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decir la Biblia sobre quién es el causante, qué podemos hacer para detenerlo y cómo podemos mantener la esperanza durante la crisis y más allá de la misma. Permíteme darte

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  • Luis R. Fajardo en Sin escape: Coronavirus y la Biblia nos explica de manera sencilla y profunda cual es la verdadera conspiración detrás del Coronavirus. A través de sus páginas podemos no solo comprender la crisis actual, sino que nos hace también reflexionar sobre nuestro rol y nos proyecta con esperanza hacia un futuro mejor en Dios. Este libro debería ser de lectura indispensable para todo cristiano en el momento actual.

    Dr. Henry BarriosSDA Florida Conference, EE.UU.

    Luis R. Fajardo ha tenido la valentía de escribir un libro sobre certezas bíblicas en medio de incertidumbres, y la agilidad de escribirlo tan rápido que llega justo a tiempo en medio de la pandemia. En él, realiza una valiosa contribución para enmarcar la crisis actual del Coronavirus a través de la cosmovisión bíblica. Bien escrito, con un estilo claro y directo, su lectura ayudará al lector a encontrar respuestas profundas ante cuestiones relevantes y, lo más importante, a encontrar la esperanza de un mundo nuevo sin “muerte, ni llanto, ni clamor ni dolor” (Apocalipsis 21:4) que ha guiado al cristianismo a través de toda la historia. ¡Muchas gracias!”

    Daniel Bosqued, PhdRECTOR Centro Universitario Adventista de Sagunto, Valencia, España

    En medio de una tragedia, que al momento está afectando a millones y ha causado la muerte de cientos de miles, es importante una voz que investiga, analiza, y presente una perspectiva que trae paz.

    Esta obra, analiza, defiende intelectualmente y al mismo tiempo que descansa sobre la fe, deja en claro el papel, sentir y actuar de Dios en medio de todo esto. Usando la historia de pandemias pasadas, analizando el sentir humano de culpar al más poderoso del universo, de que sea quien la ha creado o no ha hecho nada para prevenirlo, o llegar a la conclusión que Dios, inactivamente sigue “disfrutando” del sufrimiento humano, traza un fin victorioso para Dios y su pueblo de fe y ayuda a tener confianza que esto también pasará.

    La lectura de esta obra nos llevará a la conclusión comprobada de que “todas las promesas del Señor Jesús son apoyo poderoso de mi fe” da paz en medio de la tormenta. Al lector que honestamente indaga, no le puede quedar otra conclusión de que Dios es grande y como lo ha hecho en la historia, nos sacará de esto también.

    Pr. Israel Leito,Líder internacional

  • ¿Tiene la Biblia realmente algo que decir con relación al coronavirus? ¿Qué relación guarda el COVID 19 con Lucifer, el originador del mal? ¿Qué papel juega el Dios de amor que describe la Biblia en todo esto? Este es todavía un tema en desarrollo, Luis R. Fajardo hace un muy buen acercamiento y, de hecho, es pionero en hacerlo. Te invito a considerar sus argumentos con atención.

    Manuel A. Rosario, MDiv, PhDDirector de Ministerios Personales y Escuela Sabática de la

    Asociación del Gran Nueva York

    En medio de la avalancha literaria sobre el COVID-19 que azota al mundo, aparece el libro: Sin Escape: el Coronavirus y la Biblia, escrito por Luis R. Fajardo. Este volumen es documentado, informativo, ameno, palpitante, certero, veraz, bíblico, cristo-céntrico y plenamente adventista. Sus ocho capítulos exponen con sencillez y claridad lo que promete: dar “respuestas bíblicas a las principales preguntas sobre el COVID-19”. Notablemente presenta al causante de todas las pandemias y, sobre todo, al Sanador de todas ellas y, Autor de las reglas que controlan con efectividad todas estas pestilencias. Admirablemente traza la acción asumida por la Iglesia Cristiana en todos los brotes pestilentes mortales durante los siglos. En realidad, este libro es recomendable en todo sentido para la biblioteca de todo aquel que desee impedir la entrada de este mal en su hogar.

    Merling Alomía, PhDPast Rector y Profesor emérito

    de la Universidad Peruana Unión, Lima, Perú

  • Sin escapeCoronavirus y la Biblia

    Luis R. Fajardo

  • Luis R. Fajardo

  • Fajardo, Luis R.

    Sin escape: Coronavirus y la Biblia / Luis R. Fajardo / Valencia: Fortaleza Ediciones, 2020.

    ISBN: 9780463152867

    13.97 x 21.59 cm., 126 páginas

    1. Coronavirus. 2. Pandemia. 3. Biblia. 4. Profecías. 5. Interpretación bíblica. 6. Providencia divina.

    Fortaleza [email protected]

    Copyright © Luis R. Fajardo

    Derechos reservados

    © Luis R. Fajardo

    ISBN: 9780463152867

    Editor: Miguel Ángel NúñezCorrección: Lissie Madrid F.Diseño interior: Servicios Editoriales FE

    Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea, electró-nica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo y por escrito del editor.

  • A todos los que han sido contagiados de coronavirus. In Memoriam de los fallecidos.

    Dedicatoria

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    Agradecimientos ....................................................... 11

    Introducción ............................................................. 13

    1. Un enemigo ha hecho esto .................................. 17

    2. Dios, un guerrero contra las pandemias .............. 35

    3. Emmanuel: Vencedor sobre el mal ...................... 45

    4. El cristianismo frente a las pandemias a través de la historia........................................... 59

    5. La iglesia frente al coronavirus ............................ 75

    6. Los cristianos frente al coronavirus ..................... 85

    7. Jesús la gran diferencia ........................................ 97

    8. ¡El mejor está por venir! .................................... 107

    Conclusión .............................................................. 117

    Referencias bibliográficas ........................................ 121

    Contenido

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    Abreviaturas

    RVA2015 Reina-Valera actualizada 2015

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    RVR1960 Reina-Valera 1960

    DHH Dios Habla Hoy

    NTV Nueva Traducción Viviente

    ESV English Standard Version

    A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional (NVI, 1999, 2015).

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    Quiero agradecer a mi esposa Sjury Fajardo Osepa por su apoyo en el trabajo maratónico de preparar esta obra. A mi hermana Carolina

    Agradecimientos

    Fajardo por sus enriquecedores aportes. Así también a mis padres por su apoyo espiritual y a mi cuñada Sjurdriëlle Osepa por su perspectiva legal con la cual ha enriquecido esta obra.

    Agradezco también a todas aquellas personas que colaboraron de diferentes maneras con este proyecto. A mis compañeros de seminario: Laurentiu Stefan Druga, Kevin Soria, Robert Ramírez, Dante Herrmann y Esteban Santana, Jr. de la Universidad Adventista de las Antillas, Puerto Rico. De manera especial, quiero agradecer al pastor Carlos Domínguez Tovilla por su delicado trabajo de enriquecer el estilo del texto.

    A mis profesores por su fe y sus importantes aportes en este proyecto: Esther Sánchez, PhD; Roberto Ouro, PhD; y, Alejandra Casilla, PhD.

    A mis amigos Luis Ehapo Santander, Psicólogo, y Jorge Luis Jiménez experto en Marketing, y Juan Marcos Fustero Informático y Músico quienes contribuyeron profesionalmente desde sus diferentes áreas de trabajo.

    Finalmente, doy las gracias y el mérito a Dios por ayudarme en este viaje y haberme extendido el llamado noble de atender Su rebaño en la tierra, el mayor privilegio que puedo tener.

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    Introducción

    A mediados de enero de 2020, los ojos de todo el mundo miraban impotentes como los devastadores incendios en Australia reducían a cenizas miles de kilómetros cuadrados de zonas habitables y bosques, causando la muerte de animales y personas.1

    Mientras esto ocurría, algunos contuvieron el aliento, expectantes por conocer cómo acabaría la tensión entre los Estados Unidos e Irán. Todo parecía indicar que aquello sería el inicio de una guerra de consecuencias impredecibles.2

    En este contexto, apareció una noticia que parecía no ser muy relevante. Se trataba del brote de un tipo de “gripe” en Wuhan, una ciudad del centro de China,3 quizás desconocida para la mayoría de nosotros.

    Aquello no parecía nada nuevo y mucho menos algo por lo cual alarmarse. Al fin y al cabo, los brotes de gripe son normales y en general, los hemos podido controlar sin mayor dificultad. Además, pensamos que “China está muy lejos” y por lo tanto no había nada de qué preocuparse.

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    No obstante, para finales de enero de 2020, el fuego de Australia había sido sofocado por las intensas lluvias y tormentas de granizo que le siguieron; y las tensiones en Medio Oriente se calmaron, afortunadamente.

    Sin embargo, no ocurrió lo mismo con la “gripe”, que para entonces ya tenía nombre propio: “coronavirus”. Denominada en términos clínicos COVID-19 (COronaVIrus + Disease ‘enfermedad’ + [20]19)4 por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Para entonces, el coronavirus amenazaba con convertirse en una pandemia, pues se había expandido por gran parte de China y Asia, y comenzó a acercarse a las puertas de Occidente.

    A finales de abril de 2020, España, país donde resido, se acercaba a los dos meses de confinamiento,5 y lo mismo en muchos países tanto de Europa como de América. Somos testigos de un hecho sin precedentes, una pandemia global en nuestra generación. El COVID-19 ha puesto cabeza abajo nuestra “normalidad” personal y social, tanto a nivel nacional como internacional.

    Muchos han intentado dar una explicación a la crisis mundial que ha provocado la pandemia, y es comprensible, pues lo que no se entiende, en general causa preocupación. Esto explica porqué intentamos consultar cuanto antes al médico cuando sentimos algún síntoma extraño. Puede que no sea nada por lo que tengamos que preocuparnos, pero mientras no sepamos qué es, no estaremos tranquilos.

