5
ä0=4 194)---e1JR so-1958- 59 — REVISTA DE EDUCACIÓN—ESTUDIOS VOL: XXXII—Nübl. 91 barían por copiar el último " ¡ sin o" sin ninguna ven- taja para su cultura artística y sin dar con ello una prueba segura de su sensibilidad; lo harían, sola- mente, por la facilidad con que hoy, como monos de imitación, puede copiar cierta pintura de vanguardia. Habría que considerar también otro aspecto de es- tas manifestaciones: el del público. Entre el público pocos hay en grado de captar y valorar las verdade- ras manifestaciones de tendencia o versatilidad en la obra de un niño. La mayoría la juzga con arreglo a lo que sabe o ve en las exposiciones de los adultos y desgraciadamente, digo desgraciadamente para el arte actual, encuentra evidentes analogías entre el in- fantilismo del arte de ciertos adultos y la madurez del arte infantil. Por lo tanto, insisto: mucho amor, mucha delica- deza, mucha inteligencia en la necesaria educación artística de los pequeños. Y nada de exposiciones públicas. CARLO GALLI. La "censura ), en Pedagogía 1 Cuando, al declinar de la segunda década de nues- tro siglo, las obras de Freud comenzaron a tradu- cirse a todos los idiomas y a lograr una popularidad que no suelen alcanzar las publicaciones de tipo cien- tífico, contribuyeron decisivamente a este fenómeno la sorpresa e interés producidos por la noción de "censura psicológica". El fundador del psicoanálisis situó sus descubri- mientos dentro del marco del evolucionismo radical. Pocos pensadores de su época escaparon a esta ten- tación; el propio Bergson, para romper con el asocia- cionismo positivista, se arrimó a una evolución crea- dora. El hombre habría emergido evolutivamente del animal. En el fondo oscuro de la protohistoria, al que corresponden en el desarrollo del individuo contem- poráneo el periodo prenatal y la primera infancia, las manadas humanas luchaban por la existencia con las de otros animales de parecido rango. Si entonces hu- biésemos penetrado en una conciencia humana, sólo habríamos observado en ella una vida psíquica bes- tial cuyas imágenes y emociones traslucían el choque de los instintos con la realidad circundante. Y en lo más hondo de estos instintos habríamos adivinado la libido, esto es, la lujuria en su más amplio sentido, el afán de madurar y reproducirse para luego reco- gerse y morir. Llegó un momento, perdido en esa noche de los tiempos, en que el animal humano, cuyo cerebro in- ferior se había desarrollado notablemente y ofrecía ya una base para reflexionar, inventó un rudimenta- rio lenguaje. Desde entonces en lugar de vivir en ma- nada convivió en sociedad. Hubo una autoridad, un objetivo común, unas costumbres reconocidas. Bien pronto los hombres cayeron en la cuenta de la nece- sidad de refrenar algunos instintos, de poner vallas a la libido y a sus inmediatos vástagos, en aras de la convivencia y del progreso social. La sociedad, re- presentada por su jefe y por la opinión pública, em- pezó a ejercer su presión o censura sobre determi- nadas expansiones. Si un salvaje pretendía arrebatar la hembra a otro, la sociedad se lo impedía, le san- cionaba severamente. Más tarde la colectividad re- probó no ya el rapto, sino incluso el manifestar de- seos de perpetrarlo. Poco a poco el individuo se habituó a la censura social, comprobó que sus ventajas sobrepujaban sus inconvenientes y acabó por transformarla en censura personal, en aquello que los filósofos llamarían un día "conciencia moral". Este proceso se realiza y ace- lera en el individuo de las épocas históricas, y por consiguiente de la nuestra, merced a la institución familiar y a los complejos, represiones y sublimacio- nes que de la misma derivan. La libido del pequeño varón se aferra a su madre; quiere poseerla en ex- clusiva, con proyectos difusos, pero en definitiva aná- logos a los de la vida marital. Chocan tales intentos con la represión fulminada por el padre y se refu- gian en las cavernas del alma del chiquillo. A partir de este episodio (represión del complejo de Edipo) la vida psíquica del niño queda escindida en tres nive- les: el subconsciente o ello, donde se refugian los impulsos reprimidos; el personal o ego, iluminado por la conciencia y estructurado en forma coherente; y el censorio o superego, encarnado por el padre y por las autoridades que a lo largo de la existencia indi- vidual constriñen nuestra institividad espontánea, en el que hallan domicilio ciertas actividades superio- res, a las que llamamos Cultura o Civilización, que compensan y disfrazan la presión de los instintos aherrojados. Siempre se había dicho que nuestra vida psíquica está, integrada no solamente por la película superfi- cial de los procesos conscientes, sino por los recuer- dos, hábitos y facultades que conservan el botín de estos procesos o los promueven tras cortina. Todo el mundo, salvo algún positivista exorbitado, admitía dos o más capas en nuestro psiquismo. Pero lo que creyó descubrir Freud es que, en los tenebrosos es- tratos de la subconsciencia, además de existir recuer- dos almacenados, ya espontánea, ya reflexivamente, por el sujeto para poder utilizarlos cuando los nece- site, existen también recuerdos enclaustrados no para que puedan volver a salir, sino para que no salgan nunca más. Esta fué su primera proposición. Y la segunda fué: que estos recuerdos encarcelados no se resignan a su suerte. Llevan una existencia muy dinámica. Pug- nan por burlar la vigilancia del centinela de la vida

