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Sinopsis alli está maldecida por su belleza.
A pesar de que sabe que es cruel, Calli se compromete a
acompañar a sus amigos a la Monster House donde se
rumorea que la bestia aulla a la luna cada puesta de sol.
Cuando ella lo oye por primera vez, su corazón se retuerce por
la angustia que escucha en el sonido.
Traspasando los límites de propiedad por su locura, Calli es forzada a
mudarse en la Monster House donde se hace amiga de la bestia. Usando
el soborno ofrecido por el padre de él para ganar un poco de dinero
desesperadamente necesario para el padre de ella, Calli acepta sus
términos. Horrorizada pero atrapada por su circunstancia, Calli entra por las
puertas de la gran casa para hacer frente a lo desconocido.
Alex está maldecido por su bestialidad.
Alex cree que Calli ha sobornado su entrada en su casa para echar un
vistazo a la bestia de Monster House, y está decidido a odiarla. No está
preparado cuando ella derriba las paredes duras de su alma con su
amabilidad y buen humor.
Alex le permite a Calli entrar en su santuario interior, compartiendo con ella
las partes más privadas de su corazón. Pero cuando descubre la verdad,
¿será su amor suficiente para convencerlo de sus verdaderos sentimientos,
o lo perderá para siempre?
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Beautiful Beast
lla era hermosa, y lo sabía. Se sentó mirando a su reflejo en el
espejo ovalado de su baño. Piel clara intacta, brillante
cabello oscuro, y ojos azul cielo que le devolvían la mirada.
La belleza era el infortunio en su vida que muchos envidiaban, pero sólo
porque no entendían la carga que conllevaba. Deseó por una vez ser
elogiada por su mente en lugar de su apariencia.
Se apartó del espejo, sus ojos recorriendo la vieja habitación. Estaba
limpia y ordenada, como siempre la mantenía. Ella hizo lo mismo con el
resto de la pequeña casa, a pesar de los constantes intentos de su padre
de socavar sus esfuerzos.
Abrió su armario, echando un vistazo al poco contenido. El sueldo
miserable de su padre no hacía nada por su vestuario, lo cual requería
creatividad de su parte. Podía coser tan bien como cualquier costurera
profesional, y mantener su armario actualizado cambiando los artículos.
Menos mal que era algo así como una creadora de tendencias en lugar
de una seguidora de ellas.
Alguien llamó a la puerta, y rápidamente se puso un par de jeans
desgastados —gracias a Dios por esa tendencia de moda— y una
camiseta rosa con parches de encaje. Corrió por toda la casa, poniéndose
las cholas que estaban cerca del sofá. Estaba agradecida de que su
padre no estuviera en casa. El abrir la puerta reveló a Jennae y Brittany, sus
dos BFFs1, y a Eli y Brandon.
—Hola, Calli —dijeron Jennae y Brittany al unísono. Eli puso los ojos en
blanco cuando se rieron, pero Brandon, quien había estado enamorado
de Brittany desde que Calli lo rechazó, sonrió con indulgencia.
1 BFFs: Best Friends Forever (Mejores Amigas Para Siempre).
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—Hola, chicos —dijo Calli, cerrando la puerta detrás de ella, sin
molestarse en cerrar con llave. No era exactamente el vecindario principal
para que los ladrones buscaran objetos de valor.
Bajaron por la calle, Eli y Brandon detrás de las chicas riendo con los
brazos enlazados, pateando una roca de vez en cuando. Llegaron a Punky
Burgers, el local de mala muerte que era el único lugar donde pasar el
rato en la metrópoli no tan próspera de Orchid2. La ciudad no tenía
absolutamente nada que ver con la belleza de su homónimo, bueno, no
de este lado, de todos modos.
Ellos juntaron su escaso dinero y compraron dos órdenes de papas
fritas y una orden de aros de cebolla, así como un refresco extra-grande
para compartir. Encontraron su mesa de siempre, ahuyentando a dos
palomas, y haciendo caso omiso a la superficie manchada de barro y
salpicaduras de alimentos.
La conversación fue habitual, cotillear sobre otros en la escuela o
quejarse de los maestros. Evitaron hablar de sus vidas hogareñas, ya que
no había muchas cosas buenas que decir de alguna de ellas. Calli sólo
medio escuchaba la conversación mundana, hasta que el tema cambió.
—¿Quién está dispuesto a ir a la Casa del Monstruo esta noche? —
preguntó Eli al grupo.
—Oh, vamos —gimió Jennae—. ¿Cuándo vas a renunciar a eso?
Los ojos de Calli se movieron del grupo a la casa de la que
hablaban. Estaba en lo alto de la colina, sobre la ciudad. Era más grande
que sus cinco casas juntas, opulenta, hermosa… y misteriosa. Nadie había
estado nunca dentro de sus paredes. Por lo menos, nadie que ellos
conocieran. El dueño de la ciudad vivía allí. Él no poseía la ciudad
exactamente, pero poseía el único banco en la ciudad, lo cual era
básicamente lo mismo.
—Renunciaré cuando dejen de ser unos cobardes y vengan
conmigo —le dijo Eli a Jennae.
2 Orchid: Es un pueblo ubicado en el condado de Río Indio en el estado estadounidense
de Florida.
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—Eso no va a suceder —dijo. Calli sabía que mentía. Jennae quería ir
tanto como Eli.
Brandon por lo general se unía a Eli tratando de persuadirlos, pero
desde que había desarrollado un enamoramiento por Brittany, esperó a oír
su opinión antes de expresar la suya. Era tan obvio. Y Brittany era tan ajena
a todo.
—¿Qué hay de ti, Calli? ¿Estás dentro?
Calli no le contestó a Eli. La mayor parte de ella sabía que estaba
mal, que ni siquiera debería considerarlo. Otra parte de ella tenía
curiosidad. Más que curiosidad, la verdad. No por el monstruo, no tanto,
aunque pensaba que tal vez querría echarle un vistazo, pero la mayoría
era curiosidad por la casa.
Del otro lado de la ciudad, había gente con dinero, como sacado
de una novela de Dickens. Tenían grandes casas, manejaban buenos
autos, usaban ropa de diseñador. Pero la Casa del Monstruo era otra cosa.
La Casa era el tema de películas por su tamaño y su misterio.
En lugar de responderle a Eli, se encogió de hombros. Eso la mantuvo
neutral, le daba la oportunidad de ir con lo que todos los demás
decidieran.
—Yo estoy dentro —dijo Brittany.
—Yo también. —La respuesta de Brandon fue rápida, siguiendo a la
de Brittany.
—Parece que tú eres la única que no se decide —le dijo Eli a Jennae.
—Bien, lo que sea. —Le mostró su dedo índice, como si se rindiera a
la presión del grupo. Pero Calli sabía mejor.
—Vamos, entonces.
—Espera. ¿Ahora? —preguntó Calli.
—¿Por qué no? Va a oscurecer pronto. Los rumores dicen que el
monstruo sale justo antes del anochecer para aullar a la luna. Si vamos a ir,
no me quiero perder el show. —Eli encontró graciosa su rima y no se dio
cuenta de que nadie se rió con él.
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Limpiaron su desorden, dejándolo en la parte superior del
desbordante bote de basura. Calli sentía ciertas dudas sobre ir ahora. Por
mucho que quería ver la casa, ella no quería ser uno de los chicos que
subía sólo para poder decir que vieron al monstruo. Parecía cruel.
—¿Vienes? —Jennae la volvió a llamar. Ella miró hacia donde ya
estaban paseando por la carretera. Decidiendo que no quería ser la única
que se negara a ir, corrió hacia ellos, dejando a un lado su recelo. Estúpida
presión de grupo.
Él era una bestia, y lo sabía. No necesitaba que un espejo se lo
dijera. No necesitaba que su padre se negara a mirarlo, o las miradas
lastimosas de los miembros del personal. Se tocó el costado de su cara,
sintió la piel deformada, con bultos bajo sus dedos.
Con disgusto, se alejó de la pared. Agarró la cuerda de saltar y
empezó a dar saltos rápidos. El sudor empapaba su camisa y goteaba de
su pelo. Había estado entrenando durante tres horas. A veces ayudaba. A
veces, como hoy, ninguna cantidad de adrenalina, sudor o dolor podía
aliviar su mente. Esta noche no dormiría.
Tiró la cuerda violentamente a un lado. Se estiró un par de veces y
salió de la sala de entrenamiento. Era casi la hora. Corrió a su habitación y
se duchó. Se colocó pantalones deportivos y una camiseta de manga
larga, a pesar del calor. Empujó el sombrero marrón con fuerza sobre su
cabeza.
Al salir a la terraza de atrás, vio que casi era demasiado tarde. El sol
estaba más bajo de lo que a él le gustaba. No es que importara tanto. Sólo
tenía menos tiempo para reflexionar. Se volvió hacia la puesta del sol, el
borde del mundo en llamas. Dejó que su mente retrocediera, hundiéndose
en los recuerdos con la puesta del sol. Los recuerdos llegaron como
dardos: penetrantes, dolorosos, imparables.
A medida que el sol desaparecía, el último recuerdo explotó,
sumergiéndolo en él. Él levantó sus brazos y los dejó caer. Su grito fue fuerte
y gutural, ascendiendo con la agonía hasta que su voz se volvió ronca con
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ella. Sus manos se cerraron en puños mientras su voz disminuía. Respiraba
pesadamente.
La escuchó entonces, la risa. Se dio vuelta y vio entre los arbustos
crepitando. Del otro lado, cinco cabezas empezaron a correr, moviéndose
de arriba hacia abajo. No era la primera vez, pero esta noche, con el dolor
tan profundo, no tenía su habitual moderación.
—¡Oigan! —gritó. Con eso, comenzó la persecución.
Se escabulleron en silencio a lo largo de la parte posterior del seto
alto alrededor de la Casa del Monstruo. Eli guió el camino, llegando a
arreglarlo para que Calli caminara detrás de él. Calli sabía lo que él estaba
haciendo. Había sabido por algún tiempo que a él le gustaba, pero ella no
estaba segura de si a ella le gustaba. A pesar de ser una buena persona, a
veces podía ser dominante e inmaduro.
Él sabía exactamente donde estaba la mejor posición para ver, lo
que hizo que Calli piense que probablemente había hecho esto antes.
Cuando se detuvieron, él le hizo un gesto hacia adelante.
—Ven aquí, Calli. Este es el mejor lugar para detenerse. —Él la tomó
del brazo y la condujo delante de él hacia una pieza ligeramente elevada
del suelo. Él tenía razón: desde aquí tenía una clara visión de la parte
trasera de la casa.
La casa era tan grande como parecía desde abajo. Un balcón en el
segundo piso daba a la piscina, que era alimentada por una cascada
artificial. Ladrillo y cemento rodeaban la piscina, a su vez rodeados de
césped verde y frondoso. Altas ventanas polarizadas bloqueaban la vista
del interior de la casa. Se sentaron en silencio, susurrando entre sí, mientras
el sol descendía en el cielo. Calli estaba empezando a creer que estaban
perdiendo el tiempo y que los rumores no eran más que historias cuando la
puerta trasera corrediza de cristal se abrió. Eli sonrió y le dio un codazo.
Calli observó a la figura salir a la cubierta. Era alto… muy alto. Y
robusto. Aparte de eso no podía ver nada. Estaba completamente
cubierto con ropa excepto sus manos, que parecían totalmente humanas.
Un sombrero tipo Indiana Jones estaba bajo hasta sus orejas, cubriendo
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todo lo que podría haber visto. Se acercó al borde de la cubierta,
cojeando un poco. Se detuvo en el borde de ladrillos y se giró hacia el sol
poniente. Se quedó en silencio.
Hasta ahora, no había visto nada de él que probara que sea otra
cosa más que una persona normal que no quería ser vista. Luego hizo algo
extraño cuando el borde del sol desapareció. Extendió los brazos, como si
quisiera abrazar a la noche, y alzó la cara hacia el cielo. El grito que
emanó de él, al principió la sorprendió, por lo que saltó. Pero a medida
que el lamento continuaba, pudo escuchar el dolor que brotaba del
sonido. Su corazón se oprimió con simpatía y quiso llegar hasta él. El sonido
desgarró su mente.
Cuando se detuvo, el silencio fue ensordecedor durante un largo
rato hasta que Brittany soltó una risita nerviosa, que hizo reaccionar a
Brandon y a Eli. Calli vio cómo la figura de pie con los brazos en las caderas
se giró hacia ellos.
—Mierda. ¡Corre! —susurró Eli en voz alta.
—¡Oigan!
Calli se estremeció al oír el grito de la figura que ahora estaba
corriendo detrás de ellos. Ella no era una buena corredora, en especial
con sus cholas. Los otros estaban muy por delante cuando escuchó el
ruido en los matorrales detrás de ella. El terror se apoderó de ella y corrió
más rápido.
—¡Esperen! —jadeó. Ninguno de ellos ni siquiera vaciló. La punta de
una de sus cholas se atascó en una raíz en el camino. Ella tropezó y cayó.
Cuando su cabeza hizo contacto con una roca al lado del camino, el
mundo se volvió negro.
El dolor le atravesó la cabeza. Ella gimió y abrió los ojos
entrecerrándolos. El mundo a su alrededor rebotó en un giro vertiginoso.
Alguien la cargó. Miró a la figura oscura. No podía distinguir ningún rasgo,
pero la visión del sombrero de Indiana Jones trajo una nueva oleada de
terror.
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—¡No! —gritó ella. O más bien, trató de gritar. Salió como nada más
que un gemido. Trató de liberarse, pero él la sacudió y el movimiento trajo
un rayo de agonía que a su vez trajo la oscuridad una vez más.
Calli parpadeó abriendo los ojos. La oscuridad la rodeaba, templada
por la luz de la luna que entraba por la ventana. Giró su cabeza para
medir sus alrededores y se dio cuenta de que estaba en su propia
habitación. Se movió para sentarse, el dolor irradiando en el lado izquierdo
de su cabeza. Gimió y levantó la mano, tocando el vendaje. Poco a poco,
con cuidado, se levantó hasta sentarse. Ella tocó el vendaje de nuevo y
sintió el bulto. Empezaba en su sien izquierda y se extendía hasta la parte
posterior de su cabeza.
Balanceó las piernas sobre el borde de la cama y se detuvo, cerró
los ojos contra la oleada de mareos y náuseas. Cuando la habitación dejó
de dar vueltas, abrió los ojos... y vio a su padre durmiendo en una silla
cerca de la puerta. Su boca se abrió. No podía recordar ni un momento en
el que hubiera estado en su habitación, a menos que fuera para gritarle o
castigarla.
Se puso de pie y caminó hacia el espejo. Una mancha púrpura se
extendía debajo de su ojo, y sangre oscura endurecía su cabello oscuro
debajo del vendaje. Se preguntó perezosamente quién la había vendado.
Durmiendo en su habitación o no, dudaba que hubiera sido su padre.
Se volvió hacia él, mirándolo. Había visto fotos de él cuando era más
joven. Había sido un hombre muy atractivo. Prefería a su madre, quien
tenía el mismo pelo negro y ojos azules como Calli. Su padre ahora tenía
ojeras debajo de sus ojos. Sus mejillas se hundían debajo de su perpetua
barba gris. Beber había hecho que sobresalieran sus arterias estropeadas
que corrían a través de su nariz y sus mejillas. Todas las pruebas de su
atractivo habían sido firmemente enterradas bajo la dura vida que había
vivido desde la muerte de su madre.
Calli se movió hacia él y le sacudió el hombro con suavidad.
—Papá. Despierta.
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Él parpadeó aturdido abriendo los ojos, sentándose alarmado
cuando se dio cuenta que ella estaba a su lado.
—Calli. —Él se frotó las mejillas—. ¿Qué… qué estás haciendo fuera
de la cama?
—¿Qué haces durmiendo aquí? —preguntó.
—Tienes una conmoción cerebral. Me dijeron que no te deje sola. Se
supone que debo despertarte cada dos horas.
—Bueno, estoy despierta ahora —dijo ella.
Él se paró y la llevó de vuelta a la cama.
—¿Qué puedo hacer por ti? ¿Quieres un poco de agua? ¿Tienes
hambre?
—Estoy bien —dijo ella, sentándose en el borde de su colchón. Era
muy raro que él se ofreciera a servirla y no al revés—. ¿Qué pasó? —
preguntó ella, tocando el vendaje de nuevo.
—Tropezaste en la colina y te golpeaste la cabeza contra una roca.
Calli pensó en sus palabras, las procesó, y poco a poco los recuerdos
regresaron. Habían estado en la Casa del Monstruo. Él los vio y los
persiguió. Recordó que se cayó. Y entonces… nada.
—¿Quién me encontró? —preguntó.
Su padre se movió con nerviosismo, mirando hacia el techo como si
pudiera encontrar la respuesta allí.
—¿Papá?
—Uh… —Regresó su mirada a ella—. El Sr. Stratford te trajo aquí y me
llamó. También trajo a un lujoso médico con él.
—¿El Sr. Stratford? —Calli estaba atónita—. ¿El banquero?
—El mismísimo —dijo su padre, una nota de resignación en su voz.
—Espera. ¿Un doctor? —Su mente se volvió inmediatamente al costo
en que incurrirían por un médico a domicilio. Ella pagaba todas las cuentas
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con los escasos cheques de su padre, y sabía muy bien cuán apretados
estaban con el dinero—. ¿Me cocieron o algo así?
Su padre asintió con la cabeza.
—Dieciséis puntos.
Calli gimió de nuevo, esta vez con desesperación.
—Lo siento —dijo ella. Su padre asintió.
—¿Qué estabas haciendo allá arriba, Calli?
—Uh… —¿Cómo podía admitir que había ido hasta allí para
contemplar al monstruo? Era una cosa baja y cruel. No importaban las
circunstancias, siempre había tratado de mantenerse por encima de las
bromas infames. La habitación dio una vuelta, y ella gimió—. Necesito
recostarme —dijo.
Él extendió la mano para sostenerla mientras lo hacía, otra rareza.
Tiró de las mantas hasta los hombros y le palmeó el brazo con torpeza.
—Vuelve a dormir —dijo suavemente—. Voy a ver cómo estás de
nuevo en un par de horas.
Ella asintió, agradecida por el aplazamiento de la pregunta. Él
regresó a la silla y se sentó.
—¿Calli? —dijo su nombre en la oscuridad.
—¿Sí?
—Hablaremos de esto mañana.
Bueno, mierda.
La bestia se acurrucó en el suelo. ¿En qué había estado pensando al
perseguirlos de esa manera? Él lo sabía mejor. Ahora estaba pagando el
precio. El dolor ardiente en su brazo y pierna palpitaba al mismo ritmo que
el latido de su corazón. Hizo los ejercicios de respiración que había
aprendido. No hacían que el dolor desapareciera, pero ayudaban a
controlar su reacción al dolor.
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Pensó en la chica, la que él había llevado de vuelta a su casa. Había
habido tanta sangre. El pánico lo había envuelto ante la cantidad de
sangre que rezumó de su cabeza. Y sin embargo, por debajo de su pánico,
debajo de la sangre, había reconocido la belleza que ella poseía. Su
cabello oscuro colgaba en ondas gruesas. Su piel de alabastro era lisa y
suave sobre sus pómulos. Sus labios rojos estaban perfectamente formados,
incluso en su estado decaído. Cejas formadas por encima de pestañas
increíblemente largas y oscuras que se extendían por sus mejillas.
Él podría ser una bestia, pero en algún lugar profundo dentro de la
parte de él que todavía era humana reaccionó a su belleza, atrayéndolo
como una polilla a la llama. Él había sostenido su mano fría e inmóvil
mientras su padre presionaba un paño al costado de su cabeza. Cuando
escucharon las sirenas elevándose a distancia por la calzada, la había
liberado, desvaneciéndose en la oscuridad de la habitación,
entregándose a su propio dolor, ahora que sabía que el de ella estaba
siendo atendido.
Ahora, su imagen lo obsesionaba. Mientras se dejaba fantasear en
esa imagen, su dolor se calmó lo suficiente para que pudiera deslizarse en
un sueño inquieto.
No fue sino hasta el mediodía que Calli finalmente se sintió lista para
levantarse. Quería bañarse, pero su papá le había dicho que no podía
mojar las puntadas por 24 horas. No estaba contenta por el desastre
coagulado en su cabello por tanto tiempo. Se cambió de ropa porque
todavía estaba con las que usó la noche anterior, más allá aliviada que su
padre no la había cambiado por sus pijamas. A los diecisiete, ella era un
poco grande para eso.
Su padre le hizo un sándwich de mantequilla de maní y jalea en pan
duro. No se había dado cuenta lo hambrienta que estaba hasta que tomó
el primer bocado. Terminó de comer el segundo, seguido por un vaso de
leche.
—Calli, tenemos que hablar —dijo él a la vez que tomaba el plato
vacío y el vaso de ella.
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—De acuerdo —dijo, queriendo evitar la discusión clamando
agotamiento. No sería una excusa completamente falsa. Se sentía
cansada. Pero nunca había sido alguien que evitaba lo desagradable,
bueno, la mayoría de las veces de todos modos. Pensó que podría ser
mejor acabar de una vez.
Él se sentó en la silla que había movido nuevamente a la sala desde
su habitación. Ella se reclinó en el sillón frente a él. Se sentó hacia delante
en la silla, apoyando los antebrazos en sus muslos. Suspiró fatigadamente,
frotando su mandíbula sin afeitar.
—Tengo una idea bastante buena de lo que estabas haciendo allá
arriba en la colina, Calli —empezó—. No lo apruebo, por supuesto. —La
miró a los ojos—. Y me sorprende de ti. —La inundó la vergüenza por sus
palabras—. Pero no viene al caso en este momento. Lo hecho, hecho está,
y ahora hay que pagar un precio.
—¿Un precio?
Asintió.
—El Sr. Stratford está dispuesto a retirar los cargos.
—¿Cargos? —chilló.
—Estuviste en su propiedad; invasión de propiedad privada.
—Yo no… no estábamos en el patio. Estábamos detrás de los
arbustos.
Su padre negó con la cabeza.
—No importa. Es dueño de la mayor parte de la colina. Su propiedad
no termina donde termina el césped. —Su tono indicaba que esto debería
haber sido obvio para ella. Honestamente no había pensado en ello, había
seguido a Eli ciegamente. Bueno, no exactamente ciegamente. Había
sabido lo que estaba haciendo.
—¿Quiere… presentar cargos en mi contra?
—Ha presentado cargos, Calli. —Un temblor estremeció su cuerpo—.
Pero él… —Se interrumpió a sí mismo, dejando caer su cabeza en las
manos.
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—¿Él, qué? —preguntó ella tímidamente.
—Está dispuesto a hacer un trato.
—¿Qué clase de trato?
—Dice… dice que si vives en su casa y eres la amiga y compañera
de clases de su hijo por un período de seis meses, retirará los cargos. Y…
El estómago de Calli se retorció furiosamente.
—¿Y? —incitó con un susurro, sin estar segura de si quería escuchar el
resto.
—Y pagará la factura del doctor.
Calli se levantó del sillón de un empujón, su cabeza dando vueltas
debido al movimiento repentino. Tomó unas pocas respiraciones hondas
para luego dirigirse al otro extremo de la pequeña habitación. Se detuvo
en seco de girar hacia él, sabiendo que probablemente se caería debido
al movimiento. En cambio, enfrentó la pared. ¿Quería que fuera amiga del
monstruo? ¿La misteriosa cosa que le había aullado a la luna? ¡De ninguna
manera! ¿Por seis meses? Eso era como una eternidad. Prefería ir a la
cárcel.
Entonces pensó en lo último que dijo su padre. Pagaría la factura del
doctor. Ellos no podían permitírselo, pero probablemente sería como una
gota en el mar para el banquero. Quería rechazarlo de lleno, pero sabía
que tendría que pensarlo. Si decía no, esa factura podría ser la cosa que
los hundiera para siempre. Apenas estaban manteniendo la casa tal como
estaba. No era ningún secreto que el auto de su padre estaba en sus
últimos kilómetros. Se dio la vuelta para encontrarlo mirándola.
—Calli, ¿quién más estuvo allí contigo? —Ella bajó los ojos,
negándose a responder. El resto se había escabullido. Su padre se paró y
caminó hasta ponerse delante de ella—. Dime. Si me lo dices, puedo
llamar a la policía, y así no tendrás que pagar por esto sola. —Agarró sus
brazos con urgencia—. Sé que no pensaste en esto. Sé que no lo hiciste
sola. Por favor, Calli, dime para así poder arreglar esto. No tenemos que
ceder a sus demandas.
Ella negó con la cabeza y la sala se meció.
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—Papá, realmente necesito acostarme otra vez. —Él relajó su postura
intensa, asintió secamente y caminó con ella de regreso a su habitación.
Una vez que ella estuvo acostada, se movió a la puerta.
—Calli —dijo—. Si tú…
—Papá —lo interrumpió—. Déjame descansar. Déjame pensar en
esto por un rato, ¿sí?
Él asintió y cerró la puerta detrás de él. Lágrimas inundaron los ojos
de Calli, pero se negó a dejarlas caer. Sentir pena por sí misma no
ayudaría. Cerró los ojos y se entregó al sueño.
Dos días después, Calli se sentía mucho mejor. Se había duchado el
día anterior, y a pesar del lento y doloroso proceso de lavar la sangre de su
cabello, su ánimo mejoró solo con eso. Se volvió a duchar, se vistió, puso
algo de maquillaje y cuidadosamente ahuecando su cabello, cubrió el
lugar que fue afeitado lo mejor que pudo.