    Otros al no comprender, y pensando que hay información que se nos está ocultando, generan relatos de conspiraciones secretas y noticias falsas, que intentan atar los “cabos sueltos” de la versión que

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    ofrecen los gobiernos. Estas conspiraciones y noticias falsas en general suelen ser negativas y están dirigidas a encontrar el “culpable de la pandemia”.

    Por su parte, los predicadores no se ponen de acuerdo. Unos dicen que es un juicio de Dios “bien merecido”, algunos creen que es una plaga apocalíptica y otros se enfocan en decir “paz, paz” y hablan de cómo tener “tu mejor vida” ahora, cuando en realidad no parece haber paz. Otros se limitan a reconocer su perplejidad e incapacidad para explicar lo que está pasando.

    No obstante, algunos estudiosos en el mundo cristiano lo intentan explicar de otro modo. Para ello, separan el mal en dos grandes categorías: el mal moral y el mal físico o natural. Por el primero se entiende que todo lo malo tiene su origen en el ser humano: las guerras, las injusticias, los abusos de poder, etc. Por otro lado, el mal natural abarca todo aquello que causa sufrimiento y no tiene un origen en el ser humano, como los desastres naturales, muchas enfermedades, etc.

    Siguiendo esta clasificación, se asume que el COVID-19 es un mal natural. Somos conscientes de que es algo aún por demostrar, pero hasta ahora las evidencias señalan un origen natural,6 siendo clasificada como una Zoonosis,7 es decir, una enfermedad transmitida desde los animales a las personas. Sin embargo, la Biblia indica que tanto el mal moral como el natural, tienen un origen común, el pecado, que comenzó en el cielo con Lucifer y luego siguió en la Tierra a través de la caída de Adán y Eva.

    En medio de la perplejidad y las preguntas que podrían generar una crisis como esta, ¿podemos

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    encontrar en la Biblia respuestas válidas? ¿Podría la Biblia ofrecer esperanzas en tiempo de coronavirus? ¿Hay alguna profecía cuyo cumplimento podamos asociar con la presente crisis? En definitiva, ¿ofrece la Biblia pautas precisas sobre cómo hacer frente a la actual pandemia?

    El propósito de esta obra es presentar qué dice la Biblia y entender cómo lo podemos aplicar a la crisis que estamos viviendo estos meses. Explicar dónde se ubica una tragedia como el coronavirus en la cosmovisión bíblica. Además, descubrir qué tiene que decir la Biblia sobre quién es el causante, qué podemos hacer para detenerlo y cómo podemos mantener la esperanza durante la crisis y más allá de la misma.

    Permíteme darte la bienvenida a este maravilloso recorrido de exploración por toda la Biblia, en busca de las pistas del coronavirus. Espero que disfrutes del camino y que a medida que nos acerquemos al final, encuentres las evidencias suficientes para comprender dónde encaja esta pandemia en el marco bíblico. Si esta crisis te ha provocado miedo, espero que tu temor sea transformado en fortaleza y paz. Si, por el contrario, te sientes seguro y confiado en Dios, esta obra te ofrecerá motivación y herramientas para compartir tu esperanza.

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    Un enemigo ha hecho esto

    “Esto es obra de un enemigo” (Mateo 13:28)

    1

    A mediados del mes de marzo del 2020, me disponía a cumplir algunos compromisos de predicación en Suiza. Sjury, mi esposa, estaba como de costumbre pidiéndome que hiciera las maletas a tiempo, actividad que por lo general no me caracteriza. El día antes de la salida, las noticias españolas sobre el coronavirus y las medidas que estudiaba el gobierno para hacerle frente a la pandemia llenaban las portadas de los diarios y los noticieros de televisión.

    Fueron horas de tensión. En cualquier momento podrían cerrar la frontera y yo estaría impedido para regresar a casa. A última hora y siguiendo las recomendaciones recibidas, decidimos que lo más prudente era no viajar, aunque perdiera el billete. Fue muy frustrante, en especial para los anfitriones ya que era necesaria la cancelación del hotel donde se celebraría el evento con tan solo un día de antelación. Tres días después, el gobierno español anunció el cierre de la frontera, lo que, de haber viajado, habría hecho muy difícil mi retorno a casa.

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    Las cosas comenzaron a cambiar deprisa. En un abrir y cerrar de ojos, nuestra vida cotidiana se vio alterada por un sinnúmero de medidas que buscaban frenar la rápida propagación del virus. La lista de prohibiciones en España fue larga: no puedes salir de casa, no puedes subir a las azoteas, se recomienda no tocarse el rostro y limitar el contacto físico con otras personas. Por otro lado, comenzaron las compras de pánico, el caos conmocionó a toda la sociedad. De repente, el coronavirus me pareció una pesadilla de la que aún me cuesta despertar.

    En este contexto, para algunos escépticos vuelve a cobrar sentido la antigua paradoja de Epicuro sobre Dios y la existencia del mal, que afirma que, si Dios es omnipotente, entonces debería poder quitar el mal si quisiera y, si no lo hace es porque es un Dios cruel.1 De esta forma, intentan hallar un “culpable” del origen de la pandemia, si lo hay. Otros defienden que la pregunta no debe ser “quién es el culpable”, sino “por qué” y “para qué existe el coronavirus”.

    En la Palabra de Dios, la Biblia, podemos encontrar respuestas convincentes a las tres preguntas y tener la certeza de saber en qué momento de la historia de la humanidad nos encontramos y hacia dónde vamos.

    Veamos primero el “quién” de la cuestión

    En los últimos días ha surgido una serie de opiniones entre los teólogos y pastores sobre quién es el causante de esta pandemia. En el último mes se han publicado varios libros sobre este tema. Algunos de sus autores se refieren al COVID-19 como parte de la existencia del mal en general. Otros aseguran que es la consecuencia divina por los pecados individuales, por

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    lo tanto, el hecho de que una persona sea contagiada de coronavirus es prueba de algún pecado cometido.

    También están los que afirman de forma categórica que Dios es el causante del mal, y en este caso, de la pandemia. Un ejemplo de esta postura lo encontramos en las palabras de John Piper, quien en su más reciente libro Coronavirus y Cristo, afirma: “El coronavirus fue enviado por Dios”. Más adelante sigue diciendo: “no es momento para ver a Dios de una forma sentimental”.2 En otro lugar asegura:

    El Coronavirus es una de miles de formas en las que Dios nos llama al arrepentimiento. De hecho, todos los desastres naturales —ya sean inundaciones, hambrunas, langostas, tsunamis o enfermedades— son llamados dolorosos y clementes de Dios a que nos arrepintamos.3

    Sin embargo, la Biblia no apoya este punto de vista. Dios es soberano, y tiene control de todo, no obstante, él no es el originador de las calamidades humanas. Si el sufrimiento tiene su origen en Dios, lo que sucedió con Jesús en la Cruz no fue un asesinato, sino un suicidio, pues Jesús era Dios con nosotros. El apóstol Pedro es claro en este sentido: “porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios. Él sufrió la muerte en su cuerpo, pero el Espíritu hizo que volviera a la vida” (1 Pedro 3:18).

    ¡Estamos en guerra!

    La Biblia asegura que el mundo es el escenario de un conflicto entre Dios y sus ángeles versus Satanás y sus demonios. El inicio de esta crisis lo describe el

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    libro de Apocalipsis del siguiente modo: “Se desató entonces una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron al dragón; este y sus ángeles, a su vez, les hicieron frente, pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el cielo. Así fue expulsado el gran dragón, aquella serpiente antigua que se llama diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero. Junto con sus ángeles, fue arrojado a la tierra” (Apocalipsis 12:7-9).

    El texto deja claro que la guerra iniciada en el cielo continúa aún con mayor intensidad aquí en la Tierra, y que el enemigo de Dios intenta engañar a todo el mundo. Satanás es tu enemigo, y también de todo lo bueno y justo, pues su propósito es siempre el mismo: mentir y matar. Así lo aseguró Jesús al decir de él: “Desde el principio este ha sido un asesino, y no se mantiene en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, expresa su propia naturaleza, porque es un mentiroso. ¡Es el padre de la mentira!” (Juan 8:44).

    Esta guerra es el marco en el que se está desarrollando la historia de la humanidad, y si no somos conscientes de esta realidad, no podremos comprender la existencia del mal, y de forma específica, del coronavirus. Si tiramos de la cuerda para intentar llegar al origen de la pandemia que en estos momentos enfrentamos, descubriremos que Satanás es su originador.

    Antes de ir más adelante hablando sobre la guerra en la que la humanidad está envuelta, es esencial explicar en qué consiste el plan de salvación que es parte esencial del gran conflicto.

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    El plan de Salvación

    Dios creó a la humanidad y les concedió posibilidad de libre elección. Haciendo un mal uso de su libertad eligieron creer en la mentira de Satanás, de este modo la humanidad dio la espalda a Dios. El pecado abrió un abismo de separación entre Dios y su creación (Isaías 59:2). En su infinito amor, Dios estableció un plan para volver a unir a la humanidad con él. “Todo esto [la nueva vida] proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo” (2 Corintios 5:18).

    Ahora, ¿fue el propósito del sacrificio de Jesús, salvar a los “predestinados” para salvación, o sea, a los salvos u ofrecer salvación a los perdidos? Jesús mismo respondió esta importante cuestión: “No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos. Y yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Marcos 2:17). El apóstol Pablo más adelante dijo: “Este mensaje es digno de crédito y merece ser aceptado por todos: que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15).

