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5 VOCES FEMENINAS EN LA LITERATURA POETISAS Y NARRADORAS ARGENTINAS CONTENIDOS Las mujeres en el mundo de las letras “Voy a dormir”, “Siesta”, de Alfonsina Storni “La carencia”, “Diálogos”, “Devoción”, de Alejandra Pizarnik La casa del ángel, de Beatriz Guido La poética de Alfonsina Storni El proyecto cultural de la revista Sur La poesía posterior a la vanguardia del ’20: Alejandra Pizarnik y Olga Orozco Un relato de iniciación: La casa del ángel Las mujeres y la escritura “La casa encantada”, de Virginia Woolf ALFONSINA STORNI Nació en Suiza en 1892. Su infancia transcurrió en San Juan y en Rosario. Fue maestra y enseñó declamación en el Teatro Infantil Municipal Labardén y en el Conservatorio Nacional. Publicó los poemarios La inquietud del rosal (1916), El dulce daño (1918), Irremediablemente (1919), Languidez (1920), Ocre (1925), Mundo de siete pozos (1934), Mascarilla y trébol (1938) y algunas obras de teatro. Enferma de cáncer, se suicidó en 1938 en Mar del Plata, internándose en el mar. La noche anterior a su muerte escribió el poema “Voy a dormir”, que envió a La Nación. El diario lo publicó junto con su nota necrológica. Voy a dormir Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme prestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos encardados. Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara a la cabecera; una constelación; la que te guste; todas son buenas; bájala un poquito. Déjame sola: oyes romper los brotes... te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases para que olvides. Gracias... Ah, un encargo: si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido... Alfonsina Storni: en Mascarilla y trébol [1938], en Obras, Tomo 1, Buenos Aires, Losada, 1999.

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5 VOCES FEMENINAS EN LA LITERATURA POETISAS Y NARRADORAS ARGENTINAS

CONTENIDOS

❚ Las mujeres en el mundo

de las letras

❚ “Voy a dormir”, “Siesta”, de

Alfonsina Storni

❚ “La carencia”, “Diálogos”,

“Devoción”, de Alejandra

Pizarnik

❚ La casa del ángel, de Beatriz

Guido

❚ La poética de Alfonsina Storni

❚ El proyecto cultural de la

revista Sur

❚ La poesía posterior a la

vanguardia del ’20: Alejandra

Pizarnik y Olga Orozco

❚ Un relato de iniciación:

La casa del ángel

❚ Las mujeres y la escritura

❚ “La casa encantada”,

de Virginia Woolf

ALFONSINA STORNINació en Suiza en 1892. Su infancia

transcurrió en San Juan y en Rosario.

Fue maestra y enseñó declamación

en el Teatro Infantil Municipal

Labardén y en el Conservatorio

Nacional. Publicó los poemarios La

inquietud del rosal (1916), El dulce

daño (1918), Irremediablemente

(1919), Languidez (1920), Ocre

(1925), Mundo de siete pozos (1934),

Mascarilla y trébol (1938) y algunas

obras de teatro. Enferma de cáncer,

se suicidó en 1938 en Mar del Plata,

internándose en el mar. La noche

anterior a su muerte escribió el

poema “Voy a dormir”, que envió a

La Nación. El diario lo publicó junto

con su nota necrológica.

Voy a dormirDientes de flores, cofia de rocío,manos de hierbas, tú, nodriza fina,tenme prestas las sábanas terrosasy el edredón de musgos encardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.Ponme una lámpara a la cabecera;una constelación; la que te guste;todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes...te acuna un pie celeste desde arribay un pájaro te traza unos compases

para que olvides. Gracias... Ah, un encargo:si él llama nuevamente por teléfonole dices que no insista, que he salido...

Alfonsina Storni: en Mascarilla y trébol [1938],

en Obras, Tomo 1, Buenos Aires, Losada, 1999.

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Se oye un pequeño ruido: Entre las pajas mueve Su cuerpo amosaicado Una larga serpiente. Ondula con dulzura. Por las piedras calientes Se desliza, pesada, Después de su banquete De dulces y pequeños Pájaros aflautados Que le abultan el vientre.

Siesta Sobre la tierra seca El sol quemando cae: Zumban los moscardones Y las grietas se abren... El viento no se mueve. Desde la tierra sale Un vaho como de horno; Se abochorna la tarde Y resopla cocida Bajo el plomo del aire... Ahogo, pesadez, Cielo blanco; ni un ave.

Se enrosca poco a poco, Muy pesada y muy blanda, Poco a poco se duerme Bajo la tarde blanca. ¿Hasta cuándo su sueño? Ya no se escucha nada.

Larga siesta de víbora Duerme también mi alma.

Alfonsina Storni: en

Irremediablemente [1919], en Obras.

Tomo 1, Buenos Aires, Losada, 1999.

M: 27735 C1: 19950 C2: 10000 C3: 10000 C4: 10000

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ALEJANDRA PIZARNIK Nació en Buenos Aires en 1936.

Estudió Filosofía y Letras en la

Universidad de Buenos Aires y, más

tarde, pintura con Batlle Planas.

Vivió cuatro años en París, donde

publicó poemas, ensayos críticos y

traducciones. Publicó los libros de

poesía La tierra más ajena (1955),

La última inocencia (1956), Las

aventuras perdidas (1958), Árbol

de Diana (1962), Los trabajos y las

noches (1965), Extracción de la piedra

de locura (1968) y El infierno musical

(1971), a los que se suma un ensayo

narrativo La condesa sangrienta

(1967). En 1969 recibió una beca

Guggenheim y, en 1971, la beca

Fullbright. Se suicidó en 1972, en

Buenos Aires, con una sobredosis

de medicamentos.

La carencia Yo no sé de pájaros,no conozco la historia del fuego.Pero creo que mi soledad debería tener alas.

Alejandra Pizarnik, en Las aventuras perdidas [1958], en Poesía Completa, Lumen, Barcelona, 2001.

