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Para todo lo que quieres vivir... la respuesta es... Pueblos Patrimonio de Colombia Guaduas ISBN 978-958-99726-6-3 • DISTRIBUCIÓN GRATUITA

Guaduas · de la vida de la ilustre mujer y algunos testimonios de sus logros y luchas; alberga réplicas de los muebles del hogar, como la cama y algunos baúles, cuadros con las

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Para todo lo que quieres vivir...

la respuesta es...

Pueblos Patrimonio de Colombia

Guaduas

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"Viles soldados, volved las armas contra los enemigos de vuestra patria. ¡Pueblo indolente! ¡Cuán diversa sería hoy vuestra suerte, si conocieseis el precio de la

libertad! Ved que aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más". Últimas palabras de Policarpa Salavarrieta

Busco hospedaje donde dejar la maleta, me doy un duchazo y tomo camino por las calles coloniales de este encantador pueblo. Arri-bo a la Plaza de la Constitución, el parque principal de los guadueros, donde se erige el

monumento a Policarpa Salavarrieta, la valiente heroína nacida aquí. Mientras observo la escultura, se acerca María, una orgullosa guaduera que conoce al dedillo la historia de ‘la Pola’ y quien sería, de aquí en adelante, la guía que me llevaría de la mano por estas calles a revivir momentos que guardaré por siempre.

Me dice que esta ’Pola’, obra del escultor Silvano Cuéllar, erigida a mediados del siglo XX, es el punto de encuentro y máximo referente de los lugareños y visitantes. Emocionada, resalta la actitud desafiante y firme, la mirada profunda que representa sus convic-ciones, el valor para enfrentar las adversidades y los hondos deseos de libertad de la joven Policarpa. “Según algunos historiadores, existen diferentes versiones so-bre su nombre: Apolonia, Gregoria Apolinaria, María Policarpa, pero para nosotros es sencillamente ‘La Pola’.

María me invita a sentarme en una de las bancas de este bello parque, mientras sigue su relato: “Los gua-dueros admiramos a Policarpa porque fue una mujer luchadora, valiente, que peleó por los ideales de paz y

libertad, que a pesar que quedó huérfana a una tempra-na edad, salió adelante y fue maestra en su pueblo (algo poco común en la época) y costurera (oficio que le sirvió para ejercer su labor patriótica de espía) y cuyo sacrifi-cio sentó las bases de la libertad colombiana.

El entorno que rodea la escultura es mágico: una fuente que data de 1870 (que se mantiene en pie aun-que no está en funcionamiento), altas palmeras, casas de una y dos plantas hechas en adobe, fachadas blan-cas, con balcones individuales y corridos, puertas y ventanas de madera (la mayoría pintadas de verde), la catedral de san Miguel Arcángel, el comercio y las cons-trucciones más representativas de antaño. Estar aquí es como retroceder en el tiempo e imaginar la vida campe-sina que sustentó poco a poco este pueblo patrimonio.

Luego, caminamos hasta llegar a la casa museo, sobre la calle de ‘La Pola’, cerca de la plaza central. Esta humil-de vivienda fue el lugar donde se dice nació y vivió un tiempo la heroína. La vetusta casona, de una planta, techo pajizo, vigas de madera, paredes de bahareque, con cerca de 245 años de construida, guarda representaciones y de la vida de la ilustre mujer y algunos testimonios de sus logros y luchas; alberga réplicas de los muebles del hogar, como la cama y algunos baúles, cuadros con las imágenes de personajes y trajes típicos de Guaduas.

Con alma de mujer Después de encuentros y reencuentros en Honda, supe que al otro lado del río Magdalena había un pueblo lleno de historia nacional que formó parte de la Expedición Botánica y fue re-ducto de la Independencia, por ello decidí venir a conocer la bella Villa de Guaduas.

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En el Patio del Moro aún resuenan las notas de 'La vencedora', la contradanza que hace parte de la música para la independencia que sonó el 7 de agosto de 1819 y que tuvo el carácter de himno nacional luego de las gestas libertadoras.

El relato de María, con un pausado acento, su cono-cimiento y amor por su pueblo, me lleva a imaginar a la pequeña Policarpa corriendo por el amplio patio de la casa o leyendo acuciosa sus libros, o tal vez ensillando los caballos, llevando el control de los asuntos familia-res, indagando sobre la historia desde estas paredes.

En el lugar vemos las réplicas de las acuarelas pin-tadas por Edward Mark, un diplomático británico de la época, en las que plasma la vida cotidiana de los inicios del pueblo. Su relato es tan conmovedor que me hace imaginar a este extranjero, en medio del tórrido trópico colombiano, con su lienzo y pinceles recreando cada lugar, cada personaje, cada costumbre de la pequeña y primitiva aldea. Comparo estas pinturas con lo que veo en la realidad y es como si cada acuarela tomara vida un par de siglos después.

