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1 ÍNDICE Pág. Índice………………………………………………………………………….. 1 Introducción…………………………………………………………………... 2 Jarchas……………………………………………………………………….... 3 Cantar de Mío cid…………………………………………………………….. 9 El conde Lucanor, Don Juan Manuel…………………………………………. 14 Romances medievales…………………………………………………………. 17 Coplas, Jorge Manrique………………………………………………………. 22 La Celestina, Fernando de Rojas……………………………………………… 30 El Lazarillo……………………………………………………………………. 35 Égolga I, Garcilaso………………………………………………………….... 46 El Quijote, Cervantes…………………………………………………………. 55 Poesía lírica del Siglo de Oro………………………………………………… 63 Sonetos, Quevedo…………………………………………………………… 64 Letrillas, sonetos, El Polifemo (fragmento), Góngora………………………. 66 Sonetos, Lope de Vega………………………………………………………. 69 Fuenteovejuna, Lope de Vega, acto III……………………………………… 70 La vida es sueño, Calderón de la Barca, monólogos………………………… 82 El sí de las niñas, escena XII, Moratín………………………………………. 85 Don Álvaro o la fuerza del sino, jornada I, Duque de Rivas……………....... 88 Rimas, Bécquer………………………………………………………………. 94 Canción del pirata, Espronceda……………………………………………… 96 A orillas del Sar, Rosalía de Castro…………………………………………. 99 Fortunata y Jacinta (fragmento), Galdós…………………………………….. 100 La Regenta (fragmentos), Clarín…………………………………………….. 101

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1

ÍNDICE

Pág.

Índice………………………………………………………………………….. 1Introducción…………………………………………………………………... 2Jarchas……………………………………………………………………….... 3 Cantar de Mío cid…………………………………………………………….. 9El conde Lucanor, Don Juan Manuel…………………………………………. 14Romances medievales…………………………………………………………. 17Coplas, Jorge Manrique………………………………………………………. 22La Celestina, Fernando de Rojas……………………………………………… 30El Lazarillo……………………………………………………………………. 35Égolga I, Garcilaso………………………………………………………….... 46El Quijote, Cervantes…………………………………………………………. 55Poesía lírica del Siglo de Oro………………………………………………… 63Sonetos, Quevedo…………………………………………………………… 64Letrillas, sonetos, El Polifemo (fragmento), Góngora………………………. 66Sonetos, Lope de Vega………………………………………………………. 69Fuenteovejuna, Lope de Vega, acto III……………………………………… 70La vida es sueño, Calderón de la Barca, monólogos………………………… 82El sí de las niñas, escena XII, Moratín………………………………………. 85Don Álvaro o la fuerza del sino, jornada I, Duque de Rivas……………....... 88Rimas, Bécquer………………………………………………………………. 94Canción del pirata, Espronceda……………………………………………… 96A orillas del Sar, Rosalía de Castro…………………………………………. 99Fortunata y Jacinta (fragmento), Galdós…………………………………….. 100La Regenta (fragmentos), Clarín…………………………………………….. 101

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INTRODUCCIÓN

Esta antología de textos literarios que os presentamos es una recopilación de fragmentos de las obras más representativas de la literatura española. Comprende desde el siglo XI, Edad Media, hasta el siglo XIX, Romanticismo y Realismo; pasando por periodos tan importantes como los siglos XII, XIII y XIV, los conocidos como Alta y Baja Edad Media; el siglo XV, Prerrenacimiento; el siglo XVI, Renacimiento; el siglo XVII, Barroco, y el siglo XVIII, Ilustración.

Nuestra intención es ofrecer a los alumnos de 1º de bachillerato una visión amplia y completa de la literatura española, de las épocas arriba indicadas, a través de la lectura de los diversos fragmentos de las obras seleccionadas.

En esta antología se incluyen textos líricos, narrativos y teatrales. Está formada por poemas tan diversos y ricos como las Jarchas, las Coplas, la Égloga I, de Garcilaso, los insuperables sonetos de Góngora, Quevedo y Lope de Vega…; por poemas narrativos como el Cantar de Mío Cid, los Romances medievales…; por varios capítulos de obras tan relevantes como El conde Lucanor, El Lazarillo, El Quijote, Fortunata y Jacinta, La Regenta…; por fragmentos teatrales como La Celestina, Fuenteovejuna, La vida es sueño, El sí de las niñas, Don Álvaro o la fuerza del sino…

Si tras la lectura de los fragmentos de esta antología alguno de los alumnos se anima a leer la obra completa, habremos cumplido con el objetivo propuesto, que es conseguir que los estudiantes entren en el mundo de los libros y se habitúen a la lectura. La finalidad es múltiple: afianzar el uso correcto de la lengua (entiéndase: ortografía, vocabulario…), ampliar los conocimientos del alumno, extender su visión del mundo, completar su formación,…

Por todo ello, os invitamos a leer, a disfrutar con los libros, a enriqueceros con las obras literarias de nuestra fecunda y magna literatura española.

Tlaitmas Harrach

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JARCHAS

Las jarchas son composiciones líricas típicas de la España musulmana. Por lo general, constituían el final de las moaxajas (poemas árabes hispanos). Existen jarchas desde el siglo XI hasta el XIV, y, por su naturaleza, constituyen una parte importante de la tradición cultural de España. A continuación, os mostramos algunos ejemplos de jarchas para que puedas comprender un poco mejor cuáles eran las características de este tipo de poesías.

Ejemplos de jarchas“¡Tant’ amáre, tant’ amáre,

habib, tant’ amáre!Enfermaron uelios gaios,

e dolen tan male.”Que, traducido al castellano, significaría lo siguiente:

“¡Tanto amar, tanto amar,amigo, tanto amar!

Enfermaron unos ojos antes alegresy ahora duelen tanto.”

Aquí tienes otro ejemplo de jarcha:

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“Vayse meu corachón de mib.Ya Rab, ¿si me tornarád?

¡Tan mal meu doler li-l-habib!Enfermo yed, ¿cuánd sanarád?”

Que, en castellano, significa:“Mi corazón se va de mí.

Oh Dios, ¿acaso volverá a mí?¡Tan fuerte mi dolor por el amigo!Enfermo está, ¿cuándo sanará?”

Como puedes ver en estos ejemplos de jarchas, el tema de este tipo de poesías es siempre el amor, ya que se basan en la poesía románica anterior, recogiendo los poemas de amor cortesano. También puedes observar cómo, pese a haber numerosas diferencias, hay palabras muy semejantes entre la versión árabe y la castellana. Eso se debe a que el idioma en el que se escribían no era el árabe culto, sino el árabe informal que se había

mezclado con el castellano antiguo. 

Como puedes ver, las jarchas son poesías muy bonitas y muy importantes en la tradición cultural española, ya que nos acompañaron durante tres siglos y marcaron el desarrollo posterior de nuestra literatura. Espero que estos ejemplos de jarchas te hayan servido

para comprender un poco mejor su belleza y saber apreciarla como se merece.

A continuación, una selección de jarchas romances pertenecientes a moaxajas de autores de los siglos XI al XIII, junto a su traducción al castellano.

3

ben yâ sahhârâalba quee stá kon bi-al-fogore

k(u)and bene bide amore

Ven, oh hechicero:un alba que está con fogorcuando viene pide amor.

4

mi fena ÿes li-mahtï in luhtukon males me berey

non me lesa moberë aw limtumama gar ke farey

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Mi pena es a causa de un hombre violento: si salgocon males me veré

no me deja mover o soy recriminada.Madre, dime, qué haré.

5

ya mam(m)a si no lesa al-ginnaallora mor(r)ey

traïde hamrî min al-hâgib'asà sanarey

Oh madre, si no cesa la locura (de amor),enseguida moriré.

Traed mi vino de (casa de) el hagib,acaso sanaré.

6

garide-mek(u)and mio sîdî yâ qawmu

ker(r)a bi-llâhsuo al-asî me dar-lo

Decidme:¿cuándo mi señor, oh amigos,

querrá, por Dios,darme su medicina?

7

yâ mamma mio al-habîbibay-sê e no me tornade

gar ke fareyo ÿâ mammain no mio 'ina' lesade

¡Oh madre, mi amigose va y no vuelve!

Dime qué haré, madre,si mi pena no afloja.

8

um(m)î qi qâl li-ahûb'aql al-nisâ qaq(q)ânon sabet mio qawlîhubbî li-man yabqâ

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Madre mía, quien dijo al amigo:'la constancia de las mujeres (es) caca',

no sabe (que) mi máxima(es que) mi amor es para quien persiste.

9

qultu esyuhayyî bokel(l)a

hulú mitl es(e)

Dije: 'Cómoreanima a una boquitaalgo dulce como eso'.

10

yâ qoragonî ke keres bon amarmio al-furâr

lesa ë tu non le lesas dë amar

¡Oh corazón mío, que quieres amar bien!Mi corderito

se va y tú no le dejas de amar.

11

mio sîdî ïbrâhîmyâ tú uemme dolge

fente mibde nohte

in non si non kerisirey-me tib

gari-me a oblegar-te

Mi señor Ibrahim,oh tú hombre dulce

vente a míde noche.

Si no, si no quieres,me ire a ti,

dime a dóndeencontrarte.

12

si si ben yâ sîdîk(u)ando benis vos y

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la bokella hamrâsibarey ka-al-warsi

Sí, sí, ven, oh señor mío,cuando (si) venís aquí,

la boquita rojaalimentaré (de besos) como la paloma rojiza.

13

al-sa'amu mio hâliborqe hâlî qad bârike farey yâ ümmifâniqî bad lebare

La muerte es mi estado,porque mi estado (es) desesperado.

¿Qué haré, oh madre mía?El que me mima va a marcharse.

14

adameyfiliolo ali(e)no

ë el a mibikered-lo

de mib kataresuo al-raqîbi

Améa un hijito ajeno

y él a mí;lo quiere

apartar de mísu espía (guardador).

15

non kero yo ün hil(l)elloil(l)â al-samarello

No quiero yo ningún halagador,más que el morenito.

16

ben 'indî habîbîsi te bais mesture

trahirá samâgaimsi ad unione

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¡Ven a mi lado, amigo!Si te vas, el engañador

traerá algo malo.¡Ven a la unión!

18

no se kedad ni me kered gaïrekilmâ

non ayo kon seno esusto dormirema(m)â

No se queda ni me quiere decirpalabra

No dormiré con el seno abrasado,madre.

20

baido-me ad isbilyâfî zayî tâgir

qebrare al-guduresde aben muhâgir

Me voy a Sevillaen traje de mercader(a) quebrar los muros

de Ibn Muhâgir.

38

bai-se mio qoragon de mibyâ rabbî su se tornarad

tan mal mio doler al-garîbenfermo ÿedquan sanarad

Mi corazón se va de mí¡Oh Dios! ¿Acaso me volverá?Tan mal (es) mi doler extraño

(que) enfermo está (mi corazón), ¿cuándo sanará?

45

al-sab(b)âh bubu gar-ne de on benesya leso ke a otrî amesa mibi tan [ben] qeres

Carita bella, buena, dime de dónde vienesya te dejo que ames a otra

(si) a mí también me quieres.

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CANTAR DE MIO CID

FRAGMENTOS DEL PRIMER CANTAR: Cantar del destierro

A los que conmigo vengan que Dios les dé muy buen pago;también a los que se quedan contentos quiero dejarlos.

Habló entonces Álvar Fáñez, del Cid era primo hermano:"Con vos nos iremos, Cid, por yermos y por poblados;

no os hemos de faltar mientras que salud tengamos,y gastaremos con vos nuestras mulas y caballosy todos nuestros dineros y los vestidos de paño,

siempre querremos serviros como leales vasallos."Aprobación dieron todos a lo que ha dicho don Álvaro.Mucho que agradece el Cid aquello que ellos hablaron.

El Cid sale de Vivar, a Burgos va encaminado,allí deja sus palacios yermos y desheredados.

Los ojos de Mío Cid mucho llanto van llorando;hacia atrás vuelve la vista y se quedaba mirándolos.

Vio como estaban las puertas abiertas y sin candados,vacías quedan las perchas ni con pieles ni con mantos,

sin halcones de cazar y sin azores mudados.Y habló, como siempre habla, tan justo tan mesurado:"¡Bendito seas, Dios mío, Padre que estás en lo alto!Contra mí tramaron esto mis enemigos malvados".

2 Agüeros en el camino de Burgos

Ya aguijan a los caballos, ya les soltaron las riendas.Cuando salen de Vivar ven la corneja a la diestra,

pero al ir a entrar en Burgos la llevaban a su izquierda.Movió Mío Cid los hombros y sacudió la cabeza:

"¡Ánimo, Állvar Fáñez, ánimo, de nuestra tierra nos echan,pero cargados de honra hemos de volver a ella! "

3 El Cid entra en Burgos

Ya por la ciudad de Burgos el Cid Ruy Díaz entró.Sesenta pendones lleva detrás el Campeador.

Todos salían a verle, niño, mujer y varón,a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó.

¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor!Y de los labios de todos sale la misma razón:

"¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!"

4 Nadie hospeda al Cid. Sólo una niña le dirige la palabra para mandarle alejarse.

De grado le albergarían, pero ninguno lo osaba,que a Ruy Díaz de Vivar le tiene el rey mucha saña.

La noche pasada a Burgos llevaron una real cartacon severas prevenciones y fuertemente sellada

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mandando que a Mío Cid nadie le diese posada,que si alguno se la da sepa lo que le esperaba:

sus haberes perdería, más los ojos de la cara,y además se perdería salvación de cuerpo y alma.

Gran dolor tienen en Burgos todas las gentes cristianasde Mío Cid se escondían: no pueden decirle nada.

Se dirige Mío Cid adonde siempre paraba;cuando a la puerta llegó se la encuentra bien cerrada.

Por miedo del rey Alfonso acordaron los de casaque como el Cid no la rompa no se la abrirán por nada.

La gente de Mío Cid a grandes voces llamaba,los de dentro no querían contestar una palabra.

Mío Cid picó el caballo, a la puerta se acercaba,el pie sacó del estribo, y con él gran golpe daba,

pero no se abrió la puerta, que estaba muy bien cerrada.La niña de nueve años muy cerca del Cid se para:

"Campeador que en bendita hora ceñiste la espada,el rey lo ha vedado, anoche a Burgos llegó su carta,

con severas prevenciones y fuertemente sellada.No nos atrevemos, Cid, a darte asilo por nada,

porque si no perderíamos los haberes y las casas,perderíamos también los ojos de nuestras caras.

Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada.Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas."

Esto le dijo la niña y se volvió hacia su casa.Bien claro ha visto Ruy Díaz que del rey no espere gracia.

De allí se aparta, por Burgos a buen paso atravesaba,a Santa María llega, del caballo descabalga,

las rodillas hinca en tierra y de corazón rogaba.Cuando acabó su oración el Cid otra vez cabalga,

de las murallas salió, el río Arlanzón cruzaba.Junto a Burgos, esa villa, en el arenal posaba,

las tiendas mandó plantar y del caballo se baja.Mío Cid el de Vivar que en buen hora ciñó espada

en un arenal posó, que nadie le abre su casa.Pero en torno suyo hay guerreros que le acompañan.Así acampó Mío Cid cual si anduviera en montaña.Prohibido tiene el rey que en Burgos le vendan nada

de todas aquellas cosas que le sirvan de vianda.No se atreven a venderle ni la ración más menguada.

FRAGMENTOS DEL SEGUNDO CANTAR: Bodas de las hijas del Cid

64 El Cid se dirige contra tierras de Valencia

Aquí se empieza el poema de Mío Cid el de Vivar.Ya ha poblado Mío Cid aquel puerto de Alucat,

se aleja de Zaragoza y de las tierras de allá,atrás se ha dejado Huesca y el campo de Montalbán

de cara a la mar salada ahora quiere guerrear:

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por Oriente sale el sol y él hacia esa parte irá.A Jérica gana el Cid, después Onda y Almenar,

y las tierras de Burriana conquistadas quedan ya.

71 Conquista de toda la región de Valencia

Por esas tierras de moros, apresando y conquistando,durante el día durmiendo, por las noches a caballo,

en ganar aquellas villas pasa Mío Cid tres años.

76 El Cid deja su barba intensa. Riqueza de los del Cid

Mucha alegría cundió entre todos los cristianosque en esa guerra acompaña a Mío Cid bienhadado.

Ya le crecía la barba, mucho se le va alargando,que había dicho Rodrigo cuando salió desterrado:

"Por amor del rey Alfonso, que de su tierra me ha echado,no entre en mi barba tijera, ni un pelo sea cortado

y que hablen de esta promesa todos, moros y cristianos".El Campeador está en Valencia descansando,con él Minaya, que no se separa de su lado.

Sus vasallos más antiguos de riqueza están cargados.A todos los que al salir del reino le acompañaronel Cid casas y heredades en Valencia les ha dado.La bondad de Mío Cid ya la van ellos probando.

Y los que después vinieron también reciben buen pago.

108 El Cid anuncia a Jimena el casamiento

Al llegar la noche todos se marcharon a sus casas,Mío Cid Campeador en el alcázar entraba,

Doña Jimena y sus hijas allí dentro le esperaban"¿Sois vos, Cid Campeador, que en buenhora ciñó espada?

Por muchos años os vean los ojos de nuestras caras"."Gracias a nuestro Señor aquí estoy, mujer honrada,

conmigo traigo dos yernos que gran honra nos deparan:agradecédmelo, hijas, porque estáis muy bien casadas".

109 Doña Jimena y las hijas se muestran satisfechas

Allí le besan las manos su mujer y sus dos hijasy todas las otras damas de quien ellas se servían.

"Gracias a Dios y a vos gracias, Cid, de la barba crecida,cosas que vos decidáis son cosas bien decididas.

Nada les ha de faltar, mientras viváis, a mis hijas"."Padre, cuando nos caséis seremos las dos muy ricas".

110 El Cid recela del casamiento

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"Mi mujer, doña Jimena, sea lo que quiera Dios.A vos os digo, hijas mías, doña Elvira y doña Sol,

que con este casamiento ganaremos en honor,pero sabed que estas bodas no las he arreglado yo:

os ha pedido y rogado don Alfonso, mi señor.Lo hizo con tanta firmeza, tan de todo corazón,

que a aquello que me pedía no supe decir que no.Así en sus manos os puse, hijas mías, a las dos.Pero de verdad os digo: él os casa, que no yo".

FRAGMENTO DEL TERCER CANTAR: La afrenta de Corpes

112 Suéltase el león del Cid. Miedo de los infantes de Carrión. El Cid amansa al león. Vergüenza de los infantes

Estaba el Cid con los suyos en Valencia la mayory con él ambos sus yernos, los infantes de Carrión.

Acostado en un escaño dormía el Campeador,ahora veréis qué sorpresa mala les aconteció.

De su jaula se ha escapado, y andaba suelto el león,al saberlo por la corte un gran espanto cundió.

Embrazan sus mantos las gentes del Campeadory rodean el escaño protegiendo a su señor.

Pero Fernando González, el infante de Carrión,no encuentra dónde meterse, todo cerrado lo halló,

metióse bajo el escaño, tan grande era su terror.El otro, Diego González, por la puerta se escapógritando con grandes: "No volveré a ver Carrión.

"Detrás de una gruesa viga metióse con gran pavory, de allí túnica y manto todos sucios los sacó.

Estando en esto despierta el que en buen hora nacióy ve cercado el escaño suyo por tanto varón.

"¿Qué es esto, decid, mesnadas? ¿Qué hacéis aquí alrededor?""Un gran susto nos ha dado, señor honrado, el león."

Se incorpora Mío Cid y presto se levantó,y sin quitarse ni el manto se dirige hacia el león:

la fiera cuando le ve mucho se atemorizó,baja ante el Cid la cabeza, por tierra la cara hincó.

El Campeador entonces por el cuello le cogió,como quien lleva un caballo en la jaula lo metió.

Maravilláronse todos de aquel caso del leóny el grupo de caballeros a la corte se volvió.

Mío Cid por sus yernos pregunta y no los halló,aunque los está llamando no responde ni una voz.

Cuando al fin los encontraron, el rostro traen sin colortanta broma y tanta risa nunca en la corte se vio,tuvo que imponer silencio Mío Cid Campeador.Avergonzados estaban los infantes de Carrión,

gran pesadumbre tenían de aquello que les pasó.