Diálogos—Ésa de negro que sonríe desde la pequeña ventana del tranvía se asemeja a mada-me Lamort —dijo.—No es posible, pues en París no hay tranvías. Además, ésa de negro del tranvía en nada se asemeja a madame Lamort. Todo lo contrario: es madame Lamort quien se asemeja a ésa de negro. Resumiendo: no sólo no hay tranvías en París sino que nunca en mi vida he visto a madame Lamort, ni siquiera en retrato.—Usted coincide conmigo —dijo— porque tampoco yo conozco a madame Lamort.—¿Quién es usted? Deberíamos presentarnos.—Madame Lamort —dijo—. ¿Y usted?—Madame Lamort.—Su nombre no deja de recordarme algo —dijo.—Trate de recordar antes de que llegue el tranvía.—Pero si acaba de decir que no hay tranvías en París —dijo.—No los había cuando lo dije pero nunca se sabe qué va a pasar.—Entonces, esperémoslo puesto que lo estamos esperando —dijo.

DevociónDebajo de un árbol, frente a la casa, veíase una mesa y sentadas a ella, la muerte y la niña tomaban el té. Una muñeca estaba sentada entre ellas, indeciblemente hermosa, y la muer-te y la niña la miraban más que al crepúsculo, a la vez que hablaban por encima de ella.—Toma un poco de vino —dijo la muerte.La niña dirigió una mirada a su alrededor, sin ver, sobre la mesa, otra cosa que té.—No veo que haya vino —dijo.—Es que no hay —contestó la muerte.—¿Y por qué me dijo usted que había? —dijo.—Nunca dije que hubiera sino que tomes —dijo la muerte.—Pues entonces ha cometido usted una incorrección al ofrecérmelo —respondió la niña muy enojada.—Soy huérfana. Nadie se ocupó de darme una educación esmerada —se disculpó la muerte.La muñeca abrió los ojos.

Alejandra Pizarnik, en Prosa completa, Editorial Lumen, Buenos Aires, 2003.

aACTIVIDADES

1. Comparen los poemas de Alfonsina Storni y la breve poesía de Alejandra Pizarnik. ¿Qué características tienen esos textos teniendo en cuenta la métrica y la rima?

68 Capítulo 5. Voces femeninas en la literatura.

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Los recuerdos de Ana Ana Castro, la protagonista adolescente, vive en la casa del ángel junto con sus padres y sus dos hermanas, Julieta e Isabel, educadas en un severo ambiente de represión. Un episodio marcará su vida: un duelo que tuvo lugar en la casa. El relato de lo que sucedió en ese duelo y los días previos se van entremezclando en la novela con sus propios recuerdos. Los fragmentos que siguen son evocaciones de Ana, de su infancia y de su adolescencia.

La casa del ángel En una vieja casa siempre se escucha algo, y es más lo que se oye

que lo que se dice. Y permanece en las habitaciones todo lo que se dice, esperando que el futuro lo oiga.

Reunión de familia. T. S. Eliot

Nuestra casa queda en la calle Cuba, en la esquina de Sucre; su estilo es el de un decadente fin de siglo, con un ángel de piedra en la terraza del primer piso. Es un ángel, o un arcángel solo; no hace pendant* con ningún otro. La Casa del Ángel la llaman en la cuadra. El parque, con una verja de lanzas doradas, la abraza por los cuatro costados.

Sobre Arcos, en la esquina de Sucre, un balcón con balaustrada de cariátides, cubiertas de hiedra, me permitía entonces asomarme a la calle.

Nuestra madre abrió la puerta principal que tiene dos leones de marfil en las mirillas, insignia de la familia de mi padre, y penetró en la casa.

Cerró tras ella de un golpe la puerta, que crujió como un puente levadizo de un castillo, y pensé que quedábamos incomunicados dentro de un teatro en cuyo esce-nario la obra debía comenzar en ese preciso instante. [...]

Hubo, sí, un primer viernes. Íbamos con mi madre y mis hermanas a misa a Las Victorias. Como todos los primeros viernes del mes, pensábamos pasar el día en el centro y regresar a Belgrano al final de la tarde. Esos días nuestra madre nos llevaba al cine Empire o al Ideal, según la película que pasaban. Nuestra madre distribuía cuidadosamente todos los instantes de los primeros viernes.

Comulgábamos en la misa de ocho. Había elegido Las Victorias, pienso, porque quedaba cerca de la Confitería París, la única que ella admitía para llevarnos. Mi hermana Julieta decía que era por las masas y las confituras que tanto le gustaban. Después del desayuno venían las pruebas interminables en la casa de Madame Pal-més. Nuestros vestidos nos llegaban hasta los tobillos a pesar de que las polleras se llevaban muy cortas. Nuestros cabellos caían hasta la espalda, sujetados por cintas de terciopelo. Vestíamos en el verano con trajes de voile o broderie. Parecíamos estar siempre preparadas para recitar una poesía en el festival del colegio.

Madame Palmés era baja y menuda; nunca le entendíamos lo que decía, porque sujetaba entre los dientes pequeños alfileres. Llevaba el centímetro atado a la cintura. Para tomarme las medidas recostaba su cabeza en mi pecho, y el rodete me golpeaba en la cara; tenía un olor característico a armarios cerrados. Cada aumento de nues-tras medidas —que ella cotejaba en una libreta— la hacía gritar alborozada:

—Ya son mujercitas..., ¡cómo les ha crecido el busto...! ¡Es lo primero...!Madame Palmés me espantaba tanto como una mujer del Parque Japonés, que

bailaba la dance du ventre* y tenía alitas de papel.Después de visitar a Madame Palmés íbamos a almorzar al convento.Siempre almorzábamos allí; era el día que mi madre dedicaba a su hermana

monja. [...] Me gustaba pasear en esas siestas de verano por las galerías vacías del colegio y

las aulas en silencio. Las monjas dormían, y sólo se escuchaban el cuchicheo de mi

BEATRIZ GUIDO Nació en Rosario en 1924;

murió en Madrid en

1988. Estudió Letras en la

Universidad de Buenos

Aires. Muchas de sus novelas

fueron llevadas al cine por

Leopoldo Torre Nilsson, su

marido desde 1959. Recibió el

Diploma al Mérito en novela

por la Fundación Konex y fue

agregada cultural en España

en 1984. Entre sus obras

figuran: La casa del ángel

(1954), La caída (1956), Fin de

fiesta (1958), La mano en la

trampa (1961), El incendio y

las vísperas (1964), Piedra libre

(1976) y Apasionados (1982).

