poderío, pues ningún enemigo los
amenazaba ni necesitaban, por razones económicas, territorio
adicional (Idem. P. 121).
Hablar de una cultura como la cultura Inca intentando hacer una
descripción muy detallada, es algo muy complicado, dada la
complejidad de la situación, ya que se trata, no de una simple
sociedad primitiva, sino de una compleja sociedad con una
civilización madura. En su organización se integran usos,
costumbres, valores, técnicas, desarrolladas, incluso,
anteriormente. Y no siempre los logros de períodos anteriores se
incorporan a la civilización, como ya lo hemos visto, como es el
219
caso del extraordinario avance en las artes decorativas y la
técnica, aplicadas a la cerámica. Podría decirse, que la cultura
inca, igual que tantas otras, son la expresión de un camino
asumido por los hombres colectivamente, no necesariamente
conscientemente, de mano de grandes conductores, o después de
sesudas reflexiones.
Sea como sea, el Imperio Inca se dio tal como sabemos que
ocurrió. Como cultura, es la culminación de un proceso que se
inicia miles de años atrás. Sus emperadores son la expresión viva
de la autoridad forjada en el medio humano creado dentro del
contexto de ese proceso cultural particular. Sólo dentro de él se
explican apropiadamente como fenómeno social. Obviamente ello
desborda los límites de espacio en este trabajo, por lo cual
volvemos a reiterar la necesidad de tratar puntualmente aspectos
básicos de la civilización inca y así entender el desarrollo de la
vida humana dentro de su contexto, así no sea con la perfección
que fuera de desearse. Veamos pues algunos de esos aspectos
básicos:
14.2.0 LA VIDA ECONÓMICA
La sostenibilidad de la sociedad Inca se demuestra por su propio
testimonio: Ella e da en medio de una relativa prosperidad. Los
tesoros y las ciudades, la infraestructura productiva hallados por
los españoles lo muestran también, a su manera. No sólo ha
logrado sobrevivir, sino que ha creado una cultura comparable a
las más avanzadas, dentro de su nivel de madurez, en el mundo.
14.2.1 LA CAZA Y LA PEZCA
En la época del Imperio, los animales salvajes, principal sustento
de los pueblos primitivos eran ya escasos. Salvo la pesca en la
Costa podía figurar como renglón importante de la ocupación
aborigen. La caza, para personas particulares estaba prohibida,
igual que sucedía en la Europa medieval. Sin embargo, los
animales salvajes no estaban reservados para el deporte de la caza
de los nobles, sino que eran considerados como propiedad del
220
Estado. Periódicamente se efectuaban grandes cacerías en las que
disfrutaban, tanto el emperador como los plebeyos. En una de
dichas cacerías, celebrada después de la Conquista, se relata que
participaron unos 10.000 quienes, formando un cerco de unos
cincuenta o cien kilómetros de circunferencia, iban obligando a
los animales a reunirse en el centro. Se dice que mataron 11.000
animales y, que con la previsión propia de los peruanos, se
dejaron en libertad muchos más, - incluyendo todas las hembras -,
para que se multiplicaran y perpetuaran. La carne se secaba y la
mayor parte se distribuía entre el pueblo. Parece ser que cada
provincia estaba dividida en cuatro zonas, en cada una de las
cuales se celebraban cacerías comunales cada cuatro años (Idem.
P. 137).
Las principales presas en este género de cacerías eran el ciervo, el
guanaco y la vicuña. Esta última, una vez esquilada su finísima
lana, era puesta en libertad. Pero a todos los animales
depredadores, como los osos, los pumas, y las zorras, se las
mataba. Para la captura de animales más pequeños, como la
vizcacha, un roedor de gran tamaño, se utilizaban redes y trampas,
y en la caza individual, se usaban hondas, bolas y cachiporras
(Idem. P. 137).
La pesca sólo tenía valor en la Costa y en el lago Titicaca. En los
ríos y lagos pequeños, los peces eran pocos y pequeños para
representar un papel importante en la economía indígena.
Indudablemente algunos pueblos de las cercanías del Lago
Titicaca, en los primeros tiempos como lo hacen todavía ahora,
particularmente aymará y urus, vivían de la pesca. Utilizaban
redes de tipos diferentes, así como arpones, pero no conocían
otras técnicas, como el anzuelo, el sedal, los cañales, las trampas
ni el veneno. En la Costa, desde luego, la pesca era muy
importante y constituía, con los mariscos que se recogían y la
caza de otros animales del mar, una gran parte de la dieta
indígena. Parece muy probable, que en aquella época, en estas
zonas del litoral, se conocieran la mayoría de las técnicas actuales
de pesca.
221
14.2.2 LA CRÍA DE ANIMALES DOMÉSTICOS.
Los peruanos fueron más afortunados que los demás pueblos
americanos, por el hecho de que en su región montañosa se
criaban animales grandes que podían domesticarse con relativa
facilidad: Los camélidos americanos. Hay de ellos cuatro
especies: La llama, la alpaca, la vicuña y el guaco. Los dos
primeros son relativamente grandes y pueden domesticarse; los
dos últimos son más pequeños y sólo se encuentran en estado
salvaje. Incluso, la llama y la alpaca no pueden compararse nunca
con los camélidos del Viejo Mundo ni en tamaño ni en fuerzo. Sin
embargo tienen otras cualidades, como su lana, corta y áspera en
la llama, pero muy fina en la alpaca. El guanaco se cazaba por su
carne pero la vicuña se capturaba para esquilar su hermosa y fina
lana, para soltarla luego y dejarla en libertad. Las llamas eran
especialmente útiles como bestias de carga. Muy rara vez se
sacrificaban para comérselas. Sólo se esquilaban después de
muertas (Idem. P. 140).
Dada la seguridad con que pisan, a su resistencia y a su capacidad
para pasarse mucho tiempo sin agua, las llamas resultaban muy
útiles en grandes recuas para mover carga. Además, tenían la
ventaja que se alimentaban de la hierba que nace en las tierras
altas o punas, que no son apropiadas para la agricultura. No
cargan mucho peso, solo unos 45 kilogramos y no deben hacerse
caminar más de 15 a 20 kilómetros por jornada. El peso de un
hombre las cansa y se niegan a caminar. En tiempos de los incas
la carga se movía en recuas de cientos de llamas. A cada cien
llamas se les asignaban 8 arrieros. Las llamas empiezan a ser
útiles a los tres años y no pueden trabajar más de diez. En las
leyes incas, era considerado el sacrificio de las llamas hembras
como un crimen (Idem. P. 141).
En tiempos de los incas pocas de las alpacas y de las llamas eran
de propiedad particular y se habían matado la gran mayoría de los
animales salvajes, por lo cual la única carne al alcance del pueblo
ordinario era el cuyo o curí (conejillo de Indias). A su cría se
222
dedicaban casi todas las familias, se multiplicaban rápidamente,
comían desperdicios de cocina y de cosechas, son limpios e
inofensivos y su carne es de buen gusto. Criaban también el pato
salvaje que había sido domesticado pero del cual se sabe muy
poco. Se conocía también una variedad de perro cuyos
antepasados seguramente habían traído los nómadas antiguos y
habían desarrollado características muy especiales: Tenían trompa
muy puntiaguda, cuerpo grueso, patas cortas y cola enroscada, se
alimentaban regularmente de carroña. Otros pueblos americanos
acostumbraban engordarlos para comerlos, pero los incas tenían
repugnancia de ello (Idem. P.141).
14.2.3 LA AGRICULTURA
La base de la antigua economía peruana era la agricultura.
Aunque, como hemos visto también se comía carne, su dieta era
casi exclusivamente vegetariana.
En las tierras altas, en la gran meseta situada a 4.250 metros sobre
el nivel del mar, solamente podían cultivarse papas y otras
cuantas cosechas poco conocidas fuera del Perú. Entre ellas están
la quinoa, la oca, el ulluco, el añu, la mashua, el lupín, y la
cañigua, que constituyen la base alimenticia de los habitantes de
las tierras altas. El maíz, que en el Perú crece hasta altitudes de
3.300 metros sobre el nivel del mar, era el alimento base de los
pueblos de clima medio. El maíz, el chile, varias clases de
calabaza, los frijoles, el camote, el cacahuete, el aguacate, y la
yuca o mandioca, se cultivaban en los climas cálidos (Idem. P.
138),
El Perú antiguo, se considera, ha sido uno de los centros más
importantes del mundo para la domesticación de plantas, y los
vegetales peruanos, desconocidos en Europa hasta después de la
Conquista, han enriquecido enormemente la economía agrícola
moderna. Entre los productos que más han contribuido a ésta,
están la papa blanca o “irlandesa” y la coca, que han sido
tradicionalmente especialidades de la región andina (Idem. P.
138).
223
Las punas, que son las praderas de las mesetas altas, son
inadecuadas para la agricultura pero se utilizaban en el pastoreo.
Los campos cultivados se encuentran en los valles protegidos y
con más agua. Estos valles tienden a ser estrechos y de laderas
empinadas, de modo que hay muy poco terreno plano. Ello hizo
necesario la construcción de terrazas escalonadas con la ayuda de
muros de contención construidos en piedra. Algunos valles tenían
tantas terrazas que es usual que se los compare con las terrazas de
ladera de los arrozales malayos. Tales andenerías, que se
conservan aún en los valles de Urubamba, y en Yucay, en Pisac y
Ollantaytambo, son típicas. Las terrazas además de posibilitar el
cultivo de las laderas, ayudaba a regular el flujo de agua y
controlaban la erosión. Estas grandes obras fueron planeadas, sin
duda, por ingenieros de oficio y realizadas por grandes
contingentes de hombres en tiempo relativamente corte, lo que
hace pensar que debieron ser construidas con mano de obras
obtenida por medio de la mita en los últimos tiempos del Imperio.
El agua era distribuida a las distintas terrazas, por medio de pasos
y canales de riego. Las fuertes pendientes favorecían el riego
artificial y era muy frecuente que se acudiera a él. Estos canales,
que eran revestidos de piedra, y cuya pendiente se diseñaba según
el volumen de agua que se pretendía transportar, lo hacían a
distancias de varios kilómetros (Idem. P. 138).
Como en cualquier país tropical, las estaciones se diferenciaban
más, con referencias a las lluvias que a la temperatura. Estando el
Perú en el hemisferio sur, las estaciones corresponden a épocas
distintas de las del hemisferio norte. El invierno que es la estación
lluviosa, abarca de diciembre a marzo. El verano, que es la
estación seca, va de abril a noviembre. En agosto, a mediados de
la estación seca, se empezaba, como hoy, la faena de labrar la
tierra y se plantaba el maíz tempranero. Las papas se sembraban
más tarde, justo antes de comenzar las estación de lluvias. Un
gran festival precedía la tarea de roturar la tierra. En los campos
destinados al sostenimiento del Culto y los sacerdotes y las
labores se hacían con el acompañamiento de cánticos. Marido y
mujer trabajaban en parejas: Se le asignaba a cada familia, para
224
ese propósito, una larga faja de tierra. A todos los trabajadores se
les suministraba chicha. El Cuzco se celebraba un festival público
con sacrificios y gran jolgorio, y los sacerdotes del Sol ayunaban
desde que se empezaba a sembrar hasta que aparecían los
primeros brotes. El comienzo de la estación de las lluvias se
esperaba con gran ansiedad, y si se atrasaba se hacía todo lo
posible para inducir a los dioses, y en especial, al dios del
Trueno, a que enviaran la ansiada lluvia. La gente se vestía de
luto, y marchaba gimiendo de pueblo en pueblo. Se ataba a las
llamas y a los perros negros para que gritaran de hambre y de sed,
y a los alrededores se regaba chicha con la esperanza de atraer así
las simpatías de las deidades (Idem. P. 139).
Durante la estación lluviosa se cuidaba con afán los campos,
cultivándolos, desyerbándolos, y vigilándolos, para mantener
alejados a los animales depredadores. Si, desde la casa en que
vivía la familia era imposible la vigilancia, se construía una choza
cerca del campo desde la que se mantenía una vigilancia
constante. Era frecuente que el campesino fuese relevado por la
mujer durante las noches. A pesar de la severidad de las leyes, era
necesario protegerse de los ladrones, tanto humanos como
animales. La estación más alegre era la estación de la cosecha,
como es natural. El maíz temprano se recogía en enero, las papas
en junio. Una vez recogido el maíz se descapachaba y se
almacenaba en las casas, con el acompañamiento de cánticos,
danzas alegres y ceremonia publicas. No se usaba la simbiosis
característica de la agricultura del Viejo Mundo, entre la
ganadería y la agricultura, con base en el estiércol y la orina que
aportan el fertilizante. Ello no era tan esencial para los peruanos
ya que las llamas no eran tan abundantes y casi todo el estiércol
de ellas era utilizado como combustible. Sin embargo, como
también ocurre hoy, el estiércol de llama se pulveriza y se usa
también como abono. Los agricultores de la Costa tenían acceso
al “guano”, que es el excremento de grandes colonias de aves
marinas y lo usaron en grandes cantidades. También se usaban las
cabezas de los pescados..
225
La llama, por supuesto, no se podía usar como animal de tiro.
Probablemente su papel como animal de tiro no ofrecía
expectativas mayores, comparables con las del buey o el caballo,
o aún con las de un hombre, trabajando con herramientas
manuales. Por lo tanto, no se conoció algo como el arado, ni
siquiera de chuzo, como sí ocurrió en los pueblos del Viejo
Mundo. La agricultura se hacía con herramientas manuales. El
instrumento principal era una fuerte pala de madera, la tacilla, a la
que, a veces, se llama arado de pié. Los terrones se deshacían con
una especie de mazo consistente en un grueso palo con un pesado
anillo de piedra en el extremo. Un azadón corto con paleta de
bronce completaba la lista de los utensilios de labranza. Las dos
últimas herramientas eran utilizadas especialmente por las
mujeres. Con estos medios, la rotura y preparación del terreno
para la siembra eran labores verdaderamente duras. Este tipo de
agricultura aborigen todavía perdura, con algunos ligeros cambios
entre los quechuas y los aymaras de las tierras altas peruanas y
bolivianas. Dentro de esos cambios podría pensarse en las
herramientas manuales de acero, como el azadón actual, el
machete y otras (Idem. P. 139).
14.2.4 LA PREPARACIÓN DE LOS ALIMENTOS
El modo de preparar los alimentos difería en las tierras altas y en
la Costa, como es obvio, por ser diferente la base alimentaria.
Cuando era necesario, se hacía el fuego con un “taladro de
madera” de manera muy poco diferente a como lo hacían los
antepasados y como lo hacían en aquellos tiempos los primitivos
pobladores de la selva amazónica. Casi todos los utensilios
culinarios eran rudimentarios. Casi todos los alimentos se cocían
en vasijas de barro colocadas directamente sobre el fuego o se
asaban. Las sopas y los guisados constituían las formas más
usuales de preparar la comida. Uno de los platos principales lo
constituía la harina de quinoa u oca cocida con agua. El maíz no
se cocía para molerlo después y hacer masa como en México, sino
que los granos secos se trituraban hasta convertirlos en harina,
como se hace en los Estados Unidos. Los incas lograban esto con
un molino de piedra. El molino era formado por dos piedras; una
226
piedra delgada, más o menos con la forma de la mitad de un
cilindro; era grande y pesada y oscilaba sobre otra plana. La
harina resultante se cocía de varias maneras, pero el maíz se
comía niño directamente en la mazorca, cocido o asado. La
levadura era desconocida, igual que en toda la América indígena,
y no se elaboraba ningún producto semejante al pan europeo. La
sal se chupaba, no se le agregaba a los alimentos (Idem. P. 142).
En las tierras altas donde el producto básico eran las papas, se
conservaban éstas dejándolas congelar. Cuando se descongelaban
las prensaban para que perdieran el agua tanto como fuera posible
y las dejaban secar. Este producto se llamaba antes y se le llama
hoy chuñu. La carne se conservaba cortándola en tiras delgadas
que también se dejaban secar y luego se machacaban. La carne
seca así, se llama en quechua – español charqui. El pescado y
otros alimentos suculentos también se secaban para su
conservación. El maíz y otros alimentos relativamente secos se
almacenaban en las casas o en graneros especiales (Idem. P. 142).
Se cocinaba por lo general al aire libre si el tiempo lo permitía
(hay que recordar que en casi toda la región llovía muy poco),
aunque muchas casas tenían hornillo de barro o piedra muy
parecidos a los de las cocinas típicas europeas, y se prendían dos
veces al día, teniendo en cuenta que la costumbre era la de comer
dos comidas, la una en la mañana y la otra a finales de la tarde.
Dentro de las vasijas que se usaban para comer las había de barro,
como para cocinar, pero también de calabaza, de madera y de
otros materiales. Los nobles incas comían en vasijas de oro y
plata. (Idem. P. 142).
En la región andina, desde los tiempos más remotos hasta el
presente, ha sido universal la costumbre de masticar coca
(Eritroxilon coca) por los varones. La planta es natural de estas
tierras y es la materia prima de la cocaína. Se mastica junto con
un poco de cal con lo cual se libera el alcaloide de las hojas. Las
hojas se recogen y se dejan secar para luego empacarla en bolsas.
La cal se obtenía y se obtiene hoy de conchas calcinadas o de los
tallos quemados de ciertas plantas; una vez preparada la cal se
227
empaca en una calabaza y se aplica con una espátula. La técnica
de uso es muy semejante a la de la nuez de betel en Malaya, y es
muy posible que exista una conexión histórica entre ambas
costumbres. Esta droga alivia el cansancio, el hambre y la sed, y
por consiguiente desempeña una función importante en la vida de
un pueblo que se ve obligado a trabajar duramente y a una altura
sobre el nivel del mar muy elevada, en donde escasea el oxígeno.
Parece ser que en los días del Imperio Inca no se abusaba de ella.
Por lo menos entre las clases más humildes, puesto que les estaba
prohibido su empleo, a no ser en casos especiales, lo que hace
sospechar que se trataba de un monopolio del gobierno, ya que, de
otro modo, la prohibición difícilmente hubiera sido efectiva. Mas
tarde esta prohibición fue levantada y el vicio de masticar coca
llegó a constituir un verdadero problema social, y no cabe duda de
que su abuso ha contribuido sensiblemente a la decadencia física
de los pueblos andinos modernos (Idem. P. 142).
Sin embargo, el uso y el abuso de la coca son, en gran parte
resultado de la desnutrición habitual, pues en cierto modo puede
considerarse como un sustituto de los alimentos. Es muy probable
que la recuperación de condiciones adecuadas de nutrición pueda
significar para estos pueblos la reducción del consumo de coca.
La coca también se utiliza en el chamanismo, en las adivinaciones
y en los sacrificios. A la coca se le atribuyen caracteres divinos
(Idem. P. 143).
La chicha es una especie de cerveza. Se conoce desde los
primeros tiempos hasta el presente. Es una bebida embriagante
que se obtiene de maíz y de otras materias primas como la quinoa
y la oca. Generalmente la fermentación se logra con saliva,
trabajo que les corresponde a las mujeres por medio de la
masticación de l material. Este sistema parece ser el que se
empleó en el tiempo de los incas en el Perú. Entonces se
consumían grandes cantidades de chicha en diversas ceremonias y
era costumbre que los celebrantes se intoxicaran hasta perder el
sentido. Por desgracia hoy persiste la costumbre y en las grandes
reuniones comunales se bebe en abundancia aunque con una
228
actitud más hedonista y sin la sanción oficial que caracterizaba el
tiempo de los Incas (Idem. P. 143).
El tabaco no tenía entonces gran importancia. Se utilizaba en
pequeñas cantidades para fines medicinales como rapé y en
algunos rituales, pero nunca por placer. La daturina se empleaba
también aunque con menos frecuencia, también en el chamanismo
y algunos rituales. Una especie de rapé llamado villca, se
elaboraba a partir de las semillas molidas de unos árboles del
género piptadenia. Este rapé, que producía un efecto ligeramente
embriagante se aspiraba unas veces y otras se mezclaba con
chicha (Idem. P. 143).
14.2.5 EL VESTIDO
La indumentaria de los incas puede considerarse como típica de
todos los pueblos andinos y de la Costa, siendo la única de la cual
se tiene información relativamente detallada. En la época del
Imperio, se sabe que su empleo se imponía a los pueblos
conquistados. Las prendas halladas en las tumbas y las figuras
pintadas y modeladas en las vasijas Moche proporcionan valiosa
información al respecto de los trajes usados en la Costa. Sin
embargo, es importante tener en cuenta que en cada tribu, en cada
pueblo, en cada época, hubiera sido posible encontrar no pocas
singularidades características. Se sabe que en las tierras altas, en
las épocas más primitivas, la materia prima usual para hilar y tejer
era la lana; en las tierras bajas era el algodón. Sin embargo, el
comercio hizo posible una especie de racionalización del uso de
ambas fibras, en ambas regiones, penetrando el algodón en las
tierras altas y la lana en las tierras bajas. El comercio de ambas
fibras, particularmente de la primera, era monopolio del Estado, y
se distribuían regularmente al pueblo para que fueran hilados los
hilos, tejidas las telas y confeccionados en cada familia los
vestidos, según su respectiva necesidad (Idem. P. 143).
En todas partes la ropa se elaboraba con tejidos de distintos tipos,
siempre con piezas enteras de tela, nunca cortados o entallados y
cuando era necesario se sujetaban con grandes alfileres de metal.
229
Los vestidos de la aristocracia, la nobleza y la realeza eran
elaborados más cuidadosamente. Las prendas de vestir de la gente
humilde se hacían con tejidos más burdos (Idem. P. 144).
En los atavíos es importante diferenciar el atavío propio del
hombre y el propio de la mujer. La prenda de vestir indispensable
del hombre era el taparrabos, el cual, durante el trabajo o cuando
hacía calor, era lo único que se usaba. Estaba compuesto de una
tira de tela que se pasaba por entre las piernas y se sostenía en su
lugar por ambas extremidades, mediante un cinturón. Encima se
usaba ordinariamente una túnica sin mangas, formada por una
pieza de tela doblada y cosida, dejando libre el espacio para sacar
ambos brazos y con un corte en mitad del doblez para sacar por el
medio la cabeza. Se parecía a un saco invertido que llegaba casi
hasta las rodillas. Luego se usaba una especie de capa larga,
puesta sobre los hombros, con dos de las puntas anudadas entre sí
por el frente, En ocasiones, uno de los lados de la capa se pasaba
debajo del hombro para dejar el brazo libre para el trabajo. El
taparrabos, la túnica y la capa eran todos de tela bien tejida, con
adornos en colores. La capa variaba de calidad y de decorado,
según la posición social. Los incas usaban sandalias de cuero de
llama sin curtir, pero las investigaciones arqueológicas han
comprobado que en otros lugares se usaban de otros materiales
como diversas fibras tejidas. Los hombres, entre la túnica y la
capa portaban colgando una bolsa para la coca, amuletos y otras
pertenencias. Esta era una equivalencia de los bolsillos en los
trajes modernos (Idem. P. 144).
El traje de las mujeres era de una sola pieza que hacía de falda y
de blusa. Por la parte alta llegaba hasta el cuello y abajo llegaba
hasta los tobillos. Este traje consistía en un trozo de tela
rectangular que envolvía el cuerpo. El borde superior se sujetaba a
ambos los lados de la cabeza, sobre los hombros, con largos
alfileres de metal. La cintura se ceñía con una larga banda, ancha
y tejida con adornos. El equivalente de la capa del hombre, era en
la mujer un largo manto que se colocaba sobre los hombros y se
sujetaba por el frente con un largo alfiler de metal llamado topo.
Estos alfileres de cobre, oro o plata tienen grandes cabezas de
230
diferentes tipos, a veces en forma de animal o de figuras humanas,
pero con mayor frecuencia es en forma de disco, circular o
semicircular, con bordes afilados que pueden usarse como
cuchillo. Las mujeres usaban sandalias parecidas a las de los
hombres y cintas para sujetar su cabello, lo mismo que un pedazo
de tela doblada sobre la cabeza (Idem. P. 144).
Los peinados variaban mucho entre los hombres, según la tribu.
Los incas se recortaban el pelo y lo dejaban de corto adelante y
más largo atrás y los lados. Luego lo sujetaban con un cordel o
una estrecha banda tejida con adornos, Los aymarás, de las punas
más frías, usaban un gorro de tejido de punto de lana, como hoy
lo llevan la mayoría de los montañeses. Las mujeres no se
cortaban el pelo pero lo dividían por el medio de la cabeza y lo
tiraban hacia ambos lados, llevándolo colgado sobre la espalda.
Se lo cortaban únicamente en señal de duelo. La deformación del
cráneo era muy común en el antiguo Perú, pero la costumbre
variaba según la época y la región. Por ello los distintos estilos de
deformación craneana sirven como criterio arqueológico, además
de la cerámica, para clasificar los yacimientos encontrados. Al
parecer, sin embargo, los incas no practicaron esta costumbre en
tiempos del Imperio, aunque sí los aymaras, quienes preferían las
cabezas alargadas, y algunos pueblos más primitivos de la Costa
(Idem. P. 144).
Aunque en épocas anteriores se sabe del uso de pintura para la
cara, entre los incas solamente se usaba en ocasiones especiales y
principalmente, sólo “pintura de guerra”. Tal vez imitando a la
Naturaleza, eran los varones los que se engalanaban. Casi todos
los hombres se ponían adornos en las orejas. Las mujeres incas
solamente usaban collares y alfileres, como mencionamos, para
sujetar los mantos. Los nobles incaicos, por nacimiento o por
privilegio, usaban unos adornos circulares insertados en agujeros
abiertos en los lóbulos de las orejas, tan grandes, que los cronistas
al referirse a esta clase social solían llamarlos los “orejones”. Los
hombres usaban también brazaletes de metal y llevaban los discos
que se otorgaban como condecoración por el valor demostrado en
la guerra. Igual que collares hechos con los dientes de los
231
enemigos muertos en combate. En las ceremonias y en los
festivales, cada cual lucía los tocados más llamativos posible,
collares de plumas, y otras galas (Idem. P. 145).
14.2.6 EL CICLO DE LA VIDA DE LAS PERSONAS
No vamos a tratar este tema detalladamente. Vamos solamente a
puntualizar aspectos que pueden ser de interés, desde el punto de
vista de nuestro estudio, particularmente como es el caso de la
interferencia entre las diferentes esferas de la vida social, en el
tiempo y en las diferentes fases de evolución de la vida de las
personas.
Como ocurre en todos los pueblos hasta hace poco, entre los incas
los índices de natalidad y de mortalidad eran bastante elevados y
el índice de mortalidad infantil lo era más. La célula social era la
unidad familiar compuesta por un promedio de cinco personas.
Los niños, que nacían en abundancia eran bien recibidos. No se
conocían las prácticas anticonceptivas y el infanticidio era raro.
La madre desempeñaba sus labores domésticas hasta el momento
del parto y las reanudaba muy pronto después. A la mujer encinta
no se le permitía, por razones religiosas, andar por el campo y
tenía que confesar sus “pecados”, rogar por un parto feliz y, junto
con su marido, ayunar durante un breve período. Le ayudaban en
el alumbramiento mujeres vecinas expertas; no había comadronas
profesionales. Inmediatamente después del parto, la madre se
bañaba en algún arroyo y cortado, el cordón umbilical, se
conservaba. Hasta que el niño empezaba a caminar permanecía,
sin ser sacado nunca, en una cuna liviana con cuatro patas que se
colocaba en el suelo y podía ser llevada por la madre cargada a la
espalda cuando salía de casa, asegurada con un chal que se
cruzaba sobre el pecho (Idem. P. 146).
Eran acontecimientos muy importantes en la vida de la familia, el
momento del destete del niño, La pubertad en ambos géneros, la
presentación de la primera menstruación en la mujer, el
matrimonio y la muerte. El destete era motivo para una gran
reunión familiar dentro de un ambiente muy alegre donde se bebía
232
y se danzaba con regocijo. El tío de más edad le recortaba las
uñas y el pelo, los que se conservaban con sumo cuidado. Se le
ponía un nombre que solamente duraba hasta la edad adulta (Idem
P. 146).
Para los niños de las familias humildes no había escuelas ni se les
daba educación formal. Puesto que no se conocía la escritura poco
había qué aprender que no pudieran enseñarle sus padres en su
trato diario. Los hijos de los labradores, tan pronto como pudieran
andar, empezaban a ayudar a sus padres en la faena diaria y
aprendían así a ocupar su lugar en la comunidad. Los hijos de los
aristócratas y los rehenes de alto rango que residían en el Cuzco,
los segundos hijos generalmente de funcionarios extranjeros de
provincias nuevas asimiladas al Imperio, recibían alguna
enseñanza formal. Probablemente los hijos de los nobles incas
asistían también a esas escuelas o a algunas clases. Se dice que
allí impartían cuatro años de enseñanza. El primero estaba
dedicado al estudio del idioma de los incas, el segundo a su
religión, el tercero al estudio del quipu Y el cuarto a la historia de
los incas (Idem. Páginas. 146 y 178).
El la mayoría de las sociedades primitivas, sin escuelas, al
individuo se lo considera adulto muy joven, y éste se casa muy
pronto. Los cronistas no están muy de acuerdo en la edad en que
esto ocurría entre los incas. Garcilazo afirma que los hombres se
casaban a los veinticuatro años o más y las mujeres, entre
dieciocho y veinte años. Cobo, sin embargo dice que la edad para
dar esos pasos era aún menor. De todas maneras no se
consideraba adulta a una persona hasta que no se casaba, fundaba
su familia y quedaba bajo la jurisdicción que reglamentaba el
trabajo público. Puesto que en las sociedades con una gran
actividad guerrera y militar, la mortalidad masculina es bastante
alta, el número de mujeres excede al de los varones, entre los
incas se practicaba la poliginia e incluso se favorecía. Sin
embargo, por regla general era un privilegio de los aristócratas y
los ricos, pues el plebeyo no estaba en condiciones, normalmente,
de tener más que una mujer. Aunque el matrimonio, como acto
ceremonial, no era exigido por el Estado incaico, la organización
233
económica era tan excluyente, que no había lugar para los
hombres y las mujeres solteras. Todo el mundo estaba casado o lo
había estado. El divorcio esa desconocido, al menos en referencia
a la primera o verdadera esposa. La realización formal de los
desposorios era una función que correspondía al Estado. El
incesto no era tan rigurosamente regulado como entre nosotros y,
prácticamente inexistente en el caso de los altos personajes.
Varios de los últimos emperadores se casaron con sus verdaderas
hermanas y a los nobles se les permitía contraer matrimonio con
sus medio hermanas. Entre los plebeyos se permitía el matrimonio
entre primos carnales, pero les estaba prohibido el matrimonio
para grados más próximos de consanguinidad. (Idem. Páginas 147
a 149).
En la sociedad Inca, a falta de dinero, el prestigio de un hombre
era medido principalmente por el número de sus mujeres. Esto,
obviamente era un privilegio de unos cuantos hombres que eran,
naturalmente, los aristócratas. El emperador otorgaba concubinas
a sus favoritos y a sus generales victoriosos, y, él mismo, claro
está, contaba con el “harem” más grande (Idem. P. 149).
En la región de las tierras altas del Perú el culto a los muertos
tenía gran importancia. Ello contribuía a mantener unidos a
grupos sociales que tenían relaciones a través de las personas que
morían y restringía también las migraciones. Los cuerpos de los
antepasados, disecados y envueltos en telas, se conservaban
cuidadosamente y se veneraban. Era tal la reverencia que se les
dispensaba a los antepasados, que alguien malintencionado que se
apoderara del cuerpo de un antepasado, estaba en condiciones de
dominar completamente a los descendientes (Idem. P. 150).
14.2.7 LA ARQUITECTURA Y EL URBANISMO
El Perú es un país muy diverso: La Costa es seca y calurosa, y
escasea la piedra, las tierras altas y las montañas son frías, y hay
mucha piedra, la vertiente oriental calurosa y húmeda, tiene
maderas en abundancia. La vivienda, entonces se caracterizaba de
manera muy diferente en cada una de estas regiones. En la costa
234
se construía básicamente con adobe, en las tierras altas se hacía
con piedra y en la vertiente oriental con madera (Idem. P 152).
Las casas típicas de piedra o de adobe, eran rectangulares y por lo
general de una sola habitación. Los techos eran de dos aguas y
construidos en paja. Eran muy semejantes a las casas de los
campesinos de hoy. La mampostería era generalmente bastante
tosca, de piedras, por ejemplo, sin labrar. Los intersticios estaban
rellenos de barro y los muros tenían un empañete de barro lizo por
fuera. Las construcciones redondas eran muy raras y a veces,
cuando se construía así era para algún uso muy específico Las
casas no solían tener ventanas ni chimeneas. El humo del fuego,
cuando provenía del interior, salía por entre la paja del techo. La
única puerta de acceso era baja y pequeña. (Idem. P. 152).
Los ocupantes de las casas tenían poco mobiliario. Dormían sobre
pieles de animales o esteras tendidas en el suelo, envueltos en
mantas y con la misma ropa que usaban durante el día. No había
mesas, ni sillas, y probablemente, tan sólo un hornillo de piedra y
de barro. Debido a la falta de leña abundante el fuego era siempre
muy escaso. En las paredes del cuarto se hacían nichos en los que
se guardaban los utensilios y fetiches de la casa. A veces el
cuarto, cuando era grande estaba dividido, por medio de muros
divisorios, en varios cuartos pequeños. La puerta de ingreso a la
vivienda solía taparse con una estera o una piel. Parece muy
probable que en ninguna parte se haya usado el sistema de puerta
batiente. La habitación estaba desprovista de decoración y
adornos, pues los ocupantes, en particular los hombres, pasaban
casi todo el día fuera de casa. Las ropas y las herramientas se
colgaban de escarpias en las paredes. Los avíos caseros,
recipientes para almacenaje, ollas, cestos, utensilios de cocina,
calabazas, piedras de moler o morteros, esteras, y pieles, se
dejaban esparcidos por la casa y en el desorden tal, pululaban los
parásitos de todo tipo (chinches, piojos, niguas, garrapatas,
pulgas, etc.). No obstante, por miserable que fuera esta vivienda,
no era mucho más incómoda que las casas típicas de los
campesinos europeos de la misma época (Idem. P. 152).
235
Por lo general, las familias extensas, o sea los grupos familiares
conformados por los padres, los hijos con sus esposas e hijos, etc.,
ocupaban varias casas de este tipo, las cuales seguían, por lo
general, una disposición rectangular alrededor de un área central,
a la cual también daban algunos almacenes y otras construcciones
semejantes. Los conjuntos de este tipo solían estar rodeados de un
muro, también rectangular por lo general y con una sola entrada.
El muro podía ser de piedra o adobe pero también los había de
una especie de turba. Un grupo de estos conjuntos dispuestos de
manera irregular formaba una aldea (Idem. P. 153).
Los edificios públicos, en especial los del Cuzco, y de épocas
posteriores eran, desde luego, construcciones muy superiores.
Tenían excelente mampostería de piedra y muy restringido el uso
de adobe. Sin embargo, aún aquellos edificios solían techarse con
paja. Algunas construcciones tardías, especialmente cerca del
Lago Titicaca y en las tierras altas del Norte, se techaban con
grandes lozas de piedra. Algunas de esas construcciones tenían
ventanas. A pesar de todo, este tipo de construcciones era
desconocido en el Cuzco (Idem. P. 153).
Las pirámides escalonadas con un templo en la cúspide, tales
como se conocen en México, existen en el Perú, pero no
constituyen el rasgo característico de la arquitectura peruana
monumental. En la arquitectura incaica no existe ningún ejemplo
de ésta. Sin embargo, hay algunas pirámides que datan de los
primeros tiempos de las culturas peruanas, como ya se vio antes,
especialmente en el norte, durante el período Moche, en que se
construyeron enormes pirámides de adobe. Cada una de estas
pirámides con su templo en la cúspide, representaba un centro
ceremonial. El gran “Templo del Sol” en Moche, ya ha sido
descrito. La gran Pirámide del Sol, en el famoso centro de
Pachacamac, ocupa unas cinco hectáreas de superficie y se alza a
una altura de 23 metros. Sin embargo las características
arquitectónicas de las pirámides de la Costa difieren bastante
(Idem. P. 153).
236
En períodos más resientes ya no se buscaban lugares aislados de
las poblaciones para centros ceremoniales, ya que se establecían,
entonces, en edificios o en grupos de construcciones dentro de las
ciudades. Todas las poblaciones incaicas importantes tenían un
templo y sus sacerdotes. El gran centro ceremonial del Cuzco era
el Coricancha y estaba en la plaza principal. La planta y las
dimensiones originales son de difícil determinación ya que los
españoles lo arrasaron y construyeron sobre sus ruinas el
Monasterio de Santo Domingo, aprovechando como bases, sus
muros. Las cifras que dan los diferentes cronistas difieren
considerablemente. No obstante, se sabe que consistía en un
inmenso cuarto, la Sala del Sol, y otros edificios más pequeños.
Rowe calcula, por los restos que aún se conservan, que el salón
principal medía 28 metros de largo por 14 de ancho (Idem. P.
153).
Aunque casi todos los edificios peruanos constan de un solo piso
se sabe que había edificios de dos y hasta de tres pisos. Estas
construcciones no son escalonadas como los indios Puebla de
Norteamérica, sino que el segundo piso está construido
directamente sobre el primero. El techo de las habitaciones
interiores formado por lozas constituye el piso del segundo nivel.
Los edificios de varios pisos eran más corrientes en la época pre –
incaica, en las tierras altas, donde también se han encontradas
casas subterráneas, incluso de dos niveles (Idem. P. 154).
Los edificios más grandes, más impresionantes y los que mejor se
han conservado, son los incaicos. Estos fueron construidos con
mano de obra del Estado, y probablemente proyectados por
arquitectos oficiales. Estos y los albañiles eran profesionales
mantenidos por el gobierno. La mano de obra era obtenida por
reclutamiento forzoso. Los arquitectos, que no disponían de papel,
trabajaban con modelos de barro o de piedra (Idem. P. 154).
Hasta hace algún tiempo se pensaba que la mampostería
megalítica, a base de enormes piedras de forma y tamaño
irregulares, pertenecía a los tiempos preincaicos correspondientes
al período de Tiahuanaco, mientras que la mampostería de
237
bloques de piedra relativamente uniformes, en tamaño, colocados
en hileras regulares, era típica del período Inca. Sin embargo,
ahora se sabe que los incas usaron ambas clases de mampostería
en casi todos sus grandes edificios en la región del Cuzco,
incluyendo Sacsahuamán, Ollantaytambo, Machu Picchu, y el
Cuzco, los cuales pertenecen al último período Inca. Entre estas
obras figuran algunos de los ejemplos más notables de
mampostería megalítica, así como de muros de hilados regulares,
o de piedra sin tallar ligada con arcilla, del tipo conocido como
mampostería pirca. Algunas de esas estructuras fueron
construidas después de 1440 por Pachacuti y algunos de sus
sucesores (Idem. P. 154).
Los canteros incaicos utilizaban principalmente tres clases de
piedra, que cortaban y colocaban de modos diferentes, de acuerdo
con el tipo de estructura. Para los cimientos, las terrazas, y los
muros de retención se utilizaba piedra caliza de Yucay. Con ella
se construyeron las grandes murallas de Sacsahuamán. Esta piedra
caliza se cortaba siempre en bloques poligonales. Cuando se
requerían muros de retención de excepcional solidez, se utilizaba
pórfido diorítico verde de Sacsahuamán, tallado también en
bloques poligonales. Para la mampostería rectangular regular, que
solía hacerse de tamaño uniforme y se colocaba en hileras
regulares, los incas empleaban andesita negra y de esta piedra son
las construcciones más importantes del Cuzco. Las canteras más
próximas están a entre 15 y 35 kilómetros (Idem. P. 154).
En todo caso, no hay en América una estructura arqueológica tan
impresionante para el visitante como el Fuerte de Sacsahuamán.
Supera todos los presupuestos de la imaginación más fértil. Se
piensa hoy, que, más que un fuerte para proteger al Cuzco, era un
lugar seguro para se4rvir de refugio a los habitantes de la Ciudad
en caso de ataque enemigo. Con una longitud de 540 metros, las
tres murallas escalonadas alcanzan una altura de 18 metros. Cada
muralla está formada por una serie de ángulos entrantes y
salientes, de manera que recuerdan los dientes de una sierra. La
muralla inferior, que da a una plaza plana, es la más alta, está
construida con los monolitos más grandes y es la más
238
impresionante. Según informes existentes, el mayor de aquellos
monolitos tiene 4.2 metros de ancho, 3.6 metros de espesor y 8
metros de altura; según eso, debe pesar unas 200 toneladas. La
tarea de hacer la extracción en la cantera de una piedra de
semejante tamaño, darle forma, transportarla y colocarla en su
puesto representa una difícil labor aún en nuestro tiempo. Sin
embargo, de cualquier forma que fuera, se logró. Esta enorme
muralla está atravesada en tres lugares por pasos fácilmente
defendibles. En la ancha terraza que remata en la parte más alta
había edificios, torres y depósitos de agua para la población
sitiada, pero todo, menos las piedras de los cimientos, fue
utilizado por los españoles para construir sus casas en el Cuzco
(Idem. P. 155).
Se cree generalmente que el ajuste final de la mampostería se
hacía después de colocar las piedras en su lugar, frotando las
recién colocadas con sus vecinas, probablemente poniendo arena
en los intersticios. De todas maneras, fuera cualquiera el método
usado, es tan perfecto el ajuste logrado que no permite que se
inserte ni la hoja afilada de una navaja delgada; tampoco era
necesario emplear algún tipo de mortero. Las aristas de los
bloques se biselaban para obtener un efecto artístico.
Naturalmente esta observación no se refiere a la mampostería
tosca que se hacía en piedras sin labrar (Idem. P. 155).
Con excepción de las esquinas, el aparejo de la mampostería no
era muy regular, pero parece que se cuidaban de evitar junturas
largas y débiles. En las construcciones de adobe se cuidaba más el
aparejo, alternando hiladas de piezas colocadas con la mayor
dimensión paralela al paramento con hiladas de piezas con la
mayor dimensión perpendicular al mismo. La bóveda auténtica no
se conocía y la “falsa bóveda” construida a base de piedras
saledizas, solamente se usó en cámaras pequeñas. En los muros de
mampostería se usaban dinteles de piedra sobre puertas y
ventanas, pero en los edificios de adobes, aquellos eran
sustituidos por haces de estacas atadas con cuerdas y cubiertas de
barro (Idem. P. 156).
239
El tipo de adobe usado en la construcción varía
considerablemente según la época y la región, hasta tal punto, que
no pocas veces se usa este criterio para diferenciar las distintas
eras de evolución cultural. Los adobes de épocas más primitivas,
se los formaba a mano; los de épocas más recientes, en especial
los adobes fabricados por los incas, se elaboraban con la ayuda de
moldes rectangulares. En la Costa, según la época y la región, se
hicieron adobes de forma cónica, hemisférica, cúbica y de otras
formas. Los adobes incaicos tienen por término medio, un tamaño
de 80 centímetros de largo, por veinte de alto y veinte de ancho
(Idem. P. 156).
En las estructuras de mampostería y sobre todo en los muros de
contención, sólo se daba un acabado cuidadoso a la cara visible
del muro; la cara posterior quedaba irregular. Los muros con dos
caras visibles solían tener en el centro un relleno de cascajo. Por
regla general, las caras de los muros tenían inclinación. Las
puertas, nichos y otras aberturas de los edificios incaicos eran
trapezoidales, es decir, eran más estrechas en la parte superior que
en la parte inferior. Las esquinas están siempre hechas con
especial cuidado, y la mampostería se refuerza con salientes que
mejoran , aún más, la firmeza que se consigue con la simple
trabazón de los bloques contiguos (Idem. P. 156).
Salvo la mano de obra, casi indefinida, eran muy pocos los otros
recursos mecánicos con que contaba los incas para el transporte
de sus grandes bloques. Podían hacer cuerdas de fibra tan fuertes
como se deseara y se conocía el principio de la palanca, y tal vez
(lo propone Mason, pero no parece muy convincente porque en
América no se conocía la rueda, y, por lo tanto sus aplicaciones),
incluso el del cabrestante o malacate. Los bloques macizos se
arrastraban sobre rodillos de madera, y para ayudar a colocarlos
en posición, se utilizaban, probablemente, rampas de madera
(¿Acaso estaban próximos a desarrollar la idea de la rueda?). Con
el fin de facilitar la tarea mover los bloques de piedr4a, se
aprovechaban algunas de sus protuberancias o se hacían huecos
en ellos (Idem. P 155).
240
14.2.8 OTRAS OBRAS DE INGENIERÍA:
CAMINOS, PUENTES Y OBRAS DE RIEGO
Los caminos, pavimentados o no, debieron ser un elemento de
desarrollo importante de las culturas andinas desde los tiempos
más antiguos. Sin embargo, la arqueología no ha encontrado
indicios de ningún camino preincaico. Parece ser que fueron los
incas quienes contribuyeron con ellos al alto desarrollo al que
llegó su cultura. En este aspecto, los incas muestran una gran
semejanza con los romanos, pues ambos pueblos necesitaban
caminos para el transporte rápido de las provisiones necesarias
para abastecer a sus ejércitos conquistadores y para la pronta
transmisión de informes y órdenes. Ambos imperios construyeron
caminos hasta los confines de los territorios conquistados. Se
diferenciaban en que los incas, al no poseer vehículos de ruedas y
caballos, no necesitaban pavimentos tan fuertes ni puentes tan
resistentes; en tramos pendientes podían utilizar, incluso
escalones. Sin buenos caminos habría sido casi imposible
conquistar regiones tan distantes del Centro, la Ciudad del Cuzco,
ni administrarlas eficazmente, después de su conquista. Losa
caminos incas causaron admiración entre los españoles, quienes
los utilizaron sin cesar en los días posteriores a su llegada y los
han descrito con todo detalle (Idem. P. 156).
En 1955 Víctor W. Von Hagen recorrió y estudió los antiguos
caminos incaicos. De allí se deducen algunas de las siguientes
observaciones:
A lo largo de estos caminos, a intervalos regulares, el gobierno de
los incas construyó unos albergues llamados tambos. Sólo eran
utilizados por personas que viajaban por asuntos oficiales, de
manera que difícilmente podrían considerarse “posadas” (a los
ciudadanos plebeyos les estaba prohibido viajar). A distancias
correspondientes a un día de viaje había otros albergues; estos
eran más sencillos, y en las ciudades sobre el camino se
encontraban otros, grandes y elegantes: Eran los “tambos reales”,
dotados de lujoso mobiliario, en previsión de posibles visitas del
emperador. Cada tambo estaba provisto de un almacén con
241
alimentos, y el equipo necesario y era administrado por
funcionarios de la localidad. En muchos caminos se colocaron
mojones o marcas a distancias iguales a la unidad de longitud o
topo, que equivalía a unos 7 kilómetros (el mismo nombre se
aplicaba a una unidad de superficie y a un alfiler que se utilizaba
para prender el chal) (Idem. P. 157).
La red de caminos era inmensa. Había dos caminos de norte a sur,
uno a lo largo de la Costa y otro que atravesaba las tierras altas.
Estas dos calzadas estaban cruzadas por caminos transversales,
mientras que otros caminos de menor importancia conducían a
todas las aldeas del Imperio. La calzada costera partía de Túmbez
y siguiendo el litoral pasaba hasta Arequipa, y es posible que
llegara, incluso, a Chile; pero este último tramo no se conocía
bien o se recorría muy poco. La vía más larga, de las tierras altas
empezaba en el río Ancasmayo, en la frontera con Colombia, y
seguía hacia el sur hasta el Cuzco; continuaba luego hasta
Ayavire, donde se bifurcaba en dos ramales que rodeaban el Lago
Titicaca; seguía después hasta Tucumán, en lo que es hoy el
noroeste de Argentina. Desde este lugar salía un ramal que pasaba
por Coquimbo, en la costa de Chile, siguiendo luego hacia el sur
hasta llegar a lo que hoy es la región de Santiago. Otro ramal iba
desde Tucumán hasta Mendoza, Argentina. Un camino transversal
enlazaba a Túmbez con la calzada de las tierras altas, y otros
caminos unían al Cuzco con Nazca, u con Arequipa. Por el este
había caminos que llegaban hasta el borde de la selva amazónica
(Idem. P. 157).
Desde el punto de vista de la ingeniería, los caminos de las tierras
altas fueron obras más notables que los caminos de la Costa por lo
escarpado del terreno en algunos lugares. Aunque siempre que era
posible seguían una línea recta, lo mismo que el camino romano
ideal, zigzagueaban al subir las grandes pendientes donde, a
menudo, la calzada era sustituida por escalones. Eran de un ancho
medio de un metro y tenían muchos tramos pavimentados.
Salvaban las zonas pantanosas sobre calzadas secas, cruzaban los
ríos sobre puentes y para cruzar algunas montañas había túneles.
En algunos lugares los caminos estaban flanqueados por muros.
242
Las calzadas consistían en obras de terraplenado pavimentadas
con lozas de piedra y tenían anchos mayores, de 4.5 a 6 metros y
a veces alturas de 1 a 2 metros En la Costa los caminos eran muy
rectos y de mayor anchura: Medían entre 3.5 a 4.5 metros. En los
desiertos arenosos consistían simplemente en líneas de postes que
señalaban la ruta, pero cuando cruzaban los valles densamente
poblados y con agua abundante, tenían muros a los lados que
frecuentemente estaban adornados con dibujos, e hileras de
árboles de sombra alimentados con regadío con agua de algún
arroyo vecino (Idem. P. 157). Los terrenos accidentados y rocosos
exigían, obviamente las técnicas utilizadas en las tierras altas
(Idem. P. 157).
Los ríos, según sus dimensiones se cruzaban a través de puentes
de diferentes tipos. Los más pequeños se construían con troncos o
grandes piedras sostenidas con estribos de mampostería; los que
cruzaban los ríos más grandes lo hacían por medio de puentes
flotantes en pontones hechos con balsas o canoas de madera. Uno
de esos puentes de pontones parece ser que era utilizado para
cruzar el río Desaguadero, cerca del Lago Titicaca. Pero el tipo de
puente que ha llamado más la atención fue el puente colgante, que
por lo general se utilizaba para salvar barrancas estrechas y
profundas. Estos puentes se construían, tendiendo a través del
espacio que se iba a salvar cinco grandes cables que se anclaban
firmemente en una viga empotrada en pilas de mampostería en
cada uno de los extremos.- Los cables eran de fibra trenzada o
torcida, de bejucos o de ramas flexibles, largas y delgadas: De
estos cables, tres formaban el piso, el cual se mantenía plano con
la ayuda de piezas de madera cruzadas y esteras o barro, y los
otros dos, con bejucos entre ellos y el piso, servían de pasamanos.
Como no se usaban retenidas para fijar estos puentes, el viento los
combaba y balanceaba. Sin embargo, eran lo suficientemente
seguros para los peatones y las llamas. La idea de colgar de cables
un piso derecho y plano, como ocurre en los puentes colgantes
modernos, nunca se les ocurrió a los incas. Tales puentes se
reparaban cada año, y ésta era la tarea , mas el deber de
conservarlos, eran la contribución de trabajo impuesta a todos los
vecinos. Cobo nos describe uno de estos puentes que él cruzó en
243
Vilcas, y que tenía una longitud de 60 metros (Idem. P. 158).