Su papá iba a trabajar hoy, lo cual era bueno para ella. Significaba
que podía salir a hacer los recados sin discusiones de su parte. Su cabeza
seguía doliendo, y de vez en cuando el mundo se inclinaba, pero sentía
que podía hacer esto.
Dejó su casa con una nota para su papá en caso de que él llegara
temprano, algo más que ella raramente hacía, y se dirigió al otro lado de
la ciudad. Fue una larga caminata, llevándole casi media hora llegar al
banco. Cuando finalmente llegó, tuvo que sentarse en las escaleras del
frente por unos pocos minutos y descansar. Deseó haber recordado traer
una botella de agua.
Se puso de pie y dio la vuelta hacia la entrada del banco, el temor
subiendo por su garganta ahora que estaba aquí. Se obligó a calmarse,
empujando sus hombros hacia atrás, y subió los escalones restantes,
entrando en el frío interior.
No había muchas personas dentro del edificio ricamente decorado.
Vio a los Smythe terminando de hablar con el oficial de los préstamos. Los
pobres granjeros probablemente rogaban un préstamo que salvara a su
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tierra en apuros. Otra mujer que no conocía estaba parada en el
mostrador. Definitivamente no provenía del lado de la ciudad de Calli si sus
ropas y bolso de diseñador eran algún indicio.
Subió con prisa las escaleras a su derecha, inadvertida. Sabía dónde
estaba la oficina del Sr. Stratford, todos lo sabían. Una secretaria de cara
desconfiada se sentaba en un escritorio desordenado afuera de su
santuario. Alzó la vista cuando Calli entró. Sus ojos se ampliaron ante la
vista de Calli. Estaba acostumbrada a la reacción de las personas que no
la conocían. Pero luego los ojos de la mujer exploraron su ropa andrajosa y
sus ojos se entrecerraron, pareciendo juzgarla silenciosamente y llegar a un
rápido veredicto.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó con su voz más antipática,
dejándole saber a Calli que se encontraba en el lugar equivocado para lo
que sea que estuviera buscando.
—Tengo que ver al Sr. Stratford.
La mujer palideció un poco ante la declaración confiada.
—¿Tienes una cita?
—No.
La mujer sonrió.
—Lo lamento. No está disponible.
—Creo que lo encontrará disponible para mí —dijo con valentía—. Mi
nombre es Calli Clayson.
Ninguna señal de reconocimiento iluminó el rostro de la mujer.
—Dije que no está disponible.
Calli dio un paso hacia delante, apoyando sus manos en el escritorio
de la secretaria.
—Por favor, anúncieme y deje que él diga si no está disponible.
La mujer empezó a ponerse de pie y Calli hizo su movimiento. Se
lanzó alrededor del escritorio, y de la mujer, y empujó la puerta de la
oficina del Sr. Stratford hasta abrirla.
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—¡Señorita! —exclamó la mujer, siguiéndola de cerca en sus tacones.
El hombre detrás del escritorio alzó la mirada de un papel.
—¿Qué está pasando? —exigió.
—Lo siento señor, corrió alrededor de mí. Llamaré a seguridad de
inmediato.
—Soy Calli Clayson —dijo ella rápidamente cuando la mujer tomaba
uno de sus brazos en su mano.
El hombre detrás del escritorio se quedó quieto, su mirada
volviéndose sagaz.
—Está bien, Martha. La Srta. Clayson y yo tenemos asuntos que
discutir.
Eso le bajó los humos a Martha. Calli sonrió triunfantemente hacia
ella como si dijera: ¿ves? Martha dudó y salió, cerrando las puertas detrás
de ella rápidamente. Sin embargo, la valentía de Calli se desplomó
cuando se dio la vuelta al imponente hombre que ahora se encontraba
de pie.
Era alto, sospechaba que tan alto como la figura que había visto
aullar al sol poniente. Se preguntó si era él, y por lo tanto, qué causaba su
profundo dolor. En estos momentos solo parecía arrogante. Era un sujeto
apuesto para alguien de su edad, aunque, no podía evitar notarlo.
—Por favor, Srta. Clayson —dijo cortésmente, ondeando una mano
hacia el par de sillas en frente de su escritorio—. Tome asiento.
Ella dio un paso hacia delante y lentamente bajó sobre una de las
sillas.
—¿Puedo traerle algo?
Empezó a sacudir la cabeza, pero luego cambió de idea.
—Sí, un poco de agua.
—¿Quiere una aspirina también? —dijo sin mostrar emoción alguna.
Ella sacudió la cabeza. Él se acercó a la ventana y vertió un vaso de agua
de una jarra que estaba puesta sobre un alto escritorio allí. Se lo entregó
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antes de tomar asiento en el lado opuesto del escritorio—. ¿Puedo suponer
que está aquí para discutir mi propuesta?
Calli tomó un largo trago de agua antes de contestar. Bajó el vaso
sobre el escritorio y niveló sus ojos a los de él.
—Vine para ver si hay algo más que puedo hacer.
—No. —Su respuesta fue abrupta, determinante. Su boca cayó
abierta ante este giro inesperado.
—Me está sobornando para pasar tiempo con su hijo.
—Sí.
—Pero… —espetó—. Eso es tan… injusto.
Él miró hacia la ventana.
—Si hay un absoluto que he aprendido en la vida es que ese cliché
es cierto. La vida es injusta.
Calli juntó sus manos, decidida a no perder los nervios. ¿Cuál era el
refrán? ¿Es más fácil atrapar moscas con miel que con vinagre?
—Escuche, Sr. Stratford…
—No, tú escucha —dijo, sentándose abruptamente hacia delante en
su silla—. No hay una negociación aquí. Usted invadió propiedad privada.
Sé la razón por la que estaba invadiendo la propiedad. —Las mejillas de
Calli enrojecieron—. Si está tan interesada en ver al monstruo de Orchid,
ésta es su oportunidad para darle un vistazo cercano y personal.
—Pero, yo…
—Dígame, Srta. Clayton, ¿su padre puede afrontar la factura del
doctor que le suturó la cabeza? —Calli levantó la barbilla, negándose a
responder. Él abrió un cajón y sacó un pedazo de papel, el cual lanzó a
través de la mesa—. Esta es la factura. La factura que estoy dispuesto a
pagar. Si cree que su padre puede encargarse, desde ya puede tomarla e
irse.
Calli tomó el papel y lo estudió. Cuando sus ojos alcanzaron la parte
inferior y el asombroso total, la garganta se le apretó con angustia.
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—Por supuesto, todavía sigue estando el cargo por invasión de
propiedad. Probablemente recibirá una multa por eso, y algún servicio
comunitario.
Los ojos de Calli volvieron a los del Sr. Stratford. Estaba empezando a
no gustarle para nada este tipo. Una sensación enfermiza de resignación
bajó por su espina dorsal. ¿Qué opción tenía?
—Defina amiga —dijo finalmente.
—Vivirás en mi casa por seis meses. En ese tiempo entablarás amistad
con Alexander, pasando tiempo con él.
—¿Qué hay de la escuela?
—Tendrás un tutor junto a él.
—¿Pero qué hay de mis amigos? —Estaba disgustada ante la idea
de no verlos diariamente en la escuela.
—Se tienen entre sí. Estoy seguro de que pueden vivir sin ti.
Ella golpeó sus manos contra el escritorio.
—Eso no es lo quise decir y lo sabe.
Él hizo una mueca.
—Bien. Puedes tener el día sábado libre, ¿de acuerdo? En ese único
día puedes hacer lo que quieras.
Calli sacudió la cabeza.
—Pero mi papá… no estará bien sin mí. Me necesita.
—Es un adulto. Sobrevivirá.
Calli lo fulminó con la mirada ante sus palabras insensibles.
—No lo entiende. Solo somos nosotros dos. Cuido de la casa, pago
las facturas, lavo sus ropas, hago la comida.
—¿Haces todo eso? —Estaba incrédulo—. Contrataré una criada
para él. Ella puede hacer todo eso.
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—¿Pagará sus facturas? —preguntó Calli con escepticismo.
Él se frotó un mejilla, meditabundo. Luego la miró.
—Asignaré uno de los pasantes a él. Pueden ocuparse de su
contabilidad.
Calli negó con la cabeza.
—Me está pidiendo que lo deje por seis meses. Eso es mucho tiempo.
—Puede venir a verte cuando quiera. Y puedes verlo en tu día libre.
—Me quedaré por tres meses, quitará los cargos y pagará la factura,
y me pagará como si fuera un trabajo.
Sus cejas se levantaron ante la audacia de ella.
—¿Entiendes el valor de lo que te estoy ofreciendo? Aparte de eso
—volteó su mano hacia la factura que ella sostenía—, el costo de una
criada y un pasante para cuidar de tu padre. ¿Y también deseas una
compensación?
Calli supo que pisaba terreno peligroso, pero levantó la barbilla,
dando un fuerte asentimiento con la cabeza.
—Seis meses, la factura pagada, la criada y el pasante, los fines de
semanas libres, y un salario semanal de mil dólares —dijo él.
La cabeza de Calli dio vueltas por la cifra. ¿Mil dólares a la semana?
Su padre apenas hacía eso en un mes. Hizo rápidamente cálculos y se dio
cuenta que el dinero alcanzaría no solo para sacarlos de sus desesperadas
situaciones, sino que le proporcionaría un buen fondo para la universidad.
Y quizás un par de jeans. Tragó saliva, sin querer parecer desesperada.
—Todo eso y también los miércoles a la noche libre.
—¿Realmente quieres arriesgar todo lo que te estoy ofreciendo por
otras cuatro horas a la semana? —Rió con humor—. Que te quede claro,
Srta. Clayson, conozco su situación financiera tan bien como usted.
—Bueno, bien —concedió—. Solo una cosa más.
—Apenas puedo esperar para escuchar esto —dijo ligeramente.
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Sus ojos cayeron al escritorio.
—¿Cree, que tal vez, pueda arreglar su rehabilitación? Para mi papá,
me refiero. Algo de tipo ambulatorio, para que así él no perdiera su
trabajo.
Guardó silencio por tanto tiempo que ella finalmente levantó sus ojos
hacia los de él. No pudo leer su expresión. Se puso de pie, extendiendo su
mano derecha hacia ella.
—Trato —dijo él.
Ella también se puso de pie, poniendo su mano en la de él, dándole
una firme sacudida.
—Trato —repitió.
Mientras dejaba el banco para ser llevada en auto a casa por la
adusta Martha, ante la insistencia inquebrantable del Sr. Stratford, no pudo
evitar preguntarse si no acababa de hacer un trato con el diablo.
Calli se quedó mirando por la ventana de su dormitorio. La valla
trasera de madera estaba aproximadamente a sólo cinco metros de su
ventana a través de un tramo de césped casi muerto. La valla en sí estaba
desconchándose y cayéndose a pedazos en algunos lugares, incluso
combándose cerca de una de las esquinas.
Suspiró y dejó caer la punta de la sábana que servía de cortina. Una
mirada a su reloj le dijo que sólo le quedaban unos pocos minutos. Se
acercó a la cama y recogió su pequeño bolso. No tenía mucho que
llevarse consigo. Una tarjeta escrita a mano en un pedazo de papel cayó
al suelo. Ella la recogió.
Jennae, Brittany, Brandon y Eli le habían lanzado anoche a una fiesta
improvisada. Por supuesto, fueron sólo ellos cinco, ya que ninguno de ellos
podía permitirse el lujo de hacer una fiesta real, ni tenían casas lo
suficientemente grandes como para dar cabida a más de unas cuantas
personas. Le habían hecho un pastel que se parecía ligeramente a Sully de
Monsters, Inc. La tarjeta escrita a mano tenía un monstruo grotesco
dibujado al frente, cortesía del talento bastante singular de Eli. En el interior,
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decía: “No dejes que el monstruo te coma. Pero si lo hace, ¡lo cortaremos y
te rescataremos!”
No tenía permitido decirle a nadie los detalles de su acuerdo con el
Sr. Stratford. Su padre sabía por qué ella estaba yendo, que el banquero
accedió a pagar la factura del médico, y por supuesto sabía lo de la
criada, pero no sabía el resto. A sus amigos les habían dicho que estaba
siendo asignada al servicio comunitario en la Casa del Monstruo por
invasión de propiedad. Ninguno de ellos se había ofrecido a admitir su
parte como cómplices y tomar parte de la responsabilidad.
Levantó la mano y frotó sus dedos por la cicatriz debajo de su
cabello. Le habían quitado los puntos hace unos días, y honestamente, ya
la cicatriz era tan delgada que apenas se podía ver.
Un bocinazo la alertó de la llegada de su transporte. Guardó el
papel en el interior de la bolsa y caminó a través de la pequeña sala de
estar hasta la puerta principal. Su padre estaba en el trabajo. No podía
permitirse el lujo de perder más días de los dos en el que se había quedado
en casa para cuidarla.
Una larga limusina negra la esperaba. Rápidamente miró arriba y
abajo por la calle para ver quién podía estar mirando. Casi todo el mundo
estaba en el trabajo, y no vio a nadie que quisiera descubrir quién estaba
tocando la bocina. Ella salió corriendo y se deslizó, cerrando de golpe la
puerta detrás de ella antes de que el conductor pudiera hacerlo. Miró por
la ventana mientras él inclinaba su sombrero con una sonrisa divertida y
caminaba hacia el lado del conductor.
Calli se deslizó hacia abajo en el asiento, aunque dudaba que
alguien pudiera ver a través de las ventanas oscuras. Condujeron por las
calles llenas de baches y por la larga colina hacia la casa que ella había
tanto envidiado como temido por tanto tiempo.
El conductor pasó a través de las puertas de hierro forjado y por el
camino circular, deteniéndose en el frente. Calli miró la casa con tristeza.
Era mucho más alta de lo que parecía desde abajo, e incluso desde
donde ellos se habían escondido detrás de los setos.
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Saltó cuando el conductor abrió la puerta y se preguntó si podía
esconderse en el auto durante los seis meses. El terror se apoderó de ella al
pensar en atravesar las puertas de la casa.
Estaba segura de que las historias del monstruo eran exageradas,
segura de que él era humano. Bueno, tal vez no segura. Pero pensaba que
él probablemente lo era. Quizás. Eso esperaba.
A medida que salía, otro hombre bajó los escalones, vestido
formalmente. Era alto y delgado, calvo, con escaso cabello gris a los lados
de la cabeza. Sus ojos, sin embargo, eran brillantes y amigables.
—Srta. Clayson —dijo él, haciendo una reverencia. Parecía un gesto
ridículo, y sin embargo, de alguna manera parecía correcto viniendo de
este hombre tan formal—. Mi nombre es Hartland. Bienvenida a la
Residencia Stratford. —Calli sólo asintió mientras él tomaba su bolso del
conductor—. Gracias, Westley.
Hartland subió los escalones hacia la casa, y Calli asumió que tenía
que seguirlo. Ella se despidió con la mano al conductor y siguió al anciano
a la casa.
La entrada se elevaba muy por encima de su cabeza. El piso era de
madera oscura y pulida que brillaba espléndidamente. Las paredes eran
texturizadas y estaban pintadas con diferentes tonos de beige y dorado.
Tapices colgaban en lo alto de las paredes. Una escalera de madera se
curvaba a lo largo de la pared hasta el piso superior. Oscuras puertas de
madera a ambos lados de la entrada y en la parte trasera frente a la
entrada ocultaban otras habitaciones. Calli se sintió un poco como si
hubiese retrocedido en el tiempo.
Hartland se acercó a una de las puertas laterales y le hizo señas de
seguir adelante.
—El Sr. Stratford desea hablar con usted antes de que le muestren su
habitación.
Esto la asustó.
—¿El Sr. Stratford está en casa?
—Sí, señorita.
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Los nervios de Calli estaban tan tensos como lo habían estado
cuando ella se le había acercado en el banco. Tomó aire y caminó hacia
adelante, entrando cuando Hartland abrió la puerta. La cerró suavemente
detrás de ella, pero en su mente sonó tan fuerte como la puerta de una
celda en la cárcel.
El Sr. Stratford estaba sentado detrás de un gigantesco escritorio que
empequeñecía al del banco. Aparte del escritorio, la habitación era
totalmente moderna. Él tecleaba repetidamente en un teclado, del que
sólo levantó la mirada por un momento cuando ella entró, con un dedo
levantado para pedirle que le diera un minuto. Las paredes estaban
cubiertas con obras de arte claramente costosas, un bar a un lado lleno de
varias botellas llenas de algún tipo de líquido que ella suponía costaba más
por botella inclusive que todo lo que su padre se las arreglaba para beber
en un año.
—Pasa adelante, Callidora. —Ella se retorció ante su voz, pero se
acercó a su escritorio. Estaba sorprendida de que la llamara por su primer
nombre, por la totalidad de su horrible primer nombre—. Siéntate —dijo,
señalando una de las sillas frente a su escritorio. Estas sillas eran más
grandes, y por mucho, más lujosas que esas que yacían en su oficina en el
banco.
—Meredith te instalará en breve, pero quería la oportunidad de
hablar contigo primero.
—¿Meredith? —preguntó ella.
—El ama de llaves. ¿Cómo estuvo el viaje hasta aquí?
—Pretencioso —respondió ella con sinceridad.
Un agudo sonido de risa provino de él.
—Lo siento —dijo con sarcasmo—. La próxima vez enviaré un taxi.
—Gracias, apreciaría eso.
Él gruñó ante su respuesta.
—Después de que estés instalada puedes tener algo de tiempo libre.
Conocerás a Alexander esta noche, después de la cena.
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—Oh. —No estaba segura de qué decir. Pensaba que estaría
encontrándose con él de inmediato. Ahora tenía más tiempo para temer
esa reunión.
—La cena es a las seis en punto en el comedor. Meredith te mostrará
dónde está. Ahora. ¿Tienes alguna pregunta para mí?
—Uh, supongo. Quiero decir, ¿qué se supone que tengo que hacer
todo el día?
—Vas a tomar tus lecciones con Alexander, por supuesto.
—¿Se refiere a la escuela?
Él apretó la mandíbula y rodó los ojos hacia el cielo.
—Sí, me refiero a la escuela.
—¿Y el resto del tiempo? Se supone que debo… ¿jugar con él, o
llevarlo a pasear, o qué?
La mandíbula del Sr. Stratford cayó abierta ante sus palabras y una
mirada de incredulidad cruzó su rostro.
—Dime, Callidora…
—Calli —le corrigió ella. Él la ignoró por completo, hablando por
encima.
—¿Qué edad crees que tiene Alexander?
Ella se encogió de hombros.
—Realmente no lo sé.
—Tiene diecisiete años.
—Oh. —Estaba sorprendida—. Pero él no es normal, ¿no?
La mandíbula del Sr. Stratford se apretó con fuerza mientras miraba
ferozmente hacia abajo a su escritorio. Sujetó sus manos lo suficientemente
firmes como para hacer que se tornaran blancas. Justo cuando la
incomodidad se volvió alarmante, él la miró.
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—Mi hijo es normal en todos los sentidos que cuentan. Su mente es
más aguda que otros jóvenes de su edad.
Calli levantó una mano con la palma hacia arriba.
—Lo siento, no lo sabía. Pensé...
—Sé muy bien lo que pensó. —Tomó una respiración profunda,
relajándose visiblemente—. Escucha, Callidora, no hay nada malo con su
capacidad mental. Pero él tiene… cicatrices. Su rostro está… —Se empujó
hacia atrás desde el escritorio, caminando alrededor, enojado otra vez—.
Simplemente no lo mires fijamente, ¿de acuerdo?
Él abrió la puerta y gritó por Meredith.
—Lo siento, Sr. Stratford —murmuró ella mientras lo pasaba. Él colocó
una mano sobre su brazo.
—Llámame Winston. Si vamos a estar viviendo bajo el mismo techo,
no hay necesidad de formalidades.
—Lo llamaré Winston cuando usted me llame Calli —dijo ella mientras
entraba en la sala. Él cerró la puerta tras de sí sin dar respuesta cuando
una mujer llegó corriendo desde la puerta en la parte posterior de la
entrada.
—Usted debe ser Callidora —dijo ella, tomando las manos de Calli
entre las suyas.
—Calli —le corrigió, sonriéndole a esta genuina mujer. Era baja,
probablemente apenas alcanzaba el metro y medio. Su cabello gris se
apilaba en la parte superior de su cabeza en un moño. Era redonda, con
las mejillas casi asfixiando sus ojos con su gran sonrisa acogedora.
—Calli, entonces —aceptó ella fácilmente—. Mi nombre es Meredith.
—Sí, lo sé —dijo Calli—. Creo que el pueblo entero lo sabe después
que el Sr. Stratford simplemente lo gritara a todo pulmón.
Meredith se rió.
—Creo que me vas a caer bien, Calli.
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Ella llevó a Calli por las escaleras y por un largo pasillo hasta su
habitación. Supo que era su habitación porque su bolso yacía en medio
de una cama que era tres veces más grande que la de Calli, y tan alta
que había que saltar para llegar a ella. Estaba cubierta con una especie
de edredón blanco de seda que brillaba en la luz del sol. El alfombrado
también era blanco, y se aplastaba bajo sus pies. Rápidamente se sacó sus
zapatos, porque no quería estropear la pureza del color… y también
porque quería sentir la suavidad directamente sobre sus pies. Gracias a
Dios que había traído pantuflas.
Un gran escritorio en forma de L en la esquina servía para dos
propósitos. Un lado estaba claramente acomodado para hacer la tarea,
con una lámpara, implementos de escritura, una computadora, y un
montón de espacio en el escritorio para libros o escribir. La otra parte tenía
un gran espejo atrás. Un cepillo, un peine y un espejo de mano yacían en
el centro del escritorio. La parte posterior del mismo contenía una serie de
aplicadores de maquillaje. Calli sonrió de placer. Ella nunca había sido
capaz de permitirse el lujo de aplicadores de maquillaje reales. Siempre
había tenido que usar los más pequeños e ineficaces que venían incluídos.
—¿Ésta habitación es mía? —preguntó ella, queriendo asegurarse
antes de hacer suposiciones.
—Por supuesto —dijo Meredith. Señaló al otro lado de la
habitación—. Por allá está su baño.
—Espera. —Puso una mano sobre el brazo de Meredith—. ¿Estás
diciendo tengo mi propio baño? ¿No tengo que compartirlo con nadie?
—No, Calli. Es todo tuyo.
Calli trató de imaginar no tener que bajar la tapa del inodoro cada
vez que entrara, no tener que enjuagar la pasta de dientes de alguien más
en el lavamanos o sacudir sus pelos de barba fuera de la encimera. Se
preguntó si había muerto e ido al cielo. Sin duda era lo suficientemente
blanco aquí para ser el cielo, y Meredith parecía lo suficientemente dulce
como para ser un ángel.
—¿Puedo hacer algo por ti? ¿Conseguirte algo? —preguntó
Meredith.
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—No, estoy bien.
Meredith señaló una pequeña mesa cerca de la ventana.
—Hay agua allí por si tienes sed —dijo—. Regresaré justo antes de las
seis para llevarte a la cena.
—Muy bien. —Se volteó cuando Meredith se acercó a la puerta—.
Gracias, Meredith. Aprecio todo.
Meredith simplemente sonrió mientras cerraba la puerta. Calli miró a
su alrededor de nuevo, luego giró en un círculo, abrazándose a sí misma.
Se dejó caer en la cama, que era más suave que cualquier cosa que
hubiese sentido, el sedoso cubrecama fresco y suave bajo su mejilla. Se
incorporó y se dirigió al baño.
Era tan estrictamente blanco como su habitación, sólo con toallas
azul cielo y un jarrón de flores de color azul sobre el mostrador para romper
la monotonía. Una gran bañera yacía en el centro del baño justo en frente
de ella con una pared de mármol en la parte posterior de la misma. Ella
nunca había tomado un baño en bañera. Sólo tenían una ducha en casa.
Parecía un desperdicio de agua a juzgar por el tamaño de la misma. Miró
a su alrededor, preguntándose dónde estaba la ducha. Tal vez la gente
rica no se duchaba, sólo se bañaba.
Viendo una abertura al lado de la bañera, ella la siguió y descubrió
la ducha. Era en forma de media luna, siguiendo la parte posterior de la
bañera, con una abertura en ambos extremos. Dos cabezales de ducha
por encima de ella venían directamente del techo. Tres más sobresalían de
la pared a distintas alturas. No había pomos que ella pudiera ver que
abrieran el agua.
Salió por el lado opuesto al que entró, y vio a un pequeño pasillo, al
otro lado de la habitación. Ella entró y descubrió un armario. No, eso no
era correcto. Era una habitación para la ropa. Podía poner toda la ropa
de su armario y de la Boutique de Betsy en la ciudad allí adentro y todavía
tendría espacio de sobra. Incluso tenía dos tocadores en el interior, y un
sofá para sentarse en el centro. Ella regresó y recuperó su pequeño bolso,
volviendo al armario.
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Le tomó cinco minutos para vaciar el bolso, colgar sus camisas y
doblar el resto en un cajón. Su ropa parecía mísera y fuera de lugar en el
armario. Se recostó en el sofá, anhelando su pequeña casa andrajosa,
mirando hacia el techo del armario, y por primera vez desde que había
descubierto su destino por su mal aconsejado viaje a la Casa del Monstruo,
Calli lloró.