Al llegar al patio, donde se ubican una réplica de la cocina y otro monumento en piedra, se siente en el aire el aliento de esta luchadora, sobre todo al seguir la charla de mi acompañante: “ ’La Pola’ hizo parte de las fuerzas independentistas durante el periodo de la llama-da ‘Patria Boba’ y murió fusilada durante la Reconquista española. Con tan solo 15 años participó en el grito de Independencia del 20 de julio de 1810. Era una experta en espionaje y colaboraba como conspiradora contra Pablo Morillo y el virrey Juan Sámano. Fue descubier-

ta tras la captura de los hermanos Almeyda, quienes tenían en su poder documentos que la involucraban”.

Volvemos al interior de la casa y sobre una de las viejas paredes leemos la copia de la Ley 44 de 1967 que estableció el 14 de noviembre –fecha del fusilamiento de Policarpa Salvarrieta– como el día de la mujer colom-biana. Me estremecen las letras mayúsculas del anagra-ma, de autoría del oficial patriota Joaquín Monsalve: “Yace por salvar la Patria”.

Conocer un poco más de la vida de esta mujer me hizo sentir orgullosa de ser colombiana. De regreso al hotel me prestan el libro ‘Viva la Pola’, de Beatriz Helena Robledo. Entre página y página, leo que “De una auxiliar de tercera clase en la resistencia, había pasado, a mediados de 1817, a ser figura central de este movimiento. Sus primeros pasos fueron husmear en las puertas de los cuarteles para enterarse de los movimien-tos militares. Para noviembre de 1817 tenía en sus manos las listas de todos los patriotas comprometidos…”. Me sumerjo en esta apasionante lectura con la promesa de que cuando vuelva a Bogotá exploraré más sobre la vida de esta heroína.

Mujeres recias… herencia de ‘La Pola’ Al otro día, nuestra cita con María es temprano.

Mientras desayunamos génovas, buñuelos, una que

Alrededor del convento de la Soledad se fundó Guaduas

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otra empanada guaduera y chocolate, mi guía me sor-prende con otra historia de mujeres de enjundia: “en la Villa de Guaduas también vivió, por un tiempo, Manue-lita Sáenz, la controvertida ‘Libertadora del Libertador’, quien al enterarse de la muerte de su amado Bolívar intentó suicidarse, para lo cual pidió una serpiente (que abundaban en Guaduas) para hacerse morder. Los habi-tantes del pueblo, al enterarse del hecho, acudieron en su ayuda y le dieron un extracto de zumo de las hojas del árbol de guaco (el cual conoceríamos al recorrer el Camino Real) con lo que evitaron el suicidio de la ‘ama-ble loca’, como la llamó Bolívar”.

Fuimos a conocer otro personaje de carácter: Nidia, una recia campesina de la vereda de Chipautá, quien ha liderado, junto a otras mujeres, un proyecto de recu-peración y reforestación de la cuenca del río San Fran-cisco, un lugar que antes de 1998 era solo una enorme montaña erosionada y ahora, gracias al grupo de mu-jeres que ella lidera, es refugio de propios y visitantes para la práctica del ecoturismo, fuente de vida para el municipio (las aguas provenientes de este lugar surten el acueducto) y sobre todo, motivo de orgullo de estas abnegadas mujeres que, además de las labores propias del hogar, entregaron su esfuerzo y dedicación a este noble proyecto. .

Esta historia me apasionó, por eso tomamos rumbo hacia la Reserva de Chipautá, en medio de la tímida neblina que empezaba a asomarse, los delgados rayos del sol, el vuelo de los loros y el canto de otras aves. Ni-dia me mostró, a lo largo de nuestro periplo, las especies nativas como la ‘madre de agua’ y el ‘pino colombiano’ que fueron el inicio de este proceso de restauración del espacio natural, y de sus propias vidas, pues esto significó obtener independencia económica y laboral.

Nosotros recorremos este agreste camino deleitán-donos con la variada vegetación, las abundantes, hela-das y cristalinas corrientes de agua, el colorido de las flores, el aire puro, el canto de las aves (que volvieron). Como en un acto de magia, emergió la hermosa cas-cada del Cacique Chipautá –de 30 metros de caída–. Silencio y admiración profunda por estas mujeres que recuperaron la fuente de vida de los guadueros, el agua. (Hoy contabilizan 124 hectáreas restauradas y 140.000 árboles sembrados).