), en Pedagogía La censura

  • Upload
    others

  • View
    3

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

ä0=4194)---e1JRso-1958-59 — REVISTA DE EDUCACIÓN—ESTUDIOS VOL: XXXII—Nübl. 91

barían por copiar el último " ¡sino" sin ninguna ven-taja para su cultura artística y sin dar con ello unaprueba segura de su sensibilidad; lo harían, sola-mente, por la facilidad con que hoy, como monos deimitación, puede copiar cierta pintura de vanguardia.

Habría que considerar también otro aspecto de es-tas manifestaciones: el del público. Entre el públicopocos hay en grado de captar y valorar las verdade-

ras manifestaciones de tendencia o versatilidad en laobra de un niño. La mayoría la juzga con arreglo alo que sabe o ve en las exposiciones de los adultos

y desgraciadamente, digo desgraciadamente para el

arte actual, encuentra evidentes analogías entre el in-fantilismo del arte de ciertos adultos y la madurezdel arte infantil.

Por lo tanto, insisto: mucho amor, mucha delica-deza, mucha inteligencia en la necesaria educaciónartística de los pequeños.

Y nada de exposiciones públicas.

CARLO GALLI.

La "censura), en Pedagogía

1

Cuando, al declinar de la segunda década de nues-

tro siglo, las obras de Freud comenzaron a tradu-cirse a todos los idiomas y a lograr una popularidadque no suelen alcanzar las publicaciones de tipo cien-tífico, contribuyeron decisivamente a este fenómenola sorpresa e interés producidos por la noción de

"censura psicológica".

El fundador del psicoanálisis situó sus descubri-mientos dentro del marco del evolucionismo radical.Pocos pensadores de su época escaparon a esta ten-

tación; el propio Bergson, para romper con el asocia-

cionismo positivista, se arrimó a una evolución crea-

dora. El hombre habría emergido evolutivamente del

animal. En el fondo oscuro de la protohistoria, al quecorresponden en el desarrollo del individuo contem-poráneo el periodo prenatal y la primera infancia, lasmanadas humanas luchaban por la existencia con lasde otros animales de parecido rango. Si entonces hu-biésemos penetrado en una conciencia humana, sólohabríamos observado en ella una vida psíquica bes-tial cuyas imágenes y emociones traslucían el choquede los instintos con la realidad circundante. Y en lomás hondo de estos instintos habríamos adivinado la

libido, esto es, la lujuria en su más amplio sentido,el afán de madurar y reproducirse para luego reco-

gerse y morir.

Llegó un momento, perdido en esa noche de lostiempos, en que el animal humano, cuyo cerebro in-ferior se había desarrollado notablemente y ofrecíaya una base para reflexionar, inventó un rudimenta-rio lenguaje. Desde entonces en lugar de vivir en ma-nada convivió en sociedad. Hubo una autoridad, unobjetivo común, unas costumbres reconocidas. Bienpronto los hombres cayeron en la cuenta de la nece-sidad de refrenar algunos instintos, de poner vallasa la libido y a sus inmediatos vástagos, en aras dela convivencia y del progreso social. La sociedad, re-presentada por su jefe y por la opinión pública, em-pezó a ejercer su presión o censura sobre determi-

nadas expansiones. Si un salvaje pretendía arrebatarla hembra a otro, la sociedad se lo impedía, le san-cionaba severamente. Más tarde la colectividad re-probó no ya el rapto, sino incluso el manifestar de-seos de perpetrarlo.