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madre con su hermana, alguna canilla abierta y los caireles de las arañas de la capilla. Pero la proximidad de la hora del cine era superior a cualquier encantamiento.

A pesar de que nuestra madre elegía cuidadosamente el programa —sólo podía-mos ver películas como La monjita o Pimpollos rotos—; siempre, aunque fuera en los anuncios, se deslizaba aquello que todas esperábamos: el beso. El beso en la pantalla era, para nosotras, la categoría máxima del pecado; hasta Julieta, tan gorda y pesada —lo único que parecía interesarle eran los dulces y la siesta—, se comía las uñas, e Isabel, escondida en el asiento, empujaba mi brazo como diciendo:

—Ya llega; ya llegó lo que esperábamos; no te lo pierdas.Entonces nuestra madre se convertía en el peor enemigo. Nos obligaba a que

le pasáramos los caramelos o el programa. Éramos felices cuando nos acompañaba Nana. Yo sentía mi butaca más amplia, como un cuarto cerrado; no se adivinaban mis pensamientos y, cuando llegaba el beso de los actores, podía ruborizarme y bajar la mirada, sintiendo en mí el extraño placer que producen la vergüenza y el pudor. [...]

Cuando encendían las luces sentía arder mis mejillas; me dolía observar cómo mis hermanas buscaban a los chicos de nuestra edad con una sonrisa tonta. Ellos nos miraban sorprendidos; ahora sé por qué: no vestíamos como las demás. Nuestra madre no quería saber nada de acortarnos las polleras y de bajar las cinturas. Los cabellos corrían por nuestra espalda recogidos apenas con cintas de tafeta y terciope-lo; usábamos medias blancas hasta la rodilla y zapatos negros de charol.

Fue en el verano de 1924. Nana partía a Los álamos un día antes que nosotras.—Es necesario arreglar tantas cosas... —decía.Pero esas cosas, lo sabíamos, eran las estatuas; había que vestirlas, disimularlas. Una

profusión de estatuas invadía el parque. El pequeño Dantón sentado en una silla leía en un libro abierto una frase que decía: “La pureza es la riqueza del alma”. Había también una materdolorosa, un Guillermo Tell y una estatua de la Justicia. Además estaban las otras, las que había que vestir. No pude explicarme nunca cómo era posible que unas y otras estuvieran juntas; porque las que cubrían con lienzos antes de nuestra llegada esta-ban desnudas. Parecían esculpidas todas por una misma mano que se hubiera detenido con placer en marcar con excesiva fealdad las partes que Nana cubría. Tampoco sé por qué no las habían quitado del parque. Las dejaban, pienso ahora, para poder cubrirlas el día anterior a nuestra llegada, y enseñarnos así, aquello que no debíamos ver.

Partíamos para Adrogué cargados de paquetes. En mis manos ponían un cos-turero de viaje en cuyo fondo, una especie de bolsa de cretona, estaba guardado un inmenso mantel ya dibujado, que yo debería bordar para el final de las vacaciones.

Me sentaba encima de él y comenzaba a leer el libro de misa forrado con papel pizarra para que simulara ser un libro cualquiera y no un Breviario. Recorría los Sal-mos con los ojos, sin leer. Pensaba que alguien en ese tren diría: “A ella le gusta leer, no es como las demás”.

Pero mis primos y Vicenta, que ese verano habían venido con nosotras, no me dejaban en paz. Ellos, con las gomeras, que ejercitaban desde la ventanilla del tren. Ellas, con su charla entrecortada y un continuo lamento porque nuestros padres no nos habían llevado a Mar del Plata.

Ese verano, dije, Vicenta había venido con nosotros. Ella arreglaba una gomera con la misma naturalidad con que nos relataba cómo se nacía; o cómo y por qué nuestros padres no venían con nosotros. [...]

*hacer pendant: hacer pareja. dance du ventre: danza del vientre.

M: 27735M: 27735 C1: 19950 C2: 20565 C3: 10000 C4: 10000

70 Capítulo 5. Voces femeninas en la literatura.

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Vicenta me dijo una tarde:—¿Por qué visten a las estatuas con lonas cuando venimos nosotras? ¡Si ya lo

sabemos todos! [...]—Con espiar no se pierde nada.La vimos arrastrarse por el suelo, llegar a la estatua de Diana cazadora, levantarle

la lona que hacía las veces de pollera y regresar a nuestro lado. —¡Bah! —dijo defraudada—. ¿Y para eso la cubren?—¿Qué viste? —pregunté.—Nada nuevo —contestó—. Es una mujer; y la parte de arriba no se puede ver

porque está vestida.Levanté los ojos y vi, quizá por primera vez, que la Diana tenía sus pechos cubier-

tos por una especie de coraza donde guardaba sus flechas.—Esto no es nada —dijo Vicenta—, al final del parque, detrás de las caballeri-

zas, hay una arrumbada.—¡Pero es un hombre! —dije bajando los ojos.—No, es un fauno, un semihombre —contestó para tranquilizarme.—Un Apolo —se corrigió zalameramente.—Vamos a verla —propusieron Julieta e Isabel. Seguimos a Vicenta. Entre las hojas, como si estuviera enterrado, yacía de costa-

do la estatua de Apolo.Vicenta comenzó a reír y a cubrir con hojas las partes que, según ella, mi madre

no quería que viéramos. Me pareció reconocer ese rostro de piedra recostado en la tierra con la boca entreabierta y los ojos entornados.

—¿A que no lo besas? —dijo Vicenta a mi oído—. ¿A que no te atreves a besarlo?Obedecí. Acerqué mi cara hasta la de él. Sentí entonces cómo el frío del már-

mol me detenía.¡Qué espanto atravesó mi mente! Una premonición, quizá, de ese viernes de duelo.Y hui desesperada como si el Apolo me siguiera para abrazarme y condenarme

para siempre a la rigidez del mármol. Los dos olvidados allí al final del parque entre las hojas secas.

—¿Adónde vas? —me detuvo Julián, cayendo a mis pies, desde las ramas de un manzano.

Frente a mí, Julián se alzaba como si de pronto la estatua se hubiera transforma-do y sólo él pudiera salvarme.

