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ARQUITECTOS DEL SIGLO XX EN MÉXICO
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En su libro Graphs, maps and trees (Verso, Nueva York, 2007), Franco
Moretti, profesor de literatura en la Universidad de Stanford, postula
otra manera de hacer historia, en su caso, de la literatura. En vez de
contar la vida y explorar la obra –buscando posibles conexiones que
las expliquen, generalmente de la primera a la segunda– de los grandes
autores de la literatura universal, Moretti propone una visión cuantitativa:
presentar los datos con que se cuente en gráficas, mapas y árboles –de
ahí, obviamente, el título de su ensayo. Así, según la invención de Moretti,
no habría sólo que interrogar a Arthur Conan Doyle, sino hacer un gráfico
de la producción general de novelas de detectives de fines del siglo XIX
y principios del XX, buenas y malas, hacer el mapa de sus orígenes y
destinos, y trazar el árbol de sus diversas relaciones. Así, el historiador
podría investigar la génesis de una forma de manera similar a cómo el
biólogo sigue la evolución de la tortuga.
El historiador dirá que eso no es historia sino mera colección de datos.
Eso decía, por ejemplo, Edward H. Carr: “que los hechos hablan por
sí solos es falso, por supuesto. Los hechos sólo hablan cuando el
historiador apela a ellos: él es quien decide a qué hechos se da paso y
en qué contexto y orden hacerlo.” Moretti no piensa que un gráfico, un
mapa o un árbol lo expliquen todo. Incluso, dice, no explican nada, “pero
al menos nos muestran que hay algo ahí que debe ser explicado.” El libro
de Moretti abre con un epígrafe de Robert Musil: “Un hombre que busca
la verdad se hace científico; un hombre que busca el libre juego de la
subjetividad se hace escritor; ¿pero qué debe hacer quien busca algo
entre los dos?” Arriesguemos una respuesta: ¿arquitecto? –no sabemos
qué tanto hubiera estado de acuerdo Musil, quien estudió ingeniería para
abandonarla y hacerse escritor.
Este no es un libro de historiadores: no lo somos. Tampoco somos
científicos ni escritores. Pero en su origen están varias gráficas que
intentaban poner sobre la mesa datos diversos para tratar, a través de
Hechos y tendencias100 años de arquitectura mexicana
Paul Artaria y Hans Schmidt, casas gemelas
en San Borja 733, ciudad de México, 1929
Bruno Cadore, Yuca Trailer Park, Jalisco, 1960
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sus posibles relaciones, de dibujar un mapa mayor de las condiciones
y características de la arquitectura mexicana del siglo XX. Fernanda
Canales había trabajado en una cronología –o cronograma, si es que esa
palabra puede traducir el inglés time line– donde se incluían desde los
acontecimientos políticos y sociales del país hasta algunas publicaciones
especializadas, además del trabajo de diversos arquitectos. Esa gráfica
sirvió de base a otra que Jose Castillo y Alejandro Hernández prepararon
para la exposición ‘Mexico City Dialogues’ (2005), llevada a cabo en
Nueva York, en la que también se incluían, además de los nombres y
las obras de diversos arquitectos y urbanistas, los de otros actores y
acontecimientos que marcaron la historia social, económica y política del
siglo XX mexicano. Finalmente, Alejandro Hernández preparó una gráfica,
publicada como cartel por la revista Arquine, que sólo incluía los nombres
y las obras de unos cien arquitectos mexicanos, organizados de manera
cronológica, y esbozando las relaciones mantenidas entre varios de ellos.
En una especie de gesto retroactivo, lo que aquí se intenta es replegar
en el formato de libro lo que antes se desplegaba en varias líneas del
tiempo. Se ha incluido mayor información fotográfica y biográfica de los
arquitectos incluidos: había que aprovechar esas posibilidades del libro.
Se intentó mantener, en la presentación y en el diseño, la posibilidad de
establecer lecturas transversales entre los distintos arquitectos. Se trató
entonces de mediar entre aquello que siempre es una posibilidad latente
en cualquier libro –reestructurarlo a partir de la interpretación del lector–
y que las gráficas, los mapas y los árboles hacen explícito a costa de
reducir, inevitablemente, la cantidad de información.
Se presenta así una selección de cien arquitectos –en realidad algunos
más, si contamos las sociedades y la inclusión de cuatro urbanistas y
planificadores que consideramos necesaria: Carlos Contreras, José Luis
Cuevas, Domingo García Ramos y Hannes Meyer –quien en México
fungió más como planificador que como arquitecto–, a lo largo de cien
años: cien por cien. La definición de los cien años del siglo no es nuestra
y la de cien arquitectos sigue simplemente aquella, mor de simetría. Nos
ayudó a poner un límite –evidentemente arbitrario– a una selección que
seguramente pudo haber sido mucho más amplia, agotadora de haber
seguido al pie de la letra las instrucciones de Moretti.
