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    Louis-Ferdinand Cline:Semmelweis

    Prlogo de Juan Garca Hortelano

    El Libro de BolsilloAlianza Editorial

    Madrid

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    Seal a la primera los medios profilcticos que deben adoptarse contra la infec

    cin puerperal, con una precisin tal que lamoderna antisepsia nada tuvo que aadir alas reglas que l haba prescrito.

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    Esta es la terrible historia de Felipe-Ignacio Semmelweis.

    Puede parecer un poco rida y a pri

    mera vista repeler, a causa de los detalles y de las cifras, de las minuciosasexplicaciones. Pero el lector intrpidoser rpidamente recompensado. Valela pena y el esfuerzo. Habra podidorenovarla desde su comienzo, maquillarla, hacerla ms gil. Era fcil y nohe querido. La doy, por tanto, en loque vale. (Tesis de Medicina. Pars,1924.)

    La forma carece de importancia, lo

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    que cuenta es el fondo. Y ste, supon

    go, es todo lo rico que se quiera. Demuestra el peligro que existe en pretender demasiada felicidad para loshombres. Es una vieja leccin, siempre actual.

    Suponed que, de la misma manera,

    surge hoy da otro inocente que se dedica a curar el cncer. Ni siquierapuede imaginarse a qu son tendraque bailar de inmediato! Resultaraverdaderamente fenomenal! Ah, quese arme de prudencia! Ah!, ms levaldr ser precavido. Que mantengaperramente sus precauciones! Msbotn ganara alistndose al instante encualquier Legin extranjera! Nada seda gratis en este bajo mundo. Todo se

    expa; el bien, como el mal, tarde otemprano se paga. El bien, forzosamente, resulta mucho ms caro.

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    Mirabeau gritaba tan fuerte que Ver-salles tuvo miedo. Desde la Cada delimperio romano, jams tempestad semejante se haba abatido sobre loshombres; en pavorosas olas se elevaban hasta el cielo las pasiones. Laenerga y el entusiasmo de veinte pueblos surgan de Europa, destripndola.

    Por todas partes, slo remolinos de seres y de cosas. Aqu, borrascas deintereses, de vergenzas y de orgullo;conflictos oscuros, impenetrables, all;ms lejos, sublimes herosmos. Confun-

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    didas todas las posibilidades humanas,desencadenadas, enfurecidas, vidas deimposible, se propagaban por los caminos y las simas del mundo. La muerteaullaba en la sangrienta espuma de susdisparatadas legiones; desde el Nilo aEstocolmo, de la Vende hasta Rusia,

    cien ejrcitos al unsono invocaroncien razones para su salvajismo. Lasfronteras asoladas y fundidas en el inmenso reino del Frenes, los hombresansiando progreso y el progreso devo

    rando hombres; as fueron estas bodastremendas. La humanidad se aburra;quem a algunos Dioses, se cambi detraje y pag su tributo a la Historiacon algunas glorias nuevas.

    Cuando tras la tempestad lleg lacalma, sepultadas por varios siglos anlas grandes esperanzas, cada una deesas furias, que haba partido hacia laBastilla sbdita, volvi ciudadanay retorn a sus mezquindades, a espiar

    al vecino, a dar de beber a su caballo,a fermentar sus vicios y sus virtudes enel tonel de piel plida que Dios misericordioso nos ha dado.

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    En el 93 dilapidaron un Rey.Limpiamente, fue sacrificado en la

    plaza de Grve. De su garganta degollada brot una sensacin nueva: laIgualdad.

    Todo el mundo odi y se produjo undelirio. El Homicidio es una labor cotidiana de los pueblos, pero, al menos enFrancia, el Regicidio poda considerarseindito. Se lo permitieron. Nadie quera confesrselo, pero la Bestia estabaentre nosotros, en los estrados de los

    tribunales, en las colgaduras de la guillotina, con las fauces abiertas. Fue necesario darle ocupacin.

    La Bestia quiso saber cuntos noblesvale un rey. Se descubri que la Bestia

    tena talento.Y en la degollina se experiment una

    puja formidable. Al comienzo, se maten nombre de la Razn, por principiostodava no definidos. Los mejores gas

    taron considerable talento para asociarel asesinato a la justicia. No se consigui mucho. No suele conseguirse.Pero, en el fondo, qu importaba? La

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    muchedumbre quera destruir y eso

    era suficiente. Igual que el enamoradocomienza por acariciar el cuerpo quedesea y proyecta demorarse largo tiempo en su propsito y despus, a pesarde s mismo, se apresura y..., as quera ahogar Europa en una horrible orga los siglos que la haban educado. Lopretenda an mucho ms de prisa delo que imaginaba.

    Conviene menos irritar a las muchedumbres ardientes que a los leones

    hambrientos. Por lo que, en adelante,se dispensaron de buscarle excusas ala guillotina. Maquinalmente, toda unasecta fue sealada, muerta, trinchada,como carne; y, encima, su alma.

    La flor de una poca fue hecha picadillo. Esto proporcion placer por uninstante. Hubiesen podido quedarseall, pero cien pasiones, que bostezabande tedio ante la lentitud de tal minucia, una tarde de hasto derribaron el

    patbulo.De golpe, veinte castas se precipitaron en una espantosa pesadilla, veintepueblos unidos, revueltos, hostiles, ne-

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    gros y blancos, rubios o morenos, selanzaron a la conquista de un Ideal.

    Atropelladamente, golpeados, sostenidos por arengas, conducidos por elhambre, posedos por la muerte, invadieron, saquearon, cada da conquistaron un reino intil que otros habran

    de perder a la maana siguiente. Seles vio pasar bajo todos los puentes delmundo, una vez y otra, en una rondaridicula y brillante, anegndolo todoaqu, vencidos all, engaados en todas

    partes, peloteados incesantemente delo Desconocido a la Nada, tan satisfechos de morir como de vivir.

    En el transcurso de estos aos monstruosos por los que fluye la sangre, durante los que la vida chorrea y se disuelve en mil pechos a la vez, durantelos que la guerra siega los rones ylos tritura como racimos en la prensa,hace falta un macho.

    A los primeros relmpagos de esta

    inmensa tormenta, Napolen conquist Europa y, por las buenas o por lasmalas, la conserv quince aos.

    Mientras su genio dur, pareci or-

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    ganizarse la ira de los pueblos, la mis

    ma tempestad recibi rdenes.Lentamente, se volvi a creer en losbuenos tiempos, en la paz.

    Despus, fue deseada, amada, se acab por adorarla igual que, quince aosantes, se haba adorado la muerte. Conpremura, se pusieron a llorar el desamparo de las trtolas con lgrimastan autnticas, tan sinceras, como lasinjurias con las que, la vspera, acribillaban la carreta de los condenados.

    Slo quisieron saber de ternezas y dulzuras. Proclamaron sagrados a los enternecidos esposos y a las madres previsoras, con tanta ampulosidad comohaban necesitado para decapitar a laReina. El mundo quera olvidar. Olvid. Y Napolen, que se empeaba envivir, fue encerrado, junto con su cncer, en una isla.

    Los poetas reorganizaron sus conturbadas cohortes, cien melindres fueron

    declamados en un da de primaverapara voluptuosidad de las almas sensibles. Crearon con la misma exageracin con que se haba destruido. Un

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    hlito de ternura acarici las innumerables tumbas. La esquila no abandon

    ya el cuello de las ovejitas. A la orillade todos los arroyuelos se susurraronversos. Bastaba con una margarita deshojada para que una doncella verdaderamente sentimental se derritiese en

    sollozos. Y no mucho ms que eso, paraque un hombre de bien se enamorasepor toda la vida.