Levanté mi cabeza. Me acerqué y lo besé como al Apolo.Después corrí a esconderme en las caballerizas; pensé que me seguía.Esa noche, cuando volví a la casa, escuché en la galería la voz de Vicenta que inte-

rrumpía con su risa el relato de Julián.—Y en la boca; les digo que en la boca. Yo no podía creerlo... ¿Dónde estará

metida? No debe salir de vergüenza. Al día siguiente regresé con Nana a Buenos Aires. Cuando subí al tren me senté

sobre el costurero; abrí el libro de misa y leí como en la estatua del pequeño Danton: “La pureza es la riqueza del alma.”

El Apolo está enterrado en el parque; Julián puede reír, el Apolo no. Yo no puedo olvidar su risa.

Beatriz Guido: La casa del ángel, Buenos Aires, Emecé, 1975.

1. Ubiquen en los fragmentos de La casa del ángel los dos episodios relacionados con el beso y comparen las sensaciones y sentimientos que narra la protagonista en cada uno.

aACTIVIDADES

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Las mujeres en el mundo de las letras

Para las mujeres escritoras no fue fácil conquistar los espacios literarios que habitual-

mente les estaban reservados a los hombres. Acceder a la publicación de las obras, asistir

a las reuniones de los círculos literarios y contar con el reconocimiento de sus pares eran,

hacia fines del siglo XIX y principios del XX, actividades impensables para las mujeres.

Alfonsina Storni fue una de las primeras escritoras que se atrevió a incursionar pública-

mente en el mundo de las letras. La llamaban “la Storni”, una forma despectiva que combi-

naba una crítica hacia la humildad del hogar del que provenía y hacia su origen extranjero.

El mismo Jorge Luis Borges se refirió a sus versos como “chillonerías de comadrita”.

Sin embargo, y a pesar de las críticas que recibía, Alfonsina fue conquistando un espa-

cio en los ambientes literarios de la época y se ganó el respeto y la amistad de muchos

escritores. En 1938, pocos meses antes de morir, en una famosa reunión que tuvo lugar en

la Universidad de Montevideo, Uruguay, se celebró el encuentro de las entonces conside-

radas “mayores poetas de América”: la chilena Gabriela Mistral (1889-1957), la uruguaya

Juana de Ibarbourou (1895-1979) y Alfonsina.

La poética de AlfonsinaSi bien escribió obras de teatro (El amo del mundo, Cimbelina en 1900 y pico, y Polixe-

ma y la cocinerita), la poesía fue el género más frecuentado por Alfonsina Storni y el que

le ganó su lugar como escritora.

En muchos de sus poemas, el tema de la mujer es central. Alfonsina defendió el papel

protagónico de la mujer, reclamó con insistencia sus derechos y una situación social

diferente, lo que la obligó a enfrentarse a la sociedad de su época. Una de las poesías

más famosas es “Tú me quieres blanca” (publicada en El dulce daño), en la que expresa un

reclamo directo al hombre que pretende una mujer “blanca y pura”.

Varios de sus poemas pueden leerse en forma autobiográfica, pues en ellos suele referirse a

sus vivencias íntimas, expresa sus pensamientos, sus inquietudes y sus ideas sobre el amor.

Sus tres primeros libros fueron escritos bajo la influencia de dos corrientes literarias:

el Romanticismo y el Postmodernismo. Del Romanticismo se reconocen algunas temáti-

cas, como las flores, la primavera, el mar, el amor trágico y no correspondido, la muerte,

como así también cierto tono intimista y subjetivo. Con el nombre de Postmodernismo se

designa al movimiento que se opuso al Modernismo de los poetas Rubén Darío y Leopoldo

Lugones, caracterizado por el uso abundante de imágenes y símbolos.

Sin embargo, paulatinamente, su poesía fue tendiendo hacia formas más objetivas y

comenzó a tratar otros temas como la ciudad, la incomunicación, los objetos pequeños y

los hechos simples del mundo cotidiano.

En cuanto a las formas poéticas, escribió muchos sonetos pero también practicó el

verso libre y experimentó con el lenguaje a la manera de los poetas vanguardistas. De

hecho, sus últimos sonetos, en los que aparecen comparaciones originales y asociaciones

insólitas, fueron denominados por ella misma “antisonetos”.

Otras mujeresAlgunos años antes que Alfonsina Storni, otras mujeres que expresaron sus ideas y sentimientos fueron Juana Manso (1819-1875) en las novelas Los misterios del Plata y La familia del comendador; Juana Manuela Gorriti (1819-1892), en los cuentos de Sueños y realidades; y Emma de la Barra (1861-1947), que firmaba sus relatos con el seudónimo César Duayen.

aACTIVIDADES

1 Lean nuevamente los poemas “Voy a dormir” y “Siesta”. Comparen el lenguaje y las imágenes utilizadas en ambos poemas. 2. ¿A qué etapa de la producción de la autora corresponde cada uno?

3. Busquen el poema “Tú me quieres blanca” y expliquen cómo se definen los roles femeninos y masculinos en ese texto.

Vestida de marCuando en 1938 Alfonsina se suicidó en Mar del Plata, los diarios titularon “Murió la gran poetisa de América”. En esa ciudad, una escultura en piedra la recuerda y, a modo de homenaje, Félix Luna y Ariel Ramírez compusieron la famosa canción “Alfonsina y el mar“. Los siguientes son algunos de sus versos: “Te vas Alfonsina con tu soledad / ¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar? / Una voz antigua de viento y de sal / Te requiebra el alma y la está llevando / Y te vas hacia allá como en sueños, / Dormida, Alfonsina, vestida de mar...”

72 Capítulo 5. Voces femeninas en la literatura.

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El proyecto cultural de la revista Sur

En 1931 apareció el primer número de la revista Sur, parte de un proyecto editorial que

incluía la publicación de la revista y de libros. La editorial Sur permitió la difusión de las

obras de jóvenes escritores argentinos en Europa y en los Estados Unidos y, a la vez, dio a

conocer los escritores extranjeros al público argentino. En sus páginas publicaron Eduardo

Mallea, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sábato y Julio Cortázar, entre otros, y

se tradujeron autores como Graham Greene, William Faulkner, Virginia Woolf y Albert Camus.