Poco a poco el individuo se habituó a la censurasocial, comprobó que sus ventajas sobrepujaban susinconvenientes y acabó por transformarla en censurapersonal, en aquello que los filósofos llamarían undía "conciencia moral". Este proceso se realiza y ace-lera en el individuo de las épocas históricas, y porconsiguiente de la nuestra, merced a la instituciónfamiliar y a los complejos, represiones y sublimacio-nes que de la misma derivan. La libido del pequeñovarón se aferra a su madre; quiere poseerla en ex-clusiva, con proyectos difusos, pero en definitiva aná-logos a los de la vida marital. Chocan tales intentoscon la represión fulminada por el padre y se refu-gian en las cavernas del alma del chiquillo. A partirde este episodio (represión del complejo de Edipo) lavida psíquica del niño queda escindida en tres nive-

les: el subconsciente o ello, donde se refugian los

impulsos reprimidos; el personal o ego, iluminado por

la conciencia y estructurado en forma coherente; y

el censorio o superego, encarnado por el padre y por

las autoridades que a lo largo de la existencia indi-vidual constriñen nuestra institividad espontánea, en

el que hallan domicilio ciertas actividades superio-res, a las que llamamos Cultura o Civilización, quecompensan y disfrazan la presión de los instintos

aherrojados.

Siempre se había dicho que nuestra vida psíquicaestá, integrada no solamente por la película superfi-cial de los procesos conscientes, sino por los recuer-

dos, hábitos y facultades que conservan el botín deestos procesos o los promueven tras cortina. Todo elmundo, salvo algún positivista exorbitado, admitía

dos o más capas en nuestro psiquismo. Pero lo que

creyó descubrir Freud es que, en los tenebrosos es-

tratos de la subconsciencia, además de existir recuer-dos almacenados, ya espontánea, ya reflexivamente,por el sujeto para poder utilizarlos cuando los nece-site, existen también recuerdos enclaustrados no paraque puedan volver a salir, sino para que no salgan

nunca más.

Esta fué su primera proposición. Y la segunda fué:que estos recuerdos encarcelados no se resignan asu suerte. Llevan una existencia muy dinámica. Pug-nan por burlar la vigilancia del centinela de la vida

VOL. XXXII—NÚM. 91 LA "CENSURA" -EN PEDAGOGIA 31—(195)---CURSO 1958-59

psíquica, que es la conciencia moral (o censura so-cial interiorizada). Dotados de fuerte carga afectiva,centelleantes de libido, atraen otros recuerdos y for-man una pandilla de rebeldes prestos a irrumpir enel campo de la conciencia superficial. Estas pandi-llas, en brega constante con el centinela, reciben elnombre de complejos.

La batalla del complejo con el guardián o censuraadquiere, en la concepción físico-dinámica que Freudse forja del psiquismo humano, caracteres épicos. Se-gún él, se pueden das tres suertes de desenlace:1.2 , que el complejo irrumpa, por las malas, en elcampo consciente ocasionando estragos semejantes auna explosión que derribase los tabiques de los há-bitos y valores sociales; 2. 2, que el complejo, derro-tado, se retire a sus antros, emponzoñe la vida psí-quica profunda del sujeto, y origine trastornos ner-viosos más o menos graves; y 3. 2, que el complejo.al ver que no puede liberarse por las malas, y noresignándose a batirse en retirada, se disfrace deensueño, o de olvido, o de simbolismo artístico o re-ligioso, y alcance con este ardid el título de ciudada-nía en el campo consciente y en el ámbito social.

Nada tiene de sorprendente que esta Nueva Psi-cología lograse interesar y conquistar al hombre dela calle. Contribuyó a ello el expresarse en concep-tos y términos extraídos de las ciencias etnológicas,biológicas y físicas, y por ende más asequibles quelos empleados por la Psicología tradicional. Acen-tuaron su éxito, sin duda, las facilidades que ofrecíapara trasponiéndola a lo político, montar ataquescontra la censura dictatorial y enristrar latiguilloslibertarios.

Pero el factor principal del éxito hay que atribuir-lo, según dije, a la noción psicológica de "censura" ya su aplicación al autogobierno y a la Pedagogía. Im-pelida por una curiosidad morbosa, por el legitimoanhelo de conocerse mejor, por el afán de resolverla tensión de las pasiones y de relajar los frenossociales, y por la utopía de conseguir un equilibriopsíquico que siempre será privilegio de unos pocos yjamás se obtendrá por estos medios, la gente se lan-zó a escudriñar sus ensueños, sus olvidos involunta-rios, sus "tics" nerviosos, y acudió a los contactosfacultativos enterados del psicoanálisis.

Sumóse el Arte al movimiento. Primero el dadaís-mo preconizó el retorno a la infancia de las artes, laexhibición desvergonzada de las procacidades sub-conscientes. Luego el surrealismo arbitró técnicas, deinnegable mérito, para representar en la pintura (Chi-rico, Dalí), en el cuento y la novela (Apollinaire,Kafka, Thomas Mann) y en la poesía (Papini, GarciaLorca) el mundo grandioso y desconcertante de losensueños. En 1934 esta corriente desemboca en uncuadro que vale por mil manifiestos: el "Espectro delSex-appeal", de Dalí. En primer plano, un cadávermonstruoso, de gigantescas proporciones, ya en des-composición, se sostiene sobre su rodilla izquierda ysu pie derecho, merced al apoyo de dos enormes hor-quillas que parecen brotar del suelo mugriento. Sir-ve de fondo al espectro un paisaje árido cuyas mon-tañas erosionadas muerden un cielo broncíneo y cu-yas bases se hunden en un mar denso y brillante,como una charca de petróleo. Un niño, casi alcanzadopor la sombra que el monstruo proyecta, lo mira in-

genuamente, con la audacia del que ignora lo . quele aguarda.