    El plan de salvación trasciende el aspecto físico de la persona. Por supuesto, Dios quiere que tengamos salud física, pero aún más desea que obtengamos la vida eterna. Dios no es conformista, él quiere que seas feliz en el cielo por toda la eternidad. Este doble deseo de Dios, que tengamos salud y que seamos salvos, se puede entender de las palabras del apóstol Juan dirigidas a Gayo: “Querido hermano, oro para que te vaya bien en todos tus asuntos y goces de buena salud, así como prosperas espiritualmente” (3 Juan 1:2).

    No es bíblico decir que las personas que se han contagiado de coronavirus están padeciendo el castigo

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    de Dios por sus pecados. Así queda evidente en la respuesta de Jesús a sus discípulos cuando estos le preguntaron: “Rabí, para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres? [Jesús respondió]: Ni él pecó, ni sus padres, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida” (Juan 9:2-3).

    Aún más, en el caso de aquellos que han muerto a causa de esta pandemia, la Biblia enseña que la muerte en Cristo no es sinónima de fracaso (Filipenses 1:21), es importante que no olvidemos esto en tiempos de coronavirus. Así que cuando los cristianos hablamos de victoria, nos referimos no solo a una victoria temporal, la salud física, sino también a una victoria eterna, la salvación en Jesús.

    ¡Un enemigo ha hecho esto!

    Es necesario resaltar que Jesús, mientras estuvo entre nosotros, nunca se sintió culpable por las tragedias, el dolor o la muerte, que incluso él mismo sufrió. Nunca pidió perdón por el sufrimiento a su alrededor o achacó a su Padre el origen de las calamidades humanas. Eso es así simplemente porque él sabía que Dios no es el causante de las enfermedades y sufrimiento humano.

    En la parábola del trigo y la cizaña encontramos una clara referencia sobre el origen del mal. En un momento la parábola cuenta que los siervos, al ver crecer la cizaña que no sembraron, se dirigieron alarmados al “padre de familia” con la siguiente pregunta: “Señor, ¿no sembró usted semilla buena en su campo?, entonces, ¿de dónde salió la mala hierba? (Mateo 13:27).

    Los siervos confiaban en la experiencia del

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    dueño del campo para hallar una explicación a esta ‘calamidad’, pues nadie conocía mejor aquella tierra que su propio dueño. En la respuesta dada por el “padre de familia”, se explica quién sembró la mala cizaña; él respondió, “esto es obra de un enemigo” (Mateo 13:28). Más adelante Jesús explica la parábola e identifica quién es este adversario: “El enemigo que la sembró es el diablo” (Mateo 13:39).

    De ángel a demonio: la transformación de Lucifer

    Antes de continuar es necesario hacer un paréntesis para explicar cómo es posible que “un enemigo” tenga la posibilidad de plantar cizaña en el campo de Dios. Para esto debemos tener en cuenta algunas verdades que la Biblia revela.

    La primera de ellas es que Satanás es una criatura de Dios en rebelión contra él. El profeta Ezequiel, en la reseña que hace sobre el rey de Tiro, revela cómo era la apariencia de este ángel recién creado por Dios:

    Eras un modelo de perfección, lleno de sabiduría y de hermosura perfecta. Estabas en Edén, en el jardín de Dios, adornado con toda clase de piedras preciosas: rubí, crisólito, jade, topacio, cornalina, jaspe, zafiro, granate y esmeralda. Tus joyas y encajes estaban cubiertos de oro, y especialmente preparados para ti desde el día en que fuiste creado.

    Fuiste elegido querubín protector, porque yo así lo dispuse. Estabas en el santo monte de Dios, y caminabas sobre piedras de fuego. Desde el día en que fuiste creado tu conducta fue irreprochable, hasta que la maldad halló cabida en ti (Ezequiel 28:12-15).

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    En segundo lugar, es necesario comprender que la motivación de Dios para crear a los ángeles y a la humanidad fue el amor. En respuesta, Dios desea ser amado por sus criaturas; pero para que este amor sea genuino, la criatura debe tener libertad para elegir amar o no amar. Esto es lo que conocemos como “libre albedrío” o voluntad.

    Esta libertad no fue concedida solo a los seres humanos, sino a todos los seres inteligentes que Dios creó. Por lo tanto, los ángeles también tienen la capacidad de elegir amar a Dios o no, y al igual que nosotros, pueden ejercer la voluntad para beneficiar o perjudicar a otras criaturas.

    Satanás, la primera y más poderosa de estas criaturas, usó su voluntad y su libertad para revelarse contra Dios. La Biblia confirma este hecho cuando dice:

    Por la abundancia de tu comercio, te llenaste de violencia, y pecaste. Por eso te expulsé del monte de Dios, como a un objeto profano. A ti, querubín protector, te borré de entre las piedras de fuego. A causa de tu hermosura te llenaste de orgullo. A causa de tu esplendor, corrompiste tu sabiduría. Por eso te arrojé por tierra, y delante de los reyes te expuse al ridículo (Ezequiel 28:16-17).

    Aunque no podemos comprender cómo pudo nacer el pecado en el corazón de Lucifer, el profeta Isaías, en una parábola dirigida al rey de Babilonia, revela los pensamientos egoístas de este querubín, lo que nos puede ayudar a comprender sus intenciones:

    ¡Cómo caíste del cielo, oh, Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las

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    naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seól [la tumba], a los lados del abismo (Isaías 14:12-15).

    De este modo, el querubín protector se convirtió en el adversario de Dios y de su creación. Ahora usa la misma libertad que tenemos todas las criaturas, y su poder, para dañar a otros hijos de Dios provocando caos y todo tipo de males.

    Colaborando con el enemigo

    Hemos identificado al originador del coronavirus, Satanás. Sin embargo, es necesario que hagamos un paréntesis para hacernos las siguientes preguntas: ¿Es él el único responsable de que hayamos llegado hasta aquí? ¿Podríamos con nuestras actitudes haber contribuido a agravar la pandemia?

    Al principio había varias actitudes hacia este problema. Estaban los que se lo tomaron en serio, pero también estuvieron aquellos que eran indiferentes e incluso algunos que se burlaban. Sobre la indiferencia, debemos reconocer que una postura neutral en un conflicto es “apoyar” al que oprime. Haciendo un mal uso de nuestra libertad, sin quererlo estamos apoyando al enemigo.

    También es cierto que algunos están mejor equipados y preparados para destruir y no para construir, para matar y no para sanar. ¿Podría ser que la falta de preparación para sanar nos haya traído hasta aquí? Hay gente que mide su poder personal, o el de su país, por su capacidad de destrucción y no por su

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    capacidad de construcción. Debemos ser conscientes que esta es precisamente la unidad de medida del poder de Satanás (Juan 8:44; 1 Pedro 5:8).

    Por otro lado, la unidad de medida del poder de Dios es su capacidad de crear, dar vida y amar. Así queda demostrado en los siguientes textos: “Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa” (Romanos 1:20).

    Sobre su capacidad de dar vida y amar, la Escritura dice: “Reconoced que Jehová es Dios; él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos” (Salmos 100:3, RVR1960). Sobre su capacidad de amar Jesús dijo: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).

    Ahora veamos el “por qué” de la cuestión

    Un enemigo desesperado

    “El mundo entero está bajo el control del maligno”, así lo afirma el apóstol Juan (1 Juan 5:19). Satanás no solo es un enemigo inteligente, sino que además es poderoso, pero esto no debe preocuparnos, “porque el que está en ustedes [el Espíritu de Dios] es más poderoso que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).

    Dios conoce el fin desde el principio y nos dio las profecías bíblicas, entre otras razones, para reforzar nuestra fe. Así lo afirmó Jesús cuando dijo a los discípulos: “les he dicho esto ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean” (Juan 14:29). Todas las profecías bíblicas del tiempo del fin apuntan a

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    que estamos viviendo los últimos períodos de la historia humana, y que la guerra que acabamos de mencionar, con todo su dolor, está cercana a terminar.

    Eso lo sabe bien nuestro adversario. Viendo que su bando ya ha perdido, pues Cristo lo venció en la Cruz, ha intensificado su ataque contra lo más preciado que Dios tiene en la Tierra: los humanos. Tal es su furor, que la Biblia lo expresa con aclamación de dolor: “¡ay de la tierra y del mar! El diablo, lleno de furor, ha descendido a ustedes, porque sabe que le queda poco tiempo” (Apocalipsis 12:12).

    La administración de la Tierra usurpada

    Esta cuestión nos lleva a preguntarnos: ¿cómo es que Cristo venció a Satanás en la Cruz, pero la guerra aún no se ha acabado? La Biblia también lo explica.

    Cuando Dios creó a la humanidad, “les dio su bendición: ‘tengan muchos, muchos hijos; llenen el mundo y gobiérnenlo; dominen a los peces y a las aves, y a todos los animales que se arrastran’” (Génesis 1:28, DHH). Adán y Eva eran los gobernantes del mundo, pero cuando cayeron en el engaño de Satanás, el gobierno de la Tierra pasó a manos de este peligroso enemigo.

    Esto explica lo que pasó en el desierto de la tentación. Allí Satanás ofreció a Jesús todos los reinos de este mundo, si le adoraba. Le dijo: “sobre estos reinos y todo su esplendor […], te daré la autoridad, porque a mí me ha sido entregada, y puedo dársela a quien yo quiera” (Lucas 4:6). Sin embargo, aunque el enemigo hizo esta afirmación, Dios es el dueño del mundo, él lo creó. Jesús se refirió a Satanás como “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31; Juan 14:30), o sea, no es su rey realmente.

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    Por su parte, el apóstol Pablo, afirma que “el dios de este mundo [Satanás, a quien muchos adoran sin saberlo] ha cegado la mente de estos incrédulos, para que no vean la luz del glorioso evangelio de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:4).