El riego se practicó en el Perú desde tiempos muy remotos. Se
sabe de ello desde la primera época Moche. Pero lo mismo que
ocurre en otras ramas de la ingeniería, los canales construidos por
los incas superan técnicamente y en eficiencia a todos los demás
sistemas de canales construidos en otras culturas. Desde los
canales principales, el agua era conducida hasta los campos por
medio de pequeñas acequias, cuyo gasto podía regularse con
compuertas formadas con lozas de piedra. En algunas regiones las
terrazas que cubren las laderas, están contenidas con largos muros
de contención, construidos en piedra, y pueden compararse
favorablemente con las terrazas de la región de malaya (Idem. P.
159).
En el Cuzco el drenaje y el abastecimiento de agua estaban muy
bien resueltos. Las corrientes de agua que atravesaban la ciudad
estaban confinadas entre muros, y los lechos de los arroyos más
pequeños se pavimentaban con piedras. El agua se hacía llegar
hasta algunos edificios por conductos revestidos de piedra. En las
tierras buenas para la agricultura, se enderezaba y se estrechaba el
cauce de los ríos con el fin de aumentar y conservar la superficie
cultivable Los incas construyeron también baños de piedra con
agua corriente permanente. Hacían modelos en relieve de los
territorios conquistados, así como de distintas obras de ingeniería,
terrazas, edificios, e incluso ciudades, para que sirvieran de guía a
los ingenieros incas (Idem. P. 159).
14.2.9 EL USO DE LOS CAMINOS.
EL TRANSPORTE.
LAS COMUNICACIONES.
Desconociéndose en el Perú, como en toda América, los vehículos
de ruedas, los principales medios de transporte eran las llamas y
las espaldas de los cargueros. El carguero ataba a sus espaldas el
bulto que cargaba, por medio de lazos cruzados por el pecho y se
usaba también una banda que sujetaba la carga que se llevaba a la
244
espalda, a la frente. Para cargas más pesadas se hacían bastidores
de madera que podían ser cargados por varios hombres, como las
literas para dos personas, colocadas una frente a la otra, que se
usaba para cargar personas de la nobleza y para el Emperador, y
que la llevaban cuatro cargadores. Tales bastidores poseían cuatro
palos que se apoyaban en el hombro de los cargadores (Idem. P.
159).
En la época Imperial, las llamas se utilizaban principalmente en
largas reatas para transportar los bienes del Estado y pertrechos
militares, pero indudablemente en los primeros tiempos y en otras
regiones, las llamas, como ocurre entre los granjeros modernos,
eran propiedad privada de ellos, como ocurre ahora con los
caballos y el ganado. Nunca se utilizaban para cultivar los campos
ni para otras actividades: eran animales de carga (Idem. P. 161).
Además de servir los caminos para el transporte de carga, para el
tránsito ordinario de los funcionarios del Estrado, de los ejércitos
y de su avituallamiento El Estado incaico los usaba para mantener
en operación un sistema de relevos que funcionaba durante las
veinticuatro horas del día y cuya finalidad era el transporte rápido
de mensajes y objetos ligeros. A intervalos de 1600 metros, se
construían pequeños refugios, uno a cada lado del camino, y en
cada uno de ellos se instalaban dos jóvenes; uno de ellos estaba
encargado de vigilar constantemente el camino, en espera de un
mensajero. Cuando se divisaba a éste, se levantaba
inmediatamente, corría un trecho acompañando al jadeante
mensajero mientras se enteraba del mensaje, que solía ir
acompañado de un quipu, o recibía el paquete y salía corriendo a
toda velocidad para entregárselo al hombre en la siguiente posta.
El corredor (chasqui) era inmediatamente sustituido por otro
hombre. Estos jóvenes eran separados especialmente para este
servicio, que era su trabajo obligatorio o mita y al que le
dedicaban períodos de 15 días. Por medio de este sistema de
relevos podía mantenerse indefinidamente un promedio muy alto
de velocidad. Después de la conquista, continuó utilizándose el
mismo sistema, y los cronistas nos informan que el recorrido de
Lima hasta el Cuzco, que tenía unos 6723 kilómetros de camino
245
malo, requería tres días, lo que significa unos 224 kilómetros por
día, o una velocidad media de unos 9.6 kilómetros por hora.
Segura mente, en tiempos del los incas en que los caminos eran
mejor mantenidos, era menor. Por ejemplo, según informes
oficiales, se sabe que al Emperador, que residía en el Cuzco, se le
traía pescado fresco desde la Costa, en dos días (Idem. P. 161).
Al mencionarse el tema de las comunicaciones, debe mencionarse
el sistema de las señales de humo por medio de las cuales podían
enviarse mensajes, de un lado al otro del país, más velozmente
que con mensajeros (Idem. P. 161).
El transporte por agua solo tenía importancia en la Costa y en el
Lago Titicaca. En ambos lugares se hacía en barcos pequeños de
pesca armados con haces de totora a los que se llama balsas,
aunque eran en realidad barcos de tipo probablemente idéntico al
que se usa hoy día en el Lago. Las velas de estera sostenidas
sobre mástiles, se hacían de carrizos paralelos. Los barcos de la
Costa eran pequeños y ligeros, en general apropiados para un solo
hombre. Sin embargo, los pescadores por grupos los conducían
hasta mar adentro. En las Costa sur del Perú se usaban pieles de
foca infladas y en la parte norte calabazas vacías, sujetas por una
red. Las pieles de foca podían mantenerse infladas por medio de
tubos. En algunas de las regiones periféricas se hacían piraguas
con troncos ahuecados, cuando se disponía de la madera
apropiada, pero en las tierras altas del Imperio este medio de
transporte era desconocido (Idem. P. 161).
En la parte más septentrional del Perú y del Ecuador, donde la
mayor precipitación pluvial hace crecer los bosques en la
proximidad de la Costa, se construían, con la liviana madera del
árbol de “balsa”, embarcaciones mucho más grandes. Parece ser
que estas embarcaciones eran verdaderas balsas compuestas de
siete o nueve grandes troncos de distintas longitudes, acoplados
de modo que la proa quedaba puntiaguda y la popa cuadrada. Los
troncos se acoplaban con cuerdas y encima se colocaba una
plataforma; en el centro se instalaba un mástil para una vela;
también se utilizaban remos. Una de estas balsas podía cargar
246
hasta cincuenta hombres y navegar gran distancia. En este tipo de
balsas parece ser que el Emperador Topa Inca Yupangui (1471
1493) realizó su viaje desde las costas de Manta y Huancavilca
hasta un archipiélago lejos de la costa, del que se decía que estaba
bien poblado y rico en oro, y que era visitado por comerciantes
que navegaban en grandes balsas de madera con mástil y vela.
Topa Inca, codicioso y excitado en su curiosidad, organizó la
expedición con una flotilla de aquellas balsas y muchos hombres,
y navegando hasta las islas, pronto tomó posesión de ellas; a su
regreso, trajo consigo, según el padre Cabello, “prisioneros indios
de color negro, mucho oro y plata, y una silla de bronce y pieles
de animales como caballos”. Se juzga hoy, que se trata del
archipiélago de las Galápagos, de las cuales se creía que no
habían sido vistas por ningún humano hasta la llegada de los
españoles. Sin embargo, en enero de 1953, Thor Heyerdahl
encontró algunos restos de cerámica en James Bay y en dos de los
valles de la isla de Santiago, así como en Black Beach de la isla
de Floreana (estos nombres ingleses se han conservado, pero
fueron puestos por los bucaneros ingleses que las utilizaron como
refugio). Esta cerámica lisa, salvo algunos sapos en relieve, no
pudo nunca asociarse con formas de cerámica conocidas, aunque
muestran alguna semejanza con la cerámica Chimú o de la costa
del Ecuador De no encontrarse un tifón, y siguiendo los vientos y
las corrientes favorables, no hay razón para que una balsa grande
de aquel tipo, no llegue hasta Indonesia y aún al Asia. Hay
pruebas de que en la Antigüedad no eran raros los viajes largos
por el Pacífico. La balsa Kon Tiki que se dejó arrastrar por una de
aquellas corrientes, viajó desde el Perú en hasta las islas Tuamotu
en Polinesia, en 1947 (Idem. Páginas 124 y 163). .
En el Imperio Inca no existía el negocio entre particulares, ni
había establecido un medio de cambio, el comercio era
insignificante. De la misma manera estaba prohibido cambiar de
residencia más allá de la inmediata vecindad, así como viajar por
placer a lugares muy alejados de los hogares. Casi el único
intercambio posible de propiedad, era el de objetos hechos a
mano, que se podían cambiar en los mercados de la localidad o en
las ferias que se celebraban a intervalos frecuentes y regulares. De
247
esta manera, un hombre o una familia industriosos podían
especializarse en la producción de algunos artículos o utensilios
caseros de gran demanda, acumular un excedente en los ratos
libres y cambiarlos por objetos de otros géneros, hechos por
artesanos distintos. Otros materiales que podían cambiarse, eran
los artículos sobrantes en las periódicas distribuciones públicas.
La familia que recibiera artículos que no necesitaba o no deseaba,
podía cambiarlos por otros con una familia que los necesitara. De
suerte que el Comercio, tal como lo conocemos en Occidente, no
era conocido entre los Incas (Idem. P. 163).
14.2.10 LA MAYOR EXPRESIÓN DE PLENITUD
ARTÍSTICA PERUANA:
SUS TEXTILES
“Los antiguos peruanos no erigieron partenones, ni coliseos, no
esculpieron ninguna Venus de Milo, ni pintaron obras maestras.
Su arquitectura, más que por su belleza se caracteriza por su
solidez; y más que por su arte, es notable por la magnífica técnica
de mampostería. Las esculturas de piedra son raras en la Costa,
pesadas y severas en las tierras altas. Fue en los objetos pequeños,
en las vasijas de barro, en los tejidos, y los trabajos en metal,
donde los artistas peruanos prodigan su habilidad y su arte
creador. El arte fue para ellos un elemento integrante de su vida
diaria, no un simple interés independiente de esta. Sin embargo,
más que como artistas, los peruanos se destacaron como artesanos
(o artesanas). Como tejedores, alfareros y orfebres, bien pueden
haber levantado sus cabezas con orgullo entre los contemporáneos
de cualquier cultura del mundo. Y en la industria textil, la mujer
peruana está considerada por muchos especialistas de hoy en día
como la mejor tejedora de todos los tiempos”(Idem. P. 222).
“Resulta difícil escribir sobre el arte peruano del tejido sin utilizar
frases superlativas. Y sin correr el riesgo de parecer exagerado o
de tomar partido. Los peritos textiles (no solamente los
arqueólogos entusiastas) dicen que los antiguos peruanos
utilizaron prácticamente todas las técnicas de tejido y adorno
248
textil conocidas hoy en día, con excepción del estampado a
máquina, y de algunos procedimientos muy especiales inventados
últimamente; también aseguran que llegaron a fabricar productos
de mejor calidad que los que se hacen ahora, pues algunas de sus
telas más finas nunca han podido ser igualadas en lo que de
refiere a delicadeza y ejecución.. Entre los diversos tejidos
peruanos se encuentran los torzal, de paño sencillo, de ligamento
acanalado, la saga, la guinga, los de ligamento pesado, y de
ligamento ligero o abobinado, el brocado, los tapices, el bordado,
los tejidos tubulares, de pelo anudado, de paño doble, gasas,
encajes, tejidos de aguja, telas con decoración pintada y las
teñidas “con reserva”, así como otros varios procesos especiales
típicos del Perú, y probablemente imposibles de reproducir hoy
día, aún con los medios mecánicos más modernos” de todas
maneras, el desarrollo de las técnicas textiles en el Perú parece
haber seguido una evolución autóctona(Idem. P. 223).
La costa peruana se parece mucho a Egipto en su aridez. En
ambos lugares se tenía el cuidado de hacer las sepulturas a gran
profundidad y en lugares en que las lluvias eran casi
desconocidas. Por eso se han conservado, de manera
extraordinaria, objetos de materiales orgánicos como la madera y
las fibras. Casi todos los tejidos peruanos conocidos provienen de
esas tumbas de la Costa y, a juzgar por algunos ejemplares de
telas encontradas en ellas, que sin duda fueron tejidas en las
tierras altas, puede verse que los habitantes de aquellas regiones,
tanto del lado del Perú actual como de Bolivia, hacían tejidos tan
buenos como los habitantes de la Costa, y quizás pueda decirse lo
mismo de los actuales Ecuador y Colombia. En el Perú, cuando
menos durante el Imperio Inca, algunas personas y sobre todo
algunas “Mujeres escogidas”, dedicaron todo su tiempo al huso y
al telar (Idem. P 224).
Igual que ocurría en todos los pueblos primitivos de todo el
mundo, en el Perú, y muy particularmente durante la última época
de los incas, las mujeres eran las que hilaban con sus husos y las
que tejían. Es de suponer que pasaban la mayor parte de su tiempo
junto al telar e hilaban mientras tejían. Además de tejer las ropas
249
nuevas arreglaban las viejas, volviendo a tejer los lugares
desgastados y rotos, de la misma manera que hoy lo hacen las
personas especializadas en hacer zurcidos invisibles, en vez de
hacer simplemente remiendos. El tejido de telas para fines
funerarios ocupaba gran parte de su tiempo. Con frecuencia se
encuentra en las tumbas peruanas, según parece, siempre en las
mujeres, canastos de junco para la labor, que son alargados y con
tapa.; dentro se encuentran husos, ovillos de hilos de algodón y
lana, y otros pequeños utensilios y materiales para tejer (Idem. P.
224).
Doce más ejemplos se han encontrado para el estudio del arte
textil peruano es en la Costa meridional. En esta región casi
totalmente árida, el estado de preservación de las telas es
realmente extraordinario, y la cantidad que se conoce de ellas es
muy grande. Su calidad técnica y artística son excepcionales. La
fuente más prolífica de tejidos finos es Paracas Necrópolis aunque
en los cementerios de Nazca también han aparecido muchas. De
acuerdo con las fechas obtenidas por el método del radiocarbón,
entre la época de los últimos pescadores–campesinos de Huaca
Prieta - que desconocían la cerámica -, y el de los hombres que
depositaron las ofrendas mortuorias en Paracas Necrópolis,
median unos mil años, período en el cual la técnica textil logró
grandes adelantos. De esta época hasta la de Pizarro poco fue el
adelanto de la industria textil. Las herramientas que usaron las
“Mujeres escogidas” que hicieron las vestiduras de Atahualpa
eran casi iguales a las usadas por las mujeres que tejieron los
mantos de Paracas: Husos sencillos, telares, bobinas y “sables” de
tejer. No utilizaban la lanzadera para atravesar las caladas, y la
bobina se pasaba a mano. Es probable que el huso mismo haya
sido utilizado también como bobina. Los primeros tejedores
conocidos de la Costa meridional, los del período Paracas, así
como los más tardíos del Valle del Nazca, utilizaban ya todas las
técnicas fundamentales del último período (Idem. P. 228).
El algodón representa el material más usado en los tejidos en
todas las épocas. En el Perú esta fibra se presenta, de manera
natural en varios tonos y colores, suaves que van del blanco al
250
pardo rojizo y al gris. Los nativos tienen, incluso, palabras
diferentes ara designar algodones de hasta seis matices naturales
diferentes.. Aquellos diferentes algodones se usaban ( se siguen
usando) par5a tejer telas con diseños especiales para destacarlos
con los diferentes colores. En el Perú no se conocieron ni la seda
ni el lino pero sí el líber de varias plantas fue usado en todas
partes y durante todos los períodos. Sin embargo rara vez fue
utilizado en la fabricación de telas; más bien se usó para
productos muy especiales, por ejemplo, para redecillas finas para
el pelo, y, sobre todo para la fabricación de cordelería. Desde que
apareció el uso de la lana en la Costa, por primera vez, ya se
usaba constantemente en las tierras altas. Procedía ésta de las
llamas, que era basta, de la alpaca que era más fina y de la vicuña
salvaje que era la más fina de todas. Su fibra es fina y larga. La
lana seleccionada de alpaca suele ser tan fina como la de vicuña.
Al parecer, en todos los casos en que los expertos han estudiado
algún tejido detenidamente, éste ha sido elaborado con lana de
alpaca. (Idem. P. 228).
El uso de materiales colorantes debió anteceder seguramente a las
técnicas de tejer, siendo una extensión natural del arte inmemorial
de la pintura. La mayoría de los tintes debieron ser de origen
vegetal. Por ejemplo, el índigo, de la planta Indigofera
suffructicosa, el rojo, del achiote (Bixa orellana), pero otros eran
de origen mineral y otros de origen animal. El insecto rojo
llamado “cochinilla” (Coccus cacti) era cultivado con ese fin y el
color púrpura era obtenido de un molusco, “Púrpura” lo mismo
que hacían los nativos de Centroamérica (durante la época clásica
mediterránea, la famosa púrpura tiria, era obtenida de un molusco
parecido). A veces el algodón se teñía en bruto. A esto se debe
que alguna vez se pensó que había una variedad de algodón azul.
La lana se teñía ya hilada (el teñido tiende a enredar las fibras)
Poco se sabe de los mordientes usados para fijar los colores. Tal
vez no se usaron mordientes, aunque algunas pruebas parecen
demostrar que se usó el alumbre. La orina humana, empero, fue
un reactivo más común en la América del Sur aborigen (Idem. P.
229).
251
El proceso del hilado consiste en el torcido de las fibras en bruto
para convertirlas en hilos. Esta operación debe ser precedida por
una cierta preparación de dichas fibras. En el caso del algodón se
debe separar la fibra propiamente dicha de de las semillas que hay
en la cápsula. Cualquiera que sea la fibra, primero debe lavarse y
luego cardarse, para colocar las fibras paralelas. En el Perú, igual
que en las demás partes del mundo, la separación de la semilla se
hacía a mano, hasta que se construyeron las primeras
desmotadoras (Idem. P. 230).
Los torzales e hilos logrados por las mujeres peruanas de la época
precolombina con, apenas, sencillos usos de mano, han
despertado gran admiración entre los técnicos textiles de la
actualidad. Uno de ellos ha hecho la declaración siguiente: “No
tiene objeto buscar el hilo perfecto puesto que ya se ha
conseguido”. Otra autoridad en la materia afirma: “Estos hilos son
los mejores que se han producido jamás….Ningún hilo hecho a
máquina, por bueno que sea, llega a esta perfección.”. Tales
alabanzas se refieren a la finura del hilo, aunque su uniformidad
también es por lo menos igual a la obtenida en máquinas
modernas (Idem. P. 230).
El algodón aborigen del Perú no era de tan buena calidad como el
algodón moderno. En Dacca, India, con éste último, se han hilado
a mano hebras de algodón más finas (número 500); y se han
logrado a veces, en Manchester, hebras de número 420 hechas a
máquina. Sin embargo, teniendo en cuenta el material disponible,
los antiguos peruanos llegaron al número 250. Los hilos más finos
elaborados hoy con algodón peruano llegan al número 70 (Idem.
P. 230).
La lana no puede hilarse tan finamente como el algodón, pero los
peruanos contaban con unas lanas de extraordinaria calidad: Las
de la alpaca y la vicuña, y sabían sacar el mayor provecho de
ellas. Sus hilos de lana son los más finos que jamás se hayan
hecho. Los más finos que se han elaborado hoy en lana alcanzan
en la escala para el algodón en la industria textil, a los números 70
y 90. Los hilos de lana de mejor calidad en los antiguos peruanos
252
son tres veces más finos: Su clasificación alcanza entre los
números 180 y 200. Los tejidos de tapicería de lana más finos,
con frecuencia llegan a tener más de 200 hebras en una pulgada
de trama; los que tienen 300 no son raros” (Idem. P. 230).
“Hilos y torzales de semejante finura eran, como es natural,
producto de años de cuidado, experiencia, práctica, emulación y
competencia. Las herramientas empleadas en la manufactura de
estos hilos extraordinariamente finos y uniformes no podían ser
más sencillas: un bastón ahorquillado que servía de rueca para
sostener la fibra esponjada, y un simple uso de mano. Durante la
larga historia del tejido en el Perú, pocas mejoras parecen haber
sufrido estas herramientas (Idem. Páginas 230 y 231).
La finura y calidad admirables de las telas peruanas se deben a la
paciencia, cuidado, conocimiento y maestría de la tejedora y no a
la perfección de sus aparatos, que no podían ser más sencillos.
Durante todos los tiempos se utilizó el telar primitivo de correa
posterior, el cual sufrió apenas muy pocas modificaciones desde
los primitivos tiempos hasta los más tardíos. Con ese simple
equipo, las mujeres peruanas aprendieron a elaborar las mejores
telas del Perú. Uno de los extremos del telar era atado a un poste o
un árbol; el otro a una banda que le daba la vuelta por detrás a la
tejedora, medio con el cual le daba la tensión a la urdimbre que
ella deseaba. (Idem. P. 233).
14.2.11 LA CERAMICA, LA METALURGIA,
Y OTRAS ARTES MENORES
Al menos, para los arqueólogos que trabajan en América, la
alfarería representa el medio más idóneo conocido para la
identificación de muchas culturas y los movimientos que dentro
de ellas se suscitan. El interés de los arqueólogos en la cerámica,
está menos referido a la estética, en sí misma, que a los indicios
de la creatividad de los hombres para resolver problemas
prácticos de su vida o para entender mejor la evolución de las
técnicas aplicadas en ello. La cerámica es particularmente
253
importante como testimonio de una sociedad, de una época, de las
cuales no hay registros históricos (Idem. P. 246).
No obstante tener ese valor testimonial, en América la cerámica
alcanzó la categoría de un medio artístico de primera importancia,
pues en realidad, no fue el de alfarero, el ejecutor de un simple
oficio, sino más bien el artífice de una expresión del arte. Casi
todos los grupos humanos que hicieron aportes valiosos al avance
de cultura universal en el Perú tienen una excelente alfarería y
ésta es de un incuestionable valor artístico. De ellas, las mejores,
son las que se enterraban con los muertos y es muy posible que se
elaboraran con el expreso propósito, de rendirles un homenaje
especial a ellos (Idem. P. 246).
El antiguo Perú puede probablemente reclamar el primer lugar en
América, tanto por la cantidad como por la calidad de sus
productos cerámicos. La mayor parte de ellos proceden de los
cementerios costeros. La cerámica de las tierras altas no es ni tan
abundante ni tan artística, aunque sea de primera clase
especialmente desde el punto de vista técnico. Los más modernos
de los cementerios costeros están situados a los bordes de los muy
cuidadosamente cultivados y populosos valles. De aquellas
sepulturas han salido la mayor parte de las colecciones dispersas
en los museos y colecciones privadas del mundo entero, casi todas
ellas en un estado casi perfecto de conservación. El número de
piezas debe sumar varias decenas de miles de ellas. Algunos
cementerios han sido descubiertos hace relativamente poco. Uno
de esos casos es el de la preciosa cerámica Nazca, de la que se
conocía muy poco antes de que el Dr. Max Uhle la descubriera en
1902.
En la cercanía de la mayoría de los centros poblados peruanos
había depósitos de materiales arcillosos propios para el trabajo de
la alfarería. Sin embargo, la calidad de la arcilla era muy variada
lo que podía afectar la calidad relativa del producto cerámico. En
muy pocos casos podía usarse, tal cual era obtenido el material
arcilloso de los yacimientos del mismo, por lo cual era preciso
hacer algunas correcciones, particularmente para evitar el
254
resquebrajamiento durante el proceso de horneado y hacer que la
arcilla se hiciera más maleable. Ello se conseguía agregando
material sólido pulverizado, como roca, mica, arena, conchas, y
en otros casos tiestos de barro también pulverizados. En cada
región y en cada época, había un material favorito de los artistas y
este criterio sirve también a los arqueólogos para identificar y
clasificar el origen de sus hallazgos arqueológicos (Idem. P. 246 y
247).
Una de las diferencias más notables en los métodos de hacer
cerámica entre el Nuevo y el Viejo Mundo, se debe a la falta en
América de la rueda del alfarero. Se daba forma a las vasijas a
mano o vaciándolas en moldes, también confeccionados a mano.
También se hacían por el procedimiento más generalizado del
“enrollamiento”. Luego de mezclar la arcilla con agua hasta
conseguir la consistencia deseada, se le agregaba el “mordiente”,
que consistía en el polvo de material seco. Después de modelar la
base, el alfarero hacía una “culebra” de barro tan uniforme como
fuera posible y del grosor deseado, que iba enrollando de la base
hacia arriba.. Luego alisaba las paredes por dentro y por fuera,
con la ayuda de sus propias manos, de un trozo de piedra pulida o
un trapo hasta hacer desaparecer toda irregularidad. Los objetos
de barro más pequeños se hacía a menudo con moldes de arcilla y
en la Costa norte, esa técnica se usaba, incluso para vasijas de
regular tamaño. En el acabado del producto final se aprecian
indicios del método de fabricación. Las figurillas humanas se
elaboraban en moldes divididos en dos mitades que permitían,
incluso, la producción en serie Después de moldear el exterior de
la pieza, esta se alisaba y a veces se pulía. Pero si estaba destinada
a ser pintada, se recubría con un baño de arcilla diluida (Idem. P.
248).
La antigua técnica de cocción de los peruanos es poco conocida.
Sin embargo, la perfección de los productos logrados muestra la
evidencia de que lograron dominar completamente la técnica
adecuada. Por ejemplo, la temperatura alcanzada debió de ser
muy elevada, aunque, desde luego, inferior a la requerida por la
actual loza vidriada, y más aún, por la elaboración de la
255
porcelana. Se aplicaban exitosamente el método de oxidación, a
altas temperaturas, logradas probablemente forzando la entrada de
aire al horno, y el método de reducción, de baja temperatura,
restringiendo, probablemente la entrada de aire al horno, tal como
se hace para la elaboración del carbón de madera (Idem. P. 248).
La ornamentación de la cerámica peruana es muy variada. Se
pintaban motivos en las vasijas con diferentes pigmentos de
distintos colores, se practicaban incisiones con algunas
herramientas especiales y se aplicaban ornamentos en relieve y se
estampaban ciertos dibujos mediante el uso de ciertos troqueles.
El fondo de los dibujos se rebajaba “tallando“ el barro a su
rededor para darles realce. La pintura directa, con uno o muchos
colores, era la forma más común de pintar; sin embargo se usaron
muchas fórmulas decorativas diferentes. Por ejemplo, en algunos
lugares se usó un interesante procedimiento de teñido “con
reservas”, llamado ahora “pintura negativa” y hace algún tiempo,
“color perdido”. Parece ser que se pintaba toda la pieza con un
material parecido a la cera, luego se dibujaban los motivos , se
aplicaba el color y entonces se limpiaba el material. De esta
técnica se encuentran ejemplos esporádicos en toda América,
desde el Perú hasta Ohio, EE. UU. y se dice que puede tener
alguna relación con el teñido de ciertos textiles “con reserva”,
tales como el batik y el ikat. (Idem. P. 248 y 249).
En el Perú, como lo indican las excavaciones de Huaca Prieta, el
arte del tejido precede al de la cerámica. No obstante, la cerámica
peruana más antigua que se conoce, la de Guañape, es ya de
buena calidad y debe haber tenido un largo período de desarrollo,
casi seguramente en otra región. La secuencia del desarrollo de la
técnica en la cerámica peruana no ha sido establecida todavía. Sin
embargo no parece haber una evolución de la técnica muy
importante desde los primeros tiempos hasta los recientes.
Fundamentalmente, el alfarero incaico usaba los mismos procesos
que sus predecesores de Guañape (Idem. P. 249).
La metalurgia es una técnica que aparece tarde en las diferentes
culturas. La principal dificultad que se presenta y que tienen que
256
enfrentar las culturas, es el desarrollo de altas temperaturas de
fundición. Mientras tanto, hay otras técnicas que van siendo
aprovechadas para realizar los primeros trabajos con diferentes
metales. En el Viejo Mundo el cobre y el bronce surgieron ya
avanzada la historia humana; el hierro más tarde aún, y allí se
usaron, más que todo, en objetos utilitarios. La América aborigen
no llegó a la Edad del Hierro. El hierro casi nunca se encuentra en
estado libre, a no ser en meteoritos, y la temperatura necesaria
para fundirlo no puede ser conseguida por métodos primitivos. El
cobre nativo fue trabajado por tribus de Norteamérica en
horizontes prehistóricos del Lago Superior y en México (Idem. P.
290).
El desarrollo de la metalurgia peruana no tiene suficiente
importancia, ni se conocen tampoco suficientemente bien los
detalles evolutivos como para emitir un concepto muy definitivo.
Puede decirse, sin embargo, que por el grado de dificultad que su
explotación y manufactura implican, que históricamente el oro fue
sin duda el primer metal que se benefició en el Perú. El oro de
aluvión se obtiene fácilmente por medio del lavado y se presta
para la elaboración de objetos artísticos de los cuales se espera
que conserven su color y su brillo. Es muy posible, que los
primeros objetos de oro que se hicieron en América fueran los de
los pobladores de la actual Colombia y de la Costa peruana. La
técnica más sencilla y por consiguiente, la que pudo emplearse
primero fue la del martillado o repousé. Por medio de él se
reducen las pepitas de oro, que es muy maleable, a una delgada
lámina, la cual se martilla para conseguir el relieve deseado sobre
diversos moldes para formar dibujos. El trabajo del oro estaba
muy difundido en Ecuador, Panamá y Colombia, tanto como en el
Perú. También se trabajaba allí el cobre, en Colombia y Ecuador
el platino, pero ni la plata ni el bronce se conocían en estos dos
países. La plata, el cobre y el estaño se obtenían en el Perú de
venas o filones de los metales en estado puro. No ha podido
saberse si los obtenían también por fundición de las menas.
Solamente en el caso del cobre y de la plata se tiene claro que los
fundían (Idem. P. 250).
257
Los artesanos de la metalurgia parece que conocían las virtudes
del carbón, pero no conocían el fuelle. La corriente de aire
necesaria la obtenían de hombres que soplaban por un tubo. A
veces se reunían muchas personas para soplar en un solo horno.
También solía instalarse el horno en la falda de una colina que
disfrutara de fuertes corrientes de aire. Los peruanos practicaron
todos los procesos de martillado, recocido y de aleaciones, y se
obtuvieron con ellos resultados excelentes. El punto de fusión de
los metales baja con la aleación y el bronce debió de fabricarse en
un principio, no para conseguir una mayor dureza, sino para
facilitar la fundición del cobre. Estos metales reaccionan distinto
al martillado y al temple. El martillado en fría endurece mucho al
cobre y lo hace más duro, incluso, que el bronce, obtenido por
fundición con un bajo tenor de estaño Todos los bronces
suramericanos son del tipo llamado alfa, o de un bajo tenor de
estaño; no más del 12% y son relativamente blandos si no se los
endurece a martillo. (Idem. P. 251).
Los adornos de oro especialmente, se elaboraban partiendo de su
fundición y usando el procedimiento de la “cera perdida” o cire
perue técnica que también usaban los orfebres del Viejo Mundo.
El procedimiento consistía en elaborar una pieza en cera de
abejas, que luego se revestía con arcilla, la cual sería, al
endurecerse, el futuro molde. Lugo se derretía, por calentamiento,
la cera, cuyo espacio quedaba libre para verter en él el oro
fundido. Al solidificarse el oro se rompía la pieza de arcilla y el
resto del trabajo se hacía dándole a la pieza de oro el pulimento
que requería. La metalurgia americana estaba destinada a la
elaboración, más de objetos decorativos y artísticos que
utilitarios, aunque se fabricaban herramientas para labrar la tierra,
principalmente en cobre y en bronce (Idem. P. 252).
La talla de madera es un arte casi universal y debió ser practicado
por casi todos los grupos indígenas americanos. Con excepción
del Perú, los objetos arqueológicos de esta especie son muy
escasos; se han encontrado principalmente en las tumbas de la
Costa y otros en las zonas productoras de guano, donde pudieron
perdérsele s a sus dueños. Los objetos de madera más grandes
258
conocidos son todos utilitarios, layas, palas, canaletes (para
navegar con canoas), mazas, palos para excavar (quizás para
sembrar maíz y otras semillas), bastones y otros similares.
También se elaboraban herramientas de hilar y tejer, como barras
de telar, sables de tejer, husos, bobinas, siendo los objetos que
más se encuentran en las tumbas, pero también se encuentran en
ellas adornos para las orejas, figurillas, lanzadardos, y docenas de
otros enseres y adornos. Uno de los objetos más característico es
el quero (o kero). Es una copa de madera oscura y dura, con orilla
abocinada. Aunque su forma es típica del período Tiahuanaco, la
mayor parte de los queros conocidos datan de la última época del
Imperio Inca y de la Colonia (Idem. P. 253).
Las plumas fueron un material favorito de los antiguos peruanos.
Preferían las de colores brillantes como los loros y el guacamayo.
Para mosaicos pequeños y delicados usaban las plumas de colibrí,
pero son pocas las obras de tal fragilidad que se han conservado
en su belleza original. Las piedras de colores vivos y de grano
fino que admitían un alto grado de pulimento, eran talladas como
cuentas, para pendientes y ornamentos de modelos diversos. Las
cuentas no son muy grandes y los pequeños cuencos tallados de
piedra con cabezas de llamas, son característicos del período Inca.
El arte de la cestería en el que muchos pueblos indígenas se
destacaron, careció de importancia en el Perú (Idem. P.254).
14.3.0 LA ORGANIZACIÓN SOCIAL
El ayllu era indudablemente el grupo social y político
fundamental del Perú y databa de mucho antes del Imperio Inca.
El parentesco era su base y su lazo de unión. El ayllu puede
considerarse muy bien un clan, aunque no se comporta en algunos
aspectos como tal. Muchos escritores que se habían ocupado de la
organización social incaica habían considerado que el ayllu era un
clan típico, con todas las características de tal, incluyendo el
totemismo, descendencia por línea femenina y exogamia.
Entonces se pensaba que las diferencias con este comportamiento
en los actuales quechuas y aymaras se debía a la influencia de las
costumbres sociales de los conquistadores españoles. Sin embargo
259
el estudio cuidadoso de los relatos de los primeros cronistas
indica que en el ayllu incaico no existía ningún tótem, que la
descendencia se consideraba en línea masculina, y que la
endogamia, o matrimonio dentro del grupo, era una práctica
común. Es cierto que algunos ayllus hacían remontar su origen a
ciertos animales, pero otros lo atribuían a personas o lugares
míticos; el animal antecesor no se consideraba tabú cuando se
trataba de cazarlo para incluirlo en su dieta alimenticia y ningún
ayllu, a pesar de tener siempre un nombre, no tenía jamás el de un
animal, sino por lo general el de un lugar o una persona (Idem. P.
164).
El hijo trasladaba su mujer a vivir cerca de sus padres, La
residencia de los miembros del ayllu era regularmente patrilocal.
Su jefe tenía bastante autoridad y era el responsable de los actos
de los miembros del clan y era el encargado de vengar los
agravios que les hiciesen. El régimen de prestaciones agrícolas
comunales para el sostenimiento del jefe o sinchi, debió de existir
desde tiempos muy remotos. Cada ayllu poseía tierras de cultivo,
tierras de pastoreo, y bosques comunales y, en lo referente a las
relaciones exteriores, funcionaba como una unidad. Cada ayllu
reconocía un fundador, un antepasado común de todos los
miembros; se conservaba su cuerpo momificado y se le rendía un
culto ceremonial. En los cuatro años transcurridos entre 1615 y
1619, un siglo después de la Conquista, los españoles recogieron
1365 cuerpos momificados de antepasados de ayllus que eran
venerados por sus descendientes (Idem. Páginas 164 y 165).
En la época del Imperio, nuevas instituciones, que nada tenían
que ver con el parentesco, fueron superpuestas a las instituciones
de parentesco, o derivadas de ellas. No obstante, sus
características fundamentales fueron conservadas o modificadas
ligeramente y el ayllu se convirtió en la unidad social más
pequeña del sistema social Inca. Esto produjo un gran cambio en
la actitud del plebeyo. Empezaron a formarse nuevos ayllus,
especialmente con el nuevo sistema de cambiar ciertos grupos
sociales de un lugar a otro. Algunos eran formados para los
descendientes de personajes destacados. Cada emperador que
260
ascendía al Poder formaba su propio ayllu real constituido por sus
descendientes varones, excepto el primogénito real, quien
normalmente llegado el momento establecería, a su vez, su propio
ayllu real. En el momento de la Conquista española había once de
estos ayllus reales. Uno de cada uno de los emperadores
reconocidos históricamente (Idem. P. 165).
Según Bram, antes de la Conquista y de la incorporación al
Imperio de un ayllu o de un grupo de ayllus, los indígenas vivían,
desde el punto de vista político, social, económico, lingüístico y
religioso, circunscritos a un pequeño mundo. Políticamente, el
indígena prestaba obediencia a un sinchi o a un curaca, a quien,
en la mayoría de los casos conocía personalmente, y que, además
no era extraño a su grupo. Cuando el poblado estaba en peligro de
ser atacado y tenía que defenderlo, el objeto de una guerra, en tal
caso, era obvio para él. Luchaba en un medio familiar por una
causa que le atañía directamente. Las relaciones sociales dentro
de un ayllu eran semejantes a las de una comunidad casi sin
estratificar, y con tierras colectivas. El curaca y su familia
constituían la única nobleza mientras que en su masa, los
plebeyos, eran todos iguales. Las posibilidades de una mejoría
económica y social eran muy remotas, lo que sin duda debió
contribuir a asegurar considerable grado de estabilidad en las
relaciones entre personas. Económicamente, cada ayllu era una
comunidad que se bastaba a sí misma, y que, en una escala
moderada, practicaba el intercambio de productos con sus
vecinos. El curaca estaba eximido de trabajar en el Campo y él y
su familia eran sostenidos por el trabajo de la comunidad. Ello no
era muy dispendioso, particularmente, en comunidades de
mediano tamaño. La gran variedad de grupos lingüísticos en la
región limitaba las relaciones de los indígenas con grupos
extraños. Esto pasaba también respecto de las costumbres
religiosas. En cada ayllu se limitaba el culto a la veneración de
sus propios antepasados. Sólo de vez en cuando demostraban
interés por el culto que se practicaba en los ayllus vecinos (Idem.
P. 166).
261
Está tan arraigado nuestro propio sistema de parentesco patrilineal
en que se reconoce la paternidad y la maternidad, por igual con
nuestras formas de parentesco, que nos parecen absurdos otros
sistemas de parentesco. Sin embargo, es preciso penetrar las
consideraciones de parentesco de otros pueblos si queremos
entender el misterio de su papel de las diferentes personas dentro
de la organización social. En el caso peruano, la estructura que
formaba el ayllu apoyado en su forma típica de parentesco propio,
explica cómo se discriminaban entre sí las personas, cómo se
relacionaban entre sí, y cómo se denominaba entre sí su
.parentesco. En la organización social del ayllu, la diferencia de
sexo era determinante. El parentesco de los primos hermanos y
los hermanos, incluso, los primos hermanos cruzados de la misma
generación se designaba con la misma palabra y no se
diferenciaba entre unos y otros. Un padre tenía hijos e hijas; la
madre solamente tenía descendientes. El padre y el hermano del
padre tenían el mismo nombre. De la misma manera se daba el
mismo nombre a la madre y a su hermana. Pero la hermana del
padre y el hermano de la madre tenían otro nombre. La palabra
para hermano y para hermana se diferenciaba, si era utilizada por
un hombre o una mujer. De allí que si hablaba un hombre o una
mujer, se oían palabras diferentes para designar el mismo
parentesco (Idem. P. 164).
Los ayllus de una región estaban agrupados, de todos modos, en
dos y a veces en tres sayas o secciones, y estas formaban una
provincia (guamán). En el caso de pueblos conquistados, es decir,
la mayoría de los del Imperio, la provincia correspondía a una
tribu o Estado indígena anterior. Las provincias diferían
considerablemente, por lo tanto, en el tamaño y en el número de
habitantes. Cada provincia tenía su ciudad capital, que era el
centro de la administración pública, tanto política como religiosa,
y sus habitantes usaban en el tocado algún distintivo característico
establecido. Las provincias estaban agrupadas, además, en uno de
los cuatro cuartos (suyu) en que se dividía el gran Imperio. El
Cuzco, la capital Inca era el centro de todo el Imperio. Tanto
políticamente como geográficamente, porque las líneas divisorias
pasaban por allí, de sur a norte y de oriente a occidente,
262
aproximadamente. El cuarto noroeste se llamaba Chinchasuyu, e
incluía al actual Ecuador y el actual Perú septentrional. El cuarto
suroeste, se llamaba Cuntisuyu, estaba formado por el Perú
meridional. Al noreste estaba Antisuyu, que contenía las colinas y
bosques orientales. Y Collasuyu, estaba en el sureste y
comprendía los grandes territorios altos de los aymaras, la cuenca
del Lago Titicaca, la mayor parte de Bolivia, las tierras altas del
noroeste de la Argentina, y el norte de Chile. Al Imperio lo
llamaban los Incas Tahuantinsuyu, que significa la “Tierra de los
Cuatro Cuartos” (Idem. P. 167).
El funcionario administrativo en cada una de las capitales de
provincia era un inca de la nobleza, y los gobernadores de los
cuatro cuartos formaban el gran consejo de Estado con sede en el
Cuzco. Estos también eran nobles Incas de alto rango, por lo
general emparentados muy cercanamente con el emperador, pero
sus cargos no eran hereditarios. El consejo presentaba sus
sugerencias y opiniones ante el emperador para que este decidiera
y actuara (Idem. P. 167).
Bajo las órdenes del gobernador principal estaban los curacas de
quienes ya hemos hablado antes, que se clasificaban en cuatro
categorías, según el número de hombres –contribuyentes- que
tuviera a su cargo. El orden estaba establecido según un sistema
decimal. El curaca de menos categoría era el jefe de un centenar
de hombres. El de la categoría máxima era el jefe de diez mil. El
puesto de curaca era hereditario, pero sujeto a aprobación
imperial. Al frente de los grupos más pequeños (diez a cincuenta),
había capataces de dos categorías, algo parecido a como
funcionan entre nosotros los grados militares de suboficial y
oficial.. Estos eran plebeyos elegidos por los curacas y sus
puestos no eran hereditarios. Algunos cronistas afirman o dan a
entender, que el sistema decimal era muy riguroso. Sin embargo
la alteración constante del orden en la composición numérica de
las familias y ayllus debido a los nacimientos y las muertes
hubiera hecho las cosas completamente impracticables, y hubiera
exigido una constante reorganización y reclasificación (Idem. P.
167).
263
El número de contribuyentes se determinaba de acuerdo con
registros cuidadosos que se tenían constantemente al corriente,
mediante los informes – de nacimientos y muertes- preparados
por los capataces y remitidos por éstos a sus superiores. Los
totales de las regiones principales se anotaban decimalmente en
quipus y se enviaban cada año a la oficina de censos del Cuzco,
de manera que las autoridades correspondientes tenían, en
cualquier momento, un registro, aproximadamente correcto, de
las estadísticas de población de todo el Imperio. En este registro
los individuos estaban clasificados en varias categorías, de
manera muy rigurosa. Los niños, antes de los ocho años estaban
divididos en cuatro de ellas, ciertamente un grupo de población de
poca importancia para el Imperio. Posiblemente, las categorías
variaban de provincia en provincia, y era mu8y seguro que la más
importante de ellas era la del puric. Que correspondía al hombre
adulto y sano, de edad entre los veinticinco y los cincuenta años
de edad, capaz de realizar una jornada de trabajo duro en los
campos, el ejército o las minas. El era la unidad del sistema social
y representaba a su familia. Esta clasificación se aplicaba
solamente a los varones. Probablemente para las mujeres había
también una lista de censos (Idem. P. 168).
14.4.0 LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA
Según Mason, el “Estado Inca constituía una curiosa mezcla de
teocracia, monarquía, socialismo y comunismo”. La tierra era
propiedad del Estado y la mayor parte se explotaba
comunitariamente. La mayoría de los rebaños de llamas
pertenecían también al Estado y lo mismo ocurría también con las
minas. Estos eran prácticamente los únicos “medios de
producción”. El Estado protegía a la población del hambre, de la
explotación, del trabajo excesivo y de toda clase de necesidades;
pero, al mismo tiempo, registraba a los individuos rigurosamente
y no les daba derecho de elección, independencia ni iniciativa. No
existían períodos de prosperidad ni depresión. Se trataba de un
Estado basado en la asistencia social par excellence., sistema
hacia al que tendieron nuestras sociedades democráticas durante
264
el siglo XX y que entró en crisis con la caída del Muro de Berlín
en 1991 y el advenimiento del nuevo liberalismo como régimen
político y de la “globalización” de la economía mundial como
sistema integral de organización económica. Pero parece ser que
estaba eficazmente administrado, y se castigaba severamente la
corrupción, el abuso de la autoridad, o la falta de cumplimiento
del deber por parte de los funcionarios públicos. Allí había, sin
embargo, una clase numerosa de sacerdotes y nobles que eran
mantenidos por la población. A los campesinos se les exigía un
fuerte tributo en forma de trabajo, tributo que les proporcionaba
escasos beneficios. (Idem. P. 169)
Las tierras cultivadas estaban divididas en tres categorías: El fruto
de una de las categorías de tierras le correspondía al Estado, el
fruto de otra de ellas para el beneficio de los dioses y la religión, y
la tercera para el pueblo, repartida entre sus ayllus. Aunque se
prestaba especial atención a las dos primeras categorías de tierra,
su cantidad estaba relacionada con la densidad de población y se
repartía primero a cada familia la necesaria para que pudiera
mantenerse bien sin pasar hambre. El resto era para el usufructo
del Estado y la Iglesia. La repartición de tierras era ajustada por el
funcionario local (por lo menos en lo que respecta a la tierra
comunal) ajustaba cada año a las distintas familias según su
número de componentes, que había aumentado o disminuido en
ese año (Idem. P. 169).
Aunque en época más reciente la tierra era considerada propiedad
del Estado, es decir, del emperador y estaba administrada
comunalmente por el ayllú, el grupo de clan local, no hay duda
que la posesión de la tierra por el ayllú fue muy anterior a la
época imperial. Es probable que la costumbre de cultivar las
tierras comunalmente para el Estado (en un principio para los
jefes locales) y para la Iglesia (en un principio para los sacerdotes
locales), haya sido un rasgo cultural andino, adoptado y ampliado
más tarde en la época imperial. Es probable que el hecho de haber
recuperado los terrenos agrícolas, antes estériles e inútiles, con
sus terrazas, sistemas de riego y otras mejoras, que eran
fundamentalmente obras del Estado, encontrara una justa
265
recompensa, con la dedicación de parte de éstas para el usufructo
del Estado y la Iglesia. En cada reparto de los campos a las
familias, se dice que se daba un topo (como unidad de superficie
correspondía a 0.4 hectáreas), a cada pareja casada, con una faja
adicional de tierra por cada hijo y la mitad de la misma por cada
hija. Los límites entre los diferentes predios estaban bien
demarcados y la destrucción de esas demarcaciones era
considerada como un gravísimo delito. (Idem. Páginas 170 y
216).
Cuando llegaba la época de las siembras o de las cosechas los
funcionarios llamaban a los campesinos para que cultivaran los
campos sagrados primero. Estos eran los campos no comunales y
eran de propiedad de los dioses. Al principio todo el mundo
trabajaba en ellos, en masa, incluso los funcionarios, los nobles y
el emperador. Este último realmente hacía un trabajo simbólico y
los nobles seguían su ejemplo. La iniciación de trabajos era
inaugurada por el funcionario mayor que hubiera en cada lugar
con una herramienta de oro. En general las tierras pertenecientes
al Estado parecen haber sido un poco más grandes que las demás.
Los inspectores del Estado supervisaban constantemente las
tierras no comunales, y l eran respetados reverentemente por los
campesinos quienes no se atravesaban en su camino sin recitar
ciertas oraciones rituales para la ocasión. El trabajo comunal se
repartía en fajas por familia, de manera que los hombres que
tuvieran la familia más grande terminaran primero Entonces
pasaban a cultivar su propio terreno(Idem. P. 170).
Aquellos trabajos parece que no eran tomados como una tarea
ingrata, sino con motivo de alegría, entre otras cosas, como un
motivo de encuentro, tal como suele suceder en las diferentes
faenas cooperativas. Parecen ser ocasiones en que abundaban,
incluso, la chicha, los cantos y las bromas. Existía un fuerte
espíritu de solidaridad, y cuando el campesino tenía que cumplir
un deber o desempeñar un cargo lejos de su casa, los vecinos se
hacían cargo de sus quehaceres agrícolas. Las cosechas del Estado
y de la Iglesia se guardaban en almacenes propios
respectivamente. En cada distrito. En las capitales de provincia y
266
en el Cuzco. Se protegían de incendios repartiendo la cosecha en
varios pequeños depósitos en vez de uno solo grande. Con los
depósitos de la Iglesia se sostenían el culto y los sacerdotes. Con
los almacenes del Estado, se sostenían los nobles, los funcionarios
del Estado, los artesanos y artífices, el ejército y quienes no
pudieran producir, como ancianos enfermos y viudas. Estos, al
mismo tiempo funcionaban como un seguro contra calamidades
imprevistas, como terremotos, tormentas, y otras causas que
pudieran echar a perder las cosechas. Los curacas estaban
autorizados a disponer de esos almacenes en su localidad. En
temporadas de abundancia el emperador autorizaba a repartir más
comida, para abrirle espacio a las nuevas cosechas, lo que debía
de dar mayor satisfacción a la población y abrir espacios a la
nueva cosecha. En tales circunstancias, las regiones con más
escasez podían recibir abastecimiento de otros lugares (Idem.
P.170).
En las tierras de pastos existía la misma división de tierras,
aplicada a los pastos propiamente dichos, lo mismo que a los
ganados de llamas y alpacas. En este caso el número máximo de
animales que podía tener un plebeyo era de diez animales, los
nobles podían tener más. La mayoría del ganado pertenecía al
Estado, de allí que anualmente cada familia tenía que recibir su
porción de lana del gobierno con el fin de confeccionar con ella el
vestido para la familia. Cada familia fabricaba, igualmente todos
sus utensilios caseros, que constituían con su casa, su establo, su
granero y los pocos animales domésticos de que dispusieran, su
propiedad privada (Idem. P. 171).
Además del servicio agrícola, los plebeyos tenían que contribuir
con otros trabajos públicos todos los años. Esta prestación se
llamaba la mita. Los hombres podían servir como soldados en el
ejército, como obreros en la construcción de vías, puentes, en las
minas, como correos en las rutas de posta; prestar servicios
personales a los nobles y eran utilizados en toda clase de servicios
públicos. El número de hombres era fijo en total y se escogía en
términos de porcentaje en cada distrito. De acuerdo con la
tradición, por ejemplo, fueron reclutados 30.00’0 hombres para la
267
construcción de la gran fortaleza de Sacshuamán. También se dice
que se emprendían trabajos innecesarios para mantener ocupada a
la gente. Algunos distritos estaban exentos de la mita porque
prestaban servicios muy especiales. Los artistas y otros obreros
especializados cuyo trabajo exigía larga práctica y experiencia,
recibían una atención especial y estaban exentos de todo trabajo
agrícola. En realidad eran artífices de la corte y sus obras
pertenecían al emperador. Los orfebre alfareros, que parece ser,
era oficio de hombres entre los incas, escultores en madera o
piedra, y todos los artesanos, en general caían dentro de esta
categoría, así como los quipucamayoc que llevaban la
contabilidad. Estas ocupaciones eran hereditarias y los padres
enseñaban el oficio a sus hijos.