De no menor trascendencia fueron las repercusio-nes pedagógicas del Freudismo. Más tarde, cuandoaparezca Adler en el escenario, florecerá una litera-tura de los complejos de inferioridad; y posterior-mente, al unísono del existencialismo, surgirá la pro-blemática de la inseguridad y angustia infantiles.Por el momento, el Psicoanálisis ortodoxo invita a ocu-parse de la iniciación sexual; es necesario, para pre-venir futuras neurosis y para promover un desarro-llo normal, derribar las barreras que separan la edu-cación masculina de la femenina, implantar la coedu-cación, descifrar prontamente a los educandos losenigmas de la procreación. Acaudilló estas tenden-cias el movimiento "Pour l'École Nouvelle" y espe-cialmente Adolfo Ferriere, que describe con embele-so la escena "ejemplar" de los chicos y chicas de unaEscuela Nueva bañándose juntos, completamente des-nudos, sin que ello origine la más mínima tentacióno perturbación.

Cundió entre el gran público este modo de ver lascosas. Hacía años que se notaba en la mentalidad delos pueblos latinos una creciente condescendencia paralas costumbres anglosajonas relativas a la actuaciónde la mujer y al trato entre los jóvenes de distintosexo y una reacción contra los convencionalismos so-ciales. Esta corriente vió en el Psicoanálisis un po-deroso aliado teórico, aliado que no tardó en adue-ñarse de la situación y favorecer descaradamentedesenfreno y la promiscuidad.

Si alguien osó levantar su voz denunciando lospasos en falso que se estaban dando y augurandodesastres para un próximo futuro, se le contestó queera necesario ante todo agrietar, romper y arrastrarel dique de la censura, que al impedir la .expansióndel instinto amoroso convertía la vida psíquica enuna charca pestilente. Algún pedagogo católico secontaminó y dió pábulo a un nuevo género literarioque Pío XII calificó recientemente de "pornografíablanca". Otros, aun suscribiendo apresuradamente laslíneas generales del Psicoanálisis y rindiendo cultoa la noción de "censura" en que éste se cimentaba,hicieron lo que buenamente pudieron por someterloa una visión espiritualista del universo y del hombroy por aplicarlo con arreglo a las normas de la , pru-dencia cristiana.

JI

Al correr de los años, el Psicoanálisis, ha sido- ob-jeto de críticas racionales, de revisiones empíricas yde interpretaciones "heterodoxas", que en parte _lohan derrumbado y en parte lo han desfigurado. E1i)-cuentes testimonios tuvimos de ello en las sesionesdel IV Congreso Internacional de Psicoterapia. reuni-do en Barcelona en el último'septiembre.

No me propongo resumir 6-aeleccionar esos ataquesmetamorfosis ni valorar äus resultados. El objeti -

Vo de mi articulo se ciñe al núclee gentrai del si-ate-ma freudiano: la "censura" . psíquica.

En torno a ella se ha polemizado tanto y. ne hädesarrollado una tan espesa vegetación retórica ynovelesca que es dificil redueir el , ptiabIenaa .a sustérminos esenciales. Intentémoslo,

32—(196)—CURS0 1958-59 REVISTA DE EDUCACIÓN—ESTUDIOS VOL XXXII—NOM. 91

En último análisis, Freud atribuye a la censurauna función primaria: la represión. De ella derivandos funciones secundarias: una de signo negativo—la perturbación de la vida psíquica, por el duroy voraz cáncer de los complejos—; y otra de signobenéfico —la simbolización, que en unas ocasionesda lugar a la transferencia y en otras a la subli-mación—.

Examinemos concienzudamente, fijamente, cadauna de estas afirmaciones.