    Hacia esta poca de convalecencia, enuna de las ms animadas ciudades dela tierra, naci Ignacio Felipe Semmel-weis, cuarto hijo de un tendero de comestibles, en Budapest sobre el Danubio, ante la portada de la iglesia de SanEsteban, en el corazn del verano,exactamente el 18 de julio de 1818.

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    Ante la portada de la iglesia de SanEsteban?... Busquemos esa casa..., cerca del Danubio. Hoy da ya no existe.Nada... Busquemos an. Por el mundo... En el tiempo. Algo que nos conduzca hacia la verdad. Busquemos!All quiz, en la ronda frentica que sealeja. 1818... 1817... 1816... 1812...Remontemos el curso del Tiempo...

    Ahora, el Espacio... Budapest... Pres-burgo1... Viena... 1812... 1807... 1806...1 Pozzony es su nombre magiar y Bra-

    tislava el checo. (N. del T.)

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    1805: El 2 de diciembre, a las cuat ro

    de la madrugada, comenz la accin enmedio de una niebla que no tard mucho en disiparse... AUSTERLITZ...No es esto todava lo que queremos;buscamos a uno de los nuestros, a unhombre de nuestra sangre, de nuestraraza, ms parecido a Semmelweis: Corvisart! Corvisart...

    No se encuentra en la llanura durante esta grave madrugada de fuego...Dnde est? Mdico del Emperador,ste es su sitio!

    Por qu se ha quedado en Viena, enel hospital general, donde, sin embargo, ninguna orden le retiene?

    Enorme edificio es te hospital! Si

    niestro! Ms tarde regresaremos a l,detenidamente, con Semmelweis, cuando haya sonado su hora. Por el momento, an no es visible su destino y enel lugar mismo donde su gloria debe

    resplandecer l no est.Miseria de nuestros sentidos!En estas salas, mezclados con los

    paisanos, hay por todas partes sida-

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    dos tumbados, heridos, moribundos,pertenecientes a todos los ejrcitos,que entregan su alma como pueden.

    Y Corvisart, qu hace en este instante?

    Es un mdico clebre, subordinadoal genio de su amo y, por l, glorifica

    do? Ser por disentimiento por lo quese aparta esa maana? Por celos...?

    No es concebible. A la Medicina, despus de todo, slo puede corresponder-le un pequeo esplendor. Lo sabe bien,

    l que posee todo el favor cientfico desu poca, l que ha sido condecoradopor su enfermo tantas veces como sepueda imaginar y que, para su orgullo,posee la ms alta distincin profeso

    ral: una ctedra en el Colegio de Francia. Y, adems, lo que es an mejor enestos tiempos de guerra: el Servicio deSanidad del mayor Ejrcito del mundo.No se encuentra, por todo ello, tan

    envidiado, tan feliz, tan enriquecidocomo un mariscal?Es que tena, sin embargo, algn

    otro deseo que el de servir este ambi-Cline, 3

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    cioso, incorporado por pura brillantez

    a las zarabandas guerreras?Le quedaba todava un pensamiento personal, tendente al progreso de suarte? Es un hecho.

    Durante Austerlitz, en la ms decisiva hora de su tiempo, se abstrae de susfunciones, cansado sin duda de brillar,para traducir, con grandes esfuerzospor otra parte, un libro esencial: LaAuscultacin, de Auenbrugger.

    Vieja novedad! Con cincuenta vie

    jos aos de silencio!Corvisart la resucita, le presta su

    voz y ello se convierte en un acto muypuro y muy bello de su carrera. Podahaber empleado en algo mejor la for

    midable autoridad que le daba su maravilloso empleo de mdico de Epopeya?

    Honor a Corvisart! Quiz un pocode honor tambin para Napolen!

    As, a causa de l, hemos ascendido,en la armona consoladora que buscbamos, a esa forma tan extraa de lafuerza: aquella que se apiada de los

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    hombres. Volvamos a Budapest, a donde nos conduce nuestro libro.

    El alma de un hombre va a florecerall en una piedad tan grande, en unafloracin tan magnfica, que, gracias aella, la suerte de la humanidad serdulcificada para siempre.

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    Esperemos que aparezcan los dasdeseados dentro del mbito del Pasado.

    Por lo pronto, la aurora...

    Verdaderamente, en torno a la infancia de un ser excepcional se producesiempre la misma enfermedad, la misma obstinacin estpida en una rutinaciega y sorda...

    Nadie se da cuenta..., nadie les ayuda. .. ; entonces, es que el alma de lagente est tan alejada de la vida cotidiana?

    En Budapest, es el cuarto hijo, Feli-

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    pe, quien est predestinado... Pero tam

    poco su madre presiente ms que losotros. Era, segn cuentan, una mujerlaboriosa, casada temprano, tempranoen pie, bonita tambin, infatigable, ala que una enfermedad brutal tumbpara siempre en el invierno de 1846.

    Antes de esta gran desgracia, se cantaba mucho en esa casa, se gritaba tambin. Ocho nios!

    La tienda de comestibles marchababien, los pequeos Semmelweis estu

    vieron bien alimentados; Felipe un datuvo cuatro aos, despus diez. A todoel mundo y en todas partes pareca feliz; salvo en la escuela. No le gustabanada la escuela y esta aversin desesperaba a su padre. Felipe amaba la

    calle. Ms aun que nosotros, los niostienen una vida superficial y una vidaprofunda. Su vida superficial es muysencilla, se resuelve en algunas obligaciones, pero la vida profunda de cual

    quier nio es la difcil armona de unmundo que est crendose. Debe introducir en este mundo, da tras da, todas las tristezas y todas las bellezas de

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    la tierra. En esto consiste el inmensotrabajo de la vida interior.

    Qu pueden los maestros y su sabidura en esta gestacin espiritual, eneste segundo nacimiento en el cual todoes misterio? Casi nada.

    El ser que est alcanzando la con

    ciencia tiene como principal maestro alAzar.El Azar es la calle. La calle, diversa

    y mltiple hasta el infinito en verdades,ms simple que los libros.

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    Qu es la Calle para nosotros?Qu es lo que se hace en la calle con

    mayor frecuencia? Soar.

    Se suean cosas ms o menos precisas, uno se deja llevar por sus ambiciones, por sus rencores, por su pasado. En nuestra poca es uno de loslugares ms propicios a la meditacin;es nuestro moderno santuario, la Calle.

    En Hungra, pas melodioso, pasteatral, poblado por una raza ms expansiva que la nuestra, surge la msicaal aire libre, sin esfuerzo.

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    Ferviente de las canciones y no de la

    escuela era nuestro pequeo Semmelweis. La tentacin resultaba grande yvariada. En aquel tiempo, sobre todoa la hora de la comida, haba casi tantos cantores populares en Buda comosoportales en sus calles.

    Por qu no detenerse all un momento?

    Entre los charcos de la ltima lluvia,el cantor, abigarradamente vestido, sedetiene, se rasca impdicamente, ve pa

    sar a las gentes... a travs de su miseria... Tiene un pequeo reconcomiocontra todos esos que se apresuran hacia su almuerzo... El, que todava notiene el suyo ni en la tripa, ni en elbolsillo. De un talego que parece mea

    do saca una guitarra de cuerdas fatigadas... El chisme gime entre sus sucios dedos...