Sabemos que faltan muchos y habrá quien piense que sobran algunos.
Hubo, además del límite numérico, un corte generacional: dado que
buscábamos presentar a los autores de la arquitectura que definió el siglo
XX, los últimos incluidos son aquellos que al llegar el año 2000 alcanzaban
sus 40 años de edad –medida seguramente también subjetiva, pero que se
acostumbra dar como término de la juventud arquitectónica– y que ya hubieran
construido un cuerpo suficiente de obra. En el camino de preparar el libro se
nos cruzaron los nombres de varios que sabemos pudieron haber sido parte
de la selección, si la centena no hubiera marcado un límite (como Antoni Peyrí,
Carlos Tarditti, Pascual Broid, Alonso Mariscal, Alfonso Pallares, Mauricio
Campos, así como Alvin, Vasconcelos y Elizondo, entre muchos más). También
algunos otros con obras notables pero escasas o singulares, publicadas en
libros y revistas de época y cuya pista debe verse como un interesante reto
para el investigador.
Finalmente, también quedaron fuera algunos que, aun contando con una
amplia obra, resultaba difícil incluir más allá del rigor impuesto por el
número cien. Aquellos que, aun siendo conocidos, trabajaron siempre como
colaboradores –Salvador Ortega en el caso de Mario Pani, o Rafael Mijares y
Jorge Campuzano con Pedro Ramírez Vázquez, así como Fernando Luna en
su sociedad con Francisco Artigas o Fernando López Carmona con Enrique
de la Mora– o aquellos, como José Creixell, Víctor de la Lama, Jorge Rubio o
Santiago Greenham, cuya obra individual no ha sido aún estudiada a fondo.
También quienes han iniciado nuevas formas de acercarse a la profesión o han
ampliado los límites de ésta. De María Luisa Dehesa, la primera arquitecta en
México (titulada en 1939), a Ruth Rivera, la primera en ingresar a la carrera de
Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional (directora del departamento de
Arquitectura del INBA, de 1959 a 1969).
Igualmente faltaría ampliar el estudio a más ciudades e incluir a arquitectos
como Pedro Castellanos, Luis y Francisco Martínez Negrete, Eric Coufal o
Bruno Cadore, en Guadalajara; a Guillermo González, Guillermo Quintanar y
Ramón Lamadrid en Monterrey, a Felipe Ortega en Hermosillo, Germán Benítez
en Culiacán o Ángel Bachini en Mérida. Cada región podría tener su propio
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libro Arquitecturas desplazadas (investigación de Juan Ignacio del Cueto sobre
la arquitectura del exilio español en México), también habría que incluir a
arquitectos como Joaquín Capilla (autor del Frontón México en la Plaza de la
República), a José Arnal, a Reixa y a Sánchez Arcas (arquitectos del Sanatorio
Español en Ejército Nacional), junto con otros extranjeros que trabajaron en
México: Silvio Contri, Émile Bénard y Alfred Gilles, a principios de siglo, o
quienes realizaron desde lejos una sola obra en México –de Hans Schmidt y
Paul Artaria con sus casas gemelas en San Borja, a Mies van der Rohe con el
edificio de Bacardi o John Lautner con la casa Marbrisa en Acapulco.
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También quienes, fuera de los estrictos márgenes de la disciplina,
enriquecieron el entorno construido del siglo XX, a veces de manera
notable –pensemos en la obra de los ingenieros José Antonio Cuevas,
Boris Alvin, Leonardo Zeevaert y Juan José Barragán, así como en los
diseños y el mobiliario de Clara Porset, los hermanos Van Beuren, Horacio
Durán o Arturo Pani. Por último, tampoco incluimos a quienes, con o sin
obra construida, fueron fundamentales para la arquitectura mexicana del
siglo pasado en los planos teórico, crítico o docente: Jesús T. Acevedo,
Mauricio Gómez Mayorga, Antonio Toca, Rafael López Rangel, Ramón
Vargas Salguero, Carlos González Lobo, Humberto Ricalde y Louise
Noelle, por mencionar algunos.
¿De qué sirve, pues, este libro? En principio, sí como un recuento básico
e inicial del trabajo de algunos arquitectos del siglo XX en México cuyo
trabajo, unas veces más reconocido que otras, marcó las tendencias
formales o estilísticas de nuestra arquitectura. Si el libro sirve para que
arquitectos e interesados en la materia, sobre todo jóvenes, puedan
decir: “He ahí un Mestre” o “yo vivo en un Marcos”, ya habremos
logrado bastante. Pero pensamos que también, en esa sugerida lectura
transversal entre arquitectos, se pueden entender los grandes trazos de
una historia que, evidentemente, aún sigue en marcha, pese a que la
ignorancia o la presión demográfica traducida en dinámicas inmobiliarias
hayan acabado o transformado seriamente parte de lo que aquí se
muestra.