Freud identifica, por de pronto, la censura y larepresión. No cabe otra salida —desde luego— simantenemos la denominación "censura". Podemos,en cambio, preguntarnos si la censura no es unamodalidad de una especie fenomenológica mucho másamplia: la de aquellos fenómenos o actos psíquicosen que desde la capa consciente parten consignashacia la subconsciente. El ego no se limita a ordenaral ello que no le perturbe con determinados serialesde imágenes y afectos; a menudo le encarga tareaspositivas y aguarda con vivo interés que le entregueel fruto de las mismas. Y es muy digno de notarseque en la secreta ejecución de estos recónditos tra-bajos intervienen facultades superiores del psiquis-mo humano, tales como ciertos hábitos intelectualesy el sentido estético; la única que no participa enellos es la libertad. Poincaré encargaba a su sub-consciente los tanteos para resolver arduos proble-mas matemáticos; el poeta le confía la búsqueda delconsonante o de la imagen vagamente presentidos,y el alumno la estructuración de un capitulo de sutesis doctoral. Lo repito: únicamente la libertad esIncapaz, precisamente en virtud de su categoría, deactuar subconscientemente, aunque no es contradic-torio que influyan en la vida psíquica subterráneahábitos adquiridos voluntariamente.

Añadiré, para completar la critica de este primeraxioma freudiano, que tampoco es cierto que el únicomotor del oleaje subconsciente sea la libido; otrasmuchas pasiones —por ejemplo, el terror o la codi-cia— e incluso hábitos muy nobles —la indignaciónante la injusticia— proyectan aluviones de afectivi-dad revestida de imágenes, desde los senos de la sub-consciencia. Creo haberlo corroborado con datos em-píricos, en mi artículo Freud ante la Pedagogía ca-tólica.

En fin: reduzcamos la censura a la represión,puesto que Freud así lo quiso, y pasemos a discutirel segundo axioma: que lo reprimido, cuando no con-sigue burlar la severa vigilancia de la censura, tras-torna la esfera subconsciente, y se traduce, más tar-de, en el nivel de la conciencia, en anomalías neuró-ticas. Freud estaría en lo cierto si se contentase desostener que la represión puede originar desórdenespsíquicos cuando es ejercida violenta o inoportuna-mente. Pero empleada con tacto suele producir efec-tos saludables: el torrente pasional, que amenazabacon sumergir la conciencia, retrocede y se disuelvelentamente. Sus complejos se desintegran y la ener-gía que los nutria alimenta dinamismos más prove-chosos, o por lo menos no tan perjudiciales, a la esta-bilidad y dignidad de la persona. La Ascética de to-das las épocas supone un alto aprecio de la repre-sión, la cual, si en ciertos casos produce efectos pe-ligrosos en muchos otros cosecha estimables frutos.

Tercer axioma: Freud atribuye a la represión unefecto indirecto de signo positivo: la simbolización,de la cual provienen la transferencia y la sublima-ción. La censura sería, por consiguiente, la causa

principal, si no la única, de la simbolización imagi-nativa. El recién casado que se ve precisado a com-partir el domicilio de sus suegros olvida los encar-gos que le hace su suegra, porque este olvido simbo-liza una antipatía reprimida por la censura. El ca-sado maduro sueña que un deslucido jamelgo arras-tra penosamente, cuesta arriba, un pesado carruaje,porque esta escena simboliza las crecientes dificulta-des de su estado matrimonial. Y en el plano de losensueños colectivos, donde Freud se permite los másirresponsables desafueros, el Cristianismo adoraría alHijo de Dios clavado en cruz, porque este dogma sim-boliza que cada hombre se sabe culpable de haberodiado a muerte a su padre y mira en Cristo unaexpiación del frustrado parricidio.

Ante estas y parecidas consecuencias, los críticosde Freud nos habíamos limitado hasta hoy a protes-tar del temerario y abusivo empleo que él y sus dis-cípulos hacen del tercer axioma. Admitíamos que elsimbolismo de un ensueño responde siempre a unatendencia reprimida; pero hacíamos notar, por unaparte, que no pueden tratarse como ensueños hechoshistóricos y contenidos dogmáticos, y por otra, quedicha correspondencia está sujeta a tantos factorescircunstanciales, así en lo que atañe al sujeto comoen lo que se refiere al intérprete, que no vale parasentar las bases de una hermenéutica científica nipara garantizar un diagnóstico. Y confirmábamosestas cauciones por el hecho de que cada nuevo brotepsiquiátrico propugna su clave para descifrar losensueños, olvidos y actos malogrados. En el últimocapítulo de su obra Psychoanalitic Th.eories of Per-

sonality, que lleva el irónico título de "Post mortem",escribe Gerald S. Blum: "Conjeturo que la palabramás apropiada para expresar el estado de ánimo dellector, y del propio autor, al terminar este prolon-gado esfuerzo por recorrer los vastos terrenos de lasopiniones psicoanalíticas, sería el término confuso..Abundan las orientaciones contradictorias y las agriasdiscrepancias... Sólo prescindiendo de las hipótesisdogmatizantes de Freud y utilizando sus métodos yhallazgos como un instrumento más para investigarel enigma de la personalidad, podemos vislumbrarno el porvenir de una ilusión, sino el porvenir deuna ciencia."