Pueblo de los buenos sucesosAmanece otro día, especial para adentrarme en el

alma religiosa y en los lugares que respiran historia en este cautivante pueblo. Entro a la catedral de san Miguel Arcángel, y como es ritual hago mi oración de

agradecimiento. Esta obra, diseñada por fray Domingo de Petrés (consumado arquitecto de la época) es una verdadera joya, declarada monumento nacional en 1959.

Camino en silencio, respetando el momento místico de otros feligreses; me persigno. Mi mirada se dirige instantáneamente hacia la imagen de la Virgen. Ante mi curiosidad, el sacristán me dice que es el lienzo origi-nal, encontrado a mediados del siglo XVI, de la Virgen del Buen Suceso, patrona del municipio, a la cual se le atribuían prodigios para superar epidemias y otras dificultades. Hoy sigue siendo adorada y se le atribuyen varios milagros.

Nos diría el párroco que el nombre del Buen Suceso, según la tradición española, se dio cuando el papa Paulo V recibió en Roma a una pareja de la orden de los Her-manos Mínimos que, luego de múltiples dificultades, se

DATOSDE INTERÉS

• La Villa de san Miguel de Guaduas fue fundada tres veces: la primera, el 20 de abril de 1572; la segunda, el 13 de diciembre de 1610 y la tercera, el 27 de diciembre de 1644. • Debe su nombre a que en la región proliferan plantaciones de guadua. • Su centro histórico fue declarado Bien de Interés Cultural de ámbito nacional en 1959. • Es uno de los pueblos que mejor conserva los caminos reales que unían a Santa Fe con la costa Atlántica en la época de la Colonia.• Comparte con Honda el Puente Navarro, declarado Monumento Nacional en 1994.

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encontraron con la imagen que les salvó la vida. El Papa, al verla, se postró ante esta y la refirió como un ‘buen suceso’ para los cristianos.

Ante la dulce expresión de la Virgen, leo en voz baja uno de los apartes de su himno, que se ubica sobre una columna del templo: “Buen suceso te llaman tus hijos, buen suceso es la madre de Dios, Buen suceso es la Vir-gen María, y es de Guaduas, la prenda de amor”.

Su fiesta, que se celebra el primer sábado de sep-tiembre, es el evento más significativo de Guaduas. En la Ronda del Buen Suceso, los guadueros recorren las calles del centro histórico cantando y bailando para celebrar la llegada del lienzo milagroso con la imagen de la Virgen. Se recrean hechos históricos del municipio con comparsas, bandas de música y se pone de mani-fiesto el fervor católico en el ‘paso’ de la Virgen, que es antecedido por las sahumadoras, las mujeres que con vestidos de época llevan el incienso.

Al salir del templo, miro la estampita con la oración que me regaló el párroco: “Queremos ser tus devotos, tus amigos, para gozar del Buen suceso que has prometido a tus queridos hijos”. Amén.

Volvemos a la plaza. Allí percibo un aroma maravi-lloso a pan recién horneado. Un anciano, que camina todos los días alrededor del parque, se da cuenta de mi sensación y me señala un sitio que promete nue-vas sensaciones: ‘El Néctar’, la tradicional pastelería reconocida por sus sabrosas preparaciones. Me cuenta que este lugar, con más de 100 años de historia –desde 1901 como dice el letrero en el interior–, nació cuando el señor Enciso, su dueño, siendo muy joven, y huyendo

de la guerra en Guaduas, se fue a vivir a Bogotá, donde aprendió el arte de la bizcochería con la señora Paulina Gracia. A su regreso fundó esta panadería que se metió en el alma de los pobladores y visitantes. ‘El Néctar’ fun-ciona en una de las casas más antiguas que conserva el techo de teja y amplios recintos. Su oferta de bizcochos y postres es un espectáculo de colores, texturas y olores. Yo escojo el brazo de reina, una exquisitez que se derrite en el paladar. ¡Cómo olvidar esa sensación!

Con la energía que nos da este manjar, nos propone-mos explorar el centro histórico de este mágico pueblo. La primera parada la hacemos en la casa de los Virre-yes, donde nació el coronel Joaquín Acosta, historiador y prócer de la Independencia; actualmente allí funciona la biblioteca municipal.

Cerca de allí, recorremos la Casa Museo del Virrey Ezpeleta, a quien se le ha llamado el virrey guaduero, ya que siempre tuvo un interés particular en torno a los aspectos económicos, sociales y políticos del municipio. Se dice que cuando no despachaba desde Santa Fe, lo hacía desde aquí. Sobre las paredes de esta construc-ción cuelgan valiosos retratos históricos y, por supues-to, imágenes de ‘La Pola’ que ahora sirven de marco a un concurrido restaurante.