Su fundadora fue Victoria Ocampo (1890-1979), una mujer que provenía de una aristocrática

familia de Buenos Aires y que fue educada en Europa. Publicó artículos críticos y ensayos, y

tradujo varios de los volúmenes de su propia editorial. Sus obras más importantes fueron la

serie de Testimonios, diez libros publicados entre 1935 y 1977, en los que recogía sus reflexio-

nes sobre la realidad política, social y cultural de la Argentina, y su Autobiografía. Fue, ade-

más, la primera mujer en ser designada miembro de la Academia Argentina de Letras.

La revista Sur, a pesar de su éxito, también recibía críticas. Si bien uno de sus objetivos

editoriales era la publicación de ensayos sobre temas vinculados con lo argentino, se le cri-

ticaba una postura europeísta y liberal que privilegiaba la traducción de autores europeos,

y una estética vinculada a la del grupo de Florida.

Otro de los ejes de trabajo de Sur que determinó la conformación de un núcleo importante

de escritores fue la serie de reflexiones en torno al arte de la ficción. Jorge Luis Borges, Adol-

fo Bioy Casares, José Bianco, Enrique Anderson Imbert y Silvina Ocampo, hermana menor de

la fundadora, comenzaron la labor de introducir la literatura fantástica y policial. En 1940,

Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo publicaron la Antología de la literatura fantástica.

La narrativa de Silvina OcampoEn 1937, la editorial Sur publicó el primer libro de cuentos de Silvina Ocampo, Viaje

olvidado, cuyo título tiene las iniciales del nombre de su hermana. Junto con Norah Lange

y Estela Canto, fue una de las primeras narradoras cuya obra logró cierta difusión tanto por

su relación con el grupo de Florida como por su trabajo en Sur. Sin embargo, su cercanía a

las figuras de Borges y de Bioy Casares eclipsó durante algunos años la obra de Silvina.

Sus libros de cuentos (Autobiografía de Irene, 1948; La Furia, 1959; Las invitadas, 1961;

Los días de la noche, 1970; Cornelia frente al espejo, 1988) presentan narraciones, en su

mayoría breves, que van construyendo un mundo extraño e inquietante a los ojos del lec-

tor. Los mundos de la infancia y de la adolescencia están atravesados por la crueldad. Por

otra parte, la narradora otorga a los objetos un especial relieve en sus cuentos. Esto puede

observarse en un breve fragmento de “Cielo de claraboyas”, el primero de los cuentos de

Viaje olvidado: “No había nadie

ese día en la casa de arriba, sal-

vo el llanto pequeño de una chica

(a quien acaban de darle un beso

para que se durmiera, que no que-

ría dormirse), y la sombra de una

pollera disfrazada de tía, como un

diablo negro con los pies emboti-

nados de institutriz perversa.”

Sobre el diseño de la revista Sur “Una empresa pura y exclusivamente cultural”: así definió Victoria Ocampo a la revista Sur en la nota editorial del primer número. Veinte años después, refiriéndose a su diseño, diría: “Era entonces (como hoy) una revista de 19 centímetros por 24, de tapa blanca sobre la cual Eduardo Bullrich había dibujado una flecha de 12 centímetros y medio (recuerdo que todas estas medidas se discutieron). Esa flecha clavaba con su punta verde tres letras negras. Sur era trimestral, con ilustraciones, un poco más de 200 páginas, y costaba 2 pesos (de la antigua moneda, desde luego)”.

“Después de 20 años”, Sur, N° 349,

julio-diciembre de 1981.

El centro cultural Villa Victoria,en Mar del Plata Villa Victoria es una residencia de madera y hierro, trasladada en barco desde Inglaterra en 1912, para la abuela de Victoria Ocampo. Cuando la escritora la heredó, hizo de ella un punto de encuentro de escritores. En 1973, la casa fue donada a la UNESCO, que la remató al morir Victoria. A partir de entonces funcionó como centro cultural, hasta que se incendióen 2003.

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La poesía posterior a la vanguardia del ’20

La década del ’40 se inició con la Segunda Guerra Mundial ya declarada. El pesimismo,

la melancolía y la desolación eran sentimientos que atravesaban en aquella época la vida

de las personas y que los artistas manifestaban a través de los lenguajes propios de cada

arte.

En el mundo de la poesía, continuaba prevaleciendo la influencia de las vanguardias,

el trabajo con el lenguaje, las asociaciones, la particular disposición de los versos en

la página, el verso libre y no rimado. Sin embargo, los temas cambiaron: la angustia,

la desolación, la obsesión por la muerte, la soledad y la infancia como un tiempo por

recuperar aparecían con frecuencia en un grupo de poetas entre los que se destacaron

dos escritoras que, a partir de entonces, serían claves durante las décadas siguientes:

Alejandra Pizarnik y Olga Orozco.

Ambas fueron colaboradoras de la revista Sur y del diario La Nación, y publicaron sus

poemas en Poesía Buenos Aires (que apareció de 1950 a 1960), una revista considerada la

expresión de un grupo denominado “invencionistas”, en alusión a su preocupación por la

experimentación poética. La muerte y el desdoblamiento del yo poético, así como el uso de

un lenguaje más despojado y directo, fueron también una constante en sus producciones.

La muerte y el desdoblamiento del yoEn la poesía, el uso de la primera persona gramatical, el “yo”, se conoce como “yo

poético”, es decir, una primera persona que no necesariamente representa al autor. En

los textos de Alejandra Pizarnik, ese “yo poético” se escinde, se divide. A esa escisión del

sujeto también se la denomina “desdoblamiento del yo”. En algunos casos, el yo poético

nombra al poeta con el cual establece un diálogo, como puede observarse en los siguien-

tes versos de “La enamorada”:

esta lúgubre manía de vivir esta recóndita humorada de vivir te arrastra alejandra no lo niegues

o en un breve poema de Árbol de Diana:

yo y la que fui nos sentamos en el umbral de mi mirada.

Ese desdoblamiento aparece a menudo como una amenaza y se une a objetos a través

de los cuales encuentra un modo de expresarse (los espejos, por ejemplo), y al silencio.

La muerte es, por otra parte, un tema constante que atraviesa la poesía de Pizarnik.