    Mira hacia lo alto, al viento...Con su voz rancia emite algunas no

    tas dispersas; junto a nosotros, algunos esperan... y, en aquel tiempo, elpequeo Felipe. Se forma un corro, queva agrandndose hasta rozar el bordi-

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    llo de la acera, desviando los carruajesque circulan por la calzada. Es uncrculo encantado. Eso es! Vamos all.El msero rascatripas quiere escapar dela vida... con qu? Con esto... Habrque verlo... Sigmosle... Un paseo porla Ilusin.

    Pasa el medioda y este grupo de gentes canta envuelto en un hechizo, queel apetito no logra romper.

    Son canciones ni alegres ni tristes,enriquecidas por la mgica sustancia

    o totalmente desprovistas de ella; lasque estn empobrecidas se olvidan,pero las que son ricas llegan al corazn.

    En la misma medida que la msicaseria, hacen comprender lo Divino. Unicamente que, en cuanto a la msica seria, es necesario ser al menos un pocoentendido, un aficionado; para amar lacancin del pueblo, la autntica, bastacon amar el amor, con tener sentimientos y adems, que exista la letra, y eso

    siempre ayuda...Escuchad en el alma sorprendida,

    absolutamente gozosa de haberse liberado de un poco de sombra, el hechizo

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    de esas cuatro notas concordadas...

    Cuatro notas luminosas, que regalanel valor, la energa de la esperanza quela inteligencia da a los que no sabennada..., a aquellos que no son bastantealegres, bastante creyentes, bastantesinceros, bastante fuertes... para ser

    felices.Pero la msica se apaga..., el corro

    se dispersa... y el cantor, un poco mscansado, busca su almuerzo. Todo elmundo tiene hambre. En el corazn de

    todos el dulce misterio se mustia...,con pesar. La calle vuelve a ser el arroyo. La ntima iglesia se cierra, el rgano permanece silencioso, todo es mstriste que antes. Slo quedan los queel destino ha designado para la eterna

    misa del amor infinito. Constituyennada ms una pequea capilla de la claridad en el espacio y en el tiempo.

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    Pero en la contemplacin de las cimas espirituales que se alzan del otrolado de la vida, inciertas a las miradasdemasiado precisas de los hombres,no hemos perdido el camino cotidiano?

    Sin embargo, los acontecimientos sefunden con cada edad y son ellos, consu simple lenguaje, los que han de tes

    timoniar sobre la fuerza y la belleza deque cada hombre dispone en el secretode su Destino.

    Los que se producen en los primeros

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    aos de la vida del pequeo Felipe no

    aportan casi nada interesante.Sin entusiasmo, en el liceo de Pest,donde su padre le ha hecho ingresar,aprende las reglas del latn, con pocoxito adems, como demuestran loscuadernos de calificaciones de la poca.La enseanza, ya se sabe, era severa;Cicern, difcil; la juventud, incom-prendida.

    Durante dos aos, Felipe cruz todoslos domingos el bello puente sobre el

    Danubio para ir a comer a casa de suspadres, donde no le faltaban estmulosy consejos en cantidad. Los proyectosdel tendero eran ambiciosos, ya que deseaba que Felipe fuese auditor en el

    ejrcito de Francisco de Austria. Indudablemente era empleo muy lucrativo,envidiable, ejercitado por jueces a caballo, que actuaban como rbitros enlas contiendas que a cada instante se

    producan entre bandas campesinas ylos descontentos y defraudados propietarios.

    Pero hay mucha distancia entre el

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    deseo de un padre y el destino de suhijo!

    Bien que mal, Felipe acab sus primeros estudios y el 4 de noviembre de1837 abandonaba Budapest para ir aconseguir en Viena su licenciatura enDerecho austraco.

    El viaje deba durar cuatro das. Unincidente, que sobrevino en los alrededores de Presburgo, retras la diligencia. Al llegar a Viena, se encuentra fatigado, desabrido.

    La primera impresin que tuvo dela ciudad fue francamente mala: Mibuen amigo escribe a Markusovskyal da siguiente de su llegada, cmoecho de menos nuestra ciudad, nuestrosjardines, nuestros paseos...! Nada mees agradable aqu...

    Nunca amar Viena. Las verdaderasrazones de esta antipata son todavasordas, pero la vida se las formular,ms tarde, con precisin.

    Mientras tanto y a partir de su primera estancia, se siente aqu extranjero, condenado a no gustar. Todos sussentimientos permanecern hngaros,

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    impenetrables. Durante mucho tiempo

    guard esa fe absoluta en los suyos,hasta el da en que sus propios compatriotas se revolvieron contra l. Sinduda estaba escrito que sera desgraciado entre los hombres, sin duda paralos seres de esta talla todo sentimientosimplemente humano se convierte enuna debilidad. Los que deben crear cosas admirables parece que no puedanexigir de uno o dos afectos las fuerzassentimentales con las que abrazan su

    formidable destino. Lazos msticos lesatan a todo lo que existe, a todo lo quepalpita, les preservan y, con frecuencia,les encadenan en un sagrado entusiasmo. Nunca llegan, como la mayora denosotros, a considerar que la mujer o

    el hijo amados son la parte ms vivade nuestra razn de ser.En fin, Semmelweis alimentaba su

    existencia en fuentes demasiado generosas, para ser bien comprendido porlos dems hombres. Era de aqullos,tan escasos, que pueden amar la vidaen lo que tiene de ms simple y de msbello: vivir. La am irrazonadamente.

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    En la Historia de los tiempos la vidaes slo una embriaguez; la Verdad es

    la Muerte.En cuanto a la medicina, en el Uni

    verso, es nicamente un sentimiento,una pena, una piedad ms activa quelas otras, por otra parte sin fuerzas

    casi en aquella poca durante la queSemmelweis la abordaba. Fue haciaella con toda naturalidad. El Derechono le retuvo mucho tiempo.

    Un da, sin advertir a su padre de tal

    decisin, sigui un curso en el hospital,despus una autopsia en un stano, enese momento en que la ciencia interroga cuchillo en mano un cadver... Seguidamente, con otros, haciendo corroalrededor de una cama, pudo or a Sko

    da, el gran mdico de la poca, expresarse sobre el estado y el porvenir deun enfermo calenturiento. Skoda estuvo bril lante; posea erudicin, muchasutileza, describa la enfermedad como

    se describe el rostro de un antiguo conocido. Durante la noche sube la fiebre,el alma se escapa... Al da siguiente,una forma rgida, calor que ha huido,

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    una sbana tensa..., que se alza. Autop

    sia... Skoda sigue brillando por suerudicin, por su sagacidad. Uno se habita, se pierde la muerte de vista, slose mira a Skoda, a l slo se le escucha;a su vez, uno muere un da, sin rebelarse demasiado... La felicidad de los m

    dicos tiene este precio.Debemos ahora describir a Skoda, al

    menos su actividad mdica, ya que suinflujo represent un enorme papel enla vida de Semmelweis. Por otra parte,

    era hombre de primersimo plano quegozaba de un gran renombre, merecido.Alumnos cada vez ms numerosos seguan su enseanza clnica; poda contar con la simpata activa de todo elelemento joven de la medicina vienesa.

    Sus trabajos sobre la auscultacin, continuacin de la obra de Auenbrugger,estaban conducidos con mucha audaciay le proporcionaban ardientes contradictores. Su celebridad, por ello, tena

    ese algo de clido que falta frecuentemente en las severas carreras cientficas.