La agradable temperatura, la seguridad que se siente y la amabilidad de sus habitantes hacen muy grata la experiencia de recorrer las casas de este “pueblo de los buenos sucesos”. Así llegamos a la Casa Real, una construcción que ha venido siendo restaurada y recupe-rando su esplendor, que fuera lugar de paso de arrieros y comerciantes. Es una de las viviendas que mejor con-

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serva los pisos en baldosa, el patio empedrado, techos en guadua y ventanas grandes.

Mientras disfruto de un delicioso helado de agua-cate (tradición guaduera de exquisito sabor), subo por una pequeña cuesta empinada en busca del convento de la Soledad, antigua recoleta de Nuestra Señora de los Ángeles, ya que me habían dicho en la plaza que allí los hermanos franciscanos, además de sus oficios religiosos, fabrican unas exquisitas galletas, venden escapularios hechos por ellos mismos y practican la reflexología (la terapia para estimular puntos en pies y manos). Allí me recibe uno de los hermanos, quien mientras tanto me va contando que esta es una las cons-trucciones más antiguas y alrededor de la cual se fundó el pueblo y donde fue bautizada Policarpa Salavarrieta.

Luego de esta terapia para el cuerpo y el alma, salgo rumbo al Museo Arqueológico, no sin antes parar frente a la Casa Consistorial, donde se encuentra la escultura en honor a José Antonio Galán, el héroe de la causa comunera, desmembrado y cuya cabeza fue expuesta aquí, “en la noche del 3 al 4 de febrero de 1782 para ser exhibida en una escarpia a la salida de la ciudad sobre el camino real a Santafé”, como dice la placa en su home-naje. El busto, de color dorado, atrae por la recia expre-sión del inmolado héroe y su juramento: “¡En el nombre de Dios, de mis mayores y la libertad, ni un paso atrás, siempre adelante. Y lo que fuere menester… que sea!”.

Unos cuantos pasos adelante continúo atravesan-do la plaza de la Constitución hasta llegar, ahora sí, al Museo Arqueológico, un espacio destinado a exhibir piezas primitivas de uso de nuestros ancestros y otros

tesoros que se han encontrado en inmediaciones del pueblo. En vitrinas se observan fragmentos de hachas, cinceles, raspadores y martillos, elementos de alfarería, herramientas para el desarrollo de la agricultura, pesca y caza, como morteros y metates (piedras talladas en forma rectangular especiales para moler).

Los rayos del sol nos avisan que la tarde va finalizan-do, por lo que María debe ir a ayudar a sus hijos con los deberes escolares. Con nostalgia y gratitud me despido de ella.

Reposo un rato en el hotel para luego culminar la no-che, junto a un grupo de turistas, en un lugar inspirador: el Patio del Moro, una construcción de finales del siglo XVIII, conocida en la época como la casona del pueblo, que conserva y revive los personajes, las escenas, ele-mentos, la historia y el espíritu libertario. Entrar aquí es retroceder en el tiempo, es observar las imágenes religiosas en la capilla (típica de las casas de Guaduas), fotos de mujeres próceres de la Independencia, como María José Esguerra, piezas arqueológicas, billetes y monedas donde ha aparecido la imagen de Policarpa Salavarrieta, baúles, cámaras, radios y maletas.

Bajo la luz de las velas, las notas musicales de ‘La vencedora’ y el olor que expele desde la cocina un exqui-sito fiambre preparado en horno de leña por Marielita, el misterio que encierra cada rincón de la que fuese llamada la casa de las cien puertas, el aullido de los gatos y el sonido de las aguas del río San Francisco, nos sentamos en la habitación destinada al comedor, que funcionara como pesebrera, y ahora nos recibe para una amena tertulia.

Cascada de Chipautá recuperada por las mujeres de Guaduas.

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Carlos, quien recibe en el día a los turistas que visi-tan el lugar, nos cuenta que la casa funcionaba como hospedaje y abarcaba un área amplia desde el marco de la plaza de la Constitución hasta la ribera del río san Francisco y albergaba tanto a viajeros como a sus caballos. Aún conserva los pisos originales, el patio empedrado, la fuente central, los balcones corridos, la escalera de madera, las altas puertas por donde ingresa-ban los huéspedes montados sobre las bestias, tuberías originales de la época colonial, la merced de aguas que se usaba para tomar el baño, las gruesas paredes de bahareque y tapia pisada.

Ante la curiosidad de uno de los comensales sobre el origen del nombre de la casa, nos dicen que existen dos versiones, una que el nombre se le da por el diseño estilo morisco y, la otra, que el dueño de la casa tenía un caballo al que llamaba ‘Moro’, por su color entre gris, blanco y azuloso. (Aún se conserva la argolla que se cree era donde amarraban al equino).