Otro grupo importante que también estaba exento del servicio de
trabajo e impuestos era el de los hombres a los que se llamaba
yanaconas. Los yanaconas se escogían muy jóvenes y se les
separaba de sus ayllus, de los que perdían toda conexión al prestar
sus servicios en otros lugares. De hecho, algunos expertos creen
que los artesanos quedaban incluidos dentro de esta categoría. La
posición, tanto de unos como de otros era hereditaria. Algunos de
los niños eran escogidos y puestos a la disposición del emperador,
quien los empleaba en servicios de Estado como pajes, criados,
servidores de templos, supervisores, y otros empleos similares, o
los entregaba en premio de servicios fieles y eficaces a nobles y
guerreros.. Aunque muchas veces éstos los empleaban en trabajos
agrícolas, no hay duda de que eran elegidos por su inteligencia. A
menudo ellos se ganaban la confianza y la buena voluntad de sus
patronos, alcanzaban puestos muy altos. Algunos llegaban
también a ser curacas.
La misma reglamentación regía a las mujeres. Luego de escoger
desde niñas las más hermosas y talentosas para el servicio
público, como “Mujeres Escogidas”, las demás, como era lógico,
se transformaban en esposas y madres de plebeyos. Además, de
ocuparse en los quehaceres domésticos, participaban en las tareas
agrícolas de sus esposos. No obstante, estas eran las menos
atractivas y de menor talento, dándoseles el nombre de
268
hauasipascunas o “muchachas descartadas”. La escogencia en
mención la hacía un funcionario que visitaba cada poblado, a
intervalos regulares, y clasificaba a las niñas de 10 años. Las más
bellas y físicamente perfectas eran enviadas para su educación en
“conventos” que había en las capitales de provincia. Aquí pasaban
unos cuatro años estudiando “ciencia doméstica”, religión, tejido,
cocina, fabricación de chicha y otras cosas semejantes. Estas
muchachas eran conocidas como las acllacunas o “Muchachas
Escogidas”. Terminada su educación, las muchachas escogidas
volvían a ser clasificadas. A muchas de ellas las entregaba el
emperador a los nobles como esposas secundarias, pero
conservando, sin duda, las mejores para sí. Las demás eran
consagradas al servicio del Sol y se convertían en mamacunas o
“Vírgenes del Sol”, con voto perpetuo de castidad. Otras
quedaban al servicio de cada santuario, o “Templo del Sol”,
donde tejían las finas telas utilizadas en las ceremonias religiosas
por los sacerdotes, y preparaban la chicha para las festividades. Se
parecían mucho a las monjas de una orden religiosa, y a su cabeza
había una suma sacerdotisa, de noble cuna, que era considerada
esposa del Sol (Idem. P. 173).
“El emperador de los incas era un déspota absoluto aunque no un
tirano, si utilizamos estas palabras en su sentido exacto, que hoy
tiende a olvidarse”. Su poder quedaba limitado por las
costumbres. Significa que esas eran sus reales limitaciones. Para
sus súbditos era un dios tribal omnipotente, despiadado con sus
enemigos, firme pero justo con sus súbditos y adoradores. Su
constante y principal preocupación era el bienestar y la paz de su
pueblo. No puede decirse que fuera un gobernante legal, ya que se
encontraba por encima de toda ley (su palabrea era la ley), pero
tan poderosa era la fuerza de la costumbre y de los precedentes,
que probablemente nunca los violó para satisfacer un capricho
personal. Era el gobernante supremo del Estado, y con mayor
razón que Luis XIV podría haber repetido o mejor dicho,
anticipado, la afirmación de que él era el Estrado. Como
descendiente directo del Sol, reinaba por derecho divino y era
adorado e implícitamente obedecido por su divinidad. Se creía
269
que estaba íntimamente relacionado con el Sol y que su salud
afectaba la del astro (Idem. P. 174).
En los primeros años del Imperio el emperador se casaba con la
hija de un gobernante vecino, como ocurría hasta hace poco con
la realeza europea; pero durante las tres o cuatro últimas
generaciones antes de la Conquista, se atribuía tal grado de
exaltación a su persona, que sólo su propia hermana era
considerada digna de ser su primera esposa. El mismo
sentimiento e ideal se encuentran en otro gran pueblo de la
Antigüedad, el pueblo egipcio: Durante generaciones los faraones
se casaron con sus hermanas. En contradicción con la creencia
popular, en ambos casos estos matrimonios (para nosotros
incestuosos), parecen haber producido gobernantes inteligentes y
vigorosos. Todos los emperadores del Perú fueron emperadores
de energía y capacidad extraordinarias (en la zootecnia, para fijar
y depurar ciertos caracteres deseables, se ha practicado la
endogamia en la cría de animales, y no hay razón para pensar que
lo mismo no hubiera podido darse en la raza humana) (Idem. P
174).
Como el emperador podía tener, además de su primera esposa, un
harem de concubinas, que le preparaban la comida al emperador,
hacían sus ropas, se ocupaban de las labores domésticas
cotidianas, y le daban una gran descendencia. Los descendientes
de cada emperador, en línea masculina, formaban un ayllu
especial de categoría real, y cuyo deber consistía en ocuparse del
mantenimiento de su palacio y de su culto, ya que cada emperador
se construía un nuevo palacio., el cual se convertía más tarde en
santuario y mausoleo. En la época de la conquista, estos
descendientes de los emperadores sumaban cerca de quinientos.
Este gran número de aristócratas, formaban una útil corte para el
emperador, quien escogía de entre ellos a los funcionarios de
mayor jerarquía. Al morir el emperador, los miembros de su ayllu
se encargaban de las complicadas ceremonias funerarias que se
celebraban a todo lo largo y ancho del Imperio, y su cuerpo
conservado momificado. Durante las principales ceremonias
públicas se sacaban a la plaza sagrada del Cuzco las momias de
270
todos los emperadores muertos que estaban a cargo de sus
descendientes. La última vez que esto sucedió fue en 1559 (Idem.
P. 175).
Los cronistas llamaban a la alta aristocracia la “clase de los
Incas”. Su núcleo consistía en miembros de la verdadera realeza
antigua, de sangre inca, descendientes de los emperadores por
línea paterna. Como estos descendientes no eran suficientes para
proporcionar el número necesario de funcionarios, el emperador
Pachacuti extendió los privilegios de la nobleza inca a todos los
habitantes de ciertos distritos, donde el idioma incaico era el
lenguaje nativo y donde se practicaban todas las costumbres
incaicas. Muchos de ellos eran enviados en calidad de
funcionarios a territorios distantes, recién conquistados. A todos
se les concedía el privilegio de llevar grandes pendientes y los
demás arreos de la nobleza inca (Idem. P 179).
La clase baja de la nobleza o aristocracia era conocida como
“clase de los Curacas” y estaba formada por los caudillos
anteriormente independientes, que habían sido conquistados y
afirmados luego en sus puestos. Estaba compuesta, además, por
todos los demás administradores que tuvieran más de cien
personas a su cargo. Tanto la realeza como la nobleza gozaban de
privilegios tales como el uso de literas, quitasoles, y ropas
parecidas a las del emperador, esposas secundarias, artículos de
lujo y criados de la clase de los yanaconas. Estaban exentos de
impuestos, y eran mantenidos por el gobierno. También se les
asignaban llamas, y tierras en premio a sus buenos servicios
prestados. Pero, de acuerdo con el principio incaico, usual
también en el resto de América, la tierra era considerada
propiedad del grupo al cual pertenecían, -el ayllu-, y no del
individuo. Un noble podía gozar de su usufructo pero no podía
disponer de ella y, a su muerte, era disfrutada del mismo modo
por sus descendientes. La nobleza era un conjunto de población
grande pero solamente era una fracción pequeña de la población
total (Idem. P. 179).
271
A pesar de que en el Perú incaico había muchas personas que no
producían, se desconocía la esclavitud despótica del Viejo
Mundo. Toda la clase plebeya contribuía por igual al
sostenimiento de los funcionarios, sacerdotes, y aristócratas.
Como no se usaba el dinero, no había capitales acumulados,
propiedades privadas, a excepción de los efectos domésticos más
elementales, los impuestos consistían en prestaciones de trabajo.
Estas prestaciones estaban reguladas por leyes estrictas por cuyo
cumplimiento velaban funcionarios que eran responsables ante
otro de mayor autoridad, hasta llegar al mismo emperador. Es
más, las leyes del emperador eran respetadas, tanto por los
funcionarios como por los plebeyos, como procedentes de la
divinidad, razón por la cual se consideraban justas e inexorables.
La desobediencia y la infracción eran muy escasas y se castigaban
severamente (Idem. P. 179).
Al nivel plebeyo existía, no obstante, muchas desigualdades: El
plebeyo que tenía muchos hijos, sobre todo si eran muchachos
que le ayudaran a cuidar sus tierras y a hacerse cargo de sus
prestaciones de trabajo al Estado, era considerado más rico que el
que tenía pocos hijos o solamente hijas. Aunque en teoría los
plebeyos tenían teóricamente el mismo nivel económico, como
suele ocurrir en todas las sociedades, había quienes poseían más
bienes de los que les correspondían, sobre todo respecto de las
llamas. También había otros extremadamente pobres que habían
perdido su conexión con su ayllu y que acababan viviendo solos
en las grandes ciudades. Las mujeres de esta clase eran
probablemente prostitutas; de éstas había gran número en el
Cuzco (Idem. P. 180).
Los generales incas eran expertos en el arte de la guerra y usaban
infinidad de maniobras y estratagemas militares en sus campañas:
Quemaban la hierba para desmoralizar a sus enemigos, les tendían
emboscadas en barrancos donde los arrollaban con grandes rocas,
aparentaban una retirada para regresar en el momento menos
esperado, etc. Pero el gran éxito obtenido por los ejércitos
incaicos se debía en gran parte a la aceptación del aforismo según
el cual el avance de un ejército depende de su estómago. Los
272
servicios de aprovisionamiento eran muy eficientemente;
organizados y administrados; en las regiones incorporadas al
Imperio había provisiones disponibles en los almacenes del
gobierno; Y fuera de sus límites, eran arriados en sus recuas de
llamas. Había tantos almacenes en los caminos, que las tropas
siempre podían acampar junto a alguno de ellos durante sus
marchas. Los principales incentivos para el guerrero, sobre todo
para los jefes de todas las jerarquías, eran los reconocimientos, la
gloria, los honores, las recompensas y los ascensos. (Idem. P.
184).
El emperador era extremadamente generoso para con los nobles
que le servían bien. Les regalaba esposas secundarias, ropas finas,
distintos objetos de arte hechos por los artesanos que sostenía el
Estado, además de ascensos, y privilegios especiales. Incluso para
el más humilde de los soldados había placas honoríficas, regalos
de ropa, y otras recompensas parecidas (Idem. P. 184).
“El sorprendente éxito de los incas en la unificación y dominio de
tan gran Imperio, compuesto de tantos y tan diversos elementos
hostiles, con un mínimo de acciones bélicas, fue debido casi
totalmente a su sabia política respecto de las regiones
recientemente conquistadas: El traslado de los habitantes de las
regiones ocupadas“. El programa incaico de reinstalación y
colonización fue un elemento de primordial importancia, no sólo
para la paz del Imperio, sino para la solución de los problemas
administrativos en los días de la Colonia y para el Perú moderno,
según el concepto de la antropología peruana. Los movimientos
de población fueron tan considerables que el Imperio se convirtió
en una especie de crisol y estaba camino de convertirse en una
nación unificada homogénea, que era lo que en realidad se
intentaba con ese movimiento. A pesar de haber durado tal acción
por menos de cien años, antes de la Conquista, para entonces,
muchas de las tribus del Perú andino y costero habían perdido su
identidad, su idioma y muchas de sus costumbres peculiares. El
idioma incaico era el idioma oficial en todas partes y había
sustituido rápidamente las lenguas nativas. El alcance del
programa de reinstalación dependía, como es natural, de la
273
belicosidad e intransigencia de la población. En algunas
provincias, la mayoría de los habitantes eran deportados y
reemplazados por colonizadores. Los colonizadores eran
escogidos de regiones que tuvieran condiciones climáticas y
ecológicas similares a las regiones por colonizare. Los quechuas
de la región del Cuzco, eran siempre los colonizadores preferidos.
Los nuevos colonos eran repartidos por los pueblos de la región a
colonizar y los más recalcitrantes de éstos eran enviados a
reemplazar a los colonos en su lugar de origen (Idem. P.185).
Cieza de León hace una vívida descripción del proceso, de la cual
hacemos el siguiente extracto: “De tal manera se hacía esto, que
sabemos en muchos lugares que no había ganado, lo hubo y
mucho desde el tiempo que los Incas lo sojuzgaron; y en otros que
no había maíz, tenerlo después sobrado. Y en todo lo demás
andaban como salvajes, mal vestidos y descalzos, y desde que
conocieron a estos señores, usaron de camisetas, lazos y mantas, y
las mujeres lo mismo, yt de otras buenas cosas; tanto que para
siempre habrá memoria de todo esto” (Idem. P. 186).
Los colonizadores eran llamados mitimaes, y aunque quedaban
bajo la misma autoridad provincial que los nativos, formaban
grupos favorecidos y recibían regalos y privilegios especiales.
Formaban las guarniciones locales incaicas y debían dar ejemplo
a los no iniciados, convertir a la “verdadera fe” a los paganos y
enseñar el idioma quechua a los bárbaros (Idem. P. 187).
De la descripción que hace Garcilazo de la Vega y que publica
Mason en su obra extraemos otros motivos de gran significación
que movía al emperador a realizar aquellos movimientos de
población, basados siempre en estudios muy concienzudos: “Los
Incas, yendo conquistando, hallaban algunas provincias fértiles y
abundantes de suyo, pero mal pobladas y mal cultivadas por falta
de moradores; a estas provincias, por que no estuviesen perdidas,
llevaban indios de otras de la misma calidad y temple, fría o
caliente, porque no se les hiciese de mal la diferencia del
temperamento. Otras veces los trasplantaban cuando
multiplicaban mucho de manera que no cabían en sus provincias;
274
buscaban les otras semejantes en que viviesen; sacaban la mitad
de la gente de tal provincia, más o menos la que convenía.
También sacaban indios de provincias flacas y estériles para
poblar tierras fértiles y abundantes. Esto hacían para beneficio, así
de los que iban como de los que quedaban, porque como
parientes, se ayudasen con sus cosechas a los unos a los otros…”
(Idem. P 187).
En los territorios conquistados, la política de los incas consistía en
dejar los asuntos administrativos in statu quo ante siempre que se
podía, adaptando el nuevo régimen a las condiciones existentes.
Todos los jefes dóciles eran confirmados en sus puestos, se les
daba la dignidad de curacas y eran considerados nobles. Sus hijos
eran llevados al Cuzco en calidad de rehenes y al mismo tiempo
se les inculcaba la ideología incaica. A la muerte de sus padres
ocupaban el puesto de éstos. Se instalaba el sistema incaico de
división tripartita de la tierra y del servicio de trabajo, se
construían almacenes, se establecía como idioma oficial el
quechua y como religión oficial la adoración al So0, pero no
obligaba a los habitantes a que abandonaran su antiguo idioma y
religión. Si la población se encontraba en situación angustiosa por
causa de la guerra que acababan de pasar, se les daba alimentos y
otros artículos procedentes de los almacenes del gobierno de
regiones cercanas pacificadas con anterioridad (Idem. P. 188).
14.5.0 LA RELIGIÓN
La Iglesia y el Estado eran en la práctica, una sola cosa en el
Imperio de los Incas y sus móviles, política y acciones eran
prácticamente las mismas que las de otras muchas naciones de la
Antigüedad. Estaban convencidos sinceramente que eran de una
raza superior., ya que lo habían demostrado con sus armas y su
cultura. Consideraban que podían usar las tierras (y con razón),
que podían utilizar las tierras mejor que los demás, y creían que
llevaban la bendición de la religión verdadera –la del Sol-, a su
ignorantes y ateos vecinos. No obstante, nunca llegaron a
interferir en las religiones de los pueblos conquistados (Idem. P.
184).
275
En los tiempos del Imperio, el Estado se encargaba de establecer
y de sostener económicamente la religión; “todo hace pensar que
en la América aborigen fue este el único ejemplo de una Iglesia
establecida. La religión, especialmente al fin del Imperio incaico
era una organización en que la pompa del ritual y el ceremonial
eran factores primordiales. Sus fines principales consistían en el
incremento y conservación de las reservas de alimentos y la
curación de las enfermedades. Los elementos espiritual, místico, y
ético, no pragmáticos, tenían poco que ver con ella. Dentro de los
conceptos abstractos que sí se tenían en consideración, eran los de
pecado, la confesión, la penitencia y la necesidad de purificación.
Mas adelante veremos cómo el calendario anual, en que se
encuadran las estaciones de siembra y cosecha era una de las
mayores preocupaciones de la religión (Idem. P. 191).
La deidad suprema era el Creador, al que se conoce generalmente
con el nombre de Viracocha, aunque al parecer este nombre era
solamente uno de muchos de sus títulos. Se dice que, en general,
no tenía un nombre verdadero, pero éste pudo ser considerado
demasiado sagrado para ser pronunciado, por lo cual no lo
conocieron los cronistas. Su apariencia era la de un hombre y así
se le representaba en las imágenes de los templos. Era inmortal y
el creador de todas las cosas, incluyendo las otras deidades. Era el
equivalente sobrenatural del emperador de los Incas. Se le
consideraba también un héroe cultural que enseñó a su pueblo
cómo vivir. Después de la creación esta deidad intervenía poco en
los destinos humanos, permaneciendo en el cielo como una
divinidad benigna y, por consiguiente, no muy venerada, al menos
por el pueblo común (Idem. P. 191).
El dios creador era al parecer una deidad fundamental muy
antigua en el Perú. Means cree que se trata del mismo dios que
era venerado en Tiahuanaco, posiblemente bajo algún nombre que
no era quechua. Viracocha se asemeja en muchos respectos al
dios mexicano Quetzlcoatl que también fue un héroe cultural. Al
parecer el culto a Viracocha era practicado, especialmente si no
exclusivamente, por las clases superiores, más bien con el sentido
276
de un culto filosófico y no animista. Los incas fueron adoradores
del Sol. El Sol, Inti, era la deidad principal y el progenitor de la
dinastía real. Aunque los sacerdotes y las Mujeres Escogidas
servían a todos los dioses, el Sol destacaba tanto respecto de los
demás, que los cronistas siempre se referían a estas mujeres como
las “Vírgenes del Sol”, y a los santuarios como “Templos del
Sol”. Había otros dioses: El dios del Trueno o del Tiempo; a el se
le rogaba que enviara lluvia. La Luna, Hamaquilla, esposa del Sol
a la que no se veneraba mucho. Las diosas de la tierra y del mar,
Pachamamas y Mamacona, cuyas funciones estaban relacionadas
con la agricultura y la pesca. (Idem. P. 192 y 19).
Las ceremonias religiosas más importantes de los incas se
celebraban en la Gran Plaza del Cuzco. La mayoría de ellas eran
fiestas de la Iglesia que se repetían anualmente, y casi todas
tenían algo que ver con distintos aspectos de la agricultura, como
la siembra y la recolección (Idem. P. 20).
Parece ser que a diferencia de los mexicanos, los incas no
reconocían los días buenos ni los días malos, afortunados o
desgraciados o, por lo menos no les daban la trascendencia que
les daban aquellos. En lugar de ocuparse de la determinación de
estos días, se dedicaban a hacer adivinaciones para predecir el
futuro (como también lo hacían los mesoamericanos), y a
pronosticar el éxito o el fracaso de una empresa (Idem. P. 21).
Se ha dicho que los conocimientos astronómicos de los peruanos
eran muy inferiores al los de los antiguos mexicanos y los mayas.
Se sabe, sí, que tenían menos interés que aquellos por la
astronomía. Sin embargo, igual que la mayoría de los pueblos
antiguos, ellos tenían siempre un interés, por esa ciencia, en
función de su relación con el año agrícola. Respecto de esto,
parece ser que la clase plebeya peruana no tenía en cuenta sino el
“año lunar” que dura un mes y contaban doce meses lunares para
completar un año en el calendario solar (Idem. P. 21).
14.2.17 ALGUNOS ASPECTOS
277
DE LA VIDA INTELECTUAL
El arte del pueblo incaico era el propio de un pueblo pragmático y
representaba la última fase de una larga historia. Desde el punto
de vista técnico era excelente, pues demuestra un dominio total de
los medios, pero carecía de inspiración y, estéticamente, es la más
pobre de las distintas tradiciones artísticas principales del Perú.
No existió, en absoluto, la escultura de piedra, y la decoración
arquitectónica era extremadamente escasa., de manera que el arte
se limitaba a la decoración de pequeñas cosas. A pesar de que no
se conocía la escritura, los incas poseyeron una literatura extensa
y de excelente calidad. Para que fuera más fácil de recordar, este
material tradicional estaba en forma de poemas y sometido a una
métrica especial. La historia y la mitología se conservaban de este
modo en sagas y pseudo – epopeyas. Había oraciones e himnos
religiosos, poemas, canciones y dramas profanos. La música
peruana seguramente resultaría muy disonante para nuestros
oídos. Sus instrumentos musicales eran de madera, caña, barro,
hueso concha o metal. Se usaba una flauta de Pan, que se parecía
mucho a las de Caña.
278
CAPÍTULO 15
LOS PUEBLOS DE LA REGIÓN
SEPTENTRIONAL – OCCIDENTAL
DE SURAMÉRICA
Nos vamos a referir aquí a los pueblos que habitaron el territorio
de lo que hoy es Colombia. La experiencia de una nación mestiza
como la colombiana nos ofrece el resultado del encuentro
multiétnico americano, aunque más tarde, viene el elemento
africano con varios aportes culturales para conformar las bases
poli étnica, tal vez multinacional, de la que es hoy la compleja
nación colombiana.
Para desarrollar este tema nos apoyaremos en el trabajo realizado
por Luis Duque Gómez y Sergio Elías Ortiz, publicados en la
Historia Extensa de Colombia, que son los tomos I, II, II, y IV.
Allí podremos contemplar el desarrollo de las culturas aborígenes
que nos precedieron, tal como nos las presenta la arqueología, y el
estudio de las lenguas, su evolución en las distintas regiones y su
extensión y superposición.
15.1.0 PANORAMA HUMANO GENERAL
Se trata de un mosaico de pueblos, ninguno de los cuales había
establecido una civilización de los niveles de la mexicana, la
maya o la inca, pero que habían logrado el desarrollo de tal
conjunto de elementos técnicos y culturales que bien hubieran
podido servir de fundamento, en un tiempo prudencial, a una gran
civilización, por no decir que, quizás, avanzaban firmemente en
esa dirección. No obstante encontramos en tiempos del
Descubrimiento, dos factores capaces de cerrarle el paso a la
realización de semejante opción, como una experiencia histórica
más en el mundo americano, en este caso, particularmente, vivida
por la nación chibcha. Esta se veía asaltada, y poco a poco copada
por dos invasiones guerreras, tal como ocurre en tantos eventos
históricos: La de los caribe cuyo proceso se daba ya se desde
279
tiempo atrás, y que avanzaba por las vertientes de los ríos desde la
Costa atlántica, y la de los españoles y portugueses que se
encargarían de asentar, definitivamente, en el Nuevo Mundo, a la
cultura europea.
En el caso del estudio de las poblaciones aborígenes de la región
septentrional de Sur América, vamos a tener un auxiliar de la
arqueología para entender no solo el posible “parentesco” de las
diferentes poblaciones sino la forma de su dispersión geográfica:
Es el estudio de las diferentes lenguas y su filiación su interacción
y agrupación en grandes troncos lingüísticos, lo que permite
conjugar la lengua con la información de los diferentes horizontes
arqueológicos y llegar a datos que de otra manera serían muy
fragmentarios y arrojarían conocimientos mucho más pobres de
las poblaciones estudiadas. Pero antes, haremos un corto esbozo
del paleoindio de la Región, haremos un intento de enmarcar su
poblamiento dentro del marco general de una evolución que
incluye tres períodos que, según Reichel – Dolmatoff, dos de ellos
anteceden a las civilizaciones avanzadas que se dieron en su
territorio, y la última en que se perfilan éstas hasta mostrar el
desarrollo que encontraron les europeos en la época del
Descubrimiento. Reichel – Dolmatoff es quien primero ha fijado,
aunque de manera general y panorámica, los rasgos arqueológicos
que podrían considerarse, en esta parte del Continente como
pertenecientes a estos períodos.
“Conocida la presencia del hombre en el extremo sur del
continente hace diez mil años, afirma Reichel – Dolmatoff, al
mirar un mapa no cabe duda de que el primer lugar en Sur
América en que pusieron pié estos antiguos cazadores y
recolectores, en su migración hacia el sur, fue el territorio de la
actual Colombia. No obstante estos hechos, el conocimiento de
los rasgos arqueológicos de este antiguo período es escaso en este
territorio. Restos de mamíferos correspondientes al pleitoceno
superior han sido hallados en varias localidades, pero hasta ahora
no existen evidencias de la asociación de tales vestigios con
artefactos hechos por el hombre, lo que se debe probablemente a
falta de investigaciones sistemáticas en este campo. Considera,
280
sin embargo, que algunos pocos y aislados hallazgos pueden
atribuirse posiblemente a la ocupación paleo – india” (Luis Duque
Gómez. Historia Extensa de Colombia. Vol. 2 Tribus Indígenas y
Sitios Arqueológicos. Ediciones Lerner Bogotá. 1967 P. 47).
Entre ellos pueden mencionarse los siguientes:
“Una punta de proyectil encontrada cerca de Espinal (Tolima), en
un estrato que estaba cubierto por una capa de cerca de siete
metros de espesor, formada por cenizas volcánicas; tiene forma
lanceolada y base ligeramente cóncava. Podría compararse, al
igual que otros encuentros similares hechos en la misma zona, con
las conocidas puntas de Angostura, en Norte América”.
“Una punta de proyectil hallada en las cercanías de Manizales, en
la Cordillera Central. Es corta, con hombros, rematada en un
pedúnculo que termina en una base bifurcada. Su morfología es
diferente a la anterior y ofrece algunas similitudes con las puntas
de Pinto Bassin, California, y con algunos especímenes
patagones, de la fase llamada Patagonia I”.
“Las pequeñas puntas procedentes de la costa Caribe, trabajadas
por percusión, con excepción de una procedente de Mahates, que
presenta retoques por presión”.
“Una punta originaria de Restrepo, en la Cordillera Occidental,
bifacial, hecha por percusión, con algunos retoques secundarios”.
“A los anteriores objetos, producto de hallazgos ocasionales,
agrega Reichel – Dolmatoff la serie de artefactos líticos
excavados por él en varios depósitos arqueológicos de la Llanura
del Atlántico, en la Vertiente del Pacífico, y en algunos lugares
del interior. Tal es el caso del sitio de San Nicolás, en el bajo
Sinú, en donde halló varios artefactos líticos, como astillas,
cuchillos, raspadores, y muchos núcleos parcialmente
desconchados. La región de Pomares, en el Canal del Dique, en
donde fueron localizados centenares de objetos líticos, sobre una
superficie erosionada, fabricados por percusión. En la costa del
281
Pacífico, los hallazgos hechos en el alto Baudó, en los ríos
Juruvidá y Chorí y en la Bahía de Utría. En el interior, el sitio de
Bocas del Carare, en la desembocadura del río Carare” (Idem. P.
47).
“Los referidos objetos líticos tienen en común ciertas
características, dice Reichel – Dolmatoff, como su ubicación, la
falta de asociación con cerámica, con útiles para triturar granos, y
con objetos de piedra pulida; las formas como raspadores,
cuchillos y principalmente puntas de proyectil; la técnica de
percusión con que están fabricados, pues muy pocos tienen
retoques secundarios. Todas estas características sugieren la
existencia en este tiempo de grupos de recolectores y pescadores
del paleo – indio, aunque es difícil señalar todavía a qué fase de
este antiguo período corresponden los anotados vestigios” (Idem.
P. 48).
Al primero de aquellos tres períodos o etapas evolutivas, que
corresponde a la última fase del período prehistórico, propiamente
dicho, se le llama la etapa arcaica. En América ésta época
corresponde a la fase pre - formativa. Los hombres que vivieron
en este tiempo eran esencialmente recolectores, pero se dedicaban
también a la caza y a la pesca. Algunos grupos tenían como base
especial de su alimentación el consumo de mariscos y en los
alrededores de sus antiguas viviendas se formaban grandes
depósitos de desperdicios; son los concheros, que tanta
importancia tienen hoy para el estudio arqueológico de este
período. Generalmente aparecen entonces instrumentos de piedra
pulida, sin que esté ausente la industria de la piedra astillada. Es
la época en que se inicia en algunas regiones la explotación y el
beneficio del cobre. En esta época, las puntas líticas son de gran
tamaño y generalmente con pedúnculo (Idem. P. 48).
Reichel – Dolmatoff, supone que en este tiempo, que transcurre
aproximadamente hacia los tres o cuatro mil años antes de Cristo,
constituyó un período crucial tanto en el resto de América como
en Colombia, cuando el hombre se procuró nuevas formas de
subsistencia, que constituyen la base para la vida sedentaria y para
282
la producción de alimentos. En esta época en la costa Caribe de
Colombia surge una bien definida pauta de vida, en los llamados
concheros. En los próximos dos mil años estos grupos se
esparcirán a lo largo de los litorales y de las lagunas; sus prácticas
y formas de vida corresponden a lo que hoy se denomina etapa
arcaica o pre - formativa en América. Es la transición entre los
modos de vida del paleo – indio y las del formativo, que alcanza
una duración de seis mil años, desde el séptimo milenio hasta el
primer milenio antes de Cristo. En este tiempo, los grupos
indígenas llamados meso – indios, luchan al igual que sus
antecesores los paleo – indios, por ajustar sus recursos culturales a
las nuevas condiciones ambientales causadas por las grandes
variaciones climáticas que se registran en el planeta en esta época.
Son grupos nómadas o seminómadas, recolectores, que en ciertos
ciclos estacionales establecen sus campamentos en varios lugares
de la costa, en los ríos, en los estuarios, o en las ciénagas. En
Colombia esta época está representada también en los grandes
concheros de la Llanura del Atlántico, que indica que fueron los
moluscos, al lado de otros alimentos, la principal fuente de
proteínas de los pequeños grupos humanos, que debieron vivir en
los lugares donde se formaron con los desperdicios de su
alimentación grandes acumulaciones de conchas. Estas estaciones
de pescadores de moluscos, que ya veíamos, datan de unos tres a
cuatro mil años antes de Cristo, constituyen el horizonte cultural
más antiguo conocido y fechado, hasta ahora, en Colombia. El
sitio principal, y más viejo, es el de Puerto Hormiga, un conchero
que fue localizado cerca de la entrada del Canal del Dique, en el
Departamento de Bolívar, con un diámetro de cerca de ochenta
metros. El montículo estaba formado por varios depósitos de
conchas, superpuestos, mezclados con restos culturales, como
cerámica, artefactos líticos y huesos de animales. (Idem. P. 49).
El rasgo más característico del complejo de Puerto Hormiga,
anota Reichel – Dolmatoff, es la cerámica, que aparece desde las
fases iniciales de la ocupación en este sitio, no obstante tratarse de
la época arcaica. Las pruebas de carbono 14 hechas sobre
muestras de materia orgánica, halladas en asocio de los restos de
cerámica, sitúan este complejo en los años finales del cuarto
283
milenio antes de Cristo, es decir, se trata aquí de la cerámica más
antigua conocida hasta ahora en Colombia y en América (Idem. P.
50).
Lo más característico de la alfarería de Puerto Hormiga es el
moldeo directo a partir de una masa de arcilla y el empleo de
fibras vegetales y hojas incorporadas a la arcilla como material
antiplástico. En la cocción este material desaparecía, quedando las
piezas con la apariencia de una esponja. El primitivismo de las
vasijas, la ausencia de decoración y todos los aspectos del
complejo de cerámica en sí, indican que se trata de una fase
inicial en el arte de la alfarería prehispánica, no sólo de Colombia
sino de América. En asocio de esta cerámica rudimentaria se
hallaron, en el mismo sitio, otros tipos de ella que, aunque con la
misma forma, presentan ya desengrasantes de arena y en general
un desarrollo tecnológico más avanzado, lo mismo que ciertos
elementos decorativos, como pintura, el estampado hecho con
conchas y el modelo de motivos zoomorfos, agregados, que
representan ranas o pequeños roedores en actitud de subir al
borde de la vasija” (Idem. P. 50).
Según Reichel – Dolmatoff, las mismas pautas de vida se
prolongan sin muchos cambios unos dos mil años en las tierras
bajas de las costas colombianas. El mismo investigador ha
identificado una serie de sitios con vestigios de esta clase
esparcidos a lo largo de una amplia zona de la costa, a orillas de
las lagunas y en el curso bajo de los ríos que van hacia el Mar
Caribe. Entre estos se incluyen los concheros de Canapote en
Cartagena, que datan de unos dos mil años antes de Cristo, y en
los cuales se ha identificado un complejo cerámico que ofrece
grandes semejanzas con el de Puerto Hormiga; los de Barlovento,
al NE de Cartagena, fechados entre mil quinientos cincuenta y mil
treinta y dos años antes de Cristo; los de Ciénaga del Totumo; los
de las islas de Barú y Tierra Bomba, hacia el sur de Cartagena; los
del Golfo de Morrosquillo, entre Cartagena y el Golfo de Urabá, y
otros” (Idem. P. 51).
284
Luego viene el período hortícola, nombre que le asigna Reichel –
Dolmatoff a una época en que vivieron grupos humanos que
hacen notorios esfuerzos por progresar en sus medios de vida. En
este tiempo se pasa de la recolección de moluscos y de la caza
menor a l cultivo de ciertas raíces, con lo cual se inicia realmente
la domesticación de plantas útiles. Este es el comienzo de la
agricultura. La horticultura, afirman el citado investigador, no es
una invención repentina, sino el resultado de un largo proceso de
desarrollo, que se prolonga durante centenares de años y quizás,
de milenios, a lo largo de los cuales, progresa lentamente el
conocimiento de los aborígenes respecto de la adecuada selección
de semillas, a las propiedades de los suelos, de las influencias del
clima, del valor nutricional de los diferentes productos, etc. Es la
época en que los grupos humanos empiezan a moverse de la costa
hacia el interior, lo que supone, además, la adaptación de los
emigrantes a otras condiciones de medio y por lo tanto a la
explotación de nuevos recursos naturales, lo que los conduce al
cultivo de plantas como la yuca (Manihot esculenta), cuya
adopción transforma, por completo su vida (Idem. P. 52).
En Malambo, cerca de Barranquilla, es donde mejor se tipifica
esta fase cultural hortícola de los primitivos pobladores de la
Llanura Atlántica. Los depósitos arqueológicos de aquí presentan
características que se observan también en una amplia área de esta
zona de Colombia. Sus vestigios consisten en restos de una
cerámica mucho más avanzada que las del estadio precedente. Se
emplea la arena como desengrasante para la fabricación de una
alfarería muy pulida, rica en formas y técnicas decorativas.
Aparecen ya figuras antropomorfas, que reflejan una notable
concepción estética. Este complejo corresponde, según las
pruebas de carbono catorce, a comienzos del primer milenio antes
de Cristo y su característica principales, en relación a las fases
anteriores, el cambio de la base económica, por sustitución
gradual de la recolección de moluscos y consumo ocasional de
algunos productos vegetales, por el cultivo de raíces“ (Idem. P.
53).
285
De aquí en adelante se entra en el período que ha sido
denominado formativo. Sus rasgos están plenamente definidos,
tanto en el aspecto socio – económico, como en el político –
religioso. Es la época en que los primitivos colonos americanos
alcanzan sus progresos más significativos en la domesticación de
plantas útiles, y este desarrollo agrícola permite la vida sedentaria
de muchos pueblos, un proceso que culmina en las grandes
civilizaciones que florecieron en Mesoamérica y en la región
andina. “Reichel – Dolmatoff considera, sin embargo, que en la
Llanura del Atlántico la disponibilidad de abundantes recursos
naturales, como la pesca y la caza menor, en los ríos, lagunas y
ciénagas, hicieron menos necesario el desarrollo de la agricultura
para que se cumpliera este mismo proceso y para que surgieran
verdaderos grupos sedentarios, los cuales aprovecharon hasta el
máximo estos recursos que les ofrecía el medio. Esa el caso del
bajo Sinú, donde se han localizado depósitos arqueológicos con
abundantes restos de huesos de cocodrilo, de mamíferos, varios
miles de fragmentos de conchas de tortuga, y restos de diferentes
especies de peces. Lo mismo puede afirmarse de otros sitios
localizados a lo largo de los ríos Cauca y Magdalena (Idem. P.
53).
En el sitio de Momil, ubicado en el departamento de Bolívar,
considera Reichel – Dolmatoff, que se encuentran los rasgos más
representativos de este período. Dice Luis Duque Gómez: “A este
agregaríamos nosotros el de San Agustín, cuyo primer desarrollo,
que hemos denominado Mesitas Inferior, siglo VI antes de Cristo
a siglo V después de Cristo, presenta también evidencias que nos
hacen sospechar de una época todavía mucho más antigua. Sus
rasgos evolutivos son comparables a los que se consideran como
típicos de esta época; aún podrían incluirse los mismos elementos
que se desarrollaron en el período subsiguiente, Mesitas Medio”
(Idem. P. 53).
En Momil, Reichel – Dolmatoff localizó un depósito arqueológico
que contenía gran cantidad de vestigios y alcanzaba un área de
varios centenares de metros cuadrados. Se hallaron aquí más de
trescientos mil fragmentos de cerámica, artefactos líticos, objetos
286
de hueso y de concha y gran cantidad de restos de alimentos. Las
condiciones físicas del yacimiento permitieron la identificación
muy clara de dos períodos, que el citado investigador denominó
Momil I como el más antiguo y Momil II, de desarrollo ulterior.
En una y otra fase se manifiesta una cerámica muy evolucionada,
de varias formas, especialmente vasos globulares de cuello
estrecho y borde invertido, vasos hemisféricos, vasijas de silueta
compuesta con hombros pronunciados; platos y bandejas. Como
técnicas decorativas más características, se observan distintos
tipos de incisión, el estampado con instrumentos dentados, el
relleno con pigmentos blancos, pintura bicolor (negro sobre
blanco, negro sobre rojo) y pintura policroma (negro y rojo sobre
blanco). Es el tiempo en que se registra, por primera vez en
Colombia, la técnica de la pintura negativa (negro sobre rojo).
Aparecen además figurillas de arcilla, pintaderas planas, pitos
zoomorfos, adornos de doble cara, que sugieren el concepto del
dualismo; volantes de huso, adornos biomorfos modelados,
algunos en forma de cabezas de aves. También halló en este
mismo depósito abundantes objetos de piedra. Los de Momil I se
caracterizan por la aplicación de las técnicas de percusión y de
presión en su manufactura. Objetos de concha, algunos hechos de
caracoles del género Strombus (Idem. P. 54).
Todo indica que en tiempos de Momil I, el cultivo principal fue la
yuca, a juzgar por la morfología de la cerámica u de los mismos
utensilios de piedra, en tanto que aquellos elementos necesarios
para el beneficio del maíz, como piedras de moler con superficie
cóncava, etc., sólo aparecen a partir de Momil II. Este hecho hace
pensar a Reichel – Dolmatoff que Momil I es realmente una fase
de transición entre una economía basada en el cultivo de raíces y
la fase posterior en la que el maíz pasó a ser el cultivo principal
con todas las repercusiones que este cambio trajo consigo (Idem.
P. 54).
En Momil se encontraron mil setecientas figurillas antropomorfas
de arcilla, muchas de las cuales representan malformaciones,
estados patológicos, preñez, etc., por4 lo cual Reichel –
Dolmatoff considera que se trata aquí de objetos ceremoniales,
287
relacionados con las prácticas shamanísticas encaminadas a la
curación y prevención de las enfermedades. El hallazgo en este
mismo depósito de huesos humanos disperso, y que no parece
hubieran pertenecido a ningún enterramiento, lo interpreta como
un indicio de la existencia entre estos antiguos pueblos del
canibalismo, practicado, quizás, con un sentido ritual A pesar de
que se carece de una cronología absoluta para Momil, Reichel -
.Dolmatoff compara este complejo arqueológico con culturas
formativas que se desarrollaron en Mesoamérica hacia el segundo
milenio antes de Cristo, como las que se aprecian en los depósitos
de Tlatilco, en México y la Playa de los Muertos y Yumarela, en
Honduras (Idem. P. 55).
Con el cultivo del maíz y su rápida expansión entre las distintas
tribus, debido a su alto valor nutritivo y adaptabilidad a diferentes
medios climáticos, los pueblos costaneros iniciaron su ascenso
por las faldas de las cordilleras, para establecerse definitivamente
en ellas. Es la época en que progresa la domesticación de nuevas
plantas útiles, para lo cual se aprovechan las magníficas
posibilidades que en tal sentido ofrece el medio cordillerano en
esta porción de América. Las peculiaridades del medio andino
fomentan el aislamiento de los distintos grupos humanos y como
consecuencia su desarrollo, apareciendo diferenciaciones y rasgos
peculiares en el comportamiento de las diferentes comunidades
humanas. En los sitios arqueológicos de este período aparecen en
numerosos sitios piedras de moler, una cerámica con desengrase
de arena y de tiestos molidos; las vasijas se cocinan en atmósfera
oxidante y éstas presentan una gran variedad de formas,
decoradas con técnicas como la incisión, el modelado y otras. Se
observan también grandes vasijas posiblemente para
almacenamiento de líquidos, en especial de chicha de maíz. Se
hacen cada vez más frecuentes los vasos antropomorfos, lo mismo
que las hachas de estilo neolítico. Aparecen los volantes de huso,
collares de cuentas de piedras perforadas, y otros adornos
personales” (Idem. P. 55).
Según la opinión de Reichel – Dolmatoff, la evolución de los
pueblos de la Llanura del Atlántico no sigue el mismo derrotero
288
que la de los pueblos del interior del País (Colombia). Surgen,
dentro del conjunto mencionado verdaderos regionalismos,
generados por las diferencias del Medio, dado el aislamiento que
la presencia de los pliegues cordilleranos impone. Grupos que
antes formaban una sola familia ya en la época de la Conquista se
percibían como enemigos irreconciliables, con rasgos culturales
que los diferenciaban entre sí (Idem. P. 56).
El mencionado investigador afirma, además, apoyado en sus
propias exploraciones, que en la Llanura del Atlántico se
desarrollaron por lo menos cinco centros culturales con
características evolutivas propias, fácilmente distinguibles por el
estilo de su cerámica, entre otros. El cuadro de las formas de vida
de estas poblaciones se ha logrado conjugando las noticias etno –
históricas consignadas en las crónicas de la Conquista y las
investigaciones que han sido realizadas en los depósitos
arqueológicos, y que aportan la posibilidad de una visión
profunda en el tiempo de esas crónicas. El mismo Reichel –
Dolmatoff propone la siguiente zonificación: La Sierra Nevada de
Santa Marta, El río Ranchería, el río Cesar, el Bajo Magdalena y
el litoral. El antropólogo inició sus exploraciones en el área
tairona de la Sierra Nevada de Santa Marta, exploró allí sitios de
habitación y basurales, que contenían numerosos fragmentos de
cerámica, los cuales permitieron el establecimiento de cierta
secuencia histórica, y, por lo tanto, de una cronología evolutiva
tentativa. (Idem. P. 56).
La principal caracterización de estas zonas es la siguiente:
Sierra Nevada de Santa Marta, Su cerámica tiene una decoración
esencialmente plástica.
Río Ranchería, Tiene una tradición de cerámica pintada.
Río Cesar, Bajo Magdalena y Litoral, tienen una alfarería
predominantemente incisa. (Idem. P 56).
289
En el curso de las exploraciones fue posible establecer claras
diferencias entre los materiales excavados en las faldas de la
Sierra Nevada de Santa Marta y los excavados en la costa de
Salamanca, Papare, Durcino, Gaira, Taganga, Santa Marta y otros
sitios del litoral. Esto dio base para señalar en esta zona un nuevo
complejo cultural, contemporáneo con el de la Sierra Nevada de
Santa Marta en su fase final, pero más primitivo, por su lento
desenvolvimiento. A este complejo lo denominó Área del Litoral.
(Idem. P. 57).
Luego fueron identificadas dos nuevas áreas arqueológicas al
oriente del departamento del Magdalena: La del río Ranchería y la
del río Cesar. Su estudio permitió entender la influencia de la
cultura tairona hacia esta región y su correlación cronológica con
ciertos depósitos arqueológicos existentes en Venezuela (Idem. P.
57).
En el río Ranchería, Reichel – Dolmatoff identificó dos complejos
arqueológicos, con sus propias características. En el curso
superior del río Cesar localizó yacimientos de un complejo de
desarrollo local, que puede relacionarse en parte con los
complejos señalados para el río Ranchería. El Área arqueológica
del río Magdalena fue establecida después de una serie de
excavaciones operadas en distintos sitios aledaños al río. Algunas
manifiestan elementos de contacto con los españoles, lo que ha
servido como referencia para establecer una edad relativa de tres
períodos diferentes en la evolución cultural de la región de la
laguna de Zapatoza (Idem. P. 57).
El desarrollo arqueológico del área tairona constituye hoy una de
las más conocidas del país, pues allí han sido realizadas
exploraciones sistemáticas en diferentes depósitos arqueológicos,
cuyos resultados han permitido el establecimiento de una
secuencia cultural y el análisis e interpretación de los elementos
más significativos en el contexto de la cultura a que pertenecen
los vestigios prehispánicos que allí se encuentran. Los vestigios
consisten principalmente en plantas de vivienda, terrazas de
cultivo, etc., Los poblados variaban, desde agrupaciones de pocas
290
casas, hasta conjuntos de centenares de casas; algunas tenían
hasta veinte metros de diámetro, circuladas por una especie de
anillo, formado por piedras, a veces pulimentadas.
Frecuentemente estaban ubicadas en montículos o plataformas
sostenidas por muros de piedra, a través de los cuales una
pequeña escalera servía de acceso al piso de la vivienda. Los
cimientos de tales construcciones consistían, según puede verse
en los vestigios que aún subsisten, en uno o más círculos
concéntricos, formados por piedras. Todas tenían dos puertas,
colocadas opuestamente, señaladas por grandes piedras bien
pulimentadas. Ciertas ruinas parece que corresponden a casas
ceremoniales, alrededor de las cuales se agrupaban los pueblos
más numerosos. Presentan una gran planta circular, en ocasiones
con cuatro puertas, localizadas en amplias terrazas, con calzadas,
escaleras, columnas y mesas de piedra o bancos colocados sobre
bloques más pequeños; puentes, etc. (Idem. P.58).
La excavación de los sitios de habitación ha arrojado mucha luz
acerca de las formas de vida de esta importante y numerosa
población indígena del norte de Colombia. Las casas estaban
habitadas por una sola familia. El fogón lo conformaban tres o
cuatro piedras. En una de las casas ceremoniales, Reichel –
Dolmatoff encontró, cerca de la entrada principal, un cráneo de
jaguar. Entre los koguis, tribu que actualmente habita esta misma
zona, todas las casas ceremoniales están dedicadas al dios Jaguar,
o Cashindúcua, y según la tradición, en los tiempos antiguos
cráneos de estos felinos adornaban las puertas de las casas. Este
hecho demuestra que el estudio de los rasgos etnográficos de las
tribus indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta constituye un
buen auxiliar para la adecuada interpretación de muchos
fenómenos arqueológicos de esa zona (Idem. P. 59).
Es importante considerar a Zambrano, el nombre de una región
del bajo Magdalena que tuvo gran importancia en la época
prehispánica, a juzgar por los numerosos vestigios arqueológicos
que allí se presentan. Allí concurrieron, en opinión de Reichel –
Dolmatoff, la influencia de todas las culturas de la costa
colombiana, desde las de la Sierra Nevada, hasta las del Valle del
291
Sinú, y otras regiones. Este arqueólogo reconoció allí más de
cincuenta sitios arqueológicos, algunos de los cuales considera
como representantes de las fases de Puerto Hormiga, Momil, y
Malambo. Los depósitos arqueológicos alcanzan en algunos sitios
hasta seis metros de profundidad y consisten en fragmentos de
cerámica y objetos líticos, correspondientes a una ocupación de
mediados del siglo VII de la era cristiana., cuando fueron
empleados grandes montículos artificiales como plataformas para
la construcción de casas. Algunas centurias después, aparecen
pueblos más nucleados, con grandes cementerios, en los que se
encuentran numerosas urnas funerarias. Se observan también
collares de cuentas de cornerina, de la Sierra Nevada, piezas de
oro del Sinú, y objetos hechos de concha marina, todo lo cual
evidencia las relaciones comerciales que tenían estos pueblos con
tales regiones (Idem. P. 61).
Uno de los pueblos encontrados por los españoles fue el pueblo
tairona, que ocupaba los contrafuertes de la Sierra Nevada de
Santa Marta hasta una altura aproximada de mil metros sobre el
nivel del mar. La población vivía completamente en grupos
nucleados, una pauta de poblamiento que no se ha observado en
ninguna otra región de Colombia. Los grupos de población
estaban localizados en los pliegues de las montañas, una posición
estratégica para la fácil defensa de sus dominios. Los pueblos
principales se componían de miles de habitantes, a juzgar por las
referencias de los cronistas y por los vestigios de viviendas,
caminos, muros de contención, ríos canalizados, y otras obras que
allí dejaron y han sido objeto de reconocimientos técnicos por
Alden Mason, y en los últimos años, por Alicia y Gerardo Reichel
– Dolmatoff. Las casas y los templos eran de planta circular, sus
cimientos de piedra y los muros de bahareque, y el techo pajizo,
de forma cónica. El tipo y la estructura de la vivienda y las casas
ceremoniales que aún se conservan entre las tribus que sobreviven
en esta zona, están estrechamente emparentadas con el grupo
chibcha de las regiones de Cundinamarca y Boyacá. (Idem. P.
68).
292
La base económica de los indios taironas, como la de la gran
mayoría de las tribus andinas de Colombia, fue la agricultura del
maíz, al lado de otros productos de la tierra, que cultivaban en
campos con irrigación y en terrazas, al igual de como se hacía en
los Andes Centrales, en las tierras de los incas. Al lado de estas
actividades existía un intenso trato comercial entre los distintos
pueblos, sobre la base de productos elaborados de orfebrería y de
tejidos de algodón, que se intercambiaban también por sal y
pescado con pueblos que vivían cerca de la costa. El comercio de
las tribus de la costa se extendió hasta el interior del país, pues las
del área chibcha adquirían, mediante este intercambio, caracoles y
otras conchas marinas, en tanto que las esmeraldas de aquí eran
llevadas por tales grupos hasta el litoral” (Idem. P. 69).
Ahora nos referiremos a los grandes poblamientos del último
período evolutivo, cuyo conocimiento se logra a través de varias
fuentes diferentes de investigación, una de ellas, muy importante,
la lingüística. Así podremos hilvanar el intrincado esquema que
plantea el poblamiento variado y de horizontes superpuestos de
esta región de América:
“Desde 1954, con la publicación de Perspectives and problems of
amerindian comparatiev linguistics (Word, t. 10, p 306 –332,
New York, 1954), el conocido lingüista Mauricio Swadesh ha
venido propugnando tesis muy originales, tendientes a demostrar
la relación multilateral de las lenguas americanas, basado en las
investigaciones modernas léxico – estadísticas y mediante el
estudio de los fenómenos de la dialectología que lógicamente
podrían dar origen a muchos tipos de graduación de las lenguas”
(Sergio Elías Ortiz. “Historia extensa de Colombia” Volumen 1,
TomoIII Lenguas y Dialectos Indígenas de Colombia. Ediciones
Lerner. Bogotá 1965, P. 409).