    Podemos suponer el entusiasmo que

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    arrastr a Semmelweis hacia la medicina, pero, de hecho, sabemos simplemente que se convirti bastante de prisa en el alumno directo de Skoda y quela Facultad de Derecho registr su desercin, antes de que hubiese recibidoen ella sus primeros diplomas.

    De la actitud de su padre ante estecambio no sabemos nada.

    Gracias a la enseanza de Skoda,Semmelweis aprendi las posibilidadesdel espritu clnico en la naturaleza

    y, si nunca lleg en este dominio a sertan sutil como su maestro, sus creaciones fueron ms slidas; se aproximaramucho ms a la verdad.

    Otro hombre, menos conocido queSkoda, menos ruidoso que l sobretodo, pero cuya obra tuvo un alcancemucho ms grande, enriqueci el pensamiento de Semmelweis con un mtodo cientfico indispensable; este maestro fue Rokitansky.

    Ocup la primera ctedra de anatoma patolgica de la Facultad de Viena.Como es sabido, desde all constituylas bases de esa gran escuela de inves-

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    tigaciones histopatolgicas de Europa

    Central, cuyos trabajos fueron tan numerosos y tan memorables. Semmelweis se cuenta entre los fervientes delos primeros tiempos; lo que all aprendi parece haber sido recogido siempreen sus pensamientos ms tiles y msapremiantes.

    Podra preguntarse a consecuenciade qu y por cul providencial armona los desastres de la fiebre puerperal,hermticos y monstruosos hasta enton

    ces, se eclipsaron ante las modestasdisciplinas que haba reunido Roki-tansky en el espri tu de su alumno. Lasosadas del progreso son frgiles! Temblando, se imagina uno, en efecto, los

    peligros que debi esquivar, los momentos de incapacidad de los que, sinembargo, supo aprovecharse tambinen su marcha triunfal. Para el geniono hay recurso pequeo, slo existen

    los posibles o los imposibles. En la superficie del microscopio ninguna verdad llegaba entonces muy lejos por laruta de lo infinito; las energas del ms

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    audaz y ms preciso investigador se detenan en la Anatoma Patolgica.

    Ms all de algunas de estas comineras, en el camino de la infeccin nohaba ms que la muerte y palabras...

    Esas enseanzas fueron, por consiguiente, las armas esenciales que Sem-

    melweis recibi de sus dos maestros.No fue todo lo que ellos le dieron. Tambin, a lo largo de la vida, siguieronansiosamente los trabajos y los pasosde su inolvidable discpulo. Con mucha

    tristeza le vieron subir los escalones desu calvario y no siempre le comprendieron.

    Tratando de sostenerle, de aconsejarle, con frecuencia intentaron moderar sus arrebatos impetuosos, convencerle de la inutilidad de sus insolenciasy de sus interminables polmicas concontradictores de mala fe. Durante losaos de pruebas despiadadas, cuandola jaura de sus enemigos aullaba su

    odio contra un Semmelweis acosado,proscrito, sus dos maestros, que haban envejecido en las luchas personales y, con todo, fatigados de ellas, se

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    unieron an para defenderle. Skoda sa

    ba manejar a los hombres, Semmelweis deseaba despedazarlos. No se despedaza a nadie. Quiso derribar todas laspuer ta s rebeldes; se hiri crue lmente.Hasta despus de su muerte, no seabrieron.

    La verdad nos obliga a sealar ungran defecto de Semmelweis: el de serbrutal en todo y, sobre todo, para smismo.

    En Viena, tras un contacto de algu

    nos meses, ya Skoda hubo de intervenir para que su discpulo no cayese enuna grave depresin moral, resultantede su agotamiento.

    Arrebatado, sensible hasta el excesoa las bromas sin importancia que legastaban los otros estudiantes a costade su muy pronunciado acento hngaro, se cree perseguido, se coloca al borde de la obsesin. Skoda le calma, observa y comprende; despus, aprove

    chando la confidencia, le ordena unlargo reposo. A esta prescripcin seunen bien pronto las cartas de su alarmada madre. Todo lo cual decide, por

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    fin, a Semmelweis a tomarse unas vacaciones muy necesarias.

    En la primavera de 1839 vuelve aBudapest, donde se le espera impacientemente. Gozos del regreso, recobradadulzura del hogar, largos paseos por lasanimadas calles, estas distracciones

    modifican felizmente su humor, consolidan su salud, pero no satisfacen suespritu. Se aburre.

    Sin embargo, la nueva Escuela deMedicina de Budapest acaba de abrir

    sus puertas. Se inscribe en ella. Perola enseanza que all se da no le gusta.As lo dice; su opinin se extiende. Seproducen historias. En 1841 vuelve consus maestros de Viena. A su manerade ver no han cambiado, pero l es, porel contrario, quien se ha modificadoprofundamente. Se da cuenta de ello,cuando Rokitansky quiere hacerle emprender largas investigaciones sobrelas vicisitudes del tejido heptico o

    cuando Skoda intenta consagrarle aesas minucias estetoscpicas que sonuna de sus especialidades. Se niega rotundamente. Y su sorpresa le resulta

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    tan penosa, que se aparta por un tiem

    po del anfiteatro de su clase y deja incluso durante varios meses de frecuentar los hospitales.

    Lo que se hace en la Facultad le parece ahora un poco sutil, terico, intilpara decirlo desde el punto de vista de

    los enfermos, en los que quiere pensar antes que en nada.

    Mientras que dure esta crisis de vocacin, preferir las largas excursionespor los jardines botnicos, donde con

    sulta a un tal Bozatov, experto en plantas, empedernido defensor de las virtudes de los simples2 . La ciencia absolutamente emprica de este herborista lesubyuga. Deslizndose por esta pen

    diente, leer sobre el mismo tema interminables memorias. A tal msica decuracin, incluso vaga y propagandera,le encuentra un encanto total. Durantemeses se entrega a esta pobre teraputica; no tiene ya entusiasmo alguno por

    2 En el sentido de sustancia que sirvepor s sola a la medicina, o que entra enla composicin de un medicamento. (Notadel T.)

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    las certidumbres de Skoda, por las precisiones de Rokitansky. Y an le encontramos empapado de semejantessentimientos, cuando suena la hora desu tesis.

    Que le sorprende.El trabajo ser breve; doce pginas

    apenas.Pero doce pginas de densa poesa,

    de agrestes imgenes. Con arreglo alclasicismo de entonces, est redactadaen latn, y del ms fcil. Se titula: La

    vida de las plantas. Es un pretextopara celebrar las virtudes del rododendro, de la vellorita, de la peona y dealgunos otros vegetales.

    De paso, el autor se complace en ha

    cernos constatar fenmenos de granimportancia, pero totalmente obvios;entre otros que, si el calor del sol favorece la eclosin de las flores, el fro,por el contrario, les es enteramente perjudicial.

    No existe nada ms simple, peropara una muestra de patetismo he aqusta:

    No hay espectculo escr ibe

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    que regocije ms el espritu y el cora

    zn de un hombre que el de las plantas! El de estas esplndidas flores devariedades maravillosas, que exhalanolores tan suaves! Que proporcionanal gusto los ms deliciosos jugos! Quealimentan nuestro cuerpo y le sanan delas enfermedades! El espri tu de lasplantas inspira la cohorte de los poetasdel divino Apolo, que se maravillabanya de sus formas innumerables. La razn del hombre se niega a comprender

    estos fenmenos, que no puede aclarar,pero que la filosofa natural adopta yreverencia: en efecto, de todo lo existente emana la omnipotencia divina.

