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Gatlin, un rincón perdido delprofundo sur americano, Ethan Watelucha por vencer su aburrimiento,hasta que un día se encuentra conLena Duchannes, literalmente, lachica de sus sueños… y de suspesadillas.

Lo que sigue es una inteligente ymoderna fantasía, un cuento deamores contrariados con un oscuro ypeligroso secreto. Hermosas criaturases un exquisito relato gótico quehechiza desde la primera página,sumergiendo al lector en untenebroso mundo de magia y

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Kami Garcia & MargaretStohl

Hermosascriaturas

Saga de las dieciséis lunas I

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Título orginal: Beautiful CreaturesTraducción: José Miguel PallarésSanmiguel | María Jesús Sánchez

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Para Nick y Stella,Emma, Mary y Kate

y para los casters y outcasters de todaspartes.

Somos más de los que pensáis.

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«La oscuridad no puede conducirtefuera de la oscuridad:

sólo la luz puede hacer eso.El odio no puede conducirte fuera

del odio;sólo el amor puede hacer eso».

Martin Luther King Jr

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NOTA DE LAEDICIÓN

PP or indicación de las autoras, se hamantenido en el idioma original unaserie de términos relativos alimaginario de su invención. Acontinuación, y a modo de guía, seglosan los más relevantes, con unabreve explicación a fin de facilitar lacomprensión por parte del lectorhispanohablante.

CASTER:CASTER: seres que conviven

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con los humanos y ejercen diferentespoderes mágicos. Deriva de laexpresión cast a spell (lanzar unhechizo).

CATACLYST:CATACLYST: natural que seha vuelto hacia la Oscuridad.

EM PATH:EM PATH: Caster con unasensibilidad tan especial que es capazde usar los poderes de otro Caster deforma temporal.

HARM ER:HARM ER: dañador.HUNTER:HUNTER: cazador.ILLUSIONIST:ILLUSIONIST: Caster capaz

de crear ilusiones.LILUM :LILUM : quienes moran en la

Oscuridad.

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M ORTAL:M ORTAL: humano.NATURAL:NATURAL: Caster con poderes

innatos y superiores a los demás de suespecie.

SHIFTER:SHIFTER: Caster capaz decambiar cualquier objeto en otrodurante todo el tiempo que desee.

SYBIL:SYBIL: Caster con el don deinterpretar los rostros como quien leeun libro con sólo mirar a los ojos.

SlREN:SlREN: Caster dotado con elpoder de la persuasión.

THAUM ATURGE:THAUM ATURGE: Caster conel don de sanar.

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ANTESANTESEn mitad de la nada

SSólo había dos clases de vecinos ennuestra ciudad, según los habíaclasificado cariñosamente mi padre:«Los estúpidos y los catetos» y«aquellos que no son capaces de irseo son demasiado torpes para hacerlo,cuando todo el mundo encuentramanera de marcharse». No tenía ideade en qué categoría se situaba él, peronunca tuve el coraje depreguntárselo. Mi padre era escritor

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y vivíamos en Gatlin, Carolina delSur, porque era lo que los Watehabían hecho siempre, desde que mitrastatarabuelo Ellis Wate luchó ymurió al otro lado del río Santee en laGuerra de Secesión.

Pero la gente de este lugar no lallamaba Guerra de Secesión.Cualquiera con menos de sesentaaños la denominaba la Guerra entrelos Estados, mientras que quienessuperaban esa edad la llamaban laGuerra de la Agresión del Norte,como si el norte hubiera empujado alsur a la guerra por culpa de una balade algodón. Todos, eso sí, menos mi

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familia; nosotros sí la llamábamos laGuerra de Secesión.

Una razón más por la cual nopodía esperar a marcharme de aquí.

Gatlin no era como esas ciudadespequeñas que se ven en las películas,a menos que fuera una de hacecincuenta años. Estábamos demasiadolejos de Charleston para tener unStarbucks o un McDonald's. Todo loque teníamos era un Dary Kin, pueslos Gentry eran demasiado tacañospara comprar todas las letrasnecesarias cuando adquirieron elDairy King. La biblioteca aún usabafichas en papel, el instituto tenía

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pizarras de tiza y la piscinamunicipal era el lago Moultrie, consu cálida agua marrón y todo eso. Sepodía ir a ver una peli al Cineplexcasi al mismo tiempo que salía enDVD, pero había que darse el paseohasta la escuela universitaria deSummerville. Las tiendas estaban enMain Street, las casas de los ricos enla calle paralela al río y todos losdemás vivían al sur de la Route 9,donde el pavimento se cuarteaba entrozos de cemento, fatales para andar,pero estupendos para tirárselos aalgún pósum cabreado, el animal máshuraño del mundo. Ésas son cosas que

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nunca muestran las pelis.Gatlin no era nada complicado;

era simplemente Gatlin. Los vecinos,sofocados, vigilaban desde susporches bajo el calor insoportable a lavista de todo el mundo, pero no podíaser de otra manera, pues jamás habíacambiado nada. Al día siguientecomenzarían las clases, mi primer díade segundo curso en el institutoStonewall Jackson, y ya me sabía dememoria todo lo que iba a ocurrir,dónde iba a sentarme, con quiénhablaría, los chistes, las chicas ydónde aparcaría cada uno.

No había sorpresas en el condado

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de Gatlin. La verdad, éramos unauténtico epicentro en mitad de lanada.

Al menos, eso pensaba yomientras cerraba mi baqueteadacopia de Matadero 5, desconectaba eliPod y apagaba la luz en aquellaúltima noche de verano.

Pensándolo bien, no podía haberestado más equivocado.

Había una maldición.Había una chica.Y, al final, una tumba.No lo vi venir de ninguna de las

maneras.

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2 DE SEPTIEMBRE2 DE SEPTIEMBRESueño modo on

CCaía.Iba en caída libre,

precipitándome en el vacío.—¡Ethan! —me llamaba ella, y el

sonido de su voz bastaba para acelerarmi corazón.

—¡Ayúdame!También ella se desplomaba en el

vacío. Estiré el brazo para cogerla,pero aunque lo alargué cuanto pude,mi mano se cerró vacía. No había

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tierra alguna bajo mis pies, aunqueintentaba abrirme camino en elfango. Nos tocamos con la punta delos dedos y vislumbré chispazosverdes en la oscuridad.

Ella se deslizó entre mis dedos ypercibí una sensación de pérdida.

Aún retenía ese olor suyo alimones y tomillo, pese a que nohabía podido sujetarla.

Y no podía vivir sin ella.

Me senté de golpe, intentandorecuperar el aliento.

—¡Ethan Wate! ¡Levántate! Nome vayas a llegar tarde a clase el

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primer día —escuché gritar a Ammadesde el piso de abajo.

Concentré la mirada en un parchede tenue luz que destacaba en laoscuridad. Se oía el tamborileo lejanode la lluvia contra los viejos postigosde estilo colonial. Seguramente llovíay ya era por la mañana. Debía deestar en mi cuarto.

Hacía calor y humedad en eldormitorio a causa de la tormenta.¿Por qué tenía la ventana abierta?

El corazón me iba a cien.Permanecí tumbado de espaldas en lacama y el sueño se diluyó, comoocurría siempre. Estaba a salvo en mi

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habitación, en nuestra vieja casa, enla misma chirriante cama de caobadonde habían dormido por lo menosseis generaciones de Wate antes queyo y donde la gente no se caía poragujeros negros de fango, y nuncajamás pasaba nada.

Me quedé mirando el techo deescayola, pintado de color azul cielopara que los abejorros carpinteros noanidaran allí. ¿Qué me estabapasando? Ese sueño se me repetíadesde hacía meses, aunque noconseguía recordarlo entero nunca.Siempre me acordaba de la mismaparte. La chica caía y yo también,

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debía sujetarla, pero me resultabaimposible, y le iba a ocurrir algoterrible si se me escapaba, pero ahíestaba la cosa: no se me podía escapary no podía perderla. Era como siestuviera enamorado de ella aunqueno la conociera. Una especie de amorantes de la primera vista.

Y todo esto parecía una locura, yaque sólo era una chica en un sueño, yni siquiera conocía su aspecto. Notenía ni la menor idea de cómo era.Tenía este sueño desde hacía meses,pero en todo ese tiempo no habíavisto su rostro ni una sola vez o nopodía recordarlo. Mi única certeza

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era ese sentimiento de angustia en miinterior cuando la perdía. Cuando seme escapaba entre los dedos, elestómago me daba un salto, comocuando uno va en una montaña rusa yel cochecito se hunde en el vacío.

Mariposas en el estómago. Vayametáfora de mierda. Más bienparecían abejas asesinas.

Quizá se me estaba yendo la bolao a lo mejor es que me hacía faltaducharme. Llevaba los auricularespuestos y al echarle una ojeada a miiPod descubrí allí una canción que noreconocí.

Dieciséis lunas.

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¿Qué era eso? La pulsé. Era unamelodía evocadora e inquietante. Nopodía identificar la voz, pero tenía lasensación de haberla escuchado antes.

Dieciséis años, dieciséislunas,

dieciséis de tus miedos másíntimos.

Dieciséis veces soñaste conmis lágrimas

cayendo, cayendo a lo largode los años…

Era un poco deprimente,espeluznante… y algo hipnótica.

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—¡Ethan Lawson Wate! —volvióa gritar Amma por encima de lamúsica.

Apagué el iPod y me senté en lacama, echando hacia atrás la colcha.Las sábanas parecían llenas de arena,pero yo sabía qué era, era polvo, ytenía las uñas manchadas de fangonegro, como la última noche quehabía tenido el sueño.

Arrugué las sábanas y las escondíen la cesta de la ropa para lavar bajola sucia sudadera de entrenamientoque me había puesto el día anterior.Me metí en la ducha e intenté olvidarmientras me frotaba las manos y las

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últimas briznas de mi sueñodesaparecían por el sumidero. Si nopensaba en ello, era como si nohubiese ocurrido. Ésa había sido miactitud ante las cosas durante losúltimos meses.

Pero no en lo referente a ella. Esono podía evitarlo, siempre estabapensando en ella. Volvía una y otravez al sueño, incluso aunque nopudiera explicarlo. Esto se habíaconvertido en mi secreto y no habíamás que hablar. Tenía dieciséis añosy me había enamorado de una chicaque no existía, estaba perdiendo lacabeza poco a poco.

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Daba igual con cuanta fuerza mefrotara, no podía reprimir el latidoalocado de mi corazón. Y seguíaoliendo a limones por encima delaroma del jabón Ivory y el champúStop & Shop. Sólo un poco, pero ahíestaban.

Limones y tomillo.

Bajé las escaleras hacia latranquilizadora cotidianeidad de lascosas. En la mesa del desayuno,Amma había colocado delante de míun plato de la misma vieja vajilla deporcelana azul y blanca —la

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porcelana de los dragones, como lallamaba mi madre— lleno de huevosfritos, beicon, tostadas conmantequilla y sémola de maíz.Amma, nuestra asistenta, era para míun poco como una abuela, salvoporque era más lista y tenía peorespulgas que mi abuela de verdad.Prácticamente me había criado y sehabía tomado como una misiónpersonal hacerme crecer otros treintacentímetros más, a pesar de que yamedía cerca de metro noventa. Sinembargo, esta mañana, cosa extraña,tenía mucha hambre, como si nohubiera comido en una semana.

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Engullí un huevo y dos trozos debeicon y me sentí mejor. Le sonreícon la boca llena.

—No me agobies, Amma. Es sóloel primer día de instituto. —Meplantó delante con un golpe un vasogigante de zumo de naranja y otroaún más grande de leche, lecheentera, la única que bebíamos por allí—. ¿No queda batido de chocolate?

Yo consumía batidos de chocolatecon la misma facilidad que otra gentebebía Coca Cola o café. Ya desde porla mañana ansiaba pegarme misiguiente chute de azúcar.

—A.C.O.S.T.Ú.M.B.R.A.T.E. —

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Amma tenía una entrada decrucigrama apropiada para cualquiercosa, cuanto más larga mejor, y legustaba usarlas. La manera en que lasdeletreaba letra por letra hacía quelas sintiera en la cabeza como ungolpe tras otro, una y otra vez—. Yasabes, mejor será que te hagas a laidea. Y no te vayas a creer quepondrás un pie fuera de esa puerta sinantes haberte bebido la leche.

—Sí, señora.—Ya veo lo elegante que vas.Pero eso no era cierto. Llevaba

unos vaqueros desgastados y unacamiseta deslucida, como la mayoría

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de los días. Eso sí, todas teníanleyendas diferentes y en ésta ponía:«Harley Davidson». Y llevaba lasmismas Chuck Taylors negras queusaba desde hacía ya tres años.

—Pensé que ibas a cortarte esepelo —lo dijo como echándomelo encara, pero yo me di cuenta de lo queera en realidad: nada más y nadamenos que sincero cariño.

—¿Y cuándo he dicho yo eso?—¿Acaso no sabes que los ojos

son la ventana del alma?—A lo mejor es que yo no quiero

que nadie mire dentro de la mía.Me castigó con otro plato de

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beicon. Amma apenas alcanzaba elmetro y medio, y probablemente eramás vieja que la misma porcelana delos dragones, a pesar de lo cualinsistía en todos sus cumpleaños enque sólo había cumplido cincuenta ytres. Pero no era sólo una afableseñora mayor, sino que constituía lamáxima autoridad en mi casa.

—Bueno, no creas que te vas a ircon el pelo mojado con el tiempo quehace. No me gusta el aspecto de estatormenta. Es como si flotara algomaligno en el viento y no hay formade cambiar un día así. Tiene voluntadpropia.

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Puse los ojos en blanco. Ammatenía una visión peculiar de las cosas.Cuando estaba de ese estado deánimo, mi madre solía decir que sehabía puesto «oscura», ya quemezclaba la religión con lasuperstición, de ese modo tanparticular del sur. Así que cuando seponía «oscura», lo mejor era nocruzarse en su camino. También eraconveniente dejar sus hechizos en losalféizares de las ventanas y lasmuñecas que hacía en sus cajonescorrespondientes.

Me metí en la boca otro tenedorcargado de huevo y me acabé aquel

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desayuno de campeón: huevos, jamóny beicon, todo aplastado dentro de unsándwich tostado. Mientras me lometía en la boca, eché una ojeadapasillo abajo, como de costumbre. Lapuerta del estudio de mi padretodavía estaba cerrada. Solía escribirpor la noche y dormía en su viejo sofáde allí durante todo el día. Así habíasido desde la muerte de mi madre enabril. Igual podría haberse convertidoen vampiro; al menos, eso era lo quehabía dicho la tía Caroline cuandopasó con nosotros la primavera.Probablemente había perdido laoportunidad de verle hasta la mañana

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siguiente. Una vez que se cerraba esapuerta, no volvía a abrirse.

Escuché un bocinazo procedentede la calle. Era Link. Cogí mi raídamochila negra y salí disparado por lapuerta hacia la lluvia. Lo mismopodían haber sido las siete de la tardeque de la mañana, así de oscuroestaba el cielo. El tiempo llevaba asíde chungo desde hacía unos cuantosdías.

El coche de Link, el Cacharro,estaba en la calle, con el motorpetardeando y la música a toda leche.Había ido a la escuela con Link desdeque íbamos al jardín de infancia,

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cuando nos hicimos muy amigos araíz de que él me diera la mitad de suTwinkie en el autobús. Sólo mástarde me di cuenta de que antes se lehabía caído al suelo. Aunque los dosnos habíamos sacado el carné deconducir ese verano, Link era el únicoque tenía coche, si se le podía llamarcoche a aquello.

Al menos, el ruido del motorahogaba el estruendo de la tormenta.Amma permaneció en el porche conlos brazos cruzados en un gestodesaprobador.

—Aquí no pongas esa música tanalta, Wesley Jefferson Lincoln. No

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te creas que voy a dejar de llamar a tumadre para contarle lo que hicistedurante todo el verano en el sótanocuando tenías nueve años.

Link se estremeció. No habíamucha gente que le llamara por sunombre completo, salvo su madre yAmma.

—Sí, señora.La contrapuerta se cerró de un

portazo. Link se echó a reír e hizopatinar las ruedas en el asfaltomojado mientras nos separábamos delbordillo. Era como si estuviéramosfingiendo una fuga, que era comosolía conducir él, pero eso era algo

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que jamás habíamos hecho.—¿Qué fue lo que hiciste en mi

sótano cuando tenías nueve años?—¡Qué fue lo que no hice en tu

sótano cuando tenía nueve años! —Link bajó el volumen de la música, locual estuvo bien, pues era espantosa,seguramente para preguntarme si megustaba, cosa que hacía todos los días.La tragedia de su banda, Quiéndisparó a Lincoln, consistía en queninguno sabía tocar un instrumentoni cantar. Sin embargo, Link no hacíamás que hablar de tocar la bateríacon el grupo y marcharse a NuevaYork después de la graduación para

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intentar conseguir cosas queprobablemente no llegarían a sucedernunca. Tenía más posibilidades decolar una canasta de tres puntosborracho y con los ojos vendadosdesde el aparcamiento del gimnasio.

Link no tenía pensado ir a launiversidad; sin embargo, me llevabaventaja. Sabía qué quería hacer, auncuando fuera a largo plazo. Todo loque yo tenía era una caja de zapatosllena de folletos de universidades quejamás podría enseñarle a mi padre.No me importaba dónde estuvieranesas facultades, mientras fuera almenos a varios miles de kilómetros de

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Gatlin.No quería terminar como mi

padre, viviendo en la misma casa, enel mismo pueblo donde me habíacriado, con la misma gente que nosoñaba siquiera con salir de aquí.

Flanqueaban la calle dos largashileras de casas victorianas quechorreaban agua; tenían el mismoaspecto que cuando las construyeronhacía más de cien años. A mi calle lehabían puesto el nombre de CottonBend porque estas viejas casonasdaban la espalda a miles y miles deplantaciones de algodón. Ahora

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daban la espalda a la Route 9, que eraprácticamente casi lo único quehabía cambiado por aquí.

Cogí un donut rancio de la cajaque estaba en el suelo del coche.

—Oye, ¿anoche me subiste unacanción muy rara al iPod?

—¿Qué canción? ¿Podría ser ésta?—Link puso la última maqueta quehabían grabado.

—Creo que tendrías quetrabajarla un poco más. Como todaslas demás. —Eso era lo que le decíatodos los días, más o menos.

—Oye, tú, lo mismo te tienes quearreglar un poco la cara después de

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que te dé un buen par de guantazos.—Y esto era lo que solía respondermetodos los días, más o menos.

Pasé las canciones de la lista dereproducción.

—La canción creo que se llamaDieciséis lunas.

—No sé de lo que me estáshablando.

No estaba allí. La canción habíadesaparecido pese a que la habíaescuchado justo esa mañana. Estabaseguro de no haberla imaginado, puesaún la tenía en la cabeza.

—Si quieres escuchar unacanción, espera a oír esta nueva. —

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Link bajó la vista para buscarla.—Oye, tío, mantén los ojos en la

carretera.Pero él no alzó la mirada y por el

rabillo del ojo vi pasar un extrañocoche justo delante de nosotros…

Durante un segundo los sonidosde la calle, la lluvia y Link sediluyeron en el silencio y pareciócomo si todo sucediera a cámaralenta. No podía apartar los ojos delvehículo. Era sólo una sensación,nada que pudiera describirse conexactitud. Y entonces nos adelantó,girando en dirección contraria.

No reconocí el coche, jamás lo

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había visto antes. Es imposibleimaginarse lo raro que es eso, porqueconocía todos y cada uno de losautomóviles del pueblo. No habíaningún turista en esa época del año.A nadie se le ocurriría correr el riesgodurante la época de huracanes.

Era largo y negro como un cochefúnebre. En realidad, estaba casiseguro de que lo era.

A lo mejor era un mal presagio.Quizás este año todavía iba a ser peorde lo esperado.

—Aquí la tienes: Bandana negra.Esta canción me va a convertir en unaestrella.

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El coche ya había desaparecidocuando él alzó la vista.

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2 DE SEPTIEMBRE2 DE SEPTIEMBREUna chica nueva

OOcho calles. Ésa era toda ladistancia que mediaba entre CottonBend y Jackson High. Si tuviera quevivir de nuevo toda mi vida,probablemente me la pasaríasubiendo y bajando estas ocho calles,y desde luego fueron suficientes enaquel momento para quitarme de lacabeza el extraño coche fúnebrenegro. Quizá por eso no se lomencioné a Link.

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Pasamos por el Stop & Shop,conocido también como el Stop &Steal. Era la única tienda del puebloy lo más cercano que teníamos a un7-Eleven. Así que cada vez quequedaba en la puerta con mis amigos,lo hacía con la esperanza de notropezarme con la madre de algunocomprando comida o, peor aún, conAmma.

Distinguí el Grand Prix que meera tan familiar aparcado justodelante.

—Oh, oh. Fatty ya ha acampadopor aquí.

Estaba sentado en el asiento del

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conductor, leyendo Barras y Estrellas.—Quizá no nos haya visto. —Link

miró por el retrovisor, tenso.—Nos han fastidiado.Fatty era el encargado del

instituto Stonewall Jackson paracontrolar a los que hacían pellas,además de un orgulloso miembro dela fuerza de policía de Gatlin. Sunovia, Amanda, trabajaba en el Stop& Steal, y él aparcaba allí muchasmañanas a la espera de que salieranlos productos de la panadería. Y esoera de lo más inconveniente si unosiempre llegaba tarde, como nos solíapasar a Link y a mí.

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Desde luego, uno no podíamatricularse en el Jackson sinconocer las rutinas de Fatty tan biencomo el horario de las clases. Fattynos hizo señas para que siguiéramosadelante sin levantar siquiera la vistade la sección de deportes. Por hoy,nos dejaba pasar.

—Sección de deportes y un bollopegajoso. Ya sabes lo que esosignifica.

—Sí, que nos quedan cincominutos.

Aparcamos el Cacharro en el parking

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del instituto en punto muerto, con laesperanza de pasar desapercibidosante el control de faltas, pero fueradiluviaba, así que cuando entramosen el edificio estábamos empapados ylas zapatillas nos hacían tanto ruidoque, de todas formas, nos hubieradado igual quedarnos allí parados.

—¡Ethan Wate! ¡Wesley Lincoln!Permanecimos de pie en la

oficina, chorreando, esperandonuestro parte de castigo.

—Ya empezamos llegando tardedesde el primer día de curso. SeñorLincoln, su madre va a tener unaspalabritas con usted. Y no ponga esa

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sonrisita de suficiencia, señor Wate,Amma le va a moler a palos.

La señorita Hester tenía razón.Amma no iba a tardar en enterarse deque había llegado tarde ni cincominutos, si es que no se habíaenterado ya. Así eran las cosas poraquí. Mi madre solía decir queCarlton Eaton, el jefe de la estafetade correos, leía todas las cartas queconsideraba medianamenteinteresantes, y ni siquiera semolestaba en sellarlas de nuevodespués. Tampoco es que hubieramuchas noticias que lo merecieran.Todas las familias tienen sus secretos,

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pero todos en la calle las conocían,igual que sus secretos.

—Señorita Hester, es que veníaconduciendo despacio porque llovíamucho. —Link echó mano de suencanto, a ver qué pasaba, pero laseñorita Hester se bajó las gafas unpoco y le devolvió la mirada sinparecer encantada en absoluto. Lacadenita que llevaba en torno alcuello para sujetar las gafas sebalanceó.

—No puedo perder el tiempocharlando con vosotros, chicos. Estoyocupada rellenando vuestros partes defalta, así que ya sabéis dónde pasaréis

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la tarde: aquí castigados —dijomientras nos daba a cada uno unpapel de color azul.

Ya lo creo que estaba ocupada. Seolía ya la laca de uñas incluso antesde que torciéramos la esquina.Bienvenidos.

El primer día de clase siempre esigual en Gatlin. Los profesores, quenos conocían a todos de la iglesia,decidían que eras listo o torpe encuanto pisabas la guardería. Yo eralisto porque mis padres eranprofesores. Link era idiota porquehabía arrugado las páginas de la

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Biblia durante la «búsqueda de lafrase bíblica», además de vomitar unavez en la fiesta de Navidad. Y comoyo era listo, sacaba buenas notas enlos exámenes; y como él era tonto, lassacaba malas. No creo que nadie semolestara siquiera en leerlos. Algunasveces escribía algunas cosas a voleoen mitad de mis ejercicios sólo paracomprobar si mis profesores medecían algo. Jamás me dijeron nada.

Por desgracia, no se aplicaba elmismo principio a los test. En la clasede inglés de primera hora, descubríque la profesora, de setecientos añosde edad, cuyo nombre era, aunque

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parezca increíble, señora English,esperaba que nos hubiéramos leídoMatar a un ruiseñor durante el verano,así que suspendí la primera prueba.Genial. Me había leído el libro hacíapor lo menos dos años, pues era unode los favoritos de mi madre, perohabía pasado mucho tiempo y meequivoqué en los detalles.

Hay algo que pocos saben de mí:me paso todo el tiempo leyendo. Loslibros eran lo único con lo que podíaevadirme de Gatlin, aunque sólofuera durante un rato. Tenía un mapaen la pared de mi cuarto y cada vezque leía sobre un lugar que me

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gustaría conocer lo marcaba en él. Elguardián entre el centeno me habíamostrado Nueva York. Hacia rutassalvajes me condujo a Alaska. Cuandol e í En el camino añadí Chicago,Denver, Los Ángeles y Ciudad deMéxico. Kerouac te podía llevar acasi cualquier sitio. Cada pocosmeses, trazaba una línea para unir lospuntos. Una fina línea verde queseguiría en un viaje por carretera elverano anterior a la universidad, si esque alguna vez conseguía salir de estepueblo. Me guardaba para mí solo lodel mapa y la lectura. En este lugar,los libros y el baloncesto hacían mala

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mezcla.En química no me fue mucho

mejor. El señor Hollenback mecondenó a ser compañero delaboratorio de Emily «Anti-Ethan»,también conocida como Emily Asher,que se había jurado despreciarmetoda la vida desde el baile del añopasado, cuando cometí el error deponerme mis zapatillas Chuck Taylorcon el esmoquin y dejé que mi padrenos llevara en el Volvo todo oxidado.Tenía una ventana rota que no podíasubirse, de modo que el aire ledestrozó su rubio cabelloperfectamente peinado con rizos para

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el baile de graduación; para cuandollegamos al gimnasio, parecía MaríaAntonieta recién salida de la cama.Emily no me dirigió la palabradurante el resto de la noche y envió aSavannah Snow para dejarmeplantado a tres pasos de la fuente deponche. Eso fue realmente el final dela historia.

Aquella situación era un temainagotable de diversión para loschicos, que todavía esperaban quevolviéramos a salir juntos. Lo queellos no sabían era que a mí no meiban las chicas como Emily. Eraguapa, pero eso era todo. Y mirarla

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no me compensaba tener queescuchar lo que salía de su boca. Yoquería algo distinto, alguien conquien pudiera charlar de otras cosasque no fueran fiestas y quién iba aser coronado en el baile de invierno.Una chica que fuera lista, o divertida,o al menos una compañera decente delaboratorio.

Quizás una chica como ésa nofuese más que un sueño, pero desdeluego cualquier sueño es mejor queuna pesadilla, aunque ésta lleve unafalda de animadora.

Sobreviví a la clase de química,pero mi día empeoró a partir de ese

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momento. Al parecer, este año teníaque estudiar de nuevo historia deEstados Unidos, que era la únicahistoria que se enseñaba en elJackson, con lo cual sobraba elañadido. Me pasaría mi segundo añoconsecutivo estudiando la Guerra dela Agresión del Norte con el señorLee, que no estaba emparentado conel famoso general, pero, según lo quehabíamos descubierto a estas alturas,él y el famoso líder confederado eranuno solo en espíritu. El señor Lee erauno de los pocos profesores que meodiaban de verdad. El curso anterior,Link me había retado a que escribiera

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un ensayo titulado La guerra de laAgresión del Sur, y me suspendió. Alparecer, después de todo, algunasveces los profesores sí que se leían lostrabajos de verdad.

Encontré un asiento al final de laclase al lado de Link, que estabaocupado copiando los apuntes decualquier clase anterior que sehubiera pasado roncando; sinembargo, dejó de escribir tan prontocomo me senté.

—Tío, ¿lo has oído?—¿Oír el qué?—Hay una chica nueva en el

instituto.

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—Hay una tonelada de chicasnuevas, imbécil, una clase entera denovatas.

—No estoy hablando de lasnovatas, sino de la chica nueva denuestra clase.

En cualquier instituto, la llegadade una nueva alumna a la clase desegundo sería toda una noticia, peroesto era el Jackson, y no habíallegado nadie al instituto desde tercergrado, cuando Kelly Wix se mudócon sus abuelos después de que supadre fuera arrestado por regentar unnegocio de juego en el sótano de sucasa en Lake City.

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—¿Quién es?—No lo sé. He tenido educación

cívica a segunda hora con loscolgados de la banda de música yellos no sabían nada salvo que toca elviolín o algo así. Me pregunto siestará buena. —Link tenía una mentecomo un disco con una sola pista,como la mayoría de los chicos. Ladiferencia estribaba en que la pista deLink terminaba directamente en suboca.

—Vaya, ¿es una de las piradas dela banda?

—No. Se dedica a la música.Quizá comparta conmigo mi amor

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por la música clásica.—¿Música clásica? —La única

música clásica que había oído Linken su vida había sido en la consultadel dentista.

—Ya sabes, tío, los clásicos. PinkFloyd, Black Sabbath, los Stones…

Me eché a reír.—Señor Lincoln. Señor Wate.

Siento interrumpir su conversación,pero me gustaría empezar la clase, siles parece bien. —El tono del señorLee era tan sarcástico como el añopasado y su aspecto, con el pelorepeinado y grasiento y la carapicada, igual de malo. Nos repartió

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copias del mismo programa que debíade llevar usando por lo menos diezaños. Este año se exigía participar enun acto recreacionista de la Guerra deSecesión. Pues no faltaba más, sólotenía que pedirle prestado ununiforme a uno de mis parientes delos que participan en celebracionesrecreacionistas los fines de semana.Mira qué suerte.

Después de que sonara el timbre,Link y yo nos retrepamos en elvestíbulo al lado de nuestras taquillascon la esperanza de echarle unabuena ojeada a la chica nueva. Erapara oírle, ella iba a ser su futura

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amiga del alma, colega de su banda, yme recitó toda una serie más deafinidades de las que no me apetecíaoírle hablar. Pero a la única cosa queconseguimos echarle una ojeada fueal buen trozo de Charlotte Chase quedejaba ver una falda vaquera dostallas más pequeña de la suya. Locual significaba sin duda que noíbamos a pillar nada más antes delalmuerzo porque nuestra próximaclase era lenguaje de signosamericano y no se permitía hablar demanera bastante estricta. Nadie eratan bueno con los signos como paradeletrear «chica nueva»,

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especialmente porque esa clase era laúnica en la que coincidíamos con elresto del equipo de baloncesto delJackson.

Llevaba en aquel equipo desdeoctavo grado, cuando crecí quincecentímetros durante el verano y alfinal me quedé una cabeza porencima de todos los demás de miclase. Además, uno está obligado ahacer algo normal cuando sus dospadres son profesores. Y mira pordónde, yo era bastante bueno enbaloncesto. Siempre parecía saberdónde iban a lanzar la pelota losjugadores del otro equipo, lo cual me

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había valido un asiento en la cafeteríatodos los días. Y en Jackson, esocostaba lo suyo.

Ese día el asiento había ganadoaún más valor porque Shawn Bishop,nuestro base, ya había visto a la chicanueva. Link le preguntó lo único queles importaba a todos.

—Entonces, ¿está buena?—Muy buena.—¿Tan buena como Savannah

Snow?Como si estuviera sincronizada

con su nombre, Savannah, el modelopor el cual se medían el resto dechicas del Jackson, entró en la

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cafetería, cogida del brazo de Emily«Anti-Ethan» y todos nos volvimos amirar porque Savannah tenía elmetro y medio más perfecto depiernas que habíamos visto ennuestra vida. Emily y Savannah erancasi una sola persona, incluso aunqueno llevaran puestos los uniformes deanimadoras. Ambas llevaban el pelorubio, con mechas de peluquería,chancletas y unas faldas vaqueras tancortas que podrían pasar porcinturones. Lo mejor de Savannaheran las piernas, pero la partesuperior del bikini de Emily era ladestinataria de las miradas de todos

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los chicos en el lago durante elverano. Nunca las veías llevar libros,sólo unos diminutos bolsosmetalizados apretados bajo el brazo,donde apenas cabía un móvil y esopara las pocas ocasiones en las queEmily dejaba de mandar mensajescon él.

Las diferencias se reducían a lasposiciones que ocupaban en elequipo de animadoras. Savannah erala capitana y hacía de base: era unade las chicas que sostenía dos filas deanimadoras en la famosa pirámide delas Wildcats, sistema de animación alque se había sumado el instituto

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Jackson. Emily era saltadora, una delas chicas que coronaban la pirámide,y a la que lanzaban un metro o dospor los aires hasta completar unavoltereta o cualquier otra alocadapirueta acrobática de las que podríanterminar fácilmente en un cuelloroto. Pese a todo, Emily seguiríaarriesgándolo todo por estar en lo altode esa pirámide, aunque Savannah nolo necesitaba. Cuando Emily saltaba,la pirámide continuaba tal cual, perosi Savannah se movía un centímetro,todo aquello se venía abajo.

Emily «Anti-Ethan» se diocuenta de que la estábamos mirando

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y puso cara de pocos amigos. Loschicos se echaron a reír. EmoryWatkins me dio una palmada en laespalda.

—En el pecado está la penitencia,Wate. Ya conoces a Emily, quienbien te quiere te hará sufrir.

Hoy no tenía ganas de pensar enEmily, sino justo todo lo contrario.Desde el momento en que Linkplanteó la historia, algo me habíallamado la atención en cuanto a esachica nueva y era la posibilidad deque hubiera alguien diferenteprocedente de un sitio distinto.Quizás alguien con una vida mejor

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que la nuestra, y que la mía enespecial.

Incluso alguien con quienhubiera soñado. Sabía que era nadamás que una fantasía, pero queríacreérmela.

—Oye, ¿habéis oído hablar de lachica nueva? —Savannah se sentó enel regazo de Earl Petty, que era elcapitán de nuestro equipo y su noviode quita y pon. En este momento,estaban juntos. Él deslizó las manospor sus piernas de color anaranjado,tan hacia arriba que uno no sabíadónde mirar.

—Shawn nos estaba informando.

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Dice que está buena. ¿La vas a incluiren el grupo de animadoras? —preguntó Link mientras cogía de mibandeja un par de patatas Tater Tots.

—No lo creo. Tendríais que ver laropa que lleva. —Golpe número uno—. Y lo pálida que está. —Golpenúmero dos.

Según Savannah, una chicanunca estaba lo suficientementedelgada o demasiado bronceada.

Emily se sentó al lado de Emory,inclinándose de una manera algoexcesiva sobre la mesa.

—¿Y os ha dicho quién es ella?—¿A qué te refieres?

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Emily hizo una pausa para dardramatismo a su comentario.

—Es la sobrina del ViejoRavenwood.

Pero la verdad es que no hacíafalta hacer pausa alguna, esta vez,pues fue como si hubiera aspirado elaire de la habitación. Un par dechicos se echaron a reír, porquepensaron que estaba de broma, peroyo sabía que no. Golpe número tres.

Ya la habían rechazado. Y eso laalejaba tanto de mí queprobablemente no llegaría ni a verla.La posibilidad de que apareciera lachica de mi sueño se desvaneció

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incluso antes de que pudiera hacermea la idea de cómo sería nuestraprimera cita. Había quedadocondenado a tres años más de chicascomo Emily Asher.

Macon Melquisedec Ravenwoodera un tipo del pueblo que vivíaconfinado en su casa. Digamos querecordaba lo suficiente de Matar a unruiseñor para ser consciente de que elViejo Ravenwood hacía que BooRadley pareciera un mariposilla.Vivía en una vieja casa en ruinas enla plantación más antigua e infamede Gatlin, y no creo que nadie en elpueblo le hubiera visto al menos

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desde que yo nací, o incluso antes.—¿Lo dices en serio? —preguntó

Link.—Completamente. Carlton Eaton

se lo dijo ayer a mi madre cuando letrajo el correo.

Savannah asintió.—Mi madre ha escuchado lo

mismo. Se ha mudado a vivir con elViejo Ravenwood hace un par dedías, viene de Virginia o Maryland,no me acuerdo.

Todos continuaron hablando deella, de su ropa, su pelo, su tío y de lobicho raro que probablemente era.Esto era lo que más odiaba de Gatlin,

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el modo en que todo el mundo sededicaba a comentar lo que habíasdicho, o hecho, o, como en este caso,vestido. Me quedé mirando los fideosde mi bandeja, bañados en ese flojolíquido de color naranja que no teníamucho parecido con el queso.

Me quedaban dos años y ochomeses, contando desde ese momento.Tenía que salir como fuera de estepueblo.

El gimnasio se usaba después de lasclases para los ensayos de lasanimadoras. Ya no llovía, de modoque los entrenamientos de baloncesto

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tenían lugar en la pista exterior, consu cemento agrietado, los bordeslevantados, y aún cubierto de charcosde agua debido a la lluvia que habíacaído por la mañana. Había queandar con mucho cuidado para nodarse un golpe en una fisura deltamaño del Gran Cañón situada en elmedio. Aparte de eso, desde allí sepodía ver casi todo el aparcamiento yse podía observar en primera fila lavida social del instituto mientrascalentabas.

Hoy estaba en racha. Llevabasiete de siete desde la línea de tres,pero también Earl, que me seguía

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lanzamiento tras lanzamiento.Un silbido en el aire. Ocho.

Parecía que me bastaba mirar a lacanasta para que entrara la pelota.Algunos días las cosas salen así.

Otro silbido. Nueve. Earl estabacabreado. De hecho, cada vez que yotiraba, botaba la pelota con másenergía contra el suelo. Él era el otropívot alto. Nuestro acuerdo tácito eraque yo le dejaba estar en primera filaa cambio de que no me diera la brasasi no me apetecía quedarme en elStop & Steal todos los días despuésdel entrenamiento. Estaban contadaslas formas en las que puedes hablar

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siempre de las mismas chicas y lacantidad de salchichas Slim Jims quete puedes comer.

Silbido. Diez. No podía fallar.Quizá fuera sólo cosa de la genética,o quizás había algo más. No mehabía dado cuenta, pero había dejadode intentarlo desde que murió mimadre; después de todo, era increíbleque siguiera entrenando.

Silbido. Once. Earl gruñó algo amis espaldas, botando con más fuerza.Intenté no sonreír y le eché unaojeada al aparcamiento cuando lancéel tiro siguiente. Vi una maraña depelo negro largo detrás de la rueda de

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un coche negro y largo.Un coche fúnebre. Me estremecí.Entonces ella se giró y observé a

través de la ventanilla a una chicamirando en mi dirección, o al menoscreí haberla visto. La pelota chocócontra el aro de la canasta y saliódespedida por encima de la verja.Detrás de mí, escuché el sonido tanfamiliar.

Silbido. Doce. Earl Petty podíarelajarse por fin.

Cuando el coche pasó, miré a lacancha. Todos los chicos se habíanquedado mirando como si hubieranvisto un fantasma.

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—¿Ésa era…?Billy Watts, nuestro alero, asintió

y se subió con una sola mano encimade la verja.

—Sí, la sobrina del ViejoRavenwood.

Shawn le lanzó la pelota.—Exactamente como nos lo

habían contado: va conduciendo sucoche fúnebre.

Emory sacudió la cabeza.—Pues está buena de verdad. Qué

desperdicio.Todos volvieron al juego, pero

cuando Earl fue a lanzar otra vez,comenzó a llover. Treinta segundos

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más tarde nos atrapó el aguacero, lalluvia más intensa que habíamos vistoen todo el día. Me quedé allí, dejandoque las gotas me golpearan. El pelomojado se me metía en los ojos y nopodía ver el resto del colegio, ni alequipo.

El mal presagio no era sólo elcoche fúnebre, sino también la chica.

Durante unos cuantos minutoshabía sentido auténtica esperanza deque quizás este año no fuera como losdemás, y que algo cambiara. Quehubiera alguien con quien poderhablar, con quien me sintiera bien.

Pero todo lo que tenía era un

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buen día en la cancha, y eso nuncahabía sido suficiente.

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2 DE SEPTIEMBRE2 DE SEPTIEMBREUn agujero en el

cielo

AAl llegar, encontré en la cocina unplato con pollo frito congelado conmala pinta, puré de patata y judíasverdes en salsa, además de unospanecillos, tal cual Amma los habíadejado. Generalmente me manteníala cena caliente hasta que regresabadel entrenamiento, pero, por lo visto,hoy no. Tenía un buen problema.Amma estaba furiosa y comía

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bastones de caramelo con sabor acanela Red Hots, sentada en la mesamientras garabateaba el crucigramad e l New York Times. Mi padre sehabía suscrito en secreto a la edicióndel domingo, porque los crucigramasd e l Barras y Estrellas teníandemasiados errores y los del Reader'sDigest eran demasiado cortos. No sécómo conseguía colárselos a CarltonEaton, que se habría encargado dehacer saber a toda la población quenos creíamos demasiado buenos parae l Barras y Estrellas, pero no habíanada que mi padre no hiciera porAmma.

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Deslizó el plato en mi dirección,mirándome, pero sin llegar a vermede verdad. Me metí un bocado depuré de patata y pollo en la boca. Nohabía nada que Amma odiara másque dejar la comida en el plato.Intenté mantenerme a distancia de lapunta del lápiz negro del número 2que usaba sólo para los crucigramas yque estaba tan afilado que casi sepodía derramar sangre con él. Estanoche no me cabía duda alguna.

Escuché el rápido golpeteo de lalluvia en el tejado. No se oía nadamás en la habitación. Amma dio ungolpe con el lápiz en la mesa.

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—Nueve letras. «Recluido openalizado por cometer unafechoría». —Lanzó otra mirada en midirección. Me metí otra cucharada enla boca de puré de patata. Ya sabía loque se me venía encima: el nuevehorizontal.

—C.A.S.T.I.G.A.D.O. O sea,sancionado. Es decir, que si no erescapaz de llegar a clase a tu hora, yapuedes ir pensando en irte de estacasa.

Me pregunté quién la habríallamado para decirle que habíallegado tarde, o mejor aún, quién nola habría llamado. Volvió a sacar

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punta al lápiz, aunque no lonecesitaba, metiendo la punta en elafilador automático que tenía en laencimera. Seguía evitándome lamirada de forma significativa, lo queera aún peor que si me hubieramirado fijamente a los ojos.

Me acerqué a ella y le pasé elbrazo por encima, dándole un buenachuchón.

—Venga ya, Amma. No seas así.Esta mañana estaba diluviando, noquerrías que corriéramos como locosbajo la lluvia, ¿no?

Alzó una ceja, pero su expresiónse suavizó.

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—Bueno, pues me da la impresiónde que va a llover desde ahora hasta eldía en que te dé por cortarte el pelo,así que será mejor que encuentres elmodo de llegar a la escuela antes deque suene el timbre.

—Sí, señora. —Le di un achuchónmás y me encaminé de nuevo hacia elgélido puré de patata—. No te vas acreer lo que ha pasado hoy. Tenemosuna chica nueva en clase. —No sé porqué dije aquello, quizá porque aún lotenía metido en la cabeza.

—¿Crees que no me he enteradode lo de Lena Duchannes? —Casi meatraganté con el pan. Lena

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Duchannes. En el sur se pronunciabade un modo que rimaba con lluvia y,tal cual lo decía Amma, parecía comosi la palabra hubiera adquirido unasílaba extra. Dukey-yein.

—¿Ése es su nombre? ¿Lena?Amma empujó un vaso de batido

de chocolate en mi dirección.—Sí y no, y además no es asunto

tuyo. No te voy a dejar que andesenredando con cosas de las que notienes ni idea, Ethan Wate.

Amma siempre hablaba conacertijos y nunca explicaba nada más.Yo no había ido a su casa en Wader'sCreek desde que era un crío, pero

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sabía que la mayor parte del pueblosí lo había hecho. Amma era lalectora de cartas de tarot másrespetada en cien kilómetros a laredonda, igual que su madre antesque ella y su abuela antes aún, hastaseis generaciones de lectoras de tarot.Gatlin estaba lleno de baptistas,metodistas y pentecostalistastemerosos de Dios, pero ninguno deellos podía resistir la tentación de lascartas, la posibilidad de cambiar elcurso de su propio destino, puestoque eso era lo que pensaban quepodía hacer un lector con poderes. Y,desde luego, Amma era toda una

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fuerza que tener en cuenta.Algunas veces hallaba alguno de

sus hechizos caseros en el cajón de loscalcetines o colgado de la puerta delestudio de mi padre. Sólo preguntéuna vez qué era aquello. Mi padre legastaba bromas cada vez queencontraba uno, pero me di cuenta deque no los quitaba de la circulación.«Mejor respetarlos que tener quelamentarlo», decía, y supuse que conesto se refería a respetar a Amma, quepodía hacer que lo lamentaras bienlamentado.

—¿Has oído algo más sobre ella?—Tú a lo tuyo. Un día vas a hacer

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un agujero en el cielo y el universo seva a caer por ahí. Entonces, estaremostodos metidos en un buen lío.

Mi padre se deslizó en la cocinaen pijama. Se sirvió una taza de caféy sacó de la despensa un paquete decereales Shredded Wheat. Aúnllevaba colocados los taponesamarillos de cera para los oídos.Cuando cogía los cereales significabaque estaba a punto de comenzar sudía y que tuviera los tapones puestosque aún no lo había hecho.

Me incliné y le susurré a Amma:—¿Qué es lo que has oído por

ahí?

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Amma se llevó mi plato y lo pusoen el fregadero. Luego estuvolimpiando algunos huesos queparecían de paleta de cerdo y loscolocó en un plato, lo cual me resultóextraño porque habíamos cenadopollo esa noche.

—Eso no es asunto tuyo. Lo que amí me gustaría saber es por qué estástan interesado.

Me encogí de hombros.—No, no mucho, la verdad. Sólo

es curiosidad.—Pues ya sabes lo que dicen de la

curiosidad. —Clavó un tenedor en mitrozo de pastel de crema y luego me

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echó la Mirada antes de irse.Incluso mi padre notó cómo se

balanceaba la puerta de la cocinacuando ella se marchó y se quitó unode los tapones para preguntarme:

—¿Qué tal te ha ido en la escuela?—Bien.—¿Qué le has hecho a Amma?—He llegado tarde a clase.Me estudió la expresión de la cara

y yo la suya.—¿El número 2?Yo asentí.—¿Afilado?—Ya lo estaba, pero, aun así, lo

afiló más. —Suspiré. Mi padre casi

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llegó a esbozar una sonrisa, lo cualera muy raro. Sentí una especie dealivio, quizá casi como si hubieralogrado algo.

—¿Sabes cuántas veces he estadosentado en esa vieja mesa mientrasella me amenazaba con el lápizcuando era niño? —me preguntó,aunque realmente no era unapregunta. La mesa, rayada ymanchada de pintura, pegamento yrotuladores por todos los Wate que lohabían hecho antes que yo, era unode los trastos más viejos de la casa.

Sonreí. Mi padre cogió el bol decereales e hizo un gesto con la

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cuchara en mi dirección. Ammahabía criado a mi padre, un hechoque me habían recordado cada vezque había osado hablarle con descarocuando era niño.

—M.I.R.Í.A.D.A. —deletreé.Mientras dejaba caer el bol en el

fregadero, él me respondió a su vez:—I.N.F.I.N.I.D.A.D. O sea, te he

ganado, Ethan Wate.Dio un paso hasta que quedó bajo

la luz de la cocina y en ese momentosu media sonrisa se redujo hastadesaparecer. Tenía peor aspecto quenunca. Las sombras de su rostro sehabían acentuado y los huesos se le

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distinguían con toda claridad a travésde la piel, que había adquirido uncolor verde pálido al no salir nunca decasa. Hacía meses que parecía unaespecie de cadáver andante. Se mehacía difícil pensar que era la mismapersona que se sentaba conmigodurante horas en las playas del lagoMoultrie, comiendo sándwiches depollo y ensalada y enseñándomecómo lanzar correctamente el sedal.«A un lado y al otro, a las diez y a lasdos. A las diez y a las dos, como lasmanecillas del reloj». Los últimoscinco meses habían sido muy durospara él, quería de verdad a mi madre.

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Pero yo también.Cogió el café y regresó a su

estudio arrastrando los pies. Era horade enfrentarse a los hechos. QuizáMacon Ravenwood no era el único envivir enclaustrado en la ciudad y nocreía tampoco que cupieran en ellados Boo Radleys, pero esto era lo másparecido a una conversación quehabíamos tenido en meses y noquería que se marchara.

—¿Qué tal te va con el libro? —leespeté. En realidad, lo que queríadecirle era que se quedara y hablaraconmigo.

Él pareció sorprenderse y después

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se encogió de hombros.—Ahí va. Todavía me queda un

montón de trabajo. —Esto queríadecir que no podía hacerlo.

—La sobrina de MaconRavenwood se ha mudado a la ciudad—dije esto justo después de que él sehubiera puesto los tapones de nuevo.Como siempre, no había forma desincronizarnos. Pensándolo bien, meestaba pasando esto con todo elmundo en los últimos tiempos.

Mi padre se quitó un tapón,suspiró, y luego se quitó el otro.

—¿Qué? —Pero ya habíacomenzado a dirigirse hacia su

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estudio. El contador de nuestraconversación estaba en el tiempo dedescuento.

—¿Sabes algo de MaconRavenwood?

—Lo mismo que todo el mundo,supongo. Se comporta como unrecluso. Por lo que yo sé, no ha salidode la mansión Ravenwood en años. —Abrió la puerta del estudio y cruzó elumbral, pero yo no le seguí. Mequedé en la entrada.

Jamás había puesto un pie allídentro. Cuando tenía siete años, mehabía pillado una vez, sólo una,leyendo una novela antes de que

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terminara de revisarla. Su estudio eraun lugar oscuro, aterrador. Había unraído sofá Victoriano encima del cualcolgaba un cuadro siempre cubiertocon una tela. Sabía que no debíapreguntar nunca lo que había debajode ella. Más allá, junto a la ventana,estaba el escritorio de mi padre,tallado en caoba, otra antigüedadtransmitida de generación engeneración con la casa. Y libros,viejos libros encuadernados en pieltan pesados que cuando se abrían eranecesario colocarlos sobre un atrilenorme.

Éstas eran las cosas que nos

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ataban a Gatlin y también a lapropiedad de los Wate, justo como lohabían hecho nuestros antepasadosdurante más de cien años.

Su manuscrito reposaba sobre elescritorio. Aquella vez también seencontraba en el mismo lugar, en unacaja de cartón abierta y yo queríaenterarme como fuera de lo quecontenía. Mi padre escribía terrorgótico, por eso ninguno de sus textosera apropiado para un niño de sieteaños, pero todas las casas de Gatlinestaban llenas de secretos, como todoel sur, en realidad, y mi casa no erauna excepción, ni siquiera entonces.

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Fue él quien me encontró,acurrucado en el sofá de su estudio,con las páginas esparcidas a mialrededor como si hubiera estalladouno de mis cohetes de juguete en lacaja. Por aquel entonces, no sabíadisimular mis trastadas, algo queaprendí con rapidez después deaquello. Sólo le recuerdo gritándomehasta que apareció mi madre y meencontró llorando en el viejomagnolio que había en el patio.«Algunas cosas son privadas, Ethan.Y únicamente para personasmayores».

Yo sólo quería saber. Ése había

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sido siempre mi problema. De hecho,lo seguía siendo. Quería saber porqué mi padre nunca salía de suestudio. Quería saber por qué nopodíamos marcharnos de esa viejacasa sólo porque había un millón deWate que hubieran vivido antes allí,especialmente ahora que mi madre yano estaba.

Pero no esa noche. Esa noche sóloquería recordar los sándwiches depollo y ensalada, y lo de las diez y lasdos, y aquellos momentos en los quemi padre se comía los cereales en lacocina, gastándome bromas. Mequedé dormido mientras recordaba.

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Antes de que sonara el timbre al díasiguiente, Lena Duchannes se habíaconvertido en el tema del quehablaba todo el mundo en el institutoJackson. De alguna manera, a pesarde las tormentas y los cortes de luz,Loretta Snow y Eugenie Asher, lasmadres respectivas de Savannah yEmily, se las apañaron para poner lacena en la mesa y llamar a todo elmundo en el pueblo para quesupieran que una pariente loca deMacon Ravenwood conducía porGatlin en un coche fúnebre, un cocheque pensaban que aún se usaba para

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transportar muertos cuando nadiemiraba. Y desde ahí la cosa fue a más.

Había dos cosas con las quepodías contar en Gatlin. Primero,podías ser diferente, incluso estarloco, y la gente no iba a pensar queeras el asesino del hacha… siempre ycuando salieras de casa de vez encuando. Segundo, si había algo quecontar, podías estar seguro de que ibaa haber alguien que lo contase. Queuna chica nueva se mudara a laMansión Encantada con elenclaustrado de la ciudad, eso sí queera una historia, probablemente lamejor historia que había sucedido en

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Gatlin desde el accidente de mimadre. Así que no sé por qué mesorprendí cuando vi a todo el mundohablar de ella, a todos, menos a loschicos. Éstos tenían otros asuntos quesolucionar primero.

—Entonces, ¿qué es lo quetenemos, Em? —preguntó Linkcerrando la puerta de su taquilla conun golpe.

—Contando las pruebas paraanimadoras, parece que unos cuatroochos, tres sietes y un puñado decuatros. —Ni siquiera se molestabaen contar a las novatas de primeroque no llegaban a puntuar con un

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cuatro.Yo también cerré la mía con un

golpazo.—¿Y a eso le llamas noticias? ¿No

son las mismas chicas que vemos en elDary Kin todos los sábados?

Emory sonrió y me dio unapalmada en el hombro.

—Pero ahora están en el juego,Wate. —Paseó la mirada por laschicas que había en el vestíbulo—. Yyo también estoy preparado parajugar.

A Emory, sin embargo, se le iba lafuerza por la boca. El año anterior,cuando éramos novatos, se pasaba las

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horas hablando de las tías buenasveteranas que se iba a tirar, ya quehabía entrado en el equipo debaloncesto del instituto. Em estabaen la inopia, igual que Link, pero noera tan inofensivo. Tenía una venamezquina, como todos los Watkin.

Shawn sacudió la cabeza.—Esto es como querer coger

melocotones de una vid.—Los melocotones crecen en los

árboles —le soplé, pues habíaterminado por irritarme, quizáporque me había encontrado antes declase con los chicos en el mostradorde las revistas del Stop & Steal, y me

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había visto obligado a sufrir la mismaconversación mientras Earl hojeabalos números de la única cosa que leía,esas revistas con chicas en bikinitumbadas sobre el capó de un coche.

Shawn se me quedó mirando,confuso.

—¿De qué estás hablando?Ni siquiera sabía por qué estaba

molesto. Era una conversaciónestúpida, tan estúpida como el hechode que todos los chicos tuviéramosque reunimos los miércoles por lamañana antes de ir a clase. Era algoque me tomaba como si estuvieranpasando lista. Si estabas en el equipo,

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se esperaba que hicieras unas cuantascosas. Sentarse con todos los demásen la cafetería, ir a las fiestas deSavannah Snow, pedirle a unaanimadora que te acompañara albaile y darte una vuelta por el lagoMoultrie el último día de colegio. Túpodías meter la pata en casi cualquiercosa siempre que aparecieras cuandohabía que pasar lista. No sabía porqué, pero cada vez me costaba másacudir.

Todavía no había conseguido unarespuesta cuando la vi. Inclusoaunque no hubiera llegado a verla, lohabría sabido, porque el pasillo, que

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generalmente estaba atestado degente abriendo las taquillas eintentando llegar a tiempo a claseantes del segundo timbre, se despejóen cuestión de segundos. Todo elmundo dio un paso hacia atráscuando ella entró, como si fuera unaestrella de rock.

O una leprosa.Sin embargo, todo lo que yo vi

fue una chica preciosa con unachaqueta de deporte blanca con lapalabra «Múnich» bordada sobre unlargo vestido gris debajo del cualasomaban unas Converse muy usadas.Llevaba también una larga cadena de

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plata en torno al cuello con toneladasde cosas colgando, como un aro deplástico de una máquina expendedorade chicles, un imperdible y unmontón de amuletos que no podíadistinguir, ya que estaba muy lejos.Una chica cuyo aspecto no era el deuna chica de Gatlin. No podíaquitarle los ojos de encima.

La sobrina de Macon Ravenwood.¿Qué era lo que me estaba pasando?

Se colocó los rizos oscuros detrásde la oreja y la luz fluorescente sereflejó en la laca negra de sus uñas.Tenía las manos manchadas de tintanegra, como si se hubiera apuntado

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cosas en ellas, y caminó por el pasillocomo si fuéramos invisibles. Tenía losojos más verdes que había visto en mivida, tan verdes que incluso parecíaun color que alguien hubiera acabadode inventar.

—Vaya, pues si que está buena —comentó Billy.

Sabía lo que estaban pensando.Durante un segundo, consideraron laidea de largar a sus novias para teneruna oportunidad con ella. Duranteun segundo, se convirtió en unaposibilidad.

Earl le echó un vistazo de reojo, ydespués cerró bruscamente la puerta

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de su taquilla.—Siempre que ignores el hecho

de que es un bicho raro.Había algo chungo en la manera

en que lo dijo, o más bien, en elmotivo por el cual lo hizo. Era unbicho raro porque no era de Gatlin,porque no andaba como loca porentrar en el equipo de animadoras,porque ella no le había vuelto amirar, o más bien, ni siquiera se habíadignado hacerlo. Cualquier otro díale hubiera ignorado y hubiera cerradoel pico, pero ése no estaba porcallarme.

—Así que eso la convierte

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automáticamente en un bicho raro,¿no? ¿Porque no tiene uniforme, elpelo rubio y la falda corta?

El rostro de Earl era transparente.Ésa era una de esas veces en las que sesuponía que tenía que seguirle lacorriente y yo no estaba cumpliendocon mi parte en aquel acuerdo tácito.

—Porque es una Ravenwood.El mensaje era claro. Estaba

buena, pero que no se te ocurrierapensar en ella siquiera. Ya habíadejado de ser una posibilidad. Aunasí, eso no evitó que la miraran, y esoera lo que estaban haciendo todos.Todos los que estaban en el pasillo

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mantuvieron las miradas fijas en ellacomo si fuera un ciervo ante la mirade un rifle de caza.

Pero ella siguió caminando, con elcollar tintineando alrededor delcuello.

Unos minutos más tarde yo estaba depie en la puerta de mi clase de inglésy ella, Lena Duchannes, también. Lachica nueva, que probablementeseguiría recibiendo ese nombredentro de cincuenta años si es que nola llamaban la sobrina del ViejoRavenwood, le entregó una hoja depapel rosa a la señora English, que

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bizqueaba al intentar leerlo.—Se han hecho un lío con mi

horario y no me han puesto clase deinglés —le explicaba ella—, pero mehan colocado dos horas de historia deEstados Unidos y ya lo he cursado enel otro instituto. —Sonaba frustraday yo intenté no sonreír. Ella nuncahabía dado historia de EstadosUnidos, al menos no como laenseñaba el señor Lee.

—De acuerdo, siéntese dondepueda. —La señora English le dio unacopia de Matar a un ruiseñor. Parecíaque nunca se había usado el libro, locual seguramente había ocurrido

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desde que convirtieron la novela enpelícula.

La chica nueva alzó la mirada yme pilló observándola. Yo aparté losojos, pero ya era demasiado tarde. Melas apañé para no sonreír, pero mesentía avergonzado y eso sólo sirviópara que sonriera aún más. Ella nopareció darse cuenta.

—Gracias, pero he traído el mío.—Sacó una copia en tapa dura y conun árbol grabado en la portada.Parecía realmente viejo y usado,como si lo hubiera leído más de unavez—. Es uno de mis libros favoritos.—Hizo el comentario como si aquello

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no fuera una rareza, y en esemomento me quedé mirándola.

Sentí como si una apisonadora mehubiera pasado por encima y Emilyatravesó el umbral de la puerta comosi yo no estuviera allí, que era sumanera de decir «hola» y esperar quela acompañara hacia el fondo de laclase, donde se sentaban todosnuestros amigos.

La chica nueva se sentó en unsitio vacío de la primera fila, en laTierra de Nadie que se extendíadelante de la mesa de la señoraEnglish. Una mala decisión. Todo elmundo sabía que no había que

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sentarse allí. La señora English teníaun ojo de cristal y un oído terrible,algo lógico cuando la familia de unotiene el único campo de tiro delcondado. No podía verte ni dirigirse ati si te sentabas en un sitio cualquieraque no fuera el de delante de ella.Lena iba a tener que contestar laspreguntas de toda la clase.

Emily puso un gesto de diversión,cambió de dirección hasta pasar porsu lado y le dio un golpe al bolso deLena, que se cayó a un lado en elpasillo.

—Vaya. —Emily se agachó, yrecogió un manoseado cuaderno de

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espiral tan roto que estaba a punto deperder la cubierta. Lo alzó como sifuera un ratón muerto—. LenaDuchannes. ¿Ése es tu nombre? Penséque era Ravenwood.

Lena alzó la mirada lentamente.—¿Puedes devolverme mi

cuaderno?Emily hojeó las páginas con

descuido, como si no la hubieraescuchado.

—¿Éste es tu diario? ¿Eresescritora? Oye, esto es genial.

Lena alargó la mano.—Por favor.Emily lo cerró de golpe y lo

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apartó para que no pudieraalcanzarlo.

—¿Puedo pedírtelo un minuto?Me encantaría leer algo que hayasescrito.

—Quiero que me lo devuelvasahora mismo. Por favor. —Lena sepuso de pie. Las cosas se estabanponiendo interesantes. La sobrina delViejo Ravenwood estabaenterrándose en la clase de agujerodel que luego no había escapatoria;nadie tenía una memoria como la deEmily.

—Primero tendrías que aprender aleer. —Le quité el diario a Emily de

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las manos y se lo devolví a Lena.Después me senté en el pupitre de

al lado, justo en la Tierra de Nadie.En el Lado del Ojo Bueno. Emily memiró con incredulidad. No sé por quélo hice. Estaba tan estupefacto comoella. Jamás en mi vida me habíasentado en la parte de delante deninguna clase. El timbre sonó antesde que Emily pudiera decir nada,pero eso no importaba; yo sabía queya las pagaría todas juntas después.Lena abrió el cuaderno y nos ignoró alos dos.

La señora English alzó la mirada.—¿Podemos empezar, chicos?

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Emily se fue con el rabo entre laspiernas hacia su asiento en la parte deatrás, bien lejos de las primeras filas,donde no tendría que contestarpreguntas durante todo el año ytambién muy lejos de la sobrina delViejo Ravenwood. Y ahora, tambiénlejos de mí. Esto me pareció algoliberador, incluso aunque tuviera queanalizar la relación de Jem y Scoutdurante cincuenta minutos sinhaberme leído el capítulo.

Cuando sonó el timbre, me volví amirar a Lena. No sé qué me habíaimaginado que iba a decir. Quizásesperaba que ella me lo agradeciera.

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Pero no dijo nada y metió los librosen su cartera.

156. No era una palabra lo quehabía escrito en el dorso de su mano.

Era un número.

Lena Duchannes no me volvió adirigir la palabra, al menos no ese día,ni siquiera esa semana, mas eso noevitó que pensara en ella o que laviera prácticamente por todas partes,aunque intentara no mirar. No eraexactamente que esto me molestara.Tampoco era por su aspecto o por elhecho de que fuera guapa, a pesar deque siempre llevara ropas

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inadecuadas o esas viejas zapatillas.No era tampoco por lo que decía enclase, que era algo que nadie sehubiera atrevido a pensar y, de habersido así, no se hubiera atrevido adecir. Ni siquiera que era diferente alresto de chicas del Jackson, pese a loobvio que eso era.

Era porque me hacía darmecuenta de lo mucho que me parecía atodos ellos, aunque yo quisierasimular que no era así.

Había estado lloviendo todo el díay estaba sentado en la clase decerámica, también conocida comoSG, sobresaliente garantizado,

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porque te ponían la nota en funcióndel esfuerzo y no de los resultados.Me había matriculado en cerámica lapasada primavera porque tenía quecursar algunas asignaturas de arte y,desde luego, bajo ningún conceptopensaba meterme en la banda demúsica, que ensayaba ruidosamenteen el piso de abajo, dirigidos por ladelgadísima y siempre llena deentusiasmo señorita Spider.Savannah se sentaba a mi lado. Yoera el único chico de la clase, y comoera chico no tenía ni idea de lo que sesuponía que teníamos que hacer acontinuación.

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—Hoy experimentaremos y no osvoy a poner nota. Sentid la arcilla,liberad la mente. Ignorad la músicaque viene del piso de abajo. —Laseñora Abernathy se estremeciócuando la banda masacró una canciónparecida a Dixie—. Sentidloprofundamente, abrid un caminohasta vuestra alma.

Me coloqué al lado del torno dealfarero y me quedé mirando lacerámica cuando empezó a girardelante de mí. Suspiré. Esto era casitan malo como la banda. Cuando laclase se quedó en silencio y elzumbido de los tornos ahogó el rumor

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de la conversación en las filas deatrás, cambió la música del piso deabajo. Oí un violín, o quizás uno deesos violines grandes, una viola, creo.El sonido era hermoso y triste a lavez, además de perturbador. Desdeluego, había mucho más talento enaquella desnuda melodía que lo quela señorita Spider había tenido elplacer de dirigir en su vida. Miré a mialrededor; nadie parecía escuchar lamúsica. El sonido se deslizó bajo mipiel.

Reconocí la música y, al cabo depocos segundos, comencé a escucharlas palabras en mi mente, tan claras

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como si las estuviera oyendo en miiPod, pero esta vez la letra habíacambiado:

Dieciséis lunas, dieciséisaños

con el sonido del trueno entus oídos.

Dieciséis millas hasta elreencuentro con ella.

Dieciséis que buscan lo quedieciséis temen.

Me quedé mirando la arcilla quegiraba delante de mí hasta que elbulto se deformó. Cuanto más

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intentaba concentrarme, más sedifuminaba la habitación a mialrededor, hasta que pareció que laarcilla arrastraba en sus giros a laclase, la mesa y mi silla con ella. Eracomo si todos estuviéramosconectados en un giro continuo, alcompás del ritmo de la melodíaprocedente de la clase de música. Lahabitación desapareció de mi visión.Alcé una mano y, con lentitud, paséun dedo por la arcilla.

Y entonces hubo un relámpago yla clase que giraba se diluyó dandopaso a otra imagen…

Yo caía.

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Ambos caíamos.Había regresado a mi sueño. Veía

su mano, y veía la mía aferrándose aella, con los dedos clavados en su piel,en su muñeca, en un intentodesesperado por sujetarla, pero se meescapaba y podía sentir cómo susdedos se me escurrían de la mano.

¡No me sueltes!Quería ayudarla, sostenerla, más

de lo que había querido nada en mivida. Y en ese momento ella seescurrió de entre mis dedos…

—¿Qué estás haciendo, Ethan? —

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preguntó la señorita Abernathy conpreocupación.

Abrí los ojos e intenté enfocar lamirada y recobrarme. Había tenidotodos estos sueños desde que mimadre murió, pero ésa fue la primeravez que los tuve durante el día. Mequedé mirando la mano, llena dearcilla gris que empezaba a secarse.Pero la huella que había en el tornotenía la impronta de una mano, comosi yo hubiera aplastado lo que habíaestado haciendo. La observé más decerca. Esa mano no era la mía, sinoque era mucho más pequeña. Era lade una chica.

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Su mano.Miré bajo mis uñas, estaba la

arcilla que se había desprendido de sumuñeca.

—Ethan, al menos podrías hacerel intento. —La señora Abernathy mepuso la mano en el hombro y mesobresalté. Al otro lado de lasventanas se oía el retumbar de untrueno.

—Señorita Abernathy, creo queestá comunicándose con su alma —dijo Savannah entre risitas,inclinándose para ver mejor—. Y creoque te está diciendo que necesitasuna manicura, Ethan.

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Las chicas situadas a mi alrededorse echaron a reír. Aplasté la huellacon el puño, convirtiéndola en unamasa informe. En cuanto sonó eltimbre, me levanté, me restregué lasmanos en los vaqueros, cogí lamochila y salí a toda prisa de la clase,resbalando con las zapatillas mojadasal doblar la curva para salir. Luego,tropecé con los cordones que llevabadesatados cuando bajé corriendo losdos tramos de escaleras que habíahasta la sala de música. Tenía quesaber si me lo había imaginado.

Empujé las puertas de la clase demúsica con ambas manos. El

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escenario estaba vacío y la clasedesfilaba para salir. Yo ibacontracorriente, intentando entrarcuando todo el mundo quería salir.Inhalé una gran bocanada de aire,pero ya sabía lo que iba a oler antesde hacerlo.

Limones y romero.En el escenario, la señorita Spider

recogía las partituras, dispersasencima de las sillas de tijera queusaba aquella penosa orquesta.

—Perdone, señorita, ¿quiéntocaba esa… esa canción? —pregunté.

Ella me dirigió una sonrisa.—Hemos tenido una maravillosa

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nueva adquisición en la sección decuerda. Una viola. Justo acaba demudarse a nuestra ciudad…

No. No podía ser. Ella no.Me volví y eché a correr antes de

que pronunciara su nombre.

Cuando sonó el timbre de la octavahora, Link me estaba esperandoenfrente de las taquillas. Se pasó losdedos por su pelo de punta y se estiróla desteñida camiseta de BlackSabbath.

—Link, colega, necesito que medejes las llaves.

—¿Y qué hay del entrenamiento?

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—No puedo. Tengo que haceralgo.

—Pero, tío, ¿de qué estáshablando?

—Necesito las llaves. —Tenía quesalir de allí como fuera. Había tenidotodos esos sueños, había escuchadoaquella música y ahora perdía elconocimiento en mitad de la clase, sies que ésa era la manera de llamarlo.No sabía qué era lo que me estabapasando, pero lo que sí sabía era queno podía ser nada bueno.

Si mi madre aún estuviera viva,probablemente se lo habría contadotodo. Ella era así, podía contarle todo.

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Pero ya no estaba y mi padre vivíaencerrado en su estudio. Si se meocurría decirle algo a Amma,empezaría a echar sal por toda mihabitación durante un mes por lomenos.

Sólo dependía de mí.Link me dio las llaves.—El entrenador te va a matar.—Lo sé.—Y verás cuando Amma se

entere.—También lo sé.—Te va a patear el culo todo el

camino hasta la frontera del condado.—Me despidió con la mano cuando

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cogí las llaves—. No hagas tonterías.Me volví y salí disparado.

Demasiado tarde.

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11 DE11 DESEPTIEMBRESEPTIEMBRE

Colisión

CCuando llegué al coche, estabaempapado. La tormenta había ido enaumento a lo largo de toda la semana.Había alerta por mal tiempo en todaslas emisoras de radio que pude captar,lo cual no era mucho si tenemos encuenta que el Cacharro sólo cogíatres. Las nubes se habían vueltocompletamente negras y, comoestábamos en temporada de

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huracanes, no era algo para tomarse ala ligera, pero no me importó.Necesitaba aclararme y pensar quéestaba ocurriendo, aunque ni porasomo sabía cómo.

Tuve que dar las luces hasta parasalir del aparcamiento. No se veía amucho más de un metro delante delcoche. No era un día para conducir,los rayos atravesaban el cielo oscuroque se extendía ante mí. Conté, comoAmma me había enseñado hacía años—uno, dos y tres— y el truenoestalló, lo que significaba que latormenta no andaba a más, según loscálculos de Amma, de unos cuatro o

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cinco kilómetros.Me detuve ante el semáforo que

había en el Jackson, uno de los tresexistentes en todo el pueblo. No seme ocurría qué hacer. La lluviagolpeaba ruidosamente el coche. Laradio permanecía estática, peroescuché algo. Subí el volumen y lacanción fluyó por aquellos altavocesde mierda.

Dieciséis lunas.La canción que había

desaparecido de mi lista dereproducción. Ese tema que nadieparecía oír y que Lena Duchanneshabía estado tocando con la viola. La

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canción que me estaba volviendoloco.

El semáforo cambió a verde y elCacharro arrancó tambaleándose porel camino. Estaba en marcha y notenía ni la menor idea de adónde iba.

Los relámpagos continuaronatravesando el cielo. Conté: uno, dos.La tormenta se estaba acercando.Puse en marcha los limpiaparabrisas,pero no servían de nada. Apenaspodía ver más allá de la mitad de lamanzana. Un rayo centelleó denuevo. Conté: uno. El truenoretumbó sobre el techo del Cacharroy la lluvia se volvió horizontal. Las

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gotas golpeteaban sobre el parabrisascon tanta fuerza que parecía que seiba a romper en cualquier momento,lo cual, considerando el estado en elque estaba el coche, no habría sidoraro.

Yo no perseguía a la tormenta,era ella la que me perseguía a mí y alfinal me había alcanzado. Apenaspodía mantener las ruedas sobre lacalzada y el Cacharro comenzó apatinar de forma errática de un lado aotro entre las dos calles que daban ala Route 9.

No veía nada. Pisé a fondo elfreno, dando vueltas en la oscuridad.

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Las luces fluctuaron apenas duranteun segundo y un par de grandes ojosverdes me devolvieron la mirada desdela mitad de la calzada. A primeravista me pareció que era un ciervo,pero me había equivocado.

¡Había alguien en la carretera!Sujeté el volante con ambas

manos, con la mayor fuerza posible, ymi cuerpo se estampó contra ellateral del coche.

Ella tenía la mano extendida.Cerré los ojos esperando el impacto,pero éste no tuvo lugar.

El Cacharro se detuvo con unasacudida, a no más de un metro. Las

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luces formaron un pálido círculo deluz en la lluvia, reflejándose en unosde esos baratos chubasqueros deplástico que se pueden comprar a tresdólares en la tienda. Era una chica.Lentamente, se apartó la capucha delrostro, dejando que la lluvia le cayerasobre la cara. Ojos verdes, pelo negro.

Lena Duchannes.No podía respirar. Sabía que ella

tenía los ojos verdes, porque los habíavisto antes, pero esta noche tenían unaspecto diferente, distintos a otrosojos cualquiera que yo hubiera vistoantes. Eran muy grandes y de unverde antinatural, un verde eléctrico,

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como los relámpagos de la tormenta.Allí de pie bajo la tempestad, nisiquiera parecía humana.

Salí a trompicones del cochehacia la lluvia, dejando el motor enmarcha y la puerta abierta. Ningunode los dos dijo ni una palabra, y nosquedamos de pie en mitad de laRoute 9 debajo de esa clase de diluvioque sólo se veía cuando hay unhuracán o una borrasca del noreste.La adrenalina me corría por las venasy tenía los músculos en tensión, comosi mi cuerpo aún esperara el golpe.

El pelo de Lena chorreaba agua yrevoloteaba bajo el soplo del viento.

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Di un paso hacia ella y su cabello meazotó. Olía a limones y a tomillomojados. De repente, el sueñoregresó, como si fuera una ola quepasara sobre mi cabeza. Esa vez,cuando ella me cogió la mano, habíavisto su rostro por única vez.

Ojos verdes y pelo negro. Lorecordaba. Era ella, y ahora la teníade pie justo delante de mí.

Tenía que asegurarme, así que lacogí de la muñeca y allí estabanaquellos diminutos arañazos en formade media luna, justo donde mis dedosse habían aferrado a su muñecadurante el sueño. Cuando la toqué,

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una descarga eléctrica me recorrió elcuerpo. Cayó un rayo sobre un árbolsituado a poco más de tres metros dedonde estábamos, partiendo el troncolimpiamente por la mitad. Comenzóa arder.

—¿Estás loco? ¿Tan malconductor eres? —Se apartó de mí,con los ojos verdes centelleantes… ¿deira? De lo que fuera.

—Eres tú.—¿Qué era lo que pretendías?

¿Matarme?—Eres real. —Sentía las palabras

extrañas en la lengua, como si latuviera llena de algodón.

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—Pues casi soy un cadáver, por tuculpa.

—No estoy loco. Creí que meestaba volviendo loco, pero no. Erestú. Estabas justo ahí, delante de mí.

—No por mucho tiempo. —Medio la espalda y comenzó a andar porla calzada. Ésta no era la manera enque había pensado que nosencontráramos.

Corrí hasta caminar a su lado.—Has sido tú la que ha aparecido

de la nada y se ha colocado en mitadde la calle.

Hizo un gesto de despedida con elbrazo como si lo que estuviera

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rechazando fuera algo más que esaidea. En ese momento distinguí ellargo coche negro en las sombras. Elcoche fúnebre, con la capota alzada.

—¿Ah, sí? Estaba buscando aalguien que me ayudara, pedazo degenio. El coche de mi tío se haparado. Sólo tenías que haberconducido por tu sitio en vez deintentar atropellarme.

—Tú eres la chica que aparece enmis sueños. Y la canción. Esa extrañacanción que me encontré en el iPod.

Lena se giró y se puso frente a mí.—¿Qué sueños? ¿Qué canción?

¿Estás borracho o me estás gastando

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alguna clase de broma?—Sé que eres tú. Tienes esas

marcas en la muñeca.Ella volvió la mano y se las miró,

confusa.—¿Éstas? Tengo un perro. Pasa

del tema.Pero yo sabía que no estaba

equivocado. Veía su rostro en misueño con toda claridad. ¿Cómo eraposible que ella no lo supiera?

Se puso de nuevo la capucha ycomenzó el largo paseo haciaRavenwood bajo el diluvio. Me pusea su lado.

—Pues te doy un consejo. La

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próxima vez, no te bajes del coche enmitad de la calzada durante unatormenta. Llama al 911.

Ella no dejó de andar.—No iba a llamar a la policía. Se

supone que no tengo que conducir.Sólo puedo conducir si voy conalguien y, de todos modos, tengo rotoel móvil. —Desde luego, estaba claroque no era de aquí. La única manerade que la policía te detuviera en estepueblo era si te pillaban conduciendopor el lado contrario de la carretera.

La tormenta parecía arreciar.Tuve que gritar por encima delaullido de la lluvia.

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—Déjame que te lleve a casa. Nodeberías andar por aquí.

—No, gracias. Esperaré a queaparezca el siguiente chico que mequiera atropellar.

—No va a aparecer ningún otrochico. Pasarán horas antes de quevenga nadie por aquí.

Ella reanudó la marcha.—No me importa. Caminaré.No podía dejarla vagabundeando

por ahí bajo aquel diluvio. Mi madreme había criado demasiado bien paraeso.

—No puedo dejar que regreses acasa con este tiempo tan malo. —Y

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como si quisiera darme la entradillaen una obra de teatro, el truenoestalló sobre nuestras cabezas y sucapucha voló de nuevo—. Conducirécomo si fuera mi abuela. O como sifuera la tuya.

—No dirías eso si conocieras a miabuela. —El viento arreciaba y ellagritaba también.

—Vamos.—¿Qué?—El coche. Métete dentro.

Conmigo.Ella me miró y durante un

segundo no estuve seguro de si iba aceder.

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—Será más seguro que ircaminando, sobre todo si eres túquien va conduciendo.

El Cacharro estaba empapado. ALink se le iba a ir la cabeza cuando loviera. La tormenta sonaba diferentecuando nos metimos en el automóvil,más alta y más tranquila al mismotiempo. Oía cómo la lluvia golpeabael techo, pero el sonido lo ahogaba eldel latido de mi corazón y elcastañeteo de mis dientes. Puse elcoche en marcha. Era consciente de lapresencia de Lena a mi lado, sólo aunos centímetros, en el asiento delcopiloto. La miré a hurtadillas.

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Aunque era un coñazo, erapreciosa. Tenía unos ojos verdesenormes. No podía hacerme una ideade por qué esta noche parecía tandistinta. Tenía las pestañas más largasque había visto en mi vida y su pálidapiel aún lo parecía más en contrastecon su cabello negro. En el pómulo,justo debajo de su ojo izquierdo,distinguí una diminuta marca denacimiento de color marrón claro enforma de luna creciente. No separecía a ninguna otra persona deJackson, ni a nadie que yo hubieravisto en toda mi vida.

Se quitó el chubasquero mojado

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sacándoselo por la cabeza. Debajollevaba una camiseta y unos vaquerosnegros que se le habían quedado tanpegados que parecía que se hubieracaído en una piscina. El chaquetóngris arrojó un chorro de agua sobre elasiento de piel sintética.

—Me es… estás mirando.Aparté la mirada hacia el

parabrisas o a cualquier lado menosdonde estaba ella.

—Deberías quitarte eso, sólo vas aconseguir enfriarte.

La miré mientras luchaba con losdelicados botones de plata delchaquetón, incapaz de controlar el

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temblor de sus manos. Alargué lamano y ella se encogió, como sihubiera intentado tocarla de nuevo.

—Pondré la calefacción.Ella volvió a luchar con los

botones.—Gr… gracias.Pude verle las manos, con más

manchas de tinta que antes, peroahora emborronadas por el agua.Adiviné unos cuantos números.Quizás un uno o un siete, un cinco yun dos. 152. ¿De qué iba eso?

Eché una ojeada al asientoposterior buscando la vieja manta delejército que Link solía tener allí. En

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vez de eso, había un raído saco dedormir, probablemente desde laúltima vez que mi amigo se metió enproblemas en su casa y tuvo quedormir en el coche. Olía a humo dehoguera y a moho de sótano, pero sela ofrecí.

—Mmm, esto está mejor. —Cerrólos ojos.

Se relajó con el calor de lacalefacción y yo también me sentímejor mientras la observaba. Ledejaron de castañetear los dientes, ydespués de eso, avanzamos ensilencio. Sólo se oía la tormenta y elsonido de las ruedas arrojando agua

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en todas las direcciones al atravesar ellago en el que se había convertido lacarretera. Ella trazó unas líneas con eldedo en la ventana empañada.Intenté mantener los ojos en lacalzada mientras hacía todo loposible por recordar el resto delsueño, algún detalle, alguna cosa quepudiera probarle que ella era eso,ella, lo que fuera, y que yo era yo.

Pero cuanto más lo intentaba,más parecía alejarse de mí, hacia lalluvia, la carretera y las hectáreas decampos de tabaco que pasaban anuestro lado, plagados de anticuadamaquinaria agrícola y viejos graneros

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destartalados. Cuando llegamos a lasafueras del pueblo, nos topamos conla desviación. Si torcías a laizquierda, hacia mi casa, íbamos alrío, con todas aquellas casasrestauradas de antes de la guerra,alineadas a orillas del Santee.También era la manera de salir delpueblo. Cuando llegamos a labifurcación, automáticamentecomencé a girar hacia la izquierda,por puro hábito. A la derecha sóloestaba la plantación Ravenwood, ynadie iba allí nunca.

—No, espera. Gira hacia laderecha —me corrigió ella.

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—Oh, claro. Perdona.Me sentí fatal. Subimos la colina

hacia la gran casa, la mansiónRavenwood. Había estado tanconcentrado en su papel en el sueñoque se me había olvidado quién eraen realidad. La chica con la quellevaba soñando meses, la chica en laque no podía dejar de pensar era lasobrina de Macon Ravenwood. Y yola llevaba hacia la MansiónEncantada, pues así era como lallamábamos.

Tal como yo la había llamado.Ella bajó la mirada hacia sus

manos. Yo no era el único que sabía

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que vivía en la Mansión Encantada.Me pregunté qué sería lo que habíaoído en los pasillos, si sabía lo quetodo el mundo decía de ella. Yaquella mirada incómoda en su rostrodecía a las claras que sí. No sé porqué, pero no podía soportar verla así.Intenté pensar en algo para romper elsilencio.

—¿Por qué te has mudado paravivir aquí con tu tío? Por lo general,la gente se las apaña para irse deGatlin, casi nadie viene a vivir aquí.

Advertí el alivio en su voz.—He vivido en un montón de

sitios: Nueva Orleans, Savannah, los

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Cayos de Florida y unos cuantosmeses en Virginia. Incluso he llegadoa vivir en las islas Barbados duranteun tiempo.

Me di cuenta de que no habíarespondido a la pregunta, pero nopude evitar pensar que yo habríamatado por vivir en algún lugar deésos, aunque fuera sólo durante unverano.

—¿Dónde están tus padres?—Han muerto.Sentí un peso en el pecho.—Lo siento.—No pasa nada. Murieron

cuando yo tenía dos años, y ni

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siquiera les recuerdo. He vivido conun montón de parientes, sobre todocon mi abuela, pero se ha ido de viajedurante unos cuantos meses. Por esotengo que quedarme con mi tío.

—Mi madre murió también, enun accidente de coche. —No tenía niidea de por qué lo había dicho, yaque me pasaba la mayor parte deltiempo intentando no hablar deltema.

—Lo siento.No le dije que todo iba bien.

Tuve la intuición de que era la clasede chica que sabía que eso no era así.

Paramos frente a una verja negra

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de hierro forjado maltratada por eltiempo. Delante de mí se extendía,en la colina y apenas visible a travésde una capa de niebla, los restosdestartalados de la casa más antigua eimportante de Gatlin, la mansiónRavenwood. Nunca había estado tancerca como ahora. Apagué el motor.La tormenta había amainado hastaconvertirse en una especie de lloviznasuave pero constante.

—Mira, parece que se han ido losrayos.

—Estoy segura de que hay más enel lugar de donde venían éstos.

—Quizá. Pero no esta noche.

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Ella me miró, casi con curiosidad.—No. Creo que se ha terminado

por esta noche. —Sus ojos tenían unaspecto distinto. Habían perdido elverde tan intenso, y también parecíanalgo más pequeños, no pequeños enrealidad, simplemente eran másnormales.

Comencé a abrir mi puerta paraacompañarla hasta la casa.

—No, no lo hagas. —Parecíaavergonzada—. Mi tío es un pocotímido. —Lo cual no dejaba de ser uneufemismo.

Tenía la puerta medio abierta y lasuya estaba igual. Nos estábamos

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mojando cada vez más, pero nosquedamos allí sentados sin decir nada.Sabía lo que quería decir, y tambiénque no podía hacerlo. Ignoraba porqué estaba allí sentado, empapado,delante de la mansión Ravenwood.Nada tenía ningún sentido, pero sólosabía una cosa. Una vez quecondujera de vuelta colina abajo ygirara en dirección a la Route 9, todovolvería a cambiar y a ser como antes.Todo volvería a tener sentido. ¿O no?

Ella habló primero.—Supongo que debo darte las

gracias.—¿Por no atropellarte?

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Ella sonrió.—Ah, sí, claro. Y por traerme.Me quedé mirando cómo me

sonreía, casi como si fuéramosamigos, lo cual era imposible.Empecé a sentir una especie declaustrofobia, tenía que salir de allíde alguna manera.

—No es nada. Quiero decir, esguay. No te preocupes. —Me puse lacapucha de la sudadera de baloncesto,del mismo modo que hacía Emorycuando había cortado con algunachica y ella intentaba hablar con élen el vestíbulo del instituto.

Ella me miró, sacudiendo la

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cabeza, y me alargó el saco de dormircon cierta rudeza. Ya no sonreía.

—Como quieras. Ya nos veremospor ahí. —Me dio la espalda, sedeslizó por la verja y corrió por elcamino empinado y fangoso que ibahacia la casa. Yo cerré de un portazo.

El saco de dormir estaba en elasiento. Lo cogí para echarlo en elasiento posterior. Todavía olía unpoco a moho y humo, pero tambiénotro poco a limón y tomillo. Cerré losojos. Cuando los abrí, ella ya estaba amedio camino de la entrada.

Bajé la ventanilla.—Tiene un ojo de cristal.

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Lena se volvió y me miró.—¿Qué?—La señora English —grité

mientras la lluvia se colaba en elcoche—. Tienes que sentarte al otrolado o te preguntará.

Ella sonrió y la lluvia se deslizópor su rostro.

—A lo mejor me gusta hablar.Se volvió hacia Ravenwood y

subió corriendo los escalones de laveranda.

Eché el coche marcha atrás yconduje de vuelta hacia la desviaciónpara girar en la dirección que lo hacíasiempre y tomar la carretera de toda

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la vida. Hasta ese mismo día. Vi algoque brillaba en un pliegue delasiento. Un botón de plata.

Me lo guardé en el bolsillo, y mepregunté con qué soñaría esta noche.

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12 DE12 DESEPTIEMBRESEPTIEMBRECristales rotos

NNada.Había sido una noche larga, sin

sueños, la primera en mucho tiempo.Cuando me desperté, la ventanaestaba cerrada, no había lodo en lacama, ni canciones misteriosas en miiPod. Lo comprobé dos veces. Inclusola ducha olía sólo a jabón.

Me quedé en la cama, mirandohacia el techo azul, pensando en ojos

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verdes y pelo negro, en la sobrina delViejo Ravenwood, en LenaDuchannes, cuyo apellido rimabacon lluvia.

¿Cómo podía cualquier chicoapartarse de ella?

Cuando Link aparcó, le estabaesperando en el bordillo. Cuando mesubí al coche, mis zapatillas sehundieron en la alfombrilla mojada,lo que hacía que el Cacharro olieraincluso peor de lo que era habitual.Link sacudió la cabeza.

—Lo siento, tío. Intentaré secarlocuando terminemos las clases.

—Como quieras, pero hazme el

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favor de no descarrilar, o todo elmundo empezará a hablar de ti en vezde la sobrina del Viejo Ravenwood.

Durante un segundo, consideré laidea de guardármelo para mí, peronecesitaba contárselo a alguien.

—La he visto.—¿A quién?—A Lena Duchannes.Se quedó en blanco.—La sobrina del Viejo

Ravenwood.Cuando salimos del aparcamiento,

ya le había contado a Link toda lahistoria. Bueno, quizá no toda lahistoria. Incluso los mejores amigos

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tienen sus límites. No puedo decirque él se lo creyera todo, pero bueno,¿quién lo hubiera hecho? Si hasta amí me costaba creerme a mí mismo.Mientras caminábamos hacia dondeestaban los chicos, aunque no abundómucho en los detalles, sí que teníaclara una cosa. Había que hacercontrol de daños.

—En realidad, no ha pasado nada.La llevaste a su casa.

—¿Que no ocurrió nada? ¿Pero esque no me has escuchado? He estadosoñando con ella durante meses yahora resulta que es…

Link me cortó en seco.

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—Pero no te has liado con ella ninada. Tampoco has entrado en laMansión Encantada, ¿a que no? Y nole has visto, esto… a él. —Ni siquieraLink era capaz de pronunciar sunombre. Una cosa era salir con unachica guapa, fuera quien fuera, y otramuy distinta vérselas con el ViejoRavenwood.

Sacudí la cabeza.—No, pero…—Lo sé, ya lo sé. Se te ha ido un

poco la olla. Lo único que te digo esque te lo guardes para ti, tío. Sólo dilo que sea estrictamente necesario.Además, nadie tiene por qué

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enterarse. —Ya me imaginaba yo queesto iba a ser complicado. Lo que nosabía era que iba a ser imposible.

Cuando abrí la puerta de la clase deinglés, todavía andaba dándolevueltas a todo esto en mi cabeza,sobre ella y sobre lo que no habíaocurrido, según Link. LenaDuchannes.

Quizás era su manera de llevaraquel collar tan raro con todas esaschucherías colgadas, o que cuando lastocaba parecía como si le importasende verdad o hubieran significado algopara ella en el pasado. Quizás eran

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esas viejas zapatillas que llevabatanto si se había puesto vaqueros o unvestido, como si necesitara echar acorrer de un momento a otro. Cuandola miraba, me sentía más lejos deGatlin de lo que había estado en todami vida. A lo mejor era eso.

Me detuve cuando empecé apensar y entonces alguien tropezóconmigo. Sólo que esta vez no erauna apisonadora, sino algo másparecido a un tsunami. Chocamosbien fuerte. En el momento en quenos tocamos, la luz del techo sefundió y una lluvia de chispas cayósobre nuestras cabezas.

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Yo me agaché, pero ella no.—¿Estás intentando matarme por

segunda vez en dos días, Ethan? —Laclase se quedó sumida en un silenciomortal.

—¿Qué…? —Apenas fui capaz depronunciar palabra.

—Te he preguntado que si estásintentando matarme otra vez.

—No sabía que estabas ahí.—Eso fue lo que dijiste anoche.Anoche. Una palabra tan corta

pero capaz de cambiar toda tu vida enel Jackson. Aunque hubiera aún unmontón de luces encendidas, parecíacomo si tuviéramos un foco justo

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encima de nuestras cabezas, al menospor lo que se refería a nuestropúblico. Sentí cómo me ruborizaba.

—Lo siento. Bueno… hola —mascullé entre dientes, quedandocomo un idiota. Ella parecíadivertida, pero siguió andando. Soltósu bolso en el mismo pupitre dondese había sentado toda la semana, justoenfrente de la señora English. En elLado del Ojo Bueno.

Yo ya había aprendido la lección.No se le podía decir a LenaDuchannes dónde podía sentarse ono. No importaba lo que pensaras delos Ravenwood, había que concederle

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eso. Me deslicé en el asientocontiguo al suyo en plena mitad de laTierra de Nadie, como había estadohaciendo durante toda la semana.Sólo que esta vez ella sí me habíahablado, lo cual hacía que todo fueraalgo distinto. No en un mal sentido,sino en uno que me daba pavor.

Comenzó a sonreír, pero secontuvo. Intenté pensar en algointeresante que pudiera decir, o almenos que no fuera del todoestúpido. Pero antes de que se meocurriera alguna cosa, Emily se sentóa mi otro lado, flanqueada por EdénWesterly y Charlotte Chase, como

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unas seis filas más cerca de lohabitual. Hoy no iba a ayudarme elhecho de estar sentado en el Lado delOjo Bueno. . La señora English alzóla mirada de su mesa, suspicaz.

—Eh, Ethan —dijo Edén,volviéndose hacia mí y sonriéndomecomo si yo le estuviera siguiendo eljuego de alguna manera—. ¿Qué talte va?

No me sorprendía en absolutoque Edén secundara la iniciativa deEmily. Edén sólo era otra de lasmuchas chicas bonitas que no lo erantanto como Savannah. Era lo que sedice exactamente una segundona,

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tanto en el grupo de animadorascomo en la vida. Ni era ni base nisaltadora, y algunas veces ni siquierallegaba a pisar la colchoneta. Sinembargo, Edén nunca se rendía en elintento de hacer lo que fuera parasaltar en esa colchoneta. Lo suyo erajugar a ser diferente, salvo por elhecho de que no lo era en absoluto,supongo. Nadie lo era en el Jackson.

—No queríamos que te sentarasaquí solo —comentó entre risitasCharlotte.

Si Edén era una segundona,Charlotte era de tercera, pues estabaun poco regordeta, algo que ninguna

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animadora del Jackson que serespetara podía permitirse. Nuncahabía terminado de perder lasredondeces de la infancia, y a pesarde que estaba perpetuamente a dieta,jamás había conseguido perder esosúltimos cinco kilos. No era culpasuya, puesto que no dejaba deintentarlo. Se comía el pastel, pero sedejaba los bordes. Se comía el doblede bollos, pero la mitad del relleno.

—¿Es que no había un libro másaburrido que éste? —Emily no sedignó mirar en mi dirección. Era unadisputa territorial. Ella me habríatirado con gusto a la basura, pero lo

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cierto es que no le apetecía ver cercade mí a la sobrina del ViejoRavenwood—. Como si me apetecieraleer sobre una ciudad llena de genteque están todos mal de la cabeza. Yatenemos bastantes por aquí.

Abby Porter, que generalmentese sentaba en el Lado del Ojo Bueno,se sentó al otro lado de Lena y lededicó una débil sonrisa. Lena se ladevolvió y parecía que iba a decirlealgo amistoso cuando Emily le lanzóesa mirada que dejaba bien claro quela afamada hospitalidad sureña no seaplicaba a ella. Y desafiar a EmilyAsher era un acto de suicidio social.

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Abby abrió su carpeta y hundió lanariz en ella, evitando a Lena.Mensaje recibido.

Emily se volvió hacia Lena y lededicó otra mirada que se las apañópara recorrerla desde la punta delpelo sin reflejos al rostro sinmaquillar, y de ahí a las puntas de lasuñas sin pintar. Edén y Charlotte segiraron en sus asientos para ponersefrente a Emily como si Lena noexistiera. La chica, desde su punto devista, era «frío, frío» y ahora, sihubiera sido un congelador, habríamarcado quince grados bajo cero.

Lena abrió su destrozado

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cuaderno de espiral y comenzó aescribir. Emily sacó su móvil y sepuso a mandar mensajes. Yo bajé lamirada a mi cuaderno y deslicé uncómic de Estela Plateada entre laspáginas, algo mucho más difícil dehacer cuando se está en la fila central.

—Muy bien, señoras y señores,no están ustedes de suerte, ya queparece que todas las demás lucescontinúan funcionando. Espero quetodo el mundo leyera anoche lo quetocaba. —La señora Englishgarabateaba como una loca en lapizarra—. Pero antes debatiremosdurante unos minutos los conflictos

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sociales dentro de un pueblo.Alguien debería haberle dicho a

la señora English que sin salir de laclase ya teníamos un conflicto socialmás grande que dentro de un pueblo.Emily estaba coordinando un ataquea gran escala.

—¿Quién sabe por qué Atticusdesea defender a Tom Robinsonfrente a la estrechez de miras y elracismo?

—Apuesto a que Lena Ravenwoodlo sabe —comentó Edén, sonriendoinocentemente a la señora English.Lena bajó la mirada a las líneas de sucuaderno, pero no dijo nada.

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—Cierra el pico —le susurré,aunque de modo más audible de loque quería—. Ya sabes que ése no essu nombre.

—Pues podría serlo si vive con esebicho raro —replicó Charlotte.

—Ten cuidado con lo que dices,porque he oído que, bueno, que sonpareja. —Emily estaba sacando laartillería pesada.

—Ya basta. —Cuando la señoraEnglish paseó su ojo bueno sobrenosotros, todos nos quedamoscallados.

Lena se movió en el asiento y susilla chirrió con fuerza al deslizarse

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sobre el suelo. Me incliné haciadelante en el mío intentandoconvertirme en una muralla entreLena y las subalternas de Emily comosi con eso pudiera rechazarfísicamente sus comentarios.

No puedes.¿Qué? Me erguí en el asiento,

sorprendido. Miré a mi alrededor,pero nadie me estaba hablando; dehecho, nadie estaba hablando. Miré aLena, pero ella estaba aún medioescondida dentro de su cuaderno. Québien. No tenía bastante con soñarcon chicas reales y escucharcanciones imaginarias. Ahora

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también oía voces.Todo el asunto de Lena estaba

acabando conmigo. Supongo que mesentía de algún modo responsable.Emily y todos los demás no laodiarían tanto si no fuera por mí.

Sí que lo harían.Ahí estaba de nuevo, una voz tan

baja que apenas podía oírla. Era comosi saliera de la parte de atrás de micabeza.

Edén, Charlotte y Emilycontinuaron con su rollo y Lena nopestañeó siquiera, como si pudierabloquearlas mientras siguieraescribiendo en aquel cuaderno suyo.

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—Harper Lee parece decirnos querealmente no podemos conocer a losdemás hasta que no nos metemos ensus zapatos. ¿Qué pensáis de esto?¿Alguien quiere dar su opinión?

Harper Lee nunca vivió en Gatlin.Miré a mi alrededor disimulando

la risa. Emily me miró como si se mehubiera ido la olla.

Lena levantó la mano.—Creo que quiere decir que

tienes que darle a la gente unaoportunidad antes de pasardirectamente a odiarla. ¿No piensaslo mismo, Emily? —La miró y lesonrió.

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—Tú, bicho raro —siseó Emilyentre dientes.

No tienes ni idea.Observé a Lena más de cerca.

Había dejado de escribir en elcuaderno y ahora se estabaescribiendo algo en la mano. Notenía que mirar lo que era parasaberlo. Otro número. 151. Mepregunté qué significaría eso y porqué no lo anotaría en el cuaderno.Volví a sumergir la cabeza en EstelaPlateada.

—Hablemos entonces de BooRadley. ¿Qué os lleva a creer que lesesté dejando unos regalos a los chicos

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de los Finch?—Es justo como el Viejo

Ravenwood. Probablemente, estáintentando atraer a los chicos a sucasa de modo que pueda asesinarlos—susurró Emily lo bastante alto paraque Lena pudiera escucharlo y notanto como para que la oyera laseñora English—. Y así puede ponerlos cuerpos en su coche fúnebre yllevarlos a mitad de ninguna parte yenterrarlos allí.

Cierra el pico.Escuché la voz de nuevo en mi

cabeza y algo más. Era el sonido deun chirrido, muy tenue.

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—Y tiene un nombre igual deraro que Boo Radley. ¿Qué significaeso?

—Tienes razón, lleva eserepulsivo nombre bíblico que nadieusa ya.

Me envaré. Sabía que estabanhablando del Viejo Ravenwood, perotambién de Lena.

—Emily, ¿por qué no lo dejas yade una vez? —le repliqué.

Ella entrecerró los ojos.—Es un bicho raro. Todos ellos lo

son y todo el mundo lo sabe.He dicho que cierres el pico.El chirrido fue creciendo y

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comenzó a sonar como si algo seestuviera resquebrajando. Miré a mialrededor. ¿Qué era ese ruido? Lo másextraño era que nadie más parecíaestar oyéndolo… como la voz.

Lena estaba mirando justo haciadelante, pero tenía la mandíbulaapretada y parecía estar concentradade modo poco natural en un puntojusto en la parte delantera de la clase,como si no pudiera ver ninguna otracosa nada más que ese punto. Sentícomo si la estancia se estuvieraestrechando, haciéndose máspequeña.

Escuché cómo la silla de Lena se

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arrastraba por el suelo de nuevo. Selevantó de su asiento y se dirigióhacia la estantería que había bajo laventana, a un lado de la clase. Simulósacarle punta al lápiz, pero más bienera un intento de escapar del jurado ydel juicio inexorable del Jackson. Elsacapuntas comenzó a dar vueltas.

—Melquisedec, eso es.Dejadlo.Todavía podía oír el sonido del

sacapuntas.—Mi abuela dice que es un

nombre maldito.Dejadlo, dejadlo, dejadlo.—Y le va, la verdad.

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¡Ya está bien!Ahora la voz era tan alta que me

atravesó los oídos. El sacapuntas cesórepentinamente. Los cristalescomenzaron a volar, saltando enañicos, cuando la ventana estalló sinmotivo, la que estaba justo al lado denuestra fila, en el mismo lugar dondeLena afilaba su lápiz, pero tambiénjusto al lado de Charlotte, Eden,Emily y yo. Ellas chillaron y saltaronde sus asientos. Entonces fue cuandome di cuenta de a qué se debía elsonido. Había sido la presión, pueslos cristales mostraban finas grietasque se extendían como dedos, hasta

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que la ventana reventó hacia dentrocomo si hubieran tirado de un hilo.

Estalló el caos, las chicas gritabany todo el mundo en la clase saltaba desus asientos. Incluso yo di un salto.

—No os dejéis llevar por elpánico. ¿Estáis todos bien? —preguntó la señora English,intentando recuperar el control.

Me volví hacia el sacapuntas.Quería asegurarme de que Lenaestaba bien, pero no era así. Estabaallí de pie, al lado de la ventana rota,rodeada de cristales, asolada por elpánico. Su rostro se había vuelto máspálido de lo habitual y sus ojos más

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grandes y más verdes, como la nocheanterior bajo la lluvia, pero ahoratenían un aspecto diferente,asustados, y ya no me pareció tanvaliente.

Ella alzó las manos, en una teníaun corte y sangraba. Las gotas rojas seaplastaban contra el suelo de linóleo.

Yo no quería…¿Había hecho estallar el cristal

ella, o al revés, había estallado y sehabía cortado?

—Lena…Salió disparada de la clase antes

de que pudiera preguntarle si seencontraba bien.

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—¿Habéis visto eso? ¡Ha roto laventana! ¡La ha roto con algo cuandoiba hacia allí!

—La ha roto de un puñetazo, ¡lohe visto con mis propios ojos!

—Y entonces, ¿cómo es que no vachorreando sangre?

—¿Quién eres tú, alguien delCSI? Ha intentado matarnos.

—Voy a llamar a mi padre. ¡Estáloca, igual que su tío!

Sonaban como una manada degatos callejeros, gritándose los unos alos otros. La señora English intentórestablecer el orden, pero eso erapedir lo imposible.

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—Que todo el mundo se calme,no hay motivo para el pánico. Aveces ocurren accidentes.Seguramente tiene fácil explicación,la ventana es vieja y el viento soplafuerte.

Pero nadie estaba dispuesto acreerse nada que tuviera que ver conuna ventana vieja y el viento,preferían la versión de la sobrina deun anciano y una tormenta de rayos.La tormenta de ojos verdes que habíacaído sobre la ciudad, el huracánLena.

Una cosa sí que era segura. Eltiempo había cambiado, vale. Gatlin

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jamás había sufrido una tormentacomo ésta.

Y probablemente ella ni siquierasabía que estaba lloviendo.

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12 DE12 DESEPTIEMBRESEPTIEMBRE

Greenbrier

NNo lo hagas.Seguía escuchando su voz en mi

mente. Al menos, así lo creía yo.No merece la pena, Ethan.Allí estaba.Entonces fue cuando empujé mi

silla y corrí por el pasillo detrás deella. Sabía lo que hacía: estabatomando partido. Me encontrabaenvuelto en otra clase de problemas,

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pero no me importaba.No era sólo por Lena. No era la

primera a la que se lo habían hecho.Había observado cómo se lo hacían aotros durante toda mi vida. Le habíaocurrido a Allison Birch, cuando sueccema empeoró tanto que nadiequiso sentarse a su lado en la mesa ala hora del almuerzo, y también alpobre Scooter Richman, que fue elpeor trombón en la historia de laOrquesta Sinfónica del Jackson.

Aunque yo nunca había cogidoun rotulador indeleble y había escrito«fracasado» en una taquilla, habíaestado allí observando montones de

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veces. De cualquier modo, siempreme había molestado, sólo que no lobastante, como ahora, para quesaliera de mi mundo.

Pero alguien debía hacer algo.Una escuela entera no podía volversede ese modo contra una sola persona.Y todo un pueblo no podía volversecontra una familia. Excepto que sípodían hacerlo, claro, pues lo habíanestado haciendo durante toda la vida.Quizá por ese motivo, MaconRavenwood jamás había salido de sucasa desde que yo nací.

Sabía lo que estaba haciendo.No lo sabes. Crees que sí, pero no lo

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sabes.Ella estaba allí de nuevo, dentro

de mi cabeza, como si hubiera estadosiempre. Sabía a lo que tendría queenfrentarme al día siguiente, pero esome daba absolutamente igual. Todolo que me importaba en ese instanteera encontrarla, y no podía decir siera por ella o por mí. De cualquiermodo, no tenía otra elección.

Me detuve frente al laboratoriode biología, sin aliento. Link me echóuna ojeada y me alargó las llaves delcoche, meneando la cabeza, pero sinhacerme ninguna pregunta. Las cogíy seguí corriendo. Estaba bastante

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seguro de que sabía dóndeencontrarla. Si no me habíaequivocado, Lena se habría dirigidoadonde nadie pudiera hallarla, esdecir, adonde hubiera ido yo.

Habría regresado a casa. Si sucasa era Ravenwood, entonces habíaregresado a la casa del Boo Radley deGatlin.

Ante mí, la mansión Ravenwood sealzaba en lo alto de la colina comouna amenaza. No quiero decir quetuviera miedo, porque ésa no eraexactamente la palabra. Me asustécuando la policía llamó a la puerta de

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casa la noche que murió mi madre.Me asusté cuando mi padredesapareció en su estudio y me dicuenta realmente de que jamásvolvería a salir de allí. También sentímiedo cuando, siendo niño, Amma seconvirtió en «oscura», al darmecuenta de que las muñecas pequeñasque hacía no eran juguetes.

Ravenwood no me daba miedo,incluso aunque al final fuera tanespeluznante como tenía pinta de ser.Lo inexplicable es algo que se da porhecho aquí en el sur; cada ciudadtiene su mansión encantada, y sipreguntas a la mayoría de la gente, al

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menos un tercio de ellos juraría habervisto un fantasma o dos a lo largo desu vida. Además, yo vivía con Amma,cuyas creencias incluían pintar lospostigos de un azul celeste de aspectosobrenatural para mantener a raya alos espíritus y cuyos hechizos estabanhechos con bolsitas de crin de caballoy tierra. Ya estaba acostumbrado a loanormal, pero el Viejo Ravenwoodera otra cosa.

Caminé hacia la verja y posé lamano con vacilación en el hierrodestrozado. Se abrió con un chirrido,pero no ocurrió nada. No hubo rayos,ni combustiones espontáneas, ni

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tormentas. No sé lo que esperaba,pero si había aprendido algo de Lenahasta ahora era que debía esperar loinesperado y, por lo tanto, debíaproceder con cautela.

Si alguien me hubiera dicho hacíaun mes que alguna vez iba a cruzaresa verja y subir aquella colina, o queiba a poner los pies en los terrenos deRavenwood, le habría dicho que sehabía vuelto loco. En una localidadcomo Gatlin, donde todo esprevisible, en mi vida hubieraimaginado esto. La última vez sólome atreví a llegar hasta la verja, peroahora, cuanto más me acercaba, más

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fácil me resultaba ver que todo seestaba cayendo. Aquella casa tangrande, la mansión Ravenwood, teníael mismo aspecto que la plantaciónsureña que la gente del norteconsidera que debe tener después detantos años viendo películas como Loque el viento se llevó.

La mansión seguía siendoimpresionante, aunque sólo fuera porel tamaño. Flanqueada por serenoas ycipreses, si no estuviera cayéndose,parecería esa clase de lugar donde lagente se sienta en el porche a beberjulepes con menta, el cóctel mástípico del sur, y a jugar a las cartas

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todo el día. Si no fuese Ravenwood.Era de estilo neoclásico, algo raro

en Gatlin. Nuestro pueblo estaballeno de casas de estilo federal, lo cualhacía que Ravenwood destacara sobreel resto como un dedo metido en unallaga. Unos enormes pilares dóricosblancos, cuya pintura se caía trasaños de negligencia, sostenían untejado inclinado en exceso hacia unlado, dando la impresión de que todala construcción se torcía como unavieja artrítica. El porche cubiertoestaba destrozado, se caía hacia unlado de la casa y amenazaba conhundirse si se ponía en él más de un

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pie a la vez. La hiedra cubría tantupidamente las paredes que enalgunos lugares era imposible ver lasventanas que había debajo. Era comosi la tierra estuviera tragándose lacasa misma, intentando devolver alpolvo lo que se había construidosobre él.

Había también un dintelsobrepuesto, un trozo de viga quesuele colocarse sobre las puertas enalgunas casas realmente antiguas.Parecía distinguirse algo tallado en eldintel, una especie de símbolos conaspecto de círculos y medias lunas;quizá representaban las fases lunares.

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Di un paso vacilante hacia unpeldaño chirriante para verlo más decerca. Sabía algo sobre dinteles. Mimadre era especialista en historia dela Guerra de Secesión y me los habíamostrado a lo largo de nuestrasincontables excursiones a cualquierlugar histórico que se encontrara enun radio de un día de distancia deGatlin. Decía que eran habituales enlas casas antiguas y en los castillos delugares como Escocia e Inglaterra, yaque buena parte de la gente de aquíprocedía de allí.

Nunca había visto conanterioridad un dintel con signos

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grabados en él, sólo palabras. Y éstos,situados alrededor de lo que teníaaspecto de ser una palabra únicaescrita en un lenguaje irreconocible,parecían jeroglíficos. Probablementesería algo que hiciera referencia a lasgeneraciones de Ravenwood quehabían vivido allí antes de que la casase viniera abajo.

Inhalé una gran bocanada de airey salté sobre el resto de los escalonesdel porche, subiéndolos de dos en dos.De ese modo, si no pisaba la mitad,supuse que reduciría al cincuenta porciento las posibilidades de caerme.Alargué la mano hacia la aldaba, un

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anillo de bronce que colgaba de laboca de un león, y llamé. Lena noestaba en casa, después de todo, mehabía equivocado.

Pero entonces oí aquella melodíatan familiar. Dieciséis lunas. Estaba enalgún lugar cercano.

Empujé el hierro petrificado delpicaporte de la puerta. Chirrió yescuché el sonido de un cerrojo enmovimiento al otro lado. Me preparépara encontrarme frente a frente conMacon Ravenwood, al que nadiehabía visto en el pueblo desde que yohabía nacido, pero la puerta no seabrió.

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Alcé la mirada hacia el dintel,pues algo me decía que lo hiciera.Me refiero a que, ¿qué era lo peorque podía ocurrir?, ¿que la puerta nose abriera? De forma instintiva,levanté el brazo y toqué la tallacentral situada sobre mi cabeza, laque representaba una luna creciente.Cuando la presioné, percibí como lamadera cedía a la presión de mi dedo.Era una especie de resorte.

La puerta se abrió sin emitirapenas sonido. Di un paso y crucé elumbral. Ya no había manera deecharme atrás.

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Entraba luz por los cristales, lo cualparecía imposible teniendo en cuentaque las ventanas exteriores de la casaestaban casi completamente cubiertasde enredaderas y escombros. Aun así,dentro lucía una luz flamante, llenade claridad. No se veían muebles deépoca o viejas pinturas de losRavenwood anteriores al Viejo, nireliquias de antes de la guerra. Ellugar parecía más bien una página deun catálogo de muebles. Sofássobrecargados, sillas y mesascubiertas con láminas de cristal,donde había gran cantidad de librosilustrados de gran formato. Tenía

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todo un aspecto muy nuevo yaburguesado. Casi esperaba veraparcado todavía en la puerta elcamión de la mudanza.

—¿Lena?La escalera en espiral era como las

de los lofts y parecía seguirelevándose al girar, más allá de lasegunda planta. No pude ver adondedaba.

—¿Señor Ravenwood?Escuché el eco de mi propia voz

rebotando contra el techo. Allí nohabía nadie. Al menos, nadieinteresado en hablar conmigo. Oí unruido a mi espalda y di tal brinco que

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casi me subí a una especie de silla degamuza.

Era un perro negro como la tinta,o a lo mejor un lobo. Desde luego, eraalguna especie de terrorífico animaldoméstico, pues llevaba un gruesocollar de cuero con una luna de platacolgando, que tintineaba cuando semovía. Se me quedó mirandofijamente mientras reflexionabasobre su siguiente movimiento.Había algo extraño en sus ojos: erandemasiado redondos, como si fueranhumanos.

El perro lobo me gruñó y meenseñó los dientes. El aullido

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aumentó de intensidad y se hizo másagudo, como un lamento, de modoque hice lo que hubiera hechocualquiera.

Eché a correr.

Bajé las escaleras a trompicones antesde que mis ojos se adaptaran a la luzexterior. Seguí corriendo por elcamino de grava, escapando de lamansión Ravenwood, lejos de aquelanimal terrorífico, de los extrañossímbolos y de la puerta espeluznante,de regreso a la seguridad, a la tenueluz y a la realidad de la tarde. Elsendero daba vueltas, serpenteando

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por campos abandonados y arboledassin cultivar donde crecían zarzas yarbustos. No me preocupaba adóndeiba, siempre y cuando me condujeralejos.

Me detuve, agotado, y me agachécon las manos en las rodillas y elpecho a punto de explotar. Sentía laspiernas de goma. Cuando alcé lamirada, contemplé la ruina de unapared de piedra justo delante de mí.Apenas podía ver las copas de losárboles detrás de ella.

Inhalé algo familiar, un aroma alimones. Ella estaba ahí.

Te dije que no vinieras.

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Losé.Estábamos manteniendo una

conversación, pero sin tenerla. Aligual que había sucedido en clase,sentía su voz dentro de mi cabeza,como si estuviera a mi ladosusurrándome al oído.

Me di cuenta de que meencaminaba hacia ella. Era un jardínvallado, quizás secreto, como algunosalido de los libros que mi madre leíaen Savannah, donde se crio. Debía deser un lugar realmente antiguo. Elmuro de piedra estaba muydesgastado en algunos lugares ycompletamente destrozado en otros.

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Cuando aparté a un lado la cortina deramas de la parra que escondía unavieja arcada podrida, escuché muy alo lejos el sonido de un llanto. Miréentre los árboles y los arbustos, perono la veía.

—¿Lena? —No contestó nadie.Mi voz sonaba extraña, como si nofuera la mía, retumbaba en lasparedes de piedra que rodeaban lapequeña arboleda. Agarré una ramadel arbusto más cercano y laarranqué. Era tomillo, claro. Y delárbol que se cerraba sobre mi cabezacolgaba, extrañamente perfecto ysuave, un limón amarillo—. Soy

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Ethan. —Los sonidos camuflados delos sollozos crecieron y me di cuentade que me estaba acercando.

—Vete, ya te lo he dicho. —Suvoz sonaba como si se hubieraresfriado. Probablemente, llevaballorando desde que se había marchadodel colegio.

—Ya lo sé. Te he oído. —Eraverdad, aunque no pudiera explicarcómo. Di unos pasos cautelosamentealrededor de la mata de tomillosilvestre y tropecé en las raíces quesobresalían del suelo.

—¿De verdad? —Su voz sonóahora con un matiz de interés, y

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parecía haberse distraído por elmomento.

—De verdad. —Era como en missueños. Podía escuchar su voz, con ladiferencia de que ahora estaba aquí,sollozando en un jardín en mitad deninguna parte, en vez deescurriéndose entre mis brazos.

Aparté una gran maraña de ramas.Y allí estaba, acurrucada entre lahierba, mirando hacia el cielo azul.Tenía un brazo cruzado sobre lacabeza y el otro se aferraba a lahierba, como si pensara que fuera asalir volando si se soltaba. El vestidogris estaba desparramado a su

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alrededor y tenía el rostro surcado delágrimas.

—Entonces, ¿por qué no lo hashecho?

—¿El qué?—Irte.—Quería asegurarme de que te

encontrabas bien. —Me senté a sulado. El terreno estabasorprendentemente duro. Pasé lamano debajo de mí y descubrí queestaba sentado en una suave placa depiedra, escondida bajo la maleza llenade barro.

En el momento en que me tumbéyo, ella se sentó. Yo también me

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incorporé y ella se dejó caer haciaatrás. Todos mis movimientosparecían torpes cuando estaba a sulado. Nos tumbamos los dos, mirandohacia el cielo azul. Se estabaponiendo gris, el color habitual delcielo de Gatlin en la temporada dehuracanes.

—Todos me odian.—Todos, no. Yo, no. Y Link, mi

mejor amigo, tampoco.Silencio.—Pero si ni siquiera me conoces.

Date tiempo, y verás como tambiénme odiarás, seguro.

—Casi te he atropellado, ¿no te

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acuerdas? Debo portarme biencontigo para que no me mandesarrestar.

Era un chiste más bien malo, peroahí estaba, la sonrisa más leve quequizá viera en toda mi vida.

—Lo tengo en mi lista en primerlugar. Te denunciaré al tipo gordo eseque está sentado frente alsupermercado todo el día. —Volvió lamirada hacia el cielo y yo la observé.

—Dales una oportunidad. No sontan malos como parecen. Quierodecir, que ahora sí lo son, pero sonsólo celos. Eso lo sabes, ¿no?

—Ah, sí, claro.

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—Que sí. —La miré a través de lahierba—. Yo también los tengo.

Ella sacudió la cabeza.—Entonces estáis todos locos. No

hay nada de lo que sentirse celoso,salvo que te guste comer solo.

—Tú has vivido en tantos sitios.Puso cara de no entender nada.—¿Cómo? Vosotros

probablemente habréis ido a lamisma escuela y vivido en la mismacasa toda vuestra vida.

—Eso es, y ahí está el problema.—Confía en mí, no es un

problema. Y de problemas entiendoun rato.

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—Has ido a sitios y visto cosas.Yo mataría por haber hecho eso.

—Ah, sí, claro, porque yo hequerido. Tú tienes un amigo deverdad y yo sólo tengo un perro.

—Pero tú no le tienes miedo anadie. Haces lo que quieres y dices loque te da la gana. A todos los de poraquí les da miedo ser ellos mismos.

Lena se arrancó el pintauñasnegro de su dedo índice.