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(Fragmento) 128  Duermen en el robledo de Corpes(A la mañana quédanse solos los infantes con sus mujeres y se preparan a

maltratarlas.Ruegos inútiles de doña Sol. Crueldad de los infantes)

"Escuchadnos bien, esposas, doña Elvira y doña Sol:vais a ser escarnecidas en estos montes las dos,

nos marcharemos dejándoos aquí a vosotras, y notendréis parte en nuestras tierras del condado de Carrión.

Luego con estas noticias irán al Campeadory quedaremos vengados por aquello del león."Allí los mantos y pieles les quitaron a las dos,sólo camisa y brial sobre el cuerpo les quedó.

Espuelas llevan calzadas los traidores de Carrión,cogen en las manos cinchas que fuertes y duras son.

/.../

Las damas mucho rogaron, mas de nada les sirvió;empezaron a azotarlas los infantes de Carrión,

con las cinchas corredizas les pegan sin compasión,hiérenlas con las espuelas donde sientan mas dolor,

y les rasgan las camisas y las carnes a las dos,sobre las telas de seda limpia la sangre asomó.

Las hijas del Cid lo sienten en lo hondo del corazón.¡Oh, qué ventura tan grande si quisiera el Creador

que asomase por allí Mío Cid Campeador!Desfallecidas se quedan, tan fuertes los golpes son,

los briales y camisas mucha sangre los cubrió.Bien se hartaron de pegar los infantes de Carrión,

esforzándose por ver quién les pegaba mejor.Ya no podían hablar doña Elvira y doña Sol.

129 Los infantes abandonan a sus mujeres

Lleváronse los infantes los mantos y pieles finasy desmayadas las dejan, en briales y camisas,

entre las aves del monte y tantas fieras malignas.Por muertas se las dejaron, por muertas, que no por vivas.

¡Qué suerte si ahora asomase el Campeador Ruy Díaz!

152 (Fragmento) Alegría del Cid. Segundos matrimonios de sus hijas. El juglar acaba su poema

Hablemos ahora de este que en tan buenhora nació.¡Qué grandes eran los gozos en Valencia la mayor,por honrados que quedaron los tres del Campeador!

La barba se acariciaba don Rodrigo, su señor:"Gracias al rey de los cielos mis hijas vengadas son,ya están limpias de la afrenta esas tierras de Carrión.

Casaré, pese a quien pese, ya sin vergüenza a las dos".Ya comenzaron los tratos con Navarra y Aragón,y todos tuvieron junta con Alfonso, el de León.

Sus casamientos hicieron doña Elvira y doña Sol,

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los primeros fueron grandes pero éstos son aún mejor,y a mayor honra se casan que con esos de Carrión.

Ved cómo crece en honores el que en buenhora nació,que son sus hijas señoras de Navarra y Aragón.

Esos dos reyes de España ya parientes suyos son,y a todos les toca honra por el Cid Campeador.

Pasó de este mundo el Cid, el que a Valencia ganó:en días de Pascua ha muerto, Cristo le dé su perdón.También perdone a nosotros, al justo y al pecador.Éstas fueron las hazañas de Mío Cid Campeador:

DON JUAN MANUEL

EL CONDE LUCANOR

Cuento V

Lo que sucedió a una zorra con un cuervo que tenía un pedazo de queso en el pico

Hablando otro día el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo:-Patronio, un hombre que se llama mi amigo comenzó a alabarme y me dio a

entender que yo tenía mucho poder y muy buenas cualidades. Después de tantos halagos me propuso un negocio, que a primera vista me pareció muy provechoso.

Entonces el conde contó a Patronio el trato que su amigo le proponía y, aunque parecía efectivamente de mucho interés, Patronio descubrió que pretendían engañar al conde con hermosas palabras. Por eso le dijo:

-Señor Conde Lucanor, debéis saber que ese hombre os quiere engañar y así os dice que vuestro poder y vuestro estado son mayores de lo que en realidad son. Por eso, para que evitéis ese engaño que os prepara, me gustaría que supierais lo que sucedió a un cuervo con una zorra.

Y el conde le preguntó lo ocurrido.-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, el cuervo encontró una vez un gran pedazo

de queso y se subió a un árbol para comérselo con tranquilidad, sin que nadie le molestara. Estando así el cuervo, acertó a pasar la zorra debajo del árbol y, cuando vio el queso, empezó a urdir la forma de quitárselo. Con ese fin le dijo:

»-Don Cuervo, desde hace mucho tiempo he oído hablar de vos, de vuestra nobleza y de vuestra gallardía, pero aunque os he buscado por todas partes, ni Dios ni mi suerte me han permitido encontraros antes. Ahora que os veo, pienso que sois muy superior a lo que me decían. Y para que veáis que no trato de lisonjearos, no sólo os diré vuestras buenas prendas, sino también los defectos que os atribuyen. Todos dicen que, como el

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color de vuestras plumas, ojos, patas y garras es negro, y como el negro no es tan bonito como otros colores, el ser vos tan negro os hace muy feo, sin darse cuenta de su error pues, aunque vuestras plumas son negras, tienen un tono azulado, como las del pavo real, que es la más bella de las aves. Y pues vuestros ojos son para ver, como el negro hace ver mejor, los ojos negros son los mejores y por ello todos alaban los ojos de la gacela, que los tiene más oscuros que ningún animal. Además, vuestro pico y vuestras uñas son más fuertes que los de ninguna otra ave de vuestro tamaño. También quiero deciros que voláis con tal ligereza que podéis ir contra el viento, aunque sea muy fuerte, cosa que otras muchas aves no pueden hacer tan fácilmente como vos. Y así creo que, como Dios todo lo hace bien, no habrá consentido que vos, tan perfecto en todo, no pudieseis cantar mejor que el resto de las aves, y porque Dios me ha otorgado la dicha de veros y he podido comprobar que sois más bello de lo que dicen, me sentiría muy dichosa de oír vuestro canto.

»Señor Conde Lucanor, pensad que, aunque la intención de la zorra era engañar al cuervo, siempre le dijo verdades a medias y, así, estad seguro de que una verdad engañosa producirá los peores males y perjuicios.

»Cuando el cuervo se vio tan alabado por la zorra, como era verdad cuanto decía, creyó que no

lo engañaba y, pensando que era su amiga, no sospechó que lo hacía por quitarle el queso. Convencido el cuervo por sus palabras y halagos, abrió el pico para cantar, por complacer a la zorra. Cuando abrió la boca, cayó el queso a tierra, lo cogió la zorra y escapó con él. Así fue engañado el cuervo por las alabanzas de su falsa amiga, que le hizo creerse más hermoso y más perfecto de lo que realmente era.

»Y vos, señor Conde Lucanor, pues veis que, aunque Dios os otorgó muchos bienes, aquel hombre os quiere convencer de que vuestro poder y estado aventajan en mucho la realidad, creed que lo hace por engañaros. Y, por tanto, debéis estar prevenido y actuar como hombre de buen juicio.

Al conde le agradó mucho lo que Patronio le dijo e hízolo así. Por su buen consejo evitó que lo engañaran.

Y como don Juan creyó que este cuento era bueno, lo mandó poner en este libro e hizo estos versos, que resumen la moraleja. Estos son los versos:

Quien te encuentra bellezas que no tienes,siempre busca quitarte algunos bienes.

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Cuento VII

Lo que sucedió a una mujer que se llamaba doña TruhanaOtra vez estaba hablando el Conde Lucanor con Patronio de esta manera:

-Patronio, un hombre me ha propuesto una cosa y también me ha dicho la forma de conseguirla. Os aseguro que tiene tantas ventajas que, si con la ayuda de Dios pudiera salir bien, me sería de gran utilidad y provecho, pues los beneficios se ligan unos con otros, de tal forma que al final serán muy grandes.

Y entonces le contó a Patronio cuanto él sabía. Al oírlo Patronio, contestó al conde:-Señor Conde Lucanor, siempre oí decir que el prudente se atiene a las realidades y

desdeña las fantasías, pues muchas veces a quienes viven de ellas les suele ocurrir lo que a doña Truhana.

El conde le preguntó lo que le había pasado a esta.-Señor conde -dijo Patronio-, había una mujer que se llamaba doña Truhana, que

era más pobre que rica, la cual, yendo un día al mercado, llevaba una olla de miel en la cabeza. Mientras iba por el camino, empezó a pensar que vendería la miel y que, con lo que le diesen, compraría una partida de huevos, de los cuales nacerían gallinas, y que luego, con el dinero que le diesen por las gallinas, compraría ovejas, y así fue comprando y vendiendo, siempre con ganancias, hasta que se vio más rica que ninguna de sus vecinas.

»Luego pensó que, siendo tan rica, podría casar bien a sus hijos e hijas, y que iría acompañada por la calle de yernos y nueras y, pensó también que todos comentarían su buena suerte pues había llegado a tener tantos bienes aunque había nacido muy pobre.

»Así, pensando en esto, comenzó a reír con mucha alegría por su buena suerte y, riendo, riendo, se dio una palmada en la frente, la olla cayó al suelo y se rompió en mil pedazos. Doña Truhana, cuando vio la olla rota y la miel esparcida por el suelo, empezó a llorar y a lamentarse muy amargamente   porque había perdido todas las riquezas que esperaba obtener de la olla si no se hubiera roto. Así, porque puso toda su confianza en fantasías, no pudo hacer nada de lo que esperaba y deseaba tanto.

»Vos, señor conde, si queréis que lo que os dicen y lo que pensáis sean realidad algún día, procurad siempre que se trate de cosas razonables y no fantasías o imaginaciones dudosas y vanas. Y cuando quisiereis iniciar algún negocio, no arriesguéis algo muy vuestro, cuya pérdida os pueda ocasionar dolor, por conseguir un provecho basado tan sólo en la imaginación.

Al conde le agradó mucho esto que le contó Patronio, actuó de acuerdo con la historia y, así, le fue muy bien.

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Y como a don Juan le gustó este cuento, lo hizo escribir en este libro y compuso estos versos:

En realidades ciertas os podéis confiar,

mas de las fantasías os debéis alejar.

ROMANCES MEDIEVALES

Romance de la doncella guerrera

Pregonadas son las guerras de Francia para Aragón,¡Cómo las haré yo, triste, viejo y cano, pecador!¡No reventaras, condesa, por medio del corazón,

que me diste siete hijas, y entre ellas ningún varón!Allí habló la más chiquita, en razones la mayor:

-No maldigáis a mi madre, que a la guerra me iré yo;me daréis las vuestras armas, vuestro caballo trotón.

-Conocerante en los pechos, que asoman bajo el jubón.-Yo los apretaré, padre, al par de mi corazón.

-Tienes las manos muy blancas, hija no son de varón.-Yo les quitaré los guantes para que las queme el sol.

-Conocerante en los ojos, que otros más lindos no son.-Yo los revolveré, padre, como si fuera un traidor.

Al despedirse de todos, se le olvida lo mejor:-¿Cómo me he de llamar, padre? -Don Martín el de Aragón.

-Y para entrar en las cortes, padre ¿cómo diré yo?-Bésoos la mano, buen rey, las cortes las guarde Dios.

Dos años anduvo en guerra y nadie la conociósi no fue el hijo del rey que en sus ojos se prendó.

-Herido vengo, mi madre, de amores me muero yo;los ojos de Don Martín son de mujer, de hombre no.

-Convídalo tú, mi hijo, a las tiendas a feriar,si Don Martín es mujer, las galas ha de mirar.

Don Martín como discreto, a mirar las armas va:-¡Qué rico puñal es éste, para con moros pelear!

-Herido vengo, mi madre, amores me han de matar,los ojos de Don Martín roban el alma al mirar.-Llevarásla tú, hijo mío, a la huerta a solazar;si Don Martín es mujer, a los almendros irá.

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Don Martín deja las flores, un vara va a cortar:-¡Oh, qué varita de fresno para el caballo arrear!

-Hijo, arrójale al regazo tus anillas al jugar:si Don Martín es varón, las rodillas juntará;pero si las separase, por mujer se mostrará.

Don Martín muy avisado hubiéralas de juntar.-Herido vengo, mi madre, amores me han de matar;

los ojos de Don Martín nunca los puedo olvidar.-Convídalo tú, mi hijo, en los baños a nadar.

Todos se están desnudando; Don Martín muy triste está:-Cartas me fueron venidas, cartas de grande pesar,que se halla el Conde mi padre enfermo para finar.

Licencia le pido al rey para irle a visitar.-Don Martín, esa licencia no te la quiero estorbar.

Ensilla el caballo blanco, de un salto en él va a montar;por unas vegas arriba corre como un gavilán:-Adiós, adiós, el buen rey, y tu palacio real;

que dos años te sirvió una doncella leal!Óyela el hijo del rey, trás ella va a cabalgar.

-Corre, corre, hijo del rey que no me habrás de alcanzarhasta en casa de mi padre si quieres irme a buscar.

Campanitas de mi iglesia, ya os oigo repicar;puentecito, puentecito del río de mi lugar,

una vez te pasé virgen, virgen te vuelvo a pasar.Abra las puertas, mi padre, ábralas de par en par.

Madre, sáqueme la rueca que traigo ganas de hilar,que las armas y el caballo bien los supe manejar.Tras ella el hijo del rey a la puerta fue a llamar.

Romance de la mano muerta

ILa niña tiene un amante que escudero se decía; el escudero le anuncia 

que a la guerra se partía. -Te vas y acaso no tornes. 

-Tornaré por vida mía. Mientras el amante jura, diz que el viento repetía: 

¡Malhaya quien en promesas de hombre fía! 

IIEl conde con la mesnada 

de su castillo salía: ella, que lo ha conocido, 

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con gran aflicción gemía: -¡Ay de mí, que se va el conde 

y se lleva la honra mía! 

Mientras la cuitada llora, 

diz que el viento repetía: ¡Malhaya quien en promesas 

de hombre fía! 

III Su hermano, que estaba allí, 

éstas palabras oía: -Nos has deshonrado, dice. 

-Me juró que tornaría. -No te encontrará si torna, donde encontrarte solía. 

Mientras la infelice muere, diz que el viento repetía: 

¡Malhaya quien en promesas de hombre fía! 

IV Muerta la llevan al soto, 

la han enterrado en la umbría; por más tierra que la echaban, 

la mano no se cubría; la mano donde un anillo que le dio el conde tenía. De noche sobre la tumba diz que el viento repetía: 

¡Malhaya quien en promesas de hombre fía! 

Romance del Conde niño

Conde Niño, por amoreses niño y pasó a la mar;

va a dar agua a su caballola mañana de San Juan.Mientras el caballo bebe

él canta dulce cantar;todas las aves del cielose paraban a escuchar;caminante que camina

olvida su caminar,navegante que navega

la nave vuelve hacia allá.

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La reina estaba labrando,la hija durmiendo está:-Levantaos, Albaniña,

de vuestro dulce folgar,sentiréis cantar hermoso

la sirenita del mar.-No es la sirenita, madre,

la de tan bello cantar,si no es el Conde Niñoque por mí quiere finar.¡Quién le pudiese valeren su tan triste penar!

-Si por tus amores pena,¡oh, malhaya su cantar!,

y porque nunca los goceyo le mandaré matar.

-Si le manda matar, madre,juntos nos han de enterrar.

Él murió a la media noche,ella a los gallos cantar;

a ella como hija de reyesla entierran en el altar,

a él como hijo de condeunos pasos más atrás.

De ella nació un rosal blanco,de él nació un espino albar;crece el uno, crece el otro,

los dos se van a juntar;las ramitas que se alcanzan

fuertes abrazos se dan,y las que no se alcanzaban

no dejan de suspirar.

La reina, llena de envidia,ambos los mandó cortar;el galán que los cortaba

no cesaba de llorar;della naciera una garza,

dél un fuerte gavilánjuntos vuelan por el cielo,

juntos vuelan a la par.

Romance del infante Arnaldos

¡Quién hubiera tal venturasobre las aguas del mar

como hubo el infante Arnaldosla mañana de San Juan!

Andando a buscar la caza

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para su falcón cebar,vio venir una galera

que a tierra quiere llegar;las velas trae de sedas, la ejarcia de oro torzal,áncoras tiene de plata,tablas de fino coral. 

Marinero que la guía, diciendo viene un Cantar,

que la mar ponía en calma, los vientos hace amainar;

los peces que andan al hondo,arriba los hace andar;

las aves que van volando,al mástil vienen posar.

     Allí habló el infante Arnaldos,bien oiréis lo que dirá:

-Por tu vida, el marinero,dígasme ora ese cantar.

Respondióle el marinero,tal respuesta le fue a dar:-Yo no digo mi canción

sino a quien conmigo va.

La infantina

De Francia partió la niña,   de Francia la bien guarnida: 

íbase para París,   do padre y madre tenía: errado lleva el camino,   

errada lleva la vía, arrimárase a un roble   por esperar compañía, 

vio venir un caballero,   que a París lleva la guía. La niña, desque lo vido,   

desta suerte le decía: - Si te place, caballero,   llévesme en tu compañía. - Pláceme, dijo, señora,   pláceme, dijo, mi vida.- 

Apeóse del caballo   por hacelle cortesía: 

puso la niña en las ancas   y subiérase en la silla: 

en el medio del camino   de amores la requería. 

La niña, desque lo oyera   

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díjole con osadía: - Tate, tate, caballero,  no hagáis tal villanía: 

hija soy yo de un malato   y de una malatía; 

el hombre que a mi llegase   malato se tornaría.- 

Con temor el caballero   palabra no respondía, 

y a la entrada de París   la niña le sonreía. 

- ¿De qué os reís, mi señora?   ¿De qué os reís, vida mía? 

- Ríome del caballero,   y de su gran cobardía. 

¡Tener la niña en el campo,   y catarle cortesía! -

Con vergüenza el caballero   estas palabras decía: 

- Vuelta, vuelta, mi señora,   que una cosa se me olvida. 

La niña, como discreta   dijo: - Yo no volvería, 

ni persona, aunque volviese,   en mi cuerpo tocaría 

Hija soy del rey de Francia   y la reina Constantina, 

el hombre que a mí llegase   muy caro le costaría.

JORGE MANRIQUE

COPLAS POR LA MUERTE DE SU PADRE.

  I Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despiertecontemplandocómo se pasa la vida,cómo se viene la muertetan callando;cuán presto se va el placer;cómo después de acordadoda dolor;cómo a nuestro parecercualquiera tiempo pasado

Recuerde: Recobre la conciencia al despertar. Que despierten las almas que viven soñando y no son conscientes de la realidad.Cómo el recordar el placer (pasado) da dolor.

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fue mejor.

II Pues si vemos lo presentecómo en un punto se es idoy acabado,si juzgamos sabiamente,daremos lo no venido

por pasado.No se engañe nadie, no,pensando que ha de durarlo que esperamás que duró lo que vio,pues que todo ha de pasarpor tal manera.

Y puesto que vemos cómo lo presente es ido y acabado en un punto (en nada de tiempo), si juzgamos sabiamente, consideraremos a lo que ha de venir como si ya hubiera pasado.

III Nuestras vidas son los ríosque van a dar en la mar,que es el morir:allí van los señoríos,derechos a se acabary consumir;allí los ríos caudales,allí los otros medianosy más chicos;y llegados, son igualeslos que viven por sus manosy los ricos.

Los ríos caudalosos.Al llegar al mar (a la muerte) son iguales los que se ganan la vida con el trabajo de sus manos y los ricos.

IV Dejo las invocacionesde los famosos poetasy oradores;no curo de sus ficciones,que traen yerbas secretassus sabores.A Aquel sólo me encomiendo,Aquel sólo invoco yode verdad,que, en este mundo viviendo,el mundo no conociósu deidad.

No voy a acordarme aquí de los poetas y oradores paganos, no me preocupo de sus ficciones, pues el sabor de su arte procede de hierbas secretas (venenos).

Sólo me encomiendo a Jesucristo, que mientras vivió en el mundo, el mundo no se dio cuenta de que era Dios.

V Este mundo es el caminopara el otro, que es moradasin pesar;

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mas cumple tener buen tinopara andar esta jornadasin errar.Partimos cuando nacemos,andamos mientras vivimos,y llegamosal tiempo que fenecemos;así que, cuando morimos,descansamos.

VI Este mundo bueno fuesi bien usásemos dél,como debemos,porque, según nuestra fe,es para ganar aquelque atendemos.Y aun aquel Hijo de Dios,para subirnos al cielo,descendióa nacer acá entre nosy a vivir en este suelodo murió.

Este mundo fue[ra] bueno si lo usásemos bien, como debemos, es decir, si lo usáramos para probar nuestra virtud y ganarnos así el cielo, para ganar el mundo que esperamos.