En los textos en prosa del comienzo de este capítulo, publicados en París con el título

Pequeñas prosas, la muerte se presenta como un personaje misterioso y enigmático que

dialoga con otros personajes. En cada uno de esos textos se narran situaciones que com-

binan la extrañeza y el absurdo con un lenguaje simple y despojado.

El lector termina el poema “Cuando termino un poema, no lo he terminado. En verdad, lo abandono, y el poema ya no es mío o, más exactamente, el poema existe apenas”, dice Alejandra Pizarnik en el prólogo a Antología de la joven poesía argentina (1967). Y agrega: “Únicamente el lector puede terminar el poema inacabado, rescatar sus múltiples sentidos, agregarle otros nuevos. Terminar equivale, aquí, a dar vida nuevamente, a re-crear”.

Olga Orozco Escritora pampeana (1920-1999), publicó, entre otros, los siguientes poemarios: Desde lejos (1946), Las muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), Museo salvaje (1974), Cantos a Berenice (1977), Mutaciones de la realidad (1979), La noche a la deriva (1984), En el revés del cielo (1987) y Con esta boca, en este mundo (1994). Su poema “Entre perro y lobo” comienza así: “Me clausuran en mí / Me dividen en dos / Me engendran cada día en la paciencia / y en un negro organismo que ruge como el mar” (en Los juegos peligrosos).

aACTIVIDADES

1. Relean el poema “La carencia”. A partir del análisis de los recursos utilizados en cada caso, compárenlo con los siguientes versos también de A. Pizarnik: “hace tanta soledad / que las palabras se suicidan”.

2. Comparen el personaje de la muerte tal como aparece en “Diálogos” y en “Devoción”. ¿Consideran que en los relatos se produce un clima extraño, tal vez absurdo? ¿Por qué?

74 Capítulo 5. Voces femeninas en la literatura.

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La consolidación de las escritoras

Hacia mediados de la década del ’50, la situación de la mujer en la vida social y

política había cambiado. Ejemplo de ese cambio fue la instauración, en 1951, del voto

femenino.

En forma paralela, las escritoras ganaron un espacio cada vez más sólido que fue acompañado

de un crecimiento de las editoriales, las revistas culturales y los concursos literarios que permi-

tían la consagración de algunos escritores. Tal fue el caso de Beatriz Guido quien, con su novela

La casa del ángel, ganó el primer concurso que la editorial Emecé organizó en 1954.

En sus novelas, el eje de la historia suele ser el crecimiento de un adolescente y el

pasaje a la vida adulta. Pero, a su vez, el contexto que rodea el ingreso al mundo adulto

hace referencia a acontecimientos de la historia política y social de nuestro país. Esta

característica será una constante en las novelas que siguieron a La casa del ángel, por

ejemplo, La caída, Fin de fiesta o El incendio y las vísperas, obras testimoniales y realistas.

Esas referencias a la problemática política serán cada vez más manifiestas, enmarcando

su producción literaria en las preocupaciones y en la estética de la generación del ‘55.

En las décadas siguientes surgieron nuevas escritoras —narradoras y poetas— que

continuaron conquistando los espacios literarios. Algunas de ellas son Angélica Gorodis-

cher, Ana María Shúa, Liliana Heker, Ana Basualdo y Alicia Steimberg.

Un relato de iniciación: La casa del ángelLa casa del ángel puede considerarse un relato de iniciación, esto es, una novela que

narra el conflictivo pasaje de la niñez a la adolescencia. Ana, la protagonista de la his-

toria, es la encargada de relatar una serie de recuerdos, emociones y sentimientos sobre

las primeras vivencias relacionadas con su propio crecimiento, los cambios físicos de su

cuerpo y las primeras experiencias amorosas. Esos recuerdos se presentan desordenados

en el tiempo, fragmentados e intercalados, y la narradora, en primera persona, es la que

los va enhebrando. Pero siempre, una y otra vez, vuelve al recuerdo de la noche del duelo,

que será el acontecimiento que marcará el pasaje definitivo a la adultez.

Las escenas remiten a distintas épocas de la infancia: alusiones a juegos, las primeras

salidas al cine, las visitas a la modista, combinadas con fragmentos de su diario íntimo,

poemas que Ana escribe o que lee. Entre sus lecturas, la protagonista hace mención a un

libro de poemas de Alfonsina Storni: Ocre.

Narrada desde el punto de vista del personaje, esas escenas y esos recuerdos permiten

que el lector conozca de cerca la psicología de su protagonista, sus sensaciones contra-

dictorias frente a los hechos que vive y sentimientos conflictivos, pues se enfrentan a las

sanciones y mandatos que recibe de los adultos con quienes convive.

1. ¿Cuál es el conflicto que se le plantea a Ana en su visita a Madame Palmés? ¿Por qué esa mujer la espanta? 2. Comparen la actitud de Madame Palmés durante la prueba de ropa y la de la madre cuando las lleva al cine. ¿Qué sancionan o habilitan en cada caso?

aACTIVIDADES3. Comparen los personajes de Vicenta y Ana.

a. ¿Qué piensan y cómo actúan en relación con el hecho de “vestir” a las estatuas? b. ¿Cuál es la reacción de Vicenta cuando Julián le cuenta lo ocurrido en el parque?

La casa del ángel en el cineEn 1957, y bajo la dirección de su marido, Leopoldo Torre Nilsson, la novela de Beatriz Guido fue llevada al cine. Filmada en blanco y negro, tuvo como protagonistas a Elsa Daniel, Lautaro Murúa y Guillermo Battaglia. En el guión cinematográfico trabajaron tanto la escritora como el director.

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CON

EXIO

NES

La casa encantadaSea cual fuere la hora a la que uno se despertaba, había una puerta que se cerraba.

Iban de habitación en habitación, tomados de la mano, levantando aquí, abriendo allá, examinando todo. Era una pareja de fantasmas. “Lo dejé allí”, decía ella. Y él agregaba: “Bueno, pero también aquí”. “Es arriba”, murmuraba ella. “Y en el jar-dín”, susurraba él. “Con cuidado”, decían; “podemos despertarlos”.