La bestia rugió en el interior. Él trató de calmarlo, pero saber que
había un desconocido bajo su techo era demasiado. Él la conocía, sabía
que ella era la muchacha hermosa que había perseguido y llevado hasta
la casa. Ahora ella estaba de vuelta.
Empujó hacia arriba las pesadas pesas desde su pecho y las bajó de
nuevo. Arriba. Abajo. Arriba. Abajo. Su brazo derecho ardía, las llamas
amenazando con consumirlo.
Su padre le dijo que no había tenido más remedio que traerla, que
su familia amenazó con demandar por el daño causado a ella si no le
permitía mudarse para clases particulares al lado de él. La bestia alzó su
cabeza de nuevo y él dejó caer la barra sobre el apoya pesas. Se puso de
pie y se trasladó a la cinta de correr, poniéndolo al máximo mientras corría.
Bueno, ella podría haber conseguido la ventaja sobre su padre, pero
él estaría condenado si la dejara hacer lo mismo con él. Puede que tenga
que tolerar su presencia para las lecciones, pero ahí es donde terminaría.
Tal vez si él la hacía lo suficientemente miserable, ella se iría.
De repente, apagó la máquina, con el pecho agitado. Eso era.
Podía hacerla completamente miserable de modo que irse fuese su idea.
No podían sobornar a su padre si irse era su decisión. El nuevo enfoque le
dio un poco de paz, un curso de acción. La bestia se calmó y él se dirigió a
la ducha.
Calli nunca había visto tanta comida en su vida. Una especie de
aperitivos hechos de pequeños rollos rellenos de jamón, que eran divinos.
Esto seguido de una pequeña ensalada, y luego una sopa de papa. Calli
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estaba llena. No solía comer mucho de una sola vez. Pero al parecer, no
habían llegado aún al plato principal, cuando el cocinero, Javier, entró
desde la cocina llevando una bandeja de pollo, papas y zanahorias.
Calli podía haberse negado a comer nada más, excepto que
sentarse en incómodo silencio con el Sr. Stratford sin nada que hacer, era
insoportable. Comer le daba algo que hacer con las manos por lo menos.
Cuando terminaron con el plato principal, el Sr. Stratford le preguntó si
quería postre. No sólo era totalmente indeseable para ella comer otro
bocado, también no veía la hora de escapar del comedor.
—Entonces, ¿continuamos? —preguntó él ante su negativa, se puso
de pie, sosteniendo una mano hacia la puerta, indicando que debería
seguirlo.
—¿A dónde vamos? —preguntó.
—¿Por qué? A conocer a Alexander, por supuesto.
Oh, fabuloso. Bueno, ella supuso que ahora era un momento tan
bueno como cualquier otro para acabar de una vez con esto, ya que
probablemente no sería capaz de evitar para siempre el encuentro. Mejor
enfrentarse a su miedo que seguir temiendo. Se puso de pie y salió de la
habitación a regañadientes.
El Sr. Stratford los condujo por un pasillo antes de descender a un
amplio conjunto de escaleras. Calli se puso más nerviosa por el hecho de
que el Sr. Stratford sintiera la necesidad de mantener a su hijo en el sótano.
¿Cuán horrible debía de ser?
La planta baja era grande y abierta. Un televisor de gran pantalla de
proyección cubría una pared, pareciendo más un cine que una sala para
ver la televisión. Detrás del sofá, asentada delante de la televisión estaba
una mesa de billar, y detrás un bar. Oscuras puertas de vidrio llevaban
afuera hacía el patio, y Calli se dio cuenta que esas eran las puertas en las
que ellos habían visto la salida del monstruo. Un escalofrío le recorrió al
recordar su lastimero grito.
La condujo por un pasillo, más allá de una extensa sala de ejercicio
que avergonzaba al gimnasio local, deteniéndose frente a una puerta de
madera. Golpeó la puerta, llamando:
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—¿Alexander? —Sin esperar respuesta, abrió la puerta y entró. Calli
tomó aire y lo siguió.
Dentro de la larga habitación estaba una figura encorvada sobre un
escritorio. Los ojos de Calli fueron infaliblemente hacía él, y ella no podía
haber mirado hacia otro lado si quería. El miedo gorjeó hasta su vientre.
Llevaba una camiseta, pero no podía ocultar la anchura de sus
hombros bajo ella. Tenía el cabello rubio rizado alrededor de la parte
inferior del gorro de lana que llevaba puesto. Él no levantó la vista, seguía
concentrando en el papel sobre el que escribía. Tenía la mandíbula
apretada, su muy normal mandíbula cuadrada.
Su lisa mejilla se elevaba en su pómulo, largas pestañas visibles en las
sombras arrojadas en su rostro por la única luz de la habitación, la lámpara
de su escritorio. Él no era un monstruo en absoluto. Desde este punto de
vista, parecía ser muy bien parecido. Una sonrisa levantó las comisuras de
la boca de Calli. Estos seis meses de repente parecía que iban a ser
bastante agradable.
—Alexander, esta es Callidora. Como sabes, se va a quedar con
nosotros por un tiempo. Ella va a tomar clases contigo.
Alexander continuó ignorándolos. Su mandíbula apretada, su pluma
rayando.
—Hola —se las arregló Calli en decir, con voz vacilante ante el rostro
de su completo y absoluto muro de silencio.
—Alexander —zanjó la fuerte voz del Sr. Stratford en el silencio—. Por
favor, ponte de pie y saluda a nuestra invitada.
Alexander apretó ambos puños, Calli temió por la seguridad de la
pluma… y tal vez incluso un poco por la suya misma. Luego sus hombros
cayeron en la más pequeña cantidad de rendición. Arrojó la pluma,
empujando su silla de la mesa. Lentamente se puso de pie, y aún más
lentamente se volvió hacia ella, levantando la cara hacia la escasa luz.
Alex se tensó cuando su padre entró en la habitación. Era muy
consciente de que la chica estaba con su padre. A pesar de su
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determinación de hacerla sentir miserable, él todavía encontraba que
temía enfrentarse a ella, ver la expresión de su rostro era inevitable.
Podría haber seguido ignorándola si su padre no exigiera su
atención. Mientras estaba de pie, girándose hacía ella, vio exactamente lo
que había previsto.
La sonrisa expectante en su rostro se congeló cuando lo vio. Su boca
se abrió mientras sus ojos se agrandaban. El horror llenó su rostro por
completo. Estaba a solo unos segundos antes de que el disgusto viniera, así
que él se movió.
—¿Has tenido un buen vistazo? —gruñó. Pasó junto a ella, haciendo
caso omiso de la demanda de su padre para detenerlo.
—¡Alexander, vuelve aquí!
Calli seguía mirando el lugar vacío donde había estado de pie. Se
sentía congelada. Todo el lado derecho de su rostro estaba… derretido
era la mejor palabra que podía encajar. Pesados bultos de piel
empujaban hacia abajo el párpado inferior de su ojo. Crestas encrespadas
y gruesas de piel roja cubrían su mejilla y colgaban de su mandíbula.
Brillante piel rosa y tirante cubría en parches ese lado de la frente. Parecía
la broma más cruel de la naturaleza que le diera la mitad de un rostro
perfecto, y la mitad del más horrible.
—Lo siento —dijo el Sr. Stratford bruscamente—. Voy a traerlo de
vuelta.
Dio un paso delante de la puerta antes de que Calli se
descongelara.
—No —dijo ella rápidamente, colocando una mano sobre su brazo—
. Déjeme ir a mí.
Él levantó una ceja.
—¿Estás segura? —Podía oír la duda en su voz. Ella no se sentía muy
segura de sí misma.
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—Estoy segura —dijo. Se acercó a la puerta, salió y se detuvo—.
¿Alguna pista? —dijo ella dándose vuelta.
—Prueba el jardín de rosas. —Él le dio sus instrucciones, ofreciéndose
una vez más ir él mismo. Ella sacudió la cabeza y siguió las instrucciones
que le había dado, con los nervios cosquilleando de aprehensión.
Alex caminaba dentro de los límites de las paredes de esta sección
del jardín. Era su santuario, un lugar en que podía esconderse de todo el
mundo exterior. Por lo general, lo tranquilizaba. No esta noche. Esta noche
la bestia rugía por su culpa.
—Oye.
Alex se sacudió al oír el sonido de su voz. Sin pensarlo, se volvió
completamente en dirección suya, sorprendido por la intrusión. Ella le
sonrió insegura, sus manos metidas en los bolsillos delanteros de sus jeans, su
rostro reflejando su inquietud. Él se sorprendió una vez más por su belleza.
Su cabello oscuro brillaba a la luz de la luna. Su piel parecía casi traslúcida.
—¿Qué estás haciendo aquí? —exigió. Ella saltó ante su tono áspero,
y él se dio la vuelta.
—Tu padre me dijo dónde encontrarte.
Él gruñó en respuesta, con los dientes apretados.
—Escucha, Alexander, yo…
—¡Alex!
Ella se quedó en silencio el tiempo suficiente para que se volviera en
su dirección, una vez más para ver si todavía estaba allí.
—¿Estás tratando de decirme, a tu cortés manera, qué prefieres ser
llamado Alex? —dijo ella finalmente, su voz apenas temblando.
Su comentario lo sorprendió, y casi sonrió. En cambio, él hizo un gesto
con la cabeza una vez en sentido afirmativo.
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—De acuerdo, genial. —Ella se inclinó casualmente contra el
enrejado, cruzando un pie sobre el otro—. Voy por Calli. Tu padre insiste en
llamarme Callidora. —Ella se encogió de hombros—. Obviamente, él insiste
en llamarte Alexander. ¿Tiene algún TOC3 en llamar a la gente por su
nombre completo?
Se mordió el interior de la mejilla para contener otra casi sonrisa.
—Supongo que sí —dijo, sentándose en el banco en el centro de la
zona del jardín.
Calli se enderezó y vaciló, luego se movió hacia él. Cuando él se
puso rígido, ella alzó una mano hacia el banco y dijo—: ¿Puedo?
Él se encogió de hombros, pero se movió a la derecha para que
pudiera sentarse. Se sentó, solo un poco de evidente vacilación en sus
movimientos. Puso ambas manos en el borde del banco, inclinándose un
poco hacia delante, cruzando sus tobillos y sus pies balanceándose
adelante y atrás unos centímetros.
—Parece que vamos a ser compañeros de habitación durante un
tiempo, y compañeros de clase. Así que vamos a empezar por pedir
disculpas.
Alex la miró, sorprendido.
—¿Pedir disculpas?
—Sí. Es decir, es probable que obtengas miradas horribles de la
gente todo el tiempo. Lamento ser una de ellos.
Alex negó con la cabeza. No sonaba como si fuera del tipo de
soborno de su padre. Pero tal vez todo esto era parte del juego.
—Está bien. Yo probablemente haría lo mismo. —Él la miró—.
Demonios, lo hago cada vez que veo mi reflejo.
Ella sólo lo miró fijamente, como si tratara de averiguar a qué venía
su comentario. Entonces sonrió, una ligera risa viniendo de ella. Alex fue
golpeado de nuevo por su magnificencia. Su sonrisa iba más allá de lo que
jamás había visto. Él le devolvió la sonrisa, incapaz de detener la reacción.
3 TOC: Trastorno Obsesivo-Compulsivo.
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—Así que… —Arrastró las palabras en una larga frase—. ¿Cómo es
que no cenaste con nosotros?
Él se inclinó, recogiendo un pétalo que se había caído al suelo.
Comenzó a triturarlo en diminutos pedazos.
—Rara vez ceno con mi padre.
—¿Por qué? —Ella empujó su hombro ligeramente con el suyo—. ¿Es
por toda la cosa de llamarte Alexander?
Él sonrió, pero negó con la cabeza.
—No, es por… otras cosas.
—Secretos, ¿eh? —Ella se puso de pie y se acercó a uno de los
rosales, inclinándose para tomar una profunda bocanada del olor. Alex la
observó. No estaba completamente inconsciente del mundo exterior.
Sabía al ver sus jeans que no eran caros. No eran jeans por los que había
pagado extra para comprarlos pre-gastados—. ¿Alguna vez deberás
comer con nosotros, no te parece? —Se volvió para mirarlo de nuevo—.
¿O voy a ser sometida a la alegría de comer a solas con él todos los días?
Se encogió de hombros, pero antes de que pudiera responder, ella
continuó:
—¿Y qué pasa con toda esa comida? En serio, había suficiente
comida para alimentar a la mitad de la ciudad. ¿Cómo es que no pesan
más de ochenta kilos? ¿Postre, también?
Alex hizo una mueca.
—No siempre comemos tanto. Solo cuando tenemos invitados.
—Bueno, entonces planeo ganar mucho peso en los próximos seis
meses. —Ella vino y se sentó a su lado en el banco de nuevo.
—¿Pasaste del postre?
—Si comía un bocado más, habría… bueno, digamos que no se
habría alojado en mi estómago.
—No tienes ni idea de lo que te pierdes. Casi todo lo que hace Javier
es increíble, pero sus postres son divinos.
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Calli lo miró. Sus ojos se movieron hacia el lado derecho de su cara,
viajando a través de las cicatrices. Se obligó a permanecer en su posición
y dejarla. Su mirada parecía tener el peso de los dedos. Esperó a que la
repugnancia regresara en su expresión. Sus ojos se volvieron hacia él.
—Tienes una sonrisa muy bonita, ¿sabes? —dijo.
—No tengo motivos para reír a menudo —dijo él. Inmediatamente
deseó poder retirar las palabras. ¿Por qué dijo eso?
—Bueno, eso es una lástima —dijo ella.
Calli se había levantando mucho antes que el sol saliera. No había
dormido mucho. Si había algo que Calli necesitaba, era su sueño. Por lo
tanto, estaba de muy mal humor.
Entre tratar de averiguar si tenía miedo de Alex o simplemente sentir
lástima por él, su mente había estado dando vueltas. Eso habría sido
bastante malo. Pero entonces la cama estaba cubierta con sábanas de
seda. La primera vez que se había deslizado en ellas, el fresco material fue
como el paraíso. No había estado nunca en algo tan lujoso. Pero cuando
se puso de lado, la colcha superior y el edredón se deslizaron hasta el
suelo.
Se acercó al borde de la cama para recuperarlos… y rápidamente
se deslizó ella misma, aterrizando dolorosamente en su cadera y codo. Se
pasó toda la noche luchando con la sábana, tratando de mantenerla en
su lugar. No podía acercarse demasiado al borde o también iba a terminar
en el suelo.
En algún momento de la noche, se había dado por vencida y se
trasladó al suelo, tomando el edredón y la almohada con ella. Tan
cómodo y mullido como el suelo era, todavía tuvo dificultades para
mantener el edredón envuelto alrededor de ella y la cabeza en la
almohada.
Para colmo de todo, no pudo encontrar la manera de encender la
ducha. Así que se vio obligada a entrar en la bañera. Temerosa de
quedarse sin agua caliente en la bañera gigante, solo la había llenado
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hasta la mitad, y luego trató de lavarse el cabello en el agua poco
profunda, cubierta con la piel de gallina por el frío aire.
El alegre carácter de Meredith no hizo nada para mejorar su estado
de ánimo. Odiaba a la gente madrugadora.
—¿Cómo has dormido, cariño? —fueron las primeras alegres
palabras de la boca de la mujer. Aunque Calli mostró una gran
moderación por no golpear algo.
—Esas son las peores sábanas que alguna vez he visto —se quejó a
través de la mandíbula apretada.
—Pero son de la seda más fina —dijo Meredith, la sorpresa
coloreando su voz.
—Sí, bueno, la seda más fina es una mierda. No puedo seguir con
esas sábanas en la cama. Le pido unas sábanas de algodón.
—¿Algodón? —Meredith sonaba escandalizada.
Se acercaron al comedor, y Calli se giró hacia Meredith, la irritación
haciendo sus palabras más duras de lo previsto.
—Por favor, solo consígame unas mejores sábanas, ¿de acuerdo?
Las mejillas de Meredith se ruborizaron, pero asintió.
—Está bien. —Ella se volvió y se alejó, y Calli inmediatamente se
arrepintió de sus palabras. Levantó una mano para detener a Meredith y
pedirle disculpas, pero la mujer había desaparecido. Con un suspiro, se
introdujo en el comedor.
Alex levantó la cabeza ante el sonido de la enojada voz de Calli,
demandando mejores sábanas. Sus ojos cayeron. Después de la noche
anterior, había pensado que ella podría ser diferente. Pero ahora, cuando
nadie la observaba, su verdadera naturaleza salía a la luz.
Él nunca había cenado en el comedor, sólo estaba allí para comer
con ella ya que sabía que su padre siempre se iba mucho antes del
desayuno. Salió por la puerta.
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Calli entró en la misma habitación en la que había conocido a Alex
la noche anterior, donde tendrían sus lecciones. El Sr. Stratford le informó
que conseguirían una computadora para ella en esta habitación para hoy
más tarde.
Miró a Alex, encorvado en la misma posición en que lo había visto la
primera vez. Le maravilló lo normal que lucía de este lado. Un temblor de
temor se disparó por su columna ante la idea de pasar el día con él, pero
lo ignoró.
—Hola —dijo. Él no respondió—. Holaaa… tierra a Alex.
La puerta se abrió y entró un hombre. Se detuvo de repente cuando
vio a Calli.
—Uh, bueno, tú debes ser… debes ser Callidora, entonces.
Era una especie de pequeño hombre bobo, bajo y delgado con
cabello negro peinado en delgados mechones sobre la parte superior de
la cabeza, un bigote negro a juego que arrasaba con el labio superior, y
lentes redondos. Vestía pantalones escoceses y un chaleco rojo sobre una
camisa amarilla de mangas cortas. Un brazo rodeaba varios libros y
papeles que parecían que iban a caer al piso en cualquier momento.
Extendió la mano libre hacia ella.
—Soy el Sr. Palmer. Seré tu tutor mientras estés aquí.
Calli puso su mano en la de él, y le dio un firme apretón.
—Me llaman Calli.
—Calli, entonces.
Él caminó hacia la mesa y dejó caer su carga. Le hizo un gesto para
que se acercara y ella fue, mirando a Alex, quien todavía no había dicho
nada o siquiera la había mirado.
—He obtenido tus registros de la escuela, Calli. Tengo algunos
exámenes rápidos que me gustaría que hicieras para ver exactamente
dónde estás.
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—Bueno, Sr. Palmer, vengo del excelente instituto de enseñanza de
la escuela secundaria local. Estoy segura de que no estaré en su escala.
Él la miró, las cejas juntas mientras intentaba encontrar una manera
educada de responder a sus palabras claramente falsas.
—¡Bromeaba! —dijo ella, riendo—. Soy más que consciente de la
calidad de educación a la que he estado sometida.
—Uh… oh, bueno, de acuerdo. —Calli rió una vez más ante su
respuesta—. ¿Le importaría unirse a nosotros, Sr. Stratford? —le dijo a Alex.
Era raro oír a Alex ser llamado por el apellido que a ella sólo le parecía
corresponder a su padre.
Alex gruñó, luego finalmente se puso de pie y se movió para
unírseles. Se sentó frente a ella y ni siquiera la miró.
—Hola, Alex —dijo ella en voz alta. Los ojos de él volaron a los de ella
por un rápido segundo antes de alejarse. Huh, pensó ella. Supongo que no
soy la única que no es una persona mañanera.
El Sr. Palmer evitó comentar sobre el intercambio; o en realidad, el
no-intercambio. Revisó en su carpeta y sacó tres papeles que ubicó frente
a Calli. Le entregó un lápiz.
—Puedes trabajar en estos, Calli, mientras Alex y yo trabajamos en
sus tareas.
Calli puso los papeles frente a ella. Escribió su nombre en la parte
superior, luego, dándose cuenta de lo estúpido que era, lo borró. Echó un
vistazo hacia Alex y vio que el libro de matemática frente a él era de nivel
universitario. Ve a saber.
Al mediodía, Javier bajó con sándwiches, ensalada de papas y
bebidas. Alex todavía no le había dicho una palabra. Estaba comenzando
a molestarse mucho con él. Después del almuerzo, el Sr. Palmer le informó
que sus resultados habían sido más altos de su actual ubicación en clase,
así que planeaba comenzar con ella al nivel de sus resultados.
—De acuerdo, pero, ¿qué sucederá cuando regrese a mi escuela?
¿Estaré en clases diferentes? —Los ojos de Alex se levantaron hacia los de
ella en ese momento, pero sólo para una mirada ilegible.
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—Oh, bueno. Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él, ¿no?
Ella se encogió de hombros, suponiendo que para cuando regresara
a la escuela sería lo suficientemente cerca del final del año escolar para
que no importara.
Después del almuerzo trabajaron juntos en Historia y en discutir
literatura del siglo XX. Calli había leído algunos de los libros, pero no todos.
Alex parecía conocerlos por dentro y por fuera. Tenía suficientes
comentarios cuando se le hacían preguntas, pero sus respuestas estaban
todas dirigidas a su tutor. Tan pronto como la clase terminó, Alex se fue
rápidamente, incluso antes que el Sr. Palmer.
La cena fue otro asunto adorable pero incómodo con el Sr. Stratford,
quien le preguntó si sentía que sus habitaciones y su educación eran
satisfactorias. Alex no se les unió. Después que terminaron, ella decidió ir a
buscarlo y preguntarle cuál era su problema. Su estómago se apretó ante
la idea de enfrentarlo, pero decidió que no podía vivir temiéndole por los
próximos seis meses; incluso si tenía que fingir su bravuconería.
Bajó las escaleras, para nada segura de dónde mirar exactamente.
Caminó hacia el gimnasio. Él no estaba allí, pero el penetrante olor a sudor
y testosterona indicaba que había estado allí recientemente. Ella caminó
hacia el salón de clases. Vacío. Sabía que su habitación privada estaba
más lejos por el largo corredor, pero no quería ir allí. Se sentía como una
intrusión demasiado grande. Terminó en el cuarto de teatro, las manos en
las caderas, bloqueada en su intención.
Mirando por las puertas de vidrio, la imagen del sol cayendo de
repente le recordó dónde estaba exactamente. Se movió hacia la puerta,
abriéndola. Él estaba de pie, mirando la caída del sol, un sombrero bajo
sobre su cabeza, cubierto por pantalones de deporte y una sudadera.
Podía ver que estaba respirando agitadamente.
De repente extendió los brazos y dejó salir el mismo grito agónico
que ella había oído la primera vez que lo había visto. Como en ese
momento, su corazón se contrajo con piedad. Esta vez, conociéndolo
mejor, se preguntó si debía salir y poner sus brazos alrededor de él para
reconfortarlo, o si correr hacia su cuarto y hundirse bajo las mantas. Una
sensación de intrusión se asentó sobre ella y rápidamente retrocedió,
cerrando silenciosamente la puerta. Todavía podía oírlo.
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Quería correr por las escaleras y esconderse. En su lugar, volvió al
cuarto de pesas. Un estéreo en la esquina proveyó la música para cubrir el
sonido de sus gritos. Ella subió el volumen, luego encendió la cinta
caminadora, subiéndose. Trotó hasta que él entró a la habitación. Y siguió
trotando.
Calli lo miró, vio la angustia todavía grabada en el rostro de él, tanto
en el lado dañado como en el otro. En lugar de dejar saber que sabía qué
había estado haciendo, sonrió y lo saludó.
Alex miró a Calli, trotando en la cinta, claramente sin aliento. Sus ojos
bajaron a sus jeans y pantuflas. Ropa completamente inapropiada para el
ejercicio. Su camiseta era negra lisa y raída. Sacudió la cabeza, el enojo
que había sentido al encontrarla allí ahogándose en la sorpresa ante cuán
poco preparada estaba para cualquier tipo de ejercicio.
Él caminó en la habitación y bajó el volumen de la música,
agradecido de que ella la hubiera tenido tan alto. Cuando salió, no había
pensado en el hecho de que ella estaba allí y de que podría verlo. No que
no lo hubiera visto antes. Pero aun así.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó él.
—¿Ah, me hablas de nuevo?
Él entrecerró los ojos hacia ella, y ella le devolvió una sonrisa.
—Estoy haciendo ejercicio, Alex. Seguramente puedes entender eso,
con tu conocimiento universitario, y todo eso.
Él bajó el interruptor, apagando la caminadora. Ella tropezó un poco
al detenerse tan abruptamente.
—¡Oye!
—¿Estás tratando de lastimarte? —preguntó él.
—Sí, Alex, ésa era mi idea cuando elegí la máquina más peligrosa
imaginable… la gran y malvada caminadora.
Él le dirigió una mano indicativa por su vestuario.
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—Los jeans te restringen. No están hechos para ejercitarse. ¿Y
pantuflas, realmente? Seguramente con tu inteligencia “superior a las
clases que estás tomando” puedes imaginar que no están hechas para
ejercitarse.
Calli se inclinó hacia adelante, con las manos en las rodillas,
respirando profundamente.
—Sí, bueno, no todos tenemos los Billetes de Papi para comprar las
zapatillas correctas.
―Antes llevabas zapatillas de deporte.
—¿Puedes volver a no hablarme? —preguntó ella irritadamente.
Él se volvió para irse y ella salió rápidamente de la caminadora,
poniendo una mano en su brazo.
—Estoy bromeando, Alex. Por favor no me des otra vez el tratamiento
del silencio. Prefiero que seas malvado conmigo a que me ignores.
Él miró a su mano, luego lentamente llevó su mirada a la de ella.
—No puedo entenderte.