VII Ved de cuán poco valorson las cosas tras que andamosy corremos,que en este mundo traidoraun primero que muramoslas perdemos.De ellas deshace la edad,de ellas casos desastradosque acaecen,de ellas, por su calidad,en los más altos estadosdesfallecen.

El tiempo y los desastres las dehacen, y desfallecen cuando se encuentran en los más altos estados de calidad.

VIII Decidme: la hermosura,la gentil frescura y tezde la cara,la color y la blancura,cuando viene la vejez¿cuál se para?Las mañas y ligerezay la fuerza corporalde juventud,todo se torna gravezacuando llega al arrabal

Pararse es volverse, convertirse. ¿cuál se para? es ¿cómo acaba siendo?

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de senectud.

IX Pues la sangre de los godos,el linaje y la noblezatan crecida,¡por cuántas vías y modosse sume su gran altezaen esta vida!Unos, por poco valer,¡por cuán bajos y abatidosque los tienen!Otros que, por no tener,con oficios no debidosse mantienen.

Se sume: se hunde.

Unos de aquellos por los que corre la noble sangre goda, debido a su debilidad, son considerados bajos y abatidos (caídos en desgracia). Otros, por su pobreza, han de mantenerse con oficios impropios de su nobleza.

X Los estados y riqueza,que nos dejen a deshora¿quién lo duda?No les pidamos firmeza,pues que son de una señoraque se muda,que bienes son de Fortuna,que revuelven con su ruedapresurosa,la cual no puede ser una,ni ser estable ni quedaen una cosa.

¿Quién duda que los estados y la riqueza nos dejan a deshora?Los estados y la riqueza son bienes de la Fortuna, deidad inconstante que hace girar su rueda, haciendo que suban los que están bajo y bajen los que están arriba. La Fortuna no puede ser una misma (constante) en una misma cosa.

XI Pero digo que, acompañey lleguen hasta la huesacon su dueño,por eso no nos engañen,pues se va la vida apriesa,como sueño,y los deleites de acáson, en que nos deleitamos,temporales,

y los tormentos de allá,que por ellos esperamos,eternales.

Pero digo que [aunque] los bienes de Fortuna lleguen hasta la tumba con su dueño, por eso no han de engañarnos, pues, aun así, lo cierto es que la vida se va deprisa, como un sueño, y los deleites de acá en los que nos deleitamos, son temporales, mientras que los tormentos dque nos esperan en el infierno (si nos complacemos en los bienes de Fortuna en detriento de los bienes espirituales) son eternos.

XII Los placeres y dulzoresde esta vida trabajadaque tenemos,no son sino corredores,y la muerte, la celadaen que caemos:

Trabajada: trabajosa.

Corredores: exploradores, centinelas, que no descubren la emboscada: corremos precipitadamente y cuando vemos el engaño

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No mirando a nuestro daño,corremos a rienda sueltasin parar;des que vemos el engañoy queremos dar la vuelta,no hay lugar.

ya no hay espacio para dar la vuelta.

XIII Si fuese en nuestro podertornar la cara hermosacorporal,como podemos hacerel alma tan gloriosaangelical,¡qué diligencia tan vivatuviéramos cada hora,y tan prestaen componer la cautiva,dejándonos la señoradescompuesta!

Si pudiéramos embellecer nuestra cara como podemos, si queremos, hacer gloriosa el alma, nos pasaríamos el tiempo adornando la cautiva (la cara) dejando a la señora (el alma) sin arreglar.

XIV Estos reyes poderososque vemos por escriturasya pasadas,con casos tristes, llorosos,fueron sus buenas venturastrastornadas.Así que no hay cosa fuerte,que a Papas y Emperadoresy Prelados,así los trata la Muertecomo a los pobres pastoresde ganados.

Las buenas venturas de estos reyes poderosos fueron trastornadas con casos tristes.

XV Dejemos a los troyanos,que sus males no los vimos,ni sus glorias;dejemos a los romanos,aunque oímos y leímossus historias;

no curemos de saberlo de aquel siglo pasado,qué fue de ello;vengamos a lo de ayer,que también es olvidadocomo aquello.

XVI ¿Qué se hizo el rey don Juan?Los infantes de Aragón

Juan II de Castilla

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¿qué se hicieron?¿Qué fue de tanto galán,qué fue de tanta invencióncomo trujeron?Las justas y los torneos,paramentos, bordaduras,y cimeras,¿fueron sino devaneos?¿Qué fueron sino verdurasde las eras?

XVII ¿Qué se hicieron las damas,sus tocados, sus vestidos,sus olores?¿Qué se hicieron las llamasde los fuegos encendidosde amadores?¿Qué se hizo aquel trovar,las músicas acordadasque tañían?¿Qué se hizo aquel danzar,aquellas ropas chapadasque traían? Ropas chapadas: adornadas.

XVIII Pues el otro, su heredero,don Enrique, ¡qué poderesalcanzaba!¡Cuán blando, cuán halagueroel mundo con sus placeresse le daba!Mas verás cuán enemigo,cuán contrario, cuán cruelse le mostró,habiéndole sido amigo,¡cuán poco duró con éllo que le dio!

Enrique IV de Castilla.

Halaguero: halagüeño.

XIX Las dádivas desmedidas,los edificios realesllenos de oro,las vajillas tan fabridas,los enriques y realesdel tesoro,los jaeces y caballosde su gente, y atavíostan sobrados,¿dónde iremos a buscallos?¿qué fueron sino rocíosde los prados?

Fabridas: pulidas.

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XX Pues su hermano, el inocenteque en su vida sucesorse llamó,¡qué corte tan excelentetuvo y cuánto gran señorque le siguió!Mas como fuese mortal,metiólo la muerte luegoen su fragua,¡oh juicio divinal!Cuando más ardía el fuego,echaste agua.

Alfonso, proclamado Alfonso XII en vida de Enrique IV

XXI Pues aquel gran CondestableMaestre que conocimos,tan privado,no cumple que dél se hable,sino sólo que lo vimosdegollado.Sus infinitos tesoros,sus villas y sus lugares,su mandar,¿qué le fueron sino lloros?¿que fueron sino pesaresal dejar?

Álvaro de Luna

Privado: que disfruta de privanza o favor de un poderoso (en este caso de Juan II).

XXII Pues los otros dos hermanos,maestres tan prosperadoscomo reyes,que a los grandes y medianostrajeron tan sojuzgadosa sus leyes;aquella prosperidadque tan alta fue subiday ensalzada,¿qué fue sino claridad,que cuando más encendidafue matada?

Juan Pacheco, maestre de Santiago, y Pedro Girón, maestre de Calatrava.

Matar la luz es apagarla.

XXIII Tantos duques excelentes,tantos marqueses y condes,y barones,como vimos tan potentes,di, Muerte, ¿dó los escondesy traspones?Y las sus claras hazañasque hicieron en las guerras

Aterrar: tirar a tierra.

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y en las paces,cuando tú, cruda, te ensañas,con tu fuerza las atierrasy deshaces.

XXIV Las huestes innumerables,los pendones y estandartes,y banderas,los castillos impugnables,los muros y baluartesy barreras,la cava honda chapada,o cualquier otro reparo,¿qué aprovecha?cuando tú vienes airadatodo lo pasas de clarocon tu flecha.

Impugnables: inexpugnables. 

Cava chapada: foso defendido, guarnecido.

Reparo: precaución.

XXV Aquél de buenos abrigo,amado por virtuosode la gente,el Maestre don RodrigoManrique, tanto famosoy tan valiente,sus grandes hechos y clarosno cumple que los alabe,pues los vieron,ni los quiero hacer caros,pues que el mundo todo sabecuáles fueron.

Ni los quiero exagerar, pues todo el mundo sabe cómo fueron.

LA CELESTINA (Fernando de Rojas)

Calisto encuentra a MelibeaConviene observar el lenguaje artificioso, retórico, y, a la vez, vivo con que se expresan los personajes. Utilizan rimas, finales semejantes en las frases (similicadencia), oraciones de estructura semejante (paralelismo), contrastes...Melibea parece aceptar a Calisto, pero acaba despidiéndolo con violencia.

CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase, y hacer a mi inmérito tanta merced que verte alcanzase, y, en tan conveniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiese. Por cierto, los gloriosos santos que se deleitan en la visión divina, no gozan más que yo ahora contemplándote.

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MELIBEA.- ¿Por gran premio tienes éste, Calisto?CALISTO.- Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus santos, no lo tendría por tanta felicidad.MELIBEA.- Pues aún más igual galardón te daré yo, si perseveras.CALISTO.- ¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis oído!MELIBEA.- Mas desventuradas de que me acabes de oír. Porque la paga será tan fiera cual merece tu loco atrevimiento. Y el intento de tus palabras ha sido como de ingenio de tal hombre como tú. ¡Vete, vete de ahí, torpe!

Celestina capta la voluntad de MelibeaCelestina comienza hablándole de los males de la vejez, con el fin de convencerla de que debe amar mientras sea joven. La perversa vieja es hábil en el arte de minar las voluntades ajenas. Cuando comienza a hablarle de Calisto, Melibea se irrita; Celestina la aplaca diciéndole que el joven sólo quiere que rece por él y el cordón de su vestido. La muchacha le permite seguir hablando, y ella continúa con su malvada persuasión. Este fragmento es una obra maestra.

Calisto interroga a CelestinaSe trata de la escena en que Calisto interroga a Celestina sobre los resultados de su primera entrevista con Melibea. Junto con Calisto y la vieja alcahueta, intervienen en la escena Sempronio y Pármeno, criados del joven enamorado.Las partes más importantes del diálogo corresponden a los largos parlamentos de la vieja. Con palabras llenas de astucia, Celestina se las ingenia para poner de relieve la habilidad con la que ha conseguido vencer la resistencia de Melibea. Todo lo que dice va encaminado a ganar la confianza de Calisto con el fin de que éste pague largamente sus servicios. La astucia y la avaricia son los rasgos más sobresalientes del carácter de la vieja alcahueta.

CALISTO.- Si no quieres, reina y señora mía, que desespere y vaya mi ánima condenada a perpetua pena oyendo esas cosas, certifícame brevemente si no hubo buen fin tu demanda gloriosa, y la cruda y rigurosa muestra de aquel gesto angélico y matador. Pues todo eso es más señal de odio que de amor.CELESTINA.- La mayor gloria que el secreto oficio de la abeja se da, a la cual los discretos deben imitar, es que todas las cosas por ella tocadas convierte en mejor de lo que son. De esta manera me he habido con las zahareñas razones y esquivas de Melibea. Todo su rigor traigo convertido en miel, su ira en mansedumbre, su aceleramiento en sosiego. Pues ¿a qué piensas que iba allá la vieja Celestina, a quien tú, demás de tu merecimiento, magníficamente galardonaste, sino a ablandar su saña, a sufrir su accidente, a ser escudo de tu ausencia, a recibir en mi manto los golpes, los desvíos, los menosprecios, desdenes, que muestran aquéllas en los principios de sus requerimientos de amor, para que sea después en más tenida su dádiva? Que a quien más quieren, peor hablan. Y si así no fuese, ninguna diferencia habría entre las públicas que aman, a las escondidas doncellas, si todas dijesen sí a la entrada de su primer requerimiento, en viendo que de alguno eran amadas. Las cuales, aunque están abrasadas y encendidas de vivos fuegos de amor, por su honestidad muestran un frío exterior, un sosegado rostro, un apacible desvío, un constante ánimo y casto propósito, unas palabras agrias, que la propia lengua se maravilla del gran sufrimiento suyo, que le hacen forzosamente confesar al contrario de lo que siente. así que, para que tú descanses y tengas reposo, mientras te contare por extenso el proceso de mi habla y la causa que tuve para entrar, sabe que el fin de su razón fue muy bueno.CALISTO.- Ahora, señora, que me has dado seguro para que ose esperar todos los rigores de

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la respuesta, di cuanto mandares y como quisieres, que yo estaré atento. Ya me reposa el corazón, ya descansa mi pensamiento, ya reciben las venas y recobran su perdida sangre, ya he perdido temor, ya tengo alegría. Subamos, si mandas, arriba. En mi cámara me dirás por extenso lo que aquí he sabido en suma.CELESTINA.- Subamos, señor.PÁRMENO.- (¡Oh, Santa María! ¡Qué rodeos busca este loco para huir de nosotros, para poder llorar a su placer con Celestina de gozo, y por descubrirle mil deseos de su liviano y desvariado apetito, por preguntar y responder seis veces cada cosa, sin que esté presente quien le pueda decir que es prolijo! Pues te aseguro yo, desatinado, que tras ti vamos.)CALISTO.- Mira, señora, qué hablar trae Pármeno; cómo se viene santiguando de oír lo que has hecho de tu gran diligencia. Espantado está, por mi fe, señora Celestina. Otra vez se santigua. Sube, sube, sube, y siéntate, señora, que de rodillas quiero escuchar tu suave respuesta. Y dime luego: la causa de tu entrada, ¿qué fue?CELESTINA.- Vender un poco de hilado, con que tengo cazadas más de treinta de su estado, si a Dios ha placido, en este mundo, y algunas mayores.CALISTO.- Eso será de cuerpo, madre; pero no de gentileza, no de estado, no de gracia y discreción, no de linaje, no de presunción con merecimiento, no en virtud, no en habla.PÁRMENO.- (Ya discurre eslabones el perdido, ya se desconciertan sus badajadas. Nunca da menos de doce, siempre está hecho reloj de mediodía. Cuenta, cuenta, Sempronio, que estás embobado oyéndole a él locuras y a ella mentiras.)SEMPRONIO.- (¡Oh maldicente venenoso! ¿Por qué cierras las orejas a lo que todos los del mundo las aguzan, hecho serpiente que huye la voz del encantador? Que sólo por ser de amores estas razones, aunque mentiras, las habís de escuchar con gana.)CELESTINA.- Oye, señor Calisto, y verás tu dicha y mi solicitud qué obraron. Que, en comenzando yo a vender y poner en precio mi hilado, fue su madre de Melibea llamada para que fuese a visitar una hermana suya enferma. Y como le fue necesario ausentarse, dejó en su lugar a Melibea para...CALISTO.- ¡Oh gozo sin par, oh singular oportunidad, oh oportuno tiempo! ¡Oh quién estuviera allí debajo de tu manto, escuchando qué hablaría sola aquella en quien Dios tan extremadas gracias puso!CELESTINA.- ¿Debajo de mi manto dices? ¡Ay mezquina! Que fueras visto por treinta agujeros que tiene, si Dios no le mejora.PÁRMENO.- (Sálgome fuera, Sempronio. Ya no digo nada, escúchatelo todo. Si este perdido de mi amo no midiese con el pensamiento cuántos pasos hay de aquí a

casa de Melibea, y contemplase en su gesto, y considerase cómo estaría concertado el hilado, todo el sentido puesto y ocupado en ella, él vería que mis consejos le eran más saludables que estos engaños de Celestina.)CALISTO.- ¡Qué es esto, mozos? Estoy yo escuchando atento, que me va la vida; vosotros susurráis, como soléis, por hacerme mala obra y enojo. Por mi amor, que calléis; moriréis de placer con esta señora, según su buena diligencia. Di, señora: ¿qué hiciste cuando te viste sola?CELESTINA.- Recibí, señor, tanta alteración de placer, que cualquiera que me viera me lo conociera en el rostro.CALISTO.- Ahora la recibo yo; cuanto más quien ante sí contemplaba tal imagen. ¿Enmudecerías con la novedad inesperada?CELESTINA.- Antes me dio más osadía a hablar lo que quise verme sola con ella. Abrí mis

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entrañas, díjele mi embajada: cómo penabas tanto por una palabra de su boca salida en favor tuyo para sanar un tan gran dolor. Y como ella estuviese suspensa mirándome, espantada del nuevo mensaje, escuchando hasta ver quién podía ser el que así por necesidad de su palabra penaba, o a quien pudiese sanar su lengua, en nombrando tu nombre atajó mis palabras y se dio en la frente una gran palmada, como quien cosa de gran espanto hubiese oído, diciendo que cesase mi habla y me quitase delante, si no quería hacer a sus servidores verdugos de mi postrimería, agravando mi osadía, llamándome hechicera, alcahueta, vieja falsa, barbuda, malhechora y otros muchos ignominiosos nombres, con cuyos títulos asombran a los niños de cuna. Y detrás de esto mil amortecimientos y desmayos, mil milagros y espantos, turbado el sentido, bulliendo fuertemente los miembros todos a una parte y a otra, herida de aquella dorada flecha, que del sonido de tu nombre le tocó, retorciendo el cuerpo, las manos enlazadas, como quien se despereza, que parecía que las despedazaba, mirando con los ojos a todas partes, coceando con los pies el suelo duro. Y yo, a todo esto, arrinconada, encogida, callando, muy gozosa con su ferocidad. Mientras más basqueaba, más yo me alegraba, porque más cerca estaba el rendirse y su caída. Pero entretanto me gastaba aquel espumajoso almacén su ira, yo no dejaba mis pensamientos estar vagos ni ociosos, de manera que tuve tiempo para salvar lo dicho.CALISTO.- Eso me di, señora madre. Que yo he revuelto en mi juicio mientras te escucho, y no he hallado disculpa que buena fuese ni convincente, con que lo dicho se cubriese ni colorase, sin quedar terrible sospecha de tu demanda. Porque conozca tu mucho saber, que en todo me pareces más que mujer: que como tu respuesta tú pronosticaste, proveíste con tiempo tu réplica. ¿Qué más hacía aquella tusca Adeleta, cuya fama siendo tú viva se perdiera? La cual tres días antes de su fin pronosticó la muerte de su viejo marido y de los dos hijos que tenía. Ya creo lo que se dice: que el género flaco de las hembras es más apto para las prestas cautelas que el de los varones.CELESTINA.- ¿Qué, señor? Dije que tu pena era el mal de muelas, y que la palabra que de ella querría era una oración que ella sabía, muy devota para ellas.CALISTO.- ¡Oh maravillosa astucia! ¡Oh singular mujer en su oficio! ¡Oh cautelosa hembra! Oh medicina presta! ¡Oh discreta en mensajes! ¿Cuál humano seso bastara a pensar tan alta manera de remedio?

MELIBEA.- Óyeme tú, por mi vida, que yo quiero cantar sola.Papagayos, ruiseñores,que cantáis al alboradallevad nueva a mis amorescómo espero aquí asentada.La media noche es pasada,y no viene;sabed si hay otra amadaque lo detiene.