—Algunas veces desearía hacer lascosas como todo el mundo, pero nopuedo cambiar lo que soy. Lo heintentado, pero nunca consigo llevarla ropa adecuada o decir lo apropiado

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y, algunas veces, todo me sale fatal.Me gustaría poder ser yo misma y,aun así, tener amigos que se dierancuenta de si estoy o no en el colegio.

—Créeme, lo saben de sobra. Almenos, hoy lo han hecho. —Ellaestuvo a punto de echarse a reír, casi—. Quiero decir, en un sentidopositivo. —Aparté la mirada.

Me he dado cuenta.¿De qué?De cuando tú estás en la escuela o no.—Entonces eres tú el que está

loco. —Pero cuando dijo las palabras,se notaba que estaba sonriendo.

Al mirarla, no me importó en

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absoluto si yo comía en la mismamesa que el resto o no. No podíaexplicarlo, pero ella era mucho másimportante que todo eso. No podíaquedarme sentado y contemplarcómo la machacaban. A ella, no.

—Ya sabes, siempre es así. —Leestaba hablando al cielo. Una nubeflotaba en el cielo de color gris, quese iba oscureciendo.

—¿Nuboso?—En el instituto, conmigo. —

Alzó la mano y la movió. La nubepareció girar en la dirección en la queella movía la mano. Luego, se secó losojos con la manga—. No es que me

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preocupe realmente si les gusto o no.Lo que no quiero es que me odienautomáticamente. —La nube se habíaconvertido en un círculo.

—¿Esas idiotas? Dentro de unosmeses, a Emily le habrán compradoun coche nuevo, Savannah tendráuna corona más, Edén se teñirá elpelo de otro color y Charlotte tendrá,yo que sé, un bebé, un tatuaje nuevoo lo que sea, de modo que todo estoserá historia pasada. —Estabamintiendo y ella lo sabía. Agitó lamano de nuevo y ahora la nubeparecía un círculo ligeramentemellado, semejante a una luna.

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—Ya sé que son idiotas. Claroque lo son, con todo ese pelo rubioteñido y esos estúpidos bolsitosmetálicos a juego.

—Exactamente. Son estúpidas.¿A quién le importan?

—A mí. Me molestan. Y por eso,yo también soy estúpida. Es más, mehace exponencialmente más estúpidaque ellas. Estúpida al cuadrado. —Movió la mano y la luna sedesvaneció.

—Ésa sí que es la cosa másestúpida que he oído en mi vida. —Lamiré con el rabillo del ojo, estabaintentando no sonreír. Nos quedamos

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allí tumbados durante un minuto más—. ¿Tú sabes lo que es estúpido deverdad? Tengo los libros escondidosdebajo de la cama. —Lo dije como siestuviera contando eso todos los días.

—¿Qué?—Novelas. Tolstoi, Salinger,

Vonnegut. Y además me las leo. Yasabes, sólo porque me apetece.

Ella se dio media vuelta,apoyando la cabeza en el codo.

—¿Ah, sí? ¿Y qué piensan tusamiguitos deportistas de eso?

—Digamos que me lo guardo paramí y me limito a saltar y tirar.

—Ah, eso, vale. Ya me he dado

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cuenta de que en clase te limitas a loscómics. —Y dijo como quien noquiere la cosa—: Te he visto leerEstela Plateada. Justo antes de quepasara todo.

¿Te diste cuenta?Cómo no iba a darme cuenta.No sabía si estábamos hablando,

o si me lo estaba imaginando yo todo,sólo que pensaba no estar tan loco…al menos no todavía.

Ella cambió de tema o, más bien,volvió al anterior.

—Yo también leo. Sobre todo,poesía.

Podía imaginármela tumbada en

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la cama leyendo un poema, aunqueme costaba bastante imaginar esacama en la mansión Ravenwood.

—¿Ah, sí? Yo he leído al tipo ese,Bukowski. —Lo cual era verdad si dospoemas contaban como leer.

—Tengo todos sus libros.Me di cuenta de que ella no

quería hablar sobre lo que habíapasado, pero no podía dejar que lohiciera. Tenía que saberlo.

—¿Me lo vas a contar?—¿Contarte, qué?—¿Qué fue lo que pasó en clase?Se hizo un largo silencio. Ella se

sentó y tiró de la hierba que le

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rodeaba. Se dio la vuelta y se pusoboca abajo, para mirarme a los ojos.Apenas la tenía a unos cuantoscentímetros de la cara. Me quedé allíquieto, paralizado, intentandoconcentrarme en lo que me estabadiciendo.

—En realidad, no lo sé. Algunasveces me pasan esas cosas y no puedocontrolarlas.

—Como los sueños. —Observé suexpresión, buscando aunque sólofuera una chispa de complicidad.

—Como los sueños —contestó sinpensar, y después se estremeció y memiró, afligida. Yo tenía razón desde

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el principio.—Recuerdas los sueños.Ella escondió el rostro entre las

manos.Me senté.—Sabía que eras tú y tú sabías

que era yo. Sabías de qué te estabahablando todo el rato. —Le aparté lasmanos de la cara y una corrienteeléctrica me recorrió el brazo.

Tú eres la chica.—¿Por qué no me dijiste nada

anoche?No quería que lo supieras.No se atrevió a mirarme.—¿Por qué? —La pregunta sonó

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demasiado alta en el silencio deljardín. Y cuando ella me devolvió lamirada, tenía el rostro pálido, parecíadistinta. Asustada. Sus ojos tenían elmismo aspecto que el mar antes deuna tormenta en la costa de Carolina.

—No esperaba encontrarte aquí,Ethan. Creía que sólo eran sueños, yno sabía que eras una persona real.

—Pero cuando te diste cuenta deque era yo, ¿por qué no me dijistenada?

—Mi vida es muy complicada. Yno quería que tú… que nadie se vieraimplicada en ella. —No tenía ni lamenor idea de a qué se refería.

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Todavía tenía cogida su mano, y eraconsciente de ello. Sentía la asperezade la piedra debajo de nosotros y tuveque agarrarme a uno de sus extremospara sujetarme. Pero mi mano secerró alrededor de algo pequeño yredondo que estaba en la piedra. Unescarabajo, o a lo mejor una piedra.Se desprendió de la losa y se quedóen mi mano.

Entonces nos golpeó algo. Sentícómo la mano de Lena se apretabacontra la mía.

¿Qué está pasando, Ethan?No lo sé.Todo a mi alrededor cambió; era

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como si estuviéramos en otro lugar.Era el jardín, pero no lo parecía. Y elaroma a limones se transformó enolor a humo…

Era medianoche, pero el cielo parecíaprendido en llamas. El fuego se alzabahasta el cielo, empujando hacia arribaunas enormes columnas de humo queahogaban todo a su paso, incluida la luna.El terreno se había convertido en uncenagal donde las cenizas quemadas semezclaban con el agua de las lluvias quehabían precedido al fuego. Ojalá hubierallovido hoy. Genevieve intentaba evitarla humareda, le quemaba tanto la

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garganta que le dolía respirar. Tenía elbajo de la falda empapado de barro, demodo que tropezaba a cada paso con lasvoluminosas capas de tela, aunque seobligó a mantenerse en movimiento.

Era el final del mundo. De su mundo.Sólo se oían gritos, gritos mezclados

con disparos y el implacable rugido de lasllamas, además de los soldadosprofiriendo órdenes cargadas de muerte.

—Quemad aquellas casas, que losrebeldes sientan el peso de la derrota,¡quemadlo todo!

Y una por una, los soldados de laUnión habían prendido fuego a lasgrandes casas de las plantaciones, con sus

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propias sábanas y cortinas empapadas enqueroseno. Genevieve había visto cómotodos los hogares de sus vecinos, susamigos y familiares se desplomaban bajolas llamas. Y lo peor es que muchos deellos habían caído, devorados por lasllamas, en el mismo lugar donde habíannacido.

Por eso, ella corría rodeada por elhumo hacia el fuego, justo hacia lasfauces de la bestia. Tenía que llegar aGreenbrier antes que los soldados y no lequedaba mucho tiempo. Los soldadoshabían sido metódicos, siguiendo la orilladel Santee abajo para incendiar lasedificaciones una por una. Ya lo habían

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hecho con Blackwell y la más cercana eraDove's Crossing, y luego iban Greenbriery Ravenwood. El general Sherman y sustropas habían comenzado la campaña delos incendios a cientos de kilómetros deGatlin. Habían quemado Columbia hastalos cimientos y continuaban su marchahacia el este, prendiendo fuego a todo asu paso. Cuando llegaron a las afueras deGatlin, aún ondeaba la banderaconfederada, lo cual les sirvió todavíamás de estímulo.

Era el hedor lo que le indicaba queera demasiado tarde, aquel hedor ácido alimones mezclados con ceniza. Estabanquemando los limoneros.

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La madre de Genevieve adoraba loslimones. Así que cuando su padre visitóuna plantación en Georgia cuando ellaera niña, le había traído a su madre doslimoneros. Todo el mundo decía que noarraigarían, que las noches frías delinvierno de Carolina del Sur acabaríancon ellos, pero la madre de Genevieve noatendió a razones. Plantó aquellos árbolesfrente a los campos de algodón y los cuidóella misma. En las noches frías los cubríacon mantas de lana y había apilado tierraa su alrededor para quitar la humedad.Los árboles crecieron y crecieron tantoque, a lo largo de los años, el padre deGenevieve le compró veintiocho más.

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Algunas de las señoras de la ciudad lespidieron a sus maridos limoneros, y unascuantas tuvieron dos o tres, pero aninguna se les ocurrió cómo mantenerlosvivos, ya que sólo parecían florecer enGreenbrier, a manos de su madre.

Nada había sido capaz de acabar conaquellos árboles. Hasta ese momento.

—¿Qué ha pasado?Me di cuenta de que Lena

apartaba su mano de la mía y abrí losojos. Estaba temblando. Bajé lamirada y abrí la mano en la queestaba el objeto que había cogido casicon descuido de debajo de la piedra.

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—Creo que tiene algo que ver conesto. —Mi mano se había cerrado entorno a un viejo camafeo estropeado,negro y ovalado, con el rostro de unamujer grabado en marfil ymadreperla. La talla del rostro eramuy minuciosa. En un lado noté unapequeña protuberancia—. Mira, esun guardapelo. —Apreté el resorte yel camafeo se abrió revelando unapequeña inscripción—. Sólo pone«Greenbrier» y hay una fecha.

Ella se sentó.—¿Qué es Greenbrier?—Debe de ser esto. Esto no es

Ravenwood, es Greenbrier, la

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plantación que hay al lado.—Y esa visión, los incendios, ¿tú

también los has visto?Asentí. Era demasiado horrible

para hablar de ello.—Esto tiene que ser Greenbrier o,

en todo caso, lo que queda de él.—Déjame ver el guardapelo. —Se

lo di con cuidado. Parecía algo quehabía sobrevivido a un montón decosas, incluso podría ser que al fuegode la visión. Ella le dio la vuelta—. 11DE FEBRERO de 1865 —leyó, y lodejó caer, palideciendo.

—¿Pasa algo malo?Se quedó mirándolo en la hierba.

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—El 11 DE FEBRERO es micumpleaños.

—Vaya coincidencia. Un regalode cumpleaños anticipado.

—Nada en mi vida es unacoincidencia.

Recogí el guardapelo y le di lavuelta. En la parte de atrás había dosjuegos de iniciales grabadas.

—ECW & GKD. Este guardapelodebe de haber pertenecido a algunode ellos. —Hice una pausa—. Quéextraño. Mis iniciales son ELW.

—Mi cumpleaños y casi tusiniciales. ¿No te parece que esto esalgo muy extraño? —Quizás ella

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tuviera razón, pero aun así…—Vamos a intentarlo de nuevo, a

ver qué pasa. —Era como si me picaray me tuviera que rascar.

—No lo sé, podría ser peligroso.Me he sentido como si realmenteestuviéramos allí. Los ojos todavía mearden del humo. —Llevaba razón. Nonos habíamos movido del jardín, perome había sentido como si hubiéramosestado en medio del incendio. Aúnnotaba el humo en los pulmones,pero no me importó. Tenía que saberqué estaba pasando.

Agarré el guardapelo con unamano y le ofrecí la otra.

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—Vamos, ¿dónde está tu valentía?—Era un reto, y aunque ella puso losojos en blanco, alargó la mano sindudarlo. Sus dedos rozaron los míos ysentí el calor de su mano extendersepor la mía. Fue como una descargaeléctrica y se me puso la piel degallina. No encontré otra manera dedescribirlo.

Cerré los ojos y esperé… Nada.Los abrí.

—Quizás es que sólo nos lo hemosimaginado. A lo mejor se nos hanacabado las pilas.

Lena puso la misma cara que EarlPetty en matemáticas.

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—Quizá no puedas conseguir queesto suceda o que ocurra cuando túquieres. —Se levantó y se apartó—.Me tengo que ir.

Se detuvo y bajó la mirada haciamí.

—¿Sabes? No eres como meesperaba. —Me dio la espalda y sealejó entre los limoneros hacia ellímite del jardín.

—¡Espera!A pesar de que la llamé, siguió

avanzando. Intenté alcanzarla ytropecé en las raíces. Se detuvo justocuando llegó al último limonero.

—No.

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—¿No, qué?No me miró.—Pues que me dejes sola mientras

todo va bien.—No entiendo de qué me estás

hablando. En serio. Y lo estoyintentando de verdad.

—Olvídalo.—¿Es que crees que eres la única

persona complicada del mundo?—No. Pero… en cierta manera, ésa

es mi especialidad. —Se volvió paramarcharse. Yo vacilé, pero luego pusela mano en su hombro, cálido a la luzdel sol del crepúsculo. Noté loshuesos bajo la camiseta y en ese

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momento me pareció muy frágil,como en mis sueños lo cual eraextraño, porque cuando se enfrentabaconmigo sólo podía pensar en lofuerte que me parecía. Quizá teníaalgo que ver con aquellos ojos.

Nos quedamos así durante unmomento hasta que ella desistió y sevolvió hacia mí. Yo lo intenté denuevo.

—Mira, está pasando algo. Lossueños, la canción, el hedor y ahora elguardapelo. Es como si hubiera algoque nos empujara a ser amigos.

—¿Qué es lo que acabas de decir?¿«Hedor»? —Parecía horrorizada—.

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¿En la misma frase que «amigos»?—Técnicamente, creo que son dos

frases distintas.Se quedó mirándome la mano y

yo la aparté de su hombro, aunque nopodía dejar que se marchara. La miréa los ojos fijamente. En realidad,parecía que la veía por primera vez.Aquel abismo verde parecía terminaren algún lugar tan lejano que jamásconseguiría llegar hasta él, al menos,no en toda mi vida. Me pregunté si lateoría de Amma sobre que los ojoseran la ventana del alma tendría algoque ver con esto.

Es demasiado tarde, Lena. Ya somos

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amigos.Eso no puede ser.Estamos juntos en esto.Por favor, confía en mí, no lo

estamos.Rompió el contacto visual

conmigo inclinando la cabeza haciaatrás hasta apoyarla en el limonero.Tenía un aspecto abatido.

—Ya sé que tú no eres como losdemás, pero hay cosas que nocomprendes de mí. No sé por quéconectamos de la manera en que lohacemos y no tengo más idea que túde por qué soñamos las mismas cosas.

—Pero yo quiero saber lo que está

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pasando…—Cumplo dieciséis años dentro

de cinco meses. —Alzó la mano,manchada de tinta, como erahabitual. 151—. Ciento cincuenta yun días.

Era su cumpleaños, la cuentaatrás del día de su cumpleaños, elnúmero que llevaba escrito en sumano.

—No sabes lo que significa esto,Ethan, no tienes ni idea. Después deeso, no me quedaré aquí.

—Pero estás aquí ahora.Miró a lo lejos, en dirección a

Ravenwood. Cuando habló, no lo

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hizo con sus ojos puestos en mí.—¿Te gusta ese poeta, Bukowski?—Sí, claro —respondí, confuso.—«No lo intentes».—No te entiendo.—Ésa es la inscripción de su

lápida.Desapareció detrás del muro de

piedra. Cinco meses. No tenía ni ideade lo que me estaba hablando, peroreconocí el sentimiento en mis tripas.

Pánico.Cuando fui capaz de reaccionar y

la seguí cruzando el muro, se habíadesvanecido como si nunca hubieraestado allí, dejando a su espalda sólo

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una ráfaga de olor a limón y tomillo.Era realmente divertido el hecho deque cuanto más corría ella, más ganastenía yo de seguirla.

No lo intentes.Estaba bastante convencido de

que en mi tumba pondría algo biendiferente.

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12 DE12 DESEPTIEMBRESEPTIEMBRELas Hermanas

LLa mesa de la cocina estaba aúnpuesta cuando regresé a casa, porsuerte para mí, porque Amma mehabría matado si me hubiera perdidola cena. Con lo que no contaba eracon el montón de llamadas que habíahabido justo desde que yo me habíalargado de la clase de inglés. Almenos la mitad del pueblo habíallamado a Amma cuando llegué a

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casa.—¿Ethan Wate? ¿Eres tú? Porque

si es así, se te va a caer el mundoencima.

Oí un sonido familiar degolpeteo. Las cosas estaban peor de loque yo pensaba. Agaché la cabezacuando entré en la cocina. Ammaestaba de pie al lado de la encimeracon su delantal vaquero industrialpara herramientas, que tenía catorcebolsillos para clavos y podía llevarhasta cuatro taladros. Tenía en lamano su cuchillo de carnicero y porla encimera había un montón dezanahorias, repollo y otras hortalizas

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que no pude identificar. Los rollitosde primavera requerían de untroceado más minucioso quecualquier otra receta de la caja deplástico azul de Amma. Y si losestaba haciendo, eso sólo significabauna cosa, y no era que le gustase lacomida china.

Intenté ingeniármelas paraencontrar una explicación aceptable,pero no se me ocurrió nada.

—Esta tarde han llamado: elentrenador, la señora English, eldirector Harper, la madre de Link yla mitad de las señoras de las Hijas dela Revolución Americana, y ya sabes

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cómo odio hablar con esas mujeres,son más malas que Caín, todas, sinsalvar ni una.

Gatlin estaba lleno de señorasvoluntarias de esto y de lo de másallá, pero las Hijas de la RevoluciónAmericana eran la madre de todasellas. Siendo fieles a su nombre,había que demostrar que se teníaparentesco con uno de los patriotasde la Revolución para que lo eligierancomo miembro. Ser miembro tecapacitaba, aparentemente, para quepudieras decirle a tus vecinos de lacalle que daba al río de qué colordebían pintar sus casas y, en términos

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generales, para mangonear, fastidiar yjuzgar a todos los del pueblo. Amenos que fueses Amma, claro está;no me habría perdido ese espectáculopor nada del mundo.

—Todos me han dicho lo mismo.Que te has escapado corriendo delcolegio, en mitad de una clase, detrásde esa chica, la Duchannes. —Otrazanahoria salió rodando por la tablade cortar.

—Ya lo sé, Amma, pero es que…Partió el repollo en dos.—Así que me he dicho: «No, no

puede ser que mi chico se hayamarchado del colegio sin permiso y se

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haya saltado el entrenamiento. Tieneque haber algún error. Debe de seralgún otro chaval el que haya faltadoel respeto a su profesora y arrastrepor el fango el nombre de su familia.No puede ser el mismo chico que yohe criado y que vive en esta casa». —Los cebollinos volaron por laencimera.

Había cometido el peor de loscrímenes: avergonzarla. Y lo peor detodo, lo había hecho ante los ojos dela señora Lincoln y las mujeres de lasHijas de la Revolución Americana,sus enemigas juradas.

—¿Tienes algo que decir en tu

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defensa? ¿Por qué has salidodisparado del instituto como si lehubieran prendido fuego a tuspantalones? Y no me digas que hasido por esa chica.

Inhalé una gran bocanada de aire.¿Qué podía contarle? ¿Que habíaestado soñando con una chicamisteriosa durante meses, que ésta depronto había aparecido aquí y que,mira por dónde, era la sobrina deMacon Ravenwood? Y no sólo eso,sino que además de los sueñosterroríficos sobre esta chica, habíatenido una visión de otra mujer, a laque, por supuesto, no conocía de

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nada, y que había vivido durante laGuerra de Secesión.

Sí, claro, esto me libraría delproblema en el que me había metidoel día que el sol explotara ydesapareciera el sistema solar.

—No es lo que tú crees. Loschicos de la clase se estaban metiendocon Lena, gastándole bromas sobre sutío y diciéndole que transportabacadáveres por ahí en su cochefúnebre, y ella se sintió realmentemal y salió corriendo de clase.

—Estoy esperando a que llegues ala parte que dice qué tiene que vertodo eso contigo.

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—¿No eres tú la que está todo eldía diciéndome que «hay que seguirlos pasos del Señor»? ¿No crees queÉl querría que ayudara a alguien conquien se están metiendo? —Ahora síque la había hecho buena, lo estabaviendo con toda claridad escrito ensus ojos.

—No se te ocurra usar la palabradel Señor para justificar que te hayassaltado a la torera las normas delcolegio, o te juro que salgo fuera,cojo un palo y te meto el sentidocomún en la mollera a palos. Y no meimporta lo mayor que seas, ¿me estásescuchando? —Amma no me había

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golpeado con nada en su vida, aunqueme había perseguido con una varaunas cuantas veces para ponerme enmi sitio, pero, desde luego, éste no erael momento para sacar el tema.

La situación estaba yendorápidamente de mal en peor.Necesitaba distraerla con algo. Elguardapelo parecía arder en elbolsillo de atrás de mi pantalón, hastael punto de casi agujerearlo. Ammaadoraba los misterios. Me habíaenseñado a leer cuando tenía cuatroaños con novelas de crímenes y consus crucigramas a cuestas. Yo era elúnico chico en la guardería que podía

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leer la palabra «examen» en lapizarra porque se parecía mucho a«examinador médico». Y en lo que serefería a misterios, estaba claro que elguardapelo era uno de los mejores. Loúnico que tenía que hacer era pasarde la parte en la que, al tocarlo, habíatenido una visión de la Guerra deSecesión.

—Tienes razón, Amma, lo sientomucho. No debería habermemarchado de clase. Sólo queríaasegurarme de que Lena estaba bien.Se rompió una ventana justo a susespaldas y se puso a sangrar. Sólo meacerqué a su casa para ver si se

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encontraba bien.—¿Fuiste hasta su casa?—Sí, bueno, pero no entré. Creo

que su tío es realmente tímido.—No tienes que decirme cómo es

Macon Ravenwood, como si túsupieras algo que yo no sepa ya. —Yahora la Mirada—.L.E.T.Á.R.G.I.C.O.

—¿Qué?—Desde luego, pero qué poco

sentido común tienes, Ethan Wate.Saqué el guardapelo del bolsillo y

me acerqué a ella, que estaba de pieal lado de los fuegos.

—Estuvimos por ahí detrás de la

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casa y encontramos algo —le dije,abriendo la mano para que pudieraecharle un vistazo—. Tiene unainscripción dentro.

La expresión en el rostro deAmma me dejó de una pieza. Parecíacomo si hubiera recibido un golpeque le hubiera sacado el aire delcuerpo.

—Amma, ¿te encuentras bien? —La cogí por el codo, para sujetarla porsi acaso se desmayaba; sin embargo,apartó el brazo antes de que pudieratocarla, como si se hubiera quemadola mano con una sartén.

—¿De dónde has cogido esto? —

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Su voz era apenas un susurro.—Lo encontramos en el suelo, en

Ravenwood.—Esto no estaba en la plantación

Ravenwood.—¿De qué me estás hablando?

¿Sabes a quién pertenece?—Quédate ahí quieto. No te

muevas —me ordenó, y saliódisparada de la cocina.

Pero yo la ignoré y la seguí hastasu habitación. Siempre había tenidomás aspecto de botica que dedormitorio, con aquella estrechacama blanca empotrada entre filas yfilas de estanterías. Allí había

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montones de periódicos apilados, yaque Amma jamás tiraba uncrucigrama cuando lo habíaterminado, y frascos de conservallenos de ingredientes para hacerhechizos. Algunos de ellos eran losque había usado toda la vida: sal,hierbas y piedras de colores. Perotambién había otras cosas menoscomunes, como un frasco lleno deraíces y otro con nidos de pájaroabandonados. En la balda más altasólo había botellas de tierra. Actuabade una manera extraña, incluso parauna mujer como ella. Yo sólo estabaa dos pasos a su espalda, pero ya

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estaba trasteando en los cajones en elmomento en que llegué a su lado.

—Amma, pero ¿qué es lo…?—¿No te he dicho que te quedes

en la cocina? ¡No traigas esa cosaaquí! —gritó cuando di un paso haciadelante.

—¿Por qué estás tan enfadada? —Metió unas cuantas cosas que nisiquiera pude ver en su delantal ysalió disparada de nuevo de lahabitación—. Amma, ¿qué es lo quepasa?

—Coge esto. —Me dio unpañuelo raído, con mucho cuidadopara que su mano no rozara la mía—.

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Ahora, envuelve esa cosa en esto.Rápido, venga.

Esto ya era algo más que ponerse«oscura». Se le estaba yendo la olla.

—Amma…—Haz lo que te digo, Ethan. —

Jamás me llamaba por el primernombre sin añadir el apellido.

Una vez que el guardapelo estuvoa buen recaudo envuelto en elpañuelo, se calmó un poco. Rebuscóen los bolsillos inferiores del delantaly sacó una pequeña bolsita de cueroy un frasquito con polvos. Reconocíalos preparativos de cualquiera de sushechizos en cuanto los veía. Le

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temblaba la mano levementemientras echaba un poco de aquellospolvos oscuros dentro de la bolsita decuero.

—¿Lo has envuelto bien apretado?—Vaya —respondí, y esperé que

me corrigiera por contestarle de unamanera tan informal.

—¿Estás seguro?—Sí.—Ahora mételo aquí dentro. —La

bolsita era cálida y suave al tacto—.Vamos allá.

Metí aquel guardapelo que tantole desagradaba en la bolsita.

—Átalo bien con esto —me

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ordenó, dándome un trozo de lo queparecía una cuerdecita corriente,aunque yo sabía que las cosas queAmma usaba para sus hechizos nieran corrientes ni eran lo queparecían ser—. Ahora, llévatelodonde lo has encontrado y entiérralo.Llévatelo inmediatamente.

—Amma, pero ¿qué está pasando?—Dio unos cuantos pasos haciadelante y me cogió de la barbilla,apartándome el pelo de la cara. Porprimera vez desde que saqué elguardapelo del bolsillo, me miródirectamente a los ojos. Nosquedamos así durante lo que me

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pareció el minuto más largo de todami vida. Su expresión no me erafamiliar, pues mostraba inseguridad.

—No estás preparado —mesusurró, apartando la mano.

—¿No estoy preparado para qué?—Haz lo que te digo. Llévate esa

bolsita a ese sitio y entiérrala. Ydespués vuelve a casa sin pararte enninguna parte. No quiero que andespor ahí con esa chica nunca más, ¿mehas oído?

Había dicho todo lo que habíaplaneado decir, quizá más, pero yonunca lo sabría, porque si había unacosa que Amma sabía hacer mejor

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que leer las cartas o resolvercrucigramas, era guardar secretos.

—Ethan Wate, ¿estás levantado ya?¿Qué hora era? Las nueve y media

del sábado. Ya debería estarlevantado a esa hora, pero estabadestrozado. La noche anterior habíaestado vagabundeando por ahí doshoras para que Amma pensara quehabía regresado a Greenbrier paraenterrar el guardapelo.

Salté de la cama y tropecé portoda la habitación, hasta dar con unpaquete pasado de Oreos. Mi cuartosiempre estaba hecho un desastre,

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atestado con tantos trastos que mipadre decía que cualquier día se iba aprovocar un incendio e iba a quemartoda la casa, y eso que hacía yabastante tiempo que no había subidoaquí. Además de con el mapa, lasparedes y el techo estaban cubiertosde pósteres de lugares que esperabapoder ver algún día: Atenas,Barcelona, Moscú, e incluso Alaska.La habitación estaba forrada conpilas de cajas de zapatos de más de unmetro de altura. Aunque las cajasparecían estar distribuidas al azar,podía señalar el lugar donde seencontraba cada una de ellas, desde la

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caja de Adidas blanca con micolección de mecheros de mi fasepirotécnica de octavo grado, hasta laverde de New Balance en la queguardaba cartuchos de balas y untrozo desgarrado de una bandera queencontré con mi madre en FortSumter.

La que estaba buscando ahora erauna amarilla de Nike, donde habíapuesto el guardapelo que habíaenfurecido a Amma. Abrí la caja ycogí la suave bolsita de cuero. Lanoche anterior me había parecido unagran idea esconderlo, pero me loguardé en el bolsillo sólo por si las

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moscas.Amma me gritó de nuevo por las

escaleras.—Baja ya de una vez o vas a llegar

tarde.—Bajo en un minuto.Cada sábado pasaba medio día en

compañía de las tres mujeres másancianas de Gatlin, mis tías abuelasMercy, Prudence y Grace. Todo elmundo en el pueblo las llamaba lasHermanas, como si fueran unaentidad única, y lo eran en ciertomodo. Las tres debían de andar porlos cien años y ni siquiera ellasrecordaban quién era la mayor. Las

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tres se habían casado varias veces,pero habían sobrevivido a sus maridosy se habían mudado a vivir juntas acasa de la tía Grace. Y desde luego,estaban más locas que viejas.

Cuando yo debía de andar por losdoce años, mi madre habíacomenzado a llevarme allí los sábadospara echar una mano, y desdeentonces seguía yendo. La peor partedel asunto era que tenía queacompañarlas a la iglesia, a la iglesiabaptista del sur, adonde iban todoslos sábados y los domingos y tambiénla mayoría de los demás días.

Pero hoy era un día distinto.

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Antes de que Amma tuviera quellamarme por tercera vez, ya habíasalido de la cama y estaba en laducha. No podía esperar a ir. LasHermanas lo sabían todo de la genteque había vivido en Gatlin; y, desdeluego, cómo no iba a ser así, si las treshabían emparentado con mediopueblo por matrimonio en una épocau otra de sus vidas. Después de lavisión, era obvio que la letra G de lasiniciales «GKD» se refería aGenevieve. Si había alguien quepudiera saber qué significaba el restode las iniciales, eran las tres mujeresmás ancianas de Gatlin.

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Cuando abrí el cajón de arriba dela cómoda para coger unos calcetines,encontré una muñeca pequeña con elaspecto de un mono hecha del mismotejido que llevaba una diminuta bolsade sal y una piedra azul, un hechizode Amma. Los hacía para protegernosde los malos espíritus, la mala suerteo hasta de un resfriado. Incluso pusouno en la puerta del estudio de mipadre cuando empezó a trabajar losdomingos en vez de ir a la iglesia.Aunque mi padre no prestaba muchaatención cuando acudía, Amma decíaque el Buen Señor siempre tenía encuenta que uno fuera. Un par de

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meses más tarde, mi padre le compróuna bruja para la cocina por Internety se la colgó sobre los fuegos. Seenfadó tanto que le sirvió la comidafría y el café quemado durante almenos una semana.

Por regla general, no solía darleimportancia a esos pequeños regalosde Amma cuando me los encontraba,pero no pasaba lo mismo con elguardapelo. Ahí había algo que ellano quería que yo averiguara.

Sólo hay una palabra capaz dedescribir lo que me encontré cuandollegué a casa de las Hermanas: caos.

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La tía Mercy me abrió la puerta conlos rulos todavía puestos.

—Gracias a todos los cielos queestás aquí, Ethan. Tenemos unaemergencia entre manos —me dijo,pronunciando la letra e como si fuerauna palabra independiente. Suacento era tan marcado y lagramática empleada tanincomprensible que la mitad deltiempo no entendía nada de lo queme decían. Pero así son las cosas enGatlin: puedes descubrir la edad de lagente por la forma en que hablan.

—¿Sí, señora?—Harlon James está herido y no

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las tengo todas conmigo de que noestire la pata —me susurró las últimasdos palabras como si Dios mismo laestuviera escuchando y no quisierasugerirle malas ideas. Harlon James erael Yorkshire de la tía Prudence, alque llamaba así en honor a su últimomarido.

—¿Qué ha pasado?—Te voy a decir lo que ha pasado

—me espetó la tía Prudence, queapareció de no sé dónde con unbotiquín de primeros auxilios—.Grace ha intentado cargarse al pobreHarlon James, y está fatal.

—Yo no quería cargármelo —

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chilló la tía Grace desde la cocina—.No vayas contando historias por ahí,Prudence Jane. ¡Ha sido unaccidente!

—Ethan, llama a Dean Wilks ydile que tenemos una emergencia —leordenó la tía Prudence, cogiendo unfrasco de sales y dos tiritas extralargasdel botiquín.

—¡Le estamos perdiendo! —HarlonJames yacía en el suelo de la cocina,con aspecto de estar algotraumatizado, pero de ningún modoal borde de la muerte. Tenía la patatrasera atrapada debajo del cuerpo yla arrastraba cuando intentaba

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incorporarse—. Grace, a Dios pongopor testigo, de que si Harlon muere…

—No se va a morir, tía Prue. Creoque tiene la pata rota. ¿Qué le hapasado?

—Grace ha intentado golpearlehasta la muerte con una escoba.

—Eso no es verdad. Te he dichoque no llevaba puestas las gafas yparecía una rata de embarcaderocorriendo por la cocina.

—¿Y cómo sabes tú qué aspectotiene una rata de embarcadero? Nohas visto un embarcadero en tu vida.

Así que llevé a las Hermanas, queestaban completamente histéricas, y

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a Harlon James, que seguramentehabría preferido estar muerto, en suviejo coche, un Cadillac de 1964, acasa de Dean Wilks. Se encargaba dela tienda de alimentación, pero era lomás parecido a un veterinario quehabía en el pueblo.Afortunadamente, Harlon James sólotenía una pata rota, de modo queDean Wilks se puso a la tarea.

En el momento en que regresamos acasa me estuve preguntando si noestaba loco por pensar que podríasacarles algún tipo de información alas Hermanas. El coche de Thelma

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estaba en la entrada. Mi padre lahabía contratado para que les echarauna ojeada a las Hermanas pocodespués de que la tía Grace casiquemara el edificio unos diez añosantes, cuando se dejó un pastel demerengue de limón en el hornodurante una tarde entera mientrasestaba en la iglesia.

—¿Dónde habéis estado, chicas?—gritó Thelma desde la cocina.

Se atropellaron unas a otras en suafán por llegar las primeras a lacocina para contarle a Thelma elpercance. Yo me desplomé en una delas sillas desemparejadas de la cocina

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al lado de la tía Grace, que parecíadeprimida por el hecho de ser denuevo la mala de la historia. Saqué elguardapelo del bolsillo, sujetando lacadena con la mano y lo giré unascuantas veces.

—¿Qué tienes ahí, guapetón? —preguntó Thelma, mientras sacaba unpoco de tabaco de mascar de la lataque había en el alféizar de la ventanay deslizándolo bajo su labio inferior,lo cual tenía un aspecto más extrañoaún de lo que sonaba, pues Thelmaera una especie de afectada imitaciónde Dolly Parton.

—Sólo es un guardapelo que

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encontré en la plantaciónRavenwood.

—¿Ravenwood? ¿Y qué demoniosestabas haciendo allí?

—Fui a ver a una amiga.—¿Te refieres a Lena Duchannes?

—preguntó la tía Mercy. Y vaya si losabía, como que lo sabía todo elpueblo. Esto era Gatlin.

—Sí, señora. Estamos en la mismaclase en el instituto. —Había captadosu atención—. Encontramos esteguardapelo en el jardín que haydetrás de la casa. No sabemos a quiénperteneció, pero parece muy antiguo.

—Ésa no es la propiedad de

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Macon Ravenwood. Es parte deGreenbrier —comentó la tía Prue,muy segura de sí misma.

—Déjame echarle un vistazo —intervino la tía Mercy, sacando lasgafas del bolsillo de su bata.

Le di el guardapelo, aún envueltoen el pañuelo.

—Tiene una inscripción.—No puedo leerla. Grace,

¿puedes ver qué es? —inquirió,dándoselo a tía Grace.

—No veo nada —dijo la tía Grace,bizqueando de manera exagerada.

—Hay dos juegos de iniciales,aquí —dije, señalando las letras

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grabadas en el metal—: «ECW» y«GKD». Si le das la vuelta, verás unafecha: 11 DE FEBRERO de 1865.

—Esta fecha me es muy familiar—dijo la tía Prudence—. Mercy, ¿quésucedió en esa fecha?

—¿No estabas casada por aquelentonces, Grace?

—En 1965, no 1865 —la corrigióGrace, cuyo oído no era mejor que suvista—. 11 DE FEBRERO de 1865…

—Ése fue el año en el que losfederales prácticamente quemarontodo Gatlin —explicó la tía Grace—.Nuestro bisabuelo lo perdió todo enese incendio. ¿No recordáis esa

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historia, chicas? El general Shermany el ejército de la Unión marcharonen línea recta a través del sur,calcinándolo todo a su paso,incluyendo Gatlin. Ellos lo llamaronla Gran Quema. Al menos sedestruyó una parte de todas lasplantaciones de Gatlin, exceptoRavenwood. Mi bisabuelo solía decirque Abraham Ravenwood debió dehacer un trato con el diablo esanoche.

—¿Qué quieres decir?—Fue el único lugar que quedó

en pie. Los federales prendieronfuego a todas las plantaciones de la

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orilla del río, una por una, hasta quellegaron a Ravenwood. Pasaron delargo, como si ni siquiera estuvieraallí.

—Por el modo en que el bisabuelolo dijo, eso no fue lo único extraño deesa noche —comentó Prue, mientrasalimentaba a Harlon James con untrozo de beicon—. Abraham tenía unhermano que vivía allí con él ydesapareció esa misma noche. Nadievolvió a verle nunca más.

—Pues eso no parece tan extraño.Quizá lo mataron los soldados de laUnión o se quedó atrapado en algunade aquellas casas en llamas —repliqué

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yo. La tía Grace alzó una ceja.—O quizá pudo ser cualquier otra

cosa. Nunca se encontró el cuerpo. —Me di cuenta de que la gente llevabahablando de los Ravenwood durantegeneraciones; no había empezado conMacon Ravenwood. Me preguntécuántas cosas más sabrían lasHermanas.

—¿Y qué hay de MaconRavenwood? ¿Qué sabéis de él?

—Ese chaval nunca tuvo ningunaoportunidad por el hecho de serilegítimo. —En Gatlin, ser ilegítimoera como ser comunista o ateo—. Supadre, Silas, conoció a la madre de

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Macon después de que le dejara suprimera esposa. Era muy guapa, creoque de Nueva Orleans. De todasformas, no mucho después, nacieronMacon y su hermano, pero Silasjamás se casó con ella, y luegotambién desapareció.

La tía Prue la interrumpió.—Grace Ann, no tienes ni idea de

cómo contar una historia. SilasRavenwood era un excéntrico y másmezquino que largo un día sin pan. Ypasaron unas cosas muy raras en esacasa. Las luces estuvieron encendidastoda la noche y se vio a un hombrecon un sombrero alto y negro

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vagando por allí.—Y el lobo, cuéntale lo del lobo.

—No necesitaba que ellas mecontaran lo del perro o lo que fueraeso. Lo había visto por mí mismo,aunque no podía ser el mismo animal.Ni los perros, ni los lobos viven tantotiempo.

—Pues había un lobo allí, en lacasa. ¡Silas lo tenía como animaldoméstico! —La tía Mercy sacudió lacabeza con desagrado.

—Pero aquellos chicos iban deSilas a su madre, y cuando estabancon él, los trataba fatal. Les pegaba yapenas les quitaba los ojos de encima.

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Ni siquiera les dejó ir a la escuela.—Quizás ése es el motivo por el

cual Macon Ravenwood jamás sale desu casa —aventuré.

La tía Mercy movió la mano en elaire de forma despectiva, como sifuera la cosa más tonta que hubieraoído en su vida.

—Claro que sale de su casa. Le hevisto un montón de veces cerca deledificio de las Hijas de la RevoluciónAmericana, justo después de la horade cenar. —Seguro que lo había visto.

Así eran las cosas con lasHermanas: la mitad del tiempotenían los pies firmemente asentados

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en la realidad, pero era sólo la mitad.Nunca había oído que nadie hubieravisto a Macon Ravenwood por eseedificio para admirar las pinturasdescascarilladas y echar una charlacon la señora Lincoln.

La tía Grace escudriñó elguardapelo con atención, alzándolopara que le diera la luz.

—Lo que sí puedo decirte es unacosa. Este pañuelo perteneció a SullaTreadeau, Sulla la Profetisa como lallamaban; la gente decía que eracapaz de leer el futuro en las cartas.

—¿Cartas de tarot? —inquirí.—¿Y qué otras cartas hay?

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—Bueno, hay cartas para jugar,cartas postales y cartas de invitacióna fiestas… —divagó la tía Mercy.

—¿Cómo sabes que le pertenecíaese pañuelo?

—Tiene sus iniciales bordadasaquí, en una esquina, y, ¿ves esto quehay aquí? —me preguntó, señalandoun pajarito bordado bajo las iniciales—. Ésta era su marca.

—¿Su marca?—La mayor parte de los echadores

de cartas la tienen. Marcan el mazopara asegurarse de que nadie se lo hacambiado. Un buen echador de cartases tan bueno como lo es su baraja. De

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eso sé mucho —afirmó Thelma,escupiendo en una pequeñaescupidera que había en una esquinade la habitación con la precisión deun francotirador.

Treadeau. Ése era el apellido deAmma.

—¿Era pariente de Amma?—Pues claro que sí. Era la

tatarabuela de Amma.—¿Y sabéis qué significan las

iniciales del guardapelo, «ECW» y«GKD»? ¿Podéis contarme algo? —Era una posibilidad muy remota queme respondieran. No me acordaba dela última vez que las Hermanas

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habían tenido un rato de claridadmental que hubiera durado tanto.

—¿Estás tomándole el pelo a unaanciana, Ethan Wate?

—No, señora.—ECW. Ethan Cárter Wate. Era

tu retatarabuelo, ¿o era turetataratío?

—Nunca se te ha dado bien laaritmética —la interrumpió la tíaPrudence.

—Da igual, era tu trastatarabuelo,el hermano de Ellis.

—El hermano de Ellis Wate sellamaba Lawson, no Ethan. De ahífue de donde salió mi segundo

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nombre de pila.—Ellis Wate tuvo dos hermanos,

Ethan y Lawson. Tú llevas el nombrede los dos: Ethan Lawson Wate. —Intenté imaginarme mi árbolgenealógico. Lo había visto unmontón de veces y si hay algo que unbuen sureño conoce bien, es su árbolfamiliar. No había ningún EthanCárter Wate en la copia enmarcadaque había en nuestro comedor.Obviamente, había sobreestimado lalucidez de la tía Grace.

Debí de mostrar una expresiónpoco convencida porque, unmomento después, la tía Prue se

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levantó de su silla.—Tengo el árbol de la familia

Wate en mi cuaderno de genealogía.Investigué el linaje familiar de lasHermanas de la Confederación.

Las Hermanas de laConfederación eran las primas pobresde las Hijas de la RevoluciónAmericana, igual de terroríficas, unaespecie de Círculo de Costura quequedaba como reliquia de la guerra.En la actualidad, sus miembros sepasaban la mayor parte del tiemporastreando sus raíces hasta llegar a laGuerra de Secesión paradocumentales y miniseries como

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Azules y grises.—Aquí está. —La tía Prue regresó

a la cocina acarreando un enormevolumen encuadernado en piel, delcual sobresalían por los bordes, trozosamarillentos de papel y viejas fotos.Lo abrió, y se cayeron por el suelo unmontón de trozos de papel y viejosrecortes de periódico.

—Vamos a ver… Burton Free, mitercer esposo. ¿No era el más guapode todos mis maridos? —preguntó,alzando una fotografía agrietada paraque todos la viéramos.

—Prudence Jane, sigue buscando.Este chico está comprobando nuestra

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memoria. —La tía Grace tenía unaspecto muy agitado.

—Está justo aquí, al lado del árbol delos Statham.

Me quedé mirando los nombres,los conocía a la perfección por elárbol familiar que había en elcomedor de mi casa.

Allí estaba el nombre que faltabaen el árbol familiar de la propiedadde los Wate: Ethan Cárter Wate.¿Por qué las Hermanas tenían unaversión diferente de mi árbolgenealógico? Era obvio cuál de losdos era el verdadero. Tenía la prueba

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en mi mano, envuelta en el pañuelode una vieja profetisa de hacía cientocincuenta años.

—¿Por qué no está en el árbol demi casa?

—La mayor parte de los árbolesgenealógicos del sur son unacompleta mentira, pero me sorprendeque nadie tenga una copia del árbolde la familia Wate —afirmó la tíaGrace, cerrando el libro, que lanzóuna vaharada de polvo al aire.

—Y que esté aquí se debe a miexcelente tarea de recopiladora. —Latía Prue sonrió orgullosamente,mostrando sus dos filas de dientes

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postizos.Tenía que conseguir que se

centraran en el asunto.—¿Y por qué no iba a estar en el

árbol familiar, tía Prue?—Porque era un desertor.No me estaba enterando de nada.—¿Qué quieres decir con un

desertor?—Señor, pero ¿qué es lo que les

enseñan a los jóvenes de hoy en eselujoso instituto? —La tía Graceestaba muy ocupada sacando todas lasgalletitas saladas del paquete de ChexMix.

—Desertores fueron los soldados

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confederados que abandonaron algeneral Lee durante la guerra. —Debíde mostrar un aspectoextremadamente confuso, ya que latía Prue se sintió obligada aexplicarse mejor—. Hubo dos clasesde soldados confederados durante laguerra. Aquellos que creíanrealmente en la causa de laConfederación y aquellos otros a losque sus familias habían alistado a lafuerza. —La tía Prue se levantó ycaminó hacia la encimera, andandode aquí para allá como si fuese unauténtico profesor de historiaimpartiendo una clase.

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—Hacia 1865, el ejército de Leehabía sido vencido, se moría dehambre y le sobrepasaban en número.Algunos dicen que los rebeldeshabían perdido la fe, de modo que semarcharon, desertando de susregimientos. Ethan Cárter Wate fueuno de ellos, de modo que era undesertor.

Las tres bajaron la cabeza como sino pudieran soportar ciertavergüenza.

—Así que, ¿me estáis diciendoque se le borró del árbol genealógicoporque no quiso morirse de hambre,luchando en una guerra que había

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perdido al estar en el lado de losderrotados?

—Ésa es una manera de verlo,supongo.

—Es la cosa más estúpida que heoído en mi vida.

La tía Grace se levantó de su sillade un salto, con toda la fuerza quepodía hacerlo una mujer de noventa ytantos años.

—No seas tan descarado, Ethan.El árbol lo cambiaron mucho antes deque naciéramos nosotras.

—Lo siento, señora. —Se alisó lafalda y volvió a sentarse—. ¿Por quéentonces mis padres me pusieron el

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nombre de un trastataratío que habíaavergonzado a la familia?

—Bueno, tu padre y tu madretenían sus propias ideas respecto aestas cosas, después de todos esoslibros que se leyeron sobre la guerra.Ya sabes que siempre han sidobastante liberales. ¿Quién sabe en loque estarían pensando? Deberíaspreguntárselo a tu padre.

Como si hubiera algunaposibilidad de que me contestara.Pero sabiendo el modo de pensar demis padres, probablemente mi madrese hubiera sentido orgullosa de EthanCárter Wate. Yo también lo estaba.

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Pasé la mano por la desgastadacubierta marrón del cuaderno de latía Prue.

—¿Y qué hay de las inicialesGKD? Creo que la G es por una talGenevieve —dije, sabiendo ya deantemano que así era.

—GKD. ¿No saliste tú con unchico con las iniciales GD una vez,Mercy?

—No me acuerdo. ¿Recuerdas túa un GD, Grace?

—GD… ¿GD? No, no puedodecirlo con certeza. —Ya las habíaperdido.

—Oh, Dios mío. Mirad la hora,

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chicas. Tenemos que irnos a la iglesia—anunció la tía Mercy.

La tía Grace se puso en marcha endirección hacia la puerta del garaje.

—Ethan, escúchame, sé buenchico y saca el Cadillac. Sólotenemos que arreglarnos un poco.

Las llevé en el coche las cuatromanzanas de distancia para queasistieran al servicio de la tarde a laiglesia misionera baptista evangélicay empujé la silla de la tía Mercy porel sendero de grava. Tardé más conesto que con el viaje en coche,porque la silla se atascaba en laspiedrecitas cada medio metro y había

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que moverla continuamente, con elpeligro de volcar y que mi tíabisabuela se cayera al suelo.

Conseguimos llegar cuando elpredicador escuchaba el tercertestimonio de una anciana que jurabaque Jesús había salvado sus rosales delos escarabajos japoneses y sus manoshinchadas por la artritis. Le di vueltasal guardapelo entre los dedos dentrodel bolsillo de los vaqueros. ¿Por quénos mostró aquella visión? ¿Y porqué, de pronto, había dejado defuncionar?

Ethan, déjalo. No sabes lo que estáshaciendo.

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Lena ya estaba en mi cabeza otravez.

¡Apártate de él!El recinto de la iglesia comenzó a

desaparecer a mi alrededor y sentícómo los dedos de Lena se enlazabancon los míos, como si estuviera allí ami lado…

Nadie había preparado a Genevieve parala visión de Greenbrier en llamas. Laslenguas de fuego lamían sus laterales,devorando las celosías y tragándose laveranda. Los soldados sacabanantigüedades y pinturas de la casa,

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saqueándola como si fueran vulgaresladrones. ¿Dónde estaba todo el mundo?¿Se habían escondido en el bosque comohabía hecho ella? Las hojas crujieron bajosus pies. Notó una presencia detrás deella, pero antes de que pudiera volverseuna mano manchada de lodo le tapó laboca. Agarró la muñeca de aquellapersona con las dos manos, intentandosoltarse.

—Genevieve, soy yo. —La manoaflojó su presión.

—¿Qué estás haciendo aquí?¿Estás bien? —Genevieve echó losbrazos alrededor del soldado, vestidocon lo que en algún momento debió

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de ser un orgulloso uniforme gris dela Confederación.

—Estoy bien, cariño —contestóEthan, pero ella sabía que le estabamintiendo.

—Pensaba que estarías…Sólo había tenida noticias de Ethan a

través de las cartas que le había escritodurante la mayor parte de los dos últimosaños, desde que se alistó, y había dejadode recibirlas desde la batalla deWilderness. Genevieve sabía tambiénque muchos de los hombres que habíanseguido a Lee en aquella batalla nohabían salido vivos de Virginia. Se habíaresignado ya a morir soltera, pues estaba

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del todo segura de que había perdido aEthan. Era casi inimaginable que pudieraestar vivo, allí a su lado, esa noche.

—¿Dónde está el resto de turegimiento?

—La última vez que les vi estaban alas afueras de Summit.

—¿Qué quieres decir con la últimavez que les viste? ¿Han muerto todos?

—No lo sé. Estaban todos vivoscuando les dejé.

—No te entiendo.—He desertado, Genevieve. No

puedo seguir luchando ni un día más poralgo en lo que ya no creo. No después delo que he visto. La mayoría de los chicos

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que han luchado conmigo ni siquierasabían en qué consiste esta guerra, sóloestaban derramando su sangre por elalgodón.

Ethan cogió sus frías manos entre lassuyas, ásperas por los cortes.

—Te entiendo si ya no quierescasarte conmigo. No tengo dinero ytampoco me queda honor.

—No me importa que no tengasdinero, Ethan Cárter Wate. Eres elhombre más honrado que he conocido enmi vida. Y no me importa si mi padrepiensa que las diferencias entre los dosson insuperables, pues está equivocado.Ahora que estás en casa, podemos

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casarnos.Genevieve se abrazó a él, temiendo

que pudiera diluirse en el aire si lesoltaba. El hedor la trajo de nuevo a larealidad, a la peste rancia a limonesardiendo que se consumían junto con susvidas.

—Tenemos que dirigirnos al río, allíes donde creo qué se ha dirigido mamá.Seguramente se habrá ido hacia el sur,hacia la casa de la tía Marguerite.

Pero Ethan no tuvo tiempo decontestarle. Alguien se acercaba. Lasramas se rompían con un crujido mientrasalguien avanzaba entre los arbustos.

—Ponte detrás de mí —le ordenó

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Ethan, empujando a la joven tras suespalda con un brazo y empuñando surifle con el otro. Los arbustos seapartaron e Ivy, la cocinera deGreenbrier, apareció tropezando.Todavía vestía un camisón ennegrecidopor el humo. Gritó cuando vio eluniforme, demasiado asustada paradistinguir que era gris y no azul.

—Ivy, ¿te encuentras bien? —Genevieve se apresuró a adelantarsepara sujetar a la anciana, que estaba apunto de caerse.

—Señorita Genevieve, ¿qué demoniosestá usted haciendo aquí?

—Estaba intentando llegar hasta

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Greenbrier para avisaros.—Demasiado tarde para eso, niña, y

no hubiera servido de nada. Esos pájarosazules rompieron las puertas y entraronen la casa como si fuera suya. Echaron unvistazo a las habitaciones para ver lo quese querían llevar y después prendieronfuego por todas partes. —Se hacía casiimposible entenderla porque estabahistérica y cada poco le daba un ataque detos, ahogándose tanto por el humo comopor las lágrimas.

—En toda mi vida había visto unosdemonios como ésos, quemando una casacon las mujeres aún dentro. Cada uno deellos tendrá que responder ante el

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mismísimo Señor Todopoderoso cuandollegue al otro lado. —La voz de Ivysonaba entrecortada.

Les llevó un momento hacerse cargode lo que querían decir sus palabras.

—¿Qué quieres decir con eso dequemar una casa con las mujeres dentro?

—Lo siento mucho, niña.Genevieve sintió que le fallaban las

piernas, cayó arrodillada sobre el fango,con la lluvia corriéndole por el rostromezclada con sus lágrimas. Su madre, suhermana, Greenbrier… todos habíandesaparecido.

Alzó el rostro hacia el cielo.—Dios va a tener que responder ante

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mí por esto.

La visión nos abandonó con la mismarapidez con la que nos habíaabsorbido. Yo estaba mirando denuevo al predicador y Lena ya noestaba. Sentía cómo se habíadesvanecido.

¿Lena?No me contestó. Me senté,

empapado de sudor frío y empotradoentre la tía Mercy y la tía Grace, querebuscaban cambio en sus monederospara echar unas monedas en lacestilla de la colecta.

Quemar una casa con mujeres

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dentro, una casa flanqueada porlimoneros. Apostaría a que era la casaen la que Genevieve había perdido suguardapelo, un guardapelo grabadocon el día en que Lena había nacido,aunque cien años antes. No era deextrañar que ella no quisiera sabernada de visiones.

Yo también empezaba a estar deacuerdo con ella. Las coincidenciasno existen.

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14 DE14 DESEPTIEMBRESEPTIEMBREEl auténtico Boo

Radley

EE l domingo por la noche me releí Elguardián entre el centeno hasta que mesentí lo bastante cansado para dormir.Sin embargo, al final resultó que nolo estaba en realidad. Y tampocopodía leer, porque no era conscientede lo que leía. No podía desaparecertras el personaje de Holden Caulfield,

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no me veía dentro de la historia, nocomo debía ser, es decir,convirtiéndote en alguien que noeres.

No me sentía a solas dentro de micabeza. Estaba llena de guardapelos,fuegos y voces. Gente a la que noconocía y visiones que no podíacomprender.

Y algo más. Puse el libro bocaabajo y las manos detrás de la cabeza.

Lena, estás ahí, ¿no?Me quedé mirando el techo azul.Esto no tiene sentido. Sé que estás

ahí. Donde sea.Esperé hasta que la oí. Su voz se

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desperezó como un leve y alegrerecuerdo en uno de los más oscuros ylejanos recovecos de mi mente.

No. No, exactamente.Sí estás. Llevas ahí toda la noche.Ethan, estoy durmiendo. Quiero decir

que lo estaba.Sonreí para mis adentros.No, no lo estabas. Estabas

escuchando.No es así.Admítelo, estabas haciéndolo.Los tíos os creéis que todo gira a

vuestro alrededor. A lo mejor es que megustaba el libro que estabas leyendo.

¿Puedes meterte en mi cabeza cuando

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quieras, como ahora?Se hizo una larga pausa.Generalmente, no, pero esta noche

creo que es lo que ha pasado. No tengo niidea de cómo funciona esto.

Quizá podríamos preguntarle aalguien.

¿A quién?No lo sé. Supongo que tendremos que

averiguarlo por nuestra cuenta. Comotodo lo demás.

Otro silencio. Intenté no pensarque aquel «nosotros» le habíaasustado en el caso de que me hubieraescuchado. Quizás era eso o cualquierotra cosa, el caso es que ella no quería

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que yo supiera nada, al menos si teníarelación con ella.

Ni lo intentes.Le sonreí y sentí cómo se me

cerraban los ojos; apenas podíamantenerlos abiertos.

Lo voy a intentar.Apagué la luz.Buenas noches, Lena.Buenas noches, Ethan.Esperaba que ella no fuera capaz

de leer todos mis pensamientos.Baloncesto. No cabía duda de que

tendría que pasar más tiempopensando en el deporte. Y mientrasocupaba mi mente en el cuaderno

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donde apuntábamos las jugadas, sentícómo los ojos se me cerraban, y mehundía, perdiendo el control…

Me ahogaba.Me estaba ahogando.Luchaba a brazo partido en el

agua verde mientras las olas rompíansobre mi cabeza. Mis pies buscabanel fango del fondo de un río, quizás elSantee, pero no había nada. Veía unaespecie de luz que rozaba lasuperficie de la corriente, pero no eracapaz de llegar hasta arriba.

Seguía hundiéndome.Es mi cumpleaños, Ethan. Esto ha

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empezado.Alargué el brazo, pero aunque

ella agarró mi mano y yo me retorcípara cogérsela, se alejó y fui incapazde retenerla. Intenté gritar mientrasveía cómo arrastraba su pálida manohacia la oscuridad; sin embargo, teníala boca llena de agua y no podía nisiquiera hablar. Me ahogaba ycomencé a desvanecerme.

Intenté avisarte, ¡tienes que soltarme!Me senté en la cama. Tenía la

camiseta empapada, la almohada y elpelo mojados y toda mi habitaciónestaba húmeda y pegajosa. Supuseque me había dejado la ventana de la

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habitación abierta otra vez.—¡Ethan Wate! ¿Me estás

escuchando? Más te vale que hayasbajado esa escalera para ayer o no tepondré el desayuno durante toda lasemana.

Me senté en la silla justo en elmomento en que se deslizaron consuavidad tres huevos en mi plato,donde ya había unos bollos concrema.

—Buenos días, Amma.Me dio la espalda sin dirigirme

apenas la mirada.—Ya te habrás dado cuenta de

que no hay nada bueno en esto. No

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me toques las narices y no me digasque estaba lloviendo.

Todavía seguía enfadadaconmigo, pero no estaba seguro de siera sólo porque me había escapado declase o porque había vuelto a casacon el guardapelo. Probablementeambas cosas. Sin embargo, no podíadecirle nada, pues no solía metermeen problemas en el instituto. Paraella, ése era un escenario nuevo en elque desenvolverse.

—Amma, siento mucho habermeido de clase el viernes. No volverá aocurrir. Todo volverá a la normalidad.

Su rostro se dulcificó, pero sólo

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un poco, y se sentó frente a mí.—No me lo creo. Todos elegimos

en la vida y eso tiene consecuencias.Espero que las pagues todas juntascuando vuelvas al instituto. A ver sime escuchas de una vez a partir deahora. Y mantente lejos de esa LenaDuchannes y de esa casa.

No era propio de Amma ponersedel lado de lo que dijeran los demásen el pueblo, considerando ademásque solía ser generalmente el ladochungo de las cosas. Sabía que estabapreocupada porque no dejaba deremover el café y ya no quedaba nirastro de leche. Amma siempre se

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preocupaba por mí y yo la adorabapor eso, pero algo había cambiadodesde que le enseñé el guardapelo.Me levanté, rodeé la mesa y laabracé. Olía a mina de lápiz y acaramelos de canela Red Hots, comosiempre.

Sacudió la cabeza, mascullandoentre dientes:

—No quiero oír hablar más deojos verdes y pelo negro. Se estápreparando una nube bien mala hoy,ten cuidado.

Amma no sólo se estaba poniendo«oscura», sino negra como la tinta.Yo también sentía que se

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aproximaba una mala nube.

Link aparcó el Cacharro mientrasretumbaban unas canciones horriblesen su aparato de música, como erahabitual. Lo apagó cuando me deslicéen mi asiento, lo cual siempreindicaba algo malo.

—Tenemos problemas.—Ya lo sé.—Hay una muchedumbre

dispuesta a linchar a alguien en elJackson.

—¿Qué has oído?—Pues el asunto está en marcha

desde el viernes por la noche. Escuché

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a mi madre mientras hablaba deltema e intenté llamarte. ¿Dónde tehas metido?

—Estaba haciendo como queenterraba un guardapelo maldito enGreenbrier para que Amma me dejaravolver a entrar en casa.

Link se echó a reír. Ya estabaacostumbrado a oír hablar demaldiciones, hechizos y mal de ojocuando Amma salía en laconversación.

—Al menos no te ha obligado allevar colgada del cuello una apestosabolsita con esa mierda de cebolla. Eraun asco.

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—Era ajo. Y fue para el funeral demi madre.

—Era un asco.Lo mejor que tenía Link era que

como habíamos sido amigos desde eldía que me dio aquel Twinkie en elautobús no le daba muchaimportancia a las cosas que hacía odecía. Pasara lo que pasara, siempresabías quiénes eran tus amigos. Asíera Gatlin. Casi todo había sucedidoya hacía por lo menos diez años. Ypara nuestros padres había queremontarse a los veinte o treinta. Encuanto pueblo en sí mismo, parecíaque no había ocurrido nada nuevo

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desde hacía por lo menos cien años.Al menos nada importante, claro.

Y yo tenía la sensación de quetodo eso iba a cambiar.

Mi madre habría dicho que ya erahora. Si había algo que le gustaba ami madre era que las cosascambiaran, a diferencia de la madrede Link. La señora Lincoln siempreestaba dispuesta a montar en cólera,como si tuviera una misión yarrastraba a un montón de gentedetrás, lo cual era una combinaciónpeligrosa. Cuando estábamos enoctavo grado, se cargó la televisiónpor cable porque pilló a Link viendo

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una película de Harry Potter, unapeli contra la cual estaba en plenacampaña para que se prohibiera en labiblioteca del condado de Gatlin,pues pensaba que promocionaba labrujería. Afortunadamente, Link selas apañó para ir a ver la MTV aescondidas a casa de Earl Petty oQuién mató a Lincoln jamás habríapodido convertirse en la principal —ycon principal me refiero a única—banda de rock del instituto Jackson.

Jamás había podido entender a laseñora Lincoln. Cuando vivía mimadre, solía poner los ojos en blancoy decir: «Puede que Link sea tu

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mejor amigo, pero no esperes que meapunte a las Hijas de la RevoluciónAmericana y me ponga trajes concancán de aro para hacer teatrilloshistóricos». Y los dos nos partíamosde risa imaginándonos cómo ella, querecorría kilómetros de fangososcampos de batalla buscando viejoscartuchos de bala vacíos y se cortabael pelo con las tijeras de podar, podríaser miembro de las Hijas de laRevolución Americana, organizandoventas benéficas de pasteles caseros ydiciéndole a todo el mundo cómotenían que decorar sus casas.

Era fácil imaginarse a la señora

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Lincoln en las Hijas de la RevoluciónAmericana. Era la secretaria, la quellevaba todos los papeles, hasta yo losabía. Estaba en la junta directiva,igual que las madres de SavannahSnow y Emily Asher; mientras, mimadre se pasaba la mayor parte deltiempo enterrada en la bibliotecabuscando microfichas.

Bueno, lo había pasado.

Link seguía hablando y pronto captéalgo de interés que hizo que volvieraa escucharle.

—Mi madre, la de Emily, la deSavannah… han tenido los teléfonos

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echando humo las últimas dosnoches. Escuché a mi madre hablandode la ventana rota de la clase de inglésy de que la sobrina del ViejoRavenwood tenía sangre en lasmanos. —Giró bruscamente al llegara la esquina, sin dudar un segundo—.Y también de que tu novia acaba desalir de una institución mental deVirginia, que es huérfana y tienealgo así como bi-esquizo-manía.

—No es mi novia. Sólo somosamigos —respondí mecánicamente.

—Cierra el pico. Estás tan pilladoque lo mismo voy y te compro unasriendas. —Pero esto lo decía de todas

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las chicas con las que yo hablaba, delas que hablaba e incluso de las quemiraba en los pasillos del instituto.

—No lo es. No pasó nada, sólosalimos por ahí.

—Estás tan lleno de mierda quepareces un váter. Te gusta, Wate,admítelo. —Lo de Link no eran lassutilezas, eso estaba claro, y no creoque se imaginara a sí mismo saliendocon una chica por otras razones queno fueran que tocaba la guitarra opor las obvias.

—No he dicho que no me guste.Sólo que somos amigos. —Lo cual eraestrictamente verdad y no lo que yo

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quería que fuese, pero ésa era otracuestión. De todos modos, cometí elerror de no sonreír ni un poquito.

Link pretendía que terminaravomitando y volvió a hacer otrobrusco giro, evitando un camión pormuy poco, pero la verdad era que sóloestaba dándome caña, porque a Linkle importaba bien poco quién megustara con tal de tener algo con loque fastidiarme.

—Y bien, ¿es verdad?, ¿lo hizo?—¿Que hizo qué?—Ya sabes, ¿empezó a caerse todo

y fue un desastre absoluto?—Todo lo que pasó fue que se

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rompió una ventana. Vaya misterio.—La señora Asher dice que la

golpeó o que le tiró algo.—Pues tiene gracia, sobre todo

porque la última vez que miré, laseñora Asher no estaba en clase.

—Ah, bueno, mi madre tampoco,pero me ha dicho que vendrá hoy alcolegio.

—Qué bien. Guárdale un asientoen nuestra mesa de la cafetería.

—Tal vez ha hecho lo mismo enotros institutos y por eso la metieronen alguna institución. —Linkhablaba en serio, lo cual significabaque había oído un montón de cosas

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desde que ocurrió el incidente de laventana.

Durante un instante, recordé loque Lena había dicho de su vida, quehabía sido complicada. Quizás éstaera una de esas complicaciones, o sólouna más de las veintiséis mil cosas delas que nunca hablaba. ¿Y si todas lasEmily Asher del mundo llevabanrazón? ¿Y si, después de todo, yoestaba equivocado?

—Ten cuidado, colega. A ver si vaa resultar que tiene plaza fija en lacasa de los chalados.

—Si te crees eso, es que eresidiota perdido.

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Paró el coche en el aparcamientodel instituto sin decir una palabramás. Yo estaba cabreado, aunque medaba cuenta de que Link sólo sepreocupaba por mí, pero no lo podíaevitar. Ese día todo parecía diferente.Salí del coche y cerré de un portazo.

—Me tienes preocupado, tío, deverdad. Estás pasado de rosca.

—¿Qué pasa, que tú y yo tenemosun lío o qué? Quizá deberías pasarmás tiempo preocupándote de porqué no tienes una chica con la quehablar, loca o cuerda.

Él salió también del coche y alzóla mirada hacia el edificio.

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—De todas formas, más vale quele digas a tu amiga o lo que sea que seande hoy con cuidado. Mira.

La señora Lincoln y la señoraAsher estaban hablando con eldirector Harper en las escaleras de laentrada. Emily estaba acurrucada allado de su madre intentando ofrecerun aspecto conmovedor. La señoraLincoln estaba sermoneando aldirector, que asentía como siestuviera memorizando cada una desus palabras. El director Harper seencargaba de dirigir el institutoJackson, pero sabía quién mandabaen el pueblo y por eso estaba

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escuchando a las dos mujeres.Cuando la madre de Link

terminó, Emily se enfrascó en unanarración particularmente animadadel incidente de la ventana rota. Laseñora Lincoln alargó el brazo y pusouna mano sobre el hombro de lachica, como expresando sucomprensión. El director se limitó asacudir la cabeza.

Ya lo creo que iba a ser un maldía, pero que bien nublado.

Lena estaba sentada en el cochefúnebre, escribiendo en su desgastadocuaderno. El motor estaba puesto. Di

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un toque en la ventanilla y dio unrespingo. Miró hacia atrás, hacia elinstituto. También ella había visto alas madres.

Le hice señas para que me abrierala puerta, pero sacudió la cabezanegativamente. Di la vuelta hasta elasiento del copiloto, pero tenía lapuerta cerrada, aunque no se iba adeshacer de mí con tanta facilidad.Me senté en el capó del coche y dejéla mochila en el suelo. No iba a ir aninguna parte.

¿Qué estás haciendo?Esperar.Pues vas a esperar un montón.

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Tengo tiempo de sobra.Ella se me quedó mirando a través

del parabrisas y escuché cómo seabrían los seguros de las puertas.

—¿Es que nadie te ha dicho queestás loco? —Anduvo hacia donde yoestaba sentado, con los brazoscruzados, como Amma cuando me ibaa liar una buena.

—Pues según he oído, no tantocomo tú.

Llevaba el pelo recogido en unacoleta sujeto con un sedoso pañuelonegro salpicado con alegres florecitasde cerezo de color rosa. Me la podíaimaginar mirándose al espejo,

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sintiéndose como si fuera a su propiofuneral, y anudándolo para animarseun poco. Sobre la camiseta le colgabauna gran cruz de no sé qué tipo yllevaba también un vestido sobre losvaqueros y las Converse negras.Frunció el ceño y dirigió la miradahacia el instituto. Probablemente lasmadres ya estaban sentadas en laoficina del director en aquellosmomentos.

—¿Puedes oírlas?Ella sacudió la cabeza.—No puedo leer los pensamientos

de la gente, Ethan.—Los míos sí que puedes.

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—No del todo.—¿Qué pasó anoche?—Ya te lo dije, no sé por qué está

pasando esto. Simplemente, pareceque… conectamos. —Le costópronunciar la palabra, ahora por lamañana, y evitó mi mirada—. Nuncame ha pasado esto con nadie antes.

Quería decirle que sabía cómo sesentía. Quería decirle que cuandoestábamos juntos mentalmente,incluso aunque nuestros cuerposestuvieran a millones de kilómetros,la sentía más cerca de lo que jamáshabía sentido a nadie.

Pero no pude. Ni siquiera podía

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pensarlo. Repasé el cuaderno de lasjugadas de baloncesto, el menú de lacafetería, el pasillo del color de lasopa de guisantes por el que iba acaminar después. Cualquier cosa. Envez de eso, al final incliné la cabezahacia un lado.

—Ah, sí, claro, las chicas medicen eso continuamente. —Quéidiota. Cuanto más nervioso meponía, peores me salían los chistes.

Ella sonrió, una temblorosasonrisa torcida.

—No intentes animarme. No teva a funcionar. —Aunque sí habíafuncionado.

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Volví a mirar hacia las escalerasde la entrada.

—Si quieres saber lo que le estándiciendo, puedo contártelo yo.

Me miró con escepticismo.—¿Cómo?—Esto es Gatlin. Aquí no hay

nada parecido a un secreto.—¿Y eso es malo? —Apartó la

mirada—. ¿Creen que estoy loca?—Yo diría que bastante.—¿Un peligro para la escuela?—Probablemente. Aquí no se

mira con buenos ojos a la genteextraña. Y no hay mucha gente másrara que Macon Ravenwood, no te

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ofendas. —Le dediqué una sonrisa.Sonó el primer timbre. Me agarró

la manga, nerviosa.—Anoche… tuve un sueño. ¿Tú

también…?Asentí. No tenía ni que

responder. Yo sabía que ella habíaestado en el sueño conmigo.

—Incluso me he levantado con elpelo húmedo.

—Yo también. —Me mostró elbrazo. Tenía una marca en lamuñeca, justo donde yo habíaintentado sujetarla antes de que sesumiera en la oscuridad. Esperabaque se hubiera ahorrado esa parte,

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pero a juzgar por la expresión de surostro, estaba seguro de que no—. Losiento, Lena.

—No es culpa tuya.—Me gustaría saber por qué los

sueños son tan reales.—Intenté advertirte de que te

alejaras de mí.—Como quieras. Ya me he dado

por advertido.De algún modo yo sabía que no

podía hacerlo, que no podíasepararme de ella. Incluso ahora,siendo consciente de que me esperabaun buen montón de mierda cuandoentrara en el instituto, no me

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importaba. Me sentía genial portener a alguien con quien hablar, sinfiltrar cada cosa que decía. Con Lenasí podía hablar. Cuando estuvimos enGreenbrier me dio la sensación deque podía estar allí entre las malashierbas charlando con ella durantedías enteros. Y más. Tanto como ellaquisiera.

—¿Y qué pasa con tucumpleaños? ¿Por qué dijiste quedespués ya no estarías aquí?

Cambió rápidamente de tema.—¿Qué hay del guardapelo?

¿Viste lo mismo que yo, el incendio yla otra visión?

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—Sí, claro. Estaba sentado en laiglesia y casi me caí del banco. Perohe averiguado algunas cosas de lasHermanas. Las iniciales «ECW»corresponden a Ethan Cárter Wate.Era mi trastataratío, y mis tías laslocas dicen que me pusieron elnombre en su honor.

—¿Cómo es que no reconocistelas iniciales en el guardapelo?

—Eso es lo más raro. Nunca habíaoído hablar de él y no aparece, poralgún motivo, en el árbol genealógicoque hay en mi casa.

—¿Y qué hay de «GKD»? EsGenevieve, ¿no?

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—Ellas no parecían saberlo, perotiene que ser. Sólo aparece ella en lasvisiones y la D deber de ser deDuchannes. Le iba a preguntar aAmma, pero cuando le enseñé elguardapelo, se puso furibunda. Lometió en una bolsita de vudú, como siestuviera maldito, y lo envolvió en unhechizo por si acaso. Y no puedoentrar al estudio de mi padre, dondeguarda todos los viejos libros de mimadre sobre Gatlin y la guerra. —Estaba divagando—. Podríaspreguntarle a tu tío.

—Él no sabe nada. ¿Dónde estáahora el guardapelo?

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—En mi bolsillo, envuelto en labolsita llena de polvos que le echóAmma. Cree que lo llevé de nuevo aGreenbrier y lo enterré allí.

—Debe de odiarme.—No más que a mis otras chicas,

bueno, ya sabes, amigas. Quierodecir, amigas que son chicas. —Nome podía creer lo estúpido que estabasonando lo que decía—. Creo que serámejor que vayamos a clase antes deque nos metamos en más problemas.

—En realidad, estaba pensando enirme a casa. Sé que algún día tendréque enfrentarme a ellos, pero prefieropasar de eso un día más.

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—¿Y no te va a traer problemas?Se echó a reír.—¿Con mi tío, el infame Macon

Ravenwood, que cree que el colegioes una pérdida de tiempo y que hayque evitar a los buenos ciudadanos deGatlin a toda costa? Estaráencantado.

—Entonces, ¿para qué vienes? —Estaba bastante seguro de que Linkjamás aparecería por clase si su madreno le pusiera en la puerta todas lasmañanas.

Retorció uno de los colgantes desu collar entre los dedos, una estrellade siete puntas.

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—Supuse que a lo mejor aquí meiba a ir de forma diferente, quepodría hacer amigos, apuntarme alperiódico o lo que fuera. No lo sé.

—¿A nuestro periódico? ¿AlJackson Stonewaller?

—Intenté participar en elperiódico de la escuela donde estuveantes, pero me dijeron que todos lospuestos estaban ocupados, aunquenunca tenían suficiente gente parasacar el periódico a tiempo. —Apartóla mirada, avergonzada—. Deberíairme.

Le abrí la puerta.—Creo que deberías hablar con tu

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tío acerca del guardapelo. Tal vezsepa más de lo que crees.

—Confía en mí, no tiene ni idea.—Cerré de un portazo. A pesar deque deseaba que se quedara, unaparte de mí sintió alivio de quevolviera a casa. Ya iba a tener quelidiar con demasiadas cosas ese día.

—¿Quieres que entregue eso porti? —Señalé el cuaderno que yacía enel asiento del copiloto.

—No, no son deberes. —Abrió laguantera y lo metió dentro—. No esnada. —Nada de lo que quisierahablarme, claro.

—Será mejor que te vayas antes

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de que Fatty empiece a controlar elrebaño. —Arrancó el coche antes deque yo pudiera decir nada más y medespidió con un gesto mientras seapartaba del bordillo.

Escuché un ladrido. Me giré y allíestaba aquel perro enorme que habíavisto en Ravenwood, apenas a un parde metros, y también a quién leladraba.

La señora Lincoln me sonrió. Elperro gruñó, con el pelo del lomoerizado. La mujer bajó la mirada yésta expresaba tanta repulsión quecualquiera hubiera pensado queestaba viendo al mismísimo Macon

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Ravenwood. En una lucha, no teníamuy claro cuál de los dos ganaría.

—Los perros salvajes sonportadores de la rabia. Alguiendebería dar el aviso a la oficina delcondado. Sí, alguien.

—Sí, señora.—¿A quién acabas de ver

conduciendo ese extraño cochenegro? Parecías bastante enfrascadoen la conversación. —Ella ya sabía larespuesta, así que no era unapregunta, sino más bien unaacusación.

—Señora.—Hablando de extraños, el

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director Harper me ha dicho ahoramismo que está planeando ofrecer untraslado de matrícula a esa chica deRavenwood. Podrá escoger elinstituto que quiera en tres condados,mientras no sea en el Jackson.

No dije nada. Ni siquiera la miré.—Es responsabilidad nuestra,

Ethan. Del director Harper, mía… detodos los padres y madres de Gatlin.Tenemos que asegurarnos de protegera los chicos del condado de cualquierpeligro. Y lejos de la mala gente. —Lo cual significaba de cualquiera queno fuera como ella.

Alargó la mano y me tocó el

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hombro, como había hecho conEmily hacía menos de diez minutos.

—Estoy segura de que entiendeslo que quiero decir. Después de todo,eres uno de nosotros. Tu padre nacióaquí y aquí también es donde estáenterrada tu madre. Tú perteneces aeste lugar, no como otros.

Le devolví la mirada, pero ya sehabía montado en la furgoneta antesde que pudiera añadir ni una palabra.

Esta vez, la señora Lincoln estabadispuesta a algo más que a quemarunos libros.

Una vez que entré en clase, el día se

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convirtió en algo anormalmentenormal, extrañamente normal. No via ningún padre más, aunque sospechéque andarían merodeando por allí. Ala hora del almuerzo me zampé trestrozos de pudin de chocolate con loschicos, como era habitual, peroquedó claro de qué y de quién noíbamos a hablar. Incluso elespectáculo de Emily escribiendomensajes de texto como una loca enlas clases de inglés y química mepareció una especie detranquilizadora verdad universal, sino hubiera sido porque tenía lasensación de que sabía qué, o más

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bien, de quién escribía. Como ya hedicho, anormalmente anormal.

Todo siguió así hasta que Link medejó en casa después delentrenamiento de baloncesto y decidíhacer una completa locura.

Amma me esperaba en el porchedelantero… señal segura deproblemas.

—¿La has visto? —Deberíahaberme esperado eso.

—Hoy no ha estado en clase. —Locual era una afirmación técnicamenteverdadera.

—Quizás eso sea lo mejor. Losproblemas van detrás de esa chica lo

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mismo que el perro de MaconRavenwood. Y no quiero que te siganhasta aquí, hasta tu propia casa.

—Me voy a dar una ducha.¿Vamos a cenar pronto? Link y yotenemos que hacer esta noche untrabajo —le dije desde las escaleras,haciendo un esfuerzo para que mi vozsonara natural.

—¿Trabajo? ¿Qué clase detrabajo?

—Uno de historia.—¿Adonde vais a ir y a qué hora

vas a volver?Dejé que la puerta del baño se

cerrara de golpe antes de contestarle.

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Necesitaba un plan, pero antes teníaque tener una buena historia, unabuena de verdad.

Diez minutos más tarde la tenía,cuando ya estaba sentado delante dela mesa de la cocina. No era a todaprueba, pero fue todo lo que pudeorganizar con tan poco tiempo.Ahora tenía que ponerla en marcha.No era un mentiroso de primera yAmma no tenía un pelo de tonta.

—Link me recogerá después decenar y nos iremos a la bibliotecahasta que cierre, que creo que serásobre las nueve o las diez.

Eché salsa Carolina Gold por

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encima de la chuleta de cerdo, unamezcla pegajosa de mostaza y salsabarbacoa, la única cosa por la que elcondado de Gatlin era famoso, apartede por cosas relacionadas con laGuerra de Secesión.

—¿La biblioteca?Mentirle a Amma siempre me

ponía nervioso, así que intentaba nohacerlo a menudo. Y esa noche sí loestaba, lo notaba sobre todo en elestómago. La última cosa que queríahacer en el mundo era comerme treschuletas de cerdo, pero no teníaelección. Ella sabía exactamentecuánto me cabía. Dos chuletas, y

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hubiera provocado sospechas. Una, yme hubiera mandado a mi habitacióncon un termómetro y una bebida dejengibre. Asentí y me puse a la tareade terminar con la segunda.

—Pero si no has puesto un pie enla biblioteca desde…

—Ya lo sé. —Desde que murió mimadre.

La biblioteca era un segundohogar para mi madre y mi familia.Habíamos pasado allí todos lossábados por la tarde desde que yo erapequeño, vagabundeando entre lasestanterías, sacando todos aquelloslibros que llevaran un dibujo de un

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barco pirata, un caballero, un soldadoo un astronauta. Mi madre solíadecir: «Ésta es mi iglesia, Ethan. Éstees el modo en que reverenciamos elsagrado sábado en nuestra familia».

La bibliotecaria jefe del condadode Gatlin, Marian Ashcroft, era laamiga más antigua de mi madre, lasegunda mejor historiadora de Gatlindetrás de ella y, hasta el año pasado,su colega de investigación. Se habíangraduado juntas en Duke y cuandoMarian finalizó su doctorado enestudios afroamericanos, siguió a mimadre hasta Gatlin para terminar suprimer libro juntas. Estaban a mitad

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del quinto libro cuando tuvo lugar elaccidente.

Desde entonces, yo no habíaquerido poner un pie en la bibliotecay, en realidad, tampoco quería ahora.Pero también sabía que no habíaforma de que Amma me impidiera irallí. Ni siquiera llamaría paracontrolarme, pues Marian Ashcroftera como de la familia. Y Amma, quequería a mi madre tanto comoMarian, no había cosa que respetaramás que la familia.

—Bueno, espero que cuides tusmodales y no levantes la voz. Yasabes lo que solía decir tu madre, que

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cualquier libro es un Buen Libro yque cualquiera que cuida bien de unBuen Libro está en la Casa del Señor.—Como yo solía decir, mi madretenía poco futuro entre las Hijas de laRevolución Americana.

Sonó el claxon del coche de Link.Él me iba a llevar. Me dejaría decamino mientras seguía adondeensayaba con su banda. Salí pitandode la cocina, sintiéndome tanculpable que me dieron ganas devolver, arrojarme en brazos de Ammay confesarlo todo, como si volviera atener seis años y me hubiera comidootra vez toda la gelatina en polvo que

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había en la despensa. Quizás Ammallevaba razón: había encontrado unagujero en el cielo y el universoestaba a punto de desplomarse sobremi cabeza.

Cuando puse el pie ante la puerta deRavenwood, sujeté con fuerza labrillante carpeta azul que llevaba,que era lo que pensaba poner comoexcusa para plantarme en casa deLena sin haber sido invitado. Bueno,tenía planeado decir que habíapasado por allí para darle las tareas deinglés que se había perdido. En micabeza había sonado muy

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convincente, al menos cuando todavíaestaba en mi porche, pero ahora queel porche era el de Ravenwood, noestaba tan seguro de ello.

No era la clase de chico que hacíaese tipo de cosas, pero era obvio queno había otra manera de que Lena meinvitara por propia voluntad. Yointuía que su tío podría ayudarnos,que podría saber algo.

O quizás era lo otro. Quería verla.El día se me había hecho largo yaburrido sin el Huracán Lena yempezaba a preguntarme si iba a sercapaz de soportar las ocho horas sintodos los problemas que me

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ocasionaba. Y sin todos los problemasque estaba dispuesto a causar porella.

Veía la luz desde las ventanascubiertas por las ramas de laenredadera. Se escuchaba de fondo elsonido de una música, viejascanciones de Savannah de aquelcantautor de Georgia que tanto legustaba a mi madre. «En una tardefría, fría, fría…».

Antes incluso de que llamaraescuché los ladridos al otro lado de lapuerta y ésta se abrió en cuestión desegundos. Lena estaba allí, descalza, yparecía algo diferente… con un

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vestido negro con pequeños pájarosbordados, como si fuera a salir a cenara un restaurante de lujo. Yo tenía unaspecto más propio de haber salidopara ir al Dary Kin, con mis vaquerosy mi camiseta Atari llenos deagujeros. Dio un paso hacia laveranda, cerrando la puerta a susespaldas.

—Ethan, ¿qué estás haciendoaquí?

Le di la carpeta, algo cortado.—Te he traído los deberes.—No me puedo creer que te

hayas plantado aquí. Ya te he dichoque a mi tío no le gustan los

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extraños. —Me empujó escalerasabajo—. Tienes que irte. Ya.

—He pensado que podríamoshablar con él.

Escuché detrás de nosotros cómoalguien carraspeaba con ciertaincomodidad. Alcé la mirada y vi alperro de Macon Ravenwood y, másallá, a él mismo. Intenté no parecersorprendido, pero estaba bastanteseguro de que se me notó porqueestaba que no me llegaba la camisa alcuerpo.

—Bueno, eso no es algo que oigaa menudo. Y siento mucho disentir,porque otra cosa no, pero soy un

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caballero sureño. —Hablaba con unacento contenido, arrastrando algo laspalabras, pero con una dicciónperfecta—. Es un placer encontrarmepor fin con usted, señor Wate.

No me podía creer que tuvierajusto delante al misterioso MaconRavenwood. La verdad, lo que habíaesperado era otra cosa, un BooRadley, un tipo que vagara por lacasa en pantalones de peto,mascullando entre dientes algunaclase de lenguaje monosilábico comoun neandertal, quizás inclusobabeando un poco por la comisura dela boca.

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Pero no era ningún Boo Radley,sino más bien Atticus Finch.

Macon Ravenwood iba vestido deforma impecable, pero al estilo,digamos, que no lo sé, de 1942.Llevaba una camisa blanca deetiqueta recién planchada, congemelos de plata antiguos, en vez debotones. Su esmoquin negro estabaimpecable, perfectamente planchadotambién. Tenía los ojos oscuros yrelucientes, eran casi negros, yestaban nublados, pues parecíantintados como los cristales del cochefúnebre que Lena conducía para ir alpueblo. No reflejaban nada, ni

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tampoco parecían ver. Resaltaban ensu faz pálida, tan blanca como lanieve, como el mármol; tan blanca,como se podría esperar del recluso dela ciudad. Su pelo estaba entreveradode canas, gris cerca del rostro y tannegro como el de Lena en la partesuperior de la cabeza.

Podría haber sido alguna estrellade cine americano de antes de queinventaran el tecnicolor, o quizá de larealeza de algún pequeño país delque nadie hubiera oído hablar porestos lares. Pero Macon Ravenwood síque era de aquí y eso era lo queconfundía más. El Viejo Ravenwood

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era el coco de Gatlin, una historiaque llevaba oyendo desde laguardería. Sólo que ahora me parecíaque pertenecía menos a este sitio queantes.

Cerró el libro que llevaba en lasmanos, sin apartar sus ojos de mí. Meestaba mirando, pero en realidad medio la sensación de que miraba através de mí, como buscando algo. Alo mejor aquel tipo tenía visión derayos X. Teniendo en cuenta lo quehabía pasado la semana anterior,cualquier cosa me parecía posible.

Me latía el corazón con tantafuerza que estaba seguro de que él lo

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estaba escuchando. MaconRavenwood me había puesto nerviosoy eso también lo tenía claro.Ninguno de los dos sonreímos. Superro se mantenía tenso y en estadode alerta a su lado, como si estuvieraesperando una orden de ataque.

—¿Dónde están mis modales?Entre, señor Wate. Estábamos apunto de sentarnos a cenar. Únase anosotros. Aquí, en Ravenwood, lacena es siempre una ocasión especial.

Miré a Lena, esperando que meorientara sobre si aceptar o no.

Dile que no te quieres quedar.Créeme, no quiero.

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—No, lo siento, señor. No quieromolestar. Sólo quería entregarle aLena los deberes. —Y le ofrecí labrillante carpeta azul por segundavez.

—Tonterías, tiene que quedarse.Disfrutaremos de unos puros habanosen el invernadero después de cenar, ¿oes usted más de cigarrillos? A menos,claro está, que se sienta incómodoaquí, lo cual, en todo caso, puedoentenderlo. —No sabría decir siestaba de broma o no.

Lena deslizó el brazo por sucintura y pude ver cómo su rostrocambiaba por completo. Fue como si

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el sol saliera entre las nubes en un díagris.

—Tío M, no juegues con Ethan.Es el único amigo que tengo aquí y,si le asustas, tendré que irme a vivircon tía Del, y entonces ya no tendrása nadie a quien torturar.

—Todavía tengo a Boo. —El perromiró hacia arriba, con cierta burla.

—Me lo llevaré, es a mí a quiensigue por todas partes por el pueblo,no a ti.

—¿Boo? ¿El perro se llama BooRadley? —me vi obligado a preguntar.

Macon dejó entrever una suavesonrisa.

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—Mejor él que yo. —Echó lacabeza hacia atrás y se rio, lo cual mesorprendió, porque no había forma deque me hubiera podido imaginar susrasgos transformándose en unasonrisa. Abrió del todo la puerta a susespaldas—. De verdad, señor Wate,únase a nosotros, por favor. Adorotener compañía y hace siglos queRavenwood no tiene el placer dealojar a un huésped procedente denuestro pequeño y delicioso condadode Gatlin.

Lena mostró una sonrisa forzada.—No te comportes como un

esnob, tío M. No creo que sea culpa

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suya que jamás hayas querido hablarcon ellos.

—Tampoco es culpa mía que meguste la buena crianza, unainteligencia razonable y una higienepersonal pasable, no necesariamentepor ese orden.

—Pasa de él. Hoy no está de buenhumor —comentó Lena en tono dedisculpa.

—Déjame adivinar. ¿Tiene esoalgo que ver con el director Harper?

Lena asintió.—Han llamado del instituto.

Mientras se investiga el incidente,estoy en libertad condicional. —Puso

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los ojos en blanco—. Me echarán sicometo otra infracción.

Macon rio desdeñosamente, comosi estuviéramos hablando de algo queno tuviera importancia alguna.

—¿A prueba? Qué divertido. Estaren libertad condicional supondríaque tendría algún tipo de autoridad.—Nos empujó a ambos en direcciónal vestíbulo, que se extendía ante él—. Y, desde luego, no le habilita paraello ser un director de institutopasado de peso que apenas consiguióterminar la universidad y un rebañode amas de casa histéricas conpedigrís que no mejorarían el de Boo

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Radley.Me detuve en seco al traspasar el

umbral. El vestíbulo de entrada eraenorme y grandioso y no la casa deltipo barrio burgués en la que habíaentrado unos cuantos días antes. Unapintura al óleo monstruosamentegrande colgaba sobre las escaleras, unretrato de una mujer terriblementehermosa de relucientes ojos dorados.La escalera no era para nada actual,sino una escalera voladiza de estiloclásico que parecía apoyarse sólo enel aire. Por ella podría haberdescendido Escarlata O'Hara con suvoluminosa falda y no hubiera estado

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fuera de lugar para nada. Del techocolgaba una araña de cristal de variosniveles. El vestíbulo estaba atestadocon montones de muebles victorianosantiguos, pequeños grupos de sillasde bordados muy elaborados, mesascon sobres de mármol y graciososhelechos. En cada una de lassuperficies brillaba una vela. Las altaspuertas labradas estaban abiertas y labrisa traía el aroma de las gardenias,que estaban colocadas en altosjarrones de plata, artísticamentesituados encima de las mesas.

Durante un segundo casi llegué apensar que había vuelto a alguna de

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mis visiones, excepto por el hecho deque el guardapelo estaba guardado enmi bolsillo y envuelto a salvo en supañuelo. Lo sabía porque lo habíacomprobado. Y aquel perroespeluznante seguía vigilándomedesde las escaleras.

Pero nada de esto tenía sentido.Ravenwood se había transformado enalgo completamente diferente desdela última vez que había estado allí.Parecía imposible, pero era como sihubiera regresado a algún momentoatrás en la historia. Incluso aunqueno fuera real, deseé que mi madrehubiera podido verlo, porque a ella le

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habría encantado. Sin embargo,ahora parecía real y me di cuenta deque ése era el aspecto que habríatenido antaño. Era como Lena, comoel jardín vallado, como Greenbrier.

¿Por qué no tiene el mismo aspecto deantes?

¿De qué estás hablando?Creo que lo sabes.Macon caminaba delante de

nosotros. Nos encaminamos hacia loque la semana pasada parecía unaacogedora sala de estar. Ahora sehabía convertido en un grandiososalón de baile, con una larga mesacon patas en forma de garras,

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preparada para tres, como si él mehubiera estado esperando.

El piano continuaba sonando soloen una de las esquinas. Supuse queera un piano mecánico de ésos. Laescena era fantasmagórica, como si lahabitación se hubiera llenado con eltintineo de las copas y las risas.Ravenwood estaba ofreciendo lafiesta del año, pero yo era el únicoinvitado.

Macon seguía hablando. Todo loque decía retumbaba en lasgigantescas paredes pintadas al frescoy en los techos abovedados y tallados.

—Supongo que soy un esnob.

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Aborrezco los pueblos y a suslugareños. Tienen mentes estrechas yculos enormes, lo cual quiere decirque lo que les falta en el interior locompensan en lo posterior. Son comola comida basura, grasienta y, a lalarga, terriblemente insatisfactoria.—Sonrió, pero no era una sonrisaamable.

—Y entonces, ¿por qué no semuda? —Sentí un brote de irritaciónque me devolvió a la realidad, fueracual fuera la realidad en la que yosolía habitar. Una cosa era que yo meburlara de Gatlin y otra muydiferente que Macon Ravenwood

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hiciera lo mismo. No era lo mismo.—No seas absurdo. Ravenwood es

mi casa, no Gatlin. —Escupió lapalabra como si fuera venenosa—.Antes de abandonar las ataduras deesta vida, tengo que encontrar aalguien que cuide de Ravenwood enmi lugar, ya que yo no tengo hijos.Ése siempre ha sido mi gran y terriblepropósito en la vida, que Ravenwoodcontinúe vivo. Me gusta pensar en mímismo como el conservador de unmuseo viviente.

—No te pongas tan dramático, tíoM.

—Y tú no seas tan diplomática,

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Lena. Por qué quieres relacionartecon esos lugareños iletrados es algoque escapa a mi comprensión.

Algo de razón sí que lleva.¿Estás diciendo que no quieres que

vaya a la escuela?No… sólo quería decir…Macon se me quedó mirando.—Por supuesto, exceptuando a

nuestra actual compañía.Cuanto más hablaba, más

curiosidad sentía. ¿Quién se iba aimaginar que el Viejo Ravenwoodfuera la tercera persona más lista delpueblo, después de mi madre yMarian Ashcroft? O quizá la cuarta,

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dependiendo de si mi padre volvía asalir de su aislamiento.

Intenté leer el título del libro quellevaba Macon en la mano.

—¿Qué es? ¿Shakespeare?—Betty Crocker, una mujer

fascinante. Estaba intentandoacordarme de qué ingredientesconsideran los lugareños apropiadospara una cena. Esta noche tenía ganasde cenar algún plato regional y hedecidido que sea cerdo asado. —Otravez lo mismo. Se me revolvía elestómago sólo de pensar en ello.

Macon apartó la silla de Lena conun ademán.

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—Hablando de hospitalidad,Lena, tus primos vendrán para elEncuentro. A ver si nos acordamos dedecirle a Casa y Cocina que seremoscinco más.

Lena parecía irritada.—Se lo diré al personal de la

cocina y a los ayudantes de la casa, sies a eso a lo que te refieres, tíoMacon.

—¿Qué es el Encuentro?—Mi familia es algo rara. El

Encuentro era sólo una vieja fiesta dela cosecha, como una especie de Díade Acción de Gracias anticipado.Olvídalo. —Jamás había sabido de

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nadie que hubiera visitadoRavenwood, fueran familiares u otros.Tampoco había visto un solo cochegirar en la bifurcación en direcciónhacia la mansión.

Macon parecía divertido.—Como mejor veas. Hablando de

Cocina, tengo un hambre canina.Voy a ver con lo que van acastigarnos. —Conforme hablaba,escuché los ruidos metálicos quehacían ollas y sartenes en algunahabitación lejana de la casa.

—No exageres, tío M, por favor.Observé a Macon Ravenwood

desaparecer del salón. Cuando le

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perdí de vista, seguí oyendo elrepiqueteo de sus zapatos de etiquetasobre los pulidos suelos. Esta casa eraridícula. Hacía que la Casa Blancapareciera una choza.

—Lena, ¿qué está pasando?—¿Qué quieres decir?—¿Cómo sabía que tenía que

preparar un sitio para mí?—Debe de haberlo hecho cuando

nos vio en el porche.—¿Qué pasa en este lugar? Estuve

aquí el día que encontramos elguardapelo y no tenía este aspecto enabsoluto.

Dímelo. Confía en mí.

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Jugueteó con el borde del vestido.Qué cabezona.

—A mi tío le gustan lasantigüedades y por eso la casa cambiatodo el tiempo. ¿Eso importa algo?

Fuera lo que fuera lo que estabaocurriendo, no iba a contármeloahora.

—Está bien, de acuerdo. ¿Teimporta si echo un vistazo? —Aunque puso mala cara, me dirigíhacia el siguiente salón. Estabadecorado como un pequeño estudio,con sofás, una chimenea y unascuantas mesitas. Boo Radley estabaechado delante de la chimenea y

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comenzó a gruñir en cuanto puse unpie en la habitación.

—Buen perrito. —Gruñó aún másalto, así que me retiré hacia la otrahabitación. Dejó de gruñir y puso denuevo la cabeza sobre el suelo.

Sobre la mesita más cercana habíaun paquete envuelto en papel marrónatado con una cuerda. Lo cogí y BooRadley comenzó a gruñir de nuevo.Tenía el sello de la biblioteca delcondado de Gatlin. Reconocí el sello.Mi madre había recibido cientos depaquetes como ése. Sólo MarianAshcroft se molestaba en envolver unlibro de esa manera.

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—¿Le interesan las bibliotecas,señor Wate? ¿Conoce a MarianAshcroft? —Macon apareció depronto a mi lado, cogiendo el libro demi mano y observándolo con deleite.

—Sí, señor. Marian, la doctoraAshcroft, era la mejor amiga de mimadre. Trabajaban juntas.

Los ojos de Macon titilaron conuna brillantez momentánea y despuésse apagaron.

—Claro. Qué torpeza tanincreíble por mi parte, Ethan Wate.Conocí a su madre.

Me quedé helado. ¿Cómo podríahaber conocido Macon Ravenwood a

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mi madre?Su rostro adoptó una extraña

expresión, como si estuvierarecordando algo que se le habíaolvidado.

—Sólo a través de su trabajo,claro. He leído todo lo que ellaescribió. De hecho, si mira concuidado las notas a pie de página dePlantas y plantaciones: un jardín dividido,verá que varias de las fuentesoriginales de su estudio procedían demi colección personal. Su madre erabrillante, una gran pérdida.

Me las apañé para sonreír.—Gracias.

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—Me sentiré honrado demostrarle mi biblioteca,naturalmente. Sería para mí un granplacer compartir mi colección con elúnico hijo de Lila Evers.

Le miré, sorprendido por el sonidodel nombre de mi madre procedentede la boca de Macon Ravenwood.

—Wate. Lila Evers Wate.Sonrió más ampliamente.—Claro, pero lo primero es lo

primero. Ya casi no se oye ningúnruido en la Cocina, la cena debe deestar servida. —Me dio unaspalmaditas en la espalda y regresamosal grandioso salón de baile.

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Lena nos esperaba junto a lamesa, encendiendo una vela que sehabía apagado con la brisa vespertina.La mesa estaba llena de lo que podíaconsiderarse un verdadero festín, perono tenía ni idea de cómo habíaconseguido llegar hasta allí. No habíavisto una sola persona en toda la casa,además de nosotros tres. Ahora habíauna nueva casa, un perro lobo y todoeso. Y yo que había esperado queMacon Ravenwood fuera lo másextravagante de toda la tarde…

Allí había suficiente comida paraalimentar a las Hijas de la RevoluciónAmericana, a todas las iglesias del

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pueblo y al equipo de fútbol todosjuntos. Sólo que no era la clase decomida que se servía en Gatlin.Había algo parecido a un cerdo asadoentero, con una manzana puesta en elmorro, chuletas de ternera con el palohacia arriba, rematadas por pequeñostrocitos de papel en la parte superiorde cada una de ellas, y al lado unganso deshuesado cubierto decastañas. Había boles enteros llenosde salsas de todo tipo y cremas, rollosy panecillos, repollos, remolachas, ycosas para untar de las que no mesabía ni el nombre. Y por supuesto,sandwiches de fiambre, que parecían

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especialmente fuera de lugar entre losotros platos. Miré a Lena, mareadoante la perspectiva de lo mucho quedebía comer para ser educado.

—Pero tío… Esto es demasiado.—Boo, acurrucado en torno a las patasde la silla de Lena, aporreó el suelo depuro placer.

—Tonterías, es una celebración.Hemos hecho un nuevo amigo yCocina se va sentir muy ofendida.

Lena me miró con ansiedad, comosi se temiera que me marchase albaño y me encerrara allí. Me encogíde hombros, y comencé a llenar miplato. Quizás Amma me dejara

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saltarme el desayuno al día siguiente.Cuando Macon estaba sirviéndose

su tercer vaso de whisky escocés, mepareció un buen momento para sacarel tema del guardapelo. Ahora que lopensaba, le había visto llenarse elplato con comida pero no le habíavisto comer nada. Todo parecíadesaparecer de su plato con sólo unpequeño mordisco o dos. Quizá BooRadley era el perro más afortunado delpueblo.

Doblé la servilleta.—¿Le importa, señor, si le

pregunto algo? Como parece queusted sabe tanto de historia y, bueno,

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como no puedo preguntarle a mimadre…

¿Qué estás haciendo?Sólo estoy haciendo una pregunta.Él no sabe nada.Lena, déjame que lo intente.—Claro. —Macon dio un sorbo.Rebusqué en el bolsillo y saqué el

guardapelo de la bolsita que me habíadado Amma, con mucho cuidado demantenerlo envuelto en el pañuelo.En ese momento se apagaron todas lasvelas. Al principio titilaron y luegodesaparecieron con un chisporroteo,incluso se extinguió la música delpiano.

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Ethan, ¿qué estás haciendo?No estoy haciendo nada.Escuché la voz de Macon en la

oscuridad.—¿Qué es lo que tienes en la

mano, hijo?—Un guardapelo, señor.—¿Te importaría volver a

guardarlo en el bolsillo? —Su vozsonaba tranquila, pero yo sabía queél no lo estaba. Más bien diría queestaba haciendo grandes esfuerzospara mantener la compostura. Susmodales habían desaparecido y su voztenía un tono que transmitía ciertasensación de urgencia que estaba

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intentando disimular con granesfuerzo.

Guardé el guardapelo de nuevo enla bolsita y me lo metí en el bolsillo.Al otro lado de la mesa, Macon tocólos candelabros con los dedos. Uno auno, las velas volvieron a encenderse.Todo el festín había desaparecido porcompleto.

Macon tenía un aspecto siniestroa la luz de las velas. También teníauna apariencia serena por primera vezdesde que le había conocido, como siestuviera midiendo sus fuerzas en unaescala invisible de la que, de algúnmodo, dependía nuestro destino. Era

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hora de irse. Lena tenía razón, habíasido una mala idea. Quizá después detodo sí había algún motivo por el cualMacon Ravenwood no salía nunca desu casa.

—Lo siento, señor. No sabía queiba a ocurrir esto. Nuestra asistenta,Amma, actuó como si… como si estofuera algo muy poderoso cuando se loenseñé. Pero cuando Lena y yo loencontramos no pasó nada malo.

No le digas nada más. No mencioneslas visiones.

No lo haré. Sólo quería averiguar sillevaba razón respecto a Genevieve.

Lena no tenía de qué preocuparse.

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No tenía la menor intención dedecirle nada a Macon Ravenwood.Sólo quería salir de allí, cuanto antesmejor. Comencé a incorporarme delasiento.

—Creo que debería irme ya acasa, señor. Se me está haciendotarde.

—¿Le importaría describirme elguardapelo? —Era más una orden queuna petición. Yo no dije ni unapalabra.

Fue Lena la que hablófinalmente.

—Está muy viejo y estropeado, ytiene un camafeo en la parte frontal.

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Lo encontramos en Greenbrier.Macon comenzó a darle vueltas a

su anillo de plata, nervioso.—Deberías haberme dicho que

habías ido a Greenbrier. Eso no esparte de Ravenwood y no puedomantenerte allí a salvo.

—Estoy segura aquí. Lo sé.—¿Segura de qué? Esto era algo

más que ser sobreprotector.—No lo estás. Eso está fuera de

los límites. No se puede controlar, oal menos no por cualquiera. Hay unmontón de cosas que tú no sabes, yél… —Macon hizo un gesto en midirección, al otro lado de la mesa—.

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Él no tiene ni idea y no puedeprotegerte. No deberías haberlemetido en esto.

Entonces intervine yo. Tenía quehacerlo. Estaba hablando de mí comosi no estuviera allí.

—Esto también tiene que verconmigo, señor. Hay unas inicialesen la parte de atrás del guardapelo:«ECW», que se corresponden conEthan Cárter Wate, mi trastataratío.Las otras iniciales son «GKD», yestamos bastante seguros de que laletra D corresponde a Duchannes.

Ethan, para.Pero yo no podía.

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—No hay motivo alguno paraseguir ocultándonos nada, ya que sealo que sea, está sucediendo y nos estáocurriendo a los dos. Y le guste o no,parece que sigue en este mismomomento. —Un jarrón de gardeniasvoló cruzando la habitación hasta quese estrelló contra la pared. Éste era elMacon Ravenwood del que todo elmundo contaba historias desde queéramos niños.

—No tiene ni idea de lo que estádiciendo, jovencito. —Me miródirectamente a los ojos, con unaintensidad tan siniestra que hizo queel pelo de la nuca se me pusiera de

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punta. Tenía problemas paracontrolarse, había ido demasiadolejos. Boo Radley se puso en pie y diounos pasos hasta colocarse detrás deMacon como si estuviera acechando asu presa, con los ojosinquietantemente redondos yfamiliares.

No digas nada más.Entrecerró los ojos. El glamour de

la estrella de cine se habíadesvanecido y sustituido por algomucho más sombrío. Quería echar acorrer, pero me había quedadopegado al suelo, paralizado.

Me había equivocado respecto a

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la mansión Ravenwood y MaconRavenwood, y ahora me daban miedolos dos.

Cuando habló, fue como si lohiciera para sus adentros.

—Cinco meses. ¿Sabes hastadónde voy a tener que llegar paramantenerla a salvo durante cincomeses? ¿Sabes lo que me costará? Medejará seco y a lo mejor terminadestruyéndome. —Sin decir unapalabra, Lena se acercó a su lado y lepuso una mano en el hombro. Yentonces, la tormenta que había ensus ojos pasó tan rápido como sehabía formado y recobró la

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compostura—. Amma tiene toda lapinta de ser una mujer sabia. Quizádebería considerar seguir su consejode llevar esa cosa al lugar donde loencontrasteis. Y por favor, no vuelvaa traerlo a mi casa. —Macon se pusoen pie y arrojó la servilleta a la mesa—. Creo que nuestra pequeña visita ala biblioteca va a tener que esperar,¿no? Lena, ¿puedes ocuparte deindicarle a tu amigo la salida? Ésta hasido, no cabe duda, una nocheextraordinaria, de lo másesclarecedora. Por favor, vuelvacuando lo desee, señor Wate.

Y entonces, la habitación se

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quedó a oscuras y desapareció.No había forma de que saliese de

esa casa lo suficientemente rápido.Quería alejarme del espeluznante tíode Lena y de aquella casa, que era unespectáculo de lo más raro, pero ¿quédemonios había pasado? Lena seapresuró a acompañarme hasta lapuerta, como si tuviera miedo de loque podría ocurrir si no me sacaba deallí. Pero justo cuando cruzamos elvestíbulo principal, noté algo que nohabía visto antes.

El guardapelo. La mujer de lapintura al óleo, la que tenía aquellosojos inquietantes, llevaba puesto el

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guardapelo. Cogí el brazo de Lena yella también lo vio y se quedó helada.

Eso no estaba antes.¿Qué quieres decir?Esta pintura lleva ahí colgada desde

que era una niña y he pasado por delantede ella miles de veces. Hasta ahora,nunca había llevado el guardapelo.

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15 DE15 DESEPTIEMBRESEPTIEMBRE

Una bifurcación en elcamino

AApenas nos dirigimos la palabramientras conducía de vuelta hacia micasa. Yo no sabía qué decir y Lenaparecía agradecida de que yo nodijera nada. Me dejó conducir, locual era bueno porque necesitabaalgo que me distrajera hasta que seme tranquilizara el pulso. Nos

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pasamos mi calle, pero no meimportó, pues aún no estabapreparado para ir a casa. No sabíaqué estaba pasando con Lena, su casa,su tío, pero ella tenía quecontármelo.

—Te has pasado la calle. —Era laprimera cosa que había dicho desdeque nos habíamos ido de Ravenwood.

—Ya lo sé.—Tú crees que mi tío está loco,

como todo el mundo. Dilo de unavez. El Viejo Ravenwood. —Su vozsonaba amarga—. Tengo que irme acasa.

No despegué los labios mientras

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girábamos en torno a General Green,un parterre redondo de hierbadescolorida que rodeaba la única cosade Gatlin que salía en las guías: elgeneral, una estatua del general de laGuerra de Secesión Jubal A. Early. Elgeneral seguía como si nada, comosiempre había hecho, y me sentó mal.Todo había cambiado; de hecho, nadadejaba de cambiar. Yo era diferente yveía, sentía y hacía cosas que apenasuna semana antes me habríanparecido imposibles. Me parecía queel general debía ser distinto también.

Giré hacia abajo, hacia DoveStreet y aparqué el coche al lado del

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bordillo, justo bajo el cartel quedecía: «Bienvenidos a Gatlin, el lugarcon las mansiones sureñas históricasmás originales y el mejor pastel decrema del mundo». No veía nadaclaro lo del pastel, pero el resto eraverdad.

—¿Qué estás haciendo?Apagué el motor.—Tenemos que hablar.—Yo no me meto en coches con

chicos. —Era una broma, cosa quepercibí en su voz. Estaba paralizada.

—Empieza a hablar.—¿De qué?—Estás de broma, ¿no? —

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Intentaba no gritar.Se llevó la mano hacia el collar,

torciendo la lengüeta de una lata derefresco.

—No sé qué quieres que te diga.—Pues empieza por explicar lo

que acaba de pasar.Ella se quedó mirando por la

ventana, hacia la oscuridad.—Estaba enfadado. Algunas veces

pierde los estribos.—¿Perder los estribos? ¿Te

refieres con eso a lanzar cosas de unlado para otro de la habitación sintocarlas y encender velas sin cerillas?

—Ethan, lo siento. —Su voz sonó

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serena.Pero la mía, no. Cuanto más

evitaba mis preguntas, más enfadadoestaba.

—No quiero que lo sientas.Quiero que me cuentes qué estápasando.

—¿Con qué?—Con tu tío y esa casa extraña

que parece haber redecorado en dosdías. Con la comida que aparece ydesaparece. Y con toda esa charla delímites y protegerte. Escoge la quequieras.

Ella sacudió la cabeza.—No puedo hablar de eso. Y, de

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todas formas, no lo entenderías.—¿Y cómo lo sabes si no me das

la oportunidad?—Mi familia es diferente de las

demás. Confía en mí, no podrássoportarlo.

—¿Y qué se supone que significaeso?

—Sé realista, Ethan. Tú dices queno eres como los demás, pero sí loeres. Tú quieres que yo sea diferente,pero sólo un poco, no diferente deltodo.

—¿Sabes qué? Estás tan locacomo tu tío.

—Te plantaste en mi casa sin que

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te invitara y ahora estás enfadadoporque no te ha gustado lo que hasvisto.

No contesté. No podía ver másallá de las ventanillas del coche ytampoco podía pensar con claridad.

—Y estás enfadado porque tienesmiedo. Todos lo tenéis. En lo másprofundo de vuestro ser, sois todosiguales. —La voz de Lena sonabacansada, como si se hubiera rendido.

—No. —La miré—. Eres tú la quetiene miedo.

Se echó a reír, con amargura.—Ah, sí, claro. Las cosas de las

que yo tengo miedo no te las puedes

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ni imaginar.—Tienes miedo de confiar en mí.No dijo nada.—Tienes miedo de conocer a

alguien tanto como para darte cuentade si falta o no a clase.

Deslizó el dedo por el vaho de laventana hasta formar una líneatemblorosa, como un zigzag.

—Tienes miedo de quedarte en unsitio y ver qué sucede.

El zigzag se convirtió en algoparecido al trazado de un relámpago.

—Tú no eres de aquí, vale, llevasrazón. Y no sólo eres algo diferente.

Siguió mirando a la nada a través

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de la ventanilla, porque no se podíaver otra cosa. Pero yo sí la veía a ella.Podía verlo todo.

—Tú eres increíble, absoluta,extremada, suma y totalmentediferente. —Le rocé el brazo con lapunta de los dedos e inmediatamentesentí el calor de la electricidad—. Yyo lo sé, porque en lo más profundode mí, creo que yo también soy comotú. Así que cuéntamelo. Por favor.¿Diferente en qué sentido?

—No quiero contarte nada.Una lágrima se deslizó por su

mejilla. La toqué, quemaba.—¿Por qué no?

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—Porque ésta podría ser miúltima oportunidad para ser unachica normal, incluso aunque sea enGatlin. Porque aquí eres mi únicoamigo. Porque si te lo digo, no mecreerás, o peor aún, sí que lo harás. —Abrió los ojos y los clavó en los míos—. Sea como sea, jamás querrásvolver a hablarme en tu vida.

Alguien dio un golpecito en laventanilla y ambos dimos unrespingo. A través del vaho del cristalbrilló el haz de luz de una linterna.Alargué la mano y la bajé, jurandopara mis adentros.

—Chicos, ¿os habéis perdido de

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camino a casa? —Era Fatty. Sonreíacomo si se hubiera encontrado dosdonuts a un lado de la carretera.

—No, señor. Justo íbamos decamino a casa.

—Éste no es su coche, señorWate.

—No, señor.Dirigió el haz de luz hacia Lena y

se detuvo allí durante un buen rato.—Pues entonces en marcha y a

casa. No hagas esperar a Amma.—Sí, señor.Giré la llave. Cuando miré por el

retrovisor, pude ver a su novia,Amanda, en el asiento delantero del

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coche de policía, riéndose entredientes.

Cerré el coche de un portazo.Miré a Lena por la ventanilla delconductor.

—Te veo mañana.—Vale.Pero yo sabía que no nos veríamos

mañana. Sabía que sería así siconducía hasta el final de la calle. Eracomo un camino, justo como labifurcación que llevaba a Ravenwoodo a Gatlin. Tenías que escoger uno uotro. Si no se detenía, el cochefúnebre tomaría la otra direcciónhacia la bifurcación, dejándome atrás.

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Igual que la primera mañana que lavi.

Si ella no me escogía a mí.No puedes tomar dos caminos a la

vez. Una vez que coges uno, ya nopuedes volver atrás. Sentí que elmotor aceleraba para ponerse enmarcha, pero seguí caminando haciala puerta de mi casa. El coche semarchó.

Y ella no me escogió a mí.

Estaba tumbado en la cama, mirandohacia la ventana. La luz de la luna sederramaba dentro, lo cual era unfastidio porque no me dejaba dormir,

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cuando lo único que quería es que esedía se terminara de una vez.

Ethan. Su voz sonaba tan baja queapenas pude oírla.

Miré hacia la ventana. Estabacerrada, me había asegurado de ello.

Ethan, ven.Cerré los ojos. El cerrojo de la

ventana traqueteó.Déjame entrar.Los postigos de madera se

abrieron de golpe. Habría supuestoque era el viento, pero ni siquierasoplaba una ligera brisa. Salté de lacama y miré hacia fuera.

Lena estaba de pie en el césped

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que había delante de mi casa enpijama. Los vecinos iban a estar defiesta y a Amma le iba a dar unataque al corazón.

—Baja o subo yo.Primero un ataque al corazón y

luego una apoplejía.Nos sentamos en el primer

escalón. Me había puesto losvaqueros porque no dormía conpijama y si Amma hubiera salido yme hubiera encontrado con una chicaen calzoncillos, habría amanecidoenterrado en el césped de la parte deatrás.

Lena se acomodó en el escalón y

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alzó la mirada hacia la pintura blancaque se desprendía del porche.

—Estuve a punto de dar la vueltacuando llegué al final de tu calle,pero me dio demasiado miedohacerlo. —A la luz de la luna, supijama parecía de color verde ypúrpura, una especie de túnica china—. Y cuando llegué a casa, me dabademasiado miedo no hacerlo. —Seestaba quitando el pintauñas de losdedos de los pies, desnudos, y me dicuenta de que esta vez sí que iba acontarme algo—. Realmente no sécómo empezar. Nunca he contadonada de esto antes, así que no sé qué

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pasará.Me revolví el pelo despeinado con

una mano.—Me puedes contar lo que sea.

Yo ya sé lo que es tener una familiade locos.

—Tú crees que sabes elsignificado de la palabra «loco» y notienes ni idea.

Inhaló una gran bocanada de aire.Fuera lo que fuera a decir, le estabacostando mucho. Parecía estardebatiéndose para encontrar laspalabras adecuadas.

—La gente de mi familia, y yo,tenemos poderes. Hacemos cosas que

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la gente normal no puede hacer.Hemos nacido así y no lo podemosevitar. Somos lo que somos.

Me llevó unos segundoscomprender lo que estaba diciendo o,al menos, de lo que creía que meestaba hablando.

De magia.¿Dónde estaba Amma cuando la

necesitaba?Me daba miedo preguntar, pero

tenía que saber más.—¿Y qué es, exactamente, lo que

sois? —Aquello sonaba tan de locosque casi no fui capaz de pronunciarlas palabras.

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—Casters —dijo ella en voz muybaja.

—¿Casters?Ella asintió.—¿Te refieres a Casters de los que

formulan hechizos?Afirmó de nuevo con la cabeza.Me quedé mirándola fijamente. A

lo mejor de verdad estaba loca.—¿Te refieres a brujas y demás?—Ethan, no seas ridículo.Solté aire, momentáneamente

aliviado. Estaba claro que era unidiota. ¿En qué había estadopensando?

—En realidad no es más que una

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estúpida palabra. Es como cuandodices «musculitos» o «cretino». Sóloes un absurdo estereotipo más.

Se me encogió el estómago. Partede mí quería subir las escaleras a todotrapo, cerrar la puerta y escondermeen la cama. Pero otra parte de mí, laparte más importante, queríaquedarse. Porque… ¿no había unaparte en mí que lo había sabido desdeel principio? Tal vez sabía lo que ellaera, pero me había dado cuenta deque había algo en ella distinto, algomucho más importante que un collarcon un montón de chatarra colgada yaquellas viejas Converse. ¿Qué me

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iba a esperar de alguien que podíaprovocar un aguacero, hablarme sinestar en la habitación, controlar lasnubes del cielo y abrir los postigos demi ventana desde el porche?

—¿Y no podríais buscaros unnombre mejor?

—No hay una sola palabra quedescriba a toda la gente de mi familia,¿hay alguna que describa a la tuya?

Quería romper la tensión, simularque todo era igual que con cualquierotra chica y convencerme a mí mismode que tampoco pasaba nada.