El autor mencionado cita: “Un hecho sumamente significativo,
puntualiza Swadesh, se ha desprendido de la clasificación
multilateral y es que gran parte de las lenguas de América forman
un solo complejo de bastante antigüedad. Esto difícilmente se
hubiera establecido por las antiguas técnicas basadas en la teoría
293
del árbol genealógico, puesto que la comparación directa de
algunas lenguas, pertenecientes a partes alejadas del complejo,
muestran poca semejanza y sería casi imposible establecer su
origen común. Sólo buscando los eslabones de la cadena que las
une, pudimos comprobar su parentesco. El hecho de que estos
eslabones se encuentran en América indica que la diferenciación
se produjo en este hemisferio, partiendo de lo que3 entró como
una sola lengua. Por su antigüedad la podemos denominar paleo –
americano” (Idem. P 409).
Se ha discutido mucho acerca de la significación de las grandes
ramas del tronco chibcha, de su centro de dispersión y su real
extensión. Se ha trabajado arduamente, se han dado varias
tentativas de hacer agrupaciones de las diferentes familias pero
todavía no hay una conclusión definitiva. “Tratándose del árbol
lingüístico chibcha no solamente están por estudiarse las raíces de
un antiquísimo y primitivo idioma, quizás un paleoarawak, como
se supone, de donde se formaría el chibcha, ya sea en Centro
América o en Sud América, como en sus ramas que, si hemos de
atenernos a los estudios de Greenberg y McQouwn, llegarían a
términos nunca antes sospechados, en extensión casi tan vasta
como la que pudo ocupar la familia Arawak. (Idem. P. 32).
Ernst, mencionado por el mismo autor, había sugerido una posible
relación entre el grupo chibcha y las lenguas timote (arawak),
pero dice que el primero y verdadero ensayo de clasificación se le
debe a Briton, quien compuso una lista de veintisiete tribus y
subtribus para formar su chibcha lingüistic stock, con distinción
de un grupo propio talamanca, otro aruac y un tercero chibcha,
aunque limitó su agrupamiento a solo los idiomas de la América
Central, Sierra Nevada de Santa Marta y chibcha de la sabana de
Bogotá, mediante un vocabulario esquemático de 21 palabras,
insuficientes para establecer relaciones de parentesco, lo que no le
permitió abarcar en su clasificación el subgrupo de barbakoa, ni
otros dialectos del sur, no obstante que ya sugirió, respecto del
andakí, “Slight Similarities to the Panaquitá and Chibcha” y tuvo
el acierto de formar un chocó linguistic stock, que más tarde fue
indebidamente colocados dentro de la familia chibcha, de donde
294
fue retirado luego de los estudios comparativos de Paul Rivret
(Idem. P 33).
En 1903, Raúl de la Grasserie hizo un estudio bastante completo
sobre las lenguas de Costa Rica y los idiomas emparentados y
propuso como nombre definitivo de la familia lingüística, ya
consagrado por Brinton, de Chibcha. De La Grasserie limitó
también su agrupación a las lenguas consideradas por Brinton
como propias del tronco chibcha en cinco ramas: aruac, guaymí,
chibcha, talamanca y dialectos diversos, con buen análisis
gramatical y cuadros de lexicografía comparada (Ide4m. P33).
En 1910, H. Beuchat y Paul Rivet ensancharon más el horizonte
chibcha con las lenguas del suroeste consideradas aún como
independientes, mediante estudio comparativo a fondo de los
distintos dialectos, tanto en su estructura gramatical, como en la
dialectología, para llegar a la conclusión: “la familie Chibcha
s’est donc étendue au sud jusqu’a la latitude de Guayaquil
environ, entre la Cordillére occidentale et le Pacifique, sauf dans
la région cotiére oú ont vécu les Esmeraldes, dont les affinités
sont encore a déterminer”. En trabajos posteriores, el mismo
Rivet, Lehmann, Jijón y Caamaño, Loukotka, Mason, Johnson y
otros agrandaron aun más los límites de la familia Chibcha con el
grupo betoi, el andakí, el kofán, varios grupos del Ecuador y otros
hasta el río Huallaga, dentro del Perú actual, en tal forma, que la
gran cantidad de idiomas o dialectos de clara, posible o dudosa
filiación chibcha, ha dado pie para proponer un phylum macro –
chibcha y hasta un super – phylum maya – chibcha-karib-arawak
insinuado por Shuller y la posible relación del misumalpan stock
de Mason y Johnson al macro chibchan phylum, en que han
convenido los más modernos lingüistas que se han ocupado del
asunto: MC Couní (en 1955) y Greenberg (en 1956), a saber: un
phylum macro – chibcha que comprendería un stock misumalpan
– chibchan – junta – purgan – ji rajarán – guaragua – chirriaban
– muran – y “que es el paso más avanzado en este intrincado
problema de agrupaciones. Se ha ahondado, además, en la
estructura antigua de la familia para determinar un paleo –
chibcha en el esmeraldas, el Paruro y el tumbo (Idem. P 34).
295
Al menos, en lo que tiene qué ver con la lingüística, era
“incalculablemente extenso el territorio de los pueblos que
hablaban diferentes lenguas chibchas. Sin embargo, incluso antes
de la Conquista, como veíamos, atrás, ya estaba bastante
disminuido en su continuidad geográfica. Para Bennett hay
algunas evidencias de una lengua arawak en Colombia, más tarde
reemplazada por el chibcha. Pérez de Barradas, dice que: “Los
muiscas llegaron de la región del Istmo, si ha de colocarse allá,
como parece más posible, el foco de origen de los pueblos
chibchas hacia el siglo X después de Cristo, y se superpusieron
sobre una población de raza lánguida y de lengua y cultura
arawac. Esta hipótesis, primeramente formulada por W. Lehmann,
se ve apoyada por la cronología, la lingüística y la arqueología”.
Concluyendo, tanto los datos de los cronistas, como una serie de
elementos culturales y los indicios lingüísticos: “Permiten
suponer que su foco de origen haya sido la región del Istmo y que
la salida de esta región deba estar relacionada con el movimiento
de pueblos que tuvo lugar con la caída del antiguo imperio maya”
(Idem. Páginas 30 a 32).
15.2.0 LAS MIGRACIONES
Y LAS INTERACCIONES
ENTRE LAS POBLACIONES ABORIGENES
EN SURAMÉRICA SEPTENTRIONAL.
La familia lingüística Arawak, que en concepto de los
especialistas es la más grande y la más importante de Suramérica,
así en extensión como en el número de sus componentes, tuvo su
centro de dispersión, según toda probabilidad, en las cuencas del
Orinoco y el Río Negro, hacia las fronteras de las Guayanas,
Venezuela y Brasil. Mason calcula como puntos extremos de la
expansión arawak, desde Cuba y las Bahamas al norte, quizás
desde la península de la Florida, hasta el Gran Chaco y las fuentes
del Xingú y aún el Uruguay (Chaná), al sur y desde las bocas del
Amazonas hasta el pié de la cordillera de los Andes, en su parte
oriental y posiblemente hasta el Altiplano Boliviano (Urú) y hasta
las costas chilenas del Pacífico (Chango). En concepto de Hoijer,
296
la distribución de la lengua arawak es, en general, idéntica a la
karib y en algunos casos parece que se hubieran extendido juntas
en su largo peregrinar (Idem. P 169).
Aquella situación hace suponer que en algún momento, en época
muy antigua, pueblos de habla arawak hayan iniciado su
migración hacia todas las direcciones del horizonte desde su
hábitat primitivo, empujados quizás por tribus enemigas
principalmente caribes. En algunos casos, según Mason, las
lenguas de tipo arawak hayan sido suplantadas por hablas karib,
aymará y kechua. En las lenguas karib, especialmente, es notorio
el hecho de encontrarse al lado del “habla de los hombres” el
“habla de las mujeres”, de tipo arawak en no pocos casos. En
algún momento, según Brinton, esas tribus ocuparon la mayor
parte de las tierras bajas de Venezuela, de donde fueron arrojadas,
no mucho antes de la Conquista por los caribes, como también de
muchas islas meridionales del archipiélago antillano occidental.
Es claro que las lenguas arwak han ejercido notoria influencia
sobre las demás lenguas habladas en su área de dispersión. El
estado actual del conocimiento respecto del árbol lingüístico
arawak, hace que nada puede afirmarse todavía sobre sus raíces ni
su constitución definitiva a través del continente. Dentro del
panorama actual de distribución de la familia Arawak, se ha
observado que muchos dialectos que se supone le pertenecen, ya
han desaparecido y será imposible afiliarlos, con certeza, además
del hecho de que disminuye paulatinamente el número de tribus
de lengua arawak, a velocidad más alarmante de lo que ocurre
para otras lenguas americanas. Una de las pocas lenguas del
conjunto arawak que todavía se habla en Colombia es el guajiro
(Idem. Páginas .170 y 171).
El centro de dispersión de la lengua karib, se sabe que estaba
ubicado en la región comprendida entre el alto Xingú y el Tapajoz
(Brasil), de donde, en alguna época, el pueblo que la hablaba
empezó a moverse en distintas direcciones, empujando a otros
pueblos, como el pueblo arawak en forma parecida a como
ocurrió en Europa con las invasiones bárbaras. ¿En qué época
penetró al territorio que hoy es de Colombia la invasión karib y
297
cuales fueron sus primitivas vías de ingreso? Algunas hipótesis
expuestas proponen que ocurrió una invasión desde el Lago de
Maracaibo hacia la serranía de Perijá, donde quedaron algunas
comunidades, para extenderse luego hacia la confluencia de los
ríos Cauca y Magdalna rompiendo la unidad territorial chibcha.
Hay otras hipótesis que señalan su ingreso directamente desde el
Amazonas por el río Caquetá, donde quedaron algunas tribus,
para extenderse luego por los valles ardientes del Tolima y
penetrar al Chocó donde se establecieron definitivamente, y en
parte torcer su ruta de emigración hacia la confluencia de los ríos
Cauca y Magdalena hasta llegar a Perijá. Ambas hipótesis son
sostenibles y puede pensarse que las oleadas pudieron salir de
grupos caribes diferentes y haberse movido en épocas distintas,
pero de todas maneras posteriores al poblamiento arawak. La
cronología de estos movimientos en territorio colombiano no está
todavía clara. La población caribe de Colombia está agrupada por
los expertos en cuatro grupos diferentes: El grupo Chocó, el grupo
Perijá – Magdalena, el grupo Caquetá – Apoporis y el grupo
Amazonas. Estos diversos grupos debieron tener, cada uno, sus
propias rutas de ingreso al territorio colombiano.
El otro gran grupo de población en la región septentrional de
Suramérica es el grupo chibcha, de cuyo aspecto lingüístico
hemos hablado ya. En el momento de la llegada de los
peninsulares, el pueblo chibcha extendía su influencia cultural en
una vasta porción del Nuevo Mundo. Tribus pertenecientes al
grupo macro – chibcha ocupaban la mayor parte del territorio
colombiano, una buena porción del ecuatoriano, y dilatadas costas
del lado Atlántico en la América Central. Este hecho explica
justamente la estrecha correlación que existe entre muchas de las
manifestaciones arqueológicas de estas regiones, que se
evidencian todavía más a la luz de los viejos relatos de la época
de la Conquista y de la Colonia, relatos que tienen qué ver, entre
otras cosas, con las costumbres de los pueblos que poblaron tales
regiones, y en las que se aprecia su semejanza al comparar el
comportamiento relativo de todos ellos. Las relaciones
comerciales, obviamente incrementaron entre ellos su recíproca
influencia, unas veces en sentido norte y otras en sentido sur,
298
aspecto que constituye la base de intrincadas discusiones sobre el
origen mismo de ciertas técnicas y de ciertos otros elementos de
la cultura. Lothrop insiste en 1940 en la presencia de oro y de
esmeraldas ecuatorianos en la zona arqueológica panameña de
Coclé, de ornamentos de oro de Coclé y de Colombia en Chichén
Itzá y de piezas de orfebrería peruana en Guatemala y en Oaxaca
(Luis Enrique Gómez. Historia Extensa de Colombia, Ediciones
Lerner Bogotá 1965. Volumen I Tomo I. P. 418).
Especialmente en los últimos años, el tema de las relaciones entre
Mesoamérica y Suramérica ha provocado un marcado interés
entre los arqueólogos. En el momento de imprimir esta obra
(1965), varias comisiones de técnicos adelantaban intensas
exploraciones a todo lo largo de la costa Pacífica con el deseo de
encontrar huellas que indicaran el origen de los pueblos que se
corrieron de un extremo a otro del Nuevo Mundo y que poblaron
sus extensas comarcas y cuándo lo hicieron. Spinden, célebre
arqueólogo norteamericano, había insistido en 1917, en la
posibilidad de la existencia de una antigua cultura básica que
habría sido la etapa previa en las dos Américas para el
florecimiento de los dos grandes focos de alta cultura en la época
prehispánica: Mesoamérica y los Andes Centrales. Este
investigador señaló la semejanza que existe entre ciertos
elementos arqueológicos de una y otra zona, especialmente entre
algunas formas de cerámica y en las técnicas agrícolas aplicadas.
A esta etapa la denominó “arcaica”, período que otros denominan
como “cultura formativa o pre – básica. Posteriormente Jijón y
Caamaño, Kroeber, Strong, Steward y otros, han sostenido esa
misma tesis, con lo cual se han desvirtuado por completo las
teorías de quienes han pretendido demostrar el origen
independiente de estas dos grandes civilizaciones, independencia
en la cual insisten particularmente algunos estudiosos peruanos.
Noguera hace llegar estos vínculos hasta los períodos más
remotos, cuando América, desde el norte hasta el sur, estuvo
poblada por grupos primitivos de cazadores nómades, cuyas
formas culturales eran muy incipientes. Así parecen demostrarlo
la similitud en la técnica del tallado de implementos de pedernal y
299
la semejanza de algunos productos de esta industria,
particularmente de las puntas de proyectil (Idem. P. 419).
Cuando se considera el período siguiente, esto es, el horizonte
arcaico formativo o preclásico, de larga duración, estas
correspondencias son todavía más estrechas, como ciertas
técnicas decorativas en la cerámica, la escultura en piedra, la
metalurgia etc. Muchas semejanzas se encuentran también en las
costumbres funerarias. Esto se da, particularmente entre los
quimbayas y otros pueblos del territorio caldense (Colombia) y
grupos chibchas de la región oriental de Colombia, con las de
poblaciones que moraban en la zona fronteriza entre Colombia y
Panamá. Duncan Strong sustenta también la tesis de que durante
centurias hubo fuertes estímulos de intercambio entre la gran
civilización agrícola desarrollada en Sur América y las que
florecieron al norte, en las regiones de Oaxaca, Yucatán y
México. Opina que el estudio de los materiales arqueológicos de
una y otra zona revela la evidencia de antiguos contactos o
influencias, los cuales se originaron alternativamente por tierra y
por mar, a través de la América Central. Que en Salvador y
Honduras, los antiguos horizontes difieren marcadamente de los
últimos y en cada caso hay significativas semejanzas con los
antiguos horizontes mayas. La cerámica maya es muy semejante a
la histórica de Coclé, que ofrece grandes similitudes con la de
Ancón, en la costa peruana, según Linné. En los depósitos de
Chavín de Huantar, considerados como remotos en el cuadro de
las culturas peruanas, existen materiales que pueden relacionarse
con tipos mayas y zapotecas en el norte. Además de las estrechas
correspondencias que pueden establecerse entre hechos
arqueológicos y etnográficos del territorio colombiano y los de
algunas zonas centroamericanas, es necesario tener en cuenta el
factor lingüístico, lo que ya hemos hecho atrás. El idioma chibcha
tuvo, y tiene hoy todavía, una gran preponderancia entre los
pueblos precolombianos, en comparación aún con otras formas
lingüísticas como el kechua (Idem. P. 419).
Hacia el oriente, las vinculaciones de los pueblos chibchas con
pueblos de origen arawak y karib son muy grandes y estas
300
debieron darse siguiendo las vías naturales de agua de rápida y
fácil penetración, que constituyen el Magdalena y los tributarios
del Amazonas y del Orinoco. Aún se discute acerca de la
dirección que tomaron las influencias de aquellos vínculos. Los
trabajos arqueológicos modernos parecen determinar el origen
andino, y más concretamente, colombo - ecuatoriano, de muchos
de los rasgos culturales que se encuentran hacia el este. Además
del antiguo estrato cultural común con los Andes centrales, que en
Colombia se manifiesta preferentemente en el área quimbaya y en
San Agustín, es indudable que en las últimas fases de la cultura de
uno y otro centro debieron existir relaciones comerciales más o
menos frecuentes. En la región de Calima, al norte del Valle, una
zona avecinada a la quimbaya, fue explorada hace unos años una
tumba, cuya bóveda, al decir de don Luis Arango C., contenía una
canoa labrada en madera de cedro negro, sostenida sobre cuatro
piedras: en el interior de ésta se hallaron restos óseos humanos,
los cuales habían sido colocados sobre una piel de vicuña. Objetos
de plata fueron encontrados en una sepultura explorada en la
confluencia de los ríos Pijao y Palomino, en la cuenca del
Quindío. Es sabido que la plata no era un metal conocido por los
pueblos que vivían en el territorio que pertenece hoy a Colombia
(Idem. P. 417).
Algunos autores, como Kidder II (1940), creen en una fuerte
penetración de las influencias culturales chibchas en algunas áreas
centroamericanas, pasando por Panamá hasta las altas tierras del
lado Atlántico en Costa Rica y Nicaragua y llegando hasta
Honduras. Tales influencias, expresadas especialmente en ciertos
rasgos de la lingüística, la etnografía y la arqueología, las sitúan
en un período relativamente reciente y las definen como
integrantes de un corpus suramericano. Según el mismo autor, esa
influencia suramericana en Centro América la justifica este autor
de diversas maneras:
1. La supuesta penetración de la lengua chibcha, [¿tal vez como
un reflujo?] la cual había encontrado su máximo desarrollo en
Colombia y Ecuador, habiendo penetrado en Centro América
hasta Honduras. Muchas tribus de Nicaragua, y Honduras, la
301
mayoría de las de Costa Rica, con excepción de las que hablan
chorotega, subtiaba y algunos enclaves de nahuatl, hablan
como en Panamá dialectos chibchas.
2. El contexto cultural de los grupos antes mencionados, que es
básicamente suramericano, sin que este concepto implique que
deba hacerse una comparación estricta, rasgo por rasgo, con un
grupo dado de Sur América.
3. La presencia de ciertos cultivos procedentes del sur, tales como
la yuca, la piña, la coca que llegó hasta Nicaragua, la papa,
etc., la papa.
4. Algunos elementos culturales, como la costumbre de cazar
patos utilizando el ardid de las calabazas flotantes; las casas
construidas en árboles; las casas de planta circular con muros
verticales; la casa comunal; el asiento de madera; las hamacas;
el delantal público de chaquiras; el estuche pénico; la
cerbatana; el rompecabezas en forma de estrella; el empleo del
caucho; y en especial el juego de pelota; ciertos rasgos
comunes en las religiones, que Lothrop ha recalcado para el
caso de los cibchas de Colombia y de los aztecas, entre los
cuales fueron el sacrificio como la extracción del corazón de
las víctimas y la colocación de éstas en gavias para ser matadas
con flechas; la selección y preparación de los cautivos
destinados al sacrificio; la idea misma del sacrificio humano,
que Lotrhop considera como esencialmente suramericana, que
no llega a los nahua hasta mediados del siglo XI después de
Cristo y que alcanza gran desarrollo entre los aztecas (Idem. P.
427).
Desde la selvática región de los ríos Tapajós y Xingú en el Brasil,
como centro de dispersión, los karib irradiaron su influencia
cultural y extendieron su dominio desplazándose por las orillas de
los ríos hasta llegar al mar. Luego el Mar Caribe, bautizado así
con su nombre, sería uno de los principales escenarios de su
actividad. Numerosas islas les sirvieron de asiento durante
centurias y allí los encontrarían los exploradores españoles en el
momento de su llegada a tierras americanas. Los karib fueron los
primeros emisarios del exótico Nuevo Mundo ante los ojos
302
sorprendidos de los descubridores y los que sufrieron el impacto
inicial de la dominación de los europeos.
Luego, desde su centro de dispersión y procedentes de las islas
antillanas, los karib invadieron nuevamente las costas
sept5entrionales de América, Tierra Firme, alcanzando a penetrar
profundamente en su interior siguiendo el curso de los grandes
ríos. Desde Cuba, Jamaica, Santo Domingo, Puerto Rico, Brasil y
Guayanas, entre otros, se desplazó su influencia sobre las costas
de Colombia y Venezuela y remontó los ríos Cauca, Magdalena y
otros, dejando en las lenguas nativas y en muchos rasgos
culturales la huella manifiesta de su paso, cuando no
descendientes de su sangre directa y aún grupos de población
vinculados a dichas migrascio0nes. No faltan autores que
rectifican la idea del movimiento desde las islas antillanas, para
afirmar que fue la plataforma continental la que sirvió de punto de
partida, relativamente tardía, para la invasión de las islas (Idem.
P. 429).
En el siglo XVI, cuando llegaron los españoles, la influencia karib
alcanzaba ya hasta los umbrales mismos de la Sabana de Bogotá,
siguiendo principalmente el curso del río Magdalena, a lo largo de
las laderas y a través del versante occidental de la Cordillera
Oriental. “Topónimos como Tolima, Colima, Anapoima,
Anolaima, Sasaima, Calandaima, para no citar sino unos pocos
ejemplos, en general todos los terminados en –ima y en aima-,
han sido considerados por investigadores modernos como de
extracción karib y están indicando todavía hasta dónde llegaron
estas migraciones, las cuales tendían en el momento de la
Conquista un verdadero cerco en torno al ¨[supuesto] imperio
chibcha, obligando a sus capitanes a mantener guarniciones en las
fronteras de la Sabana, para evitar su ruina y extinción
definitivas” (Idem. P. 429).
Panches, muzos, y colimas, fueron los grupos que lucharon de
manera más encarnizada contra los chibchas de Cundinamarca y
Boyacá, y las huestes de Jiménez de Quesada recibieron un apoyo
inicial de los colimas cuando entraron por primera vez a Bacatá
303
[Bogotá], a cambio de que se aliaran unos a otros en la contienda
contra sus fieros enemigos tradicionales. Los estudios lingüísticos
parecen indicar que tales tribus tenían una filiación karib, lo que
ha tratado de demostrarse también en estudios comparativos de
algunos de los elementos de su cultura material (Idem. P. 430).
Ernesto Restrepo Tirado y Carlos Cuervo Márquez llaman la
atención acerca de la marcada influencia karib en la integración
racial del pueblo colombiano. Sus tesis esbozadas a principios del
siglo XX han sido ampliamente confirmadas por el profesor Paul
Rivet en un bien elaborado trabajo sobre la lengua chocó, y en el
que analiza científicamente las huellas, hasta poner en evidencia
su indiscutible origen. Así es citado Cuervo Márquez por el autor:
“Las huellas de su remoto y lejano origen se encuentran
esparcidas en toda esta parte del Continente en los nombres que
daban a sus tribus y en las voces con que bautizaban los ríos, los
montes y en general los sitios que fijaban su atención. Ellos
marcan no solamente su prodigioso éxodo, sino también el
estrecho parente3sco que une a pueblos y a tribus que
desprendidos de su mismo centro marcharon en líneas divergentes
y llegaron a ocupar más tarde regiones tan distintas como
apartadas” (Idem. P. 430).
Entre los elementos culturales que Ernesto Restrepo Tirado le
atribuye a la influencia karib, están el caracol usado como estuche
pénico, la deformación artificial del cráneo, las flechas y puyas
envenenadas, la habilidad para navegar por mares y ríos, y la
antropofagia. Así describe las migraciones por territorio
colombiano de los pueblos karib:
“Los caribes fueron penetrando lentamente, remontando el curso
de nuestros ríos; y en el siglo XV ya eran casi dueños del país, ya
tenían colonias hasta en los puntos más remotos, y muchos de
ellos aún habían perdido la tradición de su llegada. Desde que se
efectuó la primera invasión, estas fueron permanentes. Ya los
mismos invasores se desconocían unos a otros; los que penetraban
atacaban como enemigos a los que ya estaban establecidos.
304
Todavía a principios de la colonización española las hordas
caribes subían las aguas del Orinoco y atacaban las tribus
habitadoras de tan vastas regiones, y a veces las misiones en ellas
establecidas” (Idem. P. 431).
Refiriéndose a la presión ejercida por los karib sobre los pueblos
sinúes, el autor cita el texto de Restrepo Tirado quien escribe lo
siguiente acerca de los quimbayas:
“En la larga lucha sostenida por los sinúes, numerosas fracciones,
arrolladas por el invasor caribe, se vieron forzadas a retroceder y
buscar nuevos terrenos para establecer sus lares. Del número de
éstas fue la tribu de los quimbayas, que atravesando la cordillera
vino a establecerse a orillas del río de la Vieja desalojando a su
turno y pasando a cuchillo a los moradores de aquellas regiones,
hombres de una raza muy superior en su aspecto físico y más
dados a la agricultura y al trabajo de la piedra que a las labores de
oro. En los sepulcros se encuentra la diferencia extraordinaria
entre esqueletos de una y otra raza… Andando los tiempos los
caribes fueron estrechando a los quimbayas. Uno de sus jefes, Irra
o Irrúa, había entrado de lleno a sus tierras, apoderándose de una
gran faja, al mismo tiempo que los sitiaban otras fracciones de
esta nación” (Idem. P. 432).
Aquellos movimientos migratorios conducen a los especialistas al
intento de una clasificación de los pueblos que habitaron el
occidente colombiano. Con base en las noticias etno históricas,
Paul Rivet, el americanista francés, consideró, en un principio,
que los grupos indígenas que vivían en el alto río León y alto
Sinú, y todo el valle del Cauca, desde la hoya del Ituango hasta la
hoya del Risaralda, en la ribera izquierda, y desde la hoya del
Arma hasta el río de Paila, en la ribera derecha, estaban poblados
por tribus emparentadas con los chokó, es decir, que hablaban
dialectos más o menos diferenciados de la lengua karib. En un
trabajo posterior, el sabio francés revisó algunas de sus
apreciaciones. Por medio un análisis comparativo de
vocabularios, obtenidos de la obra de Vásquez de Espinosa, el
Carmelita Descalzo, que escribió Compendio y Descripción de las
305
Indias Occidentales, demuestra afinidades entre nutabes y katíos a
los que se refiere el cronista de la Conquista y les atribuye a
ambos un origen lingüístico chibcha. De acuerdo con esa tesis, los
pueblos encontrados por Venadillo, Francisco César, Robledo y
otros, en territorio antioqueño, de lado y lado del río Cauca,
pertenecen a un estrato lingüístico chibcha; en tanto que los katíos
actuales, que ocupan el occidente del mismo departamento, en la
zona limítrofe con el Chocó, parecen de filiación karib El mismo
investigador señala en el referido estudio, que se pueden clasificar
igualmente dentro de la familia lingüística chibcha, y más
concretamente dentro del grupo cuna [de origen chibcha] los
indígenas que moraban en el valle de Guaca y Nore o Norí de la
Sierra de Abibe, que hablan una misma lengua. Esto dio pié a
Rivet para hacer una reclasificación de las tribus del noroeste de
Caldas, que antes consideraba como chokó o karib y que luego las
incluyó dentro de la familia lingüística chibcha (Idem. P. 433 y
434).
Es evidente, pues, que en la composición étnica y en la
integración cultural de los pueblos que vivían en el occidente
colombiano, desempeñó también un papel muy importante el
aporte chibcha, que debió desplazarse desde la región de Urabá
hacia esta zona, siguiendo el curso de los ríos Atrato, San Jorge,
Sinú, Cauca y Magdalena, hasta llegar a estas comarcas. Así
podrían explicarse las relaciones que han establecido otros
investigadores, como Ernesto Restrepo Tirado, entre algunos
elementos de la llamada “Cultura Quimbaya” con los de la región
del Sinú, vinculaciones que parecen demostrables a la luz de la
lingüística y de los hechos arqueológicos. “Este sustrato chibcha
habría sufrido el impacto de migraciones posteriores karib, cuya
ruta principal parece haber sido los ríos Magdalena y Atrato, y
que al llegar a territorio caldense flanquearon a los grupos allí
existentes, dominándolos en parte o ejerciendo influencia sobre
sus formas lingüísticas y culturales. De un lado los chanchos,
hacia el occidente, y de otro los pijaos, pantágoras, amaníes, y
samanaes, hacia el oriente, parece que marcan en Caldas la
Cordillera Occidental y Central para caer sobre las vertientes y
laderas del río Cauca. Irras o Irrúes en el norte, y quindíos en el
306
sur, podrían considerarse como las puntas de lanza de esta
migración, que había logrado estabilizarse en los versantes
exteriores de la cordillera y sobre las márgenes de los ríos Atrato
y Magdalena, al tiempo que golpeaba ya sobre los bordes de la
Sabana de Bogotá y de los demás altiplanos de la Cordillera
Oriental (Idem. P. 435).
En la integración del complejo cultural que caracteriza el área
quimbaya y otras del país, se ha sugerido también una influencia
arawak. Esto, se ha concluido, sobre la base de estudios
comparativos de cerámica y aun de ciertas formas de organización
social. Sin embargo, esta influencia no se ha comprobado por
medio de estudios estratigráficos, sino que se sustenta con apoyo
en las noticias etno – históricas y en la comparación de ciertas
formas de cerámica quimbaya con algunas de las que aparecen en
las regiones antillanas (Idem. P. 438).
“Tal como lo afirman Álvarez Conde (1956) y otros
investigadores que se han ocupado del problema relacionado con
el origen y desarrollo de la influencia arawak en la Antillas, estos
pueblos procedían de un tronco de origen continental, Según este
autor los arawacos se dispersaron y emigraron por las llanuras
costaneras de Colombia y Venezuela, dando origen a varias
ramas, que desde el punto de vista idiomático fueron perdiendo la
unidad y creando numerosos dialectos, y llegaron en sus
incursiones a las Antillas, pasando de la zona costera al Mar
Caribe, para terminar por ubicarse en las islas de dicho mar, sin
que hasta el presente se haya podido precisar la procedencia
exacta de cada una de las migraciones efectuadas. Algunos
investigadores suponen que se trata de los arhuacos – achaguas,
que son los principales ocupantes de las Antillas y que se conocen
en las islas con el nombre de ciboneyes, procedentes de las
Guayanas. Posteriormente se operaron otras migraciones aruaco –
tainas, desde las costas de Paria”. De acuerdo a la información de
la arqueología, en la isla de Cuba se han encontrado cuatro
diferentes horizontes o períodos de ocupación diferentes: Los más
antiguos los guanahatabeyes, Los ciboneyes, los tahínos y los
caribes El arqueólogo norteamericano Irving Rouse, viene
307
estudiando en forma sistemática los depósitos prehispánicos de
las Antillas y ha comprobado la misma tesis, es decir, el origen
colombiano y venezolano de la ocupación de ciboneyes y tahínos.
(Idem. P. 438).
El arqueólogo norteamericano Irving Rouse quien estudió de
forma sistemática los depósitos prehispánicos en las Antillas, ha
comprobado esta tesis, es decir el origen colombiano y
venezolano de la ocupación de ciboneyes y taínos (Idem. P 438)..
En la época del descubrimiento, la última ocupación, la de los
pueblos caribes, se extendía ya por gran parte de las Antillas
Menores y tales grupos hacían frecuentes incursiones en las
Antillas Mayores, sembrando la destrucción y el caos entre la
población arawak” (Idem. P. 439).
Luis Duque Gómez hace un resumen de las características
culturales de la ocupación antillana ciboney – taína mencionada,
que tiene grandes semejanzas con la cultura arawak asentada en la
parte septentrional de Sur América:
a) Usaban instrumentos de piedra tallada, como machacadores,
martillos, bolas, pedernales o astillas de sílex, hachas de forma
petaloide, pesas para red, molinos, figuras antropomorfas, de
piedra.
b) Aparecen montículos artificiales o túmulos de carácte4r
funerario.
c) Usaban cerámica de manera rústica, especialmente durante la
fase3 ciboney y muy desarrollada en el período taíno. Usaban
adornos de conchas y caracoles.
d) Usaban vasijas y otros objetos en madera.
e) Los entierros estaban orientados hacia el este, en posición
supina, sobre capas de caracoles del género Strombus,
alternadas con capas de tierra.
f) Usaban poca ropa en sus vestimentas. Vivían casi desnudos los
hombres. Las mujeres usaban faldas cortas.
g) El uso de pinturas en casi todo el cuerpo era común, a base de
colores ocres.
308
h) La estatura era mediana, especialmente los tainos, y tenían
cráneo braquicéfalo.
i) Practicaban la deformación artificial del cráneo, la cual era de
tipo tabular oblicua.
j) Eran poco belicosos y eran amigos de la vida regalada.
k) Eran agricultores. Cultivaban, entre otras cosas el maíz, el
tabaco, el algodón, las calabazas y los fríjoles.
l) Su organización era matriarcal.
m) Empleaban el tabaco en polvo, en forma aspirada.
n) Usaban y elaboraban tejidos de algodón.
o) Poseían la institución del shamán.
“La cerámica taina presenta variadas formas y tipos decorativos,
en especial decoración incisa geométrica, asas antropomorfas o
zoomorfas (murciélagos, tortugas, tórtolas y otras aves, ranas,
peces, figuras humanas grotescas y deformadas, motivos estos
que aparecen en la parte superior de la vasija y en especial en el
borde externo). Vasos, efigies, recipientes pandos, etc. Muchos de
los rasgos enumerados, tienen sus correspondencias en el área
quimbaya y en otras zonas del Occidente de Colombia” (Idem. P.
439).
“La participación de un estrato arawak en el contexto cultural de
los pueblos prehispánicos que moraban en el territorio
colombiano, está atestiguada por la presencia de núcleos
pertenecientes a este grupo lingüístico en algunos sectores de la
Costa Atlántica, como la península de la Guajira. Ciertas
evidencias arqueológicas y etnográficas parecen demostrar que
esta influencia penetró profundamente hasta el interior del país.
Los relatos históricos nos hablan de la extraordinaria movilidad
de los indios arawaks a través de las distintas comarcas del litoral,
en donde hacían grandes contrataciones con pueblos de distinto
origen, que determinaron su notable expansión territorial” (Idem.
P. 440).
En cita de Navarrete dice: “Estos indios tienen algunas maneras
de gitanos, en especial en ser vivísimos y agudos, por extremo
amigos de cristianos, y de contratar, y de vender, y de andar de
309
tierra en tierra contratando: Salen de sus provincias bien
doscientas leguas a llevar té u otras ratas al Poniente costa a costa
con sus navíos; y por los ríos de aquellas partes suben muchos y
entran por donde quieren como gentes que no temen ni deben a
ninguna nación de indios: dan noticias de tierras ricas y muy
provechosas que ellos han visto y caribes que cautivan les dicen a
ellos” (Idem P. 440).
“Existen notables similitudes culturales entre los pueblos de
origen chibcha y los arawak, especialmente en las leyes morales
que rigen una y otra sociedad y en la existencia de una capa
sacerdotal. De otra parte, fueron frecuentes los casos de mestizaje
entre estos últimos y los llamados caribes, no obstante ser
enemigos irreconciliables entre sí; las alianzas se hacían después
de que los prisioneros caribes eran sometidos a un proceso de
aculturación. Si admitimos la tesis de que varios de los conjuntos
indígenas que moraban en el Litoral Atlánticos en el siglo XVI y
de los que vivían en algunas regiones del interior, pertenecían a la
familia karib, es de suponer que estos últimos debieron sufrir a
fuerte presión de enemigos tradicionales, obligándolos a
replegarse en parte hacia la tierra adentro, como en el caso de los
motilones y de otras tribus. Las mismas fuentes históricas a que
hemos hecho referencia nos dicen que los arawak “contratan con
otras naciones que ellos tienen por amigos; a estos que cautivan,
en señal de cautiverio, les cortan el cabello, como cosa que en
más tienen los caribes…… dicen los aruacos que cuando entre
aquellos mozos o mozas hallan algunos de buenas costumbres que
les casan con sus hijos e hijas y los vuelven aruacas; de esta
manera han cumplido con su nación y tierra…. Los indios caribes
cautivan así mismo de los aruacas, y el que está gordo luego se lo
comen, y si está flaco lo engordan con brebajes y estando gordo le
lo comen; de cuya causa los aruacas les tienen capital odio y
nunca acaban de vengar de ellos”” (Idem. P. 44)
15.3.0 LA ARQUITECTURA. LA VIVIENDA.
Eran muy variados los tipos de construcción de la población
indígena en la parte septentrional de Sur América. El clima
310
probablemente influyó inmensamente en el tipo de material
usado en la vivienda, generalmente la madera, que era sin duda
perecedero, muy al contrario de lo que ocurrió en lo que es hoy
Estados Unidos, México, Guatemala, Perú y otros países. Esta
circunstancia ha dificultado el hallazgo, la localización y la
definición de sus trazas en los yacimientos arqueológicos. Los
cronistas aportan datos de gran importancia para la reconstrucción
de estos elementos en la cultura aborigen de la región (Idem. P.
163).
En muchos casos la vivienda tuvo un carácter eminentemente
funcional, respondiendo a las exigencias del medio fisiográfico, a
menudo demasiado agresivo, como ocurre en la región costera del
Pacífico, entre Panamá y el Ecuador. La casa levantada sobre
pilotes sigue, incluso hoy, siendo una pauta válida en las
viviendas campesinas de indígenas, negros, blancos, mestizos y
mulatos, en zonas que padecen promedios de humedad al año del
orden del 85%, y una precipitación pluvial, a veces de las
mayores del mundo con ocho mil milímetros anuales. Igualmente
contribuyen el carácter inundable de los terrenos cruzados por
muchos de los ríos, los niveles freáticos (de aguas subterráneas)
demasiado altos, etc. Los cronistas de la Conquista encontraron en
las condiciones ambientales el motivo para el desarrollo de pautas
de vivienda muy originales y diversas en cuanto a las costumbres
establecidas en otras latitudes, generando, a su vez diversidad en
las pautas culturales (Idem. P.163).
Dice, don Luis Duque Gómez, por ejemplo, de don Juan de
Castellanos, acerca de la vivienda de los indios chocóes:
“En árboles subidos
Sobre los cuales tejen barbacoas
Y en ellos sus tugurios o chozuelas
Por las inundaciones de los ríos,
Que suelen ser allí muy cotidianos”
Ente los armas, cuyos grupos se extendían por las faldas de la
cordillera Central que caen sobre el río Arma, al NE del territorio
ocupado por los departamentos del viejo Caldas, las casas eran
311
grandes, de planta circular, construidas con largas vigas, que en la
parte superior formaban una especie de arco. El techo era pajizo y
el interior estaba dividido en compartimientos, con base en esteras
destinados a varios grupos familiares, que alcanzaban a veces
hasta diez hombrees y más, con sus mujeres y sus niños. Eran, por
lo que se ve, viviendas colectivas. Las casas, formando pequeños
grupos se situaban en la parte alta de las lomas, en
aterrazamientos hechos para tal efecto. En esta forma ofrecían un
difícil acceso para el enemigo, contra el cual vivían en
permanente guardia (Idem. P. 166).
Los paucuras, otra de las tribus que vivían al norte de los
departamentos del viejo Caldas, colindantes con los pozos y con
los carrapas, tenían casas pequeñas en comparación con las
viviendas de los armas. Estaban situadas en terrenos muy ásperos
sembrados de maíz y otros cultivos (Idem. P. 166).
Los indios pozos eran, como es bien sabido, famosos por su
belicosidad. Opusieron una feroz resistencia al avance de los
españoles por su comarca, “y el mismo Robledo se vio en
inminente peligro de perder la vida cuando sufrió la embestida de
las armas de estos esforzados y valientes nativos. Mantenían
frecuentes guerras con casi todos sus comarcanos; por esta razón,
el sitio escogido para sus poblados y habitaciones eran las partes
altas de las colinas, desde donde podían defender defenderse más
fácilmente de sus enemigos cuando eran atacados. Sus casas eran
de planta circular y muy altas y cabían en ellas hasta quince
personas. A la entrada tenían palizadas de guadua y en medio de
ellas grandes tablados cubiertos de esteras, desde donde vigilaban
los contornos y vivían permanentemente en asecho de sus
contrarios (Idem. P. 167).
Los supías o zopías, que vivían, como los anteriores, en la parte
norte del territorio caldense, tenían viviendas dispersas, en las
faldas, lomas y valles del territorio que dominaban, en tanto que
las casas de sus vecinos, los ansermas, especialmente las que
servían de morada a los caciques, eran grandes y formaban
grupos, con otras aledañas, o pequeños núcleos poblados, junto a
312
las cuales había una plazoleta, enmarcada por altas guaduas
clavadas en el piso. En sus puntas pendían las cabezas y otros
miembros de las víctimas del cacique en sus combates. Algunas
guaduas de aquellas estaban horadadas a trechos y por los
orificios penetraba el viento produciendo un sonido especial que
hacía más macabro el espectáculo. (Idem. P. 167).
Los indios cirichas, vecinos de los zopías, tenían sus casas de una
construcción semejante a los pozos. A la entrada de la casa del
cacique principal había una gran enramada que servía como
centro ceremonial y de sede de las reuniones del grupo. Allí
también se practicaba el culto a sus divinidades. Igualmente, al
frente, había también la plaza cercada con guaduas en cuyas
puntas se exhibían los cráneos de los jefes enemigos vencidos en
el combate (Idem. P. 167).
Según diferentes referencias históricas, las casas de los quimbayas
eran pequeñas y el techo estaba formado por hojas de caña. Las
evidencias arqueológicas indican que las viviendas estaban en lo
alto de las lomas, rodeadas de sementeras formadas por surcos
verticales, que descendían por las suaves inclinaciones del terreno
ondulado de la región del Quindío. Cita el autor a Restrepo Tirado
quien dice: “Una fortaleza defendía la entrada del pueblo de los
guacas…..Aunque en muchas poblaciones casi todas las casas
estaban hechas como para resistir los ataques del enemigo o
tenían cercados para ello, en otras poseían un solo edificio para la
común defensa. Este era unas veces la morada del cacique, e con
más frecuencia una fortaleza aparte con armas y pertrechos
suficientes donde, llegado el caso, se encerraban los hombres de
la tribu. A veces salían al encuentro del enemigo, y en caso de
rechazo volvían a fortificarse en ellas” (Idem. P. 168).
Cieza de León hace una descripción de las costumbres de los
indios que vivían en la región donde se fundó San Sebastián de
Buenavista. Al referirse al tipo de habitación de estos hombres,
dice que dormían en hamacas, en casas a manera de enramadas
largas con muchos estantes, en pueblos pequeños (Idem. P. 169).
313
Bien conocida es la denominación que Jiménez de Quesada y sus
compañeros le dieron a la Sabana de Bogotá: Valle de los
Alcázares, inspirados en el extraordinario conjunto que ofrecían a
su vista las rancherías de los muiscas, divididas en pintorescos
conjuntos de bohíos con techo de campana, presididos por los
cercados de los caciques y sacerdotes de la tribu. Todavía hoy en
día, en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marte,
donde moran grupos de origen chibchas, los pueblos indígenas
siguen las pautas tradicionales y ofrecen un aspecto que debe
semejarse bastante al que sorprendió a los expedicionarios
españoles cuando alcanzaron los altiplanos fríos de Cundinamarca
y Boyacá, en la cuarta década del siglo XVI (Idem. P 170).
“Los caciques tenían grandes casas de planta circular, que
remataban, al decir de Piedrahita, en forma piramidal”: El autor lo
cita:
“Aunque las labran hoy casi todas cuadradas cubríanlas de paja,
porque ignoraban el arte de la teja: las paredes formaban de
maderos gruesos, encañados por la parte de afuera y dentro, y
argamasados con mezcla, que hacían de barro y paja….” Se trata
aquí, del sistema de construcción conocido como bahareque que
de amplio uso en el campo colombiano, todavía hoy, donde
todavía no ha sido reemplazado por tapia, adobes o concreto
(Idem. P. 171).
Cita también a Ernesto Restrepo Tirado quien habla de las casas
de los amoyaes, quienes hincaban en el suelo gruesos maderos:
“A muy cortas distancias gruesos estantillos de madera, que
sostenían el resto de la construcción. En los intervalos de un
madero a otro hacían con barro una espesa pared bien sólida.
Cuando ésta secaba ponían a manera de pañete una capa de greda
muy blanca, bien alisada, que les daba un aspecto agradable a la
vista. De lejos parecían blanqueadas con cal… Las cubrían con
paja” (Idem. P. 172).
“Verdaderos pueblos, es decir, con población nucleada,
encontraron los españoles entre los taironas” En el lugar llamado
314
Taironaca, había varias plazas pavimentadas con grandes lozas de
piedra y a su rededor grandes y espaciosas casas. En Arobare, en
el Valle de Buriticá, las casas estaban agrupadas en forma de
barrios. Así lo afirma Juan de Castellanos:
“Por barrios va digesta y ordenada
Su población, no grande ni pequeña,
Pero fuerte si fuera bien guardada
Por rodear los altos viva peña,
Y por la parte baja rodeada
De fondos pasos y de espesa breña:
Entradas son en cuatro cuestas,
Para se defender no mal dispuestos”.(Idem. P. 172).
Tumarame, provincia principal de los pacabuyes, estaba dividida
en tres barrios principales y se hallaba ubicada a orillas del río
Cesar. El poblado alcanzaba las seiscientas casas. Refiriéndose a
la entrada que hicieron los soldados de García Lerma a la región
de Pocigueyca, en la provincia de Santa Marta, el año de 1528, se
refiere Castellanos a la densa población que allí había y con
numerosas viviendas comunicadas con caminos empedrados
(Idem. P. 172).
La orografía de la región de San Agustín, caracterizada por suaves
colinas onduladas de origen volcánico y delimitadas por multitud
de arroyos y quebradas, le dan a la región un aspecto muy
parecido al del Quindío. Esta forma de relieve determinó una
pauta de poblamiento disperso en pequeños y muy numerosos
grupos, aunque no distanciados. En la zona del Alto Quinchana se
observan vestigios de habitaciones correspondientes a una
población que vivía nucleada, aunque no se alcanzó aquí el
desarrollo de una forma de vivienda de carácter urbano
propiamente dicha. Los planos de habitación explorados en el
Potrero de Lavapatas y los que han sido localizados en este
mismo sitio, están ubicados a corta distancia unos de otros, entre
diez y cien metros de separación y lo mismo sucede con los del
Alto de Quinchana. Estos núcleos de población coinciden
generalmente con el emplazamiento de grupos de estatuas y estas
315
últimas con los sitios donde se ubicaron los cementerios La
notable densidad de las sepulturas indica, bien una población
muy numerosa, o bien la existencia de un gran centro ceremonial
dedicado, particularmente al culto funerario. La existencia de
estas pautas y de cementerios en casi todas las lomas de la región,
indica la gran extensión de este supuesto centro que abarca un
dilatado ámbito territorial (los municipios de San Agustín,
Saladoblanco y San José de Isnos, para no referirnos sino a la
zona donde se extiende homogéneamente el complejo cultural,
desde el punto de vista de la estatutaria y de la cerámica). En la
época en que se desarrolló esta cultura, la construcción de
viviendas, de sementeras, de los aterrazamientos destinados a
cementerios, etc., debieron implicar un intenso desmonte de la
región, con sus consiguientes repercusiones en las condiciones
meteorológicas locales. Posteriormente, cuando los grupos
disminuyeron en población y terminaron casi por desaparecer
cuando vino la Conquista, una selva espesa cubrió nuevamente
aquellos campos (Idem. P.176).
Los sitios de habitación hallados en el Potrero de Lavapatas,
durante las exploraciones llevadas a cabo en 1957 y 1958,
demuestran que la vivienda era de estructura sencilla y de
construcción simple. Las casas estaban construidas de materiales
perecederos. Tenían una planta circular de poco más de tres
metros de diámetro. Una habitación la formaban generalmente
varios bohíos, los cuales se situaban a gran proximidad unos de
otros, casi unidos entre sí. Allí tenían sus dormitorios, sus
fogones, formados con tulpas, y sus pequeños talleres. Las
viviendas se construían cerca de los nacimientos o corrientes de
agua, a los cuales se llegaba por estrechos senderos, cuyas huellas
pueden observarse todavía en las zonas de reciente desmonte. En
las plantas de habitación excavadas hasta ese momento, fueron
halladas tumbas dentro del mismo perímetro de las habitaciones,
ya que, parece, enterrar allí a los muertos era una costumbre que
se hallaba muy extendida entre los pobladores de la actual
Colombia.
15.4.0 LA AGRICULTURA.
316
“En materia agrícola los pobladores prehispánicos americanos
hicieron notables descubrimientos y muchos de sus productos
fueron introducidos inmediatamente después de realizada la
Conquista, en la base alimenticia de los pueblos civilizados. Una
primicia, que complementa esta realidad ampliamente conocida,
es el descubrimiento del cultivo “en terrazas” en el área chibcha
de la región oriental de Colombia, algo que no había sido
descubierto y reconocido por los investigadores. Los cultivos en
terrazas fueron ampliamente practicados por los pobladores de los
Andes Centrales en Sur América, y fueron descubiertos en la
Sierra Nevada de Santa Marta como práctica agrícola de los
taironas, emparentados con los chibchas de Cundinamarca y
Boyacá, tal como ya se ha mencionado. Haury y Cubillos
informan de la existencia de terrazas para el cultivo y de restos de
cerámica en Pueblo Viejo, cerca de Facatativá, y en sitios
cercanos al cerro de Manjuí, al otro lado del río Checua, a una
altura cercana a los mil novecientos metros sobre el nivel del mar.
Los vestigios de alfarería aparecen en la superficie (Idem. P. 568).
Largo sería enumerar las plantas útiles de los indígenas y difícil
resumir en cortos párrafos el alcance de su aplicación en los
tiempos modernos. Tomaremos aquí los mismos ejemplos que
utiliza Rivet (1943) para ponderar la contribución de América
indígena a la civilización: el maíz, la yuca, la patata, el cacao, el
fríjol, el maní, la papa real, el tornasol, la quinua, el tomate, la
piña, el zapallo, el mate, el ají, el tabaco, las cactáceas textiles, la
coca, la cascarilla, la ipecacuana, el copaiva, el caucho, el cultivo
de la cochinilla sobre plantas de opuntia, para la producción del
color purpúreo etc., La mayor parte de estos productos, logrados
después de un largo proceso en el conocimiento empírico de la
naturaleza, estructuraron la base sobre la cuál descansó la
economía de los pueblos prehispánicos y sobre ellos edificaron
éstos sus formas culturales. Los indios de Colombia practicaron la
agricultura de muchas plantas, y no sería difícil pensar que en su
territorio se hicieron las primeras domesticaciones de algunas de
ellas. Gran número de cultivos agrícolas fueron encontrados por
los españoles y es indudable que aquellos estuvieron favorecidos
317
por las condiciones fisiográficas del país, particularmente por la
extraordinaria variedad de formas climáticas en la zona
cordillerana. Las técnicas agrícolas estaban igualmente avanzadas
y en su desarrollo se utilizaron los cultivos, el regadío, el sistema
de andanerías, etc., Así como la flora y la fauna modernas de
Colombia llaman hoy en día la atención por su riqueza, la
paleobotánica puede esperar aquí novedades de un alcance
insospechado en el campo de los orígenes y migraciones de
muchos de los cultivos prehispánicos” (Idem. P. 182).