Los reparos puestos hasta aquí al Freudismo, yespecialmente a su noción central y de más gravesconsecuencias pedagógicas —la censura— muestrancuán unilateral y defectuoso es el sistema y desvir-túan muchas de sus aplicaciones; pero no invalidansus axiomas fundamentales.

Estaba reservada esta audaz empresa al sagaz mi-tólogo francés Roger Caillois.

Su reciente libro L'incertitude qui vient des revdsse abre con una especie de declaración de guerra:"Cuando empecé a interesarme por los ensueños, lohice de la manera más corriente en nuestra época—que es también, según creo, la manera más anti-

VOL. XXXII—NÚM. 91

LA "CENSURA" EN PEDAGOCIA 33—(197)--culiso 1958-59

gua y la más extendida por el mundo—: la de bus-car la clave de los ensueños. Quiero decir que pro-curaba, según se viene haciendo desde siempre, adi-vinar el significado de las imágenes enigmáticas ala vez que intimas, desconcertantes al par que naci-das de nuestro propio fondo, surgidas de abismospersonales donde la conciencia clara no puede pe-netrar y de los que, sin embargo, tampoco puede re-cusar las informaciones que le prestan. Puesto quela Psicología al uso me estimulaba a ello, me com-placía en el ensayo de interpretar esas raras peri-pecias y de arrancarles secretos que me concernían,que mi conciencia —según se decía— se veía obliga-da a afectar que los ignoraba, porque le horrorizabaaprenderlos con claridad, y que los cuadros del en-sueño traducían solapadamente, merced a la ayudade simbolismos de ingenua apariencia. No tardé mu-cho en renunciar a esta ilusión. Tal vez he de su-poner que gozo de una conciencia anormalmenteosada ? De pocas cosas se priva; en todo caso no sepriva de mi modo de soñar. Bien pronto dejé de esti-mar que mis ensueños eran simbólicos, cuando com-probé que me representaban sin velo ni rodeo lomismo que los símbolos, según opinión de los exége-tas, se ocupan en disimular. Me veía cometer, sinla menor angustia, las diversas infamias que éstoshan catalogado, y más precisamente aquellas que lacensura, dadas mis circunstancias personales, habríatenido, según ellos, más cuidado en disfrazar. Estoshorrores destinados —parece ser— a permanecer acosta de cualquier sacrificio en las tinieblas de loInconsciente, no demoraban en el mío y ello me teníasin cuidado. No me impresionaban, porque, pese atodo, yo conservaba el buen sentido suficiente paratomarlos como un espectáculo extravagante y sinimportancia. Al principio, me empeñé en creer quedisimulaban otras realidades, verdaderamente perni-ciosas. La hipótesis empezó por parecerme gratuitay acabó por antojárseme absurda. Me di cuenta deque correspondía a una de las más nobles inclinacio-nes del espíritu humano, que es la de empeñarse enbuscar un sentido a lo que carece de él y a extraerde esta suerte lo significativo, de lo insignificante:del vuelo de las aves, de las entrañas de las bestias,del poso del café, de las lineas de la mano, de losensueños."

El libro aporta selecto material, extraído de va-riados cotos culturales (leyendas, novelas, dramas,obras de arte) y de la experiencia del propio autor,en defensa de este punto de vista. Los ensueños pro-piamente dichos y sus sucedáneos en estado de vigi-lia presentan sin simbollsmos, en desnudez incivil, lomismo que otras veces recubren de jeroglíficos; yotro tanto se observa en los productos de la imagi-nación en vela. Que el ensueño sea simbólico, o nolo sea, no depende de la "censura". Tampoco pareceInfluir ésta sobre la frecuencia, la intensidad o elmomento de aparición de aquél. Insinúa Caillois —nolo dice explícitamente— que si los ensueños simbóli-cos son hoy en extremo frecuentes se debe a la divul-gación y auge de las teorías psicoanalíticas y al re-curso a consultas psiquiátricas. Se ha puesto de moda

"soñar en simbólico", el psiquiatra induce al pacien-te a narrarle ensueños interpretables y los descifraen agradable conversación, y en consecuencia se tien-de a encargar a la subconsciencia que nos surta dematerial de este tipo.