CALISTO.- Vencido me tiene el dulzor de tu suave canto; no puede más sufrir tu penado esperar. ¡Oh mi señora y mi bien todo! ¿Cuál mujer podía haber nacida que desprivase tu gran merecimiento? ¡Oh interrumpida melodía! ¡Oh gozoso rato! ¡Oh corazón mío! ¿Y cómo no pudiste más tiempo sufrir sin interrumpir tu gozo y cumplir el deseo de entrambos?MELIBEA.- ¡Oh sabrosa traición! ¡Oh dulce sobresalto! ¿Es mi señor y mi alma? ¿Es él? No

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lo puedo creer. ¿Dónde estabas, luciente sol? ¿Dónde me tenías tu claridad escondida? ¿Hacía rato que escuchabas? ¿Por qué me dejabas echar palabras sin seso al aire, con mi ronca voz de cisne? Todo se goza este huerto con tu venida. Mira la luna, cuán clara se nos muestra; mira las nubes, cómo huyen; oye la corriente agua de esta fontecica, cuánto más suave murmullo y húmedo lleva por entre las frescas hierbas. Escucha los altos cipreses, cómo se dan paz unos ramos con otros, por intercesión de un templadico viento que los mece. Mira sus quietas sombras cuán oscuras están, y aparejadas para encubrir nuestro deleite. Lucrecia, ¿qué sientes, amiga? ¿Tornaste loca de placer? Déjamelo, no me lo despedaces, no le trabajes sus miembros con tus pesados brazos. Déjame gozar de lo que es mío, no me ocupes mi placer.CALISTO.- Pues, señora y gloria mía, si mi vida quieres, no cese tu suave canto. No sea de peor condición mi presencia, con que te alegras, que mi ausencia, que te fatiga.SOSIA.- ¿Así, bellacos, rufianes, veníais a aterrorizar a los que no os temen? Pues yo os juro que si esperáis, que yo os hiciera ir como merecíais.CALISTO.- Señora, Sosia es aquel que da voces. Déjame ir a verlo, no lo maten; que no está sino un pajecico con él. Dame presto mi capa, que está debajo de ti.MELIBEA.- ¡Oh triste de mi ventura! No vayas allá sin tus corazas; tórnate a armar.CALISTO.- Señora, lo que no hace espada y capa y corazón, no lo hacen coraza y capacete y cobardía.SOSIA.- ¿Aún tornáis? Esperad; quizá venís por lana.CALISTO.- Déjame, por Dios, señora, que puesta está la escala.MELIBEA.- ¡Oh, desdichada soy! ¡Y cómo vas, tan recio y con tanta prisa y desarmado, a meterte entre quien no conoces! Lucrecia, ven presto acá, que es ido Calisto a un ruido. Echémosle sus corazas por la pared, que se quedan acá.TRISTÁN.- Tente, señor, no bajes. Idos son; que no eran sino Traso el cojo y otros bellacos, que pasaban voceando. Que ya se torna Sosia. Tente, tente, señor, con las manos a la escala.CALISTO.- ¡Oh, válgame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión!TRISTÁN.- Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído de la escala, y no habla ni se bulle.SOSIA.- ¡Señor, señor, ¡A esa otra puerta...! ¡Tan muerto es como mi abuela! ¡Oh gran desventura!LUCRECIA.- ¡Escucha, escucha! ¡Gran mal es éste!MELIBEA.- ¿Qué es esto que oigo, amarga de mí?TRISTÁN.- ¡Oh mi señor y mi bien muerto! ¡Oh mi señor despeñado! ¡Oh triste muerte sin confesión! Coge, Sosia, esos sesos de esos cantos, júntalos con la cabeza del desdichado amo nuestro. ¡Oh día aciago! ¡Oh arrebatado fin!MELIBEA.- ¡Oh desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero acontecimiento como oigo? Ayúdame a subir, Lucrecia, por estas paredes, veré mi dolor; si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡Mi bien y placer, todo es ido en humo! ¡Mi alegría es perdida! ¡Consumióse mi gloria!LUCRECIA.- Tristán, ¿qué dices, mi amor? ¿Qué es eso que lloras tan sin mesura?TRISTÁN.- ¡Lloro mi gran mal, lloro mis muchos dolores! Cayó mi señor Calisto de la escala y es muerto. Su cabeza está en tres partes. Sin confesión pereció. Díselo a la triste y nueva amiga, que no espere más su penado amador. Toma, tú, Sosia, de los pies. Llevemos el cuerpo de nuestro querido amo donde no padezca su honra detrimento, aunque sea muerto en este lugar. Vaya con nosotros llanto, acompáñenos soledad, síganos desconsuelo, vístanos tristeza, cúbranos luto y dolorosa jerga.

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MELIBEA.- ¡Oh la más de las tristes triste! ¡Tan poco tiempo poseído el placer, tan presto venido el dolor!LUCRECIA.- Señora, no rasgues tu cara ni meses tus cabellos. ¡Ahora en placer, ahora en tristeza! ¿Qué planeta hubo que tan presto contrarió su destino? ¡Qué poco corazón es éste! Levanta, por Dios, no seas hallada por tu padre en tan sospechoso lugar, que serás sentida. Señora, señora, ¿no me oyes? No te desmayes, por Dios. Ten esfuerzo para sufrir la pena, pues tuviste osadía para el placer.MELIBEA.- ¿Oyes lo que aquellos mozos van hablando? ¿Oyes sus tristes cantares? ¡Rezando llevan con responso mi bien todo, muerta llevan mi alegría! No es tiempo de yo vivir. ¿Cómo no gocé más del gozo? ¿Cómo tuve en tan poco la gloria que entre mis manos tuve? ¡Oh ingratos mortales! Jamás conocéis vuestros bienes sino cuando de ellos carecéis.

LA VIDA DE LAZARILLO DE TORMES Y DE SUS FORTUNAS Y ADVERSIDADES

ANÓNIMO

Prólogo

Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas, vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y a los que no ahondaren tanto los deleite. Y a este propósito dice Plinio que no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena; mayormente que los gustos no son todos unos, mas lo que uno no come, otro se pierde por ello. Y así vemos cosas tenidas en poco de algunos, que de otros no lo son. Y esto para que ninguna cosa se debería romper ni echar a mal, si muy detestable no fuese, sino que a todos se comunicase, mayormente siendo sin perjuicio y pudiendo sacar de ella algún fruto. Porque, si así no fuese, muy pocos escribirían para uno solo, pues no se hace sin trabajo, y quieren, ya que lo pasan, ser recompensados, no

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con dineros, mas con que vean y lean sus obras y, si hay de qué, se las alaben. Y, a este propósito, dice Tulio: «La honra cría las artes».

¿Quién piensa que el soldado que es primero del escala tiene más aborrecido el vivir? No por cierto; mas el deseo de alabanza le hace ponerse al peligro; y así en las artes y letras es lo mismo. Predica muy bien el presentado y es hombre que desea mucho el provecho de las ánimas; mas pregunten a su merced si le pesa cuando le dicen: «¡Oh, qué maravillosamente lo ha hecho vuestra reverencia!». Justó muy ruinmente el señor don Fulano, y dio el sayete de armas al truhán, porque le loaba de haber llevado muy buenas lanzas: ¿qué hiciera si fuera verdad?

Y todo va de esta manera: que, confesando yo no ser más santo que mis vecinos, de esta nonada, que en este grosero estilo escribo, no me pesará que hayan parte y se huelguen con ello todos los que en ella algún gusto hallaren, y vean que vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades.

Suplico a Vuestra Merced reciba el pobre servicio de mano de quien lo hiciera más rico si su poder y deseo se conformaran. Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso, parecióme no tomarle por el medio, sino del principio, porque se tenga entera noticia de mi persona, y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto.

Tratado primero

Cuenta Lázaro su vida y cuyo hijo fue

Pues sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo

de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi

nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre; y fue de

esta manera: mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una

aceña que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años; y,

estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí.

De manera que, con verdad me puedo decir nacido en el río.

Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal

hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo cual fue preso, y confesó y

no negó, y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que está en la gloria, pues

el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra

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moros, entre los cuales fue mi padre (que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya

dicho), con cargo de acemilero de un caballero que allá fue. Y con su señor, como leal

criado, feneció su vida.

Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno de ellos, y vínose a vivir a la ciudad y alquiló una casilla y metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas.

Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se venía a nuestra casa y se iba a la mañana. Otras veces, de día llegaba a la puerta en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo, al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas, de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne y en el invierno leños a que nos calentábamos.

De manera que, continuando la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que, estando el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mí blancos y a él no, huía de él, con miedo, para mi madre, y, señalando con el dedo, decía:

-¡Madre, coco!Respondió él riendo:-¡Hideputa!Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí:

«¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!».

Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del mayordomo, y, hecha pesquisa, hallóse que la mitad por medio de la cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña, almohazas, mandiles, y las mantas y sábanas de los caballos hacía perdidas; y, cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto.

Y probósele cuanto digo, y aún más; porque a mí con amenazas me preguntaban, y, como niño, respondía y descubría cuanto sabía con miedo: hasta ciertas herraduras que por mandado de mi madre a un herrero vendí.

Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y a mi madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado centenario, que en casa del sobredicho comendador no entrase ni al lastimado Zaide en la suya acogiese.

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Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la sentencia. Y, por evitar peligro y quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al presente vivían en el mesón de la Solana; y allí, padeciendo mil importunidades, se acabó de criar mi hermanico hasta que supo andar, y a mí hasta ser buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo demás que me mandaban.

En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para adestrarle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole cómo era hijo de un buen hombre, el cual, por ensalzar la fe, había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él respondió que así lo haría y que me recibía, no por mozo, sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.

Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era la ganancia a su contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y, ambos llorando, me dio su bendición y dijo:

-Hijo, ya sé que no te veré más. Procura de ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto; válete por ti.

Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba.Salimos de Salamanca, y, llegando al puente, está a la entrada de ella un animal de

piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y, allí puesto, me dijo:

-Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro de él.Yo simplemente llegué, creyendo ser así. Y como sintió que tenía la cabeza par de

la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:

-Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo.Y rió mucho la burla.Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño,

dormido estaba. Dije entre mí: «Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer».

Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza. Y, como me viese de buen ingenio, holgábase mucho y decía:

-Yo oro ni plata no te lo puedo dar; mas avisos para vivir muchos te mostraré.Y fue así, que, después de Dios, éste me dio la vida, y, siendo ciego, me alumbró y

adestró en la carrera de vivir.Huelgo de contar a Vuestra Merced estas niñerías, para mostrar cuánta virtud sea

saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos cuánto vicio.Pues, tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, Vuestra Merced sepa

que, desde que Dios crió el mundo, ninguno formó más astuto ni sagaz. En su oficio era

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un águila: ciento y tantas oraciones sabía de coro; un tono bajo, reposado y muy sonable, que hacía resonar la iglesia donde rezaba; un rostro humilde y devoto, que, con muy buen continente, ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer.

Allende de esto, tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y diversos efectos: para mujeres que no parían; para las que estaban de parto; para las que eran malcasadas, que sus maridos las quisiesen bien. Echaba pronósticos a las preñadas si traían hijo o hija. Pues en caso de medicina decía que Galeno no supo la mitad que él para muelas, desmayos, males de madre. Finalmente, nadie le decía padecer alguna pasión, que luego no le decía:

-Haced esto, haréis esto otro, cosed tal yerba, tomad tal raíz.Con esto andábase todo el mundo tras él, especialmente mujeres, que cuanto les

decía creían. De éstas sacaba él grandes provechos con las artes que digo, y ganaba más en un mes que cien ciegos en un año.

Mas también quiero que sepa Vuestra Merced que, con todo lo que adquiría y tenía, jamás tan avariento ni mezquino hombre no vi; tanto, que me mataba a mí de hambre, y así no me demediaba de lo necesario. Digo verdad: si con mi sutileza y buenas mañas no me supiera remediar, muchas veces me finara de hambre; mas, con todo su saber y aviso, le contaminaba de tal suerte que siempre, o las más veces, me cabía lo más y mejor. Para esto le hacía burlas endiabladas, de las cuales contaré algunas, aunque no todas a mi salvo.

Él traía el pan y todas las otras cosas en un fardel de lienzo, que por la boca se cerraba con una argolla de hierro y su candado y llave; y al meter de todas las cosas y sacallas, era con tanta vigilancia y tan por contadero, que no bastara todo el mundo a hacerle menos una migaja. Mas yo tomaba aquella lacería que él me daba, la cual en menos de dos bocados era despachada. Después que cerraba el candado y se descuidaba, pensando que yo estaba entendiendo en otras cosas, por un poco de costura, que muchas veces del un lado del fardel descosía y tornaba a coser, sangraba el avariento fardel, sacando, no por tasa pan, más buenos pedazos, torreznos y longaniza. Y así, buscaba conveniente tiempo para rehacer, no la chaza, sino la endiablada falta que el mal ciego me faltaba.

Todo lo que podía sisar y hurtar traía en medias blancas, y, cuando le mandaban rezar y le daban blancas, como él carecía de vista, no había el que se la daba amagado con ella, cuando yo la tenía lanzada en la boca y la media aparejada, que, por presto que él echaba la mano, ya iba de mi cambio aniquilada en la mitad del justo precio. Quejábaseme el mal ciego, porque al tiento luego conocía y sentía que no era blanca entera, y decía:

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-¿Qué diablo es esto, que, después que conmigo estás, no me dan sino medias blancas, y de antes una blanca y un maravedí hartas veces me pagaban? En ti debe estar esta desdicha.

También él abreviaba el rezar y la mitad de la oración no acababa, porque me tenía mandado que, en yéndose el que la mandaba rezar, le tirase por cabo del capuz. Yo así lo hacía. Luego él tornaba a dar voces diciendo:

-¿Mandan rezar tal y tal oración? -como suelen decir.Usaba poner cabe sí un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy de presto le

asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar. Mas duróme poco, que en los tragos conocía la falta, y, por reservar su vino a salvo, nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido. Mas no había piedra imán que así trajese a sí como yo con una paja larga de centeno que para aquel menester tenía hecha, la cual, metiéndola en la boca del jarro, chupando el vino, lo dejaba a buenas noches. Mas, como fuese el traidor tan astuto, pienso que me sintió, y dende en adelante mudó propósito y asentaba su jarro entre las piernas y atapábale con la mano, y así bebía seguro.

Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sutil, y, delicadamente, con una muy delgada tortilla de cera, taparlo; y, al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y, al calor de ella luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destilarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía, que maldita la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada. Espantábase, maldecíase, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo qué podía ser.

-No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-, pues no le quitáis de la mano.Tantas vueltas y tientos dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla; mas así

lo disimuló como si no lo hubiera sentido.Y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando el daño

que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, sentéme como solía; estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que agora tenía tiempo de tomar de mí venganza, y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de nada de esto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima.

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Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos de él se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé.

Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y, aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y, sonriéndose, decía:

-¿Qué te parece Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud -y otros donaires que a mi gusto no lo eran.

Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y cardenales, considerando que, a pocos golpes tales, el cruel ciego ahorraría de mí, quise yo ahorrar de él; mas no lo hice tan presto, por hacello más a mi salvo y provecho. Y aunque yo quisiera asentar mi corazón y perdonalle el jarrazo, no daba lugar el maltratamiento que el mal ciego dende allí adelante me hacía, que sin causa ni razón me hería, dándome coscorrones y repelándome.

Y si alguno le decía por qué me trataba tan mal, luego contaba el cuento del jarro, diciendo:

-¿Pensaréis que este mi mozo es algún inocente? Pues oíd si el demonio ensayara otra tal hazaña.

Santiguándose los que lo oían, decían:-¡Mirad quién pensara de un muchacho tan pequeño tal ruindad!Y reían mucho el artificio y decíanle:-¡Castigadlo, castigadlo, que de Dios lo habréis!Y él, con aquello, nunca otra cosa hacía.Y en esto yo siempre le llevaba por los peores caminos, y adrede, por hacerle mal y

daño; si había piedras, por ellas; si lodo, por lo más alto; que, aunque yo no iba por lo más enjuto, holgábame a mí de quebrar un ojo por quebrar dos al que ninguno tenía. Con esto, siempre con el cabo alto del tiento me atentaba el colodrillo, el cual siempre traía lleno de tolondrones y pelado de sus manos. Y, aunque yo juraba no hacerlo con malicia, sino por no hallar mejor camino, no me aprovechaba ni me creía, mas tal era el sentido y el grandísimo entendimiento del traidor.

Y porque vea Vuestra Merced a cuánto se extendía el ingenio de este astuto ciego, contaré un caso de muchos que con él me acaecieron, en el cual me parece dio bien a entender su gran astucia. Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo, porque decía ser la gente más rica, aunque no muy limosnera. Arrimábase a este refrán: «Más da el duro que el desnudo». Y vinimos a este camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y ganancia, deteníamonos; donde no, a tercero día hacíamos San Juan.

Acaeció que, llegando a un lugar que llaman Almorox al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo de ellas en limosna. Y como suelen ir los cestos

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maltratados, y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano. Para echarlo en el fardel, tornábase mosto, y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, así por no poder llevarlo, como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentámonos en un valladar y dijo:

-Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas y que hayas de él tanta parte como yo. Partillo hemos de esta manera: tú picarás una vez y yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mismo hasta que lo acabemos, y de esta suerte no habrá engaño.

Hecho así el concierto, comenzamos; mas luego al segundo lance, el traidor mudó propósito, y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debería hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, mas aún pasaba adelante: dos a dos y tres a tres y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano, y, meneando la cabeza, dijo:

-Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que has tú comido las uvas tres a tres.-No comí -dije yo-; mas ¿por qué sospecháis eso?Respondió el sagacísimo ciego:-¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y

callabas.1A lo cual yo no respondí. Yendo que íbamos así por debajo de unos soportales, en

Escalona adonde a la sazón estábamos, en casa de un zapatero había muchas sogas y otras cosas que de esparto se hacen, y parte de ellas dieron a mi amo en la cabeza. El cual, alzando la mano, tocó en ellas, y viendo lo que era díjome:

-Anda presto, muchacho; salgamos de entre tan mal manjar, que ahoga sin comerlo.     Yo, que bien descuidado iba de aquello, miré lo que era y, como no vi sino

sogas y cinchas, que no era cosa de comer, díjele:     -Tío, ¿por qué decís eso?     Respondióme:     -Calla, sobrino; según las mañas que llevas, lo sabrás y verás cómo digo verdad.Y así pasamos adelante por el mismo portal y llegamos a un mesón, a la puerta del

cual había muchos cuernos en la pared, donde ataban los recueros sus bestias, y como iba tentando si era allí el mesón adonde él rezaba cada día por la mesonera la oración de la emparedada, asió de un cuerno, y con un gran suspiro dijo:

     -¡Oh, mala cosa, peor que tienes la hechura! ¡De cuántos eres deseado poner tu nombre sobre cabeza ajena y de cuán pocos tenerte ni aun oír tu nombre por ninguna vía!

     Como le oí lo que decía, dije:     -Tío, ¿qué es eso que decís?

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     -Calla, sobrino, que algún día te dará éste que en la mano tengo alguna mala comida y cena.

     -No le comeré yo -dije- y no me la dará.     - Yo te digo verdad; si no, verlo has, si vives.     Y así pasamos adelante hasta la puerta del mesón, adonde pluguiere a Dios

nunca allá llegáramos, según lo que me sucedió en él.     Era todo lo más que rezaba por mesoneras y por bodegoneras y turroneras y

rameras y así por semejantes mujercillas, que por hombre casi nunca le vi decir oración.Reíme entre mí y, aunque muchacho, noté mucho la discreta consideración del

ciego.Mas, por no ser prolijo, dejo de contar muchas cosas, así graciosas como de notar,

que con este mi primer amo me acaecieron, y quiero decir el despidiente y, con él, acabar.

Estábamos en Escalona, villa del duque de ella, en un mesón, y diome un pedazo de longaniza que le asase. Ya que la longaniza había pringado y comídose las pringadas, sacó un maravedí de la bolsa y mandó que fuese por él de vino a la taberna. Púsome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual, como suelen decir, hace al ladrón, y fue que había cabe el fuego un nabo pequeño, larguillo y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla, debió ser echado allí. Y como al presente nadie estuviese, sino él y yo solos, como me vi con apetito goloso, habiéndoseme puesto dentro el sabroso olor de la longaniza, del cual solamente sabía que había de gozar, no mirando qué me podría suceder, pospuesto todo el temor por cumplir con el deseo, en tanto que el ciego sacaba de la bolsa el dinero, saqué la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en el asador, el cual, mi amo, dándome el dinero para el vino, tomó y comenzó a dar vueltas al fuego, queriendo asar al que, de ser cocido, por sus deméritos había escapado. Yo fui por el vino, con el cual no tardé en despachar la longaniza y, cuando vine, hallé al pecador del ciego que tenía entre dos rebanadas apretado el nabo, al cual aún no había conocido por no haberlo tentado con la mano. Como tomase las rebanadas y mordiese en ellas pensando también llevar parte de la longaniza, hallóse en frío con el frío nabo. Alteróse y dijo:

-¿Qué es esto, Lazarillo?-¡Lacerado de mí! -dije yo-. ¿Si queréis a mí echar algo? ¿Yo no vengo de traer el

vino? Alguno estaba ahí y por burlar haría esto.-No, no -dijo él-, que yo no he dejado el asador de la mano; no es posible.Yo torné a jurar y perjurar que estaba libre de aquel trueco y cambio; mas poco me

aprovechó, pues a las astucias del maldito ciego nada se le escondía. Levantóse y asióme por la cabeza y llegóse a olerme. Y como debió sentir el huelgo, a uso de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran agonía que llevaba, asiéndome con las manos, abríame la boca más de su derecho y desatentadamente metía

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la nariz. La cual él tenía luenga y afilada, y a aquella sazón, con el enojo, se había aumentado un palmo; con el pico de la cual me llegó a la golilla.

Y con esto, y con el gran miedo que tenía, y con la brevedad del tiempo, la negra longaniza aún no había hecho asiento en el estómago; y lo más principal: con el destiento de la cumplidísima nariz, medio cuasi ahogándome, todas estas cosas se juntaron y fueron causa que el hecho y golosina se manifestase y lo suyo fuese vuelto a su dueño. De manera que, antes que el mal ciego sacase de mi boca su trompa, tal alteración sintió mi estómago, que le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la negra mal mascada longaniza a un tiempo salieron de mi boca.