La charla se hace más interesante al enterarnos de que esta casa, hoy Museo de Artes y Tradicio-nes Patio del Moro, se dedica a recuperar las más arraigadas tradiciones desde la gastronomía, como el fiambre, las danzas tradicionales (como la vaca loca, la sambumbia y la pelea entre san Miguel y el Diablo), el coplerío, poesía tradicional y otros oficios de las épocas colonial y republicana, haciendo representa-ciones y siendo sede de las celebraciones del pueblo. Se han dedicado a estudiarlas y a promoverlas entre la comunidad. Esta noche, y este lugar –evocador e inspirador– quedará como recuerdo imborrable.

Sabores y saberesUn nuevo día en la bella Villa de Guaduas me au-

gura gratas experiencias. Esta vez de la mano de Ma-rielita, experta en la historia y en la recuperación de los sabores y saberes tradicionales de los guadueros. Desayunamos tamal, arepa y chocolate. Mientras dis-fruto de estas delicias gastronómicas, recuerdo el fiambre de la noche anterior y le pregunto a la experta sobre su preparación.

Ella, con paciencia, me enseña: hacemos un gui-sado con cebolla, tomate, cilantrón y ajo. Aparte pre-paramos el arroz con mollejas picadas, que le dan un olor especial. Echamos el guisado sobre las presas de gallina, la yuca, la papa y el plátano, previamente preparados. Cuando ya está todo listo, ponemos cada preparación sobre la hoja de bijao rociando con una cucharada de guiso y envolvemos el fiambre. De la misma hoja de plátano sacamos el pequeño cordel

con el que amarramos nuestra delicia culinaria. El olor que expele al destapar la verde hoja y el sabor que da su preparación en el horno de leña ¡no tienen comparación!

Al tiempo que me va contando sobre el fiambre, re-cuerda episodios de la vida guaduera, como que por aquí pasaron Bolívar, el sabio Mutis con su expedición Botánica y Alejandro de Humboldt, entre otros. Disfru-to sus historias sobre personajes pintorescos como ‘el compadre Juan’, la versión masculina de lo que sería la ‘Loca Margarita’ en Bogotá, de quien recuerdan la colorida vestimenta roja, que llevaba con orgullo, como liberal de pura cepa que se consideraba.

Marielita habla orgullosa de otros “buenos sucesos” que se dan en Guaduas liderados por mujeres. Tal es el caso de la recuperación de una de las manifestaciones culturales más representativas, el baile de las cinture-ras, una tradición que vuelve a tomar protagonismo en la vida de los guadueros. Esta ceremonia, en la que un grupo de señoritas trabajan haciendo tabacos, borda-dos, macramé, colaciones y dulces que luego venden en la plaza, les sirve para recoger el dinero para armar la gran fiesta nocturna, en la que abundan la chicha, la comida, la música y el baile. Son mujeres que poseen un talle hermoso –que forman con sus chalinas que amarran a la cintura– que atrae a los hombres.

Actualmente, se celebra en las principales calles y en el ‘Patio del Moro’ como preámbulo a la celebración del 20 de julio, en la que se busca que las personas que tengan características físicas semejantes a las mujeres de antaño, estén vestidas con los trajes tradicionales, e invitados que recrean la vida cotidiana de la población en épocas de la Colonia. Sin teléfonos ni cámaras, a la luz de las velas, una tradicional comida, torbellinos, pa-sillos y bambucos, poemas y coplas. ¡Imaginar tan lindo cuadro me produce una profunda emoción y prometo a Marielita venir a vivir esta fiesta con ella!

También visitamos a doña Julia Elisa Castillo, una dulce artesana, que se ha convertido en el símbolo del trabajo manual de la cerámica y la alfarería. En su taller, localizado a orillas del río San Francisco, se puede ver todo el proceso de elaboración de las artesanías, partici-par en talleres y conocer un amplio portafolio de piezas únicas elaboradas en arcilla. Son famosas sus gallinitas que han llegado a muestras internacionales.

Además de las artesanías de doña Julita, en el pue-blo nombran con insistencia a Polo Hernández, un artesano experto en la manipulación de la madera y en la historia de la Real Expedición Botánica. En el barrio Francisco Javier Matís (quien fuera integrante de la Ex-

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El lienzo original data del siglo XVI. Se encuentra en la Catedral de San Miguel Arcángel de Guaduas.

Virgen del Buen Suceso

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pedición liderada por José Celestino Mutis, y de quien conocería más adelante) se ubica el taller de este gran artista de ojos azul profundo y afable sonrisa.