Aventurándonos a opinar en temas que no son demi especialidad, sugeriré que la evolución del surrea-lismo corrobora la posición de Caillois. A los cuen-tos de lujuria y miedo ha sucedido una técnica quenos transporta al rico y matizado mundo onírico deKafka o de ciertos capítulos de Thomas Mann. Dalíes, a mi modesto entender, quien mejor ha plasmado.pictóricamente esos panoramas de la imaginación;'las figuras gigantescas, los temas grandiosos, la 'ex-traña mezcla de lo objetivo con lo simbólico, la...1.on-culcación de las leyes físicas (el espectador ve '1=tra-vés de los cuerpos; la perspectiva se somete-TIC1aarbitrariedad del artista), la paradójica conciliatióndel movimiento con la inmovilidad, los perfiles du-ros de personajes y cosas, el mágico logro de brilleiry fosforescencias y la rara transparencia de la at-mósfera, nos instalan en la esfera de lo que acasopudiera llamarse el profetismo natural. El vulgo seescandaliza de que Dalí tome algunas veces comopunto de partida de sus creaciones pictóricas lasmanchas ocasionadas por cualquier accidente —undisparo de perdigones, por ejemplo—; en realidad,este procedimiento imita el proceso normal de la ini-ciación de los ensueños. Ahora bien: lo que va deKafka a los primeros surrealistas va del Dalí de hoyal de ayer. Su "Espectro del Sex-appeal" obedecíaa las coordinadas psicoanalíticas: libido, censura, re-presión, disfraz simbólico. Su "Cristo crucificado",su "Santiago" y sobre todo su "Madonna de Port-Lligat", se emancipa de Freud y de sus continuado-res. Ni siquiera se inclina, cual Goya, a plasmar "pe-sadillas" lúbricas y monstruosas. Los dinamistnosafectivos que mueven el ingente mecanismo de lafantasía daliniana son de metal más noble que losdel sarcástico aragonés. Pero —entiéndase bien--ambos dan un mentís a Freud: Goya, porque se sal-ta a la torera la "censura"; Dalí, porque sus últimasobras descubren zonas diáfanas y saludables en elsubconsciente humano.

Mis coincidencias accidentales con Caillois y conDalí no significan una aprobación total. Caillois, sinos ha prestado el servicio de asestar un duro golpeal mito de la "censura", se embarca al final de suobra, y en otros de sus libros, en un dualismo vaga-mente panteísta: "La Naturaleza se confunde conlas fuerzas del abismo. El valor no existe más queen la paciente edificación de réplicas y convencioneslo bastante poderosas para permitirnos dominar laNaturaleza y acelerar el advenimiento de otras le-yes. Pero no es menos cierto que todo ha salido delinmenso depósito, de la Tierra de Saturno, de la an-tigua y temible fertilidad. Por fortuna, la fuente mi-lenaria de las energías engendra también la más re-belde de todas ellas, la voluntad de administrarlas,destinada a disciplinar su perezosa prodigalidad. Lamás sutil de las empresas humanas debe a esta ciegaopulencia tanto la materia sobre la que versa comola obstinación que le permite llevarla a cabo" (ob.cit., pág. 161).

ä4--(198)—CURSO 1958-59

REVISTA DE EDUCACIÓN—ESTUDIOS VOL. XXXII—NÚM. 91

En lo que se refiere a Dalí, nuestra comprensióndel sentido de sus últimas producciones y nuestroaplauso a que haya roto el círculo en que le apri-sionaban los axiomas del Psicoanálisis, no implicanque las declaremos plenamente cristianas y todavíamenos que las consideremos adecuadas para el culto.

IV

Nunca he desconocido los méritos de Freud. Le de-bemos, entre otros legados de su pingüe herencia, elhabernos introducido, a la zaga de Herbart que asu vez anduvo tras las pisadas de Leibniz, en el es-tudio sistemático de la subconsciencia, perfilandoconceptos tan ricos en aplicaciones como los de "com-plejo" y "transferencia". Le debemos el descubri-miento del enorme influjo ejercido en la mentalidadinfantil, no ya por la educación que recibe, sino porlos personajes familiares que circundan al pequeño;y en la mentalidad adulta, por las actitudes, hábi-tos y vivencias de la infancia. Le debemos la demos-tración, muy conforme a la doctrina de la unidadsustancial del hombre, de que aun el acto más espi-ritual se apoya en elementos típicamente somáticos,y aun el acto más vil o más vulgar adquiere en nos-otros ciertas calidades que jamás presenta en la bes-tia. Le debernos una contribución apreciable al des-crédito de la psicología superficial, entronizada porel cientifismo.