Los trabajos arqueológicos realizados a mediados del siglo pasado
este nos descubren el impresionante avance de la agricultura entre
estos pueblos. En algunos sectores de la Costa Atlántica
colombiana han sido localizados vestigios de grandes terrazas de
cultivo, que indican hasta qué grado de adelanto llegó la
horticultura en esta región. De especial interés son los restos de
terrazas que existen en el valle del río San Miguel, Santa Rosa, y
Makotama, y en algunas partes del río Ancho. Estas
construcciones abarcan aquí más o menos la extensión de una
hectárea y están sostenidas, según las descripciones de Reichel
Dolmatoff (1950), por largos muros de piedra, cubriendo las
faldas de los valles a lo largo de muchos kilómetros. En las
terrazas se colocaron capas de tierra fértil y un sistema de
irrigación por medio de canales y zanjas. El regadío con acequias
lo tenían también los indios que vivían en la banda derecha del río
Medellín, en el valle de Aburrá. De los indios coronudos, que
vivían en una serranía situada cerca de Valledupar, escribe Simón,
que tenían canales de irrigación, que atraviesan “determinadas
lomas” En el territorio de los indios butaregua, del grupo guane,
los españoles encontraron una agricultura con regadío. Entre los
frutos de la tierra, cultivados y silvestres, que aprovechaban para
su subsistencia los indios y los españoles que moraban en la
provincia de Tunja, se mencionan en la descripción de 1610 los
siguientes:
“Guayacanes, algarrobos, guasumos, que son árboles que dan
fruto silvestre, que llaman soque, que comen los indios.; hay
magueyes, de cuya hoja , beneficiada como cáñamo, se hacen
318
cinchas y sobrecargas, y lías y maromas y suelas de las alpargatas
y otras cosas; hay mucho algodón y otros innumerables árboles….
Lasa frutas que hay demás de las silvestres que llevan los árboles
dichos arriba, son plátanos, guayaba, piñas, curas, que otros
llaman aguacates, higos, de tuna, aoyamas, que son calabazas de
la tierra, papayas, frutilla de chile, granadillas, guamas,
etc.,…tienen crisoles, habas turmas, que son las que en el Perú
llaman papas: siémbrense a mano; la semilla son ellas mismas
hechas pedacitos que tengan algún nudo por donde nazcan; el
fruto dan en la raíz colgado como gamones, y cuando están
maduras las arrancan y cogen apartándolas de las raíces; es cosa
de mucho provecho para los indios, porque teniendo turmas y
maíz tienen todo el sustento necesario. Hay también patatas y
otras raíces que llaman arracacha, que son casi como patatas”
(Idem. P 183).
Eran usadas muchas plantas medicinales en su farmacopea
tradicional. Según el mismo documento: “Uvas, guacas, rúchica,
chilca, bejuquillo, que es como planta de jazmín, tabaco, la raíz de
mechoacán y la yerba que llaman sorpa y otras muchas que por
falta de herbolarios no se conocen. Con las yerbas de bubas se
curan ellos que por eso se curan así. Las guacas, crudas o cocidas,
aprovechan al hígado y riñones, y con la rúchica se curan las
heridas frescas, poniéndolas encima, majada; con la chilca cocida
se lavan las piernas hinchadas; con la raíz de mechoacán se
purgan de ordinario; con la sorpa se purgan humores gruesos; el
bejuquillo sirve como la rúchica para heridas frescas; el tabaco se
usa mucho tomado en polvo por las narices y el humo por la boca;
y sirve para enfermedades frías”. Estos mismos indígenas habían
aprendido a identificar varias plantas tóxicas, para lo cual acudían
al “curioso expediente” de seguir el ejemplo de los micos en la
escogencia de las plantas útiles: “La raíz de ají menudito mata a
quien la come; la raíces de los demás ajíes son muy peligrosas.
Hay un árbol grande, que el que se pone debajo de él se hincha
todo y se pone leproso; cúrase con sangrarle y untarle con la
propia sangre. Hay muchas frutas venenosas en los arcabucos, y
para poder conocer las que no lo son, se mira si las comen los
319
micos porque las que ellos comen se tienen por seguras, y las
demás. Por venenosas” (Idem. P. 184).
Las plantas tuberosas ocuparon un lugar destacado en la
alimentación de las poblaciones aborígenes, no sólo de las que
vivían en la zona andina sino en la Amazonia y la Orinoquía: La
mafafa (xanthosoma mafafa, Scott), cultivada por los catíos, los
yurumanguíes; la achira (canna edulis, Kerr – Gawl), cultivada
por varios grupos de las cuencas de los ríos Cauca y Magdalena;
el ñame (dioscorea triphylla, Schimp), que consumían las tribus
de la Sierra Nevada de Santa Marta, de la Guajira, de los Llanos
Orientales y del occidente de los actuales territorios de Antioquia,
Córdoba, Tolima y Huila. Cita el autor a Víctor Manuel Patiño
(1964), que escribe sobre el ñame: “Como la introducción del
ñame africano data de mediados del siglo XVI, al cobrar fuerza la
importación de esclavos negros, todas las referencias de fines de
ese siglo y de los siguientes, tanto pueden atribuirse a especies
americanas como a las foráneas. Es hecho comprobado la suma
rapidez con que se difundieron ciertas plantas económicas en
América, hasta el punto de que observadores desprevenidos las
consideraban al poco tiempo como plantas terrígenas. Un ejemplo
es el plátano” (Idem. P. 185)
.Las hibias (oxalis tuberosa, Mol.) fueron cultivadas en
abundancia por los nativos de los altiplanos de Cundinamarca y
Boyacá, lo mismo que por los de Nariño. Se les denominaba
también ocas. Los cubios (tropaeolum tuberosum, R. Et P), eran
unos de los alimentos preferidos por los muiscas. También se les
llamaba majuas en el alto Magdalena. La yuca (manihot
esculenta, Crantz), constituye todavía la base de la alimentación
de los pueblos amazónicos y es conocido su producto derivado, el
cazabe, que, a pesar de no ser tan grato al paladar europeo, se
conserva fácil y bien. La yuca amarga la cultivan las tribus
amazónicas, pero la yuca dulce se cultivaba por los indígenas del
Sinú, del Golfo de Urabá, de Ayapel, de Cartagena, de Santa
Marta, del Valle de Aburrá , por los armas, quimbayas, ansermas,
pacabuyes, colimas, muzos, panches, páez, pijaos, chitareros, es
320
decir, casi todos los pueblos que habitaban el territorio del actual
Colombia (Idem. P. 186).
La arracacha (arracacia xanthorrhiza, Bancroft)), cuyo nombre es
de origen quechua, es muy cultivada, como la yuca, por las
poblaciones rurales de Colombia. En el sur, hacia la región de
Sibundoy, se conocen once variedades. La conocían los paeces y
los yolcones, los laboyos del Valle de Pitalito, los panches, pijaos
y catíos. Arocueche la llamaban los muzos. La batata (ipomea
batata, L. Poir), la conoció Cristóbal Colón en las costas de Cuba
y la Española. Se cultivaba en la cuenca del Atrato, en la costa,
entre el Sinú y el Magdalena, en la Sierra Nevada de Santa Marta,
en la cuenca del río Cauca. Su cultivo se comprobó también entre
los chibchas de la Sabana, entre los chitareros y otros grupos
indígenas del Nuevo Reino de Granada. Hoy en día, la batata se
consume en casi todo el país. (Idem. P. 186).
Las papas (solanum tuberarium, spp.), o “turmas de tierra”, como
las llamaron los primeros pobladores europeos, fueron cultivadas
en muchas regiones, tanto en el Occidente como en el oriente
Colombiano. En la actualidad se cultivan en todas las zonas frías
de todos los departamentos y su fruto constituye uno de los
productos básicos del pueblo. Hay numerosas variedades y
muchas especies silvestres, que ahora merecen la atención de los
investigadores y científicos. Entre los chibchas, su cultivo estaba
acompañado generalmente con el de la quinua (chenopodium
quinoa, Willd), según lo anotaba el sabio Caldas (Idem. P. 187).
Algunos autores consideran que la papa debió tener su centro de
dispersión en Colombia o en Chile. Hawkes sostiene que el
territorio colombiano es el que ofrece mayores probabilidades,
teniendo en cuenta las peculiaridades de las diferentes especies.
Mangelsdorf se inclina a pensar que la papa es originaria de las
tierras del Perú y su tesis se apoya en interesantes observaciones,
pero éstas no pueden considerarse todavía como definitivas. La
papa fue cultivada en México y Guatemala, en la época
prehispánica, pero de manera esporádica y nunca llegó a
constituir un producto básico en la alimentación popular. Todo
321
indica que su cultivo fue introducido allí desde Sur América. La
papa fue cultivada en la zona andina de Colombia por los indios
de Cundinamarca y Boyacá, por los panches, los guanes, los
chitareros, los quimbayas, los pastos y quillacingas, lo mismo que
los que vivían cerca de Popayán y en los alrededores de Buga.
Después del maíz, la papa fue, quizás, el cultivo americano más
importante de la época prehispánica (Idem. P.187).
El ulluco (ullucus tuberosus, Caldas), cuya raíz contiene mucha
fécula, fue cultivada por este motivo por los aborígenes para su
alimentación. El cultivo del ulluco estuvo extendido, según parece
en las regiones del sur de Colombia especialmente en Cauca y
Nariño.. En estos lugares, los campesinos y especialmente los
indígenas, acostumbran mucho las mencionadas raíces para la
alimentación diaria, como sucede entre los nativos de la parte
oriental del Departamento del Cauca. Por otra parte, la presencia
de la palabra ullucos en la toponimia actual de la región de San
Agustín (Huila) y en la de Tierradentro (Cauca), puede estar
confirmando esta creencia. En las culturas peruanas desempeñó
un papel muy importante, como parece desprenderse de la
existencia de su representación artística en la orfebrería antigua de
esta región (Idem. P. 189).
Siendo el maíz el principal cereal o grano cultivado en América,
es de anotar otros que tuvieron singular importancia en la época
prehispánica, algunos de los cuales desaparecieron prácticamente
para dar paso a granos de origen europeo tales como el trigo y la
cebada. Uno de ellos es la quinua (chenopodium quinua, Willd).
Caldas informa que era muy conocida en Cundinamarca, en
donde se sembraba con la papa. Leblond, citado por Salazar,
escribe que este cereal era el principal alimento de los habitantes
de la Sabana antes de la llegada de los conquistadores. En la
actualidad se cultiva en las partes frías de algunas regiones
andinas, especialmente en Nariño, Cauca y Huila, aunque en muy
pequeña escala. Los campesinos de San Agustín tienen pequeños
cultivos de quinua para su alimentación y para curar las
“irritaciones”. Es mucho más popular en otros países andinos
como Ecuador y Perú. En México y otras regiones de América
322
Central, donde se conoce la especie chenopodium nuttaliae,
Willd. Las variedades salvajes de la planta se han encontrado, en
especial, en la zona andina, por lo que se considera que es aquel el
centro de dispersión de la planta. La discusión se sigue agitando,
ya que, según ciertos autores, si bien las variedades mexicanas
parecen tener conexiones con las variedades suramericanas,
presentan cierta afinidad también con las norteamericanas
(chenopodium berlandieri), Moq.). Existe además, en México, la
especie chenopodium ambrosioides, L., muy usada para fines
medicinales (Idem. P. 190).
El cacao (theobroma cacao, L.), que es un árbol de tamaño
pequeño, fue cultivado antes de la llegada de los españoles, en las
tierras cálidas, en aquellas regiones donde las condiciones
climáticas y la calidad de los suelos favorecen este cultivo. “De
los indios que vivían en donde después se fundó San Juan de los
Llanos, refiere el padre Simón, que cultivaban un cacao especial,
cuyo fruto, “aunque menudo y morado, es graso y de muy buen
gusto”. El cacao existe todavía salvaje en varios lugares del
territorio colombiano, tanto en los territorios de la parte oriental
como occidental., y aunque ya se han hecho estudios sistemáticos
de éstos y se han dado resultados, son esporádicos y relativamente
fragmentarios. En México, el cacao tuvo un especial significado
en las culturas indígenas y en los últimos tiempos era usado como
medio de intercambio comercial. Fue usado en otras partes de
América como bebida y para muchos otros fines. Los botánicos
diferencian en México varias especies, de las cuales, las más
importantes son dos, el “Criollo” y el “Trinitario”. El primero se
piensa que proviene de América Central, aunque la misma
variedad se encuentra en Colombia y Venezuela, y el segundo
parece que es amazónico (Idem. P. 191).
La popularidad del cultivo del maíz entre las tribus americanas se
explica por su admirable adaptabilidad a todos los climas. De
hecho, se ha cultivado desde el nivel del mar hasta la parte baja de
los pisos paramunos. Es también resistente a muchas plagas,
puede almacenarse fácilmente y es muy durable (Idem. P. 192).
323
Dice Mesa Bernal (195 7), citado por Luis Duque Gómez:
“En el caso del maíz es necesario destacar la presencia de una
sola especie dentro del género Zea, que corresponde cabalmente
al maíz. Otro aspecto importante es que hasta el presente no se ha
encontrado en estado silvestre, por lo cual ese Centro de Origen
es aún más difícil de determinar”.
“Es necesario destacar que posiblemente no se encuentra silvestre,
en la forma como actualmente se presenta el maíz, ya que por la
formación de su infrutescencia no se puede perpetuar la especie, a
no ser que intervenga el hombree separando las semillas para
sembrarlas o dispersarlas”.
“Este aspecto reviste gran interés, ya que si las formas primitivas
del maíz son semejantes a las actuales es de suponer la
intervención del hombre desde la iniciación de la especie”.
“ “Varios son los lugares del Nuevo y del Viejo Mundo – asegura
el mismo autor – donde se ha supuesto tuvo su origen este cereal.
Cada una de estas hipótesis puede tener sus argumentos
favorables, pero en realidad no se cuenta con bases sólidas
suficientes para afirmar que una región dada debe ser considerada
como Centro de Origen”.
“A través de los años, que para algunos alcanza la cifra de 10.000
y para otros de 25.000, las huellas se han perdido y la
determinación de la región de origen de esta planta constituye
hasta el presente un problema sin solución”.
Pero la arqueología ha aportado un dato de gran peso: En el Valle
de México se ha hallado polen de 60.000 años de antigüedad. Por
lo que se sabe, la datación, más antigua de huellas humanas en
América obtenida por medio del carbono 14, datan de 28.000
años más o menos. En el sitio denominado Bat Cave (Nuevo
México, Estados Unidos de Norte América), se han hallado
huellas de maíz de una antigüedad que se calcula de 3.500 años
contados antes de Cristo. El danés Kaj Birket Smith considera que
324
una región clave para dilucidar este problema, es la margen
izquierda del río Magdalena. Además en su estudio The Origen of
Maize Cultivatrion, insinúa que Colombia pudo ser también el
origen del cultivo de la quinua, la arracacha, la yuca y algunas
variedades de papa”. De allí se deduce, pues, que es muy probable
que el origen del maíz, sí sea América. (Idem. P. 194)
“Según los estudios más recientes de clasificación del maíz, en
Colombia han sido identificadas hasta ahora 17 razas de las cuales
5 proceden de las tierras frías y 12 de los climas templados y
cálidos. Algunas de estas razas o variedades han sido
consideradas como muy primitivas por los botánicos, como es el
caso del llamado maíz chococito (Idem. P. 194).
En las tumbas excavadas en el Alto de Lavapatas por la Misión de
1937, en algunas de las cuales se hallaron sarcófagos de madera,
que analizados recientemente por el método de carbono 14 dieron
una antigüedad correspondiente al siglo VI antes de Cristo, se
encontraron también manos y piedras de moler, lo que indica que
desde esta remota época los agustinianos cultivaban la preciosa
planta, y quizá desde antes, según la complejidad que se advierte
ya en los elementos culturales que tipifican este período. Este
hecho es de gran importancia, para los estudios de la historia de la
agricultura en América del Sur, ya que según los últimos
hallazgos sobre el cultivo del maíz en los Andes Centrales (el
Perú), éstos sólo aparecen a partir del siglo VII antes de Cristo.
Gordon Willey (1961) anota que en América Nuclear se
desarrollaron por lo menos cuatro centros diferentes de cultivo de
plantas útiles: uno de ellos al norte, quizás el que propagó el
cultivo del maíz, localizado en Mesoamérica y en la zona
avecinada a los desiertos del Norte de México y suroeste de los
Estados Unidos. Otro al sur, cuyo centro principal se sitúa en la
costa peruana. El tercero se supone que estuvo en la cuenca
amazónica, en un lugar aún no precisado, o quizás en el Orinoco,
y el cuarto en la región oriental de Norte América en el valle del
río Misisipi (Idem. P. 195).
325
Teniendo en cuenta que las tumbas del Alto de Lavapatas,
fechadas, como ya dijimos, en el siglo VI antes de Cristo,
contenían como ajuar funerario piedras y manos de moler, es
posible pensar, que ya desde esa época el maíz constituía una de
las bases de la alimentación de los primitivos pobladores de la
región de San Agustín y, por lo tanto, sería uno de sus cultivos
más importantes. "Esa misma razón nos permite suponer que
varias de las representaciones escultóricas de las cuales
simbolizan seguramente deidades de la agricultura y de la
fertilidad, deben estar relacionadas con el cultivo de esta planta, la
cual tuvo, por su importancia económica, un carácter sagrado en
las altas culturas americanas, desde Mesoamérica hasta los Andes
Centrales”. En las culturas del período post – clásico que
florecieron en la costa norte y central del Perú y en las que las
antecedieron, el dios solar aparece en las manifestaciones
arqueológicas como una divinidad protectora del maíz y en
general de todos los frutos vegetales. El dios solar es al mismo
tiempo la deidad suprema, así, como la diosa Luna se identifica
con la diosa tierra. En la estatutaria de San Agustín parecen
predominar también en el período Mesitas Medio, las
representaciones de deidades solares, asociadas al culto de la
fertilidad y por lo tanto al cultivo de varias plantas, en especial el
maíz (Idem. P. 197).
No obstante la importancia que se le atribuye al maíz en la
formación y desenvolvimiento de la alta cultura americana, varios
autores se inclinan a pensar que no fue esta planta la primera que
se domesticó en el Nuevo Mundo. Thompson (1936) admite la
posibilidad de que el cultivo de la yuca hubiese precedido al del
maíz, y que aquel penetró en Mesoamérica posiblemente en época
antigua. En el Perú, esta planta que se considera como de origen
amazónico, se ha registrado en los más antiguos horizontes
culturales (Idem. P. 197).
Las tropas de Juan de San Martín hallaron el cultivo del maní
(arachis hypogea, L), en forma abundante entre las poblaciones
indígenas que vivían en los Llanos Orientales en el siglo XVI.
También cultivaban el maní las tribus del Alto Magdalena. En
326
nuestras exploraciones en los depósitos arqueológicos del Potrero
de Lavapatas, en San Agustín, depósitos que corresponden a la
última fase del desarrollo de esta cultura y que datan del siglo
XII) de la era cristiana, hallamos frutos carbonizados de maní,
asociados a fragmentos de cerámica y otros elementos. Friede
(1953) transcribe documentos según los cuales los indios de
Timaná pagaban en cultivos de maní los tributos que daban a sus
encomenderos (Idem. P. 198).
Los porotos o fríjoles de árbol ( phaseolus vulgareis, L) los
cultivaban y consumían varias tribus que vivían en el occidente de
Colombia. y en la Costa Atlántica, como los nativos de Cartagena
y del Sinú, de Ebéjico, de Santa Marta, los pantágoras y pijaos,
los andaquíes y los musos, los muiscas y los nutabes. Guarzo era
el nombre que le daban los nativos de Antioquia para designar
este fríjol de mata. “Esta palabra, - escribe Patiño citado por el
autor -, para indicar “fríjol de mata”, por oposición al enredador,
parece ser originaria de Antioquia. Como topónimo figura en
documentos coloniales” (Idem. P. 198).
Del fríjol de enredadera existen numerosas variedades en
Colombia. Su cultivo se extiende por casi todo el territorio
nacional y en algunas regiones, constituye, junto con el maíz, la
base de la alimentación de la población, como es el caso de
Antioquia, Caldas, norte del Tolima, y la región cordillerana del
Valle del Cauca, lugares donde había cultivos de esta planta en
tiempos prehispánicos. Sardilla refiere que losa indios de Angaza
y los del Valle de Aburrá comían fríjoles en distintas formas.
Sugiere don Luis Duque Gómez, el interés que podría tener un
estudio sobre el origen de las diversas variedades conocidas y su
distribución en el territorio, teniendo en cuenta que se trata de una
planta cultivada por aborígenes. En México ocupó un papel muy
importante, con el maíz, y otros productos, en la cultura nativa, y
hoy día constituye uno de los elementos principales en la
alimentación (Idem. P. 199).
La ahuyama (cucurbita moshata, Duch), una de las cucurbitáceas
más conocidas, fue cultivada por los naturales que vivían a orillas
327
del río Cauca, en la región comprendida por el norte de Caldas y
el sur de Antioquia en Colombia. El uso que se le dio a la planta,
fue el de fruto comestible y este uso se ha conservado hasta la
actualidad. Como fruto comestible se usa en todo el país hoy. La
consumían igualmente los indígenas de la Costa Atlántica
colombiana, los de la cuenca del río Magdalena, como los
pacabuyes y los patagoros, los páez y los andaquíes, los gorrones
y los zopías. En otras regiones de Sur América se le conoce con el
nombre de zapallo (Idem. P. 200).
Seco el fruto, se utiliza su epicarpio como recipiente de uso
doméstico. Las conocidas “cuyabras” o “coyabras” como se
denominan comúnmente esos recipientes, están generalizados en
las cocinas de todos los hogares campesinos. En Colombia hay
diez especies de ahuyama de formas y tamaños diferentes. Las C.
máximas se consideran como especies de origen suramericano y
su cultivo se registró en México en tiempos prehispánicos.
La cidrayota, huisquila o guasquila (sechium edule, SW), se
consumen en varias regiones de Antioquia cocidas con fríjoles y
en otras varias formas. Algunos autores se inclinan a pensar que
este fruto, conocido por su nombre náhuatl más o menos
deformado, -“huisquila”-, que era cultivada por los nativos
centroamericanos en el siglo XVI, fue introducida en Colombia
en tiempos recientes.
El hobo (spondias purpúrea, L), con esta denominación
toponímica, se le conoce en varios departamentos colombianos.
En México tiene un nombre idéntico (jobo). Fue usado por los
nativos como alimento y se sigue usando hoy preparado en
diversas formas. Castellanos refiere su abundancia en las tierras
del Zenú, en donde los indígenas lo comían. Su calidad la
describe así el historiador y poeta, citado por Luis Duque Gómez:
“Tallos de hobos sancochados
Alguna vez me fue manjar supremo
Y más si los comíamos con bledos
Porque les dan sabor por ser acedos”
328
Pérez Arbeláez distingue en Colombia dos variedades principales,
semejantes pero de diverso valor: la S. Purpúrea, L., de frutos
rojos comestibles, y la S. lutea, L O, o S. mombin, L., de frutos
amarillos y muy ácidos. “La corteza de ambos árboles da mucho
corcho”. La S. Purpúrea está difundida a través de América
Tropical y también en América Central, de donde se le considera
originaria (Idem. P. 201).
El cultivo del algodón constituyó uno de los elementos
primordiales en la base industrial de la cultura chibcha de los
altiplanos orientales, de Cundinamarca y Boyacá en Colombia.
Las tribus asentadas en estas regiones hicieron todo lo que les fue
posible para defender sus tierras algodoneras, templadas y cálidas,
en donde estaban situados sus cultivos, de la amenaza enemiga,
de origen karib, que día a día cerraban más y más el círculo en
torno a lo que pudiera llamarse, tal vez no propiamente, el
Imperio Chibcha. El algodón era necesario, no solamente para el
consumo local, sino que servía, a la vez, como medio de
intercambio comercial y cultural con otras tribus del Occidente,
del sur y del Bajo Magdalena, manufacturado en forma de “finas
y labradas” mantas, decoradas a pincel o entretejidas en
complicadas y armoniosas formas decorativas, a juzgar por los
restos más o menos bien conservados que se han hallado en
algunos sitios arqueológicos, especialmente los encontrados por
Schottelius en la Cueva de Los Santos, Santander (Idem. P. 201).
El grado de perfección de la industria textil y la extraordinaria
difusión de esta actividad en el momento de la llegada de los
españoles, supone una relativa antigüedad de la misma máxime si
se tiene en cuenta que aquella debió desarrollarse mucho antes de
que los chibchas arribaran al altiplano, cuando hacían el tránsito
por las tierras cálidas, que constituyen el medio adecuado para
este cultivo. Ya en el siglo XVI, debido al avance de tribus, como
los panches, los muzos y los colinas, todos de la familia karib, los
chibchas tenían ya bastante dificultad para asegurar su abasto de
algodón y defendían a todo costo los pocos territorios que les
restaba (Idem. P. 201).
329
Los frutales. En términos generales se han hecho muy pocos
estudios botánicos sobre los distintos frutales cultivados antes de
la venida de los europeos. No obstante, vamos a considerar tres
frutales de gran importancia comercial actual que ya se cultivaban
desde entonces:
Las piñas (ananas comosus), L.) Crecen en varias regiones
colombianas hasta los 1.800 metros de altura sobre el nivel del
mar. Las fuentes históricas hacen referencia de su cultivo entre
varias tribus indígenas particularmente en Antioquia y Caldas.
Una variedad peculiar ya, del país, es la A. pancheanus, André,
que se caracteriza por sus hojas muy largas, hasta de 1.50 metros;
está también la que cultivan los indígenas en las cabeceras del río
Caquetá, que se denomina piña huitota; la piña piamba, que se
produce en la región de Villavicencio, Departamento del Meta, y
la blanca de Castilla, que se encontraba a mediados del siglo en
los mercados de Medellín. Aquí se pueden apreciar variedades ya
bastante seleccionadas de piñas de sabor exquisito hoy día, como
la llamada “oro miel”, manzana, procedente de Santander, y otras.
Los botánicos atribuyen a las especies silvestres un origen
suramericano, tal vez de una región que no ha sido identificada
exactamente, entre Brasil y Paraguay (Idem. P. 202).
El aguacate (persea americana, Mill) es una fruta de alto valor
nutritivo y fue cultivada por varios grupos indígenas de
Colombia. En las crónicas del siglo XVI aparecen algunas
descripciones del fruto. A la llegada de los primeros colonos
españoles a la parte central de Antioquia, encontraron un lugar
que después llamaron “Pueblo de las Peras”, donde hallaron
muchos árboles de aguacate, que fueron descritos por Sandilla tal
como lo menciona Luis Duque Gómez: “…hay muchas de estas
frutas, que es como peras, eran tan grandes como las peras de
Castilla, de invierno; tienen dentro unos cuescos, redondos tan
grandes como nueces, son muy buenos para agua de piernas”
(Idem. P. 203).
330
En el pueblo de Ituango (Antioquia), los naturales tenían grandes
cultivos de estos árboles, lo mismo que las tribus de muchas otras
regiones del país. El aguacate es conocido en otras partes de
América con otros nombres: ahuácatl pahua, avocado, palta, etc.
En el oriente colombiano se le conoce como cura. Era un
ingrediente muy importante en la dieta de los pueblos
mesoamericanos. De todos los aguacates que se conocen han sido
establecidas tres variedades básicas, de las cuales se derivan las
demás. Una de ellas, la denominada hoy “West Indian” o
nantillana, parece ser originaria de las tierras bajas de América
Central y del norte de Suramérica, en tanto que la segunda, parece
propia de México y de las tierras altas de Guatemala. Algunos
autores afirman que el conjunto de las variedades silvestres más
conocidas, se han hallado en el territorio situado entre México y
Honduras, y quizás Costa Rica. El hecho que la presencia de la
tercera halla sido registrada en México en época tardía, induce a
pensar que su origen se remonta a algún lugar de las tierras bajas
de América Central. En Colombia no se han adelantado estudios
sobre las variedades existentes y su posible origen. La presencia
de amplios cultivos en la región antioqueña, haría muy
interesantes los estudios que llegasen a realizarse, ya que llegaría
a arrojar información sobre las relaciones comerciales de los
diferentes pueblos indígenas al nivel continental (Idem. P.204).
La granadilla. (passiflora, spp.). Cieza de León pondera el gusto y
el olor de las granadillas encontradas en las riberas del río Cauca,
a la altura de donde se fundó posteriormente la ciudad de Cali.
También fue encontrada en la región ocupada por los indios
pastos, según informó el mismo autor. El hábitat de la granadilla
está entre los 1.200 y los 2.200 metros sobre el nivel del mar. En
Colombia existen dos variedades: P. Bogotensis, Benth, de frutos
pequeños, y P. Lingularis, de frutos más grandes y cáscara
quebradiza (Idem. P. 204).
El chontaduro. La pulpa del fruto de esta palma, que
se da espontáneamente en los suelos de la selva
húmeda tropical, era usada para comer, por los
331
pueblos que habitaban el occidente colombiano,
cocida en agua, en forma parecida a como se
consume hoy en el Valle del Cauca. Las matas de
chontaduro eran cuidadosamente administradas y
miradas como verdaderas deidades, y sus cosechas
eran contabilizadas con sumo cuidado, como
complemento del maíz y la yuca para mantenerse
fuertes [es una importante fuente local de proteínas].
Sus caciques no iban a la guerra si no contaban con
una provisión suficiente del fruto. Cuando los
españoles se dieron cuenta del valor en que era
tenido en cuenta el chontaduro por los naturales,
empezaron una campaña sostenida para erradicarlo
de toda la región. Así empezaron a mantener un
control, cada vez más rígido, de aquellos indómitos
pueblos.
15.5.0 EL TRANSPORTE, LAS VÍAS,
LAS COMUNICACIONES.
El factor que retardó el desarrollo rápido de la civilización
indígena prehispánica en la región septentrional de América del
Sur fue su carencia de medios adecuados de transporte, lo que
puede entenderse si los comparamos con el uso de llamas, alpacas
y vicuñas en las culturas peruanas, donde se pudo hacer una mejor
vertebración socio – económica de las comunidades nativas. De la
misma manera que se hizo en las culturas mesoamericanas, la
movilización de las mercancías de intercambio se hizo siempre a
bordo de las espaldas de cargadores humanos, quienes disponían,
sí, de aparejos adecuados a la mejor comodidad para el
cumplimiento de su cometido. La práctica siguió vigente durante
la época colonial, y aún en los comienzos de la República. El
transporte entre el puerto de Buenaventura y el interior del Valle
del Cauca se hacía íntegramente con cargadores indígenas, e
332
incluso, la tasa del tributo de los nativos llegó a cobrárseles con la
prestación de ese servicio. “Tan denigrante práctica influyó
notablemente para que los grupos aborígenes, que otrora
formaban una densa población en esta parte de la vertiente del
Pacífico, se extinguieran casi por completo, debiendo ser
sustituidos por poblaciones negras” (Idem. P.205).
En las regiones de reciente desmonte pueden apreciarse, en
Colombia los restos de los caminos indígenas. Eran anchos y no
buscaban la comodidad de trazados de pendiente suave en las
lomas, sino que enfrentaban las pendientes de frente, a menudo
con escalas, para remontar las faldas empinadas de las cordilleras.
Dice Castellanos, refiriéndose a la provincia de Antioquia, citado
por Luis Duque Gómez:
“Proceden adelante por caminos
Bien anchos y seguidos que les daban
Indios de soberbias poblaciones”.
Robledo, haciendo el recuento de su viaje por el Valle de Aburrá,
citado por el mismo autor, afirma:
“De la provincia de Arma a la de Cenefaná habrá 20 leguas, y
desde Cenefaná a Avurrá puede haber 6; en todo este camino hay
grandes asientos de pueblos antiguos e muy grandes edificios de
caminos hechos a mano e grandes por las sierras e medias laderas,
que en el Cuzco no los hay mayores. Y todo esto perdido e
destruido, e no hay indio que sepa decir cómo ha sido ni de que se
ha despoblado” (Idem. P. 206).
Los naturales construyeron igualmente caminos para ponerse en
contacto comercial unos pueblos con otros, aún siendo enemigos
tradicionales, como era el caso de los muzos, colimas y chibchas.
Construyeron también grandes avenidas entre los poblados y los
centros ceremoniales, que en el caso de los muiscas eran muchas
veces las lagunas. Es muy conocido el caso de la laguna de
Guatavita. Pedro fray Simón describe estas calzadas, citado por
Luis Duque Gómez:
333
….”había muchas carreras o caminos anchos que estos indios
usaban para ir a sus santuarios, que llegaban a la laguna y cada
pueblo tenía y conocía el suyo, que guiaba por aquella parte por
donde venían como el de Tunja o Chocontá, Ubaté, Bogotá, etc.,
que venían hechos desde media legua antes de llegar a la laguna”
(Idem. P. 206).
El cruce de nuestros grandes ríos, que caracterizaban nuestro
territorio húmedo, se realizaba por medio de grandes puentes “de
bejuco” que llamaron poderosamente la atención de los españoles.
Don Manuel Ancízar trae en su Peregrinación de Alpha, una
detallada descripción de los puentes de bejuco en la Cordillera
Oriental, y atribuye a estas construcciones de nuestros nativos el
origen de los puentes colgantes de la ingeniería moderna. Esta es
otra cita del autor:
“Mide el río Contino – dice – en el lugar por donde se pasa, 40
varas granadinas de latitud y sus aguas ennegrecidas por la pizarra
que traen en disolución pasan rápidas y bastante profundas por un
lecho sembrado de piedras rodadas que hacen su curso tumultuoso
e invadeable. El ingenio de los indígenas halló el medio de
pasarlo valiéndose de un arte que luego imitó la sabia Europa
llevándolo a la perfección: los puentes colgantes. A flor de agua y
uno en frente de otro arrancan en el paso de que trato, dos
corpulentos árboles naturalmente inclinados hacia la mitad del río,
despidiendo numerosas ramas robustas en todas direcciones; de
estos árboles se valió el artífice del puente como de estribos
capaces de resistir el ímpetu de las corrientes y puntos de apoyo
de la fábrica. Una fuerte barbacoa de maderos lleva desde lo alto
del barranco hasta encontrar el tronco del árbol; desde aquí parten
cuatro gruesas guaduas trabadas a distancia de un palmo por
travesaños firmemente atados debajo, formando un piso
sustentado en el aire por un espeso tejido de bejucos que bajan de
las ramas del árbol y enlazan las guaduas, que añadidas unas a
otras se prolongan de ribera a ribera, hasta encontrarse sobre el
centro del río describiendo una curva irregular, cuya parte media
se levanta cerca de ocho varas encima de las aguas. Conforme
334
avanzan las guaduas hacia el ápice de la curva se multiplican los
bejucos de suspensión en términos que a la mitad del puente se
espesan y juntan, y se cruzan y entretejen los de allá y los de acá
con una profusión de nudos que indican el afán del artífice por
salir airoso del difícil paso. Sobre las guaduas y de media en
media vara, hay planchas sacadas de la misma planta y afirmadas
al piso con bejucos delgados: finalmente encima de estos
travesaños y en el sentido de la longitud del puente, hay un listón
central de una tercia de ancho, formado de cintas angostas de
guaduas y destinado a ser el piso transitable del puente. Lo
angosto de éste y la oscilación que le comunica el transeúnte, no
permiten pasarlo a caballo ni con bestia cargada”…”cerca de las
minas de esmeralda – agrega -, al otro lado de los cerros que
demoran al O de las casas (de Muzo), hay rancherías y labranzas
en las que habitan algunos indios Aripíes, restos de las numerosas
tribus enemigas de los muzos… a ellos se confía la construcción
de los puentes colgantes sobre el Minero” (Idem. P.208).
Fray Pedro Simón también consigna en su obra informaciones
sobre los puentes de bejuco, y dice que por medio de éstos los
nativos cruzan el río Cauca en varias partes. Sigue cita de Luis
Duque Gómez:
“Es dificultoso de vadear – escribe, refiriéndose a este río – desde
de imposible por ninguna parte ni en ningún tiempo, y así en
muchas le tenían los indios hechos puentes de bejuco, que son
(como hemos dicho) al modo de unas raíces muy largas y
correosas: de estas juntaban muchas y hacían sogas, y
amarrándolas a los árboles en fuertes troncos a una parte y otra, lo
pasaban bien ya con el uso” (Idem. P. 209).
Pero el tráfico más intenso que tuvieron los nativos del territorio
que hoy es Colombia, se realizaba con el uso de los ríos
navegables que son muy abundantes. Ello debió significar el
medio más disponible para la integración de las distintas culturas
del territorio en mención. Los ríos más importantes, el Cauca y el
Magdalena, recorren el territorio colombiano de sur a norte y
penetran profundamente el territorio en inmensos valles. Al
335
oriente, ríos como el Putumayo, el Caquetá, el Vaupéz el
Guaviare y el Meta penetran la llanura y la selva colombiana
también profundamente. Ello nos permite comprender el sentido
de las migraciones y las direcciones que siguió el comercio. Aún
entrada la colonia, estos procedimientos de transporte indígena
siguió siendo utilizado por el elemento español para el transporte
de su mercancía desde los puertos hasta Tierra Adentro. Simón
Pérez de Torres menciona en su relato de viaje por el río
Magdalena, el trafico fluvial de los indios, el empleo de la canoa
como elemento de transporte, la forma como la construían, etc.,
citado por Luis Duque Gómez:
“…son unos árboles muy gruesos, sácanle todo lo de dentro….
Vense seis indios en la popa y otros tantos en la proa, las
mercaderías en medio, cubiertas con bijau, que son unas hojas de
árboles de una vara de largo, poco más o menos… bogan con
unas palas como de horno, metiéndolas arrimado al bordo, las
llaman canaletes” (Idem P. 210).
15.6.0 LA METALURGIA
“Ya a mediados del siglo XVI, los cr4onistas españoles que
acompañaban a los conquistadores, ponderaban en sus relatos y
descripciones, la riqueza aurífera de las tierras del Nuevo Reino
de Granada y la forma como los nativos beneficiaban estos
minerales hasta producir una fastuosa joyería, que deslumbró a
los expedicionarios y alentó sus campañas de conquista y
descubrimiento” (Idem. P. 281).
La mayor parte de los pobladores indígenas, incluso los más
primitivos, explotaban o manufacturaban el oro principalmente, y
lo extraían de las minas de veta y de aluvión. Lo mezclaban con
cobre para elaborar una aleación llamada tumbaga o guanín. El
conocimiento de los yacimientos auríferos trabajados por estos
pueblos señaló de no despreciable manera la dirección de las rutas
de la Conquista (Idem. P. 282).
336
La industria de la orfebrería, una verdadera industria artesanal que
ocupaba gran cantidad de brazos, tuvo sus principales centros de
extracción y elaboración en los valles regados por los grandes
ríos, particularmente en la zona cordillerana situada entre el río
Magdalena y la vertiente del Pacífico y en algunos lugares de la
llanura del Atlántico. En términos generales, tal actividad floreció
donde la constitución del medio geográfico y su geología,
determinaron la existencia de yacimientos aprovechables con su
tecnología. Puede decirse que la minería del oro era una de las
ocupaciones básicas de las diversas poblaciones en la región
occidental del país (Idem. P. 282).
En Colombia no hay yacimientos de plata. Ello explica la razón
por la cual en los yacimientos arqueológicos de la región no se
encuentran piezas elaboradas en plata. Según los registros
modernos de los oros procedentes de la Vertiente del Pacífico,
intensamente explotada desde la época prehispánica, el oro
aparece mezclado con platino, y con cristales de osmio – iridio.
Un informe de 1756 señala la composición de algunos oros
procedentes de Quiebra Lomo y Marmato (Caldas) y de la
provincia de Mariquita ( Tolima): 15 y 16 kilates. Los aluviones
de Remedios (Antioquia) 17 y 18 kilates y en ocasiones subía
hasta 21 kilates; el de Nóvita y Zitará (Chocó), de 20 y 21 kilates;
en la gobernación de Popayán, en los lavados de minas de
Quinamayo, alcanzaban 21 y 22 kilates. En las provincias de San
Juan y de Pamplona se extraía oro de 21 y 22 kilates. Esos
informes provienen de la Casa de la Moneda de Santafé. Esos
eran procedentes de los mismos yacimientos explotados por los
naturales antes de la venida de los españoles. En los análisis
cuantitativos de piezas de orfebrería quimbaya, que menciona
Paul Rivet y Arsandaux (1946) en su obra, puede apreciarse, sin
embargo la presencia de una buena proporción de plata que
fluctúa entre el 13.8% y el 31.7%. En algunas piezas hay
pequeñas cantidades de cobre, 1.1% y 1.4%. En muestras de oros
del Departamento de Caldas se observan cantidades de plata que
fluctúan entre el 8.1% y el 26.48% (Idem. P. 290).
337
Los indios pijaos, de filiación karib, explotaban minas de cobre
situadas principalmente el Natagaima, Departamento del Tolima.
Posiblemente, - dice Luis Duque Gómez – fue de esta región de
donde se llevó el cobre que demandaba el intenso trabajo de
orfebrería del área quimbaya. En el Quindía y en Risaralda (viejo
Departamento de Caldas), se han encontrado, como ajuar
funerario, narigueras, pendientes, pectorales y cascabeles de
cobre, estos últimos de base semiesférica hendida y remate
troncónico, con ojal de suspensión. En el interior tiene
generalmente una bolita de piedra, que le sirve de sonajero. La
morfología de estas piezas ofrece grandes similitudes con los
cascabeles que han sido hallados en Panamá y en depósitos
arqueológicos de otros países centroamericanos (Luis Duque
Gómez, Historia Extensa de Colombia Volumen I Tomo 2. Tribus
Indígenas y Sitios Arqueológicos. Ediciones Lerner Ltda. 1967
Bogotá. P. 236)
El platino no era anteriormente un metal conocido. En Europa se
supo de él en |1739, “gracias a la noticia de Antonio Ulloa. En
1750 se identificó como metal, por primera vez, después de
análisis efectuados por Watson sobre muestras procedentes del río
Pinto (Chocó). El alto punto de fusión, 1.775 grados centígrados,
generó no pocas dificultades a los indígenas para su manufactura,
con la misma habilidad que trabajaban el oro y el cobre. Rivet y
Arsandaux opinan que los indígenas lograron hacer mezclas de
platino y oro a altas temperaturas relativas. Debiendo usar los
mismos procedimientos que empleaban los nativos de la región de
Tolita y Atacames, en donde mezclaban pequeños granos de
platino co oro en polvo, después de lo cual colocaban la muestra
en brazas de carbón de madera. Logrando la fusión del oro, el
platino se conformaba una mezcla que permitía el martillado en
caliente y con ella una masa más o menos homogénea. La misma
dificultad de su fusión, hizo que los nativos lo trabajaran también
sólo utilizando cristales naturales del metal, para hacer narigueras
por medio del martillado de los granos o “chicharrones”. Su
producción, por esta dificultad, fue muy escasa (Luis Duque
Gómez. Historia Extensa de Colombia. Volumen I Tomo 1
338
Etnohistoria y Arqueología. Ediciones Lerner Bogotá 1967. 290 y
291)
La metalurgia de la plata es desconocida en Colombia y se
desarrolló, como vimos, particularmente en el Perú, donde se
mezcló en aleaciones con cobre. Se han descubierto allí también
objetos de plomo, lo mismo que en los alrededores del Cuzco, en
Chile, en México y en Ecuador. El hierro solamente fue conocido
por los indígenas norteamericanos, procedente de meteoritos,
bastante maleable y fácil de trabajar por medio del martillado. El
bronce que fue común en la zona de Perú y Bolivia, no aparece en
los yacimientos arqueológicos de Colombia, ni siquiera como
producto del comercio regional. La tumbaga fue una de las
aleaciones más populares en la industria metalúrgica prehispánica
de Colombia. En algunas regiones fue particularmente usada,
como es el caso de los pueblos que habitaban las estribaciones de
la Sierra Nevada de Santa Marta (Departamento del Magdalena).
Y en los departamentos de Santander, Cundinamarca y Boyacá.
Se trata de una aleación de oro y cobre, en la que el oro está en
una proporción inferior al 30%. Los chibchas de Cundinamarca y
Boyacá lo extraían de las zonas de oxidación de Gachalá y
Moniquirá. No obstante fueron muchos los yacimientos de cobre
beneficiados en todo el país. Las fuentes históricas hablan de
yacimientos en otras regiones del Tolima, en Santa Marta, etc. En
la Tebaida fue hallada una tumba que contenía los restos de un
enterramiento que había sido adornado con un collar de canutillos
de cobre ensartados en hilo de algodón. En San Pedro, una tumba
contenía los restos de ocho individuos, cuyos cadáveres habían
sido prácticamente revestidos con adornos de cobre, pues llevaban
polainas, pulseras y cintos. En el sitio El Enchantado, se han
encontrado también numerosos objetos de cobre en las sepulturas.
Todo parece indicar que los nativos del sur del Departamento de
Caldas se aprovisionaban de cobre de la región vecina del Tolima
(Idem. P. 292). Las aleaciones de oro y cobre fueron usadas
frecuentemente por las tribus arawac y karib de las Antillas, las
Guayanas y de Venezuela. Rivet y Arsandaux piensan que su uso
se extendió de estas tribus hacia el sur, hasta el Amazonas y hacia
el norte hasta Florida. Afirman estos autores que la tumbaga no es
339
otra cosa que el guanín de los arawac o el karakolí de los karib.
La discusión todavía es acerca de la ruta de la introducción de
esta tecnología, aunque se cuenta con los testimonios
arqueológicos, lingüísticos y etnográficos de las invasiones de
origen karib, que bien pudieron traerlas a Colombia. Parece que la
extensión de palabras para designar ciertos tipos de adorno, como
caricurí, caricorí o caracolí, refuerzan esta tesis. Sin embargo
afirman, que fue en el territorio colombiano donde el uso y la
técnica de la tumbaga alcanzaron su máxima perfección.
Mezclando el cobre con el oro en la aleación llamada tumbaga,
los indígenas tenían una ventaja evidente: El cobre funde a 1083
grados centígrados. El oro funde a 1063 grados centígrados. Y la
mezcla de ambos funde a 880 grados centígrados (Idem. P. 292,
293 y 294).
Las herramientas más usadas eran agujas, cinceles, gradines,
espátulas y cuchillos, gratas, botadores, y buriles, hechos de oro,
de color amarillo. O rojizo y endurecidos en los cortes por
calentamiento y martillado. Completaban estos implementos con
sopletes de arcilla o de madera, con moldes y crisoles de piedra o
de arcilla refractaria. En las exploraciones arqueológicas del autor
en San Agustín, fue hallada una pequeña vasija de barro, que
pertenecía al ajuar funerario de una tumba, elaborada de un barro
tan consistente, como si fuera de piedra, lo que se explica por las
altas temperaturas a las que fue sometido, probablemente, cuando
fue usado como crisol para fundir oro (Idem. P. 294).
Las técnicas metalúrgicas más usadas eran: La fundición del
metal en moldes de arcilla refractaria, el vaciado en hueco y por
sistema de cera perdida, el martillado, el repujado, el recocido y
temple, la soldadura con oro, El moldeado en cera y en arcilla, El
moldeado del oro y sus aleaciones, en frío, la afinación del oro, la
soldadura puramente autógena, la disolución, reducción y
precipitación, y el dorado de las piezas. A estas técnicas se suman
otras más decorativas como: El hilo fundido, la llamada falsa
filigrana, el recorte, el calado, la incisión, la aplicación y la
engarzada o engastada. De todas ellas, la más notable y novedosa
era el trabajo del oro y de la tumbaga en frío, con la cual lograron
340
manufacturar las piezas más hermosas y delicadas que hoy se
guardan en el Museo del Oro del Banco de la República y en otras
colecciones públicas y privadas de Colombia y el exterior,
técnicas en que fueron verdaderos maestros los quimbayas y otros
pueblos del territorio caldense. Todo parece indicar que los
indígenas conseguían la afinación del o0ro, mezclándolo con
arcilla y sal común, para luego someterlo al fuego. (Idem. P. 295).
Cita Luis Duque Gómez, a Barriga Villalba quien describe el
procedimiento: “Las reacciones químicas en el proceso de
afinación del oro mezclado con arcilla y sal común, son las
siguientes: A la temperatura del rojo naciente, por la acción de la
sílice, se produce cloro naciente, el cual ataca todos los metales,
inclusive al oro. Los cloruros formados se volatilizan. El de plata,
en casi su totalidad es absorbido por la arcilla y el de oro se
descompone instantáneamente a medida que se va formando,
reduciéndose a oro fino. Así pues, los gránulos de oro quedan
recubiertos por una capa de metal fino, tanto más gruesa cuanto
mayor tiempo dure y más alta haya sido la temperatura. Por esta
razón, para el mayor éxito de la operación, la granulación del oro
debe ser bien fina para facilitar la acción del cloro naciente”. Este
ingenioso procedimiento, que es revelador de los conocimientos
físico – químicos que poseían ya nuestros orfebres, era
desconocido en Europa en aquella misma época. Barriga Villalba
anota que la Casa de Moneda de Bogotá aplicó este sistema de los
orfebres naturales desde el año de 1627, cuando empezó a acuñar
oro. Así se desprende del informe del Fiel Fundador, don Luis
Ortega y Padilla, del año de 1797, en el cual se describe en detalle
el proceso de afinación. (Idem. P. 299).
Uno de los mayores centros de explotación aurífera del Occidente
colombiano, estaba situado en la región de Buriticá, en el
territorio del actual Departamento de Antioquia.
La arqueología moderna ha permitido, por sus hallazgos,
encontrar objetos de muy diverso orden que han sido reunidos en
valiosas colecciones públicas y privadas, y que revelan el alto
sentido estético y la elevada inspiración artística de los antiguos
341
pobladores de la parte septentrional de América del Sur, y “ lo
mucho que alcanzaron a la concepción de la forma a través del
arte propiamente dicho y de la religión”. Los estudios
concienzudos hechos de aquellos hallazgos, registran el hecho
incontrovertible que vislumbraban los expertos, incontrovertible
ya, de que en aquellos tiempos la ocupación del artesano era
practicada por numerosos grupos de indígenas, que llevaban sus
productos no solamente a los pueblos vecinos, sino más allá de lo
que hoy comprenden las fronteras patrias: en la zona de Perijá y
regiones del Orinoco y el amazonas, hay formas, técnicas y estilos
de cerámica, cuyo origen debe buscarse en territorio colombiano,
según los especialistas (Idem. P. 213).
“Nuestros orfebres, los más famosos de América, como lo
comprueban las colecciones del Museo del Oro del Banco de la
República, llevaron sus figurillas hasta Centro América y
Yucatán. En el Zenote sagrado de Chichén Itzá se encontraron
piezas de orfebrería de evidente origen colombiano y en la zona
de Coclé, Panamá, Lothrop encontró un tipo de productos de
metalistería cuya técnica de fabricación y aún su inspiración
artística lo inclinan a situar su procedencia hacia el sur, en
territorio colombiano”. Esto para no considerar el intercambio
frecuente que se hacía de productos artesanales a lo largo y ancho
del país en la época prehispánica. Ello explica ciertas
correspondencias estilísticas, aún en su diversidad local, como es
el caso de la cerámica y de la orfebrería quimbayas, cuyas formas
y estilos decorativos fundamentales se extienden a lo largo de
toda la cuenca del Cauca y del Sinú (Idem. P. 214).