¡Oh gran Dios, quién estuviera aquella hora sepultado, que muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del perverso ciego, que, si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con la vida. Sacáronme de entre sus manos, dejándoselas llenas de aquellos pocos cabellos que tenía, arañada la cara y rascuñado el pescuezo y la garganta. Y esto bien lo merecía, pues por su maldad me venían tantas persecuciones.

Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis desastres, y dábales cuenta una y otra vez, así de la del jarro como de la del racimo, y agora de lo presente. Era la risa de todos tan grande, que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire contaba el ciego mis hazañas, que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parecía que hacía sinjusticia en no reírselas.

Y en cuanto esto pasaba, a la memoria me vino una cobardía y flojedad que hice, por que me maldecía, y fue no dejalle sin narices, pues tan buen tiempo tuve para ello, que la mitad del camino estaba andado; que con sólo apretar los dientes se me quedaran en casa, y, con ser de aquel malvado, por ventura lo retuviera mejor mi estómago que retuvo la longaniza, y, no pareciendo ellas, pudiera negar la demanda. ¡Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera así que así!

Hiciéronnos amigos la mesonera y los que allí estaban, y, con el vino que para beber le había traído, laváronme la cara y la garganta. Sobre lo cual discantaba el mal ciego donaires, diciendo:

-Por verdad, más vino me gasta este mozo en lavatorios al cabo del año, que yo bebo en dos. A lo menos, Lázaro, eres en más cargo al vino que a tu padre, porque él una vez te engendró, mas el vino mil te ha dado la vida.

Y luego contaba cuántas veces me había descalabrado y arpado la cara, y con vino luego sanaba.

-Yo te digo -dijo- que, si hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, que serás tú.

Y reían mucho los que me lavaban con esto, aunque yo renegaba. Mas el pronóstico del ciego no salió mentiroso, y después acá muchas veces me acuerdo de aquel hombre, que sin duda debía tener espíritu de profecía, y me pesa de los sinsabores

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que le hice, aunque bien se lo pagué, considerando lo que aquel día me dijo salirme tan verdadero como adelante Vuestra Merced oirá.

Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determiné de todo en todo dejalle, y, como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego que me hizo afirmélo más. Y fue así que luego otro día salimos por la villa a pedir limosna, y había llovido mucho la noche antes; y porque el día también llovía, y andaba rezando debajo de unos portales que en aquel pueblo había, donde no nos mojamos, mas como la noche se venía y el llover no cesaba, díjome el ciego:

-Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche más cierra, más recia. Acojámonos a la posada con tiempo.

Para ir allá habíamos de pasar un arroyo, que con la mucha agua iba grande. Yo le dije:

-Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por donde travesemos más aína sin mojarnos, porque se estrecha allí mucho y, saltando, pasaremos a pie enjuto.

Parecióle buen consejo y dijo:-Discreto eres, por esto te quiero bien; llévame a ese lugar donde el arroyo se

ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados.Yo que vi el aparejo a mi deseo, saquéle de bajo de los portales y llevélo derecho

de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre el cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas, y dígole:

-Tío, éste es el paso más angosto que en el arroyo hay.Como llovía recio y el triste se mojaba, y con la priesa que llevábamos de salir del

agua, que encima de nos caía, y, lo más principal, porque Dios le cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme de él venganza), creyóse de mí, y dijo:

-Ponme bien derecho y salta tú el arroyo.Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y póngome detrás del

poste, como quien espera tope de toro, y díjele:-¡Sus, saltad todo lo que podáis, porque deis de este cabo del agua!Aun apenas lo había acabado de decir, cuando se abalanza el pobre ciego como

cabrón y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza, y cayó luego para atrás medio muerto y hendida la cabeza.

-¿Cómo, y olisteis la longaniza y no el poste? ¡Oled! ¡Oled! -le dije yo.Y dejéle en poder de mucha gente que lo había ido a socorrer, y tomo la puerta de

la villa en los pies de un trote, y, antes de que la noche viniese, di conmigo en Torrijos. No supe más lo que Dios de él hizo ni curé de saberlo.

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GARCILASO DE LA VEGAÉGLOGA I

AL VIRREY DE NÁPOLESPersonas: SALICIO, NEMOROSO

     El dulce lamentar de dos pastores,Salicio juntamente y Nemoroso,he de cantar, sus quejas imitando;cuyas ovejas al cantar sabrosoestaban muy atentas, los amores,de pacer olvidadas, escuchando.           Tú, que ganaste obrando           un nombre en todo el mundo           y un grado sin segundo,agora estés atento sólo y dadoal ínclito gobierno del estadoalbano, agora vuelto a la otra parte,           resplandeciente, armado,representando en tierra el fiero Marte;

 

 

 

     agora, de cuidados enojososy de negocios libre, por venturaandes a caza, el monte fatigandoen ardiente ginete, que apresurael curso tras los ciervos temerosos,que en vano su morir van dilatando:           espera, que en tornando           a ser restitüido           al ocio ya perdido,luego verás ejercitar mi plumapor la infinita, innumerable sumade tus virtudes y famosas obras,           antes que me consuma,faltando a ti, que a todo el mundo sobras.

     En tanto que’ste tiempo que adevinoviene a sacarme de la deuda un díaque se debe a tu fama y a tu gloria(que’s deuda general, no sólo mía,mas de cualquier ingenio peregrinoque celebra lo digno de memoria),           el árbol de victoria           que ciñe estrechamente           tu glorïosa frentede lugar a la hiedra que se plantadebajo de tu sombra y se levantapoco a poco, arrimada a tus loores;           y en cuanto esto se canta,escucha tú el cantar de mis pastores.

 

 

 

 

     Saliendo de las ondas encendido,rayaba de los montes el alturael sol, cuando Salicio, recostadoal pie d’una alta haya, en la verdurapor donde una agua clara con sonidoatravesaba el fresco y verde prado;           él, con canto acordado

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MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRAEL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Capítulo primero. Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordar-me, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad. Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura. Y también cuando leía: [...] los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar –que era hombre docto, graduado en Sigüenza–, sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al

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Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga. En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asen-tósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía, y aun a su sobrina de añadidura. En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo, pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.

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Fue luego a ver su rocín, y, aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque, según se decía él a sí mesmo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y [le] cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba. Y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante: nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde –como queda dicho– tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir. Pero, acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por Hepila famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della. Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era á[r]bol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él a [sí]: –Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendido: ‘‘Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien ven-ció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vues-tra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante''? ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

Capítulo VIII.

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Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación

En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y, así como don Quijote los vio, dijo a su escudero: –La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. –¿Qué gigantes? –dijo Sancho Panza. –Aquellos que allí ves –respondió su amo– de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. –Mire vuestra merced –respondió Sancho– que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino. –Bien parece –respondió don Quijote– que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes, iba diciendo en voces altas: –Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo: –Pues, aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar. Y, en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y, dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante. –¡Válame Dios! –dijo Sancho–. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? –Calla, amigo Sancho –respondió don Quijote–, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas, al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.

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–Dios lo haga como puede –respondió Sancho Panza. Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. Y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del Puerto Lápice, porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza; y, diciéndoselo a su escudero, le dijo: –Yo me acuerdo haber leído que un caballero español, llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día, y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él como sus decendientes se llamaron, desde aquel día en adelante, Vargas y Machuca. Hete dicho esto, porque de la primera encina o roble que se me depare pienso desgajar otro tronco tal y tan bueno como aquél, que me imagino y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas. –A la mano de Dios –dijo Sancho–; yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída. –Así es la verdad –respondió don Quijote–; y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella. –Si eso es así, no tengo yo qué replicar –respondió Sancho–, pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse. No se dejó de reír don Quijote de la simplicidad de su escudero; y así, le declaró que podía muy bien quejarse, como y cuando quisiese, sin gana o con ella; que hasta entonces no había leído cosa en contrario en la orden de caballería. Díjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondióle su amo que por entonces no le hacía menester; que comiese él cuando se le antojase. Con esta licencia, se acomodó Sancho lo mejor que pudo sobre su jumento, y, sacando de las alforjas lo que en ellas había puesto, iba caminando y comiendo detrás de su amo muy de su espacio, y de cuando en cuando empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga. Y, en tanto que él iba de aquella manera menudeando tragos, no se le acordaba de ninguna promesa que su amo le hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las aventuras, por peligrosas que fuesen. En resolución, aquella noche la pasaron entre unos árboles, y del uno dellos desgajó don Quijote un ramo seco que casi le podía servir de lanza, y puso en él el hierro que quitó de la que se le había quebrado. Toda aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea, por acomodarse a lo que había leído en sus libros, cuando los caballeros pasaban sin dormir muchas noches en las florestas y despoblados, entretenidos con las memorias de sus señoras. No la pasó ansí Sancho Panza, que, como tenía el estómago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueño se la llevó toda; y no fueran parte para despertarle, si su amo no lo llamara, los rayos del sol, que le daban en el rostro, ni el canto de las aves, que, muchas y muy

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regocijadamente, la venida del nuevo día saludaban. Al levantarse dio un tiento a la bota, y hallóla algo más flaca que la noche antes; y afligiósele el corazón, por parecerle que no llevaban camino de remediar tan presto su falta. No quiso desayunarse don Quijote, porque, como está dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias. Tornaron a su comenzado camino del Puerto Lápice, y a obra de las tres del día le descubrieron. –Aquí –dijo, en viéndole, don Quijote– podemos, hermano Sancho Panza, meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras. Mas advierte que, aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero si fueren caballeros, en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería que me ayudes, hasta que seas armado caballero. –Por cierto, señor –respondió Sancho–, que vuestra merced sea muy bien obedicido en esto; y más, que yo de mío me soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias. Bien es verdad que, en lo que tocare a defender mi persona, no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agr[a]viarle. –No digo yo menos –respondió don Quijote–; pero, en esto de ayudarme contra caballeros, has de tener a raya tus naturales ímpetus. –Digo que así lo haré –respondió Sancho–, y que guardaré ese preceto tan bien como el día del domingo. Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la orden de San Benito, caballeros sobre dos dromedarios: que no eran más pequeñas dos mulas en que venían. Traían sus antojos de camino y sus quitasoles. Detrás dellos venía un coche, con cuatro o cinco de a caballo que le acompañaban y dos mozos de mulas a pie. Venía en el coche, como después se supo, una señora vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo. No venían los frailes con ella, aunque iban el mesmo camino; mas, apenas los divisó don Quijote, cuando dijo a su escudero: –O yo me engaño, o ésta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto; porque aquellos bultos negros que allí parecen deben de ser, y son sin duda, algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío. –Peor será esto que los molinos de viento –dijo Sancho–. Mire, señor, que aquéllos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera. Mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le engañe. –Ya te he dicho, Sancho –respondió don Quijote–, que sabes poco de achaque de aventuras; lo que yo digo es verdad, y ahora lo verás. Y, diciendo esto, se adelantó y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venían, y, en llegando tan cerca que a él le pareció que le podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo: –Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche lleváis forzadas; si no, aparejaos a recebir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras.

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Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, así de la figura de don Quijote como de sus razones, a las cuales respondieron: –Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen, o no, ningunas forzadas princesas. –Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo os conozco, fementida canalla –dijo don Quijote. Y, sin esperar más respuesta, picó a Rocinante y, la lanza baja, arremetió contra el primero fraile, con tanta furia y denuedo que, si el fraile no se dejara caer de la mula, él le hiciera venir al suelo mal de su grado, y aun malferido, si no cayera muerto. El segundo religioso, que vio del modo que trataban a su compañero, puso piernas al castillo de su buena mula, y comenzó a correr por aquella campaña, más ligero que el mesmo viento. Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su asno, arremetió a él y le comenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes y preguntáronle que por qué le desnudaba. Respondióles Sancho que aquello le tocaba a él ligítimamente, como despojos de la batalla que su señor don Quijote había ganado. Los mozos, que no sabían de burlas, ni entendían aquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Quijote estaba desviado de allí, hablando con las que en el coche venían, arremetieron con Sancho y dieron con él en el suelo; y, sin dejarle pelo en las barbas, le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo sin aliento ni sentido. Y, sin detenerse un punto, tornó a subir el fraile, todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro; y, cuando se vio a caballo, picó tras su compañero, que un buen espacio de allí le estaba aguardando, y esperando en qué paraba aquel sobresalto; y, sin querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron su camino, haciéndose más cruces que si llevaran al diablo a las espaldas. Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la señora del coche, diciéndole: –La vuestra fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo que más le viniere en talante, porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo, derribada por este mi fuerte brazo; y, porque no penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso; y, en pago del beneficio que de mí habéis recebido, no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso, y que de mi parte os presentéis ante esta señora y le digáis lo que por vuestra libertad he fecho. Todo esto que don Quijote decía escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que era vizcaíno; el cual, viendo que no quería dejar pasar el coche adelante, sino que decía que luego había de dar la vuelta al Toboso, se fue para don Quijote y, asiéndole de la lanza, le dijo, en mala lengua castellana y peor vizcaína, desta manera: –Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno. Entendióle muy bien don Quijote, y con mucho sosiego le respondió: –Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva criatura. A lo cual replicó el vizcaíno:

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–¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza ar[r]ojas y espada sacas, ¡el agua cuán presto verás que al gato llevas! Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo; y mientes que mira si otra dices cosa. –¡Ahora lo veredes, dijo Agrajes! –respondió don Quijote. Y, ar[r]ojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su rodela, y arremetió al vizcaíno con determinación de quitarle la vida. El vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que, por ser de las malas de alquiler, no había que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada; pero avínole bien que se halló junto al coche, de donde pudo tomar una almohada que le sirvió de escudo, y luego se fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La demás gente quisiera ponerlos en paz, mas no pudo, porque decía el vizcaíno en sus mal trabadas razones que si no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había de matar a su ama y a toda la gente que se lo estorbase. La señora del coche, admirada y temerosa de lo que veía, hizo al cochero que se desviase de allí algún poco, y desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en el discurso de la cual dio el vizcaíno una gran cuchillada a don Quijote encima de un hombro, por encima de la rodela, que, a dársela sin defensa, le abriera hasta la cintura. Don Quijote, que sintió la pesadumbre de aquel desaforado golpe, dio una gran voz, diciendo: –¡Oh señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a este vuestro caballero, que, por satisfacer a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se halla! El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al vizcaíno, todo fue en un tiempo, llevando determinación de aventurarlo todo a la de un gol[pe] solo. El vizcaíno, que así le vio venir contra él, bien entendió por su denuedo su coraje, y determinó de hacer lo mesmo que don Quijote; y así, le aguardó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la mula a una ni a otra parte; que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes niñerías, no podía dar un paso. Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno, con la espada en alto, con determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno le aguardaba ansimesmo levantada la espada y aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que había de suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban; y la señora del coche y las demás criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devoción de España, porque Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban. Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote de las que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte.

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POESÍA LÍRICA DEL SIGLO DE ORO

Francisco de Quevedo ataca a Luis de Góngora

Quien quisiere ser culto en sólo un día,la jeri (aprenderá) gonza siguiente:fulgores, arrogar, joven, presiente,

candor, construye, métrica armonía;poco, mucho, si no, purpuracía,

neutralidad, conculca, erige, mente,pulsa, ostenta, librar, adolescente,señas traslada, pira, frustra, arpía;cede, impide, cisuras, petulante,

palestra, liba, meta, argento, alterna,si bien disuelve émulo canoro.

Use mucho de líquido y de errante,su poco de nocturno y de caverna,anden listos livor, adunco y poro.

Yo te untaré mis obras con tocinoPorque no me las muerdas, Gongorilla,

Perro de los ingenios de Castilla,Docto en pullas, cual mozo de camino.

Apenas hombre, sacerdote indino,Que aprendiste sin christus la cartilla;

Chocarrero de Córdoba y Sevilla,Y en la Corte, bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griegaSiendo sólo rabí de la judía,

cosa que tu nariz aun no lo niega?No escribas versos más, por vida mía;Aunque aquesto de escribas se te pega

por tener de sayón la rebeldía

Luis de Góngora responde al ataque de Quevedo

Cierto poeta, en forma peregrinacuanto devota, se metió a romero,

con quien pudiera bien todo barberolavar la más llagada disciplina.

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Era su benditísima esclavina,en cuanto suya, de un hermoso cuero,su báculo timón del más zorrerobajel,

que desde el Faro de Cecinaa Brindis, sin hacer agua, navega.Este sin landre claudicante Roque,

de una venera justamente vano,que en oro engasta, santa insignia, a lo que

a San Trago camina, donde llega:que tanto anda el cojo como el sano

Anacreonte español, no hay quien os tope.Que no diga con mucha cortesía,

Que ya que vuestros pies son de elegía,Que vuestras suavidades son de arrope

¿No imitaréis al terenciano Lope,Que al de Belerofonte cada día.Sobre zuecos de cómica poesía

Se calza espuelas, y le da un galope?Con cuidado especial vuestros antojosDicen que quieren traducir al griego,No habiéndolo mirado vuestros ojos.Prestádselos un rato a mi ojo ciego,

Porque a luz saque ciertos versos flojos,Y entenderéis cualquier gregüesco luego.

Francisco de Quevedo

Tema moral"Ah de la vida!"... "Nadie me responde?

Aquí de los antaños que he vivido!La Fortuna mis tiempos ha mordido;

las horas mi locura las esconde.Que sin poder saber cómo ni adónde

la salud y la edad se hayan huido!Falta la vida, asiste lo vivido,

y no hay calamidad que no me ronde.Ayer se fue; mañana no ha llegado;

hoy se está yendo sin parar un punto:soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto pañales y mortaja,y he quedadopresentes sucesiones de difunto.

Tema filosófico

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Miré los muros de la patria mía,

si un tiempo fuertes, ya desmoronados,

de la carrera de la edad cansados,

por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo, vi que el sol bebía

los arroyos del hielo desatados;

y del monte quejosos los ganados,

que con sombras hurtó la luz al día.

Entré en mi casa: vi que amancillada

de anciana habitación era despojos;

mi báculo más corvo, y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,

y no hallé cosa en qué poner los ojos

que no fuese recuerdo de la muerte.

****

¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!Poco antes, nada; y poco después, humo!

Y destino ambiciones, y presumoapenas punto al cerco que me cierra!Breve combate de importuna guerra,

en mi defensa, soy peligro sumo;y mientras con mis armas me consumo,

menos me hospeda el cuerpo que me entierra.Ya no es ayer; mañana no ha llegado;hoy pasa, y es, y fue, con movimientoque a la muerte me lleva despeñado.

Azadas son la hora y el momentoque, a jornal de mi pena y mi cuidado,

cavan en mi vivir mi monumento.

Francisco de QuevedoTema satírico

Érase un hombre a una nariz pegado,érase una nariz superlativa,

érase una nariz sayón y escriba,érase un pez espada muy barbado.Érase un reloj de sol mal encarado,

érase un alquitara pensativa,érase un elefante boca aariba,

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era Ovidio Nasón mas narizado.Érase un espolón de una galera,érase una pirámide de Egipto,las doce tribus de narices era.Érase un naricísimo infinito,

muchísima nariz,nariz tan fiera,que en la cara de Anás fuera delito.

Luis de GóngoraLetrillas

Ándeme yo caliente y ríase la gente. 

 Traten otros del gobierno 

del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno, y las mañanas de invierno naranjada y aguardiente, 

y ríase la gente. 

Coma en dorada vajilla el príncipe mil cuidados, como píldoras dorados; 

que yo en mi pobre mesilla quiero más una morcilla que en el asador reviente, 

y ríase la gente. 

Cuando cubra las montañas de blanca nieve el enero, tenga yo lleno el brasero 

de bellotas y castañas y quien las dulces patrañas 

del Rey que rabió me cuente, y ríase la gente. 

Busque muy en hora buena el mercader nuevos soles; 

yo conchas y caracoles entre la menuda arena, escuchando a Filomena 

sobre el chopo de la fuente, y ríase la gente. 

Pase a media noche el mar, y arda en amorosa llama 

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Leandro por ver a su dama; que yo más quiero pasar 

del golfo de mi lagar la blanca o roja corriente, 

y ríase la gente. 

Pues Amor es tan cruelque de Píramo y su amada 

hace tálamo una espadado se junten ella y él, sea mi Tisbe un pastel 

y la espada sea mi diente, y ríase la gente.

Fábula de Polifemo y Galatea (fragmento)

Un monte era de miembros eminente Este que —de Neptuno hijo fiero— 

De un ojo ilustra el orbe de su frente, Émulo casi del mayor lucero; 

Cíclope a quien el pino más valiente Bastón le obedecía tan ligero, 

Y al grave peso junco tan delgado, Que un día era bastón y otro cayado.