—Ah, claro. Lunáticos.—Pues nosotros somos Casters.

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Ésa es la definición más apropiada.Todos tenemos poderes. Es unaespecie de don, igual que otrasfamilias son guays, y otras son ricas,guapas o deportistas.

Sabía cuál sería mi siguientepregunta, pero no quería hacerla. Yasabía que podía romper una ventanasólo con pensarlo. No sabía si estabapreparado para averiguar qué otrascosas podía destrozar.

De cualquier forma, estabaempezando a sentirme como siestuviéramos hablando de cualquierotra familia sureña de locos, como lasHermanas. Los Ravenwood llevaban

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aquí tanto tiempo como cualquierotra familia de Gatlin ¿Por qué iban aestar menos chiflados que los demás?O, al menos, eso era de lo que queríaconvencerme a mí mismo.

Lena se tomó el silencio comouna mala señal.

—Ya sabía que no tenía quehaberte contado nada. Te dije que medejaras en paz. Ahora seguramentepensarás que soy un bicho raro.

—Creo que tienes talento.—Pensaste que mi casa era

extraña. Eso ya lo has admitido.—Es que la redecorasteis

demasiado.

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Estaba intentando hacerme unacomposición de lugar y que ella nodejara de sonreír. Sabía que debía dehaberle costado mucho contarme laverdad y yo no la iba a dejar tiradaahora. Me volví y señalé el estudioiluminado sobre los arbustos deazalea, escondido detrás de unosgruesos postigos de madera.

—Mira, ¿ves esa ventana que hayallí? Es el estudio de mi padre.Trabaja durante toda la noche yduerme durante el día. Desde quemurió mi madre, no ha salido de casa.Ni siquiera me ha enseñado lo queestá escribiendo.

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—Qué romántico —dijo ella convoz queda.

—No, es una locura. Pero nadiehabla de ello, porque nadie tienepermiso para hacerlo. ExceptoAmma, que esconde hechizosmágicos en mi cuarto y me gritacuando traigo joyas antiguas a estacasa.

Estaba casi seguro de que estabasonriendo.

—A lo mejor eres un bicho raro.—Yo lo soy y tú también. Tu

casa hace que desaparezcanhabitaciones y en la mía desaparecela gente. Tu tío el recluso es un

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chiflado y mi padre el recluso es unlunático, así que no veo en qué creesque somos diferentes tú y yo.

Lena sonrió, aliviada.—Estoy intentando ver si hay

alguna manera de tomarse eso comoun cumplido.

—Lo es. —La miré mientrassonreía bajo la luz de la luna, unasonrisa de verdad. Había algo especialen su aspecto justo en ese momentoque me hizo imaginarmeinclinándome hacia delante un pocomás para besarla. Pero me controlé ysubí un escalón más arriba de dondeella estaba.

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—¿Estás bien?—Sí, claro, estoy bien, un poco

cansado, quizás.Pero no era así.Nos quedamos hablando en las

escaleras durante horas. Yo metumbé en el escalón de arriba, ella enel de abajo. Observamos el oscurocielo nocturno, luego el oscuro cielodel alba, hasta que comenzaron acantar los pájaros.

Cuando el coche se marchó, el solcomenzaba a salir. Observé a BooRadley trotar lentamente detrás de élhacia casa. Al ritmo que iba, nollegaría antes del crepúsculo. Algunas

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veces me preguntaba por qué semolestaba en ir detrás de Lena.

Qué perro tan estúpido.Puse la mano en el pomo de

bronce de la puerta de casa, pero casino me sentí capaz de abrirlo. Todoestaba patas arriba y no había nadacapaz de cambiar eso. Mi menteestaba hecha un revoltijo, con cadacosa por un lado, como los huevos deAmma en su enorme sartén, aunqueésa era la forma en que me habíasentido por dentro desde hacía días.

T.I.M.O.R.A.T.O., así era comome habría llamado Amma. Ochohorizontal, «otro nombre para

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cobarde». Estaba asustado. Le habíadicho a Lena que lo de su familia noera para tanto, eso de que fueran…¿qué? ¿Brujas? ¿Casters? Y no de laclase convencional de los que mehabía hablado mi padre.

Sí, claro, tampoco era para tanto.En qué grandísimo mentiroso me

había convertido. Habría apostadoque hasta aquel perro estúpido sehabría dado cuenta.

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24 DE24 DESEPTIEMBRESEPTIEMBRE

Las tres últimas filas

TTodo el mundo conoce la expresión«se me cayó encima como un saco decemento». Pues es verdad. Desde elmomento en que cogió su coche yapareció en las escaleras de mi casacon aquel pijama de color púrpura,así fue como me sentí respecto aLena.

Sabía que iba a ocurrir. Lo que nosabía era que me sentiría así.

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Desde entonces había dos sitiosen los que quería estar: o con Lena osolo, de modo que pudiera apartartodo aquello de la cabeza. No teníapalabras para definir la situación enla que nos encontrábamos. No era minovia, ya que ni siquiera estábamossaliendo. Hasta la pasada semana nisiquiera había querido admitir queéramos amigos. No tenía ni idea de loque sentía por mí y, desde luego, noera cuestión de enviar a Savannah aque lo averiguara. No queríaarriesgar lo que teníamos, fuera loque fuera. Entonces, ¿por quépensaba en ella a todas horas? ¿Por

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qué me sentía mucho más feliz en elmomento en que la veía? Tenía lasensación de que debía saber larespuesta, pero ¿cómo iba a estarseguro? No lo sabía y no teníamanera de descubrirlo.

Los chicos no hablamos de estascosas. Simplemente nos quedamosdebajo del cemento.

—¿Qué es lo que estás escribiendo?Lena cerró el cuaderno de espiral

que parecía llevar a todas partesconsigo. El equipo de baloncesto notenía entrenamiento los miércoles, demodo que estábamos sentados en el

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jardín de Greenbrier, que de algunamanera se había convertido en unlugar especial para nosotros, cosa quejamás admitiría, ni siquiera ante ella.Allí habíamos encontrado elguardapelo, y era un lugar dondepodíamos estar sin que todo el mundonos mirara y susurrara. Se suponíaque estábamos estudiando, pero ellaestaba escribiendo en su cuaderno yyo había leído el mismo párrafo sobrela estructura interna del átomo, conésta, nueve veces. Nuestros hombrosse tocaban, pero mirábamos endirecciones diferentes, yo estabadespatarrado en el suelo bajo el sol

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poniente y ella estaba sentada a lasombra de un nogal cubierto delíquenes.

—No es nada especial. Sólo estoyescribiendo.

—Vale, no me lo cuentes. —Intenté que no se me notara elenfado.

—Es que… es algo estúpido.—Dímelo de todas formas.Se quedó callada durante un

minuto, garabateando en la goma desu zapatilla con su bolígrafo negro.

—Es sólo que algunas vecesescribo poemas. Lo llevo haciendodesde que era niña. Ya sé que es un

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poco raro.—No creo que sea raro. Mi madre

era escritora y mi padre también loes. —Sentí cómo sonreía, aunque nola estaba mirando—. Vale, es un malejemplo, porque mi padre es un tíoraro de verdad, pero no le puedesechar la culpa de eso a la escritura.

Esperé a ver si me daba elcuaderno y me pedía que leyeraalgún poema, pero no hubo tantasuerte.

—A lo mejor me dejas leer algotuyo alguna vez.

—Lo dudo.Escuché el sonido que hacía su

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cuaderno al abrirse de nuevo y el delbolígrafo rasgando la página. Mequedé mirando el libro de química,repitiendo la frase una y otra vezdentro de mi cabeza. Estábamos asolas. El sol se estaba yendo y ellacomponía versos. Si había algúnmomento oportuno, era éste.

—Y esto… ¿quieres, ya sabes, quesalgamos y eso? —Intenté que mi vozsonara despreocupada.

—¿Y no es lo que estamoshaciendo?

Mordí el extremo de una viejacuchara de plástico que habíaencontrado en mi mochila,

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probablemente de algún trozo delpastel.

—Ya, sí. No. Quiero decir que, siquieres, no sé, podríamos ir a algúnsitio.

—¿Ahora? —Le dio un mordisco auna barrita de cereales que teníaabierta y movió las piernas hasta queestuvo a mi lado y me la ofreció. Yosacudí la cabeza.

—Ahora, no. El viernes o un díaasí. Podríamos ir a ver una película.—Metí la cuchara en el libro dequímica y lo cerré.

—Qué guarrería. —Puso malacara y volvió la página.

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—¿Qué quieres decir?Sentí cómo me ruborizaba.Sólo estaba hablando de ir a ver una

peli.Qué idiota.Señaló la cuchara sucia que había

utilizado como marcador.—Me refiero a eso.Yo sonreí, aliviado.—Ah, bueno. Es una mala

costumbre que adquirí de mi madre.—¿Tenía afición a la cubertería?—No, a los libros. Leía al mismo

tiempo por lo menos veinte, los teníapor todas partes de la casa… en lamesa de la cocina, al lado de su cama,

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en el baño, en el coche, en sus bolsosy una pequeña pila en el borde decada silla. Y además, usaba cualquiercosa que tuviera a mano comomarcador: un calcetín que yo hubieraperdido, un corazón de manzana, susgafas de leer, otro libro o un tenedor.

—¿Y también una vieja cucharasucia?

—Exactamente.—Apuesto a que Amma se

volvería loca.—Se le iba la olla. No, espera… se

ponía… —Me rompí la cabeza—.P.E.R.T.U.R.B.A.D.A.

—¿Diez vertical? —Se echó a reír.

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—Probablemente.—Ésa era mi madre. —Sostuvo

uno de los cacharritos que colgabande la larga cadena de plata que noparecía quitarse nunca. Era undiminuto pájaro de oro—. Es uncuervo.

—¿Por Ravenwood?—No. Los cuervos son los pájaros

más poderosos del mundo de loshechiceros. La leyenda dice quepueden acumular la energía en suinterior y liberarla de otras formas.Algunas veces se les temía debido asu poder. —La observé mientrassoltaba el animal y lo dejaba caer en

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su lugar entre un disco con unaextraña inscripción grabada en suinterior y una cuenta negra de vidrio.

—Tienes un montón de amuletos.Se acomodó un mechón de pelo

detrás de la oreja y bajó la miradahacia su collar.

—En realidad, no son amuletos,sino cosas que significan algo paramí. —Alzó la lengüeta de una lata derefresco—. Ésta es de la primera latade naranja que me bebí, sentada en elporche de nuestra casa en Savannah.Mi abuela me la compró cuandoregresé del colegio llorando porquenadie me había dejado nada en mi

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caja de zapatos el día de SanValentín.

—Qué chulo.—Si consideras que una tragedia

es algo chulo…—Me refiero a que la hayas

conservado.—Lo guardo todo.—¿Y éste? —Señalé la cuenta

negra de cristal.—Me la dio mi tía Twyla. Es de

una roca especial que hay en unazona remota de Barbados. Me dijoque me traería suerte.

—Es un collar muy guay. —Comprobé cuánto significaba para

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ella por el cuidado que ponía cuandotocaba cada uno de los objetos.

—Ya sé que parece sólo unmontón de cacharros, pero jamás hevivido mucho tiempo en ningún sitio.Nunca he estado en la misma casa nien la misma habitación más que unoscuantos años y algunas veces tengo lasensación de que estos pequeñosrecuerdos que llevo colgados en lacadena son todo lo que tengo.

Suspiré y agarré un manojo dehierba.

—Ya me gustaría haber vivido enalguno de esos sitios.

—Pero tú tienes aquí tus raíces.

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Tu mejor amigo lo es desde siempre,y tienes una casa con una habitaciónque siempre ha sido la tuya.Seguramente, en una de las jambas dela puerta tienes rayas que marcan loque medías en cada momento de tuvida.

En efecto, así era.Lo tienes, ¿a que sí?Le di un pequeño empujón con el

hombro.—Puedo medirte en la jamba de

mi puerta cuando tú quieras. Asíquedarás inmortalizada para siempreen la propiedad de los Wate. —Ellasonrió hacia donde estaba su

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cuaderno y me devolvió el empujón.Por el rabillo del ojo veía cómo el solde la tarde caía sobre un lado de surostro, sobre la página del cuaderno,el perfil ondulado de su melena negray la punta de una Converse negra.

Respecto a la peli, me va bien elviernes.

Y entonces deslizó la barrita decereales por la mitad de su cuaderno ylo cerró.

Las puntas de nuestras viejaszapatillas negras se tocaron.

Cuanto más pensaba en la noche delviernes, más nervioso me ponía. No

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era una cita, al menos nooficialmente, estaba claro, pero esoera parte del problema, porque yoquería que sí lo fuera. ¿Cómo te lomontas cuando te das cuenta de quesientes algo por una chica que apenasadmite que sois amigos? Una chicacuyo tío te ha echado a patadas de sucasa y que es cualquier cosa menosbienvenida en la tuya. Y, además,alguien a quien odia toda la genteque conoces. Una chica quecomparte tus sueños, pero, a lo mejor,no tus sentimientos.

Como no tenía ni idea, no hacíanada, pero eso no evitaba que pensara

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en Lena y deseara conducir hasta sucasa el jueves por la noche, si su casano se encontrara en las afueras delpueblo, y si yo tuviera mi propiocoche, y si su tío no fuera MaconRavenwood. Todos esos condicionaleseran los que impedían que hiciera elridículo.

Todos los días discurrían como sifueran un día cualquiera en la vida decualquier otra persona. Jamás en lavida me había pasado nada, y ahorame pasaba todo a la vez, aunque por«todo», en realidad, sólo me refería aLena. Las horas se me pasaban máslentas y más rápidas a la vez. Me

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sentía como si hubiera absorbido todoel aire de un globo gigantesco y a lavez mi cerebro no obtuviera eloxígeno suficiente. Las nubes sehabían convertido en algointeresante, la cafetería en algomenos desagradable, la música mesonaba mejor, los mismos viejoschistes de siempre me hacían másgracia y el Jackson había pasado deser un montón de edificiosindustriales de color verde grisáceo aconvertirse en un mapa de momentosy lugares donde encontrarme conella. A veces me sorprendía a mímismo sonriendo sin ningún motivo,

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con los auriculares puestos yrepasando nuestras conversacionesdentro de mi cabeza, como si dealgún modo las estuviera escuchandode nuevo. Ya había visto cosas comoésas antes.

Pero jamás me habían ocurrido amí.

Llegó el viernes por la noche. Habíaestado de un humor estupendo todoel día, lo cual quería decir que lohabía hecho peor que nadie en clasey mejor que todos los demás en elentrenamiento. Tenía que concentrarmis energías en alguna parte. Incluso

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el entrenador se dio cuenta y hablóconmigo cuando terminamos.

—Sigue así, Wate, y el año queviene habrás llamado la atención dealgún cazatalentos.

Link me llevó a Summervilledespués del entrenamiento. Loschicos estaban planeando ir a ver unapelícula también, lo cual debí habertenido en cuenta, ya que el Cineplexsólo tenía una pantalla.

Pero ya era demasiado tarde y amí me daba bastante igual a estasalturas.

Cuando aparcamos el Cacharro,Lena estaba allí de pie en la oscuridad

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frente a la fachada brillantementeiluminada del cine. Llevaba puestauna camiseta púrpura bajo un vestidonegro ceñido que te recordaba queera una chica de verdad, y unas botasdestrozadas también negras queconseguían que lo olvidaras.

Dentro del edificio, además de lamultitud habitual de estudiantes dela escuela universitaria deSummerville, estaba reunido elequipo de animadoras en perfectaformación, pues habían quedado conlos chicos del equipo en el vestíbulo.El buen humor se me pasó volando.

—Hola.

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—Llegas tarde. Ya he compradolas entradas. —Era imposible ver losojos de Lena en la oscuridad y laseguí adentro. Esto tenía pinta deconvertirse en un gran comienzo denoche.

—¡Wate! ¡Ven aquí! —La voz deEmory retumbó sobre los arcos, lagente y la música de los ochenta quesonaba en el vestíbulo.

—Wate, ¿tienes una cita? —Ahora era Billy el que se metíaconmigo. Earl no dijo nada, pero sóloporque él apenas abría la boca.

Lena les ignoró. Se pasó la manopor el pelo, caminando delante de mí

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como si no quisiera mirarme.—Así es la vida —les repliqué por

encima de la multitud. Seguramenteoiría hablar de esto el lunes. Meincliné y le dije a Lena—: Oye, sientotodo esto.

Ella se giró para mirarme.—Esto no va a funcionar si eres de

la clase de personas que se saltan lostráileres.

He tenido que esperarte.Le sonreí.—Tráileres, créditos y el chico de

las palomitas yendo de un lado paraotro.

Ella miró más allá de donde yo

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estaba, hacia el grupo de mis amigos,o al menos la gente que desdesiempre había considerado comotales.

Ignóralos.—¿Con o sin mantequilla? —

Estaba enfadada. Yo había llegadotarde y ella había tenido queenfrentarse sola al rechazo social delinstituto Jackson. Ahora era miturno.

—Con mantequilla —le confesé,aun sabiendo que era la respuestaequivocada. Lena puso mala cara—.Te cambio la mantequilla por una desal doble —le dije. Sus ojos se

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apartaron y después volvió a mirarme.Escuché las carcajadas de Emilyacercándose, aunque no mepreocupó.

Con que digas una palabra nosvamos, Lena.

—Sin mantequilla, con sal, y unabolsa de bolitas de chocolate MilkDuds. Verás cómo te gustan —dijoella, relajando los hombros unpoquito.

Ya me está gustando.El equipo de animadoras y los

chicos pasaron a nuestro lado. Emilyevitó mirarme intencionadamente,mientras que Savannah rodeó a Lena

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como si estuviera infectada de algunaclase de virus que flotase en el aire asu alrededor. Podía imaginarme loque les dirían a sus madres cuandollegaran a casa.

La cogí de la mano. Una corrienteeléctrica me recorrió el cuerpo, peroesta vez no fue la sacudida que sentíaquella noche bajo la lluvia. Era másparecido a una confusión de lossentidos, como la que sientes cuandote golpea una ola en la playa ycuando te arropas con una mantaeléctrica en una noche lluviosa, todoa la vez. Dejé que la sensación meinundara. Savannah lo notó, y le dio

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un codazo a Emily.No tienes por qué hacer esto.Le apreté la mano.¿Hacer qué?—Eh, chavales, ¿habéis visto a los

chicos? —Link me dio una palmaditaen la espalda. Llevaba un paquete depalomitas con mantequilla de untamaño monstruoso y un gigantescogranizado de color azul.

El Cineplex daba una peli desuspense y asesinatos, de las que lehabrían gustado a Arrima, dada suafición a los misterios y a loscadáveres. Link había ido a sentarse a

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las filas de delante con los chicos,explorando de camino los pasillos a labúsqueda de universitarias, no porqueno quisiera sentarse con Lena, sinoporque asumió que querríamos estarsolos. Y, desde luego, queríamos, o, almenos, yo.

—¿Dónde quieres sentarte? ¿Allímás cerca o en la mitad? —Queríaque fuera ella quien decidiera.

—Allí detrás. —La seguí por elpasillo hasta la última fila.

La principal razón por la cual loschicos de Gatlin querían ir alCineplex era para enrollarse conchicas, teniendo en cuenta que

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cualquier película que pusieran yaestaba en Dvd. Sin embargo, era laúnica razón por la que uno se sentabaen las tres últimas filas. Estaba elCineplex, el depósito del agua y, enel verano, el lago. Aparte de éstas,había muy pocas opciones más: losbaños y los sótanos. Yo sabía que noíbamos a enrollarnos ni nadaparecido, pero, aunque así hubierasido, jamás la habría traído aquí paraeso. Lena no era de la clase de chicasa las que se llevan a las tres últimasfilas del Cineplex. Era mucho másque eso.

Aun así, había elegido ella, y yo

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sabía por qué lo había hecho. El sitiomás lejos de Emily Asher era laúltima fila.

Quizá debería haberla avisado.Antes incluso de que hubierancomenzado a proyectar los créditos lagente ya iba al asunto. Ambos nosquedamos mirando las palomitas, yaque no había ningún otro lugarseguro al que mirar.

¿Por qué no me has dicho nada?No lo sé.Mentiroso.Me comportaré como un verdadero

caballero. En serio.Lo aparté y lo confiné al fondo de

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mi mente, y me puse a pensar encualquier cosa, el tiempo, elbaloncesto, y metí la mano en elpaquete de palomitas. Lena hizo elmismo movimiento a la vez, nuestrasmanos se tocaron durante un segundoy me subió por el brazo un escalofrío,una mezcla de frío y calor. No habíatantas jugadas en el cuaderno delequipo del Jackson: bloqueo directo,doble poste alto, doblar al jugador.Esto iba a ser más complicado de loque había pensado.

La película era espantosa. A los diezminutos ya sabía cómo iba a

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terminar.—Ha sido él —le susurré.—¿Qué?—El tipo ese es el asesino. No sé a

quién ha matado, pero ha sido él. —Ésa era otra de las razones por lascuales Link no quería sentarseconmigo: siempre sabía cómo iba aacabar desde el principio y no me lopodía callar. Ésta era mi versión de laafición a los crucigramas de Amma.También era la razón por la que seme daban tan bien los videojuegos,los juegos de feria y jugar al ajedrezcon mi padre. Me imaginaba cómoiban a pasar las cosas ya desde el

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primer movimiento.—¿Cómo lo sabes?—Lo sé.¿Y cómo terminará esto?Sabía a lo que se estaba

refiriendo, pero, por primera vez, nosabía la respuesta.

Un final feliz, muy, muy feliz.Mentiroso. Y ahora trae para acá los

Milk Duds.Metió la mano en el bolsillo de mi

sudadera, buscándolos, pero seequivocó de sitio y en su lugarencontró lo que menos esperaba. Allíestaba la bolsita, un bulto duro queambos sabíamos que era el

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guardapelo. Lena se sentó de un salto,lo sacó y lo sujetó como si fuera unaespecie de ratón muerto.

—¿Por qué sigues llevando esto enel bolsillo?

—Shhh. —Estábamos molestandoa la gente de alrededor, aunque desdeluego tenía su gracia teniendo encuenta que no estaban viendo lapelícula.

—No puedo dejarlo en casa.Amma cree que lo he enterrado.

—Quizá deberías haberlo hecho.—Pero si da igual, ese chisme va a

su bola. No funciona casi nunca. Túmisma lo has comprobado.

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—¿Queréis cerrar el pico? —Lapareja que teníamos delante sedetuvo un momento para recuperar larespiración. Lena dio un respingo ydejó caer el guardapelo. Los dosalargamos la mano para cogerlo y vique el pañuelo se caía como si fuera acámara lenta. Apenas se podíadistinguir el cuadrado blanco en laoscuridad. La gran pantalla seretorció convirtiéndose en unchispazo de luz y fue cuandoempezamos a oler el humo…

Quemar una casa con las mujeres dentro.

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No podía ser verdad… mamá,Evangeline… la mente de Genevieve seaceleró. Quizás aún no era demasiadotarde. Comenzó a correr ignorando lasretorcidas ramas de los arbustos queparecían querer empujarla a queregresara y las voces de Ethan e Ivyllamándola. Los arbustos se abrieron antesí y distinguió a dos federales frente a loque quedaba de la casa que el abuelo deGenevieve había construido. Los dossoldados estaban metiendo una bandejallena de objetos de plata en un petate delejército. Genevieve cayó sobre ellos conun revuelo de voluminosa tela negra quese movía a los impulsos de las ráfagas de

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aire que expulsaba el fuego.—¿Pero qué…?—Cógela, Emmett —le gritó uno de

los soldados adolescentes a otro.Genevieve subía las escaleras de dos

en dos, ahogándose en las vaharadas dehumo que vomitaba el agujero dondehabía estado antes la puerta. Estabafuera de sí. Mamá, Evangeline. Sentíalos pulmones como en carne viva y luegose cayó. ¿Había sido por el fuego o iba adesmayarse? No, era otra cosa, una manola sujetaba de la muñeca, empujándolahacia el suelo.

—¿Adónde te crees que vas, niña?—¡Suéltame! —gritó, con la voz

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ronca por el humo. La espalda golpeó losescalones uno por uno mientras él laarrastraba, un borrón de color azulmarino y dorado. Luego fue su cabeza laque chocó contra las escaleras. Sintiócalor, y después algo húmedo se deslizópor el cuello de su vestido. El mareo y laconfusión se mezclaron con la puradesesperación.

Un disparo. El sonido fue tan fuerteque la hizo volver en sí, abriéndosecamino en la oscuridad. La mano que lasujetaba de la muñeca se relajó y ellaintentó enfocar la vista.

Siguieron dos disparos más.«Señor, salva a mamá y a

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Evangeline». Pero al final había sidopedir demasiado, o la petición equivocada.Porque cuando escuchó el sonido del tercercuerpo cayendo al suelo, sus ojosconsiguieron recobrar la visión losuficiente para ver la chaqueta de lanagris de Ethan manchada de sangre debidoa los disparos de los mismos soldados conlos cuales se había negado a seguirluchando.

Y el olor de la sangre se mezcló con elde la pólvora y el limonar en llamas.

Los créditos se deslizaban por lapantalla y las luces habíancomenzado a encenderse. Lena aún

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tenía los ojos cerrados y estabaechada hacia atrás en su butaca.Tenía el pelo desordenado y los dosestábamos sin respiración.

—¿Lena? ¿Estás bien?Abrió los ojos y subió el

apoyabrazos que había entre los dosy, sin decir palabra, apoyó la cabezaen mi hombro. Temblaba tandescontroladamente que apenas podíahablar.

Ya lo sé. Yo también estaba allí.Todavía estábamos así cuando

Link y los demás pasaron a nuestrolado. Link me guiñó un ojo y alzó elpuño a su paso para chocarlo con el

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mío como hacíamos cuando anotabauna canasta en la cancha.

Pero él estaba equivocado ytambién todos los demás. Quizáshabíamos estado en la última fila,pero no nos habíamos enrollado.Todavía podía oler la sangre y losdisparos aún retumbaban en misoídos.

Acabábamos de ver morir a unhombre.

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9 DE OCTUBRE9 DE OCTUBREDías de Encuentro

NNo tardó mucho, después delCineplex, en correr el chisme de queesa sobrina del Viejo Ravenwoodsalía con Ethan Wate. Si yo nohubiera sido el mismo «Ethan Wate,cuya madre murió el año pasado», sehabría dispersado con más rapidez ymás crueldad. Incluso los chicos delequipo quisieron decir algo alrespecto. Les llevó más tiempo de lohabitual hacerlo porque yo no les di

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ninguna oportunidad.Para un chico que no podía

sobrevivir sin tres almuerzos, mehabía estado saltando la mitad deellos desde el Cineplex, o, al menos,evitaba estar con el equipo. Pero nopodía pasarme todos los días con unsandwich en la tribuna descubierta dela cancha y tampoco había tantossitios donde esconderse.

Porque, en realidad, no te podíasesconder. El instituto Jackson sólo erauna versión en miniatura de Gatlin;no había ningún otro sitio al que ir.Mi desaparición no había pasadodesapercibida para los chicos. Como

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yo mismo solía decir, tenías quecomparecer para pasar lista y lascosas podían complicarse cuandodejabas que una chica se inmiscuyeraen esto, especialmente una chica queno estaba en la lista aprobada, esdecir, la aprobada por Savannah yEmily.

Y cuando la chica en cuestión erauna Ravenwood, que es lo que Lenasería siempre para ellos, las cosas seponían prácticamente imposibles.

Tenía que ocuparme de ello, yaera hora de asaltar la cafetería. Nome importaba que en realidad nofuéramos pareja. En Jackson, igual te

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daba aparcar detrás del depósito delagua para comerte el almuerzo. Todoel mundo siempre asumía lo peor o, almenos, la mayoría. La primera vezque Lena y yo fuimos juntos a lacafetería ella casi se dio la vuelta paramarcharse. Tuve que sujetarla delbolso.

No seas tonta. Sólo vamos a comer.—Creo que se me ha olvidado

algo en la taquilla. —Se giró, pero yoseguí sujetándola del bolso.

Los amigos comen juntos.Pues no. Nosotros, no. Quiero decir,

aquí, no.Cogí dos bandejas de plástico

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naranjas.—¿Una bandeja? —La empujé en

su dirección y puse una brillanteporción de pizza encima.

Pues nosotros, sí. ¿Quieres pollo?¿Es que crees que no he intentado esto

antes?Nunca lo has intentado conmigo.

Creía que querías que las cosas fuerandiferentes a como lo fueron en tu anteriorinstituto.

Lena miró a su alrededordubitativa. Suspiró y puso un platode zanahorias y apio en mi bandeja.

Si te comes esto, me sentaré dondequieras.

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Me quedé mirando las zanahoriasy después eché un vistazo a lacafetería. Los chicos ya andaban pornuestra mesa.

¿Donde yo quiera?Si esto fuera una peli, nos

habríamos sentado en la mesa con loschicos, y ellos habrían aprendido unavaliosa lección, en plan de no juzgar ala gente por la pinta que tiene, o queser diferente es guay. Y Lena habríacomprendido también que no todoslos deportistas eran estúpidos ysuperficiales. Esas cosas sólofuncionan así en las películas, yestaba claro que esto no lo era. Esto

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era Gatlin, lo cual limitaba demanera drástica lo que podía ocurrir.Link captó mi mirada cuando me giréhacia la mesa y comenzó a sacudir lacabeza como diciéndome: «Tío, ni sete ocurra». Lena se hallaba unoscuantos pasos detrás de mí, preparadapara saltar. Estaba empezando a vercómo se iba a desarrollar todo esto y,desde luego, estaba bien claro quenadie iba a aprender ninguna lecciónimportante. Casi me había dado lavuelta cuando Earl me miró.

Y esa mirada lo dijo todo. Decía:«Si la traes aquí, estás acabado».

Lena también debió de verlo,

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porque se había largado cuando me dila vuelta.

Aquel día, después delentrenamiento, Earl fue el encargadode echarme la charla, lo cual tenía sugracia, dado que hablar nunca habíasido lo suyo. Se sentó en el banquilloque había justo frente a mi taquilladel gimnasio. Estaba seguro de queera un plan porque estaba solo, y EarlPetty casi nunca iba solo a ningúnsitio. Él no desperdiciaba el tiempo.

—No lo hagas, Wate.—No estoy haciendo nada. —No

moví los ojos de la taquilla.

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—Sé legal, tío. No pareces tú.—¿Ah, sí? ¿Y qué si soy así? —

Me puse mi camiseta de losTransformers.

—A los chicos no les gusta. Sisigues por ese camino, no hay vueltaatrás.

Si Lena no hubiera desaparecidode la cafetería, Earl se habríaenterado de que me dabaexactamente igual lo que pensasen.Ya me daba todo igual. Cerré lapuerta de la taquilla de un golpe yEarl se marchó antes de que pudieradecirle lo que pensaba de él y de sucallejón sin salida.

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Tenía la sensación de que era miúltimo aviso. No le echaba la culpa aEarl. Por una vez, estaba de acuerdocon él. Los chicos iban en unadirección y yo por otra. ¿Por quéíbamos a discutir por ello?

Aun con todo, Link se resistió aabandonarme. Seguí yendo alentrenamiento y la gente inclusosiguió pasándome el balón. Estabajugando mejor que nunca,independientemente de lo quedijeran o lo que dejaran de decir enlas taquillas. Cuando andaba por ahí

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con los chicos, intentaba no recordarque mi universo se había partido porla mitad y que incluso el cielo teníapara mí un aspecto distinto, ademásde que me daba igual si llegábamos ono a las finales del estado. Lenaestaba en lo más profundo de mimente y no me importaba dónde ocon quién estaba.

Y no es que yo mencionara eso enel entrenamiento o después, cuandoLink y yo paramos en el Stop & Stealpara abastecernos de combustible decamino a casa. El resto de los chicostambién estaban allí y yo intentabaactuar como si fuera parte del equipo,

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por el bien de Link. Tenía la bocallena de donuts y casi me ahoguécuando entré.

Allí estaba ella. La segunda chicamás guapa que había visto en mi vida.

Era probablemente un pocomayor que yo, y aunque tenía unaspecto que me resultaba vagamentefamiliar, nunca había ido al Jackson,al menos desde que yo estudiaba allí.Estaba seguro de ello. Era la clase dechica que a un tío no se le olvidajamás. Estaba apoyada en la rueda deun descapotable Mini Cooper blancoy negro, aparcado de cualquier modoocupando dos espacios del

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aparcamiento y con una música queme era desconocida a toda pastilla.No parecía haberse dado cuenta deque había líneas o no le habíaimportado. Estaba chupando unapiruleta como si fuera un cigarrillo,con los rojos labios fruncidos en unmohín y aún más enrojecidos por elcaramelo color cereza.

Nos echó un vistazo y apagó lamúsica. En un segundo escaso, pasólas dos piernas por encima del lateraldel coche y se puso en pie antenosotros, chupando aún el caramelo.

—Frank Zappa, chicos. DrawningWitch, un tema un poquito anterior a

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vuestra época. —Se nos acercódespacio, como si nos estuviera dandotiempo para que le diéramos un buenrepaso, cosa que, tengo que admitir,estábamos haciendo todos.

Tenía una larga melena rubia,con una gruesa cinta rosa cayéndolepor un lado de la cara, más allá delflequillo. Llevaba unas enormes gafasde sol negras, una minifalda negraplisada, como si fuera una especie deanimadora gótica. Su top blanco eratan fino que se le transparentaba unaespecie de sujetador negro y buenaparte del resto. Y, desde luego, habíamucho que mirar. También lucía

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unas botas negras de motero, unpiercing en el ombligo y un tatuajenegro alrededor de aspecto tribal,aunque no podía decir cómo eraporque estaba intentando no mirarlo.

—¿Ethan? ¿Ethan Wate?Me paré en seco y la mitad del

equipo chocó conmigo.—No me lo puedo creer. —Shawn

estaba tan sorprendido como yocuando ella pronunció mi nombre. Élsí era la clase de chico que solía ir decaza.

—Está que arde. —Link, con laboca abierta, no podía dejar de mirar—. Quema como una QTG.

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«Quemadura de Tercer Grado»,el mejor cumplido que Link lededicaba a una chica, superandoincluso a «tan buena como SavannahSnow».

—Eso es un problema con piernas.—Las tías buenas SON un

problema. Ahí está el punto.Ella caminó directa hacia mí,

chupando la piruleta.—¿Quién de vosotros es ese

afortunado que se llama EthanWate? —Link me empujó haciadelante.

—¡Ethan! —Me echó los brazos alcuello. Tenía las manos

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sorprendentemente frías, como sihubiera estado sujetando una bolsa dehielo. Me estremecí y me eché haciaatrás.

—¿Te conozco?—Ni de lejos. Soy Ridley, la

prima de Lena, pero no quería quenos encontráramos por primera vez…

En cuanto mencionó el nombrede Lena, los chicos me dedicaron unaserie de miradas extrañas y se fueronretirando con desgana en dirección asus coches. Tras mi charla con Earl,habíamos llegado a un entendimientomutuo sobre Lena, de esa clase a laque sólo llegamos los chicos. Es decir,

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si yo no sacaba el tema, ellostampoco, y, de algún modo, habíamosacordado seguir así de maneraindefinida. Tú no preguntas y yo norespondo. Esto, desde luego, no iba apoder durar mucho, especialmente silos parientes raritos de Lenacomenzaban a asomar la jeta por laciudad.

—¿Prima?¿Había mencionado Lena alguna

vez a una prima?—Sí, en las vacaciones… ¿No te

suena la tía Del, que rima coninfierno y con tocar el timbre? —Tenía razón, Macon lo había

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mencionado el día que cenamos.Sonreí, aliviado, aunque se me

había formado un fenomenal nudo enel estómago, de modo que tanaliviado no estaba.

—Es verdad. Lo siento, se meolvidó. Los primos.

—Cariño, tienes delante a laprima. El resto sólo son chavalinesque a mi madre se le ocurrió tenerdespués de mí. —Ridley se volvió y semetió de un salto en el Mini Cooper.Y cuando digo salto, es literal, dio unsalto por encima del lateral del cochey aterrizó en el asiento del conductordel Mini. No estaba de broma

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cuando dije que parecía unaanimadora, tenía unas piernas bienpotentes.

Link seguía con los ojos pegados aella desde donde estaba, junto alCacharro.

Ridley dio unas palmaditas en elasiento que había a su lado.

—Ven aquí, señor novio, quevamos a llegar tarde.

—Yo no… quiero decir, nosotrosno…

—Desde luego, eres de lo másguay. Venga, súbete, no quiero quelleguemos tarde, ¿vale?

—¿Tarde para qué?

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—Para la cena familiar. Ya sabes,el Encuentro, una de nuestrasCelebraciones. ¿Por qué crees que mehan enviado hasta aquí, hasta esteestercolero, si no es para buscarte?

—No lo sé. Lena no me hainvitado.

—Bueno, déjame que te diga algo,y es que la tía Del no dejará que seescape a su control el único chico alque Lena ha llevado a casa. Así que tehan convocado y ya que Lena estámuy ocupada con la cena y queMacon está aún, ya sabes, durmiendo,me ha tocado a mí hacer lo que nadiequería.

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—Ella no me llevó a su casa. Mepasé por allí una noche para dejarlelos deberes.

Ridley abrió la puerta del coche.—Súbete, Perdedor.—Lena me habría llamado si

hubiera querido que fuera. —Pero dealguna manera yo sabía que iba asubirme mientras soltaba la frase,aunque seguía dudando.

—¿Siempre eres así? ¿O estásligando conmigo? Porque si te estáshaciendo el duro para pillar algo,dímelo y nos vamos al pantano y nosponemos a ello.

Me subí al coche.

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—Está bien. Vámonos.Alargó la mano y me apartó el

pelo de los ojos. La tenía helada.—Tienes unos ojos muy bonitos,

señor novio. No deberías llevarlostapados.

Cuando llegamos a Ravenwood,no sabía lo que me había pasado. Ellapuso música que yo no había oído enmi vida, comencé a hablar y seguíhablando, hasta el punto de que leconté cosas que no le había contado anadie, excepto a Lena. En realidad,no puedo explicar por qué lo hice.Era como si hubiera perdido elcontrol de mi boca.

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Le conté cosas de mi madre, decómo había muerto, aunque no habíahablado de eso con nadie. Hablé deAmma, de que leía las cartas y queera como una madre para mí ahoraque ya no tenía ninguna, a pesar delos hechizos, las muñecas y sudesagradable forma de ser en general.También le tocó el turno a Link, a sumadre, y cómo había cambiado en losúltimos tiempos, pasándose todo eltiempo intentando convencer a lagente de que Lena estaba tan locacomo Macon Ravenwood y que eraun peligro para todos los estudiantesdel Jackson.

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También hablé de mi padre, queestaba encerrado en su estudio, consus libros y un cuadro secreto que nome había permitido ver nunca, y que,de alguna manera, sentía que debíaprotegerle, incluso de algo que yahabía ocurrido.

También le conté cosas de Lena,de cómo nos habíamos encontradobajo la lluvia, y que parecía que nosconocíamos desde antes de habernosvisto por primera vez. También lesolté el lío que había habido con laventana.

Era como si me estuvieseabsorbiendo desde dentro, del mismo

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modo que chupaba la piruleta, quecontinuaba en su boca mientrasconducía. Tuve que hacer todo tipode esfuerzos para no contarle lo de lossueños y el guardapelo. A lo mejor, elhecho de que fuera la prima de Lenahacía que las cosas fueran más fácilesentre nosotros. O quizás era otra cosa.

Justo en el momento en queempecé a preguntarme esto, llegamosa la mansión Ravenwood y apagamosla radio. El sol ya se había puesto,ella se había terminado la piruleta yyo cerré el pico finalmente. ¿Cuándohabía sucedido todo esto?

Ridley se inclinó sobre mí, hasta

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quedar muy cerca. Veía mi rostroreflejado en sus gafas de sol. Aspiré elaire y su olor me pareció dulce y algohúmedo, sin que se pareciera en nadaa Lena, pero, aun así, algo familiar.

—No tienes de qué preocuparte,Perdedor.

—Sí, claro, ¿por qué voy ahacerlo?

—Eres un gran tío. —Me sonrió,y sus ojos relampaguearon. Percibíun destello dorado, como un pez decolores en un estanque oscuro. Eranhipnóticos, a pesar incluso de loscristales oscurecidos de las gafas. A lomejor los llevaba precisamente por

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eso. Las gafas se volvieroncompletamente opacas y ella merevolvió el pelo—. La pena es que note volveremos a ver después de quenos conozcas a todos. Nuestra familiaes algo estrambótica. —Salió delcoche y yo la seguí.

—¿Más que tú?—Infinitamente.Pues qué bien.Cuando llegamos al primer

escalón de la casa, me puso de nuevosu mano fría sobre el hombro.

—Ah, señor novio, cuando Lenate largue, lo cual ocurrirá dentro decinco meses como mucho, llámame.

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Ya sabes cómo encontrarme. —Derepente se cogió de mi brazo de unmodo extrañamente formal—.¿Puedo?

Le hice un gesto de asentimientocon mi mano libre.

—Vale, cuando quieras.Las escaleras crujieron bajo

nuestro peso mientras subíamos.Empujé a Ridley hacia la puertaprincipal, ya que no me sentía muyseguro de que fueran capaces desostenernos.

Llamé, pero no hubo respuesta.Alcé la mano hasta llegar al resorteen forma de luna. La puerta se abrió,

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lentamente…Ridley pareció indecisa. Al cruzar

el umbral, noté cómo la casa seasentaba, como si el interior hubieracambiado de forma casiimperceptible.

—Hola, madre.Una señora de formas

redondeadas trajinaba colocandocalabazas y hojas doradas a lo largodel mantel; de la sorpresa, se le cayóuna pequeña calabaza blanca, que seestrumpió en el suelo. Se agarró almantel para estabilizarse. Tenía unaspecto raro, como si vistiera un trajedel siglo pasado.

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—¡Julia! Quiero decir, Ridley,¿qué estás haciendo aquí? He debidode confundirme, pensé, pensé…

Sabía que algo iba mal. Éste noparecía ser el saludo habitual de unamadre a una hija.

—Jules, ¿eres tú? —Una versiónmás pequeña de Ridley, de unos diezaños, entró en el vestíbulo con BooRadley, que ahora llevaba unacentelleante capa de color azul sobreel lomo. Había disfrazado al lobo dela familia como si eso fuera lo másnormal del mundo. Todo en elladesprendía luz; tenía el pelo rubio ysus radiantes ojos azules parecían

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contener un soleado atardecer conpequeñas motas de color cielo. Lachica sonrió, pero luego puso malacara.

—Me dijeron que te habías ido.Boo comenzó a aullar.Ridley abrió los brazos esperando

que la chica se precipitara en ellos,pero la niña no se movió. Así quevolvió las palmas de las manos haciaarriba y las abrió. En la primeraapareció un chupachups rojo y, parano ser menos, en la otra olisqueaba elaire un pequeño ratoncito gris conuna capita azul centelleante quehacía conjunto con la de Boo… como

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en los trucos baratos de feria.La niña dio un paso, vacilante,

como si su hermana tuviera el poderde atraerla atravesando toda lahabitación, sin necesidad de tocarla,con la fuerza de la luna y las mareas.Yo también noté esa sensación.

Cuando Ridley habló, su vozsonaba ronca y espesa como la miel.

—Ven aquí, Ryan. Mamá sólo teha tomado un poco el pelo para ver sicolaba. No me he ido a ningún sitio,de verdad. ¿Cómo iba a dejarte tuhermana mayor favorita?

Ryan sonrió, corrió hacia ella ysaltó en el aire como si fuera a

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precipitarse en sus brazos abiertos.Boo ladró. Durante un momento,Ryan quedó suspendida en mitad delaire, como uno de esos personajes delos dibujos animados que saltan desdeun acantilado y permaneceninmóviles durante unos segundosantes de caer. Y ella, al igual que enlos dibujos animados, se estampócontra el suelo de repente, como si sehubiera topado con una paredinvisible. Las luces se intensificaron,todas a la vez, como si la casa fueraun escenario y la luz marcara el finalde un acto. Bajo aquella potente luz,un intenso claroscuro modelaba los

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rasgos del rostro de Ridley.La luz cambió las cosas. Ridley se

puso una mano sobre los ojos y gritóhacia la casa:

—Oh, por favor, tío Macon,¿realmente es necesario todo esto?

Boo saltó hacia delante situándoseentre Ryan y Ridley. Rugió y avanzóacercándose cada vez más, con el pelodel lomo de punta, lo que le dabamayor apariencia lobuna. A la vistaestaba que los hechizos de Ridley notenían efecto sobre Boo.

Ridley volvió a aferrarse a mibrazo con fuerza y se echó a reír conuna risa que sonó como un gruñido o

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algo parecido. No era un sonido nadaagradable. Intenté mantener lacompostura, pero sentía la gargantacomo si la tuviera llena de calcetinesmojados.

Sin dejar de agarrarse a mi brazo,alzó la otra mano hacia el techo.

—Está bien, si te pones así degrosero…

Todas las luces de la casa seapagaron y el edificio pareció sufrirun cortocircuito.

La voz de Macon flotó conserenidad desde lo alto de aquellastenues sombras.

—Ridley, querida mía, qué

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sorpresa. No te esperábamos.¿Que no la esperaban? ¿De qué

estaba hablando?—No me perdería el Encuentro

por nada del mundo y, además, mira,he traído un invitado. O a lo mejor túpiensas que soy yo su invitada.

Macon bajó las escaleras sinapartar los ojos de Ridley. Era comoobservar a dos leones avanzando eluno alrededor del otro, mientras yopermanecía en el centro. Ridleyhabía jugado conmigo y yo me lohabía tragado todo, como un imbécil,como un bebé al cual se le seguíatomando el pelo.

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—No creo que sea una buenaidea. Seguro que te esperan en algunaotra parte.

Ridley se sacó la piruleta de laboca con un sonido seco.

—Como te he dicho, no meperdería esto por nada del mundo.Además, no querrás que lleve a Ethande vuelta todo el camino hasta su casa.¿De qué otra cosa podríamos hablarya?

Quería sugerirle que nosmarcháramos, pero no conseguípronunciar palabra. Todos estaban enel vestíbulo, de pie, mirándosefijamente entre sí. Ridley se reclinó

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en uno de los pilares.Macon rompió el silencio.—¿Por qué no llevas a Ethan al

comedor? Estoy seguro de querecuerdas dónde está.

—Pero Macon… —La mujer quesupuse que era la tía Del tenía unaexpresión de pánico en el rostro yluego, otra vez, parecía confusa,como si no tuviera muy claro qué eralo que estaba ocurriendo.

—Todo va bien, Delphine.Pude observar en el rostro de

Macon cómo se hacía cargo de todomientras bajaba escalón a escalónhasta colocarse delante de aquel

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donde nos encontrábamos nosotros.No tenía ni idea de en qué clase dejaleo me había metido, pero la verdades que sentía un cierto consuelo al verque estaba allí.

El último lugar al que quería ir enel mundo era al comedor. Lo quequería era salir disparado de allí, perono podía hacerlo. Ridley no mesoltaba el brazo y mientras estuvieraen contacto conmigo, era como si yotuviera puesto el piloto automático.Me llevó hacia el comedor de gala,donde yo había enfadado a Macon laprimera vez que estuve. Miré aRidley, colgada de mi brazo, y

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comprendí que esta metedura de pataiba mucho más lejos.

La habitación estaba iluminadapor pequeñas velas negras votivas yde la lámpara de araña colgabanhileras de bolitas de cristal negro.Había una enorme corona, hecha porcompleto de plumas negras, colgadaen la puerta que daba a la cocina. Lamesa estaba puesta con una vajilla deplatos de plata y de una blancuraperlina que, probablemente, a mijuicio, estaban hechos conmadreperla de verdad.

La puerta de la cocina seentreabrió y Lena apareció con una

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enorme bandeja de plata en la que seapilaban un montón de frutas deaspecto exótico que, desde luego, noeran de Carolina del Sur. Llevaba unachaqueta negra ajustada que lellegaba hasta los pies, ceñida en lacintura. Tenía un aspectoextrañamente intemporal y no separecía a nada que hubiera visto eneste condado, o incluso en este siglo,pero cuando miré hacia abajo, notéque seguía llevando las Converse.Estaba aún más guapa que cuandovine a cenar… ¿Cuándo? ¿Hacía unascuantas semanas?

Sentí que se me ofuscaba la

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mente, como si estuviera mediodormido. Aspiré una gran bocanadade aire, pero lo único que pude olerfue la fragancia de Ridley, un aromade almizcle mezclado con algodemasiado dulce, como si fuesealmíbar haciéndose en una olla. Erafuerte y sofocante.

—Ya estamos casi preparados,sólo un poco más… —Lena, con lapuerta aún a medio abrir, se quedóhelada. Parecía como si hubiera vistoun fantasma, o algo mucho peor. Noestaba seguro de si era sólo por ver aRidley o por estar los dos allí cogidosdel brazo.

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—Vaya, hola, primita. Cuántotiempo sin vernos. —Ridley avanzóunos cuantos pasos, arrastrándomecon ella—. ¿No vas a darme un beso?

La bandeja que Lena llevaba enlos brazos se cayó al suelo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Lavoz de Lena era apenas un susurro.

—Pues ¿qué va a ser? He venido aver a mi prima favorita, claro, y hetraído una cita.

—Yo no soy tu cita —dije sinconvicción, y apenas pudepronunciar las palabras, pegadofirmemente a su brazo. Ridley sacóun cigarrillo del paquete que llevaba

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en la bota y lo encendió, todo con sumano libre.

—Ridley, por favor, no fumes encasa —dijo Macon, y el cigarrillo seapagó de forma instantánea. Se echóa reír y lo tiró dentro de un bol quecontenía algo con aspecto de puré depatata, pero que probablemente no loera.

—Tío Macon, siempre tanpuntilloso con las reglas de la casa.

—Las reglas se establecieron hacemucho tiempo, Ridley. No hay nadaque tú o yo podamos hacer ya paracambiarlas. Se quedaron mirándosefijamente el uno al otro. Macon hizo

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un gesto y una silla se apartó de lamesa.

—¿Por qué no te sientas? Lena,dile a Cocina que seremos dos más acenar.

Lena se quedó de pie, furiosa.—Ella no puede quedarse.—No hay problema. No hay nada

que pueda hacerte daño aquí —leaseguró Macon. Pero Lena no parecíaasustada, sino realmente rabiosa.

Ridley sonrió.—¿Estás seguro?—La cena está preparada y ya

sabes lo mal que le sienta a Cocinaque se enfríen los platos. —Macon

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entró en el comedor. Todo el mundose puso en fila tras él, aunque apenashabía hablado lo suficientemente altopara que nos enterásemos los cuatroque estábamos allí.

Boo lideró el camino, acompañadode Ryan. Le seguía la tía Del, delbrazo de un hombre de pelo canosode la edad de mi padre. Iba vestidocomo si acabara de salir de uno de loslibros que había en el estudio de mimadre, con botas altas hasta larodilla, una camisa con chorreras yuna extraña capa. Ambos tenían elmismo aspecto que cualquier piezaque se expusiera en el Museo

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Smithsonian.Entró en la habitación una chica

mayor, aunque muy parecida aRidley, salvo por el hecho de quellevaba más ropa encima y no teníaun aspecto tan peligroso. Llevaba elpelo rubio largo y liso con unaversión más pulcra del flequillodesigual de Ridley. Tenía la mismapinta que las chicas que vanacarreando pilas de libros por el viejocampus de una universidad pija deésas del norte, como Yale o Harvard.La chica entabló una lucha demiradas con Ridley, como si pudieraverle los ojos a través de los oscuros

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cristales de las gafas, que aún no sehabía quitado.

—Ethan, me gustaría presentartea mi hermana mayor, Annabel. Oh,lo siento, quería decir Reece. —¿Quéclase de persona no se sabe ni elnombre de su propia hermana?

La chica sonrió y hablólentamente, como si estuvieraescogiendo las palabras con muchocuidado.

—¿Qué estás haciendo aquí,Ridley? Pensé que tenías una cita enotra parte esta noche.

—Los planes cambian.—Y también las familias. —Reece

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alargó la mano y la agitó delante delrostro de Ridley, un simple ademán,como si fuera un mago sacudiendo lamano sobre un sombrero de copa. Yome estremecí. No tenía ni idea de loque esperaba que pudiera pasar, peropor un momento creí que Ridleydesaparecería. O, más bien, lo deseé.

Pero no desapareció y esa vez fueRidley la que se estremeció y miróhacia otro lado, como si le resultaradoloroso mirarla a los ojos.

Reece observó detenidamente elrostro de la otra chica, como si fueraun espejo.

—Interesante. ¿Cómo es posible,

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Rid, que cuando te miro a los ojos,sólo pueda ver los de ella? Al parecer,sois uña y carne, ¿no?

—Bla, bla, bla, hermanita.Reece cerró los ojos,

concentrándose. Ridley se retorciócomo una mariposa atravesada por unalfiler. Reece movió la mano una yotra vez y, durante un momento, elrostro de la muchacha se diluyó en latenebrosa imagen de otra mujer, unrostro que me resultó familiar,aunque no podía recordar por qué.

Macon dejó caer pesadamente sumano sobre el hombro de Ridley. Fuela única vez que vi que alguien que

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no fuera yo la tocara. Hizo un gestode dolor y noté que una punzadaatravesaba su mano hasta llegar a mibrazo. Desde luego, MaconRavenwood no era un hombre quepudiera tomarse a la ligera.

—Vamos. Nos guste o no, elEncuentro ha comenzado y no voy apermitir que nadie arruine lasCelebraciones, al menos, no bajo mitecho. Ridley ha sido invitada, comoella nos ha aclarado tanamablemente, a unirse a nosotros. Noes necesario añadir nada más. Porfavor, sentaos todos.

Lena se sentó, con los ojos

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clavados en nosotros.La tía Del pareció aún más

preocupada que en el momento denuestra llegada. El hombre de la capale dio unas palmaditas en la manopara tranquilizarla. Un chico alto, demi edad más o menos y de aspectoaburrido, entró vestido con unacamiseta deslucida y unos vaquerosnegros, además de con unas usadasbotas de motero.

Ridley hizo las presentaciones.—Ya has conocido a mi madre.

Éste es mi padre, Barclay Kent, y éstemi hermano, Larkin.

—Encantado de conocerte, Ethan.

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El padre dio un paso adelantecomo si fuera a darme la mano, perocuando vio el brazo de Ridleyaferrado al mío, dio un paso atrás.Larkin pasó el suyo por mis hombrosy, cuando lo miré, se habíaconvertido en una serpiente quesacaba y metía la lengua de la boca.

—¡Larkin! —siseó Barclay. Laserpiente volvió a convertirse en elbrazo de Larkin en un instante.

—Vale. Sólo estaba intentandoanimar un poco la cosa. Tenéis todosuna pinta de funeral… —Los ojos delchico brillaron con un fulgoramarillo, apenas visibles a través de la

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rendija de sus párpados. Eran los ojosde una serpiente.

—Larkin, he dicho que ya basta.—Su padre le dirigió la clase demirada que un padre dedica a un hijoque le disgusta a menudo. Los ojos deLarkin se tornaron verdes.

Macon se sentó a la cabecera dela mesa.

—¿Por qué no nos sentamostodos? Cocina ha preparado una desus comidas para las grandesocasiones. Lena y yo hemos tenidoque soportar el ruido que ha hechodurante unos cuantos días.

Todo el mundo se sentó a la

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enorme mesa rectangular sostenidapor patas con garras. Era de maderaoscura, casi negra, y tenía unintrincado diseño en las tallas de laspatas, simulando vides. Unas grandesvelas negras brillaban en el centro dela mesa.

—Siéntate a mi lado, Perdedor. —Ridley me llevó hacia un asientovacío, frente al pájaro de plata quellevaba una tarjeta con el nombre deLena, como si pudiera hacer otracosa.

Intenté entablar contacto visualcon ella, pero tenía los ojos fijos enRidley y relumbraban de furia.

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Esperaba que aquella ira estuvieradirigida sólo contra la chica.

La mesa estaba sobrecargada decomida, incluso más que la últimavez que había estado allí. Cada vezque la miraba me parecía que habíamás cosas. Había costillas asadasdispuestas en un círculo, con losextremos hacia arriba, de modo queparecían una corona, filetesaderezados con romero y otros platosmás exóticos que no había visto enmi vida. Había un pájaro granderelleno y rodeado de peras que yacíasobre unas plumas de pavo real,arregladas de tal modo que parecía

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que el pájaro tenía la cola abierta.Esperaba que no fuera un pavo realde verdad, pero teniendo en cuentalas plumas de la cola, estaba bastanteseguro de que lo era. Había tambiénuna especie de dulces que tenían lamisma forma que los auténticoscaballitos de mar.

Sin embargo, nadie comía, salvoRidley, que parecía estar disfrutandode verdad.

—Me encantan los caballitos deazúcar —dijo, metiéndose dos de losdiminutos caballitos dorados dentrode la boca.

La tía Del tosió un par de veces, y

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se llenó un vaso de un líquido negro,de la consistencia del vino, deldecantador que había sobre la mesa.

Ridley miró a Lena desde el otrolado de la mesa.

—Así que, primita, ¿tienes algúnplan interesante para tu cumpleaños?—Ridley mojó los dedos en unaoscura salsa marrón que había en lasalsera al lado del pájaro que esperabaque no fuera un pavo real, y se loschupó de forma provocativa.

—Esta noche no vamos a hablardel cumpleaños de Lena —atajóMacon.

Ridley estaba pasándoselo en

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grande con la tensión que habíacreado. Se metió otro caballito en laboca.

—¿Por qué no?Los ojos de Lena relucieron

cargados de agresividad.—No tienes por qué preocuparte

por mi cumpleaños. No te piensoinvitar.

—Seguro que lo harás.Preocuparte, me refiero. Después detodo, es un cumpleaños muyimportante. —La chica se echó a reír.El pelo de Lena comenzó a agitarsecomo si una corriente de airerecorriera la habitación, salvo por el

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hecho de que no había ninguna.—Ridley, he dicho que ya basta.

—Macon estaba perdiendo lapaciencia y lo reconocí en su tono devoz porque era el mismo que habíautilizado después de que sacara elguardapelo del bolsillo, el día de miprimera visita.

—¿Por qué te pones de su parte,tío Macon? He pasado tanto tiempocontigo como Lena, mientrascrecíamos. ¿Por qué de pronto se haconvertido en tu favorita? —Duranteun momento, su voz pareció dolida.

—Ya sabes que no tiene nada quever con favoritismos. Tú has sido

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Llamada y eso está fuera de mismanos.

¿Llamada? ¿Qué la Llamaba? ¿Dequé estaba hablando? La brumasofocante que me rodeaba se espesabacada vez más. No estaba seguro dehaber oído bien.

—Porque tú y yo somos iguales —alegó, como una niña enfadada.

La mesa comenzó a temblar deforma casi imperceptible y el líquidonegro de los vasos comenzó a agitarsesuavemente. Se oía un ligerorepiqueteo sobre el tejado. Estaballoviendo.

Lena estaba aferrada al borde de

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la mesa, con los nudillos de las manosblancos.

—NO sois iguales —siseó.Sentí que el cuerpo de Ridley se

envaraba contra mi brazo, al cual ellase agarraba con el suyo, enroscadaalrededor como si fuera unaserpiente.

—Tú te crees mucho mejor queyo, Lena… ¿a que sí? Pero ni siquierasabes cuál es tu nombre verdadero.Tampoco te das cuenta de que larelación que sostenéis estácondenada. No tienes más queesperar a que seas Llamada y ya veráscómo son las cosas de verdad. —Se

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echó a reír, haciendo una especie desonido extraño, que sonó siniestro ydoloroso—. No tienes ni idea de sisomos o no iguales. En unos cuantosmeses, podrías terminar exactamenteigual que yo.

Lena me miró, llena de pánico. Lamesa comenzó a sacudirse con másenergía y los platos repiquetearoncontra la madera. Se oyó el chasquidode un rayo en el exterior y la lluvia sedeslizó por los cristales de lasventanas como si fueran lágrimas.

—¡Cierra la boca!—Cuéntaselo, Lena. ¿No crees

que el Perdedor tiene derecho a

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saberlo todo? ¿Que no tienes ni ideade si perteneces a la Luz o a laOscuridad? ¿Y que ni siquieratendrás posibilidad de escoger?

Lena se puso en pie de un salto yla silla cayó hacia atrásestrepitosamente.

—¡Te he dicho que te calles!Ridley mostraba de nuevo un

aspecto relajado, como si disfrutara.—Cuéntale que cuando vivíamos

juntas el año pasado, en la mismahabitación, como hermanas, yo eraexactamente como tú y ahora…

Macon se puso en pie a lacabecera de la mesa, sujetándola con

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ambas manos. Su pálido rostroparecía aún más blanco de lohabitual.

—¡Ridley, ya basta! Te lanzaré unhechizo de expulsión si dices unapalabra más.

—No puedes hacerlo, tío. Notienes bastante fuerza para ello.

—No sobreestimes tuscapacidades. Ningún Caster Oscuroen la Tierra tiene poder suficientepara entrar por su cuenta y riesgo enRavenwood. Yo mismo Vinculé ellugar. Todos lo hicimos.

¿Caster Oscuro? Eso no sonabanada bien.

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—Caramba, tío Macon. Te estásolvidando de la famosa hospitalidadsureña. Yo no he irrumpido aquí, hesido invitada y he venido del brazodel caballero más guapo delestercolero. —Ridley se volvió haciamí y me sonrió, quitándose las gafasde sol. Sus ojos tenían un aspectoextraño y relucían con un brillodorado, como si estuvieran ardiendo.Tenían la forma de un gato, conranuras negras en la mitad. Con la luzque surgía de aquellos ojos, todocambiaba.

Me examinó con aquella sonrisasiniestra y sus facciones se

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retorcieron, lúgubres, entre sombras.Los rasgos que eran tan femeninos yatractivos ahora tenían un aspectoafilado y endurecido,transformándose ante mis ojos. Supiel parecía estirarse en torno a sushuesos, acentuando cada vena hasta elpunto de que la sangre casi setransparentaba. Parecía un monstruoen ese momento.

Había metido un monstruo en elhogar de Lena.

De forma casi inmediata la casacomenzó a sacudirse de formaviolenta. Los cristales de la lámparade cristal comenzaron a bailotear y

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las luces parpadearon. Los postigos delas ventanas se abrieron y se cerraronde golpe mientras la lluvia aporreabael tejado. El sonido era tan atronadorque se hacía prácticamente imposibleoír ninguna otra cosa, como la nocheque casi atropellé a Lena cuandoestaba de pie en la carretera.

Ridley apretó su garra fría comoel hielo sobre mi brazo. Intentésoltarme a tirones, pero apenas mepude mover. La frialdad se ibaextendiendo hasta el punto de que seme estaba quedando dormido el brazoentero.

Lena alzó la mirada de la mesa,

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horrorizada.—¡Ethan!La tía Del dio una patada en

mitad de la habitación. Los suelosparecieron ondularse bajo sus pies.

La frialdad comenzó a extendersea través de mi cuerpo. Tenía lagarganta helada y las piernasparalizadas, no me podía mover. Eraincapaz de apartarme del brazo deRidley y no podía decirle a nadie loque estaba ocurriendo. En unoscuantos minutos, apenas podríarespirar siquiera.

La voz de una mujer, la de la tíaDel, se cernió sobre la mesa.

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—Ridley, te dije que temantuvieras al margen, hija. Ahorano hay nada que podamos hacer porti. Lo siento muchísimo.

La voz de Macon sonó conbrusquedad.

—Ridley, un año puede marcar ladiferencia más grande del mundo. Yahas sido Llamada y has encontrado tulugar en el Orden de las Cosas. Ya noperteneces a este sitio. Has demarcharte.

Un momento más tarde, estaba depie ante ella. Era eso o yo estabaperdiendo la pista de lo que estabapasando. Las voces y los rostros

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habían comenzado a girar a mialrededor. Apenas podía respirar.Tenía tanto frío que mi mandíbulacongelada ni siquiera podía moversepara castañetear.

—¡Vete! —gritó.—¡No!—¡Ridley! ¡Compórtate! Tienes

que irte. Ravenwood no es un lugardonde practicar la magia Negra. Esun lugar Vinculado, un lugar de Luz.No podrás sobrevivir aquí durantemucho tiempo. —La voz de la tía Delsonaba firme.

Ridley respondió con un rugido.—No me voy a marchar, madre, y

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no puedes obligarme.La voz de Macon interrumpió su

berrinche.—Sabes que no es cierto.—Ahora soy más fuerte!; tío

Macon. No me puedes controlar.—Es verdad, tu fuerza va

creciendo, pero aún no estáspreparada para enfrentarte a mí yharé lo que sea necesario paraproteger a Lena. Incluso aunque esosignifique que tenga que hacertedaño o algo peor.

El peso de la amenaza fueexcesivo para Ridley.

—¿Me harías eso? Ravenwood es

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un lugar Oscuro de poder. Siempre loha sido desde los tiempos deAbraham. Él era uno de los nuestros.Ravenwood debería ser nuestrotambién. ¿Por qué lo estáisVinculando a la Luz?

—Porque Ravenwood es ahora elhogar de Lena.

—Tú perteneces al mismo ladoque yo, tío M. Con ella.

Ridley se puso en piearrastrándome a mí al suelo. Ahoraestaban los tres de pie, Lena, Macony Ridley, los tres vértices de untriángulo realmente terrorífico.

—No os temo a los de vuestra

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especie —declaró.—Podría ser, pero aquí no tienes

ningún poder. No contra todosnosotros y una Natural.

Ridley se echó a reír de formasocarrona.

—¿Lena, una Natural? Ésa es lacosa más divertida que habéis dichoen toda la noche. Ya he visto lo quees capaz de hacer un Natural y Lenajamás podría serlo.

—No es lo mismo un Cataclystque un Natural.

—¿Cómo que no lo son? UnCataclyst es un Natural que se havuelto hacia la Oscuridad, son las dos

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caras de una misma moneda.¿De qué estaban hablando? La

cabeza me daba vueltas.Y entonces sentí que todo mi

cuerpo se paralizaba y me di cuentade que estaba perdiendo laconsciencia o, más bien,probablemente, muriéndome. Eracomo si me hubieran extraído toda lavida del cuerpo, junto con el calor demi sangre. Aun así, escuché el sonidode un trueno. Sólo uno, y luego unrelámpago y el chasquido de unarama de árbol cayendo justo delantede la ventana. La tormenta habíallegado y la teníamos justo encima.

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—Estás equivocado, tío M. Nomerece la pena proteger a Lena y,desde luego, ella no es una Natural.No conocerás su destino hasta el díade su cumpleaños. ¿Crees que porquees dulce e inocente será Llamada porla Luz? Eso no quiere decir nada. ¿Noera así yo también hace un año? Ysegún lo que el amigo Perdedor meha estado largando, está más cerca devolverse hacia la Oscuridad que haciala Luz. ¿Tormentas de rayos?¿Aterrorizar a todo el mundo en elinstituto?

El viento arreció y Lena se fueenfadando cada vez más. Podía ver la

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ira reflejada en su rostro. Una de lasventanas estalló, igual que en la clasede inglés. Ya veía a dónde nos iba aconducir esto.

—¡Cierra el pico! ¡No sabes de loque estás hablando! —La lluvia entrócomo un diluvio dentro de lahabitación, seguida por el viento, quemandó vasos y platos contra el suelo,donde se estrellaron. El líquido negroacabó en el suelo en grandes manchasalargadas. Nadie se movió.

Ridley se volvió hacia Macon.—Siempre le has concedido

demasiada importancia. Ella no valenada.

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Intenté liberarme de Ridley,incluso agarrarla y sacarla yo mismode la casa, pero no podía moverme.

Estalló una segunda ventana ydespués, otra, y luego una más. Todoslos cristales de los alrededores se ibanrompiendo. La porcelana, las copas devino, los cristales de los cuadros… Losmuebles habían comenzado a golpearcontra las paredes, y el vientocirculaba como si la habitaciónhubiera absorbido un tornado y lohubiera metido allí dentro connosotros. El sonido era terrible y nose podía oír nada más. El mantel salióvolando de la mesa, junto con las

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velas, las bandejas con sus platosencima y terminaron empotrándosecontra la pared. Me pareció que lahabitación también comenzaba agirar. Todo estaba siendo aspirado endirección al vestíbulo, hacia la puertaprincipal. Boo Radley gritó, con unhorrible sonido humano. La garra deRidley había comenzado a aflojarseen torno a mi brazo. Pestañeé confuerza, intentando no desmayarme.

Y allí, en mitad de todo aquello,estaba Lena. Estaba totalmentequieta, con el pelo flotando con elviento que la rodeaba. ¿Qué estabapasando?

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Sentí que se me doblaban lasrodillas. Justo mientras perdía laconsciencia, sentí el viento, o unafuerza que literalmente arrancó mibrazo de la mano de Ridley, como siella también hubiera sido aspiradahacia el exterior de la habitación,hacia la puerta principal. Meestampé contra el suelo y escuché elgrito de Lena, o creí oírla.

—Aparta tus sucias manos de minovio, bruja.

Novio.¿Era eso lo que yo era para ella?Intenté sonreír. Pero, en vez de

eso, me desvanecí.

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9 DE OCTUBRE9 DE OCTUBREUna grieta en el

techo

CCuando me desperté, no tenía niidea de dónde estaba. Intentéconcentrarme en las primeras cosasque aparecieron ante mi vista.Palabras. Frases escritas a mano concuidada caligrafía con marcadorindeleble Sharpie justo en la partedel techo que había sobre la cama.

Los instantes se desangran a la vez,el tiempo no se detiene

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Había cientos de palabras escritaspor todas partes, trozos de frases, deversos y algunas veces grupos depalabras al azar. En una de las puertasdel armario alguien habíagarabateado: el destino decide. En elotro, decía: hasta que es desafiado porlos condenados. En las partes superiorese inferiores de la puerta se leíatambién: desesperado / implacable /condenado / investido de poder. En elespejo ponía: abre los ojos, y en loscristales de las ventanas: y mira.

Incluso la pantalla de la lámpara,de un pálido color blanco, llevabainscritas las palabras:

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iluminalaoscuridadiluminalaoscuridadpor todas partes en un patrónrepetido de forma incesante.

Era la poesía de Lena. Por finhabía podido leer algo suyo. Estahabitación se parecía muy poco alresto de la casa, incluso aunque no setuviera en cuenta la decoración tanpeculiar. Era pequeña y acogedora,arropada entre los aleros del tejado.Un ventilador de techo girabaperezosamente sobre mi cabeza,interrumpiendo la lectura de lasfrases. Por todas partes había pilas decuadernos de espiral y otras de librosen la mesilla, en su mayoría de

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poesía. Plath, Eliot, Bukowski, Frost,Cummings… al menos conocía esosnombres.

Estaba tumbado en una pequeñacama de hierro blanca y las piernasme sobresalían por el borde. Era lahabitación de Lena y estaba tendidoen su cama. Lena estaba acurrucadaen un sillón a los pies, con la cabezaapoyada en el brazo.

Me senté, algo mareado.—Eh, ¿qué ha pasado?Estaba bastante seguro de que me

había desmayado, pero los detalles losrecordaba de forma confusa. Miúltimo recuerdo era aquel frío

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helador que me subía por el cuerpo,la garganta que se me cerraba y la vozde Lena. Me acordé de que habíadicho algo sobre que yo era su novio,pero como en ese momento estaba apunto de perder la consciencia, y enrealidad no había pasado nada entrenosotros, no lo tenía claro del todo.Supuse que más bien era lo que mehubiera gustado escuchar.

—¡Ethan! —Saltó del sillón y sesentó con cuidado a mi lado, aunquepareció tomar la precaución de norozarme—. ¿Te encuentras bien?Ridley no estaba dispuesta a soltartey no sabía qué hacer. Parecía que

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sufrías mucho y simplementereaccioné.

—¿Te refieres a ese tornado quese desencadenó en mitad delcomedor?

Ella apartó la mirada, sintiéndosefatal.

—Eso es lo que pasa. Siento cosas,o me enfado o me asusto y entonces…las cosas pasan.

Alargué la mano y la puse sobrelas suyas. Sentí cómo el calor subíapor mi brazo.

—¿Cosas como ventanas que serompen?

Me devolvió la mirada, y yo cerré

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mi mano sobre las suyas hasta que lassostuve dentro de la mía. Una grietaque había en el yeso viejo de laesquina pareció crecer hasta curvarseen torno a la araña de cristalesmerilado y adquirir la forma de uncorazón. Un corazón sinuoso de esosque hacen las chicas había aparecidoen el yeso agrietado del techo de sudormitorio.

—Lena.—Dime.—¿Se nos va a caer el techo

encima?Se giró y miró la grieta. Cuando

la vio, se mordió el labio y se le

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ruborizaron las mejillas.—No creo. Sólo es una grieta del

yeso.—¿Has sido tú la que lo ha

hecho?—No. —Pero el rubor se extendió

aún más por sus mejillas y su nariz.Volvió a apartar la mirada.

Quería preguntarle en qué estabapensando, pero no quiseavergonzarla. Sólo tenía la esperanzade que tuviera que ver conmigo, conque tuviera su mano cogida. Conaquella palabra que creía haberlaescuchado decir justo cuando medesvanecí.

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Miré con recelo la grieta en elyeso. Un montón de cosas dependíande ella.

—¿Puedes deshacerlas? Merefiero a esas cosas que… simplementepasan.

Lena suspiró, aliviada de podercambiar de tema.

—Algunas veces. Depende.Algunas veces me supera tanto queno puedo controlarlo ni arreglarloluego. No creo que hubiera podidoponer el cristal de la ventana de laclase de inglés en su sitio. Y el díaque nos encontramos no creo quehubiera podido detener la tormenta.

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—No creo que eso fuera culpatuya. No puedes echarte la culpa detodas las tormentas que caigan sobreel condado de Gatlin. Todavía no haterminado la temporada dehuracanes.

Se dio la vuelta por completopara mirarme directamente a los ojos.No iba a dejar pasar el tema, ni yotampoco. Todo mi cuerpo palpitaba asu lado.

—¿No viste lo que pasó anoche?—A lo mejor sólo fue un huracán

más, Lena.—Mientras ande por aquí, yo soy

la temporada de huracanes del

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condado de Gatlin. —Intentó retirarsu mano, pero sólo consiguió que yola apretara con más fuerza.

—Pues qué gracia. A mí mepareces más una chica.

—Ah, sí, claro, pero la cuestión esque no lo soy. Soy todo un sistema detormentas fuera de control. Lamayoría de los Casters puedencontrolar sus dones cuando alcanzanmi edad, pero la mitad del tiempoparece que son ellos los que mecontrolan a mí. —Señaló su propioreflejo en el espejo de la pared. Elmarcador indeleble comenzó aescribir por sí mismo cruzando el

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reflejo mientras lo observábamos.¿Quién es esta chica?—. Sigointentando averiguar cómo funciona,pero algunas veces parece que no loconseguiré nunca.

—¿Todos los Casters tienen losmismos poderes, dones o lo que sean?

—No. Todos podemos hacer cosassencillas como mover objetos, peroluego cada uno tiene habilidadesespeciales, que están en relación consus dones.

Mira por dónde, qué bien mehabría venido que existiera una clase,primero de Caster o algo así, a la queasistir de modo que pudiera seguir

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estas conversaciones, porque laverdad es que me sentía algo perdido.La única persona que conocía quetenía algunas habilidades especialesera Amma. Porque leer el futuro yproteger de los malos espíritus tieneque contar para algo, ¿no? Y según loque yo sabía, quizá también Ammamovía objetos con el pensamiento.Desde luego, conseguía que pusierami culo en movimiento con sólo conuna mirada.

—¿Y tu tía Del? ¿Qué es lo queella hace?

—Es una Palimpséstica. Lee en eltiempo.

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—¿Lee en el tiempo?—Es como cuando tú y yo

entramos en una habitación y vemoslo que hay, el presente. La tía Del vedistintas escenas del pasado y delpresente, superpuestas. Cuando entraen una habitación, la ve como es hoyy como fue hace diez años, veinte ocincuenta, todo al mismo tiempo.Algo parecido a lo que pasa cuandotocamos el guardapelo. Por esosiempre tiene ese aspecto de estaralgo ida. Nunca sabe cuándo oincluso dónde está.

Pensé en cómo me sentía despuésde una de nuestras visiones y en lo

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que sería estar así todo el tiempo.—No fastidies. ¿Y qué hay de

Ridley?—Ridley es una Siren. Su don es

el poder de la persuasión. Puedemeter la idea que ella quiera en lacabeza de cualquiera y que le cuenteo haga lo que ella pida. Si usa supoder contigo y te dice que saltes porun barranco… tú lo haces. —Recordécómo me sentí cuando iba en el cochecon ella, y cómo le había contado casitodo.

—Yo no saltaría.—Sí que lo harías, tendrías que

hacerlo. Un hombre mortal no es

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rival para una Siren.—No lo haría. —La miré. Su pelo

se agitaba con la corriente de aire entorno a su rostro, a pesar de que nohabía ninguna ventana abierta en lahabitación. Rastreé en sus ojos algúnsigno de que sentía lo mismo que yo—. No puedes tirarte por unprecipicio cuando ya te has caído porotro más grande.

Escuché cómo salían las palabrasde mi boca y quise retirarlas justo enel momento de haberlas pronunciado.Sonaban mucho mejor dentro de micabeza. Me devolvió la mirada,intentando ver si lo decía en serio. Y

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era verdad, pero no podía decirlo. Asíque, en vez de hablar más, cambié detema.

—¿Y cuál es el superpoder deReece?

—Es una Sybil, interpreta losrostros. Puede ver lo que has visto, aquién, lo que has hecho, sólo conmirarte a los ojos. Es como si teabriera la cara y la leyeraliteralmente, igual que un libro. —Lena aún seguía estudiandoatentamente mi rostro.

—¿Ah, sí? ¿Y quién era ésa? Esaotra mujer en la que Ridley setransformó durante un momento,

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cuando Reece la miró, ¿la viste?Lena asintió.—Macon no me lo quiso decir,

pero tiene que ser alguien Oscuro.Alguien poderoso.

Seguí preguntando, tenía quesaber más cosas. Era como si derepente hubiera estado en mitad deuna cena con un montón dealienígenas.

—¿Y qué es lo que hace Larkin?¿Hechizos de serpientes?

—Larkin es un Illusionist, algoparecido a lo que llamamos Shifter.Pero el único Shifter de la familia esel tío Barclay.

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—¿Y cuál es la diferencia?—Larkin sólo puede formular

encantamientos, o sea, hacer que lascosas parezcan lo que él quieradurante un periodo de tiempo, tantopersonas como cosas o lugares. Creailusiones, pero no son reales. El tíoBarclay realiza transformaciones, loque significa que puede cambiarcualquier objeto en otro durante todoel tiempo que desee.

—Así que, ¿tu primo cambia elaspecto de las cosas y tu tío lo queson?

—Pues sí. La abuela dice que suspoderes están muy cercanos. Suele

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suceder algunas veces con los padresy los hijos. Se parecen mucho, asíque siempre terminan enfrentándose.—Yo sabía lo que ella estabapensando, que jamás podríaaveriguarlo por sí misma. Su rostro senubló y yo hice un intento estúpidode animarla.

—¿Y Ryan? ¿Cuál es su don?¿Diseñar moda para perros?

—Es demasiado pronto paradecirlo. Sólo tiene diez años.

—¿Y Macon?—Él es sólo… el tío Macon. No

hay nada que él no esté dispuesto ahacer o no haga por mí. Pasé mucho

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tiempo a su lado cuando era pequeña.—Apartó la mirada, esquivando lapregunta. Había algo que no queríacontarme, pero con Lena era casiimposible saber qué era—. Es comoun padre para mí, o como yo imaginoque sería tenerlo. —No tenía quedecir nada más, yo ya sabía lo que sesentía cuando se pierde a alguien. Mepregunté si no sería peor no haberlotenido nunca.

—¿Y qué hay de ti? ¿Cuál es tudon?

Como si ella tuviera sólo uno.Como si yo no los hubiera visto enacción desde el primer día que fue a

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la escuela. Como si yo no hubieraintentado juntar fuerzas parapreguntarle esto desde la noche quese sentó en el porche de mi casa consu pijama de color púrpura.

Se quedó callada durante unminuto, pensando, o decidiendo quéera lo que iba a decirme; eraimposible saber qué. Me miró conaquellos ojos verdes infinitos.

—Soy una Natural. Al menos, eltío Macon y la tía Del creen que losoy.

U n a Natural. Me sentí aliviado.No sonaba tan mal como lo de laSiren. No creo que hubiera podido

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soportar eso.—¿Qué significa eso

exactamente?—No tengo ni idea. No es una

sola cosa. Quiero decir, se supone queuna Natural puede hacer muchas máscosas que otros Casters —lo dijo conrapidez, casi como si le quedara laesperanza de que yo no lo escuchara,aunque no fue así.

Más que otros Casters.Más. No estaba seguro de que

cómo sentirme acerca de ese «más».Si hubiera sido menos me las tendríaque ver con menos, o sea, muchomejor.

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—Pero como ya viste anoche, nisiquiera yo sé de lo que soy capaz. —Tiró de la colcha que se extendíaentre nosotros, nerviosa. Yo tiré de sumano hasta que se recostó a mi lado,apoyada en un codo.

—Nada de eso me importa. Megustas tal como eres.

—Ethan, apenas sabes nada de mí.Una perezosa calidez me recorría

el cuerpo y, siendo sincero, no creoque hubiera podido importarmemenos lo que estaba diciendo. Mesentía tan bien sintiéndola a mi lado,sujetando su mano, con sólo la colchablanca entre los dos…

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—Eso no es verdad. Sé queescribes poesía, conozco la historiadel cuervo que llevas en el collar y séque te encanta el refresco de naranja,tu abuela y echar Milk Duds a laspalomitas.

Durante un instante pensé queiba a sonreír.

—Eso es apenas nada.—Es un comienzo.Me miró a los ojos, sus pupilas

verdes buceando en las mías azules.—Ni siquiera sabes cuál es mi

nombre.—Te llamas Lena Duchannes.—Vale, bueno, pero, para

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empezar, en realidad no lo es.Me incorporé y le solté la mano.—¿De qué estás hablando?—Que ése no es mi nombre.

Ridley no ha mentido sobre eso. —Empecé a acordarme de unaconversación anterior, en la queRidley decía algo sobre que Lena nosabía cuál era su nombre de verdad,pero no creí en ese momento quefuera algo literal.

—Bueno, y entonces, ¿cuál es?—No lo sé.—¿Es alguna cosa de ésas de

Casters?—No del todo. La mayoría de los

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hechiceros conoce su nombre real,pero mi familia es diferente.Nosotros no conocemos los nombresque nos pusieron al nacer hasta queno cumplimos los dieciséis. Hastaentonces, usamos otros nombres. Elde Ridley era Julia y el de Reece,Annabel. El mío es Lena.

—Entonces, ¿quién es LenaDuchannes?

—Todo lo que sé es que, eso sí,soy una Duchannes. Pero en cuanto aLena, sólo es el modo en que empezóa llamarme mi abuela, porque decíaque era tan flaca como una judíaverde. Lena Beana.

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No dije nada durante un instante.Estaba intentando procesarlo todo.

—Vale, así que no sabes cuál es tunombre de pila. Lo sabrás dentro deun par de meses.

—No es tan sencillo. Apenas sénada de mí misma. Por eso me paso lamayor parte del tiempo con estapinta de loca. No sé cuál es minombre, pero tampoco tengo ni ideade lo que les pasó a mis padres.

—Murieron en un accidente, ¿no?—Eso es lo que me dijeron, pero

nadie habla jamás del tema. Noencuentro ningún dato sobre elaccidente ni he visto sus tumbas ni

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nada. ¿Cómo voy a saber si haocurrido de verdad?

—¿Quién va a querer mentirsobre algo tan terrorífico?

—¿Es que no has conocido a mifamilia?

—Sí, vale.—Y ese monstruo de abajo, esa…

bruja que ha intentado matarte. Te locreas o no, era mi mejor amiga.Ridley y yo crecimos juntas en casade mi abuela. Como íbamos de unlado para otro, incluso compartíamosla misma maleta.

—Por eso ninguno de vosotrostenéis un acento reconocible. La

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mayoría de la gente jamás se creeríaque habéis vivido en el Sur.

—¿Y por qué tú tampoco?—Padres profesores y un bote

lleno de monedas de veinticincocentavos por todas las veces quedejaba de pronunciar la parte final deuna palabra. —Puse los ojos enblanco—. Entonces, ¿Ridley no vivíacon la tía Del?

—No. Ella sólo nos visitaba envacaciones. En nuestra familia, novivimos con nuestros padres. Esdemasiado peligroso. —Dejé depreparar las cincuenta preguntas quequería hacerle cuando Lena aceleró

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contando su historia, como si hubieraestado esperando para contarla cienaños por lo menos—. Ridley y yoéramos como hermanas. Dormíamosen la misma habitación y nos dabanclase en casa a las dos juntas.Convencimos a la abuela para quenos dejara ir a una escuela normalcuando nos mudamos a Virginia.Queríamos tener amigos, sernormales. Las únicas veces quehablábamos con mortales era cuandola abuela nos llevaba con ella amuseos, a la ópera o a cenar al OldePink House, ese restaurante tanconocido de comida típica sureña que

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hay en Savannah.—¿Y qué pasó cuando fuisteis al

colegio?—Un desastre. Nuestra ropa no

estaba de moda, no teníamostelevisión, entregábamos los debereshechos. En fin, unas perdedoras de lasde verdad.

—Pero salisteis con algunosmortales.

Evitó mirarme.—Nunca he tenido un amigo

mortal hasta que te conocí.—¿De verdad?—Sólo tenía a Ridley. Y las cosas

a ella le iban igual de mal, aunque no

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le importaba. Estaba muy ocupadaintentando asegurarse de que nadieme molestara.

Me costó un esfuerzo muy grandeimaginarme a Ridley protegiendo aalguien.

La gente cambia, Ethan.Pero no tanto. Ni siquiera los

Casters.Especialmente nosotros. Eso es lo que

estoy intentando contarte.Apartó la mano de la mía.—De repente, Ridley empezó a

actuar de un modo raro y los chicosque antes la habían ignoradoempezaron a seguirla por todas

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partes; la esperaban al salir de clase yse peleaban por ver quién laacompañaría a casa.

—Ah, sí, claro. Hay algunaschicas así.

—Ridley no es una chicacualquiera. Ya te lo he dicho, es unaSiren. Puede hacer que la gente hagacosas, cosas que generalmente noquerrían hacer. Y esos chicos estabansaltando por el precipicio, uno detrásde otro. —Se enrolló el collar entrelos dedos y continuó hablando—. Lanoche anterior al cumpleaños deRidley la seguí a la estación de trenes.Estaba tan asustada que parecía fuera

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de sí. Decía que estaba segura de quese volvería Oscura y quería marcharseantes de que le hiciera daño a algunapersona de las que amaba. Antes dehacerme daño a mí. Yo era la únicapersona a la que ella quería deverdad. Desapareció aquella noche yno la he vuelto a ver hasta hoy. Ycreo que después de lo que has vistoesta noche, es bastante obvio que seha vuelto Oscura.

—Espera un momento, ¿de quéestás hablando? ¿Qué quieres decircon eso de volverse Oscura?

Lena aspiró una gran bocanada deaire y vaciló, como si no estuviera

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segura de querer contarme larespuesta.

—Tienes que contármelo, Lena.—En mi familia, cuando cumplimos

dieciséis años, eres Llamado. No puedesescoger tu destino, y te conviertes enLuz, como la tía Del o Reece, o enOscuridad, como Ridley. Luz uOscuridad, Negro o Blanco. No haygris en mi familia. No podemosescoger y no podemos deshacerlocuando somos Llamados.

—¿Qué quieres decir con que nopodéis escoger?

—No podemos elegir Luz uOscuridad, si queremos ser buenos o

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malos, como los mortales y otrosCasters. En mi familia no hay librealbedrío. Esto se decide por nosotroscuando cumplimos los dieciséis.

Intenté comprender lo que meestaba diciendo, pero era unacompleta locura. Había vividosuficiente tiempo con Amma parasaber que había magia blanca ynegra, pero era difícil creer que Lenano tendría ninguna posibilidad deescoger entre una cosa o la otra.

O quién era.Ella seguía hablando.—Ése es el motivo por el cual no

podemos vivir con nuestros padres.

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—¿Y qué es lo que tiene que ver?—No solía ser así, pero cuando la

hermana de mi madre, Althea, setornó Oscura, su madre no pudoapartarse de ella. Desde entonces, siun Caster se vuelve Oscuro, se suponeque han de abandonar su casa y sufamilia, por razones obvias. La madrede Althea pensó que podría ayudarlaa luchar contra eso, pero no pudo ycomenzaron a ocurrir cosas terriblesen la ciudad donde vivían.

—¿Qué clase de cosas?—Althea era una Evo. Son

increíblemente poderosos. Puedeninfluir en la gente como hace Ridley,

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pero también pueden evolucionar, esdecir, transformarse en otraspersonas, en cualquier persona. Unavez que ella se Desvió, empezaron aocurrir cosas inexplicables en laciudad. Hubo heridos e incluso unachica se ahogó. Entonces fue cuandopor fin su madre la envió lejos.

Pensé que teníamos problemas enGatlin. No me podía imaginar unaversión más poderosa que Ridleyandando de aquí para allá, a tiempocompleto.

—¿Así que ahora ninguno devosotros vive con sus padres?

—Todos decidieron que sería

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demasiado duro para ellos darles laespalda a sus hijos si se convertían enOscuros. Así que, desde entonces, loschicos viven con otros miembros de lafamilia hasta que son Llamados.

—Entonces, ¿por qué Ryan vivecon sus padres?

—Ryan… es Ryan. Es un casoespecial. —Se encogió de hombros—.Al menos, eso es lo que dice tíoMacon cada vez que le pregunto.

Todo sonaba tan surrealista… Esaidea de que todos los miembros deuna familia poseyeran poderessobrenaturales. Tenían el mismoaspecto que yo, que cualquier otra

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persona en Gatlin, bueno, no quizácomo todo el mundo, pero, desdeluego, eran completamentediferentes. ¿O no lo eran? InclusoRidley, al salir del Stop & Steal, nohabía hecho sospechar a los chicosque fuera otra cosa que una tía queestaba increíblemente buena, a la quelo único que le pasaba es que no leregía el coco si venía buscándome amí. ¿Cómo funcionaba esto? ¿Cómote convertías en un Caster en vez deen un chico como otro cualquiera?

—¿Tus padres también teníandones? —Odiaba sacar el tema de suspadres. Sabía que no había nada más

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horrible que hablar sobre unos padresmuertos, pero llegados a este puntono me quedaba más remedio.

—Sí. Todo el mundo en mifamilia los tiene.

—¿Cuáles eran sus dones? ¿Separecían en algo a los tuyos?

—No lo sé. La abuela nunca mecontó nada. Ya te lo he dicho, escomo si no hubieran existido jamás.Lo cual me da mucho que pensar,como te puedes imaginar.

—¿En qué?—Tal vez eran Oscuros, y yo

también lo voy a ser ahora.—Tú no.

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—¿Cómo lo sabes?—¿Cómo podemos tener entonces

los mismos sueños? ¿Cómo puedosaber yo cuando entro en unahabitación si tú estás o no allí?

Ethan.Es verdad.Le toqué una mejilla y le dije en

voz baja:—No sé cómo lo sé.

Simplemente, es así.—Ya sé que eso es lo que crees,

pero no lo puedes saber. Ni siquierayo tengo idea de qué va a ocurrirme.

—Ésa es la mierda más grande quehe oído en mi vida.

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Era como todo lo que habíapasado aquella noche. No pretendíadecirlo así, al menos no en voz alta,pero estaba contento de haberlohecho.

—¿Qué?—Toda esa basura sobre el

destino. Nadie puede decidir lo quete va a suceder. Nadie más que tú.

—No si eres un Duchannes,Ethan. Los otros Casters puedenhacerlo, pero nosotros no, no en mifamilia. Cuando somos Llamados alos dieciséis, nos convertimos en Luzu Oscuridad y no hay libre albedríoen ello.

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Le levanté la barbilla con lamano.

—Pero tú eres una Natural, ¿quéhay de malo en ello?

La miré a los ojos y en esemomento supe que iba a besarla ytambién supe que no había nada dequé preocuparse mientrasestuviéramos juntos. Y creí duranteun instante que siempre loestaríamos. Dejé de pensar en elcuaderno del equipo de baloncestodel Jackson y finalmente le dejé vercómo me sentía, lo que había en mimente. Lo que iba a hacer y cuántotiempo me había llevado reunir las

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fuerzas necesarias para hacerlo.Oh.Sus pupilas se dilataron, más

grandes y verdes que nunca, como sieso fuera posible.

Ethan… yo no sé…Me incliné y la besé en la boca.

Tenía un gusto algo salado, como suslágrimas. En ese momento no fuecalidez lo que sentí, sino unadescarga eléctrica que me atravesódesde la boca hasta los pies, donde mecosquilleó las puntas de los dedos. Eracomo meter un boli en un enchufe,cosa que me retó Link a hacer cuandotenía ocho años. Ella cerró los ojos y

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se acercó a mí y durante unosinstantes todo fue perfecto. Cuandome devolvió el beso, sus labiossonrientes bajo los míos, supe que mehabía estado esperando quizás tantocomo yo la había estado esperando aella. Pero entonces, tan rápidamentecomo me había abierto el camino a sucorazón, me lo cerró. O másacertadamente, me empujó haciaatrás.

Ethan, no podemos hacer esto.¿Por qué? Creo que sentimos lo mismo

el uno por el otro.O a lo mejor no era así. O era ella

la que no lo sentía.

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Me quedé mirándola fijamente,hasta el extremo de sus manosextendidas que aún descansaban enmi pecho. Seguramente podía notarlo rápido que me latía el corazón.

No es que…Empezó a apartarse y estaba

seguro de que iba a huir como el díaque encontramos el guardapelo deGreenbrier, como la noche que medejó de pie ante el porche. Puse lamano en su muñeca einstantáneamente sentí el calor.

—Entonces, ¿esto qué es?Me devolvió la mirada, e intenté

escuchar sus pensamientos, pero no lo

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logré.—Sé que piensas que podré

elegir, pero la verdad es que no. Y loque Ridley hizo anoche al fin y alcabo no ha sido nada. Podría habertematado y quizás lo hubiera hecho sino la hubiera detenido. —Respiróprofundamente, con los ojosrelucientes—. En eso es en lo que mepuedo convertir, en un monstruo,tanto si me crees como si no.

Deslicé los brazos en torno a sucuello, ignorándola. Pero siguió ensus trece.

—No quiero que me veasconvertirme en eso.

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—No me importa. —La besé en lamejilla.

Saltó de la cama, soltándose.—No te enteras. —Alzó la mano.

122. Ciento veintidós días más, teñidocon tinta azul, como si eso fuera todolo que hubiera en el mundo.

—Claro que me entero. Estásasustada, pero lo resolveremos dealgún modo. Se supone que tenemosque estar juntos.

—Pero no lo estamos. Tú eres unmortal. No lo entiendes. No quieroque termines herido y eso es lo queocurrirá si andas cerca de mí.

—Demasiado tarde.

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Había escuchado todas y cada unade las palabras que ella había dicho,pero yo sólo sabía una cosa.

Que ya estaba demasiadoimplicado.

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9 DE OCTUBRE9 DE OCTUBRELos Notables

TTodo tiene sentido cuando te lo diceuna chica guapa. Ahora que habíaregresado a casa, solo, y estaba en mipropia cama, ya no lo tenía tan claro.Ni siquiera Link se creería algo comoesto. Intenté pensar cómo llevaría laconversación, en plan «la chica queme gusta y cuyo nombre real noconozco es una bruja, bueno,perdona, una Caster, y procede deuna familia también de Casters, y

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dentro de unos cinco meses sabremosen realidad si es buena o mala. Ah, ypuede causar huracanes dentro de unahabitación y cargarse los cristales delas ventanas. Incluso es capaz dehacer que vea el pasado cuando tocoun guardapelo como de locos queAmma y Macon Ravenwood, quemira por dónde no es para nada unrecluso, quieren que entierre. Elguardapelo, por cierto, se hamaterializado en el cuello de unamujer en un cuadro que hay enRavenwood, que no te lo vas a creer,no es una mansión encantada, sinouna casa perfectamente restaurada

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que cambia completamente cada vezque voy allí a ver a una chica que mequema por dentro, me conmociona yme destroza sólo con rozarme».

La he besado. Y me ha devuelto elbeso.

Era todo increíble, incluso paramí. Me di la vuelta en la cama.

Tiraba de mí.El viento tiraba de mi cuerpo.Me aferré al árbol que me

golpeaba, con el sonido de su gritoclavado en los oídos. Los vientosgiraban a mi alrededor, luchandounos contra otros, y su velocidad y

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fuerza aumentaban por segundos. Elaguacero caía como si se hubieranabierto las compuertas del cielo.Tenía que salir de allí.

Pero no había escapatoria.Suéltame, Ethan. ¡Sálvate!No podía verla. El viento era

demasiado fuerte, pero la sentía. Lasujetaba de la muñeca con tantafuerza que estaba seguro de queterminaría rompiéndosela. Pero nome importaba, no la iba a dejar. Elviento cambió de dirección,alzándome del suelo. Me agarré alárbol con más fuerza y agarré sumuñeca con más fuerza aún. Sin

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embargo, sentía cómo la violencia delvendaval nos arrancaba al uno delotro.

Me llevaba lejos del árbol, lejosde ella. Sentí que su muñeca sedeslizaba entre mis dedos.

Ya no podía sujetarla más.Me desperté tosiendo. Sentía aún

la quemazón del viento en la piel.Como si mi experiencia cercana a lamuerte en Ravenwood no hubierasido bastante, ahora habían vuelto lossueños. Era demasiado para una solanoche, incluso para mí. La puerta demi dormitorio estaba abierta, lo cualera extraño teniendo en cuenta que la

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había cerrado hacía relativamentepoco. La última cosa que necesitabaera que Amma me plantara allí algúnchisme vudú mientras dormía. Estabaseguro de haberla cerrado.

Me quedé mirando al techo. Noveía claro que dormir estuviera en mifuturo inmediato. Suspiré y me di lavuelta en la cama. Encendí el viejoquinqué restaurado como lámpara allado de mi cama y saqué el marcadorde libros de donde lo había colocadoe n Snow Crash cuando escuché algo,como unos pasos. Venían de lacocina, ligeros, y apenas los oí. Quizámi padre había hecho un descanso. A

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lo mejor podría ser una oportunidadpara hablar. Pudiera ser.

Pero cuando llegué al pie de lasescaleras, supe que no era él. Lapuerta de su estudio estaba cerrada ysalía luz por debajo. Tenía que serAmma. Justo cuando pasé por lacocina, la vi corretear por el vestíbulohacia su habitación, en la medida enque ella podía hacerlo. Escuché cómoel mosquitero de la puerta de atráschirrió al cerrarse. Alguien salía oentraba y, después de todo lo quehabía sucedido esa noche, que fuerauna cosa u otra era importante.

Di la vuelta a la casa hasta la

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parte delantera. Aparcado en elbordillo había un viejo y abolladopickup, un Studebaker de loscincuenta. Amma estaba inclinadasobre la ventanilla hablando con elconductor, al que le dio su bolso yluego se subió al coche. ¿Adónde sedirigía en mitad de la noche?

Tenía que seguirla. Lo malo eraque resultaba complicado seguir a lamujer que consideraba casi unamadre, de noche, subida a un trastocon un extraño, sin usar yo un cochetambién. No tenía elección, debíacoger el Volvo. Era el coche queconducía mi madre cuando tuvo el

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accidente. Cuando lo veía, erasiempre lo primero que pensaba.

Me deslicé en el asiento ante elvolante. Olía a papel viejo y alimpiacristales Windex, comosiempre.

Conducir sin luces resultó máscomplicado de lo que había pensado,hasta que adiviné que el pickup seestaba dirigiendo hacia Wader'sCreek. Amma iba hacia su casa. Lacamioneta salió de la Route 9 hacia elcampo. Cuando finalmente se detuvoy aparcó a un lado de la carretera,apagué el motor y conduje el Volvo

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hacia el arcén.Amma abrió la puerta y la luz

interior se desvaneció. Pestañeé antela súbita oscuridad. Reconocí alconductor, era Carlton Eaton, elcartero. ¿Por qué iba a pedirle Ammaa Carlton Eaton que la llevara encoche a su casa en mitad de la noche?Nunca les había visto hablar a los dosantes de este momento.

Amma le dijo algo a Carlton ycerró la puerta. La camioneta regresóa la carretera sin ella. Salí del coche yla seguí. Amma era una criatura dehábitos arraigados y si algo la habíapreocupado tanto como para que

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anduviera arrastrándose por elpantano a medianoche, estaba segurode que era algo que no sólo afectaba auno de sus clientes.

Desapareció entre los arbustos,caminando por un sendero de gravaque alguien se había dado su buentrabajo en abrir. Anduvo por él en laoscuridad, con los guijarros crujiendobajo sus zapatos. Yo avancé por lahierba al lado del camino para evitarcualquier ruido, lo cual me hubieradelatado sin duda alguna. Me dije amí mismo que era porque queríasaber por qué Amma se habíamarchado de casa a esas horas, pero la

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verdad era que me daba miedo queme pillara siguiéndola.

Era fácil saber de dónde habíasurgido el nombre de Wader's Creek,porque había que vadear unas charcasde aguas negras para llegar hasta allí,al menos yendo por donde iba Amma.Si no hubiera habido luna llena, mehabría partido el cuello intentandoadivinar sus pasos a través dellaberinto de robles cubiertos delíquenes y la broza de los arbustos.Estábamos cerca del agua. Notaba lahumedad en el aire, cálida y pegajosa,como si fuera una segunda piel.

Había plataformas de madera

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alineadas a los bordes del pantano,formadas por troncos de ciprésligados con sogas, balsas usadas porlos pobres. Estaban colocadas en filaa lo largo de la orilla como si fuerantaxis esperando para llevar a la gentepor el agua. Distinguí a Amma a laluz de la luna, balanceándose conhabilidad sobre una de ellas yempujando en la orilla con un palolargo que usó como remo a fin deimpulsarse hasta el otro lado.

No había ido a la casa de Ammadesde hacía años, pero no meacordaba de esto. Debimos de seguirentonces otro camino, pero era casi

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imposible encontrarlo en laoscuridad. La única cosa que veíaclara era lo podridos que estaban losleños de las plataformas. Cada una deellas parecía más inestable que lasiguiente. Así que escogí una al azar.

Aunque Amma lo había hechoparecer fácil, maniobrar uno deaquellos chismes era bastante difícil.Cada pocos minutos se oía unchapuzón, cuando la cola de uncaimán impactaba en la superficie delagua al deslizarse en el pantano. Mealegré de no haberme planteadovadearlo.

Empujé por última vez contra el

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fondo de la ciénaga con mi palo,hasta que el borde de la plataformachocó contra la orilla. Cuando puse elpie en tierra, percibí a lo lejos la casade Amma, pequeña y modesta, dondesólo se veía luz en una ventana. Losmarcos estaban pintados en el mismotono azul cielo que los de lapropiedad de los Wate. La casa era demadera de ciprés, como si tambiénfuera parte del mismo pantano.

Había algo más, algo que flotabaen el aire. Algo fuerte ysobrecogedor, como los limones y elromero e igual de insólito, por dosrazones. El jazmín estrella no florece

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en otoño, sino en primavera, pero noen las ciénagas. Y sí, allí estaba. Elolor era inconfundible. Eraimposible, como casi todo lo quehabía sucedido esa noche.

Observé la casa. Nada. Quizásimplemente había decidido volver acasa, mi padre lo sabía y yo estabavagabundeando a medianoche ycorría el riesgo de que me comiera uncaimán para nada.

Estaba a punto de volver aatravesar el pantano y deseé en esemomento haber echado migas de panen el camino para orientarme cuandola puerta se abrió de nuevo. Amma

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permaneció encuadrada a la luz de laentrada, metiendo cosas que no pudever en su bolso bueno, el de charolblanco. También llevaba el mejorvestido que tenía, el de color lavandaque se ponía para ir a la iglesia, susguantes blancos y un elaboradosombrero a juego rodeado porcompleto de flores.

Se puso otra vez en movimientoen dirección a la ciénaga. ¿Cómo seiba a internar en ella vestida de esamanera? Pese a que no habíadisfrutado para nada de la excursiónhasta la casa de Amma, pelear paraavanzar en el pantano con los

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vaqueros me parecía aún peor. Elfango era tan espeso que parecíaquerer absorber mis pies cada vez quequería dar un paso adelante. No sabíacómo se las iba a apañar Amma paraavanzar por él con el vestido y a suedad.

Ella parecía tener clarísimo adónde iba, pues se detuvo en un clarocubierto de cañas altas y malashierbas. Las ramas de los apreses seenredaban con las de los saucesllorones formando un dosel porencima de nuestras cabezas. Aunqueestábamos por lo menos a veintiúngrados, sentí que un escalofrío me

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recorría la columna. Después de todolo que había visto esa noche, meparecía que había algo escalofrianteen este lugar. Del agua se elevaba unafina niebla que se filtraba por loslímites del claro, como si fuera elvapor que se desliza por los bordes deuna olla hirviendo. Me acerqué unpoco más. Estaba sacando algo de subolso y el charol blanco relucía a laluz de la luna.

Huesos. Parecían huesos de pollo.Susurró algo sobre los huesos, los

metió dentro de una bolsita, bastanteparecida a la que me había entregadopara guardar el guardapelo. Rebuscó

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luego en el bolso y sacó una toallabordada, de ésas que se encuentran enun tocador, y la usó para limpiarse elbarro de la falda. Se percibían tenuesluces blancas en la distancia, como sifueran luciérnagas parpadeando en laoscuridad, y también música ycarcajadas sensuales y perezosas. Enalgún lugar fuera del pantano, nomuy lejos, había gente bebiendo ybailando.

Alzó la mirada. Algo le habíallamado la atención, pero yo no habíaoído nada.

—Será mejor que salgas. Sé queestás ahí.

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Me quedé helado, lleno depánico. Me había visto.

Pero no era conmigo con quienhablaba, puesto que MaconRavenwood emergió de entre laniebla sofocante, fumando un puro.Parecía relajado, como si acabara debajarse de un coche con chófer en vezde estar vadeando a través de unaasquerosa agua negra. Ibaimpecablemente vestido, como erahabitual, con una de sus camisasblancas recién planchadas. Y no teníani una sola mancha. Amma y yoestábamos cubiertos de hierbas yfango hasta las rodillas, mientras que

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Macon Ravenwood permanecía allísin una sola mota de polvo en suatuendo.

—Justo a tiempo. Ya sabes que notengo toda la noche, Melquisedec,luego tengo que volver. Y no me hasentado nada bien tener que veniraquí desde el pueblo. Me parecebastante descortés, por no decir,inconveniente. —Resopló—.Perturbador, como dirías tú.

P.E.R.T.U.R.B.A.D.O.R. Oncevertical, lo deletreé en mi mente.

—Yo también he tenido una tardebastante llena de incidentes, Amarie,pero este asunto requiere nuestra

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inmediata atención. —Macon diounos cuantos pasos adelante.

Amma retrocedió y apuntó undedo huesudo en su dirección.

—Quédate donde estás. No mehace ninguna gracia estar aquí fueracon gente de tu calaña. Ni pizca.Mantente en tu sitio y yo memantendré en el mío.

Macon dio un paso hacia atráscomo quien no quiere la cosa,echando círculos de humo al aire.

—Como te estaba diciendo,c i e r t o s acontecimientos requierennuestra inmediata atención. —Exhalócon un gran suspiro una vaharada de

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humo—. La luna, cuando estátotalmente llena, es cuando está máslejos del sol, citando a nuestrosbuenos amigos, los Clérigos.

—No me vengas con esos aires desuperioridad, Melquisedec. ¿Qué eseso tan importante que tienes quesacarme de la cama a medianoche?

—Entre otras cosas, el guardapelode Genevieve.

Amma casi se puso a aullar,tapándose la nariz con el chai.Claramente no podía soportar ni quese mencionara la palabra«guardapelo».

—¿Qué pasa con esa cosa? Ya te

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dije que la Vinculé y le dije que ladevolviera a Greenbrier y laenterrara. No puede hacer daño si haregresado a la tierra.

—No a lo primero y no a losegundo. Aún la tiene. Me la enseñóen el santuario de mi propia casa.Aparte de eso, no estoy seguro de quehaya nada que pueda Vincular untalismán tan Oscuro.

—En tu casa… ¿cuándo ha estadoen tu casa? Le dije que se mantuvierabien lejos de Ravenwood. —Ahora síque estaba claramente alterada.Estupendo, Amma seguro queencontraría algo con lo que hacerme

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pagar eso más adelante.—Bien, quizás podrías considerar

la idea de sujetarle un poco lasriendas. Es evidente que no es muyobediente que digamos. Te advertíque esta amistad sería peligrosa y quepodría terminar en algo más. Esimposible que tengan un futurojuntos.

Amma estaba mascullando parasus adentros de la manera quehabitualmente lo hacía cuando no laescuchaba.

—Él siempre me ha hecho casohasta que se ha encontrado con tusobrina, así que no me eches la culpa.

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No estaríamos en este lío si, paraempezar, tú no la hubieras traídoaquí. Me ocuparé de esto. Le diré queno puede volver a verla.

—No seas absurda. Sonadolescentes, cuanto más intentemossepararlos, más querrán estar juntos.Eso no será problema cuando ella seaLlamada, si es que llegamos hasta ahí.Controla al chico hasta entonces,Amarie. Son sólo unos cuantos meses.Las cosas son ya lo bastantepeligrosas sin que él andecomplicándolas aún más.

—No me hables decomplicaciones, Melquisedec

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Ravenwood. Mi familia llevaocupándose de las complicaciones dela tuya desde hace cien años. Yo heguardado tus secretos, al igual que túhas guardado los míos.

—Yo no soy la Vidente que fallóen adivinar que ellos encontrarían elguardapelo. ¿Cómo explicas eso?¿Cómo ha sido que tus espíritusamigos pasaron por alto una cosa así?—Hizo un gesto sarcástico con elpuro que abarcó a los dos y lo que lesrodeaba.

Amma se giró bruscamente. Sumirada era furibunda.

—No insultes a los Notables.

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Aquí no, en este lugar, no. Ellostienen sus razones, y por algúnmotivo no me lo revelaron.

Apartó la vista de Macon.—No le escuchéis. Os he traído

langostinos en salsa y pastel demerengue de limón. —Estaba claroque no le hablaba a Macon en esemomento—. Son vuestros favoritos —añadió, sacando la comida de unospequeños tupperware y colocándolaen un plato, que luego dejó en elsuelo. Había una pequeña lápida allado y otras dispersas por losalrededores.

—Ésta es nuestra Casa Principal,

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la mejor casa de mi familia, ¿hasoído? Aquí está mi tía abuela Sissy,mi tío bisabuelo Abner y miretatarabuela Sulla. No les faltes elrespeto a los Notables en su propiaCasa. Muestra el debido respeto siquieres respuestas.

—Lo siento.Ella esperó.—De corazón.Luego resopló.—Y ten cuidado con la ceniza.

No hay ceniceros en esta casa. Quéhábito más desagradable.

Él apagó el puro sobre el musgo.—Bueno, vayamos al asunto. No

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tenemos mucho tiempo. Tenemosque saber las idas y venidas de Saraf…

—Shh —siseó ella—. No digas sunombre… esta noche, no. Nodeberíamos estar aquí fuera. La medialuna es para hacer magia blanca y lallena, para la negra. Estamos aquífuera en la noche equivocada.

—No tenemos otra opción. Haocurrido un episodio bastantedesagradable esta tarde, me temo. Misobrina, la que se Desvió el Día de suLlamada, se plantó aquí en elEncuentro de hoy.

—¿La hija de Del? ¿A qué Oscurose le ocurriría enfrentarse a un

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peligro como ése?—A Ridley. Por supuesto, sin que

la invitáramos. Atravesó el umbral demi casa del brazo del chico. Necesitosaber si fue una coincidencia.

—Nada bueno. Eso no es nadabueno. Para nada bueno. —Ammaosciló hacia atrás y hacia delantesobre sus talones, furiosa.

—¿Y bien?—Las coincidencias no existen.

Ya lo sabes.—Al menos estamos de acuerdo

en eso.No conseguía entender nada de lo

que estaba sucediendo. Macon

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Ravenwood jamás ponía un pie fuerade su casa, pero allí estaba, en mitadde la ciénaga, discutiendo con Amma,a la cual yo no tenía ni idea de que élconocía, sobre mí, Lena y elguardapelo.

Amma hurgó en su bolso otra vez.—¿Has traído el whisky? Al tío

Abner le encanta su Wild Turkey.Macon le alargó la botella.—No, ponla ahí —indicó ella,

señalando al suelo—, y despuésaléjate.

—Ya veo que te sigue dandomiedo tocarme después de todos estosaños.

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—A mí no me da miedo nada.Simplemente, quédate en tu sitio. Yono te pregunto sobre tus cosas y noquiero saber nada de ellas.

Él dejó la botella en el suelo apoco más de un metro de dondeestaba Amma. Ella la recogió, vertióel licor en un vaso y se lo bebió de untrago. En toda mi vida jamás la habíavisto beberse algo más fuerte que unataza de té dulce. Luego derramó partedel líquido en la hierba, cubriendo latumba.

—Tío Abner, necesitamos tuintercesión. Reclamo lacomparecencia de tu espíritu en este

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lugar.Macon tosió.—Estás poniendo a prueba mi

paciencia, Melquisedec. —Ammacerró los ojos y abrió los brazos endirección al cielo, con la cabezaechada hacia atrás como si estuvierahablando con la misma luna. Luegose inclinó hacia delante y sacudió unabolsita que había sacado del bolso yel contenido se precipitó sobre latumba, unos huesecitos de pollo.Esperaba que no fueran los huesos delcuenco de pollo frito que me habíacomido hacía un rato, pero tenía lasensación de que seguramente sí lo

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serían.—¿Qué dicen? —inquirió Macon.Ella rozó los huesos con los dedos,

extendiéndolos sobre la hierba.—No obtengo respuestas.Su perfecta compostura comenzó

a debilitarse.—¡No tenemos tiempo para esto!

¿Qué clase de Vidente es el que no venada? Tenemos menos de cinco mesesantes de que cumpla los dieciséis. Siella se Desvía, hará que nos caiga atodos una maldición encima, tantomortales como Casters. Ambostenemos una responsabilidad quehemos aceptado por propia voluntad,

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hace mucho tiempo. Tú con tusmortales y yo con mis Casters.

—No necesito que vengas arecordarme mis responsabilidades. Ymejor si no subes la voz, ¿me hasoído? A ver si va a venir por aquíalguno de mis clientes y nos va a verjuntos. ¿Cómo se tomarían eso de unmiembro selecto e íntegro de lacomunidad como soy yo? No temetas en mis asuntos, Melquisedec.

—Si no averiguamos dónde estáSaraf y qué planea, vamos a tenermuchos más problemas entre manosque el hecho de que tus negocios sevayan al traste, Amarie.

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—Ella es una Oscura. Nunca sesabe qué viento sopla con esa gente.Es como intentar prever dónde irá aparar un tornado.

—Sea como sea, necesito saber siva a intentar entrar en contacto conLena.

—No si va a intentarlo. Más bien,cuándo.

Amma cerró los ojos otra vez,rozando el amuleto del collar que nose quitaba jamás. Era un disco dondehabía tallado algo parecido a uncorazón con una especie de cruz en laparte superior. La imagen estaba yagastada de las miles de veces que

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Amma la acariciaba, del mismo modoque estaba haciendo ahora, mientrassusurraba una especie de salmodia enun lenguaje que no entendí pero quehabía escuchado antes en algún sitio.

Macon paseaba impacientementede un lado a otro. Yo cambié deposición entre las hierbas, intentandono hacer ruido.

—No consigo ninguna lecturaesta noche. Es confuso. Parece que eltío Abner no está de humor. Seguroque es por algo que has dicho.

Ésa debió de ser la gota que colmóel vaso, ya que el rostro de Macon setransformó y su piel pálida relumbró

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entre las sombras. Cuando dio unpaso hacia delante, los ángulosagudos de su rostro resaltaronamenazadores a la luz de la luna.

—Ya está bien de jueguecitos.Una Caster Oscura entró en mi casahoy y eso es imposible. Llegó con tuchico, Ethan, y eso sólo puedesignificar una sola cosa. Él tienealgún tipo de poder y tú me lo hasestado ocultando.

—Eso no tiene sentido. Ese chicotiene tanto poder como yo cola.

—Estás equivocada, Amarie.Pregunta a los Notables y consultalos huesos. No hay otra explicación

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posible. Un Caster Oscuro jamáspodría burlar esa clase de protección,no sin alguna poderosa forma deayuda.

—Has perdido la cabeza. Él notiene ninguna clase de poder. Yo hecriado a ese niño, ¿no te parece que losabría?

—Pues esta vez estás equivocada.Estás demasiado cerca de él y esoobstaculiza tu visión. Y ahora haydemasiadas cosas en juego paracometer ningún error. Ambostenemos nuestros talentos. Te estoyadvirtiendo de que hay más en elchaval de lo que ambos hemos creído.

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—Preguntaré a los Notables. Sihay algo que saber, se asegurarán deque yo me entere. No olvides,Melquisedec, que tenemos que lidiartanto con los vivos como con losmuertos y eso no es tarea fácil. —Volvió a rebuscar en su bolso y sacóuna cuerda de aspecto cochambrosocon unas bolitas de cristal.

—Huesos de Tumba. Cógelos. LosNotables quieren que los tengas.Protegen a los espíritus de losespíritus y a los muertos de losmuertos. A nosotros, los mortales, nonos sirven de nada. Dáselos a tusobrina, Macon. No le harán daño,

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pero puede que alejen a un CasterOscuro.

Macon cogió la cuerdasujetándola entre dos dedos concautela y después la dejó caer en supañuelo, como si estuvieraenvolviendo un gusanoparticularmente asqueroso.

—Muy agradecido.Amma tosió.—Por favor. Díselo, se lo

agradezco mucho. —Alzó la vistahacia la luna como si estuvieracomprobando la hora. Entonces se diola vuelta y desapareció. Se disolvió enla niebla del pantano como si se

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hubiera disipado en una corriente deaire.

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10 DE OCTUBRE10 DE OCTUBREEl jersey rojo

AApenas me había metido en la camacuando salió el sol, y notaba elcansancio hasta en el tuétano de loshuesos, como diría Amma. Ahoraestaba esperando a Link en laesquina. Aunque era un día soleado,me sentía como si se proyectara unasombra sólo sobre mí. Y estabamuerto de hambre. No había sidocapaz de enfrentarme a Amma en lacocina por la mañana. Con sólo una

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mirada a mi rostro habría averiguadotodo lo que había visto la nocheanterior y lo que había sentido, y nopodía arriesgarme a eso.

No sabía qué pensar. Amma, enla que confiaba más que en nadie, aligual que en mis padres, o quizá másaún, me estaba ocultando muchascosas. Que conocía a Macon, y queambos querían separarnos a Lena y amí. Todo aquello tenía que ver con elguardapelo y el cumpleaños de Lena.Y era una situación peligrosa.

No podía encajar todas las piezas,al menos, yo solo. Tenía que hablarcon Lena y en eso era en lo único en

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que podía pensar. Así que no mesorprendí cuando el coche fúnebredio la vuelta a la esquina en vez delCacharro.

—Creo que me has oído. —Medeslicé en el asiento, dejando caer lamochila en el suelo, delante de mí.

—Oír, ¿qué? —Sonrió, con unacierta timidez, y puso su bolso en elasiento—. ¿Que he oído que te gustanlos donuts? Se escuchaba rugir tuestómago desde el mismísimoRavenwood.

Nos miramos el uno al otro algocohibidos. Lena bajó la mirada,avergonzada, y quitó un trozo de hilo

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del suave jersey rojo que llevabapuesto, cuya pinta era de algo quepodrían haber encontrado lasHermanas en alguna parte de sudesván. Conociendo a Lena, seguroque no era del centro comercial deSummerville.

¿Rojo? ¿Desde cuándo usaba algorojo?