Multitud de formas tenían las piezas de oro halladas en los
distintos yacimientos arqueológicos. Vamos a ser muy sucintos,
ya que la producción artística es en este campo especialmente
fértil en la población prehispánica que pobló Colombia, a pesar de
que la dinámica de poblamiento, la competencia entre las varias
culturas que se superponían en el territorio, el estado de guerra
permanente, incluso entre tribus de la misma familia lingüística,
lo que era muy común entre los karib, mantenían una actividad
incesante y asumían un carácter brutal Ello era la vida ordinaria
342
especialmente en los territorios de la región occidental de
Colombia:
“La belleza formal de las joyas prehispánicas del territorio
caldense se evidencia, principalmente en la representación de
objetos a manera de recipientes y en las figuras antropomorfas.
Estas últimas ofrecen un particular interés etnográfico, pues
reflejan rasgos relacionados con el tipo físico, con la
indumentaria, con la religión y aún puede decirse que con la
dignidad y jerarquía de los personajes en ellas representados.
Algunas son de un acusado realismo yt otras ofrecen la figuración
plástica de algunos rasgos de su teogonía y de su religión”
Fueron representadas también figuras de animales: De insectos,
como moscas, mariposas, saltamontes, grillos, se encontraron en
el área quimbaya; narigueras, las cuales parecen corresponder a
las últimas fases del desarrollo artístico; los cronistas las
denominan caricuríes y les asignan, en especial, un origen karib.
Hay también cucharas, en Conto Valle, armadillos, en Los Frenos
al sur de Caldas; aves, en la temática religiosa de los grupos
indígenas de esta misma región, particularmente de aves rapaces
como el águila. Estas representaciones debieron tener un carácter
simbólico – religioso, relacionado con la luz, la autoridad, y aún
con el culto a los muertos. Estos mismos significados parecen
tener en los Andes Centrales, en San Agustín y entre los pueblos
chibchas que habitaban el territorio de la actual Colombia en el
siglo XVI.. Se encontraron diademas pecheras, coseletes entre los
grupos indígenas del Arma y el Carrapa, lo mismo que entre los
quimbayas; igualmente, pinzas, peces, tortugas, camaleones. En la
región del Quindío se han hallado los más hermosos ejemplares
de máscaras de oro de toda la producción prehispánica. Uno de
los mejores de ellos se conserva en el British Museum de Gran
Bretaña. (Idem. P. 302 a 310).
Pero no fueron solamente los quimbayas los que alcanzaron un
desarrollo apreciable en su industria metalúrgica, particularmente
de la orfebrería. A pesar de que esta industria se practicó sobre la
base de unas técnicas generalizadas, es evidente que en los
objetos que proceden de distintos sitios del país puede
343
establecerse un estilo en cada región, bien sea por la frecuencia en
la aplicación de determinadas técnicas en su manufactura o bien
por su aspecto formal, que corresponde, por otra parte, a un
concepto mágico – religioso. “Este hecho innegable ha inspirado
a investigadores como Margain (1951) y Pérez de Barradas
(1954) para hacer una primera clasificación de las colecciones del
Museo del Oro del Banco de la República, mediante una
identificación de estilos que conlleva la presencia más o menos
repetida de ciertos procesos tecnológicos y de determinados
motivos. Estilos calima, quimbaya, darién, sinú, tairona, muisca y
tolima, son los que se han definido hasta ahora y corresponden en
parte a las áreas donde la metalurgia del oro estuvo más
desarrollada, a juzgar por las noticias de los cronistas de la
Conquista”.(Idem. P. 311).
Debido a la riqueza de las minas y al sistema de explotación en
grande escala, las minas de Buriticá, al occidente de Antioquia, se
convirtieron en un centro comercial de los más importantes, si no
el más en la región noroccidental de Sur América.
Hernán Trimborn es el investigador moderno que más se ha
ocupado en desentrañar, a través de las fuentes históricas de los
siglos XVI y XVII, el papel que cumplía el centro minero de
Buriticá en el comercio de intercambio entre los pueblos que
moraban en la porción central y septentrional del occidente
colombiano. El halló información clave, en relación a la industria
aurífera regional que permite entenderla mejor y que se resume de
la siguiente manera:
1. La región minera de Buriticá estaba explotada por varios
pueblos.
2. Se trataba de una tierra pobre en cultivos y con poca
vegetación, a lo cual se sumaba la especialidad minera de sus
moradores. De las comarcas de Urabá y del Sinú, estos
mineros especializados se proveían de los artículos que
escaseaban en su territorio o que estaban en incapacidad de
producir por razón de sus ocupaciones específicas.
344
3. Las minas eran explotaciones privadas y éstas no constituían
privilegio ni monopolio de los caciques, si bien estos, al
disponer de la prestación personal de sus súbditos y de la
fuerza de trabajo de sus esclavos, tenían en aquellas una
porción ventajosa.
4. La explotación de las minas de aluvión se hacía después de
pasadas las crecientes de los arroyos, que dejaban al
descubierto los minerales de oro corrido. Para la extracción de
los minerales de veta, prendían fuego en las sierras, con lo cual
se facilitaba la localización de los yacimientos. Las venas
auríferas eran beneficiadas generalmente por el sistema de
pozos sin que se utilizaran galerías ni socavones horizontales.
5. Los talleres de fundición estaban por lo general situados en un
lugar distinto de las minas. Los únicos objetos manufacturados
eran los llamados caricuríes o “clavos retorcidos” y planchas
de oro batido.
6. Parece ser Buriticá, como decíamos arriba, uno de los
principales centros de explotación minera aurífera y de
comercio del oro, del el noreste de Sur América, si no era el
primero. De este centro irradiaban largas vías comerciales, que
ponían a Buriticá en contacto, pasando por las crestas de la
Cordillera Occidental, con Dabeiba, los cacicazgos de los
Cuevas, el Golfo de Urabá, siguiendo desde allí hasta el Istmo
del Darién; otra vía iba hasta el Sinú. Hacia el sur, estas vías
iban hasta el país de los quimbayas y hacia el oriente, hasta el
río Magdalena, casi en las fronteras de los Chibchas que
moraban en los altiplanos fríos de la cordillera Oriental (Idem.
P.314 y 315).
Los datos anteriores nos inducen a pensar que los pueblos
quimbayas debieron abastecerse de oro para sus talleres de
orfebrería en Buriticá, a través de un comercio de intercambio,
quizás basado en piezas terminadas de oro, pues las minas con las
cuales contaban no producían lo suficiente para abastecer la
tremenda demanda de su industria. Lo mismo ocurre con el oro
que llegaba a las regiones del Sinú y el San Jorge, que procedía de
rescates o intercambio comercial efectuados con indios de otras
comarcas, principalmente de la región de Buriticá, de donde lo
345
obtenían los nativos en forma de barras y caricuríes que luego
fundían para hacer luego sus diferentes piezas. Se sabe también
que mucha parte del oro que era manufacturado por los pueblos
de la Sierra Nevada de Santa Marta no procedía de yacimientos
locales, sino que sus fuentes de abastecimiento estaban
localizadas más al suroeste, en las comarcas del norte de
Antioquia (Buriticá) y muchos talleres de los localizados en el
Alto Sinú, pueblos con los cuales tenían un activo intercambio.
Dicho comercio se realizaba apoyado en las vías fluviales como
eran los ríos Sinú, San Jorge, Cauca y Magdalena, por donde se
movían intensamente sus canoas (Idem. Ps. 315 a 332).
Los indios que moraban cerca de la población de San Sebastián,
fundada por Alonso de Ojeda a cuatro leguas al oriente de la
desembocadura del río Atrato o Darién, poseían muchas joyas de
oro en el momento en que fueron conquistados por los españoles.
Cieza de León refiere que estos naturales guardaban los objetos
en unas canastillas que ellos llamaban habas y que los motivos
más frecuentemente representados en las piezas eran campanas,
platos, joyeles, caricuríes, zarcillos, cuentas menudas y caracoles
grandes que servían de estuche pénico. Este oro lo obtenían los
indios por medio de los “grandes mercaderes y contratantes” que
tenían y que llevaban a vender a la tierra adentro, puercos
salvajes, sal y pescado, a cambio de los objetos de orfebrería y de
algunos tejidos de algodón. La presencia de esta clase de
mercaderes y tratantes en el Golfo de Urabá es una noticia
histórica de mucha importancia para explicar los contactos
culturales entre el norte y occidente de Colombia con
Mesoamérica en la época prehispánica (Idem P. 313).
La existencia de la inmensa riqueza aurífera enterrada en los
cementerios indígenas, motivó el desarrollo de la gran industria
de la guaquería, desde la época de la Conquista, la que floreció
hasta hace muy poco tiempo. Ha sido de ella de donde se han
surtido los museos y colecciones privadas, pero más que todo, de
allí salieron los cargamentos gigantescos de oro hacia las
metrópolis europeas, después de haber reducido a lingotes una
346
parte apreciable de la las obras de arte indígena elaboradas en oro
(Idem. P. 315 a 332).
Todo lo anterior nos conduce a pensar en los fuertes lazos
comerciales que debieron funcionar entre los pueblos de Sur
América y Meso América, no solamente en el ámbito de las
piezas de orfebrería, sino en general, ya que las civilizaciones de
la región septentrional de Sur América son consideradas como
verdaderas potencias en la producción agrícola: Duncan Strong
sustenta la tesis de que durante centurias hubo fuertes estímulos
de intercambio entre la gran civilización agrícola desarrollada en
Sur América y las que florecieron al norte, en las regiones de
Oaxaca, Yucatán y México. Opina que el estudio de los
materiales arqueológicos de una y otra zona revela la evidencia de
antiguos contactos o influencias, los cuales se originaron
alternativamente por tierra y por mar, a través de la América
Central. Que en Salvador y Honduras, los antiguos horizontes
difieren marcadamente de los últimos y en cada caso hay
significativas semejanzas con los viejos niveles en Oaxaca, en las
tierras altas de Guatemala y con los antiguos horizontes
mayas….(Idem. P. 425).
15.7.0 LOS HILADOS Y TEJIDOS.
EL ARTE RUPESTRE.
LA CERÁMICA. LA ESCULTURA.
OTRAS ARTES
La gran industria de los hilados y tejidos de los altiplanos fríos de
Cundinamarca y Boyacá y de las zonas templadas de Antioquia y
Santander tienen un valor excepcional. El fique, el algodón, las
cortezas de ciertos árboles y otras fibras textiles fueron
admirablemente beneficiadas, tanto para la vestimenta cotidiana
como para los trajes ceremoniales. En las cuevas de Santander y
en las de los contrafuertes del Cocuy, se han conservado en
magnífico estado, lienzos hermosos, decorados con motivos
pintados y entretejidos, algunos de ellos inspirados en un
verdadero simbolismo religioso. Era tal su importancia en la
economía indígena, que ya entrada la Colonia y casi en los
347
albores de la República, el producto de los tejedores aborígenes
constituía una buena fuente de tributos para el reino, no obstante
las medidas de la Metrópoli para el fomento y conservación de la
industria, en su afán de abrir nuevos mercados
Ya habíamos visto cuán importante era el cultivo del algodón
parea los muiscas, la importante familia chibcha que poblaba
Cundinamarca y Boyacá. Dicen los cronistas de la época colonial
que éstos tenían grandes cultivos de algodón en las tierras
calientes que ocupaban los nativos de Chipatá, y que servían para
abastecer parte de la demanda de productos textiles en la Sabana
de Bogotá. Cita Luis Duque Gómez a uno de ellos:
“…han sido siempre grandes labradores de maíz, yuca, batatas,
arracachas, xequíneas, turmas [papas] cubios, y otras raíces y en
especial lo eran con el algodón en las tierras que alcanzaban
calientes, que eran todas las circunvecinas a las espaldas de las
serranías que cercan estos valles del Reino porque aunque por
todas partes estaban cercados de enemigos, a punta de lanza
defendían las labranzas que tenían en tierras calientes, de frutas,
raíces, y algodón, que no se dan en las frías” (Idem.. P. 265).
Cita a otro cronista, que habla del territorio habitado por los
muzos que era antes de del dominio de los muiscas:
“….que por ser caliente la estimaban [la tierra] para las cosechas
de frutos que no se daban en tierra fría, como algodón para
mantas, y vestidos, yucas, batatas y maíz, cuando los años eran
estériles en las frías” (Idem. P. 265).
Cita otro que habla de los muiscas:
“Usan vestidos de algodón de que tejen sus mantas cuadradas, que
les sirven de palio: las más comunes son blancas y la gente ilustre
las acostumbra pintadas de pincel, con tintas negras y coloradas, y
en estas fundan su mayor riqueza” (Idem. P. 265).
Del mismo autor menciona, que ”estos naturales usaban mantas
coloradas en señal de luto. Que los indios de Lenguazaque tenían
348
telas de algodón de diversos colores. Que los cortesanos de los
indios de Tunja, usaban ricas mantas” (Idem. P. 265).
Las excavaciones arqueológicas y los hallazgos ocasionales
verificados el los últimos años en distintos sitios de las tierras
altas de la Cordillera Oriental, han suministrado interesantes datos
sobre los textiles que fabricaban los indios que moraban en estas
regiones. El clima seco, de escasa lluviosidad, y las condiciones
abrigadas en que se han encontrado algunos de los depósitos
arqueológicos, han permitido la conservación de distintas mantas
de algodón y de otros objetos hilados y tejidos, en asocio con el
ajuar funerario de varias inhumaciones. Los hallazgos más
importantes han sido hechos en Los Santos (Santander), Chiscas y
Paz del Río (Boyacá y Ubaté (Cundinamarca. Todos estos lugares
parecen corresponder a emplazamientos de grupos y subgrupos
chibchas, según las fuentes históricas y como lo sugieren también
las características de los elementos culturales en ellos, tales como
piezas de cerámica, caracoles, textiles, piezas de cordelería,
adornos de plumas, etc. En el Museo Arqueológico Nacional
pueden verse varias mantas arqueológicas, procedentes de la
región que en la época prehispánica estuvo ocupada por el
subgrupo chibcha de los guanes, los cuales moraban en parte del
actual departamento de Santander. Fueron descubiertas en
grandes cuevas del río Chicamocha, cerca de la población de los
Santos por algunos campesinos de la zona. Loa hallazgos se
hicieron en el año de 1940 y estos yacimientos fueron estudiados
después, de manera sistemática, por el investigador Justus W.
Schottelius, según comisión que le confiara el Ministerio de
Educación Nacional (Idem. P. 266).
La actividad textil estuvo muy desarrollada entre los guanes. Para
estas labores utilizaron fibras de algodón, hiladas y torcidas, con
las cuales hicieron mantas grandes. La decoración se hacía por
medio de motivos estampados, entretejidos o dibujados con
pincel, según puede verse en los fragmentos que se conservan en
el Museo Arqueológico de Bogotá. La técnica decorativa fue la
última, o sea dibujos con pincel; gran variedad de motivos
349
geométricos y al parecer de carácter simbólico, fueron pintados en
estos mantos, con tinta roja sobre fondo blanco (Idem. P. 267).
Aunque la industria de los tejidos florecía en la primera mitad del
siglo XVI, se sabe que los cultivos de algodón que poseían los
muiscas en las faldas de la Cordillera Oriental, provenían incluso
desde épocas anteriores a aquella en que los muzos, de cultura
karib iniciaran el ascenso de la cordillera desde el Valle del Río
Magdalena. El grado de importancia comparativo con otras
actividades, en que era tenida en cuenta la actividad textil, y su
grado de desarrollo, influyeron en la visión religiosa de la Vida.
En el panteón de sus deidades tradicionales existía un dios,
Nencatacoa, que servía de patrono al gremio de los tejedores, lo
que indicaba, por otro lado, la relativa antigüedad de la misma
actividad, a no ser que esas manifestaciones hubieran sido
elementos culturales importados en el transcurso de diversas
corrientes migratorias (Idem. P 269).
La industria textil de los naturales no se interrumpió con la
llegada de los españoles; al contrario, se intensificó
considerablemente, al menos por un tiempo, pues sus productos
eran distribuidos en el territorio, y objeto, por lo tanto de un
activo comercio. Los tributos impuestos a los indios y las
contribuciones señaladas a los encomenderos se tasaban en
mantas de algodón, de tal manera que, desde la segunda mitad del
siglo XVI en los talleres domésticos se siguió trabajando
presurosamente para atender a las obligaciones económicas
contraídas con los nuevos amos. Por cada cien mantas que recogía
un encomendero tenía que pagar a la corona española tres. En
muchos lugares las telas sirvieron de moneda, como lo atestiguan
documentos de la época: En los papeles del Consejo de Indias, se
encuentran informes del año de 1609, en los cuales se dice: “En la
ciudad de Mérida se labra lienzo de algodón que sirve de moneda
dando por un peso de oro de 20 kilates cinco varas del dicho
lienzo” (Idem. P. 269).
Pocos cambios parece haber sufrido la técnica textil vigentes en la
época prehispánica. En el siglo XVIII se usaban como colorantes
350
numerosas plantas, según los relatos del padre Oviedo, tales como
las tunas (opuntia bomplandii, H. B. K. Webb., onpalea
cochenillífera, L. S. D) o cactus rojo de las telas con la grana o
cochinilla para el color rojo de las telas; el cultivo de estas pencas
estuvo muy extendido en la época colonial, hasta cuando vinieron
las anilinas; fue muy frecuentes en especial en los cerros cercanos
a la ciudad de Tunja, Duitama, Socotá, Sogamoso, Firavitoba, Iza,
Villa de Leiva y especialmente en Tinjacá, y Sutamarchán. El añil
(indigófera anil, L,) se cultivaba especialmente en las tierras
cálidas y templadas. No se sabe cuándo fue introducida al Nuevo
Reino de Granado. Los estudios actuales indican que fue
introducido desde México y Guatemala, donde era cultivada para
la extracción del color azul aplicado a los textiles. Las mujeres
mexicanas lo usaban también para teñir sus cabellos. Los
botánicos se inclinan a pensar que el origen de esta planta fue una
región situada entre Guatemala y México, al sur. El espino
llamado moral, lo usaban para conseguir el color amarillo;
revuelto con tierra lograban el negro y el naranja. El palo brasil, o
nazareno, sacaban el color morado que lo caracteriza. El chilco,
servía con un bejuco para teñir el verde, tal como lo hacían en
Chita, Boavita, y en otros lugares del Nuevo Reino. El árbol
llamado vela chica, cuyas hojas de color carmesí, sueltan el tinte
poniéndolas a fuego, lo…”usaban los indios gentiles para pintar
sus mantas de pincel (así las llaman) muy permanentes, según el
padre Oviedo, citado por Luis Duque Gómez. También fueron
usados los colorantes de origen mineral. Los indios de Bogotá ,
según Rodrígez Freile, “teñían sus mantas con barro”. Muy
conocida fue en la Colonia la mina de tierra azul del pueblo de
Siachoque, cerca de Tunja, empleada para el teñido de los
textiles; la de tierra colorada de la población de Suta, la de tierra
amarilla del pueblo de Sorocá, en fin, otros muchos lugares donde
los campesinos se aprovisionaban de los colorantes
acostumbrados en sus productos textiles. Vargas Machuca,
refiriéndose a algunas de las peculiaridades de la tribu de los
muzos y al lugar que habitaban, refiere, en cita de Luis Duque
Gómez: …”está una fuente, en un repartimiento, puesta al sol se
vuelve como una tinta, que con ella puede escribir muy bien. Los
naturales tiñen con ella sus mantas” (Idem. P. 270 y 271).
351
15.7.1 EL ARTE RUPESTRE
A través de los años y del coloniaje, aquellas manifestaciones del
ingenio nativo, que en un principio tenía estrictamente un carácter
popular, un mensaje religioso, una expresión estética y una
inspiración a veces abstracta, no obstante su índole marcadamente
utilitarista, terminaron finalmente por extinguirse y por ser
reemplazadas por productos extraños. Por eso resulta artificiosa la
idea de revivir aquellas viejas expresiones, en medio de pueblos
mestizos que ya no viven ni sienten como aquellos. Yace, sin
embargo el genio humano que, mediante el estímulo necesario
empiece a producir su propia expresión y a generar, si se quiere,
una nueva cultura en el arte popular. “Ráquira, La Chamba la
platería de Mompox, los tejidos reinosos de Santander y Boyacá,
la platería del Sinú, del Cauca y del Chocó, la espartería del
Magdalena, la cestería de los Llanos, la tagua, la sombrerería de
paja toquilla del Huila y Nariño, el barniz de Pasto, etc., para no
mencionar sino algunos, constituyen, podríamos decir, frutos
silvestres de una artesanía que todos los colombianos estamos en
el deber de cultivar” (Idem. P. 214).
Las artes gráficas las expresaron los nativos precolombinos
nuestros principalmente en las pinturas y en los grabados
rupestres. “Los ideogramas están hechos con pintura ruja, blanca
y negra, como casi todo el arte rupestre primitivo. Estas
manifestaciones se encuentran en todo el territorio de la república
y generalmente se hicieron utilizando pinturas de origen mineral,
o bien grabando directamente el signo en la roca, como se
observa en varios sitios que ocupaban en el momento de la
Conquista pueblos de origen karib. Los mismos sistemas fueron
empleados en casi todo el arte rupestre primitivo en el mundo
entero. Triángulos, rombos, concéntricos, figuras antropomorfas,
zoomorfas, manos y pies humanos, espirales, grecas, líneas
onduladas, etc., son los signos más frecuentes que se pintaron o
grabaron en las piedras, para lo cual prefirieron los indios casi
siempre las rocas areniscas” (Idem. P. 215).
352
“Los signos rupestres de Colombia han sido llamados
impropiamente pictografías, esto es, la representación gráfica de
cuadros y objetos, escenas, etcétera, como las que existen en
ciertos lugares de Australia, África y en algunas zonas de
Norteamérica. Sin embargo debe aclararse que en Colombia tales
manifestaciones deben interpretarse como ideogramas, definidos
por los tratadistas modernos de arte primitivo como “símbolos
pictóricos que se usan para sugerir objetos o ideas abstractos””
(Idem. P. 214).
“Consideramos nosotros que aún no se han allegado los elementos
de juicio necesarios para una interpretación científica del
significado del arte rupestre de chibchas, caribes, arawacos y
otros pueblos, si es que fueron estos los verdaderos autores de
aquellas expresiones artísticas y mágico – religiosas. Estas
manifestaciones tienen que basarse sobre un conocimiento a
fondo de las formas religiosas de tales pueblos. De ahí que la
lectura fácil que a veces se hace de los signos del arte rupestre,
deba tomarse con la reserva prudencial que exigen los rumbos de
la moderna investigación arqueológica. Tampoco puede aceptarse
la tesis radical que expone en su obra sobre los chibchas el
historiador Vicente Restrepo, sobre que nada significan los signos
pintados o grabados en las rocas”. Los investigadores Wenceslao
Cabrera y José Pérez de Barradas, han hecho los primeros intentos
metódicos en la iniciación del estudio de las artes rupestres de
Colombia (Idem. P. 215).
El tema del significado del arte rupestre en Colombia,
particularmente en el área chibcha, fue agitado por el doctor Darío
Rozo, en diferentes conferencias dictadas en la Academia de
Ciencias Exactas, Físico – Químicas y Naturaleza, y en la
Sociedad Geográfica de Colombia. Las primeras investigaciones
del doctor Rozo fuero publicadas en 1938. Bajo el título de
Mitología y escritura de los Chibchas y en ellas trata de
demostrar que, contrariamente a lo que sostienen los escritores
modernos, que se han ocupado de la civilización de los chibchas,
estos pueblos sí tuvieron una escritura y a ella pertenecen los
353
signos expresados en todas las piedras pintadas que se encuentran
en el área geográfica que se les ha señalado y en otros lugares de
la república”.
El doctor Luis Duque Gómez, autor de nuestra principal
referencia del tema, considera: …”será muy difícil, en el estado
actual de los conocimientos científicos sobre la prehistoria
americana, defender ante la crítica moderna, sugerencias como la
posible participación de elementos europeos en el poblamiento
antiguo del Nuevo Mundo y particularmente de lo que hoy es el
territorio de Colombia, siguiendo la vía de penetración de los ríos
Meta y Orinoco, después de haber utilizado la corriente marina
que arranca del norte de España y llega hasta donde vierte sus
aguas el Orinoco en el Océano; que dichos elementos fueron
presumiblemente vascos, a juzgar por las estrechas analogías que
pueden advertirse entre los signos de las piedras pintadas y la
escritura de los eúscaros antiguos, estudiada por el presbítero
Julio Cejador y Fruca” (Idem. P. 220).
“Con todo lo anterior, se tienen ya algunas interpretaciones a este
respecto, como la de que tales vestigios arqueológicos tienen un
carácter eminentemente simbólico; son la expresión de creencias
mágico – religiosas de los aborígenes y en general del hombre
primitivo, en todas partes del mundo”… “En consecuencia, la
investigación arqueológica se inclina a ver en el arte rupestre
americano, no el testimonio de ideografías, como audazmente lo
pretenden algunos, sino el mensaje perdurable del complicado
mundo mágico de los nativos” (Idem. P. 232).
Actualmente se viene trabajando intensamente para desentrañar el
misterio del significado de las pictografías y petroglifos
americanos. “Según algunos investigadores, el sapo, la rana, el
cuadrado, la cruz, son símbolos relacionados con un culto
atmosférico, íntimamente vinculado con la agricultura. Las líneas
en espiral se interpretan como símbolos de la fecundidad,
concepto que tiene una gran significación en las formas religiosas
amerindias y que inspiró, por lo tanto, muchas de las expresiones
artísticas de los pueblos prehispánicos. El triángulo representa en
354
casi todas las culturas primitivas el sexo femenino y está, por lo
tanto, en íntima relación con la maternidad. El círculo simple es el
símbolo de la luna y el círculo radiado exteriormente, del sol. Una
línea horizontal, con cuatro rayas verticales inferiores simboliza
los animales cuadrúpedos. Las deducciones anteriores se han
sacado a base de estudios sistemáticos del arte rupestre
correspondiente al Período Neolítico Europeo, que tantas
manifestaciones de esta índole dejó en cavernas y acantilados. En
términos generales, puede afirmarse, como bien lo anota Núñez
Jiménez, que el arte rupestre en América se caracteriza, como en
el viejo continente, por sus esquematizaciones y por la
estilización de las figuras que se quisieron representar con
finalidades mágico – religiosas (Idem. P. 222).
15.7.2 LA CERAMICA
Parece ser que en Colombia esta actividad era esencialmente
femenina. La elaboración de vasijas, como en muchos países de
América fue un trabajo en que las mujeres prehispánicas
ejercitaron su imaginación creadora. Muchos centros primitivos
de fabricación de cerámica desaparecieron porque los españoles
utilizaron, más bien cerámica importada e introdujeron nuevas
técnicas y estilos en la industria. Los centros que aún sobreviven
ofrecen un producto que da testimonio ya de un mestizaje cultural
que, por cierto, es bien inferior, en concepto de los expertos, a la
riqueza decorativa y de formas y motivos de la cerámica
arqueológica, como se aprecia en los museos y en las colecciones
privadas (Idem. P. 228).
Como es explicable, esta industria floreció en las localidades
donde es posible encontrar arcilla y tierras colorantes, esenciales
para la fabricación de estos objetos. No obstante, tuvo
manifestaciones diferentes en las regiones occidental y oriental
del país. La región occidental incluyendo el litoral Atlántico, en
su conjunto, fue el lugar donde la cerámica logró su mayor
desarrollo y más rápidamente, alcanzando la calidad y el nivel
artístico de otras latitudes americanas. En contraste, ello, no
355
ocurre lo mismo con la cerámica de la región oriental. Parece que
no es posible explicar esta diferenciación por la simple evolución
del proceso tecnológico.. Es muy posible la existencia de algún
factor externo que lo explique, como podría ser, por ejemplo, la
influencia de la cerámica de otras culturas, a través del
intercambio comercial (Idem. P. 239).
Otra novedad es que los primeros colonos españoles y
particularmente los escritores que se ocuparon de la descripción
de las costumbres indígenas, guardan mucho silencio respecto a la
cerámica. Ello contrasta, por ejemplo, con la forma detallada
como fueron descritas otras actividades e industrias de la cultura
material americana. Pudo ser que la época del desarrollo de la
cerámica en algunas de aquellas regiones debió darse en épocas
anteriores a la llegada de los europeos (Idem. P. 229).
La tecnología en la cerámica utiliza muy variados elementos. Para
conseguir la maleabilidad de las arcillas usaron la arena, el
cuarzo, las cenizas de carbón vegetal, la mica, fragmentos de
cerámica triturados, conchas y caracoles. La lechada blanca, el
rojo o amarillo ocre, el negro ferruginoso, el óxido de cobre y
algunos otros colorantes posiblemente de origen vegetal, fueron
usados para la decoración pintada. La fijación de los colores va
desde el empleo del simple baño hasta el sistema de pintura
negativa policroma. Como raspadores o afinadores se usaron
instrumentos de piedra y algunas semillas vegetales. En la
fabricación de vasijas se empleó el sistemas de bandas enrolladas
a manera de espiral y en otras ocasiones se usaron moldes.
Muchas piezas se hicieron por partes separadas que después se
soldaron o unieron. Por ejemplo en las vasijas trípode de San
Agustín y Tierradentro, los soportes fueron adheridos a la parte
baja del recipiente, después de que éste había sido completamente
terminado y aún pulimentado en su superficie externa (Idem. P.
233).
La técnica de la cera perdida se aplicó en la elaboración de piezas
pequeñas, especialmente en el caso de los instrumentos musicales,
como caracoles de arcilla, pitos, ocarinas, etc., La coroplastia o
356
empleo del molde para vaciar figuras en serie antropomorfas y
zoomorfas, floreció en forma muy evolucionada en la cultura
Tumaco, en la parte sur de la Vertiente del Pacifico. La incisión y
el relleno fueron las técnicas decorativas más frecuentes y se
hacían antes de cocinar las piezas. También se encuentran
ejemplares decorados así después de la cocción (Idem. P. 233).
La deshidratación o secado de los objetos de arcilla se llevaba a
cabo por sistemas bastante rudimentarios. El horneo a campo
abierto fue el más generalizado. Las vasijas eran reunidas en un
sitio, y cubiertas luego con leña que, al quemarse, producía una
cocción parcial e imperfecta. Sin embargo, existen en algunas
regiones, especialmente en el Quindío y en sitios de la Costa
Atlántica, objetos de una cocción tan pareja y de tan buena
consistencia, que hacen suponer el empleo de hornos más
evolucionados. En muchos casos, el color negro homogéneo en la
superficie de las vasijas, indica que se cocinaron a fuego lento
cuidadosamente, procurando la formación de mucho humo para
lograr este objetivo en la decoración de las mismas, o que en su
superficie fueran frotadas con grafito. Así se conseguía el negro
brillante, como el que se observa en las vasijas de algunos
depósitos arqueológicos del país (Idem. P. 233).
En especial en Occidente hay gran variedad de técnicas
decorativas, es decir, en el territorio que corresponde a los
departamentos del Valle, de Caldas, de Antioquia, de Nariño y
algunos sectores de la Costa Atlántica. En todas ellas se
encuentran las técnicas de ornamentación plástica y la aplicación
de la pintura, pero el mayor desarrollo de éstas se advierte en el
oeste. A medida que se avanza hacia el oriente tanto la pintura
como el tratamiento plástico son más pobres y rudimentarios. Esta
variedad se explica por el impacto de presiones muy señalado de
culturas foráneas, como las mesoamericanas y las amazónicas, y
de otro lado por los desarrollos locales en cierto aislamiento, tanto
por la formación laberíntica de las cordilleras, como por el estado
de guerra constante que generaba malestar permanente aún entre
pueblos que hablaban la misma lengua y poseían el mismo
patrimonio cultural. No obstante, en el Occidente colombiano y
357
en la Costa Atlántica, aparecen complejos cerámicos con amplia
distribución geográfica, lo cual permite pensar en auténticos
“horizontes” de cultura. El desarrollo de amplias relaciones
comerciales entre los pueblos a lo largo del río Cauca y del río
Magdalena, venció las barreras físicas y políticas, que durante
mucho tiempo fueron insalvables para una estrecha comunicación
cultural entre unos y otros (Idem. P. 234).
En algunas regiones la persistencia de algunas técnicas y formas
de cerámica es verdaderamente notable, como es el caso de los
materiales arqueológicos que proceden de Cundinamarca y
Boyacá, los cuales presentan un estilo muy característico en las
piezas encontradas en los diferentes sitios. Su tradición estuvo
muy fuertemente establecida y su producto ha llegado hasta la
actualidad. Entre los indios chamí, que actualmente viven en la
región occidental de los departamentos de Caldas y Antioquia, los
productos de la alfarería recuerdan también muchas de las formas
de las técnicas decorativas de la época primitiva que florecieron
en la misma región; otro tanto puede observarse en las joyas de
platería que ellos fabrican y se inspiran en motivos muy similares
a los que se advierten en la orfebrería arqueológica procedente de
esta zona, especialmente del área denominada calima (Idem. P.
234).
En la cerámica del área quimbaya se pueden observar como
principales formas decorativas: la pintura monocroma con notable
fijación de pigmentos por medio del fuego y con superficies
finamente pulimentadas; la técnica de la coloración negativa en
varios colores; la pintura positiva, por lo general bicolor; la
ornamentación con gran variedad de motivos zoomorfos y
antropomorfos, modelados directamente sobre las piezas, o
fabricados por separado para luego ser adheridos a éstas; el
grabado; la incisión de grabados geométricos curvilíneos y
rectilíneos; el relleno de pasta blanca en líneas, puntos y círculos
incisos, etc. En el área de la costa del Pacífico y en regiones
vecinas como Tumaco hacia el sur y Calima hacia el norte, la
plástica decorativa alcanza un desarrollo admirable que no es
superado por la cerámica arqueológica de otras zonas, en tanto
358
que la pintura, por el contrario, es escasa en colorido y su
pigmentación inconsistente. En algunas vasijas procedentes de la
región quimbaya han sido combinadas las técnicas de pintura
positiva y negativa para aumentar el número de colores en la
decoración de las piezas (Idem. P. 235).
El baño fue una técnica muy extendida. Se le encuentra con
mucha frecuencia en la zona arqueológica de San Agustín y en el
área Calima. El sistema fue particularmente usado en Sur
América, en especial en la cuenca del Amazonas. Con él se
pretendió, al tiempo que lograr un efecto decorativo, conseguir un
mayor pulimento y mejor impermeabilidad de la pieza (Idem.. P.
237).
La cloroplastia en la zona arqueológica de Tumaco indica con
claridad el alto grado de desarrollo que alcanzó la alfarería en esta
región de Colombia. Esta técnica está considerada como una de
las más avanzadas en la cerámica prehispánica. Tal técnica de
fabricación ha sido identificada en algunas figurillas que allí han
sido halladas, y por el hallazgo de los moldes mismos, algunos de
cuyos ejemplares se guardan ahora en el Museo Arqueológico
Nacional. Tumaco es el sitio de donde proviene una serie de
figurillas de arcilla admirablemente modeladas y con los más
variados motivos, en especial antropomorfos. En los últimos años
se han realizado excavaciones técnicas en las zonas avecinadas,
como la isla del Morro, el río Mataje y otras, con el fin de
localizar los principales emplazamientos del pueblo que produjo
estas interesantes manifestaciones artísticas. Los rasgos generales
de esta cultura corresponden al área cultural de Esmeraldas o La
Tolita, situada en territorio ecuatoriano. Una y otra presentan
extraordinarias similitudes con materiales de distintos sitios
arqueológicos mesoamericanos. La semejanza es tan marcada en
algunas piezas, que permite suponer contactos directos e
inmediatos entre las dos zonas, quizás por vía oceánica, pues no
se registra presencia de materiales similares en otras regiones al
norte del país, que puedan considerarse como un momento o
desarrollo de esta cultura (Idem. P. 237).
359
Igual que ocurre con otras culturas americanas, y observando la
inmensa variedad de aspectos culturales manifiestos en la
cerámica de la región septentrional de América, los cuales dan
testimonio del intrincado poblamiento que se dio allí, se ve cómo
el conocimiento de las peculiaridades de la cerámica indígena de
cada una de las regiones de Colombia es de gran importancia en
el estudio de las diferentes culturas que florecieron en el territorio.
Estos materiales han sido la base primordial sobre la cual se han
apoyado los más modernos estudios arqueológicos hecho en
América los últimos años (Idem. P. 240).
El primer trabajo metódico encaminado a señalar las
características que son propias de la cerámica indígena según su
distribución geográfica, fue realizado por el arqueólogo Gregorio
Hernández de Alba (1938). Wendell C. Bennett (1944),
arqueólogo norteamericano, después de visitar algunos sitios
arqueológicos y de estudiar las colecciones existentes en varios
museos públicos y privados, hizo una zonificación general de la
cerámica que difiere muy poco de la propuesta por Hernández de
Alba. El trabajo de Bennett termina con algunas propuestas
relacionadas con la clasificación cronológica de las diferentes
manifestaciones culturales basados en la morfología de la
cerámica y en ciertos aspectos de la cultural. De allí ha salido el
siguiente esquema para los procesos evolutivos de las culturas de
la región septentrional de América:
1- Período Antiguo, representado por el estilo de San Agustín
propiamente dicho y que parece estar seguido por el estilo de
Matanzas y luego por el de Tierradentro, aún cuando este
último está muy separado de San Agustín.
2- Período Medio, que estaría representado por Quimbaya y
Nariño, caracterizado por el desarrollo de la pintura negativa
en varios colores.. Y
3- Período reciente, representado por los estilos chibcha y Santa
Marta y por los encontrados por Ford en el Alto Cauca, que
parecen corresponder a pueblos que vivían en el momento en
que se efectuó la Conquista, los cuales tenían una adelantada
organización social y política y habían alcanzado algún
360
desarrollo urbano. Loa pintura negativa es muy escasa, en
tanto que es frecuente la pintura positiva en dos colores en el
área chibcha y la monocroma en Santa Martas y Alto Cauca.
Aunque todavía se avanzaba en el momento de ser publicada la
obra en el establecimiento de una cronología menos confusa, se
sabe que ya se habían hecho estudios con el carbono 14 en varios
materiales extraídos de los yacimientos arqueológicos, que
confirmaban las opiniones de los expertos.
15.7.3 LA ESCULTURA
La escultura en piedra floreció especialmente en el Alto
Magdalena, en los territorios pertenecientes a los actuales
departamentos del Cauca y Huila. Aquí grandes monolitos
aparecen junto a las necrópolis, sirviendo de cariátides en los
templetes o en el interio0r mismo de las tumbas, como ajuar
funerario (Idem. P. 271).
La fantasía de muchos observadores y viajeros han querido ver
en ellas el vestigio de un pueblo misterioso, de una civilización
perdida de los cuales se desconoce, incluso, su origen., su forma
de vida y la causa de su extinción. No obstante conocerse todavía
muy poco acerca de su “corpus cultural”, lo mismo que del
significado de su arte escultórico, quienes los han estudiado los
últimos años, han dado pasos firmes en el esclarecimiento de
muchas de las incógnitas que plantean aquellos vestigios
arqueológicos (Idem. P. 272).
El hallazgo de sarcófagos de madera en el Alto de Lavapatas, los
cuales datan del siglo VI antes de Cristo, es decir, aparentemente
una antigüedad de más de mil años con respecto al florecimiento
del arte escultórico en piedra que aparece el Montículo Noroeste
de la Mesita B. Según los analistas del carbono 14 que se
poseemos, presentan la misma morfología de los sarcófagos
monolíticos hallados en algunos montículos especialmente del
Alto de los Ídolos. Esto hace pensar que la talla de madera
antecedió a la escultura lítica. Sin embargo, aún no se han
361
encontrado hasta ahora, estatuas de madera en esta región, lo que
puede explicarse por la naturaleza perecedera del material,
máxime, tratándose de una región altamente lluviosa como es la
de San Agustín. Con todo, es posible que una exploración más
metódica y profunda, en los depósitos funerarios, por ejemplo del
Alto de Lavapatas, pueda arrojar el resultado esperado de algunas
esculturas en madera, arte que debió inspirar, “a nuestro juicio”,
el ulterior desarrollo de la talla de la piedra (Idem. P. 275).
“Los rasgos esenciales del arte escultórico de San Agustín y
Tierradentro, ofrecen algunas correspondencias con el que
floreció en otras comarcas americanas y permiten suponer, por lo
tanto, que algún contacto o comunicación debió existir entre sus
artífices, en unas y otras zonas, en el tiempo en que se
desarrollaron estas culturas, o al menos en una tradición artística
y religiosa común. “Ciertos detalles y figuraciones manifiestan
similitudes tan grandes, que sería un error pensar que se deban a
simples coincidencias, o bien, pudiendo ser, que esas expresiones
tengan que corresponder necesariamente a un tronco ancestral de
arte primitivo original” (Idem. P. 272).
Las comparaciones mas estrechas que pueden hacerse, según la
visión de los expertos, son entre las estatuas de San Agustín y las
que se han encontrado en Santa Lucía Cotzumalhuapa, en los
sitios denominados Baúl, Palo Verde, Chaculá, Castillo yt Los
Tarros, y en la Flora, al occidente de Guatemala. Con la de Santa
Ana, Auachapan, El Limón y Cara Sucia, en el Salvador. Con las
de las orillas de los lagos de Managua y Nicaragua y con las
gigantescas cabezas de la “Cultura Olmeca”, una “extraña
civilización mexicana“ que floreció en La Venta, Tabasco, Tres
Zapotes, Cerro de las Mesas, Veracruz. Lito – esculturas de estilo
agustiniano se han descubierto también en las ruinas de Comitán,
al suroeste de México en la Florida y en el Valle de Ulúa. Al
noroeste de Costa Rica. Hacia el sur pueden establecerse
estrechos paralelismo entre las esculturas de San Agustín y las
que se han hallado en Ecuador y Perú. Tello señaló las analogías
que se advierten entre el arte lítico de del Macizo Colombiano y
el de centros como el del río Pucará, como Manabí, Chavín y
362
Wari. En todos ellos aparecen elementos básicos comunes, como
son las representaciones del jaguar, el buho, el pez, y la serpiente,
incorporados a la simbología mitológica. Estas mismas analogías
pueden llevarse hasta las zonas de Paracas, Nazca y Tiahuanaco,
manifestaciones todas pertenecientes a la cultura troncal andina,
de relativa antigüedad en los comienzos de su desarrollo y cuyo
foco originario de dispersión en América del Sur constituye
todavía un interesante tema de discusión (Idem. P. 272).
La zona donde se encuentran los vestigios arqueológicos, son: El
actual municipio de San Agustín, San José de Inzá y Salado
Blanco. Los principales yacimientos son: Mesitas, que forma el
llamado “Parque Arqueológico Nacional”, Las Moyas, El
Cabuyal, El Batán, La Estrella, Lavapatas, Alto de Lavapatas, La
Candela, La Parada, Alto de Lavaderos, Naranjos, Ullumbe, El
Tablón, La Chaquira, Mulales, El Estrecho, El Azafrán, El
Purutal, Quebradillas, Cerro de la Pelota, Quinchana, El Jabón,
Alto de los Ídolos, Alto de las Guacas, Alto de las Piedras, El
Vegón, Matanzas, y otros. En estos lugares se han localizado
tumbas, montículos artificiales, estatuas de diferentes
proporciones, fuentes ceremoniales, sarcófagos monolíticos,
estelas, y otras huellas de un pueblo que se distinguió
especialmente por la habilidad de sus escultores y por un arte que
está vinculado íntimamente con el culto funerario. Al norte, en el
mismo departamento del Huila y en el vecino Cauca, se han
realizado hallazgos de estatutaria lítica monumental,
especialmente en Agua Bonita, Plata Vieja, Moscopán, y San
Andrés de Pisimbalá (Tierradentro, Inzá). Por el sur se registran
hallazgos en el Valle de lasa Papas, Briceño, La Cruz y Santa
Rosa del Caquetá. Estos yacimientos arqueológicos tienen
marcadas diferencias con San Agustín, en lo que hace a la
estructura de las tumbas y al estilo de la estatutaria. Sin embargo
es e}vidente para el experto la presencia de rasgos y elementos
comunes, que permiten considerar unos a y otros como
pertenecientes al mismo desarrollo cultural en sus diferentes
fases o períodos cronológicos (Idem. P. 273) (Idem. P. 273).
363
También en la Cordillera Oriental, en las regiones de Mongua y
Socha Viejo, Boyacá, se han encontrado esculturas de piedra de
mediano tamaño, labradas en forma bastante tosca y primitiva,
pero que presentan ciertas semejanzas con el arte escultórico de
Tierradentro, como puede advertirse en el tratamiento de las
caras y en la disposición de los brazos (Idem. P. 273).
“El arte de los antiguos agustinianos se orientó, como hemos
dicho, especialmente hacia la escultura lítica monumental, en el
cual estos pueblos desarrollaron un estilo simbólico, sin haber
dejado de alcanzar tampoco formas de un impresionante
naturalismo, Las lito – esculturas son el mensaje de su complejo
mundo religioso y muchas de ellas fueron colocadas al lado de
los despojos de sus muertos. Son deidades que representan el
origen de la vida y los atributos de la muerte, las fuerzas de la
naturaleza, los dioses protectores, los entes que pueblan el
camino que recorren los muertos hasta llegar al sitio donde
inician la vida ultraterrena (Idem. P. 274).
Los bloques de piedra en los cuales se labran las estatuas son
cantos rodados, algunos de ellos de gran dimensión, como hasta
cuatro metros de altura y de varias toneladas de peso. Este tipo de
piedras abunda en el terreno y ello desvirtúa la creencia de
algunos observadores que pensaban que esas piedras tuvieron que
ser transportadas desde muy lejos para ser emplazadas en los
lugares en que fueron halladas. “Las investigaciones adelantadas
por nosotros en varios sitios de la región, nos han permitido
establecer que el zócalo rígido del valle está a pocos metros de
profundidad y tiene numerosas aglomeraciones de estos bloques,
algunos de los cuales afloran en los taludes de los viejos caminos,
en donde fueron labradas directamente figuras antropomorfas y
zoomorfas, in situ, y veneradas tales imágenes en el lugar mismo
de su origen, como es el caso de los monumentos de “La
Chaquira”, de La Rana de Lavapatas” y de la Rana de Matanzas”.
De todas maneras varias de ellas sí fueron movidas algunas
centenas de metros, no obstante su enorme peso, lo que significa
la ejecución de la maniobra con la dotación de medios técnicos
364
adecuados. Los campesinos, por ejemplo, todavía utilizan
rodillos de madera para mover grandes pesos (Idem. P. 274).
Según el análisis practicado en el Museo de Berlín por el
profesor M. Bolowski, en algunas estatuas que llevó el profesor
K. Th. Preuss, para el efecto, el material rocoso utilizado por los
nativos para sus esculturas, estaba formado por dacitas micáceas,
basaltos feldespáticos, andesitas hornbléndicas y andesitas
augíticas, que se encuentran en la estratigrafía geológica de la
zona (Idem. P. 274).
Además de las manos y piedras de moler, útiles en las labores
con la piedra, que en buen número se han hallado en estas zonas
arqueológicas, es frecuente hallar también en los lugares
habitación, en las tumbas, en las colinas artificiales y en el
relleno de las llamadas Mesitas, núcleos y lascas de piedra dura,
particularmente basaltos, y andesitas; también aparece la
obsidiana. La morfología de estas piezas indica, indudablemente,
que fueron utilizadas como artefactos, así: Las lascas como
buriles, navajas, raspadores, cuchillos y puntas de proyectil; los
núcleos, como busardas y machacadores, empleados en las
labores escultóricas (Idem. P. 275).
“En nuestras exploraciones del año de 1959, realizadas en el
Montículo Oriental de la Mesita A, -dice el autor -, hallamos,
detrás de la deidad principal, debajo del túmulo, inhumados
intencionalmente y formando un amontonamiento, más de
cuatrocientos de estos núcleos, algunos con los filos muy vivos y
otros con ellos muertos. Después de golpear un poco con una de
estas busardas la superficie de un bloque de la misma calidad de
los que fueron utilizados para labrar las estatuas, se advierte que
sí es posible esculpir la piedra con tales instrumentos y que la
parte abusardada se torna en una superficie idéntica en su aspecto
a la que presentan las esculturas de la zona (Idem. P. 276).
“De acuerdo con estas observaciones, no vacilamos en afirmar
que éstos fueron los instrumentos utilizados por los escultores
agustinianos en sus talleres. Los núcleos de piedra dura, en forma
365
de cantos rodados, traídos posiblemente de las orillas del río
Magdalena, en donde abundan, eran trabajados por percusión
para obtener los filos, logrando desprender así lascas que, a la
vez, eran utilizadas como artefactos para otros menesteres.
Algunas de estas presentan retoques, bulbo de percusión y
plataforma de choque (Idem. P. 276).
El mismo autor cita a Eugenio Barney Cabrera (1964) y Luis
Ángel Rengifo (1962), como los primeros investigadores que han
tratado de analizar sistemáticamente los elementos artísticos
propiamente dichos y los detalles de la técnica escultórica de los
monumentos agustinianos. Sus obras respectivas, El Arte
Agustiniano, y El Águila Monolítica de San Agustín, “constituyen
dos importantes contribuciones en este inexplorado tema, cuyo
análisis contribuirá a esclarecer el proceso evolutivo de esta
significativa manifestación artística, que sólo alcanza su pleno
desarrollo en la zona del alto Magdalena”:
“Con aquellos instrumentos comprobados, - escribe Barney
Cabrera – aparentemente rústicos y primitivos, el artista
agustiniano obtuvo el más admirable procedimiento escultórico u
alcanzó desarrolladas técnicas artísticas. El sentido geométrico
guió al escultor bien pronto. Los estilos ortogonales que
predominan en San Agustín, son resultados de este conocimiento
de la geometría y de su cumplida observación en el proceso
lítico. Creo que existió, además, un canon de medida utilizado
por el artista de esta escultura; no se cuál fue, aunque sospecho
que, como ocurrió entre los incas y como pasa en todas las
culturas primitivas, tuvo por base alguna parte del cuerpo
humano. Es por esto ingenuo cuando no absurdo, pretender
reducir a nuestros sistemas métricos las dimensiones
monumentales de los monolitos agustinianos”. (Idem. P. 276).
“Para algunos efectos y en determinadas circunstancias, he creído
encontrar en el canon de medida fue el puño con el dedo pulgar
abierto o el jeme o media cuarta. Así aparece en estatuas como la
del gran dios de Quebradillas, de máscara geométrica, y en el
sacerdote que antes he mencionado, compañero de esta divinidad
366
por encontrarse en el mismo sitio y que porta los afilados tumis
del sacrificio humano. Cada uno de los detalles de estos
monolitos (ojos, boca, manos, birrete escalonado, etc.) está
distribuido en sectores múltiples del jeme o del puño abierto, y
todas sus proporciones en ritmos ortogonales, se resuelven dentro
de esas dimensiones, equivalentes aproximadamente a 14
centímetros” (Idem. P. 276).