—No es tan difícil, Alex. Soy bastante simple. —Él abrió la boca y ella
levantó un dedo—. Déjame poner eso de otra manera. Soy bastante
básica.
Alex mordió el interior de su mejilla para evitar sonreír ante su
comentario. Ésta era la Calli en la que él había comenzado a confiar la
noche anterior, pero sabía que también estaba la Calli que había oído
esta mañana, y la Calli que se había metido en su propiedad para echar
un vistazo al monstruo.
Ella estiró una de las piernas, y él volvió a sacudir la cabeza.
—¿Elongaste antes de ejercitarte?
Ella le dio una sonrisa torcida.
—Um, no, no realmente.
—¿Tienes un traje de baño?
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—Eso es aleatorio. Tienes ganas de nadar, ¿cierto?
—No, estoy pensando que necesitas meterte en el jacuzzi antes de
que tus músculos se acalambren.
—Estoy pensando que podrías tener razón —concedió ella,
sorprendiéndolo—. ¿Nos vemos allí?
Alex apartó la vista. No había forma de que permitiera que ella lo
viera en su traje de baño, pero supuso que podía sentarse afuera con ella.
Asintió y ella salió de la habitación, moviéndose un poco como una
anciana. Unos segundos más tarde, oyó que lo llamaba. Salió rápido y la
vio parada en el segundo escalón.
—¿Qué sucede? —preguntó él.
—Um, sólo estaba preguntándome si estás dispuesto a ayudarme a
subir la escalera. Mis piernas están un poco fideosas.
—¿Fideosas? ¿Ésa es una palabra?
—Para mi propósito, lo es.
Ella pasó un brazo por el suyo cuando comenzaron su lento ascenso.
Después de cinco escalones, él gruñó y se inclinó, tomándola en brazos,
ignorando el dolor penetrante que vino a su brazo derecho con la acción.
—¿Qué estás haciendo? —chilló ella, envolviendo un brazo
alrededor de su cuello.
—No estoy coqueteando contigo, si eso es lo que te preocupa. Sólo
que no tengo toda la noche para intentar que subas dos pisos por
escaleras.
—Ja-ja —dijo ella sarcásticamente, pero no se volvió a quejar.
Cuando llegaron a su habitación, él la puso sobre sus pies.
—Te esperaré aquí afuera —dijo él.
—No, entra. Puedes esperar en mi cuarto y yo me cambiaré en el
baño.
Él se habría negado, pero ella no esperó una respuesta, simplemente
entró al cuarto, dejando la puerta entreabierta para él. Se quedó parado
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por unos pocos momentos antes de decidir que estaba siendo estúpido.
No lastimaría esperar adentro.
Entró, y se dio cuenta de que no había estado en esta habitación
desde poco tiempo después de haberse mudado allí siete años atrás. Le
trajo recuerdos de un cuarto idéntico en un lugar diferente derrumbándose
sobre él. Se había olvidado de cómo estaba decorado; justo como el de
su madre en su última casa. Debería haberse quedado en el corredor,
habría retrocedido hacia el corredor hasta que las sábanas que se veían
en la cama llamaron su atención.
Se acercó y deslizó la mano sobre la superficie de algodón. Sabía
que habría habido sábanas de seda en la cama para ella. Era una
cuestión de orgullo para Meredith con los invitados asegurarse de que
durmieran sobre lo mejor. Era de esto de lo que se había estado quejando,
¿quería sábanas de algodón?
Calli abrió la puerta del baño y él retrocedió con culpa. Ella tenía
una de las toallas envuelta alrededor de su cuerpo bajo los brazos. Él pudo
ver las tiras azules de su traje sobre la toalla blanca.
—¿Puedo pedirte algo antes de que bajemos? —preguntó ella. Él
asintió. Su respuesta fue tan inesperada como las sábanas—. ¿Puedes
mostrarme cómo encender la ducha?
Alex tenía razón. El agua tibia calmó sus músculos. Calli no podía
admitir exactamente que sabía que necesitaba elongar pero que no lo
había hecho porque no quería ser atrapada observándolo. Tampoco le
diría lo impresionada que estaba porque él la cargara dos pisos por
escaleras —y de vuelta otra vez— y ni siquiera estaba agitado. E incluso
bajo la amenaza de tortura no admitiría que cuando él la había tomado
en brazos casi había gritado de terror.
—¿No vas a meterte conmigo? —preguntó cuando salieron al jacuzzi
y él no hizo ningún movimiento para unirse a ella.
—Yo no fui el que no elongó adecuadamente —dijo.
—Y no haces nada por placer, ¿verdad? —bromeó ella.
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Él miró a la distancia.
—No a menudo —admitió.
Calli estaba sorprendida. No lo había dicho en serio.
—Bueno, eso es triste —dijo. Él la miró y ella sonrió—. Vamos, al menos
mete los pies.
Él no respondió, y ella pudo ver la batalla que tenía lugar en sus ojos.
De repente se le ocurrió que la deformidad de su rostro probablemente no
terminaba allí. Él caminaba con una ligera cojera, así que probablemente
había algo similar en su pierna.
—Alex —dijo ella, sin la más mínima pizca de broma en su voz—. Por
favor, no… —¿No qué? ¿Que no temiera confiar en ella? ¿Que no temiera
que ella se riera de él cuando él sabía que había venido una vez con ese
mismo propósito? Insegura de cómo terminar la oración, cambió de
táctica—. Haré un trato contigo.
—¿Qué tipo de trato? —Él sonaba lleno de sospechas.
—Tú pones los pies en el agua, y yo te digo por qué estaba aquí esa
noche, cuando me perseguiste.
Él lucía listo para negarse, pero la curiosidad lo venció. Se desató las
zapatillas, sacándoselas. Entonces, sin mirarla, se sacó las medias, y
finalmente levantó las piernas de sus pantalones justo por encima de sus
rodillas. Una cicatriz ancha y nudosa corría en una ancha franja desde el
lado de su rodilla y hacia abajo por el costado de la pantorrilla. No era tan
mal. Ella había visto peores.
Él se sentó en el borde de cemento, bajando los pies al agua. No dijo
nada, y ella tuvo la sensación de que estaba avergonzado de su cicatriz.
No era ni de cerca tan mala como la que tenía en el rostro, la cual ella
veía todo el tiempo, así que no estaba segura de por qué estaba
avergonzado.
—Entonces —comenzó a decir ella, mirándolo, obligándolo a mirarla.
Si se iba a confesar, quería asegurarse de estar mirándolo de frente.
Cuando él fijó sus ojos en los de ella, continuó—: Estaba con un grupo de
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amigos, y uno de ellos propuso que fuéramos a la Casa… que viniéramos
aquí.
—Dilo —dijo él, en voz baja.
Ella inhaló. No lo insultaría más fingiendo no saber a qué se refería.
—La Casa del Monstruo —dijo. Él palideció, y ella se dio cuenta de
cuán increíblemente cruel era el nombre. Su vergüenza era profunda, y
deseó que pudiera retirar cada vez que había pensado el nombre, o dicho
en voz alta—. Lo lamento tanto, Alex. Soy tan imbécil como todos ellos.
—Bueno, ¿no eres la afortunada de poder ver al monstruo de cerca?
—Sí —dijo ella—. Lo soy. —Era sincera en sus palabras—. Alex, si tan
sólo permitieras que la gente…
—Dijiste que me ibas a decir por qué —la interrumpió.
Calli exhaló. Le contó toda la historia, de principio a fin; o al menos el
final donde ella se tropezaba y se golpeaba la cabeza. No dejó nada
fuera, excepto el nombre de sus amigos. Él estaba silencioso cuando ella
terminó, y ella se movió para sentarse junto a él en el borde. Lo miró, a su
rostro derretido, queriendo preguntarle cómo había resultado tan herido.
Por alguna razón, no pensó que él quisiera contárselo a ella de todas las
personas.
—Alex, sé que decir que lo lamento no ayuda. Pero realmente lo
siento. —Golpeó su hombro con el de ella, la única forma de tocarlo con la
que se sentía segura. Finalmente, él la miró—. En cierta forma, ahora pienso
en ti como un amigo. Y nunca haría nada para lastimar a mi amigo.
Los ojos de él buscaron en los de ella, y se dio cuenta de que eran
de un marrón muy oscuro. No había notado el color antes.
Aparentemente, él había decidido creerle, porque asintió.
—¿Qué hay de tus amigos? Te dejaron atrás.
Calli se encogió de hombros. Honestamente, le dolía que le hubieran
hecho, que ninguno hubiera dado un paso adelante cuando ella estaba
siendo sobornada por el Sr. Stratford.
—¿Te molestaría sentarte a mi otro lado? —preguntó él.
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—Para nada. ¿Por qué? —no pudo evitar preguntar.
—Puedo verte mejor con el ojo izquierdo. Y también oír mejor de ese
lado.
Ella se puso de pie en el jacuzzi y caminó frente a él, volviendo a salir
para sentarse al otro lado; el lado desde el cual ella podía convencerse de
que él era completamente normal. Y hermoso, también.
—Por favor no me digas que no oíste nada de eso, y que voy a tener
que repetirlo todo. Una confesión por día es suficiente. —Ella infundió sus
palabras con gran sufrimiento y sarcasmo. Él entendió la broma y le sonrió.
—No oí la parte del “lo lamento”, quizás podrías repetirla.
Calli rió y se inclinó hacia adelante para lanzarle un poco de agua.
—Oye —se quejó él—. Estoy vestido.
—Entonces ponte tu traje de baño la próxima vez —dijo ella. En lugar
de responder, él la salpicó en respuesta, y pronto estuvo tan empapado
como ella.
Calli se sorprendió al ver a Alex en el comedor la mañana siguiente.
A pesar de que ella estaba tiesa, había dormido bien en las sábanas de
algodón y había sido capaz de usar la ducha —lo cual se sintió como estar
bajo la celestial, cálida lluvia— y por lo tanto se encontraba en un estado
de ánimo mucho mejor.
—Hola, Alex —dijo—. Es bueno saber que eres humano.
La miró de reojo.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, no te he visto comer antes. —Indicó su plato el cual
contenía dos huevos y un pedazo de pan tostado—. Me preguntaba si tu
dieta era algo horrible que no pudiera ser visto por personas ajenas. —Ella
tomó su propio plato a rebosar y se sentó junto a él; en su lado izquierdo—.
¿No todos los monstruos comen bebés y esas cosas? —Ella contuvo el
aliento, preguntándose si él permitiría la burla.
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No dijo nada durante unos momentos, y temió que hubiera ido
demasiado lejos. Luego se encogió de hombros y dijo:
—No bebés, sólo pollitos potenciales. —Señaló a los huevos con el
tenedor.
Calli se rió y le embistió con su hombro.
—Sabía que tenías un hueso de la risa en algún lugar por ahí, Alex. —
Él sonrió.
—¿Quieres ver algo genial hoy? —preguntó.
—A decir verdad, si quiero —dijo ella.
—Te voy a mostrar después del almuerzo.
—Guau —dijo—. Comer alimentos humanos y escaparse de la
escuela. Estás lleno de sorpresas.
—Van a traer el nuevo computador después del almuerzo. Palmer
estará completamente obsesionado y consumido por eso. Haremos otra
aparición justo antes de que sea hora que vaya a casa y ni siquiera sabrá
que nos hemos ido.
—Hurra por los frikis de la tecnología —dijo ella. Su tono era ligero,
pero estaba muy curiosa acerca de lo que él quería mostrarle.
Alex no estaba seguro de que estuviera haciendo lo correcto. Pensó
que tal vez había estado tanto tiempo sin un amigo o compañero a parte
de su tutor escolar que le hacía un poco temerario en cuanto a Calli se
refiere. No sabía si podía confiar en ella completamente, y sin embargo allí
estaba, haciendo precisamente eso.
Los nervios se apoderaron de él durante las clases de la mañana. Por
suerte Palmer se distrajo lo suficiente por la idea del nuevo computador
que no se dio cuenta. Pensó que Calli lo notó un poco, pero no dijo nada.
Comieron con Palmer como de costumbre, aunque estaba distraído
por completo. Entonces, finalmente, llegó el computador y Alex le hizo
señas a Calli hacia la puerta.
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—Ya regresamos —le dijo a Palmer.
—Sí, um... bien. Espera, ¿qué? —Sus palabras fueron seguidas por un
ondeo de mano en su dirección cuando se volvió de nuevo al
computador, murmurando para sí mismo.
—¿Dónde vamos? —preguntó Calli.
—Ya verás.
La condujo hasta el piso superior, donde estaba su habitación. Una
vez allí, la llevó a la parte trasera de uno de los pasillos y abrió un armario.
Hizo a un lado los abrigos en el armario, revelando una puerta en la parte
posterior. Él la miró, vio que ella tenía curiosidad, pero no parecía
sospechar nada. Un poco raro. Él estaría lleno de sospechas si alguien lo
llevara a un armario.
Llevó la mano a la baja luz del techo y pulsó un botón en el lateral,
haciendo propulsar la cerradura de la puerta. Se abrió un poco, y él la
empujó aun más.
—¿Lista? —preguntó.
—Claro —dijo ella, dando un paso adelante.
—No te alejes. Está un poco oscuro en la escalera.
Ella se metió en el armario y él cerró la puerta del armario detrás de
ella. Una vez que la puerta se cerró, la luz del armario se apagó. Ella de
inmediato se acercó y le puso una mano en su espalda. Alex exhaló un
suspiro. No había pensado en eso, que ella necesitaría de contacto para
seguirlo.
Empezó a subir las escaleras que él conocía tan bien como la palma
de su mano. Ella lo siguió. A diez escalones, tropezó y Alex maldijo por lo
bajo. Se había olvidado de advertirle sobre el décimo escalón deformado.
El hábito le había hecho pasar por encima del borde vuelto hacia arriba.
Regresó a ayudarla, encontrando su brazo. Deslizó su mano hacia las de
ella, envolviendo sus dedos alrededor de su palma. Ella inmediatamente se
apoderó de su mano. Trató de ignorar la sensación de tener su mano
enlazada tan estrechamente a la suya. No significaba nada, ¿verdad?
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—Pensé que dijiste un poco oscuro —dijo ella, con un pequeño
nervioso temblor en su voz ahora—. Personalmente, diría que esto es boca
de lobo.
Alex se rió entre dientes.
—Lo siento. He estado subiendo estas escaleras por un largo tiempo.
Me olvidé de lo oscuro que es. Puedo encontrar mi camino con los ojos
cerrados.
—Por supuesto que puedes. Es lo mismo con los ojos cerrados o
abiertos.
Alex sonrió en la oscuridad. Estaba descubriendo que Calli era
bastante graciosa. En la parte superior de la escalera, se detuvo y ella se
topó con él.
—Lo siento —dijeron los dos al mismo tiempo.
—Mala suerte, me debes una Coca-Cola —dijo ella rápidamente.
—¿Qué?
—Ya sabes, cuando dices algo al mismo tiempo que otra persona,
dices mala suerte, y entonces te deben algo.
—¿Y tú eliges que se te deba una Coca-Cola?
Sintió la elevación leve de la mano de ella, y supuso que provenía de
un encogimiento de hombros.
—Seguro, ¿por qué no?
Él no contestó, suponiendo que fuera una pregunta redundante. Él
encontró la manija de la puerta y la abrió. Una luz aletargada inundó el
hueco de la escalera. Para sorpresa de Alex, ella no le soltó la mano. Él
abrió el camino de la oscuridad a un pasillo largo y estrecho en dirección
opuesta a la que habían llegado.
—¿Qué hay aquí? —suspiró.
—No hay... nada... en estas habitaciones —dijo, esperando que ella
no notara su vacilación por encima de la mentira—. Es lo que hay en el
otro extremo del pasillo que quería mostrarte.
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—Muéstrame el camino —dijo ella.
Así lo hizo, manteniendo su agarre en la mano de ella. Las puertas de
todas las habitaciones estaban cerradas, la luz entraba por las pequeñas
ventanas altas rectangulares cerca del techo. Al final, él se acercó y sacó
una llave de encima del marco de la puerta. Tuvo que soltar la mano de
ella para abrir la puerta, ya que estaba un poco atascada. Él consiguió
abrirla, y se hizo a un lado para que ella pudiera pasar.
Ella salió y se quedó sin aliento, volviéndose hacia él con una mirada
de asombro en su rostro. Alex se sintió aliviado. Había temido que pensara
que sería estúpido.
Calli no podía creer la vista. Podía ver toda la ciudad desde aquí.
Nunca la había visto desde arriba de esta forma. Para ella, Orchid siempre
había sido pequeña, sucia, y algo así como el infierno en la tierra. Pero
desde aquí, estaba llena de color. Los árboles estaban cambiando en el
clima de otoño, pintando las sombras de la ciudad de rojo, amarillo, verde
y naranja. Las calles trazadas en un bonito patrón cuadrado. El
ayuntamiento, el banco, y un par de las iglesias todas altas y orgullosas por
encima de la línea de árboles. Lo que ella siempre había pensado como
una línea definida entre su parte de la ciudad y el lado rico de la ciudad se
tornaba borrosa desde aquí.
—¡Alex! Esto es increíble.
Permaneció de pie detrás de donde ella se apoyaba en la
barandilla. Toda el área de visualización era pequeña. Cinco o seis
personas la llenarían y estarían hombro con hombro. El techo sobresalía a
ambos lados de la cubierta, la única zona abierta frente a la puerta era
donde ella estaba de pie ahora. Era más una bóveda que una cubierta.
—Puedo ver por qué vienes aquí —dijo ella. Se volvió a mirarlo. Se
deslizó hasta el suelo, estirando las piernas delante de él.
—Sí, es un buen lugar para mí.
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Algo en su tono de voz le llamó la atención y se trasladó a sentarse a
su lado. Se dio cuenta de que él se sentó contra la pared de la derecha
por lo que sólo podía sentarse en su lado izquierdo.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó.
Él bajó la mirada a sus manos, golpeando suavemente sus pulgares
entre sí como si de debatiera algo. Por último, en voz tan baja que casi no
lo oyó, dijo:
—Nadie me puede ver aquí, pero yo puedo ver todo.
Calli se mordió el labio.
—Quieres decir que puedes esconderte aquí.
Sus ojos vagaron hasta ella por un breve segundo. Él asintió.
—Esa otra cosa, al atardecer... —Ella vaciló. ¿Se lo diría? Suponía
que no lo haría si ella no se lo preguntaba—. ¿Por qué haces eso?
Él no dijo nada. Él se acercó y le tomó la mano, llevándola entre las
suyas en su regazo. Él arqueó una ceja mientras la miraba de reojo, como
si preguntara si estaba bien. De repente se le ocurrió a ella que
probablemente él no había sostenido nunca la mano de nadie, y su
corazón se comprimió. Ella sonrió y golpeó su hombro contra el suyo antes
de inclinar su cabeza sobre su hombro, mirando por encima a su pueblo.
—El atardecer es el peor momento del día para mí —dijo
lentamente—. Es la hora del día en que ocurrió el accidente.
Calli se obligó a permanecer inmóvil cuando realmente quería
jadear, mirarlo fijamente y demandar más información. ¿De qué estaba
hablando? En cambio, ella giró la mano entre las suyas, enredando sus
dedos entre sí, y colocó su mano libre sobre la parte superior, intercalando
su mano entre las suyas.
—Mi mamá, mi hermana... —Él se estremeció—. El fuego era
demasiado intenso. No podía llegar a ellas. Debería haber sido yo. No ellas.
Su voz estaba llena de dolor y auto recriminación. Calli trató de
razonar sus palabras. Entonces, como si alguien hubiera encendido la
bombilla en su cerebro, empezó a obtener una imagen. Sólo él y su padre
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viviendo aquí, su rostro que parecía derretido, la tristeza que siempre
parecía ensombrecerlo. Había visto cicatrices como las suyas antes, en
otras víctimas de quemaduras. No en Orchid, por supuesto, pero en la
televisión y en fotos. En su mente vio una imagen de un fuego ardiente y
Alex tratando de entrar en lo que sea que se estaba quemando para
rescatar a su madre y hermana, y fallando.
—¿Ellas estaban... ardiendo? —preguntó.
—No podía llegar a ellas —repitió—. Lo intenté, Calli, te juro que lo
hice. Si no me hubiera estado pasando el rato con mis amigos después de
la escuela. Si hubiera ido a casa directamente, podría haber sido capaz
de sacarlas antes de que empezara. Si hubiera...
Su mano se tensó entre las suyas. Quería mirar hacia él, pero no
quería que él viera las lágrimas de dolor y pena que le llenaban los ojos.
Ella hizo los cálculos en su cabeza. Tenía que haber sucedido antes de que
se mudaran aquí o todo el mundo lo sabría. Habían estado aquí ocho
años, él tenía diecisiete, y sin duda alguna tiempo tenía que haber pasado
entre eso y su traslado a Orchid.
—Alex, tú, ¿qué, tenías como siete u ocho años de edad? Un niño de
ocho años no puede ser responsable por algo como eso.
Cuando él permaneció en silencio levantó la vista hacia él.
Apretaba la mandíbula, los labios estirados y tensos, una mezcla de pena y
culpa coloreaba su expresión.
Se dio la vuelta para que así ella estuviera frente a él, y le puso las
manos a ambos lados de la cara. Él se estremeció cuando ella tocó el lado
dañado, ya sea de dolor o alguna otra cosa que no sabía. Pero estaba
convencida de que si se quitaba la mano, no habría vuelta atrás.
—Alex, mírame. —Él llevó sus angustiados ojos a los de ella—. Eras un
niño pequeño. ¿Qué podrías haber hecho si hubieras estado allí?
Abrió la boca, y luego la cerró otra vez.
—Alex —dijo, suplicante. De pronto se inclinó hacia adelante y
envolvió sus brazos alrededor de ella. Él se inclinó hacia ella, poniendo su
frente contra su hombro. Puso sus brazos alrededor de sus amplios hombros
y él volvió la cabeza, enterrando el rostro en su cuello. Apretó su asimiento
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en él y él correspondió. Su corazón se rompió por la carga que Alex
llevaba. No podía imaginar por qué llevaba la culpa. Además de eso
llevaba la evidencia física de su fracaso, la evidencia que le impedía llevar
una vida normal, que lo convirtió en algo para ser mirado y burlado. Para
ser llamado monstruo. Y ella había sido parte de eso. Pensó que en este
momento su auto recriminación podría coincidir con el de Alex.
Se sentaron así durante un largo tiempo. Calli pensó que podía
sentarse allí para siempre y retenerlo si ayudaría a aliviar su dolor.
Finalmente él la soltó.
—Tenemos que regresar —dijo él, sin mirarla a los ojos. Ella asintió. Él
se puso de pie y le tendió una mano para ayudarla a levantarse. Cerró la
puerta detrás de ellos, y abrió el camino de vuelta por el pasillo. Se metió
en el hueco de la escalera y esperó mientras él cerraba la puerta detrás
de ellos. Pasó junto a ella, tomándola de la mano y llevándola en silencio
de vuelta a las escaleras y en el armario. Inmediatamente le soltó la mano
una vez que abrió el armario y estuvieron una vez más en la luz.
Volvieron junto a Sr. Palmer, Alex todavía sin decir nada. Calli sintió
que él probablemente se sentía vulnerable. Justo antes de que el Sr.
Palmer se fuera, Alex se deslizó fuera de la habitación, todavía sin decir
palabra. Como era de esperar, no se unió a ellos para la cena.
El sábado por la mañana, Alex miró desde su bóveda privada como
Calli subió al taxi que su padre había pedido para ella. Miró hacia atrás
una vez, como si estuviera buscando algo. Levantó la vista hacia la
bóveda. Alex sabía que ella no podía verlo. Sus hombros se hundieron y se
metió en el auto amarillo.
Alex estaba enojado consigo mismo por decirle lo que hizo, por
permitirle ver ese lado de él que ocultaba incluso de su padre. Había sido
reservado con ella el resto de la semana, a pesar de sus intentos de
desentrañarlo de su estado de ánimo.
Él nunca lo admitiría, pero temía los próximos dos días sin ella.
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Calli sabía que ella debía estar aliviada por estar en casa. Después
de todo, ¿no había negociado para esto? Pero mientras entraba en su
pequeña casa lúgubre, su ánimo decayó. Su padre roncaba en su
habitación. Conocía ese ronquido. Se había desmayado bebiendo la
noche anterior.
Entró en su habitación y miró alrededor. Esta había sido su habitación
durante toda su vida. Entonces, ¿por qué de repente se sentía como un
visitante, que su habitación estaba en la colina? La habitación en la que
sólo había estado durante cinco días.
La casa estaba impecable. El Sr. Stratford podría no haber llevado a
su papá a rehabilitación, pero aparentemente había conseguido a una
criada. Caminó por ahí sin nada que hacer. Finalmente, decidió hornear
unas galletas, si es que tenía los ingredientes, de todos modos.
Una visita al gabinete de los alimentos mostró que tenía más que los
ingredientes necesarios. Estaba mejor abastecida de lo que nunca había
estado. Abrió la nevera y vio que era lo mismo. Sacó todo lo que ella iba a
necesitar para las galletas y lo mezcló. Mientras la primera tanda se
horneaba, sacó la chequera del cajón. Al abrirla, vio que las facturas de la
electricidad y el gas habían sido pagadas a tiempo. Ni Calli podía
pagarlas a tiempo la mayor parte de las veces. No solían tener el dinero.
El temporizador del horno sonó. Sacó las galletas del horno, las quitó
de la bandeja y la cargó de nuevo con masa fresca para volver a
colocarla en el horno.