Apreciar cómo lo que podía leerse cual una gesta personal –el
redescubrimiento por parte de Luis Barragán del color y la materialidad
de la arquitectura vernácula, que implicó su abandono de cierta idea
del funcionalismo–, responde en general a movimientos genéricos y
compartidos. Así Juan O’Gorman, de las casas de Diego y Frida a su
casa en San Jerónimo; Augusto Álvarez, de su casa en San Ángel a su
casa en Valle de Bravo; Enrique del Moral, del edificio de la Plaza Melchor
Ocampo a su casa, vecina y contemporánea exacta de la de Barragán.
Y Francisco Artigas, Antonio Attolini, José María Buendía, Carlos Mijares
o Enrique Yáñez, por nombrar sólo algunos. Un viaje paralelo puede
seguirse de una arquitectura ligera y acaso transparente a otra masiva,
maciza y opaca. Así Teodoro González de Léon, pero también Manuel
González Rul, Agustín Hernández y Ricardo Legorreta.
No se trata, por supuesto, de negar el talento individual, sino de
inscribirlo en un contexto general que lo rebasa y lo condiciona. El
talento, digamos, es precisamente la manera de responder a esas
condiciones históricas, económicas, sociales y políticas que se dan en
planos mucho más generales que el de la individualidad. Recordamos
aquí cómo el antropólogo francés André Leroi-Gourhan explicaba los
objetos producidos a lo largo de la historia por el hombre en base a dos
conceptos convergentes: las tendencias y los hechos. Las tendencias,
decía, son lineales e independientes de los sujetos; son las maneras como
los objetos, por sus propias lógicas, sus maneras de prestarse a ser útiles,
nos obligan a transformarlos. Por ejemplo, en todas las culturas y en
todas las épocas a las piedras afiladas que se usaban para cortar –explica
Leroi-Gourhan– les ha crecido un mango, transformándose en hachas,
pues eso es a lo que la manera en que se usan tiende. Los hechos, en
cambio, son individuales y dependen, dice, del talento; son propiamente
lo que llamamos invención. Los hechos son la manera específica como
se responde a la tendencia genérica de esa piedra afilada, digamos, de
tener un mango para convertirse en hacha. Las tendencias, pues, son
interrogantes; los hechos las responden.
Quisimos que en este libro se perfilaran tendencias –entendidas, ya lo
dijimos, como algo que rebasa y condiciona al talento individual– y se
Eric Coufal, Teatro Experimental,
Guadalajara, Jalisco, 1960
John Lautner, casa Marbrisa, Acapulco,
Guerrero, 1973
Eric Coufal, Banco Industrial, Guadalajara, Jalisco, 1960
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apuntaran hechos: la manera como cien arquitectos, a lo largo de cien
años, han intentado responder a un racimo de preguntas: ¿cómo debe
ser la arquitectura mexicana del siglo XX? O, más genéricamente, ¿cómo
debe ser la arquitectura? O, con mucha mayor especificidad, ¿cómo debe
ser esto, aquí y ahora?
Han pasado más de 70 años desde que Esther Born publicara su libro The
New Architecture in Mexico, donde Juan O´Gorman, Enrique de la Mora,
Juan Legarreta y Enrique Yáñez, en un rango entre los 29 y los 35 años
de edad, mostraban los primeros ejemplos de arquitectura funcionalista
en México. Hace más de 55 años del libro de Henry-Russell Hitchcock,
Latin American Architecture since 1945, que dio a conocer a través del
MoMA neoyorkino la arquitectura moderna que llegó a México como una
corriente colonizadora más y se transformó en propia y única; casi 50
años desde que Israel Katzman, con su libro Arquitectura Contemporánea
en México, precedentes y desarrollo, y Max Cetto con Modern
Architecture in Mexico, presentaran las obras con que se construía el
México moderno; más de 20 desde que Louise Noelle publicara la primera
edición de Arquitectos contemporáneos de México, con información
sobre más de 60 arquitectos.
La ciudad de México, que en 1900 tenía 344 mil habitantes, en el año
2000 contaba con una población de 18.2 millones. La capital vio duplicar
su población prácticamente cada década del siglo XX y la arquitectura
no tuvo un papel menor dentro de este fenómeno de propulsión.