“En otras esculturas, en cambio, el canon de medida parece ser
diferente. Lo que nos indicaría que el artista agustiniano no tuvo
un patrón universal, pero sí medidas particulares o caprichosas
utilizadas en cada taller, como cosa arbitrariamente seleccionada
por el respectivo autor. En esta forma habría talleres que
utilizaron el jeme, otros la cuarta, otros el puño abierto, etc., de
manera caprichosa. Pero eso sí, cuando era escogido un sistema,
ese guiaba la escultura desde el abocetamiento inicial sobre el
bloque pétreo rústico, hasta el final pulimento. Posiblemente,
además, el mismo canon de medida perdurara, como marca de
fábrica, en todas las obras producidas por el mismo taller” (Idem.
P. 277).
Luis Duque Gómez se expresa sobre la técnica usada por los
escultores agustinianos: “Según puede advertirse en una estatua
principiada, que se encuentra en el sitio denominado “El Tablón”
y en otros de la zona, el escultor agustiniano hacía primero un
boceto sobre el bloque, por medio de una línea incisa que fijaba
el contorno de la figura que se iba a esculpir, y con la cual se
señalaban sus principales partes, distribuidas generalmente en
tres sectores, delimitados previamente por líneas transversales: El
superior, en el que se enmarca la cabeza con sus adornos; el
medio, que comprendía el pecho, las manos y el abdomen, y el
inferior, en el que sólo se bosquejaban de manera imperfecta las
piernas, casi siempre rematadas en una parte sin trabajar, que
servía de zócalo o de base a la escultura” (Idem. P. 277).
El autor menciona cómo Barney Cabrera se entusiasma, cuando
se refiere al sentido de la perspectiva que poseía el artista
agustiniano, y lo cita:
367
“No hay, en efecto, cómo ni con quien compararlo por este
aspecto. Ni la perspectiva egipcia, ni la jerárquica de Asur, ni la
incásica, ni la maya, ni la olmeca, ni otra cualquiera de las
mesoamericanas contemporáneas de su cultura lítica.; ninguna,
que yo conozca, puede compararse exacta y fielmente con ésta
del escultor del Alto Magdalena. Existen, como es obvio,
semejanzas y analogías, pero en ningún caso, similitudes
absolutas. Y es que, así como lo primero que se siente cambiar en
el transcurso del tiempo, es el sentido espacial que tienen los
pueblos, también este de la perspectiva anuncia
transformaciones, indica individualización y marca linderos
precisos entre las distintas superestructuras de las sociedades
antiguas. Creo, por ello, que uno de los medios más eficaces y
dicientes que sirven para estudiar parentescos, u homologaciones
culturales, es éste de la perspectiva. Cuando la perspectiva es
igual o similar o análoga hay algo también de semejante en la
base cultural de dos colectividades diferentes; pero cuando esa
perspectiva es distinta, entonces resulta difícil aseverar
parentescos, aunque abunden los detalles simbólicos hermanables
o de fácil asimilación comparativa; estos detalles pueden venir
por vía de trueque comercial o de intercambio religioso, pero no,
seguramente, como gemelos engendros de un solo cuerpo social”
(Idem. P. 277).
15.8.0 LA ORGANIZACIÓN SOCIAL,
LA FAMILIA, EL PARENTESCO.
Es muy intrincado el panorama del tema entre los pueblos y las
interacciones tan complejas que se presentan en la región
estudiada. Por ello solamente vamos a puntualizar algunos
detalles no considerados en las observaciones de los cronistas de
la Conquista sobre los pueblos arwacos, chibchas y caribes
mencionados anteriormente, incluyendo algunos casos de
pueblos aislados o que plantean situaciones un tanto diferentes a
las que venimos tratando, como podría ser el caso de pueblos
amazónicos o de la Orinoquía que tienen variaciones importantes
368
a las pautas de cultura mencionadas, como puede ser, por
ejemplo el caso de la vivienda, muy relacionado con la estructura
familiar.. Para ello vamos a usar como referencia la obra de doña
Virginia Gutiérrez de Pineda, “La Familia en Colombia”,
Volumen I, Transfondo Histórico, Facultad de Sociología, Serie
Latinoamericana, Editorial Iqueima Bogotá 1963. Allí le dedica
una parte completa al estudio de la familia india o americana y
sus formas institucionales y de parentesco. Con ello lograremos
entender un poco su dinámica de evolución social y el papel de
sus principales agentes dentro del contexto social.
En el capítulo primero, “Sistemas y Normas de Parentesco entre
los Indios”, se refiere, de entrada, a las consideraciones
antropológicas fundamentales: “Definen los antropólogos el
parentesco como la relación real o ficticia trazada a través de las
relaciones de padres, hijos y hermanos, y reconocida con
propósitos sociales”. “Deriva de dos fuentes institucionales, una
del hogar donde se ha nacido o familia de orientación, y otra del
hogar que forma el individuo al unirse con otras personas de sexo
opuesto, para cumplir – entre otras – las funciones de
reproducción y crianza de los hijos. Esta es la familia de
procreación o génesis” (Idem. P. 15).
“De la primera nace el parentesco consanguíneo que ata a todos
los individuos relacionados por el factor biológico común, la
sangre, y vinculas generaciones verticales por encima y por
debajo del Ego, en líneas infinitas. También enlaza o se prolonga
a través de ramas colaterales”. “La familia de génesis conforma
el parentesco de afinidad al relacionar el Ego con los allegados
de su o cónyuge o cónyuges y, recíprocamente, en grados
similares a la forma precedente” …(Idem P. 15).
“El otro concepto que debemos aclarar sobre el parentesco, es el
relativo al sistema de filiación o de reglas de descendencia. Ellas
hacen relación al lugar que ocupa el recién nacido dentro de la
estructura social y el que le señala el sitio de su ubicación dentro
del sistema de parentesco” (Idem. P. 18).
369
La intención de aplicar el método científico al análisis de la
estructura familiar americana tropieza con no pocas dificultades:
“No existen fuentes históricas que permitan establecer un sistema
de filiación patrilineal. Los datos dan apenas lugar para fijar con
claridad un sistema unilineal, el uterino, con la exclusiva
eliminación de la rama paterna. Tampoco existen referencias
suficientes para poder hablar de un sistema bilateral o de otro
tipo de variantes. Y no existen quizás porque el español no fijó su
atención, ni hizo objeto de narración sino de aquellas formas que
contrastaban con su cultura de filiación doble y formas
patrilineales”. “Por otra parte conocer la estructura de la familia
en una cultura extraña, sin conocimiento del idioma ajeno, es una
tarea difícil en extremo. Y tenemos que recordar que los
contactos culturales, objeto de descripción de los cronistas, más
que fenómenos de interrelación entre los indios y los españoles,
eran luchas abiertas, no propicias al análisis ni al entendimiento
de los hechos sociales. Trabajos posteriores entre los grupos
aborígenes faltan, como también entre muchos de los que aún
quedan. En los actuales, es ya muy difícil indicar si las formas
mixtas que presentan son fenómenos de sincretismo en el que el
aporte hispánico tergiversó y dio contenidos distintos a las
instituciones indias, o esta era su forma original. Un estudio
exhaustivo de los retazos que los archivos históricos pueden
ofrecer, quizás permitan interpretaciones distintas a las que ahora
se presentan” (Idem. P. 18).
Dentro de esas pautas y posibilidades, la autora aporta un buen
avance en el conocimiento del parentesco entre los americanos,
fundamento de su organización social: “Un Ego indio, masculino
o femenino, contaba entonces con un grupo de ascendientes del
sexo femenino en línea infinita hacia arriba: madre, abuela,
bisabuela, etc., y ningún progenitor del sexo masculino, padre,
abuelo, bisabuelo, etc., porque estos no adquirían el status de
consanguíneos. En lo referente a las ramas colaterales, el
parentesco se extendía tan solo a los allegados de la madre: sus
hermanos, los hijos de las hermanas, y los descendientes habidos
en mujeres a través de estos consanguíneos. Verticalmente, cada
Ego femenino continuaba los trazos de descendencia en líneas
370
infinitas. No así los hombres, cuyas ramas de sucesión se veían
interrumpidas en ellos, pues sus hijos biológicos no tenían la
categoría de hijos sociales. Ellos no eran sus parientes; pero en
cambio los hijos de las hermanas tenían en sus tíos maternos la
imagen del progenitor en nuestra cultura”…. (Idem. P. 19).
Otro de los fenómenos que se analiza respecto de los parentescos,
es el que hace relación a la ubicación territorial de la familia de
procreación.
Cuando el matrimonio se ha cumplido por el sistema de compra o
por el de servicios, durante la etapa de pago o el tiempo que
transcurre en la hechura de la labranza, o el período de prueba,
mientras se hace evidente la gestación o el entendimiento de la
pareja, transcurre en la residencia de la mujer o forma uxorilocal.
Pero una vez que se superan estas etapas, la pareja se mueve al
territorio del marido alcanzando la familia la forma patrilocal
(Idem. P. 21).
La otra forma es la abiertamente virilocal. La pareja una vez
casada –por cualquier sistema – se mueve al asiento del hombre
Allí transcurre la vida de la familia y crecen los hijos. Si la
familia se desintegra por muerte del padre, de la madre o se
divorcian, la descendencia cambia de residencia: Se van a vivir a
la localidad de la progenitora. Si un Ego dado nace en la tierra de
su padre y familiares paternos, en este suelo, a pesar de todo,
sigue siendo un forastero, un extraño; su verdadera “ciudadanía”
la alcanza en la tierra de su madre y familiares maternos. En un
territorio indio, bajo este régimen, había dos clases de habitantes:
extranjeros los unos, constituidos por las esposas de los hombres
del lugar y su prole habida en ellas. Ciudadanos los otros,
conformando un grupo estructurado por los hombres adultos,
posiblemente sus hermanas solteras, y por las viudas y separadas
con su descendencia (Idem. P. 21).
Esas forma de relación se ajustan a otra costumbre de aquellos
indígenas: La exogamia. Tenían por muy sacrílego, que los
varones llegaran a desposarse con una mujer reconocida como su
371
parienta. En algunos casos, incluso las condiciones de la vivienda
se acomodaban a este tipo de organización familiar: “Entre los
indígenas del Golfo de Urabá, exógamos, hallamos que los
caciques “tenían juntas a todas las mujeres en un gran bohío”. O
la que también se encontraba entre los pantágoras [de filiación
karib], en igual sistema de regulación matrimonial donde “todas
las mujeres que tiene uno de estos bárbaros habitan y están juntas
(Idem. P. 22).
Otro aspecto a analizar es el que tiene que ver con las normas
reguladoras en la práctica de las sucesiones, por ejemplo, del
oficio, del rango social, etc. Ellas están orientadas por la filiación
que rija en la comunidad. Por las consecuencias, en este aspecto,
es que puede verse con mayor claridad el sistema de filiación
uterina que domina, en conjunto a la población aborigen
colombiana. En el país se hallan dos tipos de sucesión. Uno
claramente matrilineal, en que la sucesión en profesión, oficio o
rango se transmiten de hombre a hombre, pero a través de una
mujer, que es el caso clásico en que la sucesión se ve
reglamentada por el sistema de filiación uterino. Así, a la muerte
de un Ego masculino dado, pasa a su sobrino, hijo de hermana, el
título, el honor, etc., de que estaba investido. “La otra forma
predomina en todo el occidente colombiano y aparece a primer
análisis como régimen patrilineal. Pero ahondando en su estudio
se puede observar los lineamientos uterinos, a través de un
sistema matrilineal endógámico. Aquí hereda el hijo de la mujer
principal, que es parienta del hombre, sobrina prima o hermana, y
en su ausencia el sobrino hijo de hermana. Este sistema, comienzo
de la reglamentación del poder, en el fondo no es sino una
variante uterina instituida, según los cronistas, para concentración
del gobierno entre el mismo grupo consanguíneo. Este sistema
endogámico y la forma de herencia lo hallamos dentro de las
clases altas que son las que tienen las altas investiduras. Las bajas,
en este sentido, poco o nada tienen por legar dentro de estas
culturas” (Idem. P. 24).
Es así como, en primer lugar, los oficios artesanales fueron
transmitidos de unos a otros sobre la base de la filiación uterina.
372
Si el trabajo era actividad femenina como la cerámica y la
cestería, los oficios pasaban de madres a hijas. Si eran tarea
masculina, el hijo de la hermana aprendía los trámites de la
profesión u oficio. El sistema de la herencia por vía uterina se
aprecia mejor en actividades económicas como el tejido y las
técnicas metalúrgicas, particularmente en el manejo del oro, cuyas
técnicas representaban para sus artífices, reales y positivas
conquistas técnicas logradas. “También se hacían evidentes las
reglas de sucesión matrilineales, en la entrega del material mítico
– mágico que involucraban en sí. Es necesario recordar que cada
una de estas actividades llevaba consigo un patrón religioso que
presidía su cumplimiento y un complejo ceremonial de normas,
valores, tabúes, actitudes y prácticas que constituían el legado
anexo que cada tarea tenía. Y este legado se transmitía fielmente a
los que por regla de herencia uterina debían cumplir dicha
actividad” (Idem. P. 25).
“En el sacerdocio hallamos parte de estas reglas de herencia,
Entre los chibchas se observa que para los hoques (según Simón)
o buques (según Fernández de Piedrahíta), es decir, sacerdotes, su
cargo era hereditario en la forma matrilineal. Lo recibía el sobrino
hijo de hermana de manos de su tío. Así hablando de los neófitos
de jeque dice el citado documento “los jeques que son tíos de
estos entran a enseñarlos” en los cucas o seminarios, y luego, una
vez que han cumplido el tiempo reglamentario y la enseñanza
requerida, es nuevamente “el tío quien lleva a una casa de
adoración” en donde idéntica situación la hallamos en algunos de
los pueblos del occidente colombiano. Así observamos en los
naturales de la provincia de Urabá, que “los hijos heredan a los
padres, siendo habidos en la principal mujer”. Y esta principal
mujer es su sobrina” (Ide4m. P. 26).
“También observamos esta forma de sucesión en la versión
mitológica. Sogamoso y Ramiriquí, dos caciques muy
importantes, eran parientes: el segundo sobrino materno del
primero. Al comienzo de los tiempos en que había oscuridad,
“Sogamoso para que la tierra tuviera luz, mandó a Ramiriquí que
se subiese al cielo y alumbrase al mundo”. Ello implica no sola la
373
actitud de respeto y acatamiento que obliga al parentesco, sino
también la ubicación del rango en relación con la herencia
uterina” (Idem. P. 26).
“Esta ley se observa entre el grupo Mosca al cual pertenece este
aparte mitológico. El poder representado en el cacicazgo pasaba
de tío a sobrino y así hallamos en ellos “que además de haber de
ser sucesor hijo de la hermana mayor el señor de Bogotá, había de
ser primero cacique de Chía y desde allí había de pasar a serlo de
Bogotá” (Idem. P. 26).
..El indio libre, entre los moscas, “pertenecía al régimen de
filiación de su cultura. Pero la mujer esclava por la guerra, rompía
este nexo de relación con los suyos, y como era ella quien
transmitía el vínculo consanguíneo, al ser quebrantado su lazo de
parentesco, el hijo quedaba en el aire. Como ello no podía ocurrir,
la cultura extraña lo asimilaba, dándole un sistema propio de
afiliación a través del padre que era dueño de la madre. Con ello
se identificaba con la sangre paterna y podía heredar un cargo que
solo se centralizaba entre el grupo uterino” Este particularismo
cultural no se puede hacer extensivo otros grupos del país. Ni las
comunidades del occidente colombiano, ni las que vivían en la
hoya del Magdalena y sus afluentes, asimilaban al hijo habido en
mujer cautiva. El seguía siendo de la rama materna, y de ahí la
práctica de la antropofagia que estos grupos hacían con estas
mujeres y con sus hijos, y que no practicaban con las esposas
tomadas en la misma comunidad, ni tampoco con la descendencia
resultado de estas uniones. Hay que recordar que los chibchas no
eran antropófagos (Idem. P.29).
Estas normas también regulaban la herencia de patrimonio
material, entre este a las esposas del pariente muerto. Su monto no
ascendía a mucho, porque éste necesitaba en su vida de
ultratumba mantener su nivel de vida. Igualmente, reglamentaba
el matrimonio. Muchas prácticas que eran incestuosas para el
español no lo eran para el indio. Dentro del orden indígena, un
padre podía tomar en matrimonio a su propia hija, pues ésta no
era su parienta, sin ser considerada incestuosa. Sin embargo, no
374
podía tomar como esposa a ninguna parienta en ningún grado de
consanguinidad sin que lo fuera (Idem. P. 31). “Este concepto está
vinculado también a la estructura clanil de la sociedad indígena.
Cada clan aborigen poseía su propio territorio y el conjunto de
estos con su suelo propio estructuraba una tribu. Cada clan era en
otro sentido una unidad familiar consanguínea, por tanto las
uniones que se podían cumplir para un individuo estaban fuera de
su unidad familiar. Es decir, cada Ego aplicaba un principio de
exogamia clanil para buscar su cónyuge o cónyuges, mientras que
razones de estructura más amplia lo forzaban a practicar
conjuntamente un tipo de endogamia tribal. En algunos casos
particulares, el sistema de clases matrimoniales podía avanzar un
poco más, fuera del conjunto de la tribu, pero circunscrito a una
posible confederación de las mismas dentro de ciertos complejos
culturales, como el de los Chibchas y de otros grupos del río
Magdalena” (Idem. P. 32)
Con estas anotaciones puede conformarse un criterio acerca de la
naturaleza de las sociedades americanas, de su dinámica y de sus
posibilidades. No hemos avanzado mucho, en profundidad, en el
conocimiento de la estructura de la sociedad en las culturas
mexicanas, mayas e incas, pero podría decirse que, teniendo en
consideración algunas particularidades que puedan haber
ocurrido, en la mayoría de los casos para entender aquel concepto,
en sus generalidades, podemos aplicar estas pautas.
Las sociedades matrimoniales indígenas representan, con todo su
bagaje ceremonial, realmente un estadio más evolucionado, en
relación con lo que se daba en sus etapas iniciales en las
diferentes culturas. Aún en esas instituciones ya evolucionadas
queda la huella de una época bárbara, que, salvo en las relaciones
interculturales, aparece ya definitivamente superada. El caso del
matrimonio “por captura” es un ejemplo: “El sistema de
matrimonio por captura emanado de las guerras de exterminio
partía del principio de considerar al sexo débil como botín de
guerra. La mujer adquirida en la lucha entraba en calidad de
esposa secundaria o concubina, mientras paralelamente se la
consideraba como esclava o sierva, teniendo su captor o marido
375
derecho a sacrificarla, junto con su descendencia habida en ella
dentro de las comunidades antropófagas. Repitamos además que
este sistema de conseguir mujer no excluía otras formas
matrimoniales, pues la comunidad tenía sus sistemas peculiares
para adquirir esposas, dentro de ella, de manera que el
procedimiento de rapto era apenas complementario” (Idem. P 82).
“Parece que ningún grup indio escapó a esta forma matrimonial
bélica, porque aún entre los más pacíficos, los chibchas, por
ejemplo, hallamos las mujeres taparcaes , de las cuales el dueño
podía tomar como esposa la madre y la hija, lógica expresión de
del sistema matrilineal de parentesco. Pero en la zona donde los
cronistas hacen mayor alusión de mujeres cautivas de guerra en
calidad de concubinas, es en el occidente colombiano, tribus de
los actuales departamentos del Valle, Tolima, Caldas, Antioquia y
Cauca. Estas tribus, verdaderas bandas guerreras, atacaban
constantemente ocasionando represalias entre las que estaban las
del robo de mujeres. No tenemos datos en relación con el
complejo de comunidades del Valle medio y bajo del Magdalena,
pero dadas las condiciones e su estructura, no es extraño pensar
que ellas también vivieran la forma ya mencionada [de
matrimonio] como era costumbre entre los pueblos móviles de la
llanura herbosa del oriente colombiano” (Idem. P. 85).
Si puntualizamos un poco en ciertos temas, podemos observar la
estima existente de ciertos valores que ofrecían pautas morales
válidas en las sociedades indígenas. Miremos por ejemplo la
actitud frente al incesto. Luis Duque Gómez puntualiza con
mucha claridad sobre este tema: “De la lectura de las crónicas
salta a la vista la práctica entre muchas poblaciones
precolombinas de numerosos tabúes contra el incesto, al menos el
respeto por el régimen de parentesco de filiación uterina, que
parece haber sido el más generalizado entre los nativos que
poblaban el territorio que hoy es Colombia. Claro está que en este
sistema es necesario advertir – como se ha señalado un
mecanismo social y sicológico propio que, entre otras cosas,
aclara en forma más científica el origen del régimen del
matriarcado. En la sociedad de filiación uterina, la descendencia,
376
el parentesco y todas las relaciones sociales siguen la línea
materna y las mujeres tienen, por lo tanto, considerable
participación en la vida de la tribu. Entre los pueblos de orden
transpacífico, la idea de que sólo la madre estructura el cuerpo del
niño, en tanto que el hombre no contribuye en nada, es el factor
más importante en su organización social. Sus ideas sobre el
proceso de procreación, al lado de sus creencias religiosas,
afirman entre ellos el concepto de que el hijo es de la misma
sustancia de la madre, y que entre el padre y el niño no hay
relación alguna de parentesco. El marido es sólo un compañero de
la madre, un amigo, un huésped extraño en el hogar. Estas
creencias inciden, desde luego, en las reglas de descendencia,
herencia, sucesión en el rango, jefatura, oficios hereditarios y
magia; la posición social y política es transmitida por la línea
materna, del padre a los hijos de su hermana. Esta concepción
puramente matrilineal del parentesco influye de manera definitiva
en la regulación del matrimonio y en los tabúes del comercio
sexual” (Luis Duque Gómez. Historia Extensa de Colombia.
Volumen I Etno – historia y arqueología, Ediciones Lerner
Bogotá 1965. P 118).
Respecto a la práctica del canibalismo puede ocurrir algo
parecido: ".no vamos a negar nosotros su extensión entre gran
número de grupos indígenas, especialmente entre los que moraban
en la zona que hoy corresponde a los departamentos de Antioquia,
Caldas, Valle y Cauca. Numerosas noticias en tal sentido nos han
sido transmitidas por los historiadores de aquella época. Sería
pueril desvirtuar el carácter valedero de estos testimonios, como
lo han entendido algunos historiadores. Pero es necesario atribuir
a esta abominable práctica varias causas, entre ellas algunas de
carácter religioso, y no simplemente explicarla por la urgencia
alimenticia.”.
“Precisamente, el significado ritual de la antropofagia podría ser
causa de la inusitada frecuencia de esta práctica entre los nativos.
Ya los mismos cronistas de la Conquista anotaban el carácter
mágico de tal costumbre. Fray Pedro Simón anota lo siguiente
sobre la materia: [sigue la cita que hace el autor] …los Pijaos, los
cuales, entre las demás abominaciones que tienen o tenían
377
(porque ya hay pocos o ninguno), era una, que en señalándose uno
con valentía en la guerra o en otra ocasión, le mataban con grande
gusto del valiente y lo hacían pedazos y daban de comer a cada
uno de los demás indios, con que decían se hacían valientes como
aquel lo era. Esta costumbre estaba tan introducida entre ellos,
que para motejar a un flojo y de poco valor, lo baldonaban
diciendo: que nunca a él lo matarían para que comiesen otros sus
carnes y se hicieran con ellas valientes” (Idem P 119)
Entre esas mismas poblaciones se han registrado …” instituciones
de carácter social y normas ciertas de juridicidad. Tales
realidades sirvieron al investigador alemán, profesor Hermann
Trimborn, para estructurar su interesante obra Señorío y Barbarie
en el Valle del Cauca (MCMXLIX), que constituye un estudio
exhaustivo de las fuentes históricas de todas las épocas referentes
a esta región de Colombia”.
Trimborn señala los siguientes mecanismos sociales e
instituciones entre los referidos nativos, que contribuyeron a la
formación del carácter, a la regulación del orden y de la conducta
de las personas:
“Los grupos de vecindad, con predominio de la aldea y
ordenación de comunidades locales.
Organización familiar como base de las unidades económicas.
Existencia de la propiedad privada inmueble.
Derecho de usufructo de terrenos y propiedad de mejoras, como
árboles frutales, etc.
Existencia de la artesanía, como la cerámica, la orfebrería y los
hilados y tejidos.
Comercio de trueque.
Sobrantes de producción, mantas, oro físico, y productos de
orfebrería y sal como base de intenso comercio intertribal.
Explotación continua de la minería, tanto de minas de veta como
de aluvión, especialmente en Buriticá.
Existencia de vías comerciales entre Oriente y Occidente y hacia
Centro América.
Existencia de mercados en determinados lugares.
378
Empleo de un sistema de pesas y medidas, como las balanzas de
oro.
Empleo de joyas como medios de pago o moneda, tales como las
llamadas chagualas y los pendientes de oro (entre los catíos).
División regional del trabajo sobre la base de la disponibilidad de
ciertos recursos naturales y como consecuencia del comercio
intertribal.
Constitución de una familia mediante la unión con un cónyuge
una vez alcanzada la madurez sexual.
Variación de una localidad a otra, de los grados de parentesco
prohibidos para el comercio sexual. Entre los anserma, por
ejemplo, se evitaba, además de madres e hijos, las uniones con
hermanas, sobrinas, y otros parientes “fasta el tercer grado”, como
dice Robledo.
La exogamia en los casamientos políticos de los caciques.
El carácter contractual del matrimonio entre catíos y otras tribus.
El matrimonio por compra de la novia.
La poligamia como carácter estamental basada en las
posibilidades económicas y por lo tanto privilegio casi exclusivo
de caciques o jefes principales.
La existencia de una jerarquía de las mujeres dentro del régimen
de la poligamia
La idea religiosa del matrimonio ultraterreno, con el entierro de
las mujeres vivas a la muerte de los principales. La división del
trabajo según los sexos. La descendencia numerosa como una de
las metas en las uniones matrimoniales (catíos).
El castigo del adulterio (catíos). El derecho sucesorio aplicado a
la vivienda y a las parcelas de cultivo.
Existencia del mayorazgo entre algunos pueblos (siles, ansermas,
quimbayas, y armas).
Existencia de consejos de guerra.
Existencia de un orden político, no obstante el régimen de
“beherías”.
Expansión del señorío, entre algunos grupos (Guaca y Popayán),
con comienzos de un gran poder territorial.
Comienzos de un régimen administrativo, comprobado por la
existencia de mayordomos, músicos, correos e intérpretes,
mensajeros, etc.
379
Existencia de un sistema punitivo.
Prestación de servicios personales como fuente de ingresos
públicos en la explotación de recursos naturales.
Existencia de una clase de mercaderes o contratantes.
Formación de un sacerdocio, dedicado a las prácticas mágicas y al
comercio de las realidades sagradas.
Existencia de la esclavitud, condición a que quedaban reducidos
los prisioneros de guerra.
Existencia de la clase superior de la “nobleza” o de los
“principales”.
Concentración de poder en los caciques, con las características de
un gobierno despótico, ilimitado en tiempo de guerra. (Idem. P.
120).
15.9.0 ALGUNOS ASPECTOS
DE LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA
En una complejidad poblacional como se da en la parte
septentrional de Sur América, donde convergen apretadamente
diferentes culturas y edades cronológicas, es difícil hablar de
algunas formas específicas, peculiares, típicas, de gobierno o
autoridad establecidos. El aislamiento de ciertos lugares
cordilleranos, como vimos atrás, perfila, aún entre pueblos de
común origen, diferencias sustanciales en la forma de percibir la
Vida y de darle sentido. Esta situación ofrece una pauta de
comportamiento que hace diferente esta región de otras, no sólo
en el ámbito americano sino, en general de las otras culturas del
Mundo. Así, podemos comprender el panorama que nos presenta
Luis Duque Gómez:
“De un lado las tensiones intertribales, motivadas por la estructura
misma de su organización social, y de otra las peculiares
características fisiográficas del terreno manifiestas en una
sucesión de faldas cordilleranas, y en numerosos valles y cuencas
interandinas, impidieron, hasta cierto punto, la unidad política de
los grupos, y fomentaron la formación de pequeños cacicazgos, a
veces con rasgos peculiares en sus manifestaciones culturales. Tal
fue el caso de las poblaciones indígenas que se asentaron en el
380
territorio caldense, en donde las crestas de la colinas o las hoyas
de los ríos, constituyeron límites arcifinios entre tribu y tribu e
influyeron no poco para la integración de esta especie de mosaico
etnográfico que existía aquí en el momento en que penetraron a
este territorio Vadillo, Belalcázar, Robledo y los demás
expedicionarios españoles, en el siglo XVI. En el área quimbaya
propiamente dicha, encontraron Robledo y sus soldados más de
80 pequeños señoríos. Puede decirse que en cada loma, en cada
valle, imperaba un jefe de familia o de tribu, casi siempre
independiente de su vecino, no obstante compartir muchas de sus
pautas culturales y de estar unidos a veces uno y otro grupo por
lazos de parentesco. Sólo en caso de guerra se confederaban para
luchar contra el enemigo común. Aún dentro de los mismos
cacicazgos, la institución del señorío se caracterizaba por una
autoridad que prácticamente no surgía sino en caso de conflictos
con los pueblos vecinos” (Idem. P 122).
“Así, lo que los conquistadores españoles denominaron provincias
no eran unidades homogéneas en lo político, ni siquiera en lo
cultural, sino comarcas integradas por varias tribus, que se unían
cuando el enemigo común ponía en peligro sus vidas y estancias.
En la tribu misma, la autoridad estaba considerablemente
parcelada, pues correspondía a veces a numerosos señores, como
fue el referido caso de los quimbayas” (Idem. P.123).
Una de las consecuencias inmediatas de la Conquista fue la
desorganización política de los distintos grupos indígenas, lo que
produjo también la desvertebración de sus principales pautas
culturales. Aún en los casos de más simple estructura social,
existía la autoridad de un jefe, cuyo estatus y el de sus allegados
determinaban ciertas diferencias entre la población. Los primeros
contactos con los españoles nivelaron los servicios y obligaciones
entre los nativos, perdiéndose así la cohesión de los distintos
núcleos. Advertida la corona de Castilla de los resultados
inconvenientes de esta situación, dictó normas especiales
encausadas a lograr la reconstrucción de los grupos, restaurando
algunas de las antiguas instituciones, tales como la del cacicazgo.
En 1558 y 1560, el rey firmó cédulas en que mandaba que: “a los
381
caciques les sean devueltos sus cacicazgos, para que los indios se
sigan gobernando como antiguamente en todo aquello que no
contradiga la Fe católica”. Se mandó igualmente: “Que los
caciques, antiguos señores de pueblos de indios, sean reconocidos
por las autoridades”” (Idem. P. 123).
“También se impartieron instrucciones para que las audiencias
reconocieran privativamente y de oficio los derechos de los
antiguos caciques y sus descendientes y para que sobre estas
bases se regulara la sucesión de os mismos. Las originales
prerrogativas de los señores principales fueron sometidas, sin
embargo, a ciertas limitaciones, tales como no permitir que
recibieran en tributo a las hijas de los indios, ni que a su muerte se
enterraran con él sus mujeres y gentes de servicio, ni vender a sus
súbditos como esclavos, etc.” (Idem. P. 123).
A pesar de aquellas medidas, que demuestran, ya en el año de
1513, el interés de la Corona de mantener las instituciones
políticas indígenas; el manejo práctico de la situación por parte de
los conquistadores hizo que la institución del cacicazgo se viniera
a tierra. “Años más tarde, la población indígena fue organizada en
parcialidades, que formaban capitanías en los pueblos; cada uno
de estos últimos estaba comandado por un cacique reconocido por
los nativos”. Sobre el cacicazgo pesaba una responsabilidad muy
grande frente a los compromisos tributarios del grupo y otras
obligaciones establecidas por las autoridades civiles y
eclesiásticas. Todo parece indica que este carácter de
intermediario de la institución del cacicazgo, entre los grupos
indígenas y las autoridades españolas contribuyó con mucha
fuerza al rápido desprestigio de la institución durante la Colonia,
sumada a los excesos del régimen tributario, que imponía fuertes
sanciones a aquellos que rehuían el pago de sus compromisos con
el rey y sus representantes (Idem. P. 124)
“Los exagerados tributos que pesaban sobre la población indígena
fue una de las principales causas de su pobreza y aún de la
extinción de muchos pueblos nativos, los cuales escasamente
alcanzaban a pagar con el fruto de su trabajo las sumas que
382
adeudaban a los encomenderos, a los curas doctrineros y al rey.
En la descripción de Tunja, se dice que en esta provincia los
indios pagaban a sus encomenderos generalmente dos mantas de
algodón, de un valor de cuatro pesos de oro, el quinto real y un
tomín de salario para el corregidor. “Estas contribuciones eran
obligatorias tanto para los que estaban en dentro de la encomienda
como para los que se hallaban fuera de ella”” (Idem. P. 1238).
En esta fuente se anotan varias causas de la decadencia y pobreza
de la población indígena de esta provincia así:
“…la muchedumbre de ministros de justicia que se han puesto y
añadido a los pueblos de los indios, que se pueden llamar
encomenderos añadidos, pues se sirven de ellos haciéndolos
trabajar en sementeras, crianza de ganados, labor de mantas y
otras grangerías, sin pagarles nada por su trabajo, demás de que
esta miserable gente paga el salario de los corregidores,
contribuyendo un tanto cada indio…el crecimiento que se ha
hecho en el alquiler de los indios, pues ha llegado a dos pesos y
cinco tomines cada mes; de donde resulta que los que alquilan los
hagan trabajar demasiado; y por esto sean muy pocos los que se
atreven a alquilarse”” (Idem. P. 128).
“Al igual de lo que sucedió en la mayor parte de las poblaciones
indígenas, el empobrecimiento de los nativos se hizo progresivo a
medida que avanzaba el proceso de la Conquista. Este
empobrecimiento se manifestó no solamente en el aspecto
económico, sino también en su cultura material. Los primeros
relatos del descubrimiento de la Meseta Chibcha, por ejemplo,
abunda en detalles acerca de la rica vestimenta de los naturales,
de los variados utensilios que poseían en sus cercados y
viviendas, de la profusión de adornos personales de plumería y
del lujo de las joyas de orfebrería que llevaban las gentes de
calidad y aún algunos súbditos de categoría. Pocos años después
de la llegada de los descubridores, el tributo excesivo había
aniquilado por completo su potencial económico, con los
consiguientes efectos en su estándar de vida y aún en sus mismas
manifestaciones artísticas. El presidente de la Real Audiencia,
383
doctor Andrés Díaz Venero de Leiva, informaba al rey de la
injusticia de la tasa de tributos para los indios de Bogotá, en los
términos siguientes:
“Por descargo de mi conciencia aviso a Vuestra Majestad que es
muy subida la tasa en perjuicio de los indios, y no creo que la
podrán pagar. Porque cada uno está tasado en su peso de buen
oro, y de media manta, que son otros seis reales, y entre veinte,
una fanega de sembradura de trigo y otra de maíz, sembrándola y
labrando las tierras y deshierbando y segándola con las manos, sin
hoces, y trillándola ellos sin animales, hasta poner todo el fruto en
casa de sus encomenderos; y allende les sirven de otras muchas
cosas. Y es gente tan pobre que parece imposible poder dar nada,
porque andan desnudos y descalzos y no tienen casas sino a
manera de las cabañas de los viñaderos de España, hechos de
hierba, y duermen en el suelo; y no tienen ninguna más hacienda
que una olla para coger algunas raíces y turmas de la tierra, que es
su comida, y una cantarilla para traer agua, y una escudilla de
palo para beber” (Idem. P. 129).
A las difíciles condiciones anotadas, a los estragos causados por
las enfermedades introducidas por los españoles, sumados al
carácter violento de los primeros contactos con los invasores, se
agregó la circunstancia de que los nativos resolvieron abandonar
el cultivo de la tierra, como una de las tácticas para cercar de
hambre a los recién llegados, en un esfuerzo por expulsarlos de su
territorio. Este sistema se tornó en contra de los mismos indios,
entre los cuales el hambre desencadenó la endo – antropofagia, la
peste, el desconcierto, con las consiguientes repercusiones en su
organización. En el valle de Pubenza y en el Valle del Cauca, por
ejemplo, miles de nativos perecieron rápidamente, y de una densa
población existente en aquellas regiones en el siglo XVI,
quedaron reducidos a pequeños y esporádicos grupos, pocos años
después de su conquista y descubrimiento” (Idem. P. 130).
“Por otra parte, la índole belicosa de muchos de los pueblos
indígenas, se acentuó considerablemente con la violencia puesta
en práctica por los españoles en sus primeros contactos con la
384
población aborigen. En varias ocasiones los nativos celebraron la
paz con los nuevos amos, pero la ambición o la imprudencia de
éstos forzó a los indígenas a defenderse contra quienes pretendían
reducirlos a la esclavitud o exterminarlos y despojarlos de sus
haciendas. Los impugnadores de García de Lerma informaban que
cuando el gobernador llegó a Santa Marta:
“…halló la tierra tan de paz, que sólo un cristiano iba cuarenta
leguas por toda la tierra, y los indios le daban todo lo que había
menester sin le hacer mal, y agora, quince de a caballo no osan
salir dos leguas y media de este puerto” (Idem. P. 130).
El militarismo era una institución, que empezaba a ganar terreno
en la influencia política en el momento en el momento de la
llegada de los españoles al territorio de los muiscas. La presencia
de tribus enemigas que moraban en las faldas de la Cordillera
Oriental y que bordeaban el altiplano, mantenían un estado de
inseguridad social en las fronteras del imperio chibcha, todo lo
cual hizo necesario el establecimiento de un cuerpo especial de
guerreros, cuyas moradas estaban localizadas en las zonas
fronterizas y cuya única misión era contener las irrupciones que
en forma sorpresiva y permanente estaban dispuestas a realizar las
tribus enemigas. Los soberanos de los muiscas establecieron una
serie de privilegios a favor de estos guerreros, con el fin de
estimularlos para el desempeño de su alta misión. Con estas
disposiciones empezó a estructurarse una clase social alrededor de
tales núcleos, cuya influencia en los destinos políticos de la
nación chibcha hubiera podido llegar a ser muy notable, si el
proceso de su estructuración no se hubiese interrumpido con el
descubrimiento y conquista de estas poblaciones por parte de los
españoles” (Idem. P. 132).
Es posible que la presencia española en “Tierra Firme”
americana, generara una nueva experiencia global e inesperada:
Que contribuyera decisivamente en la desestabilización de la
población original, generando grandes presiones y movimientos
migratorios que tienen su efecto en el dominio territorial de toda
la parte septentrional del Continente: “En el momento en que se
385
realiza el descubrimiento y la conquista de la mayor parte de los
territorios situados hacia el interior del país, segundo tercio del
siglo XVI, la situación de los nativos se caracteriza en gran parte,
especialmente a lo largo de los ríos Atrato, Magdalena y Cauca,
por una inestabilidad en el dominio territorial de las tribus y por
un carácter agresivo de su organización política. Las guerras de
conquista orientan el corpus cultural de los grupos panches,
muzos, colimas, y varios núcleos del valle del Río Cauca. La
variedad de los recursos bélicos es particularmente notable entre
las tribus del río Magdalena, y de su movimiento ascendente
sobre las faldas occidentales de la Cordillera Oriental tenían
fresca memoria los grupos chibchas del altiplano de
Cundinamarca y Boyacá, los cuales fueron desplazados por
aquellos de los territorios que antes ocupaban y explotaban en
esta zona andina. Este hecho indica la época relativamente tardía
de tales movimientos, pues la tradición de los muiscas fue
esencialmente limitada en materia cronológica” (Idem. P. 132).
En el territorio regado por los ríos Cauca y Magdalena, en la
porción que corresponde al departamento de Caldas y otras
regiones, los grupos indígenas que allí moraban vivían
prácticamente en pié de guerra contra sus vecinos: armas,
paucuras, pozos, pícaras, carrapas, irras, ansermas, quimbayas,
quindíos, pantágoros, amaníes y samanaes, mantenían frecuentes
contiendas, ocasionando un estado general de tensión entre los
diferentes grupos, situación ésta que, si bien dificultó la conquista
del territorio caldense, como lo anota el mismo capitán Jorge
Robledo en sus relatos, fue también aprovechada por los
españoles para movilizar numerosos contingentes de guerreros
indios, que gustosos se enrolaban en las huestes de los
peninsulares para combatir a sus comarcanos y realizar así crueles
venganzas, al amparo de la superioridad de los recursos bélicos de
los conquistadores” (Idem. P. 134).
“Es posible pensar que los movimientos migratorios a que hemos
hecho referencia, fueron causados por los primeros contactos
tenidos entre los colonos europeos y los nativos de la Costa
Atlántica, en la primera y segunda décadas del siglo XVI. Las
386
fuentes históricas registran el carácter violento de estas tempranas
relaciones, las cuales ocasionaron el abandono de muchos
territorios por parte de los nativos y la ruina de establecimientos
españoles que antes eran prósperos y florecientes, como Santa
María la Antigua del Darién y otras fundaciones. La llegada de
los ibéricos al litoral del norte, provoca una represión [un
repliegue] de grupos densos de nativos hacia el interior del
territorio, posiblemente sobre zonas que ya estaban pobladas por
otras tribus, ocasionando así una desorganización de los distintos
núcleos, la secularización de las guerras de conquista y el carácter
de inseguridad de las relaciones intertribales. Grandes cambios y
profundo impacto debieron producir estas nuevas circunstancias
en la “Tierra adentro”, en el transcurso de más de treinta años que
mediaron entre los primeros contactos registrados en la Costa
Atlántica y las expediciones de conquista y descubrimiento
realizadas hacia el interior, al finalizar la primera mitad del siglo
XVI. Los indios de Urabá no eran naturales de aquella comarca,
escribe Cieza de León”:
Sigue la cita que hace Luis Duque Gómez: “Antes era su antigua
patria la tierra que está junto al río Grande del Darién…y
deseando salir de la sujeción y mando que sobre ellos los
españoles, tenían, por librarse de estar sujetos a gentes que tan
mal los trataban, salieron de su provincia con sus armas, llevando
consigo sus hijos, y mujeres. Los cuales llegados a la Culata que
dicen Urabá, se hubieron de tal manera con los naturales de
aquella tierra, que con gran crueldad los mataron a todos y les
robaron sus haciendas, y quedaron por señores de sus campos y
heredad” (Idem. P. 132).
“Para las demás zonas del territorio colombiano, la industria de la
guerra fue una de las más esenciales actividades de los pueblos,
especialmente de los que moraban en el Litoral Atlántico y en las
regiones ribereñas de los ríos Cauca Magdalena. Gran variedad de
armas encontraron aquí los ibéricos, quienes tuvieron que
habérselas desde el primer momento con pueblos que manejaban
con destreza la flecha envenenada, el propulsor o tiradera, la
honda, la galga, los hachones incendiarios, la lanza de grandes
387
dimensiones, la cerbatana, la maza de macana, etc.,, y que
utilizaban también el palenque fortificado y el truco de las
trampas en los caminos de forzoso tránsito consistente en huecos
profundos sembrados de agudas y ponzoñosas flechas. La
seguridad colectiva estuvo aquí amparada por la fuerza de algunos
señores principales, en torno a los cuales se agrupaba la clase de
los hombres comunes en la condición de beherías, es decir, que
rendían vasallaje y pagaban servicios personales a cambio de la
defensa de sus vidas y haciendas” (Idem. P. 132).
Las actividades guerreras, que eran casi permanentes, le dieron
forma a algunos objetivos de su organización social y alcanzaron
a influir en sus manifestaciones religiosas. La construcción de
fuertes palenques, la instalación de trampas, como se mencionó
atrás, el uso de armas ofensivas y defensivas, la exhibición de
cráneos y cuerpos embalsamados de sus enemigos muertos en la
guerra, suspendidos en lo alto de cañas gordas o guaduas, en los
tablados que servían de centros ceremoniales fueron algunas
consecuencias; los sacrificios humanos a las divinidades de la
tribu, que en muchos casos se hacían con prisioneros de guerra; la
práctica de la antropofagia, que en varias regiones consistía en
comer los despojos de las víctimas humanas inmoladas a los
dioses, eran otras; el prestigio del señor principal o cacique, cuya
autoridad o acatamiento radicaban en buena parte en sus hazañas
de valor y en sus gestos heroicos; la esclavitud, etc., pueden
agregarse a ellas (Idem. P. 134).
15.10.0 LA VISIÓN RELIGIOSA Y EL CULTO
El culto a los muertos constituye, como es bien sabido, una de las
pautas culturales más desarrolladas en el mundo primitivo, no
solamente en América sino también en otros continentes. La idea
de la muerte [que afectó a los seres queridos antepasados] ha
conformado siempre en todos los países un complejo de creencias
y de prácticas ceremoniales, destinadas a mantener cierta
comunicación con ellos, los cuales han quedado perpetuadas en
monumentos, y en ofrendas colocadas en las necrópolis, y han
servido como base de reconstrucción arqueológica de las formas
388
de vida y de las concepciones religiosas de muchos pueblos
extinguidos (Idem. P. 376)
“El sentimiento religioso, - dice Luis Duque Gómez -, ha sido a
través de los tiempos una idea básica [rectora de la Vida] entre
todos los pueblos, desde los más primitivos hasta los más
civilizados. Desde las formas animistas, que pueblan de deidades
toda la naturaleza ambiente y personifican los fenómenos más
directamente relacionados con la vida del hombre, hasta las
creencias mágicas y las concepciones religiosas propiamente
dichas entre pueblos más civilizados. Como consecuencias de
estas creencias y sentimientos, surge entre los pueblos primitivos
el individuo dotado de poderes especiales, a quien se le asigna el
importante papel de servir de intermediario entre el mundo de los
humanos y el ultramundo de los espíritus y de las deidades. Es
este el depositario de la tradición mágico – religiosa de la tribu, el
que guarda el secreto de los sortilegios, el que hace los conjuros,
posee el poder de mejorar y de curar a los enfermos, detiene las
tempestades, invoca el espíritu de las lluvias y habla con los
dioses acerca de las cosas que convienen a su grupo y sobre los
peligros y castigos que los amenazan. Así nace la institución del
chamanismo, que a medida que evoluciona la cultura se convierte
en la capa sacerdotal y culmina en muchas sociedades con las
estructuras teocráticas” (Idem. P. 354).
“Como una forma naturista surge también el totemismo, que en un
principio se desarrolla particularmente entre los pueblos que
tienen como base principal de su economía la caza, la pesca y la
recolección. El tótem es generalmente entre estos pueblos el
símbolo que identifica la filiación de los individuos con respecto a
la organización clanil y el verdadero vínculo de parentesco entre
grupos y familias. En la simbología del totemismo, el mundo
animal ocupa un papel preponderante y el ceremonial mágico –
religioso está en íntima relación con las características [entre las
cuales están las virtudes que pretenden ser emuladas por el
hombre, como la majestad, el poder, la astucia, la fidelidad, etc.] y
con la especie [animal, inspiradora] que ha sido adoptada como
tótem. Algo queda de esas formas religiosas primitivas aún entre
389
las poblaciones más cultas y avanzadas de la tierra, incorporadas
[como símbolos elocuentes]ya en los emblemas y demás símbolos
de la heráldica. El león, y el águila rampante, el oso, el tigre, el
elefante etc., campean en los cuarteles de los escudos nobiliarios,
significando los vínculos de sangre de una familia o de un grupo,
así como antaño constituían el lazo religioso y social, sobre la
base del antepasado mítico que ellos representa “ (Idem. P. 353).
Con esta corta introducción es fácil comprender, el verdadero
significado de las deidades que poblaron el “Olimpo” americano
y, particularmente el de los pueblos de la parte septentrional de
Sur América que nos ocupa ahora. “Mas que pensamiento
religioso estructurado, las poblaciones aborígenes de Colombia,
como la mayoría de las que moraban en tiempos prehispánicos en
los demás países de América, alcanzaban sólo formas [muy
simples de sublimación] mitológicas. La imaginación primitiva
creó una serie de deidades y les dio forma corpórea visible y
viviente, para explicarse así el origen de las cosas y de los
hombres. Su mundo religioso, e, pues, el panteón de estos dioses,
su naturaleza, sus peculiaridades, sus cotidianas aventuras en bien
o en mal de la comunidad. El cosmos, los astros, desempeñan
aquí un papel de gran trascendencia e informan las bases
fundamentales de la mitología aborigen, puesto que actúan en casi
todos los mitos de la creación y de la destrucción del mundo”
(Idem. P. 356).
“Los fenómenos de la naturaleza y la presencia de los astros
constituyeron para los pueblos primitivos del mundo entero [y los
americanos no son la excepción], …un motivo de inquietud y de
zozobra, de asombro y de admiración, y estos sentimientos les
inspiraron sus primeras creencias religiosas. El sol, la luna las
estrellas, los eclipses, la lluvia, el viento fueron objeto de
adoración y culto entre tales grupos y sus efectos en la caza, la
pesca, la recolección y la agricultura, la razón última de sus
conjuros y de sus prácticas propiciatorias, en un complicado
ceremonial mágico – religioso” (Idem. P. 356).
390
“Los indios americanos, al igual que los nativos de otros
continentes, consideraron al Dios Sol como supremo benefactor
del hombre, como al dispensador del don de la fecundidad de la
tierra. Para los aztecas y los incas fue la deidad suprema y un
lugar de similar trascendencia ocupó entre muiscas, sinúes,
taironas, y quimbayas. En los grandes monolitos del Alto
Magdalena, en San Agustín está patente el deseo del artífice de
rendir culto, en la piedra perdurable, a esta que parece haber sido
su deidad principal desde las primeras décadas de la era cristiana
y a cuyo poder encomendaron la fertilidad de los campos” (Idem.
P. 357).
“El pueblo muisca fue el que logró, en el panorama de las culturas
prehispánicas de Colombia, una estructura más compleja en el
pensamiento mágico – religioso de aquellos tiempos. Las crónicas
de la Conquista y de la Colonia nos suministran datos bastante
completos acerca de las deidades de estos pueblos, recogidos
directamente de boca de los mismos indios por escritores y
cronistas, como el cura beneficiado de Tunja, don Juan de
Castellanos, Fray Pedro Simón, Fray Antonio de >Zamora, el
obispo Lucas Fernández de Piedrahíta, Juan Rodríguez Freile y
otros expedicionarios y misioneros que tuvieron ocasión de
convivir con estos grupos poco tiempo después de la llegada de
los peninsulares, cuando apenas si se iniciaba el proceso de
transculturación, y que conservaban, por lo tanto, casi íntegro el
corpus de su cultura tradicional” (Idem. P. 356).
El sacrificio de víctimas humanas y de animales fue una
modalidad muy peculiar del culto solar entre los indígenas
americanos, tanto de Mesoamérica como de Sur América. Entre
los aztecas, el corazón sangrante de los inmolados se ofrecía a
esta deidad desde la plataforma de los elevados templos y su
sangre se rociaba en los muros que circundaban estos recintos. Un
carácter sanguinario tuvo también el Dios Sol entre los pueblos
chibchas de Cundinamarca y Boyacá” (Idem. P. 357).
“”Moxas” era el nombre de los jóvenes destinados al sacrificio y
que eran solicitados por los sacerdotes para la práctica de estas
391
cruentas ceremonias. La víctima, después de transcurrir su
adolescencia en aislamiento para evitar toda contaminación con el
mundo de las gentes del común, era llevada al final al holocáusto,
que se cumplía en la eminencia rocosa de algún cerro [el émulo
de las pirámides centroamericanas]. Desnudo el pecho del
“Moxa” era abierto con cuchillos de piedra, y extraído el corazón,
la sangre corría a torrentes para apagar la sed del Dios Sol. Que
complacido aceptaba este tributo de quienes acá en la tierra
confiaban así en su acción bienhechora sobre los campos y en la
protección del grupo” (Idem P. 358).