    No le faltan a la tesis otros pasajes

    de la misma melodiosa inspiracin yde igual valor.

    Su maestro Skoda, que presida eltribunal de la Facultad, le pregunt,sin duda por no permanecer inactivo,

    si sera posible sustituir el mercuriopor el jugo de ciertas flores en el tratamiento de las enfermedades, y le rogque argumentase este delicado tema:

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    Medicina y Sentimiento. Todo ello enmal latn, que quede claro.

    Lo esencial para nosotros es saberque fue recibido doctor en medicinaaquel da, que algunos autores sitanen marzo, otros en mayo, en todo caso,en la primavera de 1844.

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    Skoda no era solamente, como sabemos, un notable clnico, sino que la sutilidad intuitiva y la sagacidad de quehizo prueba en sus trabajos cientficos

    le sirvieron muchsimo tambin en ladireccin de su brillante carrera.Despus de haber frecuentado a Sem-

    melweis durante cinco aos seguidos,nadie puede dudar que tuviese de sualumno una opinin muy lcida. Cier

    tamente, presinti en este joven hngaro todas las fuerzas de invencin, queen cuanto a s mismo ya conoca bien,y el valor y la armona. No afirmaremos

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    que concibiese algunos celos en ese mo

    mento, pero s que tena un cuidadometiculoso por su propia gloria y quese propona mantenerse como el maestro indiscutible de la clnica interna enViena.

    Ahora bien, si su Tratado de Auscultacin, que acababa de aparecer, contena, por supuesto, incuestionablesdescubrimientos, posea igualmente demasiada sutileza.

    Sus rivales no se ocultaban mucho

    para hacrselo entender, lo que le obligaba a defender a diario sus opinionescientficas, en las que nada pareca todava ni probado ni admitido.

    El momento era difcil y Skoda saba, por otra parte mejor que nadie,

    cmo los alumnos demasiado brillantesson, por regla general, los ms terribles destructores de los Maestros. Sinduda con esta mentalidad previsora temi ver cmo abordaba Semmelweis,

    tan rpido, tan ardiente, las enseanzasmagistrales de la medicina interna, enlas cuales l basaba su resplandeciente,pero frgil, supremaca.

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    Una vez que hubo olvidado La Vidade las Plantas, Semmelweis volvi contoda naturalidad a s mismo.

    Skoda le recibi con mucho gusto ysupo mantenerle en la esperanza de unpuesto en su propia clnica. Tal comosuena, le reserv, a la espera de algo

    mejor, un pequeo destino subalternoen su ctedra.

    Semmelweis se daba por satisfecho.Pero en septiembre de 1844, cuandose abri el concurso oficial para pro

    veer una plaza de asistente de Skoday l se present, lleno de confianza, alas pruebas, surgi un concurren te: eldoctor Lbl.

    Semmelweis es eliminado.Skoda, sin prdida de tiempo, invo

    ca, para justificar este fracaso, la fatalrazn de la edad, que jugaba, en efecto,a favor de Lbl.

    Cuestin de paciencia dijo; y,puesto que el prximo concurso no ha

    de tardar en convocarse, todo se arreglar entonces! Es preciso admiti rque la excusa era bastante vlida, peroserva tan bien a sus propios proyectos

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    que no puede dejarse de encontrar enella su carcter sutil.

    Sin embargo, que de ninguna manera se juzgue severamente por ello susinceridad respecto a Semmelweis. Porsupuesto que segua querindole, perocon arreglo a ciertas reglas de pruden

    cia y de alejamiento, de las que de ningn modo deseaba apartarse. Tuvoquizs razn? Puede amarse el calordel fuego, pero nadie quiere quemarse.Semmelweis era el fuego.

    Por fin, le encontramos ms o menosconsolado, esperando a la sombra deSkoda que surja su oportunidad. Ashubiese permanecido an algunos aossin duda, si Rokitansky, cuyos traba

    jos sobre la infeccin le conducan en

    aquel momento a un cotidiano contacto con la ciruga, no hubiera arrastrado a Semmelweis y su entusiasmopor curar a esta especialidad, dondetodo era entonces ignorancia y desas

    tres. Es necesario, desde luego, recordar que antes de Pasteur ms de nueveoperaciones de cada diez, por trminomedio, acababan en la muerte o en la

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    infeccin, que no era otra cosa que unamuerte ms lenta y mucho ms cruel.

    Se comprende que con tan mnimasoportunidades de xito slo se operasemuy raramente. Un pequeo nmerode cirujanos, casi superfluo por otraparte, se disputaban las tres o cuatro

    situaciones oficiales que existan entonces en Viena.En este medio, Semmelweis sufri la

    primera repugnancia por aquella sinfona verbal, en la que se envolvan la

    infeccin y todos sus matices. Que erancasi innumerables. El juego del ingenioconsista en explicar la muerte por elpus muy trabado, el pus de buenaespecie, el pus laudable. En el fondo, fatalismo con grandes frases, resonancias de la impotencia.

    Cada uno de estos cirujanos, demasiado feliz con haber llegado a los raroshonores que se le concedan, se preocupa poco por la sinceridad. Aparte

    Rokitansky, en el grupo de estas gentesel futuro de los hombres presenta escasa esperanza.

    El optimismo naturalista de Semmel-Cline, 5

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    weis, del que su tesis chorreaba, fue

    sometido a una ruda prueba.No la olvidar jams.Y hacia el final de estos dos aos de

    dicados a la ciruga es cuando escribi,con ese aguijn pendenciero que caracteriza ya su pluma impaciente: Todo

    lo que aqu se hace me parece muy intil; los fallecimientos se suceden de laforma ms simple. Se contina operando, sin embargo, sin tratar de saberverdaderamente por qu tal enfermo

    sucumbe antes que otro en casos idnticos.Recorriendo estas lneas, puede de

    cirse que ya est hecho!Que ha enterrado su pantesmo. Que

    penetra en la rebelda, que se encuentraen el camino de la luz! En adelante, yanada le detendr. No sabe todavapor dnde emprender una reformagrandiosa de esta ciruga maldita, perol es el hombre para esta misin; as lo

    siente, y lo ms asombroso es que casiresultaba cierto. Despus de un brillante concurso, es nombrado profesor deciruga el 26 de noviembre de 1845.

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    Pero, al no vislumbrarse ninguna vacante en las posibles ctedras, se impacienta; tanto ms cuanto que la ayudaque reciba de su familia se debilita, suspadres le urgen a que acabe sus estudios y se establezca para asegurarse unaclientela, temerosos de encontrarse

    pronto en la imposibilidad de subvenira sus necesidades. Su padre haba cadoenfermo; la tienda de comestibles, sinduda por esto, haba perdido en partesu prosperidad. Semmelweis confa sus

    estrechas zozobras a sus maestros, quede inmediato ponen en marcha toda suinfluencia con el ministro.

    Los acontecimientos se precipitan.Ya que la ciruga no ofrece ningn

    puesto disponible, se cambia a la especialidad en partos. Klin reclama un ayudante; le ofrecen a Semmelweis. Perono tiene los diplomas exigidos. En dosmeses supera todas las pruebas precisas.