Ella no parecía sentir como si sele hubiera nublado el día, si no todolo contrario, como si se le acabara dedespejar. No me había escuchandoningún pensamiento, ni sabía nada deAmma ni de Macon. Sólo queríaverme. Supuse que alguna cosa de las

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que dije la noche anterior habíasurtido efecto. A lo mejor quería quenos diéramos una oportunidad.Sonreí y abrí el paquete.

—Espero que tengas hambre. Hetenido que pelearme con el policíagordo para traértelos. —Apartó elcoche del bordillo.

—¿Así que te ha apetecido venir arecogerme para ir al instituto? —Estoera algo nuevo.

—No. —Bajó la ventana y la brisamatutina hizo ondear su pelo. Hoy,sólo era el viento.

—¿Tienes algo mejor en mente?Se le iluminó la cara.

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—Pero, vamos, ¿cómo puedehaber algo mejor que pasar un díacomo éste en el instituto StonewallJackson? —Estaba contenta. Cuandohizo girar el volante, observé sumano. No había marcas de tinta, ninúmeros, ni cumpleaños. Hoy no lepreocupaba nada.

120. Yo sí lo sabía, como siestuviera escrito con tinta invisibleen mi propia mano. Ciento veintedías hasta que ocurriera aquello quetanto temían Macon y Amma.

Miré por la ventanilla cuando nosdirigimos hacia la Route 9 y deseéque ella pudiera quedarse sólo un

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poco más. Cerré los ojos y volví arepasar el cuaderno de baloncesto enmi mente. Bloqueo directo, dobleposte alto, doblar al hombre ypresión a toda pista.

Cuando llegamos a Summervilleya tenía idea de hacia dónde nosdirigíamos. Sólo había un lugar alque los chicos como nosotros íbamos,aparte de las tres últimas filas delCineplex.

El coche atravesó el suelocubierto de polvo hasta llegar a laparte de atrás del depósito del agua,en los límites ya del campo.

—¿Vas a aparcar aquí? ¿Seguro?

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¿En el depósito del agua? ¿Ahora? —Link no se iba a creer esto en la vida.

Apagó el motor. Teníamos lasventanillas bajadas y todo estaba enpaz, tranquilo; la brisa entraba por lasuya y salía por la mía.

¿No es aquí donde viene la gente?Bueno, no. La gente como nosotros,

no. Y no en mitad de un día de clase.Por una vez, ¿no podemos ser como

ellos? ¿Siempre tenemos que ser comosomos?

Me gusta como somos.Lena se soltó el cinturón de

seguridad, luego me lo quitó a mí y sesentó en mi regazo. La sentí cálida y

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alegre.¿Así que esto es lo que hace la gente

cuando aparca aquí?Soltó una risita y alzó el brazo

para apartarme el pelo de los ojos.—¿Qué es esto?Le cogí el brazo derecho. De la

muñeca le colgaba el brazalete queAmma le había dado a Macon lanoche anterior en el pantano. Se meencogió el estómago y supe que elhumor de Lena iba a cambiar. Teníaque contárselo.

—Me lo dio mi tío.—Quítatelo. —Le di la vuelta al

cordel para buscar el nudo.

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—¿Qué? —Su sonrisa sedesvaneció—. ¿De qué estáshablando?

—Quítatelo.—¿Por qué? —Apartó el brazo.—Anoche ocurrió algo.—¿Qué pasó?—Después de que regresara a casa

seguí a Amma hasta Wader's Creek,donde vive ella. Se escabulló denuestra casa a medianoche paraencontrarse con alguien en elpantano.

—¿Con quién?—Con tu tío.—¿Y qué estaban haciendo allí?

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—Su rostro se volvió del color blancode la tiza. Estaba seguro de que lasesión de aparcamiento habíaterminado.

—Estaban hablando de ti, denosotros. Y del guardapelo.

Ahora sí que prestaba atención.—¿Qué hay del guardapelo?—Es una especie de talismán

Oscuro, sea eso lo que sea, y tu tío ledijo a Amma que yo no lo habíaenterrado. Se pusieron furiosos.

—¿Cómo saben ellos que es untalismán?

Empezaba a enfadarme de veras.No parecía estar concentrándose en

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el meollo del asunto.—¿Y cómo es que ellos se

conocen? ¿Tú tenías alguna idea deque tu tío conociera a Amma?

—No. No sé a cuánta genteconoce él.

—Lena, estaban hablando de ti yde mí. Querían mantener elguardapelo lejos de nosotros ysepararnos. Tengo la sensación deque piensan que yo soy una especiede amenaza. Como si me estuvierametiendo en medio de algo. Tu tíopiensa…

—¿Qué?—Cree que tengo algún tipo de

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poder.Se echó a reír en alto, lo cual me

molestó aún mucho más.—¿Y por qué iba a pensar eso?—Porque fui con Ridley a

Ravenwood. Dice que tengo el poderde hacerlo.

Frunció el ceño.—Lleva razón. —Pero ésa no era

la respuesta que yo estaba esperando.—Estás de broma, ¿no? Si yo

tuviera poderes, ¿no crees que losabría?

—No tengo ni idea.Quizás ella no lo sabría, pero yo

sí. Mi padre era escritor y mi madre

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se había pasado la vida leyendo losdiarios de los generales muertos de laGuerra de Secesión. Yo estaba lo máslejos posible de ser un Caster, a no serque sacar de quicio a Amma pudieracalificarse como poder. Seguramentetenía que haber algún agujero en laprotección de la casa que habíapermitido que Ridley entrara. A unode los cables del sistema de seguridadcaster se le habían fundido losplomos.

Lena debía de estar pensando lomismo que yo.

—Relájate. Estoy segura de quedebe haber una explicación. Así que

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Macon y Amma se conocen… Pues yalo sabemos.

—Pues no parece que te molestemucho.

—¿Qué quieres decir?—Nos han estado mintiendo, a los

dos. Se encuentran en secreto paraplanear separarnos y para que nosdeshagamos del guardapelo.

—Nunca les hemos preguntado sise conocían. —¿Por qué actuaba deesta manera? ¿No debía estarmolesta, enfadada o algo así?

—¿Y por qué íbamos a hacerlo?¿Es que no te parece extraño que tutío esté con Amma en medio del

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pantano a medianoche, hablando conlos espíritus y leyendo huesos depollo?

—Es raro, pero seguramente estántratando de protegernos.

—¿De qué? ¿De la verdad?También estuvieron hablando de algomás. Intentaban encontrar a alguien,Sara o un nombre así. Y sobre queuna maldición caería sobre nosotros sitú te Desviabas.

—¿De qué estás hablando?—No tengo ni idea. ¿Por qué no

se lo preguntas a tu tío? A ver si él tedice la verdad de una vez por todas.

Esta vez había ido demasiado

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lejos.—Mi tío está arriesgando su vida

para protegerme. Siempre ha estadoconmigo cuando lo he necesitado.Me trajo aquí en cuanto supe que mepodía convertir en un monstruodentro de unos cuantos meses.

—Pero ¿de qué te estáprotegiendo? ¿Tú lo sabes?

—¡De mí misma! —gritó. Así queera esto. Abrió la puerta y saltó de miregazo. La sombra del gigantescodepósito de agua nos aislaba deSummerville, pero el día ya no mepareció tan soleado. Donde anteshabía un cielo azul sin una nube,

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ahora empezaba a teñirse de gris.La tormenta se aproximaba. Ella

no quería hablar del tema, pero a míno me importaba.

—Esto no tiene ningún sentido.¿Por qué se encuentra con Amma amedianoche para decirle que todavíatenemos el guardapelo? ¿Por qué noquiere que lo tengamos? Y lo másimportante de todo, ¿por qué noquieren que estemos juntos?

Allí estábamos los dos,gritándonos en medio del campo. Labrisa se estaba transformando en unviento fuerte. El pelo de Lenacomenzó a revolotear a su alrededor.

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—No lo sé —me increpé—. Lospadres quieren separar a los jóvenes,eso es lo que siempre hacen. Siquieres saber el porqué, a lo mejordeberías preguntárselo a Amma. Ellame odia. Ni siquiera puedo ir abuscarte a casa porque te da miedoque nos vea juntos.

El nudo que se me había formadoen la boca del estómago se tensó.Estaba enfadado con Amma, másenfadado de lo que había estado entoda mi vida, pero la seguíaqueriendo. Era ella quien me habíadejado las cartas del Ratoncito Pérezbajo la almohada, la que me había

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curado las heridas de las rodillas y laque me había lanzado miles de pasescuando quise entrar en la ligainfantil. Y desde que murió mi madrey mi padre desapareció, Amma habíasido la única que se había preocupadopor mí, la única que me habíacuidado o vigilado si me saltaba lasclases o perdía un partido. Queríapensar que tenía una explicaciónpara todo esto.

—Tú es que no la entiendes. Sóloquiere…

—¿Qué? ¿Protegerte? ¿Igual quemi tío quiere protegerme a mí? ¿Esque no se te ha ocurrido que ellos

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quizá sólo quieran protegernos a losdos de la misma cosa…? ¿De mí?

—¿Por qué siempre llevas lascosas al mismo punto?

Se apartó, como si pasara de mí yasí lo consiguiera.

—¿Y qué otra cosa puede ser? Deeso es de lo que va todo esto. Tienemiedo de que te haga daño a ti o aalguna otra persona.

—Estás equivocada. Esto tieneque ver con el guardapelo. Hay algoque ellos no quieren que sepamos. —Me metí la mano en el bolsillo,buscando el contorno de aquelpeculiar objeto envuelto en el

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pañuelo. Después de la última noche,no había forma de que lo apartara demi vista. Estaba seguro de que Ammaiba a ponerse a buscarlo y si loencontraba, yo no volvería a verlojamás—. Tenemos que averiguar quéfue lo que pasó después.

—¿Ahora?—¿Por qué no?—Ni siquiera sabemos si

funcionará o no.Comencé a desenvolverlo.—Sólo hay una manera de

averiguarlo.La cogí de la mano, aunque

intentó apartarla de un tirón. Toqué

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el suave metal…La luz de la mañana se tornó cada

vez más brillante hasta que no pudever otra cosa. Sentí el tirón familiarque me había llevado cientocincuenta años atrás. Y después unfrenazo. Abrí los ojos. Pero en vez delcampo fangoso y las llamas en ladistancia, todo lo que se veía eran lassombras del depósito y del coche. Elguardapelo no nos había llevado aninguna parte.

—¿Lo has notado? Comenzó yluego se paró de repente.

Ella asintió y me empujó.—Creo que estoy mareada o como

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llames tú al mal cuerpo que tengoahora mismo.

—¿Lo has bloqueado tú?—¿De qué estás hablando? Yo no

he hecho nada.—¿Me lo juras? ¿No estás usando

tus poderes de Caster o algo parecido?—No, estoy demasiado ocupada

intentando desviar de mí tu Poder deEstupidez, aunque creo que no soy lobastante fuerte.

No tenía mucho sentido, eso deentrar en la visión y luego salirexpulsados de ella. ¿Había cambiadoalgo? Lena lo cogió, y dobló elpañuelo sobre el guardapelo. El

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mugroso brazalete de cuero queAmma le había dado a Macon captómi atención.

—Quítate eso. —Deslicé el dedobajo la cuerdecita y levanté el brazohasta ponerlo a la altura de mis ojos.

—Ethan, esto es para protegerme.Me dijiste que Amma hace estascosas continuamente.

—No creo que sea eso.—¿Qué estás diciendo?—Digo que quizás esta cosa sea la

culpable de que el guardapelo nofuncione.

—Ya sabes que no siemprefunciona.

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—Pero empezó a hacerlo y algo lodetuvo.

Sacudió la cabeza y sus rizosrevueltos le rozaron los hombros.

—¿En serio te crees eso?—Vamos a comprobar si estoy

equivocado. Quítatelo.Me miró como si me hubiera

vuelto loco, pero yo tenía claro queera por eso. Ya veríamos.

—Si me equivoco, te lo pones denuevo.

Dudó un segundo y luego alargóel brazo para que pudiera desatárselo.Solté el nudo y me guardé el amuletoen el bolsillo. Cogí el guardapelo y le

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agarré la mano.Cerré la otra alrededor y

comenzamos a girar hacia la nada…

Había empezado a llover casi deinmediato. Una lluvia fuerte, un diluvio,como si el cielo hubiera abierto lascompuertas. Ivy siempre decía que lalluvia eran las lágrimas de Dios y hoyGenevieve no pudo estar más de acuerdocon ella. Sólo estaba a pocos metros, perono veía forma de llegar a tiempo. Searrodilló al lado de Ethan y acunó sucabeza entre las manos. Tenía larespiración agitada, pero aún estaba vivo.

—No, no, a este chico no. Ya te has

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llevado demasiado. Demasiado. Al chico,no. —La voz de Ivy alcanzó un ritmofebril y luego comenzó a rezar.

—Ivy, ayúdame. Necesito agua,whisky y algo para extraerle la bala.

Genevieve presionó la tela acolchadade su falda en el agujero que había dondeantes estaba el pecho de Ethan.

—Te quiero. Me habría casadocontigo pensara tu familia lo que pensara—susurró.

—No digas eso, Ethan Cárter Wate.No digas eso como si te fueras a morir.Te vas a poner bien. Ya lo verás —insistió ella, intentando convencerlo a éltanto como a sí misma.

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Genevieve cerró los ojos y seconcentró en las flores abriéndose, en elllanto de los recién nacidos y en el solalzándose en el firmamento.

Nacimiento; no muerte.Se concentró en esas imágenes,

deseando que las cosas fueran así. Dabanvueltas dentro de su cabeza.

Nacimiento; no muerte.Ethan se asfixiaba. Ella abrió los ojos

y se encontró con los suyos. Durante uninstante, el tiempo se detuvo. Después, élcerró los ojos y dejó caer la cabeza haciaun lado.

Genevieve cerró los ojos de nuevo,visualizando las imágenes. Tenía que ser

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un error, no podía morirse. Ella habíaconvocado todo su poder. Lo había hechomillones de veces antes, moviendo objetosen la cocina de su madre para gastarlebromas a Ivy y para curar pajaritos quese habían caído de sus nidos.

¿Por qué no había funcionado ahoracuando más falta le hacía?

—Ethan, despiértate, por favor,despiértate.

Abrí los ojos. Estábamos de pie enmedio del campo, exactamente en elmismo lugar donde habíamos estadoantes. Miré a Lena. Tenía los ojosbrillantes y estaba a punto de llorar.

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—Oh, Dios mío.Me incliné y toqué las malas

hierbas donde nos hallábamos. Habíauna mancha rojiza en las plantas y enla tierra que había a nuestroalrededor.

—Es sangre.—¿Su sangre?—Eso creo.—Tenías razón. El brazalete

estaba bloqueando la visión, pero¿por qué me dijo el tío Macon queera para protegerme?

—Quizá sí lo sea. Aunque a lomejor sirve para más cosas.

—No intentes hacer que me

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sienta mejor.—Es obvio que hay algo que tiene

que ver con el guardapelo, y casi teapostaría que también conGenevieve, que no quieren quesepamos. Tenemos que averiguartodo lo que podamos sobre los dos yhacerlo antes de tu cumpleaños.

—¿Por qué mi cumpleaños?—Se lo oí anoche a Amma y a tu

tío. Sea lo que sea lo que no quieranque sepamos tiene que ver con tucumpleaños.

Lena aspiró una gran bocanada deaire, como si estuviera intentandomantener la compostura.

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—Ellos saben que me voy aconvertir en Oscura. De eso es de loque va todo esto.

—¿Y qué tiene que ver con elguardapelo?

—No lo sé, pero no me importa.Nada de eso importa. Dentro decuatro meses no seré yo misma, yahas visto cómo es Ridley. En eso es enlo que me voy a transformar, o enalgo peor. Si mi tío tiene razón y soyNatural, a mi lado Ridley va a pareceruna voluntaria de la Cruz Roja.

La atraje hacia mí, envolviéndolaentre mis brazos como si pudieraprotegerla de algo cuando ambos

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sabíamos que yo no podía hacerlo.—No puedes pensar eso. Tiene

que haber alguna forma de pararlo, sies que es verdad.

—No lo pillas. No hay forma dedetenerlo. Simplemente, pasa. —Estaba elevando la voz y el vientocomenzó a repuntar de nuevo.

—Vale, quizá lleves razón. A lomejor ocurre. Pero vamos a tratar deencontrar algo para que no suceda.

Sus ojos se estaban nublandoigual que el cielo.

—¿No podemos disfrutarsimplemente del tiempo que nosqueda? —Por primera vez, me di

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cuenta de lo que significabanrealmente esas palabras.

El tiempo que nos queda.No podía perderla. Y no lo haría.

Me volvía loco sólo con pensar quetal vez no podría tocarla de nuevo.Más loco que si perdiera a todos misamigos o si fuera el chico menospopular del colegio. O de que Ammaestuviera permanentemente enfadadaconmigo. Perderla era lo peor quepodía imaginar. Era como si lasintiera caer, pero, esta vez,realmente chocara contra el suelo.

Pensé en el momento en queEthan Cárter Wate cayó al suelo y en

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la sangre sobre la hierba. El vientocomenzó a aullar. Ya era hora deirnos.

—No hables así, encontraremosuna solución.

Pero mientras lo estaba diciendo,no sabía si realmente lo creía.

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13 DE OCTUBRE13 DE OCTUBREMarian la

bibliotecaria

HHabían pasado ya tres días y todavíaseguía pensando en ello. Habíandisparado a Ethan Cárter Wate yseguramente estaba muerto. Lo habíavisto con mis propios ojos. Bueno,técnicamente, todos los que habíanparticipado en aquella historia ahoraestaban muertos. Pero, de Ethan aEthan, estaba teniendo problemaspara superar la muerte de este soldado

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confederado en particular. O másbien, de ese desertor confederado. Miretataratío.

Estuve pensando en ello durantela clase de matemáticas, mientrasSavannah metía la pata en laecuación delante de toda la clase. Elseñor Bates estaba demasiadoocupado leyendo el último númerode Guns and Ammo para darse cuenta.Seguí pensando en ello durante lareunión de los Futuros GranjerosAmericanos, ya que no pudeencontrar a Lena y terminésentándome con la banda. Link sehabía puesto con los chicos unas

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cuantas filas a mis espaldas, pero nome di cuenta hasta que Shawn yEmory comenzaron a hacer ruidos deanimales. Al cabo de un rato dejé deescucharlos, pues mi mente regresó aEthan Cárter Wate.

No sólo era porque eraconfederado. Todo el mundo en elcondado de Gatlin estabaemparentado con alguien del ladoperdedor en la Guerra de Secesión. Aestas alturas, ya estábamosacostumbrados a eso. Era como habernacido en Alemania después de laSegunda Guerra Mundial, en Japóndespués de Pearl Harbor o en

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América tras Hiroshima. A veces, lahistoria es un asco y uno no puedecambiar el lugar de donde es. Aun así,uno no tiene que quedarse en esesitio. No hay por qué aferrarse alpasado, como las señoras de las Hijasde la Revolución Americana, de laSociedad Histórica de Gatlin o lasHermanas. Y no hay por qué aceptarque las cosas son como tienen queser, tal como hacía Lena. EthanCárter Wate no lo hizo y yo tampocopodía hacerlo.

Todo cuanto sabía, ahora queconocía al otro Ethan Wate, era queteníamos que averiguar más cosas de

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Genevieve. En primer lugar, quizáshabía alguna razón por la que noshubiéramos encontrado elguardapelo. Y a lo mejor tambiénhabía otra para que nos hubiéramostropezado el uno con el otro en unsueño, incluso aunque fuera algo másparecido a una pesadilla.

Si las cosas hubieran sidonormales y mi madre viviera, lehabría preguntado qué hacer. Peroella ya no estaba y mi padre sehallaba demasiado perdido en sumundo para servir de alguna ayuda,del mismo modo que Amma noestaría dispuesta a ayudarnos con

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nada que tuviera que ver con elguardapelo. Lena seguía tomándosemal lo de su tío Macon; la lluvia quecaía fuera la delataba. Se suponía quetenía que hacer los deberes, lo quesignificaba que necesitaba más omenos un litro y medio de batido dechocolate y tantas galletas como mecupieran en la otra mano.

Caminé pasillo abajo hacia lacocina y me detuve frente al estudio.Mi padre estaba duchándose. Ése eraapenas el único rato que solía estarfuera de allí, de modo que la puertaseguramente estaría cerrada. Siemprelo estaba desde el incidente del

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manuscrito.Me quedé mirando el pomo de la

puerta y eché un vistazo a ambosextremos del pasillo. Coloqué lasgalletas como pude encima del batidoy alargué la mano. Antes de quellegara a tocar el picaporte siquiera,escuché el sonido de la cerraduraabriéndose. La puerta se abrió ellasola, como si alguien la hubieraabierto desde dentro. Se me cayeronlas galletas al suelo.

Hacía casi un mes no me lohabría podido creer, pero ahora sabíamás cosas. Esto era Gatlin. No elGatlin que yo pensé que conocía,

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sino algún otro que aparentementehabía estado escondido desdesiempre. Un pueblo donde la chicaque me gustaba pertenecía a unalarga saga de Casters, la asistenta demi casa era una Vidente que leíahuesos de pollo en el pantano yllamaba a los espíritus de susancestros muertos e incluso mi padreactuaba como un vampiro.

No había nada que fuera lobastante increíble en este nuevoGatlin. No deja de ser gracioso queuno pueda estar viviendo toda la vidaen un lugar y no lo conozca enabsoluto.

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Empujé la puerta, con lentitud,tímidamente. Apenas atisbé elestudio, la esquina con las estanteríasempotradas, atestadas con los librosde mi madre y los restos de la Guerrade Secesión que solía recoger portodas partes. Respiré. No meextrañaba que mi padre hubierasalido del estudio.

Casi podía verla allí, acurrucadaen su viejo sillón para leer al lado dela ventana. O también podría haberestado escribiendo a máquina al otrolado de la puerta. Todo estaba comosiempre, y si abría la puerta un pocomás, tendría incluso la sensación de

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su presencia en aquel lugar. Pero nose oía a nadie escribiendo y sabía queella no estaba allí y que no volvería aestar nunca más.

Los libros que necesitaba estabanen las estanterías. La única que sabíamás de la historia del condado deGatlin que las Hermanas era mimadre. Di un paso hacia delante,empujando la puerta sólo unoscentímetros más.

—Por la Sagrada Forma del Cieloy de la Tierra, Ethan Wate, si osasponer un pie en esa habitación, tupadre te va a dejar fuera de combatehasta la semana que viene.

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Casi se me cayó el batido. Amma.—No estoy haciendo nada. La

puerta se ha abierto.—Debería darte vergüenza. No

hay un fantasma en Gatlin que seatreva a poner el pie en el estudio detu padre y de tu madre, salvo el deella misma. —Me miró desafiante.Había algo en sus ojos que me hizopreguntarme si estaba intentandodecirme algo, posiblemente la verdad.A lo mejor era mi madre la que habíaabierto la puerta.

Porque una cosa estaba clara: algoo alguien quería que yo entrara enaquel estudio, del mismo modo que

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otro quería mantenerme alejado.Amma cerró de un portazo. Sacó

una llave del bolsillo y la giró en lacerradura. Escuché el clic ycomprendí que mi oportunidad sehabía pasado tan rápidamente comohabía aparecido. Se cruzó de brazos.

—Es un día normal de clases. ¿Notienes que estudiar?

La miré, fastidiado.—¿No tienes que volver a la

biblioteca? ¿Habéis terminado Link ytú el trabajo?

Y entonces caí en la cuenta.—Ah, sí, claro, la biblioteca. De

hecho, es adónde iba. —La besé en la

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mejilla y me marché corriendo.—Saluda a Marian de mi parte, y

no llegues tarde a cenar.La vieja Amma. Siempre tenía

respuestas para todo, lo supiera o no,quisiera darlas o no.

Lena me estaba esperando en elaparcamiento de la biblioteca delcondado de Gatlin. El hormigónresquebrajado todavía estaba mojadoy brillante después de la lluvia.Aunque todavía faltaban dos horaspara que se cerrara, su coche era elúnico que había en el aparcamiento,a excepción de una vieja camioneta

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color turquesa. Baste decir que no erauna gran biblioteca como las de laciudad. No había muchas cosas quequisiéramos saber, salvo que fueraalgo relativo a nuestro pueblo, y si tuabuelo o tu bisabuelo no te lo podíancontar, seguro que no merecía la penasaberlo.

Lena estaba apoyada en una pareddel edificio, escribiendo en sucuaderno. Llevaba unos vaquerosrotos, unas katiuskas grandes y unasuave camiseta negra. Entre los rizos,le colgaban alrededor de la carapequeñas trencitas. Casi parecía unachica normal y yo no estaba seguro

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de querer que lo fuera. Sí estabaseguro de que quería volver a besarla,pero eso tendría que esperar. SiMarian nos ayudaba, tendría muchasmás oportunidades de besarla.

Volví a repasar el cuaderno dejuego. Bloqueo directo.

—¿De verdad crees que aquí hayalgo que pueda interesarnos? —Lenaalzó la vista de su cuaderno hacia mí.

Tiré de ella.—No algo. Alguien.La biblioteca era preciosa. Había

pasado muchas horas en ella cuandoera pequeño y había heredado de mimadre la idea de que una biblioteca

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era una especie de templo. Ésta enparticular era uno de los pocosedificios que habían sobrevivido a lamarcha de Sherman y a la GranQuema. Este edificio y el de laSociedad Histórica eran los másantiguos del pueblo, aparte deRavenwood. Era una venerable casavictoriana de dos plantas, vieja yerosionada por el tiempo, con lapintura cayéndose a pedazos y susbuenas décadas de parras durmiendoalrededor de sus puertas y ventanas.Olía a madera envejecida y acreosota, al forro de plástico de loslibros y a papel viejo. El de papel

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viejo, a decir de mi madre, era en sí elolor del tiempo.

—No lo pillo. ¿Por qué labiblioteca?

—No sólo es la biblioteca, sinoMarian Ashcroft.

—¿La bibliotecaria? ¿La amigadel tío Macon?

—Marian era la mejor amiga demi madre y su colega deinvestigación. Aparte de mi madre, esla persona que mejor conoce elcondado de Gatlin y la tía más listadel pueblo en este momento.

Lena se me quedó mirando,escéptica.

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—¿Más inteligente que el tíoMacon?

—Vale. La mortal más inteligentede Gatlin.

Nunca conseguí imaginarme quéhacía una persona como Marian enun pueblo como Gatlin. «Aunquevivas en mitad de la nada», me dijoun día, mientras se comía unsandwich de atún con mi madre, «nosignifica que no sepas nada de eselugar. No tenía ni idea de lo quequería decir con eso, aunque lo ciertoera que la mitad de las veces tampocome enteraba mucho de lo que estabahablando. Quizás ése era el motivo

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por el cual Marian se llevaba tanbien con mi madre. La otra mitad deltiempo tampoco pillaba mucho de loque decía mi madre. Como ya hedicho, era probablemente la mejorcabeza del pueblo o tal vez la quetenía más personalidad.

Mientras caminábamos por labiblioteca vacía, Marian deambulabaentre las estanterías descalza,lamentándose como un loco sacado deuna tragedia griega, la cual eraaficionada a declamar. Como labiblioteca era como una ciudadfantasma, salvo por la visita ocasionalde alguna señora de las Hijas de la

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Revolución Americana para consultaralgún dato genealógico poco claro,Marian tenía todo el lugar a sudisposición.

—¿En tu conocimiento está?Seguí su voz profunda entre las

estanterías.—¿A tus oídos ha llegado?Giré donde ponía Ficción y allí

estaba, balanceándose, sujetando unapila de libros en sus brazos y mirandohacia mí pero sin verme.

—¿O te ha sido ocultado…?Lena dio un paso detrás de mí.—¿… que nuestros seres queridos

han sido amenazados…?

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Marian miró hacia Lena con susgafas rojas y cuadradas.

—¿… con la maldición de nuestrosenemigos?

Marian estaba allí y no estaba.Conocía bien esa mirada y sabía que,como siempre tenía una cita paratodo, no las solía escoger al azar.¿Qué maldición de mis enemigos meamenazaba a mí o a mis amigos? Siesa amiga era Lena, no estaba segurode querer saberlo.

Yo leía mucho, pero, desde luego,no tragedia griega.

—¿Edipo rey?Abracé a Marian sobre la pila de

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libros. Me devolvió el abrazo contanta fuerza que apenas podíarespirar y una pesada biografía delgeneral Sherman se me clavó en lascostillas.

—Antígona —dijo Lena a miespalda.

Fantasma.—Muy bien. —Sonrió Marian

por encima de mi hombro.Le hice una mueca a Lena, que se

encogió de hombros.—Lo sé por los deberes.—Siempre me impresiona

conocer a un joven que haya leídoAntígona.

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—Todo lo que recuerdo es quequería enterrar a un muerto.

Marian nos sonrió. Luego puso lamitad de los libros en mis brazos y laotra mitad en los de Lena. Su rostroal sonreír era tan espectacular quebien podría haber aparecido en laportada de una revista. Su dentaduraera perfecta y su piel de un preciosocolor marrón, de modo que parecíamás una modelo que unabibliotecaria. Era muy guapa y deaspecto exótico, una mezcla de tantassangres que observarla era comocontemplar la historia del sur: teníaantepasados de las Indias

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Occidentales, las Antillas Menores,Inglaterra, Escocia, e inclusonativoamericanos. Su árbolgenealógico sería en realidad todo unbosque de árboles para que pudieranreflejar su ascendencia.

Aunque nosotros estábamos al surde algún sitio y al norte de ningunaparte, como diría Amma, MarianAshcroft vestía como si estuviera aúndando clases en Duke. Su ropa, susjoyas, todo tenía su toque personal;sus preciosos y coloridos pañuelosparecían ser de otro sitio y lesentaban fenomenal con su pelo tancorto, supermodemo, aunque ésa no

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era su intención.Marian no parecía del condado de

Gatlin, igual que Lena, y eso que ellahabía vivido aquí tanto tiempo comomi madre. Ahora, incluso más tiempoque ella.

—Te he echado mucho de menos,Ethan. Y tú, tú debes de ser lasobrina de Macon, Lena. Nuestrainfame recién llegada al pueblo. Lachica de la ventana. Oh, sí, claro quehe oído hablar de ti. Las señorashablan de ello.

Seguimos a Marian hasta elmostrador principal. Puso los librosen un carrito para colocarlos en su

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sitio.—No se crea nada de lo que oiga,

doctora Ashcroft.—Por favor, Marian.Casi se me cayó uno de los libros.

Marian era la doctora Ashcroft paracasi todo el mundo, exceptuando mifamilia. Le estaba ofreciendo a Lenaentrar en su círculo más íntimo y notenía ni idea de por qué.

—Marian. —Lena sonrió. Ésta erasu primera prueba de nuestra famosahospitalidad sureña, quitándonos aLink y a mí, y procedía de otrapersona ajena a la comunidad.

—La única cosa que yo quiero

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saber es, cuando rompiste la ventanacon el palo de tu escoba, ¿no tecargaste a la generación futura de lasHijas de la Revolución Americana?—Marian comenzó a cerrar laspersianas y nos hizo un gesto paraque le ayudáramos.

—Claro que no. Si lo hubierahecho, ¿de dónde habría sacado todaesa publicidad gratis?

Marian echó la cabeza hacia atrásy se rio, pasando el brazo por elhombro de Lena.

—Un buen sentido del humor,Lena. Eso te hará mucha falta parasobrevivir en este pueblo.

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Lena suspiró.—He escuchado muchas burlas y

casi todas sobre mí.—Ah, pero… «Los monumentos

elevados al ingenio sobreviven a loselevados al poder».

—¿Es de Shakespeare? —Mesentía un poco marginado de laconversación.

—Casi, sir Francis Bacon. Aunqueclaro, si eres de los que piensan quefue él quien escribió las obras deShakespeare, supongo que hasacertado a la primera.

—Me rindo.Marian me revolvió el pelo.

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—Has crecido casi medio metrodesde la última vez que te vi, E.W.¿Con qué te alimenta Amma? ¿Pastelpara desayunar, almorzar y cenar?Tengo la sensación de que no te hevisto desde hace un siglo.

La miré.—Ya lo sé, lo siento.

Simplemente, no me apetecíamucho… leer.

Marian sabía que estabamintiendo, pero me entendió. Seacercó a la puerta y cambió el letrerode Abierto por el de Cerrado. Echó elcerrojo y sonó un chasquido seco. Merecordó al del estudio.

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—¿Pero la biblioteca no estáabierta hasta las nueve? —Si no eraasí, perdería una excusa estupendapara poder salir a escondidas conLena.

—Hoy no. La bibliotecaria jefeha declarado que hoy es la Fiesta dela Biblioteca del Condado de Gatlin.Es bastante espontánea en estas cosas.—Guiñó un ojo—. Para serbibliotecaria, claro.

—Gracias, tía Marian.—Ya sé que no estarías aquí si no

tuvieras una razón y sospecho quetiene toda la pinta de referirse a lasobrina de Macon Ravenwood. Así

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que, ¿por qué no nos vamos a lahabitación de atrás, hacemos un té eintentamos ser razonables? —AMarian le gustaban los juegos depalabras.

—Es más que una pregunta, laverdad. —Lo sentía en mi bolsillo,donde el guardapelo seguía envueltoen el pañuelo de Sulla la Profetisa.

—«Cuestiónalo todo. Aprendealgo. Pero no esperes respuestas».

—¿Homero?—Eurípides. Y mejor será que

aparezcan algunas respuestas, E.W.,o la verdad es que vamos a tener queir a una de esas reuniones del consejo

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escolar.—Pero has dicho que no

esperemos respuestas.Abrió una puerta con un letrero

donde ponía ARCHIVO PRIVADO.—¿He dicho eso?Como Amma, Marian siempre

parecía tener respuestas para todo.Como cualquier buena bibliotecaria.

Como mi madre.

Nunca había pisado antes el archivoprivado de Marian, la habitación deatrás. Ahora que lo pensaba, noconocía a nadie que hubiera estadoallí, salvo mi madre. Era el espacio

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que ellas compartían, el lugar dondeescribían e investigaban y quiénsabía qué más cosas. Ni siquiera mipadre podía entrar. Me acordé deMarian deteniéndole en la puerta,mientras mi madre examinaba undocumento histórico:

—Privado quiere decir privado.—Es una biblioteca, Marian. Las

bibliotecas se han creado parademocratizar el conocimiento yhacerlo público.

—Por aquí las bibliotecas se hancreado para que los AlcohólicosAnónimos tengan un lugar dondereunirse cuando los baptistas les dan

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la patada.—Marian, no seas ridícula. Sólo

es un archivo.—No pienses en mí como una

bibliotecaria. Piensa en mí como enuna científica pirada y éste es milaboratorio secreto.

—Estás loca de verdad. Sólo estáismirando viejos papeles destrozados.

—«Si revelas nuestros secretos alviento, no culpes al viento de que selos cuente a los árboles».

—Khalil Gibran —le espetó comorespuesta.

—«Tres pueden mantener unsecreto siempre que dos estén

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muertos».—Benjamín Franklin.Al final, mi padre abandonó todo

intento de entrar en el archivo. Asíque nos volvimos a casa y noscomimos un helado de chocolate connueces. Después de aquello siemprepensé en mi madre y en Marian comoen dos imparables fuerzas de lanaturaleza. Dos científicas piradas,como ella había dicho, encadenadasal laboratorio. Escribían libros comosalchichas, uno detrás de otro; inclusohabían llegado a ser finalistas de losPremios Voice of the South, elequivalente sureño del Pulitzer. Mi

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padre estaba extremadamenteorgulloso de mi madre, de las dos,aunque nos arrollaban un poco anosotros en su camino. «Una mentellena de vida», así es como éldescribía a mi madre, especialmentecuando se encontraba en mitad de unproyecto. Entonces era cuandoparecía más ausente y, de algunamanera, cuando él parecía amarlamás.

Y ahora, aquí estaba yo, en elarchivo privado, sin mi padre ni mimadre, y sin el helado de chocolatecon nueces a mano. Las cosas estabancambiando rápidamente, teniendo en

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cuenta que Gatlin era un pueblo queno cambiaba en absoluto.

La habitación estaba revestida enmadera y era seguramente la másoscura del tercer edificio más antiguode Gatlin, pues estaba aislada y nisiquiera tenía ventanas. En el centrode la estancia había cuatro grandesmesas de roble dispuestas en paralelo.Cada centímetro de las paredes estabacubierto de libros. Municiones yartillería de la Guerra de Secesión. El reyalgodón: el oro blanco del sur. Habíavarios manuscritos en unas gavetasmetálicas y diversos archivadoresatestados se alineaban en una

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estancia más pequeña que había alfinal del archivo.

Marian se ocupó de poner latetera en el hornillo. Lena seencaminó hacia una pared en la quehabía colgados varios mapas delcondado de Gatlin, bastanteestropeados, tan antiguos como lasmismas Hermanas.

—Mira, Ravenwood. —Lenamovió el dedo por el cristal—. Y aquíestá Greenbrier. En este mapa se vemucho mejor la línea que separa lasdos propiedades.

Avancé hasta la esquina másalejada de la habitación, donde había

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una mesa solitaria cubierta por unafina capa de polvo y alguna ocasionaltela de araña. Unos viejos estatutosde la Sociedad Histórica yacíanabiertos, con nombres rodeados porcírculos y un lápiz todavía metido enel lomo. Al lado, había un papel decalco con un mapa superpuesto sobreun plano del actual Gatlin, parecíaalguien había intentado excavarmentalmente el viejo pueblo bajo elnuevo. Y encima de todo estaba unafoto del cuadro que había en elvestíbulo de la casa de MaconRavenwood.

La mujer con el guardapelo.

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Genevieve. Tiene que ser Genevieve.Tenemos que contárselo, Lena. Tenemosque preguntarle si sabe algo.

No podemos. No podemos confiar ennadie. Ni siquiera sabemos por quétenemos estas visiones.

Lena, confía en mí.—¿Qué es todo esto que hay por

aquí, tía Marian?Me miró y su rostro se nubló

ligeramente.—Ése era nuestro último

proyecto. De tu madre y mío.¿Por qué tenía mi madre una foto del

cuadro de Ravenwood?No lo sé.

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Lena se acercó también a la mesay cogió la foto del cuadro.

—Marian, ¿qué hacíais aquí conesta pintura?

Nos dio a cada uno una taza de técon su platito. Ésta era otra cosatípica de Gatlin, se usaba un platito atodas horas, daba igual para qué.

—Seguro que la has reconocido,Lena, pertenece a tu tío Macon. Dehecho, esa foto me la envió él.

—Pero ¿quién es la mujer?—Genevieve Duchannes, pero

suponía que ya lo sabrías.—Pues la verdad es que no.—¿No te ha enseñado tu tío nada

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de tu genealogía?—No me cuenta nada de mis

parientes muertos. Nadie quiere sacarel tema de mis padres.

Marian se dirigió hacia una de lasgavetas y rebuscó algo.

—Genevieve Duchannes era tutrastatarabuela, un personaje muyinteresante, la verdad. Lila y yoestuvimos reconstruyendo el árbolgenealógico de los Duchannes paraun proyecto en el que nos estabaayudando tu tío Macon, justo hasta…—Bajó la mirada—, el año pasado.

¿Mi madre conocía a MaconRavenwood? Creí que él había dicho

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que sólo conocía sus trabajos.—¿Te gustaría ver tu árbol

genealógico? —Marian sacó unoscuantos pergaminos amarillentos.Extendió el árbol familiar de Lena allado del de Macon.

Señalé el de Lena.—Qué raro. Todas las mujeres de

tu familia se apellidan Duchannes,incluso las casadas.

—Es algo típico de mi familia. Lasmujeres mantienen su apellido desoltera, incluso aunque se casen.Siempre ha sido así.

Marian miró a Lena.—Suele ocurrir en linajes de

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sangre donde las mujeres seconsideran particularmentepoderosas.

Yo quería cambiar de tema. Nodeseaba abundar mucho en el asuntode las mujeres poderosas de la familiade Lena con Marian, especialmenteconsiderando que no cabía duda deque Lena era una de ellas.

—¿Por qué estabais haciendomamá y tú el árbol genealógico de losDuchannes? ¿Cuál era el proyecto?

Marian removió su té.—¿Azúcar?Ella apartó la mirada mientras yo

me echaba el azúcar.

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—En realidad, estábamosinteresadas sobre todo en esteguardapelo. —Señaló una fotografíade Genevieve en la que ella lo llevabapuesto—. Es una historia especial. Enrealidad, es una historia sencilla, unahistoria de amor. —Sonrió contristeza—. Tu madre era unaromántica empedernida, Ethan.

Lena y yo intercambiamos unamirada. Ambos sabíamos lo queMarian iba a contar.

—Esto os interesa a los dos enparticular, puesto que esta historia deamor implicó a un Wate y a unaDuchannes. Un soldado confederado

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y una bella señora de Greenbrier.Las visiones del guardapelo. El

incendio de Greenbrier. El últimolibro de mi madre trataba sobre todolo que había ocurrido entreGenevieve y Ethan, la trastatarabuelade Lena y mi trastataratío.

Mi madre estaba trabajando enese libro cuando murió. Todo medaba vueltas. Gatlin era así, aquí nadasucedía por casualidad.

Lena estaba pálida. Se inclinóhacia delante y me tocó la mano, quedescansaba sobre la mesa polvorienta.De repente, sentí la familiar punzadade la descarga eléctrica.

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—Aquí. Éste es el documento quepuso en marcha todo el proyecto.

Marian extendió dos hojas depergamino en la mesa de roble de allado. Me alegré para mis adentros deque no alterara la mesa de trabajo demi madre. Pensé en ello como en unaespecie de tributo a su memoria, másapropiado para su forma de ser quelos claveles que cualquiera hubierapuesto en su lápida. Incluso las Hijasde la Revolución Americana, cuandofueron al funeral, soltaron clavelescomo locas, aunque mi madre lohabría odiado. Todo el pueblo, losbaptistas, los metodistas, incluso los

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pentecostalistas acudían cuandohabía una muerte, un nacimiento ouna boda.

—Puedes leerlo, pero no lotoques. Es uno de los documentosmás antiguos que hay en Gatlin.

Lena se inclinó sobre el papel,sujetándose el pelo hacia atrás paraque no rozara la superficie del viejopergamino.

—Ellos estaban desesperadamenteenamorados, pero eran demasiadodistintos. —Escrutó el documento—.Él dice que eran Especies Diferentes.La familia de ella estaba intentandosepararles y él se alistó, a pesar de

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que no creía en esa guerra, con laesperanza de que luchar por el sur levaliera la aceptación de la familia.

Marian cerró los ojos y recitó:—«Me daría igual ser un mono

que un hombre, para lo que me va aservir en Greenbrier. Aunque sea unmero mortal, se me rompe el corazónde pena ante el pensamiento de pasarel resto de mi vida sin ti, Genevieve».

Sonaba a poesía, y me lo imaginécomo algo que Lena hubiera podidoescribir.

Marian abrió los ojos de nuevo.—Como si fuera Atlas acarreando

el peso del mundo sobre sus espaldas.

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—Todo es muy triste —dijo Lena,mirándome.

—Estaban enamorados y habíauna guerra. Odio tener que decíroslo,pero todo terminó mal, o eso parece—dijo Marian, terminándose su té.

—¿Y qué pasó con el guardapelo?—Señalé la foto, casi con miedo depreguntar.

—Se supone que Ethan se lo dio aGenevieve como una promesa decompromiso secreto. Nunca sabremoslo que pasó con él. Nadie lo volvió aver después de la noche de la muertede Ethan. El padre de la chica laobligó a casarse con otro, pero la

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leyenda dice que ella conservó elguardapelo y fue enterrada con él.También se dice que el vínculodestrozado de un corazón roto es untalismán poderoso.

Me estremecí. Aquel amuletopoderoso no había sido enterrado conGenevieve, sino que estaba en mibolsillo y, según Amma y Macon, sehabía convertido en un talismánOscuro. Lo sentía latir, como siestuviera envuelto en brasas.

Ethan, no lo hagas.Tenemos que hacerlo. Ella puede

ayudarnos. Mi madre también podríahaberlo hecho.

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Metí una mano en el bolsillo,aparté el pañuelo para tocar elestropeado camafeo y a la vez cogí lamano de Marian, esperando quefuera una de esas veces en las quefuncionase. Se le cayó la taza de té alsuelo y la habitación comenzó agirar.

—¡Ethan! —gritó Marian.Lena le cogió la mano también.

La luz de la habitación se diluyó enla oscuridad.

—No te preocupes, estaremoscontigo todo el tiempo. —La voz sonómuy lejana y escuché a lo lejos elestruendo de los disparos.

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En apenas unos instantes, la lluviainundó la biblioteca…

La lluvia caía torrencialmente sobre ellos.El viento se agitó y comenzó a sofocar lasllamas, aunque ya era demasiado tarde.

Genevieve observó lo que quedaba dela gran casa. Lo había perdido todo: a sumadre, a Evangeline. No podía perder aEthan también.

Ivy atravesó el lodo corriendo hastallegar a su lado, usando la falda parallevar las cosas que ella le había pedido.

—Llego demasiado tarde, Dios de loscielos, es demasiado tarde —gritó Ivy y

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luego miró a su alrededor con nerviosismo—. Vámonos, señorita Genevieve, aquíya no hay nada que podamos hacer.

Pero estaba equivocada. Aúnquedaba algo por hacer.

—Todavía no es demasiado tarde.Todavía no es demasiado tarde —repetíauna y otra vez.

—Está diciendo tonterías, niña.Ella le devolvió la mirada a la criada,

desesperada.—Necesito el libro.Ivy retrocedió, sacudiendo la cabeza.—No, no puede usted andar con ese

libro. Usted no sabe lo que está haciendo.Genevieve cogió a la anciana por los

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hombros.—Ivy, es la única manera. Tienes

que dármelo.—No sabe usted lo que pide. No sabe

usted nada de ese libro…—Dámelo o lo encontraré yo misma.El humo negro surgía a sus espaldas

y el fuego chisporroteaba al devorar loque quedaba de la casa.

Ivy transigió. Se recogió las faldasdestrozadas y la llevó más allá de lo quehabía sido el limonero de su madre.Genevieve jamás había traspasado esepunto. Allí no había nada más quecampos de algodón o, al menos, eso era loque le habían dicho. Y nunca había tenido

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motivos para adentrarse en esos campossalvo en aquellas raras ocasiones en queEvangeline y ella habían jugado alescondite.

Pero el itinerario de Ivy seguía unadirección definida. Sabía exactamentehacia dónde iban. En la distancia,Genevieve aún podía escuchar el sonidode los disparos y los gritos penetrantes desus vecinos mientras veían cómo sequemaban sus casas.

Ivy se detuvo cerca de una maraña deparras silvestres, romero y jazmínabriéndose camino hasta llegar al lado deun viejo muro de piedra. Allí había unaarcada antigua, escondida bajo la maleza.

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Ivy se inclinó y caminó al amparo delarco, seguida por Genevieve. El arcodebía de pertenecer a un muro más largo,puesto que toda la zona estaba cerradahasta conformar un círculo perfecto, conlos muros oscurecidos por los años en quelo habían cubierto las parras silvestres.

—¿Qué es este lugar?—Un lugar del cual su madre no

quería que usted supiera nada, ni siquieralo que era.

A lo lejos, Genevieve distinguió unaserie de piedrecitas que emergían entrelas cañas. Era el cementerio familiar.Recordó haber estado allí una vez cuandoera muy pequeña, al morir su bisabuela.

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El funeral tuvo lugar por la noche y sumadre había permanecido entre las cañasa la luz de la luna, susurrando palabrasen un idioma que ni ella ni su hermanareconocieron.

—¿Qué estamos haciendo aquí?—Quería usted ese libro, ¿no?—¿Está aquí?Ivy se detuvo y miró a Genevieve,

confusa.—¿Y en qué otro sitio podría estar?Más allá había otra estructura,

escondida a su vez entre las parrassilvestres. Una cripta. Ivy se detuvo antela puerta.

—¿Está usted segura de que

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quiere…?—¡No tenemos tiempo para esto! —

Genevieve alargó la mano hacia el pomo,pero no había ninguno—. ¿Cómo se abreesto?

La mujer se puso de puntillas,tanteando por encima de la puerta. Allí,iluminada a la luz lejana de los incendios,había una pequeña pieza de piedra pulidatallada con una luna creciente. Ivy lapresionó y empujó. La puerta comenzó adeslizarse con el sonido del roce de laspiedras. La criada rebuscó una vela alotro lado del umbral.

La luz de la candela iluminó lapequeña habitación. Apenas medía unos

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cuantos metros, pero los laterales estabanforrados de estanterías de madera dondese apilaban toda clase de diminutosfrasquitos y botellas, llenos de flores,polvos y líquidos turbios. En el centro dela habitación había una desgastada mesade piedra con una vieja caja de maderaencina, una caja modesta desde todos lospuntos de vista, su único adorno era unadiminuta luna creciente tallada en latapa, similar a la que había en la puerta.

—Yo no lo pienso tocar —anuncióIvy en voz muy baja, como si pensara quela caja pudiera oírla.

—Ivy, es sólo un libro.—Esa cosa no es sólo un libro, y

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menos aún para su familia.Genevieve abrió la tapa con

delicadeza. La cubierta del tomo era deagrietada piel negra, cuyo aspecto ahoraera más gris que otra cosa y no teníatítulo alguno, sólo la misma luna crecienterepujada en la parte delantera.Genevieve alzó el volumen convacilación. Sabía que Ivy era muysupersticiosa y aunque se había burladode la anciana, también sabía que era unamujer sabia. Leía las cartas y las hojasdel té que su madre consultaba casi paratodo, desde el mejor día para plantarhortalizas y evitar las heladas hasta parasaber las hierbas apropiadas para curar

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un resfriado.El libro tenía un tacto cálido, como si

estuviera vivo y respirara.—¿Por qué no tiene título? —

preguntó la joven.—El que un libro no tenga título no

quiere decir que no tenga nombre. Sellama El libro de las lunas.

No había más tiempo que perder.Siguió el resplandor de las llamas através de la oscuridad hasta lo quequedaba de Greenbrier y Ethan.

Lo hojeó. Había cientos de hechizos,¿cómo iba a encontrar el apropiado? Yentonces lo vio; estaba en latín, unalengua que conocía bien. Su madre había

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traído del norte a un tutor paraasegurarse de que tanto Evangeline comoella lo aprendían. Para su familia, era lalengua más importante de todas.

El hechizo Vinculante, para Vincularla muerte a la vida.

Genevieve apoyó el libro sobre elsuelo, al lado de Ethan, recorriendo con eldedo el primer verso del conjuro.

Ivy le cogió la muñeca y se la sujetócon fuerza.

—Esta noche no es apropiada paraesto. La media luna es para la magiablanca y la luna llena para la negra. Si nohay luna, eso es otra cosa.

La chica se soltó de un tirón del puño

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de la anciana.—No tengo elección. Es la única

noche que tenemos.—Señorita Genevieve, ha de

entenderlo. Esas palabras son más que unhechizo, son un trato. No puede usar Ellibro de las lunas sin dar algo a cambio.

—No me importa el precio. Estamoshablando de la vida de Ethan. Ya heperdido todo lo demás.

—Este chico ya no tiene vida alguna.Le han disparado y la ha perdido. Lo queintenta hacer es algo contra natura y deahí no saldrá nada bueno.

Genevieve sabía que la criada teníarazón. Tanto su madre como Evangeline

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la habían advertido a menudo de quedebía obedecer siempre las LeyesNaturales. Iba a cruzar una línea queninguno de los hechiceros de su familiahabía cruzado jamás.

Pero todos habían desaparecido y ellaera la única que quedaba.

Tenía que intentarlo.

—¡No! —Lena se soltó de nuestrasmanos, rompiendo el círculo—. Seconvirtió en Oscura, ¿no loentendéis? Genevieve estaba usandomagia negra.

Le sujeté las manos, pero ellaintentó soltarse y apartarme.

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Generalmente lo que percibía enLena era una especie de alegrecalidez, pero en ese momento parecíaun tornado.

—Lena, tú no eres ella, y yo nosoy él. Todo eso ocurrió hace más decien años.

Se puso histérica.—Ella soy yo, por eso el

guardapelo quiere que vea esto. Es unaviso para que me aparte de ti, y asíno te haré daño si me vuelvo Oscura.

Marian abrió los ojos y meparecieron más grandes de lo quejamás los había visto. Su pelo corto,generalmente bien peinado, parecía

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revuelto por el viento. Tenía aspectode estar cansada, pero llena de júbilo.Ya conocía esa mirada, era la mismade mi madre, como si se la hubierarobado, especialmente en torno a losojos.

—Todavía no te han Llamado,Lena. No eres buena ni mala. Así estal y como uno se siente cuando setienen quince años y medio en lafamilia Duchannes. Conocí a unmontón de Casters en mis tiempos yentre ellos a una buena cantidad deDuchannes, tanto Oscuros comoLuminosos.

Lena, aturdida, se quedó mirando

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a Marian, que intentaba recuperar elaliento.

—No te vas a convertir enOscura. Eres tan melodramática comoMacon. Así que ahora cálmate.

¿Cómo sabía ella lo delcumpleaños de Lena? ¿Cómo sabíaella que existían los Casters?

—Tenéis el guardapelo deGenevieve. ¿Por qué no me lo habíaisdicho?

—No sabíamos qué hacer, cadauno nos dice cosas distintas.

—Dejadme verlo.Metí la mano en el bolsillo. Lena

puso la mano en mi brazo y vacilé.

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Marian había sido la mejor amiga demi madre y era como de la familia.Sabía que no tenía que preguntarlepor qué, pero ya me había pasadoalgo parecido con Amma, y se habíaencontrado con Macon Ravenwooden la ciénaga, cosa que jamás mehubiera podido imaginar.

—¿Cómo sabemos que se puedeconfiar en ti? —pregunté,sintiéndome mal por plantear lapregunta.

—«La mejor manera de averiguarsi puedes confiar en alguien eshacerlo».

—¿Elton John?

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—Casi. Ernest Hemingway, a sumanera, una especie de estrella delrock de su época.

Sonreí, pero Lena no parecía muydispuesta a disipar sus dudas.

—¿Por qué deberíamos confiar enti cuando todo el mundo nos haestado ocultando cosas?

Marian se puso seria.—Precisamente porque ni soy

Amma ni el tío Macon. Tampoco soytu abuela o tu tía Delphine. Soymortal, alguien neutral. Entre lamagia blanca y la negra, entre losOscuros y los Luminosos, ha de haberalguien en medio que sirva de punto

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de equilibrio… y ese alguien soy yo.Lena retrocedió, apartándose de

ella. Eso era inconcebible paraambos. ¿Cómo podía Marian sabertantas cosas sobre la familia de Lena?

—¿Qué eres tú? —En la familia deLena, ésa no era una preguntacualquiera.

—Soy la bibliotecaria jefe delcondado de Gatlin, lo mismo que hesido desde que me mudé aquí, y lomismo que siempre seré. Yo no soyuna Caster, sólo guardo los archivos yprotejo los libros. —Marian se atusóel pelo—. Soy la Guardiana, una másen una larga lista de mortales a los

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que se les ha confiado la historia y lossecretos de un mundo del que nuncaseremos parte del todo. Siempre ha dehaber uno y, ahora, soy yo.

—Tía Marian, ¿de qué estáshablando? —Me había perdido.

—Para que nos entendamos, haybibliotecas y, además, otro tipo debibliotecas distintas. Yo doy servicioa todos los buenos ciudadanos deGatlin, tanto si son Casters comomortales. Y todo funciona bastantebien, ya que este segundo tipo es másbien un trabajo nocturno.

—¿A qué te refieres…?—A la biblioteca Caster del

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condado de Gatlin. Y,evidentemente, yo soy labibliotecaria también. Labibliotecaria jefe Caster.

Me quedé mirando fijamente aMarian como si estuviera viéndolapor primera vez. Me devolvió lamirada con sus mismos ojos marronesy la misma sonrisa sabia de siempre.Tenía el mismo aspecto, pero, dealguna manera, era totalmentedistinta. Siempre me habíapreguntado por qué Marian se habíaquedado en Gatlin todos esos años.Pensé que se debía a mi madre, yahora comprendía que había otra

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razón.No sabía qué era lo que sentía,

pero fuera lo que fuera, Lena iba enla dirección contraria.

—Entonces, puedes ayudarnos.Debemos averiguar qué les sucedió aEthan y a Genevieve, si eso tiene quever con nosotros, y hay queaveriguarlo antes de mi cumpleaños.—Lena la miró con expectación—. Lab ib lioteca Caster tiene que tenerarchivos y a lo mejor guarda El librode las lunas. ¿Crees que podríamosencontrar respuestas ahí?

Marian apartó la mirada.—Quizá sí, quizá no, pero me

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temo que no puedo ayudaros, losiento mucho.

—¿De qué estás hablando? —Notenía sentido lo que decía. Jamáshabía visto a Marian decir que no aalguien, especialmente a mí.

—No puedo implicarme aunquequiera. Es parte de las obligacionesdel trabajo. Yo no escribo los librosni las reglas, simplemente las protejo.No puedo interferir.

—¿Y el trabajo es más importanteque ayudarnos? —Di un paso haciadelante, de modo que tuvo quemirarme a los ojos cuando contestó—.¿Incluso más importante que yo?

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—No es tan sencillo, Ethan. Debehaber un equilibrio entre el mundode los mortales y los Casters, entre losLuminosos y los Oscuros. LaGuardiana es parte del equilibrio,parte del Orden de las Cosas. Sidesafío las Leyes por las que estoyVinculada, el equilibrio queda enpeligro. —Me devolvió la mirada, conla voz temblorosa—. No puedointerferir, aunque eso me duela.Aunque haga daño a la gente a la quequiero.

No sabía qué estaba diciendo,pero sí sabía que Marian me quería,al igual que había querido también a

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mi madre. Si ella no podía ayudarnos,había una razón.

—Estupendo. No puedesayudarnos. Pues llévanos entonces ala biblioteca Caster, y allí me lasapañaré como pueda.

—Tú no eres un Caster, Ethan.No puedes tomar esa decisión.

Lena dio un paso a mi lado y mecogió la mano.

—Es la mía y yo quiero ir.Marian asintió.—Vale, os llevaré la próxima vez

que abra. La biblioteca Caster notiene el mismo horario que labiblioteca del condado de Gatlin. Es

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un poco más irregular.Ya lo creo que lo era.

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31 DE OCTUBRE31 DE OCTUBREHalloween

LLa biblioteca del condado de Gatlinsólo permanecía cerrada durante losdías festivos, es decir, el Día deAcción de Gracias, el de Navidad, elde Año Nuevo y el de Pascua. Portanto, ésos eran los únicos días queabría la biblioteca Caster, algo queMarian aparentemente no podíacontrolar.

—Tiene que ver con el condado.Como te he dicho, yo no soy la que

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impone las reglas. —Me pregunté dequé condado estaría hablando, deaquél donde había vivido toda mi vidao del que se me había ocultado hastaese momento.

Sin embargo, Lena albergabaalguna esperanza. Por primera vez,era como si creyera de verdad quepodría haber una manera de impedirlo que ella consideraba inevitable.Marian no podía darnos respuestas,pero nos daba seguridad en ausenciade las dos personas en las que másconfiábamos, que, aunque no sehabían ido a ninguna parte, lassentíamos muy lejos. No le dije nada

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a Lena, pero sin Amma yo estabaperdido. Y sin Macon, sabía queLena ni siquiera encontraría elcamino hacia estar perdida.

Marian nos dio algo más, lascartas de Ethan y Genevieve, tanviejas y delicadas que casi parecíantransparentes, además de todo lo quemi madre y ella habían encontradosobre ambos. Un buen montón depapeles guardados en una polvorientacaja de cartón, estampada de tal modoque parecía de madera. Aunque Lenadisfrutaría estudiando la prosa —«losdías sin ti se desangran uno tras otrohasta que el tiempo se convierte en

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otro de los obstáculos que tenemosque superar…»—, lo cierto es que loúnico que parecía relatar era unahistoria de amor con un finalrealmente horrible o, más bien,realmente negro. Pero eso era todo loque teníamos.

Ahora, lo que teníamos que hacerera averiguar lo que estábamosbuscando. La aguja en el pajar o, eneste caso, en la caja de cartón.

Así que hicimos lo único quepodíamos hacer, es decir, comenzar abuscar.

Al cabo de dos semanas, había pasado

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más tiempo con Lena enfrascado enlos papeles del guardapelo de lo quejamás me habría imaginado. Cuantomás leíamos, más nos parecía que sehablaba de nosotros mismos. Por lanoche, nos quedábamos despiertoshasta tarde intentando resolver elmisterio de Ethan y Genevieve, unmortal y una Caster, desesperados porencontrar una forma de estar juntos,contra todo pronóstico. En el colegioteníamos que enfrentarnos a ciertasdificultades para poder pasar comofuera otras ocho horas más en elJackson y cada vez era más difícil. Yluego, todos los días había que

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inventar un nuevo plan para podermellevar a Lena o que pudiéramos estarjuntos. Especialmente si ese día eraHalloween.

Halloween era un día de fiestaespecialmente señalado en el Jackson.Para un chico, era de esperar quecualquier cosa que implicara tenerque vérselas con ropas, saliera mal. Yademás, luego estaba siempre latensión de si estabas o no en la listade invitados al fiestón anual deSavannah Snow. Pero este año elnivel de estrés se elevaba teniendo encuenta que la chica por la que estabaloco era una Caster.

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No tenía ni idea de qué debíaesperar cuando Lena me recogió parair al instituto un par de manzanasmás allá de mi casa, protegido poruna esquina de los ojos que Ammatenía en la nuca.

—No te has disfrazado —le dije,sorprendido.

—¿De qué me estás hablando?—Pensé que te ibas a vestir de

alguna manera especial. —Sabía quehabía quedado como un idiota unsegundo más tarde de que las palabrassalieran de mi boca.

—Oh, vaya, ¿creías que nosotros,l o s Casters, nos disfrazamos para

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Halloween y volamos por ahímontados en escobas? —Se echó areír.

—No me refería…—Siento haberte decepcionado.

Sólo nos vestimos para cenar comocualquier otro día de fiesta.

—Así que también es fiesta paravosotros.

—Es la noche más sagrada del añoy la más peligrosa… la másimportante de las cuatroCelebraciones. Es nuestra versión dela Nochevieja, el final del año pasadoy el comienzo del nuevo.

—¿Qué quieres decir con

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peligrosa?—Mi abuela decía que era la

noche en la que el velo que separaeste mundo del Más Allá, del mundode los espíritus, es más fino. Es unanoche de poder dedicada al recuerdo.

—¿El Más Allá? ¿Te refieres a lavida más allá de la muerte?

—Algo así. Es el reino de losespíritus.

—Así que Halloween realmenteva de espíritus y fantasmas.

Puso los ojos en blanco.—Esta noche recordamos a los

Casters que fueron perseguidos porser diferentes. Hombres y mujeres a

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los que quemaron por usar sus dones.—¿Te refieres a los juicios de las

brujas de Salem?—Supongo que es así como

vosotros lo llamáis, pero hubo juiciosa brujas por toda la costa este, no sóloen Salem. Incluso por todo el mundo.Los de Salem son los únicos quemencionan vuestros libros de texto.—Remarcó la palabra «vuestros»como si fuera algo sucio y, entretodos los días, quizá hoy fuera el másapropiado para eso.

Pasamos con el coche al lado delStop & Steal. Boo estaba sentado allado de la señal de stop en la esquina,

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esperando. Se nos acercó lentamentenada más ver el automóvil.

—Deberíamos subir al perro en elcoche. Debe de estar reventado deseguirte día y noche.

Lena echó una ojeada por elespejo retrovisor.

—Nunca quiere subirse.Sabía que llevaba razón, pero

cuando me giré para mirarlo, habríajurado que asintió.

Descubrí a Link en elaparcamiento. Se había puesto unapeluca rubia y un jersey azul con unparche de las Wildcats cosido.Incluso llevaba unos pompones en las

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manos. Tenía un aspectoespeluznante, incluso se parecía unpoco a su madre. Este año, el equipode baloncesto había decididodisfrazarse de animadoras del equipo.Con todo lo que tenía encima se mehabía pasado, o al menos eso fue loque me dije a mí mismo. Me la iba acargar por esto y Earl estabaesperando que le diera una razón paraecharse encima de mí. Desde quehabía empezado a salir con Lena lascolaba todas en la cancha, motivo porel cual ahora jugaba de pívot titularen vez de Earl, que no estabaprecisamente feliz con el cambio.

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Lena juraba que no había nadamágico en ello, al menos, no de magiaCaster. Vino a verme jugar una vez yme apunté un tanto cada vez que tiré.El inconveniente era que la tuve enmi cabeza a lo largo de todo elpartido, preguntándome miles decosas sobre tiros libres, asistencias yla regla de los tres segundos. Estabaclaro que jamás había visto unpartido y esto era peor que llevar a lasHermanas a la feria del condado.Después de aquello evitó venir a otro.Sin embargo, tenía claro que ellaescuchaba atentamente cuandojugaba. La podía sentir allí dentro.

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Por otro lado, quizás ella era larazón por la que el equipo de lasanimadoras tuviera un año peor de lohabitual. Emily tenía muchosproblemas para permanecer en lo altode la pirámide Wildcats, aunque nole pregunté nada a Lena sobre eltema.

Hoy era un día difícil parareconocer a mis compañeros deequipo, a no ser que te acercaras losuficiente para ver las piernas peludasy el vello facial. Link se nos acercó y,de cerca, tenía un aspecto aún peor.Había intentado ponerse maquillajey se había embadurnado con

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pintalabios rosa. Se subió la falda,tirando de los tensos pantis quellevaba debajo.

—Eres un mierda —dijo,señalándome a través de una fila decoches—. ¿Dónde está tu disfraz? —Lo siento, tío. Lo olvidé.

—Chorradas. Simplemente, no tehas querido poner toda esta mierdaencima. Te conozco, Wate. Eres ungallina.

—Te lo juro, se me ha olvidado.Lena le dedicó una sonrisa a Link.—Creo que tienes un aspecto

estupendo.—No sé cómo las chicas podéis

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poneros toda esta basura en la cara.Pica que te cagas.

Lena puso mala cara. Ella nuncase ponía maquillaje; no tenía por qué.

—Ya sabes, no todas firmamos uncontrato con Maybelline al cumplirlos trece.

Link se dio unos golpecitos en lapeluca y se arregló uno de loscalcetines que llevaba debajo deljersey.

—Dile eso a Savannah.Subimos los primeros escalones.

Boo estaba sentado en el césped, allado del asta de la bandera. Mepregunté cómo aquel perro podía

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haber llegado antes que nosotros alinstituto, pero a estas alturas teníaclaro que no merecía la penamolestarse con el tema.

Los pasillos estaban atestados.Parecía como si la mitad del colegiose hubiera saltado la primera clase. Elresto del equipo de baloncestoandaba frente a la taquilla de Link,también vestidos de chicas, lo cualtenía su punto, pero no para mí.

—¿Dónde están tus pompones,Wate? —Emory me sacudió uno en lacara—. ¿Qué te pasa? ¿Es que esaspatas tuyas de pollo no lucen biencon falda?

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Shawn se puso el jersey.—Te apuesto a que ninguna de

las chicas del grupo de animadoras leha querido prestar una falda. —Unoscuantos chicos se echaron a reír.

Emory me pasó un brazo por loshombros, inclinándose hacia mí.

—¿Eso ha sido, Wate? ¿O comosales con una chica que vive en laMansión Encantada para ti esHalloween todos los días?

Le cogí de la parte de atrás deljersey. Uno de los calcetines quellevaba en el sujetador se cayó alsuelo.

—¿Quieres que nos veamos ahora

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las caras, Em?Él se encogió de hombros.—Como quieras. Total, iba a

pasar antes o después…Link dio un paso y se interpuso

entre nosotros.—Señoras, señoras, estamos aquí

para pasarlo bien. No querrás que teestropeen esa cara tan bonita, Em.

Earl sacudió la cabeza,empujando a Emory por el pasillodelante de él. Como era habitual, nodijo ni una palabra, pero yo conocíaesa mirada. «No hay vuelta atrás comosigas por ese camino, Wate».

Si me había parecido que el

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equipo de baloncesto era la comidilladel instituto, era porque no habíavisto aún al grupo de animadoras deverdad. Según parecía, miscompañeros de equipo no eran losúnicos que habían aparecido con undisfraz colectivo. Lena y yo las vimoscuando íbamos de camino hacia laclase de inglés.

—Mierda. —Link me dio ungolpe en el brazo con el dorso de lamano.

—¿Qué?Marchaban pasillo adelante en

fila india: Emily, Savannah, Edén yCharlotte, seguidas por todos los

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miembros del equipo de animaciónde las Jackson Wildcats. Ibanvestidas exactamente igual, con unasfalditas negras ridículamente cortas,por supuesto, botas de punta tambiénnegras y gorros de bruja altos con lapunta doblada, pero ésa no era la peorparte. Sus largas pelucas negras serizaban en tirabuzones desordenados.Su maquillaje también era negro, yjusto debajo de los ojos derechos detodas había dibujadasminuciosamente unas exageradaslunas crecientes, la marca denacimiento imposible de confundir.Para completar el efecto, llevaban

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escobas y simulaban barrerlos pies dela gente con gestos frenéticosmientras avanzaban en procesión porel pasillo.

¿Brujas? ¿En Halloween? Quéoriginales.

Le apreté la mano. Su expresiónno se alteró, pero pude notar cómotemblaba entre mis dedos.

Lo siento, Lena.Si supieran…Esperé que el edificio empezara a

temblar y las ventanas estallaran oalgo parecido, pero no ocurrió nada.Lena simplemente permaneció allí enpie, furiosa.

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La futura generación de las Hijasde la Revolución Americana sedirigió hacia nosotros. Yo decidíencontrarme con ellas a mitad decamino.

—¿Dónde está tu disfraz, Emily?¿Se te ha olvidado que es Halloween?

Emily parecía confusa. Luego mesonrió, esa sonrisa pegajosa dealguien que está orgulloso de símismo en exceso.

—¿De qué me estás hablando,Ethan? ¿No es esto lo que te vaahora?

—Sólo estamos intentando que tunovia se sienta como en casa —dijo

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Savannah, mascando chicle.Lena me lanzó una mirada de

advertencia.Déjalo, Ethan. Va a ser peor.No me importa.Puedo manejar esto.Lo que te pasa a ti, me pasa también

a mí.Link se adelantó hasta colocarse a

mi altura, tirándose de las medias.—Hola, chicas, creí que íbamos a

venir todos vestidos de brujas, perovaya, eso ya lo hacemos todos losdías, ¿no?

Lena sonrió a Link sin poderevitarlo.

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—Cierra el pico, Wesley Lincoln.Le voy a decir a tu madre que andaspor ahí con ese bicho raro y no te va adejar salir de tu casa hasta Navidades.Sabéis lo que significa esa marca quetiene en la cara, ¿no? —Emily sonriócon suficiencia, señalando la marcade nacimiento de Lena y luego la queella se había pintado en la mejilla—.Le llaman la marca de la bruja.

—¿Encontraste eso anoche enInternet? Eres todavía más idiota delo que pensaba. —Solté unacarcajada.

—Tú eres el idiota. Eres tú el quesale con ella.

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Me estaba ruborizando, la últimacosa que quería que ocurriera. Noquería mantener esta conversacióndelante de todo el instituto, eso sinmencionar el hecho de que no teníani idea de si Lena y yo estábamossaliendo de verdad o no. Noshabíamos besado una vez y siempreestábamos juntos, de una manera uotra, pero ella no era mi novia, o almenos yo no pensaba que lo fuera,incluso aunque yo creyera haberleoído decir eso el día del Encuentro.¿Qué podía hacer? ¿Pedirle quesaliera conmigo? Quizás era de esetipo de cosas que si tienes que

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pedirlas es porque la respuesta es no.Había una parte en ella que parecíaapartarse de mí, una parte a la que yono conseguía llegar.

Emily me pinchó con el extremode su escoba. Seguro que el concepto«clavar la estaca directamente en elcorazón» le molaba en ese momentoun montón.

—Emily, ¿por qué no os tiráistodas por la ventana? A ver si voláis.O no.

Entrecerró los ojos.—Espero que disfrutéis esta noche

sentaditos en casa y juntitos mientrasel resto del instituto está en la fiesta

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de Savannah. Éstas serán las últimasvacaciones que ella pase en elJackson. —Se dio la vuelta y sedirigió pasillo abajo hacia su taquilla,seguida por Savannah y sus adláteres.

Link estaba bromeando con Lena,intentando animarla, lo cual no eramuy complicado, considerando elaspecto tan ridículo que tenía. Comoyo solía decir, siempre se podíacontar con Link.

—Me odian de verdad. Esto no seva a acabar nunca, ¿no? —SuspiróLena.

Link empezó a dar saltos imitandoel grito de las animadoras y moviendo

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los pompones.—Te odian de verdad, claro que

sí. Si odian a todo el mundo, ¿por quéa ti no?

—Estaría más preocupado si lesgustaras. —Me incliné y pasé elbrazo por su hombro con ciertatorpeza, o al menos lo intenté,porque se dio la vuelta y mi brazoapenas le rozó el hombro. Qué bien.

Aquí no.¿Por qué no?Va a ser peor para ti.Soy masoquista.—Ya está bien de hacer de PDA.

—Link me dio un codazo en las

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costillas—. Vas a hacer que me sientafatal, ahora que he conseguidoquedarme sin citas otro año entero.Llegamos tarde a la clase de inglés yme voy a quitar esos pantis por elcamino. En serio, esto me estáespachurrando.

—Tengo que pararme en lataquilla para coger el libro —dijoLena y el cabello comenzó a rizarsesobre sus hombros. Sospechaba algo,pero no dije nada.

Emily, Savannah, Charlotte yEdén permanecían frente a sustaquillas, acicalándose ante losespejos que colgaban en el interior de

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las puertas. La de Lena estaba unpoco más allá.

—Ignóralas y ya está —leaconsejé.

Emily se estaba frotando lamejilla con un kleenex. La marcanegra con forma de luna estabaadquiriendo un color más oscuro y seestaba extendiendo cada vez más enlugar de desaparecer.

—Charlotte, ¿tienesdesmaquillador?

—Claro.Emily se restregó la mejilla unas

cuantas veces más.—No se quita. Savannah, creía

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que habías dicho que esto salía conun poco de agua y jabón.

—Así es.—Entonces, ¿por qué no sale? —

Emily cerró de un portazo la taquillacabreada.

El drama captó la atención deLink.

—¿Qué están haciendo esascuatro ahí?

—Parece que tienen algúnproblema —comentó Lena,inclinándose sobre su taquilla.

Savannah intentó borrar la lunanegra de su mejilla.

—La mía tampoco se quita. —La

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luna se había extendido hasta casicubrirle la mitad de la cara—. Tengoel lápiz aquí.

Emily sacó el bolso de la taquillay rebuscó algo dentro.

—Olvídalo. Tengo el mío en elbolso.

—¿Pero qué…? —Savannah sacóalgo del suyo.

—¿Has usado un marcadorSharpie? —rio Emily.

Savannah lo sostuvo delante deella.

—Pues claro que no. No tengo niidea de cómo ha llegado hasta aquí.

—Pero qué cortita eres. Esto no se

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te va a quitar antes de la fiesta de estanoche.

—No puedo llevar esto en la caratoda la noche, voy vestida de diosagriega, de Afrodita. Me arruinará porcompleto el disfraz.

—Deberías haber tenido máscuidado. —Emily rebuscó un pocomás en su bolsito plateado hasta quelo dejó caer en el suelo delante de lataquilla y salieron rodando el brillode labios y los pintauñas—. No loencuentro. Se supone que estabaaquí.

—¿De qué estáis hablando? —preguntó Charlotte.

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—El maquillaje que usé estamañana no está aquí. —A esasalturas, Emily había empezado allamar la atención de todos y la gentecomenzó a detenerse para observar loque estaba ocurriendo. En esemomento, salió rodando otromarcador Sharpie del bolsito.

—¿Tú también has usado esemarcador?

—¡Pues claro que no! —gritóEmily, frotándose la carafrenéticamente, aunque sóloconsiguió que la luna negra seennegreciera y se extendiera aún más—. Pero ¿qué demonios está pasando?

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—Estoy segura de que yo sí tengoel mío —dijo Charlotte, y abrió elpestillo de la puerta de su taquilla. Sequedó allí quieta unos segundos,mirando fijamente el interior.

—¿Qué está pasando? —increpóSavannah, y en ese momentoCharlotte sacó la mano de la taquillacon un Sharpie en la mano.

Link sacudió los pompones.—¡Las animadoras molan!Miré a Lena.¿Un Sharpie?Se le dibujó en la cara una sonrisa

traviesa.Creía que me habías dicho que no

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podías controlar tus poderes.La suerte del principiante.Al final del día, todo el Jackson

hablaba del equipo de animadoras.Aparentemente, todas las chicas quese habían vestido como Lena se lashabían apañado para usar unmarcador Sharpie en vez de un lápizde ojos para pintarse una estúpidaluna creciente en la cara. Lasanimadoras. Los chistes fueroninfinitos.

Durante los siguientes días, todastendrían que ir de un lado a otro porinstituto y por el pueblo, a cantar enel coro juvenil de la iglesia y animar

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los partidos con las mejillas marcadascon el Sharpie hasta que se lesborrara. A la señora Lincoln y a laseñora Snow les iba a dar un ataque.

Yo lo único que deseaba era estarpresente cuando ocurriera.

Acompañé a Lena al cochedespués de las clases, lo cual sólo erauna excusa para poder cogerla de lamano un poco más. Las intensassensaciones físicas queexperimentaba al tocarla no tenían elefecto disuasorio que era de esperar.No importaba lo que fuera, que mequemará, me salieran sarpullidos ome aturdiera la descarga de un rayo,

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tenía que estar cerca de ella comofuera. Era como comer o respirar,algo ante lo que no tenía elección. Yesto me daba más miedo que todos losHalloweens del mundo. Iba a acabarconmigo.

—¿Qué vas a hacer esta noche? —Mientras hablaba, se pasó la manopor el pelo sin darse cuenta. Se habíasentado en el capó del coche y yopermanecía de pie delante de ella.

—Pensé que podrías pasarte pormi casa y quedarnos allí para abrirlela puerta a los chicos cuando vengancon lo de «truco o trato». Y puedesayudarme a vigilar el césped para

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asegurarnos de que nadie se pone ahía quemar cruces. —Intenté no pensarcon demasiada claridad en el resto demi plan, que implicaba a Lena,nuestro sofá, ver películas antiguas yAmma fuera de casa durante toda lanoche.

—No puedo. Es una de lasCelebraciones. Vienen parientes detodas partes. El tío Macon no medejará estar fuera de casa ni cincominutos y eso sin mencionar elpeligro. Jamás abriría la puerta a unextraño en una noche con tantopoder Oscuro.

—Jamás lo había visto desde ese

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punto de vista.Claro, hasta ahora.Amma estaba a punto de

marcharse cuando yo llegué a casa.Estaba guisando pollo en la cocina yamasando un bizcocho con las manos«de la única manera en que hacebizcochos una mujer que se respeta así misma». Miré la cacerola consuspicacia, preguntándome si esacomida iba a ser para nuestra cena opara la de los Notables.

Pellizqué un poco de masa y mecogió la mano.

—D.E.S.V.A.L.I.J.A.D.O.R. —Sonreí.

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—Pues por eso, mantén tus manosladronas fuera de mi bizcocho, EthanWate. Tengo gente hambrienta a laque alimentar. —Supuse que no seríayo quien comería pollo y bizcochoesta noche.

Amma siempre regresaba a sucasa la noche de Halloween. Decíaque era una noche especial para ir ala iglesia, pero mi madre solía decirque era una buena noche para hacernegocio. ¿Qué día podía haber mejorpara que te leyeran las cartas? Notendría el mismo montón de gente enPascua o el día de San Valentín.

Pero a la luz de los hechos

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recientes, me pregunté si no habríaalguna otra razón. A lo mejortambién era una noche apropiadapara leer los huesos de pollo en elcementerio. No se lo podíapreguntar, pero no estaba seguro yquería saberlo. Echaba de menos aAmma, charlar con ella confranqueza y confiar en ella. Nodejaba ver si ella sentía que las cosashabían cambiado entre nosotros.Quizá lo achacaba a que estabacreciendo y a lo mejor ésa era laverdad.

—¿Vas a ir a esa fiesta a la casa delos Snow?

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—No, este año me quedaré encasa.

Alzó una ceja, aunque nopreguntó nada. Ella ya sabía elmotivo por el cual no iba a ir.

—Tú sabrás lo que haces, atente alas consecuencias.

No contesté nada. Ya sabía queella no esperaba respuesta.

—Me estoy preparando para irmedentro de unos minutos. Ábreles lapuerta a los chavales que vengan poraquí. Tu padre está ocupadotrabajando. —Claro, como si mi padrefuera a salir de su exilioautoimpuesto para abrirle la puerta a

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los del «truco o trato».—Vale.Abrí las bolsas de caramelos que

había en el vestíbulo y las volquésobre un gran bol de cristal. No podíaquitarme de la cabeza las palabras deLena. «Una noche con tanto poderOscuro». Recordé a Ridley de pieante su coche, en el Stop & Steal,con todas aquellas piernas y aquellasonrisa empalagosa. Era evidente quedistinguir fuerzas Oscuras no era unode mis talentos ni decidir a quiénabrirle o no la puerta. Cuando lachica en la que no puedes dejar depensar es una Caster, Halloween

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adquiere un sentido completamentedistinto. Me quedé mirando el bol decristal que tenía en las manos, abrí lapuerta, lo coloqué en el porche y mevolví adentro.

Mientras me acomodaba para verEl resplandor, me di cuenta de queechaba de menos a Lena. Dejé que mimente divagara, porque casi siempreencontraba la forma de acercarme aella de esa manera, pero no laencontré. Me quedé dormido en elsofá esperando que ella soñaraconmigo o algo similar.

Alguien llamó a la puerta y medespertó. Miré el reloj. Eran casi las

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diez, demasiado tarde para loschavales del «truco o trato».

—¿Amma?No hubo respuesta. Volvieron a

llamar.—¿Eres tú?El cuarto de estar estaba a oscuras

y sólo parpadeaba la luz procedentede la televisión. En El resplandor, elpadre destrozaba la puerta de lahabitación del hotel con el hachaensangrentada para atacar a sufamilia. No era el momento másapropiado para abrir ninguna puerta,especialmente la noche deHalloween. Sonó de nuevo otro

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golpe.—¿Link?Apagué la televisión y miré a mi

alrededor para coger algo paradefenderme, pero no encontré nada.Al final, cogí una vieja videoconsolaque estaba tirada en el suelo entre unmontón de videojuegos. No es quefuera un bate de béisbol, pero almenos era un trasto de antigua ysólida tecnología japonesa de la viejaescuela. Debía de pesar por lo menoscinco kilos. La alcé sobre mi cabeza ydi un paso hacia la pared queseparaba el cuarto de estar delvestíbulo. Otro paso más y moví

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apenas un milímetro la cortina deencaje que cubría la puertaacristalada.

No podía ver nada en la oscuridadpuesto que el porche no estabailuminado. Sin embargo, habríareconocido en cualquier sitio aquellacamioneta de color beis que estabaaparcada enfrente de casa con elmotor en marcha. Ella solía decir queera de color «arena del desierto». Erala madre de Link, con un plato debrownies. Yo aún sujetaba la consolaentre las manos. Si Link estuvieramirándome, no llegaría a veramanecer ese día.

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—Un momento, señora Lincoln.—Encendí la luz del porche y corrí elcerrojo de la puerta, pero éstacontinuó cerrada cuando intentéabrirla. Comprobé el cerrojo otra vez,pero seguía estando echado, inclusoaunque yo creía haberlo quitado.

—¿Ethan?Intenté quitarlo de nuevo, pero

volvió a cerrarse con un golpe bruscoantes de que pudiera apartar la mano.

—Señora Lincoln, lo siento, perono consigo abrir la puerta.

Dejé caer contra ella todo mi pesohaciendo malabarismos con laconsola. Algo cayó justo ante mis

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pies y me agaché para cogerlo. Eraajo, envuelto en uno de los pañuelosde Amma. Era de suponer que setrataba de algo así, puesto que erauna de sus pequeñas tradiciones deldía de Halloween y los colocaba enlas puertas y en los alféizares de lasventanas.

Sin embargo, algo evitaba quepudiera abrir la puerta, una fuerzaparecida a la que me abrió la puertadel estudio hacía unos cuantos días.¿Cuántas cerraduras en casafuncionaban a su antojo? ¿Qué estabapasando?

Forcé el cerrojo una vez más y le

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di a la puerta un último empujón. Seabrió de golpe, dando con fuerza enla pared. La señora Lincoln apareciórecortada por la luz que la iluminabadesde atrás, una figura oscura a latenue luz de un farol. La silueta eraalgo difusa.

Se quedó mirando la consola quetenía en las manos.

—Todos esos videojuegos te van apudrir la mente, Ethan.

—Sí, señora.—Te he traído algunos brownies.

Una ofrenda de paz. —Me los diocon expectación, en ese momentotenía que decirle que entrara. Había

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una fórmula para todo, supongo quehabría que llamarlo modales,hospitalidad sureña, pero ya lo habíahecho con Ridley y no había ido nadabien. Vacilé—. ¿Qué hace usted estanoche en la calle, señora Lincoln?Link no está aquí.

—Claro que no. Está en casa delos Snow, que es donde todos losmiembros íntegros del alumnado delinstituto Jackson tienen la suerte deestar. Me ha costado una buenacantidad de llamadas conseguir lainvitación teniendo en cuenta sureciente comportamiento.

No terminaba de pillarlo.

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Conocía a la señora Lincoln de todala vida y siempre había sido una tipaalgo peculiar. Siempre había estadoocupada sacando libros de lasestanterías de la biblioteca,expulsando profesores de las escuelasy arruinando reputaciones en unasola tarde. Pero ahora era distinto,porque la cruzada contra Lena eradiferente. La señora Lincoln anteshabía actuado en función de susconvicciones, pero ahora esto era algopersonal.

—¿Señora Lincoln?Parecía nerviosa.—Te he hecho unos brownies.

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Creo que debería entrar para quecharlásemos un poco. No tengo nadaen contra de ti, Ethan. No es culpatuya que esa chica esté empleando sumaldad contra ti. Tú deberías estar enla fiesta con tus amigos, con loschicos del pueblo. —Me volvió aofrecer los brownies, llevaban unacapa doble de trocitos de empalagosochocolate, lo primero a lo que íbamostodos cuando tenía lugar la venta depasteles de la iglesia baptista. Yo mehabía criado con esos brownies—.¿Ethan?

—Señora.—¿Puedo pasar?

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No moví un solo músculo y aferréla consola con más fuerza. Me quedémirando a los brownies y de repente seme quitó el hambre por completo.No había ni una pizca de esa mujerni de ese plato que fueranbienvenidos en mi casa. Mi casa,como Ravenwood, comenzaba a tenervoluntad propia y ni yo ni la casaqueríamos dejarla entrar.

—No, señora.—¿Qué es esto, Ethan?—No, señora.Entrecerró los ojos. Empujó el

plato en mi dirección, como si fuera aentrar de todas maneras, pero salió

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despedida hacia atrás como si sehubiera golpeado contra una paredinvisible. Vi cómo el plato seinclinaba y caía lentamente hastaromperse en mil añicos de cerámica ychocolate sobre nuestro alegrefelpudo de Halloween. Amma se ibaa agarrar un buen cabreo por lamañana.

La señora Lincoln bajó losescalones del porche de espaldas, concautela, y luego desapareció en elinterior oscuro del viejo «arena deldesierto».

¡Ethan!

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La voz me arrancó del sueño, asíque debía de haberme quedadodormido. La maratón de películas deterror se había terminado y lapantalla de la televisión habíaadquirido un llamativo color gris.

¡Tío Macon! ¡Ethan! ¡Ayudadme!Lena estaba gritando en algún

lugar. Percibía el terror en su voz ymi cabeza latía al ritmo de su dolorhasta que durante un instante olvidédónde me encontraba.

¡Por favor, que alguien me ayude!La puerta principal se abrió de

pronto, oscilando y dando golpes conel impulso del viento. El sonido

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reverberó en las paredes, como sifuera un disparo.

¡Creí que dijiste que aquí estaría asalvo!

Ravenwood.Cogí las llaves del viejo Volvo y

salí disparado.

No recuerdo cómo conseguí llegar aRavenwood, pero sí que estuve apunto de salirme de la carretera unascuantas veces. Apenas podía enfocarla vista. Lena sentía un dolor tanintenso y nuestra conexión era taníntima que casi me desmayé alcompartir lo que ella sentía.

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Y el grito.Sólo pensaba en su grito, desde el

momento en que me habíadespertado hasta el momento en quepresioné la luna creciente y entré enla mansión Ravenwood.

Cuando la puerta se abrió de unportazo, comprobé que la casa sehabía vuelto a transformar una vezmás. Esta noche tenía el aspecto deuna especie de castillo antiguo. Loscandelabros arrojaban extrañassombras sobre la muchedumbre deinvitados, ataviados con túnicas,vestidos largos y chaquetas negrasque superaban en mucho a los que

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habían acudido al Encuentro.¡Ethan! ¡Corre! No puedo

soportarlo…—¡Lena! —aullé—. ¡Macon!

¿Dónde está?Nadie se dignó mirar en mi

dirección. No reconocí a nadie,aunque el vestíbulo principal estabaatestado de invitados que iban deunas habitaciones a otras comofantasmas en una cena encantada. Noeran de por aquí, al menos no de losúltimos cien años. Vi hombres conkilts oscuros y toscas ropas célticas ymujeres con corsés. Todo estabasumido en la oscuridad y envuelto en

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sombras.Me abrí camino a empujones

entre lo que parecía un grandiososalón de baile. No me encontré anadie, ni a la tía Del, ni a Reece, nisiquiera a la pequeña Ryan. Las velaschisporroteaban en las esquinas de lahabitación, y lo que parecía unaorquesta translúcida de extrañosinstrumentos musicales se definía ydesdibujaba tocando solos mientraslas enigmáticas parejas giraban y sedeslizaban por el suelo de piedra. Losbailarines no parecían ser conscientesde mi presencia.

La música era claramente para

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Casters, conjuraba sus propioshechizos, sobre todo, losinstrumentos de cuerda. Escuché unviolín, una viola y un chelo. Lleguécasi a percibir la telaraña que girabade un bailarín a otro y cómo losmovía en una dirección u otra, comosi siguiera un patrón deliberado ytodos fueran parte de un diseñopreestablecido. Y yo no pertenecía aél.

Ethan…Tenía que encontrarla.Sentí un repentino ataque de

dolor. Su voz se iba debilitando.Tropecé y me agarré al hombro del

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invitado que tenía más cerca, ibavestido con una toga. Nada mástocarlo, el sufrimiento de Lena fluyóa través de mí y llegó a él.

—¡Macon! —grité con toda lafuerza de mis pulmones.

Vi a Boo Radley al pie de lasescaleras, como si me estuvieraesperando. Sus redondos ojoshumanos parecían aterrorizados.

—¡Boo! ¿Dónde está Lena? —Elperro me miró y entreví los aceradosojos grises, nublados, de MaconRavenwood; al menos juraría que mepareció verlos. Entonces se dio mediavuelta y comenzó a correr. Le seguí, o

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al menos creí que lo hacía, subiendo ala carrera las escaleras en espiral de loque ahora parecía ser el castilloRavenwood. Al llegar al primer pisose detuvo y me esperó y despuéssalimos corriendo hacia unahabitación oscura al final del pasillo.Viniendo de Boo, eso era toda unainvitación.

Ladró y dos enormes puertas deroble se abrieron solas. Estábamos tanlejos de la fiesta que no se escuchabala música ni la conversación de losinvitados. Era como si hubiéramosentrado en un tiempo y un espaciodistintos. Incluso el castillo parecía

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estar transformándose bajo mis pies,pues la roca crujía y las paredes seenfriaban y cubrían de musgo. Lasluces se habían convertido enantorchas y colgaban de las paredes.

Yo sabía mucho de cosasantiguas, el mismo Gatlin lo era yhabía crecido rodeado por objetos deotros tiempos. Pero esto era distinto.Como Lena había dicho, un AñoNuevo, una noche fuera del tiempo.

Cuando entramos en la cámaraprincipal, me quedé paralizado. Lahabitación se abría hacia elfirmamento, como si fuera uninvernadero. El cielo que nos cubría

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era negro, el más negro que habíavisto en toda mi vida. Era como siestuviéramos en el centro de unaterrible tormenta, aunque lahabitación estaba en silencio.

Lena yacía sobre una pesada mesade piedra, acurrucada en posiciónfetal. Estaba chorreando, empapadaen su propio sudor y retorciéndose dedolor. Estaban todos rodeándola:Macon, la tía Del, Barclay, Reece,Larkin, incluso Ryan y una mujerque no reconocí, todos con las manosunidas formando un círculo.

Tenían los ojos abiertos, pero noveían nada, ni siquiera se dieron

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cuenta de que había entrado en lahabitación. Vi que movían la boca,mascullando algo. Cuando di unospasos para acercarme a Macon, me dicuenta de que hablaban en unalengua desconocida. No estabaseguro del todo, pero había pasado eltiempo suficiente con Marian comopara intuir que aquello era latín.

Sanguis sanguinis mei,tutela tua est.

Sanguis sanguinis mei,tutela tua est.

Sanguis sanguinis mei,tutela tua est.

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Sanguis sanguinis mei,tutela tua est.

Sólo se escuchaba un murmulloquedo, un canto. Ya no se oía a Lena.Sentía la cabeza vacía, como si sehubiera ido.

¡Lena! ¡Contéstame!Nada. Sólo yacía allí, gimiendo

débilmente, retorciéndose despaciocomo si intentara desprenderse de supropia piel. Seguía sudando y elsudor se mezclaba con sus lágrimas.

Del rompió el silencio, histérica.—¡Macon, haz algo! No está

funcionando.

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—Estoy intentándolo, Delphine.—Había algo en su voz que jamáshabía escuchado antes: miedo.

—No lo entiendo. HemosVinculado juntos este lugar. Esta casaes el único lugar donde se supone queestá a salvo. —La tía Del miró aMacon en busca de respuestas.

—Estábamos equivocados. Éste noes un puerto seguro para ella —dijouna bella mujer que lucíatirabuzones de pelo negro y quepodría tener la edad de mi abuela.Llevaba varios collares de cuentas enel cuello, unos sobre otros, yelaborados anillos de plata en los

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pulgares. Tenía el mismo aspectoexótico de Marian, como siprocediera de algún lugar muy lejosde aquí.

—Eso no lo sabes, tía Arelia —leincrepó Del, volviéndose hacia Reece—. ¿Qué está sucediendo? ¿Ves algo?

Los ojos de Reece estabancerrados, y las lágrimas surcaban surostro.

—No puedo ver nada, mamá.El cuerpo de Lena se agarrotó y

gritó; en realidad, sólo abrió la boca ypareció como si estuviera gritando,aunque no emitió sonido alguno. Nolo entendía.

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—¡Haced algo! ¡Ayudadla! —gritéa mi vez.

—¿Qué estás haciendo aquí?¡Vete! Esto no es seguro —advirtióLarkin. La familia reparó por primeravez en mi presencia.

—¡Concéntrate! —La voz deMacon sonó desesperada y se alzósobre las demás, cada vez más alto,hasta que se convirtió en un alarido…

Sanguis sanguinis mei,tutela tua est.

Sanguis sanguinis mei,tutela tua est.

Sanguis sanguinis mei,

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tutela tua est.¡Sangre de mi sangre, tuya

es la protección!

Los miembros del círculotensaron los brazos para darle másfuerza, pero no funcionó. Lena seguíachillando silenciosos gritos de terror.Esto era mucho peor que los sueños,pues era real. Y si ellos no podíandetenerlo, yo sí que lo haría. Corríhacia ella, y entré en el círculo bajolos brazos de Reece y Larkin.

—¡Ethan, no!Al penetrar en el interior lo

escuché. Era un aullido siniestro,

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inquietante, como si fuera la voz delmismo viento. ¿O era en verdad unavoz? No podía estar seguro. Aunqueestaba apenas a unos metros de lamesa donde ella yacía, parecía comosi estuviera a miles de kilómetros.Algo intentaba empujarme haciaatrás, algo más poderoso quecualquier otra cosa que hubieraexperimentado hasta ese momento,con más fuerza que cuando Ridleyextrajo la vida de mi cuerpo. Empujécontra aquello con todas mis fuerzas.

¡Ya voy, Lena! ¡Aguanta!Lancé mi cuerpo hacia delante,

estirándome, como lo había hecho

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antes en mis sueños. El negro abismodel cielo comenzó a girar.

Cerré los ojos y avancé hasta quenuestros dedos se rozaron apenas.

Escuché su voz.Ethan. Yo…El aire que había dentro del

círculo nos azotó con violencia, comosi fuera un torbellino. Giraba hacia elcielo, si aquello podía llamarse así,hacia la negrura. Hubo una ola, comouna explosión, que impactó contra eltío Macon, la tía Del y contra todosellos, proyectándolos hacia lasparedes. Al mismo tiempo, el aire quegiraba en espiral dentro del círculo

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roto fue absorbido por la negrura quehabía sobre nosotros.

Y entonces todo terminó. Elcastillo se disolvió hasta convertirseen un desván normal, con unaventana como todas que se agitabaabierta bajo el alero. Lena yacía en elsuelo, una maraña de pelo yextremidades, inconsciente, pero aúnrespiraba.

Macon se levantó del suelo y seme quedó mirando, aturdido.Entonces se dirigió hacia la ventana yla cerró de un golpe.

La tía Del me miró con laslágrimas aún corriéndole por el

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rostro.—Si no lo hubiera visto con mis

propios ojos…Me arrodillé al lado de Lena. No

se podía mover, ni hablar, pero estabaviva. La percibía, un latido tenuepalpitaba en su muñeca. Dejé caer lacabeza a su lado. Era todo lo quepodía hacer para no derrumbarme.

La familia de Lena nos rodeólentamente, un círculo oscuro queparloteaba sobre mi cabeza.

—Te lo dije. El chico tienepoderes.

—Eso no es posible. Es un mortal.No es uno de nosotros.

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—¿Y cómo puede un mortalromper un Círculo Sanguinis? ¿Cómopuede un mortal protegerse de unMentem Interficere tan poderoso quehasta ha conseguido DesvincularRavenwood?

—No lo sé, pero tiene que haberuna explicación. —Del alzó la manosobre su cabeza—. Envico, cotineo,colligo, includo. —Abrió los ojos—. Lacasa aún está Vinculada, Macon. Losiento, pero ha conseguido acercarse aLena de todos modos.

—Claro que lo ha hecho. Nopodemos evitar que venga a por laniña.

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—Los poderes de Sarafine crecendía a día. Reece la ve cuando mira alos ojos de Lena. —La voz de Delsonó temblorosa.

—Nos ha golpeado aquí mismo,esta noche. Se ha apuntado un tanto.

—¿Y cuál es ese tanto, Macon?—Que puede hacerlo.Sentí una mano en mi sien. Me

acarició, deslizándose por mi frente.Intenté hacerle caso, pero la manome dio sueño. Quería arrastrarme acasa para llegar hasta mi cama.

—O que no puede. —Alcé lamirada. Arelia me frotaba las sienes,como si fuera un pobre gorrión

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herido. Fui consciente de que sentíalo que había en mi interior. Buscabaalgo, hurgaba en mi mente como sibuscara un botón perdido o un viejocalcetín—. Ha sido una estúpida y hacometido un grave error. Hemosdescubierto lo único quenecesitábamos saber —comentó lamujer.

—¿Así que estás de acuerdo conMacon? ¿El chico tiene poderes? —La voz de Del sonaba cada vez máshistérica.

—Tenías razón antes, Delphine.Debe de haber alguna otraexplicación. Él es mortal y todo lo

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que sabemos es que los mortales noposeen poderes por sí mismos —laincrepó Macon, como si estuvieraintentando convencerse a sí mismo, aligual que a los demás.

Pero yo empezaba a preguntarmesi no sería verdad. Se lo había dicho aAmma en el pantano, que yo teníaalguna clase de poder. No entendíanada. No era uno de ellos, por lo queyo sabía. No era un Caster.

Arelia alzó la mirada haciaMacon.

—Puedes Vincular la casa todo loque quieras, Macon. Pero yo soy tumadre y te digo que puedes traer aquí

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a todos los Duchannes y Ravenwoody hacer el círculo tan grande comoeste condado de mala muerte siquieres. Formula todas lasVinculaciones que quieras. No es lacasa lo que la protege, sino el chico.Jamás había visto nada igual. Ningúnhechicero puede interponerse entreellos.

—Así que es eso lo que crees. —Macon lo dijo enfadado, pero nodesafió a su madre. Yo estabademasiado cansado para que meimportara. Apenas podía levantar lacabeza.

Escuché a Arelia susurrar algo en

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mi oído. Sonó como si hablara latínde nuevo, pero las palabras sonabandistintas.

Cruor pectoris mei, tutelatua est!

¡Sangre de mi corazón,tuya es la protección!

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1 DE NOVIEMBRE1 DE NOVIEMBREEscrito en la pared

AA la mañana siguiente, cuando medesperté, no tenía ni idea de dóndeme encontraba hasta que no vi lostextos de Lena escritos con rotuladorSharpie cubriendo las paredes, lavieja cama de hierro, las ventanas ylos espejos. Entonces, me acordé.

Alcé la cabeza y me froté lasmejillas. Lena seguía en la cama. Sólopodía verle la punta del pie. Tenía laespalda rígida de haber dormido en el

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suelo y me pregunté quién y cómonos había bajado del desván.

La alarma del móvil empezó asonar. De ese modo, Amma sólo teníaque pegarme tres gritos desde el piede las escaleras para que melevantara. Pero hoy no sonabaRapsodia bohemia a todo volumen, sinootra canción. Lena se levantó,sobresaltada y todavía grogui.

—¿Qué suce…?—Shh. Escucha.La canción había cambiado.

Dieciséis años, dieciséislunas.

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Dieciséis veces has soñadomis recelos,

dieciséis que han deVincular las esferas,

dieciséis, aunque sólo unooye los gritos.

—¡Para eso!Ella echó mano al móvil y lo

apagó, pero los versos siguieronsonando.

—Es sobre ti, creo, pero ¿qué eseso de Vincular las esferas?

—Casi me muero anoche. Estoyharta de que todo guarde relaciónconmigo, estoy harta de que todas las

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cosas raras me sucedan a mí.Tal vez esta estúpida canción sea

sobre ti, para variar. De hecho, eres elúnico que tiene dieciséis años.

Frustrada, alzó la mano, la abrió yluego la cerró hasta formar un puñocon el que asestó un golpe contra elsuelo como si hubiera pretendidomatar una araña.

La música se detuvo. Mejor seríano vérselas hoy con ella. Siendosincero, tampoco la culpaba. Teníaun enfermizo tono verde en la cara yaspecto de estar floja, peor inclusoque el de Link en aquella ocasión enque Savannah le retó a darle un buen

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tiento a la botella de crema de mentaque guardaba su madre en ladespensa, el último día de clase antesde las vacaciones de invierno. Habíanpasado tres años y Link seguía sinprobar ni un trocito de dulce si sabíaa menta.

Lena tenía los pelos apuntando enquince direcciones distintas y los ojosentrecerrados e hinchados de tantollorar. De modo que ése era el aspectode las chicas por la mañana. Jamáshabía visto a ninguna a esa hora, o almenos no tan de cerca. Procuré nopensar en Amma ni en el infierno porel que ésta iba a hacerme pasar

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cuando volviera a casa.Gateé para subirme a la cama de

Lena y la atraje hacia mí para quedescansara sobre mi regazo; luego,recorrí sus cabellos desmelenados conlos dedos.

—¿Estás bien?Cerró los ojos y enterró el rostro

en mi sudadera, que, como yo biensabía, a primera hora debía de olertan mal como un pósum salvaje.

—Eso creo.—Oí tus gritos desde mi casa.—¡Quién iba a suponer que el

kelting me salvaría la vida!Me había perdido algo, como de

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costumbre.—¿Qué es el kelting?—Así es como se llama la forma

que tenemos de comunicarnos unoscon otros sin importar dónde estemos.Al g u no s Casters son capaces dehacerlo y otros no. Ridley y yosolíamos hablar en clase de ese modo,y…

—Pero ¿no me habías dicho queesto nunca te había ocurrido antes?

—No con un mortal. Tío Maconopina que es raro, raro de verdad.

Me gusta cómo suena eso.Lena me propinó un codazo.—Procede del lado celta de

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nuestra familia. Así era como losCasters se pasaban mensajes durantelos juicios. En Estados Unidos suelenllamarlo el Susurro.

—Pero yo no soy un Caster .—Lo sé, eso es lo extraño. Se

suponía que no funcionaba conmortales. —Por supuesto que no.

—¿No crees que es un poco másque raro? Nosotros podemos usar elkelting ese, Ridley entra enRavenwood gracias a mí y hasta tu tíodice que puedo protegerte. ¿Cómo eseso posible? Es decir, no soy Caster .Mis padres son diferentes, pero suspeculiaridades no son de este estilo.

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Se apoyó en mi hombro.—Tal vez no haga falta ser Caster

para tener poderes.—Quizá sólo sea necesario

enamorarse de uno —repuse mientrasle colocaba el pelo detrás de la oreja.

Se lo solté así, sin más, sinestúpidos chistes ni cambios de tema.Por una vez no estaba avergonzado,pues era la verdad. Me habíaenamorado. Creo que siempre lohabía estado. Y más valía que ella seenterase si no lo sabía aún, pues yano había vuelta atrás, al menos paramí.

Lena alzó los ojos para mirarme y

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el mundo entero se desvaneciócuando lo hizo, como si sóloestuviéramos nosotros dos, como sisiempre fuera a ser así y nonecesitásemos magia para eso. Erauna sensación alegre y triste al mismotiempo. Yo no podía estar cerca deella sin sentir cosas, sin sentirlo todo.

¿En qué piensas?Ella sonrió.Creo que puedes averiguarlo por tu

cuenta. Eres capaz de leer los textos delas paredes.

Tal y como había dicho, habíaescrito algo en la pared: poco a pocofue apareciendo una palabra tras otra.

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Túnoereselúnicoenestarenamorado

La frase se escribió por sí sola conla misma ondulada caligrafía negraque cubría el resto de la habitación.El rubor coloreó las mejillas de Lenay se tapó la cara con las manos.

—Como las paredes empiecen amostrar todos mis pensamientos va a

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ser de lo más embarazoso.—¿No lo has hecho a propósito?—No.No tienes de qué avergonzarte, L. Le

aparté las manos de la cara. Porque yosiento lo mismo.

Cerró los párpados con fuerza yyo me incliné para besarla. Fue unbesito, un beso de nada, pero elcorazón se me aceleró de inmediato.

Ella abrió los ojos y sonrió.—Quiero oír el resto, quiero saber

cómo me salvaste la vida.—Ni siquiera recuerdo cómo

llegué aquí y luego no podíalocalizarte, y con toda la casa llena de

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esa gente repulsiva con aspecto desalir de un baile de disfraces.

—No iban disfrazados.—Lo supuse.—¿Y entonces me encontraste? —

Apoyó la cabeza en mi regazo y alzóla mirada hacia mí con una sonrisa—.¿Irrumpiste a lomos de un caballoblanco y me salvaste de una muertesegura a manos de un Caster Oscuro?

—No te rías. Aquello asustaba deverdad y no había ningún caballo,más bien se parecía a un perro.

—Mi último recuerdo es del tíoMacon hablando sobre el Vínculo. —Lena jugueteó con su pelo en ademán

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pensativo.—¿Qué era la cosa esa del

Círculo?—El Círculo Sanguinis o Círculo

de Sangre.Hice lo posible por no parecer

asustado. Apenas tenía estómago paratolerar la imagen de Amma y loshuesos de pollo, así que no sabía siiba a ser capaz de soportar la sangreauténtica, aunque esperaba que almenos fuera su sangre y nada más.

—No vi la sangre.—No es sangre de verdad, tonto.

La sangre se refiere al lazo deparentesco, a la familia. Toda mi

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familia está aquí por vacaciones, ¿lorecuerdas?

—Cierto, perdona.—Te lo dije: Halloween es una

noche poderosa para la magia.—¿Y qué estabais haciendo todos

ahí, dentro de ese Círculo?—Macon deseaba Vincular la

mansión. Ravenwood está Vinculadasiempre, pero él lo repite cadaHalloween para el Año Nuevo.

—Y algo salió mal.—Eso imagino, porque pude oír a

mi tío hablando con tía Del mientrasestábamos en el Círculo, y luego todoel mundo se puso a gritar y

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empezaron a hablar de una mujer.Sara-no-sé-qué.

—Sarafine, yo también lo oí.—Sarafine. ¿Era ese nombre?

Jamás lo había escuchado antes.—Debe de ser una Caster Oscura.

Todos parecían, no sé, parecíanasustados. Jamás había oído a tu tíohablar de ese modo. ¿Sabes quésucedió? ¿Realmente intentabamatarte?

No estaba muy seguro de querersaber la respuesta.

—No lo sé. No recuerdodemasiado, excepto esa voz lejana,como si alguien me hablara desde un

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lugar remoto, pero no logro recordarsus palabras. —Se movió en miregazo y con cierta torpeza seacomodó encima de mi pecho. Dabala impresión de que casi podía sentirsu corazón palpitando sobre el mío;sonaba como el aleteo de un avedentro de una jaula. Estábamos tancerca como podían estarlo dospersonas, sin mirarnos el uno al otro.Ésa era la forma en que yo creía queambos necesitábamos estar aquellamañana—. Se nos acaba el tiempo,Ethan. ¿Qué más da? En cualquiercaso, sea quien sea ella, ¿no crees quevenía a por mí porque voy a volverme

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Oscura dentro de cuatro meses?—No.—¿No? ¿Eso es todo lo que tienes

que decir después de la peor noche demi vida, después de que he estado apunto de morir? —Lena se retiró demi lado.

—Piensa en ello. Esa Sarafine, seaquien sea, ¿te estaría dando caza sifueras a convertirte en uno de losmalos? No, y además, si fueras avolverte Oscura, los buenos irían apor ti. Fíjate en Ridley. Nadie de tufamilia le ha puesto precisamenteuna alfombra de bienvenida.

—Excepto tú, tontaina —replicó,

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y me dio un codazo en las costillas enplan juguetón.

—Exactamente, porque yo no soyu n Caster, sino un insignificantemortal y, como tú misma aseguraste,si ella me dice que salte por unbarranco, yo lo haría.

Lena se sacudió los cabellos.—¿Es que acaso tu madre no te

dijo, Ethan Wate, que cuando tusamigos se tiraran por un barranco tecuidaras de hacerlo tú?

La estreché entre mis brazos,sintiéndome mucho más feliz de loque debería, dada la nochecita quehabíamos pasado. O tal vez era Lena

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quien se sentía mejor, y a mí mepasaba lo mismo. La conexiónexistente entre nosotros esos días eratan fuerte que resultaba difícildeterminar qué era yo y qué era ella.

Quería besarla, no sabía nadamás.

Vas a ser Luminosa.Y eso hice.Luminosa, definitivamente.La besé otra vez mientras la

abrazaba. Besarla era tan necesariocomo respirar: tenía que hacerlo, nopodía evitarlo. Estreché mi cuerpocontra el suyo. Oí su jadeo y sentí sucorazón latir contra mi pecho. De

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pronto, empezó a arderme hasta laúltima terminación del sistemanervioso y se me puso el pelo depunta. Ella se acomodó sobre micuerpo. Su melena negra sedesparramó entre mis manos y cadaroce de sus cabellos fue como unchispazo. Había deseado hacer estodesde que la conocí, desde la primeravez que soñé con ella.

Era como si te alcanzase un rayo.Éramos uno solo.

Ethan.Percibí la nota de urgencia en su

voz incluso a pesar de que ella lehablara a mi mente. Yo también me

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daba cuenta: era como si no pudieraestar lo bastante cerca de ella. Su pielera suave y cálida. Noté cómo seintensificaban los pinchazos y loslabios en carne viva, pues nopodíamos besarnos con más fuerza.La cama empezó a dar sacudidas y depronto se alzó y se bamboleó debajode nosotros, lo sentí, y también queme fallaban los pulmones, que la pielse me helaba y las luces de lahabitación se encendían y apagabanmientras el cuarto mismo empezaba adar vueltas, o tal vez se volvía negro,sólo que yo no sabía qué estabapasando, ni siquiera si era cosa mía o

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de la luz del dormitorio.¡Ethan!La cama se estampó contra el

suelo. Oí a lo lejos el sonido delcristal al hacerse añicos, como sihubiera estallado una ventana, ytambién escuché el llanto de Lena, yluego una voz de niña que preguntó:

—¿Qué te pasa, Lena Beana? ¿Porqué estás tan triste?

Sentí una manita caliente sobre elpecho. La calidez de esa palma seextendió por todo mi cuerpo y laestancia dejó de dar vueltas. Luego,fui capaz de respirar y abrí los ojos.

Era Ryan.

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Me incorporé con el cerebro todavíaa punto de estallar. Lena se hallaba ami lado, con la cabeza pegada a mipecho, justo como había estado hacíauna hora, sólo que esta vez lasventanas de su cuarto estaban rotas,la cama se había venido abajo y teníadelante de mí a una niña rubia dediez años que mantenía la mano enmi pecho. Lena, aún sorbiéndose lanariz, intentó apartar de mi lado untrozo roto de espejo y los restos de sucama.

—Creo que ya hemos averiguadoqué es Ryan. —Lena sonrió, pero aún

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tenía los ojos llorosos. Atrajo a laniña hacia sí, y la abrazó—. UnaThaumaturge. Jamás habíamos tenidouna en la familia.

—Supongo que debe de ser unode esos nombres vuestros parareferiros a una sanadora —aventurémientras me frotaba la cabeza.

Lena asintió y le plantó un beso ala niña en la mejilla.

—Algo por el estilo.

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27 DE27 DENOVIEMBRENOVIEMBRELa típica fiesta

americana de toda lavida

TTras Halloween, pareció reinar lacalma característica de después latormenta y a pesar de saber que elreloj no detenía su avance, nossumimos en la rutina: yo caminabahasta la esquina para esconderme deAmma, Lena me recogía con el coche

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fúnebre y Boo Radley se unía anosotros delante de Stop & Steal,desde donde nos seguía hasta el insti.Con la excepción de Winnie Reid, elúnico miembro del equipo de debatedel Jackson, lo cual no facilitabadiscusión alguna, y Robert LesterTate, ganador del concurso estatal dedeletreo dos años consecutivos, sóloLink se sentaba con nosotros en lacafetería. Fuera de clase, cuando nonos íbamos a comer a las gradas ninos espiaba el director Harper, nosescondíamos en la biblioteca parareleer los papeles del guardapelo, conla esperanza puesta en que Marian

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cometiera alguna indiscreción y noscontara algo.

Por lo demás, no había ni rastrode ninguna coqueta prima Siren ni desus piruletas ni de esos poderes suyosletales; tampoco se produjo ningunamisteriosa tormenta de categoría 3, noasomó en el cielo ningún ominosonubarrón negro y ni siquiera tuvimosninguna de esas extrañas comidas conMacon. Nada se salía de lo normal,salvo por una cosa, la más importantede todas: estaba loco por una chicaque, aunque pareciera mentira, sentíalo mismo por mí.

¿Cuándo había pasado? Casi

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resultaba más fácil creer que fuerauna Caster que el hecho de su mismaexistencia.

Tenía a Lena, una chica preciosay poderosa; cada día era perfecto y, almismo tiempo, aterrador.

Hasta que de pronto sucedió loimpensable: Amma invitó a Lena a lacena del Día de Acción de Gracias.

—No puedo entender por quéquieres venir a cenar en Acción deGracias. Es un tostón.

Amma tramaba algo, eso eraobvio, y yo estaba bastante nervioso.

Me relajé cuando Lena esbozóuna sonrisa, cuya hermosura

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inigualable me dejaba siemprealelado.

—A mí no me parece tanaburrido.

—Dices eso porque nunca hasestado en mi casa en Acción deGracias.

—Jamás he estado en casa denadie ese día. Los Casters nocelebramos el Día de Acción deGracias. Es una fiesta sólo para losmortales.

—¿Estás de broma? ¿No cenáispavo relleno ni pastel de calabaza?

—No.—Hoy no habrás comido mucho,

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¿verdad?—La verdad es que no.—Entonces lo pasarás bien.Yo había ido preparando a Lena

con tiempo para que no sesorprendiera cuando las Hermanasenvolvieran unos cuantos bollos enlas servilletas y se los guardaran en elbolso; ni cuando mi tía Caroline yMarian se pasaran media veladadiscutiendo sobre la localización de laprimera biblioteca públicaestadounidense (Charleston) o lafórmula correcta del verde Charleston(dos partes de negro yanqui y una deamarillo rebelde). La tía Caroline

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trabajaba como conservadora en unmuseo de Savannah y sabía deantigüedades y periodosarquitectónicos tanto como mi madresobre estrategias bélicas y municiónde la Guerra de Secesión. Lena debíaestar preparada para eso: Amma, loschiflados de mi familia y Marian, y aeso había que sumarle por añadiduraa Harlon James.

Sin embargo, había omitido elúnico detalle que ella necesitabasaber. Tal y como habían ido lascosas en los últimos tiempos, era muyprobable que mi padre se sentara a lamesa en pijama, pero eso era algo que

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sencillamente me sentía incapaz decontar.

Amma se tomaba muy en serioAcción de Gracias, y eso significabados cosas: mi padre saldría del estudiode todas todas, aunque lo haríacuando ya fuera de noche, por lo quetécnicamente tampoco habría muchadiferencia con sus costumbreshabituales, pero se sentaría a cenarcon nosotros, a comer comida deverdad, nada de cereales ShreddedWheat. Eso era lo mínimo queAmma iba a permitir, así que, enhonor a la peregrinación de mi padreal mundo donde los demás

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habitábamos todos los días, habíahecho comida para un regimiento:pavo, puré de patata con salsa decarne, judías blancas, crema de maíz,patatas dulces con malvavisco, jamóndulce, bizcochos, pastel de calabaza ytarta de merengue al limón. Estaúltima la hacía más por el tío Abnerque por el resto de nosotros.

Me demoré un segundo en elporche al recordar cómo me habíasentido la noche que fui a Ravenwoodpor vez primera. Ahora le tocaba aella. Me dio un poco de pena. Lenahizo un ademán para apartarse loscabellos negros de la cara; le acaricié

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el mentón, donde se le habíanenredado unos cuantos mechonesrebeldes.

¿Estás preparada?Lucía un vestido con una falda

corta de encaje negro. Se la estirópara que le quedara suelta. Estabainquieta.

No lo estoy.Pues deberías.Sonreí mientras le abría la puerta.—Preparada o no…La casa tenía el aroma de mi

niñez: olor a trabajo y puré de patata.—¿Eres tú, Ethan Wate? —

preguntó Amma a grito pelado desde

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la cocina.—Sí, señora.—¿Viene contigo la chica? Tráela

aquí para que podamos echarle unvistazo.

Hacía mucho calor en la cocina.Amma se hallaba frente a los fogonescon el delantal puesto mientras la tíaPrue iba de un lado a otro, batiendodiferentes mezclas en varios tazones.La tía Mercy y la tía Grace jugabanal Scrabble en la mesa de la cocina.Nadie pareció percatarse de que enrealidad ninguna de las dos intentabaconstruir ninguna palabra en eltablero.

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—Bueno, no te quedes ahí parado.Hazla pasar dentro.

Sentí todo el cuerpo en tensión.No había forma de adivinar cuál seríala reacción de Amma ni la de lasHermanas. Para empezar, no tenía lamenor idea de por qué Amma habíainsistido en invitar a la sobrina deMacon Ravenwood.

Lena se adelantó.—Cuánto me alegra conocerla por

fin.Amma la examinó de la cabeza a

los pies mientras se secaba las manosen el delantal.

—Así que tú eres la que tiene tan

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ocupado a mi chaval. El cartero teníarazón: eres bonita como el sol.

Me pregunté si Carlton Eatonhabía mencionado eso mientras ibana Wader's Creek.