Desde la entrada a la casa observo el delicado tra-bajo artesanal de piezas rústicas elaboradas con ma-terial reciclado de diferentes tamaños, colores y tex-turas. Pequeños crucifijos elaborados con chamizos, fuertes y resistentes comedores armados con viejos troncos de árboles, delicados avisos en madera, crea-tivos espejos, variedad de butacos que hacen parte del portafolio del taller.

Mientras el artista pule una de las piezas, unos ami-gos suyos relatan sobre las costumbres guadueras que se quieren recuperar, entre ellas la fabricación del sombrero guaduero 1800, que se caracteriza por tener una copa alta, en forma de cono, ala ancha y banda de color en la parte superior. Especialmente utilizado en épocas de antaño por los campesinos para protegerse del sol, ha recobrado su importancia, ahora como pieza artesanal, souvenir y de identidad de los lugareños.

El sombrero guaduero nació en tiempos de la Co-lonia, cuando las artesanas empezaron a fabricar la pieza en ‘iraca’ o ‘palmicha’, copiando algunos mode-los que venían del exterior. ‘De copa inglés’, tuvo gran auge, entre hombres y mujeres, gracias al arribo de viajeros extranjeros que lo portaban. Su tono amarillo-so se deriva del color natural de la palma, y la banda o cinta que circunda la copa, varía su color de acuerdo con la fiesta o el personaje que se vaya a representar.

Los ojos azules de Polo se tornan más brillantes al hablar sobre los caminos reales, la Expedición Botánica y Francisco Javier Matís, hijo de este pueblo, orgulloso de él. Es tal la emoción que decidimos que al otro día saldríamos temprano a recorrer los conservados cami-nos de piedra que hicieron parte de la historia viva de la Nueva Granada y a devolvernos en el tiempo cual expedicionarios a las órdenes del sabio Mutis.

De camino al hotel, vuelvo a recordar a ‘La Pola’ y me antojo de tomar una ‘pola’ helada. ¡Cómo sabe de bien una cerveza fría en el pueblo que vio nacer a la mujer que inspiró a la empresa cervecera a sacar una edición especial con el nombre de nuestra heroína! En la tienda me dicen: “recuerde: no más chicha, tome pola”, hacien-do alusión a la campaña lanzada a inicios del siglo XX para promocionar la cerveza.

La tendera sonríe y me dice que si me he dado cuenta que en el billete de 10.000 pesos, con el que pago la cer-veza, está plasmada la imagen de ‘La Pola’ y al reverso la antigua plaza de Guaduas. Intrigada, miro fijamente

el billete y me conmuevo al ver que todos los días, Poli-carpa Salavarrieta y Guaduas recorren miles de manos. Entre ‘Pola’ y pola, Guaduas seduce.

De caminos reales y expediciones Temprano, antes del canto de los gallos, es el encuen-

tro con Polo, guía que guarda como propia la herencia del sabio José Celestino Mutis, quien empieza contándome que Guaduas es sinónimo de historia patria, más aún cuando se convirtió en el lugar obligado de paso desde el puerto de Honda hacia la capital del Nuevo Reino de Granada. Por aquí pasaron (y reposaron) tanto mercan-cías como viajeros –anónimos y reconocidos–, persona-lidades de la época independentista, del movimiento comunero y de la Real Expedición Botánica, que reco-rrieron los llamados caminos reales, construidos con el propósito de reducir los tiempos de viaje hacia la capital.

Estos caminos, en su mayoría hechos sobre antiguos senderos indígenas, aún conservan vestigios de lo que constituyó el progreso de nuestro país hasta comienzos del siglo XX. Recorrerlos es maravillarse de los empe-drados que han resistido el paso del tiempo, disfrutar de la biodiversidad que allí habita y conocer de cerca su importancia comercial y social.

Llegamos en carro hasta Cenicero y allí emprende-mos nuestra caminata en medio de la neblina que cubre el cielo. Pisamos el trazado, en el que se nota la línea central en roca que sirve como eje central y en ‘la rafa’, una especie de borde hecho también de piedra, que al parecer fue construido para sostener las otras piedras y contener la fuerza del agua.

Luego de unos cuantos pasos, vemos las primeras plantas que, de no ser por el conocimiento de nuestro guía, pasarían desapercibas para nosotros. Nos pide agacharnos y oler algunas: “Este es el cilantrón o ci-lantro cimarrón, que posee propiedades medicinales estimulantes, se usa también para calmar la ansiedad y el insomnio y en ocasiones como diurético, es una de las muchas especies que vamos a encontrar a lo largo del camino”, nos dice Polo. La riqueza vegetal es abrumadora.