    Recibido doctor en obstetricia el 10de enero de 1846, es nombrado profesor ayudante de Klin el 27 de febrerodel mismo ao. En adelante formar

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    parte de los cuadros del Hospicio Ge

    neral de Viena, en el que el profesorKlin diriga una de las Maternidades.Desde un nivel intelectual, este Klin eraun pobre hombre, repleto de suficiencia y estrictamente mediocre. Todos losautores insisten abundantemente en es

    tas caractersticas. No sorprender porlo tanto a nadie, que se convirtiese enun hombre feroz en cuanto percibi lasprimeras revelaciones del genio de suayudante. En pocos meses se plante

    el problema. Apenas haba tenido tiempo de enfrentarse con la verdad sobrela fiebre puerperal, que estaba ya biendecidido a ahogar la verdad por todoslos medios, con todas las influencias deque dispona.

    Por eso aparecer siempre criminaly ridculo ante la posteridad, ya quecon tal actitud consigui la triste habilidad de agrupar todas las envidias ytodas las imbecilidades contra Semmel

    weis y contra la aparicin de su descubrimiento.No slo su necedad natural y su si

    tuacin social le hacan peligroso, sino

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    que sobre todo resultaba temible porel favor de que gozaba en la Corte.

    En el extraordinario drama que serepresent en torno a la fiebre puerperal, Klin fue el gran auxiliar de lamuerte. Esa ser su eterna vergenza..., habra de exclamar ms tarde

    Vernier, hablando de sus desastrosa influencia, de su obstruccin imbcil yrabiosa.

    Todo esto es el aspecto grande y bellode la justicia. Sin embargo, no existe

    otro, que no puede ignorar el historiador imparcial?En efecto, por muy alto que vuestro

    genio os coloque, por muy puras quesean las verdades que se expresan, hayderecho a ignorar la formidable potencia de las cosas absurdas? La conciencia en el caos del mundo es slo unalucecita preciosa, pero frgil. No se enciende un volcn con una vela. No se

    juntan tierra y cielo a martillazos.

    A Semmelweis, como a tantos otrosprecursores, debi de serle horriblemente penoso someterse a los caprichosde la necedad, sobre todo al hallarse en

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    posesin de un descubrimiento tan esplendoroso, tan til a la felicidad humana, como el que someta a pruebatodos los das en la Maternidad de Klin.

    Pero, en fin, no se puede cuando menos dejar de imaginar, releyendo losactos de esta tragedia en la que sucum

    bieron l y su obra, que, con una mayor preocupacin por las formas, conalgunos miramientos en sus relaciones,Klin, tan pueril en su orgullo, no habraencontrado el apoyo, demasiado real,

    de los agravios que esgrimi contra suayudante.Donde Semmelweis se estrell, es

    casi indudable que la mayor parte denosotros habramos triunfado por simple prudencia, por delicadeza elemen

    tal. Es como si hubiese carecido (o lohubiese descuidado) del ms mnimosentido de las leyes de la futilidad queregan en su poca, en todos los tiempos por otra parte, sin las cuales la

    necedad es una fuerza indmita.Humanamente, era un desmaado.

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    Dos pabellones de parto, contiguos,de idntica construccin, se elevabanen este ao de 1846 en medio de losjardines del Hospicio General de Viena.

    El profesor Klin diriga uno de ellos;el otro, desde haca casi cuatro aos, sehallaba colocado bajo la direccin delprofesor Bartch.

    Por estos jardines cubiertos de nieve,

    sometidos a la helada de un viento implacable, debi de dirigirse Semmel-weis a su nuevo servicio en la madrugada del 27 de febrero.

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    Esperaba encontrar en esta especialidad muchas ms tristezas de las quehasta entonces haba conocido en laciruga, pero no poda ni imaginarse aqu alturas emocionales y con qu intensidad dramtica discurra la vida cotidiana en las salas del profesor Klin.

    Desde el da siguiente, Semmelweisfue asido, arrastrado, golpeado, por lamacabra danza, que jams habra decesar alrededor de los dos terribles pabellones. Fue martes aquel da. Hubo

    de proceder al ingreso de las mujeresencintas, llegadas de los barrios populosos de la ciudad.

    Evidentemente se resignaban alalumbramiento en un hospital de tantriste fama slo aquellas cuyo estadoera de absoluta miseria.

    Por sus ansiosas confidencias, Semmelweis supo que, si los riesgos de fiebre puerperal eran considerables en losdominios de Bartch, en los de Klin, y

    durante ciertos perodos, los riesgos demuerte equivalan a una certidumbre.Estos datos, que haban llegado a ser

    cosa conocida entre las mujeres de la

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    ciudad, constituyeron desde ese momento el punto de partida de Semmel-weis hacia la verdad.

    La admisin de mujeres para la tarea se efectuaba entonces por turnosde veinticuatro horas en cada pabelln.Aquel martes, cuando dieron las cua

    tro, el pabelln de Bartch cerr suspuertas y el de Klin abri las suyas...A los mismos pies de Semmelweis se

    desarrollaron escenas tan desgarradoras, tan autnticamente trgicas, que,

    leyndolas, uno se sorprende de no tener, a pesar de tantas razones en contra, un absoluto entusiasmo por el progreso.

    A una mujer cont ms tarde, apropsito de esta primera jornadahacia las cinco de la tarde, le sorprenden bruscamente los dolores, en la calle... Carece de domicilio..., se precipita hacia el hospital y comprende deinmediato que llega demasiado tar

    de...; aqu est, suplicante, implorandose la deje entrar en el pabelln deBartch, pidindolo por esa vida quequiere conservar para sus otros hi-

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    jos...; se le niega el favor. No es lanica!

    A partir de este instante, la sala deadmisin se convierte en una hoguerade ardiente desolacin, en la que veinte familias sollozan, suplican..., arrastrando frecuentemente y por la fuerza

    a la mujer o a la madre que hasta allhaban conducido.Casi siempre prefieren hacerla parir

    en la calle, donde los peligros son verdaderamente mucho menores.

    Al pabelln de Klin, en definitiva,acuden nicamente aquellas que llegana los ltimos instantes sin dinero, sinayuda, ni siquiera la de unos brazos quelas arrojen fuera de este lugar maldito.Se trata en la mayora de los casos delos seres ms oprimidos, de los msrechazados por las intransigentes costumbres de la poca: casi todas sonsolteras embarazadas.

    Sobre el destino de Semmelweis, en

    el que las grandes desgracias parecenalgo familiar, las penas caen algunasveces tan pesadamente que se esfumanen el absurdo.

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    En efecto, apenas acaba de establecer este primero y doloroso contactocon sus nuevas funciones, apenas se haalejado lo suficiente para no or los gemidos de esas mujeres cuya hora hasonado..., le entregan dos cartas, unade las cuales le anuncia la muerte de

    su madre y la otra, la de su padre, fallecido algunos das despus.En el relato de esta existencia pare

    cen agotarse todas las expresiones dela desgracia. La terminologa a la que

    es preciso recurrir incesantemente paraacompaar el curso de su obra pareceescapar por entero de entre los pesadospliegues de las frases funerarias.

    Pero los hechos fueron an ms sombros, si es posible, que su descripcin.

    Esta lgubre fatalidad que impera alrededor de Klin le ha de envolver enadelante. Aplasta a los hombres, a lasmujeres y las cosas que se agitan dentro de este crculo. Slo l se opone al

    destino y no es aplastado, pero sufreen todo momento, ms que cualquierotro, en Viena, en Pars, en Londres oen Miln. Todos ellos, tarde o tempra-

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    no, han doblado el cuello ante el pasode la plaga de la fiebre puerperal. Hi

    pcritamente, en la indiferente sombra,han pactado con la Muerte. Y si losms sabios despiertan todava de vezen cuando con sutiles conceptos, es porque han agotado los enanos recursos

    de sus cerebros enanos y, como no llegan nunca a nada, pronto vuelven a lagrey oficial... La fiebre de las parturientas! Terrible divinidad! Detestable; pero tan corriente!