“Para los chibchas Chiminigagua o la luz, fue el Dios creador,
surgido de la oscuridad, lo único que existía antes de la creación
del mundo. A este reconocían, al decir de Fray Pedro Simón, por:
“Omnipotente Señor Universal de todas las cosas y siempre
bueno, y que crió también todo lo demás que hay en este mundo,
con que quedó tan lleno y hermoso””(Idem. P 358).
“Chiminigagua se identifica así con el Dios Sol, al que rendían
culto y sacrificaban víctimas humanas y animales. A esta deidad
estaba consagrado el famoso Templo de Sugamuxi, incendiado
por los soldados de Jiménez de Quesada en su afán de apoderarse
de las riquezas que contenía” (Idem. P. 358).
“La Diosa Luna da origen a la leyenda de Chía que algunos
cronistas e historiadores identifican con Bachué. Esta emerge de
la laguna de Iguaque acompañada de un niño, a quien ve crecer
durante los años que vive en su compañía en una choza, hasta que
se hace hombre y con él contrae matrimonio. En cada parto
Bachué tenía seis hijos y esta fecundidad suya contribuyó a que la
tierra se poblara rápidamente, dando así origen al pueblo muisca”
(Idem. P. 360).
“Según Piedrahita, Chía habría sido creada para servir de esposa a
la divinidad solar, es decir, confirma la existencia de la idea del
dualismo, idea que es frecuente en el panteón de las deidades
religiosas de los pueblos andinos y que algunos investigadores
392
hacen remontar hasta el período formativo que precedió a las altas
culturas que florecieron en América en la época prehispánica”
(Idem. P. 361).
Bachué fue para el pueblo muisca, la diosa de la fertilidad y de la
abundancia; la deidad de la noche, y bajo la concepción de Chía,
la que propiciaba los placeres de los hombres. Este mismo
complejo religioso lunar desempeña también un papel de gran
significación en la organización política del pueblo muisca: para
alcanzar el zipazgo, se requería haber ejercido antes el cacicazgo
de Chía” (Idem. P. 361).
Tomagata era representado con una cola larga, cuatro orejas y un
solo ojo a la altura de la frente, era considerado el antecesor de los
soberanos de Tunja, Chibchachun o Chibchacun el dios
benefactor del pueblo asistía a sus súbditos en todo momento
especialmente a los mercaderes, los orfebres, y los agricultores.
Bochica lo había destinado a sostener la tierra sobre sus hombros,
y cuando mudaba de posición, provocaba los temblores,
Cuchaviva, o el arco-iris, a cuyo amparo se acogían las
parturientas y los enfermos de calentura. Nencatoa, quien asistía a
los bebedores y a los tejedores, lo mismo que a los encargados de
la construcción de los bohíos, cercados y templos, a quienes
ayudaba en el transporte de los materiales. Lo concebían en figura
de oso, cubierto con una manta, y los acompañaba en sus
jolgorios, en los cuales bailaba y bebía con los nativos hasta
emborracharse. Chaquén, quien presidía y servía de árbitro en las
justas deportivas. Guahajoque, el dios de la muerte, el que
presidía, por lo tanto el culto funerario (Idem. P. 363).
En otras regiones de Colombia las crónicas de los siglos XVI y
XVII son escasas. Sin embargo los hallazgos arqueológicos dan
razón de imágenes talladas en piedra o madera, elaboradas en oro,
cobre, arcilla, cera y algodón. A través de ellas materializaban la
forma corpórea de algunas de sus deidades, para hacer más verista
y patético su culto. Un ejemplo son las esculturas de San Agustín,
que nos refieren al culto de los muertos; también las grandes
figuras de madera recubiertas con una lámina delgada de oro a
393
loas que se refieren las crónicas sobre los sinúes; Las figuras
antropomorfas y zoomorfas de la cerámica, encontradas con
profusión en tumbas del área quimbaya.
15.11.0 SIMILITUDES CON LAS CULTURAS PERUANAS.
Muchos de los elementos que se señalan para la cultura básica en
los Andes Centrales, aparecen también a todo lo largo y ancho del
territorio colombiano: la agricultura intensiva, de tipo hortícola
(Sierra Nevada de Santa Marta, altiplano de Cundinamarca y
Boyacá, región del Quindío), riego artificial ( Sierra Nevada de
Santa Marta, zona Guane, región de Tubará), numerosas plantas
domesticadas para la alimentación y para usos industriales;
terrazas de cultivo, textiles con productos pintados y entretejidos
(Cundinamarca, Boyacá, y algunas regiones del Occidente,
especialmente en Antioquia); cerámica ceremonial y artística muy
desarrollada, particularmente en los departamentos de Antioquia y
Caldas y en la Sierra Nevada de Santa Marta); comienzos del
urbanismo (Sierra Nevada de Santa Marta) arte rupestre y textil
con símbolos de carácter mágico – religioso, el carácter
ceremonial de la coca; el ají como planta de condimentos, la
metalurgia del oro, del cobre y del platino, con técnicas muy
avanzadas en la manufactura de objetos religión de dioses celestes
(el sol, la luna el arco iris, el rayo, en la mitología chibcha)); los
espíritus malignos con moradas subterráneas; la serpiente de
cabeza felínica (San Agustín), adornos con cabezas humanas,
organización social con fundamentos económicos, formación de
la clase sacerdotal, conservación de los cadáveres por medio de la
momificación, etc.” (Idem. P. 437).
15.12.0 EXTENSIÓN DE LA MEMORIA ABORIGEN
AMERICANA SOBRE SU TRADICIÓN. TESTIMONIOS
SOBRE SU VIDA COTIDIANA
Y ACERCA DE SU PROYECCIÓN ESPIRITUAL.
Otro aspecto interesante de la vida de los aborígenes americanos,
se refiere a la interpretación que ellos mismos le daban a su
propia historia, a su propia vida. Es discutible que las prácticas
394
culturales tienen por objeto la superación de escollos que separan
una realidad dura de escasez y la satisfacción de necesidades
sentidas. El hambre, el frío, la falta de abrigo, el desconocimiento
de los ciclos del clima para asegurar buenas cosechas son varios
ejemplos. Sin embargo hay otros aspectos de la consciencia que
afectan el carácter de la Cultura. La concepción de su Cosmos, de
las fuerzas superiores que gobiernan su vida, de los
requerimientos de esas fuerzas personificadas en sus deidades,
que demandan satisfacciones que ellos imaginan, a veces de
manera cruel, pero que consideran inexorables, que tienen que
afrontar, como las ven, a despecho del sufrimiento de toda la
comunidad. Esa consciencia de la realidad tiñe de colores muy
concretos la vida aborigen y es, si se quiere, el aspecto más
esquivo por aclarar para el arqueólogo y el antropólogo.
Los restos arqueológicos nos muestran muchos de los logros de
estas culturas superiores, como lo hemos visto ya, parte de cuya
significación y magnificencia podemos comprenderlas por
comparación con los logros de otras culturas de estado evolutivo
comparable. Muchos aspectos de las culturas son, sin embargo,
completamente singulares y no resisten comparación, siendo a
menudo los más importantes. Podemos hablar, en este caso de la
escritura, del lenguaje, de la poesía, de las artes, de la mitología,
de la religión, entre otros aspectos, generados por, y a su vez
generadores de la mentalidad de los pueblos. En relación a estas
nociones, podemos decir que nos queda todavía un poco difícil de
interpretar el comportamiento de estas culturas, aunque en
muchas crónicas y en muchos trabajos, en especial de la época de
la Conquista española podemos encontrar descripciones de cómo
se vivía, por ejemplo en la vida cotidiana.
Respecto de los aztecas hay un trabajo novelado que tiene un
valor documental extraordinario:”Azteca”. Impreso en España,
por Printer Industria Gráfica SA. Provenza, 388, Barcelona. Sant
Vicenc dels Horts, 1981. En él recoge su autor, Gary Jennings el
testimonio de un hombre “mexicatl”, pues negaba los apelativos
de azteca e indio, que vivió gran parte de su vida en el período
crepuscular de un mundo “destinado a desaparecer”:
395
Hacia 1530, el Emperador Carlos V de Alemania, III de España,
le pidió al obispo de México, fray Juan de Zumárraga, que le
proporcionara información sobre la vida y las costumbres de los
indios americanos. El obispo le envió al Emperador el comienzo
de un relato autobiografiado, que hizo, de viva voz un indio de
unos sesenta años, y que fue tomado por escribas, relación que,
dada su crudeza, escandalizó a los copistas y al obispo. A pesar de
las observaciones en contra, por parte del obispo, el Monarca
insiste en su interés. “Nube Oscura”, o “Mixtli”, sigue contando
su vida: su niñez y su ambiente, la mentalidad y costumbres de su
pueblo su formación como escriba, la Corte, sus viajes de
mercader, sus amores, su vida familiar. Finalmente es emisario de
Monctezuma ante los españoles de Hernán Cortés. Es bautizado y
recibe el nombre de Juan Damasceno, aunque sigue fiel, hasta el
final de su vida a la cultura ancestral de los aztecas. El final de su
vida simboliza el choque mortal “de dos civilizaciones, de dos
maneras irreconciliables de ver el mundo”.
El arqueólogo, cuando se refiere a la consciencia de aquella
historia, habla de regiones recónditas que las tradiciones
mencionan, a veces casi al nivel mitológico, como es el caso de
Aztlán. De ese nombre se deriva el nombre azteca que le damos
hoy a ese pueblo, y pareciera imposible de ubicar en la geografía
americana. Mixtli se reconoce hijo de una estirpe descendiente del
antiguo pueblo de Aztlán, la de los mexicatl, cuya capital fue
Tenochtitlán, que no consideraba primitivos y pobres como
aquellos, sino ya entrados en una verdadera y memorable
civilización. Aunque los arqueólogos ven a Aztlán,
verdaderamente como un lugar mitológico, muy lejano en el
tiempo, según Mixtli, realmente existió. Incluso, él la visitó en
uno de sus viajes.
Algo parecido sucede cuando abordamos el estudio, en
profundidad, de otros pueblos de nuestro continente, aún de los
más avanzados, como los incas y los chibchas que habitaron la
región andina central y la parte septentrional de Suramérica,
principalmente, lo que hoy son Perú y Colombia respectivamente.
396
Una actitud muy común es asumir las historias y relatos con que
contamos para informarnos, no como fuente documental de
realidades que pueden tener su sentido mitológico, pero que
parecen como si fueran indescifrables mensajes simbólicos
generados y ubicados únicamente en la mente de quienes los
contaron.
Aztlán, el lugar legendario de donde partió el pueblo de Mixtli en
su migración hacia el sur, no es un lugar solamente colocado por
la imaginación en las tradiciones míticas de los mexicanos. Es
hoy día un lugar colocado cerca de la orilla pacífica en un sitio
concreto de la Baja California.
Hay otro mensaje de gran importancia antropológica, cuya
correcta interpretación abre horizontes inmensos a la
investigación en esta disciplina, lo que permitirá escribir una
historia de ese y de otros pueblos, apoyada en su propia tradición
y que podría ayudar a la incorporación de esas historias a la
Historia Universal:
Leyendo las obras de los arqueólogos, se habla de relatos, acerca
de los orígenes, en términos que son generalmente
incomprensibles. Los pueblos de Mesoamérica y los de la región
central de los Andes mencionan que sus antepasados salieron, en
época inmemorial, del seno de la Tierra. La comprensión de este y
otros mensajes se dificulta por las dificultades que encierran los
simbolismos de sus historias mitológicas. Es obvio, entre otras
cosas, que sus opiniones acerca del la Cosmos, estaban afectados
profundamente por sus métodos e instrumentos de observación
astronómica, algo que sucedía también en las culturas del Viejo
Mundo, incluso hasta muy entrada la Edad Moderna. Este mito,
incorporado a sus contextos religiosos, tiene mucho que ver con
sus construcciones ideológicas y con su visión de un cosmos
imaginado con su respectivo “inframundo” y su “cielo de siete
niveles “ y no nos dice mucho acerca de la realidad comprensible
de ese origen.
397
Pero leyendo una de las obras de uno de nuestros grandes
humanistas, el profesor Luis López de Mesa, no puedo menos que
sentirme gratamente sorprendido por una ocurrencia suya: “Los
padres de los antiguos aztecas, se dice, salieron de las entrañas de
la tierra. Con ello nos están diciendo que son hijos de antiguos
trogloditas, que habitaron cavernas ubicadas probablemente en
alguna región del suroeste del continente norteamericano”.
Interpretado el mensaje así, es posible entender que los aztecas se
pudieron desprender de antiguos pueblos de habla nahuatl,
pobladores de cavernas d los que el pueblo azteca no guarda
memoria. El estudio de fuentes arqueológicas actuales y de
tradiciones de otros pueblos de origen nahuatl del suroeste de EE.
UU., pueden arrojar nuevas luces sobre valiosos capítulos de la
prehistoria azteca, que actualmente ignoramos por completo, y
nos permitan avanzar en la reconstrucción del rompecabezas que,
entre otras, estas culturas representan.
398
CAPÍTULO 16
EL CHOQUE DE DOS MUNDOS.
Lecciones de esa experiencia humana, para la posteridad.
Una nueva consciencia sobre el Hombre.
Cuando se habla del Descubrimiento de América más que de un
contacto más entre dos mundos, puesto que hay indicios de
muchos y viejos contactos tanto desde la vertiente asiática como
africana, y aún de la antigua Europa, en cabeza de los vikingos,
puede hablarse mejor del contacto violento, terrible, catastrófico
de dos mundos, capaz de desquiciar el orden primitivo forjado por
pueblos y culturas americanos, en milenios de experiencia. El
genio humano se aniquila mutuamente, las hordas de hidalgos
españoles se abalanzan sobre los nativos americanos como
langostas tras de su riqueza, de la manera como era entendida ésta
por ellos, única forma de redimirse al haber quedado “cesantes” al
final de la guerra de reconquista española de su suelo natal de
manos de los moros. Como nobles, aún de la baja nobleza, les
quedaba, “de perlas” una nueva empresa conquistadora para
acceder a alguna fortuna, pues es preciso entender que hacerlo en
labores productivas y de trabajo, les estaba vedado, ya que en la
sociedad feudal española y europea, el trabajo, como tal, para
sostenerse, era visto como vil, humillante, indigno de su categoría
social, deshonroso.
No es que el mundo neolítico americano hubiera perdido el
equilibrio, su paz interior con la llegada del español. No. Como
hemos visto, ya estaba en ebullición. Lo que ocurrió fue, primero,
que no podía entender el alma de los europeos que habían dado
varios pasos más en la evolución de sus consciencias y segundo,
lo más doloroso, que el europeo no logró entender el proceso
cultural americano, dominado por la visión dogmática de sociedad
militar y teocrática. Debían pasar tres o cuatro siglos más para
399
que les fuera dado entender cabalmente el extraordinario aporte a
la cultura universal de aquel mundo primitivo, el significado del
talento desplegado por sus pueblos en el desarrollo de culturas
superiores comparables a civilizaciones antiguas del oriente de
Eurasia, en una época en que la evolución de la técnica y del
pensamiento científico han cambiado radicalmente su visión del
mundo, del fenómeno humano.
Por otra parte la actitud de la monarquía española tenía el
significado de una respuesta al reto militar de superar las
presiones de sus competidores en el juego estratégico y político
que se daba entonces en el escenario de la “arena internacional”.
Francia e Inglaterra empezaban a hacer acto de presencia en el
Caribe, usando en el ejercicio de su poderío, el apoyo encubierto
primero y destapado luego a las incursiones de sus corsarios y de
sus bucaneros, que fueron su instrumento militar para desvirtuar
el monopolio del poder español en dichas aguas. Además Portugal
avanzaba sin pausa en la posesión del territorio brasileño. El
apremio, la improvisación y sus efectos nocivos eran para España,
pues, un mal menor, si lograba superar la amenaza que se cernía
sobre ella, en su propósito de tomar para sí y defender
eficazmente la porción que “legalmente” le correspondía de
América, según los títulos de propiedad de los territorios
descubiertos, por bula papal.
Pero la realidad tosuda no la favoreció finalmente: Enredada en la
frivolidad, la ceguera política, los privilegios de su clase
aristocrática y de sus terratenientes, por lo cual quedó sometida al
estado de indefensión, su economía metropolitana fue tomada por
asalto por sus enemigos políticos, que no dudaron en utilizar
como medio, la manipulación de la influencia de los intereses
Imperiales, en las finanzas y negocios del país. España se vio
superpoblada, sin cómo sostener con los medios de que disponía a
una población que constreñida en un espacio minúsculo, no tenía
cómo ocuparse. Entonces, simplemente emigró en masa. Muchos
artesanos lo hicieron a otros territorios europeos, pero
sustancialmente, emigró a los nuevos territorios de ultramar. La
riqueza habida en América poco la favoreció. Poco a poco circuló
400
hacia otros territorios europeos, en parte, en virtud de las terribles
deudas contraídas por la Corona Española con los banqueros
alemanes y holandeses, principalmente, y de la industria artesanal
que empezó a florecer, competitivamente, con este patrimonio en
otros países, en parte obviamente, con el sustancial aporte de los
artesanos españoles emigrados. La riqueza de América fue a
nutrir entonces el intercambio comercial de Europa con el Oriente
y las bases artesanales del desarrollo industrial, que debía darse
unos dos siglos después como consecuencia de la Revolución
Industrial.
16.1.0 ¿ACASO TIENEN ALMA LOS INDIOS
AMERICANOS?
Es una dura y desobligante pregunta que denota el clima y las
actitudes que le sirven de marco a las relaciones entre europeos y
americanos, al drama humano que se cierne, que se ve venir, en
medio del cual se produce un verdadero choque, entre los
soberbios, los autosuficientes europeos en general, y españoles en
particular, ampliamente influidos por el Renacimiento y las
culturas americanas neolíticas. ¡Si hubiera sido formulada en
nuestro tiempo tal vez hubiera causado hilaridad! Pero hace
quinientos años lo fue seriamente, y llegó hasta las altas esferas
de la autoridad europea, del mismo Papa. En su respuesta, no
sustentada en una opinión general, sino en una evaluación
concienzuda de los valores fundamentales de la Cultura, bastante
exclusiva por cierto, se encierra el reconocimiento que surge de
una consciencia que evolucionó, por fortuna, desde sus raíces
originales, en pueblos bárbaros de la Edad del Bronce, de origen
indugermánico, que abrazaron la cultura romana y que se dejaron
influir, más tarde, por la sabiduría del Oriente, a través de la labor
apostólica de la Iglesia Católica Romana.
De esa respuesta, y como producto de una controversia mayúscula
que se da en medio de la intelectualidad española, que trasciende,
por completo la esfera privada de ese marco, para transformarse
en una controversia de carácter universal, nace en España el
401
Derecho de Gentes, el Derecho Internacional. Dice así Enrique
Caballero Escobar, en su obra “América una Equivocación”:
“La política de las potencias [europeas] frente a la América recién
descubierta constituyó una monstruosa equivocación, en la cual
los bárbaros fueron los blancos. Pero España rectificó
valerosamente ese error. De esa soberana y contundente
rectificación, nació, nada menos, que el Derecho Internacional y
se esbozaron por primera vez los derechos humanos. En esta
forma el Derecho de Gentes debe considerarse como una creación
española en favor del indio americano. Hay que reconocerlo y
proclamarlo” (Enrique Caballero Escobar. “América Una
Equivocación”. Editorial Pluma Ltda. Bogotá 1980. P. 240).
“Nace el Derecho Internacional en un país considerado la
potencia imperialista más despiadada de su tiempo. Es la sede del
imperialismo dogmático. Quien lo concibe es un fraile de la orden
de Santo Domingo, la cual tiene a su cargo nada menos que la
Inquisición. El fallo que da al respecto Francisco de Vitoria
perjudica en materia gravísima el supremo interés político, militar
y diplomático de su propia patria. Sirve, aparentemente, los
intereses de las naciones rivales y desvela y encabrita la codiciosa
ambición de éstas. Contrasta, por su radicalismo revolucionario,
con la vacilación que por medio siglo caracterizó la actitud del
Vaticano respecto del indio. Reivindica valerosamente los
derechos humanos del nativo de América, presa de abominaciones
y abusos sin orilla. Pone, en fin, en tela de juicio moral la
legislación del l trono español y obliga a Carlos V a emprender
una rectificación sin par y en extremo emocionante. No obstante
la paternidad del Derecho de Gentes ha sido atribuida, sin protesta
de España, que yo sepa, al holandés Hugo Grocio. Pero Francisco
de Vitoria tuvo la precaución de nacer un siglo antes. Grocio
viene al mundo en Délf en 1583. Vitoria Nace en la ciudad que le
da el nombre, en la provincia española de Alva, en 1486. A
Vitoria se le ha relegado a la categoría honorífica de precursor,
mientras que Grocio –con más suerte- recibe los honores
centrales. La actitud del español al escribir sus formidables
“reelecciones” tituladas “Del derecho de indios recientemente
402
descubiertos” y “Derecho de Guerra”, en los cuales se atreve a
cuestionar la potestad del papado y de los reinos adjudicatarios
del Continente, es de una independencia casi suicida si se tiene en
cuenta el dogmatismo de la época. Y, desde luego, de un interés
resplandeciente. En cambio la obra de Grocio titulada De Jure
Praedae no pasa de ser un brillante alegato de parte interesada.
En efecto, Grocio obró como abogado particular de la Compañía
de las Indias Orientales, para justificar un apresamiento o
incautación de mercancías pertenecientes a Portugal, sin que
mediara siquiera declaración de guerra. El alegato de Grocio es
una pieza bien estructurada y retumbante, pero no pasa de ser un
alegato. En cambio la obra de Vitoria es un intrépido fallo moral.
Y ese fallo, además de haber sido anterior, sirvió de sustento
jurídico a las alegaciones del propio Grocio. Lo dice con
irrefutable autoridad su compatriota Van Vollenhoven; “Este
joven –se refiere a Grocio-, de veintiún años por entonces, se puso
a leer las obras de Vitoria y de Soto, las de Vásquez y
Cobarrubias, las de Ayala y Gentilli, a propósito de un litigio
judicial de carácter internacional, relativas a algunas presas
hechas en las Indias Orientales por buques holandeses, en daño de
los portugueses. Ahora bien, aún siendo Vitoria español y
católico, Grocio, protestante, cuya patria llevaba una guerra
sangrienta con España, no vaciló en adoptar las doctrinas
vitorianas” (Idem. P 240).
16.2.0 LAS MISIONES JESUITAS.
Demostraron con lujo de competencia, que es posible el
rescate del Hombre, a pesar de la oposición cerrada de los
intereses creados. Todavía más, que debería ser
considerado un proyecto político inaplazable.
En el Libro 3 vimos algunas referencias relacionadas con las
misiones jesuitas en China y en América Española durante el
siglo XVI. Los colosales logros suyos en ambos casos son
increíblemente esperanzadores para quienes se preocupan hoy por
lograr cambios sustanciales en las realidades económicas, sociales
403
y políticas deprimentes que imperan sobre la vida humana en
nuestro tiempo. Tengo la convicción de que la inspiración de sus
artífices no es obra humana. Humana es la cerrada oposición que
sufrió su empresa mientras fue realizada y el olvido que vino
después, cómplice del mal indescriptible que reina en nuestro
tiempo. Tal vez, como piensan muchos opositores de la
institución religiosa patrocinadora del terrible instrumento de
represión que fue la Inquisición, en tiempos modernos es muy
difícil aceptar que de allí hubiera podido surgir el cumplimiento
de una tarea tan encomiable y sublime como fueron las misiones
jesuitas.
Es innegable la gran cantidad de pueblos atrasados y deprimidos
que medran en el mundo entero, no sólo en las naciones pobres
del planeta, sometidos a la dominación extranjera, a la violencia, a
la esclavitud, a la servidumbre, a la total dependencia de
voluntades extrañas que han determinado su mala suerte. Es
evidente que a la continuación de ese estado de cosas no ha
contribuido poco el enfoque que ha asumido la sociedad burguesa
en su plan de ordenamiento económico, alrededor de la idea del
lucro, entendido a corto plazo, de lo cual ha resultado que se
demore o se aplace el establecimiento de empresas de rendimiento
a largo plazo, socialmente útiles, como serían la protección
razonable, contra todo riesgo, y la educación, de las capas de
población más indefensas. La burguesía, solo logró plasmar en la
práctica un sistema propio de vida cuando se fueron formando las
clases medias en las diversas sociedades del mundo.
Originalmente los burgueses quisieron imitar las prácticas de vida
de los aristócratas, a quienes reemplazaron en la dirección de la
Economía. La reivindicación de las clases trabajadoras, que fue
buscada insistentemente durante todo el siglo XX, como ha sido
tradicional, por medio de la fuerza, particularmente, de la
conspiración, de la guerra, sin descontar los gigantescos e
irreparables daños causados por esa empresa a la humanidad en
nombre de la misma causa, demostró que había fracasado triste y
estruendosamente, con la caída del Muro de Berlín y el desplome
del Estado Soviético a finales del mismo siglo.
404
El reto de conseguirlo por métodos más civilizados, lo que
significa asumir el desafío de aplicar los instrumentos técnicos
que han sido desarrollados y que ofrece el mundo moderno, lo
que es, por otro lado, algo ineludible por cierto, está “sobre el
tapete”. Es la única carta que nos queda para convencer a los que
creen que solamente la manipulación económica o la Fuerza son
capaces de mover al cambio de actitudes del ser humano, y que
ellas conducen a la única forma confiable del Poder. El
convencimiento de que ello no es así, es preciso conseguirlo, so
pena de desperdiciar recursos preciosos y útiles en el desarrollo
de las condiciones actuales de vida, entre ellos el más precioso: el
recurso humano mismo; so pena, también, de llegar a una
destrucción irreparable del único y preciado medio natural
planetario con que contamos. Ese deberá ser el logro principal de
una sociedad humana en paz, de un hombre libre, con plena
consciencia de sus necesidades objetivas, de un hombre física y
mentalmente sano, y plenamente y eficazmente dirigido en su
ocupación por lograr la solución de sus necesidades.
Para lograr aquello, es preciso tomar consciencia de los
paradigmas que bloquean hoy nuestros esfuerzos, de los intereses
propios y ajenos que encubren aún inconscientemente nuestros
mejores caminos. Es preciso que venzamos nuestro aislamiento
físico y espiritual, que nuestras clases altas, aristocráticas y
privilegiadas, que se benefician exclusivamente de nuestro
trabajo, se transformen en los auténticos cuadros administrativos
líderes que necesitamos en nuestras sociedades modernas para
marcar nuestro rumbo y nuestro paso, hasta lograr que la difusión
de la cultura avance hasta los rincones más recónditos de nuestro
territorio, de nuestra sociedad. El poco alcance y la poca
profundidad en la educación de hoy, la escasa visión de nuestros
ingenieros, empresarios y estadistas, de nuestros juristas,
científicos y humanistas, quienes más que tomar razón de nuestra
múltiple idiosincracia han optado por desconocerla para adoptar e
imponernos modelos sociales extraños que no comprendemos,
nos han conducido a una sociedad estancada, presa de las
iniciativas y designios más caprichosos y descabellados. Si las
autoridades de las naciones que quedan libres en el mundo de hoy
405
no se ponen a la altura que exige el conocimiento de la realidad
que proporciona el avance de los recursos científico y técnico que
se da en al actualidad y que se difunden por doquier en el medio
social en extensión y profundidad, no tendrán, la menor capacidad
de asumir el reto seriamente, otros lo tomarán y les impondrán su
voluntad y sus condiciones y se generarán, seguramente, nuevos
motivos de guerra y de violencia.
Desde este punto de vista, la tarea que se impusieron las misiones
jesuitas en América es una tarea de civilización inconclusa. La
iniciativa naufragó, no por ser irrealizable, pues su alternativa se
constituyó en un poderoso competidor de la economía colonial, de
la sociedad colonial, establecidas en nuestro continente por los
europeos, no sólo, entonces, por los españoles. En parte por eso,
porque fue perseguida por los intereses económicos de la
aristocracia colonial del Nuevo y del Viejo Mundo, cuyos poderes
y cuyos intereses amenazaba. Pero también porque en el juego de
poderes mundiales en conflicto, el Imperio Español perdió toda su
influencia estratégica sobre sus territorios de ultramar.
“Paradogicamente”, y, a despecho de los que no lo crean así, esa
tares tiene el sentido real, en lo económico, en lo político y en lo
social, de una directriz, de un eje cultural que podría ser usado
como eje de referencia de nuestro desarrollo integral. Es preciso
para ello, analizar sus antecedentes históricos, reconocer los
aportes de la experiencia, de los valores humanos que la animan
como proyecto, superar los obstáculos generados por las
desviaciones aciagas del objetivo deseado: el mayor bien del ser
humano posible, su plena realización específica. Algo de eso
hemos procurado hacer en este trabajo. Solamente así, cuando los
resultados se vayan viendo, lograremos ser verdaderos
embajadores, en otros mundos, de una cultura occidental de la que
solamente se conocen, sus ejércitos, su demoledor poder
económico y la corteza técnica y científica de su esencia.
16.3.0 EL MUNDO FELIZ POSIBLE
Cuando hablamos de un mundo humano feliz no estamos
refiriéndonos a un mundo necesariamente pleno de emociones
406
dichosas, sin sentimientos de frustración, sin temores, sin odios,
sin inseguridades, sin incertidumbres, completamente justo, sin
envidias, sin recelos, etc. En la vida de un ser humano, como en la
de todos los seres sensibles, han de caber todas las emociones
posibles en su naturaleza. Los seres vivos, con sensibilidad
emocional, tienen en esta posibilidad un medio adicional para
orientarse en su vida. Nos referimos, más bien en este caso, a la
posibilidad de que el ser humano esté en capacidad de controlar y
manejar su propia vida, en el plan de alcanzar la mayor plenitud
posible en su realización. Puede decirse que, frente a este ideal, la
felicidad no ha sido el clima dentro del cual han vivido las bases
populares de la mayoría de las naciones del Mundo.
Se sabe, por medio de los datos arqueológicos, acerca del culto de
los muertos que se practicaba, de creencias mágico – religiosas
semejantes, respecto de la Naturaleza y los efectos sobre el
hombre de los fenómenos naturales. En ambos mundos, en el
viejo y en el nuevo, se practicaban rituales de la fertilidad, para
pedir lluvias y asegurar así buenas cosechas. En ambos mundos se
desarrolló un “lenguaje mítico” para comunicarse con las
deidades que representaban a los distintos fenómenos de la
Naturaleza. Estas asumían, entonces, una personalidad casi
humana, con las cuales era posible dialogar en términos humanos.
Hemos visto cómo hay algunos dioses bondadosos y otros
malignos. Obviamente la interpretación humana, apoyada en las
clases sacerdotales que trascienden las diferentes generaciones,
independientemente de que hoy los crea o no, los conserva así en
el tiempo. Perpetúa así una actitud reverente a las normas
tradicionales de relación social y el “populacho” no tiene manera
de cuestionarlas. Estas deidades se convierten en personajes muy
poderosos, pero con las que es posible comunicarse mediante ritos
mágicos especiales a través de los sacerdotes. En aquellas
culturas, realmente primitivas, el hombre se sabe dependiente
absolutamente de las fuerzas, a veces indescifrables del medio
natural representadas en aquellas deidades. Su actitud es sumisa;
carece de medios eficaces para defenderse. De ahí que su
evolución técnica, podría representar para él el sentido de una
verdadera liberación. Su actitud contrasta con la personalidad
407
optimista de nuestro tipo burgués occidental, segura de sí misma,
tal vez arrogante, del empresario, del hombre rico, de aquel
profesional de escuela que ocupa puestos de dirección en nuestra
sociedad moderna, que se siente competente y tenido en cuenta,
relativamente dueño de su propio porvenir, aceptablemente
seguro, que visualiza sus oportunidades, que sueña y puede
realizar sus sueños, que aprende a tomar decisiones útiles, que
aprende de los errores propios y ajenos, reconstruyendo así
constantemente su carácter.
Tanto los antropólogos que han estudiado las actitudes de la
población de base en Mesoamérica como en el Perú confirman
una visión sombría frente a la vida que antecede, salvo entre los
mayas, particularmente del Viejo Imperio, todos los eventos de la
vida de la gente en las culturas prehispánicas. El hombre se siente
impotente ante la magnitud de las fuerzas naturales y la manera de
conjurarlas no es menos cruel en sus efectos. El recién nacido era
recibido por la matrona con un duro mensaje pronunciado por la
partera: “Haz venido a sufrir”. Esa situación se repite entre las
poblaciones de México y Colombia. Las víctimas de los
sacrificios humanos en nuestro mundo prehispánico tomaban su
situación con resignación, con orgullo por el papel de
“redentores” de su comunidad, de servidores de la deidad a la cual
servían, con la aceptación que entre nosotros va el soldado al
campo de batalla, de donde no sabe si ha de regresar, con la del
mártir nuestro que ofrenda su vida con generosidad por amor a su
causa.
En casi todas partes, la vida no era recibida con entusiasmo, como
un regalo inefable y gozoso. Así como ciertos dioses eran
malignos y sólo se conmovían con sacrificios humanos, los
esclavos y los plebeyos estaban sometidos enteramente al
capricho de los nobles y de los sacerdotes, aunque éstos también
estaban sometidos a los albures de la Guerra, a ser tomados
prisioneros para ser llevados al altar de los sacrificios. El trabajo
del campesino la población más numerosa, correspondía a
hombres libres, regulados por la costumbre, y en su tarea
cotidiana, con plena obediencia al calendario anual administrado
408
por los sacerdotes. Sólo la descripción que hace Morley de los
rasgos de la sicología maya nos muestra un pueblo feliz, bromista,
que mira la vida con optimismo. En tiempos del Viejo Imperio se
forjó su espíritu, habiendo sido liderado por una casta sacerdotal
que se apoyó en sus conocimientos astronómicos para liderarlo en
su actividad principal, la agricultura del maíz. La sociedad feudal
europea fue construida sobre la base del trabajo del siervo y el
vasallo, en beneficio de las clases aristocráticas.
En tiempos de la Conquista, no ocurre en México ni en
Guatemala ni en Perú, pero en Colombia sucede un fenómeno
“muy extraño”: Frente a la consciencia del inminente cautiverio,
toda una raza de múltiples pueblos reacciona de la misma manera.
Se repliega desesperada, recurre al suicidio en masa y se niega a
reproducirse. Se injerta, más bien voluntariamente en el
dominador con el ánimo de eliminarse, de olvidar su cultura. Los
episodios de resistencia heroica, como la de los karib son la
excepción” Esa actitud es el origen del llamado “cataclismo
demográfico del indio”, junto con otros factores que, como las
enfermedades traídas de Europa, convergen todos y causan la
aniquilación de las bases económicas de la sociedad feudal que
los europeos quisieron fundar en América, y que lograron
remediar, en parte, con la importación de esclavos africanos
(Idem. P. 144).
Enrique Caballero Escobar cita al padre José Gumilla cuando
habla de una práctica inconcebible de las mujeres indígenas en los
Llanos Orientales de Colombia, que era sacrificar a sus hijas
mujeres en el momento del parto. En la cita, se ven las palabras
dramáticas con que una india defiende su práctica:
“Ojala cuando mi madre me parió me hubiera querido bien y me
hubiera tenido lástima, librándome de tantos trabajos como hasta
hoy he padecido y habré de padecer hasta morir. Si mi madre me
hubiera enterrado luego que nací, hubiera muerto. Pero no hubiera
sentido la muerte que vendrá, y me hubiera escapado de tantos
trabajos, tan amargos como la muerte; y quien sabe cuántos otros
sufriré antes de morir. Tú padre, piensa bien los trabajos que
409
tolera una pobre india entre estos indios: ellos van con nosotras a
la labranza, con su arco y flechas en mano, no más. Nosotras
vamos con un canasto de trastos a la espalda, un muchacho al
pecho y otro sobre el canasto; ellos van a flechar un pájaro o un
pez y nosotras cavamos, reventamos en la sementera; ellos a la
tarde vuelven a la casa sin carga alguna, y nosotras, fuera de la
carga de nuestros hijos, llevamos las raíces para comer y el maíz
para hacer su bebida; ellos, en llegando a la casa se van a parlar
con sus amigos, y nosotras a buscar leña, a traer agua y a hacerles
la cena: en cenando ellos se echan a dormir; mas nosotras casi
toda la noche estamos moliendo el maíz para hacerles su chicha.
¿Y en qué para este nuestro desvelo? Beben la chicha, se
emborrachan, y, ya sin juicio nos dan de palos, nos cogen de los
cabellos, nos arrastran y nos pisan. Ah! Mi padre, ojala mi madre
me hubiera enterrado luego que me parió. ¿Sabes padre la agonía
que es ver que la pobre india sirve al indio como esclava, en el
campo sudando, y en la casa, sin dormir, y al cabo de veinte años
toma (éste) otra mujer, muchacha sin juicio? A esta quiere. Y
aunque les pegue y castigue a nuestros hijos, no podemos hablar,
porque ya no nos hace caso ni nos quiere; la muchacha nos ha de
mandar y tratar como a sus criadas, y si hablamos, con el palo nos
hace callar” (Enrique Caballero Escobar. “América una
Equivocación”. Editorial Pluma Bogotá 1980. P 140).
“El por qué deben ser las mujeres quienes siembran y no los
hombres, obedece a un gracioso raciocinio y a una cómoda
jurisprudencia de origen machista, desde luego. Hermanos les
dice el misionero a un grupo de varones que bostezan a la sombra,
viendo sembrar a las mujeres; hermanos, ¿por qué no ayudais a
sembrar a vuestras pobres mujeres que están fatigadas al sol,
trabajando con sus hijos a los pechos? Uno se incorpora
lentamente, y con desdeñoso aplomo pone al padre en su puesto:
Tú, padre, tú no entiendes de estas cosas. Has de saber que
únicamente son las mujeres quienes entienden de esto de parir. Y
como saben parir, saben también cómo han de mandar parir el
grano que siembran. Si son ellas las que siembran, la caña de
maíz da dos o tres mazorcas; la mata de yuca da dos o tres
canastos, y así se multiplica todo. Como nosotros no sabemos
410
parir, no sabemos ordenar que paran las matas; en cambio las
mujeres sí saben. Por eso son ellas las que siembran y no
nosotros. De suerte, padre, que cada uno a lo suyo…inclusive su
paternidad” (Idem. P. 240).
“Si ya la mujer se consideraba martirizada – y lo estaba – dentro
de la sociedad primitiva, con la irrupción de los conquistadores a
quienes inicialmente consideró dioses bajados del sol, se yergue y
lanza un alarido de protesta. “No queremos parir criados y criadas
para los advenedizos”. Es la actitud sexual de las indias de
muchas tribus durante la Conquista. Lo singular está en que, para
no engendrar seres inferiores, las indias se entregan
voluntariamente al blanco, deseosas de que su descendencia se
eleve en la escala social. O engendran con mestizos, con negros, y
mulatos. Pero no con indios, aunque con ellos convivían. Se
encuentra en Gumilla esta frase tremenda: “Por no parir criados y
criadas para los advenedizos, se resolvieron muchas a esterilizarse
con yerbas y bebidas que tomaron para su intento” (Idem P. 142).
En opinión de muchos entendidos, el mundo moderno, “carga” en
su avance, “como lastre”, si se mira hacia atrás con la perspectiva
de la modernidad, con los residuos de múltiples viejas costumbres
y culturas que modelan el carácter humano dentro de ambientes
sombríos, que le inspiran poco entusiasmo parea vivir y que
dificultan inmensamente su evolución. La gente hoy, en general,
no percibe cómo el peso de ese lastre deprime a quien lo lleva,
hasta el punto en que le plantea una verdadera desventaja en la
vida competitiva, tal como se plantea en la “selva social” en que
vivimos. “Aprender a vivir” significa para muchas personas entre
nosotros, en ese medio, aprender a mirar la oportunidad de
aprovecharse en bien propio de la inconsciencia del ignorante, del
desadaptado al agresivo mundo moderno. En este sentido las
viejas costumbres y culturas no son un lastre. Mejor, son una de
tantas “oportunidades” a aprovechar que existen, para explotar, en
beneficio propio, a como dé lugar, a quienes esas costumbres y
culturas caracterizan, como ocurre con muchas de nuestras
poblaciones campesinas, o bien, son abandona a su suerte.
411
. En la historia de las relaciones entre el Viejo y el Nuevo Mundo
ocurrió así. El Nuevo Mundo fue sacrificado, sin el menor reato
de consciencia, por el Viejo. Sin embargo, ni en el mundo actual
en el seno de las potencias de la vieja Europa puede decirse que el
mundo moderno haya logrado una transformación masiva de las
viejas maneras de comportarse, muy especialmente en los estratos
más populares de las ciudades y en los sectores más alejados del
campesinado. Y en la práctica, el proceso de modernización lo
desarrolla las elites gubernamentales, en casi todo el mundo, no
abriendo nuevas opciones, no abriendo nuevos espacios para que
la vida humana se difunda, se desarrolle, se actualice, se mueva,
sino imponiendo condiciones que les permite a estas, conducir a
los hombres a donde están particularmente interesadas que vallan.
Hoy, en el mundo globalizado, todos nos tenemos que mover bajo
las pautas que provengan de las “autoridades”, de hecho, de la
Economía, según sus propios intereses, según sus propias
valoraciones de los medios de intercambio, del valor económico
que le asignan a la vida humana, o aislarnos, retirarnos a nuestro
propio "geto", o simplemente perecer de inanición. En nuestro
mundo moderno “occidentalizado”, el alcohol y los
estupefacientes llenan el vacío de la autoestima perdida, de la
soledad, del abandono, del futuro incierto, imposible, poco
prometedor. Sirven para huir de la realidad, tal como es
experimentada. Tampoco es para todos un mundo feliz.
La vida de los estratos populares es igualmente sencilla y
semejante en su implementación en todo el Mundo. La técnica
moderna no ha transformado por completo y masivamente las
condiciones de vida reales de los diferentes pueblos. Por ejemplo,
pocas diferencias podrían mencionarse entre el tipo de vivienda
común en muchas aldeas de la región campesina europea del
Mediterráneo, por ejemplo, y su dotación de servicios de
abastecimiento de agua y luz, comparados con lo que encontró
Hernán Cortés en México, estableciendo, obviamente, las
diferencias básicas entre las respectivas costumbres, entre dos
mundos que se desarrollaron en condiciones de casi total
aislamiento el uno del otro, según entendemos. El pueblo de las
412
diferentes naciones europeas ha tenido que soportar el dominio
draconiano de la superestructura militar de la sociedad feudal, el
peso de sus conflictos, a costa de su miseria, de su8 vida, de la
misma manera que los pueblos de las naciones americanas
tuvieron que soportar, aún sin ser completamente conscientes de
ello, la carga impuesta por una superestructura imperial fundada
en una tradición de dominación de origen religioso.
Esos episodios puntuales de la vida en la base popular de nuestras
naciones, solamente nos muestra cuán inmensa es la labor que
falta para alcanzar un nivel de vida razonablemente feliz. Hay
motivos muy antiguos y hay otros que se van generando en
nuestro mundo actual, y cuyo inventario puede ser la base de una
política de recuperación del nivel de vida del ser humano.
16.4.0 HACIA LA BÚSQUEDA
DE UN SINCRETISMO CULTURAL
La tarea de generar un nuevo proceso de cultura, no puede tener
nunca el sentido de un enterrar en el olvido las viejas raíces sobre
las que se soporta la realidad actual. Es precisamente sembrar y
hacer crecer el “árbol” de una cultura más universal sustentado en
todas aquellas “raíces” que estén dispuestas a brindarle a ese árbol
nutrición física y espiritual.
La autosuficiencia de la especie humana, como una realidad del
individuo o de pequeñas comunidades, tal vez de familias
extensas, no se da sino en tiempos muy tempranos de la
prehistoria. La sola consideración de las diferencias entre los
géneros masculino y femenino da testimonio muy claro de que
esa autosuficiencia es una fantasía. La fuerza de la unión de la
pareja humana va pareja con la diferenciación entre los géneros y
sin sus diferencias orgánicas es imposible la procreación y
perpetuación de la Especie. Las diferencias plantean, pues, la
razón de ser de la complementación. De la misma manera que los
caracteres de los géneros se han diversificado para permitir la
supervivencia de la Especie, la especialización del trabajo, tiene
un propósito: Mejorar la aplicación de los recursos disponibles,
413
particularmente, las habilidades desarrolladas para el trabajo por
las distintas personas, según los propósitos de su labor y los
recursos a utilizar por las distintas asociaciones o comunidades de
personas que los transforman. Tenemos formas tradicionales de
especialización del trabajo, algunas de ellas poco equitativas.
Si alguien busca lograr cierta autosuficiencia en su propia vida,
esa búsqueda puede conducir, ya al convencimiento de que es
necesaria la asociación con otros, para lograr objetivos que en
forma solitaria pueden ser difíciles de obtener; o ya a la urgencia
de alcanzar el Poder para dominar a los posibles competidores e
imponer la voluntad, reducirlos y tomar sus opciones para sí o
ponerlos a trabajar para el propio beneficio. El desarrollo de las
pequeñas comunidades y de infinidad de empresas colectivas, se
han formado siguiendo el primer patrón. Muchas naciones y
muchos pueblos han perdido su autonomía y su libertad bajo la
ambición de hombres poderosos u organizaciones imperiales que
han extendido su dominio tradicionalmente en el mundo, según el
segundo patrón. En gran parte, la transformación del mundo hacia
formas más justa de especialización del trabajo y de asociación,
podría tener, por uno de sus motivos, la búsqueda de grandes
economías en el costo del aprovechamiento de los recursos
naturales o su mejor distribución entre la población. La búsqueda
de un sincretismo cultural, como expresión de la voluntad integral
de ciertas poblaciones puede ser el propósito consciente de la
Cultura, lo cual puede conducir a un nuevo estadio de
civilización.
En las áreas que trataremos luego, nos proponemos mostrar, no
solamente la posibilidad de semejante objetivo, sino que la
humanidad, en su totalidad, se encuentra integrada en el seno de
todo un sistema económico natural, formando parte de la Vida, en
su conjunto, quiéralo o no, sea o no consciente de su situación y
que sus posibilidades reales de supervivencia dependen de cómo
aproveche las oportunidades vitales que ese sistema le provea.
Vale decir, que, una de las aplicaciones más feliz de las
concepciones religiosas de todos los pueblos del mundo, desde los
más antiguos, no es más que la interpretación de esas opciones de
414
vida para aprovecharlas de la mejor manera posible. Esas
concepciones representan una aproximación muy aceptable del
marco natural donde debieron desarrollarse la mayoría de las
culturas antiguas, obviamente, con la consideración, en términos
míticos, de las “fuerzas naturales” que apoyaban o amenazaban su
gestión vital. Frente a esa visión, que se puede apoyar y
desarrollar sólidamente con la ayuda complementaria del
pensamiento científico, podemos colocar la visión económica
“globalizadora” y el orden que quieren implantar, a presión,
ciertas autoridades financieras mundiales, como las únicas
opciones con que cuenta el género humano para salir de la
pobreza.
No olvidemos que la Economía Clásica, no es, en el fondo, más
que un modelo conceptual que describe el universo simbólico,
dentro del cual la humanidad ha estado acostumbrada
tradicionalmente a entender la riqueza, la pobreza y todo aquello
que en materia económica a ellas se refiere. Ambas nociones
tienen sus símbolos propios. El oro es el más antiguo; su posesión
o su carencia hasta hace muy pocos años marcaba la diferencia
entre la posesión de fortuna y la pobreza. Hoy día los símbolos
que representan la riqueza han variado mucho; y en el comercio,
en todos los tiempos, y en todas las regiones, multitud de signos
de la riqueza fueron usados como medios de pago en el comercio,
porque facilitaban las posibilidades del trueque. Un carro último
modelo, una casa lujosa, una vida de viajes y lujos dice de la
riqueza de sus protagonistas. En tiempos antiguos se usaba la sal
como moneda, entre los chibchas hemos visto que se usaban las
mantas, entre otras cosas. Entre los Aztecas se usaban las frutas
de cacao, de las cuales se elaboraba el chocolate, que era la
bebida de los reyes. Hoy el papel moneda, el “dinero plástico”,
cumplen la misión de expresar el valor del dinero, de medir la
cuantía de las fortunas, de los capitales; la tierra productiva, la
propiedad raíz representan también simbólicamente la riqueza que
se posee, etc.
Pero además hay algo que es preciso tener en cuenta: El valor
económico del patrimonio de aquellos bienes, como medios de
415
vida, de que dispone el ser humano, está relacionado íntimamente
en la sociedad moderna, con la operabilidad de la sociedad
humana en términos de obtener los recursos naturales,
transformarlos y distribuirlos entre los hombres equitativamente,
para que todos, en conjunto e individualmente puedan
beneficiarse de sus servicios. La demanda de ellos transformados
ya en bienes de consumo, en medios de vida, mueve, obviamente
a la sociedad entera, representa el “motor” que mueve aquella
máquina inmensa de la Industria Humana. Esa función económica
de la Sociedad Humana, no se cumple, hoy, con eficacia y su
manipulación genera inmensos problemas de pobreza, y hoy,
también, muchos otros derivados de la posesión de demasiada
riqueza. Entre ellas están el derroche de la misma, la generación
de hábitos insanos de vida, que conducen a problemas como el
sobrepeso, la obesidad, que afectan a cantidad creciente y tal de
seres humanos, que llega ya a constituirse, junto al Hambre, a los
estupefacientes, y el alcohol, en un verdadero problema de salud
pública global, en una grave amenaza para la supervivencia de la
Especie.
El hacer posible la tarea de demostrar convincentemente la
realidad del marco, dentro del cual se mueve efectivamente la
economía humana, ese sí, un marco muy próximo a la realidad,
corresponde a la Ciencia, a la Técnica, Ingeniería, pero para que
pueda hacerlo eficazmente, tienen que trabajar integrada con las
diferentes disciplinas humanas en forma mancomunada.
La Realidad es, que la Sociedad Humana es, objetivamente, parte
estructural de todo un sistema de relaciones simbióticas entre
seres que dependen mutuamente de las fuentes de vida, de que
disponen, que, además, les permiten moverse, en todos los
sentidos. Esa fuente de vida es la energía. La Sociedad Humana,
considerada desde este punto de vista, representa, entre muchas
otras cosas, el elemento mecánico que le permite a los seres
humanos, individualmente o colectivamente considerados, su
implante feliz en el Medio.
416
El ser humano como todos los demás seres vivos, es un ser social.
Sus posibilidades de supervivencia dependen de que entienda esto
correctamente. Realmente no es un ser autosuficiente, como ha
aprendido a sentirse en nuestro mundo de “libres albedríos”, de
libertades absolutas, de procesos sociales turbulentos, de
aislamientos psicológicos, que conducen a un sentimiento de
soledad y a enfermedades mentales como la esquizofrenia y la
paranoia. El hombre occidental, con su carácter individualista
formado a partir de la Revolución Francesa en el seno de la
sociedad burguesa, si percibe en su vida real que no es
autosuficiente, se siente inseguro, dependiente, y lucha por la
posesión individual de los medios que, considera, “garanticen su
existencia”. Quizás, la presentación adecuada de las razones por
las cuales, él mismo, como persona, debe cuidar su entorno social,
debe respetar las condiciones éticas que hacen posible ese orden,
entienda que vale la pena, por su propia seguridad, cambiar de
actitud.