    Un enemigo condenado

    Es importante no olvidar que la salvación de la humanidad se hizo a precio de la sangre de Jesús. Esto queda claro a través del Nuevo Testamento, veamos algunos textos. El apóstol Pablo afirma: “[ustedes] fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios” (1 Corintios 6:20). En el capítulo siguiente nos recuerda: “Ustedes fueron comprados por un precio; no se vuelvan esclavos de nadie” (1 Corintios 7:23).

    En el libro de Apocalipsis el Cordero (Jesucristo) es aclamado con un cántico que en su primera parte dice: “digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación” (Apocalipsis 5:9).

    En la cruz, el dominio del maligno sobre esta tierra fue condenado a su fin. La resurrección, inauguró un período de transición del reinado de este mundo, que finalmente pasará de manos de Satanás, quien lo consiguió por engaño, a manos de Cristo, quien lo redimió a precio de su propia sangre. Este cambio de gobierno se realizará en la segunda venida de Cristo. Así lo afirma el libro de Apocalipsis: “los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15).

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    Ahora veamos el “para qué” de la cuestión

    El agente detrás de las calamidades

    La realidad del inevitable traspaso de gobierno del mundo al final de la historia tiene mucho que ver con el coronavirus. La Biblia dice que, a medida que se acercara el día del final del dominio de Satanás sobre la tierra, y su traspaso de mando a su legítimo gobernante, Jesús, el enemigo provocaría más destrucción para causar mayor dolor a Dios y a la humanidad. Ya lo dijo Jesús: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

    Cuando una persona muere, Dios lo siente. Este es el propósito de Satanás, usar su libertad para causar sufrimiento a Dios y a las personas. Es importante que esto quede claro: “Yo no quiero la muerte de nadie. ‘¡Conviértanse, y vivirán!’ Lo afirma el Señor omnipotente” (Ezequiel 18:32). También Jesús dijo: “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él” (Juan 3:17).

    Jesús describió muchas de las maneras que Satanás usaría para matar en medio de su desesperación en los días finales de la guerra con Dios (Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21). Usaría calamidades dirigidas a sus criaturas: guerras, plagas (aquí entra el coronavirus) y hambrunas (Mateo 24:7; Lucas 21:10-11; Marcos 13:8). No obstante, todo esto sería tan solo la primera parte de la estrategia de Satanás para causar dolor y sufrimiento. Así lo afirmó Jesús: “todo esto será apenas el comienzo de los dolores” (Mateo 24:8).

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    Esto lo podemos ilustrar con los dolores de una mujer en parto. Sus contracciones comienzan y poco a poco aumentan y son de mayor intensidad, pero aún no es el alumbramiento. Lo que vemos con el coronavirus es una contracción, un dolor de parto, pero no estamos dando a luz todavía, ya casi. Hay partos que se demoran más que otros, pero podemos estar seguros de que nacerá un bebé. De igual manera, la venida de Jesús pondrá fin a la guerra al final.

    Queda claro que Dios no necesita el coronavirus para que la gente se arrepienta. Ni se vale del mal para demostrar que él es bueno. El apóstol Juan afirma: “Que nadie los engañe. El que practica la justicia es justo, así como él es justo. El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha estado pecando desde el principio. El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo” (1 Juan 3:7-8). Las enfermedades se cuentan entre las obras del diablo (Lucas 13:16; 4:18), y entre ellas están las pandemias.

    Un enemigo que persigue

    Más adelante, los ataques irán dirigidos de forma específica contra aquellos que intenten permanecer fieles a Dios. Mediante persecuciones y muchas limitaciones e injusticias, matará a cuantos pudiera. Jesús lo dice con las siguientes palabras: “Entonces los entregarán a ustedes para que los persigan y los maten, y los odiarán todas las naciones por causa de mi nombre” (Mateo 24:9).4

    Si entendemos estas calamidades en el contexto del discurso de Jesús sobre el tiempo del fin, queda claro que la persecución de los cristianos, las guerras, las pestes y el hambre, tienen un origen común. De

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    modo que, si conseguimos identificar al responsable de la persecución del pueblo de Dios, estaríamos identificando también al causante de los demás males.

    Podemos encontrar un ejemplo clarificador en la historia de la aparición de Jesús a Saulo, quien se dirigía a Damasco con intención de apresar a los cristianos. En respuesta a la pregunta del perseguidor: “¿Quién eres Señor?”, la respuesta de Jesús denota un profundo amor por su pueblo: “Yo soy Jesús, ¡a quien tú persigues!” (Hechos 9:5). No dijo simplemente: “estás persiguiendo a mi pueblo”, sino que identifica a su pueblo consigo mismo. De este modo, queda claro que quien persigue al pueblo de Dios, está persiguiendo directamente a Jesús. Por lo tanto, no puede ser el mismo Jesús quien se “auto persiga”, esto sería absurdo.

    De hecho, así lo aseguró el mismo Jesús en su respuesta a los fariseos cuando lo acusaron diciendo: “¡Está poseído por Beelzebú! Expulsa a los demonios por medio del príncipe de los demonios” (Marcos 3:22). Jesús les dijo: “¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede mantenerse en pie. Y, si una familia está dividida contra sí misma, esa familia no puede mantenerse en pie” (Marcos 3:23-24).

    Queda claro que quién persigue a los cristianos es el enemigo de Dios, Satanás, y es quien también causará las calamidades que servirán de señales para anunciar el fin del mundo, entre las cuales estarán: hambres, guerras y las pestes, como el coronavirus.

    Después de estas calamidades, sacará su mejor arma, la que le ha dado mayor resultado: el engaño. Jesús avisó de que entonces “surgirá un gran número de falsos profetas que engañarán a muchos” (Mateo

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    24:11). Pero no hemos de temer, porque tal como dice la Escritura, el Espíritu Santo nos dará la fuerza necesaria, para mantenernos firmes en la verdad. De manera que su poder cambiará nuestra debilidad por fortaleza.

    Jesús fue claro al decir: “es necesario que eso suceda, pero no será todavía el fin” (Mateo 24:6). No obstante, nos da la certeza de que como él venció, nosotros también venceremos. Así lo aseguró cuando dijo: “Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

    Cristianos como el sándalo

    Jesús aseguró que, aun en medio de la terrible persecución, el mensaje del evangelio sería predicado al mundo, e incluso en los palacios de gobierno (Lucas 21:13). Esto indica que Dios y su iglesia seguirán brindando amor y ofreciendo esperanza en tiempos muy difíciles, y muchas personas se convencerán del valor del evangelio al ver el testimonio de los cristianos, quienes actuarán como el árbol del sándalo que perfuma el hacha que lo corta.

    Esto se ha repetido a través de toda la historia del cristianismo, pues en medio de las más duras crisis y persecuciones, Dios ha fortalecido a los cristianos para llevar el mensaje de paz y esperanza al mundo, tal como lo hizo Jesús. Más adelante conoceremos varios ejemplos que muestran este compromiso cristiano.

    El mensaje de Jesús no siempre ha sido comprendido. No debemos olvidar que Jesús también sufrió persecución, él mismo dijo: “Recuerden lo que les dije: ‘Ningún siervo es más que su amo’. Si a mí

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    me han perseguido, también a ustedes los perseguirán” (Juan 15:20). No solo debemos ser cristianos por la bendición, somos llamados a ser “luz y sal del mundo” (Mateo 5:13-15) tanto en tiempos “buenos” como en tiempos difíciles.

    Se ejecutará sentencia

    La Biblia indica de forma clara que Dios está haciendo un esfuerzo “sobrehumano”, nunca mejor dicho, para que todos acepten la salvación dispuesta en Jesús, pues no se alegra por la muerte de nadie, ni siquiera por aquellas personas que consideramos “malas”. ¿Sabes por qué? Porque Dios no tiene sobrinos, ni nietos, ni ahijados, él solo tiene hijos e hijas hechos a su imagen y semejanza, y los ama; aunque no aprueba su decisión de usar la libertad para seguir el camino del enemigo.

    No obstante, pronto Jesús vendrá y la guerra acabará. También llegará el fin de Satanás y todas sus injusticias. El rebelde engañador tendrá que levantar sus manos llenas de la sangre de sus víctimas, y asumir su responsabilidad por todo el daño que ha causado a través de los siglos. Esto lo veremos más en detalle en los siguientes capítulos.

    Jesús dijo: “¿Acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará mucho en responderles?” (Lucas 18:7); y él mismo responde a continuación: “Les digo que sí les hará justicia, y sin demora” (Lucas 18:8). Al final, Dios “enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir” (Apocalipsis 21:4).

    Hemos visto que Dios no es responsable por el

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    coronavirus y no quiere que suframos. Sin embargo, podrían surgir otras preguntas, ¿qué está haciendo Dios en medio de esta pandemia para ayudarnos? La respuesta a esta pregunta la podemos encontrar estudiando cuál fue su actitud frente a las pandemias que ocurrieron en la antigüedad. A esto dedicaremos la segunda parada de nuestro viaje.

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    Dios, un guerrero contra las pandemias

    “Yo soy el Señor, tu sanador” (Éxodo 15:26, RVA2015)

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    El propósito de este capítulo es conocer más en detalle el carácter de Dios. También rastrearemos algunos pasajes del Antiguo Testamento en busca de evidencias que nos puedan indicar cuál es la actitud de Dios frente a las pandemias. Además, intentaremos descubrir qué hace Dios en medio de las calamidades humanas, en especial, el coronavirus.