Lena se puso colorada.—Gracias.—Has revuelto un poco las cosas

en el colegio, según he oído. —La tíaGrace sonrió—. Eso está bien. No séqué os enseñan a los chicos allí hoydía.

Tía Mercy colocó sus fichas unatras otra hasta formar una palabra. E-S-P-I-R-O.

Tía Grace se inclinó sobre el

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tablero y bizqueó.—¡Otra vez con trampas, Mercy

Lynne! ¿Qué palabro es ése? ¡Úsaloen una frase!

—Espiro a tomarme uno de esospastelitos blancos.

—No se dice así. —La tía Gracemovió una ficha para corregirla. Almenos una de las dos sabía qué setraía entre manos—. Se dice expirar,con equis. —Bueno, tal vez no.

No exagerabas nada.Te lo dije.—¿No es Ethan ese que acaba de

entrar? —La tía Caroline entró conlos brazos abiertos en el momento

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justo—. Ven aquí y dale un abrazo atu tía.

Siempre me pillaba desprevenidosu enorme parecido con mi madre. Lamisma melena castaña,invariablemente recogida hacia atrás,los mismos ojos marrones; pero mimadre siempre se había decantadopor ir descalza y ponerse vaquerosmientras que la tía Caroline vestíamás al estilo sureño y elegía vestidoscon tirantes y algún suéter fino.Tenía la sospecha de que mi tía se lopasaba bomba cuando veía los gestosde la gente al hacerles saber que ellano era una solterona entrada en años,

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sino la conservadora del Museo deHistoria en Savannah.

—¿Y cómo va todo por aquí, porel norte? —Caroline siempre serefería a Gatlin con esa expresión:«Aquí, por el norte», pues el condadoestaba al norte de Savannah.

—Todo muy bien. ¿Me has traídopralinés?

—¿No te los traigo siempre?Cogí a mi invitada de la mano y

di un tirón para acercarla adonde meencontraba.

—Lena, te presento a mi tíaCaroline y a mis tías abuelasPrudence, Mercy y Grace.

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—Encantada de conocerlas atodas.

Lena alargó la mano libre parasaludarlas, pero, en vez deestrechársela, la tía Caroline la atrajohacia sí con un abrazo.

En la entrada, alguien cerró de unportazo.

—¡Feliz Acción de Gracias! —Marian entró con una cacerola y unafuente, puestos uno sobre otro—.¿Qué me he perdido?

—Ardillas. —Tía Prue se le acercóarrastrando los pies y cogió del brazoa la recién llegada—. ¿Qué sabes deellas?

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—Vale. Fuera de mi cocina todosvosotros, todos. Necesito algo deespacio para obrar mi magia. Eh,Mercy Staham, que te veo, te estászampando mis bastones de caramelocon canela.

La interpelada dejó de masticar ados carrillos durante unos segundos.Lena me miró de refilón mientrasintentaba aguantar la sonrisa.

Podría llamar a Cocina.Confía en mí: Amma no necesita

ayuda alguna cuando se trata de cocinar.Tiene magia de su propia cosecha paraeso.

Todo el mundo se metió en el

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atestado comedor. Caroline y Prue seenzarzaron sobre el mejor métodopara que el palo santo crezca en unporche soleado mientras las tíasGrace y Mercy seguían la polémicasobre el deletreo correcto del verbo«espirar» al tiempo que Marianintentaba mediar entre las dos. Todoeso bastaba para volver loco acualquiera, pero cuando vi a Lenaapretujada entre las Hermanas sinpoderse mover, parecía feliz, inclusocontenta.

Esto es guay.¿Estás de broma?¿Ésa era su idea de una fiesta en

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familia? ¿Una montaña de cacerolas,un tablero de Scrabble y unasancianas a la greña? No estaba segurodel todo, pero sabía que eso era lomenos parecido del mundo alEncuentro.

Al menos no intentan matarse entreellas.

Dales un cuarto de hora, L.Pillé a Amma mirando a través de

la puerta de la cocina, pero no meexaminaba a mí, sino a Lena.

Estaba tramando algo, ya no mecupo duda alguna.

La cena de Acción de Graciasdiscurría como todos los años,

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excepto que nada era igual. Mi padreiba en pijama, la silla de mi madreestaba vacía y yo estrechaba la manode una Caster por debajo de la mesa.La sensación me abrumó duranteunos segundos, me sentía feliz y tristeal mismo tiempo, como si en ciertomodo ambas cosas guardasen algunarelación, pero apenas tuve unafracción de segundo para pensar enello. En cuanto dijimos amén, lasHermanas se pusieron a tragar bollos,Amma empezó a llenar los platos conpuré de patata con salsa y tíaCaroline comenzó con su charloteo.

Yo sabía qué ocurría. Tal vez

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nadie reparase en la silla vacía sihabía suficiente ajetreo, conversacióncontinua y bastantes tartas, pero nohabía suficientes tartas en el mundopara lograr eso, ni siquiera en lacocina de Amma.

Por otra parte, tía Caroline estabadecidida a hacerme hablar todo elrato.

—¿Necesitas que te preste algopara la recreación, Ethan? Tengo enel desván una guerrera entallada decorte recto y tiene toda la pinta de serauténtica.

—No me lo recuerdes.Casi había olvidado que si

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pretendía aprobar la asignatura dehistoria este año debía vestirme desoldado confederado para larecreación de la batalla de HoneyHill. Todos los años tenía lugar unarecreación de la Guerra de Secesiónhacia febrero. Era la única razón paraque los turistas se dejaran caer porGatlin.

Lena alargó la mano para cogerun bollo.

—No me parece que la recreaciónsea tan buen negocio, la verdad.Parece demasiado trabajo pararepresentar una batalla librada hacemás de cien años, cuando podemos

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leerla en los libros de Historia.Oh, oh.Tía Prue respiró de forma

entrecortada. Ése era el tipo deblasfemias que la sacaban de quicio.

—Habría que quemar esa escuelavuestra hasta los cimientos. Allí yano enseñan historia. La lucha del surpor su independencia no puedeaprenderse en los libros de texto, hayque verla. Todos los jóvenes deberíaisverlo: el mismo país que luchó comoun solo hombre en la Guerra de laIndependencia se volvió contra símismo en una guerra civil.

Di algo, Ethan. Cambia de tema.

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Demasiado tarde. Se va a poner arecitar el himno nacional en cualquiermomento.

Marian abrió en dos un panecilloy lo llenó de jamón.

—La señorita Statham tienerazón. La Guerra de Secesión volvióal país contra sí mismo, a menudoenfrentó a hermano contra hermano.Fue un trágico episodio en la historiade Estados Unidos. Murieron entorno a medio millón de hombres,aunque perecieron más deenfermedad que en la batalla.

—Un trágico episodio, sí, señor —convino tía Prue.

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—Pero ahora no te enojes,Prudence Jane. —Tía Grace le diounas palmaditas en el brazo a tíaPrue; ésta le apartó la mano con unademán.

—No me digas cuándo deboindignarme. Sólo intento asegurarmede que los jóvenes saben distinguir elculo de las témporas. Aquí no enseñanadie, salvo yo. Esa escuela deberíapagarme.

Debería haberte advertido de que noles dieras pie.

A buenas horas me lo cuentas.Lena se revolvió incómoda en el

asiento.

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—Lo siento. No pretendía decirnada irrespetuoso, es sólo que… nohabía conocido a nadie tan entendidoen la Guerra de Secesión.

Muy sutil, sobre todo si por entendidoquieres decir obsesionado.

—No vayas a sentirte mal ahora,corazón. De vez en cuando PrudenceJane se levanta con el pie torcido.

Tía Grace le dio un codazo a tíaPrue.

Por eso le echamos whisky en el té.—Todo es por culpa del guirlache

de cacahuete que ha traído Carlton.—Tía Prue observó a Lena,disculpándose con la mirada—. Lo

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paso fatal cuando tiene tanto azúcar.Las pasa moradas cuando no tiene

guirlache a mano.Mi padre tosió mientras removía

el puré de patata. Lena vio laoportunidad de cambiar de tema.

—Ethan me ha dicho que es ustedescritor, señor Wate. ¿Qué clase delibros escribe?

Mi padre levantó los ojos paramirarla, pero no dijo nada. Lo másprobable era que ni siquiera sehubiera percatado de que nuestrainvitada se estaba dirigiendo a él.

—Mitchell trabaja en una nuevaobra, en una importante, tal vez la

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mejor de las que ha escrito hastaahora, y eso que ha escrito unmontón de libros. ¿Cuántos llevashasta ahora, Mitchell? —inquirióAmma como si se estuviera dirigiendoa un niño. Ella sabía al dedillocuántas obras había publicado mipadre.

—Trece —masculló él.Pensé que los modales

intimidatorios de mi padredesalentarían a Lena, pero no fue así.Le estudié: tenía el pelo despeinado ycírculos negros bajo los ojos. ¿Desdecuándo tenía tan mal aspecto?

—¿Y de qué trata su novela? —

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insistió Lena.Mi padre pareció animado por

primera vez en toda la velada.—Es una historia de amor, aunque

en realidad este libro ha sido un viaje.La gran novela americana. Podríadecirse que trabajo en El ruido y lafuria de mi carrera, pero no puedohablar del argumento, de veras, aúnno, no en este momento, no cuandoestoy tan cerca de…

Había empezado a desvariar.Luego, enmudeció de repente, comosi llevara un interruptor en la espalday alguien lo hubiera apagado. Sequedó mirando fijamente la silla

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vacía de mi madre mientras se ibadebilitando.

Amma parecía ansiosa. La tíaCaroline intentó distraer la atencióngeneral de lo que se estabaconvirtiendo en la noche másembarazosa de mi vida.

—Lena, ¿desde dónde dijiste quete habías mudado…?

No oí la respuesta ni ningunaotra cosa, pues en vez de eso percibíque todo se movía a cámara lenta y deforma borrosa, como los espejismoscuando las olas de calor cruzan elaire.

¿Qué estaba pasando…?

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Todo parecía haberse paralizadoen la habitación, pero no era así. Yoestaba petrificado. Mi padre se habíaquedado parado. Tenía los ojosentrecerrados y los labios fruncidospara formar la sílaba que no habíatenido ocasión de pronunciar. Seguíacon la vista fija en el puré de patata,todavía sin probar. Las Hermanas, latía Caroline y Marian permanecíaninmóviles como estatuas. El péndulodel viejo reloj del abuelo se habíadetenido. Hasta el aire permanecíaestático.

¿Estás bien, Ethan?Intenté responderle, pero no

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pude. Estuve a punto de morircongelado cuando Ridley me apretóentre sus dedos letales, pero en estaocasión ni tenía frío ni estabamuerto, sólo inmóvil.

—¿Ha sido cosa mía? —preguntóLena en voz alta.

Únicamente Amma estaba encondiciones de responderle.

—¿Hacer un Vínculo temporal?¿Tú? Es tan probable como que salgaun caimán de las tripas de ese pavo —se mofó ella—. No, no es cosa tuya,chiquilla. Esto te supera. LosNotables han decidido que ya es horade que tú y yo tengamos unas

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palabritas de mujer a mujer. Ahoranadie puede escucharnos.

Con una excepción: yo puedo oírte.Pero no conseguía articular

palabra. Podía escucharlas a ambas,pero era incapaz de proferir sonidoalguno.

Amma miró al techo.—Gracias por la ayuda, tía

Delilah. —Se dirigió hacia la comiday cortó un trozo de pastel decalabaza. Luego lo puso en un lujosoplato de porcelana y lo dejó en elcentro de la mesa—. Ahora voy adejar este trozo para ti y losNotables. Procura no olvidar que lo

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he hecho yo.—¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que ha

hecho?—No he hecho nada. Sólo he

ganado un poco de tiempo paranosotras, me parece…

—¿Es usted una Caster?—No, sólo Vidente. Veo lo que

debe verse, lo que nadie puede oquiere ver.

—¿Ha detenido usted el tiempo?— L o s Casters podían detener eltiempo, Lena me lo había dicho, perosólo los de mayor poder.

—No he hecho semejante cosa.Sólo pedí un poco de ayuda a los

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Notables y tía Delilah se mostródispuesta.

Lena parecía confusa, o tal vezasustada.

—¿Quiénes son los Notables?—Mi familia en el Más Allá. Me

echan una manita de vez en cuando,y no están solos. Otros lesacompañan. —Amma se inclinó sobrela mesa y miró a Lena a los ojos—.¿Por qué no luces el brazalete?

—¿El qué…?—¿No te lo dio Melquisedec? Le

dije que ibas a necesitarlo.—Lo hizo, pero me lo quité.—Vaya, ¿y a santo de qué hiciste

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semejante cosa?—Descubrimos que bloqueaba las

visiones.—Era un bloqueador, cierto…

Mientras lo llevaras encima.—¿Y qué bloqueaba?Amma alargó una mano y cogió

la de Lena para darle la vuelta y dejarla palma boca arriba.

—No quería ser yo quien te lodijera, chiquilla, pero ni Melquisedecni tu familia van a decirte nada yalguien ha de contártelo. Debes estarpreparada.

—Preparada… ¿para qué?Amma miró al techo y masculló

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algo para sus adentros.—Ella viene a por ti, chiquilla, y

es una fuerza que hay que tener encuenta… Oscura como la noche.

—¿Quién…? ¿Quién viene a pormí?

—Desearía que te lo contaranellos. No quería ser yo quien te loexplicara, pero los Notables aseguranque alguien debe decírtelo antes deque sea demasiado tarde.

—¿Decirme qué? ¿Quién viene,Amma?

Amma tiró del amuleto que lecolgaba del cuello hasta sacárselo dela blusa y lo sujetó con fuerza.

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—Sarafine la Oscura —contestóen voz baja, como si temiera quealguien pudiera escucharla.

—¿Y quién es?Amma vaciló, apretó la bolsa con

más fuerza.—Tu madre.—No lo entiendo. Mis padres

fallecieron siendo yo una niña y mimadre se llamaba Sara. He visto sunombre escrito en el árbolgenealógico.

—Tu padre murió, eso es cierto,pero que tu madre sigue viva es tancierto como que yo estoy aquí, y yasabes cómo son los árboles familiares

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aquí, en el sur: bastante menosexactos de lo que se dice.

A Lena se le fue el color de lacara. Hice un gran esfuerzo poralargar el brazo y cogerle la mano,pero sólo conseguí mover unapizquita el dedo. Estaba desvalido.No podía hacer otra cosa que mirarmientras ella avanzaba sola dandotumbos en la oscuridad, igual que enlas pesadillas.

—¿Y ella es Oscura?—La más Oscura de las Casters

vivas hoy en día.—¿Y por qué no me lo han

contado ni mi tío ni mi abuela? Me

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dijeron que había muerto. ¿Por quéiban a mentirme?

—Hay verdades y verdades, yluego está la verdad, y a menudo nosuelen ser lo mismo. Ellos intentanprotegerte, lo admito. Aún se creencapaces de hacerlo, pero los Notablesno lo tienen tan claro. No deseaba seryo quien te avisara, peroMelquisedec es tozudo como unamuía.

—¿Por qué intenta ayudarme?Pensé… Creía que no le caía bien.

—Esto no es cosa de si me gustas ono. Ella viene a por ti y tú necesitasestar centradita, sin distracciones. —

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Amma enarcó una ceja—. Y noquiero que le suceda nada a mimuchacho. Esto te viene grande, ossupera a los dos.

—¿Qué nos viene grande?—Todo este embrollo. Ethan y tú

no estáis destinados a estar juntos.Amma volvía a hablar de forma

enigmática y Lena parecía confusa.—¿Qué significa eso?Amma giró la cabeza con

brusquedad, como si alguien lehubiera tocado el hombro.

—¿Qué dices, tía Delilah? —Amma se volvió hacia Lena yanunció—: No nos queda mucho

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tiempo.El péndulo del reloj comenzó a

moverse de modo casi imperceptible.La estancia volvía a la vida. Mi padrebizqueó, pero lo hizo tan despacioque los párpados tardaron variossegundos en rozar la piel debajo delos ojos.

—Ponte de nuevo el brazalete.Necesitas toda la ayuda posible.

De pronto, el tiempo recobró sulugar…

Parpadeé varias veces antes derecorrer la habitación con la mirada.Mi padre seguía con la vista en el

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puré y tía Mercy aún no habíaterminado de envolver el bollo con laservilleta. Alcé la mano hasta ponerladelante de los ojos y moví los dedos.

—¿Qué diablos ha sido esto?—¡Ethan Wate! —exclamó tía

Grace con voz entrecortada.Amma estaba abriendo un

panecillo para llenarlo de jamón. Mepilló desprevenido cuando alzó lavista y me miró. No había pretendidoque yo escuchara su conversación demujeres, eso era obvio. Me dirigió esamirada de significado inequívoco:«Mantén el pico cerrado, EthanWate».

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—No uses ese vocabulario en mimesa. ¿Qué va a ser? Panecillos,jamón y pavo relleno. No eres lobastante mayor como para que no telave esa bocaza con una pastilla dejabón. Me he tirado cocinando todoel día, y espero que te los comas.

Miré de soslayo a Lena. Se lehabía borrado la sonrisa y permanecíacon la vista clavada en el plato.

Lena Beana. Vuelve a mí. No voy adejar que te pase nada. Estarás bien.

Pero ella tenía el pensamientomuy, muy lejos de allí.

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Lena no despegó los labios durantetodo el trayecto de regreso y cuandollegamos a Ravenwood, abrió lapuerta del coche de un tirón, cerró deun portazo y se encaminó hacia lamansión sin decir ni pío.

Estuve en un tris de no seguirla.La cabeza me daba vueltas. Eraincapaz de imaginar cómo se sentía.Ya era bastante malo perder a unamadre, pero no lograba imaginarmequé se sentía al descubrir que seguíaviva la madre que deseabas queestuviera muerta.

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Yo había perdido a la mía, perono estaba perdido, pues, antes de irse,ella me había anclado a Amma, a mipadre, a Link y a Gatlin. La percibíaen las calles, en mi casa, en labiblioteca, hasta en la despensa. Lenajamás había tenido eso. Como diríaAmma, ella había soltado amarras eiba tan a la deriva como las balsasusadas por los pobres en el pantano.

Deseaba convertirme en su ancla,pero, a mi modo de ver, nadie podíaserlo en este preciso momento.

Lena pasó a toda prisa al lado de Boo.

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Éste permanecía sentado en el porchey no resollaba a pesar de haber venidocorriendo detrás del coche durantetodo el trayecto de vuelta. Tambiénhabía estado en el patio delantero demi casa. Al parecer, le gustaban laspatatas dulces y el malvavisco que yohabía tirado fuera por la puertaaprovechando que Amma iba a lacocina en busca de más salsa.

Escuché los alaridos de Lenadentro de la casa. Suspiré, salí delcoche y me senté en los escalones delporche, cerca del perro. La cabeza memartilleaba como si tuviera un bajónde azúcar.

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—¡Despierta, despierta, tíoMacon! No estás dormido, lo sé, ya seha puesto el sol.

Percibía los gritos de Lena dentrode mi cabeza.

«No estás dormido, lo sé, ya se hapuesto el sol».

Yo seguía a la espera de que ellame diera una sorpresa y me contasede una vez la verdad sobre el ViejoRavenwood, tal y como había hechoconsigo misma. Fuera lo que fuera,no parecía un Caster corriente ymoliente, y eso si en realidadresultaba ser algo por el estilo. Nohacía falta ser un empollón para ver

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por dónde iban los tiros a tenor deque se tiraba todo el día durmiendo yaparecía y desaparecía a su antojo.

Seguía sin estar seguro de quererentrar en esa ocasión.

Boo me contempló fijamente.Alargué la mano para acariciarle,pero apartó la cabeza como si dijera«sigamos a buenas, no me toques,chico, por favor». Boo y yo nosincorporamos con intención deentrar, cuando dentro de la casaempezaron a romperse cosas. Lenahabía acertado de lleno a una de laspuertas del piso de arriba.

La casa había recuperado la

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fisonomía preferida de Macon, elexquisito desarreglo de antes de laguerra, o al menos ésa era misospecha. En mi fuero interno estabade lo más aliviado por no hallarme enun castillo. Me habría gustado poderdetener el tiempo y volver tres horasatrás, y sería muy feliz si la mansiónse hubiera transformado en una deesas casas móviles y todos nosotrosestuviéramos sentados en torno a unabandeja con las sobras del banquete,como el resto de la gente en Gatlin.

—¿Mi madre…? ¿Mi propiamadre?

La puerta se abrió con fuerza y

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Macon apareció en el umbral hechoun desastre. Vestía un pijama de linoarrugado, pero, odio decirlo, lo ciertoera que tenía más pinta de ser uncamisón. Tenía el pelo alborotado ylos ojos más rojos de lo habitual, ytambién estaba más pálido. Con esaspintas parecía que le había pasadopor encima una apisonadora.

A su manera, Ravenwood no sediferenciaba tanto de mi padre. Eraun desastre de primera, tal vez másque él, salvo en lo tocante a lavestimenta. A mi padre no le pillaríascon camisón ni muerto.

—¿Mi madre es Sarafine, la cosa

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que intentó matarme en Halloween?¿Cómo has podido ocultarme eso?

Él sacudió la cabeza y se pasó lamano por el pelo, sin salir de suasombro.

—Amarie.Habría dado cualquier cosa por

ver a Amma y a Macon en uncuadrilátero. De todos modos, habríaapostado por ella.

Macon se metió en su dormitorioy cerró de un portazo, pero no antesde que yo pudiera echar un vistazo:parecía sacado de El fantasma de laópera, con una cama con dosel y esoscandelabros de hierro más altos que

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yo. Un paño aterciopelado de colornegro y gris recubría las columnas dela cama y unas colgaduras de lamisma tela pendían de forma ominosasobre los postigos, tapando lasventanas. Hasta las paredes estabantapizadas por ese mismo tejidogastado, al que le eché un siglo por lomenos. El dormitorio era oscuro,oscuro como la tinta. El efecto eraaterrador. La oscuridad de verdad, lareal, era algo más que la ausencia deluz.

Cuando Macon franqueó denuevo el umbral, salió hecho unpincel: ni un pelo fuera de su sitio, ni

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una arruga en los pantalones de sportni en la camisa, blanca reciénplanchada, ni una marca en sus finoszapatos de gamuza. No guardabaparecido alguno con la imagenofrecida hacía unos segundos, y todocuanto había hecho era cruzar lapuerta de su habitación.

Miré a Lena. No parecíaextrañada, era como si no se hubieradado cuenta. Me quedé helado alrecordar durante unos segundos lodiferentes que debían de haber sidonuestras vidas.

—¿Está viva mi madre?—Es algo más complicado que

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eso, me temo.—¿Te refieres a la parte en que

mi propia madre quería matarme?¿Cuándo pensabas contármelo, tíoMacon? ¿Cuando ya hubiera sidoLlamada?

—No empieces otra vez con lomismo. —El interpelado suspiró—.No vas a volverte Oscura.

—No concibo cómo puedespensar eso y no lo contrario siendo yohija de, y cito palabras de otrapersona, «la más oscura de las Castersvivas».

—Comprendo que estésdisgustada. Cuesta digerir todo esto y

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debería habértelo dicho yo mismo,pero debes creerme: intentabaprotegerte.

Lena se salió de sus casillas.—¡Protegerme! Me dejaste creer

que lo de Halloween había sido unsimple ataque fortuito cuando fuecosa de mi madre. Ella vive e intentaacabar conmigo, ¿y no se te haocurrido que yo debería saberlo?

—No sabemos si intenta acabarcontigo.

Los marcos de los cuadroscomenzaron a golpear contra lasparedes. Las bombillas se fundieronuna tras otra a lo largo de todo el

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vestíbulo. La lluvia repiqueteabacontra los postigos.

—¿No hemos tenido ya suficientemal tiempo las últimas semanas?

—¿Qué más me escondes? ¿Dequé voy a enterarme después? ¿Deque mi padre está vivo?

—~Me temo que no —lo dijocomo si fuera una tragedia, algodemasiado triste para hablar de ello,con el mismo tono utilizado por lagente cuando hablaba de la muerte demi madre.

—Tienes que ayudarme —pidióella con voz rota.

—Haré cuanto esté en mi mano

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para protegerte, Lena, como he hechosiempre.

—Eso es mentira —replicó susobrina—. No me has hablado de mispoderes ni me has enseñado aprotegerme.

—Ignoro el alcance real de tuspoderes. Eres una Natural. Cuandonecesites hacer algo, lo harás. A tumanera y a tu debido tiempo.

—Mi madre intenta matarme. Notengo tiempo.

—No sabemos si eso es verdad,como ya he dicho antes.

—En tal caso, ¿cómo explicas lode Halloween?

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—Existen otras posibilidades. Dely yo trabajamos en ellas para ver quésacamos en claro. —Macon se dio lavuelta y se alejó de ella, como si fueraa regresar a su cuarto—. Ahoranecesitas calmarte. Podemos hablarde esto más tarde.

Lena se dirigió hacia un jarrónque estaba en el aparador del rincóny luego clavó los ojos en la pareddonde se abría la puerta deldormitorio; el jarrón salió disparadocomo si estuviera sujeto por un cordely alguien hubiera dado un tirón a finde arrojarlo hacia allí. Voló por laestancia y se estrelló contra la pared,

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lo bastante lejos como para estarsegura de no alcanzar a su tío y losuficientemente cerca para dejarleclaro que no era un accidente.

No era uno de esos momentos enlos que ella perdía el control y lascosas simplemente pasaban, esta vezlo había hecho a propósito. No habíaperdido el dominio de sí misma.

Macon se dio la vuelta tan deprisaque ni le vi moverse y se plantódelante de su sobrina en unsantiamén. Estaba tan sorprendidocomo yo y había llegado a la mismaconclusión: no había sido algo casual.El semblante de Lena me decía que

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ella estaba igual de sorprendida. Élparecía enfadado, bueno, tanenfadado como Macon Ravenwoodpodía parecer.

—Es tal y como te he dicho:cuando necesites hacer algo, lo harás.—Luego, se volvió hacia mí—. En laspróximas semanas esto va a volversemucho más peligroso, o eso me temo.Las cosas han cambiado. No la dejessola. Puedo cuidar de ella cuando estáaquí, pero mi madre está en lo cierto:parece que también tú puedesprotegerla, tal vez incluso mejor queyo.

—¿Hola? ¡Os puedo oír! —Lena se

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había recobrado tras su demostraciónde poder y el posterior semblante desu tío, cuya reacción iba aatormentarla más tarde, yo lo sabía,pero en ese preciso instante estabademasiado furiosa para poderapreciarlo—. No hables de mí comosi no estuviera en la habitación.

Una bombilla explotó detrás deél, pero Ravenwood ni se inmutó.

—¿Has escuchado lo que decías?Yo soy quien necesita saber, pues meestá persiguiendo a mí. Yo soy elobjetivo que ella desea y ni siquieraconozco la razón.

Se miraron el uno al otro, un

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Ravenwood y una Duchannes, dosramas de un mismo linaje, elretorcido árbol genealógico de losCasters. Me pregunté si aquél nosería un momento adecuado paramarcharme.

Macon me miraba. Su rostrodecía que sí.

Lena también me miraba, pero susemblante decía que no.

Percibí un calor abrasador cuandoella me sujetó de la mano. Echabachispas, jamás la había visto tanenfadada. Era increíble que nohubieran saltado hechas añicos todaslas ventanas de la mansión.

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—Tú sabes por qué me persigue,¿a que sí?

—Es…—Déjame adivinarlo, ¿es

complicado?Los dos volvieron a estudiarse con

la mirada. A Lena se le habíaensortijado el pelo y su tío no dejabade darle vueltas al anillo plateado.

Boo mantenía la tripa pegada alsuelo e iba arrastrándose hacia atrás.Chucho listo. A mí también mehabría encantado salir a rastras de lahabitación. Nos quedamos allí de pie,a oscuras, cuando estalló la últimabombilla.

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—Debes decirme cuanto sepasacerca de mis poderes. —Ésos eran lostérminos de Lena.

Su tío suspiró y las sombrasempezaron a disiparse.

—No es que no quiera decírtelo,Lena. Después de tu pequeñaexhibición, está claro que ni siquierayo sé de qué eres capaz. Nadie losabe, y sospecho que tú tampoco. —Ella no parecía del todo convencida,pero le escuchaba con atención—.Eso es lo que significa ser un Natural,forma parte del don.

Su sobrina empezó a relajarse. Labatalla había concluido y ella había

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ganado, por el momento.—Entonces, ¿qué voy a hacer?Macon tenía un aspecto tan

patético como cuando yo estaba enquinto y mi padre entró en mi cuartopara contarme eso de que la cigüeñatraía a los niños de París.

—El desarrollo de tus poderesquizá sea un periodo difícil. Tal vezhaya algún libro sobre la materia. Siquieres, podemos ir a ver a Manan.

Hombre, claro. Alternativas ycambios. Guía actualizada para chicasCasters y Mi madre quiere matarme:libro de autoayuda para adolescentes.

Iban a ser unas semanitas bien

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largas.

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28 DE28 DENOVIEMBRENOVIEMBRE

Domus lunae libri

—¿H—¿Hoy? Pero si no se celebraninguna festividad.

Marian era la última persona queesperaba ver cuando abrí la puerta decasa, pero la tenía ahí plantada con elabrigo puesto y enseguida me visentado junto a Lena en el fríoasiento de la vieja furgoneta azulturquesa de Marian de camino a labiblioteca Caster.

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—Una promesa es una promesa.Es el Viernes Negro, el día siguientea Acción de Gracias. Tal vez noparezca un festivo, pero es un día nolaborable y no necesitamos más. —Marian estaba en lo cierto. Ammaprobablemente había hecho cola enla tienda desde antes del alba con unbuen montón de cupones. Ya era caside noche y aún no había regresado—.La biblioteca del condado de Gatlinestá cerrada, así que la bibliotecaCaster está abierta.

—¿Tienen el mismo horario? —lepregunté a Marian cuando giró ycondujo en dirección a Main Street.

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Ella asintió.—De nueve a seis. —Luego, tras

un guiño, especificó—: De nueve dela noche a seis de la mañana. Notodos mis clientes pueden aventurarsea la luz del día.

—Eso no parece demasiado justo—se quejó Lena—. El horarioreservado a los mortales es másamplio y apenas si se pasan por ahípara leer.

La bibliotecaria se encogió dehombros.

—A mí me paga el condado, comoya te dije, así que eso lo arreglas conellos, pero míralo desde otro punto de

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vista: piensa cuánto tiempo vas apoder conservar en tu poder los LunaeLibri antes de tener que devolverlos.

Las miré con perplejidad.—Lunae Libri significa más o

menos Libros de las Lunas. Podríasllamarlos Pergaminos Caster.

A mí me importaba muy poco elnombre. Me moría de impacienciapor ver qué nos revelaban las obras deesa biblioteca, o más bien uno enparticular, porque andábamos muyescasos de respuestas y de tiempo.

No di crédito a mis ojos cuandosalimos de la furgoneta y vi dóndenos hallábamos. Marian había

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aparcado sobre el bordillo a tresmetros escasos de la SociedadHistórica de Gatlin, o como mi madrey Marian preferían llamarla:Sociedad Histérica de Gatlin. LaSociedad Histórica era además la sedede las Hijas de la RevoluciónAmericana. Marian había metido lafurgoneta en la acera lo suficientepara evitar la zona de la calzadailuminada por la luz de la farola.

Boo Radley permanecía sentado enla acera, como si estuviera al tanto denuestra llegada.

—¿Aquí…? ¿Las lunas lo-que-seaestán en la sede de las Hijas de la

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Revolución Americana?—Ésta es la Domus Lunae Libri,

la Casa de los Libros de las Lunas, oLunae Libri para abreviar. Y no, noestán aquí, sólo se usa la entrada —aclaró. Me eché a reír—. Tienes elmismo sentido de la ironía que tumadre. —Nos dirigimos hacia eledificio vacío. No podíamos haberelegido una noche mejor—. Ahorabien, no es un chiste. La SociedadHistórica es el edificio más antiguodel condado, junto con la mansiónRavenwood. Nada más sobrevivió a laGran Quema —añadió Marian.

—¿Pero qué pueden tener en

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común las Hijas de la RevoluciónAmericana y los Casters? —preguntóLena con perplejidad.

—Confiaba en que te dierascuenta tú sólita de que tienen encomún más de lo que te figuras. —Labibliotecaria apretó el paso hacia lavieja edificación de piedra mientrassacaba su ya familiar llavero—. Yo,por ejemplo, soy miembro de ambassociedades. —Miré a Marian, sin darcrédito a sus palabras—. Yo soyneutral, esperaba haberlo dejadoperfectamente claro. No soy comotú, que te pareces más a Lila, estásdemasiado implicado… —Fui capaz de

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terminar la frase de Marian por micuenta: «Y mira cómo acabó».

La bibliotecaria se calló derepente, pero sus palabras flotaban enel aire y no había nada que ellapudiera decir o hacer para enmendareso. Me quedé paralizado, peromantuve la boca cerrada. Lena alargóel brazo para cogerme de la mano ynoté cómo tiraba de mí para que mepusiera a su lado.

¿Estás bien, Ethan?Marian miró otra vez su reloj.—Faltan cinco minutos para las

nueve. Técnicamente, no deberíadejaros entrar aún, pero debo estar en

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el piso de abajo por si esta nocheacude algún otro visitante. Seguidme.

Caminamos hacia el patio traserodel edificio, ya en sombras, y rebuscóa tientas entre sus llaves hasta elegiruna que yo siempre había creído queera un llavero, pues no tenía aspectoalguno de llave. Era una arandela dehierro con una junta lateral. Marianla retorció con mano experta hastaabrirla y luego la hizo retrocedersobre sí misma del todo. El círculo seconvirtió en una media luna. Unaluna Caster.

Introdujo la llave en lo queparecía ser una rejilla metálica en los

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cimientos traseros del edificio, laempujó y la giró. La verja se deslizóhasta quedar abierta. Detrás de ellahabía una escalera negra de piedraque descendía hacia una negrura aúnmayor: la del sótano ubicado debajodel sótano de la sede de las Hijas de laRevolución Americana. Una hilera deantorchas se encendió por su cuentacuando nuestra guía giróbruscamente la llave hacia laizquierda otra vuelta más. La luzoscilante de las antorchas iluminabapor completo el hueco de la escalera.Incluso logré atisbar las palabrasDOMUS LUNAE LlBRl grabadas

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en el arco de la entrada del pisoinferior. Marian dio otra vuelta a lallave: el tramo de escalerasdesapareció y reapareció la verja dehierro una vez más.

—¿Qué ocurre? ¿No vamos aentrar? —Lena parecía asombrada.

La bibliotecaria atravesó losbarrotes con la mano, pues la reja erauna mera ilusión.

—No soy capaz de lanzarhechizos, como sabéis, pero habíaque hacer algo. Los vagabundossiguen andando por ahí de noche.Macon hizo que Larkin me pusieraeste espejismo y se pasa de vez en

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cuando para mantenerlo en buenestado.

La bibliotecaria nos miró; depronto, se le había puesto cara defuneral.

—Está bien, de acuerdo; no puedodeteneros si éste es vuestro deseo,pero tampoco puedo guiaros una vezque hayáis bajado las escaleras. Noestoy en condiciones de evitar que osllevéis un libro ni obligaros adevolverlo hasta que la Domus LunaeLibri se abra de nuevo. —Me pusouna mano en el hombro—. No es unjuego. ¿Lo comprendes, Ethan? Ahíabajo hay obras poderosas: libros de

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Vinculación, pergaminos Caster,talismanes de Luz y de Oscuridad, yotros objetos, cosas que no ha vistomortal alguno, salvo yo y mispredecesoras. La mayoría de losvolúmenes están encantados y pesauna maldición sobre los demás. Debestener cuidado y no tocar nada. Dejaque sea Lena quien maneje los libros.

La melena de Lena empezó aagitarse. Sentía la magia de ese lugar.Yo asentí con gesto precavido, pueslo que yo sentía guardaba pocarelación con la magia: tenía elestómago igual de revuelto que sihubiera bebido demasiado licor de

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crema de menta. ¿Con qué frecuenciala señora Lincoln y sus congénerescaminarían de un lado para otro sobreaquel suelo situado encima denosotros, ajenas a lo que habíadebajo?

—No importa lo que encontréis.Recordad, debemos estar fuera deaquí antes del amanecer. Labiblioteca está abierta al público denueve a seis y sólo es posible abrir laentrada durante ese horario. El solasoma a las seis en punto, siempre lohace. Si no habéis subido esasescaleras cuando salga el sol, osquedaréis atrapados ahí abajo hasta el

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siguiente día que abra la biblioteca, yno hay forma de saber si un mortalsería capaz de sobrevivir a esaexperiencia. ¿Me he explicado consuficiente claridad?

Lena asintió y me cogió de lamano.

—¿Podemos entrar ya? No puedoaguantar más.

—No puedo creer que estéhaciendo esto. Tu tío Macon yAmma me matarían si se enteraran.—Marian echó un vistazo a su reloj—. Después de vosotros.

—Marian… ¿Llegó a ver esto mimadre alguna vez?

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No podía dejarlo correr. Eraincapaz de pensar en otra cosa. Losojos de la bibliotecaria centellearonde forma extraña cuando me miró.

—Tu madre fue quien me dio estetrabajo.

Cruzó la puerta imaginaria nadamás decir esas palabras y desapareciótras ella. Boo Radley ladró de formalastimera, pero ya era tarde paraecharse atrás.

Los escalones estaban fríos ycubiertos de moho; el aire era frío yhúmedo. No costaba nada imaginar

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que ahí abajo se encontraran a gustocriaturas viscosas que correteasen yexcavasen en el suelo.

Hice lo posible por no pensar enlas últimas palabras de Marian. Nome imaginaba a mi madre bajandopor esas escaleras. No podía hacermea la idea de que ella había estado altanto de todo lo relacionado con estemundo en el que yo me habíaadentrado a trompicones, o más bien,ese mundo se había tropezadoconmigo. En todo caso, ella loconocía, y no dejaba de preguntarmecómo era eso posible. ¿También sehabía topado con él o alguien la

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había invitado a entrar? Sin motivoalguno, el hecho de que mi madre yyo compartiéramos un secreto hacíaque todo fuera más real, inclusoaunque no estuviera allí para vivirloconmigo.

Y ahora era yo quien estaba ahí,bajando por unos escalones talladosen piedra y más gastados que el suelode una iglesia antigua. El trazado dela escalera discurría entre unaspiedras toscas: los cimientos de unaantigua estancia que había existidoen el emplazamiento de la sede de lasHijas de la Revolución Americanamucho antes de que ésta se hubiera

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edificado. Miré escaleras abajo, peroen la oscuridad únicamente fui capazde ver siluetas de contornosimprecisos. Aquello no se parecía ennada a una biblioteca y tenía pinta deser lo que era y había sido siempre:una cripta.

Al final de los escalones, en lassombras del subterráneo, unsinnúmero de minúsculas cúpulas securvaban en lo alto, allí donde lascolumnas se erguían hasta alcanzar eltecho. Serían unas cuarenta ocincuenta en total y vi que cada unaera diferente en cuanto mis ojos seacostumbraron a la penumbra.

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Algunas se retorcían, como viejosrobles encorvados. La cámara circularparecía un bosque silencioso y oscuroa causa de la sombra proyectada porlas pilastras. Estar allí resultaba unaexperiencia aterradora, pues no habíaforma de apreciar los límites de laestancia, difuminados en todas lasdirecciones por efecto de la negrura.

Marian insertó la llave en laprimera columna, señalada con unaluna, y enseguida las teas de lasparedes se encendieron e iluminaronla estancia con su luz vacilante.

—Son preciosas —jadeó Lena.Advertí que su pelo continuaba

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rizándose y me pregunté si estar enaquel lugar le afectaría de forma queyo jamás llegaría a apreciar.

Están vivas, son poderosas como laverdad. Y todas las verdades están ahí,en alguna parte.

—Las trajeron del mundo enteromucho antes de mi llegada. Ésa es deEstambul. —Marian señaló la partesuperior de las columnas, las partesdecoradas: los capiteles—. Ésaprocede de Babilonia. —Señaló otracon cuatro cabezas de halcón, cadauna asomando por un lado—. Egipto,el Ojo de Dios. —Palmeó otradecorada con una vivida

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representación de una cabeza de león—. Asiría.

Pasé la mano por la pared, cuyaspiedras también estaban talladas. Aveces representaban caras dehombres, criaturas o pájaros con lamirada fija entre el bosque decolumnas, como si fuerandepredadores. En otras había talladossímbolos irreconocibles para mí,jeroglíficos Caster o procedentes deculturas de las cuales no había oídohablar jamás.

Salimos de la cripta y nosadentramos en la cámara, cuyafunción parecía ser la de una especie

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de vestíbulo, y las antorchasvolvieron a encenderse solas, una trasotra, como si estuvieran siguiendonuestro camino. Vi cómo las bóvedasse arqueaban encima de una mesa depiedra ubicada en el centro de laestancia. Las estanterías, o al menosyo las tenía por tales, salían desde uncírculo central y se alejaban como losejes de una rueda. Los mueblesllegaban casi hasta el techo, creandoun intimidatorio laberinto en cuyointerior un mortal podía perderse consuma facilidad, o eso imaginé. Laestancia en sí misma no conteníanada, salvo las columnas y la pétrea

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mesa circular.Con calma, Marian cogió una

antorcha de un soporte con forma demedia luna y me la entregó; luego, ledio otra a Lena; por último, cogió unamás para ella.

—Echad un vistazo por aquí.Debo revisar el correo. Tal vez hayarecibido alguna petición de traspasode otra sucursal.

—¿Para la Lunae Libri? —No mehabía detenido a considerar laposibilidad de que existieran otrasbibliotecas Casters.

—Por supuesto.Marian se dio la vuelta para

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dirigirse a las escaleras.—Espera un momento. ¿Cómo te

llega el correo hasta aquí?—Pues igual que a ti. Carlton

Eaton me lo entrega, haga frío ocalor.

Carlton Eaton estaba en el ajo,claro que sí. Probablemente, esoexplicaba por qué había recogido aAmma en plena noche. Me preguntési también les abriría las cartas a losCasters. ¿Qué más cosas ignoraba deGatlin y de sus habitantes? No tuveque preguntar.

—No somos demasiados, pero símás de los que te imaginas. No

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olvides que Ravenwood lleva aquímás tiempo que este viejo edificio.Este lugar fue un condado Casterantes de ser habitado también pormortales.

—Tal vez por eso sois tan rarostodos los de por aquí —bromeó Lena,dándome un codazo.

Yo seguía obcecado con lo deCarlton Eaton.

¿Quién más estaría al tanto de loque de verdad ocurría en Gatlin? Merefería al otro Gatlin, ése con mágicasbibliotecas subterráneas y chicascapaces de controlar el tiempo ohacerte saltar de un precipicio.

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¿Quién más estaba en el círculo delos Casters, como Marian y CarltonEaton? O como mi madre.

¿Fatty? ¿La señora English? ¿El señorLee?

El señor Lee no, definitivamente no.—No te preocupes: los

encontrarás cuando los necesites. Asífunciona esto, y así ha funcionadosiempre.

—Espera. —Sujeté a Marian porel brazo—. ¿Lo sabe mi padre?

—No.Bueno, al menos había una

persona en mi casa que no llevabauna doble vida, aunque estuviera

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como una cabra.La bibliotecaria soltó el aviso

final.—Haríais bien en empezar ya. La

Lunae Libri es mil veces mayor quecualquier biblioteca que hayáis vistoantes. Desandad lo andadoinmediatamente si os desorientáis.Ése es el motivo por el cual lasestanterías salen en forma radial deesta cámara. Tendréis másposibilidades de no extraviaros si sóloavanzáis o retrocedéis.

—Pero ¿cómo puedes perderte sisólo es posible ir en línea recta?

—Pruébalo tú mismo y verás.

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—¿Qué hay al final de lasestanterías? —nos interrumpió Lena—. Me refiero al final de los pasillos.

Marian la contempló de maneraun tanto rara.

—No se sabe. Nadie ha llegadotan lejos como para averiguarlo.Algunos de los pasillos se adentran entúneles. Existen partes inexploradasen la Lunae Libri. Aquí abajo haymuchas cosas que ni siquiera yo hevisto. Tal vez algún día…

—¿De qué estás hablando? Todotermina en alguna parte. No puedehaber hileras e hileras de libros. ¿Haytúneles por debajo de todo el pueblo?

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¿Qué quieres decir? ¿Que subes porun túnel y te tomas el té en casa de laseñora Lincoln, que luego recorresotro a la izquierda y dejas un libro encasa de tía Del, en el siguientepueblo, y qué al final coges el de laderecha para echar una parrafada conAmma? ¿Es eso?

Me mostré escéptico. Marian mesonrió, divertida.

—¿Cómo piensas que consigueMacon sus libros? ¿Cómo te creesque las Hijas de la RevoluciónAmericana jamás ven entrar o salir aningún visitante? Gatlin es Gatlin. Ala gente le gusta que las cosas sean

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así, como ellos creen que son. Losmortales sólo ven lo que desean ver.Hay una floreciente comunidadCaster en este condado desde antes dela Guerra de Secesión. Hace variossiglos de eso, Ethan, y no va acambiar de pronto sólo porque tú tehayas enterado de su existencia.

—No puedo creer que tío Maconjamás me haya hablado de este lugar.Piensa en todos los Casters que handebido de estar aquí. —Lena alzó latea y sacó un tomo del anaquel.Estaba encuadernado de formaampulosa y pesaba mucho. Selevantó una nube de polvo y rompí a

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toser—. Casters. Una breve historia. —Sacó otro—. Debemos de estar en laletra C, me imagino. —Resultó seruna caja de cuero que se abría porarriba. Había un pergamino en suinterior. Lena retiró el contenido.Hasta el polvo acumulado encimaparecía más viejo y gris—. Conjurospara sembrar confusión. Éste es muyantiguo.

—¡Cuidado! Ése tiene más dequinientos años. Gutenberg noinventó la imprenta hasta 1455.

La bibliotecaria cogió elpergamino de manos de Lena consumo cuidado, como si acunara a un

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recién nacido. Lena sacó otro tomoencuadernado con tapas de cuero gris.

—Conjurando para laConfederación. ¿Participaron losCasters en la guerra?

Marian asintió.—Y en ambos bandos. Grises y

azules. Fue uno de los peoresenfrentamientos que hubo en lacomunidad de los Casters, me temo.Igual que entre nosotros, losmortales.

Lena alzó la mirada y contemplócómo Marian guardaba la cajapolvorienta en el anaquel.

—Los de nuestra familia todavía

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seguimos en guerra, ¿verdad?—Una casa dividida, así lo llamó

el presidente Lincoln. —Marian lamiró con tristeza—. Sí, Lena, metemo que lo estáis. —La bibliotecariale acarició la mejilla—. Y por esoestáis aquí, si lo recuerdas. Paraencontrar lo que necesitas y poneralgo de sentido común donde no lohay. Ahora, es mejor que empieces.

—No veas la cantidad de librosque hay, Marian. ¿No puedesindicarnos al menos cuál es ladirección correcta?

—A mí no me mires. Como tedije, no tengo las respuestas, sólo los

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libros. En marcha. Aquí abajo nosregimos por el reloj lunar y se tepuede ir el santo al cielo con eltiempo. Las cosas no son comoparecen cuando se está en este lugar.

Mi mirada iba de Lena a Marian.Temía perderlas de vista a cualquierade las dos. La Lunae Libri intimidabamucho más de lo que se podíaimaginar. Tenía poco aspecto debiblioteca y mucho más pinta de,bueno, de catacumba. El Libro de lasLunas podía estar en cualquier parte.

Lena y yo nos situamos ante losinterminables pasillos, pero ningunode los dos dio un paso.

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—¿Qué vamos a hacer paraencontrarlo? Aquí debe de haber unmillón de libros.

—No tengo ni idea. Tal vez…Supe qué le rondaba en la cabeza.—¿Y si probamos con el

guardapelo?—¿Lo has traído?Asentí mientras sacaba un bulto

del bolsillo de los vaqueros. Le di laantorcha.

Desenvolví el guardapelo y locoloqué sobre la mesa redonda depiedra. Percibí una mirada especialen los ojos de Marian, un brillo quemi madre y ella tenían en común

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cuando encontraban un hallazgo delos buenos.

—¿Quieres ver esto?—Más de lo que piensas —

contestó la bibliotecaria, y me cogióde la mano, y yo cogí la de Lena.Alargué el brazo cuandoentrelazamos los dedos y lo toqué.

Un destello cegador me obligó acerrar los ojos.

Entonces fui capaz de ver el humoy oler el fuego, y nosotrosdesaparecimos…

Genevieve alzó el Libro para poder leerlas palabras en medio de la lluvia. Era

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consciente de que desafiaba las leyes de lanaturaleza si las pronunciaba. Casi podíaoír la voz de su madre suplicándole que sedetuviera y meditara lo que estabahaciendo.

Pero Genevieve no podía parar. Nopodía perder a Ethan.

Empezó a entonar una salmodia.

Crúor pectoris mei, tutela tuaest.

Vita vitae meae, corripienstuam, corripiens meam.

Corpus corporis mei, medullamensqu

anima animae meae, animamnostram conecte.

Cruor pectoris mei, luna mea,

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aestus meus,cruor pectoris mei, fatum

meum, mea salus.

—Detente antes de que seademasiado tarde, chiquilla. —Ivy estabafuera de sí a juzgar por la voz.

Llovía a cántaros y los relámpagosatravesaban las columnas de humo.Genevieve contuvo el aliento y esperó,pero no sucedió nada. Debía de haberhecho algo mal. Parpadeó para leer mejoren la oscuridad de la noche, y las dijo enla lengua que mejor conocía.

La sangre de mi corazón teprotege,

si tu vida se pierde, la mía con la

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tuya se va.Cuerpo de mi cuerpo, mente y

tuétano de mis huesos.Alma de mi alma, que nuestros

espíritus enlaza,sangre de mi corazón, mi luna,

mi marea.Sangre de mi corazón, mi

condena y mi salvación.

La joven no se lo podía creer cuandovio que Ethan movía los párpados.Intentaba abrir los ojos.

—¡Ethan!Sus miradas se encontraron durante

una fracción de segundo.Él hizo un esfuerzo por respirar en un

claro intento de decir algo. Genevieve

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pegó el oído a los labios de su amado ysintió en la mejilla la calidez de sualiento.

—Jamás creí a tu padre cuando dijoque un Caster y un mortal no podíanestar juntos. Hemos encontrado unamanera. Te quiero, Genevieve.

Le puso algo en la palma de la manoy lo apretó. Era un guardapelo.

Luego, abrió y cerró los ojosrepentinamente, y en su pecho cesó elvaivén de la respiración.

Antes de que Genevieve tuvieratiempo para reaccionar, una descargaeléctrica le sacudió el cuerpo y fue capazde percibir cada pulsación de su propio

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flujo sanguíneo. Debía de haberlealcanzado un rayo y parecía a punto dedesplomarse bajo las oleadas de dolor.

Hizo un gran esfuerzo paramantenerse en pie.

Después, todo se volvió negro.

—Clemente Dios del cielo, no te lalleves a ella también.

Genevieve reconoció la voz de Ivy.¿Dónde estaba? El olor a limoneroscalcinados se lo recordó. Intentó hablar,pero le raspaba la garganta como sihubiera tragado arena. Parpadeó.

—¡Gracias, Señor!La anciana permanecía arrodillada en

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el suelo a su lado sin dejar de mirarla.Genevieve tosió y alargó la mano

para atraerla hacia sí y tenerla más cerca.—Ethan está… —susurró.—Lo siento, mi niña. Ha muerto.Genevieve hizo un esfuerzo enorme

para abrir los párpados. Ivy se retiró deun salto, como si hubiera visto almismísimo demonio.

—¡Dios nos ampare!—¿ Qué…? ¿ Qué ocurre?La anciana se devanó los sesos en un

intento de encontrar explicación a lo queestaba viendo.

—Sus ojos, pequeña, sus ojos hancambiado.

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—¿Cómo dices?—Ya no son verdes. Se han vuelto

amarillos como el sol.A Genevieve le traía sin cuidado el

color de sus pupilas. Todo le daba igualahora que había perdido a Ethan. Se echóa llorar.

Se puso a llover otra vez. El suelo seconvirtió en un barrizal.

—Debe levantarse, señoritaGenevieve. Tenemos que entrar encomunión con Ellos en el Más Allá. —Laanciana tiró de ella para que se pusiera depie.

—Lo que dices no tiene sentido, Ivy.—Sus ojos… Le avisé, le hablé de la

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luna y de su ausencia. Hemos deaveriguar el significado de todo esto.Debemos consultar a los Espíritus.

—Si les pasa algo a mis ojos, estoyconvencida de que es cosa del rayo.

—¿Qué vio, señorita? —inquirió Ivy,espantada.

—¿Qué pasa, Ivy? ¿Por qué tecomportas de un modo tan raro?

—No le ha alcanzado ningún rayo,fue otra cosa.

La anciana echó a correr de vuelta alos campos de algodón abrasados.Genevieve se quedó atrás, llamándola agritos, le daban vahídos cuando intentabalevantarse.

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Ladeó la cabeza y la apoyó sobre elgrueso manto de lodo mientras elaguacero le alcanzaba el rostro. Las gotasde lluvia se mezclaban con sus lágrimasde derrota. Se desmayaba y recobraba elconocimiento de forma intermitente.Escuchaba en la distancia la voz débil deIvy, que pronunciaba su nombre.

Cuando abrió los párpados, Ivyestaba a su lado otra vez. Sostenía con lasmanos la parte inferior de su falda y ensus pliegues guardaba algo: variosfrasquitos de polvo y unas botellas cuyocontenido tenía un aspecto similar a laarena y a la tierra. Tintinearon al chocarentre sí mientras los depositaba en el

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suelo empapado, cerca de Genevieve.—¿Qué estás haciendo?—Una ofrenda a los Espíritus. Sólo

ellos pueden decirnos qué significa esto.—Ivy, cálmate un poco, no dices más

que tonterías.La anciana sacó un trozo de espejo del

bolsillo de su bata y lo situó delante deGenevieve.

Estaba oscuro, pero no habíaconfusión posible en la imagen del cristal:los ojos de Genevieve refulgían. Habíanpasado de un verde intenso a unencendido color dorado, y había otradiferencia absolutamente inequívoca. Enel centro, donde deberían estar las niñas

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negras y redondas, había dos hendidurasverticales conforma de almendra, comolas pupilas de los gatos. Genevieve lanzóal suelo el trozo de espejo y se volvióhacia Ivy.

Pero la anciana no le prestabaatención. Había mezclado ya los polvos yla tierra y pasaba el amasijo de una manoa otra mientras susurraba en el gullah desus ancestros, la lengua criolla surgida dela mezcla de varios idiomas africanos.

—Ivy, ¿qué estás… ?—Chitón —siseó la anciana—. Estoy

escuchando a los Espíritus. Ellos sabenqué has hecho y nos revelarán susignificado.

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La anciana se hizo un corte en el dedocon el trozo de espejo, dejó caer unasgotas sobre el amasijo de tierra y arena, yentonó:

Sus huesos vienen de la tierray la sangre, de mi sangre.Dejadme escuchar lo que oís.Dejadme mirar lo que veis.Dejadme comprender lo que

sabéis.

Ivy se incorporó con los brazosabiertos hacia los cielos. El aguacero laempapaba y extendía sobre el vestido lasmanchas de tierra, dibujando trazos sobrela tela. Al poco, empezó a hablar denuevo, y entonces…

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—No puede ser. Ella no lo sabía… —aulló la anciana al negro cielo de la noche.

—¿ Qué ocurre, Ivy ?La anciana se echó a temblar y se

abrazó mientras se quejaba.—No puede ser, no puede ser, no

puede ser.Genevieve la cogió por los hombros.—¿Qué? ¿Qué ocurre? ¿Qué me

pasa?—Le dije que no metiera la nariz en

ese libro. Le avisé de que era una malanoche para hacer hechizos, pero ahora esdemasiado tarde, chiquilla. No existeforma de remediarlo…

—¿ De qué estás hablando?

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—Ahora está maldita, señoritaGenevieve.Es usted una Llamada. Se haDesviado, y nada puede hacerse parasubsanar eso. Es un trato. No es posiblesacar nada del Libro de las Lunas sin daralgo a cambio.

—¿Qué…? ¿Y qué he dado?—Su destino, mi niña, su destino

y el de todos los Duchannes quevendrán después de usted.

Genevieve no terminaba deentenderlo, pero sí comprendía losuficiente para saber que no podíadeshacer lo que había hecho.

—¿Qué quieres decir?—En la decimosexta luna, el

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decimosexto año, el Libro tomará lo quese le ha prometido, lo que usted ha puestoen el trato: la sangre de un Duchannes, yese niño se volverá Oscuro.

—¿Y eso les ocurrirá a todos misdescendientes?

Ivy inclinó la cabeza. Genevieve noparecía la única derrotada esa noche.

—A todos no.Genevieve pareció cobrar esperanzas.—¿A quiénes ? ¿ Cómo sabremos

quiénes son?—El Libro los elegirá en la

decimosexta luna, en el decimosextocumpleaños.

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—No salió bien.La voz de Lena sonaba lejana y

ahogada. Yo sólo podía ver el humo;sólo podía escuchar su voz. Noestábamos en la biblioteca nitampoco en la visión, sino en algúnpunto intermedio entre ambas. Eraespantoso.

—¡Lena!Entreví su rostro en medio de la

humareda durante unos instantes. Susojos eran enormes y oscuros, el verdede las pupilas parecía casi negro. Suvoz apenas era un susurro.

—Dos segundos. Él estuvo vivodurante dos segundos, y luego le

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perdió.Lena cerró los párpados y

desapareció.—¿Dónde estás?—Ethan, el guardapelo —gritó

Marian. Oí su voz como si mehablara desde muy lejos.

Lo entendí al darme cuenta decómo se me clavaba la cajita en lamano.

Y lo solté.Abrí los ojos y todo me daba

vueltas: la estancia era como untorbellino, estaba borrosa. Tosí comoun loco, tenía los pulmones llenos dehumo.

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—¿Qué diablos están haciendoaquí los chicos?

El contorno de la habitación sequedó quieto cuando fijé los ojos enel guardapelo, que ahora, tirado en elsuelo de piedra, parecía inofensivo yminúsculo. Marian me soltó la mano.

Macon Ravenwood estaba enmedio de la cripta con los faldonesdel gabán enroscados en las piernas.Amma permanecía junto a él,arrebujada en su abrigo de botonesmal abrochados y con el bolso biensujeto. No sabía cuál de los dosestaba de más malas pulgas.

—Lo siento, Macon. Conoces las

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reglas. Si ellos solicitan ayuda, estoyobligada a proporcionársela.

La bibliotecaria parecíaacongojada y Amma estaba de lo másenfadada con ella, casi como sihubiera rociado nuestra casa congasolina.

—Tal y como yo lo veo, tienes laobligación de cuidar del hijo de Lilay de la nieta de Macon, y la verdad,no veo que hagas ninguna de las doscosas.

Yo esperaba que Ravenwoodfuera también a por Marian, pero nodijo ni media palabra. Entendí larazón cuando le busqué con la

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mirada. Estaba meciendo a susobrina, cuyo cuerpo yacía sobre lamesa de piedra. Tenía los brazosdesmadejados en cruz y el rostroapoyado sobre la piedra. Estabainconsciente.

—¡Lena!Tiré de ella para cogerla en

brazos, haciendo caso omiso deMacon, que estaba a su lado. Seguíamirándome con aquellos ojos todavíanegros.

—No ha muerto. Estáinconsciente, a la deriva, pero creoque puedo llegar hasta ella.

Macon trabajaba en silencio. Vi

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cómo le daba cada vez más vueltas asu anillo. Los ojos le brillaban de unaforma muy rara.

—¡Regresa, Lena! —Sacudí sucuerpo inerte en mis brazos y laatraje hacia mi pecho.

Su tío farfullaba no sé qué, nodistinguí las palabras, pero vi cómo elpelo de Lena se ensortijaba porinflujo de ese viento sobrenatural queahora me resultaba tan familiar y queya lo consideraba como la brisa de lamagia.

—Aquí, no, Macon. Tus conjurosno van a funcionar en este lugar —lerecordó la bibliotecaria con voz

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trémula mientras pasabafrenéticamente las páginas de unlibro polvoriento.

—No está lanzando ningúnhechizo, Marian. Está Transportado.Cuando ella se va, sólo alguien comoMacon puede seguirla… abajo —leexplicó Amma, que hacía lo posiblepor aparentar aplomo, aunque noparecía demasiado convencida. Sentícómo el frío inundaba el cuerpo vacíode Lena y comprendí que estaba en locierto respecto a una cosa:dondequiera que se hallara, no estabaentre mis brazos. De eso me dabacuenta yo sólito, un simple mortal.

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—Insisto, Macon, éste es un lugarneutral. No puedes crear unaVinculación dentro de unahabitación de tierra —insistíaMarian, que paseaba de un lado aotro sin soltar el libro, como sipensara que así iba a ser de algunaayuda, pero no había respuestas enesas páginas. Ella misma lo habíadicho: los hechizos no podíanayudarnos allí dentro.

Me acordé de las pesadillas y decómo en ellas arrastraba el cuerpo deLena a través del barro. Me preguntési sería aquél el lugar donde iba aperderla.

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Ravenwood tenía los ojos abiertoscuando habló, pero miraba sin ver.Era como si ambos se hubieranencerrado en su interior odondequiera que estuviera su sobrina.

—Lena, escúchame. Ella no puederetenerte.

Ella. Clavé la vista en los ojosvacíos de Lena.

Sarafine.—Eres fuerte, imponte, Lena.

Aquí no puedo ayudarte, y ella losabe. Te estaba esperando en lassombras. Debes lograrlo tú sola.

Marian reapareció con un vaso deagua. Macon lo vertió sobre el rostro

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de su sobrina y luego le echó un pocoen la boca, pero no se movió.

Fui incapaz de soportarlo durantemás tiempo.

La sujeté y la besé con intensidad.El agua chorreaba por nuestros labioscomo si le estuviera haciendo el bocaa boca a una ahogada.

Despierta, L. No puedes dejarmeahora, no de este modo. Te necesito másque ella.

Lena parpadeó.Estoy agotada, Ethan.Volvió a la vida entre balbuceos y

jadeos, derramando toda el agua porsu chaqueta. Le sonreí, pese a todo, y

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me devolvió la sonrisa. Si los sueñosse referían a esto, había cambiado eldesenlace. Esta vez la había retenido,pero creí saber la verdad en lo másrecóndito de mi mente: éste no era elmomento final, cuando ella se meescapaba de entre los dedos;únicamente era el principio.

Pero aun cuando eso fuera cierto,yo la había salvado.

Me agaché para estrecharla entremis brazos. Deseaba sentir lacorriente de siempre que fluía entrenosotros, pero se levantó antes de queterminara de envolverla con losbrazos y se zafó de mi achuchón.

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—¡Tío Macon!Ravenwood seguía de pie en el

otro extremo de la habitación,reclinado sobre la pared de la cripta.Sus piernas apenas eran capaces desoportar su peso. Tenía la cabezaechada hacia atrás, y la manteníaapoyada sobre el muro de piedra.Sudaba a mares, respirabapesadamente y estaba blanco como latiza.

Lena corrió a abrazarle como unaniña preocupada por su padre.

—No deberías haber hecho eso.Ella podía haberte matado.

Fuera lo que fuera lo que hubiera

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hecho mientras estaba Transportado,y cualesquiera que fuera susignificado, el esfuerzo se habíacobrado su precio.

De modo que eso era Sarafine.Esa cosa, quienquiera que fuera, erala madre de Lena.

Si así había sido el viajecito a labiblioteca, no sabía yo si estabapreparado para lo que pudierasuceder durante los próximos meses.

O en los setenta y cuatro díassiguientes a partir de mañana por lamañana.

Lena, envuelta en una manta y

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todavía chorreando agua, permanecíasentada. Era como si de repente lehubieran caído encima cinco años.Eché una mirada a la vieja puerta deroble situada a sus espaldas y mepregunté si sería capaz de encontrarla salida por mi cuenta. Era muy pocoprobable. Habíamos avanzado treintapasos por uno de los pasillos cuandode repente descendimos un tramo deescaleras y después atravesamos unaserie de puertas pequeñas hasta llegara un estudio acogedor con aspecto deser una sala de lectura. El pasilloparecía no tener fin. Cada pocosmetros había una puerta, lo cual le

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confería la apariencia de un hotelsubterráneo.

En cuanto Macon tomó asiento,apareció en el centro de la mesa unjuego de té plateado con cinco tazas yuna fuente con bollitos. Tal vezCocina también estuviera aquí.

Miré a mi alrededor. No tenía lamenor idea de dónde me hallaba, perosí sabía una cosa: estaba en algúnlugar de Gatlin, en algún punto másallá del Gatlin en el que había estadosiempre.

En cualquier caso, aquello eraotra liga y me venía grande.

Intenté encontrar un lugar

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cómodo en un sillón tapizado que ajuzgar por el aspecto podía haberpertenecido a Enrique VIII. Dehecho, no había forma de descartarque no hubiera sido así. El tapiz de lapared también parecía procedente deun viejo castillo o de la mansiónRavenwood. Tenía bordada con hiloplateado una constelación sobre elcielo azul de medianoche y una lunaque, cada vez que se miraba, sehallaba en una fase diferente.

Macon, Marian y Amma sesentaron a la mesa. Decir que Lena yyo estábamos metidos en un lío deprimera era una manera suave de

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decirlo. Macon estaba tan furiosoque la taza de té no dejaba demoverse sobre el platillo que sosteníadelante de él, y el enfado de Ammaera todavía mayor.

—¿Qué te ha hecho pensar quepuedes tomar la decisión de que mimuchacho está preparado para elInframundo? Si Lila estuviera aquí,te arrancaría la piel a tiras ella mismaen persona. Qué desfachatez tienes,Marian Ashcroft.

A la bibliotecaria le temblaron lasmanos cuando levantó la taza de té.

—¿Tu muchacho? ¿Y qué hay demi sobrina? Por lo que sé, fue a ella a

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la que atacaron.Amma y Macon, tras habernos

hecho picadillo, empezaban arepartirse leña. No me atreví a mirara Lena.

—Tú has estado metido en líosdesde que naciste, Macon. —Ammase volvió a Lena—. Pero no puedocreer que arrastraras a esto a michaval, Lena Duchannes.

Ella no pudo contenerse.—Claro que le metí en esto. Sólo

perpetro maldades. ¿Cuándo vas acomprenderlo? ¡Y las cosas van a ir apeor! —Cada pieza del juego de tésalió volando por su lado y se quedó

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suspendida en el aire. Era un desafío.Luego, el juego entero se ordenó porsí mismo y regresó a su posición sobrela mesa—. Voy a volverme Oscura, yno puedes hacer nada por evitarlo.

—Eso no es cierto.—Ah, ¿no? Al final terminaré por

volverme como… —Fue incapaz determinar la frase. La manta se le cayóde los hombros y me cogió de lamano—. Debes alejarte de mí antesde que sea demasiado tarde.

Su tío la contempló conirritación.

—No vas a volverte Oscura. Noseas tan crédula. Ella desea que creas

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eso y solamente eso. —La forma depronunciar «ella» me recordabamucho a cómo decía la palabra«Gatlin».

—Todo es apocalíptico para losadolescentes —arguyó Marianmientras dejaba la taza y el platillosobre la mesa.

—Algunas cosas pasan porquehan de pasar y otras requieren unempujoncito. Ésta es una dondetodavía está por ver qué ha sucedido.

Percibí cómo la mano de Lena seestremecía en la mía.

—Tienen razón, Lena. Todo va asalir bien.

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Ella retiró la mano de repente.—¿Que todo va a salir bien? Mi

madre, una Cataclyst, intentamatarme. Una visión de hace cienaños acaba de dejarme bien claritoque toda mi familia lleva malditadesde la Guerra de Secesión. Cumplodieciséis dentro de dos meses… ¿Y nose te ocurre nada mejor?

Volví a cogerle la mano consuavidad, porque ella me lo permitió.

—He presenciado la mismavisión. El libro elige a quien toma.Quizá no te escoja a ti. —Meaferraba a un clavo ardiendo, ya, perono tenía otra cosa.

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Amma miró a Marian mientrasdaba un porrazo al dejar el platosobre la mesa, haciendo sonar la taza.

—¿El libro?Macon me traspasó con la mirada.

Hice lo posible por sostenérsela, perono fui capaz.

—El libro de la visión —repuse.No digas nada más, Ethan.Deberíamos contárselo. No podemos

manejar esto nosotros solos.—No es nada, tío Macon. Ni

siquiera conocemos el significado delas visiones.

Lena no iba a dar su brazo atorcer y después de esta noche yo

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tenía la sensación de que eranecesario. Los dos debíamos ceder.Todo se nos estaba yendo de lasmanos, descontrolándose. Me sentíacomo si estuviera ahogándome y yomismo fuera incapaz de salvarme, asíque mucho menos podía salvar aLena.

—Tal vez el significado de lasvisiones sea que no todos los de tufamilia se convierten en Oscuroscuando son Llamados. ¿Qué me dicesde tu tía Del? ¿Y de Reece? ¿Creesque la pequeña y encantadora Ryanpasará al lado oscuro cuando es capazde curar a la gente? —dije,

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acercándome a ella.Se echó hacia atrás en la silla para

esquivarme.—Tú no sabes nada de mi familia.—Pero no anda desencaminado,

Lena. —Su tío la miró conexasperación.

—No eres Ridley y tampoco erestu madre —insistí con toda laconvicción de que fui capaz.

—¿Y cómo lo sabes? No hasconocido a mi madre, y por cierto, yotampoco, salvo cuando he sufrido esosataques psíquicos que nadie hapodido prever.

—No estábamos preparados para

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ese tipo de ataques. Yo no sabía queella podía Transportarse ni quecompartía algunos de mis poderes.No es un don común a todos losCasters.

—Nadie parece saber nada ni demí ni de mi madre.

—Por eso necesitamos el libro. —Esta vez me las arreglé para mirar alos ojos a Macon.

—Ese libro del que no paráis dehablar… ¿cuál es? —Macon estabaperdiendo la paciencia.

No se lo digas, Ethan.Debo hacerlo.—El que maldijo a Genevieve. —

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Macon y Amma se miraron el uno alotro. Ya sabían qué iba a decir—. ElLibro de las Lunas. Si a través de suspáginas se lanzó la maldición, habráalgo en él que nos diga cómoromperla, ¿no?

En la habitación reinó un silenciosepulcral. La bibliotecaria miró aRavenwood.

—Macon…—Mantente fuera de esto,

Marian. Ya has intervenido de sobra,y el sol va a asomar en cuestión deminutos.

Marian sabía dónde estaba elLibro de las Lunas y Macon deseaba

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asegurarse de que mantenía la bocacerrada.

—¿Dónde está el libro, tíaMarian? —La miré a los ojos—.Tienes que ayudarnos. Mi madre lohubiera hecho y se supone que tú noestás de parte de nadie, ¿verdad?

Yo no estaba jugando limpio,pero todo eso era cierto.

Amma alzó las manos y luego lasdejó caer sobre su regazo en un gestoinusual de rendición.

—Lo hecho, hecho está. Loschicos ya han empezado a tirar delovillo, Melquisedec. Sea como sea,ese viejo jersey está condenado a

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deshilacharse.—Existen protocolos, Macon.

Estoy obligada a contestar si ellos meformulan una pregunta. —Luego, sevolvió hacia mí—. El Libro de lasLunas no está en la Lunae Libri.

—¿Cómo lo sabes?Macon se puso en pie para

marcharse, pero antes se volvió hacianosotros con la mandíbula apretada yechando chispas por sus ojos negros.Cuando por fin habló, todos oímos suvoz con claridad; ésta retumbó portoda la sala.

—Porque este archivo debe sunombre a ese volumen, el más

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poderoso de cuantos hay de estemundo hasta el Más Allá. Además, esel libro que maldijo a nuestra familiapara toda la eternidad… Y llevaperdido más de cien años.

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1 DE DICIEMBRE1 DE DICIEMBRERima con bruja

EE l lunes por la mañana, Link y yocogimos la Route 9 y nos detuvimosen el desvío de la carretera pararecoger a Lena. Ella le caía bien, perono había forma humana de que miamigo se acercase a la mansiónRavenwood. A sus ojos, seguía siendouna casa encantada.

Si él supiera… El paréntesis deAcción de Gracias sólo había sido unpuente, pero a mí se me había hecho

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eterno después de esa cena salida deun capítulo de La dimensióndesconocida, los floreros que Lena lehabía lanzado a Macon y nuestroviaje al centro de la Tierra, y todo esosin abandonar los límites delcondado. Algo muy diferente al finde semana de Link, que se habíapasado los días devorando partidos defútbol, pegándose con sus primos eintentando determinar si este año lehabían puesto cebolla en el pastel dequeso.

Pero de hacerle caso, se estabacociendo otro problemón y teníapinta de ser bastante peligroso. La

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madre de Link no había soltado elteléfono durante las últimasveinticuatro horas. Se había puesto elmanos libres y había cerrado a cal ycanto la cocina, el cuartel deoperaciones donde se había encerradocon las señoras Snow y Asher, quehabían hecho acto de presenciadespués de comer. No había podidoenterarse de mucho cuando entró allícon el pretexto de coger una lata deMountain Dew, pero sí lo bastantepara averiguar el propósito final de lajugada materna. «Debemos echarlade nuestro instituto como sea». Ytambién a su chucho.

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Aunque no mucho, yo conocía ala señora Lincoln lo suficiente comopara preocuparme. Jamás debíasubestimarse hasta dónde erancapaces de llegar las mujeres comoella para proteger a sus hijos y a supueblo de lo que más odiaba en estemundo: cualquiera diferente a ellos.Mi madre me había contado historiasde sus primeros años en Gatlin. Por elmodo en que me lo decía, la tuvieronpor una criminal de tal calibre que secansaron de hablar mal de ella hastalas damas temerosas de Dios y demisa diaria, pues hacía la compra endomingo, entraba en cualquier iglesia

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que le gustara o no pisaba ninguna,era feminista (a veces, la señora Asherconfundía el término con comunista),votaba a los demócratas (palabra queprácticamente significaba «demonio»en el diccionario de la señoraLincoln) y lo peor de todo: eravegetariana, lo cual la excluyó detodas las invitaciones para comer dela señora Snow. Aparte de todo eso,más allá de no ser feligresa de laiglesia adecuada ni miembro de lasHijas de la Revolución Americana nide pertenecer a la AsociaciónNacional del Rifle, estaba la cosa deque mi madre era una forastera.

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Pero mi padre había crecido eneste lugar y se le consideraba hijo dela localidad, por lo cual, a la muertede mi madre, todas esas señoras quehabían sido tan severas con ella envida se presentaron en casa a modo devenganza con cacerolas llenas de suscomistrajos, ollas con estofado yespaguetis con guindillas. Ésa fue laprimera vez que mi padre se metió ensu estudio y mantuvo cerrada lapuerta durante días. Amma y yodejamos que esos pucheros seamontonaran en el porche hasta queellas mismas se los llevaron yempezaron a juzgarnos otra vez,

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como hacían siempre.Ellas tenían siempre la última

palabra. Tanto Link como yo losabíamos, aunque Lena no estuvieraal corriente.

Lena quedó apretujada entre Link yyo en el asiento delantero delCacharro y se puso a escribir algo enla mano. Sólo vi algunas palabras:Destrozado, como todo lo demás. Sepasaba escribe que te escribe todo elrato, igual que otros mastican chicleo se toquetean el pelo. Yo creo queni se daba cuenta. A veces mepreguntaba si alguna vez me dejaría

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leer sus poemas o si alguno iría sobremí.

Link la miró de refilón.—¿Cuándo vas a hacerme una

canción?—En cuanto termine la que estoy

escribiendo para Bob Dylan.—¡Mierda!Link pisó el freno a la entrada del

aparcamiento. No podía echarle laculpa de nada. La visión de su madreen el parking a las ocho de la mañanaresultaba de lo más terrorífica, peroahí estaba.

El lugar era un hervidero degente, estaba más concurrido de lo

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habitual, y había muchos padres.Muy pocos se habían pasado por allídespués del incidente de la ventana,pero no se había visto a ninguno en elaparcamiento desde que la madre deJocelyn Walker acudió para sacarla arastras del instituto durante laproyección de un documental sobreel ciclo reproductivo en el desarrollohumano.

Algo sucedía, eso estaba claro.La madre de nuestro amigo dio

una caja a Emily. Ésta tenía a lasanimadoras, tanto a las de cursossuperiores como a las de los primeroscursos, poniendo algún tipo de folleto

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de color fosforito en todos los cochesque estaban aparcados. El viento sehabía llevado alguno de ellos y fuicapaz de leerlos desde la relativaseguridad del coche. Era como sihubieran puesto en marcha unaespecie de campaña electoral, perosin candidato.

Di no a la violencia en elJackson.

¡Tolerancia cero!

Link se puso colorado.—Lo siento, tíos, pero tenéis que

bajaros. —Resbaló tanto sobre elasiento que parecía que el vehículo

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iba sin conductor—. Como mi madreos vea en el coche, me corre agorrazos delante de todo el equipo deanimadoras. Y no me mola nada.

Yo me deslicé hacia el respaldo yme estiré para abrirle la puerta aLena.

—Te vemos dentro.Cogí a Lena de la mano y se la

apreté.¿Lista?Hasta donde sea posible.Agachamos la cabeza entre los

vehículos de un lado delaparcamiento para darles esquinazo.No vimos a Emily, pero sí oímos su

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voz por detrás de la camioneta deEmory.

—Mírate esto. —Emily seaproximó a la ventanilla de CarrieJensen—. Estamos haciendo un club:los Angeles Guardianes del InstitutoJackson. Vamos a informar de losactos violentos o de cualquiercomportamiento inusual que veamospor aquí para que el instituto sea unlugar seguro. Personalmente, creoque la seguridad es responsabilidad detodos los alumnos. Si deseas unirte,ven después de clase al mitin de lacafetería.

Cuando la distancia sofocó la voz

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de Emily, Lena me apretó la mano.¿Qué significa eso?No tengo la menor idea, pero están

como cabras. Vamos.Tiré de ella en un intento de

alejarla de allí, pero Lena me obligó aagacharme otra vez y ella se escondiódetrás de una rueda.

—Dame sólo un minuto.—¿Estás bien?—Míralas. Creen que soy un

monstruo. Han formado un club.—No soportan a los forasteros y

tú eres la chica nueva. Y luego está lode ventana rota. Necesitan echar laculpa a alguien, es sólo una…

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—… caza de brujas.No iba a decir eso.Pero lo estabas pensando.Se me puso el pelo de punta

cuando le cogí la mano.No tienes por qué hacer eso.Sí, sí tengo. Permití que gente como

ellos me echaran de mi última escuela.No voy a dejar que la historia se repita.

Mientras nos alejábamos de laúltima fila de coches, la señoritaAsher y Emily preparaban más cajascon folletos en la parte de atrás de suscoches. Iban a dar panfletos a lasanimadoras de Edén y Savannah y atodos los chavales que quisieran

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alegrarse los ojos viendo el escote ylas buenas piernas de esta última.

La señora Lincoln se hallaba apocos metros de allí, hablando con lasdemás madres. Seguramente estabaprometiendo añadir sus casas al Tourdel Patrimonio Histórico del Sur sipresionaban por teléfono al directorHarper. Le dio a la madre de EarlPetty un bloc con boli incluido. Mellevó casi un minuto comprender quéera, pero no había otra explicaciónposible.

Aquello tenía toda la pinta de seruna recogida de firmas.

La madre de Link nos localizó en

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nuestra posición y nos convirtió en elblanco de su atención. Las demásmadres siguieron la dirección de sumirada. No dijeron nada duranteunos segundos. Pensé que tal vez lesdiera corte todo aquello por mí y querecogerían sus papeles y se llevaríansus coches. Yo había dormido en casade la señora Lincoln tantas vecescomo en la mía. Técnicamente, laseñora Snow era mi prima tercera oalgo así. Cuando tenía diez años y mehice un corte impresionante en lamano mientras pescaba, la señoraAsher me la vendó. La señorita Elleryfue la artífice de mi primer corte de

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pelo digno de tal nombre. Todas esasmujeres me conocían desde crío. Nose me metía en la cabeza que fuerancapaces de hacerme aquello, a mí no.Tenían que echarse atrás.

Quizá se cumpliría si lo repetíamuchas veces.

Todo va a salir bien.Ya era tarde cuando descubrí mi

error: se recobraron enseguida de lasorpresa de vernos a Lena y a mí.

—El director Harper… —Laseñora Lincoln entrecerró los ojos alvernos. Nos miró alternativamente, yluego sacudió la cabeza. Link no iba ainvitarme a cenar a su casa durante

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una buena temporada, por decirlo dealgún modo. Luego, alzó la voz yretomó su discurso—: El directorHarper nos ha prometido todo suapoyo. No toleraremos en el Jacksonla oleada de violencia que campa asus anchas por las escuelas de estecondado. Vosotros, los jóvenes, hacéislo correcto al proteger vuestraescuela. —Nos miró—. Y en cuanto anosotros, los padres, os apoyaremosen todo lo que sea necesario.

Lena y yo pasamos frente a ellascogidos de la mano. Emily seencaminó hacia nosotros y me plantóen las manos uno de sus folletos,

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haciendo luz de gas a miacompañante.

—Acude al mitin de la cafetería.Los Ángeles Guardianes podrían sertede gran ayuda.

Era la primera vez que mehablaba desde las últimas semanas yle pillé la intención a la primera: «Túeres uno de los nuestros. Es tu últimaoportunidad».

Le aparté la mano.—Jackson necesita precisamente

eso, un poco más de vuestrocomportamiento angelical. ¿Por quéno vas a atormentar a algunos chicos,arrancar alas a las mariposas o pegar a

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los pajarillos en sus nidos?Empujé a Lena para que pasara

delante de ella.—¿Qué diría tu pobre madre,

Ethan Wate? ¿Qué pensaría ella deesas compañías tuyas? —Al darme lavuelta me encontré a la señoraLincoln junto a mí. Iba vestida comoesas bibliotecarias diligentes de laspelis y llevaba unas gafas baratuchasde las que se venden en las tiendas.No era fácil saber si ese pelodespeinado que le hacía parecer fuerade sí era castaño o gris. ¿De dóndesale un tío tan majo como Link?—.Yo te diré cuál sería la reacción de tu

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madre: se echaría a llorar. Debe deestar revolviéndose en su tumba.

Se había pasado de la raya.La señora Lincoln no tenía la

menor idea de cómo era mi madre.Ignoraba que había sido mi madrequien había enviado al supervisor delinstituto una copia de todas las reglasvigentes en Estados Unidos contra laprohibición de libros. Tampoco sabíaque cada una de sus invitaciones a losencuentros de Damas Auxiliares delEjército de Salvación o de las Hijasde la Revolución Americana le hacíanpensar «tierra, trágame». Y noporque mi madre odiase a las Damas

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Auxiliares ni a las Hijas de laRevolución Americana, sino porqueaborrecía todo cuanto representaba laseñora Lincoln. Ese pequeño grupode mujeres de Gatlin, como lasseñoras Lincoln y Asher, se habíanhecho famosas por sus ínfulas desuperioridad y su estrechez de miras.

Mi madre solía decir: «Locorrecto y lo fácil nunca es lomismo». Y en ese preciso instantesupe qué tenía que hacer, aunque nofuera nada fácil, y desde luego, lasconsecuencias de mis palabras noiban a serlo.

Me giré hacia la señora Lincoln y

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la miré a los ojos.—«Bien hecho, Ethan». Eso es lo

que habría dicho mi pobre madre,señora.

Me volví hacia la puerta deledificio de la administración y medirigí hacia allí. Tiré de Lena paramantenerla junto a mí. No parecíaasustada, pero seguía temblando,aunque estábamos a varios metros dedistancia. No dejé de apretarle lamano para reconfortarla. Losmechones de su melena negra seondulaban y alisaban como siestuviera a punto de explotar, y talvez era así.

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Jamás en la vida pensé que iba aalegrarme pisar los pasillos delinstituto, pero eso duró hasta que vial director en la entrada. Nos mirabafijamente con cara de tener muchasganas de no ser el director y poderdistribuir otros panfletos de su propiacosecha.

El pelo de Lena le caía en cascadasobre los hombros cuando pasamosjunto a él, pero Harper ya no nosprestaba atención. Estaba demasiadoocupado contemplando la escena quedejábamos atrás.

—¿Qué demonios… ?Me giré justo a tiempo para ver

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volar centenares de esos folletos decolor verde fosforito. Habían salidodespedidos de los parabrisas de loscoches, de los montones apilados, delas cajas guardadas en los coches,incluso de las manos. El repentinogolpe de viento los hizo volar a todos,como si fueran una bandada depájaros que remontaran el vuelo hastalas nubes. Fugitivos, hermosos, libres.Era un poco como Los pájaros deHitchcock, pero al revés: subían envez de bajar en picado.

Escuchamos el griterío hasta quelas puertas de metal se cerraronviolentamente a nuestras espaldas.

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El pelo de Lena se alisó.—Qué locura de tiempo tenéis

aquí.

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6 DE DICIEMBRE6 DE DICIEMBREObjetos perdidos

CCasi me alegré de que llegara elsábado. Había algo reconfortante enpasar el día en compañía de mujerescuyos únicos poderes mágicosconsistían en olvidarse de susnombres. Nada más aparecer en casade las Hermanas vi cómo se«ejercitaba» en el patio frontalLucille Ball, la gata siamesa de la tíaMercy, llamada así porque a lasHermanas les encantaba el viejo

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programa radiofónico de loscincuenta I love Lucy. Mi tía lasacaba al patio todas las mañanas, lallevaba con una correa y enganchabaésta a la cuerda de tender, que iba deun extremo a otro, para que se dierasus paseos.

Yo había intentado explicarle enmás de una ocasión que conveníadejar que los gatos fueran a su aire yvolvieran cuando les apeteciera, perola tía Mercy me miraba como si lehubiera sugerido que se liara con unhombre casado.

—No pienso permitir que LucilleBall vague sola por las calles. Alguien

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la raptaría, estoy segura.No había muchos secuestradores

de gatos en el pueblo, la verdad, peroera una discusión perdida deantemano.

Abrí la puerta, esperandotoparme con el alboroto de siempre,pero la casa estaba sumida en unsilencio de lo más perceptible. Malaseñal.

—¿Tía Prue?—Estamos al sol, Ethan. —Su

inconfundible y cerrado acentosureño llegaba desde detrás de la casa.

Me agaché para entrar en laterraza, cerrada con mosquiteras, y

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me encontré a las Hermanas dandovueltas, llevando unos bichos conpinta de ser ratas sin pelo.

—¿Qué demonios son…? —se meescapó sin pensar.

—Vigila esa lengua si no quequieres te lave esa bocaza con lejía.Ese lenguaje soez es indigno de ti —censuró la tía Grace. Ella incluía enese vocabulario palabras como«panti», «desnudo» o «vejiga».

—Lo siento, pero ¿qué sostienesen brazos?

La tía Mercy se apresuró aadelantarse y extender las manos,donde dormían un par de roedores.

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—Crías de ardilla. Ruby Wilcoxlas encontró en su desván el martespasado.

—¿Ardillas?—Son seis. ¿No son las cositas

más lindas que has visto nunca?Yo no era capaz de ver más que

un accidente inminente. La idea demis ancianas tías cuidando animalessalvajes, fueran o no cachorros,resultaba de lo más aterradora.

—¿Qué hacéis con ellas vosotras?—Bueno, Ruby no podía

cuidarlas… —empezó la tía Mercy—…por culpa de ese marido que tiene tanasqueroso. Ni siquiera le deja ir a

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Stop & Shop si no se lo dice antes.Así que nos las dio, como yateníamos una jaula.

Las Hermanas habían rescatado aun mapache herido después de unhuracán y lo habían cuidado hastaque se recuperó. Después de eso, elmapache se zampó a Sonny y Cher, losperiquitos de la tía Prudence. Thelmapuso al animal de patitas en la calle yno se volvió a hablar más del tema,pero conservaban la jaula.

—Vosotras sabéis que las ardillaspueden transmitir la rabia, ¿verdad?No podéis quedaros con ellas. ¿Y sios muerde alguna?

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La tía Prue puso cara de pocosamigos.

—Estos cachorros nos pertenecen,Ethan. Son de lo más pacífico y novan a mordernos. Somos sus mamas.

—No pueden ser más mansos, ¿aque no? —dijo la tía Grace,acariciando el hocico a una de lascrías.

No me quitaba de la cabeza ni ala de tres la idea de que una de esaspequeñas alimañas les pegaría unmordisco en el cuello a cualquiera deesas ancianas; ya me veíaconduciendo como un loco parallevarlas a urgencias y que les

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metieran veinte jeringazos en elestómago, que son los que debenponerte si te muerde un animal conrabia. Y estaba seguro de que a suedad no iban a sobrevivir a tantasinyecciones.

Intenté razonar con ellas, pero eraperder el tiempo.

—Nunca se sabe, son bichossalvajes.

—Queda claro que no eres muyamante de los animales, Ethan Wate.Estos cachorritos jamás nos haríandaño. —La tía Grace torció el gestocon desaprobación—. Su madre se haido. Morirán si no las cuidamos.

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—Puedo dejarlas a cargo de lagente de la ASPCA.

La tía Mercy estrechó a las críascontra su pecho con ademánprotector.

—¿Esos asesinos? ¡Seguro que lasmatan!

—Ya basta de cháchara sobre laASPCA. Ethan, pásame ese colirio deahí encima.

—¿Para qué?—Debemos alimentarlas cada

cuatro horas con ese cuentagotas —me explicó la tía Grace mientrassostenía en alto a una ardillitamientras ésta succionaba con avidez

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el extremo del cuentagotas—. Y unavez al día tenemos que limpiarles suspartes íntimas con un bastoncito dealgodón, hasta que aprendan alimpiarse ellas solas.

Podía pasar perfectamente sin esaimagen, la verdad.

—¿Cómo es posible que sepáistodo eso?

—Lo hemos consultado eninternet. —La tía Mercy sonrió conorgullo.

No me imaginaba que mis tíassupieran algo de la red. ¡Pero si nisiquiera tenían un horno que tostarapan!

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—¿Cómo os habéis conectado?—Thelma nos llevó a la biblioteca

y la señorita Marian nos ayudó. Allídisponen de ordenadores. ¿Sabías eso?

—Y ahí puedes ver cualquiercosa, incluso fotografías sucias. Devez en cuando, sin venir a cuento,aparecían en la pantalla unasimágenes lo más obsceno que puedasimaginarte.

La tía Grace debía de referirse adesnudos con el término «sucias», locual me llevó a pensar que las tres semantendrían bien lejitos de internetpor siempre jamás.

—Sólo os digo que me parece una

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mala idea. No os podréis quedar lasardillas para siempre. Se volveránagresivas cuando crezcan.

—Bueno, tampoco tenemospensado cuidarlas eternamente. —Latía Prue meneó la cabeza, haciendover que la idéale resultaba ridícula—.Las soltaremos en el patio de atrás encuanto sepan valerse por sí mismas.

—Pero entonces no sabrán cómoalimentarse. Por eso es una mala ideaquedarse con animales salvajes.Morirán de hambre cuando lassoltéis.

Ése era un argumento de peso alos ojos de las Hermanas, uno capaz

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de evitarme el numerito en urgencias.—Ahí te equivocas de medio a

medio. Todo eso lo cuenta la páginade internet —refutó la tía Grace.¿Quién demonios habría hecho esaweb sobre crianza de ardillas jóvenesy limpieza de sus partes conbastoncitos?—. Hay que enseñarles acoger nueces. Se entierran en el suelopara que las encuentren y asípractican.

Entonces supe dónde iba aterminar todo aquello: en el patiotrasero, donde me pasaría buena partedel día enterrando nueces y otrosfrutos secos para las crías de ardilla.

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Me pregunté cuántos agujeritos metocaría hacer hasta que las Hermanasse quedaran satisfechas.

A la media hora de cavar empecéa encontrar cosas: un dedal, unacuchara de plata y un anillo deamatista con pinta de no valer nada.Eso me dio la excusa para dejar demeter cacahuetes en el suelo y memetí dentro de casa. La tía Prue sehabía puesto las gafas de leer yrebuscaba por encima de una pila deperiódicos amarillentos.

—¿Qué buscas?—Algunas casillas para la madre

de tu amigo Link. Las Hijas de la

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Revolución Americana necesitanciertas notas sobre la historia deGatlin para el Tour del PatrimonioHistórico del Sur. —Revolvió lospapeles de uno de los montones—.Pero es difícil encontrar un trocito dehistoria de Gatlin en la que no esténlos Ravenwood.

Ése era el último apellido quequerían oír las Hijas de la RevoluciónAmericana.

—¿A qué te refieres?—Bueno, he de reconocer que

Gatlin no estaría aquí de no ser porellos. Es difícil dejarles fuera a la horade escribir la historia del pueblo.

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—¿De verdad fueron los primerosen llegar aquí?

Se lo había oído decir a Marian,pero me costaba un montóncreérmelo.

La tía Mercy cogió uno de losperiódicos de la pila y se lo puso tancerca de la cara que debía de verlodoble, pero la tía Prue se lo quitó conbrusquedad.

—Trae eso para acá. Lo ordenotodo según mi propio sistema.

—Bueno, si no quieres ningunaayuda… —La tía Mercy se volvióhacia mí—. Los Ravenwood fueronlos primeros en poblar estas tierras.

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Tomaron posesión de una gran fincaconcedida por el rey de Escocia allápor el año 1800.

—Fue en 1781. Tengo aquí mismoel periódico con la fecha. —La tíaPrue agitó en el aire una cuartillaamarillenta—. Eran granjeros y dabala casualidad de que el condado deGatlin tenía el suelo más fértil detoda Carolina del Sur. En estas tierrascrecía de todo, algodón, tabaco, arroz,índigo, lo cual no dejaba de serextraño, pues ese tipo de cosechas nosolían crecer en los alrededores.Cuando la gente de aquí descubrióque crecía cualquier cosa que se

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plantase, los Ravenwood ya tenían supropio pueblo.

—Les gustara o no —añadió la tíaGrace, levantando la vista del puntode cruz.

Menuda ironía: Gatlin ni siquieraexistiría sin los Ravenwood. Quienesrehuían y rechazaban a MaconRavenwood y a su familia deberíanagradecerles incluso el hecho de tenerun pueblo. ¿Cómo le sentaría eso a laseñora Lincoln? Ella lo sabría ya,seguro, y eso debía de figurar entrelos motivos por los que todos odiabantanto a Macon.

Me quedé con la vista fija en la

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mano, cubierta por esa tierrainexplicablemente fértil. Todavíallevaba encima los cachivaches queme había encontrado en el patio. Loslimpié con un poco con agua.

—Tía Prue, ¿esto es de alguna devosotras? —Lavé el anillo y se loenseñé.

—Vaya, ése es el anillo que misegundo esposo, Wallace Pritchard,me regaló por nuestro primer y únicoaniversario de boda. —La voz se leapagó hasta convertirse en un suspiro—. Era muy tacaño, pero mucho.¿Dónde lo has encontrado?

—Enterrado en el patio. También

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han aparecido un dedal y unacuchara.

—Mercy, ¡mira lo que haencontrado Ethan! ¡Tu cuchara deTennessee! Ya te dije que no te lahabía robado —informó a gritopelado.

—Déjame ver eso. —La tía Mercyse puso las gafas para examinar elcubierto con atención—. Bueno,colección terminada. Al final, hecompletado los once estados.

—Hay más de once estados, tíaMercy.

—Yo sólo colecciono los de laConfederación. —La tía Grace y la

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tía Prue asintieron para manifestar suacuerdo.

—A propósito de objetosenterrados, ¿os podéis creer queEunice Honeycutt se hizo sepultarcon su libro de recetas? No queríaque ninguna feligresa le pusiera lasmanos encima a sus recetas depasteles. —La tía Mercy sacudió lacabeza con desaprobación.

—Era una criatura muy rencorosa,igual que su hermana —recordó tíaGrace mientras utilizaba la cucharade Tennessee para hacer palanca yabrir una caja de chocolatinasWhitman's.

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—Y de todos modos, esas recetastampoco eran para echar lascampanas al vuelo —observó la tíaMercy.

La tía Grace abrió la tapa de lacaja para poder leer los nombres delos dulces.

—¿Cuáles eran los de crema demantequilla?

—Cuando yo me muera, quieroque me entierren con mi estola depiel y mi Biblia —declaró la tía Prue.

—Eso no te va a dar más puntoscon el Señor, Prudence Jane.

—No pretendo arañar ningúnpunto extra. Sólo quiero tener algo

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que leer durante la espera, pero sicaen unos puntillos adicionales,Grace Ann, entonces, tendría másque tú.

Enterrada con un libro derecetas…

¿Y si el Libro de las Lunasestuviera enterrado en algún sitio? ¿Ysi algunas personas lo ocultaron paraque no fuera encontrado jamás? Y talvez había sido Genevieve, la personaque conocía el poder del libro mejorque nadie.

Lena, creo que sé dónde está el libro.Hubo silencio durante unos

segundos, pero enseguida ella

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encontró un camino hasta mi mente.¿Qué dices?Genevieve tiene el Libro de las

Lunas, o eso creo.Está muerta.Lo sé.Entonces, ¿qué pretendes decir,

Ethan?Tengo la impresión de que ya sabes a

qué me refiero.Harlon James se subió de un salto a

la mesa y puso un gesto de pena. Aúnllevaba la pata vendada. La tía Mercyempezó a darle trocitos de chocolateque iba sacando de la caja.

—¡No le des chocolate al perro,

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Mercy! Vas a matarle. Lo vi en Elshow de Oprah. Dijeron que había quetener cuidado con el chocolate, ¿o fuecon la salsa de cebolla?

—Ethan, ¿te importaría traermelos toffees? —pidió la tía Mercy—.¿Ethan?

Pero yo ya no la escuchaba. Meestaba rompiendo la cabeza pensandoen el mejor modo de exhumar unatumba.

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7 DE DICIEMBRE7 DE DICIEMBREExhumación

SS e le ocurrió a Lena. Era elcumpleaños de la tía Del y en elúltimo minuto decidió organizar unacena familiar en la mansión.También fue suya la gracia de invitara Amma, sabiendo a ciencia ciertaque se necesitaba poco menos que laintervención del Todopoderoso enpersona para que franqueara elumbral de Ravenwood. Ammareaccionaba a la presencia de Macon

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sólo una pizquita mejor que ante elguardapelo. Prefería tenerle lo máslejos posible.

Esa misma tarde, Boo Radleyasomó el hocico por casa con unpergamino entre los dientes. Estabamanuscrito con una elegantecaligrafía. Amma no lo tocó, pormucho que fuera una invitación, yestuvo a punto de no dejarme ir. Lobueno del asunto fue que no me viometerme en el coche fúnebre con lapala que mi madre usaba en el jardín.Eso la habría puesto sobre aviso.

Estaba contento de salir de casa,el motivo me daba igual, aunque éste

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fuera a saquear una tumba. Mi padrese había confinado en el estudiodesde el día de Acción de Gracias, yAmma no me quitaba la vista deencima desde que ella y Macon nospillaron en la Lunae Libri.

Nos habían prohibido volver a labiblioteca, al menos durante lospróximos 68 días. Macon y Amma notenían el menor interés en queencontráramos la más mínimainformación que ellos no tuvieranintención de contarnos primero.

—Podrás obrar a tu antojodespués del 11 DE FEBRERO —mehabía asegurado entre carraspeos—.

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Hasta ese momento puedes hacer lomismo que cualquier chico de tuedad: escuchar música y ver la tele,pero mantén la nariz lejos de esostomos.

Esa prohibición de leer un librohubiera hecho reír a mi madre. Lascosas habían empeorado de formaconsiderable.

Aquí es peor, Ethan. Ahora, Booduerme incluso a los pies de mi cama.

Eso no me suena tan mal.Me espera en la puerta del baño.Eso es cosa de Macon.Parece un arresto domiciliario.Lo era, y ambos lo sabíamos.

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Necesitábamos encontrar el Librode las Lunas y seguro que estaba en latumba de Genevieve. Lo másprobable era que estuviera enterradaen Greenbrier. Había unas lápidas deletras desgastadas en un claro deljardín. Se veían desde la roca dondesolíamos sentarnos. Era nuestro hogarde piedra, nuestro sitio, así era comoyo lo veía, aunque jamás lo habíadicho en voz alta. Genevieve debía deestar enterrada allí, a no ser que sehubiera mudado después de la guerra,pero nadie se había marchado deGatlin.

Siempre había pensado que yo

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sería el primero.Vale, y ahora que había salido de

casa, ¿cómo iba a encontrar un libroperdido de magia que tal vez fueracapaz de salvarle la vida a Lena, o talvez no, que podría estar en la tumbade una Caster ancestral y maldita, oquizá no, que a lo mejor estabaenterrada junto a la mansión, pero nonecesariamente? ¿Cómo iba a hacerlosin que su tío me viera, me loimpidiera o me matara antes?

El resto dependía de Lena.

—¿Qué trabajo de historia os obliga avisitar una tumba de noche? ——

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preguntó la tía Del poco antes deengancharse el pie en una zarza—.Ay, Dios.

—Ve con cuidado, mamá.Reece rodeó a su madre con un

brazo para ayudarla a pasar poraquella zona de maleza. La tía Del selas veía y se las deseaba para notropezarse con nada cuando caminabaa la luz del día, pero pedirle lo mismoen plena oscuridad ya era demasiado.

—Debemos frotar la lápida de unantepasado para ver su nombre.Estamos estudiando genealogía. —Bueno, eso era una verdad a medias.

—¿Y por qué ha de ser

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Genevieve? —inquirió Reece conrecelo, y buscó el rostro de Lena conla mirada, pero ésta la evitó.

Lena me había avisado: no debíadejar que me mirase la cara, pues, alparecer, a una Sybil le bastaba echaruna ojeada para saber si alguienmentía, y soltarle una trola a una deellas era casi tan peligroso comoengañar a Amma.

—Es la del cuadro del vestíbulo.Se me ocurrió que sería una ideaestupenda utilizarla a ella. No somoscomo la gente de por aquí, con ungran panteón familiar donde escoger.

El crujido de las hojas secas bajo

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nuestros pies acallaba la hipnóticamúsica Caster de la fiesta, sofocada enla distancia. Habíamos recorrido unbuen trecho y estábamos a punto deadentrarnos en Greenbrier. Era denoche, pero la luna llena brillabatanto que resultaba innecesario el usode linternas. Recordé lo que Amma lehabía dicho a Macon en el patio: «Lamedia luna es para la magia blanca yla luna llena para la negra». Nosotrosno íbamos a hacer magia alguna, o almenos eso esperaba yo, pero no poreso sentía menos miedo.

—No estoy muy segura de queMacon apruebe esto de andar

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paseando por la noche. ¿Le dijisteadónde íbamos? —inquirió la tía Delmientras se estiraba el cuello deljersey de encaje. Estaba inquieta.

—Le dije que íbamos a dar unpaseo y él sólo me ordenó que no meapartara de tu lado.

—No estoy para estos trotes, hede admitirlo: estoy sin resuello. —Lefaltaba el aire y tenía el pelo por lacara, se le había deshecholigeramente el moño.

Entonces, distinguí un olorfamiliar.

—Hemos llegado.—Gracias a Dios.

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Nos encaminamos hacia eldesmoronado muro de piedra deljardín, donde encontré a Lenallorando el día que se rompió laventana. Me agaché para cruzar elarco cubierto de hiedra. Tenía unaspecto diferente por la noche: no eraun lugar para contemplar las nubes ysí para inhumar a una Caster maldita.

Es este sitio, Ethan. Está enterradaaquí. Lo percibo.

Yo también.¿Dónde crees que está la tumba?Mientras pasábamos por delante

de la piedra donde había encontradoel guardapelo atisbé otra roca en el

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claro a pocos metros de allí. Era unalápida y sobre ella estaba una figurade contornos borrosos.

Percibí el jadeo de Lena, no muyalto, pero sí lo suficiente como paraoírla.

¿Puedes verla, Ethan?Sí.Era Genevieve, materializada sólo

en parte, una mezcla de luz yneblina, cuya silueta vaporosa iba yvenía en el aire cada vez que se movíala figura espectral. No había lugar adudas: se trataba de Genevieve, ladama del cuadro. Tenía los mismosojos dorados y la ondulada melena

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pelirroja. El viento le alborotaba loscabellos y tenía más aspecto de seruna mujer sentada en el banco de unaparada de autobús que una apariciónacomodada sobre la lápida de uncamposanto. En su estado actual erahermosa, pero también terrorífica. Seme pusieron los pelos de punta.

Después de todo, venir aquí quizáhabía sido un error.

La tía Del se quedó en su sitio,clavada como una estaca, en cuanto ladescubrió, pero era evidente quepensaba que sólo ella podía verla.Probablemente, había llegado a laconclusión de que esa visión era el

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efecto de contemplar la misma figurarepetida muchas veces; las imágenesresultantes de veinte décadas distintasse habían entremezclado hastaresultar borrosas.

—Creo que deberíamos volver acasa. No me encuentro muy bien.

Era obvio que a la tía Del no leapetecía ni pizca meterse en líos conun espectro de ciento cincuenta añosen un cementerio.

Lena tropezó con una raíz deenredadera y se tambaleó. Alargué lamano para sujetarla, pero noreaccioné lo bastante deprisa.

—¿Te encuentras bien?

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Se agarró para no caerse y memiró. Fue sólo un segundo, pero esafracción de tiempo era cuantonecesitaba Reece. Clavó sus ojos enlos de Lena y descifró la expresión desu rostro y de sus pensamientos.

—¡Están mintiendo, mamá! Nohan venido hasta aquí para ningúntrabajo de historia, buscan algo. —Reece se llevó la mano a la sien e hizocomo si estuviera ajustando untornillo—. ¡Buscan un libro!

La tía Del parecía confusa, más delo habitual.

—¿Qué clase de libro buscáis enun cementerio?

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Lena apartó la mirada delescrutinio de Reece y rompió laconexión entre ellas.

—Uno que perteneció aGenevieve.

Me había traído la mochila; laabrí y saqué la pala. Luego, me dirigíhacia la tumba lentamente,intentando ignorar que el fantasmade la mujer no me quitaba los ojos deencima. ¿Y si me partía un rayo oalgo por el estilo? No me habríasorprendido, la verdad, pero no iba aecharme atrás después de haberllegado tan lejos, así que empujé lapala contra el suelo, la hundí y

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empecé a amontonar tierra.—Ay, madre mía. ¿Qué haces,

Ethan? —Al parecer, la exhumaciónhabía devuelto a la tía de Lena alpresente.

—Estoy buscando el libro.—¿Ahí dentro? —La tía Del

estaba a punto de desmayarse—.¿Qué clase de libro puede haber ahí?

—Uno de hechicería muy, muy,muy antiguo. No sabemos siquiera siestá ahí. Es sólo un presentimiento —contestó Lena mientras miraba aGenevieve, situada a poco más detreinta centímetros de ella, todavíaencaramada sobre la lápida.

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Intenté no mirar al fantasma. Susilueta aparecía y desaparecía de unaforma turbadora, y encima nosmiraba fijamente con esos aterradoresojos de pupilas gatunas, tan vacíos ysin chispa que parecían de cristal.

El suelo no era duro, en especial si setenía en cuenta que estábamos en elmes DE DICIEMBRE. Al cabo deunos minutos, ya había excavado atreinta centímetros de profundidad.La tía Del tenía semblante depreocupación y paseaba de un lado aotro. De vez en cuando miraba a su

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alrededor para asegurarse de queninguno de nosotros la estábamosmirando y luego observaba de reojo aGenevieve. Por lo menos no meinspiraba pánico sólo a mí.

—Haríamos bien en regresar. Estoes repugnante —se quejó Reecemientras intentaba establecercontacto visual conmigo.

—No te pongas en plan girl scout—le atajó Lena, arrodillándose alborde de la fosa.

¿Reece la ve?No creo. El espectro no tiene ojos con

los que ella pueda establecer contacto.¿Y si lo lee todo en el rostro de la tía

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Del…?No puede. Nadie puede. Ella ve

demasiadas cosas a la vez. Sólo unFulimpsest es capaz de procesar tantainformación, y no lograría encontrarlesentido.

—Mamá, ¿de verdad vas a dejarlesexhumar la tumba?

—Por amor de Dios, esto esridículo. Parad ya con esta tontería yregresemos a la fiesta.

—No sin saber si el libro está ahíabajo. —Lena se volvió hacia la tíaDel—. Tú podrías enseñárnoslo.

¿De qué hablas?Ella puede revelarnos qué hay ahí

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abajo. Es capaz de proyectar cuanto ve.—No sé, no sé. A Macon no le

gustaría —repuso ella, incómoda,mientras se mordía el labio.

—¿Acaso crees que él preferiráque desenterremos el cuerpo? —arguyó Lena.

—Vale, vale. Sal de ese agujero,Ethan.

Subí, me aparté de la fosa y mesacudí el polvo de los pantalones.Luego, contemplé la aparición, cuyorostro ofrecía un aspecto peculiar, eracomo si le interesase contemplar loque estaba a punto de suceder, o talvez sólo iba a pulverizarnos de un

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momento a otro.—Sentaos. Esto podría causaros

un cierto mareo. Si os sentís mal,poned la cabeza entre las piernas. —Las instrucciones de la tía Delsonaban como las de una azafata,pero en este caso se referían a unvuelo sobrenatural—. La primera vezsiempre es la más dura.

Luego, extendió los brazos paraque pudiéramos cogerle las manos.

—Todavía no me creo que estésparticipando en esto, mamá.

La tía Del se quitó la horquilladel moño y dejó que la melena lecayera sobre los hombros.

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—No te me pongas en plan girlscout, Reece.

Reece puso los ojos en blanco yme cogió la mano. Yo alcé la miradapara ver a Genevieve. Ésta me observódirectamente a mí y sólo a mí, y sellevó un dedo a los labios como sipidiera silencio.

El aire comenzó a diluirse anuestro alrededor. Entonces,empezamos a dar vueltas como enuna de esas atracciones donde tesujetan a la pared y todo empieza amoverse tan deprisa que piensas quevas a terminar vomitando.

Después hubo unos fogonazos de

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luz, como si a cada momento alguienabriera y cerrara puertas por cuyoshuecos entraran las imágenes.

Dos jóvenes risueñas de enaguasblancas y lazos amarillos en el pelocorren por la pradera cogidas de lamano.

Se abrió otra puerta…Una muchacha de tez

acaramelada pone a secar ropa blancaen un tendedero. Tararea en bajomientras el viento mueve las sábanas.La mujer se vuelve hacia una grancasa blanca de estilo federal y llama avoz en grito:

—¡Genevieve, Evangeline!

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… y otra más.Una muchacha cruza el claro en

medio de la oscuridad. Mira haciaatrás para asegurarse de que nadie lasigue. Su melena pelirroja flota trasella como una crin. Es Genevieve.Corre a los brazos de un chico alto ylarguirucho, un joven tan parecido amí que bien podría haber sido yomismo. Él se inclina y la besa.

—Te quiero, Genevieve, y un díavoy a casarme contigo. No me importa loque diga tu familia. No puede serimposible.

—Calla. —Ella le roza los labios consuavidad—. No tenemos mucho tiempo.

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Esa puerta se cerró y se abrió otra.Lluvia, humo y el chisporroteo

del fuego, que exhala bocanadasdevoradoras. Genevieve permanece depie en medio de la oscuridad con elrostro surcado por las lágrimas ymanchurrones de hollín. En la manosujeta un libro con tapas de cueronegro. Le falta el título en lacubierta, en la que sólo hayestampada una luna en cuartocreciente. Ella mira a la mujer, lamisma que había visto tender lacolada. Es Ivy.

—¿Por qué no tiene nombre?Los ojos de la anciana están llenos

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de temor.—Sólo porque un libro carezca de

título no significa que no tenga nombre.Ése de ahí es el Libro de las Lunas.

La puerta se cerró de golpe.Ivy permanece junto a una

sepultura en cuyo profundo interiordescansa una caja de pino. «Aunquepase por un valle tenebroso, ningúnmal temeré». Sostiene en la mano eselibro con tapas de cuero negro y unamedia luna grabada en la portada.

—Llévese esto con usted para que nohaga daño a nadie más, señoritaGenevieve.

Suelta el tomo sobre la fosa y éste

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cae sobre el ataúd.Una nueva puerta.Nosotros cuatro estamos sentados

alrededor de un hoyo a medio abrir, ydebajo, en el suelo, donde nuestravista no podría llegar sin la ayuda deDel, se halla el ataúd de pino, encimadel cual descansa el ejemplar. Y aúnmás hondo, en la oscuridad, dentrodel cajón, se halla el cuerpo tendidode Genevieve. Tiene los ojos cerradosy su piel pálida de porcelana seconserva con una perfeccióninimaginable en ningún otro cadáver.Parece respirar todavía. La melenaalborotada le cae en cascada sobre los

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hombros.La visión retrocede dando vueltas

hasta salir del subsuelo, sube hastasituarse a nuestro nivel, dondeprimero se fija en el agujero a medioabrir, y luego asciende hasta la lápiday la figura apagada de Genevieve, queno nos quita la vista de encima.

Reece soltó un alarido. La últimapuerta se cerró de golpe.

Intenté abrir los ojos, pero estabamareado. Del había estado en locierto. Tenía el cuerpo revuelto. Hicelo posible por orientarme, pero nolograba fijar la vista en nada. Me dicuenta de que Reece me soltaba la

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mano y me daba la espalda paraalejarse de Genevieve y la miradaaterradora de sus ojos dorados.

¿Estás bien?Eso creo.Lena mantenía la cabeza entre las

rodillas.—¿Os encontráis todos bien? —

inquirió la tía Del con calma yaplomo. Ya no me parecía tan torpeni tan confusa. Si yo tuviera queestar todo el tiempo viendo algo porel estilo, o enloquecería del todo o memoriría.

—No puedo creer que sea eso loque ves siempre —le dije a Del

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cuando al fin pude volver a fijar lavista.

—El don de los Palimpsésticos esun gran honor, y una carga aúnmayor.

—El libro está ahí abajo —afirmé.—Así es, pero parece ser

propiedad de esa mujer —puntualizóDel, haciendo un gesto hacia elespectro de Genevieve—. Suaparición no os ha sorprendido aninguno de los dos.

—La hemos visto antes —admitióLena.

—Bueno, en tal caso, es ella quienha elegido manifestarse ante vosotros.

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Ver a los muertos no es un donpropio de un Caster, ni siquieracuando se es un Natural, y sin dudano figura dentro de los talentos de losmortales. Sólo es posible ver a undifunto si éste lo desea.

Yo estaba aterrorizado. No comocuando pisé los escalones deRavenwood o cuando Ridley me diotal susto que casi no lo cuento. Estoera algo más intenso. Guardabamucha más similitud con el miedoque me embargaba cuando medespertaba de mis sueños y meagobiaba la posibilidad de perder aLena. Era un terror paralizante. La

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clase de terror que se experimenta alcomprender que el espectro poderosode una Caster Oscura y maldita tecontempla en mitad de la nochemientras te dedicas a cavar con elpropósito de robar un libro puestoencima de su ataúd. ¿En qué estaríayo pensando para venir hasta aquí yponerme a saquear una tumba en unanoche de luna llena?

Intentas enmendar un error,contestó una voz en mi mente, y noera la de Lena.

Me giré hacia Lena. Tenía elsemblante demudado. Tanto Reececomo la tía Del miraban fijamente a

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la izquierda de Genevieve, a quientambién podían oír. Alcé la vistahacia los ojos refulgentes de laaparición, cuyos contornos seguíanborrosos. Daba la impresión de saberel propósito de nuestra excursión.

Cógelo.Miré a Genevieve, inseguro. Ella

cerró los párpados y asintió de formaapenas perceptible.

—Quiere que nos llevemos, ellibro —declaró Lena. Supuse que nose me estaba yendo la olla del todo.

—¿Cómo sabemos que podemosconfiar en ella? —pregunté. Despuésde todo, era una Caster Oscura y

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tenía los ojos dorados como Ridley.Lena me devolvió la mirada con

un destello de entusiasmo en laspupilas.

—No lo sabemos.Únicamente cabía hacer una cosa.Cavar.

El libro tenía la misma aparienciaque en la visión: tapas de cueroagrietadas y la media luna grabada enrelieve. Olía como huele ladesesperación y era pesado no sólo ensentido físico, sino también psíquico.Era un libro Oscuro. Lo supe encuanto me las arreglé para ponerle la

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mano encima, y me abrasé las yemasde los dedos. Tenía la sensación deque aquel objeto me arrebataba unapizca de aliento cada vez queinspiraba.

Alargué el brazo todo lo posiblepara sacarlo fuera del agujero y losostuve en alto por encima de lacabeza. Lena se hizo cargo de él y yome apresuré a salir de allí, deseabaestar fuera cuanto antes. En ningúnmomento había olvidado que meencontraba encima del féretro deGenevieve.

—Madre mía, jamás pensé quevería el Libro de las Lunas —exclamó

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tía Del con voz entrecortada—.Obrad con cuidado. Es viejo como eltiempo, tal vez incluso más. Maconjamás creerá lo que hemos…

—No va a saberlo —la atajó Lenamientras sacudía con suavidad elpolvo de las tapas.

—Ya está bien. ¿Os habéis vueltolocas? Si por un minuto se os hapasado por la cabeza que no vamos adecírselo al tío Macon… —empezóReece, cruzándose de brazos con posede niñera enfurruñada.

Lena alzó aún más el libro, hastasostenerlo frente al rostro de la Sybil.

—Decirle… ¿Decirle el qué?

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Lena la miraba tal y como Reecehabía fisgado en los ojos de Ridleydurante el Encuentro, con unaintención deliberada. La expresión dela Sybil cambió. Parecía confusa, casidesorientada. Observaba fijamente ellibro, pero daba la impresión de queno lo veía.

—¿Qué hay que decir, Reece?Reece cerró los ojos con fuerza,

como si intentase escaparse de unapesadilla, y abrió la boca para deciralgo, pero luego, de pronto, juntó loslabios. Vislumbré un amago desonrisa en los labios de Lena cuandose volvió lentamente hacia su otra

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pariente.—¿Tía Del?La tía Del parecía tan ofuscada

como su hija. Ese aturdimiento era suestado natural, cierto, pero había algodiferente en esta ocasión, y tampocoella contestó a Lena.

Lena se giró levemente y dejócaer el libro sobre mi mochila.Cuando lo hizo, vi el destello verde desus ojos y cómo el viento de la magiale ondulaba la melena bañada por laluna. Era como si en medio de laoscuridad mis ojos fueran capaces deadvertir cómo la magia searremolinaba a su alrededor. No sabía

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qué estaba pasando, pero las tresparecían haber emprendido unaininteligible conversación sinpalabras que yo no era capaz deescuchar ni de entender.

Y entonces terminó todo, y la luzde la luna volvió a ser luz de luna y lanoche se apagó hasta ser sólo noche.Dirigí la vista más allá de la Sybil,hacia la tumba de Genevieve, peroésta había desaparecido, si es quealguna vez había estado allí.

Reece se revolvió en su sitio y unaexpresión mojigata volvió a dominarsu semblante.

—Si pensáis por un momento que

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no voy a decirle al tío Macon que noshabéis arrastrado hasta un cementeriosin más motivo que un estúpidotrabajo del instituto que ni siquierahabéis concluido, lo lleváis claro.

¿De qué rayos hablaba? PeroReece parecía que hablaba en serio.No recordaba nada de lo que habíasucedido, igual que yo no entendíanada de lo que había pasado.

¿Qué le has hecho?Tío Macon y yo hemos estado

practicando.Lena metió el libro en mi mochila

y la cerró.—Lo sé, lo siento. Es verdad, este

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lugar es horrible por la noche.Vámonos de aquí.

Reece se volvió hacia la mansióny arrastró a su madre con ella.

—Eres como una niña.Lena me guiñó un ojo.¿Qué has practicado? ¿Control

mental?Nada, cuatro cosillas. Desplazar

guijarros por telequinesis. Generarilusiones con la mente. Hacer Vínculostemporales, aunque esto es más difícil.

¿Y esto ha sido fácil?Desplacé el libro de sus mentes.