Ello no obsta a que la noción de "censura", conotros aspectos radicales de su obra, salga muy malparada, como hemos visto, de las críticas a que lahan sometido investigadores desapasionados. En re-sumidas cuentas resulta: 1.Q, que la censura no essiempre de naturaleza instintivo-social; la más au-téntica emana de la libertad individual que dictaconsignas a la subconsciencia; 2.9, que estas consig-nas no se limitan a la represión; en estado de vigi-lia son muy frecuentes y eficaces las consignas queencargan a la subconsciencia una tarea positiva;3.9, que en la subconsciencia existen muchos depar-

tamentos —si es licito usar este término en psicolo-gía— y que la libido no domina más que alguno delos departamentos inferiores; 4. 9, que la represiónproduce a menudo el resultado perseguido por la As-cética, o sea, la desintegración del complejo perjudi-cial; 5.9 , que es muy dudoso que la "censura" causela "simbolización" de lo reprimido; en todo caso noes la única causa ni la principal de un hecho tan co-mún en la vida imaginativo-afectiva; 6. 9, que lo re-primido adopta con frecuencia las dos formas: sindisfraz y con disfraz, lo cual priva a la teoría psico-analítica del más fundamental de sus argumentos;y 7 . 9, que aun en los casos en que la censura oca-sionase la simbolización de lo reprimido, sería tanfrágil y variable la correspondencia, entre el conte-nido y el símbolo, que no autorizaría a sentar lasbases científicas de una hermenéutica o de una diag-nosis.

No es extraño que Thompson, en vista de estas oparecidas observaciones, asevere que "este asunto dela censura es altamente especulativo e intrínseca-mente incapaz de ser revalidado por un estudio cien-

tífico".Son obvias las consecuencias pedagógicas que flu-

yen de esta crítica. Es obligado revisar la estrate-gia pedagógica. en todas aquellas normas que ins-piró la noción freudiana de "censura".

El Psicoanálisis llamó la atención sobre los perni-ciosos efectos que pueden seguirse de una represiónviolenta o inoportuna, o de condenar al educando auna artificiosa ignorancia de lo que por su edad ycircunstancias le importa conocer. Esta advertencia,frecuente en las obras clásicas —recuérdense los pri-meros episodios de la Vida de Buda o de La vida es

sueño—, nunca fué tan digna de atenderse como ennuestros días. Pero en modo alguno ha de convertir-se, según pretendió el Psicoanálisis, en la ley princi-pal de la educación ni aplicarse sin cautelas. Hay queconservar —o restablecer— la represión verificadacon tacto pedagógico, la parsimonia y prudencia enla instrucción relativa a la esfera sexual, la morti-ficación, la modestia, la dignidad en el porte, y lassanciones proporcionadas a la índole del educandoy aplicadas con el limpio y misericordioso espíritudel Evangelio. Y hay que evitar, en lo posible, eltrato prematuro e íntimo entre educandos de distin-to sexo, y por consiguiente el sistema coeducativo.Quiero subrayar que lo que ha de evitarse es el trato"prematuro e íntimo", no el tempestivo y decoroso.

Los nuevos puntos de vista, al superar los estre-chos horizontes freudianos, imponen, además de lasmodificaciones o restauraciones de tipo negativo, im-portantes directrices constructivas. La riqueza y ex-tensión de la subconsciencia reclaman: 1.2, que cui-demos de enriquecer y salvaguardar este mundo la-tente, donde echa raíces la personalidad de nuestroseducandos; 2.9, que para formarlo nos valgamos deuna sana pedagogía afectiva y estética y de la crea-ción de un ambiente favorable; 3.9, que renunciemosal intento de cultivar este inmenso dominio sin con-seguir la complicidad, la colaboración entusiasta, desu dueño; 4.9, que enseñemos al educando la técnicapara gobernar la subconsciencia y utilizarla comovaliosísimo instrumento de las facultades o funcio-nes superiores; y 5. 9, que, a fuer de cristianos viejos,invoquemos en tarea tan compleja y delicada el auxi-lio de aquel Maestro que "no necesitaba que nadie lediese informes acerca de cada hombre, porque sabíaAl mismo lo que hay dentro de cada hombre" (Juan .II, 23).

JUAN TUSQUETS.

Catedrático de Pe-dagogía en la Uni-versidad de Bar-

celona.

BIBLIOGRAFIA

13Lum, Gerald, S. Psychoanalytíc Theories of Persona-/ity. Nueva York, 1953.

CAILLOIS. Roger L'incertitude qui vient des reves. 4.1 edi-ción. Paris, 1956.

CARIISO, Igor A.: Análisis psíquico y síntesis existen-cial. Trad. de P. Meseguer. Barcelona, 1954. Especial-mente pp. 124-141.

DARMSTÄDTER GESPRÄCH: Das Menschenbild in unsererZeit. Darmstadt, 1950. Especialmente "über die Möglich-keiten der modernen Kunst", por J. Itten, pp. 31-47.

PENDE, Nicola : La Scienza moderna della Personalitel, hu-mana. Milán, 1947. Especialmente el capitulo XIV, pá-ginas 260-291.

THOMPSON, Clara : Psychoanalysis: Evolution and De-veloppement. Nueva York, 1950.

Tuspurrs, Juan: Freud ante la Pedagogía católica.Art. "Orientación Catequística", enero-marzo 1964.