—¿Galletas recién horneadas a primera hora de la mañana?
Calli levantó la vista al oír la voz quejumbrosa de su padre. Él le
sonrió. Se fijó en su pelo desordenado, la barba en su mentón, su leve
tambaleo.
—Hola, papá —dijo ella, acercándose a abrazarlo.
Él la abrazó con fuerza y luego colocó sus manos sobre sus hombros,
empujándola hacia atrás para mirarla.
—¿Estás bien, Cal?
—Sí, papá, estoy bien.
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Él la miró como si fuera a determinar la verdad por sí mismo.
—Te lo prometo, papá —dijo riendo—. Alex y yo nos llevamos muy
bien. —La mayoría de las veces, pensó—. Mi habitación es muy bonita, y el
Sr. Palmer, nuestro tutor, es realmente bueno.
—Está bien —dijo él, soltándola—. ¿Puedo tomar una de esas
galletas?
—Puedes tener dos —dijo.
Alex se quedó en la bóveda todo el día. Observó la ciudad de
cerca. Sabía que no podía verla desde aquí.
Sin embargo, se quedó allí.
—Vamos, Calli, queremos los detalles.
Eli había sido implacable desde que había ido a recoger a Calli
camino a Punky. Todo lo que les había dicho era que Alex era agradable.
Ella se negó a decir cómo lucía más allá de lo general (rubio, ojos oscuros,
alto). Y desde luego no iba a decirles algo que haya compartido con ella.
—No hay nada que contar, Eli —dijo ella por lo que pareció la
milésima vez.
—¿Cuánto tiempo hemos sido amigos? —preguntó Brittany.
—Desde siempre —respondió Calli, temerosa de saber a dónde iba
esto.
—Correcto —dijo ella—, así que no molestes, Eli. Si ella dice que no
hay nada que contar, no hay nada que contar.
Calli se sorprendió por la defensa de Brittany. Realmente pensó que
Brittany estaría del lado de Eli y trataría de quitarle información.
—Sí, Eli —intervino Brandon, siempre en apoyo de Brittany—. Déjala
en paz.
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La boca de Eli se tensó. Calli, consciente de su carácter, intervino.
—Dime lo que me he perdido —dijo ella. Brittany y Jennae
rápidamente comenzaron a contarle el último chisme. Después de unos
minutos, Eli dejó de poner mala cara y se unió al debate. Después de dos
horas con ellos, Calli estaba agotada y sólo quería ir a casa e ir a la cama.
Sólo que la casa y la cama a las que quería ir no eran en las que
dormiría esta noche, sino las que estaban en la Casa del Monstruo, que
daba a donde estaba sentada. Volvió la mirada hacia la casa,
entornando los ojos como si pudiera verla desde aquí. En particular ver la
bóveda, para ver si Alex se sentó allí también buscándola.
Alex empujó la barra por encima de su pecho. Había añadido peso
extra, necesario para gastar energía nerviosa. Su brazo derecho quemaba
por el dolor. Acogiéndolo con satisfacción, bajó el peso y luego volvió a
subirlo.
—Impresionante.
Casi dejó caer las pesas sobre su pecho al oír el sonido de su voz.
Volvió la cabeza hacia un lado. Estaba parada contra el marco, un tobillo
cruzado sobre el otro, con los brazos cruzados, sonriéndole con la mirada.
Con cuidado, colocó la barra en el apoyo y se sentó, devolviéndole la
sonrisa. Pensó que nunca había visto algo tan hermoso como Calli Clayson
de pie en la puerta de su sala de ejercicios.
Casi de inmediato se dio cuenta de que llevaba una camiseta sin
mangas, dejando al descubierto su brazo al escrutinio. Ella no parecía
notarlo. Él agarró su sudadera de la silla junto a la mesa y la pasó sobre su
cabeza.
—¿No estás de regreso un poco antes? —preguntó con brusquedad.
Era poco después del mediodía. No la esperaba de nuevo hasta esta
noche.
Ella se encogió de hombros y se enderezó.
—Echaba de menos tu grata alegría, Alex.
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—Ja, ja —se burló—. No soy yo el que está pisoteando por ahí
exigiendo diferentes sábanas.
Su boca se abrió.
—¿Escuchaste eso? —Ella negó con la cabeza—. Pensé que iba a
tener que invitar a cenar a Meredith para conseguir que me perdone por
ser tan imbécil ese día, pero todo lo que necesité fue un “lo siento”.
—Es bastante fácil de tratar —dijo, afirmando lo obvio.
—¿Alguna vez has intentado dormir en sábanas de seda? —
preguntó ella. Él no le dijo que eran la única clase de sábanas en las que
podía dormir para proteger de la irritación a su piel sensible y dañada—.
No sólo no pude mantener las sábanas en la cama, no pude mantenerme
en ella.
—¿Qué? —Alex levantó una ceja—. ¿Me estás diciendo que te
caíste de la cama?
—Varias veces —confirmó. Se echó a reír y ella se acercó,
empujando su hombro ligeramente—. No te burles de mí. Sólo necesito
sábanas de algodón. Cuanto más baratas, mejor.
Alex negó con la cabeza hacia ella. Y luego, impulsivamente, se
agachó y la tomó entre sus brazos, abrazándola. Sus brazos fueron
inmediatamente alrededor de su cintura, apoyando su mejilla en su pecho.
—Yo también te extrañé —dijo en voz baja. Él la soltó y ella le sonrió.
—Sabía que lo hiciste. —Ladeó la cabeza hacia él—. ¿Sabes una
cosa, Alex?
—¿Qué?
—Apestas un poco.
Él se echó a reír.
—Lo siento. —Levantó una mano hacia el banco de pesas—.
Entrenamiento.
—Sí, lo imaginé —dije sarcásticamente—. ¿Quieres nadar mientras el
tiempo sigue lo suficientemente agradable para nadar?
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—Uh… —No estaba seguro de estar listo para eso.
—Vamos, Alex, volví pronto para pasar el rato contigo. Nada
conmigo. Va a ser divertido.
¿Volvió pronto por él? No quería verse afectado por sus palabras,
pero no podía negar que lo estaba.
—Bien —dijo—. Voy a nadar contigo.
—Bien —dijo ella, juntando sus manos debajo de su barbilla—. Voy a
ir a cambiarme y te veo ahí fuera.
Corrió subiendo el primer tramo de escaleras, un error, ya que hizo al
segundo un poco más difícil. Cuando llegó a su habitación, estaba un
poco sin aliento. Lo poco que tenía de aliento fue robado por lo que yacía
en su cama. Un par de pantalones cortos de entrenamiento, un traje
deportivo y zapatillas para hacer deporte. En la parte superior había una
nota:
C: Trata de no volver a lesionarte. No soy tu elevador personal.
A.
Le sonrió a la nota, recordando cómo la había llevado por las
escaleras. Se cambió rápidamente y corrió escaleras abajo y hacia afuera
a la piscina.
Alex ya estaba en el agua. Llevaba una camisa de manga larga y
un traje de baño que le llegaba por debajo de sus rodillas. Podía ver unos
cuantos bultos rugosos debajo de la camisa en su hombro y la parte
superior de su pecho donde estaban por encima de la línea del agua, y la
mojada tela aferrada.
—¡Bomba! —gritó ella, corriendo y haciéndolo justo al lado de Alex,
rociándolo con agua. Ella emergió para recibir una gran cantidad de
agua salpicada en la cara por parte de Alex.
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—No es justo —dijo.
—Sí, ¿y una bomba lo es? —dijo él.
—Te di una advertencia justa —argumentó.
—Bueno, está bien, realmente no creí que un cuerpo tan pequeño
como el tuyo pudiera causar un gran impacto.
—Nunca me subestimes, Alex —dijo ella con severidad, agitando un
dedo.
Levantó ambas manos.
—Nunca más.
Se echó a reír y lo retó a una carrera, la cual ganó él sin esfuerzo. En
el agua, parecía más suelto, más cómodo de lo que lo hacía afuera. Se
preguntó si se sentía mejor en sus cicatrices. Cada vez que se asomaba
fuera del agua, la camiseta mojada se moldeaba a su forma, mostrando
los claros resultados de todos sus entrenamientos. Pensó en decirle que con
un cuerpo así, él no tenía por qué ocultarlo, con cicatrices o sin ellas.
Entonces, decidió que este era uno de esos casos de mantenerse
sabiamente en silencio, y así lo hizo.
Alex trató de ignorar el sentimiento de felicidad instalándose en su
pecho. No debería estar tan feliz de tener a Calli de nuevo en casa. Era
más un dolor en el trasero que nada; y sobornando a su padre. Estuvieron
jugando en el agua, teniendo concursos de bombas, cuando su padre
salió. La risa murió inmediatamente en sus labios.
—Bueno, Callidora, estás de vuelta —dijo.
—Por supuesto que lo estoy —dijo ella—. ¿A dónde más podría ir?
—Quiero decir que no te esperaba hasta después de la cena.
—Probablemente me sentiría culpable por volver antes y esperar que
me den la cena —dijo Calli—, excepto que sé que Javier siempre hace
demasiada comida, por lo que alimentar a una persona más no hace
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ninguna diferencia en absoluto. ¿Alguna vez pensó en enviar algo de esa
comida extra al refugio?
Alex se quedó mirándola fijamente. Nunca había oído a nadie
hablar con su padre con tanta indiferencia.
—¿Así que sólo regresaste por la comida? —le preguntó su padre.
—La comida de Javier, sin duda, vale la pena. —Miró a Alex—. Pero
tenía otras razones para volver. —Entonces, al darse cuenta de lo que sus
palabras implicaban, ella dijo—: Por ejemplo, nadar. No puedo hacer eso
en casa.
Su padre parecía no saber qué decir a eso, así que simplemente se
dio la vuelta y volvió a entrar en la casa. Calli se volvió hacia Alex.
—¿Quieres sentarte en el jacuzzi por un rato?
Calli se sentó en el agua caliente mientras Alex se sentó en el borde.
El calor a veces podía ser muy intenso en su espalda y en su hombro. No
quería que Calli viera ello. Ella no preguntó por qué no entró. Se movió
para sentarse justo al lado de sus piernas.
—Alex, quería darte las gracias.
—¿Por qué?
Ella puso los ojos en blanco.
—Por los zapatos y la ropa de entrenamiento. No tenías que hacer
eso.
—No quiero verte trabajando en jeans y pantuflas de nuevo.
Ella golpeó su pierna con el hombro.
—Aún así, fue muy amable —le dijo—. Te lo agradezco.
—De nada —dijo.
Ella tomó aire, y él tuvo la impresión de que estaba nerviosa por algo.
Se puso de pie y se volvió para mirarlo.
—¿Crees que podrías cenar con nosotros esta noche?
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Él negó con la cabeza.
—Prefiero no comer con mi padre.
—Bueno, entonces voy a comer contigo. ¿Dónde comes?
—En mi habitación.
—¿Entonces?
—Entonces, ¿qué?
—¿Puedo comer contigo?
—¿Por qué quieres comer conmigo? —preguntó.
—¿En serio, Alex? Tengo la opción de comer contigo o con tu padre,
y te preguntas ¿por qué?
—¿Es tan malo?
—No —respondió ella con sinceridad—. Me gusta un poco darle un
mal rato. Pero todavía prefiero comer contigo.
—Está bien.
Ella le sonrió, y él estuvo atemorizado de nuevo por lo increíblemente
hermosa que era, incluso sin una gota de maquillaje y con su pelo
enredado por nadar, especialmente cuando ella le sonreía de esa
manera.
—Es una cita —dijo.
—No es una cita —refutó él—. Una cena.
Un destello de dolor se reflejó en sus ojos, y deseó poder retirar las
palabras. Ni siquiera estaba seguro de por qué lo había dicho.
—Semántica —dijo ella, volviéndose y sentándose en el agua al lado
de sus piernas de nuevo.
Calli se duchó, se vistió y se secó el pelo antes de cenar. Odiaba
admitir cuánto le molestaban las palabras de Alex. Sólo había estado
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bromeando cuando le llamó a la cena una cita. Su rápido rechazo del
término aguijoneó de todos modos.
Bajó corriendo los dos tramos de escaleras, sólo dándose cuenta una
vez que ella no sabía exactamente en dónde estaba la habitación de
Alex. Por suerte, él la esperó en el sofá delante de la grande pantalla de TV
en blanco. Ella entró y se sentó a su lado.
—¿Buena película? —susurró, como si estuvieran en un cine y una
película estuviera reproduciéndose.
Él la miró y sonrió.
—¿Alguna vez viste esto? —preguntó.
—Sí. Cada vez que una nueva película sale.
—¿En DVD quieres decir?
—No.
Ella lo miró, empezando a comprender.
—¿Me estás diciendo que ves películas de estreno aquí? ¿Las que
están en el cine?
—Sí.
—¿Cómo las consigues?
—No lo hago. Mi padre lo hace. No me preguntes cómo.
—Huh. —Calli estaba sorprendida, y un poco envidiosa—. Yo
difícilmente llego a ver nuevas películas.
—¿En serio?
—Cuestan dinero —dijo—. Y eso es algo que me falta bastante.
Alex no dijo nada, sólo se quedó en silencio.
—¿Lista para comer?
Le tendió una mano y Calli depositó la suya en esta. Él la levantó y la
llevó a su habitación.
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Nadie había entrado nunca en la habitación de Alex. Ni siquiera
Meredith. Él cambiaba sus propias sábanas, limpiaba su propio baño,
aspiraba su piso. Este era el único lugar que era sólo suyo. Su padre nunca
había estado en el interior de la puerta. Y aquí estaba él, llevando a esta
chica que pensaba que podría ser una amiga, pero quien también podría
ser el enemigo, adentro. Decidió que debía estar loco. Había perdido la
cabeza por su belleza.
El pensamiento de su aspecto ya no siendo problema con él
importunó inmediatamente. Aplastó la idea al instante. Por supuesto que su
aspecto era un problema, ¿cómo no serlo? Especialmente cuando se
comparaba con el suyo.
Había hecho que Javier le enviara la comida un poco temprano
para que así estuviera aquí antes que Calli. La llevó adentro, quedándose
atrás para ver su reacción. Ella se trasladó al centro de la habitación y se
giró en un círculo, sus ojos recorriendo las paredes, el escritorio, la cama, el
alto vestidor. Todo era oscuro: paredes de color beige oscuro, muebles de
madera oscura, alfombras azul marino, edredón rojo oscuro. Incluso la
iluminación era un poco más tenue de lo que debería ser. Era la antítesis
de su habitación blanca. Finalmente sus ojos se volvieron hacia él.
—Es un poco oscuro y deprimente, ¿no te parece? —preguntó ella
con una sonrisa. Alex se rió. Dejando a Calli decirlo como era.
—Honestamente nunca lo pensé de esa manera hasta ahora
cuando te veo de pie aquí.
—Aún así —dijo—, es genial. Quiero decir, todo es de muy buena
calidad. —Ella caminó hacia la cama y pasó una mano por el edredón—.
Es mucho mejor que cualquier cosa en mi casa.
Alex inclinó la cabeza hacia ella.
—Describe tu casa para mí.
—¿En serio?
—En serio.
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—Está bien. Prepárate para el aburrimiento. —Ella se sentó en el
borde de su cama, y Alex cruzó los brazos sobre su pecho. Un curioso calor
bailó alrededor en el interior de su pecho debido a ella sentada allí, algo
que pensó que él recordaba de antes, pero que no podía ponerle un
nombre—. Me gustaría decirte que te sentaras —continuó—, pero es una
historia muy corta.
—Dos dormitorios: el mío y el de mi papá. Ambos son del tamaño de
mi cuarto de baño aquí. Compartimos un pequeño cuarto de baño, que
es realmente asqueroso porque mi papá es un cerdo la mayor parte del
tiempo. —Alex ahogó su risa—. Y —dijo ella—, la cocina y el salón son una
habitación del tamaño de tu habitación aquí. Todo es viejo, está en mal
estado, y cayéndose. Pero tengo que decir que está limpio. Odio vivir en la
inmundicia, que es en lo que mi papá nos haría vivir, si fuera por él.
Alex sentía ahora la necesidad de sentarse, así que se acercó al
extenso escritorio y giró la silla para mirarla.
—Así que debe ser más o menos... diferente aquí, ¿eh?
—Si por diferente quieres decir completamente extraño y surrealista,
entonces sí. Es difícil imaginar una casa de este tamaño sólo para dos
personas.
Alex miró a su habitación. Había conocido a gente que vivía de
manera diferente, por supuesto. Pero supuso que viviendo aquí todo este
tiempo, envuelto en su miseria, dolor y pena, él no había pensado
realmente en ello. Qué injusta broma de la naturaleza poner a alguien
horrible como él en un lugar de belleza como este, y poner a Calli en un
cuchitril.
—Háblame de tu padre —dijo él.
—Mi papá tiene la posibilidad de ser un papá genial —dijo—. Pero él
está enterrado bajo su deseo de un poco de bebida-alegre. —Ella inclinó
una botella imaginaria a su boca, sonriendo ante su broma. Su dolor, sin
embargo, estaba claro para Alex. Si alguien podía reconocer el dolor, era
él.
—¿Dónde está tu mamá? —preguntó, cambiando el tema.
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—Bueno... um, ella está... uh... —Ella miró alrededor de la habitación,
a cualquier lugar menos a él mientras tropezaba con sus palabras.
Entonces, trabó sus ojos en los suyos—. ¿Por qué tú y tu papá no se llevan
bien?
Él asintió con la cabeza.
—Correcto. Tema nuevo. Hábleme de...
—¿Es esta la noche de interrogar a Calli? —preguntó—. ¿Qué tal tit-
for-tat, o como sea esa expresión del Latín? ¿Algo sobre los calamares?
—¿Quieres decir, quid pro quo?
—Sí, eso. Ahora me toca hacerte una pregunta.
El estómago de Alex se tensó con los nervios. Le preocupaba lo que
podría preguntar. Instintivamente se llevó una mano a la cara, pero se
detuvo a medio camino y se cruzó de brazos.
—Está bien —concordó, esperando sonar con más confianza de la
que sentía.
—¿Dónde naciste?
Alex sonrió. Ella se lo puso fácil.
—Nací en New Hampshire.
—¿En serio? —Cuando él asintió, ella dijo—: No creo que lo hubiera
adivinado. ¿Por qué demonios se trasladaron al Oeste?
—¿Qué pasó con el quid pro quo?
—Me preguntaste dos veces —dijo. Ella levantó una mano y señaló—
. Mi casa. Mi papá. Me debes otra en primer lugar.
Alex relajó sus manos.
—Debido a la oportunidad que se le presentó a mi padre para
comprar el banco. Así que nos mudamos.
Calli asintió, pero pareció decepcionada por la incompleta
respuesta. Alex no la culpó. Sólo era la punta de la verdad.
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—¿Deberíamos continuar esta discusión durante la cena? —
preguntó él.
—Por supuesto. ¿Dónde vamos a comer?
Alex señaló una puerta en el lado opuesto de la habitación.
—Allí.
—¿El cuarto de baño? —Calli sonaba sorprendida. Alex se rió y
señaló hacia otra puerta, no lejos de la puerta para entrar en la
habitación.
—Ese es el cuarto de baño. Tengo otra habitación allí.
—Casi no puedo esperar a ver esto —murmuró Calli, haciendo reír a
Alex otra vez.
Se puso de pie y alzó una mano hacia ella, dándose cuenta una
fracción de segundo demasiado tarde que se trataba de un gesto que no
debería haber realizado. Hizo sentir esto demasiado como si fuera una cita,
y esa era una impresión que tenía que evitar a toda costa. Pero Calli
simplemente puso su mano en la suya, como si fuera la cosa más natural
del mundo, y lo siguió a lo que él llamaba su habitación de invitados.
Calli miró alrededor de la cruda habitación blanca. Todo estaba
pintado de blanco, el piso cubierto de azulejos blancos. Una nevera
blanca, estufa, y horno de microondas alineados en una pared. El único
color venía de la mesa y sillas café que estaban situadas en el centro de la
habitación. Esta habitación era decididamente más deprimente que su
habitación, pero ella optó por mantener la boca cerrada acerca de esto
también.
Alex sacó su cena fuera del horno donde había estado
calentándose, y algunas otras cosas de la nevera. Se sentaron y comieron,
haciendo preguntas de ida y vuelta.
—Háblame de tus amigos —dijo.
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—Brittany y Jennae son mis mejores amigas, lo han sido desde que
estábamos en el jardín de niños. Eli y Brandon están con nosotras por lo
general. Brandon quiere estar en cualquier parte donde está Brittany.
Tengo otros amigos en la escuela, pero ellos son en su mayoría con los que
paso el rato. Háblame de tu padre.
—¿Qué hay que saber? —dijo—. Probablemente lo conoces mejor
que yo. Es el dueño del banco. Le gusta jugar a ser Dios con la gente del
pueblo. No tiene sentido del humor… o el honor.
—¿En serio? ¿Es eso lo que piensas de él?
—¿Esa es tu siguiente pregunta? —preguntó—. Creo que es mi turno.
Háblame de tu escuela.
Ella entrecerró los ojos hacia él, pero lo dejó pasar.
—Está bien. Sólo recuerda que tú estableces las reglas. Mi escuela es
como cualquier otra escuela. —Cuando él levantó las cejas, ella se dio
cuenta que él no tenía idea de cómo era una escuela—. Vivo en el lado
pobre de la ciudad, así que me la paso con las otras personas que viven
cerca de mí. Ninguno de nosotros juega al fútbol, son porristas, o corren por
los oficiales escolares. No nos asociamos con los ricachones. A los maestros
no les importa nada de ninguno de nosotros, aunque les importa un poco
más acerca de aquellos cuyos padres tienen los medios para donar a sus
programas. Aprender algo es una decisión personal, porque no vas a
aprender de los maestros.
Cuando ella dejó de hablar, él lucía como si fuera a pedirle que se
extendiera, por lo que levantó un dedo.
—Mi turno. ¿Por qué te ejercitas tanto?
Alex se encogió de hombros, volviendo su atención a la comida.
—Ayuda a mantener las cosas sueltas, ya sabes. Si no lo hago, mis
cicatrices se tensan y hacen más difícil aflojarlas de nuevo.
Sus hombros se hundieron. Ella pensó en todos los chicos en la
escuela que se ejercitaban hasta ganar músculo con el fin de lucir bien
para las chicas. Entonces pensó en Alex, que lo hacía para tratar de evitar
el dolor.
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—Alex, lo sien...
—No —dijo él, sosteniendo una mano en alto—. No lo sientas. No...
no tú. Por favor.
Calli mordió el interior de su mejilla. Un rubor se había deslizado hasta
la mejilla izquierda de Alex.
—¿Por qué no has comido alguna vez con tu padre? —preguntó en
voz baja.
Ella pensó que podría no contestar. Era su turno después de todo.
Pero él la sorprendió cuando miró a sus ojos y dijo:
—No puedo soportar verlo mirándome, y ver nada más que la
pérdida de su esposa y su hija.
Calli quería discutir con él. Seguramente el Sr. Stratford no culpaba a
Alex, o al niño que había sido. Tenía que estar agradecido de que su hijo se
salvara. Pero ella no podía argumentarlo, porque no lo sabía. No los había
visto nunca juntos, o incluso hablado con el Sr. Stratford sobre lo que había
sucedido. Lo que veía era el dolor y la culpa en los ojos de Alex, y la
soledad.
Ella apartó su plato.
—¿Tienes alguna buena película? —Él la miró con una pregunta en
los ojos—. Bueno, toda buena no-cita debe terminar con una película en
un no-cine. Vamos a comer un pedazo de pastel de durazno de Javier que
vi en tu refrigerador, y esa será nuestra no-palomitas de maíz.
Alex le sonrió.
—Eres muy no-normal, Callidora Clayson.
—Finalmente —dijo ella, echando los brazos al aire—, él me
entiende. —Se levantó y esta vez extendió la mano hacia él—. Vamos,
amigo.
Él miró su mano por un segundo, luego la tomó y la siguió hacia su
habitación. Ella se detuvo allí.
—Um, ¿puedo usar el baño primero? —preguntó.
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Él hizo un gesto con la mano hacia la puerta y ella entró. Se apoyó
en el borde del lavabo y respiró hondo. La simpatía por Alex la abrumó. Ella
quería ir atrás en el tiempo y sostener a ese niño que pensó que era su
culpa que no pudiera rescatar a los otros dos de un edificio en llamas.
Quería sostener al casi-hombre que era ahora del dolor que seguía
desgarrándolo y lo mantenía escondido como un... bueno, como un
monstruo.
Sus dedos se apretaron contra la esquina y contuvo la respiración
para ahogar los sollozos. Finalmente salpicó un poco de agua sobre su
cuello y se miró en el espejo para asegurarse de que no quedaran rastros
de su angustia.
Sin espejo.
Se dio la vuelta en un círculo en el gran cuarto de baño. No había
espejos en ninguna parte. Su armario conducía a la parte trasera del
cuarto de baño, al igual que el de ella. Ella se asomó, sin querer curiosear,
pero husmeando todos modos. Filas de las sudaderas y camisetas de
manga larga se alineaban en los bastidores. Sin espejos.
Raro. Comprensible, pero raro. Y no un poco descorazonador.
Alex se paseó mientras esperaba a que Calli saliera de su cuarto de
baño. Había hablado demasiado. Se encontró a sí mismo haciendo eso
cada vez más con ella. Le había dicho más de lo que le había dicho a su
psiquiatra en todos sus años de terapia. Le puso nervioso que hubiera
compartido tantas cosas con ella.