Nos cuenta que los constructores del camino re-al fueron Alonso de Olalla y Hernando de Alcocer, a mediados del siglo XVI, quienes firmaron un contrato con la Real Audiencia en el cual se comprometían a construir el sendero a cambio del cobro de un peaje. Al ver la magnitud de este camino nos parece sentir el sufrimiento de los indígenas y esclavos que tardaron 100 años empedrando el lugar y el arduo trabajo de los presos que lo mantenían.

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Nos detenemos un momento y nuestro estudioso guía baja de un árbol la bejuca, una especie de guama que me da a probar. De suave textura y sabor salado, es otra riqueza que brota de la naturaleza. Seguimos caminan-do, y nos topamos con el arra-yán, el árbol insigne de Cundi-namarca, el cual fue mandado a sembrar por Antonio Nariño en todas las plazas de los pueblos cundinamarqueses como sím-bolo de la liberación del yugo español.

Polo –dueño de una prodigio-sa memoria– nos ilustra sobre acontecimientos y personas que rondaron estas vías: por aquí transitaron algunos a pie, otros a caballo, unos más sobre silletas (llevados sobre las espaldas de los cargueros, generalmente in-dios y negros) con cierta dificul-tad, pues el camino es angosto.

Este fue paso de encomende-ros, virreyes, obispos, oidores, artistas, presidentes, los comuneros de José Antonio Galán, de la Expedición del sabio José Celestino Mutis, de Bolívar y Santan-der. De los ejércitos de las guerras civiles, de viajeros, científicos, cargamentos, de la sal que se comercializaba en el país… y de ¡pianos!, “todos los pianos que tuvo Bogotá, pasaron por Guaduas y verlos pasar era un espectáculo para los guadueros.”, dice Polo.

También fue el lugar por donde se comercializaron alimentos, principalmente carne, harina de trigo, azúcar, vino y jamones importados –indispensables para los españoles–, tabaco, ganado, textiles (algunos de fabrica-ción criolla y otros traídos del exterior, el lino y la seda) y hasta jabones. Elementos que eran vendidos a precios altos, por la dificultad del transporte.

Nosotros seguimos nuestra ruta con cuidado, en medio de una espesa neblina que evoca ese pasado. Pruebo la pomarrosa y guardo las semillas del chocho apionía con las cuales se fabrican collares, aretes y otras artesanías; por el camino encontramos también helico-nias, helechos, musgos y a ‘Pedro Hernández’, un árbol de tallo delgado y ramas altas que guarda leyendas que hablan de que si no se le rinde pleitesía y no se le salu-da puede ocasionar brotes en el cuerpo hasta el punto

de requerir medicinas. La leyenda también dice que si ‘Pedro Hernández’, pica a alguien, esa persona debe orinarlo, darle fuete y regañarlo para curarse. Nosotros preferimos saludarlo y alejarnos apresurados.

Luego, nos encontramos con el aristolochia mariqui-tensis o guaco (el árbol que le salvó la vida a Manuelita Sáenz), uno de los descubrimientos más significativos de la Real Expedición Botánica, pues, como supimos, de sus hojas salió el antídoto contra la mordedura de la serpiente. Y quien lo descubrió fue Francisco Javier Matís, guaduero, pintor de la Expedición.

Polo nos contaba que para comprobar su descubri-miento, el joven botánico y pintor se hizo morder de una serpiente venenosa y posteriormente se aplicó el zumo de las hojas de guaco, sin consecuencias que lamentar. Ante la evidencia, el sabio Mutis no pudo más que acep-tar el descubrimiento.

Matís ha sido uno de los máximos orgullos del pue-blo, y las réplicas de sus finos trazos se encuentran en la casa de la cultura, el Museo de Artes y Tradiciones Pa-tio del Moro, la biblioteca, el museo arqueológico y en varios establecimientos comerciales del municipio. Las réplicas de los herbarios (los libros donde se registraron las especies recolectadas por los expedicionarios) se

Alejandro de Humboldt calificó a Francisco Javier

Matís como el `mejor pintor de

flores del mundo´.

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encuentran a disposición de los visitantes, mientras los originales se resguardan en el Real Jardín Botánico de Madrid (España).

Este proyecto científico y artístico que fue la Expedi-ción Botánica –que incluyó a tres municipios del norte del Tolima: Ambalema, Honda y Mariquita– le permitió a Guaduas ubicarse como uno de los centros de experi-mentación más importantes. Fue aquí donde se trabajó con semillas de níspero –traídas de las Antillas– para analizar su adaptabilidad a las condiciones climáticas y topográficas.

Otro de los aportes relevantes de la Expedición Bo-tánica de Mutis fue demostrar que la quina no estaba compuesta de una sola especie, y que, su hábitat, incluía además de Bolivia, Perú y Ecuador, a Colombia. El sabio publicó sus siete especies y los usos farmacológicos y terapéuticos.