    Por fuerza, haba de pertenecer alorden de las catstrofes csmicas, inevitables...

    Los pos y despreciables rutinarios laconsideraban, sin confesrselo demasiado, como una especie de doloroso

    tributo, que frecuentemente tenan quepagar las mujeres del pueblo a su entrada en la maternidad.

    Algunas veces otros, desligados de lacostumbre profesional, se indignan, en

    loquecen, arman el barullo...Entonces se nombraban Comisiones.Siempre reunieron a sabios respon

    sables.

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    Qu fcil juego es presentar estas

    sucesivas e interminables Comisionesde una manera ridicula! Tratemos msbien de valorar sus esfuerzos.

    Fueron intiles, como de costumbre,durante la recrudescencia de fiebrepuerperal de 1842 entre las pacientes deKlin, cuando el 27 % de las embarazadas sucumbieron en agosto, el 20 % enoctubre del mismo ao, y cuando, incluso, se alcanz una media de 33 muertes por cada 100 alumbramientos en el

    mes de diciembre.Muchas otras Comisiones se haban

    desfondado ante este mismo y eternoproblema. Entre las que llegaron a reunirse, una de las menos ineficaces fue

    quiz la convocada por Luis XVI durante la epidemia de fiebre puerperalde 1774, que diezm el Htel-Dieu3 dePars. En esta ocasin, la leche resultser la acusada y el Colegio de Mdicosde Pars logr se propusiese al rey,como remedio contra la epidemia, la

    3 Htel-Dieu: en Francia, Hospital General de una localidad. (N. del T.)

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    clausura de todas las Maternidades, as

    como el destierro de las nodrizas.No es que estuviese muy bien, perotampoco estaba muy mal.

    De nuevo en Viena, en el mes demayo de 1846, una Comisin del Imperio fue convocada urgentemente, al re

    gistrar esta vez las estadsticas un porcentaje de muertes del 96 % entre laspacientes de Klin. Qu pensar de todos aquellos que constituan estas Comisiones? Eran, por consiguiente, tan

    ignorantes personalmente, tan incapaces sobre todo, como los remedios queproponan? De ninguna manera. Perocarecan de genio y les hubiese hechofalta mucho para desenredar la madeja patolgica, antes de que Pasteur hubiera auxiliado con su luz a los mediocres.

    Por otra parte, el genio es necesariosiempre en las grandes circunstanciasde este mundo, cuando un torrente de

    potencias materiales y espirituales, oscuras, confundidas, arrastra a los hombres en muchedumbres rugientes, perodciles, hacia fines mortferos. Muy po-

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    eos entre los mejor dotados saben entonces hacer otra cosa que distinguirsepor una ms rpida carrera hacia elabismo o por un grito ms estridenteque el de los dems. Rarsimo es el que,encontrndose en medio de esta obsesin del ambiente que se llama Fatali

    dad, tiene valor y halla en s mismo lanecesaria fuerza para afrontar el Destino comn que le arrolla. En la sombraencontrar la llave de misterios antestemibles. Casi siempre el que la desea

    con bastante fe la descubre, porqueexiste siempre, y ante su audacia eltorrente de las fatalidades se desvahacia otros cauces de la ignorancia, hasta el da de un nuevo genio.

    Semmelweis eligi esta tarea, a medida suya y de su tiempo. Ms tarde,l mismo alcanz, con sencillez, conciencia de su papel entre los hombres.

    El destino me ha elegido escribe como misionero de la verdad, en

    cuanto a las medidas que deben tomarse para evitar y combatir la plaga de lafiebre puerperal. Desde hace muchotiempo he dejado de responder a los

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    ataques de los que soy objeto constan

    temente; el orden de las cosas ha deprobar a mis rivales que yo tena enteramente razn, sin que sea necesarioque participe en polmicas que, en adelante, no pueden servir para nada alprogreso de la verdad.

    Estamos habituados en otros dominios a declaraciones tan solemnes porparte de pensadores o de polticos, peroque no se fundamentan sobre ningnhecho preciso o rgido; slo son, en

    suma, juegos literarios. Estas palabras,por el contrario, representan un hitodefinitivo en la biologa contempornea.

    Pero volvamos a la poca en que hemos abandonado a Semmelweis, es decir, hacia 1846. An est lejos de poseeresta magnfica seguridad. En este momento, por el contrario, alrededor del todo es contradictorio, incoherente.Investiga en las relaciones de la Comisin Imperial. Ni uno solo de los reme

    dios eventuales, que se indican en ellasy cuya aplicacin prctica se intenta, daresultado. Ni siquiera, un resquicio deesperanza.

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    Se encuentra, por tanto, entregado asus propios recursos.

    Procede entonces por sucesivas eliminaciones del Pasado, raspando, uno trasotro, los errores y mentiras que recubren la verdad, arrojndolos lejos comohojas muertas que asfixiaban la flor

    que busca. Sealar as, con una primera piedra y de una vez para siempre,el punto de partida de su espritu haciael descubrimiento: Mueren ms pacientes de Klin que de Bartch.

    Todo el mundo lo haba notado antes que l, nadie lo haba asegurado tanformalmente. Para l resulta el nicohecho claro en el curso de esta tragedia, donde todo es tenebroso. Siemprepartir de ello y tambin desde ellovolver siempre a s mismo. Sin embargo, cien pistas se le proponen, paraextraviarle. Se niega. Por fin, cuando,a fuerza de persuasin y con frecuencia, ay!, de brutal idad, termina por

    someter a este punto de partida a losque quieren, o fingen querer, ayudarle,las soluciones afluyen. A su alrededorse establece una pugna de ingeniosida-

    Cline, 6

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    des, de orgullo en realidad. Si mueren

    menos pacientes de Bartch pretendenestos buenos espritus, en su temor dequedarse atrs es porque en su clnica el tacto se practica exclusivamentepor las alumnas comadronas, mientrasque en la clnica de Klin los estudiantes ejecutan esa maniobra en las mujeres encintas sin ninguna suavidad y lesprovocan con su brutalidad una inflamacin fatal. Slidamente se crea entonces que la inflamacin formaba

    parte de la etiologa de la fiebre puerperal.

    Albricias! El mundo se hab a salvado!

    Semmelweis cogi al instante la ocasin que sus mulos le ofrecan y pasa las deducciones prcticas.

    Las comadronas, cuyo perodo deaprendizaje se realizaba en la clnicade Bartch, se permutan con los estu

    diantes de las salas de Klin.La muerte sigue a los estudiantes;

    las estadsticas de Bartch se hacen angustiosas y Bartch, enloquecido, devuel-

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    ve a los estudiantes a su lugar de origen.

    Semmelweis sabe ahora (y tambinlos otros, si quisiesen) que los estudiantes representan un papel de esencialimportancia en este desastre. Esto esmucho. Basta para que un diluvio de

    consejos le caiga encima. Hasta Klin,que comienza a inquietarse por las revoluciones que su ayudante pretendeprovocar en su feudo maldito, Klin, cuya actividad obsttrica est envuelta

    por una trgica reputacin en toda Austria, trata entonces de explicar que sonlos estudiantes extranjeros los que propagan la fiebre puerperal.