Supongo que podría decirse que lo borré.Ninguna de las dos va a acordarse porque

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en su mente esto jamás ha sucedido.Necesitábamos el libro, lo sabía,

y conocía también las razones de sucomportamiento, pero intuía queLena había traspasado la frontera. Yoignoraba dónde estábamos ahora ytambién si ella podría echarse atrás,donde yo estaba, y volver ser la deantes.

La Sybil y su madre estaban ya devuelta en el jardín. No hacía falta seradivino para saber que Reece estabacomo loca por alejarse de allí. Lenahizo ademán de seguirlas, pero algome detuvo.

Lena, espera.

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Me dirigí hacia el agujero y mellevé la mano al bolsillo. Abrí elpañuelo con las iniciales, cogí elguardapolvo por la cadena y lo alcé.Nada. No hubo visión alguna. Algodentro de mí me indicó que no iba ahaber ni una sola más. El guardapelonos había conducido hasta enseñarnoslo que necesitábamos ver.

Lo sostuve encima de la tumba yestaba a punto de soltarlo, pues meparecía lo más correcto, casi un gestode justicia, cuando escuché de nuevola voz de Genevieve, pero esta vez mehabló con más dulzura.

No. Eso no me pertenece.

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Miré hacia la lápida. Genevieveestaba de nuevo allí. Lo que quedabase fue desvaneciendo en la vaciedadde la noche con cada ráfaga de viento.Ya no resultaba tan aterradora.

Parecía rota, con el aspectopropio de quien ha perdido al únicoamor de su vida.

Entonces entendí todo.

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8 DE DICIEMBRE8 DE DICIEMBRECon el agua al cuello

EE staba metido en tantos líos que laamenaza de otro más ya no measustaba. En un momento dado,cuando uno se ha adentrado tanto enel cauce del río, ya no queda másremedio que seguir remando hastallegar a la otra orilla. Ésa era la lógicatípica de Link, pero sólo ahora estabaempezando a verle la genialidad alasunto. Tal vez sea cierto que uno esincapaz de comprenderlo hasta que

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no se ve en un buen aprieto.Al día siguiente, Lena y yo

estábamos así: con el agua al cuello.La jornada empezó por todo logrande, falsificando un justificante deausencia con un lápiz del número 2propiedad de Amma; continuóhaciendo novillos para leer un librorobado que no teníamos, al menos enteoría; y rematé la jornada con unmontón de trolas sobre un trabajo enel que Lena y yo debíamos seguirpara subir la nota. Yo estabaconvencido de que Amma iba apillarme dos segundos después dedecir lo de mejorar la nota, pero

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estaba de charla con mi tía Caroline,hablando por teléfono sobre el«estado» de mi padre.

Me sentía terriblemente culpablepor todos los embustes, y eso por nomencionar el robo, la falsificación yel borrado de mentes, pero nodisponíamos de tiempo para ir a clase;de hecho, teníamos mucho queestudiar.

Porque teníamos el Libro de lasLunas. Era real. Podía tocarlo con lasmanos, y lo hice…

—¡Ay!Y luego lo solté: aquello

quemaba como un hierro al rojo vivo.

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El libro cayó sobre el suelo de lahabitación de Lena. Boo Radley ladródesde algún lugar de la casa y leescuché corretear mientras subía lasescaleras para reunirse con nosotros.

—Puerta —dijo Lena sin levantarla vista de un viejo diccionario delatín. Y la puerta de su cuarto secerró de sopetón justo cuando Booestaba a punto de colarse dentro.Protestó, ladrando con resentimiento—. No entres en mi habitación, Boo.No estamos haciendo nada, especial.Estoy a punto de ponerme a tocar.

Me quedé a cuadros, sin apartarla vista de la entrada cerrada. Otra

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lección de Macon, dije para misadentros. Lena ni siquiera habíapestañeado, era como si lo hubierahecho miles de veces, igual que eltruco usado la noche anterior conReece y Del. Empezaba a pensar quecuanto más nos acercábamos a lafecha de su cumpleaños, la Caster quehabía en su interior afloraba cada vezmás.

Yo pretendía hacer como que nome daba cuenta. Y cuanto más lointentaba, más consciente era de ello.

Me miró mientras me frotaba lasmanos aún doloridas en los vaqueros.

—¿Qué parte no pillas de no-

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puedes-tocarlo-si-no-eres-un-Caster?—Pues esa parte precisamente.Abrió un desgastado estuche

negro y sacó la viola.—Son casi las cinco. Tengo que

empezar a tocar o mi tío se darácuenta nada más levantarse. No sécómo, pero siempre lo sabe.

—¿Qué…? ¿Ahora?Esbozó una sonrisa y se sentó en

una silla en un rincón de lahabitación. Apoyó el instrumento enel hombro y lo acercó al mentónantes de coger el arco y ponerlo sobrelas cuerdas. Cerró los ojos ypermaneció inmóvil durante unos

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instantes, como si estuviéramos enuna filarmónica y no en su cuarto.Luego, se puso a tocar. Sus manosfueron desgranando las notas, que seextendieron por la estancia y flotaronen el aire como otro de sus poderesdesconocidos. Las finas cortinasblancas de la ventana se agitaron yescuché la canción:

Dieciséis años, dieciséislunas.

Luna de la Llamada, lahora se acerca,

en estas páginas laOscuridad aclaras

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por el Vínculo del Poderque el fuego sella.

Mientras yo la contemplaba, selevantó con sigilo de la silla y puso laviola donde había estado sentada. Lascuerdas seguían emitiendo músicaaunque había dejado de tocar. Dejó elarco sobre el respaldo del asiento y sedeslizó por el suelo hasta acabarsentada a mi lado.

Calla.¿A esto lo llamas practicar?—Mi tío no parece advertir la

diferencia, y mira… —Hizo un gestohacia la puerta. Se veía una sombra y

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se escuchaba un rítmico golpeteo: eraBoo con el rabo—. A él le chifla, y amí me gusta tenerle en la puerta. Esun buen sistema de alarmaantiadultos.

Tenía parte de razón, la verdad.Lena se arrodilló junto al libro y

lo cogió fácilmente con las manos.Cuando lo abrió, vimos lo mismo quehabíamos estado contemplandodurante todo el día: cientos dehechizos ordenados escrupulosamenteen listas; los había en inglés, latín,gaélico y otras lenguas desconocidas amis ojos, una de ellas era unasucesión de letras muy floridas como

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no había visto en mi vida. Las finaspáginas de color terroso eran frágiles,casi translúcidas, y estaban cubiertaspor una caligrafía cuidada trazadacon tinta marrón oscuro. Bueno, almenos yo esperaba que fuera tinta.

Toqueteó las líneas escritas conesa letra tan extraña y me dio eldiccionario de latín.

—No es latín. Compruébalo túmismo.

—Me da que es gaélico. ¿Hasvisto alguna vez algo parecido a esto?—Señalé las letras con volutas.

—Debe de ser algún tipo deantiguo idioma mágico.

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—Pues lo llevamos claro si notenemos diccionario.

—Lo tenemos, quiero decir,seguro que mi tío lo tiene. En labiblioteca del piso de abajo guardaun montón de libros Caster. No es laLunae Libri, pero es muy probableque en sus estanterías esté lo quebuscamos.

—¿Cuánto tiempo tenemos antesde que se levante?

—No demasiado.Estiré las mangas del suéter hasta

cubrir por entero las palmas de lasmanos y usé el tejido para sujetar ellibro del mismo modo que Amma

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usaba las manoplas de la cocinacuando cogía algo caliente. Pasé lasdelgadas hojas. Las páginas hacíanmucho ruido, tenían más aspecto dehojas secas y marchitas que de papel.

—¿Tú le encuentras a esto algo desentido?

Negó con la cabeza.—En mi familia no te dejan saber

nada importante de verdad hasta queno has sido Llamado. —Fingióenfrascarse en la lectura de laspáginas—. Por si acabas en el ladoOscuro, supongo.

Yo sabía lo suficiente como paradejar correr el asunto.

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Fuimos pasando una página trasotra sin entender nada. Habíaimágenes, algunas aterradoras y otrasbellísimas, donde se mostrabancriaturas, símbolos, animales yhombres, pero incluso los semblantesde estos últimos estaban hechos de talforma que su aspecto no recordaba alde los seres humanos. Aquello erapara mí como una enciclopedia deotro planeta.

Lena cogió el Libro de las Lunas ylo apoyó en su regazo.

—No es mucho lo que sé, y todoresulta tan…

—¿Flipante?

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Me eché hacia atrás, apoyándomesobre su cama, con la mirada fija enel techo: había números y palabras,palabras nuevas por todas partes.Pude ver la cuenta atrás en los dígitosgarabateados en las paredes de lahabitación.

100, 78, 50…¿Cuánto tiempo más íbamos a

poder estar juntos de este modo? Elcumpleaños de Lena cada vez estabamás cerca y sus poderes no hacíanmás que aumentar. ¿Qué ocurriría siella estaba en lo cierto y se convertíaen algo irreconocible, algo tanOscuro que llegara a no conocerme o

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que yo dejara de importarle? Miréfijamente la viola del rincón hastaque ya no quise ver nada más y cerrélos ojos. Escuché la melodía mágica yluego la voz de Lena:

Cuando la decimosexta luna lahora de la Llamada traiga, escuando la persona de poder tiene lalibertad de voluntad y actuaciónpara formular la elección eterna, alterminar el día, o en el últimoinstante de la última hora, bajo laluna de la Llamada…

Nos miramos el uno al otro.—¿Cómo has logrado tra…? —

empecé a preguntar al tiempo que me

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asomaba por encima de su hombropara echarle un vistazo al texto.

Volvió la página.—Estas páginas puede

entenderlas. Alguien empezó atraducirlo, aquí, en el reverso. Latinta es de un color diferente, ¿lo ves?

Lena estaba en lo cierto.Incluso la transcripción a nuestro

idioma tenía cientos de años. Lacaligrafía era también muy elegante,pero no era la misma letra ni estabaescrita con la misma tinta parduzca, olo que fuera.

—Pasa la página.Siguió leyendo con el libro en

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alto:

La Llamada no puede retirarseuna vez hecha, la elección no puededeshacerse una vez formulada. Lapersona de poder se sume parasiempre en la gran Oscuridad o enla gran Luz, para siempre. El Ordende las Cosas está en peligro deperderse si no es así, si el Vínculopende desatado cuando se acaba eltiempo, cuando se consume laúltima hora de la luna decimosexta.Eso no debe ocurrir. El LibroVinculará todo lo que estéDesvinculado para toda la eternidad.

—Entonces, ¿no hay forma deeludir la Llamada?

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—Eso es lo que he intentadodecirte desde el principio.

Clavé la vista en unas palabrascuya contemplación no me aportabaningún entendimiento.

—Pero ¿qué sucede exactamentedurante la Llamada? ¿Esa Luna de laLlamada hace caer un haz de luzmágica o algo así?

Lena echó un vistazo rápido a lapágina.

—No lo dice. Sólo sé una cosa:tiene lugar a medianoche, a la luz dela luna. «En medio de la granOscuridad y bajo la gran Luz de lacual procedemos». Puede ocurrir en

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cualquier lugar. No es algo visible,sucede y ya está. No hay ningún rayomágico.

—Pero ¿qué ocurre exactamente?Yo quería saberlo todo y tenía la

impresión de que me ocultaba algo,pero no apartaba los ojos de lapágina.

—Para la mayoría de los Casters esuna consciencia, tal y como poneaquí. La persona de poder, el Caster,efectúa una elección inamovible;elige si desea ser llamado por la Luz opor la Oscuridad. A eso se refiere conlo de «la libertad de voluntad yactuación». Es como los mortales

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cuando eligen entre el bien o el mal,salvo que en el caso de los Caster s laelección es para siempre. En esemomento escogen la vida que deseanllevar, la forma en que deseaninteractuar con el universo mágico ycon los demás. Sellan un pacto con elmundo natural, el Orden de las Cosas.Parece una locura, lo sé.

—¿Y todo eso cuando cumplendieciséis? ¿Cómo esperan que a esaedad sepas qué vas a querer para elresto de tus días?

—Sí, ya, bueno, eso es para losafortunados, yo ni siquiera tengoelección.

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Casi no tenía ánimo paraformularle la siguiente pregunta.

—Y entonces, ¿qué va asucederte?

—Cambias, eso es todo, segúnReece. Sucede en un instante, lo quetarda en latir el corazón una vez.Sientes fluir la energía y el poder portu cuerpo, es como si volvieras anacer. —Parecía embargada por lapesadumbre—. Al menos, eso cuentaReece.

—Eso no tiene mala pinta.—Reece lo describió como un

calor abrumador, como si el solcayera de lleno sobre ella y nadie

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más, y en ese momento sabes cuál esel camino elegido para ti. —Sonabamuy guay, fácil e indoloro, como si lehubiera pegado un tijeretazo a lahistoria y se hubiera saltado algo, porejemplo, la parte en que un Caster sevuelve Oscuro, pero no quise sacar eltema, ni aun sabiendo que ambosestábamos pensando en eso.

¿Así de simple?Así de simple. No hay heridas ni

nada por el estilo, si es eso lo que tepreocupa.

Era una de las cosas que me traíande cabeza, sí, pero no la única.

No estoy preocupado.

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Yo tampoco.Y en esta ocasión, los dos hicimos

el propósito de abandonar el tema, yno sólo no hablar de ello, sinotambién no pensar más sobre lomismo.

La luz anaranjada del crepúsculose colaba en la habitación de Lena yse deslizaba por la alfombra con milreflejos dorados. Durante unosinstantes todo adquirió un brilloáureo: el rostro, los ojos y el pelo deLena, y todo cuanto bañaba el sol.Era una belleza remota, como lasrepresentadas en el libro, como siestuviera a miles de kilómetros y

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cientos de años, y no sabía por qué,pero no parecía humana.

—Anochece. Macon va alevantarse de un momento a otro.Debemos sacar el libro de aquí. —Locerró, lo metió en mi mochila y cerróla cremallera—. Llévatelo. Mi tíointentará quitármelo si lo encuentra,Siempre lo hace.

—No me hago a la idea de qué eslo que nos ocultan él y Amma. Sitodo esto va a suceder sí o sí y no sepuede hacer nada por evitarlo, ¿porqué no nos lo cuentan todo?

Lena no me miró, pero apoyó lacabeza sobre mi pecho cuando la

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estreché entre mis brazos. Nodespegó los labios, pero pude sentirsu corazón latiendo junto al mío porencima de las capas de sudaderas ysuéteres.

Miró distraída la viola hasta quesu música se fue apagando y sonó tandébil como tenue era el brillo del solque entraba por la ventana.

Al día siguiente, en el instituto, Lenay yo éramos los únicos que teníamosalgún interés en clase. Nadielevantaba la mano, excepto parapedir permiso para ir al baño, nicogía un boli si no era para escribir

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una notita a alguien, saber quién noiba a comerse un rosco o quién estabaya pillado. En diciembre sólo existíauna cosa en el Instituto Jackson: elbaile de invierno.

Estábamos en la cafetería cuandoLena sacó el tema por primera vez.

—¿Le has pedido a alguien quesea tu pareja? —le preguntó a Link.

Lena no estaba al corriente de suestrategia secreta, bueno, no tansecreta, consistía en asistir sinacompañante para poder flirtear conCross, la entrenadora de atletismofemenino. Link estaba colado porMaggie Cross. Ésta se había graduado

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hacía cinco años e iba al institutodespués de sus clases en launiversidad para entrenar desde queestábamos en quinto.

—No, me mola ir por libre. —Link esbozó una ancha sonrisa,dejando entrever la boca llena depatatas fritas.

—Hace de carabina de laentrenadora Cross y como está libre,puede pulular cerca de ella durantetoda la fiesta —le expliqué.

—No me gustaría decepcionar aninguna chica. Se pelearían por míen cuanto les hiciera efecto el alcoholque vierten a escondidas en los

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refrescos.—Jamás he estado en una fiesta

del instituto.Lena bajó la mirada y cogió su

bocadillo. Parecía decepcionada.No le había pedido que me

acompañase al baile pensando que noquería ir. Entre nosotros estabanocurriendo muchas cosas, y todaseran más importantes que un baileescolar.

Link me dirigió una elocuentemirada, ya me había avisado de queesto iba a pasar.

—Todas las chicas quieren ir albaile, tío. No sé por qué, pero hasta

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yo tengo eso claro.Pero a la vista de que el plan de

Link para ligarse a la entrenadorajamás le había salido bien, ¿quién ibaa pensar que podía tener razón enesto otro?

Link vació de un trago el resto decoca cola.

—¿Una chica cañón como tú?Pero si podrías ser la Reina de lasNieves.

Lena intentó sonreír, pero le saliófatal.

—¿Qué es eso de la Reina de lasNieves? ¿No podéis tener una reinadel baile de bienvenida como todo el

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mundo?—No, éste es el baile de invierno,

y lo que hay es una Reina de losHielos, pero como la prima deSavannah, Suzanne Snow, ha ganadotodos los años desde que se graduó yla misma Savannah Snow loconsiguió el año pasado, todo elmundo dice la Reina de las Nieves.

Link alargó el brazo y cogió untrozo de pizza de mi plato.

Lena quería ir al baile, era obvio.Ése era otro misterio de las chicas.Quieren ir a sitios aunque no lesapetezca, pero yo tenía elpresentimiento de que éste no era el

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caso de Lena. Parecía como si hubierahecho una lista de las cosas quesupuestamente hacen todas las chicasnormales del instituto, y estabaemperrada en realizarlas todas.

La idea era una locura y elbailecito, el último lugar al que meapetecía ir. Ninguno de los doséramos los chicos más populares enlos últimos tiempos. Me importabaun rábano que todos nos mirasencuando pasábamos por los pasillos,incluso aunque no fuéramos de lamano, y también las crueldades ymaldades que decían de nosotrosmientras estábamos los tres sentados

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en una mesa vacía en el atestadocomedor o que el nutrido club de losÁngeles Guardianes del institutomontasen patrullas de vigilancia porlos pasillos con el único propósito defastidiarnos.

Pero la cosa era que el tema mehabía interesado antes de que Lena lomencionara. Empezaba apreguntarme si yo mismo, bueno, enfin, si no estaría bajo el influjo dealgún hechizo.

No te he embrujado.Tampoco te he acusado de hacerlo.Acabas de hacerlo.No he dicho que tú hayas lanzado un

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hechizo. Sólo he pensado que tal vez estébajo uno.

Pero bueno, ¿tú te crees que soyRidley?

Pienso que… Olvídalo.Lena estudió mi rostro con gran

intensidad, como si intentara leer enmis facciones, algo que yo sabía queera perfectamente capaz de hacer.

¿Qué…? Lo que dijiste la mañanasiguiente a Halloween en tu habitación.¿Lo decías en serio, L?

¿El qué?Lo escrito en la pared.¿Qué pared?La de tu cuarto. No actúes como si no

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supieras de qué te hablo. Dijiste quesentías lo mismo que yo.

Ella empezó a enredar con elcollar de amuletos.

No sé a qué te refieres.A lo de encariñarse.¿Encariñarse?Ya sabes, enamorarse.¿Qué?No importa.Dilo, Ethan.Acabo de hacerlo.Mírame.Te estoy mirando.Clavé la vista en mi chocolate con

leche.

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—¿Lo has pillado? Lo deSavannah Snow. Y lo de la Reina delos Hielos, ¿eso también?

Link echó helado de vainillaencima de sus patatas fritas.

La belleza de Lena acaparó miatención, y ella se sonrojó. Alargó lasmanos debajo de la mesa y yo las cogíentre las mías, pero estuve a punto deretirarlas casi al instante. Noté unadescarga igual de intensa que sihubiera metido los dedos en unenchufe. Ella me miraba de tal modoque habría sabido qué pensabaaunque no hubiera sido capaz deescuchar sus pensamientos.

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Si tienes algo que decir, Ethan, diloahora.

Pues sí, eso.Dilo.Pero no necesitábamos decir nada.

Éramos todo cuanto necesitábamos, apesar de encontrarnos en medio de uncomedor lleno hasta los topes yenzarzados charlando con Link. Dehecho, aunque ni nos habíamos dadocuenta, Link seguía hablándonos.

—Sólo tiene gracia porque escierto. De existir en el mundo unaReina de los Hielos, fijo que seríaSavannah.

Lena retiró las manos de entre las

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mías para poder coger una zanahoriay lanzársela a Link. No pudo dejar desonreír y Link pensó que se reía de él.

—Vale, lo pillo. Reina de losHielos es una estupidez. —Y hundióel tenedor en el revoltijo de comidaque había en su bandeja.

—Ni siquiera tiene sentido: aquíno hay nieve ni hielo.

Link me dedicó una gran sonrisapor encima de sus patatas con helado.

—Está celosa. Harías bien envigilarla, tío. Lena quiere que laelijan Reina de los Hielos para poderbailar conmigo cuando me coronenRey de los Hielos.

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Lena se rio a pesar de que noestaba de buen humor.

—¿Tú…? Pero ¿no te reservabaspara la entrenadora?

—Y lo hago, este año cae fijo.—Link se pasa toda la noche

maquinando cosas graciosas parasoltarlas cuando ella anda cerca.

—Piensa que soy un tipodivertido.

—Dejémoslo en que tu aspecto ledivierte.

—Éste va a ser mi año, lopresiento, esta vez voy a ser el Rey delas Nieves y por fin la entrenadoraCross alzará la vista para verme en el

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estrado con Savannah Snow.—No veo cómo vas a ligártela a

partir de ahí. —Lena empezó a pelaruna naranja.

—Ah, bueno, reparará en mibuena presencia, en mi encanto y enmi talento musical, especialmente sitú me escribes una canción.Entonces, cederá y bailará conmigo,y me seguirá a Nueva York cuandome gradúe para ser mi fan.

—¿Y eso qué es? ¿Un episodio deAfter School Special? —se burló Lena.La piel de la naranja se desprendió enuna espiral alargada.

—Colega, tu novia piensa que soy

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especial —soltó él mientras laspatatas se le caían de la boca.

Lena me miró. Novia. Ambos lohabíamos oído.

¿Es eso lo que soy?¿Es eso lo que quieres ser?¿Me estás pidiendo algo?No era la primera vez que le daba

vueltas al asunto. Lena se habíaconsiderado mi novia desde hacíaalgún tiempo y podía darse por hechodespués de todo cuanto habíamospasado juntos, así que no sabía muybien por qué yo no habíapronunciado esa palabra jamás.Tampoco sabía la razón de que me

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costase tanto decirla ahora, peroverbalizar esa palabra tenía unsignificado especial, era como si lascosas fueran más reales.

Bueno, supongo que lo soy.No pareces muy convencida.Le agarré la mano por debajo de

la mesa y busqué con la mirada esosojos verdes suyos.

Yo estoy seguro, Lena.Entonces, supongo que soy tu novia.Entretanto, Link seguía a lo suyo.—También tú pensarás que soy

especial cuando tenga a laentrenadora comiendo en la palma demi mano después del baile.

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Link alzó la bandeja y la moviócomo si estuviera bailando.

—Vete quitándote de la cabeza laidea de que mi novia va a reservarteun baile. —Moví la bandeja igualque él.

A ella se le iluminaron los ojos.Estaba en lo cierto: Lena no sóloquería que la invitase, estabadeseando ir. En ese momento supeque me traía al fresco qué habíaescrito en esa lista de cosas-que-supuestamente-han-hecho-todas-las-chicas-normales-del-instituto. Iba aasegurarme de que hiciera todocuanto figurase en esa lista.

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—Ah, pero ¿vais a ir?La miré con expectación y ella

me apretó la mano.—Sí, eso creo.Esta vez su sonrisa fue real.—¿Qué te parece si te reservo dos

bailes, Link? A mi novio no leimportará. Jamás va a decirme conquién tengo que bailar y con quiénno.

Puse los ojos en blanco.Link alzó la mano y los dos

chocamos esos cinco.—Sí, te creo.La comida terminó cuando sonó

la campana. Fue así de simple, ahora

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no sólo tenía una cita para el baile deinvierno, tenía novia oficialmente, yno sólo eso, por primera vez en todami vida había estado a punto de usarla palabra que empieza por A enmedio de la cafetería, delante deLink.

A eso le llamaba yo una comidacaliente.

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13 DE DICIEMBRE13 DE DICIEMBREDifuminarse

—N—No sé por qué no puede veniraquí. Esperaba ver a la sobrina deMelquisedec emperifollada con susmejores galas.

Yo permanecía quieto delante deAmma para que me hiciera el nudode la corbata. Era tan bajita que teníaque subirse tres escalones para llegara mi cuello. De niño, todos losdomingos solía peinarme y anudarmela corbata antes de ir a misa. Siempre

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parecía sentirse orgullosa de mícuando me observaba, y ahora memiraba con esa misma satisfacción.

—Lo siento, pero no hay tiempopara una sesión de fotos. Voy arecogerla a su casa. Se supone que elchico recoge a la chica, ¿no?

Había un buen trecho si teníamosen cuenta que debía ir hastaRavenwood en el Cacharro. Shawniba a llevar a Link. Los chicos delequipo le seguían reservando unasiento en su nueva mesa incluso apesar de que por lo general solíasentarse con Lena y conmigo.

Amma tiró de la corbata y se echó

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a reír. No supe qué le hacía tantagracia, pero se me pusieron losnervios a flor de piel.

—La has apretado demasiado yme estoy asfixiando. —Intenté meterun dedo entre la garganta y el cuellode mi chaqueta de esmoquinalquilada.

—No es la corbata, son losnervios. Tranquilo. Lo harás bien. —Me examinó de los pies a la cabezacon gesto de aprobación, comoimaginé que habría hecho mi madrede haber estado allí—. Ahora, déjamever esas flores.

Alargué el brazo detrás de mí en

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busca de una cajita con una rosa rojaenvuelta en muguet. A mí me parecíahorrorosa, pero era imposibleconseguir mucho más en Jardines delEdén, la única floristería de Gaflin.

—Son las flores más espantosasque han visto mis ojos. —Amma sóloles echó un vistazo antes de lanzarlasa la papelera, situada al pie de lasescaleras, y darse media vuelta endirección a la cocina.

—¿Por qué has hecho eso?Abrió el frigorífico y sacó un

ramillete de los que se colocan en lamuñeca con flores delicadas ymenudas. Jazmín estrella y romero

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silvestre sujetos con una cintaplateada. Plata y blanco, los coloresdel baile de invierno. El ramillete eraperfecto.

Amma había hecho eso a pesar delo poco que le gustaba mi relacióncon Lena. Lo había hecho por mí.Sólo tras la muerte de mi madrecomprendí cuánto dependía deAmma y cuánto había dependidosiempre. Era lo único que me habíamantenido con la cabeza fuera delagua. Probablemente, sin ella mehabría ahogado, igual que mi padre.

—Todo tiene un significado. Nopretendas amansar lo indomable.

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Acerqué el ramillete a la luz de lacocina. Me percaté de lo larga queera la cinta y la fui tanteando con losdedos hasta encontrar debajo unhuesecito. —¡Amma!

Se encogió de hombros.—¿Qué? ¿Vas a ponerte

tiquismiquis por que haya sacado deuna tumba ese huesecito dé nada?Después de haber crecido en esta casay de haber visto cuanto has visto,¿dónde tienes el sentido común? Unaproteccioncita de nada no hace dañoa nadie, ni siquiera a ti, Ethan Wate.

Suspiré y puse el ramillete en lacaja.

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—Yo también te quiero, Amma.Me abrazó con tanta fuerza que

no me rompió los huesos decasualidad. Bajé las escaleras delporche a la carrera y salí al exterior.Ya era de noche.

—Ten cuidado, ¿me oyes? No teentusiasmes demasiado.

No tenía ni idea de a qué serefería, pero de todos modos lecontesté con una sonrisa.

—Sí, señorita.Al alejarme al volante del

Cacharro vi todavía encendida la luzen el estudio de mi padre. Mepregunté si acaso se habría enterado

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de que esa noche se celebraba el bailede invierno.

Mi corazón estuvo en un tris depararse cuando Lena abrió la puertade la mansión, lo cual ya es decir, sise tenía en cuenta que ella ni siquierame había tocado. Iba vestida comojamás lo hubiera hecho ninguna otrachica, y yo lo sabía. Sólo había dossitios para elegir ropa en el condadode Gatlin: Little Miss, proveedor deropa para las representaciones locales,y Southern Belle, la tienda de trajesde novia, a dos pueblos de distancia.

Las chicas vestidas en Little Miss

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llevaban descocados modelos desirena con demasiadas aberturas yescotes, y muchas lentejuelas. Ammajamás habría dejado que me vieran encompañía de ese tipo de chicas en unpicnic, y menos aún en un baileformal. A veces eran ganadoras deconcursos locales de belleza o hijas dealguna antigua miss local, comoEdén, cuya madre había sido primerafinalista en el concurso MissCarolina del Sur, y en la granmayoría de las ocasiones, eran hijasde madres a las que les hubieragustado ganar esos certámenes. Encuestión de un par de años podría

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verse a todas esas chicas acudiendocon sus bebés a las fiestas degraduación del Instituto Jackson.

En Southern Belle vendíanvestidos con forma de campana a loScarlett O'Hara. Las DamasAuxiliares del Ejército de Salvación yde Hijas de la Revolución Americanaequipaban allí a sus niñas, como erael caso de Emily Asher o SavannahSnow. Te las encontrabas en todaspartes y era fácil sacarlas a bailar sitenías suficientes tragaderas parasoportarlas a ellas y al hecho de que,con ese aspecto, era como bailar conuna novia el día de su boda.

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Comoquiera que sea, todo erabrillante, colorido y lleno de adornos,y estaba omnipresente un tononaranja conocido popularmente como«naranja Gatlin». Probablemente, enel resto del mundo estaría reservadopara las novias horteras, pero no eneste condado.

La presión era menos manifiestapara los chicos, pero tampoco eramoco de pavo. Debíamos ir a juegocon nuestra pareja, o sea, lidiar conaquel temido color naranja. Este año,el equipo de baloncesto iba a ir concorbatas y fajines plateados, lo cualles ahorraba la humillación de llevar

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corbatas de color rosa, púrpura onaranja.

Lena jamás en la vida se hubierapuesto una prenda de color naranjaGatlin, sin duda, pero cuando la vime entró un tembleque en laspiernas, lo cual empezaba aconvertirse en algo habitual, porqueestaba tan guapa que sólo mirarlahacía daño.

Vaya.¿Te gusta?Se giró sobre sí misma para que

pudiera verla. La melena ensortijadale caía por los hombros, pero se habíasujetado la parte de delante hacia

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atrás con unos pasadorescentelleantes de ese modo casimágico que tienen las chicas delograr que el pelo parezca estar sujetoen alto y al mismo tiempo caiga haciaabajo. Quise recorrer su melena conlos dedos, pero no me atreví a tocarleni un solo pelo. El vestido, de hebrasplateadas, se le ceñía al cuerpo,resaltando todas sus curvas, sinparecerse a ninguno de los modelitosde Little Miss. Era un atuendodelicado como una telaraña, parecíatejido en plata por arañas.

¿Qué es? ¿Tejido de plata hilado porarañas?

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¿Quién sabe? A lo mejor. Me lo haregalado el tío Macon.

Se echó a reír y me arrastró alinterior de la casa. Incluso la mansiónRavenwood parecía reflejar el temainvernal del baile. Esa noche, elvestíbulo de la entrada tenía un aireal viejo Hollywood: el suelo estabaajedrezado por baldosines blancos ynegros y por encima de nuestrascabezas flotaban copos de nieve.Había una antigua mesa negra lacadadelante de unas centelleantes cortinasirisadas y más lejos acerté a ver algoque rielaba como el sol sobre el mar,aunque no logré acertar qué era.

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Encima de los muebles había velas deluces parpadeantes que creaban halosde luz dondequiera que se mirase.

—¿De verdad? ¿Arañas?La luz de las velas arrancaba

destellos a los labios de Lena. Procuréno detenerme en su contemplación yme contuve para no besar la pequeñamedia luna de su pómulo. El mássutil de los brillos refulgía sobre sushombros, su rostro, su pelo. Esanoche parecía de plata incluso sulunar.

—Sólo bromeaba. Probablementelo compró en alguna tiendecilla enParís, en Roma o en Nueva York. Mi

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tío se pirra por las cosas bonitas. —Acarició la media luna plateada quedescansaba sobre su escote. Debía deser otro regalo de Macon.

—Exacto, pero, aparte de eso, loencontré en Budapest, no en París —dijo una voz procedente del oscuropasillo. Esa forma de arrastrar laspalabras me resultaba familiar. Laafirmación vino acompañada por elbrillo de una vela. Macon aparecióataviado con chaqueta de esmoquin,unos pulcros pantalones negros y unacamisa de vestir blanca. Los gemeloscentelleaban a la luz de la vela—.Ethan, te agradecería en grado sumo

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que esta velada extremaras lasprecauciones con mi sobrina. Comosabes, prefiero que de nochepermanezca en casa. —Me entregópara que se lo diera a Lena unramillete de jazmines estrella—. Todaprecaución es poca.

—¡Tío Macon! —saltó Lena,asombrada.

Miré el ramillete de cerca. Unalfiler sujetaba las flores y de éstependía un anillo plateado en el queadvertí una inscripción escrita en unlenguaje ininteligible, pero quereconocí por ser similar al del Libro delas Lunas. No tuve que examinarlo de

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cerca para apreciar que se trataba delanillo que él no se quitaba jamás,hasta esa noche. Cogí el ramillete queme había hecho Amma. Era casiidéntico.

Entre los cientos de Castersligados al anillo y los innumerablesNotables de Amma, no habríaespíritu en el pueblo con valor parameterse con nosotros, o en esoconfiaba yo.

—Entre usted y Ammaconseguirán que Lena sobreviva albaile de invierno del InstitutoJackson, señor —comenté con unasonrisa.

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Él no me la devolvió.—No es el baile lo que me

preocupa, pero se lo agradezcoigualmente a Amarie.

Lena torció el gesto y nos miróalternativamente. Seguramente noparecíamos las dos personas másfelices del pueblo.

—Tu turno. —Cogió una flor dela mesa del vestíbulo y me la puso enel ojal; era una sencilla rosa blancacon un tallo de jazmín—. Megustaría que todo el mundo dejara depreocuparse por un rato. Esto se estávolviendo de lo más embarazoso. Sécuidar de mí misma.

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Macon no parecía demasiadoconvencido.

—En cualquier caso, no megustaría que nadie resultase herido.

No sabía si se estaba refiriendo alas brujas del instituto o a Sarafine, lapoderosa Caster Oscura. De todosmodos, en los últimos meses habíavisto demasiadas cosas como parapasar por alto un aviso tan serio.

—Ha de estar de vuelta amedianoche.

—¿Esa hora es más poderosa parala magia?

—No. No tiene permiso parallegar más tarde a casa.

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Reprimí una sonrisa.

Lena parecía nerviosa mientrasíbamos de camino al pabellón degimnasia. Permanecía sentada muyenvarada en el asiento de delante,jugueteando con el dial de la radio, elvestido y el cinturón de seguridad.

—Relájate.—¿Es una locura lo que vamos a

hacer esta noche? —preguntó,mirándome con expectación.

—¿A qué te refieres?—Todos me odian. —Mantuvo la

vista fija en las manos.

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—Querrás decir que todos nosodian.

—De acuerdo, todo el mundo nosodia.

—No estamos obligados a ir.—No, quiero ir. Ése es el asunto…

—Hizo girar el ramillete alrededor dela muñeca varias veces—. Ridley y yohabíamos planeado ir juntas el añopasado, pero entonces…

No fui capaz de oír el resto, nisiquiera en mi mente.

—Las cosas ya se habíanestropeado para entonces. Ridleycumplió dieciséis. Ella se… fue, y yotuve que dejar la escuela.

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—Bueno, no es más que un bailey éste no es el último año. Tampocoha pasado nada malo.

Frunció el ceño.Por el momento.

El consejo estudiantil había trabajadode lo lindo durante el fin de semana yhasta yo me quedé impresionadocuando entramos en el gimnasio y vicómo lo habían dejado. Cualquieratisbo del instituto habíadesaparecido dominado por el temade la fiesta: el sueño de una noche deinvierno.

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Habían colocado en sedales depesca colgados del techo cientos decopos de nieve minúsculos. Muchoseran blancos y estaban hechos conpapel, y otros centelleaban, pues loshabían confeccionado con papel deestaño, purpurina, lentejuelas y todotipo de material brillante. En lasesquinas del pabellón habíanamontonado esponjosa nieve en polvoy refulgentes luces blancas colgabande la escalera.

—Ethan, Lena, hola. ¡Tenéis unaspecto estupendo! —nos saludó laentrenadora Cross mientras nos dabaunas copas con ponche de melocotón.

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Lucía un vestido negro que, a mijuicio, enseñaba demasiadomuslamen para el bien de Link.

Al mirar a mi novia recordé losdorados copos de la mansiónRavenwood suspendidos en el aire sinnecesidad de sedal de pesca ni papelde estaño, pero, aun así, los ojos deLena brillaban y me apretó la manocon más fuerza, como una niña en suprimera fiesta de cumpleaños. Jamáshabía creído a Link cuando afirmabaque las fiestas del instituto ejercíanun efecto inexplicable sobre laschicas, pero parecía evidente que eracierto, incluso aunque fueran unas

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Casters.—Es precioso.En realidad, no lo era. Aquello era

lo que era: otro baile más delinstituto, pero supuse que para Lenasí era precioso. Quizás la magia nosea una cosa mágica cuando hascrecido con ella.

Entonces oí una voz conocida.Imposible, no podía ser.

—Que empiece la fiesta.Ethan, mira…Me di la vuelta y casi se me

atragantó el ponche cuando vi a Linkcon algo similar a un traje jaspeadodebajo del cual llevaba una de esas

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camisetas negras con la imagen de unesmoquin estampada por delante.Llevaba unas deportivas tipo bota decolor negro. Parecía un bailaríncallejero de Charleston.

—Eh, Perdedor, eh, prima.Oí de nuevo esa voz

inconfundible por encima del runrúndel gentío, el pinchadiscos, elgolpeteo machacón del bajista y lasparejas en la pista de baile. Miel,azúcar, melaza y piruletas de cerezatodo en uno. Por primera vez en mivida pensaba que algo era demasiadodulce.

La mano de mi acompañante se

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tensó entre mis dedos. Era increíble:del brazo de Link iba Ridley, ataviadacon el vestido de lentejuelas máspequeño que nadie hubiera llevadoen un baile de etiqueta del InstitutoJackson. Yo ni siquiera sabía dóndemirar, porque era todo curvas, piernasy una gran melena rubia. Sentí cómosubía la temperatura de la salacuando todos la miraban y no debíade ser el único, a juzgar por el altonúmero de chicos que habían dejadode bailar con sus parejas, vestidascomo las figuritas de un pastel deboda; ahora estaban que trinaban. Enun mundo donde todos los vestidos

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del baile procedían de dos tiendas,Ridley hacía pasar por puritanos losdescocados vestidos de Little Miss yhacía que la entrenadora Crosspareciera una monja. En otraspalabras: Link estaba condenado.

Descompuesta, la mirada de Lenaiba de su prima a mí.

—¿Qué haces aquí, Ridley?—Vaya, al final, después de todo,

hemos venido al baile. ¿No estáseufórica? ¿No es fantástico?

Observé cómo el pelo de Lenaempezaba a agitarse bajo el soplo deun viento inexistente. Bastó unparpadeo suyo para que se fundieran

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la mitad de las luces blancas. Teníaque meter baza lo antes posible.Arrastré a Link hasta la fuente deponche.

—¿Qué haces con ella?—¿Puedes creértelo, tío? Es la tía

más ardiente de todo el condado, y note ofendas. Provoca quemaduras detercer grado. Me la encontrémerodeando por Stop & Steal cuandoiba a por algo de picar mientras veníahacia aquí. Tenía ya puesto esevestido y todo.

—¿Y no lo encuentras un pocoraro?

—¿Te crees que me importa?

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—¿Y si resulta ser una psicópatapirada?

—¿Te refieres a que va a atarme oalgo así? —quiso saber, sonriendomientras se imaginaba la escena.

—No estoy de coña.—Siempre lo estás… ¿Qué pasa…?

Ah, ya caigo: estás celoso, pues,según creo recordar, te metiste en sucoche a las primeras de cambio. Nome digas que lo intentaste con ella oalgo así…

—En absoluto, es la prima deLena.

—Me importa un bledo. Todo loque sé es que he venido al baile con

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la tía más cañón de tres condados. Escomo… ¿cuántas posibilidades hay deque caiga en el pueblo un meteorito?Esto no va a volver pasar. Pórtateguay, ¿vale? No me lo chafes.

Ya estaba hechizado, aunque escierto que con Link tampoco eranecesario esforzarse mucho. Ahoradaba igual lo que yo le dijera. Aunasí, con poca convicción, hice otrointento.

—No es trigo limpio, tío. Va alicuarte el seso, te lo sorberá y loescupirá cuando se vaya.

Me agarró por los hombros:—Pasa de mí —dijo.

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Link pasó el brazo en torno a lacintura de Ridley y se dirigió a lapista de baile sin mirar siquiera a laentrenadora Cross cuando pasaronjunto a ella.

Me llevé a Lena en la direcciónopuesta, hacia el rincón donde elfotógrafo estaba retratando a lasparejas delante de un falsoventisquero con un muñeco de nieveaún más falso mientras los miembrosdel consejo estudiantil se turnabanpara tirar nieve de pega sobre laescena. Me di de bruces con Emily.

Ella miró a mi novia.—Lena, estás… flamante.

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—Emily… pareces hinchada —repuso Lena nada más verla.

Y era cierto. El vestido deSouthern Belle que llevaba EmilyAnti-Ethan parecía un buñuelo decolor melocotón plateado, relleno decrema, espachurrado y arrugado comoun tafetán. El pelo le caía en gruesostirabuzones que parecían trozos decinta amarilla retorcida. Daba laimpresión de que le habían estiradola cara más de la cuenta mientras lehacían el peinado en la peluqueríaSnip'n'Curl y que se habían hartadode pincharle la cabeza con lashorquillas.

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¿Qué había visto yo alguna vez enella?

—No sabía que las de tu estilobailaran.

—Lo hacemos. —Lena la mirófijamente.

—¿Alrededor de la hoguera? —inquirió Emily con una sonrisamaliciosa.

—¿Por qué? —El pelo de Lenavolvió a ensortijarse—. ¿Buscas unbuen fuego para quemar ese vestido?

La otra mitad de las parpadeantesluces blancas saltaron y pude vercómo el consejo estudiantil en plenoechaba a correr para revisar los

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plomos y las conexiones eléctricas.No la dejes ganar. Ella es la única

bruja aquí.No es la única, Ethan.Savannah apareció detrás de

Emily con Earl pegado a su espalda.Ambas tenían las mismas pintas,salvo que el vestido de una era decolor rosa plateado y el de la otramelocotón plateado. Su falda seasemejaba a un peluche. No costabanada imaginarse sus bodas si cerrabaslos ojos. ¡Qué horror!

Earl clavó la vista en el suelo parano mirarme a los ojos.

—Vamos, Em, están anunciando

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la corte regia. —Savannah lanzó unamirada significativa a Emily.

—No me dejes con la duda —añadió Savannah con ironía haciendoun gesto hacia la cola de gente queaguardaba para hacerse unafotografía—. ¿Aparecerás en laimagen, Lena?

Luego se marchó haciendoaspavientos y agitando el enormebuñuelo que llevaba por vestido.

—¡Siguiente!El pelo de Lena seguía

encrespado.Son idiotas. No importa. No me

importa ninguna de las dos.

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—¡Siguiente! —oí repetir alretratista.

Cogí a Lena de la mano y laarrastré hacia el falso ventisquero.Había nubarrones de tormenta en susojos cuando me miró, pero enseguidase disiparon y volvió a ser ella. Notécómo amainaba el temporal.

—Echad la nieve —ordenóalguien al fondo.

Tienes razón. No importa.Me incliné para besarla.Tú eres lo único que importa.Nos besamos y el flash de la

cámara se disparó. Durante unsegundo, un segundo perfecto,

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pareció que no había nadie más en elmundo. No nos importaba nada.

El destello de luz nos cegó cuandoempezó a caernos de todas partes unablanquecina masa pringosa, y acabócayendo del todo sobre nosotros.

¿Qué demonios…?Lena profirió un grito ahogado.

Intenté quitarme aquel pringue de lacara, pero estaba por todas partes yfue peor cuando vi a Lena. Le cubríael pelo, el rostro y su hermosovestido. Le habían estropeado suprimer baile.

Desde un cubo situado encima denuestras cabezas, el que se suponía

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que estaba destinado a verter coposde pega para que aparecieran en lafoto como si se movieran empujadospor el viento, chorreaba una sustanciade consistencia jabonosa, muysemejante a la mezcla de harina parahacer tortitas. Cuando alcé la vista,sólo me encontré con otro rostrocubierto por aquella viscosidad. Elcubo cayó al suelo dando tumbos.

—¿Quién le ha echado agua a lanieve?

El fotógrafo estaba fuera de sí.Nadie dijo ni pío y yo estabadispuesto a apostar cualquier cosa aque los Ángeles Guardianes del

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Instituto no habían visto nada, ¿a queno?

—Ella se está derritiendo —gritóalguien.

Permanecimos en medio de uncharco de sopa blancuzca opegamento o lo que fuera, dominadospor el deseo de poder empequeñecerhasta desaparecer, o al menos esaimagen debíamos de dar a lasnumerosas personas congregadas anuestro alrededor, que se tronchabande risa a nuestra costa. Savannah yEmily permanecían apartadas en unlateral, disfrutando de cada minuto delo que tal vez fuera el momento más

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humillante de la vida de Lena.—Os deberíais haber quedado en

casa —gritó un chico por encima dela algarabía.

Habría identificado esa voz denecio en cualquier parte. La habíaoído un montón de veces en la pista,el único lugar donde solía abrir elpico. Earl estaba susurrándole algo aloído a Savannah, sobre cuyoshombros había pasado el brazo.

Eso me hizo saltar. Crucé la salatan deprisa que Earl ni siquiera mevio ir a por él. Le propiné underechazo en la mandíbula con elpuño pringado y se cayó, arrastrando

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a Savannah, que se hundió en sufalda de aro.

—¿Qué rayos…? ¿Te falta algúntornillo, Wate?

Earl hizo ademán de levantarse,pero le planté el pie encima e hicefuerza para que no se moviera.

—Más te vale no ponerte de pie.Earl se medio incorporó y se

estiró el cuello de la camisa, como sieso le hiciera tener mejor aspecto apesar de estar en el suelo delgimnasio.

—Espero que sepas lo que haces—masculló, pero no se levantó.

Podía decir lo que quisiera, los

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dos sabíamos quién iba a acabar otravez en el suelo si intentaba levantarsede verdad.

—Lo sé.Luego, regresé y tiré de Lena para

sacarla de esa especie de nievefangosa medio derretida en que sehabían convertido los copos de pega.

—Vámonos, Earl. Oigamos a lacorte… —le instó Savannah,sorprendida. Earl se levantó y sequitó el polvo.

Me froté los ojos y me sacudí elpelo húmedo para quitarme aquellaporquería. Lena seguía ahí,temblorosa, goteando esa nieve falsa

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con aspecto de ser yeso. A pesar delgentío congregado a su alrededor,seguía habiendo un espacio vacíodelante de ella. Nadie se atrevió aacercarse mucho, excepto yo. Intentélimpiarle el engrudo con la manga,pero retrocedió.

Siempre es así.—Lena.Debería tener bien aprendida la

lección.Ridley apareció junto a ella, con

Link justo detrás. Estaba furiosa, ymucho, por lo que fui capaz deapreciar.

—No lo pillo, primita, no veo por

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qué quieres estar con esta clase dechusma —espetó. Pronunció laspalabras con el mismo desprecio queEmily—. Nadie nos ha tratado nuncaasí, seamos de la Luz o de laOscuridad. ¿Dónde está tu amorpropio, Lena Beana?

—No merece la pena. Esta nocheno. Sólo quiero irme a casa. —Lenaestaba demasiado avergonzada comopara enfadarse con Ridley. Era lucharo huir, y en ese instante, Lena elegíalo segundo—. Llévame a casa, Ethan.Link se quitó la chaqueta plateada yse la echó al hombro.

—Menudo alboroto.

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Pero Ridley no podía o no queríacalmarse.

—Todos estos son unos pringados,prima, todos salvo Perdedor y minuevo novio, Encogido.

—Link, ya te lo he dicho, mellamo Link.

—Cállate, Ridley. Lena ya hatenido bastante —intervine. Su magiade Siren no iba a surtir efecto algunoen mí.

—Ahora que lo pienso, tambiényo he tenido bastante —replicó ella.Ridley miró a mis espaldas y esbozóuna sonrisa malévola.

Seguí la dirección de su mirada.

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La Reina de los Hielos y su cortesubían al escenario y sonreían desdesu posición privilegiada. Savannahera la reina una vez más. Nada habíacambiado. Sonreía en señal debienvenida a Emily, que volvía a serla Princesa de los Hielos, como el añopasado.

Ridley levantó un poquito susgafas de sol en plan estrella de cine.Sus ojos empezaron a refulgir y casiera posible percibir las oleadas decalor procedentes de ella. Luego,apareció una piruleta en su mano yen el aire flotó un olor demasiadodulzón.

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No lo hagas, Ridley.Esto no va contigo, prima. Es más

que eso. Las cosas están a punto decambiar en este pueblucho del culo delmundo.

Sacudí la cabeza, sorprendido,escuchaba en mi mente la voz deRidley con la misma claridad que lade Lena.

Déjalo estar, Ridley. Sólo vas aempeorar las cosas.

Abre los ojos, no pueden ir peor… Otal vez sí. Le dio una palmada a Lena enel hombro. Observa y aprende.

Chupó un par de veces la piruletade cereza mientras observaba a la

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corte regia. Yo confiaba en que todoestuviera lo bastante oscuro para quenadie pudiera apreciar el iris ovaladode sus ojos gatunos.

¡No! Se limitarán a echarme la culpaa mí, Ridley. No hagas nada.

Este estercolero necesita aprenderuna lección y yo voy a enseñársela.

Ridley se acercó al estrado congrandes zancadas y haciendorepiquetear los tacones contra elsuelo.

—Eh, nena, ¿adónde vas? —Linkcorrió detrás de ella.

Envuelta en un brillante vestidode tafetán azul lavanda dos tallas

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menor que la suya, Charlotte subíalos escalones en dirección a sucentelleante corona plateada deplástico y su habitual cuarto puestoen la corte regia, detrás de Edén (laDoncella de los hielos, supuse). Elvestido, un enorme engendro que ajuzgar por el diseño parecía sacado deuno de esos talleres donde lostrabajadores cobraban el mínimosalario, se le enganchó en el últimoescalón y la débil costura se rasgó deltodo cuando siguió andando.Charlotte tardó un par de segundosen darse cuenta, pero para entonces,medio instituto estaba mirando sus

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pantis de lycra rosa, más grandes queel estado de Tejas entero. Ladesdichada soltó un alarido de helarla sangre cuyo significado era claro:«Ahora todos saben lo gorda queestoy».

Ridley esbozó una ancha sonrisa.¡Ups! ¡Detente, Ridley!Acabo de empezar.Charlotte todavía seguía gritando

cuando acudieron al quite Emily,Edén y Savannah, que intentaronocultarla con sus vestidos de noviaadolescente. El sonido del discochirrió por los altavoces y lagrabación cambió de forma brusca,

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pasando a sonar un tema de losStones.

—Sympathy for the Devil.Como tema para Ridley, la

canción le venía como anillo al dedo.Se estaba presentando en sociedad alo grande.

Los bailarines de la pista dieronpor hecho que se trataba de otra pifiamás de Dickey Wix en su meteóricacarrera para, a sus treinta y cincoaños, convertirse en el pinchadiscosmás famoso de bailes de instituto,pero faltaba lo peor. Nadie seacordaba ya del cortocircuito cuando,al cabo de unos segundos, estallaron

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una tras otra, como fichas de dominó,todas las bombillas situadas sobre elescenario y las luces de la pista,adonde Ridley había arrastrado aLink. Éste empezó a contonearsealrededor de ella mientras losestudiantes se ponían a gritar y seabrían paso a empujones en medio deuna lluvia de chispas. Yo estabaseguro de que pensaban que eraalgún fallo masivo de la instalacióneléctrica perfectamente imputable aRed Sweet, el único electricista deGatlin. Ridley echaba hacia atrás lacabeza entre carcajadas mientras secontoneaba en torno a Link con su

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cuerpo vestido tan escasamente queparecía que llevaba poco más que uncinturón.

Ethan, tenemos que hacer algo.¿El qué?Era demasiado tarde para

cualquier reacción. Lena se dio lavuelta y echó a correr, y yo salídisparado detrás de ella. Antes de queninguno de los dos llegáramos a laspuertas del gimnasio se activaron losaspersores del techo y empezó a caeragua, el equipo de audio hizo eltípico ruido de cortocircuito y sepuso a echar chispas como siestuviera a punto de electrocutarse.

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Los copos falsos despachurrados en elsuelo cómo crepés empapuciadashabían formado un revoltijoburbujeante. Todo el mundo se habíapuesto a vociferar y las chicas, consus vestidos de fiesta empapados, elpeinado lleno de agua y el rímelcorrido, se precipitaban hacia lasalida. Era imposible saber quién sehabía vestido en Little Miss y quiénen Southern Belle. Todas parecíanratas ahogadas con pelajes de colorespastel.

Oí un fuerte estrépito cuandollegué a la puerta. Me di la vueltapara mirar hacia el escenario justo

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cuando se vino abajo el gigantescotelón de fondo nevado. Emily perdióel equilibrio en el escurridizoescenario y se dio un trompazo. Hizoun intento de ponerse en pie sin dejarde saludar con la mano a la gente,pero resbaló y cayó sobre elpavimento del pabellón, donde sederrumbó en un revuelo de tafetánamelocotonado. La entrenadora Crossacudió en su auxilio a la carrera.

No me dio ni pizca de pena,aunque sí lo sentí por las personasque iban a pagar el pato de todaaquella pesadilla: el consejoestudiantil por montar un escenario

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tan inestable, Dickey Wix por ponerde relieve la desgracia de unaanimadora adolescente en ropainterior y Red Sweet por su falta deprofesionalidad al instalar en elgimnasio del Instituto StonewallJackson un cableado de iluminaciónpotencialmente mortal.

Luego te veo, prima. Esto es muchomás divertido que un baile del colegio.

Empujé a Lena para que cruzarala puerta.

—Vamos.Estaba tan helada que apenas era

capaz de soportar el contacto con supiel. Boo Radley se nos había unido

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cuando llegamos al coche.Macon no iba a tener que

preocuparse nada de nada por la horade regreso de Lena.

No eran ni las nueve y mediapasadas.

No acertaba a saber si Macon estabaenfadado o preocupado, pues yoapartaba la vista cada vez que meobservaba. Ni siquiera Boo se atrevíaa mirarle, descansaba a los pies deLena y aporreaba el suelo con el rabo.

La casa ya no recordaba para nadael escenario del baile y apostabacualquier cosa a que Macon no

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permitiría jamás que un copo denieve atravesara las puertas deRavenwood. Todo había vuelto a suser, todo, los suelos, los muebles, lostechos, las cortinas, salvo el fuegoque ardía vivamente en el hogar eiluminaba por completo la estancia.Tal vez la mansión reflejara loscambios de humor y él estabataciturno.

—¡Cocina!Una taza de chocolate apareció

en la mano de Macon. Se la dio a susobrina. Lena se sentó frente al fuegoenvuelta en una áspera manta de lanay sostuvo la taza con ambas manos

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mientras el pelo húmedo se le metíadetrás de las orejas como si buscase lacalidez de ese refugio.

Se plantó delante de Lena.—Deberías haberte ido en cuanto

la viste.—Estaba muy ocupada siendo el

hazmerreír de todo el institutodespués de que me hubieranempapuciado con esa mezclapringosa.

—Bueno, ya no vas a volver aestar ocupada. No vas a salir de casahasta el día de tu cumpleaños. Es portu propio bien.

—Lo de mi propio bien no

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termina de estar tan claro. —Temblaba de los pies a la cabeza,pero si antes pensaba que era a causadel frío, ahora ya no.

Macon clavó sus fríos ojos negrosen mí. Lo sabía a ciencia cierta:estaba furioso.

—Deberías habértela llevado deallí.

—No sabía qué hacer, señor. Notenía ni idea de que Ridley iba adestruir el gimnasio y Lena jamáshabía asistido a un baile.

Me pareció una estupidez encuanto terminé de decirlo.

Él se dio la vuelta y se limitó a

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mirarme mientras se servía el whiskyen un vaso.

—Conviene señalar que nisiquiera ha bailado.

—¿Cómo lo sabes? —Lena alejó lataza de sus labios.

Ravenwood echó a andar por lahabitación.

—No tiene importancia.—Eso dices tú, pero para mí sí la

tiene.Macon se encogió de hombros.—A través de Boo. A falta de un

término más preciso, digamos que élse convierte en mis ojos.

—¿Qué…?

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—Veo lo que él ve y él ve lo queyo veo. Es un perro Caster, ya losabes.

—¡Tío Macon, me has estadoespiando!

—No a ti en particular. ¿Cómo tecrees que me las he arreglado siendoel recluso del pueblo? No habríallegado muy lejos sin el mejor amigodel hombre. Boo lo ve todo, y, portanto, yo también.

Miré al perro a los ojos y me dicuenta: eran los de un hombre.Debería haberlo sabido, tal vez lohabía sabido siempre. Tenía los ojosde Macon.

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Y había algo más: llevaba unacosa en las fauces, algo similar a unapelota. Me acuclillé para cogerla. Labola de papel resultó ser unaempapada y arrugada instantánea dePolaroid. Había venido desde elgimnasio con ella en la boca.

Era la fotografía del baile. Lena yyo aparecíamos en medio de la nievefalsa. Emily se equivocaba porcompleto. Las de la estirpe de Lena síaparecían en el negativo, sólo que sucontorno titilaba translúcido decintura para abajo, como si fuera unaaparición espectral y hubieraempezado a desvanecerse, como si se

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estuviera fundiendo antes de que lealcanzase la nieve.

Le di una palmada a Boo en lacabeza y me metí la foto en elbolsillo. No había necesidad algunade que Lena la viera en ese precisomomento, dos meses antes de sucumpleaños. Y yo no necesitaba esainstantánea para saber que se nosacababa el tiempo.

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16 DE DICIEMBRE16 DE DICIEMBREWhen the Saints Go

Marching In

LLena estaba sentada en el porchecuando detuve el vehículo. Me habíapuesto pesado con lo de conducir yoporque Link quería venir connosotros y no podía arriesgarse a quele vieran en el coche fúnebre. Noquería que Lena fuera sola, es más, nisiquiera deseaba que fuera, pero eramejor no mencionarle el tema.Parecía preparada para la batalla.

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Llevaba un suéter de cuello alto yunos vaqueros negros, a juego con unchaquetón con ribete de piel ycapucha. Estaba a punto deenfrentarse al pelotón defusilamiento, y lo sabía.

Habían transcurrido sólo tres díasdesde el baile y las Hijas de laRevolución Americana no habíanperdido el tiempo. Esa tarde teníalugar la sesión del comité dedisciplina del Instituto Jackson; no sediferenciaba mucho de una caza debrujas, y no hacía falta ser un Casterpara saberlo. Emily andaba coja consu pierna escayolada, y el desastroso

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baile de invierno se había convertidoen la comidilla del pueblo y la señoraLincoln había obtenido al fin elapoyo necesario: se habíanpresentado testigos.

Si eras capaz de retorcer lobastante las cosas y darle el sesgoadecuado a lo que cualquiera habíavisto, oído o recordado, lograbas quela gente entornara los ojos, ladeara lacabeza y llegara a una consecuencialógica: Lena Duchannes eraresponsable, pues todo iba como laseda hasta que ella había venido alpueblo.

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Link bajó de un salto y le abrió lapuerta a Lena. Al pobre le carcomíala culpa y tenía aspecto de estar apunto de vomitar.

—Eh, Lena, ¿cómo lo llevas?—Estoy bien.Mentirosa.No quiero que se sienta mal. No tiene

la culpa.Mi amigo carraspeó.—Lamento un montón todo esto.

He estado de bronca con mi madretodo el fin de semana. Siempre se leha ido un poco la olla, pero esta vezes diferente.

—No es culpa tuya, pero te

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agradezco que lo hayas intentado.—Habría sido distinto si todas

esas arpías de las Hijas de laRevolución Americana no lehubieran estado calentando la cabeza.La señora Snow y la señora Asherhan debido de llamar a casa mil vecesdurante estos últimos días.

Pasamos por delante de Stop &Steal, pero ni siquiera Fatty estabaallí. Las calles estaban desiertas.Daba la impresión de que íbamos porun pueblo fantasma. La sesión delcomité de disciplina estaba fijada alas cinco en punto. Íbamos bien dehora. El escenario elegido era el

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gimnasio, pues no había otro lugardonde resultara posible acomodar atodas las personas que iban apresentarse. Ésa era otra de las cosastípicas de Gatlin: todo el mundo semetía en todo. Iba a personarse en esareunión hasta el apuntador, a juzgarpor las puertas cerradas y la ausenciade gente en las calles.

—No entiendo cómo tu madre halogrado montar este tinglado tandeprisa. Esto es rápido incluso paraella.

—Según he escuchado, DocAsher está metido en el ajo. Sale decaza con el director Harper y algunos

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pesos pesados de la junta escolar.Doc Asher era el padre de Emily

y el único médico de verdad delpueblo.

—Estupendo.—Chicos, vosotros sabéis que van

a expulsarme, ¿vale? Han tomado ladecisión y la sesión de hoy sólo espuro teatro.

Link parecía perplejo.—No pueden darte la patada sin

haber oído tu versión. Pero si no hashecho nada.

—Todo eso no cuenta. Estas cosasse deciden a puerta cerrada. Nada delo que yo diga importa.

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Estaba en lo cierto y los dos losabíamos, por eso permanecí ensilencio, le cogí de la mano, me lallevé a los labios y la besé, deseandopor enésima vez que la junta escolarcargara contra mí y no contra Lena.

Pero ésa no era la cuestión, yaque jamás harían eso. Daba igual loque yo hiciera o dijera, era uno deellos y Lena jamás lo sería. Eso eraprecisamente lo que más meenfadaba… y avergonzaba. Los odiabacada vez más porque me declarabanuno de los suyos, aunque saliera conla nieta del Viejo Ravenwood, meenfrentara con la señora Lincoln y no

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me invitaran a las fiestas de SavannahSnow. Yo era uno de ellos. Lespertenecía. Era imposible cambiaraquello y si se podía dar la vuelta a laecuación, si de algún modo ellostambién me pertenecían, entonces,Lena estaba contra ellos, y tambiéncontra mí.

Esa verdad me estaba matando.Tal vez Lena iba a ser Llamada alcumplir los dieciséis, pero yo lo habíasido al nacer. No ejercía sobre midestino mayor dominio que ella. Talvez ninguno de nosotros locontrolábamos.

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Estacioné el coche en el parking,ocupado casi por completo. Un grannúmero de personas hacían colafrente a la entrada principal parapoder entrar. No había visto tantagente junta en un sitio desde elestreno de Dioses y generales, el mayortostón que se haya rodado jamássobre la Guerra de Secesión, y dondela mitad de mis parientes figurabancomo extras, principalmente porquetenían un uniforme en propiedad.

Link se agachó en el asientotrasero.

—Me bajo aquí. Os veré dentro.—Abrió la puerta y se metió a

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escondidas entre las filas de vehículos—. Buena suerte.

A Lena le temblaban las manos, apesar de tenerlas apoyadas sobre elregazo. Me reconcomía verla hechaun manojo de nervios.

—No tienes por qué entrar ahí.Doy media vuelta y te llevo a casaahora mismo.

—No, voy a entrar.—¿Por qué quieres pasar por esto?

Tú misma has dicho que era puroteatro.

—No voy a dejarles creer que measusta enfrentarme a ellos. Me fui demi última escuela, pero esta vez no

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voy a huir.Inspiró profundamente.—Esto no es salir corriendo.—Lo es para mí.—¿Va a venir tu tío al final?—No puede.—¿Y por qué demonios no puede?

—Ella iba a pasar sola aquel trago,aunque yo estuviera a su lado.

—Es demasiado temprano. Nisiquiera se lo he dicho.

—¿Demasiado temprano? ¿Dequé va esto? ¿Está encerrado en unacripta o algo así?

—Más o menos, algo por el estilo.No merecía la pena hablar de

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ello. Ya iba a tener que comerse unmarrón bastante gordo en cosa deunos minutos.

Empezó a chispear mientras nosencaminábamos al edificio. La miré.

Hago lo que puedo, créeme. Si no mecontengo, se convertirá en un tornado.

La gente la miraba fijamente y laseñalaba con la mano, lo cual habíadejado de sorprenderme a pesar deque sólo fuera una cuestión de meraeducación. Miré a mi alrededor conla esperanza de ver sentado junto a lapuerta a Boo Radley, pero esta tardeno se le veía por ninguna parte.

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Entramos en el gimnasio por una delas puertas laterales, la reservada alequipo visitante. Se le había ocurridoa Link, y había resultado ser una ideade primera, ya que una vez dentro medi cuenta de que la gente de la puertano estaba esperando fuera paraentrar, se habían apiñado allí sólopara escuchar la sesión. Dentro, yasólo quedaba sitio para estar de pie.

Aquello parecía una versión cutrede un gran jurado en una de esasseries de abogados que echan por latele. Una gran mesa plegable presidíala parte delantera de la estancia.Sentados en torno a ella había

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algunos profesores: el señor Lee, porsupuesto, con su corbata roja y susprejuicios provincianos; el directorHarper y un par de tipos, miembrosde la junta escolar probablemente.Parecían incómodos, como siestuvieran deseosos de estar en el sofáviendo el canal de compras QVCNetwork o algún programa religioso.

En las tribunas descubiertas seagolpaba lo más selecto del condado.La señora Lincoln y su banda delinchadoras, todas miembros de lasHijas de la Revolución Americana,ocupaban las tres primeras filas.Miembros de las Hermanas de la

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Confederación, el coro de la iglesiametodista y la Sociedad Histórica sesentaban a su lado en los escasoshuecos libres. Detrás de ellas estabanlos Ángeles Guardianes del InstitutoJackson, formado por las chicas quequerían ser como Emily y Savannahy los chicos a los que les gustaríabajarles las bragas a éstas. Llevabanserigrafías recién estampadas en lascamisetas: la pintura de un ángelenfundado en una camiseta de lasWildcats del Instituto Jackson, conun sospechoso parecido a EmilyAsher, que extendía dos enormes alasblancas y lucía, cómo no, la camiseta

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de las animadoras. En la parteposterior sólo llevaban las dos mismasalas diseñadas para que parecieranbrotar de la espalda y el grito deguerra de los Ángeles: «Os estamosvigilando».

Emily estaba sentada al lado de laseñora Asher; apoyaba la piernaescayolada sobre una de las sillas dela cafetería. La señora Lincolnentrecerró los ojos cuando nos miró yla señora Asher rodeó a Emily conademán protector, como si uno de losdos fuéramos a coger una porra, echara correr y apalearla como a unaindefensa cría de foca. Vi a Emily

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sacar el móvil del bolsillo, con losdedos preparados para ponerse ateclear a toda pastilla.Probablemente, esa tarde nuestrogimnasio era el epicentro de todos loscotilleos de, al menos, cuatrocondados.

Amma estaba sentada varias filasdetrás, jugueteaba con el amuletocolgado del cuello. Con un poco desuerte, eso haría que a la señoraLincoln le aparecieran esos cuernosque había estado ocultando con éxitodurante tantos años. Mi padre noestaba, por descontado, pero lasHermanas se habían acomodado

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junto a Thelma, en los asientossituados al otro lado del pasillo. Lacosa debía de pintar mucho peor de loque yo me pensaba, pues no habíansalido de casa a esas horas desde 1980,cuando la tía Grace comió suHoppin' John, el típico plato sureñode arroz con judías, panceta, cebolla,apio y salsa picante de ají, demasiadopicante y pensó que sufría un ataqueal corazón. La tía Mercy me vio y mesaludó con el pañuelo.

Acompañé a Lena hasta el asientosituado en la zona frontal delpabellón, obviamente reservado paraella. Estaba situado enfrente del

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pelotón de fusilamiento, justodelante.

Va a salir bien.¿Lo prometes?Escuché el repiqueteo de la lluvia

sobre el tejado.Te prometo que esto no me importa,

que esta gente es idiota y que nada decuanto digan va a cambiar missentimientos hacia ti.

Tomaré esa respuesta por un no.El aguacero golpeó con mayor

dureza el tejado, lo cual era un muymal presagio. Le cogí de la mano ypuse en ella el pequeño botónplateado de la chaqueta que llevaba

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puesta la lluviosa noche en que nosconocimos. Lo había encontrado en latapicería agrietada del Cacharro.Parecía un cachivache viejo, pero lollevaba en el bolsillo de los vaquerosdesde entonces.

Toma, es algo así como un amuletode la buena suerte. Al menos, a mí me latrajo.

Entonces me di cuenta del granesfuerzo que estaba haciendo para novenirse abajo. Se quitó la cadena ensilencio y lo añadió a su propiacolección de cachivaches.

Gracias.Me habría sonreído de haber sido

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capaz.Después me dirigí hacia la fila en

la que estaban sentadas las Hermanasy Amma. La tía Grace se ayudó delbastón para ponerse de pie.

—Aquí, Ethan. Te hemosguardado un asiento, cielo.

—¿Por qué no te sientas, GraceStatham? —siseó una anciana de peloteñido de azul situada junto a lasHermanas.

La tía Prue se giró como movidapor un resorte.

—Ocúpate de tus propios asuntos,Sadie Honeycutt, o vas a lamentarlo.

La tía Grace se volvió hacia Sadie

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Honeycutt y le dedicó una sonrisaantes de decir:

—Ven a sentarte aquí a mi lado,Ethan.

Me senté encajonado entre la tíaMercy y la tía Grace.

—¿Cómo lo llevas, dulzura mía?—Thelma me sonrió y me dio unpellizco en el brazo.

Los truenos retumbaron en elexterior y las luces parpadearon,levantando un coro de gritosentrecortados entre las ancianas.

En el centro de la mesa plegableestaba sentado un hombre algo tensoa juzgar por su aspecto. Carraspeó

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antes de tomar la palabra.—Es una leve caída de la

potencia, sólo eso. ¿Por qué no tienentodos ustedes la amabilidad de ocuparsus asientos para que podamosempezar? Me llamo BertrandHollingsworth y soy el presidente dela junta escolar. Esta sesión se haconvocado en respuesta a unapetición de expulsión, la de laalumna Lena Duchannes, ¿es esocorrecto?

El director Harper se giró sobre suasiento en la mesa central paradirigirse hacia el señorHollingsworth, el instructor del

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expediente, o para ser más precisoscon el lenguaje, el verdugo títere dela señora Lincoln.

—Sí, señor. Varios progenitorespreocupados me presentaron dichapetición y está firmada por unosdoscientos padres, entre quienesfiguran los ciudadanos más respetadosde Gatlin y un nutrido grupo deestudiantes.

Por descontado que sí.—¿Cuáles son los cargos para

solicitar la expulsión?El señor Harper pasó varias

páginas de su libro de notas amarillo,de tamaño similar al de los letrados,

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como si estuviera leyendo unexpediente de antecedentes penales.

—Asalto y destrucción de lapropiedad escolar. Además, laseñorita Duchannes estaba enperiodo de prueba.

¿Asalto? ¿A quién he asaltado?Sólo es una acusación. No pueden

demostrar nada.Me puse en pie antes de que

hubiera terminado de hablar.—¡Nada de eso es cierto! —grité.En el extremo opuesto de la mesa

se sentaba otro hombre de rostronervioso, que alzó la voz para hacerseoír por encima del aguacero y de los

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susurros de veinte o treinta ancianasprovocados por mis malos modales.

—Tome asiento, jovencito, queaquí no hay permiso para hablartodos a la vez.

El señor Hollingsworth hizo casoomiso al barullo y prosiguió con lasesión.

—¿Existe algún testigo quecorrobore dichas acusaciones?

Un montón de asistentes sepusieron a cuchichear en esemomento, preguntándose unos aotros para ver si alguien conocía elsignificado del verbo corroborar.

El director Harper se aclaró la

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garganta con desazón.—Sí, y acabo de ser informado de

que esta alumna ha tenido problemasparecidos en la escuela en la quehabía estado matriculada antes devenir a nuestro instituto.

¿A qué se refieren? ¿Cómo se hanenterado de nada de mi antigua escuela?

No lo sé. ¿Qué sucedió allí?Nada.Una mujer de la junta escolar

tenía unos papeles delante de ella ylos hojeó antes de comentar:

—Nos gustaría escuchar enprimer lugar a la presidenta de laasociación de padres del instituto, la

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señora Lincoln.La madre de Link se puso en pie

con teatralidad y recorrió el pasillocentral en dirección al gran jurado deGatlin. Tenía pinta de habersetragado unas cuantas pelis de juicios.

—Buenas tardes, damas ycaballeros.

—Usted fue una de lasdenunciantes iniciales, señoraLincoln, ¿puede decirnos qué sabeacerca de esta situación?

—Por supuesto, la señoritaRavenwood, perdón, la señoritaDuchannes, quería decir, se mudó anuestra localidad hace unos meses y

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desde entonces hemos tenido unaserie de problemas en el InstitutoJackson. En primer lugar, rompió unaventana en clase de inglés…

—Estuvo a punto de hacerpedazos a mi niña —gritó la señoraSnow.

—Muchos alumnos se salvaronpor poco de sufrir graves lesiones ymuchos de ellos se cortaron con loscristales.

—¡Eso fue un accidente y sóloresultó herida Lena! —gritó Linkdesde su posición, al fondo de la sala.

—Wesley Jefferson Lincoln, vetea casa ahora mismo si no quieres

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enterarte de lo que es bueno —siseóla señora Lincoln. Luego, recobró lacompostura y se volvió hacia losmiembros del comité de disciplina—.Los encantos de la señoritaDuchannes parecen tener gran efectoen el sexo débil —repuso con unasonrisa—. Como iba diciendo, rompióuna ventana en clase de inglés, locual asustó tanto a un númerosignificativo de alumnas quesintieron la necesidad cívica de crearlos Ángeles Guardianes del InstitutoJackson, un grupo cuyo únicopropósito es proteger a losestudiantes del centro realizando una

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especie de vigilancia ciudadana.Los Ángeles Guardianes

asintieron al unísono en las gradas,como si fueran marionetas y alguienmanejara los hilos para que todas semovieran a la vez, algo que, al menosen cierto modo, era cierto.

El señor Hollingsworth garabateóalgo en el bloc de notas y acontinuación preguntó:

—¿Es ése el único incidente en elque se ha visto envuelta la señoritaDuchannes?

La testigo simuló una gransorpresa.

—¡Cielos, no! Pulsó la alarma

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antiincendios, arruinando el baile ycausando daños en el equipo de audiopor valor de cuatro mil dólares. Por sieso no fuera suficiente, empujó fueradel escenario a la señorita Asher, quese rompió una pierna. Sé de buenatinta que tardará meses enrecuperarse.

Lena se mantuvo erguida,negándose a mirar a nadie.

—Gracias, señora Lincoln.La madre de Link se dio la vuelta

y sonrió a Lena. No era una sonrisade verdad, ni siquiera sarcástica, sinouna de ésas de significado claro: voy-a-arruinarte-la-vida-y-disfruto-

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haciéndolo.La presidenta de la asociación de

padres se dirigió a su asiento, pero, depronto, se detuvo para mirardirectamente a Lena.

—Casi lo olvido —añadió—. Obraen mi poder el expediente de laseñorita Duchannes en su anteriorinstituto, en Virginia, aunque tal vezsería más exacto llamarlo sanatorio.

Jamás he estado en un psiquiátrico.Era una escuela privada.

—Ésta no es la primera vez que laseñorita Duchannes protagonizaepisodios violentos, tal y como hamencionado el director Harper.

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El tono de la voz de Lena en mimente indicaba que se hallaba alborde de la histeria. Intentétranquilizarla.

No te preocupes.Pero quien se estaba

intranquilizando era yo. La señoraLincoln no iba de farol: si lo soltabadelante de todos, significaba quetenía algún tipo de prueba.

—La señorita Duchannes es unajoven perturbada. Sufre unaenfermedad mental, déjeme ver… —La señora Lincoln se detuvo, sacó unpapel de la carpeta y lo repasó con eldedo como si buscara algo. Me

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mantuve a la espera para saber quéenfermedad mental padecía Lenacapaz de justificar, según ella, elhecho de que era diferente—. Ah, sí,aquí está. Parece que la señoritaDuchannes padece un trastornobipolar, lo cual, como puedeexplicarles a todos el doctor Asher, esuna afección mental muy seria.Quienes la padecen son propensos aestallidos de violencia y tienen uncomportamiento impredecible. Estadolencia es hereditaria, su madretambién la padecía.

Esto no puede estar pasando.La tromba de agua martilleaba

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con fuerza el tejado y el viento habíasubido en intensidad, castigando consaña la puerta de la entrada.

—De hecho, su madre asesinó a supadre hace catorce años.

Los asistentes profirieron gritosde asombro.

Juego, set y partido.Los asistentes empezaron a

hablar, todos a la vez.—Damas y caballeros, por favor

—clamó el director Harper en unintento de calmar los ánimos, peroaquello era como acercar una cerillaencendida a un arbusto seco:resultaba imposible sofocar el fuego

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una vez prendido.

Se necesitaron diez minutos para quelas aguas volvieran a su cauce en elgimnasio, pero Lena no se calmó. Sucorazón latía tan desbocado como elmío, lo presentía, y se le habíaformado un nudo en la garganta detanto contener las lágrimas, aunquelo estaba pasando mal con eso ajuzgar por el diluvio desatado en elexterior. Me sorprendía que todavíano hubiera salido corriendo de allí,pero o era muy valiente o se habíaquedado paralizada por la sorpresa.

La madre de Link mentía. No me

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creía que Lena hubiera estado en unsanatorio, no más de lo que aceptabaque el propósito de los Ángeles eraproteger a los estudiantes delinstituto. Ahora bien, ignoraba si sehabía inventado lo otro, eso de que lamadre de Lena había matado a supadre.

También sabía que quería matar ala señora Lincoln. Toda mi vida lahabía conocido como la madre deLink, pero ya no era capaz de verla deese modo. No parecía la mujer quearrancaba de la pared la cajadecodificadora de la tele por satélitey nos leía durante horas sermones

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sobre las virtudes de la castidad.Aquello no guardaba relación algunacon esas causas tan fastidiosas comoinocentes. Era algo vengativo,personal. No lograba imaginarme porqué odiaba tanto a Lena.

El señor Hollingsworth intentórecobrar el control.

—De acuerdo, guarden silenciotodos. Le agradezco su declaración deesta tarde, señora Lincoln. Megustaría examinar esos papeles, siusted no tiene inconveniente.

—¡Todo esto es ridículo! —grité,poniéndome de pie—. ¿Por qué noenciende una hoguera y la quema en

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ella?El señor Hollingsworth se esforzó

otra vez por reconducir la situación,que amenazaba con caer a los nivelesde los peores programas detelebasura, como El show de JerrySpringer.

—Tome asiento, señor Wate, ome veré obligado a pedirle que semarche. No quiero más salidas detono durante esta sesión. He revisadolos testimonios escritos sobre losucedido en el baile y todo parecebastante claro, por lo tanto sóloqueda tomar una decisión sensata.

Las enormes puertas metálicas de

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la parte posterior se abrieron enmedio de un gran estruendo, dandopaso a un soplo de viento y a unaguacero de impresión.

Y a algo más.Macon Ravenwood caminó por el

pabellón con desenvoltura. Vestía unlujoso traje oscuro de rayadiplomática debajo de su abrigonegro de cachemira. Marian Ashcroftvenía de su brazo y llevaba unpequeño paraguas a cuadros deltamaño justo para no quedarempapada bajo el aguacero. Maconestaba seco a pesar de no llevarprotección alguna. Boo avanzaba con

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paso pesado detrás de ellos. Teníaerizado su negro pelaje empapado, locual acentuaba su aspecto, máspróximo al de un lobo que al de unperro.

Lena se revolvió en su asiento deplástico naranja y durante unsegundo pareció tan vulnerable comose sentía. Percibí en sus ojos un alivioinmenso y también cuánto se estabaesforzando por seguir sentada en vezde arrojarse llorosa a los brazos de sutío.

Los ojos de Macon volaron endirección a su sobrina y Lena seirguió en la silla. Luego, avanzó entre

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el público, recorriendo el pasillohasta llegar ante los miembros de lajunta escolar.

—Lamento mucho el retraso. Estanoche hace un tiempo de perros.Siga, siga, no deseo interrumpirle,estaba a punto de tomar una decisiónsensata, si le he oído correctamente.

El señor Hollingsworth se habíaquedado a cuadros, como el resto delos presentes en el gimnasio.Ninguno de ellos había visto aRavenwood jamás en carne y hueso.

—Disculpe, señor, no sé quién secree usted que es, pero estamos enmitad de una instrucción… Ah, y no

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puede traer aquí a ese chucho. En elrecinto del instituto sólo se admitenanimales de servicio.

—Oh, le comprendo a ustedperfectamente, pero sucede que BooRadley es mi perro guía. —No pudereprimir una sonrisa. Supuse quetécnicamente era cierto. Boo agitó sucorpachón para sacudirse la lluvia delpelaje y acabó duchando a cuantos sesentaban cerca del pasillo.

—Bien, señor…—Ravenwood, Macon

Ravenwood.Los ocupantes de las gradas

profirieron otra exclamación

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contenida e ipso facto se levantó unrumor de cuchicheos. Todo el pueblohabía esperado ese momento desdeantes de que yo naciera. Se palpabaen el ambiente cómo se habíareavivado el interés a raíz de esaaparición, pues no había nada,absolutamente nada, que Gatlinadorase más que el espectáculo.

—Damas y caballeros del condadode Gatlin. ¡Cuánto me agradaconocerlos por fin! Confío en quetodos ustedes conozcan a mi buenaamiga, la hermosa doctora Ashcroft,que ha tenido la bondad deacompañarme esta noche, pues yo no

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conocía bien el camino hacia estenuestro hermoso pueblo. —Marianhizo un ademán de saludo—.Permítame que me disculpe otra vezpor llegar tarde. Por favor, continúe,caballero. Estoy convencido de queestaba usted a punto de explicar quelas acusaciones contra mi sobrinaeran infundadas e iba a animar atodos estos muchachos a volver a casay dormir bien para acudir a clasemañana.

Durante un minuto dio laimpresión de que Hollingsworth semostraba dispuesto a hacer lo que lehabía dicho Macon, lo cual me llevó

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a preguntarme si Macon tenía elPoder de Persuasión, como Ridley,pero el presidente de la junta escolarretomó el hilo original de suspensamientos cuando una mujer lesusurró al oído algo que sonó como elzumbido de un panal.

—No, señor, no es eso lo que ibaa hacer, en absoluto. De hecho, pesansobre su sobrina serias acusaciones yparece haber varios testigos de loshechos aquí contemplados.Basándome en las declaracionesescritas y en la información expuestadurante esta sesión, me temo que sólotenemos una alternativa: la

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expulsión.—¿Son ésas sus testigos? —

inquirió Macon al tiempo que conun gesto de la mano abarcaba aEmily, Savannah, Charlotte y Edén—. ¿Un grupito de niñas imaginativascon un grave problema deinmadurez?

La señora Snow se levantó de unsalto.

—¿Insinúa usted que mi hija estámintiendo?

—En absoluto, mi querida señora—replicó Macon con esa sonrisa suyade actor de cine—. No lo insinúo, loafirmo. Seguro que usted es capaz de

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apreciar la diferencia.—¡Cómo se atreve! —La madre de

Link se revolvió como un lince—. Notiene derecho a estar aquí,entorpeciendo el desarrollo de estainstrucción.

Marian esbozó una sonrisa antesde adelantarse.

—«La injusticia en cualquierlugar es una amenaza para la justiciaen todas partes», como dijo un granhombre. Y no veo en esta sala atisboalguno de justicia, señora Lincoln.

—No me salga ahora con esaverborrea de Harvard.

Marian cerró el paraguas con un

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golpe seco antes de replicar:—No creo que Martin Luther

King fuera a Harvard.El señor Hollingsworth retomó la

palabra y habló de forma autoritaria.—Persiste el hecho de que, según

los testigos, la alumna Duchannespulsó la alarma de incendios,ocasionando daños por valor de milesde dólares a la propiedad del InstitutoJackson, y también echó delescenario a la señorita Asher de unempujón, causándole heridas.Tenemos motivos para expulsarlabasándonos sólo en estos hechos.

—«Es difícil liberar a los tontos

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de las cadenas que veneran» —suspiróMarian, y miró de forma hartosignificativa a la madre de Link—. Lacita es de Voltaire, y él tampoco pisóHarvard.

Ravenwood no perdió lacompostura, lo cual pareció sacar dequicio aún más a todos.

—Señor… ¿Cómo se llamabausted?

—Hollingsworth.—Señor Hollingsworth, sería una

verdadera lástima que continuara porese camino. Como usted sabe, en estegran estado de Carolina del Sur esilegal impedir la asistencia a clase de

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un menor. La escolaridad esobligatoria, es decir, forzosa. Nopuede expulsar a una chiquillainocente sin cargos. Esos días hanterminado, incluso aquí, en el sur.

—Ya le he explicado, señorRavenwood, que sí existenacusaciones y actuamos en el ámbitode nuestras funciones al expulsar a susobrina.

La señora Lincoln se levantó deun salto.

—No puede aparecer de la nada einterferir en el buen funcionamientodel pueblo. ¡No ha salido de esamansión en años! ¿Qué derecho tiene

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a meter baza en los asuntos de estalocalidad o de nuestros hijos?

—¿Se refiere usted a esa colecciónde marionetas vestidas de…unicornios? —Macon señaló con ungesto a los Ángeles—. Tendrán queperdonarme, muchachos, pero andomal de la vista.

—Son ángeles, señor Ravenwood,no unicornios, aunque tampoco cabeesperar que reconozca a los enviadosde Nuestro Señor, dado que norecuerdo haberle visto jamás en misa.

—Que tire la primera piedraquien esté libre de pecado, señoraLincoln. —El tío de Lena hizo una

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pausa durante un instante, como sipensase que su interlocutoranecesitaría un respiro para poner enorden sus ideas—. Tiene usted razónen lo referente a su primeraafirmación: paso mucho tiempo enmi mansión, y no me importa, pues lapropiedad es maravillosa, pero tal vezdebería pasar más tiempo en elpueblo, sí, quizá deba venir aquí conmás frecuencia, y sacudir un poco lascosas, si me permite la frase a falta deotra mejor.

La posibilidad espantó a la señoraLincoln y a las Hijas de laRevolución Americana, que se

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revolvieron en sus asientos y semiraron entre sí, horrorizadas antesemejante idea.

—De hecho, si Lena no vuelve alinstituto, deberá recibir instrucciónen casa. Entonces, tal vez deba invitara alguna de sus primas, pues nodesearía descuidar mis obligacionesen la vertiente social de su educación.Algunas son cautivadoras, como, dehecho, creo que alguno de ustedestuvo ocasión de comprobar en el bailede máscaras del solsticio de invierno.

—No era un baile de disfraces.—Acepte mis disculpas. Di por

hecho que eran disfraces a juzgar por

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la apariencia tan chillona de esasropas horrorosas.

La señora Lincoln se sonrojó. Yano era una mujer intentando prohibirlos libros, era alguien con quienconvenía no enzarzarse en una pelea.Me preocupé por Macon, y por todosnosotros.

—Seamos claros, señorRavenwood. Ni usted forma parte deeste lugar ni hay lugar para usted eneste pueblo, y está claro que tampocopara su sobrina. No creo que esté enposición de exigir nada.

La expresión del hombre cambiólevemente mientras le daba vueltas a

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su anillo.—Aprecio su franqueza, señora

Lincoln, y voy a intentar ser conusted tan sincero como usted lo hasido conmigo. Empecinarse en esteasunto sería un grave error para todoslos habitantes de este pueblo. Soy unhombre adinerado, lo saben, y untanto despilfarrador, pero si persistenen expulsar a mi sobrina del InstitutoStonewall Jackson, me veré obligadoa gastar algo más de dinero. ¿Quiénsabe? Tal vez abra un autoservicioWal-Mart.

—¿Es eso una amenaza?—En absoluto, pero da la

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casualidad de que la finca ocupadapor el hotel Southern Comfort es demi propiedad. Su cierre sería un graninconveniente para usted, ¿verdad,señora Snow? Su esposo tendría queconducir mucho más para reunirsecon esas señoritas tan amigas suyas yestoy seguro de que lo de llegar tardea cenar va a convertirse en unacostumbre. No podemos consentireso, ¿a que no? —El señor Snow sepuso colorado como un tomate y seagachó para esconderse detrás de unpar de tipos grandotes del equipo defútbol, pero Macon no había hechomás que comenzar—. Me resulta

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usted extremadamente familiar, señorHollingsworth, usted y esa hermosaflor confederada que se sienta a suizquierda. —Macon señaló con unademán a una señorita de la juntaescolar sentada junto a él—. ¿No loshe visto a ustedes juntos en algunaparte…? Yo juraría que…

—No, en absoluto, soy unhombre casado, señor Ravenwood.

Macon centró su atención en elcalvo sentado junto a Hollingsworth.

—Ay, señor Ebitt, si yorescindiera el arrendamiento deWaydard Dog, ¿dónde se iba a pasarusted las tardes emborrachándose

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mientras su esposa cree que está enun grupo de estudio de las SagradasEscrituras?

—¡Wilson! ¿Cómo has podidousar a Nuestro Señor Todopoderosocomo coartada? ¡Arderás en las llamasdel infierno tan seguro como que yoestoy aquí!

La señora Ebitt echó mano albolso y se marchó precipitadamentehacia el pasillo.

—¡No es cierto, Rosalie!—¿Ah, no? —Macon sonrió—.

No logro imaginarme la de cosas quepodría contar Boo si fuera capaz dehablar. Ya saben ustedes, va y viene

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por todas partes, se mete en los patiosy en los garajes de este pueblo suyotan bonito. Apostaría a que ha vistoun par de cositas curiosas.

Reprimí una carcajada.El perro levantó las orejas al oír su

nombre y bastantes asistentes serevolvieron inquietos en sus asientos,temerosos de que Boo abriera lasfauces y resultase tener el don delhabla, lo cual no me habríasorprendido después de la noche deHalloween, ni a mí ni a nadie en elcondado, considerando la reputaciónde Macon Ravenwood.

—El número de personas no del

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todo honestas en este pueblo esgrande, como pueden ver ustedesmismos. Por eso, han de comprendermi preocupación cuando supe que lasterribles acusaciones contra mipropia familia se sustentaban en eltestimonio de cuatro adolescentes.¿No sería mejor para todos dejarlocorrer? ¿Acaso no sería lo más…caballeroso, señor?

Hollingsworth tenía toda la pintade estar a punto de sufrir un ataque,la mujer sentada junto a él parecíadesear que se le tragara la tierra, elseñor Ebitt, cuyo nombre jamás sehabía mencionado antes de que

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Macon lo pronunciara, ya habíasalido detrás de su mujer. Losrestantes miembros del comitéestaban acongojados, temiendo queRavenwood o su chucho empezasen acontar a todo el pueblo sus trapossucios.

—Considero que tal vez esté usteden lo cierto, señor Ravenwood. Quizádebamos investigar esas acusacionesun poco más antes de seguir con unainstrucción que, probablemente,presente algunas inconsistencias.

—Una sabia elección, señorHollingsworth, una muy sabiaelección. —Macon caminó hacia el

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pupitre donde se sentaba Lena y leofreció el brazo—. Vamos, Lena. Estarde, y mañana tienes clase. Lena seincorporó y permaneció más erguidade lo habitual. El golpeteo de lalluvia en el techo había aminoradohasta convertirse en un débiltamborileo. Marian le anudó unpañuelo en torno al cuello y los tresrecorrieron el pasillo con Booavanzando detrás de ellos.

No miraron a nadie más en elrecinto.

La señora Lincoln se puso de pie,señaló a Lena con el dedo y bramó:

—¡Su madre es una asesina!

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Macon se dio media vuelta yhubo un cruce de miradas. Habíaalgo peculiar en su expresión, y era lamisma que cuando le mostré elguardapelo de Genevieve. Boo gruñóde forma amenazante.

—Cuidado, Martha, jamás sabescuándo pueden volver a cruzarsenuestros caminos.

—Pero se cruzarán, Macon —replicó con una sonrisa que era todomenos eso. Ignoraba qué habíasucedido entre ambos, pero noparecía un simple rifirrafe.

A pesar de que aún no habíansalido al exterior, Marian abrió de

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nuevo el paraguas y sonrió a todoscon sumo tacto.

—Espero veros a todos en labiblioteca. No lo olvidéis, estamosabiertos hasta las seis de lunes aviernes. —Indicó la dirección de éstacon la cabeza—. «Sin bibliotecas,¿qué nos quedaría? No tendríamospasado ni futuro». Preguntádselo aRay Bradbury, o id a Charlotte yleedlo con vuestros propios ojos en lapared de la biblioteca pública. —Macon cogió a Marian del brazo,pero ella aún no había terminado—.Ah, y él tampoco fue a Harvard,señora Lincoln. Ni siquiera pudo

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asistir a la universidad.Y dicho esto, se fueron.

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19 DE DICIEMBRE19 DE DICIEMBREBlanca Navidad

NNadie esperaba que Lena sepresentase en el instituto al díasiguiente de la sesión del comité dedisciplina, o al menos ésa era miimpresión, pero apareció, tal y comoyo sabía que iba a hacer. Todosignoraban que había desistido ya unavez de ir a clase y no estaba dispuestaa permitir que sucediera de nuevo. Elinstituto era una cárcel para todos losdemás, pero para ella era la libertad.

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Sólo que no importaba, porque ésefue el día en que mi novia seconvirtió en un fantasma dentro delinstituto: nadie la miraba, le dirigía lapalabra o se sentaba cerca de ella, enningún pupitre, mesa o grada.

La mitad de los alumnos llevabala camiseta de los ÁngelesGuardianes del Instituto Jackson yael jueves, y por la forma en que laobservaban muchos profesores, dabala impresión de que a la mitad deellos también le gustaría llevarla.

El viernes devolví la camiseta delequipo de baloncesto. Tenía lasensación de que ya no podíamos

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estar todos juntos en el mismoequipo, sólo eso, pero el entrenadorse rebotó conmigo y cuando se apagótodo el griterío, meneó la cabeza yme soltó:

—Estás loco, Wate. Estabashaciendo una temporada estupenda yla has echado a perder por una chicacualquiera.

Podía oír el tono de su voz. «Unachica cualquiera». La sobrina delViejo Ravenwood.

Aun así, nadie nos dijo ni una solapalabra descortés, al menos no a lacara. Si la señora Lincoln les habíametido en el cuerpo el miedo al

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Todopoderoso, Macon Ravenwoodhabía dado a la gente del condado unmotivo mayor para el pánico: laverdad.

La posibilidad era cada vez másreal cuando contemplaba los númerosen la pared de Lena y los dígitos erancada vez más pequeños. ¿Y si nopodíamos detener aquello? ¿Y si Lenahabía tenido razón todo el tiempo yla chica que yo conocía desaparecíacomo si jamás hubiera estado allí?

Todo cuanto teníamos era el Librode las Lunas. Me torturaba unpensamiento: el libro no iba a bastar,y ni Lena ni yo lográbamos quitarnos

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la idea de la cabeza por mucho que lointentáramos.

—«Existen entre las personas depoder dos fuentes parejas origen detoda magia: la Luz y la Oscuridad».

—Creo que ya le hemos pillado elpunto a todo el asunto ese de laOscuridad y la Luz. ¿No te pareceque podríamos pasar ya a la partebuena, esa que se llamaría «Cómoescapar de tu Día de la Llamada», o«Cómo derrotar a un malvadoCataclyst» o «Cómo revertir el pasodel tiempo»?

Yo estaba frustrado y Lena no

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decía ni pío.El instituto parecía totalmente

abandonado desde nuestra posiciónen las frías gradas donde estábamossentados. En realidad, se suponía queestábamos en la feria de ciencias,observando con Alice Milkhouse ladescalcificación de un huevosumergido en vinagre, escuchando aJackson Freeman argumentar sobre lainexistencia del calentamiento globaly la réplica de Annie Honeycuttsobre cómo hacer de Jackson unaescuela ecológica. Tal vez los Ángelesdebieran empezar por reciclar susfolletitos.

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Observé cómo asomaba desdedentro de la mochila el libro dematemáticas. Me sentía como si enaquel lugar ya no quedara nada quemereciera la pena aprender. Habíaaprendido demasiado durante losúltimos meses. Lena seguía con lamente a mil kilómetros de allí,concentrada en el libro. Habíaempezado a llevarlo siempre encimapara quitarme el miedo que tenía aque Amma pudiera encontrarlo si melo dejaba en mi cuarto.

—Aquí dice más sobre losCataclysts.

E l Cataclyst, el más grande de

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entre la Oscuridad, es el poder delmundo y el Inframundo, máscercano. El Natural, el más grandede entre la Luz, es el poder delmundo y el Inframundo, máscercano. Donde uno se halla, no hade estar el otro porque en laOscuridad no puede haber Luz.

—¿Lo ves? No vas a volverteOscura. Eres una Natural, pertenecesa la Luz.

Lena negó con un gesto de lacabeza y señaló el siguiente párrafocon el dedo.

—Eso mismo piensa mi tío, peroescucha esto:

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La verdad se manifestará en lahora de la Llamada. A la hora de laOscuridad, aparece la Luz másgrande. A la hora de la Luz, aparecela Oscuridad mayor.

Ella tenía razón: no había formade estar seguro.

—Y la cosa se lía aún más. Nisiquiera entiendo estas palabras.

Para la materia Oscura, arde elfuego Oscuro, y del fuego Oscurolos poderes de todos los Lilumnacen. En el mundo de losDemonios y los hechiceros, de laOscuridad y la Luz.

Todos los poderes unidoshacen el poder y del fuego Oscuro

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nacerá la gran Oscuridad y la granLuz. Cualquier poder es Oscuro, yal mismo tiempo, es Luz.

—¿Materia oscura? ¿Fuegooscuro? ¿Qué es esto, el Big Bang delos Casters?

—¿Y qué me dices de los Lilum?No había oído esa palabra en la vida,y otra vez lo mismo, nadie me hacontado nada. Por no saber, nisiquiera sabía que mi madre seguíaviva. —Intentaba sonar sarcástica,pero yo era capaz de apreciar su pena.

—Tal vez Lilum sea un términoantiguo para referirse a los Casters oalgo por el estilo.

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—Cuanto más averiguo, menosentiendo.

Y menos tiempo nos queda.No digas eso.Me puse en pie en cuanto sonó el

timbre.—¿No vienes?Negó con la cabeza.—Voy a quedarme por aquí un

rato más. ¿Sola y con aquel frío? Esoera cada vez más frecuente. Nisiquiera me miraba a los ojos desde lasesión del comité de disciplina, eracomo si me considerase uno de ellos.No podía culparla, la verdad,considerando que toda la escuela y

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medio pueblo habían decididoconsiderarla carne de manicomio, lahija bipolar de una asesina.

—Cuanto antes acudas a clase,mejor. No conviene darle másmunición al director Harper.

Volvió la vista atrás y miró eledificio. —Para lo que importa esoahora…

Se ausentó del instituto el resto de latarde o, al menos, si estaba allí, no meescuchaba, y no se presentó alexamen de química sobre la tablaperiódica.

No eres Oscura, Lena. Yo lo sabría.

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Tampoco acudió a clase dehistoria, donde representamos eldebate entre Douglas y Lincoln. Elprofesor Lee me obligó a actuar en elbando pro esclavitud, seguro quecomo castigo ante la posibilidad deque hiciese un posible trabajo detendencia liberal.

No les dejes que se salgan con lasuya. No tienen que importarte.

No vino tampoco a clase delenguaje de signos, donde me sacarona la pizarra delante de todos paracomunicar por señas la rima infantil¿Dónde estás, estrellita?, pararecochineo del equipo de baloncesto.

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No voy a ir a ninguna parte, L. Nopuedes dejarme fuera.

Fue entonces cuando me dicuenta de que en realidad sí podía.

Al día siguiente, a la hora de lacomida, ya no aguantaba más. Laesperé a la salida de trigonometría, lallevé hasta un rincón de la entrada,tiré la mochila al suelo, cogí su rostroentre las manos y la acerqué a mí.

¿Qué haces, Ethan?Esto.Cuando nuestros labios se

tocaron, noté cómo mi calor

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penetraba lentamente en su gelidez.Experimenté la sensación de que sucuerpo se fundía en el mío y cómovolvía a unirnos esa pulsión que noshabía mantenido juntos desde elprincipio. Lena soltó los libros, pasólos brazos alrededor de mi cuello yrespondió a mi contacto. Me sentíligeramente aturdido.

Entonces sonó el timbre y ella,jadeante, me alejó de un empujón.Me agaché para recoger su ejemplarde The Pleasures of the Damned: Poems,1951-1993, una antología de CharlesBukowski, y también su cuaderno;últimamente no paraba de escribir en

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él a pesar de que se caía a pedazos.No deberías haberlo hecho.¿Por qué no? Eres mi novia y te

echaba de menos.Me quedan cincuenta y cuatro días,

Ethan. Ya es hora de que dejemos defingir que podemos cambiar las cosas.Será más fácil si ambos lo aceptamos.

Lo decía de un modo que parecíaaludir a algo más que a sucumpleaños, se refería a otras cosasque tampoco podíamos alterar.

Se dio la vuelta con intención dealejarse, pero la cogí del brazo antesde que pudiera darme la espalda. Siestaba diciendo lo que yo pensaba

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que me estaba diciendo, quería queme lo dijera mirándome a la cara.

—¿Qué quieres decir, L? —logrépreguntar a duras penas.

Desvió la mirada.—Ethan, tú crees que esto puede

acabar bien, lo sé, y tal vez yotambién… durante un tiempo, pero novivimos en el mismo mundo, y en elmío, querer que algo suceda condesesperación no basta para lograrque suceda. —Siguió sin mirarme alos ojos—. Somos demasiadodiferentes.

—¿Ahora somos muy diferentes,ahora, después de todo lo que hemos

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pasado juntos? —inquirí, hablandocada vez más alto. Un par de personasse volvieron a mirarme a mí, pero noa Lena.

Somos diferentes. Tú eres un mortaly yo una Caster, y esos mundos puedeninteractuar, pero jamás serán el mismo.No estamos destinados a vivir en ambos.

En realidad, lo que estabadiciendo era que ella no quería viviren ambos. Al final, Emily ySavannah, los del equipo debaloncesto, la señora Lincoln, elseñor Harper y los ÁngelesGuardianes se habían salido con lasuya.

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Esto es por lo del comité de disciplina,¿verdad? No les dejes…

No tiene nada que ver con eso. Estodo. Éste no es mi sitio, Ethan, y sí eltuyo.

Así que ahora soy uno de ellos. ¿Eseso lo que estás diciendo?

Cerró los ojos y casi fui capaz deleer el follón mental que tenía en lacabeza.

No estoy diciendo que seas como ellos,pero sí eres uno de ellos. Has vivido eneste lugar toda tu vida. Cuando esto seacabe, cuando yo sea Llamada, tú vas aseguir en estos pasillos y en estas calles, ylo más probable es que yo no esté aquí,

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pero tú sí, y quién sabe durante cuántotiempo, y, como tú mismo dijiste, la gentede Gatlin no olvida jamás.

Dos años.¿Qué…?Ése es todo el tiempo que voy a estar

aquí.Dos años es mucho tiempo para ser

invisible, créeme, lo sé.Ninguno de los dos dijo nada

durante un rato. Ella se limitó aquedarse allí, quitando trocitos depapel enganchados en la espiral de sucuaderno.

—Estoy cansada de enfrentarme aeso, estoy harta de fingir que soy

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normal.—No puedes rendirte ahora, no

después de lo mucho que has peleado.No puedes dejarles que se salgan conla suya.

—Ya lo han hecho. Ganaron eldía que me cargué la ventana eninglés.

Había algo en su voz que medecía que se había rendido a algo másque a lo del instituto.

—¿Estás rompiendo conmigo? —pregunté, y contuve el aliento.

—No me lo pongas más difícil,por favor. Tampoco es lo que yoquiero.

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—Pues entonces no lo hagas.No podía respirar ni pensar. Era

como si el tiempo se hubiera detenidode nuevo, como ocurrió durante lacena de Acción de Gracias, salvo poruna cosa: esta vez no era cosa de lamagia, era justo todo lo contrario.

—Sólo pienso que las cosas seránmás fáciles de este modo. No hacambiado lo que siento por ti.

Levantó los ojos centelleantes acausa de las lágrimas, se dio mediavuelta y huyó por el pasillo con tantosigilo que se hubiera podido escucharel golpe de un lápiz al chocar contrael suelo.

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Feliz Navidad, Lena.Pero no había nadie para oír la

felicitación. Se había marchado y esoera algo para lo que no iba a estarpreparado ni en cincuenta y tres días,ni en cincuenta y tres años ni encincuenta y tres siglos.

Cincuenta y tres minutos despuésestaba mirando fuera, por la ventana,lo cual era toda una declaración deintenciones si se tenía en cuenta queel comedor estaba lleno hasta lostopes. Gatlin estaba gris, las nubeshabían encapotado el cielo, pero no

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parecía que fuera a nevar. No habíanevado en el condado desde hacíaaños. A lo sumo, y con mucha suerte,caían cuatro copos menudos una vezal año, pero no había nevado un solodía desde que cumplí los doce.

Deseaba que nevase comoentonces, deseaba ser capaz de darmarcha atrás y estar otra vez conLena para tener la ocasión de decirleque me daba lo mismo si me odiabatodo el pueblo, ya que eso carecía deimportancia. Ya estaba perdidocuando la encontré en mis sueños yella me encontró ese día de lluvia.Parecía que siempre era yo quien

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intentaba salvar a Lena, pero lo ciertoera que había sido ella la que mehabía salvado a mí, y no estabapreparado para estar sin ella.

—Eh, tío —me saludó Link, y sedeslizó sobre el banco al otro lado dela mesa vacía—. ¿Dónde está Lena?Quería darle las gracias.

—¿Por qué?Mi amigo sacó del bolsillo una

hoja de cuaderno doblada.—Me escribió una canción. Qué

guay, ¿eh?Ni siquiera pude mirar el papel.

Ahora resultaba que Lena le hablabaa Link y a mí no.

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—Escucha, tengo que pedirte unfavor. —Cogió un trozo de pizza.

—Claro —repuse—, ¿qué quieres?—Ridley y yo nos vamos a ir a

Nueva York en vacaciones, pero, porsi alguien te pregunta, todo lo quesabes es que estoy de retiro espiritualen un campamento cristiano deSavannah.

—Allí no hay ningúncampamento cristiano.

—Ya, pero mi madre no lo sabe yyo le dije que me había apuntadoporque tenían una especie de bandade rock baptista.

—¿Y se ha tragado eso?

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—Lleva muy rara una temporada,lo cual me preocupa, pero me ha dadopermiso para ir.

—La opinión de tu madre daigual: no puedes ir. Hay cosas queignoras de Ridley, ella es… peligrosa.Podría ocurrirte… algo.

Se le iluminaron los ojos. Jamás lehabía visto así, pero también eracierto que en los últimos tiemposapenas habíamos estado juntos.Había pasado hasta el último minutocon Lena, pensando en ella, en sucumpleaños y en el libro: los temasrecurrentes de mi mundo hasta hacíauna hora.

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—Eso es lo que estoy esperando.Además, me muero por esa tía. Mepone las pilas de verdad, ¿sabes?

Se llevó el último trozo de pizzade mi bandeja.

Durante un segundo me planteécontárselo todo, como en los viejostiempos, y hablarle de Lena y de sufamilia, de Ridley, Genevieve yEthan Cárter Wate. Mi amigo yaestaba al tanto de cómo empezaba lahistoria, lo que yo no tenía tan claroera si iba a creerse el resto, o si estabadispuesto a hacerlo, pero pedir ciertascosas resultaba excesivo inclusoaunque se tratara de tu mejor amigo.

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No podía arriesgarme a perder a Linkjusto ahora. Debía hacer algo. Nopodía dejarle ir a Nueva York ni aningún otro lugar en compañía deRidley.

—Hazme caso, tío. Debes confiaren mí. No te líes con ella. Sólo teestá usando y al final lo vas a pasarmal.

Link aplastó una lata de coca colacon los dedos.

—Vale, lo pillo. Si la tía másguapa del pueblo se pirra por mí, estáutilizándome, ¿es eso? ¿Te crees queeres el único que puede tener unanovia que esté buena? ¿Desde cuándo

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eres tan creído?—No he dicho eso.Link se levantó.—Me da la impresión de que los

dos sabemos lo que has dicho. Olvidael favor que te he pedido.

Era demasiado tarde. Ridley ya lotenía en el bote. Nada de lo que yodijera iba a hacerle cambiar deopinión y yo no podía perder a minovia y a mi mejor amigo el mismodía.

—Escucha, escucha, no queríadecirlo de ese modo. Yo no voy adecirle nada a tu madre, pero ¿quémás da?, como si ella me dirigiera la

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palabra.—Estupendo. Debe de ser duro

que tu mejor amigo sea alguien tanguapo y con tanto talento como yo.

Link me cogió una galleta de labandeja y la partió en dos. Igualpodría haber sido un Twinkiecubierto de mugre tirado en el suelodel autobús. Fin del problema. Senecesitaba algo más que una chica,aunque fuera una Siren, parainterponerse entre nosotros.

Emily le estaba mirando.—Harías bien en irte antes de que

ésa le chive a tu madre que me hablaso se acabaron para ti los

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campamentos cristianos, reales oimaginarios.

—Me da igual.Pero no era cierto. Link no quería

quedarse encerrado en casa con sumadre durante las fiestas de Navidadni que le expulsaran del equipo nique le repudiaran todos los alumnosdel instituto, y eso era así, aunquefuera demasiado estúpido odemasiado leal como paracomprenderlo.

El lunes eché una mano a Amma parabajar del desván las cajas con losadornos navideños. Los ojos se me

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llenaron de lágrimas por culpa delpolvo, o eso me dije a mí mismo.Encontré un pueblecito en miniaturailuminado por lucecillas blancascomo las que utilizaba mi madre paraadornar el árbol de Navidad, bajo elcual extendía unas tiras de algodón ytodos fingíamos que eran nieve.

Las casitas habían pertenecido asu abuela y ella les tenía tanto cariñoque yo también me había encariñadocon ellas, incluso aunque estuvieranhechas con cartón endeble,pegamento y papel de estaño, y lamitad de las veces se caían cada vezque las ponía derechas.

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—Las cosas viejas son mejores quelas nuevas, Ethan —me decía ellamientras alzaba un viejo coche dehojalata—. Imagina a mi tatarabuelajugando con este mismo coche,arreglando este mismo pueblecitodebajo del árbol, como nosotros,exactamente igual.

¿Cuánto hacía que no habíacontemplado ese pueblecito? Almenos desde la última vez que vi a mimadre. Ahora parecía más pequeñoque antes, el cartón se había dado desí y estaba gastado. El pueblo parecíaabandonado y eso me entristeció. Nosabía explicar la razón, pero tenía la

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sensación de que la magia habíadesaparecido con mi madre, yentonces, a pesar de todo, intentécontactar con Lena.

Todo se ha perdido. Las cajas siguenahí, pero nada funciona. Ella no está aquíy esto ya no es ni siquiera un pueblo. Yjamás podrás conocerla.

Pero no hubo respuesta algunapor parte de Lena. Habíadesaparecido, eso o me habíadesterrado de su mente, y no sabíamuy bien cuál de las dos opciones erapeor. Yo estaba más solo que la una ysólo existía una cosa que empeoraseel aislamiento: que todos vieran tu

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soledad. Por eso me dirigí al únicolugar del condado donde estabaseguro que no iba a ir nadie: labiblioteca del condado de Gatlin.

—¿Tía Marian?Como de costumbre, no había un

alma en la biblioteca, y hacía un fríode aúpa. Supuse que Marian debía detener pocos visitantes después decómo habían ido las cosas con elcomité de disciplina.

—Estoy aquí atrás.Estaba sentada en el suelo,

arropada por el abrigo y en medio devarios montones de libros, como si se

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le acabaran de caer encima lasestanterías. Sostenía un libro en lasmanos mientras declamaba en vozalta, impelida por uno de sushabituales trances de lectura.

Le vemos venir, leconocemos,

al que con su luz y susaguas

de flores cubre las tierrascalmas.

La bondad del mundorecibimos.

Cerró el libro.

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—Es una canción de Navidad queescribió Robert Herrick para cantarlaante el rey en Whitehall Palace —meexplicó con una voz tan distantecomo la de Lena en los últimostiempos, y yo lo noté.

—No me suena de nada esenombre, lo siento. —Hacía tanto fríoque podía ver su aliento cuandohablaba.

—¿A quién te recuerda esto? «Deflores cubre las tierras calmas. Labondad del mundo…».

—¿Te refieres a Lena? Apuesto aque la señora Lincoln pondría unmontón de objeciones.

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Me senté a su lado entre los librosdispersos por el suelo del pasillo.

—La señora Lincoln… ¡Quécriatura tan triste! —La bibliotecariasacudió la cabeza y sacó otro libro—.Dickens pensaba que la Navidad eraun tiempo para «abrir libremente loscerrados corazones y para considerara la gente de abajo como compañerosde viaje hacia la tumba y no comoseres de otra especie embarcados conotro destino».

—¿Está estropeada la calefacción?¿Quieres que avise a Gatlin Electric?

—No la he encendido. Supongoque se me fue el santo al cielo. —

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Acarició el libro y lo devolvió a sulugar en el montón—. Es una lástimaque Dickens no viniera jamás aGatlin. Por aquí tenemos corazonescerrados para dar y tomar.

Elegí un tomo, resultó ser unpoemario de Richard Wilbur, y loabrí al azar. Hundí el rostro entre suspáginas para apreciar mejor el olor ymiré por encima los versos.

¿Cuál es el opuesto de dos?Tú y yo en soledad.

¡Qué raro! Así era exactamentecomo me sentía. Cerré el volumen de

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golpe y miré a Marian.—Gracias por ir a lo del comité,

tía Marian. Espero que no te hayatraído muchos problemas. Me sientocomo si fuera culpa mía.

—No lo es.—Ya, pero tengo esa sensación.Dejé caer el libro.—¿Qué…? ¿Ahora eres el padre

creador de la ignorancia? ¿Hasenseñado a odiar a la señora Lincolny a tener miedo al señorHollingsworth?

Me senté a su lado y nosquedamos los dos allí, rodeados pormontañas de libros. Alargó el brazo y

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me cogió la mano.—Tú no empezaste esta batalla,

Ethan, y me temo que no vas aterminarla, ni yo tampoco, por cierto.—Su semblante adquirió un tono másgrave—. Estos libros estaban apiladosasí como los ves cuando vine estamañana. No sé cómo han llegadohasta aquí, ni por qué. Cerré conllave al irme ayer y las puertasseguían cerradas cuando llegué aprimera hora. Sólo sé una cosa: alsentarme y echarles un vistazo hedescubierto que todos y cada uno deellos tienen un mensaje para mí, unaindicación aquí y ahora. Puede

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referirse a Lena, a ti e incluso a mí.Negué con la cabeza.—Es pura coincidencia. Los libros

tienen ese tipo de cosas.Sacó de la pila un libro al azar y

me lo dio.—Prueba. Ábrelo.—Julio César, de William

Shakespeare.Lo abrí y empecé a leer.

Los hombres en algúnmomento son dueños de sudestino.

La culpa, querido Bruto,no está en nuestras estrellas,

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sino en nosotros mismos,que consentimos en serinferiores.

—¿Qué tiene que ver estoconmigo?

Marian bajó la cabeza para podermirarme por encima de las gafas.

—Yo sólo soy la bibliotecaria. Tedoy los libros y nada más, no puedodarte las respuestas. —De todosmodos, sonreía—. El asunto con eldestino es… ¿eres tú el dueño de tuexistencia o es cosa de las estrellas?

—Tía, me fastidia interrumpirte,pero yo jamás he leído esa obra… ¿Me

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estás hablando de Julio César o deLena?

—Eso dímelo tú.Nos pasamos el resto de la hora

rebuscando en el montón,ruinándonos a la hora de leernosfragmentos. Al final, supe por quéhabía ido allí.

—Tía Marian, necesito entrarotra vez en el archivo.

—¿Hoy? ¿No tienes nada mejorque hacer, como comprar los regalosde Navidad, por ejemplo?

—Yo no voy de tiendas.—Bien dicho. En cuanto a mí,

«me gustan las Navidades en su

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conjunto. Aúnan paz y buenavoluntad, aunque sea con ciertatorpeza, pero ésta es mayor cadaaño».

—¿Un poco más de Dickens?—E. M. Forster.Suspiré.—No soy capaz de explicarlo,

pero creo que necesito estar con mimadre.

—Lo sé, yo también la echo demenos.

En realidad, no me había detenidoa pensar cómo iba a hablarle aMarian de mis sentimientos, delpueblo, y de esa sensación de que

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todo iba mal. Las palabras apenas mesalían y hablé a trompicones.

—Creí que podría sentirme comoantes si venía aquí y estaba rodeadode libros. Tal vez así pudiera percibirlas cosas como eran antes, tal vezincluso podría hablarle. Una vez fui asu tumba, pero eso no me hizosentirla más cerca. —Clavé los ojos enuna mota aislada de la alfombra.

—Lo sé.—No logro imaginármela en la

fosa. No tiene sentido. ¿Cómo esposible sentir cariño hacia alguienenterrado ahí abajo, en un agujerosolitario, donde sólo hay frío, polvo y

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bichos? No debería ser así, no deberíaterminar de ese modo después de todolo que ella fue.

Intenté desterrar de mi mente laimagen de mi madre ahí abajo,convirtiéndose en polvo, huesos yfango. Odiaba la idea de que hubieratenido que pasar sola por todo esto,como ahora me estaba tocando hacera mí.

—¿Cómo desearías ponerle fin aeso? —inquirió la bibliotecariamientras me ponía una mano en elhombro.

—No lo sé… Alguien, quizá yo,debería levantar un monumento o

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algo por estilo.—¿Como el del general? Tu

madre se habría tronchado de risa. —Marian me rodeó con un brazo—. Séa qué te refieres. Tu madre no estáallí, está aquí, en este sitio.

Me tendió la mano, yo se la cogíy tiré de ella para ayudarle alevantarse; y así cogidos, como sitodavía fuese ese niño a quien ellacuidaba mientras mi madre trabajabaen la parte trasera, anduvimos todo elcamino hasta llegar al archivo. Sacóun juego de llaves y abrió la puerta,pero no me siguió.

Una vez dentro de la sala, me dejé

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caer en la silla situada frente alescritorio de mi madre. Su silla era demadera y tenía grabada la insignia dela Universidad de Duke. Teníaentendido que se la habían regaladocuando se licenció con matrícula dehonor o algo parecido. No eracómoda, pero sí reconfortante yhogareña. Olía a barniz viejo yseguro que la habría chupeteado depequeño. En ese momento me notémejor de lo que había estado envarios meses. Podía percibir el olor delos libros forrados de papel, los viejospergaminos desgastados, el polvo, losarchivadores baratos. Distinguía en la

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singular atmósfera de esa singularestancia el no menos singularuniverso de mi madre. Para mí, era elmismo que cuando tenía siete años yme sentaba en su regazo, con el rostroenterrado en su hombro.

Quería ir a casa. No tenía ningúnotro destino posible sin Lena.

En el escritorio, oculta entre loslibros, había una pequeña fotografíaen blanco y negro enmarcada dondeaparecían mis padres en el estudio denuestra casa. La cogí paraexaminarla. Era una foto de hacíamuchísimo tiempo; su destino másprobable habría sido la solapa de

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algún libro, en alguno de los primerostrabajos de mi padre, cuando éstetodavía era historiador y ellos aúntrabajaban juntos. Vestían a la modade la época, con unos pantaloneshorrorosos y esos peinados tangraciosos, y podía verse la felicidaden sus rostros. Resultaba durocontemplarlos y más aún apartar lavista. Centré la atención en suescritorio, donde, entre las pilas delibros cubiertos de polvo, uno mellamó la atención. Lo saqué de debajode una enciclopedia sobre las armasde la Guerra de Secesión y uncatálogo de hierbas originarias de

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Carolina del Sur. No sabía de quéobra se trataba, sólo que había usadocomo marcapáginas un tallo largo deromero, lo cual me hizo sonreír: almenos no había usado un calcetín ouna cuchara sopera sucia.