Negro el cabello, imitador undoso De las oscuras aguas del Leteo, Al viento que lo peina proceloso Vuela sin orden, pende sin aseo; 

Un torrente es su barba, impetuoso Que —adusto hijo de este Pirineo— 

Su pecho inunda— o tarde, o mal, o en vano Surcada aun de los dedos de su mano.

Ninfa, de Doris hija, la más bella,adora, que vio el reino de la espuma.Galatea es su nombre, y dulce en ellael terno Venus de sus Gracias suma.

Son una y otra luminosa estrellalucientes ojos de su blanca pluma:si roca de cristal no es de Neptuno,pavón de Venus es, cisne de Juno.

Purpúreas rosas sobre Galateala Alba entre lilios cándidos deshoja:

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duda el Amor cuál más su color sea,o púrpura nevada, o nieve roja.De su frente la perla es, eritrea,

émula vana. El ciego dios se enoja,y, condenado su esplendor, la dejapender en oro al nácar de su oreja.

Era Acis un venablo de Cupido, De un Fauno —medio hombre, medio fiera—, 

En Simetis, hermosa Ninfa, habido; Gloria del mar, honor de su ribera. 

El bello imán, el ídolo dormido, Que acero sigue, idólatra venera, 

Rico de cuanto el huerto ofrece pobre, Rinden las vacas y fomenta el robre.

El celestial humor recién cuajado Que la almendra guardó, entre verde y seca, 

En blanca mimbre se lo puso al lado Y un copo, en verdes juncos, de manteca; 

En breve corcho, pero bien labrado, Un rubio hijo de una encina hueca, 

Dulcísimo panal, a cuya cera Su néctar vinculó la primavera.

Lope de Vega

Un soneto me manda hacer Violanteque en mi vida me he visto en tanto aprieto;

catorce versos dicen que es soneto;burla burlando van los tres delante.

Yo pensé que no hallara consonante,y estoy a la mitad de otro cuarteto;mas si me veo en el primer terceto,

no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Por el primer terceto voy entrando,y parece que entré con pie derecho,

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pues fin con este verso le voy dando.

Ya estoy en el segundo, y aun sospechoque voy los trece versos acabando;contad si son catorce, y está hecho.

DEFINICIÓN DE AMOR

Desmayarse, atreverse, estar furioso,áspero, tierno, liberal, esquivo,alentado, mortal, difunto, vivo,

leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,

enojado, valiente, fugitivo,satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,beber veneno por licor süave,

olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,dar la vida y el alma a un desengaño;esto es amor, quien lo probó lo sabe.

CC

FÉLIX LOPE DE VEGA CARPIO

FUENTE OVEJUNA

TERCER ACTO

(Salen Esteban, Alonso y Barrildo).

ESTEBAN

¿No han venido a la junta?

BARRILDO

No han venido.

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ESTEBAN

Pues más aprisa nuestro daño corre.

BARRILDO

Ya está lo más del pueblo prevenido.

ESTEBAN

Frondoso con prisiones en la torre,y mi hija Laurencia en tanto aprieto,si la piedad de Dios no los socorre ...

(Salen Juan Rojo Y el Regidor).

JUAN ROJO

¿De qué dais voces, cuando importa tantoa nuestro bien, Esteban, el secreto?

ESTEBAN

Que doy tan pocas es mayor espanto.

(Sale Mengo)

MENGO

También vengo yo a hallarme en esta junta.

JUAN ROJO

¿Cómo es posible en tiempo limitado?

MENGO

A la fe, que si entiende el alboroto,que ha de costar la junta alguna vida.

REGIDOR

Ya, todo el árbol de paciencia roto,corre la nave de temor perdida.

La hija quitan con tan gran fierezaa un hombre honrado, de quien es regida

la patria en que vivis, y en la cabezala vara quiebran tan injustamente.

¿Qué esclavo se trató con más bajeza?

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JUAN ROJO

¿Qué es lo que quieres tú que el pueblo intente?

REGIDOR

Morir, o dar la muerte a los tiranos,pues somos muchos, y ellos poca gente.

BARRILDO

¡Contra el señor las armas en las manos!

(Sale Laurencia, desmelenada)

LAURENCIA

Dejadme entrar, que bien puedoen consejo de los hombres;que bien puede una mujer,

si no a dar voto a dar voces.¿Me conocéis?

ESTEBAN

¡Santo Cielo!¿No es mi hija?

JUAN ROJO

¿No conocesa Laurencia?

LAURENCIA

Vengo tal,que mi diferencia os poneen contingencia quién soy.

FSTEBAN

¡Hija mía!

LAURENCIA

No me nombrestu hija.

ESTEBAN

¿Por qué, mis ojos?¿Por qué?

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LAURENCIA

Por muchas razones,y sean las principales,

porque dejas que me robentiranos sin que me vengues,traidores sin que me cobres.Aún no era yo de Frondoso,

para que digas que tome,como marido, venganza;

que aquí por tu cuenta, corre;que en tanto que de las bodas

no haya llegado la noche,del padre, y no del marido,la obligación presupone;

que en tanto que no me entreganuna joya: aunque la compre,no ha de correr por mi cuentalas guardas ni los ladrones.Me llevó de vuestros ojosa su casa Fernán Gómez:

la oveja al lobo dejáis,como cobardes pastores.

¡Qué dagas no vi en mi pecho!¡Qué desatinos enormes,

qué palabras, qué amenazas,y qué delitos atroces,por rendir mi castidada sus apetitos torpes!

Mis cabellos, ¿no lo dicen?¿No se ven aquí los golpes,de la sangre y las señales?

¿Vosotros sois hombres nobles?¿Vosotros padres y deudos?

¿Vosotros, que no se os rompenlas entrañas de dolor,

de verme en tantos dolores?Ovejas sois, bien lo dice

de Fuente Ovejuna el nombre.Dadme unas armas a mí,

pues sois piedras, pues sois bronces,pues sois jaspes, pues sois tigres ...

ESTEBAN

Yo, hija, no soy de aquellosque permiten que los nombres

con esos títulos viles.Iré solo, si se pone

todo el mundo contra mí.

JUAN ROJO

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Y yo, por más que me asombrela grandeza del contrario.

REGIDOR

Muramos todos.

BARRILDO

Descogeun lienzo al viento en un palo,

y mueran estos enormes.

JUAN ROJO

¿Qué orden pensáis tener?

MENGO

Ir a matarle sin orden.Juntad el pueblo a una voz;que todos están conformesen que los tiranos mueran.

ESTEBAN

Tomad espadas, lanzones,ballestas, chuzos y palos.

MENGO

¡Los reyes nuestros señoresvivan!

TODOS

¡Vivan muchos años!

MENGO

¡Mueran tiranos traidores!

TODOS

¡Traidores tiranos mueran!

(Se van todos).

LAURENCIA

Caminad, que el cielo os oye.¡Ah, mujeres de la villa!

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¡Acudid, porque se cobrevuestro honor, acudid todas!

(Salen Pascuala, Jacinta y otras mujeres).

PASCUALA

¿Qué es esto? ¿De qué das voces?

LAURENCIA

¿No veis cómo todos vana matar a Fernán Gómez,

y hombres, mozos y muchachos,furiosos, al hecho corren?

¿Serán ,bien que solos ellosde esta hazaña el honor gocen,

pues no son de las mujeressus agravios los menores?

JACINTA

Di, pues, ¿qué es lo que pretendes?

LAURENCIA

Que puestas todas en orden,acometamos a un hecho

que dé espanto a todo el orbe.}acinta, tu grande agravio,

que sea cabo; respondede una escuadra de mujeres.

JACINTA

No son los tuyos menores.

LAURENCIA

Pascuala, alférez serás.

PASCUALA

Pues déjame que enarboleen un asta la bandera:

verás si merezco el nombre.

LAURENCIA

¿Ruido?

FLORES

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Y de manera que interrumpentu justicia, señor.

ORTUÑO

Las puertas rompen.

(Ruido).

COMENDADOR

La puerta de mi casa y siendo casade la encomienda!

FLORES

El pueblo junto viene.

JUAN ROJO

(Dentro).Rompe, derriba, hunde, quema, abrasa.

ORTUÑO

Un popular motín mal se detiene.

COMENDADOR

¡El pueblo contra mí!

FLORES

La furia pasatan adelante, que las puertas tiene

echadas por la tierra.

COMENDADOR

Desatadle.Templa, Frondoso, ese villano alcalde.

FRONDOSO

Yo voy, señor; que amor les ha movido.

(Se va).

MENGO

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(Dentro).¡Vivan Fernando e Isabel, y mueran

los traidores!

FLORES

Señor, por Dios te pidoque no te hallen aquí.

COMENDADOR

Si perseveran,este aposento es fuerte y defendido.

Ellos se volverán.

FLORES

Cuando se alteranlos pueblos agraviados, y resuelven,

nunca sin sangre o sin venganza vuelven.

COMENDADOR

En esta puerta, así como rastrillo,su furor con las armas defendamos.

FRONDOSO

(Dentro).¡Viva Fuente Ovejuna!

COMENDADOR

¡Qué caudillo!Estoy porque a su furia acometamos.

FLORES

De la tuya, señor, me maravillo.

ESTEBAN

Ya el tirano y los cómplices miramos.¡Fuente Ovejuna, y los tiranos mueran!

(Salen todos).

COMENDADOR

Pueblo, esperad.

TODOS

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Agravios nunca esperan.

COMENDADOR

Decídmelos a mí, que iré pagandoa fe de caballero esos errores.

TODOS

¡Fuente Ovejuna! ¡Viva el rey Fernando!¡Mueran malos cristianos y traidores!

COMENDADOR

¿No me queréis oír? Yo estoy hablando;yo soy vuestro señor.

TODOS

¡Nuestros señoresson los Reyes Católicos!

COMENDADOR

Espera.

TODOS

¡Fuente Ovejuna, y Fernán Gómez muera!

(Se van, y salen las mujeres, armadas).

LAURENCIA

Parad en este puesto de esperanzassoldados atrevidos, no mujeres.

PASCUALA

¡Los que mujeres son en las venganzas!¡En él beban su sangre! ¿Es bien que esperes?

JACINTA

Su cuerpo recojamos en las lanzas.

BARRILDO

(Dentro).Aquí está Ortuño.

FRONDOSO

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(Dentro).Córtale la cara.

(Sale Flores, huyendo, y Mengo tras él).

FLORES

¡Mengo, piedad, que no soy yo el culpado!

MENGO

Cuando ser alcahuete no bastara,bastaba haberme el pícaro azotado.

PASCUALA

Dánoslo a las mujeres, Mengo, para ...Acaba por tu vida.

MENGO

Ya está dado;que no le quiero yo mayor castigo.

PASCUALA

Vengaré tus azotes.

MENGO

Eso digo.

JACINTA

¡Ea, muera el traidor!

FLORES

¡Entre mujeres!

JACINTA

¿No le viene muy ancho?

PASCUALA

¿Acaso lloras?

JACINTA

Muere, concertador de sus placeres.

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PASCUALA

¡Ea, muera el traidor!

FLORES

¡Piedad, señoras!

(Sale Ortuño, huyendo de Laurencia).

ORTUÑO

Mira que no soy yo ...

LAURENCIA

Ya sé quién eres.Entrad, teñid las armas vencedoras

en estos viles.

PASCUALA

Moriré matando.

TODOS

¡Fuente Ovejuna, y viva el rey Fernando!

(Se van, y salen el Rey Don Fernando y la Reina Doña Isabel, y Don Manrique, maestre).

MANRIQUE

De modo la prevenciónfue, el efecto esperadollegamos a ver logradocon poca contradicción.Hubo poca resistencia;

y supuesto que la hubiera,sin duda ninguna fuera

de poca o ninguna esencia.Queda el de Cabra ocupadoen conservación del puesto,

por si volviere dispuestoa él el contrario osado.

REY

Discreto el acuerdo fuey que asista es conveniente,

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y reformando la gente,el paso tomado esté.

Que con eso se asegurano podemos hacer mal

Alfonso, que en Portugaltomar la fuerza procura.

Y el de Cabra es bien que estéen ese sitio asistente,y como tan diligente,

muestras de su valor dé;porque con esto asegurael daño que nos recela,y como fiel centinela,

el bien del reino procura.

(Sale Flores, herido).

FLORES

Católico rey Fernando,a quien el cielo concede

la corona de Castilla,como varón excelente;oye la mayor crueldad

que se ha visto entre las gentesdesde donde nace el solhasta donde se oscurece.

REY

Repórtate.

FLORES

Rey supremo,mis heridas no consienten

dilatar el triste caso,por ser mi vida tan breve.De Fuente Ovejuna vengo,

donde, con pecho inclemente,los vecinos de la villa

a su señor dieron muerte.Muerto Fernán Gómez queda

por sus súbditos aleves;que vasallos indignados

con leve causa se atreven.Con título de tirano

que le acumula la plebe,a la fuerza de esta voz

el hecho fiero acometen;y quebrantando su casa,

no atendiendo a que se ofrece

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por la fe de caballeroa que pagará a quien debe,no sólo no le escucharon,pero con furia impacienterompen el cruzado pechocon mil heridas crueles,y por las altas ventanas

le hacen que al suelo vuele,adonde en picas y espadas

le recogen las mujeres.Le llevan a una casa muerto,y, a porfía, quien más puede

mesa su barba y cabelloy aprisa su rostro hieren.

En efecto fue la furiatan grande que en ellos crece,

que las mayores tajadaslas orejas a ser vienen.

Sus armas borran con picasy a voces dicen que quieren

tus reales armas fijar,porque aquéllas les ofenden.

Le saquearon la casa,cual si de enemigos fuese,

y gozosos entre todoshan repartido sus bienes.

REY

Estar puedes confiadoque sin castigo no queden.

El triste suceso ha sidotal, que admirado me tiene,y que vaya luego un juezque lo averigüe conviene,y castigue a los culpados

para ejemplo de las gentes.Vaya un capitán con él,porque seguridad lleve;

que tan grande atrevimientocastigo ejemplar requiere;

y curad a este soldadode las heridas que tiene.

(Se van, y salen los labradores y labradoras, con la cabeza de Fernán Gómez en una lanza).

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PEDRO CALDERÓN DE LA BARCALA VIDA ES SUEÑO

Primer monólogo de Segismundo

¡Ay mísero de mí, ¡ay infelice!Apurar, cielos, pretendo,

Ya que me tratais así,qué delito cometí

contra vosotros naciendo.Aunque si nací, ya entiendo

qué delito he cometido;bastante causa ha tenidovuestra justicia y rigor,

Pues el delito mayordel hombre es haber nacido.

Sólo quisiera saberpara apurar mis desvelos

(dejando a una parte, cielos,el delito del nacer),

¿qué más os pude ofender,para castigarme más?

¿No nacieron los demás?Pues si los demás nacieron,¿qué privilegios tuvieronque no yo gocé jamás?

Nace el ave, y con las galasque le dan belleza suma,apénas es flor de pluma,

o ramillete con alas,cuando las etéreas salas

corre con velocidad,negándose a la piedad

del nido que dejan en calma;¿y teniendo yo más alma,

tengo ménos libertad?

Nace el bruto, y con la pielque dibujan manchas bellas,apénas signo es de estrellas

(gracias al docto pincel),cuando, atrevido y cruel,

la humana necesidadle enseña á tener crueldad,mónstruo de su laberinto;¿y yo, con mejor instinto,

tengo ménos libertad?

Nace el pez, que no respira,aborto de ovas y lamas,

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y apénas bajel de escamassobre las ondas se mira,

cuando á todas partes gira,midiendo la inmensidad

de tanta capacidadcomo le da el centro frío;¿y yo, con más albedrío,tengo menos libertad?

Nace el arroyo, culebraque entre flores se desata,y apenas, sierpe de plata,entre las flores se quiebra,

cuando músico celebrade los cielos la piedadque le dan la majestad

del campo abierto á su huida;¿y teniendo yo más vida,

tengo ménos libertad?

En llegando á esta pasión,un volcán, un Etna hecho,quisiera arrancar del pecho

pedazos del corazón.¿Qué ley, justicia ó razónnegar a los hombres sabe

privilegios tan süaveexcepción tan principal,

que Dios le ha dado a un cristal,á un pez, á un bruto y á un ave?

Segundo monólogo de Segismundo

Es verdad. Pues reprimamosesta fiera condicion,

esta furia, esta ambicion,por si alguna ve soñamos:

Y sí haremos, pues estamosen mundo tan singular,

que el vivir sólo es soñar;y la experiencia me enseña

que el hombre que vive, sueñalo que es, hasta dispertar.Sueña el Rey que es rey

Sueña el rey que es rey, y vivecon este engaño mandando,disponiendo y gobernando;y este aplauso, que recibe

prestado, en el viento escribe,y en cenizas le convierte

la muerte, ¡desdicha fuerte!

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¿Que hay quien intente reinar,viendo que ha de despertaren el sueño de la muerte?

Sueña el rico en su riqueza,que más cuidados le ofrece;sueña el pobre que padecesu miseria y su pobreza;

sueña el que á medrar empieza,sueña el que afana y pretende,sueña el que agravia y ofende,y en el mundo, en conclusión,

todos sueñan lo que son,aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquídestas prisiones cargado,y soñé que en otro estado

más lisonjero me ví.¿Qué es la vida? Un frenesí.¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra, una ficción,y el mayor bien es pequeño:que toda la vida es sueño,y los sueños, sueños son.

LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍNEL SÍ DE LAS NIÑAS

Escena XII

DOÑA FRANCISCA, RITA, DOÑA IRENE, DON DIEGO.

Salen DOÑA FRANCISCA y RITA de su cuarto.

 RITA.-   Señora.

 

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DOÑA FRANCISCA.-   ¿Me llamaba usted? 

DOÑA IRENE.-   Sí, hija; porque el señor Don Diego nos trata de un modo que ya no se puede aguantar. ¿Qué amores tienes, niña? ¿A quién has dado palabra de matrimonio? ¿Qué enredos son éstos?... Y tú, picarona... Pues tú también lo has de saber... Por fuerza lo sabes... ¿Quién ha escrito este papel? ¿Qué dice?  (Presentando el papel abierto a DOÑA FRANCISCA.)  

RITA.-    (Aparte a DOÑA FRANCISCA.)  Su letra es. 

DOÑA FRANCISCA.-   ¡Qué maldad!... Señor Don Diego, ¿así cumple usted su palabra? 

DON DIEGO.-   Bien sabe Dios que no tengo la culpa... Venga usted aquí. (Tomando de una mano a DOÑA FRANCISCA, la pone a su lado.)  No hay que temer... Y usted, señora, escuche y calle, y no me ponga en términos de hacer un desatino... Deme usted ese papel...  (Quitándole el papel.)  Paquita, ya se acuerda usted de las tres palmadas de esta noche. 

DOÑA FRANCISCA.-   Mientras viva me acordaré. 

DON DIEGO.-   Pues éste es el papel que tiraron a la ventana... No hay que asustarse, ya lo he dicho.  (Lee.)  «Bien mío: si no consigo hablar con usted, haré lo posible para que llegue a sus manos esta carta. Apenas me separé de usted, encontré en la posada al que yo llamaba mí enemigo, y al verle no sé cómo no expiré de dolor. Me mandó que saliera inmediatamente de la ciudad, y fue preciso obedecerle. Yo me llamo Don Carlos, no Don Félix. Don Diego es mi tío. Viva usted dichosa y olvide para siempre a su infeliz amigo.- Carlos de Urbina.» 

DOÑA IRENE.-   ¿Conque hay eso? 

DOÑA FRANCISCA.-   ¡Triste de mí! 

DOÑA IRENE.-   ¿Conque es verdad lo que decía el señor, grandísima picarona? Te has de acordar de mí.

  (Se encamina hacia DOÑA FRANCISCA, muy colérica, y en ademán de querer maltratarla. RITA y DON DIEGO lo estorban.)  

DOÑA FRANCISCA.-   ¡Madre!... ¡Perdón! 

DOÑA IRENE.-   No, señor; que la he de matar. 

DON DIEGO.-   ¿Qué locura es ésta? 

DOÑA IRENE.-   He de matarla.

Escena XIII

 

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DON CARLOS, DON DIEGO, DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, RITA. 

 Sale DON CARLOS del cuarto precipitadamente; coge de un brazo a DOÑA FRANCISCA, se la lleva hacia el fondo del teatro y se pone delante de ella para defenderla. DOÑA IRENE se asusta y se retira.  