La velocidad y las necesidades enormes pudieron tal vez ayudar al
espíritu creativo pero no así a la documentación y a la reflexión sobre
lo construido. Así, a través de este libro se intenta ubicar algunas de
las obras que pertenecen a la historia incompleta de nuestra cultura
apresurada. Obras para la memoria, obras mínimas igual que aquellas
monumentales. Obras guardadas en cajones tanto como espacios usados
o al menos vistos. Obras, pero sobre todo los vínculos entre ellas, también
entre ellas y los autores, y entre los propios autores. Se busca entretejer
filiaciones, referencias, publicaciones, sucesos. Abarcar, aunque sea
minúsculamente, desde aeropuertos a iglesias y de hoteles a mercados:
fuentes, plazas, colonias y ciudades. Asimismo, se intentó destacar el
rol de las universidades y de la enseñanza, entendida en su sentido más
amplio pero también en relación a lo político y lo circunstancial.
El libro transita desde la arquitectura del Porfiriato a la de la Revolución,
y luego del nacionalismo posrevolucionario al Milagro Mexicano de
mediados de siglo, precedido por las convulsiones financieras así
como por los ensayos democráticos del cambio de siglo. Ordenado
alfabéticamente por autor y compuesto casi exclusivamente con fotos
de época, el libro refleja el vaivén que transcurre desde la creación
de escuelas y hospitales de la primera modernidad a las dotaciones
culturales y grandes sedes corporativas de finales del siglo. De las
Olimpiadas del 68 al terremoto del 85. Abarca, velozmente, desde
la construcción de Ciudad Universitaria (1952), que contó con la
participación de más de cien arquitectos, a su opuesta Ciudad de las
Artes (1994), realizada por sólo una decena. De una arquitectura colorida
a la sequía cromática de la generación posterior a los seguidores de
Barragán tras el Premio Pritzker. Del Art Déco al High Tech. De Acapulco
a Cancún, y de Tijuana a Chiapas. De una arquitectura de mínimos que se
Joaquín Capilla, Frontón México, ciudad de México, 1929
Luis y Francisco Martínez Negrete, casa en la calle
Tigris, ciudad de México. 1931
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Bibliografía selectaAdrià, Miquel, Arquitectura Méxicio 90’s, Gustavo Gili, 1996.
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Yáñez, Enrique. Guía de arquitectura mexicana contemporánea, Espacios, México, 1952.
Yáñez, Enrique. Del funcionalismo al post-racionalismo. Ensayo sobre la arquitectura contemporánea en México, UAM, México, 1990.
creyó científica, donde las utopías de vanguardia se convirtieron en credo
político, a la arquitectura musculosa de la segunda mitad del siglo XX. De
la simplicidad formal o la coherencia estructural promulgada por arquitectos
como Torres y Velázquez o Teja y Becerra, en los años cincuenta, a las
acrobacias formales de los años posteriores. Del despegue de la industria
a la revaloración de lo artesanal. De la creación de la colonia Hipódromo
Condesa a la de Chapultepec Heights; del Pedregal de San Ángel a
Ciudad Satélite. Del Tlatelolco de Mario Pani para 100 mil habitantes a
las casas-cápsulas desarmables de plástico de Juan José Díaz Infante.
De Juan Sordo a su hijo Javier. Mostrar desde otro siglo una arquitectura
a caballo entre la herencia y la vanguardia; la crisis y la exuberancia, una
arquitectura tan plástica como simbólica. Tan mitificada como desconocida.
Una arquitectura que no cabría en este libro ni en ninguno.
Fernanda Canales
Alejandro Hernández Gálvez
Este libro no hubiese sido posible sin la colaboración de múltiples
instituciones, archivos, despachos, fotógrafos y particulares, quienes
proporcionaron generosamente informaciones y material fotográfico. En la
página de créditos fotográficos se consigna el detalle de los mismos. Los
autores y el editor quisieran agradecer de forma particular a las siguientes
personas:
Renata Álvarez, Roberto y Rosalba Becerra, Gracia Cevallos, José Luis
Cortés, Margarita Chávez de Caso, Salvador de Alba Martínez, José Antonio
de la Peña, Juan Ignacio del Cueto, Agustín Elizalde, Daniel Escotto, Virginia
Flores, Antonio Gallardo, Margarita González Luna de Díaz Morales, Luis
Gordoa, Heidi Hartung, Armando Hashimoto, Israel Katzman, Agustín y
Pablo Landa, Sandro Landucci, Fernando Luna, Dolores Martínez, Mauricio
Muñoz, Louise Noelle, Carmen Parra, Paula Pedraza, Carlos Reygadas y
Elena Castillo, Francisco J. Serrano, Yuriko Silva, Paloma Torres, Ramón
Vargas Salguero, Héctor Velázquez, Paloma Vera y Margarita Villalobos.
Agradecimientos