Era el libro de cocina de la LigaJuvenil del condado de Gatlin: Pollofrito y su réplica. Se abría sólo por lapágina de la receta de Betty Burton:tomates verdes fritos, la favorita demí madre. Miré de cerca el romerousado como marcapáginas. La recetafavorita de mi madre tenía elconocido aroma de Lena. Tal vez loslibros intentaran decirme algo.

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—¿Tienes previsto freír tomates,tía Marian?

Asomó la cabeza por la entrada.—¿Me ves a mí con pinta de tocar

un tomate? Pues cocinarlo aúnmenos.

—Eso pensaba yo… —Me quedémirando la ramita de romero.

—Tu madre y yo sólodiscrepábamos en eso.

—¿Puedo llevarme este libro?Sólo durante unos días.

—No tienes que pedírmelo,Ethan. Son las cosas de tu madre, nohay nada en este despacho que ellano habría querido que tú tuvieras.

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Me moría de ganas de hablar conella del romero que había encontradoen el recetario, pero no podía, eraincapaz de enseñárselo a nadie ytampoco quería desprenderme dellibro, aunque jamás había frito untomate en mi vida y lo más probableera que nunca lo hiciera.

—Ven si me necesitas, estoy aquía tu disposición y a la de Lena, eso yalo sabes. Haría cualquier cosa porvosotros.

Me apartó un mechón de los ojosy me sonrió. No era la sonrisa de mimadre, pero sí una de mis sonrisasfavoritas.

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Marian me dio un abrazo, y depronto arrugó la nariz.

—¿No hueles aquí a romero?Me encogí de hombros antes de

escabullirme hacia la puerta y salir alexterior, bajo un cielo grisencapotado. Puede que el Julio Césarde Shakespeare tuviera razón, tal vezhabía llegado el momento de asumirmi destino y el de Lena. Estuviera ono escrito nuestro sino en lasestrellas, no podía cruzarme de brazosy esperar a averiguarlo.

No daba crédito a mis ojos cuando

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salí a la calle y vi que nevaba. Alcé elrostro y dejé que la nieve se posarasobre mi semblante helado. Losgruesos copos caían revoloteando. Noera una nevada, no del todo. Era undon, un milagro, unas Navidadesblancas, igual que la canción.

Me dirigí al porche. Lena, con lacapucha bajada, me estaba esperandoen los escalones. En cuanto la vi,adiviné qué era la nieve: una ofrendade paz.

Todas las piezas descartadas delpuzle de mi vida encajaron en cuantoella me sonrió. Todo lo torcido seenderezó, bueno, todo no, pero casi

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todo.Me senté a su lado en los

escalones.—Gracias.Lena se inclinó sobre mí.—Sólo quería que te sintieras

mejor. Estoy hecha un lío, Ethan. Noquiero hacerte daño. No sé qué haríasi te pasara algo.

Repasé el contorno húmedo de sumelena con el dedo.

—No me apartes de tu lado, porfavor. No soportaría perder a ningúnotro ser querido.

Le bajé la cremallera del anorak,deslicé un brazo alrededor de su

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cintura y lo metí por debajo de suchaqueta antes de atraerla hacia mí.La besé y no paramos hasta que tuvela impresión de que íbamos a derretirla nieve del patio si no nosdeteníamos.

—¿Qué ha sido eso? —preguntómientras recobraba el aliento. Volví abesarla hasta agotar el aire de lospulmones y me retiré.

—Creo que se llama destino.Llevaba esperando desde el baile parahacer esto y no voy a esperar más.

—¿Ah, no?—No.—Bueno, pues un poquito más sí.

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Sigo castigada. Mi tío piensa queestoy en la biblioteca.

—Me da igual que estéscastigada, yo no lo estoy. Me mudaréa tu casa si no queda otro remedio ydormiré con Boo en la perrera.

—Tiene un dormitorio propio yduerme en una cama con dosel.

—Mejor me lo pones.Esbozó una sonrisa y me agarró de

la mano.—Te he echado de menos, Ethan

Wate. —Me besó otra vez.Empezó a nevar con ganas y los

copos nos cubrieron, pero se derretíanal poco tiempo de entrar en contacto

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con nuestra piel: era como si noshubiéramos vuelto radioactivos.

—Quizás estés en lo cierto, tal vezdebamos pasar juntos el mayortiempo posible antes de que… —Enmudeció de pronto, pero adivinépor dónde iban sus pensamientos.

—Algo se nos ocurrirá, Lena, te loprometo.

Asintió con poco entusiasmo y seacurrucó entre mis brazos. Percibícómo la calma se instalaba de nuevoentre nosotros.

—Hoy no quiero pensar en eso. —Y me empujó con gesto juguetón,devolviéndome al mundo de los vivos.

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—¿Ah, no? ¿Y en qué te apetecepensar entonces?

—En ángeles de nieve. Jamás hehecho uno.

—¿De veras? ¿Los de tu estirpe nohacen ángeles?

—Los ángeles no son el problema.Nos mudamos a Virginia a los pocosmeses de nacer yo, así que jamás hevivido en ningún lugar donde nieve.

Una hora más tarde nos sentábamosen la mesa de la cocina, empapadosde los pies a la cabeza. Amma habíaido al Stop & Steal, así que

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intentamos entrar en calor con untriste chocolate caliente invento mío.

—No termina de convencermeesta forma tuya de hacer chocolatecaliente —se burló Lena mientras yoechaba una generosa ración de chipsde chocolate en un cuenco lleno deleche recalentada en el microondas.

¿El resultado? Un líquido entreblancuzco y amarronado lleno degrumos. A mí me pareció estupendo.

—¿Sí…? ¿Y cómo lo harías tú?«Cocina, chocolate caliente, porfavor» —dije, imitando su voz aguda.El resultado sonó rarísimo.

Esbozó una de esas sonrisas que

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tanto había echado de menos, aunquesólo habían transcurrido unos pocosdías. La habría añorado aun cuandohubieran sido únicamente unosminutos.

—Y hablando de Cocina, deboirme. Le dije a mi tío que iba a labiblioteca y a esta hora ya ha cerrado.

La arrastré a mi regazo. Se mehacía muy cuesta arriba no tocarlaconstantemente ahora que podíahacerlo otra vez. Me encontrébuscando pretextos para hacerlecosquillas o acariciarle el pelo, lasmanos, las rodillas. La atracción entrenosotros era como la de un imán.

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Lena se apoyó sobre mi pecho y allíse quedó hasta que en el piso superioroímos unos pasos amortiguados.Reaccionó como un gato asustado: sealejó de mí con un brinco.

—No te preocupes, es mi padredándose una ducha. Ya no sale delestudio para otra cosa.

—Está peor, ¿verdad? —Me cogióde la mano. Ambos sabíamos que enrealidad no era una pregunta.

—Mi padre no era así antes deque muriera mi madre. Se le fue laolla después.

No necesité contarle el resto. Mehabía oído darle vueltas al asunto un

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montón de veces; le había hablado delfallecimiento de mi madre, de cómodejamos de preparar tomates fritos, dela pérdida de algunas piezas delpueblecito del Belén de Navidad, decómo ella ya no estaba allí parapararle los pies a la señora Lincoln… ynada volvió a ser como antes.

—Lo siento.—Lo sé.—¿Por eso fuiste hoy a la

biblioteca? ¿En busca de tu madre?La miré y le aparté el pelo del

rostro. Luego, asentí y saqué elromero del bolsillo y lo dejé condelicadeza encima de la mesa.

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—Ven, quiero enseñarte algo.La cogí de la mano y tiré de ella

para levantarla de la silla. Nosdeslizamos por el viejo suelo demadera con los calcetines empapadosy nos detuvimos en la puerta delestudio. Alcé la vista y busqué elcuarto de mi padre con los ojos.Agucé el oído; ni siquiera habíaempezado a ducharse, así quedisponíamos de mucho tiempotodavía. Probé suerte con elpicaporte.

—Está echada la llave. —Lenafrunció el ceño—. ¿La tienes?

—Un momento, mira lo que

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pasa…Nos quedamos delante de la

puerta, mirándola fijamente. Mesentí un imbécil, y algo parecidodebió de pensar Lena, pues se echó areír. La puerta se abrió sola justocuando estaba a punto unirme a susrisillas, que se apagaron deinmediato.

No es un conjuro o lo percibiría.Se supone que debo entrar, bueno,

debemos entrar.La puerta se cerró cuando

retrocedí. Lena alzó una mano ycuando iba a usar sus poderes paraabrir el picaporte, le toqué con

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suavidad la espalda.—Creo que debo hacerlo yo,

Lena.En cuanto rocé de nuevo el pomo,

el cerrojo se descorrió. Entré en elestudio por vez primera en años.Seguía siendo el mismo lugaraterrador y oscuro. El cuadro de lapared, cubierto por un paño, todavíapendía sobre el sofá descolorido. Losfolios de la última novela de mi padrese apilaban debajo de la ventana, enel escritorio de caoba, sobre elordenador y encima de la silla, sehacinaban incluso en la alfombrapersa en montones cuidadosamente

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dispuestos.—No toques nada. Se daría

cuenta.Lena se puso de cuclillas y

observó fijamente la pila máspróxima. Cogió una hoja y la pusodebajo de la lámpara de bronce delescritorio.

—Ethan.—No enciendas la luz. No quiero

que baje y se ponga fuera de sí alvernos. Me mataría si supiera queestamos aquí. Sólo se preocupa de sulibro.

Me dio la hoja sin despegar loslabios. La cogí. Estaba llena de

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garabatos. No eran palabras escritasde mala manera, sólo pintarrajos.Eché mano a un montón de folioscercanos, emborronados todos porlíneas llenas de trazos y garabatos.Cogí un papel del suelo, sólo habíaen él hileras de círculos. Rebusquéentre las pilas de papel desperdigadaspor el escritorio y el suelo. Habíapáginas y páginas llenas de garabatosy dibujos, y ni una sola palabra.

Entonces lo entendí: no existíaningún libro.

Mi padre no era escritor. Nisiquiera era un vampiro.

Estaba como una regadera.

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Me acuclillé y apoyé las manosen las rodillas, tenía mal cuerpo.Debería haberlo visto llegar. Lena meacarició la espalda.

Todo va bien. Sólo está pasando unmomento difícil. Volverá a ti.

No lo hará. Mi madre se hamarchado y ahora le estoy perdiendo a él.

¿Qué había hecho mi padredurante todo ese tiempo? ¿Evitarme?Si no estaba trabajando en la grannovela americana, ¿qué sentido teníatrabajar de noche y dormir de día? Siestaba trazando una línea de círculostras otra, ninguno. ¿Acaso estabaescapando de su único hijo? ¿Lo sabía

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Amma? ¿Estaban al corriente todosmenos yo?

No es culpa tuya. No te tortures poresto.

En esta ocasión era yo quienhabía perdido el control. La ira medesbordó. Le di un manotazo alportátil situado sobre su mesa,haciendo volar un buen número defolios, derribé la lámpara de bronce y,sin pensarlo siquiera, le di un tirón ala tela que cubría el cuadro. El lienzorebotó en el sofá y dio una volteretaantes de caer al suelo, chocandocontra una balda de libros situada abaja altura. Un montón de libros se

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desparramó por la alfombra.—Mira el cuadro —me instó Lena

mientras lo recogía de entre los librosde la alfombra.

Era un retrato mío.Un soldado confederado de 1865,

pero no había duda posible: era yo.Ninguno de los dos tuvo que leer

la etiqueta escrita a lápiz que habíaen la parte posterior del marco paraconocer su identidad. Nos parecíamosincluso en los mechones de suenmarañada melena castaña, que leinvadían el rostro.

—¡Por fin nos conocemos, EthanCárter Wate! —le saludé justo antes

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de oír a mi padre bajar las escalerascon torpeza.

—¡Ethan Wate!Lena lanzó una mirada a la

entrada, asustada, y gritó:—¡Puerta!Ésta se cerró de golpe y se

atrancó. Alcé una ceja, asombrado.Jamás iba a terminar deacostumbrarme a aquello.

Mi padre llamó con el puño.—¿Estás bien, Ethan? ¿Qué

ocurre ahí dentro?Le ignoré. Tampoco sabía qué

otra cosa podía hacer. En esemomento tampoco me sentía capaz

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de mirarle a la cara. Entonces fuecuando me fijé en los libros.

—Mira. —Me arrodillé junto almás cercano, abierto por la páginatres. Pasé a la página cuatro, perovolvió a la página anterior por sí solo,exactamente igual que el cerrojo dela puerta—. ¿Eso es cosa tuya?

—¿De qué me hablas? Nopodemos quedarnos aquí la nocheentera.

—Marian y yo nos pasamos casitodo el día en la biblioteca y suena alocura, lo sé, pero ella cree que loslibros intentan decirnos cosas.

—¿Qué cosas?

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—No lo sé. Asuntos sobre eldestino, sobre la señora Lincoln osobre ti.

—¿Sobre mí?—¡Abre esa puerta, Ethan!Mi padre se puso a aporrear la

puerta. Él me había mantenido fueradel estudio mucho tiempo, ahora metocaba a mí.

—Encontré en el archivo unafotografía de mi madre en esteestudio y también uno de sus librosde cocina con una ramita de romerocomo marcapáginas en su recetafavorita. Romero fresco. ¿Lo pillas?Eso tiene algo que ver contigo y con

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mi madre, y ahora estamos aquí, escomo si algo me quisiera en estahabitación, o bueno, no sé, alguien…

—O tal vez pensaste en ello sóloporque viste la foto.

—Quizá, pero echa un ojo a esto.Cogí la Historia constitucional y

pasé otra vez de la página tres a lacuatro, y otra vez la hoja cobró vidapara regresar por su cuenta a la tres.

—¡Qué raro!Lena se volvió hacia el siguiente

libro, Carolina del Sur: de la cuna a latumba, que estaba abierto por lapágina doce. La pasó a la anterior yregresó a la doce por iniciativa

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propia.Me aparté el pelo de los ojos.—Pero esta página no dice nada,

es un mapa. Los libros de Marianestaban abiertos en ciertas páginasporque intentaban decir algo,parecían mensajes; en cambio, los demi madre no parecen transmitir nada.

—Podría ser un código o algo así.—Mamá era un desastre en mates.

Era escritora —repuse, como si esobastara para explicarlo, pero no eraasí, y mi madre lo sabía mejor quenadie.

Lena cogió el siguiente libro.—Página uno. Es la del título, ése

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no puede ser el contenido.—¿Por qué iba a dejarme un

código? —me pregunté, expresandoen voz alta mis pensamientos.

Lena seguía teniendo respuestapara eso.

—Porque siempre te sabes el finalde las pelis, porque creciste encompañía de Amma, leyendo novelasde misterio y haciendo crucigramas.Quizá tu madre pensó que tepercatarías de algo que los demáspasarían por alto.

Mi padre siguió golpeando lapuerta con desgana. Me fijé en elsiguiente libro. Página nueve. Otro se

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abrió por la trece. Todas las cifraseran inferiores a veintinueve a pesarde que todos los libros eran unostochos con muchísimas más páginas.

—El alfabeto tiene veintinueveletras, ¿no?

—Sí.—¡Ya está, eso es! Cuando iba a

misa de pequeño y no había forma deque me estuviera quieto y sentadocon las Hermanas, mi madre empezóa usar el papel con los horarios demisas para entretenerme conpasatiempos: el ahorcado, juegos deletras y éste, el código alfabético.

—Espera, déjame coger un boli.

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—Cogió uno del escritorio—. Si laletra A es uno y la letra B es dos, aver qué sale…

—Cuidado, a veces me gustabahacerlo al revés: la letra Z sería unoen tal caso.

Lena y yo permanecimos sentadosen medio de los libros, mirando unosy otros mientras mi padre se dedicabaa aporrear la puerta. Le ignoré, tal ycomo él había hecho conmigo. Noiba a responderle ni darle explicaciónalguna. Que probase un poco de supropia medicina para variar.

—14, 1, 15, 1, 23, 6.—¿Qué haces ahí dentro, Ethan?

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¿Qué es todo ese ruido?—1 ,23 , 10… 15, 10, 22, 15, 1.Miré a Lena. No necesitaba el

papel que me tendía: iba un paso pordelante.

—Tengo la impresión de… Elmensaje es para ti.

Eso estaba tan claro como si mimadre estuviera en el estudio y fueraella quien pronunciase esas palabras.

Llámate a tí misma.Era un mensaje para Lena.En cierto modo, mi madre

continuaba allí, en algún lugar deluniverso. Mi madre seguía siendo mimadre aunque sólo viviera detrás de

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las puertas cerradas, en sus libros y enel olor a tomates fritos y papel viejo.

Ella vivía.

Mi padre seguía allí delante, enalbornoz, cuando por fin abrí lapuerta. Su mirada pasó de largo pormí y se fijó en el estudio, donde laspáginas de su novela imaginariayacían dispersas sobre el suelo y elcuadro de Ethan Cárter Watedescansaba sobre el sofá.

—Ethan, yo…—¿Qué…? ¿Ibas a decirme que te

has encerrado durante meses en elestudio para hacer esto? —Alcé una

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mano con un montón de páginasarrugadas.

Bajó la mirada. Tal vez hubieraenloquecido, pero conservaba lacordura suficiente para saber que yohabía averiguado la verdad. Lena sesentó en el sofá con aspecto de estarmuy incómoda.

—Sólo deseo saber una cosa: ¿porqué? ¿Estabas ahí encerrado siemprepor un libro o para evitarme?

Mi padre alzó la cabeza muydespacio y me miró. Tenía los ojosenrojecidos. Parecía viejo, como si lavida le decepcionase por momentos.

—Mi único deseo era estar cerca

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de ella. Me siento como si tu madreaún siguiera conmigo mientras estoyaquí dentro, entre sus libros y con suscosas. Aún puedo oler su perfume,aún huelo sus tomates fritos… —Lavoz se le apagó como si hubieravuelto a sumirse en sus pensamientosy se hubiera terminado ese extrañomomento de lucidez.

Pasó a mi lado y se agachó pararecoger una hoja llena de círculos conmano temblorosa.

—Estaba intentando escribir. —Miró en dirección a la silla de mimadre—. Pero se me ha olvidadocómo hacerlo.

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No tenía nada que ver conmigo,jamás lo tuvo, sino con mi madre. Mehabía sentido exactamente igualhacía escasas horas, cuando salí de labiblioteca, después de estar sentadoentre sus cosas, intentando sentir sucompañía. Pero todo era diferentepara mí ahora que sabía que no habíadesaparecido. No obstante, mi padreno lo sabía. Su esposa no le abría laspuertas ni le dejaba mensajes. Él nisiquiera tenía eso.

La semana siguiente, la víspera deNavidad, el desgastado pueblo de

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cartón abombado ya no me pareciótan pequeño. La torre del campanariosobresalía erguida por encima de laiglesia mientras la granja aguantabaen pie como si acabara de ponerse. Elbrillante pegamento blancocentelleaba y la vieja capa de nievehecha con algodón, firme pese altranscurso del tiempo, manteníacompacto todo el conjunto.

Yo estaba tumbado en el suelo,bajo las ramas más bajas de un gruesopino blanco, como hacía siempre. Laspuntiagudas hojas verdeazuladas merozaban el cuello mientras meesmeraba en colocar una hilera de

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lucecitas blancas en unos agujerossituados en la parte posterior delpueblo. No había encontrado a sushabitantes y se habían perdidotambién los coches de hojalata y losanimales. El pueblo estaba vacío,pero por primera vez no me parecíadesierto ni me sentía solo.

Algo me llamó la atenciónmientras permanecía tumbado,escuchando a Amma garabatear conun bolígrafo y los viejos y chirriantesdiscos navideños de mi padre. Era unpequeño objeto oscuro que se habíaenganchado en un pliegue de tela ypermanecía entre las capas de

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algodón. Era una estrella del tamañode un penique, pintada de oro y platay rodeada por un halo arrugado queparecía hecho con un clip. Era unadorno del árbol de Navidad delpueblecito, lo habíamos buscadodurante años. Mi madre lo habíahecho cuando era pequeña y todavíaiba al cole en Savannah.

Me lo metí en el bolsillo conintención de dárselo a Lena en cuantonos viéramos para que se lo pusieraen su collar de amuletos. Así novolvería a perderse. Así no volvería aperderme.

Esto le habría gustado a mi

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madre. Y también, si hubieraconocido a Lena, también le habríagustado. A lo mejor sí la conocía.

Llámate a ti misma.Habíamos tenido la respuesta

delante de nuestras narices todo eltiempo, perdida entre los libros delestudio de mi padre, guardada en laspáginas del recetario de mi madre.

Parcialmente enganchada entre lanieve polvorienta.

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12 DE ENERO12 DE ENEROPromesa

HHay algo en el ambiente. Cuandooyes esta frase, lo normal es que nopase nada, pero cuanto másinminente era el cumpleaños deLena, la sensación era más intensa. Ala vuelta de las vacaciones navideñasnos encontramos las taquillas y lasparedes llenas de pintadas, pero noeran las pintadas habituales, no seentendían y, de hecho, de no haberechado antes un vistazo al Libro de las

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Lunas ni siquiera habríamos sabido dequé se trataba.

Una semana más tarde, todas lasventanas se abrieron de pronto enplena clase de inglés. Podía habersido otra vez el viento, salvo que nosoplaba ni una ligera brisa. Por otraparte, ¿cómo era posible que el vientose notara sólo en una única aula?

Como ya no estaba en el equipode baloncesto, tenía que ir a clase deeducación física el resto del curso.Era la peor asignatura del InstitutoJackson con diferencia. Después deuna hora de sprints cronometrados yde hacerme unas cuantas quemaduras

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de tanto subir y bajar hasta el techodel gimnasio en una soga con nudosfui a la taquilla y me encontré conque estaba abierta y todos mispapeles tirados por el pasillo. Mimochila había desaparecido. Link lalocalizó al cabo de unas horas en uncontenedor de basura fuera delgimnasio, pero aprendí la lección: elinstituto no era un lugar adecuadopara el Libro de las Lunas.

A partir de ese momento loguardé en mi armario y esperé a queAmma lo descubriera, dijera algo ocubriera con sal el suelo de mi cuarto,pero no ocurrió nada de eso.

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Me enfrascaba en la lectura desus páginas, estuviera o no con Lena,con el desgastado diccionario de latínde mi madre. Utilizaba unasmanoplas de Amma para reducir almínimo las quemaduras. Había milesde hechizos y sólo unos pocos estabantraducidos. El resto estaba escrito enidiomas ilegibles para mí o en lalengua Caster, que ni siquiera podíaaspirar a descifrar. La inquietud deLena aumentaba conforme nosfamiliarizábamos cada vez más consus páginas.

—Llámate a ti misma. Eso nosignifica nada.

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—Por supuesto que sí.—Ningún capítulo lo menciona.

No existe ni una sola descripciónsobre la Llamada en el libro.

—Basta con seguir mirando. Estono vamos a encontrarlo en ningúnresumen.

El libro tenía la respuesta… silográbamos encontrarla. No éramoscapaces de pensar en otra cosa,bueno, en eso y en que quedaba unmes antes de que todo estuvieraperdido.

Por la noche nos quedábamos

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despiertos hasta las tantas, charla quete charla, cada uno en nuestra casa,sobre todo ahora, que cada veladaparecía estar más cerca de la quepodía ser la última.

¿En qué piensas, Lena?¿De verdad quieres saberlo?Siempre lo quiero saber.¿Siempre? Contemplé el mapa

arrugado de mi pared. La delgadalínea verde unía todos los lugares queconocía por mis lecturas. Ahífiguraban los escenarios de mi futuroimaginario unidos con cinta,indicadores y chinchetas. Habíancambiado muchas cosas en seis meses.

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Ninguna cinta verde me conducía alfuturo, ya no, sólo una chica.

Me costaba oír sus pensamientos.Tenía que esforzarme paraescucharla.

Una parte de mí desearía no haberteconocido.

Es una broma, ¿no?Ella no contestó, al menos no

inmediatamente.Hace que todo sea mucho más

complicado. Antes tenía mucho queperder, pero ahora te tengo a ti.

Entiendo lo que quieres decir.Di un golpe a la pantalla de la

lámpara, situada junto a la cama, y

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me encontré con la vista clavada en labombilla. Si la miraba directamente,el brillo del filamento me cegaba yme hacía llorar.

Y ahora podría perderte a ti.Eso no va a suceder, L.Se mantuvo en silencio mientras

espirales y destellos luminosos mecegaban hasta el punto de que eraincapaz de ver el tono azul del techoa pesar de tenerlo delante.

¿Lo prometes?Lo prometo.No estaba en mi mano cumplir

ese compromiso, y ella lo sabía, perolo hice de todos modos porque iba a

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encontrar la forma de hacer realidadmi promesa.

Me quemé la mano al intentarquitar la luz.

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4 DE FEBRERO4 DE FEBREROSandman o alguien

parecido

FFaltaba una semana para elcumpleaños de Lena.

Siete días.Ciento sesenta y ocho horas.Diez mil ochenta segundos.Llámate a ti misma.Lena y yo estábamos reventados.

Hacíamos novillos para pasarnos losdías con el Libro de las Lunas. Yo eraun hacha falsificando la firma de

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Amma y la señorita Hester no teníaagallas para pedirle a Lena una notafirmada por Macon Ravenwood.

Era un frío día de cielosdespejados. Estábamos acurrucadosen el gélido jardín de Greenbrier,protegidos por el viejo saco de dormirmientras intentábamos averiguar porenésima vez cómo podía ayudarnos ellibro.

Estaba seguro de que Lenaempezaba a rendirse. Había llenadoel techo con esos garabatos derotuladores indelebles Sharpie y lasparedes rebosaban palabrasimposibles de expresar e ideas que le

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asustaban demasiado paramanifestarlas en voz alta.

fuego oscuro, luz oscura /materia oscura, ¿qué importa?la gran oscuridad absorbe lagran luz mientras ellosdevoran mi alma / Caster /una chica sobrenatural / antes/ a primera vista / siete días /siete días / siete días777777777777777.

No podía culparla, pues la cosapintaba muy mal, pero yo no estabadispuesto a abandonar. Jamás iba a

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rendirme. Lena se dejó caer sobre elviejo muro de piedra, tandesmoronado como las escasasoportunidades que nos quedaban.

—Esto es imposible. Haydemasiados hechizos y ni siquierasabemos cuál buscamos.

Había conjuros para cualquierpropósito imaginable: vincular a lostraidores, atraer agua marina, vincularrunas.

Pero no decía nada de nada acercade hechizos para liberar a tu familia dela maldición de un Vínculo oscuro, nineutralizar el intento de resucitar a unhéroe de guerra por parte de la

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trastatarabuela Genevieve o evitarvolverse Oscuro el día de la Llamada.Ni siquiera el que yo estababuscando con ahínco: salvar a tu chica,ahora que al fin te has echado novia,antes de que sea demasiado tarde.

Volví a echarle un vistazo alíndice de contenidos: Obsecrationes,Incantamina, Nectentes, Maledicentes,Maleficia.

—No te preocupes. Loaveriguaremos. —Pero albergabaserias dudas incluso mientras lo decía.

Crecía en mi interior la sensación deque mi cuarto estaba encantado

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conforme el libro permanecía cadavez más tiempo en la balda superiorde mi armario. Lo de los sueños nospasaba a los dos todas las noches, yeran casi siempre pesadillas, la cosaiba de mal en peor. Muchas nochessólo lograba dormir un par de horas,los sueños me asaltaban en cuantocerraba los párpados y meamodorraba. Estaban ahí, al acecho,pero lo malo era que se trataba de lamisma pesadilla repitiéndose en unbucle incesante. Perdía a Lena todaslas noches, una y otra vez, y eso meestaba matando.

Mi única táctica alternativa era

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permanecer despierto, así que meentretenía con videojuegos, me poníahasta las cejas de coca cola y Red Bullpara tener en la sangre azúcar ycafeína en abundancia y leía de todo,desde El corazón de las tinieblas hastami número favorito de Estela Plateada,ése en el cual Galactus devora eluniverso, pero, como sabe todo el queno pega ojo en varios días, a la tercerao cuarta noche estás tan hecho polvoque te quedas dormido de pie.

Ni siquiera Galactus teníaninguna posibilidad de triunfarcontra la somnolencia.

Llamas.

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Había lenguas de fuego pordoquier.

Y humo. Me asfixiaba por culpadel humo y la ceniza. Aquello estabaoscuro como boca de lobo y resultabaimposible ver nada. El calor era tanintenso que lo sentía como papel delija sobre la piel.

Sólo era posible oír el rugido delincendio.

Ni siquiera lograba escuchar losgritos de Lena, salvo en mi mente.

¡Suéltame, debes irte!Sentía chasquidos en los huesos

de la muñeca, como cuerdas de unaguitarra que se rompen una tras otra.

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Lena se soltaba de mi mano como sise preparase para que la dejara caer,cosa que yo jamás hacía.

No voy a hacerlo, L. No piensodejarte.

¡Hazlo! Sálvate, por favor.Yo nunca la soltaba.Sin embargo, sentía cómo sus

dedos resbalaban entre los míos, y pormucho que apretara con más fuerza,ella seguía escurriéndose…

Entre toses, me incorporé en la camacomo impulsado por un resorte. Lailusión parecía tan real que sentía elsabor del humo, pero en mi

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habitación no hacía calor, sino frío, laventana volvía a estar abierta. La luzde la luna hizo posible que el iris seme acostumbrara a la oscuridad antesde lo habitual.

Por el rabillo del ojo atisbé cómoalgo se movía entre las sombras.

Había alguien allí.—¡Joder!El intruso intentó escabullirse

antes de que me diera cuenta, pero nofue lo bastante rápido. Cuando supoque le había visto, hizo lo único quepodía hacer: volver su rostro hacia mí.

—Aunque no me consideroprecisamente un santo, ¿cómo voy a

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reprocharte ese lenguaje después deuna escapatoria tan indigna?

Macon esbozó esa sonrisa suya alo Cary Grant y se acercó a los piesde mi cama. Llevaba un largo abrigonegro y unos pantalones de sportoscuros. Parecía haberse ataviadocomo si fuera de paseo al pueblo aprincipios del siglo pasado en vez decomo un intruso de nuestros días.

—Hola, Ethan.—¿Qué demonios hace en mi

cuarto?Macon parecía un tanto

aturullado, lo cual significaba que notenía en la punta de la lengua una

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explicación inmediata y estupenda.—Es complicado.—Pues simplifíquelo. Se ha

encaramado a mi ventana en plenanoche, así que debe de ser un vampiroo un pervertido, o un poco las doscosas. ¿Cuál de ellas es?

—¡Mortales! Para vosotros todo esblanco o negro. No soy un Hunter, nitampoco un Harmer. Me estásconfundiendo con mi hermano,Hunting. No me interesa la sangre.—Se estremeció sólo de pensarlo—.Ni la sangre ni la carne. —Encendióun cigarro y jugueteó con él. AAmma le iba a dar un síncope cuando

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oliera la nicotina a la mañanasiguiente—. De hecho, ambas cosasme dan un poco de asco.

Se me estaba acabando lapaciencia. No había dormido envarios días y estaba harto de que todoel mundo esquivara mis preguntas.Quería respuestas y las quería ahora.

—Ya estoy harto de acertijos.Respóndame a una cosa: ¿qué hace enmi dormitorio?

Ravenwood se encaminó hacia lavieja silla que había delante delescritorio y se sentó con unmovimiento rápido.

—Digamos que sólo estaba…

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escuchando a escondidas.Había hecho una bola con una

vieja camiseta del equipo debaloncesto y la había dejado en elsuelo. La recogí y me la puse antes delevantarme.

—¿Y qué escuchabaexactamente? Aquí no hay nadie. Yoestaba durmiendo.

—No, estabas soñando.—¿Cómo sabe eso? ¿Es ése uno de

sus poderes de Caster ?—Me temo que no. No soy un

Caster, técnicamente no.Se me hizo un nudo en la

garganta. El tío de Lena nunca salía

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de casa durante el día, era capaz dematerializarse de la nada, observabatodo a través de los ojos de un lobo alque hacía pasar por perro y habíaestado a punto de acabar con unCaster Oscuro sin inmutarse. Si noera un Caster, sólo quedaba unaexplicación.

—Así pues, es usted un vampiro.—Nada de eso. —Parecía perplejo

—. Eso es un cliché muy vulgar ypoco halagador… No existe nadaparecido a los vampiros. Supongo quetambién crees en hombres lobo y enalienígenas. La culpa de todo esto latiene la televisión. —Dio una

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prolongada calada al cigarro—.Lamento decepcionarte. Soy uníncubo. Estoy seguro de que escuestión de tiempo que Amarie te lodiga, dado ese interés suyo endesvelar todos mis secretos. —¿Uníncubo? Ni siquiera sabía si tenía queestar asustado o no. Esa confusióndebió de reflejarse en mi rostro,porque Ravenwood se sintió obligadoa añadir una explicación—: Loscaballeros como yo disponemos dec iertos… poderes gracias a nuestranaturaleza, pero tenemos quereponerlos con regularidad.

Pronunció el verbo «reponer» de

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un modo inquietante.—¿A qué se refiere con eso de

reponer?—A falta de un término más

preciso, nos alimentamos de losmortales para reponer fuerzas. —Empecé a ver girar la habitación, otal vez era Macon quien daba vueltas—. Siéntate, Ethan, te has puestopálido.

El tío de Lena se plantó junto amí de dos zancadas y me condujohasta la cama para que me sentara.

—Como he dicho, empleo lapalabra «alimentar» porque no hayotra más adecuada. Sólo un íncubo de

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sangre se nutre de la sangre de losmortales y yo soy un íncubo desangre. Aunque los dos somos Lilum,los que moran en la Oscuridadabsoluta, yo he evolucionado. Tomoalgo muy abundante entre losmortales, algo que ni siquieranecesitáis.

—¿El qué?—Sueños. Fragmentos y retazos

de sueños. Ideas, deseos, miedos,recuerdos… Nada que vayáis a echarde menos.

Las palabras salían despacio desus labios, como los términos de unconjuro, mientras yo me devanaba los

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sesos en mi intento de comprenderlas,pero tenía la mente embotada.

Y entonces lo entendí todo ysentí cómo todas las piezas delrompecabezas chasqueaban en mimente mientras encajaban en su sitio.

—Los sueños… ¿Se ha llevado unaparte de mis sueños? ¿Los haabsorbido? ¿Por eso no recuerdo niuno entero?

Sonrió y echó el cigarro en unalata vacía de coca cola olvidadaencima del escritorio.

—Me declaro culpable, exceptoen lo de absorber. No es la palabramás adecuada.

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—Si es usted el que absorbe,bueno, el que roba mis sueños,entonces conoce el resto, quierodecir: usted sabe cómo acaba. Puededecírnoslo y entonces podremosdetenerlo.

—Me temo que no. Elijo cadafragmento intencionadamente.

—¿Por qué no desean que nosenteremos de lo que pasa? Siconocemos el resto del sueño, tal vezseamos capaces de impedir queocurra.

—No es que yo no entienda deltodo lo que sucede, eres tú quien sabedemasiado.

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—Deje ya de hablar de esa formatan enigmática. Usted sigue diciendoque puedo proteger a Lena, quetengo poder. ¿Por qué no me cuentade qué va esto en realidad, señorRavenwood? Porque estoy harto, mehe cansado de dar tumbos.

—No puedo revelar lo que ignoro,hijo. Eres un verdadero misterio.

—¡Yo no soy su hijo!—¡Melquisedec Ravenwood! —El

hombre perdió la compostura cuandola voz de Amma retumbó como eltañido de una campana—. ¿Cómo teatreves a entrar en esta casa sin mipermiso? —Estaba en la puerta, en

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bata y llevaba una larga hilera decuentas en la mano. Habría pensadoque era un collar de no haber sabidolo que era. Agitó el talismán con ira—. Según nuestro trato, no puedesacceder a esta casa. Búscate otro sitiopara tus sucios quehaceres.

—No es tan sencillo, Amarie. Elchico ve en sueños cosas peligrosaspara ellos dos.

Amma se puso furibunda al oíraquello.

—¿Te estás alimentando de miniño? ¿Es eso lo que dices? ¿Suponesacaso que eso va a hacer que mesienta mejor?

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—Calma, tranquila, no te lotomes al pie de la letra. Me limito ahacer lo necesario para protegerlos alos dos.

—Sé qué eres y qué haces,Melquisedec, y darás cuenta al diabloa su debido tiempo, pero no traigas elmal a mi casa.

—Ha pasado mucho tiempo desdeque elegí y he luchado conmigomismo para no convertirme en lo queestaba destinado a ser. He luchadocontra ello todas las noches de mivida. Pero no soy Oscuro, no mientrastenga que ocuparme de la chica.

—Eso no cambia lo que eres. Eso

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no puedes elegirlo.Macon entrecerró los ojos. El

acuerdo entre ambos era delicado, esoera obvio, como también lo era que éllo había puesto en peligro al entraraquí. ¿Cuántas veces había venido? Yyo ni siquiera lo sabía.

—¿Por qué no se limita a decirmequé sucede al final? Después de todo,ése es mi sueño.

—Es un sueño poderoso yperturbador. Lena no necesitaconocerlo, no está preparada paraverlo, y vosotros dos estáis conectadosde una forma inexplicable. Ella vetodo lo que tú ves. ¿Entiendes ahora

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por qué debía eliminarlo?Me pillé un buen rebote. Estaba

enfadado, mucho más que cuando laseñora Lincoln se plantó ante elcomité de disciplina y se puso a soltarembustes, mucho más que cuandodescubrí los cientos de páginas degarabatos sin sentido en el estudio demi padre.

—No, no lo entiendo. Si ustedsabe algo que puede ayudarla, ¿porqué no nos lo dice? ¿Por qué no dejade usar sus trucos mentales decaballero Jedi sobre mí y mis sueñosy me deja verlo por mí mismo?

—Sólo intento proteger a Lena, la

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quiero, y nunca…—Lo sé, eso ya lo he oído. Nunca

haría nada que pudiera hacerle daño,pero se ha olvidado mencionar unacosa: no nos ha contado que tampocoiba a hacer nada por ayudarla.

Apretó los dientes. Ahora era élquien estaba enfadado, yo podíareconocerlo. Pero no varió el gesto nisiquiera medio minuto.

—Intento protegerla, Ethan, ytambién a ti. Sé que cuidas de misobrina y que le has brindado algúntipo de protección, pero ahora no veslas cosas como son, ciertas cosas estánmás allá de cualquier tipo de control

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por nuestra parte. Un día loentenderás. Ella y tú sois muydistintos.

«Especies Diferentes», tal y comoel otro Ethan le había escrito aGenevieve. Lo comprendí todo. Nohabía cambiado nada en más de cienaños.

Ravenwood suavizó la dureza desu mirada. Pensé que tal vez se estabacompadeciendo de mí, pero habíaalgo más.

—En último término, esto seconvertirá en una carga difícil desobrellevar y ese peso siempre recaesobre los hombros del mortal. Confía

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en mí, lo sé.—No me fío de usted, y se

equivoca: Lena y yo no somos tandiferentes.

—Cuánto envidio a los mortales.Os creéis capaces de cambiar elmundo, detener el universo ydeshacer lo hecho hace muchotiempo. Sois hermosas criaturas —Enprincipio, me estaba hablando a mí,pero yo no tenía la impresión de quese refiriera a mí—. Pido disculpas pormi intromisión. Ahora me voy y tedejo dormir.

—Manténgase lejos de mihabitación y de mi cabeza, señor

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Ravenwood.Se volvió hacia la puerta, lo cual

me sorprendió un poco, la verdad,pues daba por hecho que iba amarcharse por donde había entrado.

—Una cosa más: ¿sabe Lena quées usted?

—Por supuesto. —Macon sonrió—. No hay secretos entre nosotros.

No le devolví la sonrisa. Entreellos había algo más que un montónde secretos, incluso aunque sucondición de íncubo no fuera uno deellos, y tanto él como yo lo sabíamos.

El intruso se dio la vuelta ydesapareció entre el revoloteo de los

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faldones de su abrigo.Como si tal cosa.

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5 DE FEBRERO5 DE FEBREROLa batalla de Honey

Hill

AA la mañana siguiente me despertécon dolor de cabeza y un martilleo enlas sienes. Y no lo hice pensando enque los hechos de la velada anteriorjamás habían sucedido, como ocurretan a menudo en los cuentos. No seme pasó por la cabeza ni durante unsegundo considerar que había sido unsueño la aparición y desaparición deMacon Ravenwood en mi habitación.

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Durante los meses posteriores a lamuerte de mi madre me levantabatodas las mañanas convencido de quehabía tenido una pesadilla. Novolvería a cometer ese error jamás.

Esta vez sabía que si todo teníapinta de haber cambiado era porquehabía cambiado de verdad. Si lascosas me parecían cada vez más raras,se debía a que lo eran. Si tenía lasensación de que a Lena y a mí se nosacababa el tiempo, era porque se nosestaba agotando.

Seis días y seguía la cuenta atrás.Todo cuanto podía decirse era que las

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cosas no se presentaban bien paranosotros. Y, por supuesto, nodecíamos nada. En el institutohacíamos lo de siempre: íbamosjuntos de la mano por el pasillo, nosbesábamos al final de las taquillashasta que nos dolían los labios y yome sentía a punto de morirelectrocutado. Permanecíamos dentrode nuestra burbuja y disfrutábamosfingiendo vivir unas vidas normales olo poco que nos quedaba de ellas.Estábamos juntos todo el día, todoslos minutos de clase, incluso enaquellas asignaturas en que nocoincidíamos.

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Lena me hablaba de las islasBarbados y de la línea donde seencontraban el cielo y el mar, tanfina que resultaba imposiblediferenciar uno de otro, mientras sesuponía que yo estaba haciendo uncuenco de barro en la clase decerámica.

Lena me hablaba de su abuela,que le dejaba beber 7-Up usandoregaliz rojo a modo de pajita,mientras en clase de literaturaescribíamos un ensayo sobre Elextraño caso del doctor Jekyll y místerHyde y Savannah Snow mascabachicle sin cesar.

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Me habló también de Macon, elcual, hasta donde le alcanzaba lamemoria, y a pesar de todo, conindependencia de donde estuviera,siempre había estado presente el díade su cumpleaños.

Esa noche, tras permanecer envela hasta las tantas, peleando con elLibro de las Lunas, contemplamosjuntos el amanecer a pesar de que ellaestaba en Ravenwood y yo en micasa.

¿Ethan?Aquí estoy.Tengo miedo.Lo sé. Deberías dormir un poco, L.

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No quiero despilfarrar el tiempodurmiendo.

Yo tampoco.Pero ambos sabíamos que eso no

era así. A ninguno de los dos nosapetecía demasiado tener sueños.

—«La noche de la Llamada es de grandebilidad, pues se ayuntan laOscuridad de dentro y la de fuera, yentonces la persona de poder debeabrirse a la gran Oscuridad sindefensas, Vínculos, hechizos deguardar y amparar, y la muerte parasiempre y eterna a la hora de la

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Llamada ha de esperar».Lena cerró el libro de golpe.—No soy capaz de leer más sobre

esto.—No me extraña que tu tío ande

tan preocupado todo el rato, nobromeo.

—No basta con que puedaconvertirme en una especie dedemonio maléfico, también puedosufrir la muerte eterna. Pon eso en lalista, debajo de condenacióninminente.

—Lo tengo. Demonio. Muerte.Condenación.

Nos hallábamos una vez más en el

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jardín de Greenbrier. Lena me dio ellibro y se dejó caer de espaldas parapoder contemplar el cielo. Yoalbergaba la esperanza de queestuviera jugando con las nubes y nodándole vueltas a lo poco quehabíamos averiguado duranteaquellas tardes estudiando el libro.En todo caso, no le dije que meayudara mientras pasaba las páginascon los viejos guantes de jardinería deAmma, que me estaban demasiadopequeños.

El Libro de las Lunas tenía miles depáginas y algunas explicaban más deun conjuro. Estaban organizadas sin

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orden ni concierto, o al menos yo noacertaba a saberlo. El índice habíaresultado ser una patraña de primeracategoría, pues apenas secorrespondía con el contenido. Mepuse a pasar las hojas con laesperanza de acabar tropezándomecon algo de interés, pero la granmayoría resultaba ser un galimatías.Miraba las palabras sin entender nitorta.

I Ddarganfod yr HynSudd ar Goll

Datodwch y Cwlwm,Troellwch a Throwch ef

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Bwriwh y Rhwymyn HwnFel y Caf GanfodYr Hyn rwy'n Dyheu

AmdandYr Hyn rwy'n ei Geisio.

Entonces se me encendió labombilla y me acordé de una cita queestaba clavada con chinchetas en elestudio de mis padres: «Pete etinvenies». Busca y encontrarás.«Invenies». Encontrar.

Ut unvenias quod abestexpedi nodum, torque et

convolve

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elice hoc vinculumut inveniamquod desideroquod peto.

Pasé a toda prisa las páginas deldiccionario de latín de mi madre.Garabateaba las palabras por detrás amedida que las iba traduciendo y alfinal me encontré cara a cara con lostérminos del hechizo.

Para hallar lo perdidodeshago el nudo, giro y

enrollo.Hago este vínculo

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para poder encontraraquello que anhelo,aquello que busco.

—¡He encontrado algo!Lena se incorporó para echar un

vistazo por encima de mi hombro.—¿De qué hablas? —preguntó

con escasa convicción.Sostuve en alto el papel que yo

había escrito aunque mi letra era casiilegible.

—He traducido esto. Da laimpresión de que puede servir paraencontrar algún objeto perdido.

Lena se acercó más para revisar mi

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traducción y puso los ojos comoplatos.

—Es un hechizo de localización.—Suena como algo útil para

averiguar respuestas, quizá nos sirvapara descubrir cómo deshacer lamaldición.

Lena me quitó el libro de un tiróny lo apoyó en su regazo para estudiarconcienzudamente la página. Señalóel conjuro situado encima del textoen latín.

—Es el mismo conjuro en gales, oeso creo.

—¿Pero nos sirve de algo?—Ni idea. Ni siquiera sabemos

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qué estamos buscando. —Torció elgesto; de pronto, parecía menosentusiasmada—. Además, loshechizos orales no son tan fácilescomo aparentan y yo nunca he hechouno. Pueden salir mal un montón decosas.

¿Estaba de guasa?—¿Cómo? ¿Que las cosas pueden

salir mal? ¿Hay algo peor que elhecho de que te conviertas en unaCaster Oscura el día de tudecimosexto cumpleaños? —Learrebaté el libro de las manos, se mequemaron las margaritas dibujadas enlos guantes—. ¿Por qué expoliamos

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una tumba y malgastamos semanasintentando averiguar sus secretos si nisiquiera vamos a probar suerte?

Sostuve el libro en alto hasta queuno de mis guantes empezó a echarhumo.

Lena sacudió la cabeza.—Dámelo. —Respiró hondo—.

Vale, lo intentaré, pero te lo advierto:no tengo la menor idea de qué puedesuceder. Habitualmente no lo hagoasí.

—¿Así como?—La forma de usar mis poderes,

ya sabes, todo ese rollo de losNaturales. Ésa es la cuestión, que se

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supone que todo debe salir de formanatural y la mitad del tiempo nisiquiera sé lo que me hago.

—Vale, pues entonces yo teayudo esta vez. ¿Qué debo hacer?¿Dibujar un círculo en el suelo?¿Encender velas…?

Puso los ojos en blanco.—¿Qué tal si te sientas ahí? —

contestó, y señaló un lugar a variosmetros de distancia—. Sólo por si lasmoscas.

Yo esperaba más preparativos,pero bueno, era un simple mortal,¿qué iba a saber yo? Hice caso omisoa su orden de distanciarme de su

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primer intento de conjuración oral,pero sí retrocedí varios pasos. Lenasostuvo el libro en alto, lo cual eratoda una hazaña, pues pesaba lo suyo,y tomó aire. Iba moviendo los ojosconforme leía los versos del conjuro.

Para hallar lo perdidodeshago el nudo, giro y

enrollo.Hago este Vínculopara poder encontraraquello que anhelo,

Alzó la vista y recitó la últimalínea con voz nítida y fuerte.

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aquello que busco.

Durante unos instantes no pasónada. Las nubes seguían sobrenuestras cabezas y el aire era frío.Lena se encogió de hombros. Nohabía funcionado. Llegó a la mismaconclusión que yo hasta que oímosun sonido similar al producido poruna ráfaga de aire al pasar por untúnel. El árbol situado detrás de mí sehabía incendiado, de hecho, estabaardiendo, las llamas subían por eltronco entre chasquidos y seextendían por las ramas. Jamás habíavisto extenderse un fuego con

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semejante rapidez.La madera empezó a humear de

inmediato y, entre toses, me acerquéa Lena para alejarla de las llamas.

—¿Estás bien? —También estabatosiendo. Aparté los rizos negros desu rostro—. Bueno, es evidente queno ha funcionado, a no ser que lo quequerías fuera tostar un caramelo demalvavisco realmente gigante.

Lena esbozó una sonrisa decircunstancias.

—Te avisé de que las cosas podíantorcerse.

—Eso se queda corto.Alzamos la vista y contemplamos

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el ciprés en llamas. Cinco días yseguía la cuenta atrás.

Cuatro días y seguía la cuentaatrás. Las nubes se arremolinaban enel cielo y Lena estaba enferma encasa. El río Santee bajaba desbordadoy los caminos que discurrían al nortedel pueblo estaban inundados. En lasnoticias locales hablaban sin cesar delcalentamiento global, pero yo sabíabien de qué iba la cosa. Lena y yodiscutíamos sobre el libro mientrasyo estaba en clase de matemáticas, locual no iba a ayudarme en nada conla nota del examen sorpresa.

Olvídate del libro, Ethan. Me tiene

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harta. No sirve de nada.No podemos echarlo en saco roto. Es

tu única posibilidad. Ya oíste a tu tío, esel libro más poderoso del mundo de lamagia.

También es el libro que maldijo atoda mi familia.

No te rindas. La respuesta tiene queestar en alguna de sus páginas.

La estaba perdiendo, iba a dejarde escucharme de un momento a otroy yo iba a catear el tercer examen delsemestre. Genial.

Por cierto, ¿puedes simplificar 7x-2(4x-6)?

Yo sabía que sí. Ella ya había

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dado trigonometría.¿Y eso qué tiene que ver con lo que

estamos hablando?Nada, pero voy a suspender este

examen.Suspiró.Ser novio de una Caster tiene sus

ventajas.

Tres días y seguía la cuenta atrás.Pronto empezaron los aluviones delodo y el terreno se desprendió sobreel polideportivo. Las animadoras noiban a poder animar al equipo y elcomité de disciplina iba a tener quebuscarse otro escenario para sus cazas

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de brujas. Lena siguió sin venir alinstituto, pero permanecía en mimente todo el día. Su voz era cada vezmenos audible, hasta que llegó unmomento en que apenas fui capaz denotarla, ahogada por el bullicio deotro día más en el Instituto StonewallJackson.

Me senté solo en el comedor, perofui incapaz de probar bocado. Porprimera vez desde que había conocidoa Lena miré a cuantos compañerostenía a mi alrededor y sentí unapunzada de algo difícil de describir.¿Qué era eso? ¿Celos? ¡Qué vidas tansencillas y fáciles llevaban! Tenían

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problemas pequeños, propios de losmortales, como solían ser antes losmíos. Por el rabillo del ojo pillé aEmily mirándome. Savannah llegó yse abalanzó sobre ella, provocando elgruñido de siempre. No, no erancelos. No cambiaría a Lena por nadade esto.

No concebía la posibilidad devolver a una existencia taninsignificante.

Dos días y seguía la cuenta atrás.Lena ni siquiera me hablaba.

Se había hundido la mitad deltejado de la sede de las Hijas de la

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Revolución Americana por efecto delos fuertes vientos. Los registros quela señora Lincoln y la señora Asherhabían reunido durante años y años ylos árboles genealógicos de familiascuyas raíces se remontaban alMayflower y a la Guerra de laIndependencia quedaron destrozados.Los patriotas del condado de Gatlintendrían que demostrar de nuevo quesu linaje era superior al de todosnosotros.

Conduje hacia Ravenwood decamino al instituto. Llamé a la puertacon todas mis fuerzas. Lena no salíade casa. Cuando finalmente me abrió

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la puerta, supe por qué.La mansión había vuelto a

cambiar y parecía una cárcel demáxima seguridad. Las ventanasestaban atrancadas y los muros erande hormigón liso, salvo los del pasillode entrada, acolchados y de colornaranja. Lena llevaba un mononaranja con unos números: 1102, el díade su cumpleaños, y tenía las manosllenas de conjuros. A su manera, conel pelo negro alborotado, estabaguapa. Era capaz de tener buenaspecto incluso con ropa depresidiario.

—¿Qué pasa, L?

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Siguió la dirección de mi miradamás allá de su hombro, hacia elinterior de Ravenwood.

—¿Te refieres a esto? Oh, nada, esuna broma.

—No sabía que tu tío fuera tanbromista.

—Y no lo es. —Dio un tirón a unhilo suelto de su manga—. Es cosamía.

—¿Y desde cuándo controlas lamansión?

Se encogió de hombros.—Me desperté ayer y la casa

tenía este aspecto. Debe de habersido cosa de mi mente. La casa sólo la

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escuchó, me imagino…—Salgamos de aquí. Estar en la

cárcel sólo va a ponerte más triste.—Podría ser Ridley en un par de

días. Es de lo más deprimente.Lena meneó la cabeza con pesar y

se sentó en el porche. Me acomodé asu lado. No me miró, en vez de esomantuvo los ojos fijos en suszapatillas de presidiaría, de lonablanca. Me pregunté cómo podíasaber cómo era el calzado que sellevaba en la cárcel.

—Los cordones…. Eso es lo quellevas mal…

—¿Qué?

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Le señalé las deportivas con lamano.

—En las cárceles de verdad lesquitan los cordones a las zapatillas.

—Tienes que irte, Ethan. Esto seacabó. No puedo evitar que llegue micumpleaños ni se cumpla lamaldición. Ya no puedo pretender seruna chica normal. No soy comoSavannah Snow o Emily Asher. Soyuna Caster.

Cogí un montoncito de piedrasdel primer peldaño del porche y lancéuna lo más lejos posible.

No voy a decirte adiós, L. No puedo.Cogió una piedrecita de mi mano

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y la lanzó. Percibí el suave contactode su calor cuando sus dedos rozaronlos míos. Intenté memorizar lasensación.

No te queda otro remedio. Me habréido y ni siquiera recordaré cuánto meimportabas.

Yo era tozudo. No podía escuchareso. Lancé otra piedra; esta vez,impactó contra un árbol.

—Sólo estoy seguro de una cosa:nada va a cambiar lo que sentimos eluno por el otro.

—Ethan, es posible que yo nisiquiera sea capaz de sentir nada.

—Eso no me lo creo.

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Arrojé el resto de piedrecillassobre las hierbas del patio, máscrecidas de la cuenta. No supe dóndecayeron, pues no hicieron ruidoalguno, pero me mantuve mirando enesa dirección el mayor tiempo posiblemientras tragaba saliva para deshacerel nudo que tenía en la garganta.

Lena alargó una mano hacia mí,pero luego le entraron dudas y alfinal la retiró sin llegar a tocarme.

—No te enfades conmigo. Yo nopedí nada de esto.

—Tal vez —le solté conbrusquedad—, pero ¿y si mañana esnuestro último día juntos? Podríamos

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pasarlo juntos, pero, en vez de eso, tequedas aquí, comiéndote el tarrocomo si ya te hubieran Llamado.

Lena se levantó.—No lo entiendes.Cerró de un portazo al regresar al

interior, de vuelta a su casa, a su celdacarcelaria o lo que fuera.

Yo no había tenido novia antes,así que no estaba preparado paralidiar con todo aquello. De hecho,tampoco sabía muy a las claras cómollamarlo, y menos aún al tratarse deuna novia Caster. Me rendí. Melevanté y fui al coche, no se meocurrió nada mejor. Conduje hacia el

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instituto y llegué tarde, comosiempre.

Veinticuatro horas y seguía la cuentaatrás. Un sistema de bajas presionesse había instalado sobre Gatlin. Noera posible determinar si iba a nevar ogranizar, pero el cielo tenía muy malaspecto y podía suceder cualquiercosa.

Al mirar por la ventana en clasede historia vi pasar un cortejofúnebre, salvo que aún no habíatenido lugar ningún entierro. Setrataba del coche funerario deMacon, seguido de siete limusinas

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negras modelo Lincoln Town Car.Pasaron por delante del instituto alcruzar el pueblo de camino a lamansión Ravenwood.

Nadie prestaba atención al señorLee. Estaba dando la tabarra con lainminente recreación de la batalla deHoney Hill, una de las menosconocidas de la Guerra de Secesión,pero de la que más se enorgullecíanlos ciudadanos del condado.

—En 1864, Sherman, comandantede las fuerzas de la Unión, ordenó alas tropas del general de brigada JohnHatch cortar el ferrocarril que uníaCharleston y Savannah para que las

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fuerzas confederadas no pudieraninterponerse en su marcha hacia elmar, pero los unionistas se retrasarondebido a un «error de navegación».

Sonrió con orgullo mientrasescribía en la pizarra: ERROR DENAVEGACIÓN. Vale. Los de laUnión eran idiotas. Lo pillábamos.Ése era el quid de la batalla de HoneyHill y de la misma Guerra deSecesión, y eso nos lo habíanenseñado desde la guardería, pasandopor alto, eso sí, el hecho de que laUnión se había impuesto al final. EnGatlin, todas las conversacionesdefinían la derrota poco menos que

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como otra caballerosa concesión delsiempre caballeroso sur. El sur habíahecho lo más correcto y ético desdeuna perspectiva histórica o, al menos,eso sostenía el señor Lee.

Pero nadie miraba a la pizarra,todos observábamos a través de loscristales el cortejo fúnebre a su pasopor la calle, detrás del campo deatletismo.

Ahora que Macon había salidodel armario, por así decirlo, parecíadisfrutar lo suyo montando unnumerito, y para ser un tipo que sóloasomaba la nariz por la noche, se lasarreglaba muy bien para llamar la

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atención.Noté una patada en la espinilla.

Link se echó hacia delante para evitarque el profesor le viera.

—¿Quién irá en todos esoscoches?

—¿Tendría la bondad deexplicarnos qué sucedió acontinuación, señor Lincoln?Después de todo, su padre estará alfrente de la caballería mañana.

El señor Lee nos miraba con losbrazos cruzados.

Mi amigo fingió toser. El honorde encabezar la caballería durante larecreación había recaído en el padre

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de Link, intimidado por aquello;ocupaba ese lugar desde la muerte elaño anterior de Big Earl Eaton, puesel único modo de ascender en rangoen la recreación era por la muerte dealguien. Esto habría sido algo muyimportante para la familia deSavannah, pero Link no le concedíademasiada importancia a todo eso dela recreación histórica.

—Veamos, señor Lee. Espere, lotengo. Esto… ganamos la batalla yperdimos la guerra, o ¿fue al revés?Porque aquí a veces resulta difíciltenerlo claro.

El profesor ignoró el comentario

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de Link. Probablemente, él era deesos que durante todo el año hacíaondear la primera banderaconfederada delante de su casa,bueno, de su casa prefabricada.

—Para cuando Hatch y losunionistas llegaron a Honey Hill, elcoronel Colcock… —La clase sedesternilló de risa mientras Lee nosfulminaba con la mirada—. Sí, elcoronel se llamaba así, Colcock. Él, labrigada bajo su mando y la miliciadispusieron siete cañones de un lado aotro, formando una barrerainfranqueable.

¿Cuántas veces íbamos a tener

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que oír lo de los siete cañones? Locontaban poco menos como si fuerael milagro de la multiplicación de lospanes y los peces.

Link se dio la vuelta para mirarmey señaló la calle principal con unmovimiento de cabeza.

—¿Y bien?—Es la familia de Lena, creo. Se

supone que iban a venir para sucumpleaños.

—Ya. Algo de eso comentóRidley.

—¿Seguís juntos? —pregunté, nosin cierto temor.

—Sí, colega. ¿Sabes guardar un

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secreto?—¿No lo hago siempre?Link se levantó la manga de su

camiseta de los Ramones y me enseñóun tatuaje; parecía una versiónmanga de Ridley vestida como lasniñas de un colegio católico: confalditas y calcetines hasta las rodillas.

Yo albergaba la esperanza de quela fascinación de mi amigo por Ridleyhubiera disminuido un poco, pero enel fondo sabía que no era así. Linksólo podría pasar página con Ridley siésta era legal y cortaba con él, y esosi antes no le obligaba a tirarse decabeza por un acantilado. E incluso

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entonces tal vez no fuera capaz deolvidarla.

—Lo terminé durante lasvacaciones de Navidad. ¿A que molaun huevo? Me lo dibujó Ridley. Estachica es tremenda como artista.

Artista no sé, pero lo de tremendame lo creía. ¿Y qué le decía yo? ¿Tehas tatuado en el brazo una versiónen plan tebeo de una Caster Oscura,que, por cierto, te tiene sorbido elseso con algún conjuro de amor yencima es tu novia? Pues no, así querespondí:

—Tu madre va a flipar en colorescuando lo vea.

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—No va a verlo, lo tapa la mangay ahora tenemos una nueva regla deprivacidad en casa: debe llamar a lapuerta antes de entrar.

—¿Llamar antes de entrar desopetón y hacer lo que le venga engana?

—Sí, bueno, pero al menos llamaprimero.

—Por tu bien, eso espero.—En cualquier caso, Ridley y yo

tenemos una sorpresa para Lena, perono le digas a Rid que te lo hecontado, me mataría si se entera.Mañana vamos a darle una fiesta aLena en el terreno que hay al lado de

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Ravenwood.—Más vale que sea una broma.—No, es una sorpresa.De hecho, parecía entusiasmado,

como si la fiesta fuera a celebrarse,Lena asistiera o se le pasara por lacabeza a Macon dejarle ir.

—Pero ¿en qué estáis pensando?Eso va a sentarle fatal a Lena. Ella yRidley ni siquiera se hablan.

—Eso es cosa de Lena, tío.Debería olvidar las rencillas, sonfamilia.

El influjo de Ridley le habíaconvertido en un zombi, yo lo sabía,pero me seguía fastidiando mucho.

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—No sabes de lo que hablas.Mantente al margen, confía en mí.

Abrió una barrita de Slim Jim yle pegó un mordisco.

—Lo que tú digas, tío. Nosotrosvamos a intentar hacer algo chulo porLena. No es como si hubiera muchagente dispuesta a acudir a una fiestasuya.

—Razón de más para no hacerla.No va a acudir nadie.

Sonrió de oreja a oreja antes demeterse en la boca el resto del SlimJim.

—No faltará nadie. Acudirántodos. O, al menos, eso es lo que dice

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Ridley.¿Ridley? Entonces, por supuesto

que sí, todo el pueblo la seguiríacomo si fuera el flautista de Hamelínen cuanto ella se pusiera a tocar, peroLink parecía no ver cuál era lasituación.

—Mi banda, los Holy Rollers, vaa tocar por primera vez.

—¿Los qué…?—Mi nueva banda, ya sabes, la

que monté en el campamentocristiano.

No había querido saber nada delo que le había sucedido durante lasvacaciones. Me bastó con verle

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regresar de una pieza.Mientras escribía un enorme

número ocho, el señor Lee golpeabaviolentamente la pizarra con la tizapara darle énfasis a su frase:

—Al final, Hatch no logrósobrepasar a los confederados y seretiró con ochenta y nueve bajas yseiscientos veintinueve heridos. Losdel sur ganaron la batalla y tan sólohubo ocho muertos. Y ésa es la razón—continuó, dando golpecitos alnúmero escrito en tiza— por la quetodos vosotros vais a venir mañanaconmigo a la recreación histórica dela batalla de Honey Hill.

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Recreación. Historia viva. Eso eralo que la gente como el profesor Leellamaba representaciones de laGuerra de Secesión. Y se lo tomabanmuy a pecho. Todo, hasta el últimodetalle, se hacía exactamente igual,desde el uniforme y la municiónhasta la posición de los soldados en elcampo de batalla.

Link esbozó una ancha sonrisa,toda manchada por el Slim Jim.

—No se lo digas a Lena.Queremos darle una sorpresa… Nosgustaría que fuera nuestro regalo decumpleaños, el de los dos.

Me limité a mirarle mientras le

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daba vueltas, por un lado, al talantetaciturno de Lena y a ese mononaranja de presidiario, y por otro, a labanda de Link, que iba a ser unhorror, eso fijo, una fiesta con los delinstituto, Emily Asher, SavannahSnow, los Ángeles Guardianes,Ridley, todos en Ravenwood, y esosin mencionar la sucesión decañonazos procedentes de larecreación de la batalla. Y todo esocontemplado por Macon condesaprobación, y además estaba sumadre intentando matarla, y el perroese que permitía a Macon ver todocuanto hacíamos.

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Sonó el timbre.Sorpresa, sorpresa, pues no,

sorpresa no era la palabra adecuadapara describir cómo iba a reaccionar,y quien iba a contárselo era yo.

—No se olviden de firmar cuandolleguen a la recreación o se quedaránsin nota. Y recuerden: manténgansedetrás de las cuerdas, en la zona deseguridad. No les voy a poner unsobresaliente en la asignatura porllevarse un balazo —gritó el señorLee mientras desfilábamos por lapuerta.

Recibir una bala no me parecía lapeor de las alternativas posibles en

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ese preciso momento.

Las recreaciones de la Guerra deSecesión son un fenómeno de lo máspeculiar y la de la batalla de HoneyHill no suponía una excepción. Enrealidad, ¿quién podía estarinteresado en llevar unas ropas dealgodón sudadas con aspecto de serdisfraces de Halloween? ¿A quién leinteresaba andar por ahí con un fusildel año de la catapulta, tan inestableque se sabía de gente que se habíaamputado alguna extremidad aldispararlo? Por cierto, así es comohabía muerto Big Earl Eaton. ¿A

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quién podía preocuparle la recreaciónde batallas libradas en una guerra dehace ciento cincuenta años y queencima no había ganado el sur?¿Quién iba a hacer algo así?

En Gatlin, y en la mayoría de losestados del sur, la respuesta era: tumédico, tu abogado, tu predicador, eltipo del taller adonde llevabas elcoche, el repartidor de correo, y lomás probable era que también tupadre y todos tus tíos y sobrinos, tuprofesor de historia (sobre todo si tetocaba alguien como el señor Lee) ysin ningún género de dudas elpropietario de la armería del pueblo.

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Daba igual que cayeran chuzos depunta o brillara el sol, pero durante lasegunda semana DE FEBRERO nadieen el condado hablaba, pensaba o sequejaba de otra cosa que no fuera larecreación de la batalla de HoneyHill.

Honey Hill era nuestra batalla.No sé cómo lo decidieron, pero estoyconvencido de que guardaba relacióncon los siete cañones. La gente delpueblo se tiraba semanas y semanaspreparándolo todo para ese día.Ahora que se acercaba el momento,había que limpiar con vapor yplanchar los uniformes de soldado

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confederado, razón por la cual flotabaen el aire de todo Gatlin un olor aalgodón caliente. Limpiaban los riflesde avancarga, pulían los sables y lamitad de los hombres se pasaban laúltima semana fabricando municióncasera en la propiedad de BufordRadford, porque a su esposa no lemolestaba aquella pestilencia.

Las viudas estaban muy ocupadaslavando sábanas y congelandopasteles destinados a los turistas quevendrían a presenciar la recreacióndel combate. Las integrantes de lasHijas de la Revolución Americana sehabían pasado semanas preparando su

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versión de la representación: el Tourdel Patrimonio Histórico del Sur.Entretanto, sus hijas habían estadodos sábados enteros horneandobizcochos de mantequilla paraservirlos al final de cada recorrido.

Estas excursiones eranespecialmente divertidas, ya que lasHijas de la Revolución Americana,incluida la señora Lincoln, hacían deguía engalanadas con trajes de época.A base de tirones conseguían metersedentro de corsés y enaguas, lo cual lesconfería una cierta similitud consalchichas a punto de reventar porefecto del calor. Y no eran las únicas:

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sus hijas, incluyendo a Savannah yEmily, la futura generación de lasHijas de la Revolución Americana,debían ponerse esos vestidostrasnochados mientras se ocupabande los quehaceres de la casa. Parecíanpersonajes salidos de La casa de lapradera. El viaje siempre empezaba enla sede de la asociación, pues era elsegundo edificio más antiguo deGatlin. Me preguntaba si repararíana tiempo el tejado.

No podía evitarlo, me imaginabaa todas esas mujeres dando vueltaspor el edificio de la SociedadHistórica de Gatlin, enseñando los

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edredones llenos de estrellas, justoencima de los cientos de documentosy pergaminos Caster, allí guardados ala espera del siguiente día festivo.

Pero ellas no eran las únicas queparticipan en el acto. Era frecuentereferirse a la Guerra de Secesiónnorteamericana como «la primeraguerra moderna», pero bastaba unpaseo por Gatlin durante la semanaprevia a la recreación para comprobarque no había nada de moderno enella. Estaba en funcionamiento hastala última reliquia de aquellacontienda, desde las calesas hasta loscañones, y en el pueblo hasta un niño

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de parvulario era capaz de explicarque eran piezas de artillería montadassobre unos armazones viejos.

Las Hermanas llegaron a sacarincluso su enseña original de laConfederación y la clavaron en lapuerta de la entrada cuando yo menegué a colgarla en el porche. Casitodo valía para el espectáculo, peroahí me planté.

El día previo a la recreación habíaun gran desfile y los participantestenían ocasión de marchar por lascalles vestidos con sus uniformes depunta en blanco para que pudieranverlos los turistas, pues al día

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siguiente iban a estar tan cubiertos delodo y manchas de humo que nadiepodría valorar sus fulgurantesbotonaduras de bronce ni suschaquetas entalladas auténticas.

Después del desfile se celebrabauna gran fiesta con una barbacoa yhabía una especie de puesto parabesarse y un concurso de pasteles a laantigua usanza. Amma se pasaba díasy días cocinando, pues, dejando a unlado la feria del condado, éste era elconcurso más grande de pasteles en elque participaba y su oportunidadpara hacer morder el polvo a susrivales. Sus pasteles siempre eran los

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más vendidos, lo cual sacaba dequicio a la señora Lincoln y a laseñora Snow, razón por la cual sedaba semejante paliza en la cocina.Su principal motivación era destacarpor encima de todas las Hijas de laRevolución Americana y restregarlespor los morros que los suyos eranpasteles de segunda.

Por tanto, las cosas cambiabantodos los años cuando el calendariollegaba a la segunda semana DEFEBRERO, era como si nuestras vidascesaran y todos regresáramos a 1864, ala víspera de la batalla de HoneyHill. Este año no era una excepción,

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pero con una peculiaridad. Este mesDE FEBRERO, mientras llegaban alpueblo vehículos para transportarcaballos —todo respetable jineterecreacionista poseía su propio caballo— y camionetas arrastrando cañones,había en curso otros preparativos parauna batalla muy diferente.

Sólo que aquélla no empezaba enel segundo edificio más antiguo deGatlin, sino en el primero. Estabanlos cañones que todos conocíamos,pero también había otros. En ese otroenfrentamiento no tenían cabidaarmas de fuego ni caballos, pero esono le restaba ni un ápice a su

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naturaleza de guerra campal. Siendosinceros, era la única batalla real delpueblo.

En cuanto a las ocho bajassufridas en Honey Hill, no habíalugar a la comparación. A mí sólo mepreocupaba una, porque si la perdía aella, también yo estaría perdido.

Por eso olvidé la batalla de HoneyHill. Para mí, aquello se parecíamucho más al Día D.

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11 DE FEBRERO11 DE FEBRERODulces dieciséis

OO s lo digo a todos: ¡dejadme sola! ¡Nopodéis hacer nada!

La voz de Lena me despertó trasunas pocas horas de sueñointranquilo. Me enfundé los vaquerosy una camiseta gris sin detenerme apensar en ninguna otra cosa que nofuera esto: Día Uno. Ya no debíamosesperar la llegada del fin.

El fin estaba aquí.no con una explosión, sino con un

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gemido; no con una explosión, sino con ungemido; no con una explosión, sino con ungemido

Apenas había amanecido y Lenaya estaba perdiendo el control.

El libro. Maldita sea, lo habíaolvidado. Volví corriendo a micuarto, subiendo las escaleras de dosen dos y alargué la mano hacia labalda superior de mi armario, dondelo ocultaba, mientras me preparabapara achicharrarme en cuanto lotocara.

Sólo que no sucedió, y no sucedióporque el libro no estaba allí.

El Libro de las Lunas, nuestro libro,

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había desaparecido. Lo necesitábamoshoy más que ningún otro día, pero lavoz de Lena me martilleó las sienes.

así es como se acaba el mundo: no conuna explosión, sino con un gemido

Que Lena estuviera recitando a T.S. Eliot no era buena señal. Cogí lasllaves del Volvo y eché a correr.

El sol despuntó en el horizontemientras conducía por Dove Street.Greenbrier, el único terreno deGatlin deshabitado y accesible paratodo el mundo, por ser el quemarcaba la localización de la batallade Honey Hill, también empezaba acobrar vida. Las descargas de artillería

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se sucedían al otro lado de laventanilla, pero, y eso era lo máscurioso de todo, tenía tal barullomental que ni las oía.

Boo me estaba esperando y se pusoa ladrar en cuanto subí a la carrera losescalones del porche de Ravenwood,donde también estaba Larkin,enfundado en una chupa de cueroapoyado sobre una de las columnas.Jugueteaba con la serpiente: ésta seenroscaba y desenroscaba en torno asu brazo; primero estaba su brazo yluego la serpiente. Pasaba de una aotra con ese gesto distraído típico delrepartidor de cartas al barajar. Eso me

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pilló por sorpresa durante unosinstantes. Eso y la reacción de Boo.Pensándolo bien, no estaba seguro dea quién ladraba, si a Larkin o a mí. Elperro pertenecía a Macon, y nuestrarelación no pasaba precisamente porun buen momento.

—Hola, Larkin.Éste saludó con desinterés. Hacía

frío y el aliento se le escapo de suboca, como la bocanada de un pitilloimaginario. El vaho se estiró hastaformar un círculo y luego se convirtióen una culebra que se mordió la colay se fue devorando a sí misma hastadesaparecer.

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—Yo que tú no entraría ahí. Tuchica está un poquito… ¿Cómo lodiría yo? ¿Venenosa?

El ofidio se retorció en torno a sucuello antes de convertirse en elcuello de su cazadora.

La tía Del abrió la puerta confuerza.

—¡Por fin! Te hemos estadoesperando. Lena está en su habitacióny no deja entrar a nadie.

La miré. Iba desastrada: labufanda le caía sobre un hombro,llevaba torcidas las gafas, e incluso lecolgaban cabellos sueltos que se lehabían soltado de su característico

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moño gris. Me incliné para abrazarla.Olía como uno de esos armariosantiguos de las Hermanas, llenos desobrecitos de lavanda y ropa blancaque había pasado de una generación aotra. Reece y Ryan permanecíandetrás de ella con un aire de familiaafligida a la espera de malas noticiasen el vestíbulo triste de un hospital.

La mansión volvía a estar más ensintonía con el humor de Lena quecon el de su tío. O tal vez estaban losdos del mismo talante. Era imposiblesaberlo, pues no se veía a MaconRavenwood por ninguna parte.

Resultaba posible imaginar la

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tonalidad de la ira mirando el color delas paredes; lo que colgaba de lasarañas del techo era rabia, eso ocualquier otro sentimiento denso yprofundo; el resquemor estaba en laurdimbre de las gruesas alfombras delos suelos; el odio parpadeaba pordebajo de cada pestañeo de las luces.Cubría el suelo una sombra, unanegrura especial que se habíadeslizado paredes arriba y ahoramismo caía sobre mis Converse hastael punto de que no podía ni vérmelas.Era una oscuridad absoluta.

No estaba seguro de poderdescribir la estancia. Su aspecto me

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tenía demasiado desconcertado, hastatenía cierta clase. Probé a pisar unescalón de la escalera que conducíahasta la habitación de Lena. Habíasubido esos escalones un centenar deveces, no era como si no supieraadónde iban, pero aun así, hoyparecían diferentes. La tía Del miró aReece y a Ryan, que iban detrás demí, como si yo abriera la marcha endirección a un frente de batalladesconocido.

Toda la casa tembló hasta loscimientos cuando puse el pie en elsegundo peldaño. Las miles de velasde la antigua araña oscilaron por

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encima de mi cabeza y me cayó cerasobre la cara. Fruncí el ceño y me laquité. Las escaleras se curvaron bajomis pies sin previo aviso y dieron untirón que me lanzó de espaldas y mehizo caer de culo contra el suelo,sobre cuya superficie pulida resbaléhasta acabar casi en el vestíbulo de laentrada. Reece y la tía Del sequitaron de en medio enseguida, perome choqué con la pobre Ryan, que secayó como si fuera unos bolos en unabolera.

Me incorporé y grité para que mivoz se oyera en el piso de arriba.

—Lena Duchannes, yo mismo

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informaré al comité de disciplina sivuelven a atacarme estas escaleras. —Pisé el primer escalón, y luego elsegundo. No sucedió nada—. Llamaréal señor Hollingsworth y testificaré,diré que eres una loca peligrosa. —Entretanto, subí las escaleras de dosen dos todo el tramo hasta llegar alprimer piso—. Porque lo serás si mehaces daño, ¿lo oyes?

Entonces percibí cómo su voz fuedesenroscándose en mi mente.

No lo comprendes.Tienes miedo, lo sé, pero enfrentarte

a todo el mundo no va a mejorar nada.Vete.

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No.Lo digo en serio, Ethan. No quiero

que te pase algo.No puedo.Estaba ya ante la puerta de su

cuarto. Apoyé la mejilla contra elfrío revestimiento de madera. Queríaestar con ella, estar todo lo cerca quefuera posible sin sufrir un ataque alcorazón. Y si esto era toda laproximidad que me permitía, porahora me bastaba.

¿Estás ahí, Ethan?Estoy aquí.Estoy asustada.Lo sé, L.

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No quiero que te pase nada.No me pasará nada.¿Y si te pasa?Voy a esperarte.¿Incluso si me vuelvo Oscura?Incluso si te vuelves muy, muy

Oscura.Abrió la puerta y me arrastró al

interior. Tenía la música puesta atodo el volumen que se podía.Conocía la canción. Era una versióncargada de rabia, casi un tema deheavy-metal, pero daba igual: lareconocí en el acto.

Dieciséis años, dieciséis

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lunas.Dieciséis de tus miedos

más íntimos.Dieciséis veces soñaste con

mis lágrimascayendo, cayendo a lo largo

de los años…

Parecía como si hubiera estadollorando toda la noche, yprobablemente así era. Cuando leacaricié la cara, vi que la tenía llenade churretes por culpa de laslágrimas. La estreché entre mis brazosy nos balanceamos mientrascontinuaba sonando la canción.

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Dieciséis lunas, dieciséisaños

con el sonido del trueno entus oídos.

Dieciséis millas hasta elreencuentro con ella.

Dieciséis que buscan lo quedieciséis temen.

Por encima de su hombro pudecontemplar la habitación; estabamanga por hombro y destrozada, tal ycomo la dejaría un ladrón al asaltarun piso. Las paredes se habíanagrietado y se había desprendido lapintura, el tocador estaba volcado y

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las ventanas estaban hechas pedazos.Sin los cristales, los paneles de lasventanas tenían toda la pinta de serlos barrotes de una mazmorra en uncastillo antiguo, y la prisionera seaferraba a mí conforme nos envolvíala melodía.

Aun así, la música no cesaba.

Dieciséis lunas, dieciséisaños.

Dieciséis son mis temoressoñados

dieciséis que van aVincular las esferas,

dieciséis gritos que sólo uno

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oye.

La última vez que había estadoallí el techo estaba casicompletamente cubierto por palabrasreveladoras de los pensamientos másíntimos de Lena, pero ahora hasta elúltimo rincón de la estancia estabacubierto por su inconfundible letranegra. En los bordes del techo podíaleerse: La soledad consiste en abrazar aquien amas sabiendo que podrías novolver a hacerlo nunca más. Y en lasparedes: Incluso perdido en la oscuridad/mí corazón te encontrará. En la jambade la puerta: El alma muere a manos de

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su portador. En los espejos: Sí supierade un lugar a donde huir / un esconditeseguro, allí estaría hoy. Incluso eltocador mostraba frases: La mássombría luz del día me encuentra aquí,quienes esperan jamás dejan de observar,y otra parecía decir: ¿Cómo escapar deuno mismo? Podía leer la historia deLena en esas palabras, la oía en lamúsica.

Dieciséis lunas, dieciséisaños,

la hora de la Luna de laLlamada se acerca

en estas páginas, la

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Oscuridad se aclaray el Poder Vincula, lo que

el fuego marca.

El punteo de la guitarra aminorósu intensidad y escuché una nuevaestrofa, el final de la canción. Por finalgo tenía un final. Intenté quitarmede la cabeza los sueños sobre tierra yfuego y agua y viento mientras la oía.

Luna dieciséis, añodieciséis.

Al fin ha llegado el día quetemías.

Llamar o ser Llamada,

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derramando sangre ylágrimas,

Sol o Luna… ser adorada odestruida.

La guitarra dejó de sonar y los dospermanecimos en silencio.

—¿Qué crees tú…?Lena me tapó la boca con la

mano. No soportaba que se hablaradel tema. Ella estaba más sensibleque nunca. Soplaba una fría brisaque la azotaba al pasar, la envolvía, yluego salía como un huracán por lapuerta abierta a mis espaldas. Nosabía si sus mejillas estaban coloradas

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a causa del frío o del llanto, ytampoco lo pregunté. Caímos aplomo sobre su cama y nosacurrucamos hasta que resultó difícildeterminar de quién era cadaextremidad. No nos besamos, perofue como si lo hiciéramos. Estábamosmás cerca de lo que yo nunca habíaimaginado que podían estar dospersonas.

Supongo que así era como sesentía uno cuando amaba a alguien,cuando lo amaba y le había perdido,incluso aunque todavía le estrecharaentre los brazos.

Lena tiritaba. Notaba todas sus

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costillas y hasta el último de sushuesos y parecía que su cuerpo semovía por propia voluntad. Liberé elbrazo que había pasado por debajo desu cuello y lo giré hasta poder agarrarel edredón a cuadros que estabahecho un rebujo a los pies de la camay tiré de él para taparnos. Seacurrucó contra mi pecho y cuandolo puse por encima de nuestrascabezas, nos quedamos a oscuras losdos en aquella minúscula gruta, losdos solos.

Nuestras respiraciones acabaronpor calentar la cueva. Besé sus fríoslabios. La corriente existente entre

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nosotros se intensificó y se acurrucóen busca del hueco de mi cuello.

¿Crees que podríamos quedarnos asípara siempre, Ethan?

Podemos hacer lo que se nos antoje.Es tu cumpleaños.

Se puso en tensión.No me lo recuerdes.Pero te he traído un regalo.Alzó la colcha lo justo para que

por una rendija entrara la luz.—¿Por qué? Te dije que no…—¿Desde cuándo escucho algo de

lo que me dices? Además, Linkasegura que si una chica te dice queno le regales nada para su

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cumpleaños, eso significa «tráeme unregalo y asegúrate de que sea unajoya».

—Eso no es aplicable a todas laschicas.

—Vale. Olvídalo.Dejó caer el edredón y se

acurrucó otra vez en mis brazos.¿Es eso?¿El qué?Una joya.Pero ¿no hemos quedado en que no

querías ningún regalo?Es sólo curiosidad.Sonreí para mis adentros y retiré

el edredón. Un chorro de aire frío nos

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cayó encima. Me apresuré a sacaruna cajita del bolsillo de los vaqueros,y volví a subir la colcha. Sólo alcé unpico para que pudiera verla.

—Baja eso, hace un frío que pela.Dejé caer el edredón y nos

sumimos de nuevo en la oscuridad. Lacaja comenzó a refulgir con un brilloverde y eso me permitió ver losdelicados dedos de Lena mientrasretiraba la cinta plateada. El brillocálido y radiante se extendió hastailuminar tenuemente su rostro.

—Anda, este poder es nuevo.Sonreí, alumbrado por la luz

esmeralda.

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—Lo sé. Me ocurre desde que medesperté esta mañana. Sucedecualquier cosa que pienso, así, sinmás.

—No está mal.Miró la cajita con melancolía,

como si estuviera demorando todo loposible el momento de abrirla. Caí enla cuenta entonces queprobablemente ése era el único regaloque iba a recibir en el día de hoy,dejando a un lado la fiesta sorpresa.Iba a decírselo casi en el últimominuto.

¿Fiesta sorpresa?¡Huy!

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Más valdrá que sea una broma.Cuéntaselo a Ridley y a Link.¿Ah, sí? Pues la sorpresa es que no va

a haber fiesta.Limítate a abrir la caja.Me miró fijamente y después la

abrió, y la luz fluyó a raudales, auncuando eso no guardaba relaciónalguna con el regalo. Se le suavizó elsemblante y supe que me habíalibrado del problemón de hablarle dela fiesta gracias a esa relación especialque hay entre las chicas y las joyas.¿Quién sabe? Link iba a tener razóndespués de todo.

Sostuvo en alto un collar

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centelleante y delicado con un anilloengarzado en la cadena. El anilloestaba trenzado, haciendo unaespiral, con oro rosa, amarillo yblanco.

¡Ethan! Me encanta.Lena me besó unas cien veces,

pero yo empecé a hablar inclusomientras me besaba, pues sentía quedebía decírselo antes de que se lopusiera y pasara algo.

—Era de mi madre. Lo cogí de suviejo joyero.

—¿Estás seguro?Asentí. No podía pretender que

valía poco. Lena sabía lo que yo

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sentía por mi madre. Era algo valiosoy me aliviaba saber que amboscontábamos con ello.

—No es nada raro ni tampoco undiamante o algo por el estilo, perotiene un gran valor para mí. Creo quea ella le habría gustado que te lodiera porque, bueno, ya sabes…

¿… porque qué?Eh.—No querrás que te lo deletree,

¿verdad? —pregunté con voz rara ytemblorosa.

—No quiero fastidiarte, pero laortografía no es lo tuyo.

Me estaba escaqueando, y Lena

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lo sabía, y al final me obligaría adecirlo. Yo prefería nuestracomunicación sin palabras. Facilitabaun montón las conversaciones, las deverdad, a alguien como yo. Le apartéel pelo de la nuca y le abroché elcierre. Ahora estaba en su cuello,centelleando bajo la luz, justo porencima del colgante que nunca sequitaba.

—Porque eres especial para mí.¿Cómo de especial?Creo que llevas la respuesta colgada

del cuello.Llevo muchas cosas colgadas del

cuello.

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Le acaricié el collar de amuletos.Parecía una baratija, y en buenamedida lo era, pero era la bisuteríamás importante del mundo: unpenique achatado con un agujero quele había devuelto una de las máquinasen la zona de comida rápida del cinedonde tuvimos nuestra primera cita;un trozo de hilo del suéter rojo quelucía cuando aparcamos en eldepósito de agua, lo cual se habíaconvertido en una broma entre losdos; el botón de plata que le habíaregalado para que le diera suertedurante la sesión del comité dedisciplina y la estrellita con el clip

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que había sido de mi madre.Entonces, ya deberías saber cuál es la

respuesta.Se acercó para besarme otra vez, y

fue un beso de verdad, de esos que enrealidad ni siquiera pueden llamarseasí, de los que incluyen brazos ypiernas y cuello y pelo, de ésos en losque el edredón se desliza por el sueloy, en este caso, los cristales de lasventanas se recomponían solos, lacómoda se enderezaba por su cuenta,las ropas volvían a los colgadores y elfrío polar de la estancia desaparecía yacababa por ser cálido: un fuegochisporroteaba en el pequeño hogar

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de su dormitorio, pero eso no era nadacomparado con el calor que me corríapor el cuerpo. Se me aceleró elcorazón y noté una descarga deelectricidad más potente de lo queestaba acostumbrado a experimentar.

Me eché hacia atrás, sin resuello.—¿Dónde está Ryan cuando se la

necesita? Vamos a tener queaveriguar qué podemos hacer contodo esto.

—No te preocupes, está abajo.Me empujó y el fuego del hogar

chisporroteó con más fuerza,amenazando con desbordar el tiro dela chimenea con el humo y las llamas.

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Una joya, os lo digo yo. Menudacosa. Eso, y amor.

Y puede que también el peligro.—¡Ya vamos, tío Macon! —Lena

se volvió hacia mí y suspiró—.Supongo que no podemos posponerlomás. Hemos de bajar y ver a mifamilia.

Miró hacia la puerta y el pestillose abrió solo. Hice una muecamientras le acariciaba la espalda.Aquello se había acabado.

El día se había encapotadocuando el cuarto de Lena volvió a serun lugar habitable. Yo había pensadoque bajaríamos a escondidas para

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hacerle una visita a Cocina a la horade comer, pero Lena se limitó a cerrarlos ojos y un carrito entró por lapuerta y se plantó en medio de laestancia. Supuse que incluso Cocinasentía lástima por ella en el día dehoy. Era eso o que Cocina podíaresistirse a los recién obtenidospoderes de Lena tan poquito como yomismo. Me comí mi peso en tortitascon chocolate bañadas en sirope yempapadas en batido también dechocolate. Lena se comió unsandwich y una manzana. Entonces,todo se desvaneció y volvimos a losbesos.

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Ésa podía ser la última vez queestuviéramos en su cuarto de aquelmodo, y me dio la impresión de queambos lo sabíamos. Era como si nopudiéramos hacer nada más. Lasituación era la que era, y si hoy eracuanto teníamos, al menos íbamos aaprovecharlo.

En realidad, estaba tanatemorizado como entusiasmado, yaunque ni siquiera era la hora de lacena, ya era el mejor y el peor día demi vida.

Cogí a Lena de la mano y laconduje escaleras abajo. Su pielseguía siendo cálida, y supe que

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estaba de mejor humor. Los amuletosdel collar centelleaban en torno a sucuello y las velas de la araña emitíandestellos de plata y oro mientraspasábamos por debajo de ellas albajar los peldaños.

No estaba acostumbrado a ver lamansión con un aire tan jovial y tanlleno de luz, lo cual dio la impresiónpor un segundo de ser un cumpleañosde verdad, donde los participanteseran felices y asistían al festejo condespreocupación. Durante unsegundo.

Entonces vi a Macon y a la tíaDel, ambos con velas en las manos. A

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sus espaldas, la mansión estabacubierta por un velo de penumbra ysombras. Había otras figuras oscurasmoviéndose tras ellos, y aún peor,Macon y Del iban ataviados conlargas ropas negras, como acólitos deuna extraña orden de sacerdotesdruidas o sacerdotisas. La cosa era queaquello tenía poca pinta de fiesta decumpleaños y daba tanto repelúscomo un funeral.

Feliz decimosexto cumpleaños. No meextraña que no quisieras salir de tucuarto.

Ahora entiendes a qué me refería,¿no?

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Al llegar al último escalón, Lenase detuvo y se dio media vuelta paramirarme. Parecía fuera de lugar consus vaqueros gastados y mi sudaderacon capucha del Instituto Jackson,que le venía grande. Yo dudaba queLena se hubiera vestido así ni unasola vez en toda su vida, pero tuve lasospecha de que pretendía conservaruna parte de mí el mayor tiempoposible.

No tengas miedo. Sólo es el Vínculopara mantenerme a salvo hasta la salidade la luna. La Llamada no tendrá lugarhasta que la luna esté en lo alto.

No estoy asustado, L.

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Lo sé. Hablaba para mí misma.

Tras soltarse de mi mano dio unúltimo paso y bajó al rellano de laescalera. Se transformó en cuanto supie tocó el pulido suelo negro. Lasholgadas ropas del Vínculo ocultaronlas curvas de su cuerpo y el negro desu pelo se fundió con el de losatuendos hasta formar una sombraque le cubría de los pies a la cabeza, aexcepción del rostro, pálido yluminiscente como la mismísimaluna.

Se llevó la mano al cuello, cerca

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de donde aún colgaba el anillo de mimadre. Yo confiaba en que eso leayudara a recordar que yo estaba allícon ella, igual que yo confiaba enque mi madre intentaba ayudarnostodo el tiempo.

¿Qué van a hacerte? Esto no seráninguno de esos ritos paganos con sexo,¿verdad?

Lena rompió a reír a mandíbulabatiente. La tía Del la miró derefilón, horrorizada. Reece se alisó latoga con la mano de forma remilgaday aires de superioridad mientras Ryanempezó a reírse tontamente.

—Compórtate —siseó Macon.

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Larkin esbozó una sonrisaburlona. De algún modo, el tío se lasapañaba para tener el mismo aspectocool con el ropón negro que con lacazadora de cuero. Lena reprimió lasrisotadas entre los pliegues de sutúnica.

Cuando se movieron las velas,logré distinguir los rostros máscercanos: Macon, Lena, Larkin,Reece, Ryan y Barclay. Había otrossemblantes menos familiares, comoArelia, la madre de Macon, y otroarrugado y bronceado, pero inclusodesde mi posición, bueno, desdedonde pretendía quedarme, descubrí

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que se parecía lo bastante a su nietacomo para adivinar su identidad alprimer golpe de vista.

Lena y yo la vimos al mismotiempo.

—¡Yaya!—Feliz cumpleaños, corazón.El círculo se rompió por unos

breves instantes mientras Lena corríapara echarse en brazos de la mujer decabellos blancos.

—Pensé que no vendrías.—¡Cómo no iba a venir! Quería

darte una sorpresa. El vuelo desdeBarbados es muy rápido. Llegué aquíen un abrir y cerrar de ojos.

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Lo dice en un sentido literal, ¿a quesí? ¿Qué es? ¿Otra Viajera? ¿Un íncubocomo Macon?

Es una pasajera habitual de UnitedAirlines, Ethan.

Experimentó un breve momentode alivio, lo percibí a pesar de que yome sentía cada vez más fuera delugar. Vale que mi padre estuvieracomo un cencerro, que mi madrehubiera muerto, o algo por el estilo, yque me hubiera criado una mujerbastante familiarizada con el vudú.Podía asumir todo eso, pero ahíplantado yo solo, rodeado por Castersreales en activo, con sus cirios y sus

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ropajes, tenía la impresión de quepara lidiar con eso necesitaba sabermuchísimo más sobre ellos, más de loque Amma me había contado, ydebía enterarme antes de queempezaran con sus latinajos y susconjuros.

Demasiado tarde: Macon avanzóun paso dentro del círculo y alzó lavela.

—Cur Luna hac Vinctumconvenimus?

La tía Del se adelantó un pasojunto a él. La luz de su vela fluctuócuando la alzó y tradujo:

—¿Por qué nos reunimos en esta

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luna y realizamos el Vínculo?—Sextusdecima Luna, Sextusdecimo

Anno, Illa Capietur —canturreó elcírculo a modo de respuesta,manteniendo en alto las velas.

—En la decimosexta luna, eldecimosexto año, ella será Llamada—contestó Lena. La llamarada de sucirio subió hasta dar la impresión deque iba a quemarle el rostro.

Lena permanecía en el centro delcírculo, con la cabeza muy alta. Laluz de las velas procedía de todas lasdirecciones e iluminaba su rostro.Una llama verde empezó a arder ensu propia vela.

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¿De qué va todo esto, L?No te preocupes. Forma parte del

Vínculo.Si eso sólo era el Vínculo, tuve la

convicción absoluta de no estarpreparado para la Llamada.

Macon entonó un cántico que yorecordaba de Halloween. ¿Cómo lohabían llamado?

Sanguis sanguinis mei,tutela tua est.

Sanguis sanguinis mei,tutela tua est.

Sanguis sanguinis mei,tutela tua est.

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Sangre de mi sangre, tuyaes la protección.

Lena se puso blanca como elp a p e l . Sanguinis. Un Círculo deSangre, eso era. Sostuvo la vela ycerró los ojos. La llama verde estalló yse transformó en una enormellamarada de color rojo anaranjadoque saltó de una vela a otra hastaprender todas las del círculo.

—¡Lena! —grité para hacerme oírpor encima de la explosión, pero nocontestó.

La lengua de fuego subió tan altoen la oscuridad que me di cuenta de

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que la mansión Ravenwood no teníatechos ni tejado aquella noche. Mepuse la mano en los ojos cuando elfuego se intensificó para que no medeslumbrara. No podía pensar en otracosa que no fuera Halloween. ¿Y si serepetía todo? Me estrujé lasmeninges para recordar qué habíanhecho aquella noche para repeler aSarafine. ¿Qué habían cantado?¿Cómo lo había llamado la madre deMacon?

El Sanguinis, pero no me acordabade las palabras, no tenía ni idea delatín. Por una vez deseé habermeunido a los empollones de clásicas.

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Alguien aporreó la puerta; al cabode unos instantes se apagaron lasllamas y desaparecieron las túnicas, elfuego, las velas, la oscuridad y la luz.Todo se volatilizó, absolutamentetodo. Y en un pispas se convirtieronen una familia corriente y molientesituada alrededor de una tarta decumpleaños. Y cantaban.

¿Qué demonios…?—¡… cumpleeeeaños feliiiz!Las últimas notas de la canción

retumbaron mientras proseguía elaporreo. En medio del salón aparecióuna mesa con manteles blancos, conun juego de té y un enorme pastel de

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cumpleaños de tres pisos, de colorrosa, blanco y dorado. Lena volvía atener el aspecto de cualquier chica dedieciséis años ahora que llevaba losvaqueros y mi sudadera con elnombre del Instituto Jackson. Apagólas velas de un soplido y manoteópara apartar el humo de sus ojosdonde hacía unos instantes había unagran llama. Su familia estalló enaplausos.

—¡Ésa es nuestra chica!La abuela dejó las agujas de hacer

punto y se puso a cortar el pastelmientras la tía Del se ocupaba deservir el té. Reece y Ryan trajeron un

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montón de regalos. Macon se sentóen su sillón de orejas Victoriano yprocedió a servir dos vasos de whisky,uno para él y otro para Barclay.

¿Qué pasa, L? ¿Qué acaba desuceder?

Hay alguien en la puerta. Sólo estánteniendo cuidado.

No sé si voy a ser capaz de seguirleel juego a tu familia.

Toma un poco de pastel. Se suponeque esto es una fiesta de cumpleaños, ¿teacuerdas?

El golpeteo en la puertaprosiguió. Larkin levantó la vista desu tarta con bizcocho de chocolate.

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—¿Es que nadie va a ir a abrir lapuerta?

Ravenwood alisó un pliegue de suchaqueta de cachemira y miró aLarkin con aplomo.

—Ve sin falta a ver quién es,Larkin.

Macon miró a su sobrina y negócon la cabeza. Aquel día, no era laencargada de abrir la puerta. Lenaasintió y se inclinó para hablar con suabuela. Sostuvo el plato con el trozode tarta y sonrió como la nietaadorable que en verdad era. Lena diounas palmaditas en el cojín del sofá.Genial. Había llegado el momento de

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que me presentaran a la abuela.En esos instantes me llegó a los

oídos una voz familiar y supe queprefería enfrentarme a esa ancianaantes que lidiar con quienesesperaban fuera, detrás de la puerta,porque allí estaban Ridley y Link,Savannah y Emily, Edén y Charlotte,y el resto de su club de fans, ytambién el equipo de baloncesto delinstituto. Ninguno de ellos llevaba suuniforme de diario: la camiseta de losÁngeles Guardianes. Entendí la razóncuando advertí las manchas de barroen sus mejillas. Venían de larecreación de la batalla. Entonces caí

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en la cuenta de que Lena y yo nos lahabíamos perdido y de que nos iban acatear en historia. A esas horas, yasólo quedaba la campaña vespertina ylos juegos artificiales. Menuda guasa,cualquier otro día un suspenso noshabría parecido algo gordo.

—¡Sorpresa!La palabra sorpresa se quedaba

muy corta para describir todoaquello. Una vez más, yo habíapermitido que el caos y el peligro seabrieran paso hasta el interior de lamansión. La abuela saludaba con lamano a cuantos se apiñaban en elvestíbulo de la entrada y Macon

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bebía su whisky a sorbos, tanimperturbable como siempre, y sólote dabas cuenta de que estaba en untris de perder los nervios si leconocías.

De hecho, ahora que lo pensaba,¿por qué les había dejado entrarLarkin?

Esto no puede estar sucediendo.La fiesta sorpresa… ¡Me había

olvidado por completo!Emily se abrió paso a empujones

hasta ponerse al frente del grupo.—¿Dónde está la cumpleañera?Y extendió los brazos en cruz

como si albergara la intención de

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darle un gran abrazo a Lena. Éstaretrocedió, pero Emily no era de lasque desistían con facilidad y le pasóel brazo por la cintura, rodeándolacomo si fueran viejas amigas que nose veían desde hacía tiempo.

—Nos hemos tirado toda lasemana planeando la fiesta. Hemostraído música en directo y Charlotteha alquilado un equipo deiluminación al aire libre para quetodo el mundo pueda verlo, ya sabeslo oscuros que son los terrenos deRavenwood. —Emily fue bajando elvolumen de la voz como si estuvieradiscutiendo la venta de mercancías de

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contrabando en el mercado negro—.Y tenemos licor de melocotón.

—Tienes que verlo —aseguróCharlotte arrastrando las palabras. Laverdad es que prácticamente jadeabaentre una y otra, probablemente porculpa de aquellos jeans tan apretados—. Hay un cañón láser. Es unamacrofiesta rave en Ravenwood, ¿aque es guay? Se parece a una de esasfiestas universitarias de Summerville.

¿Una fiesta rave? Ridley habíahecho uso de todos los recursos a sualcance para montar aquello. ¿Emilyy Savannah dando una fiesta a Lena yhaciéndole la pelota como si fuera la

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Reina de los Hielos? Eso debía de sermás duro que tener que tirarse las trespor un barranco.

—Ahora, subamos a tu cuartopara prepararte, cumpleañera —dijoCharlotte, con su jovialidad deanimadora más acentuada de lonormal en ella, que ya de por sí solíaser algo exagerada.

Lena se puso verde. ¿Su cuarto?Probablemente, la mitad de laspintadas de las paredes estabandedicadas a ellas.

—Pero ¿qué dices, Charlotte? Estáguapísima. ¿No te parece, Savannah?—terció Emily al tiempo que

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propinaba un codazo dedesaprobación a Charlotte, como si lequisiera indicar que debía dejar elpastel y molestarse en mirarsemejante belleza.

—¿Bromeas? Moriría por estepelo —replicó Savannah,jugueteando con un mechón de lamelena de Lena entre los dedos—. Estan… increíblemente… negro.

—El año pasado yo tenía el pelonegro, al menos las puntas —protestóEdén. El curso anterior, en uno de sustorpes intentos por llamar laatención, se había teñido la capainferior del pelo de color negro y se

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había dejado rubia la parte superior.Savannah y Emily se habíanensañado con ella sin misericordiahasta que al día siguiente volvióteñida por completo.

—Pero tú parecías una mofeta —repuso Savannah, aunque luegosonrió aprobadoramente a Lena—.Sin embargo, tú tienes aspecto deitaliana.

—Vamos, todo el mundo te estáesperando —le instó Emily al tiempoque la cogía del brazo.

Lena se las quitó de encima.Esto ha de tener algún tipo de truco.Y lo tiene, sin duda, pero no creo que

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sea de la clase que tú imaginas.Probablemente, guarda más relación conuna Siren y una piruleta.

Ridley. Debería haberlo sabido.Lena miró a la tía Del y a Macon.

Estaban horrorizados, como si todoslos latines del mundo no les hubieranpreparado para esto. La abuela sonrió,poco familiarizada con este tipo deángeles en particular.

—¿A qué viene tanta prisa? ¿Osgustaría quedaros a tomar una taza deté, niños?

—Hola, ¿qué hay, abuela? —saludó Ridley a grito pelado desdemás allá de la entrada, pues se había

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quedado rezagada en el porche,dándole lametones a la piruleta rojacon una intensidad tal que me llevó apensar que si ella se paraba, todoaquel montaje se desmoronaría comoun castillo de naipes.

Esta vez, cuando franqueó laentrada, no me tenía en mente. Sequedó a medio dedo de Larkin. A éstepareció hacerle gracia, peropermaneció delante de ella. Ridleyestaba a punto de hacer estallar elapretado chaleco de encaje, a mediocamino entre un top de lencería y lasprendas habituales de las modelos dela revista Hot Rod, y la minifalda

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vaquera de talle bajo.Ridley se reclinó contra el marco

de la puerta.—¡Sorpresa, sorpresa!La abuela dejó la taza de té sobre

la mesa y cogió sus agujas de punto.—Ridley, ¡cuánto me alegro de

verte, cielo! Tu nuevo aspecto es de lomás apropiado. Estoy segura de quecon él tendrás un buen número depretendientes. —La anciana le dedicóuna sonrisa inocente, pero no habíacariño ninguno en sus ojos.

Ridley hizo un mohín, pero nodejó de chupar la piruleta. Me dirigíhacia ella.

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—¿Cuántos lengüetazos hasnecesitado, Rid?

—¿Para qué, Perdedor?—Para conseguir que Savannah

Snow y Emily Asher le organicenuna fiesta a Lena.

—Más de los que te imaginas,señor novio.

Me sacó la lengua, lo cual mepermitió apreciar que la tenía a rayasrojas y púrpuras, una imagen algorepulsiva.

Larkin suspiró y me miró al pasar.—Ahí fuera, en el prado, debe de

haber un centenar de críos. Hanmontado un escenario con altavoces,

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y hay aparcados coches a lo largo detodo el camino.

—¿De verdad? —Lena miró através de la ventana—. Pues sí, hayun escenario en medio de losmagnolios.

—¿De mis magnolios? —saltóMacon, poniéndose en pie.

Todo aquello era una farsa, yosabía que Ridley había montadoaquel tinglado dándole insinuanteslengüetazos a la piruleta, y Lenatambién, pero, aun así, pude leerlo ensus ojos: una parte de ella deseabasalir fuera.

Una fiesta sorpresa a la cual

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asistía todo el mundo debía figurartambién en la lista de cosas quesupuestamente hacen todas las chicasnormales en el instituto. Era capaz desobrellevar lo de ser una Caster, peroestaba harta de ser una marginada.

Larkin miró a Macon.—No vas a conseguir que se

vayan. Acabemos con esto de unavez. Estaré con ella todo el rato, yo oEthan.

Link se abrió camino aempellones hasta situarse delante delgentío.

—Tío, vamos, es el debut ante elinstituto de mi banda, los Holy

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Rollers. Va a ser la leche.Jamás en la vida le había visto tan

feliz. Eché un vistazo a Ridley. Ellase encogió de hombros y chupeteó lapiruleta.

—No vamos a ir a ninguna parte,esta noche no.

No podía creer que Link estuvieraallí. A su madre iba a darle un infartosi se enteraba.

Larkin miró a Macon, que estabairritado, y a la aterrada tía Del. Éstaera la noche en que menos deseabanperder de vista a Lena.

—No. —Macon ni siquiera sedetuvo a considerarlo.

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Larkin lo intentó de nuevo.—Cinco minutos.—Rotundamente no.—¿Cuándo van a volver a darle

una fiesta un montón de compañerosdel instituto?

—Por suerte, nunca —replicó deinmediato Ravenwood.

Lena puso mala cara. Yo teníarazón. Deseaba formar parte de todoaquello, aunque no fuera real. Eracomo el baile o el partido debaloncesto. Ése era el principalmotivo por el cual se molestaba en iral instituto, sin importarle lohorrorosamente mal que la trataran.

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Por eso aparecía por clase un día trasotro, aunque tuviera que comer en lasgradas o sentarse en el Lado del OjoBueno. Fuera o no una Caster, teníadieciséis años, y por una noche esoera todo lo que quería ser.

Sólo había una persona mástozuda que Macon Ravenwood: susobrina, y si yo conocía bien a Lena,su tío no tenía ninguna oportunidadde salirse con la suya. Esta noche no.

Se acercó a Macon y le cogió delbrazo.

—Sé que suena a locura, tío M,pero ¿puedo ir a la fiesta? Sólo unratito, sólo para oír al grupo de Link.

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Permanecí a la espera de que se lerizara el pelo y soplase la delatorabrisa mágica, pero no fue así. No erasu magia de Caster lo que estabadesplegando. Era algo de naturalezamuy diferente. Bajo la vigilancia deMacon, no podía valerse de suspoderes para marcharse, así que habíapuesto en acción una magia másantigua y poderosa, la que mejorhabía funcionado con su tío desdeque se había mudado a Ravenwood.Puro y simple amor.

—¿Por qué quieres ir con toda esagente después de todo lo que te hanhecho pasar? —Percibí cómo Macon

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se ablandaba conforme hablaba.—Nada ha cambiado. No quiero

ir con esas chicas, pero quiero ir a lafiesta.

—Eso no tiene ningún sentido —replicó, frustrado.

—Lo sé, y también soy conscientede que es una tontería, pero sóloquiero saber qué se siente siendonormal. Quiero ir a un baile sin queprácticamente termine destrozándolo.Quiero ir a una fiesta a la que sí mehan invitado. Sé que todo es cosa deRidley, ¿pero tan mal está que eso nome importe? —Alzó los ojos y semordió el labio.

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—No puedo permitirlo, inclusoaunque quisiera. Es demasiadopeligroso.

Las miradas de ambos seencontraron.

—Ethan y yo ni siquiera hemosbailado, tío Macon. Lo dijiste túmismo.

Durante un instante dio laimpresión de que Macon iba atransigir, pero fue sólo durante unsegundo.

—Y ahora digo lo que antes mecallé: acostúmbrate. Yo jamás pudepasar un día en ninguna escuela nisalir de paseo el domingo por la tarde.

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Todos nos llevamos nuestrasdecepciones.

Lena se jugó la última carta.—Pero es mi cumpleaños, y

podría ocurrir cualquier cosa. Éstapodría ser mi última oportunidadpara… —La frase quedó suspendida enel aire.

Para bailar con mi novio. Para seryo misma. Para ser feliz.

No hacía falta que lo dijera.Todos lo sabíamos.

—Entiendo cómo te sientes, peromi responsabilidad es mantenerte asalvo. Esta noche en especial debesestar aquí, a mi lado. Los mortales

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sólo van a hacerte sufrir o a ponerteen situaciones de riesgo. No puedesser normal porque no estás hechapara serlo.

Macon jamás le había hablado asía Lena. Yo no estaba muy seguro desi hablaba de la fiesta o de mí.

Lena tenía los ojos relucientes,pero no derramó ni una lágrima.

—¿Por qué no? ¿Qué hay de maloen desear lo que ellos tienen? ¿Te hasparado a pensar que a lo mejor algunavez sí hacen algo bien?

—¿Y qué si es así? ¿Acasoimporta? Eres una Natural. Un díairás a algún sitio donde Ethan no

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podrá seguirte nunca, y cada minutoque estéis juntos ahora será una cargaque deberás llevar el resto de tu vida.

—Él no es una carga.—Oh, sí, ya lo creo. Te debilita y

eso le hace peligroso.—Me fortalece, y eso sólo le hace

peligroso para ti.Me interpuse entre ellos.—Vamos, señor Ravenwood, no

haga eso esta noche.Pero Macon ya lo había hecho.—¿Y qué sabrás tú? —Lena

estaba furiosa—. Jamás hassobrellevado el peso de ningunarelación en toda tu vida, ni siquiera el

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de una amistad. No entiendes nada,pero ¿cómo vas a hacerlo? Te pasasdurmiendo todo el día ydeprimiéndote en tu biblioteca porlas noches. Odias a todo el mundo yte crees superior a los demás. Si enrealidad nunca has amado a nadie,¿cómo vas a saber qué es lo quesiento?

Le dio la espalda a su tío y al restode nosotros y subió corriendo lasescaleras, con Boo pisándole lostalones. Se metió en su cuarto y cerrócon un portazo que retumbó hasta enel vestíbulo de la planta de abajo. Boose tendió ante la puerta de Lena.

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Macon se quedó mirandofijamente a su sobrina mientras éstase alejaba, y no cambió la direcciónde la mirada hasta que elladesapareció. Entonces se volvió haciamí.

—No podía permitirlo. Estoyseguro de que lo entiendes.

Aquélla era la noche máspeligrosa en toda la vida de Lena, yyo lo sabía, y también que era suúltima oportunidad de ser la chicaque todos amábamos. Por eso leentendía, pero no deseaba estar en lamisma habitación que él en esemomento.

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Link se abrió paso poco a pocoentre el cúmulo de chavales paradosen el vestíbulo hasta ponerse delantedel grupo y preguntar:

—Bueno, pero entonces ¿va ahaber fiesta o no?

Larkin cogió su abrigo.—Ya la hay. Vamos fuera y

celebrémosla por Lena.Emily se abrió paso a empujones

hasta ponerse junto a Larkin, echarona andar y todos los demás lossiguieron. Ridley seguía en la puertaprincipal. Me miró y se encogió dehombros.

—Lo intenté.

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Link me esperaba junto a laentrada.

—Ethan, vamos, tío, venga.Miré al piso de arriba.¿Lena?Voy a quedarme aquí.—Bajará de un momento a otro,

lo sé, Ethan. —La abuela dejó dehacer punto—. ¿Por qué no vas contus amigos y vienes a recogerla dentrode unos minutillos?

Pero yo no quería irme. Éstapodía ser la última noche queestuviésemos juntos. Incluso aunquela pasáramos metidos en el cuarto deLena, aún quería estar con ella.

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—Al menos, sal y escucha minueva canción, tío. Luego, vuelves yesperas a que baje —insistió Link,con las baquetas en la mano.

—Creo que sería lo mejor —comentó Macon mientras se servíaotra copa de whisky—. Puedes volveral cabo de unos minutos. Entretanto,debemos discutir unas cuantas cosas.

El asunto estaba zanjado. Meestaba dando la patada.

—Una canción. Luego, esperaréahí fuera, en el porche. —Miré aMacon—. Y sólo un rato.

El prado situado detrás de lamansión Ravenwood era un hervidero

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de gente. En uno de los extremos sealzaba un escenario improvisado confocos portátiles muy similares a losusados para la recreación de la partede la batalla de Honey Hill quesucedía de noche. Los altavocesvomitaban música a todo volumen,pero resultaba difícil oírla por encimadel retumbar lejano de los cañones.

Seguí a Link hasta el escenario,donde ya se estaban preparando losHoly Rollers: el guitarrista, un tipocon los brazos cubiertos de tatuajes ylo que parecía ser una cadena de bicienrollada al cuello, ajustaba elamplificador de la guitarra eléctrica; el

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bajista llevaba el pelo en plan pelopincho a juego con el maquillajenegro alrededor de los ojos; el otromúsico tenía tantos piercings quehacía daño sólo mirarlo. Ridley sesubió de un brinco al escenario, sesentó y saludó con la mano.

—Espera a oírnos tocar rock. Sólodesearía que Lena estuviera aquí paraoírlo.

—Bueno, no querríadecepcionarte.

Lena se acercó por detrás denosotros y me rodeó la cintura con losbrazos. Tenía los ojos enrojecidos porlas lágrimas, pero en la oscuridad

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parecía como todos los demás.—¿Qué ha pasado? ¿Ha cambiado

de idea tu tío?—No exactamente, pero ojos que

no ven, corazón que no siente, ytampoco me importa si se entera.

No dije nada. Jamás habíaentendido la relación entre Macon ysu sobrina, no más de lo que ellaentendía la mía con Amma, pero supeque iba a sentirse fatal cuando todoesto acabase. Era incapaz de soportarque alguien dijera nada malo de sutío, ni siquiera yo; por lo cual, decirloella era todavía aún peor.

—¿Te has escapado?

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—Sí, Larkin me echó una mano.Larkin se acercó a nosotros con

una copa de plástico.—Sólo se cumplen dieciséis una

vez, ¿vale?Esto no es una buena idea, L.Un baile, sólo quiero eso. Después,

volveré.Link se dirigió hacia el escenario.—Te he compuesto una canción

por tu cumple, Lena. Te va aencantar.

—¿Cómo se titula? —pregunté yocon desconfianza.

—Dieciséis lunas. ¿Recuerdas esaextraña canción que no encontrabas

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en el iPod? Me vino a la cabeza lasemana pasada toda enterita. Bueno,Rid me ayudó un poquito. —Esbozóuna ancha sonrisa—. Podría decirseque tuve una musa, supongo.

Me quedé sin habla, pero Lename apretó la mano y Link agarró elmicrófono. Ya no había formahumana de detenerle. Ajustó el piedel micrófono para tener el microdelante de la boca. Bueno, para sersinceros, más que delante de la boca,se lo metió dentro, y resultababastante grosero. Link había vistodemasiados conciertos de la MTV encasa de Earl. Había que reconocerlo,

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sagrado o no, estaba a punto deponerse a rodar por el escenario. Bienmirado, le estaba echando un par denarices.

Cerró los ojos.—Un, dos, tres.El guitarrista, el tipo hosco con la

cadena de bici enrollada en el cuello,golpeó una cuerda y arrancó una notaa la guitarra. Sonó horroroso y losamplificadores del otro lado delescenario gimieron. Aquello no iba aser agradable. Y luego, vino otra notay otra más.

—Damas y caballeros, si es quehay alguno por aquí cerca. —Link

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alzó una ceja y una cascada de risassurgió entre el público—. Megustaría desearle a Lena un felizcumpleaños. Y ahora, cogeos de lasmanos para escuchar el estrenomundial de mi nuevo grupo, los HolyRollers.

Link le guiñó un ojo a Ridley. Elpobre se creía Mick Jagger. Me sentímal por él y apreté la mano de Lena.Tuve la sensación de hundir los dedosen las aguas de un lago en plenoinvierno, cuando la superficie estácaliente por el sol y un centímetropor debajo es puro hielo. Meestremecí, pero no la solté.

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—Espero que estés lista para esto.Va a pegarse un tortazo decampeonato.

Ella alzó los ojos y le miró congesto pensativo.

—No estoy tan segura de eso.Ridley se mantuvo sentada en el

escenario, sonriendo y agitando losbrazos como la más enfervorecida fan.La brisa le alborotaba los cabellos yalgunos mechones rosáceos y doradosse le enroscaban en los hombros.

Entonces escuché los primerosacordes de una melodía conocida, yempezó a sonar a todo meter por losaltavoces Dieciséis lunas. Sólo que esta

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vez el acabado no era el de unamaqueta, no se parecía en nada a lostemas de las maquetas de Link. Eranbuenos, eran realmente buenos, y elpúblico enloqueció. Los alumnos delInstituto Jackson iban a tener subaile después de todo. Sólo queestábamos en un prado, en medio dela finca de Ravenwood, la plantaciónmás temida y de peor fama de todoGatlin. La potencia era alucinante,arrebatadora como un delirio. Todosbailaban y la mitad de los asistentestambién cantaba, lo cual era unalocura, dado que nadie antes habíaescuchado la canción. La música

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arrancó una sonrisa incluso a Lena, ylos dos empezamos a movernos alritmo de la multitud, pues eraimposible resistirse.

—Están tocando nuestra canción.—Buscó y encontró mi mano.

—Eso mismo estaba pensando yo.—Lo sé —aseguró mientras

entrelazaba sus dedos con los míos yme provocaba descargas por todo elcuerpo—. Y el grupo es muy bueno—aseguró a voz en grito para hacerseoír por encima de la bulla del gentío.

—¿Bueno? ¡Estos tíos songeniales! Como el día de hoy, elmejor en la vida de Link.

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Lo dije en serio. Link, los HolyRollers, el fiestón, todo aquello erauna verdadera locura. Ridley sebalanceaba en un extremo delescenario sin dejar de chupetear supiruleta. No era el mayordespropósito que había visto a lolargo de ese día, pero tampoco le ibaa la zaga.

Lena y yo seguimos bailando, ylos cinco minutos transcurrieron unay otra vez hasta ser veinticinco, yluego cincuenta y cinco, sin queninguno de los dos nos diéramoscuenta ni nos importara. Habíamosdetenido el tiempo, o al menos así era

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como lo sentíamos. Sólo disponíamosde un baile, pero íbamos a apurarlotodo lo posible por si acaso noteníamos ninguno más.