    El atributo olvidado de Dios

    Dios es amor. Esta es una verdad que se encuentra en toda la Biblia, y se extiende a toda la creación y a cada criatura. Mucho se ha hablado de los atributos de Dios: Eterno (Isaías 40:28; Deuteronomio 32:40; Job 36:26; Salmos 102:12), omnipotente (Salmos 91:1; Jeremías 32:47; Lucas 1:37; Apocalipsis 1:8), omnisapiente (Romanos 11:34; Isaías 46:10; Salmos 33:11; Isaías 48:3), omnipresente (Salmos 139:7-12; Jeremías 23:23-24; Hechos 17:27; Mateo 18:20).

    Pero poco se habla del “atributo olvidado”: Dios es “omnibenévolo”. Omni (del latín “Omnis” que

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    significa todo) y benévolo (del latín “benevolus” que significa buena voluntad o simpatía hacia las personas o sus obras). Este término ayuda a ponerle nombre propio al carácter de Dios, pues Dios es amor (1 Juan 4:7,8,16; Salmos 136). Es importante que tengamos esto claro cuando nos acercamos a la Biblia en busca de respuestas al sufrimiento humano.

    La Biblia quiere dejar dos cosas claras: primero, Dios solo puede generar cosas buenas (Santiago 1:17; Salmos 85:12; Mateo 7:11; 1 Juan 2:21). Segundo, Satanás solo puede producir cosas malas (Génesis 3:4; Juan 8:44; 1 Juan 3:8). En referencia a Dios la Biblia declara: “él es la Roca, sus obras son perfectas, y todo lo que hace es justo. Dios es fiel, verdadero, digno de confianza, y no actúa con maldad” (Deuteronomio 32:4, PDT). Siglos más tarde el salmista aseguró: “El Señor es justo; él es mi Roca, y en él no hay injusticia” (Salmos 92:15).

    Por lo tanto, es necesario destacar que, tal y como muestra la Biblia, Dios no es responsable material ni intelectual del coronavirus.

    El maligno y el mal moral

    Ya hemos visto que el mal tiene su origen en el pecado, y que las calamidades naturales con frecuencia tienen su origen en Satanás. Decimos ‘con frecuencia’ porque, como vimos en la introducción, existe el egoísmo, la ambición y el odio, y otros males morales, que provocan incendios forestales, y destrucción mediante las guerras. En estos casos el mismo ser humano sería el responsable, debido al mal que mora en él, el pecado (Romanos 1:29-31).

    Este ha sido uno de los grandes cambios en los

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    últimos dos siglos. Hasta no hace muchos años, la preocupación de la humanidad como especie, era su miedo al poder destructor de la naturaleza. Pero, a partir de la Segunda Guerra Mundial, la principal preocupación de nuestra especie es nuestra capacidad de auto aniquilarnos. Por lo tanto, el mal moral se va haciendo cada vez más letal, y Satanás estimula sentimientos negativos en las personas para provocar aún mayor destrucción.

    Dios también ha sufrido

    Hace apenas algunos días, después de ver un documental sobre las revoluciones en América Latina en los años 70, me pregunté: “¿Por qué Dios permite todo esto?” Con ese pensamiento, decidí orar y preguntarle la razón. Mientras oraba, parecía que yo entraba en un hermoso “salón celestial” donde Jesús despachaba, y que me recibía sonriente. Me dio la bienvenida y me invitó a tomar asiento.

    Mientras me sentaba vi las heridas en sus manos, y me acordé del Calvario, de la corona de espinas, de los latigazos, de los clavos en sus manos y pies, y de la lanza en su costado. Ya tenía la respuesta que buscaba. ¿Cómo le pregunto a quien ha sufrido más que todos, si es responsable del sufrimiento? Con amabilidad me preguntó: “Luis, ¿qué te trae por aquí?”, y solo se me ocurrió decirle: “nada Señor, solo pasaba a saludar”.

    El principal objetivo de Satanás es combatir a los hijos de Dios, quienes padecen bajo su poder en medio de esta maligna rebelión. También ataca a Dios mismo, quien ha sufrido en carne propia las consecuencias de la guerra. Por lo tanto, podemos decir que Dios conoce de primera mano nuestro sufrimiento.

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    Dios sufrió la dolorosa traición de un tercio de sus ángeles. La duda acerca de su amor y final traición de la humanidad. La acusación de la humanidad por no hacer lo que a nosotros nos parece “mejor”. Pero no solo eso, sino también la rebelión de su pueblo elegido. El dolor de ver tanto derramamiento de sangre como resultado de la maldad, cosa que no hace más que aumentar.

    A esto podemos sumar el asesinato de los antiguos profetas, sus mensajeros de verdad. El constante clamor de la naturaleza que, a causa de la destrucción que los humanos han provocado, “gime a una, como si tuviera dolores de parto” (Romanos 8:22). Y como si eso fuera poco, la crucifixión cruel de su Hijo amado, el Autor de la vida (Hechos 3:15).

    La actitud de Dios frente a las pandemias

    A raíz de la actual crisis sanitaria, muchos gobiernos han dispuesto varias medidas para la contención de la pandemia. Sin embargo, pocos saben que las más eficaces de estas medidas fueron dadas por Dios a Israel hace más de 3000 años para frenar la propagación de la lepra.

    La lepra es una enfermedad infecciosa que a lo largo de los siglos ha causado dolor a millones. Aunque hoy en día es menos común y existen tratamientos que la pueden curar, en la antigüedad era altamente contagiosa y un solo infectado podía derivar en contagios masivos, presentando un alto riesgo para poblaciones enteras.

    El pueblo de Israel, en su camino por el desierto, no estuvo exento de esta enfermedad y tenemos evidencia de que hubo afectados entre el pueblo. Para evitar la propagación a todo el pueblo, Dios mismo instruyó

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    a Moisés sobre las medidas sanitarias que debían tomarse para asegurar el bienestar de los israelitas. Estas medidas están recogidas en los capítulos 13 y 14 del libro de Levítico.

    A continuación, te presento una equivalencia que relaciona las medidas que los gobiernos han tomado hoy en día para frenar el contagio del coronavirus, y su correspondencia directa con las disposiciones dadas por Dios a Israel registradas en la Biblia.

    1. Indicación precisa de los síntomas de la enfermedad: “Cuando a una persona le salga en la piel alguna inflamación, erupción o mancha blancuzca que pueda convertirse en infección, se la llevará al sacerdote Aarón, o a alguno de sus descendientes los sacerdotes” (Levítico 13:2).

    2. Identificación de los posibles afectados: “El sacerdote examinará la llaga. Si el vello en la parte afectada se ha puesto blanco y la llaga se ve más hundida que la piel, entonces se trata de una enfermedad infecciosa. Después de examinar a la persona, el sacerdote la declarará impura” (Levítico 13:3).

    Antes de pasar al siguiente paso, es necesario aclarar que en esa época los sacerdotes hacían la labor de diagnóstico de las enfermedades, una especie de ‘médicos’. Hoy en día, la facultad para diagnosticar, pronosticar y prescribir es responsabilidad de un profesional de la salud. Por lo tanto, se recomienda evitar el auto diagnóstico y la auto prescripción.

    3. Aislamiento de los casos probables: “Si la mancha blancuzca no se ve más hundida que la piel, ni el vello se le ha puesto blanco, el sacerdote aislará a la

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    persona enferma durante siete días” (Levítico 13:4).

    4. Seguimiento de casos probables para conocer su evolución y confirmar el diagnóstico: “Al séptimo día la examinará de nuevo. Si juzga que la infección no ha seguido extendiéndose sobre la piel, aislará a esa persona otros siete días. Cumplidos los siete días, el sacerdote la examinará otra vez y, si el mal no se ha extendido sobre la piel, sino que ha disminuido, la declarará pura. No era más que una erupción, así que la persona enferma se lavará la ropa y quedará pura” (Levítico 13:5-6).

    5. Confinamiento y tratamiento de los casos confirmados: “Y será impuro todo el tiempo que le dure la enfermedad. Es impuro, así que deberá vivir aislado y fuera del campamento” (Levítico 13:46).

    6. Limpieza de todo aquello que ha entrado en contacto con el infectado: “El que se purifica deberá lavarse la ropa, afeitarse todo el pelo y bañarse. Así quedará puro. Después de esto podrá entrar en el campamento, pero se quedará fuera de su carpa durante siete días” (Levítico 14:8).

    Hay varios elementos que encontramos en las medidas tomadas en cuanto a la lepra y que es necesario que destaquemos:

    En primer lugar, queda evidente que mucho de lo que los gobiernos están haciendo en la actualidad ya estaba en la Biblia. Sin embargo, alguien podría pensar, “bueno esto no es más que sentido común”, y tiene razón, es sentido común. Esto nos indica que la Biblia no es el libro oscuro que muchos piensan, sino que está muy cerca de nuestra realidad, trata temas reales y propone soluciones prácticas a los problemas

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    actuales y más frecuentes del ser humano.

    Segundo, las leyes sanitarias de higiene y aislamiento para el tratamiento de la lepra que acabamos de ver, nos indican de manera clara cuál es la actitud de Dios ante las pandemias: enfrentarlas con medidas eficaces para proteger su mayor tesoro en la tierra: sus hijos e hijas. Podemos decir que Dios es un guerrero contra las pandemias.

    Tercero, las pandemias pueden alcanzar al pueblo de Dios. Sí, apreciado lector, mientras estemos en este mundo de pecado nos podrán alcanzar algunas calamidades. Pero esto no nos debe llevar a perder la esperanza, pues Jesús nos da la certeza de que al final saldremos victoriosos. Así lo aseguró Jesús cuando dijo: “Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

    Es incorrecto pensar que los cristianos somos inmunes a las pandemias como el coronavirus. Este es un pensamiento peligroso que debemos evitar. Es cierto que Dios protegerá, pero no debemos aventurarnos al peligro de manera innecesaria para que él nos proteja, pues entonces estaríamos de cierto modo tentando a Dios, y “está escrito: ‘No tentarás al Señor tu Dios’” (Mateo 4:7, RVR1960).