Ella salió, con su habitual semblante feliz de vuelta en su lugar. Echó
un vistazo alrededor de la habitación, como si buscara algo, y luego dijo:
—Vamos.
Salieron a la sala de teatro, y él enumeró algunas de las películas
que tenía.
—Bueno, puedo ver que esto es algo que vamos a tener que hacer
más a menudo —dijo—. No he visto nada de eso.
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Ella escogió una, y él la puso en el reproductor mientras ella les
repartió dos pedazos de pastel. Él se sentó en el sofá, y cuando ella se
acercó, se sentó junto a él. Alex pensó que debería sentirse nervioso por
eso, pero de alguna manera se sentía bien.
La película comenzó, y Calli exclamó sobre el tamaño de la pantalla
y el sonido en la habitación.
—Esto es mucho mejor que el cine. Y mis pies no se pegan al suelo.
—¿Por qué tus pies se adhieren al suelo?
—No lo sé. Supongo que nunca limpian las bebidas derramadas y
esas cosas. Pero hay que tener cuidado ya que podría perder un zapato.
Alex se rió y tomó su plato vacío, colocándolo al final de la mesa con
el suyo. Volvió su atención de nuevo a la película, y pronto Calli subió sus
pies a un costado, se inclinó y apoyó la cabeza en su hombro. Alex se puso
rígido.
—¿Esto está bien? —preguntó ella.
—Sí —dijo. Y así era. Ella deslizó su brazo con el de él, enredando sus
dedos con los suyos. Alex se relajó contra ella. No creía que alguna vez
hubiera disfrutado tanto de una película.
—Todavía no puedes poner la estrella —le dijo Calli a Alex,
extendiendo su mano para arrebatársela de la mano.
—¿Por qué no? —se rió él, sosteniéndola en lo alto, fuera de su
alcance.
—Va en último lugar. Tienes que colgar todos los ornamentos y las
cadenas de palomitas de maíz antes de que puedas llegar a la cima del
árbol.
Alex puso sus ojos en blanco.
—¿Y quién decidió que sería divertido pasar horas encadenando las
palomitas de maíz sólo para colgarlas en el árbol de Navidad? Ya tenemos
suficientes decoraciones. —Alex nunca lo admitiría, pero las horas que
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habían pasado encadenando, y comiendo, las palomitas habían sido
divertidas.
Los cuatro meses que Calli había estado viviendo en la casa de Alex
habían pasado rápido. Cuatro meses de Alex sintiéndose vivo de nuevo.
Calli rara vez iba a casa los fines de semana. Al principio sólo habían sido
ocasionales las veces que se había quedado. No había ido a casa por seis
semanas completas.
Alex ahora cenaba con ella y su padre todas las noches. Cómo le
había hablado ella a él no lo podía decir, pero se dio cuenta de lo fácil
que era estar cerca de su padre con ella allí. Él podía ignorar las miradas
de su padre, y ver a Calli burlándose de él. Se burlaba de Winston Stratford.
No creía que un alma pudiera salirse con la suya con eso.
Alex miró abajo hacia la caja que sostenía.
—Mira, Calli, sólo queda una pequeña caja de adornos. ¿Cómo
poner esos primero pueden hacer una diferencia?
Ella se encogió de hombros.
—Simplemente lo hace.
—Bueno —dijo él—. No se puede discutir con esa lógica. Voy a
esperar.
Calli sonrió y le dio un golpe a su hombro con el suyo.
—Gracias, Alex.
—Alex. Callidora. ¿Qué están haciendo? —preguntó su padre,
entrando a la habitación. Alex se puso rígido, poniéndose en guardia
como siempre hacía cuando estaba cerca de su padre.
—Hola, Winny. ¿Qué pasa? —preguntó Calli. El padre de Alex se
erizó. Cuando él siguió dirigiéndose a ella como Callidora, ella empezó a
llamarlo con el ridículo apodo de Winny. Se había convertido en una
batalla de voluntades con respecto a sus nombres. Alex sospechaba que
Calli ganaría.
—Mi nombre es Winston, como bien sabes.
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—Y el mío es Calli, como tú bien sabes. ¿Quieres ayudarnos a poner
esta última caja de adornos en el árbol?
Alex esperó a la esperada negativa de su padre.
Sorprendentemente, Alex le oyó decir—: Claro.
La decepción llenó a Alex. Se había estado divirtiendo hasta ahora.
Él prefería que su padre se fuera y los dejara divertirse. En su lugar, Calli se
inclinó hacia la caja más grande y sacó la pequeña caja de adornos, que
entregó a su padre.
—Callido… Calli, ¿por qué no vas a ver si Javier nos prepara un poco
de ponche de huevo, mientras que Alex y yo ponemos estos en el árbol?
—Por supuesto —concordó Calli alegremente antes de que Alex
pudiera ofrecerse a ir. No quería quedarse a solas con su padre. Calli salió
de la habitación, y Alex a regañadientes permaneció donde estaba.
Su padre abrió la caja, inclinándola hacia Alex para que pudiera ver
el interior.
—¿Te acuerdas de estos adornos, Alex?
Alex miró a la caja. Los adornos eran del tipo barato, de vidrio. Eran
de color rosa y plata. No le resultaban familiares. Su árbol era siempre
decorado profesionalmente, y sin duda nunca había incluido hebras de
palomitas de maíz.
—No, nunca los había visto —dijo secamente.
Su padre miró a los adornos, acariciándolos con su mano libre, casi
con reverencia.
—Eran de tu madre.
Alex se sacudió ante la mención de su madre. Su padre nunca le
había hablado de ella a Alex. De hecho, Alex había sido informado de su
muerte —que ya había sabido de todas formas— por una de sus
enfermeras en el hospital.
—Los compró el primer año que estuvimos casados en una tienda al
dólar en decadencia. Era todo lo que podíamos permitirnos. —Sonrió para
sí mismo, perdido en el recuerdo—. Cuando llegamos a casa, me arrastró
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por la montaña para desenterrar un árbol. Teníamos que ser muy
cuidadosos para que después pudiéramos plantarlos en el patio.
Alex de repente tuvo un claro recuerdo de un jardín con pinos de
diferentes tamaños plantados a lo largo de la cerca trasera. No se le
ocurrió preguntarse acerca de ellos en ese momento. ¿Sabía que ella
había plantado su árbol de Navidad cada año?
Su padre levantó la vista hacia el árbol que Alex y Calli habían
decorado. Dio un paso adelante y acarició la hebra de palomitas de maíz.
Se giró y Alex se sorprendió al ver que sus ojos estaban brillantes por las
lágrimas.
—Ella hacia esto también, porque también era barato. Incluso
después, cuando ya teníamos dinero, aún encadenaba palomitas de maíz
para el árbol. —Miró otra vez los adornos y los acarició—. La extraño, Alex,
—susurró.
Alex apretó los puños, luchando contra la marea de emociones, y la
culpa que se apoderó de él. Sabía que había habido algunas cosas
salvadas del fuego, algunas cosas que estaban en el garaje. Pero él nunca
había visto nada de ello. No tenía ninguna fotografía de su mamá o su
hermana. No sabía que los adornos habían hecho su camino hasta su casa
hasta ahora.
—Sé que lo haces —dijo Alex en voz baja y áspera—. Yo... lo siento...
lo intenté... no pude llegar hasta ellas. Lo intenté... lo intenté tanto...
Mientras daba su discurso vacilante, la mirada de su padre pasó de
confusa a asombrada realización hasta la incredulidad. Dio un paso hacia
Alex, poniendo los adornos en la mesa y tomando a Alex por ambos
brazos.
—Alex, ¿qué estás diciendo? —preguntó con urgencia.
—Yo no... no pude... lo intenté... yo... pero fallé. —Alex no podía
mirarlo a los ojos.
—Alex, hijo, ¿crees que es tu culpa que ellas murieran?
—Lo siento. —Él bajó la cabeza miserablemente.
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—Alex, no. No es… —Él llevó a Alex a sus brazos, sosteniéndolo
firmemente y Alex vio su barrera caer. Había estado manteniéndola en alto
por mucho tiempo, pero no podía soportar esto, no podía soportar los
brazos de su padre a su alrededor. Empujó a su padre violentamente.
—¡Por supuesto que es mi culpa! —explotó—. Si hubiera llegado a
casa como se suponía que debía, podría haberlas sacado. ¡No me digas
que no me culpas! Lo veo cada vez que me miras.
Su padre escuchaba con la boca abierta.
—Alex, no es tu culpa. —Alex lo miró, inseguro de haber oído bien—.
Escúchame, hijo, esta no es tu responsabilidad, no en lo más mínimo. Tenías
siete años. Incluso si hubieras estado allí, no podrías haberlas sacado. Y en
lugar de perder a mi esposa e hija, habría perdido todo. También te
hubiera perdido. Doy gracias a Dios todos los días que te salvaras. —Alex
negó con la cabeza, negando las palabras de su padre—. Alex, esta es mi
culpa. ¿Sabes cómo empezó el fuego?
Alex no había pensado en ello. Simplemente había comenzado.
—No —respondió.
—Hubo una fuga de gas. Yo debería haberlo sabido. Debería de
haberme ocupado de ello. Ella encendió una cerilla para encender el
horno. No hay manera de que pudiera haberse salvado, Alex. —Alex se
estremeció y cerró los ojos ante la imagen.
—Cada vez que te miro —dijo su padre—, veo de lo que soy
culpable. —Alex abrió los ojos y los niveló a los de su padre—. Estoy
egoístamente agradecido de que viviste, para que por lo menos pudiera
tener a mi hijo, aunque estuvieras forzado a vivir con mi negligencia. Todas
esas semanas en el hospital, todos esos meses de terapia, el intenso dolor
que has sufrido. No podía soportarlo, Alex. No podía soportar saber lo que
había hecho. Te había quitado a tu madre, y a tu hermana, y había
causado que tuvieras que vivir el resto de tu vida con las cicatrices de eso.
—Pero tú... —Alex respiró hondo, abriendo y cerrando los puños un
par de veces, sintiendo el dolor familiar en el brazo y la pierna—. Tú no
estabas ahí. Nunca.
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—Estaba ahí, Alex, todos los días. No podía encararte. No podía lidiar
con la culpa.
—¿No pensaste que tal vez te necesitaba?
Su padre lo miró sorprendido por la idea.
—Yo... no, pensé que no podías mirarme, sabiendo lo que había
hecho.
—Y yo pensé que no podías mirarme sabiendo lo que yo había
hecho —dijo Alex, de pronto su ira drenándose.
Se quedaron en silencio, observándose el uno al otro.
—Lo siento, Alex, por hacerte sentir que te había abandonado. Traté
de proveerte con lo mejor de todo para hacer tu vida más fácil. Nunca se
me ocurrió que lo que más necesitaba era a mí.
El tormento en la voz de su padre, dio fe de la verdad de sus
palabras. Alex se acercó a la mesa y tomó la caja de adornos.
—Bueno, entonces los dos somos unos tontos obstinados por no decir
nada. —Él sacó uno de los adornos suavemente de la caja y se lo entregó
a su padre. Él lo tomó y con la otra mano agarró el hombro de Alex. La
cubrió con la suya, un espectáculo silencioso del perdón.
—Vamos a poner estos adornos en el árbol —dijo su padre.
—Mejor lo hacemos —respondió Alex—, porque Calli no nos dejará
poner la estrella en la parte superior hasta que lo hagamos.
Su padre se rió y negó con la cabeza.
—Tu madre era exactamente de la misma manera.
Calli se quedó en el pasillo. No había querido escuchar, pero
hablaban fuerte. Y entonces no quiso interrumpir. Sus palabras trajeron
lágrimas a sus ojos. Había leído sobre el incendio en el Internet. Podía
entender por qué Alex nunca había leído sobre ello él mismo. Lo que no
podía entender era que en todos sus años de terapia, ninguno de ellos
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había estado juntos para hablar de ello. Parecía un desperdicio, por el niño
que sufría tanto dolor esperando el amor de su padre, y el padre teniendo
miedo de amar, porque se culpaba por el dolor del niño.
Se limpió la cara, estudiando sus rasgos mientras ellos estaban en
silencio por unos minutos. Sabía que era inútil buscar un espejo para
mirarse, hacía mucho había descubierto que el único espejo en toda la
casa era el de su baño. Se frotó el pelo, se pellizcó las mejillas, y recogió la
bandeja de ponche de huevo que estaba sobre la mesa auxiliar. Puso una
sonrisa en su cara, y entró en la habitación.
—Una bandeja del famoso ponche de huevo de Javier. O al menos
eso me han dicho. Eso de que es famoso, quiero decir.
Alex y su padre la miraron desde donde colgaban los adornos. Calli
les sirvió a ambos un ponche de huevo, y le dio uno a cada uno. Ella tomó
el suyo y se acercó al árbol, tocando uno de los nuevos adornos.
—Hermosos, ¿no? —preguntó Winston.
—Mm, mucho —dijo—. Me recuerdan a nuestros adornos en casa.
Sólo que los nuestros son verdes y dorado.
Alex colgó el último adorno, y se volvió hacia ella con la estrella.
—Aquí tienes, Calli. Hemos colgado todo lo demás. ¿Ahora podemos
poner la estrella?
—Sí, Sr. Inteligente, se puede poner ahora. —Él se la entregó a ella, y
ella lo empujó de vuelta hacia él—. Deberías colgarla tú, Alex.
—No, creo que tú deberías —dijo.
—Estoy de acuerdo —dijo Winston—. Después de todo, fue tu regla.
Calli sonrió.
—Me encantaría, pero...
—¿Pero qué? —preguntó Alex.
—No puedo alcanzar. No soy lo suficientemente alta. Tú eres el más
alto aquí, Alex.
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—Te ayudaré —dijo. Se agachó, dando una palmadita en su
hombro—. Súbete.
—No —dijo ella, retrocediendo—. No puedo. ¿Y si te lastimo?
Él exhaló con frustración.
—Calli, te lleve todo el camino de regreso a tu casa ese día que te
perseguí.
—¿Ese fuiste tú?
—Por supuesto que lo era. ¿Quién pensaste que fue? —Él no esperó
una respuesta—. Y te cargué dos tramos de escaleras cuando decidiste
ejercitar en pantuflas. Levantarte para poner una estrella en el árbol no me
hará daño, te lo aseguro.
—¿La cargaste dos tramos de escaleras? —preguntó Winston,
sorprendido.
Calli y Alex ignoraron a Winston mientras ella lo miraba. Se dio cuenta
de que era verdad. Él sería capaz de levantarla sin ningún problema.
Pesaba menos de las pesas que él ponía en su barra.
—Está bien, —dijo ella, subiendo sucesivamente. Envolvió sus manos
alrededor de ambos lados de su rostro mientras se levantaba, sintiendo el
desnivel accidentado debajo de su mano derecha. Eso la sobresaltó. Ella
tendía a olvidar que estaban allí. Se dio cuenta de que cuando miraba a
Alex, raramente veía las cicatrices.
Una vez que él estaba de pie, Winston tomó la estrella y se la entregó
a ella. Ella se acercó y puso la estrella en la parte superior del árbol,
fijándola firmemente. Alex se agachó de nuevo para que ella pudiera
bajarse. Cuando se levantó, ella le sonrió. Juntos, miraron hacia el árbol.
Winston se movió para estar al otro lado de Alex, colocando un brazo
ligeramente a través de los hombros de su hijo. Calli miró a Alex ante el
gesto, vio la ligera elevación en la esquina de su boca.
—Ustedes hicieron un gran trabajo —dijo Winston.
—Lo hicimos —dijo Alex, volviendo la mirada y sonriéndole a Calli. Él
puso su mano en la de ella por lo bajo, de manera que Winston no pudiera
verlo, y ella le apretó en respuesta. ¿Quién hubiera imaginado, hace
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cuatro meses, que estaría feliz de estar de pie en medio de la Casa del
Monstruo, de la mano con el mismísimo monstruo?
Calli no podía dejar de mirar a su padre. Era la víspera de Navidad, y
él había venido hasta los Stratford. En lugar de ir a su casa para las
vacaciones, había venido a pasar la noche aquí para que pudieran pasar
la mañana de Navidad con Alex y Winston. Esta noche era la gran fiesta
para todo el personal y sus familias. Sin importar lo mucho que le había
suplicado y engatusado, Calli había sido incapaz de convencer a Alex de
ir a la fiesta. El personal estaba acostumbrado a él y no lo miraban de
manera diferente de la que verían a alguien, pero sus familias no lo
conocían.
El padre Calli, sin embargo, parecía un hombre diferente del que
había visto por última vez en acción de gracias. Estaba bien afeitado, algo
que no había estado desde... bueno, toda su vida. No sólo eso, su piel era
de color rosa en vez de gris. Había perdido algo de peso, pero en el buen
sentido. Vestía muy bien, y sus ojos, sus ojos eran claros. No brumosos de
embriaguez o resaca. Su aliento era incluso bueno.
Él había ido a saludar a Alex, y había regresado solo, también
fallando en convencer a Alex en venir. Aún así, Calli estaba encantada de
que incluso hubiera hecho el esfuerzo. No hace mucho tiempo él sólo se
habría preocupado por sí mismo. Ahora estaba caminando entre estos
extraños, hablando, interactuando. Y Calli no podía apartar los ojos de él.
Estaba casi irreconocible.
Lo mejor de todo, ella nunca lo vio con una sola bebida en la mano
que no estuviera libre de alcohol.
Cuando era casi la hora de la cena, ella se coló lejos y bajó las
escaleras. Dudaba que pudiera hacer que Alex viniera, pero no estaba
dispuesta a permitir que él cenara solo en Nochebuena. Se dirigió a su
habitación y llamó. No hubo respuesta. Llamó de nuevo. Todavía sin
respuesta. Preguntándose si él la había ignorado a propósito, ella abrió la
puerta.
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Metió la cabeza por la esquina y vio que, aunque su habitación sólo
estaba débilmente iluminada por una lámpara de escritorio, la habitación
de junto estaba iluminada.
—¿Alex? —llamó.
Él dio un paso hacia la luz, sonriendo.
—Entra —dijo.
Ella entró y caminó por la habitación. Cuando llegó ahí, él dio un
paso y cerró la puerta detrás de él.
—Cierra los ojos —dijo—. Tengo una sorpresa para ti.
Él la llevó a la habitación.
—Está bien, ábrelos.
Calli lo hizo, y vio que había colgado la habitación con luces de
Navidad. La mesa estaba cubierta con un mantel rojo y decorado tan
elegantemente como el de arriba, incluyendo tres velas encendidas en el
centro. Podía oler la comida que había sido preparada por Javier. Se
volvió hacia Alex.
—¿Y si no hubiera venido?
Él le sostuvo la mirada.
—Sabía que vendrías.
—¿Soy tan predecible?
Él sonrió.
—Eres tan fiable.
—Ugh —gimió—. Qué aburrido.
—Está bien —dijo él riendo—. Eres de tan buen corazón. No hubieras
querido que comiera solo.
—Más bien egoísta. Prefiero estar contigo que con toda esa gente
que ni siquiera conozco.
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—¿Y querías que yo fuera ahí?
—Bueno —razonó Calli—, si tú estuvieras allí, entonces yo no habría
tenido que venir hasta aquí para estar contigo.
—¿Subir y dejarlos mirar, para que puedan ir y difundir aún más
historias sobre la bestia de la Casa del Monstruo? No, gracias.
Calli ladeó la cabeza, pensando.
—¿Piensas esconderte para siempre?
—No, por supuesto que no —dijo—. Bueno, tal vez. Probablemente.
No lo sé.
—Es bueno saber que no estás indeciso o algo así, que has pensado
mucho en esto.
—¿Podemos comer ahora? —preguntó irritado—. Tengo hambre.
Se sentó a la mesa.
—No hagas que me arrepienta de venir aquí a tomar el sol con tu
espíritu alegre de fiesta, Alex.
Suspiró y se sentó frente a ella.
—Lo siento.
—Perdonado —dijo—. ¿Te diste cuenta de mi papá?
Alex la miró extrañamente.
—Sería difícil no fijarse en él, Calli. Vino para insistir en tus planes de
hacerme subir a la fiesta.
Ella hizo caso omiso de sus palabras.
—Él se ve... diferente. Bien.
—Se le veía un poco mejor que cuando vino en acción de gracias,
pero la verdad es que pensé que tal vez se estaba sintiendo un poco mal o
algo así. ¿Es así como normalmente se ve?
—Sí. Desde que tengo memoria.
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—Entonces, ¿qué crees que ha cambiado?
Calli sonrió.
—Creo que tu padre mantuvo su promesa y lo metió en
rehabilitación.
—Por fin hizo algo bueno, ¿eh?
—Alex —lo reprendió Calli—. Dale a tu papá un descanso. Ha estado
portándose muy bien últimamente.
—Sí, lo sé —estuvo de acuerdo—. Viejo hábito, supongo.
—Bueno, tal vez es hora de empezar nuevos hábitos.
—Oh, bien —gimió él con sarcasmo—. Calli está en su modo de
arreglarlo otra vez.
—Ja-ja —se burló ella.
Calli se sentó frente al escritorio de Winston, retorciendo sus manos
con nerviosismo.
—Es una mala idea, Calli.
—No es una mala idea. Es una idea genial. Él no puede seguir
escondiéndose por siempre.
—¿Le has preguntado por esto?
—Bueno… no —admitió ella. Quería preguntarle a Winston si podía
tener una fiesta la Víspera de Año Nuevo en la casa, para que así Alex
pudiera conocer otros chicos de su edad. Quizás si él tenía algunos amigos,
quizás no pensaría que tenía que vivir como un ermitaño el resto de su
vida—. Necesito tu permiso primero. Entonces le diré.
—Dile —repitió él con una risita—, no le preguntes.
—Si le pregunto, dirá que no. No te preocupes, lo convenceré.
Winston se echó a reír.
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—Creo que si alguien puede hacer eso, Calli, esa eres tú.
Alex paseaba en el jardín de rosas. Todas las rosas estaban muertas,
sólo tallos espinosos sobresaliendo para atrapar cualquier material que se
acercara demasiado. La bestia había estado silenciosa desde que Calli
había venido por primera vez. Él no se había dado cuenta hasta esta
noche, cuando las palabras de ella trajeron a la bestia de regreso.
Incluso el que ella intentara convencerlo de ir a la fiesta de Navidad
no había despertado a la bestia. Quizás porque no había amenaza en eso.
No se había sentido presionado para nada al exponerse esa noche. No por
su padre, no por el padre de Calli, ni por la misma Calli. Era como si todos
esperaran que él se negara y por lo tanto, no habían presionado.
Pero ahora esto.
Esto.
Calli pidiéndole que fuera a su fiesta de Víspera de Año Nuevo. No,
eso no estaba bien. El no preguntar. Decirle que la fiesta era por él, para
que así conociera a sus amigos.
Los mismos que habían llegado a reírse de él antes.
La bestia había rugido y la había asustado. Lo suficiente como para
salir corriendo en lágrimas.
Arrancó uno de los tallos espinosos de su arbusto y lo lanzó con un
rugido. Aterrizó con un suave y poco satisfactorio sonido contra la pared
de piedra. Se dejó caer de cuclillas, enterrando su cara en sus manos,
apretando con fuerza su cabello con sus puños. Era demasiado pedir eso.
Ella debería saber eso. Él había creído que, después de todo este tiempo,
ella entendía.
Había creído que ella era su amiga.
Cómo podía pedirle…
Se levantó abruptamente. Como si alguien hubiera arrojado claridad
sobre él como un manto, él sabía. Ella se lo había pedido porque era su
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amiga. Había pasado los últimos cuatro meses encerrado con él, pasando
todo su tiempo con él, mostrándole que, para ella, él era igual que el resto
de la gente. Y entonces, cuando ella le ofreció algo que pensó que era
bueno, un gesto de amabilidad en sus ojos, él estalló. Ella era su amiga.
Pero él… él no era amigo de ella.
Salió de la bóveda y levantó la mirada hacia donde sabía que
estaba su habitación. Luz irradiaba desde su ventana. Se movió un poco
hacia atrás, y la vio. Sentada en el asiento de su ventana, rodillas contra su
pecho, brazos envueltos con fuerza alrededor de ellas. Su cabeza estaba
inclinada contra sus rodillas y su cuerpo se sacudía.
El corazón de Alex se agrietó y la bestia se arrastró hacia el agujero,
desapareciendo. Con un golpe de determinación, fue hacia ella.
Calli se sentía horrible. Honestamente había pensado que Alex
agradecería la oportunidad de tener algunos amigos además de ella.
Había creído que, quizás, después del tiempo que habían pasado juntos,
entendería que si dejaba entrar a otros, los dejaba conocerlo como ella lo
conocía, entonces lo verían como ella lo veía.
Alex reaccionó violentamente a su petición. Había pensado que
probablemente, necesitaba mucho hablar para convencerlo, pero creyó
que quizás podía molestarlo con eso. Que ella podía dar ofrecer todos sus
argumentos convincentes previamente planificados.
En cambio, él había… bueno, rugido era la mejor forma en que
podía ponerlo. Él había lanzado sus pesas por la habitación, enviándolas
contra la pared. Derribó el banco de ejercicios y también la cinta de
correr. Ella lo admitía: Había estado asustada por su rabia. Así que corrió.