Larkin no tenía prisa alguna.Bailaba bien apretado con Emily, seestaban dando el lote junto a uno delos fuegos que alguien habíaencendido en los viejos cubos debasura. Emily llevaba la chupa deLarkin y de vez en cuando él ledesnudaba el hombro y le pegaba unlametón en el cuello o hacía algunaotra grosería. Se estaba comportandocomo una auténtica serpiente.

Lena se volvió hacia la fogata y le

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dijo a voz en grito:—¡Eh, Larkin! Tiene como unos

dieciséis.El chico sacó la lengua, que se

desplegó hacia el suelo de un modoimpracticable para cualquier mortal.

Emily no pareció darse cuenta. Sedesenredó de Larkin y se acercó aSavannah, que bailaba con Charlottey Edén, situadas justo detrás.

—Venga, chicas. Démosle a Lenasu regalo.

Savannah alargó la mano hacia subolso plateado, por cuya aberturaasomaba un paquetito envuelto conpapel y cinta plateados. Tiró de él

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para cogerlo.—Es un detallito sin más.—Toda chica debería tener uno —

apuntó Emily, articulando mal laspalabras.

—El metálico va a juego con todo.—Edén apenas podía contener lasganas de rasgar el papel de regalo ellamisma.

—Tiene el tamaño justo para quete quepa el móvil y el pintalabios,por ejemplo. —Charlotte le dio elregalo—. Vamos, ábrelo.

Lena sostuvo el paquete y lessonrió.

—Savannah, Emily, Edén,

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Charlotte, no tenéis ni idea de lo queesto significa para mí.

Ninguna de ellas le pilló elsarcasmo, pero yo sí estaba al tanto,sabía qué significaba exactamentepara ella.

Estúpidas a la enésima potencia.Mi novia no me miró o los dos

nos hubiéramos echado a reír amandíbula batiente. Luego, mientrasnos abríamos paso hacia la zonadonde bailaba toda la gente, lanzó elpaquetito a la fogata, donde lasllamas amarillas y azafranadasdevoraron el envoltorio yconsumieron el bolsito metálico, que

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quedó reducido a humo y cenizas.

Los Holy Rollers se tomaron undescanso y Link se dejó caer junto anosotros para disfrutar de la gloria desu debut musical.

—Ya te dije que éramos buenos.Estamos a un paso de firmar con unadiscográfica. —Link me dio uncodazo en las costillas, como en losviejos tiempos.

—Tenías razón, tío. Sois geniales.—Debía admitirlo, aunque tuviera desu lado a Piru-Ridley.

Savannah Snow se paseó por allí,exhibiéndose, probablemente para

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hacer tartamudear a Link.—Hola, Link. —Y parpadeó de

forma insinuante.—Hola, Savannah.—¿Crees que podrías reservarme

un baile? —Era increíble. Estaba ahídelante, mirándole como si fuera unaverdadera estrella de rock—. No séqué haré si no consigo uno —añadió,y le dedicó otra sonrisa de Reina delos Hielos.

Me sentí atrapado en uno de lossueños de Link, o tal vez de Ridley. Yen ese momento, ella apareció.

—Aparta esas manos de mi chico,reina del baile, este modelo de

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portada es sólo mío. —Ridley le rodeócon el brazo, cubriendo otras partesclave de su anatomía para marcar elterritorio.

—Lo siento, Savannah. Quizá lapróxima vez.

Link se guardó las baquetas en elbolsillo trasero y los dos regresaron ala zona de baile, donde Ridley siguiócon sus contoneos de peli paraadultos. Ése debió de ser el mejormomento de toda la vida de Link,tanto es así que uno se hubierapodido preguntar si era sucumpleaños.

Mi amigo volvió al escenario

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cuando terminó la canción.—Tenemos un último tema

escrito por una buena amiga mía.Está dedicada a una gente muyespecial del Instituto Jackson. Sabréisa quiénes de vosotros se refiere.

El escenario se quedó a oscuras,pero las luces volvieron con el primerpunteo de guitarra. Link llevaba unacamiseta de los Ángeles de Jacksoncon las mangas arrancadas. Tenía unaspecto ridículo, ésa era su intención.Huy, si su padre pudiera verle ahora…

Se acercó al micro y comenzó alanzar un hechizo de su propiacosecha.

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Los Ángeles a mialrededor se precipitan.

El dolor a más dolor seextiende.

Tus flechas rotas meatormentan.

¿Qué es lo que no seentiende?

Lo que aborreces en tufatalidad

conviertesen tu destino,Ángel caído.

Era la canción de Lena, la quehabía compuesto para Link.

Conforme se siguió desgranando

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la música, cada integrante de losÁngeles del Jackson bailó al ritmo dela canción destinada a ellos. Quizátodo fuera cosa de Ridley, quizá no.La cuestión fue que para cuandohubo concluido la canción y Linkhubo lanzado la camiseta a lahoguera, se palpaba en el ambienteque muchas más cosas iban a arder enlas llamas. Todo cuanto habíaparecido duro e insalvable durantetanto tiempo se consumió paradesvanecerse con el humo.

Mucho tiempo después de que elgrupo hubiese dejado de tocar,incluso cuando no era posible

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encontrar en ningún sitio a Ridley ya Link, Savannah y Emily todavíaseguían siendo encantadoras conLena, y de pronto, el equipo debaloncesto al completo volvió adirigirme la palabra.

Miré a mi alrededor en busca dealgún pequeño indicio en algunaparte, a la búsqueda de una piruleta,ese único hilo delator que mepermitiera desenredar toda la madeja.

Pero no había nada, salvo la luna,las estrellas, la música, los focos y elgentío. Lena y yo ya no bailábamos,pero seguíamos agarrados. Nosbalanceábamos de acá para allá

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mientras por mis venas fluía una olade calor, frío, energía y miedo. Encuanto dejó de sonar la música,seguimos en nuestra burbuja decuchicheos. Ya no estábamos solos ennuestra cueva de mantas, pero aún eratodo perfecto.

Me apartó con suavidad, con esaforma suya propia de los momentoscuando tenía algo en mente, y alzólos ojos hacia mí. Era como si memirase por primera vez.

—¿Qué te pasa?—Nada, yo… —Se mordió el labio

inferior con nerviosismo, y respiróhondo—. Es sólo que hay algo que

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debo decirte.Intenté leerle el pensamiento, el

rostro, o algo, pues empezaba a tenerla percepción de que se repetía todolo de la semana previa a lasvacaciones de Navidad y estábamosen los pasillos del instituto en lugarde en el campo de Greenbrier.

Mantuve los brazos alrededor desu cintura y tuve que resistirme a latentación de estrecharla con másfuerza para asegurarme de que nopodía irse.

—¿Qué pasa? Puedes decirme loque sea.

Apoyó los brazos en mi pecho.

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—Quiero decirte una cosa por siesta noche sucede algo…

Lena me miró a los ojos y lo dijocon tanta claridad como si me lohubiera susurrado al oído, salvo quesignificaba más que si hubierapronunciado las palabras en voz alta,las dijo de la única manera queimportaba entre nosotros, de la formaen que nos habíamos encontrado eluno al otro desde el principio, de laforma en que siempre encontrábamosel camino de regreso.

Te quiero, Ethan.Durante unos instantes no supe

qué responder, porque «te quiero» no

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me parecía bastante. No dije nada delo que quería decirle: que ella mehabía salvado de aquel pueblo, de mivida y de mi padre, y de mí mismo.¿Cómo cabía todo eso en dospalabras? No era posible, pero aunasí las dije, porque deseabapronunciarlas.

Yo también te quiero, Lena, y creoque te querré siempre.

Se acomodó otra vez junto a mí,reposando la cabeza en mi hombro.Sentí el calor de sus cabellos sobre elmentón y otra cosa más, algo quejamás creí que iba a ser capaz dealcanzar: esa parte que Lena

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mantenía lejos del mundo. Noté queestaba abierta el tiempo suficientepara permitirme entrar. Lena meestaba dando una parte de sí misma,la única realmente suya. Yo deseérecordar ese sentimiento y aquelmomento como si fuera un recuerdoal que acudir cuantas veces quisiera.

Yo quería que todo permanecieraasí para siempre.

Y para siempre resultó durarexactamente cinco minutos más.

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11 DE FEBRERO11 DE FEBREROLa chica de la

piruleta

LLena y yo seguíamos bailando alritmo de la música cuando Link seabrió paso a codazos entre lamultitud.

—Eh, tío, te he buscado por todaspartes.

Al llegar a donde estábamos, sedobló en dos y apoyó las manos en lasrodillas mientras intentaba recobrarel aliento.

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—¿Dónde está el fuego?—Se trata de tu padre: se ha

subido en pijama al balcón de FallenSoldiers.

Según la Guía de viaje de Carolinadel Sur, Fallen Soldiers era un museode la Guerra de Secesión, pero enrealidad sólo era la vieja casa deGaylon Evans, que estaba repleta desus recuerdos sobre la contienda.Gaylon había legado la casa y lacolección de bártulos a su hija Vera yésta, desesperada por convertirse enmiembro de las Hijas de laRevolución Americana, había dadopermiso a las compinches de la señora

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Lincoln para que la restaurasen y laconvirtieran en el único museo deGatlin.

—Genial.No le bastaba con avergonzarme

en casa, ahora había decididoaventurarse fuera. Link parecióperplejo. Probablemente, habíaesperado por mi parte una reacciónde sorpresa al saber que mi padrevagaba por ahí en pijama. Ignorabaque aquello era un incidente de lomás normal. Eso me hizo caer en lacuenta de lo que poco que él sabía demi vida en los últimos tiempos,considerando que era mi mejor

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amigo, mi único amigo.—Ethan, está en el balcón. Es

como si fuera a saltar.Fui incapaz de moverme. Oía sus

palabras, pero no podía reaccionar.Me había avergonzado de mi padreen los últimos tiempos, pero le seguíaqueriendo, y estuviera o no como unaregadera, no podía perderle. No mequedaba ningún familiar más.

¿Estás bien, Ethan?Miré a Lena. Sus enormes ojos

verdes mostraban preocupación. Esanoche también podía perderla a ella,podía perderlos a los dos.

—¿Me has oído, Ethan?

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Debes ir, Ethan. Vamos, todo irábien.

—¡Venga, tío! —me urgía Link,tirando de mí.

La estrella de rock habíadesaparecido y ahora sólo quedaba mimejor amigo intentando salvarme demí mismo, pero no podía abandonar aLena.

No pienso dejarte aquí sola,dependiendo sólo de ti.

Por el rabillo del ojo vi a Larkinacercándose hacia nosotros. Se habíasoltado del abrazo de Emily por unosmomentos.

—¡Larkin!

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—Sí, ¿qué ocurre?Parecía percibir que algo se había

puesto en marcha; de hecho, parecíapreocupado, y eso era mucho para untipo cuya expresión solía ser siemprede desinterés.

—Necesito que lleves a Lena devuelta a Ravenwood.

—¿Por qué?—Tú limítate a llevarla a la

mansión.—Voy a estar bien, Ethan, vete

tranquilo. —Lena me empujó haciaLink. Estaba tan preocupada comoyo. Aun así, no me moví.

—Que sí, hombre —concedió

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Larkin—, la llevaré a casa ahoramismo.

Link tiró de mí una última vez ylos dos atravesamos la multitud.Ambos sabíamos que yo podía estar apocos minutos de convertirme enalguien con sus padres muertos.

Corrimos por los campos deRavenwood, llenos de gente, endirección a la carretera y a FallenSoldiers. Enseguida nos encontramoscon el aire saturado por la pólvora dela recreación y al cabo de pocossegundos se pudo oír una descarga defusilería. La parte vespertina de la

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campaña estaba en todo su apogeo.Nos estábamos acercando al extremode la plantación Ravenwood, dondeterminaba ésta y comenzabaGreenbrier. Pude ver en la oscuridadel centelleo de las cuerdas de amarillofosforito que señalizaban la zona deseguridad.

¿Y si llegábamos demasiadotarde?

Fallen Soldiers estaba a oscuras.Link y yo subimos los escalones dedos en dos, intentando ascender loscuatro pisos lo más deprisa posible.Me detuve de forma instintiva nadamás llegar al tercer piso. Link se

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percató enseguida, como hacíacuando estaba a punto de pasarle lapelota cada vez que intentaba agotarel tiempo de posesión, y se detuvo ami lado.

—Tu padre está ahí arriba.Pero no fui capaz de moverme.

Mi amigo me lo adivinó en la cara,supo a qué le tenía miedo. Habíaestado a mi lado en el funeral de mimadre: repartió claveles blancos entrelos asistentes para que pudierandepositarlos encima del féretromientras mi padre y yo mirábamos latumba como si también nosotrosestuviéramos muertos.

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—¿Y si…? ¿Y si ha saltado ya?—De ningún modo. Rid está con

él. Ella jamás permitiría quesucediera eso.

«Si usa tu poder contigo y te diceque saltes por un barranco, tú lohaces».

Empujé a Link al pasar para subirel último tramo de escaleras y observéel corredor desde la entrada. Todas laspuertas estaban cerradas, exceptouna. La luz de la luna bañaba el suciosuelo de tablones de pino.

—Está aquí —me informó Link,pero ya lo sabía.

Entrar allí fue como retroceder en

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el tiempo. Las Hijas de la RevoluciónAmericana habían hecho un trabajorealmente soberbio. En un rincónhabía un enorme hogar de piedra conuna gran repisa de madera repleta develas alargadas que goteaban ceraconforme se iban consumiendo y alotro lado de la chimenea se hallabauna cama con dosel; los ojos de loscaídos de la Confederación devolvíanfijamente la mirada desde sus retratosde color sepia, pero, aun así, habíaalgo fuera de lugar: un olor dulzón aalmizcle, demasiado dulce, unamezcla de peligro e inocencia,aunque Ridley fuera cualquier cosa

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menos inocente.Ridley estaba de pie junto al

balcón, con el pelo ondulado por elviento. Las puertas en cuestiónestaban abiertas de par en par y lascortinas cubiertas de polvo se metíanen la habitación casi a empujones,por efecto del viento. Como sialguien ya hubiera saltado.

—Le encontré —anunció Link aRidley.

—Eso ya lo veo. ¿Cómo va eso,Perdedor? —Me dedicó una dulcesonrisa de lo más forzada, tanto queme dieron ganas de vomitar y almismo tiempo estuve tentado de

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devolvérsela.Me acerqué despacio al balcón,

temeroso de que mi padre ya noestuviera allí, pero se encontraba enel estrecho saledizo, al otro lado de labarandilla, descalzo y vestido sólocon su pijama de franela.

—¡Papá, no te muevas!Patos, llevaba dibujados patos en

el pijama, lo cual estaba un pocofuera de lugar, considerando quepodía saltar desde un edificio.

—No te acerques más o saltaré,Ethan —me avisó. Parecía tener lamente despejada y hacía meses queno se le veía tan lúcido y decidido. Su

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voz sonaba muy parecida a la de mipadre, y supe que no era él quienhablaba, o al menos no lo hacía poriniciativa propia. Todo era cosa deRidley y su poder de persuasiónexprimido al máximo.

—Papá, tú no quieres saltar.Déjame ayudarte. —Me acerqué unpar de pasos.

—¡Alto ahí! —gritó mientrassoltaba una mano para señalarme.

—No deseas la ayuda de tu hijo,¿a que no, Mitchell? Sólo anhelasalgo de paz. Sólo quieres ver denuevo a Lila —intervino Ridley,apoyada en la pared con la piruleta

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suspendida en el aire y lista paraempezar a darle lametones.

—¡No menciones el nombre de mimadre, bruja!

—Pero ¿qué haces, Rid? —inquirió Link, de pie ante la puertadel balcón.

—Mantente al margen, Encogido.Esta liga no es la tuya.

Me puse enfrente de Ridley,interponiéndome entre ella y mipadre, como si eso pudiera desviar supoder.

—¿Por qué haces esto, Ridley? Élno tiene nada que ver con Lena niconmigo. Si quieres hacerme daño,

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adelante, hazlo, pero deja a mi padrefuera de esto.

Echó la cabeza hacia atrás y soltóuna carcajada que sonó seductora yperversa.

—No tengo especial interés enhacerte daño, Perdedor. Sólo hago mitrabajo. No es nada personal.

Se me heló la sangre en las venas.Su trabajo.—Haces esto por Sarafine.—Vamos, por favor, ¿y qué

esperabas, Perdedor? Tú has vistocómo me trata mi tío y conoces todoel embrollo familiar. Ahora mismo notengo otra opción.

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—¿De qué hablas, Rid? ¿Quién esSarafine? —preguntó Link, y seacercó hacia ella.

Ridley le miró. Durante unsegundo creí ver algo en susemblante, algo que parecía unaemoción auténtica, pero se la quitóde encima y desapareció tan prontocomo había llegado.

—Creo que quieres regresar a lafiesta, ¿verdad, Encogido? El grupoestá calentando motores para unasegunda actuación. Recuerda:estamos grabando este directo para lanueva maqueta. Yo misma voy allevarla a un sello discográfico de

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Nueva York —ronroneó sin dejar demirarle intensamente.

Link parecía desconcertado, comosi de verdad quisiera volver a la fiesta,pero no estuviera seguro del todo.

—Papá, escúchame. No quiereshacer esto. Ella te está controlando.Es capaz de influir en la gente, eso eslo que hace. Mamá jamás habríaquerido que tú hicieras esto.

Le miré en busca de algún indiciode que mis palabras causaban algúnefecto, de que me escuchaba, pero nolo encontré. A lo lejos se oían losgritos de los hombres de la batalla yel estruendo de las bayonetas.

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—No tienes ningún motivo paravivir, Mitchell. Has perdido a tuesposa, eres incapaz de escribir unalínea y tu hijo se irá a la universidaden un par de años. Si no me crees,pregúntale acerca de esa caja dezapatos llena de folletos sobrecampus universitarios. Vas a quedartesolo.

—¡Cállate!Ridley se volvió hacia mí mientras

le quitaba el envoltorio a otrapiruleta.

—Lamento todo esto, Perdedor,de veras que sí, pero todo el mundodebe representar un papel, y éste es el

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mío. Tu padre va a tener un accidenteesta noche, igual que le ocurrió a tumadre.

—¿Qué acabas de decir?Link estaba hablando, yo lo sabía,

pero no podía oír su voz; de hecho,era incapaz de escuchar nada, salvoesas palabras que retumbaban una yotra vez en mi cabeza.

«Igual que le ocurrió a tumadre».

—¿Mataste tú a mi madre? —pregunté mientras avanzaba haciaella. Me daba igual cuáles fueran suspoderes, si ella había matado a mimadre…

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—Cálmate, grandullón. No fuiyo. Eso ocurrió antes de que llegarami momento.

—¿De qué demonios va todo esto,Ethan? —Link se había situado juntoa mí.

—Ella no es lo que parece, tío.Es… —No encontraba la forma deexplicárselo de modo que pudieraentenderlo—. Es una Siren, algo muysimilar a una bruja. Te ha estadocontrolando exactamente igual queahora domina a mi padre.

Mi amigo se echó a reír.—Una bruja. A ti te falta un

tornillo, tío.

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No aparté la mirada de Ridley.Esbozó una sonrisa y recorrió el pelode Link con los dedos.

—Vamos, cielo, tú sabes que teencantan las chicas malas.

Yo no tenía ni idea del alcance desus poderes, pero sabía que era capazde matar a cualquiera después de loque había visto en Ravenwood. Notenía que haberla tratado como sisólo fuera cualquier otra chicainofensiva de la fiesta. Aquello mevenía grande, pero sólo ahoraempezaba a darme cuenta de hastaqué punto era así.

Link nos miraba sin saber a quién

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creer.—No bromeo, colega. Debería

habértelo contado antes, pero te juroque te estoy diciendo la verdad. ¿Porqué razón si no está intentando matara mi padre?

Link empezó a andar de un lado aotro. No me creía. Lo más probableera que pensara que me había vueltoloco. Me pareció una locura incluso amí cuando lo expresé en voz alta.

—¿Es eso cierto, Ridley? ¿Hasusado algún poder sobre mí durantetodo este tiempo?

—Si quieres buscarle tres pies algato…

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Mi padre soltó una mano de labarandilla y extendió el brazo comosi anduviera por la cuerda floja y conese gesto quisiera mantener elequilibrio.

—¡Papá, no!—No hagas esto, Rid —pidió

Link. La cadena de su llavero tintineócuando se acercó a ella lentamente.

—¿No has oído a tu amigo? Soyuna bruja… mala. —Se quitó las gafasde sol, dejando ver sus dorados ojosfelinos. Noté cómo a Link se leformaba un nudo en la garganta y lecostaba respirar, como si la vieracomo realmente era por primera vez,

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pero sólo duró un instante.—Tal vez sí, pero no eres del todo

mala. Eso lo sé. Hemos pasadotiempo los dos juntos, hemoscompartido cosas.

—Eso formaba parte del plan, tíobueno. Necesitaba a alguien queestuviera en el ajo para poder estarcerca de Lena.

A Link se le descompuso el rostro.Con independencia de lo que Ridleyle hubiera hecho o el hechizo quehubiera usado, los sentimientos de miamigo hacia ella persistían.

—¿Todo era de pega? Vamos, note creo.

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—Créete lo que quieras, pero es laverdad, o lo más parecido a la verdadque soy capaz de decir.

Observé cómo mi padre, todavíacon el brazo estirado, cambiaba elpeso de un pie a otro. Daba laimpresión de estar probando sus alaspara ver si era capaz de volar. Unproyectil de artillería golpeó el sueloa pocos metros de distancia y levantóun montón de tierra.

—¿Y qué hay de todo eso que mehabías contado sobre que habíaiscrecido juntas y que erais comohermanas? ¿Por qué ibas a quererhacerle daño?

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Algo ensombreció las facciones del a Siren. No estaba seguro, pero mepareció arrepentimiento. ¿Sería esoposible?

—No es cosa mía. Yo no llevo lasriendas. Como ya he dicho, éste es micometido: alejar a Ethan de Lena. Notengo nada en contra de ese viejales,pero su mente es débil. Ya sabes, pancomido. —Dio una chupada a lapiruleta—. Sólo era un objetivo fácil.

«Alejar a Ethan de Lena».Todo aquello era una simple

distracción para separarnos. Aún oíala voz de Arelia con la misma claridadque si estuviera arrodillada junto a mí

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y diciendo: «No es la casa lo que laprotege. Ningún Caster puedeinterponerse entre ellos».

¿Cómo podía haber sido tantonto? La cuestión no era si yo teníao no alguna clase de poder. No serefería a mí, sino a nosotros.

El poder era lo que existía entrenosotros, lo que siempre había estadoahí. Cuando nos encontramos bajo lalluvia en la Route 9, en labifurcación, no había sido necesarioun hechizo de Vinculación paramantenernos juntos. Ahora quehabían conseguido separarnos, yo mehallaba impotente y Lena estaba sola

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la noche en que más me necesitaba.Era incapaz de pensar con

claridad. No tenía tiempo y no iba aperder a una de las personas que másquería. Corrí hacia mi padre; a pesarde que se encontraba a unos pocosmetros, aquello fue como correr sobrela arena. Vi cómo Ridley seadelantaba con los cabellos revueltospor el viento; parecía Medusa:serpientes por cabellos.

Link dio un paso adelante y lacogió por el hombro.

—No lo hagas, Rid.Durante una centésima de

segundo no tuve ni idea de lo que

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estaba a punto de ocurrir, pero lo vitodo a cámara lenta.

Mi padre se dio la vuelta paramirarme.

Vi cómo empezaba a soltarse dela barandilla.

Atisbé cómo se ensortijaban lashebras rubias y rosas de la Siren.

Y vi a Link plantarse delante deella y mirar aquellos ojos doradosantes de susurrar algo que no logréescuchar. Ella le miró, y sin mediarpalabra, la piruleta salió disparadapor encima del balcón y describió unarco mientras caía sobre el suelo,donde explotó como una granada.

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Todo se había terminado.Mi padre se volvió hacia la

barandilla, y hacia mí, tan deprisacomo se había alejado. Le sujeté porlos hombros y tiré de él hacia delante,pasó por encima de la barandilla y lollevé a tierra firme, donde sedesplomó como un saco de patatas, yallí tendido me buscó con la miradaigual que un niño asustado.

—Gracias, Ridley, de veras. Seacomo sea, gracias.

—No quiero tu agradecimiento —se burló, apartándose de Link con unempujón y ajustándose el top—.Tampoco te he hecho ningún favor.

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No me apetecía matarle… hoy.Hizo lo posible por resultar

amenazante, pero acabó por pareceruna pura chiquillada.

—Aunque esto va a enfadarhorriblemente a alguien —añadiómientras se retorcía un mechónrosado del pelo.

No necesitaba aclarar a quién serefería, pero vi pánico en sus ojos.Durante un segundo pude apreciarque gran parte de su personaje erapura farsa, apariencia, una cortina dehumo.

A pesar de todo, me daba lástimaincluso ahora, mientras intentaba

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tirar de mi padre para que se pusierade pie. Ridley podía tener a cualquierchaval del planeta, aun así, estabatotalmente sola. Su fortaleza no seacercaba a la de Lena ni por asomo.

Lena.Lena, ¿estás bien?Lo estoy. ¿Ocurre algo malo?Miré a mi padre, incapaz de

mantener los ojos abiertos y conproblemas para sostenerse en pie.

Nada. ¿Estás con Larkin?Sí, estamos regresando a la mansión

Ravenwood. ¿Está bien tu padre?Sí. Te lo contaré todo cuando llegue

allí.

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Deslicé un brazo por debajo delhombro de mi padre y Link le sujetópor el otro lado.

Quédate con Larkin y vuelve dentrocon tu familia. No estás a salvo sola.

Ridley pasó junto a nosotrosdando grandes zancadas y, antes deque pudiéramos dar un paso, llegó ala entrada y cruzó el umbralrápidamente con esas piernas suyaskilométricas.

—Lo siento, chicos. Voy a pillarun avión. Me voy a borrar del mapauna temporada. Tal vez vuelva aNueva York. —Se encogió dehombros—. Es una ciudad chula.

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Mi amigo no podía dejar demirarla aunque fuera un monstruo.

—¡Eh, Rid!Ridley se detuvo y se volvió a

mirarle, casi a regañadientes, como sino pudiera evitar ser lo que era, igualque un tiburón no puede dejar deserlo, pero si pudiera…

—¿Sí, Encogido?—No eres toda maldad.Ella le miró fijamente y esbozó

una media sonrisa.—Ya sabes lo que suele decirse: es

que soy así.

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11 DE FEBRERO11 DE FEBREROReunión familiar

RRegresé a la fiesta en cuanto dejé ami padre en las capacitadas manos delos servicios médicos de la recreación.Me abrí camino entre las chicas delinstituto; se habían quitado lascazadoras y tenían una pintatremenda con los tops de tirantes ylas camisetas playeras mientras dabanvueltas al ritmo de los Holy Rollers.Menos Link, en cuyo favor tengo quedecir que venía pisándome los

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talones. Aquello era un follón. Elconcierto en vivo del grupo sonaba atoda pastilla y las descargas deartillería eran atronadoras. El ruidoera tal que apenas oí a Larkin.

—¡Ethan, por aquí!Larkin estaba entre los árboles,

justo detrás de la cuerda amarillafluorescente que avisaba: «Vas-a-llevarte-un-disparo-en-el-culo-si-cruzas-esta-línea-de-seguridad».¿Qué hacía en el bosque, más allá dela zona de seguridad? ¿Por qué nohabía regresado a la mansión? Le hiceun gesto con la mano y me contestópor señas antes de desaparecer tras

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una pendiente. Sortear la cinta de unsalto habría sido una eleccióntemeraria y difícil otro día, pero nohoy: no me quedaba más alternativaque seguirle. Link venía atrompicones detrás de mí, peroconseguía aguantar mi ritmo, tal ycomo solía ocurrir.

—Eh, Ethan.—¿Sí?—Es sobre Ridley. Tenía que

haberte escuchado.—Está bien, tío. No podías

evitarlo. Y yo tenía que habértelocontado todo.

—No sufras, tampoco te habría

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creído.El fuego de artillería resonó por

encima de nuestras cabezas. Amboslas agachamos de forma instintiva.

—Espero que sea munición defogueo —admitió Link, algo nervioso—. ¿No sería una locura que mipropio padre me pegase un tiro aquí?

—Con la suerte que tengoúltimamente, no me sorprendería quenos alcanzara a los dos con el mismodisparo.

Llegamos a lo alto de lapendiente, desde donde divisé losmatorrales, los robles y el humo de laartillería de campaña.

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—¡Estamos aquí! —nos avisóLarkin desde el otro lado delmatorral. Ese plural me hizo asumirque le acompañaba Lena, por lo cualcorrí más deprisa, como si su vidadependiera de ello, lo que, por lo quesabía, podía ser cierto.

Me hice composición de lugarsobre dónde estábamos. EnGreenbrier había un pasajeabovedado que conducía hacia eljardín. Lena y Larkin nos esperabanen el claro, al otro lado del jardín, enel mismo lugar donde habíamosexhumado la tumba de Genevieveharía cosa de unas semanas. Nos

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encaminamos hacia allí.Cuando nos encontrábamos a

pocos metros de ellos, una figura salióde las sombras y ocupó la zonabañada por la luz de la luna. Estabaoscuro, sí, pero teníamos la luna llenajusto encima de nosotros.

Parpadeé. Era… Era…—¡Mamá! Pero ¿qué demonios

haces tú aquí?Link se llevó una sorpresa

mayúscula cuando vio delante denosotros a su madre, la señoraLincoln, la peor de mis pesadillas, oal menos una de las fijas en mi topten. La señora Lincoln parecía

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encajar o estar fuera de lugar,depende de cómo se mirase. Llevabaunas enaguas ridículamente grandes yese estúpido vestido de percal que leapretaba demasiado en la cintura.Estaba justo encima de la tumba deGenevieve.

—Vamos, vamos, jovencito, yaconoces mi opinión sobre el lenguajevulgar.

Link se frotó la cabeza. No teníasentido ni para él ni para mí.

¿Qué está pasando, Lena? ¿Lena?No hubo respuesta. Algo iba mal.—¿Se encuentra bien, señora

Lincoln?

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—Estupendamente, Ethan. ¿No esuna batalla maravillosa? Y hoy Lenacumple años, me lo ha contado. Osestábamos esperando, o al menos, auno de vosotros.

Link se acercó.—Bueno, ya estoy aquí, mamá.

Voy a llevarte a casa. No deberíasestar fuera de la zona de seguridad.Vas a conseguir que te vuelen lacabeza. Ya conoces la mala punteríade papá.

Agarré a mi amigo por el brazopara retenerle. Pasaba algo raro deverdad. Algo no encajaba en la formaen que su madre nos sonreía ni en el

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semblante aterrado de Lena.¿Qué está pasando, Lena?¿Por qué no me contestaba? Sacó

el anillo de mi madre de la sudadera ysostuvo la cadena en la mano. Vicómo movía los labios en laoscuridad, pero yo apenas oía nada,poco más que un susurro perdido enel rincón más recóndito de mi mente.

¡Vete, Ethan! ¡Vete con tío Macon!¡Corre!

Pero no podía moverme. Nopodía abandonarla.

—Link, cielo, ¡qué chico tanconsiderado eres!

¿Link? La señora que teníamos

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delante no podía ser la señoraLincoln. Era imposible.

Era igual de raro que le llamaraLink, y no Wesley Jefferson Lincoln,como que saliera corriendo por lascalles desnuda. Cada vez quellamábamos a su casa ypreguntábamos por Link, ella lerecriminaba: «¿Por qué usas eseridículo apodo cuando tienes unnombre tan digno?».

Link detuvo su avance al notar mimano sobre su brazo. También sehabía dado cuenta, lo leí en su rostro.

—¿Mamá?—¡Ethan, vete! Larkin, Link, que

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alguien avise a tío Macon —gritóLena.

No dejó de vociferar. Nunca lahabía visto tan asustada y corrí haciaella.

Entonces oí el sonido de una balaal salir por la boca de un cañón, yluego le siguió la ráfaga de vientocaracterística de toda descarga deartillería.

Algo me golpeó en la espalda congran estruendo. Fue como si meabrieran la cabeza y durante unosinstantes todo se volvió borroso.

—¡Ethan!Oí el grito de Lena, pero fui

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incapaz de moverme. Me habíandisparado, estaba seguro. Luché pormantenerme consciente.

Recuperé la nitidez de la visión alcabo de unos instantes. Estaba en elsuelo, con la espalda apoyada sobreun enorme roble. Debía de habersalido disparado hacia atrás hastaestamparme contra el tronco delárbol. Busqué la herida con los ojos,pero no encontré rastro alguno desangre ni el orificio de entrada de labala. Link estaba recostado sobre otroárbol a pocos metros de mí. Teníapinta de estar tan grogui como yo.Me incorporé y me acerqué a Lena

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dando tumbos hasta chocar de frentecontra algo y caer de espaldas sobre elsuelo. Era exactamente como cuandoen casa de las Hermanas, no advertíque la puerta corredera estaba cerradaporque era de cristal, y literalmenteme la tragué.

No me habían disparado. Mehabían herido con otro tipo de arma.

—¡Ethan! —gritó Lena.Me puse de pie y avancé muy

despacio. A mi alrededor había unmuro intangible tan imperceptiblecomo aquella puerta de cristal. Laemprendí a golpes, pero no huboruido alguno cuando mi puño dio con

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esa superficie invisible. ¿Qué máspodía hacer? Fue entonces cuando medi cuenta de que también Linkgolpeaba las paredes invisibles de sujaula.

La señora Lincoln me dedicó unasonrisa mucho más malvada quecualquiera que hubiera logradoesbozar Ridley en su día másinspirado.

—¡Suéltalos! —aulló Lena.Los cielos se abrieron y las nubes

vaciaron literalmente su pesada carga.Parecía como si alguien hubieravertido un enorme cubo de agua.Aquello era cosa de Lena, cuyo pelo

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se ensortijaba con furia. La lluvia seconvirtió en una cortina de agua yempezó a caer inclinada, atacando ala señora Lincoln desde todas lasdirecciones. Se caló hasta los huesosen cuestión de segundos.

La señora Lincoln, o quienquieraque fuera, sonreía. Había algoespecial en esa sonrisa suya. Era comosi estuviera orgullosa.

—No voy a hacerles daño. Sólodeseo tener un rato para que podamoshablar tú y yo. —Un trueno retumbópor encima de su cabeza—. Esperabatener la oportunidad de ver alguno detus talentos. ¡Cuánto lamento no

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haber estado a tu lado paraperfeccionar tus dones!

—Calla, bruja.Lena tenía una expresión hosca.

Nunca había visto una mirada tanacerada en sus ojos verdes, ahoraduros como el pedernal, fijos en laseñora Lincoln. En ellos habíaresolución, odio e ira. Era como siquisiera arrancarle la cabeza yparecía muy capaz de hacerlo.

Al fin descubrí lo que tanto lehabía preocupado durante todo elaño. Yo sólo había visto su poder deamar, pero también tenía el dedestruir. Cuando descubres que

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posees ambos, ¿cómo los manejas?La señora Lincoln se volvió hacia

Lena.—Espera a comprender todo lo

que puedes hacer y cómo eres capazde manipular los elementos, ése es elverdadero don de un Natural, algoque las dos tenemos en común.

¿Algo que tenían en común?La señora Lincoln alzó los ojos y

la lluvia empezó a caer. Ella no semojó, parecía que estuviera refugiadabajo un paraguas.

—Ahora mismo provocasaguaceros, pero pronto aprenderás acontrolar también el fuego. Déjame

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enseñarte cómo se juega con el fuego.¿Aguaceros? ¿Bromeaba?

Estábamos en medio de un auténticomonzón.

Un relámpago traspasó las nubesy el cielo se llenó de carga eléctricaen cuanto alzó la palma de la mano.Mantuvo en alto tres dedos con susuñas perfectamente arregladas. Saltóun chispazo cuando sacudió un dedo:el relámpago impactó en el suelo,levantando un montón de tierra, apoco más de medio metro de donde seencontraba atrapado Link. Movióotro dedo: el rayo hendió por la mitadel roble situado detrás de mí. Y otro

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más: el relámpago alcanzó a Lena;ésta se limitó a alzar la mano con losdedos extendidos. La llama del rayorebotó y cayó a los pies de la señoraLincoln. La hierba de los alrededorescomenzó a humear y a arder.

La señora Lincoln se carcajeó ehizo un gesto con la mano paraapagar el fuego de la hierba.

—No está mal. —Miró a Lenacon un destello de orgullo—. De talpalo, tal astilla. Me alegra.

No era posible.Lena la fulminó con la mirada y

dobló las manos en una posturadefensiva.

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—¿Ah, sí? ¿Y qué dicen de lospalos podridos?

—Nada. Nadie ha vivido paracontarlo. —Luego, la señora Lincoln,con la trenza oscilando sobre laespalda, las enormes enaguas y esevestido de percal, se puso frente aLink y a mí. Nos miró fijamente consus flameantes ojos dorados—. Losiento mucho, Ethan. Esperaba quenuestro primer encuentro seprodujera en circunstancias muydiferentes. No todos los días unaconoce al primer novio de su hija. —Se giró hacia Lena—. Ni a su propiahija.

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Tenía razón. Sabía quién era ycon quién nos la estábamos jugando.

Sarafine.Unos instantes después, el rostro,

el vestido y la propia señora Lincolncomenzaron a rasgarse y a partirse. Sele empezó a caer la piel por todaspartes, como el envoltorio arrugadode un helado. Cuando el cuerpo sedesgajó por la mitad, todo se cayócomo un abrigo puesto sobre loshombros. Había alguien debajo.

—Yo no tengo madre —chillóLena.

Sarafine torció el gesto, como siquisiera parecer dolida. Era la madre

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de Lena, y eso era una verdadgenética incuestionable. Tenía elmismo pelo negro rizado de su hija,salvo que ésta era de una bellezasobrecogedora mientras que Sarafinesólo sobrecogía. Su semblante eraalargado y hermoso, como el de Lena,pero en vez de sus hermosos ojosverdes, tenía los mismos refulgentesojos azafranados de Ridley yGenevieve. Y los ojos marcaban ladiferencia.

Sarafine llevaba unas botas negrasmoteras de caña alta y lucía unvestido de terciopelo verde oscuro concorsé, era una mezcla de vestido

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moderno, en plan rollo gótico, yestilo fin de siglo, todo en uno. Salióliteralmente del cuerpo de lahumana, cuyos trozos volvieron aunirse como un tejido cosido conpuntadas. La verdadera señoraLincoln se derrumbó sobre la hierbaentre el revuelo de su miriñaque,quedando al descubierto sus enaguasy la banda elástica de las ligas a laaltura de las rodillas.

Link estaba estupefacto.Sarafine se enderezó y se sacudió

para liberarse de todo el peso.—Mortales. Ese cuerpo era

insufrible, torpe e incómodo. Y

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estaba zampando cada cinco minutos.¡Qué criaturas tan desagradables!

—¡Mamá, mamá, despierta!Link se puso a dar golpes en lo

que era un campo de fuerza, o algopor el estilo. Daba igual que la señoraLincoln fuera un dragón, era eldragón de Link, y debía de ser muyduro ver cómo la tiraban a un ladoigual que a un despojo humanoinservible.

Sarafine hizo un ademán. Linkseguía moviendo los labios, pero deellos no salía ningún sonido.

—Eso está mejor. Tienes suerte deque en estos últimos meses no haya

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tenido que estar todo el tiempodentro del cuerpo de tu madre.Estarías muerto de otro modo. Nosabes la de veces que he estado apunto de matarte, aburrida de que medieras la tabarra con lo de eseestúpido grupo de rock.

Ahora todo tenía sentido. Lacruzada contra Lena, la sesión delcomité de disciplina, las mentirassobre los informes escolares de Lena,incluso los bizcochos de chocolate ynueces tan raros de Halloween.¿Cuánto tiempo llevaba Sarafinehaciéndose pasar por la señoraLincoln?

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Dentro de la señora Lincoln.Nunca hasta ese momento había

sabido contra qué nos enfrentábamos.L a Caster Oscura más poderosa de laépoca. Ridley parecía inofensiva a sulado. No me extrañaba que Lenallevara temiendo aquel día tantotiempo.

Sarafine se dio la vuelta ycontempló a su hija.

—Tal vez creas que no has tenidouna madre, Lena, pero eso es verdadsólo porque tu tío y tu abuela teapartaron de mí. Yo siempre te hequerido.

Desconcertaba la facilidad con la

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que Sarafine pasaba de una emocióna otro, de la sinceridad y elarrepentimiento al asco y aldesprecio. Y cada una era tan vacía yfalsa como la anterior.

Lena le dedicó una mirada glacial.—Entonces, ¿por qué has

intentado matarme, madre?Sarafine hizo un esfuerzo por

aparentar preocupación, o tal vezsorpresa. No era fácil saberlo, ya quesu expresión era poco natural, muyforzada.

—¿Es eso lo que te han contado?Únicamente intenté establecercontacto y hablar contigo. Mis

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intentos jamás te habrían puesto enpeligro de no haber sido por todosesos Vínculos que realizaron, unhecho del que ellos eran conscientes.Comprendo su preocupación, porsupuesto. Soy una Caster Oscura, unaCataclyst, pero Lena, tú mejor quenadie sabes que no tuve alternativaen ese asunto. No tomé esa decisión yeso tampoco cambia lo que siento porti, mi única hija.

—No te creo —le espetó Lena,pero parecía dubitativa inclusomientras lo decía, como si no supieraqué pensar.

Le eché un vistazo al reloj del

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móvil. Eran las 21:59. Faltaban doshoras para la medianoche.

Link se desplomó sobre el árbolcon la cabeza entre las manos. Yo noera capaz de apartar los ojos de laseñora Lincoln, tendida inerte sobrela hierba. También Lena la miraba.

—Ella no está.., ya sabes, ¿verdad?—Necesitaba saberlo por Link.

La bruja intentó hacerse lasimpática, pero estaba seguro de quehabía perdido todo interés en Link yen mí, lo cual casi nos venía bien.

—Volverá a ser igual dedesagradable que siempre dentro deun rato. ¡Asquerosa mujer! No tengo

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interés alguno en ella ni en su retoño.Sólo intentaba mostrar a mi hija laverdadera naturaleza de los mortales:con qué facilidad pueden sermanipulados y lo vengativos que son.—Se volvió hacia su hija—. Hanbastado unas pocas palabras de esamujer para volver a todo un pueblocontra ti. No perteneces a ese mundo,perteneces al mío. —Entonces sevolvió hacia Larkin—. Y hablando decosas desagradables, Larkin, ¿por quéno nos enseñas esos ojitos tuyos decolor azul claro? Bueno, quería decir,amarillos.

Larkin sonrió y entrecerró los

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párpados hasta reducirlos a dosranuras mientras alzaba los brazoscomo si se desperezara después de unalarga siesta, pero algo había cambiadocuando abrió los ojos. Bizqueó convehemencia, y sus ojos se alteraroncon cada parpadeo. Casi era posiblever cómo se le recolocaban lasmoléculas hasta que en el lugarocupado por Larkin sólo hubo unmontón de serpientes. Los ofidios seenroscaron y se subieron uno encimade otro hasta que Larkin volvió asurgir del retorcido montón. Alargódos serpientes de cascabel a modo debrazos, éstas sisearon mientras

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retrocedían lentamente para metersedentro de la chupa de cuero yconvertirse en sus manos. Sóloentonces volvió a abrir los ojos, perono eran los que yo estabaacostumbrado a ver. Nos devolvió lamirada con los mismos ojos doradosde Ridley y Sarafine.

—El verde nunca ha sido mi color.Una de las ventajas de ser unIllusionist.

—¿Larkin? —Se me cayó el almaa los pies. Era uno de ellos, unOscuro. Las cosas iban peor de lo quepensaba.

—¿Qué eres, Larkin? —Lena

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pareció perpleja, aunque sólo duranteunos instantes—. ¿Por qué?

Pero la respuesta se hallaba en losojos que nos miraban fijamente.

—¿Por qué no?—¿Por qué no? Oh, no sé, ¿y qué

hay de la lealtad a mi familia, porejemplo?

Larkin giró la cabeza y lamió sumejilla con la lengua mientras lagruesa cadena dorada de su cuello seretorcía como una serpiente.

—La lealtad no es lo mío.—Has traicionado a todos, incluso

a tu propia madre. ¿Cómo puedesvivir con eso?

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Sacó la lengua. La serpiente delcuello se le metió en la boca ydesapareció. Se la tragó.

—Es mucho más divertido serOscuro que Luminoso, prima. Ya loverás. Somos lo que somos. Estabadestinado a ser esto. No existe razónalguna para luchar contra ello. —Sacó la lengua, ahora bífida, contanta doblez como la serpiente quehabitaba en su interior—. No veo porqué le das tantas vueltas. Mira aRidley, se lo pasa en grande.

—¡Eres un traidor! —Lena estabaperdiendo el control. El truenoretumbó sobre nuestras cabezas y el

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aguacero se intensificó.—No es el único traidor, hija —

replicó Sarafine, y dio varios pasos endirección a Lena.

—¿De quién hablas?—De tu querido tío Macon —

respondió Sarafine con amargura. Medi cuenta de que a Sarafine no se lehabía pasado por alto que Maconhabía hecho de todo para arrebatarlea su hija.

—Mientes.—Es él quien te ha mentido todo

este tiempo. Te ha dejado creer quetu destino estaba predeterminado yque no tenías alternativa. La Luz o la

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Oscuridad te reclamarán esta noche,durante tu decimosexto cumpleaños.

—Así es. —Lena sacudió la cabezacon obstinación y alzó las palmas delas manos. Un trueno retumbó yempezó a caer un auténtico diluvio.Tuvo que gritar para hacerse oír—.Le sucedió a Ridley, a Reece y aLarkin.

—Tienes razón, pero tú eresdiferente. Esta noche no vas a serLlamada, vas a Llamarte a ti misma.

Las palabras flotaron en el airecomo si tuvieran el poder de detenerel tiempo. «Llámate a ti misma».

—¿Qué has dicho? —susurró Lena

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con el rostro tan lívido que duranteunos instantes pensé que iba adesmayarse.

—Puedes elegir. Tu tío no te lo hadicho, estoy segura.

—Eso es imposible. —El ululardel viento sofocaba la voz de Lena,apenas audible.

—Se te permite elegir porque eresmi hija, la segunda Natural nacida enla familia Duchannes. Tal vez ahorasea una Cataclyst, pero un día fui laprimera Natural de nuestro linaje. —Sarafine hizo una pausa y luegorecitó un verso—: «La primera seráOscura, pero la segunda podrá elegir

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volverse Oscura o no».—No te entiendo —repuso Lena,

cuya larga melena chorreaba portodas partes. Las piernas se ledoblaron y cayó de rodillas sobre elfango y las hierbas.

—Siempre has tenido laposibilidad de elegir y tu tío lo hasabido en todo momento.

—¡No te creo! —Lena alzó losbrazos y el espacio que había entreella y su madre se desgajó enmontones de tierra que empezaron agirar impulsados por el vendaval. Meprotegí los ojos con las manos cuandoel polvo y los guijarros volaron como

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perdigones en todas las direcciones.—No le hagas caso, Lena —grité

para hacerme oír por encima delestruendo de la tormenta—. Ella esOscura. No le importa nadie. Túmisma me lo dijiste.

—¿Por qué el tío Macon meocultó la verdad?

Lena me miró fijamente, como sifuera el único capaz de saber larespuesta, y no era así. No podíadecir nada. Luego, se puso de pie, dioun pisotón y el suelo comenzó atemblar. Noté la sacudida bajo mispies. Era la primera vez que unterremoto alcanzaba el condado de

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Gatlin. Sarafine sonrió. Sabía que suhija estaba perdiendo el control y,por tanto, ella estaba ganando. Elaparato eléctrico de la tormenta nocesaba de aumentar en el cielo.

—¡Ya basta, Sarafine! —La voz deMacon retumbó y apareció de lanada—. Deja en paz a mi sobrina.

Ravenwood, a la luz de la luna,parecía diferente esa noche. Tenía unaspecto menos humano y guardabamás semejanza con su verdaderanaturaleza, y había algo más, surostro parecía más joven y delgado.Preparado para luchar.

—¿Te refieres a la hija que me

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arrebataste?Sarafine se irguió y empezó a

menear los dedos como un soldadocuando revisa su arsenal antes de labatalla.

—Como si ella significara algopara ti —replicó Ravenwood conaplomo mientras se alisaba lachaqueta, tan impecable como decostumbre.

Boo irrumpió de entre losarbustos, como si hubiera acudido ala carrera detrás de él. Su aspecto secorrespondía exactamente con lo queera: un enorme lobo.

—Me siento honrada, salvo que,

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por lo visto, me he perdido la fiestade cumpleaños de mi hija, pero estábien, siempre nos queda la noche dela Llamada. Todavía faltan un par dehoras, y eso no me lo perdería pornada del mundo.

—En tal caso, supongo que tehabrás llevado un chasco al no estarinvitada.

—Es una pena, ya que yo habíaconvidado a alguien por mi cuenta yse muere de ganas de verte.

Esbozó una sonrisa y agitó losdedos. Igual de deprisa que se habíamaterializado Macon, apareció unhombre recostado sobre un tronco de

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sauce. Allí no había nadie hacía unossegundos.

—¿Hunting? ¿De qué agujero teha sacado Sarafine?

El recién llegado guardaba unextraordinario parecido con Macon,pero le superaba en estatura y eraalgo más joven. Tenía el pelobrillante y lacio, negro como la tinta,y una piel tan pálida como la de suhermano, pero donde Macon ofrecíaun marcado aire a un caballerosureño de otro tiempo, aquel hombrevestía de lo más chic y todo de negro:jersey de cuello vuelto, vaqueros yuna cazadora de aviador. Parecía más

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una de esas estrellas de cine que seveían en las portadas de lasrevistuchas que ese porte a lo CaryGrant de Macon, pero una cosa síestaba clara: también era un íncubo,y no de los buenos, si es que esoexistía. Fuera lo que fuera Macon,Hunting era diferente.

Hunting esbozó una mueca quepara los de su especie podría pasarpor una sonrisa. Anduvo en círculosalrededor de Macon.

—Cuánto tiempo, hermano.Macon no le devolvió la sonrisa.—No lo suficiente. No me

sorprende nada que hayas tomado

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partido a favor de alguien como ella.Hunting soltó, unas carcajadas

roncas y sonoras.—¿Y con quién mas iba a

relacionarme? ¿Con un grupo deLuminosos como hiciste tú? La ideade que uno puede alejarse de suverdadera naturaleza y del legadofamiliar se me antoja absurda.

—Hice una elección, Hunting.—¿Una elección? ¿Así es como lo

llamas? —inquirió su hermano, y serio otra vez sin dejar de dar vueltasalrededor de Macon—. Tiene máspinta de ser una quimera. No puedesescoger lo que eres, hermano. Eres un

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íncubo, una criatura Oscura, tealimentes o no de sangre.

—¿Es cierto lo que ella dice, tíoMacon? —quiso saber Lena, pocointeresada en el reencuentro de loshermanos.

Sarafine soltó una estridentecarcajada.

—Dile la verdad a la chiquilla poruna vez en la vida, Macon.

Macon miró a su sobrina conobcecación.

—No es tan sencillo.—Pero ¿es cierto? ¿Puedo elegir?El pelo le seguía chorreando por

los húmedos rizos. Macon y Hunting

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estaban secos, por supuesto. Elsegundo encendió un cigarrillo sindejar de sonreír, saboreando elmomento.

—¿Es verdad, tío Macon? —suplicó Lena.

Éste, exasperado, observó a Lenaunos segundos y luego desvió lamirada.

—Puedes elegir, Lena, pero es unaelección complicada y de gravesconsecuencias.

Dejó de llover en el acto y el airese quedó en calma. Si aquello era unhuracán, nos encontrábamos en sumismo centro. Las emociones de Lena

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eran un caos. Aun sin escuchar su vozen mi mente, yo conocía sussentimientos: felicidad por haberobtenido lo único que siempre habíadeseado, elegir su propio destino, eira por haber perdido a la únicapersona en quien había confiado.

Lena miró a Macon como si leviera con ojos nuevos. Pude ver cómola oscuridad se deslizaba por surostro.

—¿Por qué no me lo dijiste? Mehe pasado la vida entera aterradaporque iba a volverme Oscura.

Se oyó un trueno en el cielo ycomenzaron a caer gotas suavemente,

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como si fueran lágrimas, pero Lenano estaba llorando, estaba enfadada.

—Puedes escoger, Lena, pero hayconsecuencias que no podíasentender siendo una niña. Enrealidad, tampoco puedescomprenderlas ahora. Aun así, desdeque naciste, me he pasado toda lavida sopesándolas, y como tu queridamadre sabe muy bien, las condicionesde este trato quedaron establecidashace mucho.

—¿Qué clase de consecuencias?Lena miró a Sarafine con

escepticismo y cautela, como siabriera la mente a otras posibilidades.

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Supe qué le rondaba por la cabeza. Sino podía confiar en su tío, si éste lehabía ocultado semejante secretotodo aquel tiempo, tal vez su madrele revelara la verdad.

¡No escuches a tu madre, L! Noconfíes en ella…

Pero no hubo respuesta. Lapresencia de Sarafine interfería ennuestra conexión. Era como sialguien hubiera cortado esa líneaexistente entre nosotros.

—Lena, te presionan para queelijas y es muy posible que noentiendas qué tipo de elección debeshacer ni tampoco que hay un riesgo.

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La lluvia pasó del tamborileo delas lágrimas al aullido de una trombade agua.

—Como si pudiera confiar en tidespués de mil mentiras —tercióSarafine, que fulminó a Macon conla mirada y se volvió hacia su hija—.Me gustaría que tuviéramos mástiempo para hablar, Lena, pero has dehacer la Elección, y yo estoy obligadaa explicarte los riesgos. Hayconsecuencias; tu tío no te hamentido respecto a eso. —Hizo unapausa—. Si eliges volverte Oscura,morirán todos los Luminosos de tufamilia.

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Lena se puso pálida.—¿Y por qué iba a estar de

acuerdo en hacer algo así?—Porque si te decantas por la

Luz, fallecerán todos los Oscuros yl o s Lilum de nuestra familia. —Sarafine se volvió para mirar aMacon—. Y cuando digo todos, merefiero a todos. Tu tío, el hombre queha sido como un padre para ti, dejaráde existir. Le destruirás.

Ravenwood desapareció paramaterializarse en menos de unsegundo delante de su sobrina.

—Escúchame, Lena, yo estoydispuesto a sacrificarme. Por esa

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razón no te conté nada. No queríaque te sintieras culpable por mimarcha. Siempre he sabido cuál es tuElección. Hazla. Déjame marchar.

A Lena la cabeza le daba vueltas.¿De veras podía destruir a Macon sil a Caster Oscura le decía la verdad?Pero si eso era cierto, ¿qué otraelección tenía? Macon era una solapersona, incluso aunque ella lequisiera tanto.

—Yo puedo ofrecerte algo más —agregó Sarafine.

—¿Qué puedes ofrecerme paraque prefiera acabar con la abuela, latía Del, Reece y Ryan?

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Sarafine se acercó unos cuantospasos con cautela.

—A Ethan. Disponemos de unaforma para que ambos podáis estarjuntos.

—¿De qué me hablas? Ya estamosjuntos.

Sarafine ladeó la cabezalentamente y entornó los ojos, por loscuales cruzó una sombra, la delreconocimiento.

—No lo sabes, ¿verdad? —Sarafine se volvió hacia Macon y seechó a reír—. No se lo habéiscontado. Bueno, eso no es jugarlimpio.

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—¿Saber el qué? —inquirió Lenacon brusquedad.

—Ethan y tú nunca podréis estarjuntos, al menos físicamente. Ni losCasters ni los Lilums pueden estar conmortales. —Ella sonrió, saboreando elmomento—. Al menos, no sinmatarlos.

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11 DE FEBRERO11 DE FEBREROLa llamada

«L«Los Casters NO pueden estar conlos mortales sin matarlos».

Ahora, todo tenía sentido. Laconexión entre nosotros, laelectricidad, la asfixia cada vez quenos besábamos, el ataque al corazónque casi acabó conmigo. Nopodíamos estar materialmente juntos.

Era cierto. Recordé las palabras deMacon con Amma aquella noche enel pantano y la conversación en mi

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cuarto.«Ellos no tienen futuro juntos».«Ahora no ves las cosas como son,

ciertas cosas están más allá decualquier tipo de control por nuestraparte».

Lena estaba temblando. Tambiénella sabía que era verdad.

—¿Qué has dicho? —preguntócon un hilo de voz.

—Que Ethan y tú jamás podréisestar juntos de verdad. Jamás podréiscasaros ni tener hijos. Jamás tendréisun futuro, al menos no uno real. Nopuedo creer que no te lo hayancontado. ¡Pues sí que os han

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mantenido protegidas a Ridley y a ti!Lena se volvió hacia su tío.—¿Por qué no me lo has dicho?

Sabes que le quiero.—Jamás habías tenido un novio, y

mucho menos uno mortal. A ningunode nosotros se nos pasó siquiera laposibilidad por la cabeza. Nocomprendimos lo fuerte que era tuconexión con Ethan hasta que fuedemasiado tarde.

Oía sus voces, pero no les estabaescuchando. Jamás podríamos estarjuntos. Nunca podría estar cerca deella.

El aire empezó a soplar con

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renovados bríos. Cada golpe de vientoconvertía las cortinas de agua en unagranizada de cristales. El resplandorde los relámpagos desgarraba loscielos y los rayos impactaban en elsuelo con tal fuerza que éste seestremecía. Era obvio que ya noestábamos en el ojo de la tormenta yyo sabía que Lena no iba a podercontrolarse durante mucho mástiempo.

—¿Y cuándo pensabas decírmelo?—chilló ella, haciéndose oír porencima del viento.

—Después de que eligieras en laLlamada.

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—Pero ¿no lo ves, Lena? —tercióSarafine, cazando al vuelo laoportunidad en cuanto la vio—.Tenemos una fórmula para que tú yEthan podáis estar juntos el resto devuestras vidas, os caséis y tengáishijos, y cualquier otra cosa que túquieras.

—Ella nunca lo permitirá, Lena—saltó Macon—. Incluso si eso fueraposible, los Casters Oscurosdesprecian a los mortales. Jamáspermitirán que se diluya la pureza desu linaje con la sangre de un mortal.Ésa es una de nuestras grandesdiferencias.

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—Eso es cierto, pero en este casoestaríamos dispuestos a hacer unaexcepción si consideras nuestraalternativa. Hemos hallado el modode hacerlo factible. —Y con unencogimiento de hombros agregó—:Y eso es mejor que la muerte.

—¿Matarías a toda tu familia paraestar con Ethan? —replicó Macon,mirando a su sobrina—. ¿A la tía Del?¿A Reece? ¿A Ryan? ¿A la abuela?

Sarafine extendió sus amplias yenérgicas manos de forma voluptuosa,mostrando su poder.

—Toda esa gente te importará unpimiento una vez que estés Desviada,

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y me tendrás a mí, que soy tu madre,a tu tío, y a Ethan. ¿Acaso no es él lapersona más importante de tu vida?

Una sombra empañó los ojos deLena. Lluvia y neblina searremolinaron a su alrededor con talestruendo que ahogaron las descargasde la artillería en Honey Hill. Habíaolvidado que podíamos morir de unmomento a otro, víctimas decualquiera de las dos batallas que selibraban aquella noche.

Ravenwood cogió a su sobrina porlos brazos.

—Ella está en lo cierto: nosentirás remordimientos si accedes a

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esto, pues dejarás de ser tú misma. Lapersona que eres en este momentomorirá. Lo que tu madre no te dice esque no vas a recordar tussentimientos por Ethan. Tu corazónse habrá vuelto tan negro que él nosignificará nada para ti dentro deunos meses. La Llamada tiene unefecto de poder increíble sobre losNaturales. Puede incluso que lemates, serás perfectamente capaz dehacer semejante maldad, ¿a que sí,Sarafine? Dado que te has convertidoen la defensora de la verdad, cuéntalea Lena cómo falleció su padre.

—Tu padre te apartó de mi lado,

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hija. Lo ocurrido fue una desgracia, unaccidente.

Lena parecía afligida. Que supadre había muerto a manos de sumadre era una de las cosas que habíatenido que oír de la demente señoraLincoln ante el comité de disciplina.Era otro suceso cuya veracidad debíaesclarecerse.

Macon aprovechó para llevar elasunto a su terreno.

—Díselo, Sarafine. Cuéntalecómo su padre murió devorado por lasllamas en su propia casa, víctima deun incendio provocado por ti. Ytodos nosotros sabemos cuánto te

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gusta jugar con fuego.—Has interferido durante

dieciséis años, ¿sabes? —replicó ella,mirándole con ojos acerados—. Creoque deberías mantenerte al margenen este asunto.

Hunting apareció de la nada apocos centímetros de Macon, peroahora tenía menos aspecto humano yguardaba más parecido con sunaturaleza demoniaca: el negro pelolacio se le había puesto de punta,como el del lomo de un lobo a puntode atacar, las orejas se le habíanaguzado hasta terminar en punta y sevio una dentadura de animal cuando

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entreabrió los labios. Entoncesdesapareció, se desmaterializó.

Hunting reapareció en un pispasencima de su hermano. Sucedió tandeprisa que yo ni siquiera estabaseguro de haber visto lo sucedido.Macon aferró al atacante por lachaqueta y lo lanzó contra un árbol.Jamás me había dado cuenta de lafuerza real del tío de Lena. Huntingsalió volando por los aires, pero envez de estamparse contra el tronco, loatravesó y rodó por el suelo. En esemismo momento, Macon desaparecióy reapareció sobre él, derribando aHunting con tal fuerza que la

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superficie se cuarteó a sus pies.Hunting yació sobre el terreno,derrotado.

Macon se volvió para mirar a susobrina, momento que aprovechóHunting para levantarse sonriente asus espaldas. Grité en un intento deavisar a Macon, pero nadie pudooírme por culpa del huracán que seestaba formando a nuestro alrededor.Hunting se lanzó sobre su hermano ygruñó brutalmente mientras hundíalos dientes en el cuello del señor deRavenwood como un perro duranteuna pelea.

Macon soltó un grito gutural y

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desapareció, pero su hermano debíade habérsele colgado encima, porquese diluyó con él, y cuandoreaparecieron en el límite del claro,Hunting seguía sujeto al cuello de suvíctima.

¿Qué hacía? ¿Se alimentaba? Noestaba lo bastante enterado comopara saber si eso era posible, perofuera lo que fuera que absorbieraHunting, parecía estar succionando aMacon. Iracunda, Lena profirió unosgritos espeluznantes.

Hunting retiró de un empujón elcuerpo de Macon. Éste yació sobre elbarro, desmadejado y azotado por la

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lluvia. Retumbó otra descarga debombas. Di un respingo, sobresaltadopor la proximidad de la municiónreal. La recreación avanzaba haciaGreenbrier, cada vez más cerca denosotros. Los confederados oponían laúltima resistencia.

El estruendo de las descargasenmascaró un ruido diferente peroconocido: el gruñido de Boo Radley,que acudía en defensa de su amo.Aulló y se precipitó de un brincosobre Hunting. Justo cuando Boo seabalanzaba sobre su objetivo, elcuerpo de Larkin comenzó aretorcerse en espiral hasta formar un

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montón de serpientes delante delperro. Las víboras sisearon mientrasse deslizaban unas sobre otras.

Boo no se dio cuenta de que lasserpientes sólo eran una ilusión y quepodía atravesarlas. Retrocedió sindejar de ladrar y con la atenciónpuesta en los serpenteantes ofidios.Ésa era la oportunidad que necesitabaHunting: desapareció para reaparecerdetrás del perro, a quien empezó aahogar con su vigor sobrenatural. Elcuerpo del perro se convulsionabamientras intentaba luchar contraHunting, pero toda resistencia erainútil. Hunting era demasiado fuerte.

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Al final, arrojó el cuerpodesmadejado junto al de Macon. Boopermaneció quieto.

El perro y su amo yacíaninmóviles en el barro.

—¡Tío Macon! —gritó Lena.Hunting se pasó los dedos por el

pelo lacio y sacudió la cabeza, llenode energía.

Larkin miró la luna y luego sureloj.

—Y media pasadas. Lamedianoche está al llegar.

—La decimosexta luna, eldecimosexto año —proclamóSarafine, alzando en cruz los brazos,

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como si pretendiera abarcar el cielo.Hunting, con el rostro

embadurnado de barro y de sangre,dedicó una ancha sonrisa a Lena.

—Bienvenida a la familia.

Lena no albergaba intención algunade unirse a esa familia. Eso lo cacé alvuelo. Hizo un esfuerzo parapermanecer de pie, estaba empapadade los pies a la cabeza y cubierta debarro por culpa de la lluvia torrencialque ella misma había provocado. Elpelo negro se le pegabaa la cara.Apenas podía resistir la embestida delviento y se inclina hacia atrás, como

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si de un momento a otro fuera a salirdespedida del suelo y perderse en elcielo negro. Tal vez fuera capaz.Habíamos llegado a unos extremos enque ya no me sorprendía nada.

Larkin y Hunting se desplazaronen silencio al amparo de las sombrashasta situarse frente a Lena, uno acada lado de Sarafine. Ésta se acercómás.

Su hija alzó una sola mano con lapalma extendida.

—Alto. Ahora.Lena cerró el puño cuando su

madre no se detuvo y se alzó unalínea de fuego entre las hierbas. Las

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rugientes llamas separaron a la madrede la hija. Sarafine se detuvo en seco.No había esperado que su hija fueracapaz de invocar otra cosa diferente alo que para ella debían de ser cuatrogotas y un poco de viento. Lena lahabía pillado por sorpresa.

—Jamás te ocultaré nada, como síha hecho el resto de la familia. Te heexplicado las alternativas y te hecontado la verdad. Quizá me odies,pero sigo siendo tu madre, y puedoofrecerte algo que ellos no pueden:un futuro con el mortal.

Las llamaradas se hicieron másaltas y el incendio se extendió como

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si tuviera voluntad propia hastarodear por completo a Sarafine,Hunting y Larkin. Lena soltó unarisotada siniestra, como la de sumadre, que me hizo temblar incluso amí, que estaba en la otra punta delclaro.

—No tienes por qué fingir que tepreocupas por mí. Todos sabemos laclase de bruja que eres, madre. Creoque eso es en lo único que todosestamos de acuerdo.

La Oscura frunció los labios comosi fuera a mandar un beso y resopló.Cuando lo hizo, las lenguas de fuegose agrandaron y se dirigieron hacia la

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maleza cercana a Lena.—Y tú que lo digas, querida.

Híncale a esto el diente.Lena sonrió.—¿Intentas quemar a una bruja?

¡Menudo cliché!—Ya estarías muerta si quisiera

calcinarte, Lena. Recuerda, no eres laúnica Natural.

Lena alargó lentamente el brazo ymetió una mano en las llamaradas.No torció un músculo del rostro, quepermaneció completamenteinexpresivo. Luego, introdujo la otramano en el fuego y alzó ambas porencima de su cabeza, sosteniendo las

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llamas como si fueran una pelotaígnea, y la lanzó hacia mí con todassus fuerzas.

La bola impactó contra el roblesituado a mis espaldas, por cuyasramas el fuego se extendió másdeprisa que si fuera leña seca yenseguida bajó por el tronco. Avancéen un intento de quitarme de enmedio y no dejé de moverme hastallegar al muro invisible de mi prisión,sólo que en esta ocasión no habíaimpedimento alguno para quesiguiera hacia delante, y me arrastrépenosamente centímetro acentímetro por aquel barrizal. Miré

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de refilón a Link, caído junto a mí. Elroble que había detrás de él ardía conmás intensidad aún que el mío. Lasllamaradas se alzaron hacia el cielonegro y comenzaron a extenderse porel terreno circundante. Eché a correrhacia Lena. No podía pensar en otracosa. Link se acercó a su madre dandotumbos.

Sólo Lena y la línea de fuegoparecían mediar entre nosotros ySarafine. Tenía pinta de sersuficiente por el momento.

Le toqué el hombro a Lena. Talvez se hubiera sobresaltado en mediode la negrura, pero sabía que era yo,

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y eso que ni siquiera me miró.Te quiero, L.No digas nada, Ethan. Ella puede

oírlo todo. No estoy segura, pero creo quesiempre ha sido capaz de escucharnos.

Recorrí el campo con la mirada,pero no fui capaz de ver a la CasterOscura, ni a Hunting ni a Larkin másallá de las llamas. Sabía que estabanahí y también que probablementeintentarían matarnos, pero estaba conLena, y durante un instante, nadamás me importó.

—¡Ve en busca de Ryan, Ethan!Tío Macon necesita ayuda y yo novoy a poder contenerla durante

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mucho más tiempo.Eché a correr antes de que Lena

dijera nada más. Fuera lo que fuera loque Sarafine había hecho paradesactivar la conexión entre nosotros,ya no funcionaba. Lena habíaregresado a mi corazón y a mi cabeza,y sólo eso me importaba mientrascorría por el accidentado bosque.

Excepto una cosa: casi eramedianoche. Apreté el paso.

Yo también te quiero, date prisa…

Miré la hora en el móvil. Eran las23:25. Golpeé con violencia la puertade Ravenwood y aporreé la luna

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creciente del dintel como un poseso.No sucedió nada. Larkin debía dehaber hecho algo para sellar elumbral, pero no tenía ni idea de quépodía ser. —¡Ryan, tía Del, abuela!

Tenía que encontrar a Ryan.Macon estaba herido y Lena podíaser la próxima. Era incapaz de preverqué le haría Sarafine a su hija cuandoésta la rechazara. Link subió lasescaleras a trompicones detrás de mí.

—Ryan no está aquí.—¿Ryan es médico? Mi madre

necesita ayuda.—No. Ella es… Luego te lo

explico.

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—¿Algo de todo esto es verdad? —se preguntó Link mientras paseabapor el porche arriba y abajo.

Pensar. Tenía que pensar, estabasolo en este aprieto. La mansión eravirtualmente una fortaleza aquellanoche. Nadie podría entrar en ella, oal menos no un mortal. Y no podíafallarle a Lena.

Le di un telefonazo a la únicapersona que sabía que era capaz decodearse sin problemas con dosCasters Oscuros y un íncubo desangre en medio de un huracán deorigen sobrenatural. Alguien quetambién era una fuerza de la

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naturaleza: Amma.—No contesta. Estará con mi

padre.23:30. Sólo había otra persona

capaz de ayudarme. Marqué elnúmero de la biblioteca del condado.

—Marian tampoco está. Ellasabría qué hacer, fijo. ¿Qué demoniospasa? Nunca sale de la biblioteca, nisiquiera después de cerrar.

Link iba de un lado a otro comoun loco.

—No hay nada abierto. Es unpuñetero festivo, por lo de la batallade Honey Hill, ¿no te acuerdas? Loúnico que nos queda es ir hasta la

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zona de seguridad en busca deasistencia sanitaria.

Le miré fijamente, como si alabrir la boca le hubiera salido unchispazo entre los labios y mehubiera dado en la cabeza,iluminándome la mente.

—Es festivo. No hay nada abierto—repetí.

—Ya, es lo que acabo de decirte,así que ¿qué hacemos?

Mi amigo parecía profundamenteinfeliz.

—Link, eres un verdadero genio,un genio de flipar.

—Lo sé, tío, pero ¿qué tiene que

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ver eso ahora?—¿Tienes por ahí el Cacharro? —

Asintió—. Debemos irnos de aquí.Link encendió el motor; resopló,

pero acabó por encenderse, comosiempre. Luego, puso a toda pastillala maqueta de los Holy Rollers, ygrabados eran tan malos como decostumbre. Vaya, Ridley se habíatomado en serio lo de poner buenrock en su canto de Siren cuandoactuaron en la fiesta.

—¿Adónde vamos?—A la biblioteca.—Pensé que habías dicho que

estaba cerrada.

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—A la otra biblioteca.Link asintió como si me

entendiera, aunque no era así, pero detodos modos siguió adelante, como enlos viejos tiempos. El Cacharro volósobre el camino de grava comocualquier mañana de lunes cuandollegábamos tarde a primera hora declase. Sólo que no era el caso.

Eran las 23:40.Link ni siquiera intentó entender

nada cuando dio un frenazo y elcoche derrapó hasta detenerse frentea la Sociedad Histórica de Gatlin.Salí disparado por la puerta antes deque él tuviera tiempo siquiera de

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apagar la música. Me alcanzó cuandodoblaba la esquina del segundoedificio más antiguo del condado.

—Ésa no es la biblioteca.—Cierto.—Es el edificio de las Hijas de la

Revolución Americana.—Cierto.—Y tú las aborreces.—Cierto.—Mi madre se planta aquí casi

todos los días.—Cierto.—¿Qué hacemos aquí, colega?Me encaminé hacia el enrejado y

metí la mano a través del metal,

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bueno, de lo que parecía ser metal, locual hacía que mi brazo tuvieraaspecto de estar amputado por lamuñeca.

Link me agarró.—Ridley me ha debido de echar

algo en la botella de Mountain Dew,tío, porque juraría que tu brazo… quetu brazo… olvídalo, estoy alucinando.

Volví a sacar el brazo y moví losdedos delante de su rostro.

—En serio, colega, después detodo lo que has visto esta noche,¿todavía crees que sufres unaalucinación? ¿Todavía?

Comprobé la hora. Las 23:45.

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—No tengo tiempo de contártelo,pero a partir de ahora todo va a sermás extraño todavía. Vamos a bajar ala biblioteca, pero en realidad no esexactamente una biblioteca, yseguramente se te va a ir la olla, asíque si prefieres esperarme en elcoche, por mí, sin problemas.

Link intentaba comprender mispalabras casi tan deprisa como lasestaba pronunciando, lo cual eracomplicado.

—¿Vienes o no?Mi amigo miró la rejilla. No dijo

esta boca es mía y metió la mano.Ésta desapareció.

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Estaba dentro.

Me agaché al cruzar la entrada yempecé a descender por los gastadosescalones de piedra.

—Venga, manos a la obra. —Linkcelebró su propia broma con unarisilla nerviosa mientras bajaba atrompicones detrás de mí—. ¿Lopillas? Obra, libro, biblioteca…

Descendíamos a duras penas y enmedio de la oscuridad cuando depronto las antorchas se encendieron.Saqué una del candelabro con formade media luna sujeto en la pared y se

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la pasé a Link. Las demás seencendieron una tras otra conformenos dirigíamos al centro de la cámara.Las columnas emergían de lapenumbra a la parpadeante luz deotras que se encontraban fijas en lapared. Las palabras DOMUS LunaeLibri reaparecieron en la sombra de laentrada, donde las había visto laúltima vez.

—¿Estás aquí, tía Marian?Cuando ella me dio en el hombro

desde detrás, pegué un brinco delsusto y me choqué con Link. Ésteprofirió un alarido y soltó laantorcha, que cayó al suelo. Apagué

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las llamas a pisotones antes de quealgo se prendiera fuego.

—¡Ostras, doctora Ashcroft!Menudo susto me ha dado, casi me daalgo.

—Lo siento, Wesley. Ethan, ¿tehas vuelto loco? ¿Se te ha olvidadoquién es la madre de este pobrechico?

—La señora Lincoln estáinconsciente; Lena, metida en unapuro, y Macon está herido. Necesitoentrar en Ravenwood, pero noencuentro manera de hacerlo y nolocalizo a Amma. Necesito ir por lostúneles.

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De pronto, volvía a ser un niñopequeño y todas las palabras mesalían farfullando. Me dirigía aMarian del mismo modo que lehablaba a mi madre, o al menos aalguien que sí sabía cómo le hablabaa mi madre.

—No puedo hacer nada porayudarte. De un modo u otro, laLlamada tiene lugar a medianoche.No puedo detener el reloj, ni salvar aMacon ni a la madre de Wesley ni anadie. No puedo interferir. —Miró aLink—. Lamento lo de tu madre, nopretendía ser irrespetuosa.

Link parecía derrotado.

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—No me entiendes. No quieroque hagas nada diferente a lo queharía cualquier otro bibliotecarioCaster.

—¿Qué…?Le dirigí una mirada elocuente.—Tengo que llevar un libro a

Ravenwood. —Me acuclillé junto almontón de libros más cercanos ysaqué uno al azar, chamuscándomelas yemas de los dedos—. La guíacompleta de la ponzoña y la patraña.

Marian se mostró escéptica.—¿Esta noche?—Exacto, esta misma noche.

Macon me ha pedido que se lo lleve

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personalmente antes de lamedianoche.

—El único mortal que conoce lostúneles de la Lunae Libri es elbibliotecario Caster. —Marian mededicó una mirada astuta y cogió ellibro de mis manos—. Da lacasualidad de que soy yo, menos mal.

Link y yo seguimos a la bibliotecariaa través de los sinuosos túneles de laLunae Libri. Fui contando las puertasde roble conforme las íbamosatravesando, pero lo dejé cuandollegamos a dieciséis. Los túneles eranun laberinto, y cada una era

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diferente. Se sucedían unos pasajes detechos bajos donde Link y yodebíamos agachar la cabeza y unosvestíbulos de techumbres tan elevadasque parecían no tener tejado alguno.Aquello era otro mundo en el sentidoliteral del término.

Algunos corredores eran toscos ysus paredes de mamposteríarudimentaria estaban desnudasmientras que otros parecían sergalerías de un museo o de un castillobien conservado, llenos de tapices,mapas antiguos enmarcados y óleoscolgados de las paredes. En otrascircunstancias me habría detenido a

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leer las plaquitas de latón situadas alpie de los retratos. Tal vez fueranCasters famosos, ¿quién sabe?

Los túneles sólo tenían una cosaen común: el olor a tierra y aabandono, y el número de veces queMarian debió buscar a tientas elllavero que llevaba en torno a lacintura para coger la llave con formade luna creciente y abrir una puerta.

Después de lo que pareció unaeternidad, llegamos a la puerta. Lasantorchas casi se habían consumido ytuve que alzar la mía para poder leerel rótulo grabado en las planchasverticales: MANSIÓN

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RAYVENWOODE. Marian metióla luna creciente en la últimacerradura metálica, la giró y abrió lapuerta. Unos escalones tallados enpiedra nos condujeron al interior dela casa y, por lo que pude atisbar, nosencontrábamos en la planta baja.

—Gracias, tía Marian. —Alarguéla mano para coger el libro—. Se lodaré a Macon.

—No tan deprisa. Aún no he vistoun carné de lector extendido a tunombre, Ethan Wate. —Me guiñóun ojo—. Yo misma le daré el libro.

Miré el móvil. Eran las 23:45 otravez, lo cual resultaba del todo

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imposible.—¿Cómo puede ser la misma hora

que cuando llegamos a la LunaeLibri?

—Es cosa del tiempo lunar. Loschicos nunca prestáis atención. Ahíabajo las cosas no siempre son comoparecen.

Link y Marian me habían seguidoescaleras arribas hasta el vestíbulo dela entrada, donde vimos queRavenwood estaba exactamente igualque como la dejamos, los restos depastel cortados sobre los platos, eljuego de té, el montón de regalos sinabrir.

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—¡Tía Del, Reece, abuela!¿Hola…? ¿Dónde está todo el mundo?—grité hasta que salieron de quiénsabe dónde. Del se hallaba junto a lasescaleras, llevaba una lámpara encimade la cabeza, como si fuera aestampársela a Marian de unmomento a otro. La abuelapermanecía en la entrada,protegiendo a Ryan con el brazo.Reece se ocultaba debajo de lasescaleras, con el cuchillo de cortartarta en la mano.

Todas se pusieron a hablar almismo tiempo.

—¡Marian, Ethan! Estábamos

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muy preocupadas. Lena hadesaparecido y cuando oímos lacampana de los túneles, pensamosque era…

—¿La has visto? ¿Está ahí fuera?—¿Has visto a Lena? Empezamos

a angustiarnos cuando Macon noregresó.

—Y Larkin. No le ha hecho daño,¿verdad?

Las miré sin dar crédito a misojos. Le quité la lámpara de las manosa Del y se la di a Link.

—¿Una lámpara? ¿De verdadcrees que vas a salvarte con esto?

La tía Del se encogió de hombros

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antes de responder.—Barclay ha subido al desván

para mutar en armas las varas de lascortinas y los decorados del solsticiopasado. No he encontrado otra cosa.

Me arrodillé junto a Ryan. Nodisponíamos de mucho tiempo,catorce minutos para ser exactos.

—¿Recuerdas lo que hicistecuando me puse malo y tú meayudaste, Ryan? Necesito que hagaslo mismo ahora en Greenbrier. El tíoMacon se ha caído, él y Boo estánheridos.

Ryan parecía a punto de echarse allorar.

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—¿Tamb ién Boo se ha hechodaño?

Link, en el fondo de lahabitación, carraspeó.

—¿Y mi madre…? Quiero decir, séque ella ha sido como un dolor demuelas y todo eso, pero ¿podríaayudar a mi madre?

—Y quiero que ayudes también ala madre de Link.

La abuela puso a Ryan detrás deella y le dio unas palmadas en lamejilla.

—Entonces, vale, iremos Del yyo. Reece, quédate aquí con tuhermana. Dile a tu padre adonde

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hemos ido.—Abuela, necesito a Ryan.—Yo seré Ryan esta noche, Ethan

—sentenció, y cogió su bolsa.—No voy a irme de aquí sin

Ryan. —No di mi brazo a torcer,pues había mucho en juego.

—No podemos arrastrar ahí fueraa una niña aún sin ser Llamada, nodurante la decimosexta luna. Podríaacabar muerta.

Reece me miró como si fueraidiota. Una vez más me sentía fuerade juego en estos líos de los Casters.

Del me cogió del brazo paradarme confianza.

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—Mi madre es una Empath, tanperceptiva a los poderes ajenos quepuede tomarlos prestados durante untiempo. Justo ahora está usando losde Ryan. No durará mucho tiempo,pero de momento puede hacer lomismo que ella. Y la abuela ya hasido Llamada, aunque haya llovidomucho desde entonces, por supuesto,así que nosotras te acompañaremos.

Miré el móvil. Eran las 23:49.—¿Y si no lo hacemos a tiempo?Marian sonrió y alzó el libro.—Me falta por hacer una entrega

en Greenbrier, bueno, Del, ¿crees queencontrarás el camino?

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—Los Palimpsésticos siempreencuentran viejas puertas olvidadas—respondió Del asintiendo; luego, sepuso las gafas—. Sólo tenemosproblemas de verdad con las de estilomoderno.

Y dicho esto se dirigió hacia lostúneles y desapareció, seguida decerca por Marian y la abuela. Link yyo nos apresuramos a ir tras ellas ycorrimos hasta darles alcance.

—Para ser un puñado de viejas, noveas lo deprisa que se mueven —comentó Link entre jadeos.

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Esta vez anduvimos por unos pasillospequeños a punto de venirse abajo encuyas paredes y techumbres crecíamusgo verdoso y negro, yprobablemente también en el suelo,pero resultaba imposible verlo en lapenumbra. Llevábamos un total decinco antorchas, gracias a sus llamasoscilantes no caminábamos a oscuras,pero dado que Link y yo íbamos alfinal del grupo, el humo flotaba y seme metía en los ojos, llorosos a causadel picor.

Saturaba los túneles un humo que

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no procedía de las antorchas, sino delos pasajes ocultos que conducían alexterior, y eso me permitió saber quenos acercábamos a Greenbrier.

—Es por ahí —anunció tía Delentre toses mientras alargaba la manopara palpar una revuelta pronunciadaen el muro de piedra y asegurar suavance.

Marian frotó la superficie mohosahasta dejar al descubierto una puerta.La llave lunae encajó a la perfección,como si la cerradura estuviera en usoa diario en vez de no haberse abiertoen miles de días. La puerta encuestión no era de roble, sino de

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piedra. No me cabía en la cabeza quela tía Del tuviera la fuerza necesariapara empujarla.

Se detuvo en el hueco de laescalera y se hizo a un lado paradejarme pasar, sabedora de que casi senos había acabado el plazo. Agaché lacabeza y pasé por debajo del musgo.Olisqueé el aire húmedo mientrasascendía por los escalones de piedra.Continué la subida hasta salir deltúnel, pero me quedé helado cuandollegué a la cripta de piedra en cuyocentro estaba la mesa en donde habíapermanecido durante tantos años elLibro de las Lunas.

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Y supe que era la misma mesaporque el libro descansaba allí denuevo.

Era el mismo libro que yo habíadejado en la balda superior de miarmario y que había desaparecido esamisma mañana. ¿Cómo había llegadohasta allí? No tenía ni idea, pero nohabía tiempo para preguntas.Escuché el chisporroteo de las llamasincluso antes de ver el fuego.

El incendio crepitaba estruendosocon rabia e intensidad, sembrando ladestrucción. Me sentí asfixiado por lahumareda que saturaba el aire y lasllamas me chamuscaron los brazos.

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Era como la visión del guardapelo, oaún peor, como una de mis últimaspesadillas, ésa en la que Lena eraconsumida por el fuego.

Tuve la corazonada de que laestaba perdiendo, de que el sueño seestaba cumpliendo.

¿Dónde estás, Lena?Ayuda a tío Macon, me ordenó con

voz apagada. Agité la mano para apartarel humo y poder ver la pantalla del móvil.Eran las 23:53. Faltaban siete minutospara la medianoche. Se nos terminaba eltiempo.

La abuela me cogió de la mano.—No te quedes ahí parado.

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Necesitamos a Macon.

La abuela y yo corrimos entre laslenguas de fuego cogidos de la mano.La salida abovedada de acceso alcementerio y a los jardines estabaflanqueada por una larga hilera desauces en llamas. Ardíaabsolutamente todo: los arbustos, losrobles blancos, las serenoas, el romeroy los limoneros. Escuché a lo lejos eldetonar de la artillería. La batalla deHoney Hill estaba a punto de acabary yo sabía que los participantes en larecreación pronto empezarían con losfuegos artificiales, como si pudieran

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rivalizar con los que se habíandesatado aquí. Los alrededores de lacripta, tanto el parque como el claro,estaban ardiendo.

La abuela y yo anduvimos atrompicones a través del humo hastaacercarnos a los robles en llamas.Encontramos a Macon tumbadodonde le habíamos dejado. Se reclinósobre él y le tocó la mejilla con lamano.

—Está débil, pero se recuperará.En ese mismo momento, Boo

Radley rodó y se incorporó. Avanzócon el rabo entre las piernas y setendió junto a su amo.

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Ravenwood hizo un gran esfuerzopara ladear la cabeza hacia la abuelay preguntó con un hilo de voz:

—¿Dónde está Lena?—Ethan ha ido a buscarla.

Descansa. Voy a ayudar a la señoraLincoln.

Y sin decir nada más se encaminórápidamente hacia la señora Lincolny Link, que se encontraba al lado desu madre. Yo permanecí de pie ytraté de encontrar a Lena, pero no vien ninguna parte ni rastro de ella, nide Hunting, Larkin o Sarafine. No via nadie.

Estoy aquí arriba, en lo alto de la

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cripta, pero creo que estoy herida.Aguanta, L, ya voy.Me abrí paso entre las lenguas de

fuego, procurando utilizarúnicamente los senderos deGreenbrier donde había estado conLena. Las llamas eran cada vez másaltas conforme me aproximaba a lacripta. Tenía la sensación de que lapiel se me caía a trozos aunque sabíaque sólo se me estaba chamuscando.

Me encaramé a una lápida que notenía grabado ningún nombre yencontré un punto de apoyo en eldesmoronado muro de piedra; me alcétodo lo que pude. En lo alto de la

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cripta había una estatua, una especiede ángel, con el cuerpo roto. Meagarré a ella, no supe muy bien a quéparte, aunque al tacto parecía ser untobillo, y tiré con fuerza paraauparme por encima del saliente.

¡Date prisa, Ethan! Te necesito.Y fue entonces cuando me

encontré cara a cara con Sarafine.Me hundió la hoja de un cuchillo

en el estómago.Un cuchillo muy real en el

estómago, igualmente real.Ése era el fin del sueño que nunca

se me había permitido ver, sólo queesta parte no tenía nada de onírico, y

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lo sabía porque se trataba de mistripas y me dolía cada centímetro dela hoja hundida en ellas.

¿Te sorprende, Ethan? ¿Acasopensabas que Lena era la única oyente eneste canal?

La voz de Sarafine empezó adesvanecerse.

Déjala ahora que intente continuarsiendo Luminosa.

A medida que me alejaba, sólo eracapaz de pensar en una cosa: eracomo Ethan Cárter Wate si mevestían con un uniforme confederado,tenía incluso una herida en el vientre

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y guardaba en el bolsillo el mismoguardapelo. Incluso existía otrasemejanza más: había abandonado elequipo de baloncesto del institutoexactamente igual que él desertó delejército de Lee.

Me marchaba pensando en unajoven Caster a la que amaría siempre,como el otro Ethan.

¡Ethan, no!¡No, no, no!Estuve gritando un minuto, pero

luego, el sonido se me pegó a la garganta.Recuerdo la caída de Ethan y la

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sonrisa de mi madre, el centelleo delcuchillo, y la sangre, la sangre de Ethan.

No podía estar sucediendo eso.Todo estaba inmóvil, absolutamente

todo. Todo se había detenido ypermanecía tan petrificado como unaescena en un museo de cera. Las nubes dehumo continuaban allí, todavía eranesponjosas y agrisadas, pero no iban aninguna parte, ni subían ni bajaban. Selimitaban a seguir suspendidas en el airecomo si estuvieran hechas con cartulina yformaran parte del decorado de una obrade teatro. Las llamas aún erantransparentes, todavía quemaban, pero noardían ni hacían ruido. Ni siquiera el aire

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se movía. Todo se hallaba exactamenteigual que hacía un segundo.

La abuela se acuclillaba cerca de laseñora Lincoln y su mano se habíadetenido en el aire cuando estaba a puntode tocarle la mejilla. Arrodillado en elsuelo como un niño asustado, Linkapretaba la mano de su madre. La tía Dely Marión permanecían agachadas en losescalones inferiores del pasaje de la criptapara protegerse el rostro de la humareda.

El tío Macon yacía tendido en el sueloy Boo se agazapaba a su lado. Hunting seapoyaba sobre un árbol a escasos metrosde allí y admiraba su obra. La cazadorade cuero de Larkin estaba ardiendo y él

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iba en la dirección equivocada, estaba enmedio del camino que conducía aRavenwood. Como era de esperar, rehuíala acción en vez de acercarse a ella.

Y Sarafine, mi madre, sostenía porencima de la cabeza una daga curva, unareliquia Oscura. Su rostro febril hervíade rabia, furia, fuego y odio. La hojatodavía chorreaba sangre sobre el cuerpoinerte de Ethan. Permanecíansuspendidas en el aire incluso las gotas desangre.

El brazo extendido de Ethan colgabapor un extremo del tejado del mausoleo.Oscilaba por encima del cementerio.

Como en nuestro sueño, pero a la

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inversa.Yo no me había escurrido de entre

sus brazos, lo habían arrancado a él de losmíos.

Llegué al pie de la cripta, me estiré yaparté las llamas y el humo hastaentrelazar mis dedos con los de Ethan.Me había puesto de puntillas, peroapenas si podía alcanzarle.

Ethan, te quiero. No me dejes.No puedo hacer esto sin ti.

Podía haber visto su semblante a laluz de la luna, pero no había luna, nisiquiera eso, y la única luz procedía delfuego, aún detenido, que me rodeaba por

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todas partes. El cielo estaba vacío ycompletamente negro. No había nada.Esa noche lo había perdido todo.

Sollocé hasta que no pude respirar ymis dedos se deslizaron por entre lossuyos, sabiendo que éstos nunca jamásiban a recorrer mis cabellos de nuevo.

Ethan.Quise gritar su nombre incluso aun

no habiendo nadie que me oyera, pero yano me quedaba ni un grito en lasentrañas. No me quedaba nada, exceptoaquellas palabras. Me acordé de laspalabras de las visiones. Las recordétodas y cada una de ellas.

Sangre de mi corazón.

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Vida de mi vida.Cuerpo de mi cuerpo.Alma de mi alma.

—No hagas eso, Lena Duchannes.No hagas el tonto con el Libro de lasLunas y empieces otra vez con toda estaoscuridad.

Abrí los ojos. Amma estaba a milado, en las llamas. El mundo circundantepermanecía inmóvil.

La miré.—¿Han hecho esto los Notables?—No, chiquilla. Todo esto es obra

tuya. Los Notables sólo me han ayudadoa llegar hasta aquí.

—¿Y cómo lo he hecho?

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Se sentó en el suelo junto a mí.—Todavía ignoras de lo que eres

capaz, ¿verdad? Al menos en esoMelquisedec tenía razón.

—¿De qué hablas, Amma?—Siempre le dije a Ethan que un día

haría un agujero en el cielo, pero he deadmitir que lo has hecho tú.

Intenté enjugarme el llanto, peroseguía llorando, y cuando las lágrimas sedeslizaron dentro de mi boca, me inundósu sabor a hollín.

—¿Soy… soy… Oscura?—Todavía no, ahora no.—¿Soy Luminosa?—No, tampoco puedo decir que lo

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seas.Alcé la vista al firmamento. El humo

lo cubría todo: los árboles, el cielo, ydonde tenían que estar la luna y lasestrellas sólo había un negro manto vacío.Ceniza, y fuego, y humo, y nada.

—Amma.—¿Sí?—¿Dónde está la luna?—Bueno, si tú no lo sabes, niña, yo

seguro que no. Hace un minuto estabamirando tu decimosexta luna y tú estabasdebajo de ella, contemplando las estrellascomo si sólo Dios en los cielos pudieraayudarte, con las manos alzadas como sisostuvieran el firmamento. Y después…

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nada de nada. Sólo esto.—¿Y qué hay de la Llamada?—Bueno. —La anciana hizo una

pausa para sopesar la respuesta—. No séqué sucede cuando a medianoche no hayluna el día de tu cumpleaños en eldecimosexto año. Jamás ha sucedido,hasta donde yo sé, pero tengo elpresentimiento de que no hay Llamada sino hay decimosexta luna.

Debería haber sentido alivio, gozo,confusión, pero sólo era capaz deexperimentar dolor.

—Entonces, ¿todo ha terminado?—No lo sé.Me tendió la mano y tiró de mí hasta

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que ambas nos pusimos de pie. Su palmaera cálida y fuerte, y de pronto sentí quemi mente se aclaraba. Era como si las dossupiéramos lo que iba a hacer actoseguido, tal y como Ivy había sabido elsiguiente movimiento de Genevieve eneste mismo lugar hace más de cien años, oal menos ésa fue mi sospecha.

Supe qué página debía pasar en cuantoabrimos la agrietada tapa del libro, eracomo si lo hubiera sabido todo el tiempo.

—Esto no es natural, eres conscientede ello, y también que dará lugar a unaserie de consecuencias.

—Sí.

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—Y sabes que no hay garantías deque funcione. No salió demasiado bien laúltima vez, pero puedo decirte esto: tengoa mi tía bisabuela Ivy entre las Notables,y ellas nos echarán una mano si pueden.

—Amma, por favor, no tengoelección.

Me miró a los ojos y al final asintió.—Sé que nada de lo que diga te va a

impedir hacerlo, porque tú quieres a michico, y yo voy a ayudarte porquetambién le quiero.

La miré y entonces comprendí.—Por eso trajiste el Libro de las

Lunas aquí esta noche.Asintió con lentitud.

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Luego, alargó la mano hacia mi cuelloy de debajo de la sudadera del InstitutoJackson sacó mi collar, donde todavíaestaba el anillo de Ethan.

—Éste es el anillo de Lila. Debe dequererte muchísimo para habértelo dado.

Ethan, te quiero.—El amor es algo poderoso, Lena

Duchannes. El amor de una madre no esalgo con lo que se pueda jugar. A mí meparece que Lila ha intentado ayudartecuanto ha podido.

Arrancó el anillo dando un tirón alcollar. Sentí una marca y un rasguño enla piel allí donde se rompió la cadena.Luego, deslizó el anillo en mi dedo

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corazón.—Lila te habría gustado. Tienes la

única cosa que le faltó a Genevievecuando usó el libro: el amor de dosfamilias.

Cerré los ojos y sentí el frío metalcontra mi piel.

—Ojalá tengas razón.—Espera.Amma se inclinó y sacó del bolsillo de

Ethan el guardapelo de Genevieve,todavía envuelto en el pañuelo de lafamilia de ésta.

—Esto es sólo para recordar a todosque ya pesa sobre ti la maldición. —Suspiró con inquietud—. No deseamos

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que te juzguen dos veces por la mismacausa. —Dejó el guardapelo sobre el libro—. Esta vez vamos a hacerlo bien.

Entonces, se quitó el gastado amuletode su propio cuello y lo puso sobre ellibro, cerca del guardapelo. El pequeñodisco dorado casi parecía una monedacuya imagen se hubiera borrado porefecto del uso y el tiempo.

—Y esto es para recordar a todos quesi fastidian a mi muchacho, me fastidiana mí.

Cerró los párpados y yo la imité.Puse las manos en las páginas y comencéa canturrear, al principio en voz baja, yluego cada vez más alto.

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Cruor pectoris mei, tutela tuaest.

Vita vitae meae, corripienstuam, corripiens meam.

Pronuncié las palabras con confianza,con esa seguridad que se experimentacuando de verdad a uno le da igual viviro morir.

Corpus Corporis mei, medullamensque,

Anima, animae meae, animamnostram conecte.

Grité esas palabras al paisajedetenido a pesar de que no había nadiepara oírlas, salvo Amma.

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Cruor pectoris mei, luna mea,aestus meus.

Cruor pectoris mei, fatummeum, mea salus.

Amma alargó el brazo y cogió mismanos temblorosas entre las suyas, muyfirmes, y juntas volvimos a pronunciar elHechizo. Esa vez lo recitamos en ellenguaje de Ethan y de su madre, Lila, ydel tío Macon, y de la tía Del, y deAmma, y de Link, y de la pequeña Ryany de cuantos amaban a Ethan, y quienesnos querían. Esta vez nuestras palabrasse convirtieron en una canción. Unacanción de amor para Ethan LawsonWate de parte de las dos personas que

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más le habían querido y que más leecharían de menos si nosotrasfracasábamos.

La sangre de mi corazón teprotege.

Si tu vida se pierde, la mía conla tuya se va.

Cuerpo de mi cuerpo, mente ytuétano de mis huesos,

alma de mi alma, que nuestrosespíritus enlaza,

sangre de mi corazón, mi luna,mi marea.

Sangre de mi corazón, micondena y mi salvación.

Nos cayó un rayo, a mí, al libro, a lacripta y a Amma, o al menos eso pensé yo

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que nos había ocurrido, pero despuésrecordé las visiones donde Genevievetambién había sentido lo mismo. Ammasalió despedida hacia el muro, se golpeó lacabeza contra las piedras.

Fui consciente de cómo la electricidadrecorría mi cuerpo y me abandoné a ella,aceptando el hecho de que si moría, almenos estaría con Ethan. Le sentí. ¡Quécerca estaba! ¡Cuánto le amaba! El anillome quemaba el dedo. Cuánto me queríaél.

Sentía una quemazón en los ojos yveía un fulgor de luz dorada mirasedonde mirase, como si fuera yo quien laemitiera.

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—Mi chico —susurró Amma.Me volví hacia Ethan, bañado por la

luz dorada, como todo lo demás. Seguíainmóvil. Miré a Amma, aterrada.

—No ha funcionado.Se inclinó sobre el altar de piedra y

cerró los ojos.—No ha funcionado —grité.Me alejé del libro a trompicones por

el barro y alcé la vista al firmamento,donde la luna había recuperado su lugar.Alcé los brazos hacia el cielo. Por misvenas corría fuego en vez de sangre. Laira me desbordaba sin encontrar undestino adonde ir y advertí que aquéllame consumía. Supe que la cólera me

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destruiría a menos que encontrara elmodo de quitármela de encima.

Hunting. Larkin. Sarafine.El depredador, el cobarde y mi

madre, la asesina que vivía con elpropósito de destruir a su propia hija. Lasramas nudosas de mi árbol genealógico deCasters.

¿Cómo se me iba a ocurrir Llamarmea mí misma cuando ellos se habíanllevado lo único que me importaba? Elfuego me subió por las manos como situviera voluntad propia mientras unrelámpago zigzagueaba en el cielo. Supedónde iba a caer antes de que lo hiciera.

Tres puntos en una brújula sin un

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norte como referencia.El rayo estalló en llamas y alcanzó

tres objetivos de forma simultánea,impactó en quienes me lo habían quitadotodo aquella noche. Me habría gustadomirar hacia otro lado, pero no lo hice. Laestatua que un momento antes había sidomi madre resultaba de una bellezaextraña a la luz de la luna cuando laenvolvió la llamarada del chispazo.

Bajé los brazos y me limpié los ojos detierra, ceniza y lágrimas de pesar, ycuando volví a mirar ella habíadesaparecido.

Habían desaparecido los tres.

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Empezó a llover y la visión emborronadase me agudizó hasta que fui capaz de vercaer las cortinas de agua sobre loshumeantes robles, sobre los campos, sobrelos matorrales. Vi con claridad porprimera vez en mucho tiempo, tal vezcomo no lo había hecho jamás. Regreséhacia la cripta, hacia Ethan.

Pero éste había desaparecido.Había otra persona allí donde

momentos antes estaba Ethan. El tíoMacon.

No lo entendí y me volví a Amma enbusca de respuestas. Sus ojos estabandilatados por el espanto.

—¿Dónde está Ethan, Amma?

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¿Qué ha sucedido?Pero no me respondió: se había

quedado sin habla por primera vez en suvida. Atónita, no apartaba la vista delcuerpo de mi tío.

—Jamás se me ocurrió que estopudiera terminar así, Melquisedec,después de tantos años juntos aguantandoel peso del mundo sobre nuestroshombros. —Amma le hablaba como si élpudiera oírle, incluso ahora, que hablabacon la voz más baja que jamás le habíaescuchado—. ¿Cómo voy a mantener enpie todo esto yo sola?

Los huesos agudos de Amma se meclavaron en las manos cuando la agarré

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por los hombros y le pregunté:—¿Qué está pasando?Alzó los ojos en busca de los míos.—No puedes quitarle nada al libro

sin darle algo a cambio —replicó con unhilo de voz, y una lágrima rodó por la pielapergaminada de su mejilla.

No podía ser cierto. Me arrodilléjunto al tío Macon y, muy despacio,alargué la mano hasta acariciar ese rostrosuyo tan perfectamente afeitado. Por logeneral, habría asociado su calorengañoso con el de un ser humano,impulsado por la energía de lasesperanzas y los sueños de los mortales,pero hoy no. Hoy, su piel estaba fría

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como el hielo, como la de Ridley, como lade los muertos.

Y sin recibir nada a cambio.—No… Por favor.Había acabado con mi tío y ni

siquiera me había Llamado a mí misma,ni siquiera había elegido la Luz, pero lehabía matado.

Me invadió otra vez la ira y el vientosopló con más fuerza a nuestro alrededor,girando cada vez más, en un remolinomuy similar a mis emociones. Empezabaa sentirle como algo familiar, muysemejante a un viejo amigo. El librohabía sellado alguna especie de horribletrato, uno que yo no había pedido. Y

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entonces lo entendí.Un trato.Si mi tío estaba tendido en el mismo

sitio donde yacía muerto Ethan, ¿podíaeso significar que tal vez éste estabavivo?

Me puse de pie y eché a correr endirección opuesta a la cripta. La luzdorada teñía el paisaje congelado. A lolejos vislumbré a Ethan, tendido sobre lahierba junto a Boo, donde tío Maconhabía estado hasta hacía unos segundos.Me encaminé hacia él y le cogí de lamano, pero estaba fría. Ethan seguíamuerto y Macon se había ido también.

¿Qué había hecho? Los había perdido

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a los dos. Me arrodillé en el barro yenterré la cabeza en el pecho de Ethanantes de echarme a llorar. Sostuve sumano sobre mi mejilla y pensé en todaslas veces que me había negado a aceptarmi destino, a rendirme, a despedirme.

Bueno, pues ahora me tocaba.—No voy a decir adiós, no pienso

decirlo.Y así debía ser: un sencillo susurro en

un campo de hierbajos calcinados. Fueentonces cuando noté que los dedos deEthan se movían en busca de los míos.

¿Lena?Apenas podía oírle. Sonreí mientras

me echaba a llorar y le besé la palma de

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la mano.¿Eres tú, Lena Beana?Entrelacé mis dedos con los suyos y

me prometí no soltarlos nunca; luego, alcéel rostro y dejé que la lluvia lo bañara yse llevara todo el hollín.

Estoy aquí.No te vayas.No voy a irme a ningún sitio, y tú

tampoco.

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12 DE FEBRERO12 DE FEBREROResquicio deesperanza

MM iré el móvil. Se había roto.En la pantalla aún se veía la hora:

23:59.Pero yo sabía perfectamente que

era medianoche pasada, pues habíanempezado los fuegos artificiales. Labatalla de Honey Hill habíaterminado otro año más.

Yacía tumbado en un campofangoso, calado por la lluvia. Todo

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me parecía turbio mientras veía cómounos fuegos artificiales de pocamonta intentaban explotar en ellluvioso cielo nocturno. No lograbaconcentrarme. Al caerme, me habíadado un buen porrazo en la cabeza yen otras partes del cuerpo: me dolía elestómago y la cadera, y todo elcostado izquierdo en general. Ammaiba a matarme cuando apareciera encasa hecho un Cristo.

Todos mis recuerdos terminabanen el momento en que me aferraba aesa estúpida talla del ángel y unsegundo después estaba tendido deespaldas sobre el barro. Pensé que

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una parte de la estatua se habíaresquebrajado mientras intentabasubirme al techo de la cripta, pero enrealidad no estaba muy seguro. Linkdebía de haberme arrastrado fueradespués de caerme como un idiota.Aparte de eso, tenía la mentecompletamente despejada.

Supongo que ése era el motivopor el cual no comprendía los llantosde Marian, la tía Del y la abuela,apiñadas en la cripta. Nada me habíapreparado para la escena que vicuando llegué allí andando atrompicones.

Macon Ravenwood había muerto.

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Tal vez lo había estado siempre,eso lo ignoraba, pero ahora se habíaido. Eso lo sabía muy bien. Lena seaferraba al cuerpo del difuntomientras la lluvia los calaba a ambos.

Era la primera vez que la lluviamojaba a Macon.

A la mañana siguiente reconstruíunos cuantos hechos relativos a lanoche del cumpleaños de Lena.Macon fue la única baja. Al parecer,Hunting le había vencido después deque yo perdiera el conocimiento. Laabuela explicó que la sangre es unnutriente mucho más poderoso quelos sueños. Supongo que él jamás

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tuvo ninguna oportunidad de ganar asu hermano, pero aun así, eso no lehabía disuadido de intentarlo.

Macon siempre dijo que haríacualquier cosa por su sobrina, y alfinal, hizo honor a su palabra.

Todo el mundo parecíaencontrarse bien, al menosfísicamente. La tía Del, la abuela yMarian se habían arrastrado comohabían podido para volver aRavenwood. Boo las había seguido,lloriqueando como un cachorro. Latía Del era incapaz de comprenderqué le había pasado a Larkin. Nadiesabía muy bien cómo soltarle la

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noticia de que en la familia había dosovejas negras y no una, así que alfinal nadie dijo ni pío.

La señora Lincoln no se acordabade nada y Link las pasó canutas paraexplicarle qué hacía con medias yenaguas en mitad del campo debatalla. Se horrorizó al verse encompañía de la familia de MaconRavenwood, pero estuvo suave comola seda mientras su hijo la llevabahasta el Cacharro. Link tenía unmontón de preguntas, pero supuseque podían esperar hasta la clase dematemáticas. Eso nos daría algo conlo que entretenernos cuando las aguas

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volvieran a su cauce, ocurrieracuando ocurriera.

Y Sarafine.Sarafine, Hunting y Larkin

habían desaparecido; lo supe porquecuando recobré el conocimiento ellosya no estaban allí, allí estaba Lena,que se apoyó en mí mientrasregresábamos a la mansiónRavenwood. Yo me hacía un lío conlos detalles, un poco lo mismo queahora, pero al parecer tanto Maconcomo su sobrina habían subestimadolos poderes de Lena como Natural.No se sabía muy bien cómo, perodespués de todo se las había arreglado

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para apartar la luna y eludir serLlamada. Y sin la Llamada, Sarafine,Hunting y Larkin habían huido, almenos por el momento.

Lena seguía sin hablar de ello,bueno, en realidad, no hablaba casinada.

Yo me había quedado dormido enel suelo de su dormitorio, junto a ella,todavía con nuestras manosentrelazadas. Cuando me desperté, sehabía marchado. Las paredes de sudormitorio, las mismas que habíanestado cubiertas de pintadas negrashasta el punto de que resultabaimposible ver el color blanco de

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debajo, ahora estaban limpias deltodo, excepto una, la pared queestaba frente a la ventana estabacubierta por un montón de palabrasescritas del techo al suelo, pero lostextos ya no se parecían a los deLena, habían desaparecido esaspalabras de chica introvertida. Toquéla pared como si de ese modo pudierasentir las palabras, y entonces supeque se había pasado escribiendo todala noche.

Macon Ethanapoyé la cabeza sobre su pecho y lloré

porque había sobrevivido

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porque él había muertoun océano seco, un desierto de

emociónfeliz tristeza, luz oscura, gozo

doloroso, todo me invade y me recorrelogré escuchar el sonido, pero no

entendí las palabrasy entonces comprendí que el ruido lo

hacía yo al rompermelo sentí todo y no sentí nada, todo en

un momentoestaba hecha pedazos, me había

salvado, lo había perdido todo, me habíandado

todo lo demásuna parte de mí murió y otra nació,

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sólo supeque la chica se había idoquienquiera que fuera yo, jamás voy

a ser ella otra vezasí es como va el mundono acaba con una explosión, sino con

un gemidoLlámate a ti misma, llámate,

reclámate, reclamagratitud ira amor desesperación

esperanza odioel primer verde de la naturaleza es

oro pero nada verde perduranointentesque

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perdurenadaverde

T. S. Eliot, Robert Frost,Bukowski. Reconocí los versos dealgunos poetas en los textos de lapared, pero excepto el poema deFrost, los había escrito al revés, locual era impropio de ella. Nada doradoperdura, sobre eso versaba el poema.

Nada verde.Quizás ahora todo le pareciera

igual.

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Bajé a rastras hasta la cocina. La tíaDel y la abuela cuchicheaban sobrelos preparativos del funeral.Recordaba los tonos bajos y lospreparativos de cuando murió mimadre, y aborrecía a ambos. Meacuerdo de cuánto dolía seguir vivo,cuánto les costaba a las abuelas y alas tías hacer planes, telefonear a losparientes y poner todo en marcha delmejor modo posible cuando todo loque deseas es meterte tú también enel féretro, o tal vez plantar unlimonero, freír unos tomates o erigir

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un monumento con las manosdesnudas.

—¿Dónde está Lena?No hablé en voz baja, pero Del

dio un respingo. La abuelapermaneció inalterable, ella jamás sesobresaltaba.

—¿No está en su dormitorio? —inquirió la tía Del, aturullada.

La abuela se sirvió otra taza de técon mucha calma.

—Creo que sabes dónde está,Ethan.

Lo sabía.

Lena permanecía tumbada en la

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cripta, en el lugar donde habíamosencontrado a Macon. Llevaba la ropahúmeda y cubierta de barro de lanoche anterior y mantenía la miradafija en el cielo gris de la mañana.Ignoraba cuándo se habían llevado elcuerpo, pero entendía su impulso deacudir a ese lugar: estar con su tíoincluso sin su presencia.

Me oyó llegar, pero no me miró.—Jamás tendré ocasión de retirar

todas aquellas cosas horribles que ledije. Nunca sabrá lo mucho que lequería.

Mi cuerpo dolorido se quejócuando me tendí en el barro junto a

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ella. La estudié: el negro peloensortijado y las mejillas sucias yhumedecidas. Las lágrimas lesurcaban las mejillas, pero no hizointento alguno de secárselas, y yotampoco.

—Murió por mi culpa.Mantuvo la vista fija y sin

parpadear en el cielo. Me hubieragustado poder decirle algo que lahubiera hecho sentir mejor, peronadie mejor que yo sabía que esaspalabras no existían, y no laspronuncié. En vez de eso, le besétodos los dedos de la mano, y medetuve cuando mis labios detectaron

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un sabor a metal, y entonces lo vi:llevaba el anillo de mi madre en undedo de la mano derecha.

Alzó esa mano.—No quiero perderlo. El collar se

rompió anoche.Los nubarrones aparecían y

desaparecían en el cielo. Aún nohabíamos visto la última tormenta,bien que lo sabía yo. Rodeé susmanos con la mía.

—Nunca te he amado más queahora, en este preciso momento, yjamás te querré menos que ahora, eneste preciso momento.

El vasto cielo gris conocía un

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momento de calma desprovista de sol,un interludio entre la tormenta enciernes y la que había cambiadonuestras vidas para siempre.

—¿Es eso una promesa?Le apreté la mano.No la olvides.Jamás.Nuestras manos se entrelazaron.

Ladeó la cabeza y, cuando la miré alos ojos, advertí por primera vez queuno era verde y el otro de coloravellana, de hecho, era más biendorado.

Era casi mediodía cuando inicié el

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largo paseo de vuelta a casa. Rayosdorados y pinceladas de gris oscurohendían el cielo azul. La presiónatmosférica iba en aumento, perodaba la impresión de que tardaríaunas horas en empezar a llover. Lenaestaba en estado de shock, o esopensaba, pero yo ya estaba listo parala tormenta, y cuando se desatara, untornado de la época de huracanesparecería un chaparrón primaveral asu lado.

Del se había ofrecido a llevarmeen coche hasta casa, pero yo preferíadar un paseo. A pesar de que me dolíatodo el cuerpo, necesitaba aclarar las

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ideas. Hundí las manos en losbolsillos de los vaqueros y meencontré con un bulto muy familiar:el guardapelo. Lena y yo teníamosque encontrar la forma dedevolvérselo al otro Ethan Wate, elque descansaba en su tumba, tal ycomo Genevieve hubiera deseado. Talvez eso diera a Ethan Cárter Wate unpoco de paz. Era mucho lo que ledebíamos.

Descendí el abrupto camino deacceso a Ravenwood y me encontréde nuevo en la bifurcación de lacarretera, esa que parecía tanaterradora antes de que yo conociera

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a Lena, antes de que supiera adóndeiba, antes de probar el sabor delmiedo y del amor de verdad.

Caminé por delante de los camposy bajé hacia la Route 9, pensando enaquel primer viaje, en esa primeranoche de tormenta. Le di vueltas atodo, incluso a cómo había estado apunto de perder a mi padre y a Lena,en cómo había abierto los ojos y lahabía visto allí, mirándomefijamente, y sólo era capaz de pensaren la suerte que tenía, eso antes desaber que habíamos perdido aMacon.

Pensé en el tío de Lena, en sus

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libros atados con cordeles y papel, ensus camisas perfectas y sin una arrugay en su compostura aún más perfecta.Pensé en lo duras que iban a ser lascosas para Lena a partir de entonces,echándole de menos, deseando poderoír su voz una vez más, pero yo iba aestar a su lado, con ella, del modo enque a mí me habría gustado tener aalguien conmigo cuando perdí a mimadre.

Y tampoco pensaba que MaconRavenwood se había ido del todo, nocuando mi madre nos había enviadoun mensaje al cabo de unos mesesdespués de su muerte. Tal vez

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siguiera en algún sitio de por ahí,velando por nosotros. Se habíasacrificado por Lena, de eso estabaseguro.

Lo correcto y lo fácil nunca son lomismo, y nadie lo sabía mejor queMacon.

Alcé los ojos y advertí queempezaban a deslizarse unos trazosgrisáceos sobre aquel cielo de colorañil claro, un azul idéntico al deltecho de mi cuarto. Me pregunté siese tono azulado impediría de verdadanidar a los abejorros carpinteros y sien verdad esas aves confundirían eltecho pintado con el cielo.

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La de locuras que puedes llegar aver cuando no miras de verdad.

Saqué el iPod del bolsillo y loencendí. Había una nueva canción enla lista de reproducción.

La miré fijamente durante unbuen rato.

Diecisiete lunas.Pulsé el botón.

Diecisiete lunas odecimoséptimo año,

si la Luz o la Oscuridad entus ojos aparece

el dorado sí o el verde nonadie sabrá, hasta llegar al

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diecisiete.

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AGRADECIMIENTOS

IInvertimos sólo tres meses en laescritura del primer borrador deHermosas criaturas, y ésta resultó serla parte fácil. Subsanar los errores fuemucho más complicado y requirió laayuda de muchas personas.

Éste es el árbol genealógico deesta novela:

Raphael Simón y Hilary Reyl.Que lo vieron antes de que hubiera

nada que ver.Sarah Burnes, de The Gernert

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Company,una extraordinaria agente literaria.

Que lo leyó y lo apoyó desde elprincipio.

COURTNEY GATEWOOD,DE THE GERNERT COMPANY,

LA AGENTE 007.Que nos hizo cruzar el océano y

nos llevó aún más lejos.JENNIFER HUNT Y JULIE

SCHEINA,DEL GENIAL E IMPLACABLE

EQUIPO EDITORIAL DELITTLE BROWN.

Que nos hicieron sudar y llorarhasta dejarlo todo bien.

DAVE CAPLAN,NUESTRO INGENIOSO Y

VISIONARIO DISEÑADOR.Que creó el camino a Ravenwood

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exactamentecomo nosotras lo habíamos

imaginado.Mathew Chupack. Que convirtió

nuestros latinajos en latín deverdad.

ALEX HOERNER,FOTÓGRAFO DE LAS

ESTRELLAS (Y NUESTRO).Que nos dio un aspecto tan

favorecedor sin ningún hechizo.Nuestros parientes de Carolina del

Norte,en especial el genealogistaHaywood Alnsley Early.

Que nos ayudó a plantar nuestropropio árbol genealógico.

Y Anna Gatlin Harmon, nuestraHija de Confederación predilecta.

Que nos prestó su nombre de

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soltera y consiguió quehabláramos con corrección.

Y NUESTROS LECTORES:Hannah, Alex C, Tori, Yvette,

Samantha,Martine, Joyce, OSCAR, David,

Ash, Virginia,Jean x 2, Kerri, Dave, Madeline,

Phillip, Derek, Erin,Ruby, Amanda y Marcos.

Su deseo de saber qué ocurría acontinuación

cambió lo que pasaba acontinuación ashly,

alias «reina adolescente de losvampiros»,

Susan y John, Robert y Celeste,Burton y Mare.

Que nos escucharon y nosanimaron

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a lo largo de toda nuestra vida.May y Emma.

Que por dos veces se quedaron encasa después de clase

para suprimir lo cursi ydescubrieron

el trozo que faltaba al finalcomo sólo son capaces de hacerlodos personas a los trece y quince

años respectivamente.Kate P y Nick y Stella G.

Que se durmieron todas las nochesoyendo el tecleo de un portátil.Y por supuesto, Alex y Lewis.

Que encontraron todos losagujeros

y se aseguraron de que el universono se cayera por ellos.

Que soportaron todo lo dicho hastaahora y aún más

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Al igual que Amma, KAMIGARCIA es muy supersticiosa y,como cualquier persona respetuosacon sus raíces sureñas, hace ellamisma galletas y pasteles. Tienefamiliares que pertenecen a las Hijasde la Revolución Americana, aunqueella nunca ha participado en ningunade sus recreaciones históricas. Ha

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estudiado en la George WashingtonUniversity, donde se licenció enEducación. Es profesora y organizagrupos de lecturas para niños yjóvenes.

Como a Lena, a MARGARETSTOHL la escritura le ha dado (yquitado) muchos quebraderos decabeza desde los quince años. Haescrito y diseñado muchosvideojuegos, por ello sus dos sabuesosse llaman Zelda y Kirby. Se enamoróde la literatura norteamericana enAmherst y en Yale. Es licenciada enFilología Inglesa por la Universidadde Stanford y estudió escritura

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creativa en la Universidad de EastAnglia, en Norwich.

Ambas residen en Los Angeles,California, con sus familias. HermosasCriaturas fue su primera novela yHermosa Oscuridad es su segundaparte.