DON CARLOS.-   Eso no... Delante de mí nadie ha de ofenderla. 

DOÑA FRANCISCA.-   ¡Carlos! 

DON CARLOS.-    (A DON DIEGO.)  Disimule usted mi atrevimiento... He visto que la insultaban y no me he sabido contener. 

DOÑA IRENE.-   ¿Qué es lo que me sucede, Dios mío? ¿Quién es usted?... ¿Qué acciones son éstas?... ¡Qué escándalo! 

DON DIEGO.-   Aquí no hay escándalos... Ése es de quien su hija de usted está enamorada... Separarlos y matarlos viene a ser lo mismo... Carlos... No importa... Abraza a tu mujer.  (Se abrazan DON CARLOS y DOÑA FRANCISCA, y después se arrodillan a los pies de DON DIEGO.)  

DOÑA IRENE.-   ¿Conque su sobrino de usted?... 

DON DIEGO.-   Sí, señora; mi sobrino, que con sus palmadas, y su música, y su papel me ha dado la noche más terrible que he tenido en mi vida... ¿Qué es esto, hijos míos, qué es esto? 

DOÑA FRANCISCA.-   ¿Conque usted nos perdona y nos hace felices? 

DON DIEGO.-   Sí, prendas de mi alma... Sí.  (Los hace levantar con expresión de ternura.)  

DOÑA IRENE.-   ¿Y es posible que usted se determina a hacer un sacrificio?... 

DON DIEGO.-   Yo pude separarlos para siempre y gozar tranquilamente la posesión de esta niña amable, pero mi conciencia no lo sufre... ¡Carlos!... ¡Paquita!... ¡Qué dolorosa impresión me deja en el alma el esfuerzo que acabo de hacer!... Porque, al fin, soy hombre miserable y débil. 

DON CARLOS.-   Si nuestro amor  (Besándole las manos.) , si nuestro agradecimiento pueden bastar a consolar a usted en tanta pérdida... 

DOÑA IRENE.-   ¡Conque el bueno de Don Carlos! Vaya que... 

DON DIEGO.-   Él y su hija de usted estaban locos de amor, mientras que usted y las tías fundaban castillos en el aire, y me llenaban la cabeza de ilusiones, que han desaparecido como un sueño... Esto resulta del abuso de autoridad, de la opresión que la juventud padece;

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éstas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe fiar en el sí de las niñas... Por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba... ¡Ay de aquellos que lo saben tarde! 

DOÑA IRENE.-   En fin, Dios los haga buenos, y que por muchos años se gocen... Venga usted acá, señor; venga usted, que quiero abrazarle.  (Abrazando a DON CARLOS, DOÑA FRANCISCA se arrodilla y besa la mano de su madre.)  Hija, Francisquita. ¡Vaya! Buena elección has tenido... Cierto que es un mozo muy galán... Morenillo, pero tiene un mirar de ojos muy hechicero. 

RITA.-   Sí, dígaselo usted, que no lo ha reparado la niña... señorita, un millón de besos.  (Se besan DOÑA FRANCISCA y RITA.)  

DOÑA FRANCISCA.-   Pero ¿ves qué alegría tan grande?... ¡Y tú, como me quieres tanto!... Siempre, siempre serás mi amiga. 

DON DIEGO.-   Paquita hermosa  (Abraza a DOÑA FRANCISCA.) , recibe los primeros abrazos de tu nuevo padre... No temo ya la soledad terrible que amenazaba a mi vejez... Vosotros  (Asiendo de las manos a DOÑA FRANCISCA y a DON CARLOS.) seréis la delicia de mi corazón; el primer fruto de vuestro amor... sí, hijos, aquél... no hay remedio, aquél es para mí. Y cuando le acaricie en mis brazos, podré decir: a mí me debe su existencia este niño inocente; si sus padres viven, si son felices, yo he sido la causa. 

DON CARLOS.-   ¡Bendita sea tanta bondad! 

DON DIEGO.-   Hijos, bendita sea la de Dios.

 

ÁNGEL DE SAAVEDRA, DUQUE DE RIVASDON ÁLVARO O LA FUERZA DEL SINO

JORNADA IESCENA V

El teatro representa una sala colgada de damasco, con retratos de familia, escudos de armas y los adornos que se estilaban en el siglo pasado, pero todo deteriorado, y habrá dos balcones, uno cerrado y otro abierto y practicable, por el que se verá un cielo puro, iluminado por la luna, y algunas copas de árboles. Se pondrá en medio una mesa con tapete de damasco, y sobre ella habrá una guitarra, vasos chinescos con flores, y dos candeleros de plata con velas, únicas luces que alumbrarán la escena. Junto a la mesa habrá un sillón. Por la izquierda entrará el MARQUÉS DE CALATRAVA con una

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palmatoria en la mano, y detrás de él DOÑA LEONOR, y por la derecha entra la CRIADA

MARQUÉS. (Abrazando y besando a su hija.) Buenas noches, hija mía; hágate una santa el cielo. A Dios, mi amor, mi consuelo, mi esperanza, mi alegría. No dirás que no es galán tu padre. No descansara si hasta aquí no te alumbrara todas las noches... Están abiertos estos balcones (Los cierra.) y entra relente... Leonor... ¿Nada me dice tu amor? ¿Por qué tan triste te pones? D.ª LEONOR. (Abatida y turbada.) Buenas noches, padre mío. MARQUÉS. Allá para Navidad iremos a la ciudad: cuando empiece el tiempo frío. Y para entonces traeremos al estudiante, y también al capitán. Que les den permiso a los dos haremos ¿No tienes gran impaciencia por abrazarlos? D.ª LEONOR. ¿Pues no? ¿qué más puedo anhelar yo?MARQUÉS. Los dos lograrán licencia. Ambos tienen mano franca condición que los abona, y Carlos, de Barcelona, y Alfonso, de Salamanca, ricos presentes te harán. Escríbeles tú, tontilla, y algo que no haya en Sevilla pídeles, y lo traerán. D.ª LEONOR. Dejarlo será mejor a su gusto delicado. MARQUÉS. Lo tienen, y muy sobrado: como tú quieras, Leonor. CURRA. Si como a usted, señorita, carta blanca se me diera, a don Carlos le pidiera alguna bata bonita de Francia. Y una cadena con su broche de diamante al señorito estudiante, que en Madrid la hallará buena. MARQUÉS. Lo que gustes, hija mía. Sabes que el ídolo eres de tu padre... ¿No me quieres? (La abraza y besa tiernamente.) D.ª LEONOR. ¡Padre!... ¡Señor!... (Afligida.) MARQUÉS. La alegría vuelva a ti, prenda del alma; piensa que tu padre soy, y que de continuo estoy soñando tu bien... La calma recobra, niña... En verdad desde que estamos aquí estoy contento de ti, veo la tranquilidad que con la campestre vida va renaciendo en tu pecho, y me tienes satisfecho; sí, lo estoy mucho, querida. Ya se me ha olvidado todo: eres muchacha obediente. y yo seré diligente en darte un buen acomodo Sí, mi vida... ¿quién mejor sabrá lo que te conviene, que un tierno padre, que tiene por ti el delirio mayor? D.ª LEONOR. (Echándose en brazos de su padre con gran desconsuelo.) ¡Padre amado!... ¡Padre mío! MARQUÉS. Basta, basta... ¿Qué te agita? (Con gran ternura.) Yo te adoro, Leonorcita: no llores... ¡Qué desvarío! D.ª LEONOR. ¡Padre!... ¡Padre! MARQUÉS. (Acariciándola y desasiéndose de sus brazos.) Adiós, mi bien. A dormir, y no lloremos. Tus cariñosos extremos el cielo bendiga, amén. (Vase el marqués, y queda Leonor muy abatida y llorosa sentada en el sillón.)

ESCENA VI

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CURRA va detrás del MARQUÉS, cierra la puerta por donde aquél se ha ido, y vuelve cerca de LEONOR CURRA. ¡Gracias a Dios!... me temí que todito se enredase, y que señor se quedase hasta la mañana aquí. ¡Qué listo cerró el balcón!... Que por el del palomar vamos las dos a volar le dijo su corazón. Abrirlo sea lo primero (Ábrelo.) ahora lo segundo es cerrar las maletas. Pues salgan ya de su agujero. (Saca CURRA unas maletas y ropa, y se pone a arreglarlo todo sin que en ello repare DOÑA LEONOR.) D.ª LEONOR. ¡Infeliz de mí!... ¡Dios mío! ¿Por qué un amoroso padre, que por mí tanto desvelo tiene, y cariño tan grande, se ha de oponer tenazmente (¡ay, el alma se me parte!...) a que yo dichosa sea, y pueda feliz llamarme?... ¿Cómo, quien tanto me quiere puede tan cruel mostrarse? Más dulce mi suerte fuera si aun me viviera mi madre. CURRA. ¿Si viviera la señora? usted está delirante. Más vana que señor era: señor al cabo es un ángel, ¡Pero ella!... Un genio tenía y un copete... Dios nos guarde. Los señores de esta tierra son todos de un mismo talle. Y si alguna señorita busca un novio que le cuadre, como no esté en pergaminos envuelto, levantan tales alaridos... ¿Mas qué importa cuando hay decisión bastante? ...Pero no perdamos tiempo; venga usted, venga a ayudarme, porque yo no puedo sola... D.ª LEONOR. ¡Ay, Curra!... ¡Si penetrases cómo tengo el alma! Fuerza me falta hasta para alzarme de esta silla... ¡Curra, amiga! lo confieso, no lo extrañes, no me resuelvo, imposible... Es imposible. ¡Ah!... ¡mi padre! sus palabras cariñosas, sus extremos, sus afanes, sus besos y sus abrazos, eran agudos puñales que el pecho me atravesaban. Si se queda un solo instante no hubiera más resistido... Ya iba a sus pies a arrojarme, y confundida, aterrada, mi proyecto a revelarle; y a morir, ansiando solo que su perdón me acordase. CURRA. ¡Pues hubiéramos quedado frescas, y echado un buen lance! Mañana vería usted revolcándose en su sangre, con la tapa de los sesos, levantada, al arrogante, al enamorado, al noble don Álvaro. O arrastrarle como un malhechor, atado por entre estos olivares a la cárcel de Sevilla; y allá para Navidades acaso, acaso en la horca. D.ª LEONOR. ¡Ay, Curra!...El alma me partes. CURRA. Y todo esto, señorita, porque la desgracia grande tuvo el infeliz de veros, y necio de enamorarse de quien no le corresponde, ni resolución bastante tiene para... D.ª LEONOR. Basta, Curra; no mi pecho despedaces. ¿Yo a su amor no correspondo? Que le correspondo sabes... Por él mi casa y familia, mis hermanos y mi padre voy a abandonar, y sola... CURRA. Sola no, que yo soy alguien, y también Antonio va, y nunca en ninguna parte la dejaremos... ¡Jesús! D.ª LEONOR. ¿Y mañana? CURRA. Día grande. Usted la adorada esposa será del más adorable, rico y lindo caballero que puede en el mundo hallarse, y yo la mujer de Antonio: y a ver tierras muy distantes iremos ambas... ¡qué bueno!

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D.ª LEONOR. ¿Y mi anciano y tierno padre?CURRA. ¿Quién?... ¿Señor?... rabiará un poco, pateará, contará, el lance al Capitán general con sus pelos y señales; fastidiará al Asistente, y también a sus compadres el canónigo, el jurado y los vejetes maestrantes; saldrán mil requisitorias para buscarnos en balde, cuando nosotras estemos ya seguritas en Flandes. Desde allí escribirá usted, y comenzará a templarse señor, y a los nueve meses, cuando sepa hay un infante, que tiene sus mismos ojos, empezará a consolarse. Y nosotras chapurrando, que no nos entienda nadie, volveremos de allí a poco, a que con festejos grandes nos reciban, y todito será banquetes y bailes. D.ª LEONOR. ¿Y mis hermanos del alma? CURRA. ¡Toma! ¡Toma!... Cuando agarren del generoso cuñado, uno con que hacer alarde de vistosos uniformes y con que rendir beldades; y el otro para libracos, merendonas y truhanes, reventarán de alegría. D.ª LEONOR. No corre en tus venas sangre. ¡Jesús, y qué cosas tienes!CURRA. Porque digo las verdades.D.ª LEONOR. ¡Ay desdichada de mí! CURRA. Desdichada por cierto grande el ser adorado dueño del mejor de los galanes. Pero vamos, señorita, ayúdeme usted, que es tarde. D.ªLEONOR. Sí, tarde es, y aun no parece don Álvaro... ¡Oh, si faltase esta noche!...¡Ojalá!...¡Cielos!... Que jamás estos umbrales hubiera pisado, fuera mejor... No tengo bastante resolución... lo confieso. Es tan duro el alejarse así de su casa... ¡ay triste! (Mira el reloj y sigue en inquietud.) Las doce han dado... ¡qué tarde es ya, Curra! No, no viene. ¿Habrá en esos olivares tenido algún mal encuentro? Hay siempre en el Aljarafe tan mala gente... Y Antonio ¿estará alerta?CURRA. Indudable es que está de centinelaD.ª LEONOR. ¡Curra!... ¿Qué suena?... ¿Escuchaste? (Con gran sobresalto.) CURRA. Pisadas son de caballos.D.ª LEONOR. ¡Ay! él es... (Corre al balcón.) CURRA. Si que faltase era imposible... D.ª LEONOR. ¡Dios mío! (Muy agitada.) CURRA. Pecho al agua, y adelante.

ESCENA VIIDON ÁLVARO en cuerpo, con una jaquetilla de mangas perdidas sobre una rica chupa de majo, redecilla, calzón de ante, etc., entra por el balcón y se echa en brazos de LEONOR D. ÁLVARO. (Con gran vehemencia.) ¡Ángel consolador del alma mía! ¿Van ya los santos cielos a dar corona eterna a mis desvelos? Me ahoga la alegría... ¿Estamos abrazados para no vernos nunca separados? Antes, antes la muerte. Que de ti separarme y de perderte.

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D.ª LEONOR. ¡Don Álvaro! (Muy agitada.) D. ÁLVARO. Mi bien, mi Dios, mi todo ¿Qué te agita y te turba de tal modo? ¿Te turba el corazón ver que tu amante se encuentra en este instante más ufano que el sol?... ¡Prenda adorada!D.ª LEONOR. Es ya tan tarde... D. ÁLVARO. ¿Estabas enojada porque tardé en venir? De mi retardo no soy culpado, no, dulce señora; hace más de una hora que despechado aguardo por estos alrededores la ocasión de llegar, y ya temía que de mi adversa estrella los rigores hoy deshiciera la esperanza mía. Mas no, mi bien, mi gloria, mi consuelo, protege nuestro amor el santo cielo, y una carrera eterna de ventura, próvido a nuestras plantas asegura. El tiempo no perdamos. ¿Está ya todo listo? Vamos, vamos, CURRA. Sí: bajo del balcón, Antonio, el guarda, las maletas espera; las echaré al momento. (Va hacia el balcón.)D.ª LEONOR. Curra, aguarda (Resuelta.) detente...: ¡Ay Dios! ¿No fuera, don Álvaro, mejor?... D. ÁLVARO. ¿Qué, encanto mío?... ¿Por qué tiempo perder?... La jaca torda, la que, cual dices tú, los campos borda. la que tanto te agrada por su obediencia y brío, para ti está, mi dueño, enjaezada, para Curra el obero. Para mí el alazán gallardo y fiero... ¡Oh, loco estoy de amor y de alegría! En San Juan de Alfarache, preparado todo, con gran secreto, lo he dejado. El sacerdote en el altar espera; Dios nos bendecirá desde su esfera: y cuando el nuevo sol en el oriente protector de mi estirpe soberana, numen eterno en la región indiana, la regia pompa de su trono ostente, monarca de la luz, padre del día, yo tu esposo seré, tú esposa mía. D.ª LEONOR. Es tan tarde... ¡Don Álvaro!D. ÁLVARO. Muchacha (A Curra.) ¿qué te detiene ya? Corre, despacha; por el balcón esas maletas, luego D.ª LEONOR. Curra, Curra, detente. (Fuera de sí.) ¡Don Álvaro!D. ÁLVARO. ¡Leonor!D.ª LEONOR. ¡Dejadlo os ruego para mañana!D. ÁLVARO. ¿Qué? D.ª LEONOR. Más fácilmente...D. ÁLVARO. (Demudado y confuso.) ¿Qué es esto, qué, Leonor? ¿Te falta ahora resolución?... ¡Ay yo desventurado!D.ª LEONOR. ¡Don Álvaro! ¡Don Álvaro! D. ÁLVARO. ¡Señora!D.ª LEONOR. ¡Ay! me partís el alma...D. ÁLVARO. Destrozado tengo yo el corazón... ¿Dónde está, dónde, vuestro amor, vuestro firme juramento? Mal con vuestra palabra corresponde tanta irresolución en tal momento. Tan súbita mudanza... No os conozco, Leonor. ¿Llevóse el viento de mi delirio toda la esperanza? Sí, he cegado en el punto en que alboraba el más risueño día. Me sacarán difunto de aquí, cuando inmortal salir creía. Hechicera engañosa, ¿la

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perspectiva hermosa que falaz me ofreciste así deshaces? ¡Pérfida! ¿Te complaces en levantarme al trono del Eterno, para después hundirme en el infierno? ... ¿Sólo me resta ya?... D.ª LEONOR. (Echándose en sus brazos.) No, no, te adoro. ¡Don Álvaro!... ¡Mi bien!... vamos, sí, vamos,D. ÁLVARO. ¡Oh mi Leonor! CURRA. El tiempo no perdamos.D. ÁLVARO. ¡Mi encanto! ¡Mi tesoro! (DOÑA LEONOR muy abatida se apoya en el hombro de DON ÁLVARO, con muestras de desmayarse.) ¿Mas qué es esto?... ¡ay de mí!... ¡tu mano yerta Me parece la mano de una muerta... Frío está tu semblante como la losa de un sepulcro helado...D.ª LEONOR. ¡Don Álvaro!D. ÁLVARO. ¡Leonor! (Pausa.) Fuerza bastante hay para todo en mí... ¡Desventurado! La conmoción conozco que te agita, inocente Leonor. Dios no permita que por debilidad en tal momento sigas mis pasos, y mi esposa seas. Renuncio a tu palabra y juramento; hachas de muerte las nupciales teas fueran para los dos... Si no me amas, como te amo yo a ti... Si arrepentida... D.ª LEONOR. Mi dulce esposo, con el alma y vida es tuya tu Leonor; mi dicha fundo en seguirte hasta el fin del ancho mundo. Vamos, resuelta estoy, fijé mi suerte; separarnos podrá sólo la muerte. (Van hacia el balcón, cuando de repente se oye ruido, ladridos, y abrir y cerrar puertas.)DOÑA LEONOR. ¡Dios mío! ¿Qué ruido es éste? ¡Don Álvaro! CURRA. Parece que han abierto la puerta del patio... y la de la escalera... DOÑA LEONOR. ¿Se habrá puesto malo mi padre?... CURRA. ¡Qué! No señora, el ruido viene de otra parte. DOÑA LEONOR. ¿Habrá llegado alguno de mis hermanos?DON ÁLVARO. Vamos, vamos, Leonor, no perdamos un instante. (Vuelven hacia el balcón, y de repente se ve por él el resplandor de hachones de viento, y se oye galopar caballos.)DOÑA LEONOR. Somos perdidos... Estamos descubiertos... imposible es la fuga. DON ÁLVARO. Serenidad es necesario en todo caso. CURRA. La Virgen del Rosario nos valga, y las ánimas benditas... ¿Qué será de mi pobre Antonio? (Se asoma al balcón y grita.) Antonio, Antonio. DON ÁLVARO. Calla, maldita, no llames la atención hacia este lado; entorna el balcón. (Se acerca el ruido de puertas y pisadas.) DOÑA LEONOR. ¡Ay desdichada de mí!... Don Álvaro, escóndete... aquí... en mi alcoba... DON ÁLVARO. (Resuelto.) No, yo no me escondo...No te abandono en tal conflicto. (Prepara una pistola.) Defenderte y salvarte es mi obligación.

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DOÑA LEONOR. (Asustadísima.) ¿Qué intentas? ¡Ay! retira esa pistola, que me hiela la sangre... Por Dios suéltala... ¿La dispararás contra mi buen padre?... ¿Contra alguno de mis hermanos?... ¿Para matar a alguno de los fieles y antiguos criados de esta casa? DON ÁLVARO. (Profundamente confundido.) No, no, amor mío... la emplearé en dar fin a mi desventurada vida. DOÑA LEONOR. ¡Qué horror! ¡Don Álvaro!