Pero no nos despertaban. De ningún modo. Uno podía decir: “Lo están bus-cando; están levantando la cortina”, y seguía leyendo una página o dos. Con el lápiz apoyado en el margen, se tenía la certeza: “Lo encontraron”. Y después, cansado de leer, uno podía levantarse y echar una mirada por sí mismo, con la casa absoluta-mente desierta, a las puertas que permanecían abiertas: sólo se escuchaba el arrullo gozoso de las torcazas y el rumor de la trilladora en la granja. “¿Para qué vine aquí? ¿Qué esperaba encontrar”. Mis manos permanecían vacías. “Entonces, tal vez sea arriba”. En el desván estaban las manzanas. Uno de nuevo bajaba; el jardín seguía quieto como siempre; sólo el libro se había deslizado sobre la hierba.

Pero en la sala, habían encontrado lo que buscaban. No era cuestión de que uno pudiera verlos. Los ventanales reflejaban manzanas, reflejaban rosas; en el cristal todas las hojas eran verdes. Si ellos se movían en la sala, apenas se percibía que la manzana estaba exhibiendo su lado amarillo. Sin embargo, un momento después, si se abría la puerta, derramado por el piso, colgado de las paredes, pendiendo del cielorraso... ¿qué? Mis manos permanecían vacías. La sombra de un zorzal atravesaba el tapiz; desde los profundos manantiales del silencio, la torcaza emitía su sonido arrullador.

“A salvo, a salvo, a salvo”, repetía suavemente el pulso de la casa. “El tesoro escondido, la habitación...” El pulso se detenía abrupta-mente. ¡Oh!, ¿era ése el tesoro escondido?

Un momento más tarde, la luz había desaparecido. Entonces, ¿en el jardín? Pero los árboles hacían más cerra-da su oscuridad, para dar paso a un errático rayo de sol. Tan precioso, tan extraño; con frescura sumergido bajo la super-ficie, el rayo que yo perseguía continuaba brillando tras el ventanal. El ventanal era muerte; muerte que se interponía entre nosotros; cientos de años atrás se dirigió primero a la mujer, abandonando la casa, clausurando las ventanas; las habitaciones se oscurecían. Él abandonó el lugar, la abando-nó a ella; marchó al norte, marchó al este, vio el otro lado de las estrellas en el cielo meridional. “A salvo, a salvo, a salvo”, repetía con alegría el pulso de la casa. “Tuyo es el tesoro”.

Ni en la Argentina ni en el mundo les resultó fácil a las mujeres ocupar un espacio de reconocimiento en el campo literario. Entre muchas otras narradoras y poetisas, la escritora inglesa Virginia Woolf se destacó tanto por sus innovaciones, que influyeron en la narrativa del siglo XX, como por sus ideas acerca del lugar que debía ocupar la mujer.

VIRGINIA WOOLF Nació en Londres, en 1882.

A la muerte de su padre, el

crítico y filósofo Sir Leslie

Stephen, se mudó con sus

hermanos a Bloomsbury. Su

casa se convirtió con el tiempo

en el centro de reuniones

de intelectuales, escritores y

filósofos conocidos como el

grupo Bloomsbury. Con su

esposo, Leonard Woolf, fundó

la editorial The Hogart Press.

Entre sus obras se destacan:

Fin de viaje (1915), Noche y

día (1919), El cuarto de Jacob

(1922), La señora Dalloway

(1925), Al faro (1927), Orlando

(1928), Un cuarto propio

(1929), Las olas (1931). En 1941,

con los bolsillos de la ropa

llenos de piedras, se suicidó en

el río Ouse, en Sussex.

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76 Capítulo 5. Voces femeninas en la literatura.

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El viento ruge en la avenida. Los árboles se alzan e inclinan para aquí y para allá. Los rayos de luna salpican y se derraman en desorden, bajo la lluvia. Pero la luz de la lámpara es recha-zada en la ventana. La candela arde tiesa e inmóvil. La pareja de fantasmas busca su regocijo, deambulando por la casa, abriendo las ventanas, susurrando para no despertarnos.

“Aquí dormíamos”, dice ella. Y él agrega: “Innume-rables besos”. “Al despertar en la mañana...” “El tinte plateado entre los árboles...” “Con la niebla invernal...” Las puertas se iban cerrando con ruido apagado, con el latido de un corazón.

Se aproximaron; se detuvieron en la entrada. Cesó el viento; la lluvia deslizaba plata a lo largo del venta-nal. Nuestros ojos se nublaron; no escuchamos pasos jun-to a nosotros; no vimos a una dama que desplegaba su capa fantasmal. Las manos de él protegieron la linterna. “Mira”, dijo quedamente; “dormimos por completo. El amor sobre sus labios”. Deteniéndose, levantando su lám-para plateada sobre nosotros, nos observaron con deteni-miento y profundidad. Permanecieron largo rato. El viento se introducía con violencia; la llama apenas vaciló. Salvajes rayos de luna atravesaron el piso y el muro, y al encontrarse colorearon los rostros inclinados, los rostros atentos, los rostros que buscaban a los durmientes y trataban de penetrar en su gozo escondido.

“A salvo, a salvo, a salvo”, palpitó el corazón de la casa con orgullo. “Hace tanto años...”, suspiró él; “de nuevo me han hallado”. “Aquí”, murmuró ella; “durmiendo, leyendo en el jardín, riendo, transportan-do manzanas al desván; aquí dejamos nuestro tesoro....” Inclinada, su luz me hizo levantar los párpados. “¡A salvo! ¡A salvo! ¡A salvo!”, replicó el pulso de la casa furio-samente. Despertando, grité: “¡Oh!, ¿es éste vuestro tesoro enterrado? La luz que permanece en el corazón”.

Virginia Woolf: “La casa encantada”, en La casa encantada,

Barcelona, Lumen, 1983.

1. ¿Qué buscan los fantasmas mientras deambulan por la casa? 2. Comparen la historia que se narra en este cuento con la siguiente frase que aparece en el epígrafe de la novela La casa del ángel: “En una vieja casa siempre se escucha algo, y es más lo que se oye que lo que se dice”.

aACTIVIDADES

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Entre el “cuarto propio” y las nuevas técnicas narrativas

En 1928, distintas sociedades vinculadas al arte le propusieron a Virginia Woolf dar

una serie de conferencias sobre la relación entre la mujer y la novela. De esas charlas sur-

gió el ensayo que publicó al año siguiente con el título Un cuarto propio.