    Finalmente, queda claro que en Dios no está el origen de las pandemias, como el coronavirus, pues estaría luchando contra sí mismo y, como ha quedado evidente en el capítulo anterior, esto es absurdo (Marcos 3:24-26; Lucas 11:17-23). Los israelitas eran tan conscientes de esto que uno de los nombres de Dios en el Antiguo Testamento es precisamente “YHWH-RAFAH”, el Señor Sanador (Salmos 103:3). De hecho, este es el origen del nombre Rafael (Dios sana).

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    ¿Dónde está Dios en tiempos de Coronavirus?

    Ya vimos que, de Dios, por su propia naturaleza, solo proceden cosas buenas. Él, especialmente en esta pandemia, ha estado obrando en favor de la humanidad de múltiples formas. Dios está más interesado que los gobernantes en que se tomen las medidas para frenar el coronavirus. También ofrece ayuda a los científicos en la búsqueda de una cura a la enfermedad.

    Él también aplaude con los vecinos que reconocen la labor de los profesionales de la salud, a quienes quiere fortalecer para soportar las interminables jornadas de trabajo en su afán de salvar vidas. De hecho, podríamos decir que aquellos que prestan servicio en los centros de salud están luchando, consciente o inconscientemente, en el bando de Dios en la guerra contra el coronavirus.

    A través de su muerte, Jesús sufrió con aquellos que han sido afectados por este virus, y su muerte y resurrección hizo posible que, todo aquel que lo acepte como Salvador, aunque pase al descanso a causa del coronavirus, no muera eternamente. (Isaías 53; Juan 11:25-26). Este es el propósito último del plan de salvación.

    Quizás alguien podría pensar: “la inacción de Dios lo convierte en cómplice”, pero como vimos, Dios no está inactivo, sino que “está trabajando” (Juan 5:17) para defender su creación de esta enfermedad causada por el adversario de Dios y la humanidad.

    “Dios escribe derecho en renglones torcidos”

    Como vimos en el capítulo anterior, aunque Satanás ha intentado destruir al pueblo de Dios a través de las

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    persecuciones, Dios ha sostenido a su pueblo, quienes en momentos muy difíciles han mantenido encendida la luz del evangelio. Asimismo, “los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos” (2 Corintios 4:17), Dios los puede convertir en una bendición por la cual le alabaremos.

    La Biblia afirma: “Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que lo aman; esto es, a los que son llamados conforme a su propósito” (Romanos 8:28). “Dios no conduce nunca a sus hijos de otra manera que la que ellos elegirían si pudiesen ver el fin desde el principio, y discernir la gloria del propósito que están cumpliendo como colaboradores suyos”.1 Maravilloso pensamiento.

    Como hemos visto, en el Antiguo Testamento encontramos evidencias que nos indican que Dios es un guerrero en contra de las pandemias y que muestra su gran amor a través de muchas cosas buenas que ocurren en estos tiempos de tristeza y perplejidad.

    En el siguiente capítulo, haremos un recorrido por el Nuevo Testamento en busca de nuevas evidencias sobre el Dios que sana. Dedicaremos especial atención al ministerio de Jesús, Dios con nosotros, donde estoy seguro de que encontraremos preciosas perlas de verdad.

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    Emmanuel:Vencedor sobre el mal

    “En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo” (Juan16:33)

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    Jesús fue un maestro de lecciones prácticas, que nos pueden servir para tener vidas plenas en esta tierra mientras esperamos la tierra nueva. El sermón de la montaña (Mateo capítulos 5 al

    7) es un ejemplo de estas enseñanzas. Al conocerlas nos damos cuenta de que son válidas para nosotros hoy y que haríamos bien en prestarles atención. De hecho, muchos practican las enseñanzas de Jesús sin saberlo. Una de esas enseñanzas es la famosa regla de oro: “Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes” (Mateo 7:12).

    Al terminar el sermón de la montaña, Jesús usó una comparación para enseñar la importancia de llevar a la práctica sus enseñanzas, y qué útiles son en la vida diaria. Esto lo hizo mediante la parábola que conocemos como la de los “dos cimientos”.

    La importancia de los “cimientos”

    Jesús dijo: “Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre

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    prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca. Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, soplaron los vientos y azotaron aquella casa. Esta se derrumbó, y grande fue su ruina” (Mateo 7:24-28).

    Te invito a que nos detengamos un momento para analizar algunos aspectos que sobresalen en esta comparación que hace Jesús, y ver qué lecciones prácticas podemos aprender de esta parábola.

    Me llama la atención que a ambas clases de personas les sobrevienen exactamente los mismos problemas, e incluso en el mismo orden: “cayó la lluvia, vinieron torrentes, soplaron vientos”, pero el resultado es muy distinto. Los primeros se mantienen, mientras los segundos se arruinan.

    Esto nos lleva a entender que el sufrimiento no hace distinción de personas, unos y otros sufren, pero que el dolor no tiene porqué arruinarnos. Jesús no dijo que sus seguidores entrarían en una burbuja protegidos de todo; al contrario, avisó de que en este mundo encontraríamos aflicciones, pero que debíamos estar animados porque él venció al mundo (Juan 16:33). Además, prometió que, mientras permanezcamos fieles a su palabra, convertiría en bendición todo aquello que Satanás nos causara (Romanos 8:28).

    Las enseñanzas de Jesús

    Entre sus muchas lecciones, Jesús no pasó por alto temas con los que la mayoría de la gente se puede

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    identificar: la actitud en el trabajo, la importancia de la planificación familiar, cómo debemos tratar a los demás, el divorcio, la importancia de la lectura y, por supuesto, la necesidad de salvación de cada ser humano.

    Podría ser interesante señalar una de las enseñanzas principales de Jesús, aquella en la que se refirió a las prioridades y que explicó con las riquezas. “Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24). Más adelante dijo: “¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas!” (Marcos 10:24, RVR1960).

    Jesús no está promoviendo la escasez y la pobreza, no está diciendo que las riquezas son malas, sino que el peligro está en que lleguemos a confiar en ellas y vivir solo para acumularlas (servir a las riquezas). Estas palabras cobran mucho sentido estos días, pues la mayoría vemos cómo de repente nuestros ingresos económicos han disminuido de manera drástica.

    Es necesario destacar que Jesús usa las ‘riquezas’ para referirse a todo aquello a lo que podemos dedicar nuestros mejores esfuerzos y energías, pero que no tiene un valor eterno. Todos en algún momento, sin importar nuestra posición económica, podríamos sentirnos tentados a dedicar nuestro tiempo de calidad a cosas que no pueden dar la felicidad.

    En la sociedad del consumismo, algunos viven para trabajar y gastar, mientras que otros nos pasamos la vida acumulando como osos que se preparan para un invierno que nunca llega. De repente viene el coronavirus, y ahora ya no hay vacaciones, los niños

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    no pueden ir a la escuela. Las probabilidades de perder el empleo aumentan, las deudas crecen, los conflictos en la familia nos sobrepasan.

    Lo más importante eres tú y tu salvación

    En estos momentos volvemos a pisar la tierra, a pellizcarnos y a saber que somos humanos, que todos estamos en el mismo barco, que todos somos iguales. Que somos más vulnerables de lo que pensábamos, y que es vano vivir solo para asegurar el bienestar en esta vida pasajera. Las cosas materiales son necesarias, pero no son lo esencial. Jesús dice que lo más importante eres tú, no lo que tienes. Sí, tú. Tu salud, tu vida, tu salvación.

    En una ocasión Jesús preguntó a sus oyentes: “¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida?” (Mateo 16:26). Jesús se interesa por lo más importante que tienes: tu vida, que es la que él vino a salvar. Pero no solo tu vida actual, que se acaba después de 80 o, cuanto más, 90 años, sino que dijo: “Trabajen, pero no por la comida que es perecedera, sino por la que permanece para vida eterna, la cual les dará el Hijo del hombre. Sobre este ha puesto Dios el Padre su sello de aprobación” (Juan 6:27).

    El presidente Donald Trump llegó a declarar: “Habrá más suicidios por depresión que muertes por coronavirus a menos que EE.UU. vuelva a abrir sus negocios pronto”.1 Esto podría demostrar la preocupación de algunos gobiernos por los daños colaterales que puede causar la pandemia.

    Llegado este punto, es necesario recordar que, más allá de la actual crisis, vale la pena vivir. En algún

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    momento volveremos a la “normalidad”, bueno, a una nueva normalidad, pues muchas cosas que hasta ahora eran parte de la “normalidad” podrían cambiar. No obstante, no debes olvidar lo más importante, lo auténtico: tu vida, tu familia, tu salud, tu salvación.

    La actitud de Jesús hacia las enfermedades

    Como vimos en el capítulo anterior, Dios es un enemigo declarado de las pandemias. Cuando Jesús, Dios encarnado, vino a la tierra, mostró su carácter al dedicar mucho de su ministerio a sanar a la gente. En la declaración de intenciones de su misión, Jesús dejó claro su propósito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18).

    El Nuevo Testamento dice que “Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia” (Mateo 9:35). Esto ha quedado registrado en todos los libros que cuentan su vida y obra.

    El evangelio promueve el bienestar en todos los ámbitos de la vida, así lo establece la Biblia: “Querido hermano, oro para que te vaya bien en todos tus asuntos y goces de buena salud, así como prosperas espiritualmente” (3 Juan 2).

    Jesús fue claro en identificar quién es el originador de muchas enfermedades. En respuesta a la acusación de los fariseos de desobedecer el sábado por haber sanado a una mujer encorvada, respondió: “Sin embargo, a

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    esta mujer, que es hija de Abraham, y a quien Satanás tenía atada durante dieciocho largos años, ¿no se le debía quitar esta cadena en sábado?” (Lucas 13:16).