ESCENA VIII Ábrese la puerta con estrépito después de varios golpes en ella, y entra EL MARQUÉS en bata y gorro con un espadín desnudo en la mano, y detrás dos criados mayores con luces MARQUÉS. (Furioso.) Vil seductor... hija infame. DOÑA LEONOR. (Arrojándose a los pies de su padre.) ¡Padre!!! ¡padre!!!MARQUÉS. No soy tu padre... aparta... Y tú, vil advenedizo... DON ÁLVARO. Vuestra hija es inocente... Yo soy el culpado... Atravesadme el pecho. (Hinca una rodilla.)MARQUÉS. Tu actitud suplicante manifiesta lo bajo de tu condición...DON ÁLVARO. (Levantándose.) ¡Señor marqués!... ¡Señor marqués! MARQUÉS. (A su hija.) Quita, mujer inicua. (A Curra, que le sujeta el brazo.) ¿Y tú, infeliz... osas tocar a tu señor? (A los criados.) Ea, echaos sobre ese infame, sujetadle, atadle... DON ÁLVARO. (Con dignidad.) Desgraciado del que me pierda el respeto. (Saca una pistola y la monta.)DOÑA LEONOR. (Corriendo hacia don Álvaro.) ¡Don Álvaro!... ¿qué vais a hacer?MARQUÉS. Echaos sobre él al punto.DON ÁLVARO. Ay de vuestros criados si se mueven; vos sólo tenéis derecho para atravesarme el corazón. MARQUÉS. ¡Tú a morir a manos de un caballero? No, morirás a las del verdugo.DON ÁLVARO. ¡Señor marqués de Calatrava!... Mas ¡ah! no: tenéis derecho para todo... Vuestra hija es inocente... tan pura como el aliento de los ángeles que rodean el trono del Altísimo. La sospecha a que puede dar origen mi presencia aquí a tales horas concluya con mi muerte; salga envolviendo mi cadáver como si fuera mortaja... Sí, debo morir... pero a vuestras manos. (Pone una rodilla en tierra.) Espero resignado el golpe, no lo resistiré: ya me tenéis desarmado. (Tira la pistola, que al dar en tierra se dispara y hiere al marqués, que cae moribundo en los brazos de su hija y de los criados, dando un alarido.) MARQUÉS. Muerto soy... ¡ay de mí!... DON ÁLVARO. ¡Dios mío! ¡Arma funesta! ¡Noche terrible! DOÑA LEONOR. ¡Padre, padre!!! MARQUÉS. Aparta; sacadme de aquí... donde muera sin que esta vil me contamine con tal nombre...

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DOÑA LEONOR. ¡Padre!... MARQUÉS. Yo te maldigo. (Cae LEONOR en brazos de DON ÁLVARO, que la arrastra hacia el balcón.)

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

POESÍA ROMÁNTICA

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

AMOR ETERNO

Podrá nublarse el sol eternamente; Podrá secarse en un instante el mar; 

Podrá romperse el eje de la tierra Como un débil cristal. 

¡todo sucederá! Podrá la muerte Cubrirme con su fúnebre crespón; Pero jamás en mí podrá apagarse 

La llama de tu amor.

LIII

Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, 

y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán. 

Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha a contemplar, 

aquellas que aprendieron nuestros nombres... ¡esas... no volverán!. 

Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, 

y otra vez a la tarde aún más hermosas sus flores se abrirán. 

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Pero aquellas, cuajadas de rocío cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día... 

¡esas... no volverán! 

Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar; 

tu corazón de su profundo sueño tal vez despertará. 

Pero mudo y absorto y de rodillas como se adora a Dios ante su altar, 

como yo te he querido...; desengáñate, ¡así... no te querrán!

LIDe lo poco de vida que me resta diera con gusto los mejores años, 

por saber lo que a otros de mí has hablado. 

Y esta vida mortal, y de la eterna lo que me toque, si me toca algo, 

por saber lo que a solas de mí has pensado.

XXXV¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día, 

me admiró tu cariño mucho más; porque lo que hay en mí que vale algo, 

eso... ni lo pudiste sospechar.

XXXVIII

Los suspiros son aire y van al aire. Las lágrimas son agua y van al mar. 

Dime, mujer, cuando el amor se olvida, ¿sabes tú adónde va?

XXII

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¿Cómo vive esa rosa que has prendido junto a tu corazón? 

Nunca hasta ahora contemplé en el mundo junto al volcán la flor.

JOSÉ DE ESPRONCEDALA CANCIÓN DEL PIRATA

Con diez cañones por banda,viento en popa a toda vela,no corta el mar, sino vuela,

un velero bergantín;bajel pirata que llaman

por su bravura el Temidoen todo el mar conocidodel uno al otro confín.La luna en el mar riela,

en la lona gime el vientoy alza en blando movimiento

olas de plata y azul;y ve el capitán pirata,

cantando alegre en la popa,Asia a un lado, al otro Europa,

Y allá a su frente Estambul:-Navega, velero mío,

sin temorque ni enemigo navío,

ni tormenta, ni bonanzatu rumbo a torcer alcanza,

ni a sujetar tu valor.Veinte presashemos hechoa despechodel inglés

y han rendidosus pendones

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cien nacionesa mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,que es mi Dios la libertad;

mi ley, la fuerza y el viento;mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerraciegos reyes

por un palmo más de tierra,que yo tengo aquí por mío

cuanto abarca el mar bravíoa quien nadie impuso leyes.

Y no hay playasea cualquiera,

ni banderade esplendor,que no sientami derechoy dé pechoa mi valor

Que es mi barco mi tesoro,que es mi Dios la libertad;

mi ley, la fuerza y el viento;mi única patria, la mar.

A la voz de ¡barco viene!,es de ver

cómo vira y se previenea todo trapo a escapar:

que yo soy el rey del mary mi furia es de temer.

En las presasyo dividolo cogidopor igual:

sólo quieropor riquezala bellezasin rival.

Que es mi barco mi tesoro,que es mi Dios la libertad;

mi ley, la fuerza y el viento;mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!Yo me río:

no me abandone la suerte,y al mismo que me condena

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colgaré de alguna antenaquizá en su propio navío.

Y si caigo,¿qué es la vida?

Por perdidaya la di

cuando el yugodel esclavo

como un bravo sacudí.Que es mi barco mi tesoro,que es mi Dios la libertad;

mi ley, la fuerza y el viento;mi única patria, la mar.Son mi música mejor

aquilones,el estrépito y temblor

de los cables sacudidosdel negro mar los bramidosy el rugir de mis cañones.

Y del truenoal son violento,

y del viento,al rebramar,

yo me duermososegado,arrullado

por el mar.Que es mi barco mi tesoro,que es mi Dios la libertad;

mi ley, la fuerza y el viento;mi única patria, la mar.

ROSALÍA DE CASTRO

A LAS ORILLAS DEL SAR

¡Cuán hermosa es tu vega, oh Padrón, oh Iria Flavia!Mas el calor, la vida juvenil y la savia

que extraje de tu seno,como el sediento niño el dulce jugo extrae

del pecho blanco y lleno,de mi existencia oscura en el torrente amargo

pasaron, cual barrida por la inconstancia ciega,una visión de armiño, una ilusión querida,

un suspiro de amor.

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De tus suaves rumores la acorde consonancia,ya para el alma yerta tornóse bronca y dura

a impulsos del dolor;secáronse tus flores de virginal fragancia;

perdió su azul tu cielo, el campo su frescura,el alba su candor.

La nieve de los años, de la tristeza el hieloconstante, al alma niegan toda ilusión amada,

todo dulce consuelo.Sólo los desengaños preñados de temores,

y de la duda el frío,avivan los dolores que siente el pecho mío,

y ahondando mi herida,me destierran del cielo, donde las fuentes brotan

eternas de la vida.

BENITO PÉREZ GALDÓSFORTUNATA Y JACINTA

(fragmento)

Iba Jacinta tan pensativa, que la bulla de la calle de Toledo no la distrajo de atención que a su propio interior prestaba. Los puestos a medio armar en toda la acera desde los portales a San Isidro, las baratijas, las panderetas, la loza ordinaria, las puntillas, el cobre de Alcaraz y los veinte mil   cachivaches que aparecían dentro de aquellos nichos de mal clavadas tablas y de lienzos peor dispuestos, pasaban ante su vista sin determinar una apreciación exacta de lo que eran. Recibía tan sólo la imagen borrosa de los objetos diversos que iban pasando, y lo así porque era como si ella estuviese parada y la pintoresca vía se corriese delante de ella como un telón. En aquel telón había racimos de dátiles colgados de una percha, puntillas blancas que caían de un palo largo, en ondas, como los vástagos de una trepadora; pelmazos de higos pasados en bloques; turrón en trozos como sillares, que parecían acabados de traer de una cantera,

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aceitunas en barriles rezumados; una mujer puesta sobre una silla y delante de una jaula, mostrando dos pajarillos amaestrados. Y luego, montones de oro, naranjas de seretas y hacinadas en el arroyo. El suelo, intransitable, ponía obstáculos sin fin, pilas de cantaros y vasijas ante los pies del gentío presuroso, y la vibración de los adoquines al paso de los carros parece haber bailar a personas y cacharros.   Hombres con sartas de pañuelos   de diferentes colores se ponían delante del transeúnte como si fueran a capearlo. Mujeres   chillonas taladraban el oído con pregones enfáticos acosando al público y poniéndole en la alternativa de comprar o morir. Jacinta veía las piezas de tela desenvueltas en ondas a lo largo de todas las paredes, percales azules, rojos y verdes, tendidos de puerta en puerta, y su mareada vista le exageraba las curvas de aquellas rúbricas de trapo. De ellas colgaban, prendidas con alfileres, toquillas de los colores vivos y elementales que agradan a los salvajes. En algunos huecos brillaba el anaranjado, que chilla como los ejes sin grasa;   el bermellón nativo, que parece rasguñar los ojos;   el carmín, que tiene la acidez del vinagre; el cobalto, que infunde ideas de envenenamiento; el verde de panza de lagarto, y ese amarillo tila que tiene cierto aire de poesía mezclado con la tisis, como en la   Traviatta.   Las bocas de las tiendas, abiertas entre tanto colgajo, dejaban ver el interior de ellas tan abigarrado como la parte externa; los horteras, de bruces sobre el mostrador, o vareando telas, o charlando. Algunos braceaban, como si nadasen en un mar de pañuelos. El sentimiento pintoresco de aquellos tenderos se revela en todo. Si hay una columna en la tienda la revisten de corsés encarnados, negros y blancos, y con los refajos hacen graciosas combinaciones decorativas. ( …) cookies

 "Maximiliano bajó la escalera como la baja uno cuando tiene ocho años y se le ha caído el juguete de la ventana al patio. Llegó sin aliento al portal, y allí dudó si debía tomar a la derecha o a la izquierda de la calle. El corazón le dijo que fuera hacia la calle de San Marcos. Apretó el paso pensando que Fortunata no debía de andar muy aprisa y que la alcanzaría pronto. «¿Será aquella?». Creyó ver la toquilla azul; pero al acercarse notó que no era la nube de su cielo. [...] Asaltáronle pensamientos tristes, y sintió ganas de llorar. Apenas durmió aquella noche, y por la mañana hizo propósito de ir al hotel de Feliciana en cuanto saliera de clase.[...]

Dejoles solos la tunanta de Feliciana, y se acobardó al principio; pero de repente se rehízo. No era ya el mismo hombre. La fe que llenaba su alma, aquella pasión nacida en la inocencia y que se desarrolló en una noche como árbol milagroso que surge de la tierra cargado de fruto, le removía y le transfiguraba. Hasta la maldita timidez quedaba reducida a un fenómeno puramente externo. Miró sin pestañear a Fortunata, y cogiéndole una mano, le dijo con voz temblorosa: «Si usted me quiere querer, yo... la querré más que a mi vida».

Fortunata le miró también a él, sorprendida. Le parecía imposible que el bicho raro se expresase así... Vio en sus ojos una lealtad y una honradez que la dejaron pasmada. Después reflexionó un instante, tratando de apoyarse en un juicio pesimista. Se habían burlado tanto de ella, que lo que estaba viendo no podía ser sino una nueva burla. Aquél era, sin duda, más pillo y más embustero que los demás. Consecuencia de tales

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ideas fue la sonora carcajada que soltó la mujer aquella ante la faz compungida de un hombre que era todo espíritu. Pero él no se desconcertó, y la circunstancia de verse escuchado con atención, dábale un valor desconocido. ¡Ánimo! «Si usted me quiere, yo la adoraré, yo la idolatraré a usted...»."

LEOPOLDO ALAS, “CLARÍN”LA REGENTA

(fragmentos)

on Doña Ana tardó mucho en dormirse, pero su vigilia ya no fue impaciente, desabrida. El espíritu se había refrigerado con el nuevo sesgo de los pensamientos. Aquel noble esposo a quien debía la dignidad y la independencia de su vida, bien merecía la abnegación constante a que ella estaba resuelta. Le había sacrificado su juventud: ¿por qué no continuar el sacrificio? No pensó más en aquellos años en que había una calumnia capaz de corromper la más pura inocencia; pensó en lo presente. Tal vez había sido providencial aquella aventura de la barca de Trébol. Si al principio, por ser tan niña, no había sacado ninguna enseñanza de aquella injusta persecución de la calumnia, más adelante, gracias a ella, aprendió a guardar las apariencias; supo, recordando lo pasado, que para el mundo no hay más virtud que la ostensible y aparatosa. Su alma se regocijó contemplando en la fantasía el holocausto del general respeto, de la admiración que como virtuosa y bella se le tributaba. En Vetusta, decir la Regenta era decir la perfecta casada. Ya no veía Anita la estúpida existencia de antes. Recordaba que la llamaban madre de los pobres. Sin ser beata, las más ardientes fanáticas la consideraban buena católica. Los más atrevidos Tenorios, famosos por sus temeridades, bajaban ante ella los ojos, y su hermosura se adoraba en silencio. Tal vez muchos la amaban, pero nadie se lo decía... Aquel mismo don Álvaro que tenía fama de atreverse a todo y conseguirlo todo, la quería, la adoraba sin duda alguna, estaba segura; más de dos años hacía que ella lo había conocido, pero él no había hablado más que con los ojos, donde Ana fingía no adivinar una pasión que era un crimen.

Verdad era que en estos últimos meses, sobre todo desde algunas semanas a esta parte, se mostraba más atrevido... hasta algo imprudente, él que era la prudencia misma, y sólo por esto digno de que ella no se irritara contra su infame intento... pero ya sabría contenerle; sí, ella le pondría a raya helándole con una mirada... Y pensando en convertir en carámbano a don Álvaro Mesía, mientras él se obstinaba en ser de fuego, se quedó dormida dulcemente…

El Magistral estaba pensando que el cristal helado que oprimía su frente parecía un cuchillo que le iba cercenando los sesos; y pensaba además que su madre al meterle por la cabeza una sotana le había hecho tan desgraciado, tan miserable, que él era en el mundo lo único digno de lástima. La idea vulgar, falsa y grosera de comparar al clérigo con el eunuco se le fue metiendo también por el cerebro con la humedad del cristal helado. «Sí, él era como un eunuco enamorado, un objeto digno de risa, una cosa repugnante de puro ridícula... Su mujer, la Regenta, que era su mujer, su legítima mujer, no ante Dios, no ante los hombres, ante ellos dos, ante él sobre todo, ante su amor, ante

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su voluntad de hierro, ante todas las ternuras de su alma, la Regenta, su hermana del alma, su mujer, su esposa, su humilde esposa... le había engañado, le había deshonrado, como otra mujer cualquiera; y él, que tenía sed de sangre, ansias de apretar el cuello al infame, de ahogarle entre sus brazos, seguro de poder hacerlo, seguro de vencerle, de pisarle, de patearle, de reducirle a cachos, a polvo, a viento; él atado por los pies con un trapo ignominioso, como un presidiario, como una cabra, como un rocín libre en los prados, él, misérrimo cura, ludibrio de hombre disfrazado de anafrodita, él tenía que callar, morderse la lengua, las manos, el alma, todo lo suyo, nada del otro, nada del infame, del cobarde que le escupía en la cara porque él tenía las manos atadas... ¿Quién le tenía sujeto? El mundo entero... Veinte siglos de religión,  millones de espíritus ciegos, perezosos, que no veían el absurdo porque no les dolía a ellos, que llamaban grandeza, abnegación, virtud a lo que era suplicio injusto, bárbaro, necio, y sobre todo cruel... cruel... Cientos de papas, docenas de concilios, miles de pueblos, millones de piedras de catedrales y cruces y conventos... toda la historia, toda la civilización, un mundo de plomo, yacían sobre él, sobre sus brazos, sobre sus piernas, eran sus grilletes... Ana que le había consagrado el alma, una fidelidad de un amor sobrehumano, le engañaba como a un marido idiota, carnal y grosero... ¡Le dejaba para entregarse a un miserable lechuguino, a un fatuo, a un elegante de similor, a un hombre de yeso... a una estatua hueca!... Y ni siquiera lástima le podía tener el mundo, ni su madre que creía adorarle, podía darle consuelo, el consuelo de sus brazos y sus lágrimas... Si él se estuviera muriendo, su madre estaría a sus pies mesándose el cabello, llorando desesperada; y para aquello, que era mucho peor que morirse, mucho peor que condenarse... su madre no tenía llanto, abrazos, desesperación, ni miradas siquiera... Él no podía hablar, ella no podía adivinar, no debía... No había más que un deber supremo, el disimulo; silencio... ¡ni una queja, ni un movimiento! Quería correr, buscar a los traidores, matarlos... ¿sí? pues silencio... ni una mano había que mover, ni un pie fuera de casa... Dentro de un rato sí, ¡a coro a coro! ¡Tal vez a decir misa... a recibir a Dios!». El Provisor sintió una carcajada de Lucifer dentro del cuerpo; sí, el diablo se le había reído en las entrañas... ¡y aquella risa profunda, que tenía raíces en el vientre, en el pecho, le sofocaba... y le asfixiaba!...

Con lágrimas la Ninfa solicita

Las deidades del mar, que Acis invoca:

Concurren todas, y el peñasco duro

La sangre que exprimió, cristal fue puro.

Sus miembros lastimosamente opresos

Del escollo fatal fueron apenas,

Que los pies de los árboles más gruesos

Calzó el líquido aljófar de sus venasorriente plata al fin sus blancos huesos,

Lamido flores y argentando arenas,

A Doris llega que, con llanto pío,

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Yerno lo saludó, lo aclamó río.

muchCon lágrimas la Ninfa solicita Las deidades del mar, que Acis invoca: Concurren todas, y el peñasco duro La sangre que exprimió, cristal fue puro.

Sus miembros lastimosamente opresos Del escollo fatal fueron apenas, Que los pies de los árboles más gruesos Calzó el líquido aljófar de sus venas. Corriente plata al fin sus blancos huesos, Lamiendo flores y argentando arenas, A Doris llega que, con llanto pío, Yerno lo saludó, lo aclamó río.

Con violencia desgajó infinita La mayor punta de la excelsa roca, Que al joven, sobre quien la precipita, Urna es mucha, pirámide no poca. Con lágrimas la Ninfa solicita Las deidades del mar, que Acis invoca: Concurren todas, y el peñasco duro La sangre que Con violencia desgajó infinita La mayor punta de la excelsa roca, Que al joven, sobre quien la precipita, Urna es mucha, pirámide no poca. Con lágrimas la Ninfa solicita Las deidades del mar, que Acis invoca: Concurren todas, y el peñasco duro La sangre que exprimió, cristal fue puro.Sus miembros lastimosamente opresos Del escollo fatal fueron apenas, Que los pies de los árboles más gruesos Calzó el líquido aljófar de sus venas. Corriente plata al fin su, A Doris llega que, con llanto pío, Yeeron apenas, Que los pies de los árboles más gruesos Calzói punta de la excelsa roca, Qul joven, sobre quien la precipita, Urna es mucha, pirámide no poca.Concurren todas, y el peñasco duro La sangre que exprimió, cristal fue puro.

Sus miembros lastimosamente opresos Delollo fatal fueron apenas, Que l

Calzó el líquido aljófar de sus venas. Corriente plata al fin sus blancos huesos, Lamiendo flores y argentando arenas, A Doris llega que, con llanto pío, Yerno lo saludó, lo aclamó río.

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