En ese ensayo, Woolf hace una afirmación que justifica el título del mismo: “Para

poder escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio”.

El libro cobró especial importancia por la reivindicación del rol social de la mujer, una

posición definida como feminista que la autora manifestó en varias oportunidades.

Al mismo tiempo, y como parte de su labor crítica, Virginia Woolf reflexionaba sobre

los modos de narrar una historia, sobre la posibilidad de evitar una ordenación cronológi-

ca de los acontecimientos e intentar que el relato se asemejara a la manera en que las per-

sonas viven sus acontecimientos, con escenas que a veces se interrumpen o pensamientos

que las atraviesan. Para ese entonces, otros escritores como Henry James y James Joyce

comenzaban a indagar cuestiones similares, coincidentes con la publicación de algunas

obras de Sigmund Freud en el campo de la psicología.

La voz del narrador y el fluir de la concienciaLas preocupaciones de la inglesa Virginia Woolf por las formas de narrar una historia

comenzaron ya en sus primeras novelas. En La señora Dalloway (1925), por ejemplo, la

historia abarca un día en la vida de la protagonista. Durante el transcurso de ese día,

Mrs. Dalloway recuerda una serie de hechos que creía olvidados, que aparecen entre-

mezclados con las impresiones y asociaciones mentales que le procuran sus actividades

cotidianas. A intervalos, entre los recuerdos, suenan las campanas del Big Ben, el famoso

reloj londinense, que la traen de nuevo a la realidad.

Algunos años después, en Las olas (1931), la narración adquiere un nivel de expe-

rimentación más complejo. En esta novela, la historia no está organizada cronológica-

mente, sino que se presentan de manera fragmentaria los pensamientos y reflexiones de

seis personajes tal como van teniendo lugar en sus mentes a medida que se encuentran y

desencuentran. A esta técnica, que intenta mostrar los pensamientos tal como se suce-

den, fluyen y se mezclan en la mente de las personas, se la denominó monólogo interior o fluir de la conciencia.

En el cuento “La casa encantada”, la historia se narra desde la perspectiva de una per-

sona que vive en la casa y ve el recorrido de los fantasmas. Las voces de los personajes se

alternan con rapidez, incluso con la voz de la casa misma, personificada y a la expectativa

de que no se encuentre su tesoro. Esos elementos contribuyen a crear un clima de extrañeza

e inquietud, similar al mundo de los sueños, donde no se alcanza a afirmar con certeza qué

sucede.

aACTIVIDADES 1. Relean el cuento “La casa encantada”.

2. ¿Cuántas voces participan en el relato? Analicen su alternancia. ¿Encuentran alguna lógica?

3. ¿Pueden determinar qué ha sucedido, en el pasado, cuando los fantasmas habitaban esa casa?4. Discutan en grupos qué mide el pulso de la casa.

La actriz Nicole Kidman personificó a

Virginia Woolf en Las horas.

Las horasLas horas, una película dirigida por Stephen Daldry (2002) y basada en la novela del mismo nombre de Michael Cunningham, entrecruza las vidas de tres mujeres (Virginia Woolf, Laura Brown y Clarissa Vaughan) en diferentes épocas.La historia de la escritora inglesa se sitúa en los suburbios de Londres a principio de 1920, cuando comienza a escribir La señora Dalloway. La de Laura —una esposa y madre que vive en Los Ángeles y lee La señora Dalloway—, en la década del ’50. Por último, la de Clarissa transcurre en Nueva York en la actualidad.

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78 Capítulo 5. Voces femeninas en la literatura.

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TALLER DE ESCRITURAHablan los fantasmasEscriban una nueva versión de “La casa encantada”,

narrada desde el punto de vista de los fantasmas

que recorren las habitaciones. Determinen si saben

que las personas que viven en la casa los perciben o

si ni siquiera notan su presencia.

Las paredes oyenEscriban un cuento en el que se relaten los

acontecimientos que suceden en el interior de una

casa durante un día. Incluyan los pensamientos y

las voces de sus habitantes.

A la manera de PizarnikEn prólogos a la Antología de la joven poesía

argentina (París, 1962), Alejandra Pizarnik cuenta

cómo escribía sus poemas: “Y lo hago de una

manera que recuerda, tal vez, el gesto de los artistas

plásticos: adhiero la hoja de papel a un muro y la

contemplo; cambio palabras, suprimo versos. A

veces, al suprimir una palabra, imagino otra en su

lugar, pero sin saber aún su nombre. Entonces, a la

espera de la deseada, hago en su vacío un dibujo

que la alude”.

Busquen una hoja en blanco, grande, y sigan las

indicaciones de Pizarnik para escribir un poema.

El proceso de escritura puede durar algunos días,

de manera que tómense tiempo para escribirlo,

contemplarlo y reescribirlo si hace falta.

De la poesía al relato1. Elijan un poema de Alfonsina Storni y úsenlo

como inspiración para escribir un cuento.

2. Seleccionen alguno de sus versos y colóquenlo

como epígrafe del relato.

❚ En relación con los textos

poéticos, les recomendamos leer

las obras de Alfonsina Storni y

Alejandra Pizarnik. De ambas

escritoras, hay numerosas

antologías que recopilan

poemas de distintos libros y de

diferentes épocas, lo que les

permitirá comparar las temáticas

presentes en cada uno de ellos.

De Olga Orozco pueden leer

La muerte y Los juegos peligrosos,

donde trabaja con los temas de

la magia y los talismanes.

❚ Entre los libros de cuentos de

Silvina Ocampo, les sugerimos

Viaje olvidado, Las furias y

Las invitadas.

❚ Para conocer qué sucedió la

noche del duelo y por qué fue

tan significativa en la vida de

Ana Castro, pueden completar la

ITINERARIOS DE LECTURA

lectura de La casa del ángel, de

Beatriz Guido.

❚ Si desean continuar leyendo

la obra de la escritora inglesa

Virginia Woolf, les sugerimos

La señora Dalloway, la novela

que cuenta un día en la vida de

la señora Dalloway y, luego, que

vean la película Las horas.

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