    Muchas enfermedades tienen su origen en Satanás, así lo confirma el apóstol Pedro: “Me refiero a Jesús de Nazaret: cómo lo ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder, y cómo anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38).

    Jesús te ofrece esperanza y paz en medio de la tormenta

    Como hemos visto, Jesús no ha prometido librarnos de los problemas de este mundo, incluso él mismo no se libró, sino que aseguró que, si practicamos sus enseñanzas, podremos permanecer de pie en medio de las tormentas de la vida. Me gustaría compartir contigo cinco razones que encontramos en Jesús que nos ayudan a no perder la esperanza en medio de la crisis del coronavirus, ni en las que vengan en adelante.

    1. Jesús te comprende

    Jesús vino como el hijo de una familia pobre, esto lo llevó a identificarse con los más vulnerables de la sociedad. El lugar de su nacimiento fue un humilde establo destinado para el ganado. Siendo aún un niño, su familia tuvo que huir como refugiados a Egipto, pues lo buscaban para matarlo, por el simple “delito” de haber nacido.

    Ya adulto, las cosas empeoraron: Durante su trayectoria tuvo que soportar la crítica y los constantes ataques de sus enemigos. Además, sufrió la incredulidad y las sospechas de aquellos a quienes vino a salvar, incluso de su propia familia.

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    Hacia el final de sus días sufrió la traición de Judas Iscariote, la negación de Pedro y el abandono del resto de sus discípulos. Padeció bofetadas, golpes, insultos, un juicio injusto; y al final, murió crucificado con una muerte extremadamente dolorosa.

    Sí, Jesús puede mirar a la cara al ser humano que más ha sufrido, pues él también ha sufrido. Isaías capítulo 53 describe de manera cruda el sufrimiento que Jesús padeció. Pablo asegura: “Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades [y sufrimientos], sino uno que ha sido tentado [sufrido] en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado [pero ha vencido]” (Hebreos 4:15). Además, Jesús dijo: “Si el mundo los aborrece, tengan presente que antes que, a ustedes, me aborreció a mí” (Juan 15:18).

    En momentos de grande dificultad como estos, Jesús se identifica con nosotros, nos compadece, y puede decir “lo siento”, no como una mera frase de cumplimiento, sino porque en realidad lo ha sufrido igual, y lo siente. Jesús prometió estar siempre con nosotros y es fiel a su palabra, ahora más que nunca está cerca de la humanidad (Mateo 28:20).

    2. Jesús venció y tú también puedes vencer

    Jesús animó a sus discípulos, y nosotros también nos podemos dar por aludidos, cuando les dijo estas palabras: “Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). En él podemos tener paz en medio de la aflicción del coronavirus. “[…] porque yo vivo, también ustedes vivirán” (Juan 14:19). Jesús solucionó el gran problema del ser humano, la muerte.

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    Es importante que tengamos en cuenta que la victoria a la que Jesús se refiere, más que material y física, es espiritual y de vida eterna. Su victoria nos alienta y nos da la seguridad de que para esta tribulación hay salida, para este problema hay solución, para esta enfermedad habrá alivio y para la muerte habrá resurrección. Esta certeza nos ayuda a tener resiliencia en tiempos de coronavirus.

    Resiliencia en Jesús

    Quizás para algunos el término ‘resiliencia’ podría ser nuevo, así que te invito a que le dediquemos un momento a comprender de qué se trata. Es un término utilizado en Psicología que hace referencia a la “capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves”.2

    Es un concepto que se toma de la Física, donde hace referencia a una propiedad de determinados materiales de volver a su forma original tras la acción de una fuerza. Un ejemplo muy visual es el de una pelota de gomaespuma que tras apretarla fuertemente con la mano recupera al soltarla su forma sin que sea necesaria ninguna acción especial por nuestra parte.3

    A diferencia de la recuperación, que “implica un retorno gradual hacia la normalidad” después de un evento traumático, “la resiliencia refleja la habilidad de mantener un equilibrio estable durante todo el proceso”.4

    A través del pensamiento resiliente, nosotros podemos afrontar la crisis que ha causado la pandemia.

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    Es importante que durante el proceso busquemos controlar nuestras emociones, detectarlas y convertirlas en algo mucho mejor. Debemos visualizar el futuro con esperanza, saber que volveremos al mismo estado de normalidad como la pelota de goma, pero renovados y más fuertes para enfrentar un nuevo mundo que sin duda ya está cambiando.

    3. Jesús lo predijo para afianzar nuestra fe

    Como vimos en el capítulo uno, Jesús predijo que vendrían enfermedades (Lucas 21:10), más adelante dijo: “Así que tengan cuidado; los he prevenido de todo” (Marcos 13:23), ¿y cuál es el propósito de que lo haya dicho antes?, Jesús mismo responde: “Y les he dicho esto ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean” (Juan 14:29).

    De este modo Jesús se aplica a sí mismo el criterio de verificación para identificar a un verdadero profeta, que se encuentra en el libro de Jeremías: “Pero a un profeta que anuncia paz se le reconoce como profeta verdaderamente enviado por el Señor solo si se cumplen sus palabras” (Jeremías 28:9). De este modo, tenemos aún más evidencias para reconocer que ¡Jesús es el Señor!

    El coronavirus no tomó a Dios desprevenido, ni Dios estaba de vacaciones, y por supuesto, Dios no está en cuarentena. Dios está al control de todo lo que está pasando en este mundo. Dios está trabajando para la salvación de la humanidad, como lo ha hecho desde que Adán y Eva pecaron engañados por Satanás. Jesús aseguró: “mi Padre aún hoy está trabajando, y yo también trabajo” (Juan 5:17). Hoy más que nunca, podemos confiar en Dios.

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    4. Jesús te ofrece una paz inmune al coronavirus

    Jesús aseguró: “La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden” (Juan 14:27). La paz a la que muchos nos hemos acostumbrado es una paz dependiente.

    Depende de que tengamos la hipoteca al día. Depende de que podamos mantener el empleo. Depende de que tengamos Internet en el móvil. Depende de que el auto nos lo entreguen a tiempo en el taller. Depende de que encontremos pronto la ropa que me quiero poner. Depende de que el banco nos apruebe la línea de crédito que solicitamos. Depende...

    Por su lado, Jesús ofrece una paz independiente. Independiente de que te echen o no del trabajo. Independiente de que el gobierno diga que estaremos dos semanas más encerrados. Independiente de que el coronavirus te alcance. Independiente de que tu hijo esté por nacer en medio de esta pandemia. Independiente de que te rebajen el salario para hacer sostenible la empresa donde trabajas. Independiente de que tengas pérdidas por no poder abrir tu negocio. En definitiva, independiente incluso de que vivas o mueras.

    Alguien podría pensar: “solo el consuelo de los tontos puede hacer algo así, ¿quién estaría en paz en alguna de estas situaciones?” Podemos responder: aquellos que construyeron su casa sobre la roca. Quienes tienen en Dios puesto su pensamiento. “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3, RVA2015). Los que entienden que estamos inmersos en un conflicto cósmico. Los que saben que Dios obra a través de todo, para beneficiar a aquellos que le aman (Romanos 8:28).

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    Es importante resaltar el hecho de que la paz que Jesús ofrece no es sinónima de “pasividad”, sino que es una paz “activa” y especialmente preocupada por los demás, que actúa no solo para mantenerse sino también para extenderse. El apóstol Pablo dijo: “no se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).

    Más adelante sigue diciendo: “hermanos, consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio” (Filipenses 4:8). Hoy más que nunca, es importante que mantengamos en nuestra mente un pensamiento positivo. La Palabra de Dios es una fuente amplia de mensajes positivos y de esperanza que, además, son verdaderos.

    5. Jesús prometió volver

    La mayor de las promesas hechas por Jesús es que regresaría a la Tierra por segunda vez. “No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y, si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté” (Juan 14:1-3). Esta certeza nos puede ayudar a estar felices en medio del coronavirus. Veámoslo con una ilustración.

    Muchos deseamos que lleguen las vacaciones para descansar y desconectar del ajetreo del día a día.

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    Imagínate que, llegado el tan anhelado día del inicio de las vacaciones, comienzas tu viaje para encontrarte con el resto de tus seres queridos y disfrutar de la grata compañía de la familia extendida. El trayecto tiene curvas y colinas, pero mientras vas por la autopista el pavimento hace que el camino sea agradable.

    Al acercarte a tu destino, abandonas la autopista y entras en una carretera secundaria. Este camino está repleto de baches llenos de agua, lodo y rocas. Pero tu ánimo y alegría no disminuyen por este hecho, sino que aumentan. Y no es que te alegres por los baches del camino sino porque sabes que estás acercándote a tu tan anhelado destino.

    Sabes que pronto sentirás el cálido y sincero abrazo de tus padres, y que volverás a escuchar las increíbles historias de tu tío, el aventurero, y te sorprenderás con las ocurrencias de tu sobrino más joven, o de algún otro familiar querido.

    Los cristianos podemos mantener la paz y la alegría en tiempos del coronavirus porque sabemos que es una señal, es un indicador de que el camino está llegando a su fin. Jesús mismo dijo: “Cuando comiencen a suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su redención” (Lucas 21:28).

    Así es, apreciado lector, el regreso de Jesús es la mayor esperanza del cristianismo. Porque sabemos que su venida marcará el inicio de un mundo nuevo donde disfrutaremos del inigualable gozo de vivir en la presencia de Dios. Por lo cual, junto al apóstol Pedro digamos: “Pero, según su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia” (2 Pedro 3:13).