Y ahora estaba sentada en su habitación, horrorizada por ella y por
Alex. Debería haberlo metido de a poco en la discusión, en vez de llevarlo
directamente. Pero él no debería haber reaccionado de la forma en que
lo hizo. Ella sabía eso. Y aún así, una pequeña parte de ella también
entendía por qué lo hizo.
Un golpe en su puerta la sobresaltó. Esperando a Meredith o a
Winston, ella dijo—: Entre. —Ni siquiera se molestó en secar sus lágrimas,
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sabiendo que Meredith había oído todo, y que Winston debió haber sido
informado para entonces. Giró su cabeza hacia la ventana mientras la
puerta se abría.
—Hola.
Se sobresaltó ante la voz, pánico apretando su pecho. Sus ojos se
movieron hacia el reflejo de él en la ventana. Alex. Se preguntó si estaba
aquí para enfurecerse un poco más con ella.
Él cerró la puerta tras de sí y se apoyó contra ella, brazos tras su
espalda. Calli intentó secar sus lágrimas a escondidas.
—Prometo que no voy a lastimarte —dijo él, su voz oprimida con
emoción.
Ella se giró hacia él ante sus palabras.
—Lo sé —dijo ella y se dio cuenta que realmente lo sabía.
Angustia cubría su cara, y cuando él vio la cara de ella manchada
por las lágrimas, dejó caer los ojos al suelo, avergonzado. Calli no podía
soportarlo, la tensión entre ellos, ambos sufriendo. Ella se levantó y caminó
hacia él, envolviendo sus brazos alrededor de su cintura, apoyando su
mejilla contra el pecho de él, esperando que su temperamento se
calmara.
—Calli, yo… —Sus palabras se enredaron en su garganta y ella negó
con la cabeza.
—Sólo sostenme, Alex. Por favor.
Sus brazos la envolvieron, bandas de acero que consolaban. Él dejó
caer su cabeza para descansar su mentón contra la parte superior de su
cabeza. Mientras la sostenía, el dolor de ella lleno de estremecimientos
lentamente desapareció, y una calidez ocupó su pecho, floreciendo hasta
que la abarcó un brillo reconfortante. Los temblorosos brazos de Alex
eventualmente se calmaron.
Ella no supo cuánto tiempo estuvieron así, silenciosos y quietos, antes
de que él levantara una mano y acariciara su cabello.
—Callo, lo siento tanto.
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Ella se inclinó hacia atrás y lo miró, sin abandonar su abrazo.
—Lo siento también, Alex. Más de lo que puedas imaginar.
—¿Por qué? —preguntó él, genuinamente confundido.
—Por intentar llevarte a algo para lo que no estás preparado. Por
herirte, Alex, espero que sepas que nunca haría algo para lastimarte. Al
menos no a propósito.
La cara de Alex reflejó incluso más agonía que antes. Inclinó su
cabeza hacia atrás y la golpeó contra la puerta, una vez, suavemente.
—No tienes nada por lo que disculparte, Calli.
Él la saltó, tomando su mano y guiándola de regreso al asiento de la
ventana. Él se sentó, y Calli se sentó junto a él, metiendo su brazo entre el
suyo.
—Antes, cuando yo… cuando me enfadaba tanto Calli, yo…
—Está bien.
—No —dijo él, negando con la cabeza—. No está bien. Desde… —
Pareciendo incapaz de encontrar las palabras para describirlo, señaló con
una mano su cara y el lado derecho de su cuerpo—, siento como que
tengo esta cosa, esta bestia, rugiendo dentro de mí. Cuando me paro
afuera en el atardecer, y grito como lo hago, es mi forma de liberarla. Le
doy la oportunidad de rugir para poder controlarla el resto del tiempo.
Calli frunció el ceño en su dirección. Era extraño, él hablando de “la
bestia” como si fuera algo vivo.
—Y por lo general puedo. De hecho, desde que llegaste, no había
tenido que intentar controlar la bestia para nada. —Se encogió de
hombros—. No puedo recordar la última vez que me paré afuera y la dejé
salir. No me había dado cuenta hasta hoy cuando volvió tan
violentamente. Te asusté, lo sé, y nunca me voy a perdonar.
—Alex —dijo Calli, queriendo alejar esto de él. Definitivamente, Alex
no necesitaba otra cosa por la que sentirse culpable. Queriendo que él lo
entendiera, ella tomó su brazo y lo envolvió a su alrededor, acurrucándose
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contra su costado—. No estaba asustada por mí… Bueno, quizás un poco.
Más estaba asustada por ti.
—¿Qué? —Él sonaba incrédulo.
—Pretendes que nunca tienes dolor, pero puedo ver cuando sufres.
Puedo ver lo mucho que intentas ocultarlo, pero sé que después de que te
ejercitas, tienes dolor. Y ya que ya has ejercitado, no puede haber sido no
doloroso lanzar las cosas que lanzaste. Me preocupé de que te lastimaras.
Me preocupé de que te retrajeras en tu cascarón de la rabia que tenías la
primera vez que vine. Me preocupé de que me enviaras lejos. Pero nunca
me preocupe de que me lastimaras… Físicamente, claro.
Alex la miró como para leer la veracidad de sus palabras. Su cara
reflejaba su incertidumbre.
—Pero te alejaste, llorando.
—No debería haberme alejado. Debería haberme quedado. El llanto
habría llegado de todas formas —dijo ella con una sonrisa—. No quiero que
me odies, Alex. Y eso es lo que me asusta más.
Alex envolvió su otro brazo alrededor de ella y la acercó a él.
—Eso no va a suceder, Calli. Nunca. Lo prometo.
Ella lo abrazó, ese cálido sentimiento abarcándola una vez más.
—Esto está bien. No creo que pueda soportarlo.
—Entonces —dijo él, apretándola—, ¿una fiesta, eh?
Ella rió.
—No, Alex. Sin fiesta. No lo diré de nuevo.
Alex dejó salir un suspiro.
—Deberíamos tener una fiesta.
—¿Qué? —Ella se sentó erguida, mirándolo—. ¿Qué estás diciendo?
Él sonrió.
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—Creo que estoy diciendo “adelante y has una fiesta”. Estaré ahí,
incluso si significa ser la atracción principal. —Ella negó con la cabeza,
abriendo su boca para protestar. Él puso un dedo en su labio para
detenerla—. Insisto. Por favor, Calli. Hazlo por mí.
Ella le sonrió.
—¿De verdad?
—De verdad.
Ella lo besó en los labios, un beso rápido, un beso de
agradecimiento, antes de acurrucarse contra él nuevamente.
—Gracias, Alex. No te arrepentirás. Lo prometo.
Alex enderezó su cuello por décima vez. Abotonó su camisa del
todo, luego desabotonó los dos primeros botones. Los volvió a abotonar.
Por primera vez, deseó un espejo. No había espejos en la casa desde que
él los rompió, un año después de que se mudaron. Algunos chicos habían
venido desde el pueblo para mirarlo desde el jardín, para reírse de él o
insultarlo. Había dejado que la bestia saliera, y juntos rompieron muchos de
los espejos.
Su padre los había movido todos. Pensaba que estaban en algún
lugar en donde Alex no podía encontrarlos. Él no sabía que Alex sabía
exactamente dónde estaban, y que de hecho usaba la habitación de los
espejos, como la llamaba él, cuando sentía muchas ganas de torturarse.
En la habitación, con espejos contra cada pared, no podía escapar de su
imagen.
Ahora, no tenía forma de ver cómo se veía. Si era mejor abotonada
del todo o levemente desabotonada. ¿Debería enrollar sus mangas un
poco o dejarlas firmemente alrededor de sus muñecas? Se preguntó cómo
se veía su cabello. Lo había combatido, sabiendo que era rizado, pero no
tenía idea de si había algún mechón sobresaliendo, o si se veía como un
tonto.
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Definitivamente se arrepentía de decirle a Calli que haría esto. No se
retractaría, sin importar lo mucho que quisiera hacerlo. Le había dado su
palabra y la mantendría. Sólo deseaba tener un espejo.
Un golpe sonó en su puerta. Su padre la abrió y metió su cabeza
adentro.
—¿Puedo entrar? —preguntó.
—Seguro. —Alex dejó de inquietarse y se dio la vuelta para enfrentar
a su padre. Estaban trabajando en su relación, intentando superar todos
los años de silencio y de paredes levantadas, pero iba a tomar tiempo.
—Te ves genial —dijo su padre y Alex comenzó a inquietarse de
nuevo, abotonando y desabotonando su camisa.
—¿De verdad? —preguntó inseguro—. ¿Mi cabello está bien?
Su padre dio un paso hacia adelante y puso sus manos sobre las de
Alex.
—Tu cabello luce genial. Mantén los botones sueltos. —Hizo una
pausa, luego dijo—: Van a mirar fijamente al comienzo, Alex.
Las manos de Alex cayeron a sus costados y sus hombros se
hundieron.
—Lo sé.
—Pero si te abres con ellos, como lo haces con Calli, van a ver lo
genial que eres. Entonces, no van a seguir mirando fijamente.
—Bueno, puedo esperarlo de todas formas —dijo Alex, aunque su voz
no tenía esperanza.
—No tienes que hacer esto, hijo.
Alex cuadró sus hombros.
—Sí, tengo que.
Su padre lo miró intensamente por un momento. Apretó el hombro
de Alex.
—Está bien. Estaré en mi oficina si necesitas algo.
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—Está bien, gracias… Papá.
Winston le sonrió y abandonó la habitación. Alex lo había escuchado
intercambiar saludos con Calli en el pasillo y sintió emoción al escuchar la
voz de ella. Él sabía que su beso esa noche no significaba nada para ella,
que, para ella, no era más que un amigo besando a una amiga. Pero para
Alex, lo había tambaleado todo. Nadie lo había besado desde que era un
niño. Y entonces, sólo era su madre. El breve beso de Calli había enviado
sentimientos por su cuerpo que nunca había experimentado antes.
—Bueno, mira quién se ve guapo —dijo ella desde la puerta. Sus ojos
la escanearon de pies a cabeza, apreciando su falda floreada que
terminaba justo sobre la rodilla, y su blusa blanca, viéndose de todo menos
que algo sosa en ella.
—Estoy viendo —dijo él.
—Ja, ja —se burló ella, entrando a la habitación—. ¿Nos hemos
reducido a frases cursi, Alex?
—Claro, lo que sea que funcione —dijo él.
Ella caminó hasta él.
—En serio, Alex, te ves estupendo. Nunca te había visto en nada que
no fuese camisetas o sudaderas. —Recorrió su brazo con su mano, alisando
la manga—. Me gusta esto.
Él extendió su mano, nervioso, y tocó los botones.
—No sé si debería dejarlos así o…
—Definitivamente así —dijo ella.
—No tengo un espejo.
—Lo noté. Créeme. No necesitas uno.
—No tienes que ser tan amable, Calli. Te dije que vendría.
Ella lo empujó con su hombro, dándose cuenta que él era la única
persona a la que le hacía eso. Había comenzado como una forma segura
de tocarlo, y ahora era… algo suyo y de Alex, supuso ella.
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—No estoy siendo agradable. Estoy siendo honesta.
Él aclaró su garganta.
—Bueno, te ves increíble. Pero claro, siempre lo haces.
—No tienes que alagarme, Alex. Te dije que vendría.
Él entrecerró sus ojos ante su sarcasmo.
—Ya que ahora estamos pasando a las frases cursi, también debería
decir que, mientras estés a mi lado, nadie me notará. Todos estarán
mirándote a ti.
Preocupación oscureció la expresión de ella.
—Alex, si estás incómodo…
—Por supuesto que estoy incómodo —le dijo honestamente—, pero
eso no va a cambiar nunca, a menos que haga algo, ¿cierto?
Ella aún se veía insegura, así que él le dio la sonrisa con más
confianza que pudo reunir. Dio un paso hacia adelante y extendió una
mano hacia ella.
—¿Vamos?
Ella puso su mano en la de él. Se veía tan nerviosa como se sentía.
Juntos, caminaron por las escaleras.
Alex se detuvo nervioso cerca de la mesa de la comida. A Calli le
hubiera gustado tener las palabras para hacer esto mejor. Se estaba
arrepintiendo de la idea de la fiesta. Estaba atada en nudos, preocupada
por la reacción de todo el mundo a Alex. No quería hacerle daño.
Había llamado a cada uno individualmente, les explicó cómo se veía
y por qué. Les dijo del gran hombre que era, y lo mucho que le gustaba.
Todos ellos sonaron simpáticos a sus heridas, y se comprometieron a no
curiosear, pero no sabía lo que harían.
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El timbre sonó y ella miró como Alex se ponía rígido. Quería ir con él,
estar a su lado. Pero pensó que sería mejor darles la bienvenida y luego
introducir a Alex.
Brittany, Brandon, y Jennae fueron los primeros en llegar, justo como
ella les había pedido. Eli no sería capaz de llegar hasta más tarde. Corrió
hacia la puerta, chillando junto con Brittany y Jennae mientras se
abrazaban unas a otras con entusiasmo. Abrazó a Brandon también, y
luego se volvió hacia Alex.
—Alex, estos son Brittany, Jennae y Brandon. Chicos, este es Alex.
Alex levantó la cabeza hacia ellos lentamente. Calli escuchó
claramente a Brittany y Jannae tomar aliento. Los tres se quedaron
paralizados. La mandíbula de Alex se tensó una vez, pero él levantó una
mano en señal de saludo. Brandon se adelantó, con la mano extendida.
—Hombre, encantado de conocerte. —Alex vaciló. Brandon se
volvió para mirar a las chicas y luego le sonrió a Alex con complicidad—.
Lo siento, amigo, no voy a gritar y abrazarte como ellas.
Alex se rió y tomó la mano de Brandon, dándole una sola sacudida.
Brittany y Jennae rieron y se acercaron, también estrechando su mano.
Entonces comenzaron inmediatamente llenando a Calli con los chismes
que se había perdido, deteniéndose sólo lo suficiente como para explicar
a Alex quienes eran las personas de las que hablaban. Calli se movió para
estar al lado de Alex, deslizando su mano en la suya. El gesto no pasó
desapercibido para los otros tres, pero a Cali no le importaba. Tan pronto
ella había tomado la mano de Alex, él agarró su mano con fuerza, como si
fuera su apoyo. Ella no lo iba a dejar ir.
Una hora más tarde la habitación estuvo llena de chicos. En el
momento en que habían empezado a llegar, Brandon, Jennae y Brittany
estaban cómodamente hablando y riendo con Alex. No evitó a los demás
mirar fijamente, por supuesto, pero le hacía parecer menos extraño para
ellos. Calli sabía que la mayoría de ellos habían venido por curiosidad,
tanto de Alex y de estar en la Casa del Monstruo. A ella no le importaba
por qué vinieron, sólo estaba agradecida que lo hubieran hecho. La
música era estruendosa. Los chicos bailaban, reían, hablaban y comían la
increíble comida de Javier. Y aunque Alex permaneció cerca de la pared,
parecía relajado.
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Él le había advertido de antemano que no bailaba, así que ella no
preguntó. Era consciente de que él no quería darles algo más de qué
asombrarse. Ella bailó un par de veces con otras personas cuando le
preguntaban, pero la mayoría del tiempo se quedó cerca de Alex, no por
obligación, sino porque quería. Disfrutaba de su compañía más que la de
nadie más aquí. Con Alex, ella sabía que le gustaba por ser quien era, no
por su aspecto o por cualquier otra razón somera. Él la conocía mejor que
nadie, incluso que Brittany o Jennae.
Ella se sorprendió cuando empezó una canción lenta y Alex la llevó
hacia la pista de baile, empujándola entre sus brazos y moviéndose con la
música.
—Pensé que no bailabas —dijo.
—Técnicamente, esto no es bailar —dijo—. Es sólo abrazarse y
moverse vagamente a tiempo con la música.
Ella se echo a reír.
—¿Eso es una justificación?
Él se encogió de hombros.
—Honestamente, no podía soportar verte bailar con todos esos otros
chicos y no tener la oportunidad de hacer lo mismo.
—¿Celoso, Alex? —bromeó. Él sólo se encogió de hombros y su
sonrisa decayó. Él estaba celoso. ¿Qué significaba eso?—. Alex yo…
—Sólo bailemos, ¿de acuerdo? —dijo, atrayéndola más cerca.
Calli estaba atónita. Pasaba mucho tiempo con Alex, se había
acostumbrado tanto a la forma en que estaban juntos que no había
pensado… no siquiera pensó… y entonces se dio cuenta que lo había
hecho. Había pensado en él de esa forma. Cada vez que ella lo miraba,
cada vez que ella sostenía su mano o él ponía su brazo alrededor de ella.
Pensó en la calidez que la impregnaba cada vez que estaba cerca de él,
y cuánto más feliz era cuando estaba con él.
—Cinco minutos para la medianoche —gritó alguien. Alex la soltó
cuando la música se detuvo y el televisor estaba encendido en el canal
que mostraba la bola del Time Square siendo preparaba para caer.
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Brittany empezó a repartir los sombreros y silbatos que estaban en la mesa.
Calli estaba al tanto de todo lo que estaba pasando, pero no podía
apartar los ojos de Alex mientras la comprensión se apoderaba de ella.
Ella amaba a Alex.
Alex era consciente del escrutinio de Calli. No debería haberle dicho
nada. Se sentía un tonto. Ella era su amiga. No quería perder eso, no quería
que las cosas volvieran incómodas entre ellos porque él le había dado una
pista de que lo que sentía por ella era algo más que eso.
Tomó un sombrero y un silbato, y le dio uno a Calli. Ella los tomó
distraídamente, mirándolo.
—Dos minutos —gritó alguien. Todos se reunieron alrededor de la
gran pantalla de televisión. Alex dio un paso a un lado, no queriendo estar
en el centro de la celebración. Calli tiró de su mano y él la miró. Ella movió
un dedo hacia él, caminando hacia la puerta y empujándolo con ella.
Salió a una terraza con vista a la ciudad. Desde aquí, podían oír los
ruidos emocionados desde el interior, pero no podían ver nada… o ser
visto.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Nada —dijo ella, y se rió nerviosamente—. Sólo quería decir… me
refiero a que, yo quería preguntarte… um, ¿sabes acerca de la tradición
del Beso de Año Nuevo? Se supone que tienes que besar a la persona que
amas a medianoche para asegurar un año de felicidad juntos.
Alex no estaba seguro de lo que ella quería decir.
—Sí, conozco la teoría. Es sólo un cuento de viejas, Calli. Realmente
no quiere decir…
—¡Alex! —Lo interrumpió bruscamente, rodando los ojos—. Estás en
cierto modo quitándole el romance a todo esto.
—¿Romance? —preguntó. Sabía que sonaba como un zoquete,
pero no sabía lo que ella… de pronto, un pensamiento se le ocurrió. Tal vez
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le decía que había alguien a quien quería besar a medianoche. Tal vez
sentía que debía advertirle dado que ella vivía en su casa. O a causa de
sus estúpidas palabras anteriores.
Eli se había presentado, y Alex no estaba tan ciego como para no
poder ver cuánto le gusta Calli a Eli, o lo enfadado que pareció estar
cuando Calli se quedó al lado de Alex, sosteniendo su mano la mayoría de
las veces.
—Calli, si hay alguien a quien quieras besar, no necesitas mi permiso
—se obligó a decir. La idea de verla besando a alguien le hizo sentirse
físicamente enfermo. Ella no necesitaba su permiso, pero él tampoco
estaba para ver.
—¿No? —preguntó ella.
—Por supuesto que no —dijo, más bruscamente de lo que había
previsto—. Creo que voy abajo ahora. Estoy cansado.
Él se dio la vuelta y ella puso una mano en su brazo, deteniéndolo.
Podía oír a los otros en el interior comenzando la cuenta regresiva.
—Alex —dijo.
—Diez. Nueve. Ocho. —Sus voces sonando en conjunto,
emocionados. Si Calli quería besar a alguien, tendría que darse prisa.
—Va a ser muy difícil besarte si vas abajo.
—Seis. Cinco.
Alex tragó.
—¿Quieres besarme?
Calli sonrió.
—Sí, quiero. ¿Eso está… eso está bien?
—Tres. Dos.
Alex se acercó a ella, colocando un brazo alrededor de su cintura.
—¡Uno! —gritó todo el mundo, aplaudiendo con fuerza y soplando
sus silbatos.
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Alex vaciló, dándole la oportunidad de cambiar de opinión. En
cambio, ella volvió la cara hacia él. La atrajo hacia sí, su boca tocando la
de ella, gentilmente, aún dándole la oportunidad de alejarse. Ella envolvió
sus brazos alrededor de su cuello, inclinando la cabeza a modo de
invitación. Alex no tuvo que preguntar dos veces.
Envolvió su otro brazo alrededor de su cintura, profundizando el beso
mientras la llevaba aún más cerca. Pensó incluso que se convertirían en
una sola persona, y aún así no estarían lo suficientemente cerca. Ella abrió
su boca bajo la suya y el mundo se sacudió. La levantó, fusionando sus
cuerpos tan herméticamente como sus bocas. Éste beso no fue un beso
amistoso, no había nada de gratitud en él.
Era vulnerabilidad cruda, toda una vida de soledad se hizo añicos,
Alex fusionándose a alguien de una forma que nunca imaginó posible. Ella
igualó su pasión y la sintió con la suya propia.
Él se apartó, queriendo ver su expresión, para saber si se había
imaginado su sentimiento. No lo había hecho. Estaba allí en sus ojos.
Lentamente la regresó al suelo.
—Bueno, Alex, um, vaya —suspiró, sonriéndole—. Si hubiera sabido
que tenías eso en ti, no habría esperado tanto tiempo.
Alex se rió y la besó de nuevo.
—No puedo creer que nunca hayas conducido un auto antes.
Alex se encogió de hombros ante la declaración de Calli.
—¿A dónde iba a ir?
—No lo sé —dijo—. ¿Por un paseo? Pensé que todos los de quince
años no veían la hora de ponerse al volante. Eso fue hace tres años para ti.
Él sólo se encogió de hombros.
—De acuerdo, está bien. Lo primero que tienes que hacer es poner
la llave en el contacto.
Alex puso los ojos en blanco y ella rió.
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—Bueno basta de ser un sabelotodo… o debería decir, un Alex
inteligente4.
—¿En serio? —dijo él, aunque sonrió—. ¿Eso es a lo mejor que puedes
llegar? Patético, Clayson, patético.
Calli rió de nuevo.
—Está bien. Voy a hablar en serio ahora.
—Lo dudo.
Ella no le hizo caso.
—Pon el pie en el freno antes de ponerlo en marcha. Aunque en un
auto como este —reflexionó ella, pasando una mano por el asiento de
cuero suave—, es probable que no puedas ponerlo en marcha sin tener el
freno puesto. Hay algunas ventajas de ser capaz de conducir algo más
que un auto de más de quince años.
Alex tiró de la palanca de cambios hasta que la línea naranja estuvo
sobre la “M”.
—Bien, ahora levanta tu pie lentamente del freno.
Alex lo hizo, entonces dio un frenazo, repitiendo este patrón hasta
que Calli gritó—: ¡Alto! —Él dio un frenazo de nuevo y se mantuvo allí—.
Alex, ¿alguna vez incluso te has montado en un auto antes?
—Sí, por supuesto —dijo indignado. Luego—, no en el asiento
delantero, en sí, pero…
—Está bien —dijo—. Baja.
—¿Qué?
—Te voy a mostrar en primer lugar. Luego puedes intentarlo. Sabes
Alex, eres tan… capaz de todo, asumí que serías bueno en esto también.
—¿Ah, sí? —dijo, inclinándose hacia ella—. ¿Soy capaz de todo?
Los ojos de Calli cayeron sobre su boca y sonrió.
4 Juego de palabra entre las palabras “smart aleck” o sabelotodo y “smart Alex”.
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—Está bien, tal vez hay algunas cosas en las que eres bueno.
Y luego dejó que Alex le demostrara lo bueno que era.
Calli llamó a la puerta del despacho de Winston. Entró a su orden,
dejando entreabierta la puerta tras ella. Esto no debería tomar mucho
tiempo.
—¿Qué puedo hacer por ti, Calli? —preguntó distraídamente, con los
ojos en su computador.
—Solo he venido a darle las gracias.
Su mirada fue a ella ante eso.
—¿Por qué?
—Por todo. Por mi papá sobre todo.
—Lo está haciendo mucho mejor, ¿cierto?
Eso era un eufemismo. Era un hombre completamente diferente de
lo que había sido casi seis meses antes. Se había mantenido sobrio, estaba
trabajando para el Sr. Stratford en el banco, y pedía hablar con Calli todos
los días.
—Si no hubiera hecho…. lo que ha hecho, por él, quiero decir,
entonces, ¿quién sabe cómo estaría ahora? Siempre he tenido un poco de
miedo de que no viviera lo suficiente para verme graduarme. Ahora, creo
que va a vivir lo suficiente para ser algún día un abuelo. Y tengo que darle
las gracias por ello. Yo no habría sido capaz de hacerlo por mi cuenta.
Winston se echó hacia atrás en su silla, cruzando las manos sobre su
estómago.
—Así que, mi ayuda trajo a tu padre de vuelta a ti, y tu ayuda trajo a
mi hijo de vuelta a mí. Puedo decir que estamos a mano.
—No del todo —dijo Calli. Él levanto una ceja—. Quiero decir, le
debo mucho más. Me trajo hasta aquí, me dio un buen lugar para
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alojarme, me dio al Sr. Palmer, quien me ha enseñado mucho más que
cualquiera de mis maestros. Pero aun más, usted trajo a Alex a mi vida.