El camino de herradura no fue fácil; sin embargo, fue epicentro del paso de la actividad comercial del país. Es alentador ver que aún se conservan algunos de estos caminos, como el que lleva al Mirador de la Piedra Capira, por la vía que conduce a Honda, desde donde se tiene una vista privilegiada del río Magdalena y de los nevados del Ruiz, Santa Isabel y Tolima. Se dice que desde allí, durante la época de la Independencia, era posible ver el movimiento de tropas que iban y venían entre Santa Fe y ‘la ciudad de los puentes’.

Reconforta e ilusiona saber que en el siglo XXI, gra-cias al apoyo, entre otros, del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, otros expedicionarios recorrieron, en el año 2012, a través de la ruta Quetzal (un programa de intercambio cultural, para muchachos entre los 16 y 19 años, de países de habla hispana, aunque también se encuentran Portugal y Brasil) estos caminos para acercarse a la historia, geografía, cultura, valores e idio-sincrasia de pueblos hermanos.

Con la alegría de recorrer estos antiguos senderos y de disfrutar de los regalos de la naturaleza, termino mi estancia en esta encantadora población con un exqui-

sito sancocho de gallina hecho en horno de leña, como almuerzo, para continuar hacia Bogotá, no sin antes prometer que esta historia no terminaría aquí.

En este nostálgico regreso, repaso uno a uno los momentos vividos en Guaduas: la vida y la valiente personalidad de ‘La Pola’, el ejemplo de las mujeres de la reserva natural de Chipautá, la devoción a la Virgen del Buen Suceso, el compromiso de Marielita con su pueblo, la sabiduría de Polo, los helados de aguaca-te, el fiambre, los bizcochos, las hábiles manos de los artesanos, la historia bajo estas paredes y sobre estos empedrados caminos, la herencia de Mutis y el talento de Matís.

Resuenan con fuerza, en mi mente y en mi corazón, el talante de Policarpa Salavarrieta, su espíritu luchador y sus convicciones, la grandeza de una mujer que no se dio por vencida, que revolucionó una época.

Por eso, al otro día de mi arribo a Bogotá, decido se-guir algunos de los pasos de esta mártir de la Indepen-dencia. Voy al centro de la ciudad hasta la Universidad del Rosario, antes Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, la casa donde fue encerrada antes de su fusilamiento.

Camino hasta el monumento erigido en su honor y recuerdo que la historia dice que un consejo de guerra la condenó a muerte y definió el día 14 de noviembre de 1817 (a las 9 de la mañana) como fecha de su fusila-miento. Ese día, acompañada por dos sacerdotes, mal-dijo a los españoles, subió al banquillo, junto con otros compatriotas, y ante la solicitud de ponerse de espaldas (porque así debían morir los supuestos traidores), ella pidió hacerlo de rodillas. Por ser mujer, su cuerpo no fue expuesto en la calle como sí sucedió con los de sus compañeros. Con estos escritos dejamos testimonio de admiración por esta gran mujer.

Guaduas con su historia, personajes, saberes, apren-dizajes y lecciones es un pueblo patrimonio símbolo de la paz en Colombia, al que ya no se viene de paso, sino que invita a quedarse y volver.

Julian Lennon, hijo del músico británico integrante de The Beatles, John Lennon, escribió luego de su estadía en el país: “Gracias Colombia por su hospitalidad. Una experiencia muy especial que cambia la vida”.

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FIESTAS Y OTRAS CELEBRACIONES Enero 26: Fiesta de La Pola Julio 20: Baile de las cinturerasSeptiembre: Ronda del Buen SucesoNoviembre 14: Día de la mujer colombiana

Guaduas

ALTITUD: 992 msnm.EXTENSIÓN TOTAL: 757 kilómetros cuadrados.UBICACIÓN: a 117 kilómetros de Bogotá.TEMPERATURA PROMEDIO: 23°C.MUNICIPIOS CERCANOS: Honda, Puerto Salgar, Caparrapí y Útica.   INDICATIVO TELEFÓNICO: (57- 8)HOTELES: Predominan hostales y hoteles familiares.RESTAURANTES: Se encuentra oferta de establecimientos de cocina criolla, cafés y postres.

Guaduas, Villa Virreinal en el camino de la historia colombiana.

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Guaduas

BogotáIbagué

Casa Museo del Virrey Ezpeleta

Mirador de la Piedra Capira

Plaza de la Constitución

Casa Museo de La Pola

Catedral San Miguel Arcángel

Museo de Artes y Tradiciones Patio del Moro

Casa Consistorial

Convento de la Soledad

Casa de los virreyes

Casa Real

Camino Real

Río San Francisco

Monumento a José Antonio Galán

Reserva de Chipautá