    El apóstol Juan vislumbró aquel nuevo mundo y

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    dijo: “Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar” (Apocalipsis 21:1).

    ¿Regreso de Jesús? ¿Un mundo nuevo? Más adelante dedicaremos suficiente tiempo para comprobar si tiene sentido seguir esperando el cumplimiento de estas promesas de Jesús en el siglo XXI.

    Paz en medio de la tormenta

    Por las razones que acabamos de ver, podemos estar en paz en medio de la crisis del coronavirus. Pero siéndote sincero: Si tu vida se parece a la de aquellos que construyeron sobre la arena, quizás sea porque la tuya también está construida sobre la arena. Es tiempo de revisar con honestidad cuál es el fundamento de nuestra vida, y asegurarnos de que estamos construidos sobre la “Roca eterna” Dios (Isaías 26:4). Esta certeza nos ayudará a tener resiliencia en tiempos del coronavirus.

    Te invito a que me acompañes en el siguiente capítulo. Allí conoceremos cómo la esperanza que Jesús ofrece a través del evangelio fortaleció a los cristianos para ayudar a muchas personas durante pandemias que la humanidad vivió después de su partida. Veremos cómo sirvieron, incluso hasta a sus enemigos, quienes tuvieron que reconocer la dedicación y entrega desinteresada de estos discípulos de Cristo. ¡Lo mejor de esta obra está por venir!

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    El cristianismo frente a las pandemias a través de la

    historia“No había ningún necesitado en la comunidad” (Hechos

    4:34)

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    Alguien dijo: “lo peor de la peste no es que mata los cuerpos, sino que desnuda las almas, y ese espectáculo suele ser horroroso”.1 Esta expresión hace referencia al egoísmo que muchas veces sale a relucir en tiempos de crisis. La alarma provocada por el coronavirus no ha estado exenta de imágenes que nos muestran un lado poco agradable de nosotros y que, en general, se mantiene oculto en los buenos tiempos.

    También hemos oído que “los buenos amigos se conocen en los malos momentos”. La razón es que hay eventos que nos muestran tal cual somos, cuando las palabras no son suficientes, sino que es necesario actuar; cuando no vale decir “lo siento”, sino estar presente, aunque sea en silencio. Momentos que marcan un antes y un después en las relaciones personales, pues no todos se muestran dignos de llamarse “amigo”.

    A lo largo de la historia, el amor al prójimo predicado por los cristianos, que también incluye a los enemigos, fue puesto a prueba hasta su límite. En las peores pandemias, cuando hasta los médicos abandonaban a los pacientes y huían, causando “un

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    espectáculo horroroso”, los cristianos tuvieron su prueba de fuego. Su pretensión de “amar al prójimo sin distinción” fue puesta a prueba.

    En este capítulo, haremos un breve repaso por tres de las peores pestes que se propagaron a través de grandes regiones después de la ascensión de Jesús. Estudiaremos la Peste Antonina (siglo II), la Peste Bubónica (siglo XVI) y la “Gripe española” (1918-1920). Nuestro principal propósito será conocer cómo los cristianos enfrentaron estas crisis y qué resultados obtuvieron.

    Espero que nos pueda servir de ejemplo, aunque nos separan décadas, y en algunos casos siglos. La motivación que tuvieron sigue siendo igual de válida en nuestros días: el poder de Jesús para salvar y el poder del evangelio para dar esperanza.

    La iglesia primitiva y la Peste Antonina (Siglo II)

    Sarah K. Yeomas, directora de Programas Educativos de la Sociedad de Arqueología Bíblica, en su artículo “The Antonine Plague and the Spread of Christianity” (La Peste Antonina y la difusión del cristianismo), presenta de una manera clara varios hechos relevantes sobre la Peste Antonina que nos ayudarán a comprender la magnitud de lo ocurrido.

    A finales del siglo II de nuestra era, en pleno apogeo de la gloria del Imperio romano, ocurrió un evento que marcó para siempre no solo a Roma sino también a todo el mundo occidental. La Peste Antonina estremeció los mismos cimientos del Imperio, pues “probablemente cobró la vida del propio [emperador] Lucius Verrus en el año 169, y posiblemente la de su coemperador Marco Aurelio en el año 180”.2

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    El efecto sobre la población civil fue evidentemente no menos severo. En su carta a Atenas en el 174/175, Marco Aurelio rebajó los requisitos para ser miembro del Areópago (el consejo gobernante de Atenas), ya que ahora había muy pocos atenienses sobrevivientes de clase alta que cumplieran con los requisitos que se habían introducido antes del brote. También los documentos fiscales egipcios […] atestiguan una disminución significativa de la población en las ciudades egipcias.3

    Para que tengamos una idea de la agresividad con la que esa pandemia atacó al Imperio romano, Sarah K. Yeomas nos presenta algunas cifras:

    Dio Cassius [historiador romano de la época] describe la muerte de hasta 2,000 personas por día solo en Roma durante un brote particularmente letal en el 189. Se ha estimado que la tasa de mortalidad durante el período de 23 años de la Peste Antonina fue del 7 al 10 por ciento del pueblo; entre los ejércitos y los habitantes de las ciudades más densamente pobladas, la tasa podría haber llegado al 13-15 por ciento.

    [Pero el dolor físico y la muerte no fueron las únicas consecuencias de la peste],

    además de las consecuencias prácticas del brote, como la desestabilización del ejército y la economía romana, el impacto psicológico en las poblaciones debió haber sido sustancial. Es fácil imaginar la sensación de miedo e impotencia que los antiguos romanos debieron sentir frente a una enfermedad tan despiadada, dolorosa y con frecuencia fatal.4

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    Algo que llama la atención de todo lo ocurrido en medio de la pandemia fue el hecho de que:

    mientras los proyectos de arquitectura cívica se suspendieron, la construcción de sitios sagrados y formas ceremoniales se intensificó. Se dice que Marco Aurelio [emperador] invirtió mucho en la restauración de los templos y santuarios de las deidades romanas. Por otro lado, uno se pregunta si fue en parte debido a la plaga que el cristianismo se unió y se extendió tan rápidamente por todo el imperio a fines del siglo II.5

    Como dato histórico, nos gustaría agregar que aquel famoso médico, Galeno (130-210 d.C.), cuyo nombre sirve en muchos países para denominar a los profesionales de la salud, tuvo su prueba de fuego justo en esta pandemia, hasta el punto de que algunos la llaman la Peste de Galeno.6

    ¿Expansión del cristianismo en medio de la plaga? ¿Cómo puede ser esto? Sí, por su esperanza y vocación de servicio, el cristianismo puede ofrecer a la gente el cuidado y las respuestas que necesitan en los momentos de gran agitación y perplejidad.

    Respuesta de los paganos frente a la pandemia

    Pero antes de que conozcamos qué hicieron los cristianos, sería bueno saber cuál fue la respuesta de los paganos frente a la pandemia. Rodney Stark, citado por John Piper, indica que

    en los años 165 y 251 d.C., cayeron dos grandes plagas sobre el Imperio romano. En esa época, la misericordia y el sacrificio no tenían un fundamento cultural ni religioso fuera de la iglesia cristiana. Se

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    creía que a los dioses no les interesaban los asuntos humanos. La misericordia era vista como un defecto de carácter y la compasión como una emoción patológica; debido a que la misericordia implica dar una ayuda inmerecida, decían que era contraria a la justicia.7

    Lo más impresionante es que “por esto, mientras que un tercio del imperio moría a causa de la plaga, los médicos huían a sus casas de campo. Los que tenían síntomas eran expulsados de las casas. Los sacerdotes paganos abandonaban los templos. Aunque te parezca increíble, “el sentido de auto conservación de Galeno evidentemente superó su curiosidad científica, y se retiró a su ciudad natal, Pérgamo. Su retiro no duró mucho; con la epidemia todavía “furiosa”, los emperadores lo llamaron a Roma en el 168”.8

    Respuesta cristiana a la peste

    En este contexto social, llegó el momento de que la sufrida iglesia cristiana actuase. “Los cristianos afirmaron tener respuestas y, sobre todo, realizaron acciones apropiadas”.9

    Los cristianos llevaron el mensaje del evangelio que asegura una vida eterna al regreso de Cristo.10 “Un mensaje precioso en una temporada de desamparo médico y total desesperanza”. “En cuanto a las acciones, hubo grandes cantidades de cristianos que cuidaban a los enfermos y moribundos”.11

    Con el tiempo, este cuidado contracultural [no común en la cultura romana] hacia los enfermos y los pobres —realizado por la gracia y el poder de Cristo— atrajo a muchas personas que estaban perdidas en el paganismo que les rodeaba. Dos siglos después, cuando

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    el emperador romano Juliano (332-363 d.C.) quiso revivir la religión romana antigua, vio el cristianismo como una amenaza creciente.12

    En su “Carta 84” dirigida a Arsacio, sumo sacerdote pagano de Galacia, Juliano reconoce el gran trabajo realizado por la iglesia cristiana en favor no solo de los cristianos, sino también de los paganos.13

    El ateísmo (es decir, la fe cristiana) [por no creer en los dioses paganos] ha avanzado especialmente a través del servicio amoroso a los desconocidos y de su preocupación por enterrar a los muertos. Es un escándalo que no haya un solo judío que sea mendigo, y que esos galileos impíos [es decir, los cristianos] no solo cuiden de sus propios pobres, sino también de los nuestros: mientras que los que nos pertenecen buscan en vano la ayuda que deberíamos darles.14

    Como resultado del esfuerzo de los cristianos, “el sociólogo y demógrafo religioso Rodney Stark afirma que la tasa de mortalidad en las ciudades donde había comunidades cristianas pudo haber sido la mitad en comparación con las otras ciudades”.15

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