—Sí, me he dado cuenta de lo cercano que se han vuelto.
Calli se sonrojó, pero no lo negó.
—Así que, a pesar de que he recibido una gran cantidad de todo
este trato, quiero pedirle algo más.
—Por favor, dime —dijo Winston, con una sonrisa divertida en su
rostro.
—Quiero quedarme.
Winston se sentó erguido abruptamente.
—¿Qué quieres decir con, quedarte?
—No quiero decir para siempre —dijo ella, levantando una mano—.
Sólo quiero decir hasta la graduación. Admito que la idea de volver a mi
escuela con todos esos maestros es menos que atractiva, pero esa no es la
razón. —Miró a Winston a los ojos, deseando que viera su sinceridad—.
Quiero quedarme aquí con Alex. Él y yo podemos estar en la graduación
de una clase de dos.
Winston cruzó las manos sobre la mesa y bajó la mirada a ellas.
Finalmente levantó su mirada hacia ella.
—Hecho.
Calli dejó escapar un suspiro. Eso fue fácil. Había pensado que sería
la parte más difícil.
—Sólo una cosa más.
—Por supuesto —bufó.
—No quiero el dinero.
—¿Qué?
—No quiero el dinero que dijo que me pagaría. Ya no me parece
bien. En aquel entonces, lo único que podía pensar era que debía recibir
algo por pasar el tiempo con el monstruo. Pero ahora…
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—Calli, te prometí seis mil dólares por quedarte aquí y hacerte amiga
de Alex. Creo que has ido más allá de lo que te pedí.
—Pero…
—No, Callie. No habrá más discusión sobre esto. Te prometí seis mil.
Eso es lo que te voy a dar.
Calli abrió la boca para discutir, pero no fue capaz de decir una
palabra antes de que la puerta fuera brutalmente abierta. Se dio la vuelta
para ver a Alex de pie en la puerta, una mezcla de rabia, dolor y odio
desfigurando su rostro.
Alex escuchó sus voces y con la intención de entrar al despacho
hasta que las palabras de Calli lo dejaron frío.
—… debería recibir algo por pasar el tiempo con el monstruo.
Y luego la impactante respuesta de su padre:
—Calli, te prometí seis mil dólares por quedarte aquí y hacerte amiga
de Alex. Creo que has ido más allá de lo que te pedí.
—Pero…
Alex estaba pasmado. Su padre le había pagado para que fuera su
amiga, ¿y ahora ella pedía más? ¿Pensaba que merecía más por
pretender que le agradaba… tal vez incluso que le amaba?
—No, Callie. No habrá más discusión sobre esto. Te prometí seis mil.
Eso es lo que te voy a dar.
La ira lo empujó. Abrió la puerta de un empujón con toda su fuerza.
Calli saltó y se volteó culpablemente. Su padre también parecía un
hombre condenado a muerte.
—¿Le pagaste? —Sus palabras salieron en un arranque de ira.
—Alex, no es…
—¿No es qué, padre? —gritó Alex—. ¿No es exactamente lo que
acabo de oír? ¡Respóndeme! ¿Le pagaste?
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—Sí, pero…
La mirada de Alex giró vehemente hacia Callie, quien rápidamente
bajó la mirada, pero no antes de que él viera las lágrimas brillando en sus
ojos.
—Bueno, hiciste un muy buen trabajo, ¿cierto? Tan bueno, que
incluso me tenías convencido.
Sus ojos alcanzaron los de él, y extendió una mano de modo
suplicante.
—Alex…
Él se volteó y huyó de la habitación. El enojo y dolor tiñendo su visión.
Había un solo lugar en el que quería estar.
Calli lentamente subió por la oscura escalera. La oscuridad
realmente no importaba. Su visión habría sido borrosa por las lágrimas de
todas formas. Ella sólo podía imaginar cómo la conversación entre ella y
Winston debe haber sonado para Alex.
Le había tomado tiempo de convencer a Winston dejarla ir tras Alex.
Ella sabía donde iría. Sabía que Winston nunca lo encontraría.
Finalmente llegó a la parte superior de las escaleras, dándose
cuenta de ello solo porque chocó contra la puerta. Giró la manija,
agradecida de que estuviera sin cerrojo. Entró en la tenue luz. Camino
rápidamente por el pasillo y, con los nervios retorciendo su estómago, sacó
el cerrojo y abrió la puerta del balcón.
Él no estaba ahí. Derrotada, Calli salió y caminó por el pequeño
perímetro, como si él pudiera estar escondiéndose. Le echó una ojeada a
la ciudad. La mayor parte de la nieve se había derretido, pero el frío aire
era cortante y quemaba sus pulmones. Inhaló profundo, acogiendo el
dolor, después volvió adentro.
Se dirigió a las escaleras, pero se detuvo repentinamente porque
escuchó un chasquido de uno de los cuartos. En todas las veces que ella y
Alex habían subido aquí, nunca habían entrado a ninguna de las
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habitaciones. No es que no sintiese curiosidad por ellas, pero Alex siempre
le decía que era solo un almacén para viejos trastes, y la apuraba más allá
de ellas.
Se detuvo en la puerta que parecía ser el origen del ruido y colocó
su oído contra la puerta, escuchando. Escuchó un sonido como un sollozo,
después un fuerte estruendo. Abrió la puerta de un tirón.
Espejos, algunos enteros, algunos otros rotos estaban en cada
superficie del cuarto. Ella estaba reflejada unas miles de veces. Y Alex…
Alex estaba reflejado junto a ella. Entró, momentáneamente confundida
por la variedad de replicas antes de observarlo. Él se la quedó mirando,
estupefacto de que lo haya encontrado. Su sorpresa se derritió
rápidamente en una mirada de acusación y enojo. Ella se acercó a él.
—Alex, yo…
—Lárgate —gruñó.
—No.
Su abrupta negativa solo pareció exasperarlo. Él levantó un largo
espejo de marco dorado y lo arrojó a través del cuarto. Se hizo añicos con
un ensordecedor sonido, llevándose un par de espejos con él.
—¡Lárgate!
—¡No! —gritó ella en respuesta.
Él se alejó de ella y lanzó un puño chocando contra otro espejo.
—¡Detente, Alex!
—¿Qué te importa? —gruñó, volteándose y poniendo su cara frente
a la de ella, sus narices tan cerca que casi se tocaban—. ¿Tienes miedo de
él que retenga algo de tu dinero?
Calli empujó contra su pecho. Desprevenido, él se tropezó
retrocediendo unos pasos antes de recuperarse. Sus puños apretados a sus
costados y sus hombros encorvados hacia adelante en amenaza. Ella
cruzó sus brazos sobre su pecho, rehusando a retroceder, apretando su
boca y estrechando sus ojos.
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Derrotado, Alex se desplomó en el suelo.
—Por favor —dijo, su cabeza colgando—, déjame solo.
Calli descruzó sus brazos ante la agonía en su voz. Ella no se acercó
más, pero se sentó en el piso, mirándolo. Se sentaron así, en silencio, por
largos minutos. Finalmente él levantó su cabeza y la miró. El corazón de
Calli se contrajo ante la total desesperanza que vio en sus ojos.
—Dime —dijo—. Dime todo. La verdad.
—Está bien —dijo Calli, exhalando. Le dijo todo, el trato que habían
hecho, lo que él había hecho por su papá—. Recurrí a tu papá esta noche
para…
—Sé para que fuiste —la interrumpió Alex.
—No, Alex, no lo sabes. Quieres toda la verdad, así que déjame
decírtela. Recurrí a tu papá para pedirle que me dejara quedarme. Sólo
hasta el final del año escolar. Le pedí que me dejase quedar contigo. Y le
dije que no quería su dinero.
Alex se rehusaba a encontrarse con su mirada, pero podía ver en la
manera que estaba apretando la mandíbula que no le creía. Ella se
escabulló hacia adelante hasta que estuvo frente a él, esperando que no
se cortase con ninguno de los pedazos de vidrio que ensuciaban el piso. Él
se puso tenso mientras ella se acercaba, pero se quedó en su lugar.
—Alex —dijo, extendiendo una mano hacia él. Él se alejó muy
ligeramente cuando ella lo hizo, así que no lo tocó como quería hacer—.
Debes saber algo. Cuando vine aquí por primera vez, honestamente no
sabía qué esperar. Sentía que no tenía opción. No teníamos dinero. No
podía pagar la multa por violar el traspaso a propiedad privada. Estaba
atrapada.
Alex se retorció ante su palabra atrapada.
—Después vine, y te conocí, y descubrí que no eras un monstruo en
absoluto. —Alex levantó sus rodillas, envolviendo sus masivos brazos
alrededor de ellas—. Te volviste mi amigo de verdad, Alex. Y después, te
volviste mucho más.
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—Por favor. No. —Las palabras fueron bajas, enojadas, arrancadas
de su garganta. Calli sabía que no podía rendirse, no ahora. Esta era su
única oportunidad de no perderlo.
—¿Puedo… puedo mostrarte algo? —preguntó. Él no respondió, así
que decidió tomarlo como un sí. Miró alrededor hasta que entonces vio un
pedazo de espejo que era más o menos del tamaño de su cara. Cuando
lo recogió, él finalmente se encontró con su mirada—. Te ves a ti mismo
como un monstruo, Alex. Yo no. Quiero mostrarte como te veo. —Lenta,
cuidadosamente, ella levantó el pedazo de espejo y lo puso contra su
cara, justo en el centro en vertical. Ella inclinó el espejo un poco hacia el
lado lesionado de su cara. Alex no podía evitar ver su reflejo ya que estaba
en todos lados. Con el espejo así, su cara se reflejaba completa, sin daños.
Por un momento, Calli esperó que él pudiera verse como ella lo hacía. Ella
alejó el espejo, bajándolo y llevando ambas manos en alto para ahuecar
su cara.
—Alex, eres hermoso para mí. Tu corazón, tu alma, tu mente. Quiero
decir, ¿qué niño de siete años entra corriendo a una casa en llamas para
tratar de salvar a su mamá y hermana? ¿Y luego se culpa por no ser capaz
de lograr lo imposible? Solo alguien que le importan los demás más que sí
mismo. Puedo ver que sientes dolor gran parte del tiempo, pero tratas de
esconderlo porque no quieres que nadie se preocupe por ti. Eres amable,
divertido e inteligente, y no hay nada que te haya pedido que no hayas
estado dispuesto a hacer; excluyendo la fiesta de Navidad —ella sonrío—.
Me perdonaste por mirarte fijamente, y cuando te diste cuenta que tu
padre no te culpaba por lo de tu mamá y hermana, lo perdonaste por
todo esos años de dolor. —Dejó salir el aliento—. Nunca he conocido a
alguien tan hermoso como tú. Y sí, sé que a los chicos no les gusta que los
llamen hermoso, pero ahí lo tienes.
Alex miraba fijamente en sus ojos, con dolor y confusión en guerra.
—Alex, hiciste que me enamorase de ti.
Como si sus palabras fueran el catalizador que él había estado
esperando, se estiró y gentilmente tiró de sus manos de su cara. Las dobló
entra las suyas por unos segundos, mirando sus manos, las de él
manchadas con sangre.
—Tienes que irte ahora —dijo.
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—¿Qué? —Callie estaba pasmada.
—Quiero que te vayas. Quiero que vayas casa.
—Esta es mi casa —dijo sin pensarlo.
—No —refutó él firmemente—. Ésta no es tu casa. Tu tiempo se
acabó. Debes irte ahora.
Calli solo se lo quedó mirando con incredulidad mientras un
demoledor dolor desmoronaba su corazón. Él soltó sus manos y se puso de
pie, pasando a un lado de ella y dejando la habitación. Calli no sabía
cuánto tiempo se sentó ahí, paralizada, antes de finalmente moverse.
Él se había ido.
Por lo tanto, ella se fue.
Alex no había ejercitado desde que Calli se había ido, y lo estaba
sintiendo. Su cuerpo estaba entumecido y adolorido. Él pensó que se lo
merecía.
—Alex. —La voz de su padre que provenía desde la puerta era fuerte
y clara, pero Alex lo ignoró de todas formas—. Escucha, Alex, tienes todo el
derecho de estar enojado conmigo por hacer lo que hice. Lo hice porque
te amo y trataba de ayudarte. Aun así, sé que fue una mala manera de
manejarlo.
Alex se volteó hacia su padre.
—¿Ella te sobornó? ¿Por eso le pagaste?
La boca abierta de su padre le respondió.
—Al contrario. Yo la soborné a ella.
Entonces, pensó Alex, ella había dicho la verdad.
—Hijo, he pasado los últimos diez años viviendo con arrepentimiento.
Daría casi todo para volver atrás y cambiar las cosas. Daría absolutamente
todo si pudiera tener un momento más con tu mamá.
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Alex permaneció en silencio.
—Ahora, puedes sentarte aquí y regodearte en la autocompasión
por el resto de tu vida si eso es lo que quieres. O puedes ser un hombre,
recuperarte, y llevar tu trasero a la ciudad y rogarle que te acepte de
regreso. Cada minuto que estás sentado aquí es otro minuto
desperdiciado que podrías pasar con Calli.
Sin otra palabra él dejo la habitación. Alex miró el espacio que había
ocupado. Esas no eran exactamente las palabras de ánimo que había
esperado tener cuando su papá decidió hacerlo, como él había sabido
que haría.
Alex sonrió.
Faltaban tres días para la graduación. Calli había estado esperando
por la graduación por tanto tiempo como su oportunidad para escapar.
Ahora se sentía desconectada de ella. Había esperado que su graduación
fuera con una clase más pequeña comparada con la que estaría
caminando el viernes.
Ella bajó la mirada al sobre en su mano, dando golpecitos sobre el
tablero donde estaba sentada. Realmente no estaba preocupada de que
fuera un rechazo de admisión de la Universidad. Estaba razonablemente
confiada en su aceptación. Pero abrirlo significaba otro cambio en su vida.
Y ahora mismo, no estaba segura de querer lidiar con algo como otro
cambio.
La criada que Winston había contratado para su padre estaba
perenne en su casa todos los días. Calli trató de insistir en que se fuera,
pero Winston primero la había convencido de mantenerla haciéndola
sentir culpable ya que ella estaría sin trabajo si él la dejaba ir. Y después él
le había informado que la criada, Marla, quería quedarse por motivos
personales. Sólo había necesitado ver una vez a su padre y Marla para
entender cuáles eran esos motivos personales.
El interno de Winston había mantenido muy bien sus libros. Calli lo
estaba haciendo ahora. El saldo en su chequera era demasiado alto.
Había más que el esperado sobrante de seis mil dólares. Pero como había
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sido hecho por el interno, Calli no pudo rastrear de donde vino el dinero,
a pesar que sabía exactamente de donde vino. Había más que suficiente
para pagar la universidad.
Abrió el sobre y leyó la esperada aceptación. Le envió un texto a
Brittany —el celular otra cosa nueva e inexplicable que había aparecido—
y le contó las noticias. Brittany y Brandon también habían sido aceptados.
A ambos les habían otorgado becas escolares muy generosas y anónimas.
Calli no pensaba que fueran tan anónimas. Eli, quien ya no le estaba
hablando a Calli, decidió que la universidad no era para él, y había estado
trabajando con su papá en la tienda de reparación de autos.
Su timbre sonó, y Calli se puso de pie. Probablemente era Brittny. Ella
casi quería ignorarla, pero dado que acababa de enviarle un texto sobre
la carta, no podía pretender que no estaba en casa. Abrió la puerta… y se
congeló.
Alex estaba de pie en su porche, usando un largo abrigo. Hacía
demasiado calor para semejante prenda, pero supuso que él no quería
que nadie lo viera mientras conducía a la ciudad. Ella levantó la mirada
hacia él, absorbiendo la vista de él. Lo había extrañado tanto que dolía.
Pero había sido claro rechazándola. Y ahora, aquí estaba.
—Hola —dijo, arrastrando los pies incómodamente.
—Hola —dijo ella. Arrancó su mirada y observó detrás de él, viendo el
auto con el que le había enseñado a conducir estacionado en su entrada.
Se veía claramente fuera de lugar en este vecindario—. ¿Tú condujiste?
—Sip —dijo. Y extendió una pequeña tarjeta de plástico—. Es oficial
ahora.
Calli bajó la mirada a ella, sorprendida. Él le había dicho que no
tendría una licencia porque no quería una foto de sí mismo. Pero ahí
estaba él, observándola desde la pequeña tarjeta rectangular.
—¿Puedo… entrar? —preguntó con vacilación.
—Oh. Sí, por supuesto —dijo, retrocediendo para dejarlo entrar. Él
entró y miró alrededor. Calli siguió su mirada con la suya, tratando de ver
su casa a través de sus ojos. Era claramente pobre y antigua, pero al
menos estaba limpia.
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—¿Estamos solos? —preguntó.
—Sí. Papá está en el trabajo, y Marla no viene hasta que él está aquí.
—Escuché de eso —dijo con una sonrisa—. ¿Te molesta?
—¿Mi papá y Marla? —Ella ladeó su cabeza—. No, en realidad no.
Mi mamá murió dándome a luz, así que no la conocí. Todo lo que tengo
son fotos. Ella era realmente hermosa.
—¿De tal madre, tal hija, eh?
Calli no estaba segura de qué quería decir. ¿Estaba tratando de
decirle algo?
—¿Puedo mostrarte algo? —preguntó—. ¿Algo que debí haberte
mostrado hace mucho?
—Está bien —dijo ella, curiosa.
Él se desabotonó el abrigo. Ella dio un paso adelante para agarrarlo,
pero él sacudió su cabeza. Confundida, retrocedió. Él tomó aire, tragó
fuerte, cerró sus ojos y lentamente empezó a quitárselo. Calli no entendía;
hasta que vio que debajo de este solo estaba usando pantalones de
ciclismo. Él quitó el abrigo de sus anchos hombros y lo dejó caer al piso.
Calli aguantó la respiración. Había sabido que tenía músculos bien
formados gracias a sus entrenamientos, pero sólo los había visto a través
de su camiseta mojada cuando ellos nadaron o se sentaron al jacuzzi. Él
había logrado ganar mucho músculo, pensó.
Una cicatriz cubría su hombro derecho y bajaba por su brazo. Ella se
acercó y puso su mano sobre ella, pasando sus dedos suavemente por su
brazo hasta el final de la cicatriz.
Él abrió sus ojos y la miró.
Delgados cabos que parecían ríos de cicatrices recorrían la parte
delantera de su pecho en tres lugares. Otra larga mancha cubría sus
costillas y cadera del lado izquierdo, desapareciendo bajo su pretina. Dos
gruesas cicatrices en su muslo se fusionaban en la que ella había visto
antes en su pierna. Ella caminó detrás de su espalda y colocó su mano
sobre la cicatriz más larga que marcaba su espalda.
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Ella trató de imaginar el dolor de un pequeño niño de siete años
cubierto con tan serias quemaduras, acostado en una cama de hospital
con el peso de las muertes de su mamá y hermana sobre su pecho,
anhelando por un padre que no llegó.
Aún detrás de él, ella deslizó sus brazos alrededor de sus costillas,
apoyando su mejilla contra su espalda herida, extendiendo sus dedos a
través de sus costillas. Él se paralizó bajo su toque, y luego pasó sus manos
por sus brazos, entrelazando sus dedos con los de ella.
—¿Todavía piensas que soy hermoso? —preguntó.
Calli lo soltó y se movió para situarse frente a él.
—Incluso más que antes —dijo.
Alex tocó su cintura y ella deslizó sus manos por arriba de sus brazos.
—¿No… te asquea? —preguntó.
—Para nada. En serio, Alex. Te amo, y eso incluye todo sobre ti. —Le
sonrió—. Incluso ese horrible temperamento.
Él apoyo su frente contra la de ella.
—Lamento eso… de nuevo. Lo juro, Calli, si me das otra oportunidad,
seré más cuidadoso contigo.
—Alex —dijo, tocando su mejilla—. No soy tan frágil.
—¿Puedo besarte ahora? —preguntó.
—Por favor —dijo ella y se rió.
Él acunó su cara con sus manos y bajó su boca a la suya. Movió
cuidadosamente sus labios entre los de ella, un beso lleno de dulzura y
promesa. Levantó su boca a un centímetro de la suya.
—Te amo, Calli. Nunca imaginé tener a alguien como tú amándome.
Mi papá tenía razón sobre algo.
—¿Qué es?
Él sonrío.
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—Vales mucho más que seis mil dólares.
Calli se rió, y entonces él estaba besándola de nuevo.
Algún tiempo más tarde, después de que Alex se hubiera puesto
algo de ropa que había traído sobre sus pantalones de ciclismo, se
sentaron en el sofá, Calli acurrucada a su lado. Vio la carta de la
universidad asentada en la mesa de café. Él sabía lo que era sin preguntar.
Pero preguntó de todos modos. Señaló a la misma.
—¿Carta de Aceptación? —preguntó.
—Sí.
—¿Es ahí adónde vas, entonces?
—Ese es el plan. ¿Qué hay de ti?
Él se encogió de hombros.
—No he pensado nunca en realidad más allá de este momento.
Pero entonces, ésta loca chica magnífica vino a mi vida y me enseñó que
tengo que empezar a pensar que tengo un futuro.
—Bien por ella —dijo Calli.
—Bueno, supongo que voy a tener que hacer el esfuerzo —dijo—, y
voy a ir a la universidad.
Calli se sentó y lo miró.
—¿Qué quieres decir con ir a la universidad?
—Quiero decir que voy a ir a la universidad. Vivir en el campus.
—¡Alex! —Ella lo golpeó con el hombro—. Estoy tan feliz por ti. Quiero
decir, honestamente, es una mierda, porque te voy a extrañar. Ya hemos
pasado demasiado tiempo separados. ¿Cómo voy a vivir sin ti?
Alex se encogió de hombros.
—Tal vez no tengas que hacerlo.
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—¿Qué estás diciendo?
Tomó la carta.
—Estoy diciendo que todavía no sé si soy lo suficientemente fuerte
como para estar en el campus solo. Pero si yo conociera a una terca,
cabeza dura, chica divertida dispuesta a verse conmigo en público, tal vez
no sea tan malo.
Calli arrancó la carta con entusiasmo de su mano.
—¿Vas a ir aquí? Alex, no te burles de mí —le advirtió.
—No me atrevería —dijo—. Un infame pajarito me dijo que ibas a
compartir habitación con Brittany.
—¿Y quién es el famoso pajarito?
—Mi nuevo compañero de cuarto, Brandon.
—¡No! —exclamó Calli, saltando arriba y abajo de rodillas en el sofá.
Ella le echó los brazos al cuello y plantó sus labios firmemente en los suyos.
—Sí —murmuró contra su boca. Ella se apartó, y él dijo—: Pensé que
si tengo a alguien que se parece a ti caminando a mi lado, tal vez nadie se
fijará en mí.
—¿Estás bromeando? —dijo—. ¿Cuántas veces tengo que decirte lo
increíble que eres? Voy a tener que apartar a las chicas de ti con un palo.
Alex se echó a reír y la arrojó en su regazo, besándola.
—Te amo —susurró ella.
—Y yo te amo —dijo él, besándola—. Calli, tú me salvaste.
—¿Qué?
—Si no hubieras entrado en mi vida, habría vivido el resto de mi
existencia miserable encerrado en mi habitación, rugiendo a la luna cada
noche. No he sentido la necesidad de hacerlo por casi todo el tiempo que
te conozco. Tú has domado a la bestia. Me has salvado.
—Y tú me salvaste a mí —dijo ella, besándolo de nuevo.
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Fin
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Nota de la Autora
spero que hayan disfrutado Beautiful Beast. Esta historia me
ha perseguido durante unos años hasta ahora con varios
escenarios, pero siempre con la bestia como alguien
anhelando realizar o intentar realizar un acto heroico y quien se siente
obligado a esconderse del mundo; y la bella como una persona que se
convierte en su amiga, y luego su amor. Una vez que empecé a escribir
esta versión, no pude parar hasta que lo terminé. ¡Quería saber cómo iba a
resultar!
Es la primera historia de la serie Enchanted Fairytales. Una vez que
haya publicado todas las historias cortas, voy a combinarlas en una
antología.
Y recuerden:
“Aquel que dice que tiene sólo una vida para vivir no debe saber
cómo leer un libro.”
Anónimo.
Gracias por leer Beautiful Beast.
Cindy C Bennett
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Sobre la Autora
Cindy C. Bennett nació y se crió en la hermosa Salt Lake City, creciendo a
la sombra de las majestuosas Montañas Rocalloses. Ella y su esposo (quien
resulta ser su novio de secundaria) criaron a sus dos hijos y dos hijas allí.
Ahora cuenta también con dos nueras. Desarrolló un amor por la escritura
en secundaria cuando un maestro le presentó la dicha de escapar de la
realidad por diez minutos al día escribiendo.
Cuando no está escribiendo, leyendo, o contestando emails (noten que no
hay mención sobre limpiar, cocinar o nada remotamente doméstico), a
menudo se la puede encontrar montando su Harley a través de los
hermosos cañones cerca de su casa. (Sí, ella maneja una Harley.)
1. Beautiful Beast
2. Red and the Wolf
3. Snow White
4. The Unmasking of Cinderella
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Créditos
LizC y Mari NC
Dai
Flochi
Otravaga
Lizzie
Simoriah
Paaau
Mari NC
Lalaemk
Dianthe
Carmen170796
LizC
ó ó :
LizC
ñ
PaulaMayfair