    Siguiendo el deseo del mdico-jefe,se ordenan algunas expulsiones y elnmero de estudiantes se reduce, conla separacin de los extranjeros, de cuarenta y dos a veinte.

    Tras esta medida, la tasa de mortalidad desciende durante algunas sema

    nas...Pinsese bien cmo una pequea me

    jora de esta clase puede resultar desconcertante para el que observa con

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    pasin la superficie de lo Desconocido.Qu el espritu del investigador se de

    tenga en ello ms de lo necesario, quese pierda en intiles deducciones, y encontraremos el pobre carretn de ladubitativa y catica investigacin atascado durante largo tiempo, para siem

    pre quiz!No es este el caso de Semmelweis,

    que posee aliento, a Dios gracias!Salva estas menudencias. Quiere algo

    mejor, quiere ver absolutamente claro,

    lo quiere con demasiada violencia.Su entusiasmo no est matizado. Porsu falta de formas, es acusado de intolerancia y de irrespetuosidad ante Klin.Lo que, ay!, es tambin verdad.

    Algunos encuentran insoportable suorgullo; se dira que juega con el huevo de Coln. En su ardor por la investigacin, se ha atrincherado frente a lavida normal, la ignora, slo existe apasionadamente y con tal fuerza, con tal

    cohesin, que retorna, sin soltar la presa jams, al nico hecho probado, perceptible, a que se muere ms en lassalas de Klin, con los estudiantes, que

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    en las de Bartch, con las comadronas.

    Sin cesar, va repitiendo a todos los quequieren, o no quieren, orle: Las causas csmicas, telricas, higromtricas,que se invocan a propsito de la fiebrepuerperal carecen de valor, ya que mueren ms en el pabelln de Klin que en

    el de Bartch, ms en el hospital que enla ciudad, donde, sin embargo, las condiciones csmicas, telricas y todo loque se quiera, son las mismas.

    Un da, en la lejana, percibe un ful

    gor dbil, pero cierto, que brilla en todaesta oscuridad. No se sorprende, lo reconoce. No es tambin otra cualidadnotable, y quiz la ms preciosa, de losque triunfan de lo ignoto en la ciencia,saber reconocer el hecho cierto, indispensable, por muy breve que haya sidosu aparicin, entre todos los otros hechos paralelos, sin importancia inmediata o posible, porque esa especie deseres sobrepasan sus propias fuerzas

    en un momento determinado? Fue unarevelacin precisa.

    La causa que yo busco se encuentraen nuestra clnica y en ninguna otra

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    parte. As se lo dijo a Markusovsky la

    tarde del 14 de julio de 1846.Sin embargo, hostiles sentimientos sehan desencadenado contra l, sin quelo sospeche o porque los ha despreciado. Una maligna marejada rueda entorno a su nombre. Las palabras que

    se pronuncian para calificar su actitudno cubren ya completamente todo elodio que ahora suscita.

    El odio desborda en el silencio.Klin ni le habla, tanto se han agriado

    sus relaciones en el espacio de cincomeses. Con ocasin de una reunin deprofesores, quiz para despistarle, leatribuye haber afirmado que la buscadacausa de las epidemias de fiebre puerperal debe encontrarse en la antigedad de los edificios. Semmelweis replica al instante, y por otra parte sincontemplaciones, que en la clnica deBors, la ms antigua de Viena, muerenseguramente muchas menos mujeres

    que en la suya.Era lgico esperar que Klin se endu

    reciese definitivamente ante el golpe deesta nueva insolencia.

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    Desde entonces, slo buscar la primera ocasin de conseguir la destitucin de su ayudante. Semmelweis estadvertido; tanto que, a contar de estemomento hasta su partida, todas susnoches transcurren en la clnica, a lacabecera de las parturientas, junto a

    las moribundas sobre todo, presintiendo que sus das en el hospital estabancontados... Aunque la verdad se encontraba all, al alcance de la mano, suunin con ella era todava demasiado

    dbil para sacarla del silencio, donde sehunda de cien maneras distintas...Ve tambin que sus enemigos, da a

    da ms numerosos, se burlan de susesfuerzos y que le es preciso acabarde forma absoluta, a cualquier precio,

    rpidamente..., o bien volver a caeran ms bajo en el pasivo rebao donde la vida no le es posible...

    Los das, las noches, se suceden horribles, las noches, sobre todo...

    A Markusovsky, que viene a verle, leconfiesa que no puede dormir ya, queel desesperante sonido de la campanilla, que precede al sacerdote portador

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    del vitico, ha penetrado para siempreen la paz de su alma. Que todos los horrores, de los que diariamente es impotente testigo, le hacen la vida imposible. Que no puede permanecer en lasituacin actual, donde todo es oscuro,donde lo nico categrico es el nmerode muertos.

    Y todo el mundo oa esa campanilla.Se la acusar, a su vez (a qu cosa nose acusar?), de mantener en las parturientas un estado de ansiedad que las

    predispone a los ataques de la fiebrepuerperal. Temporalmente se suprimela campanilla. El sacerdote da un rodeo para llegar a la cabecera de las moribundas.

    Despus de sta, otra sutileza autoriza de nuevo algunas esperanzas. Nose ha notado, acaso, que las mujeres nocasadas, las madres solteras, se encuentran ms deprimidas que las dems al

    acercarse el alumbramiento? He aquuna excelente explicacin!, proclamanlos psiclogos. Pasarn uno o dos meses todava y, a su vez, el fro (el calor

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    despus, despus la dieta, despus laluna) ser el agente culpable.

    Mientras que se sucedan estas ridiculas y poco sinceras tentativas, Sem-melweis observaba que las mujeresque, cogidas por sorpresa, paran en lacalle y slo despus llegaban a la sala

    de Klin, casi siempre se salvaban, incluso en las llamadas pocas de epidemia.

    Sabiendo ya por experiencias anteriores que sobre los estudiantes se cer

    na una maldicin especialmente, observ a stos muy de cerca, cada vez msde cerca en todas sus idas y venidas,en todos sus gestos. Al mismo tiempo,record, y muy bien ya que durante largo tiempo haba vivido como discpulo

    de Rokitansky en medio de las disecciones, esas picaduras anatmicas, frecuentemente mortales, que se hacen lospropios estudiantes con instrumentoscontaminados.

    Sus ideas se agolpan.Unos das despus, pide a Rokitans

    ky que el doctor Lautner le sea agregado, a fin de que pueda practicar junto

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    a l autopsias y cortes de tejidos cada

    vricos, sin, por otra parte, haber establecido un plan para estas investigaciones histolgicas. En suma, experiencias para ver, como dir ms tardeClaude Bernard.

    En este instante se encuentra tan

    cerca de la verdad que est a punto deabrazarla. Todava est ms cerca cuando se le ocurre obligar a lavarse lasmanos a todos los estudiantes, antes deque se acerquen a las embarazadas.

    Cabe preguntarse acerca del por qude esta medida, puesto que no responda a nada en el espritu cientfico de lapoca. Era una pura creacin. Y as,hizo instalar lavabos en las puertas dela clnica y dio orden a los estudiantes

    de limpiarse cuidadosamente las manos, antes de cualquier reconocimientoo maniobra en una parturienta.

    Pero, indiferente al principio, hostildespus, la rutina, a la que haba olvidado demasiado, le esperaba para golpear su impulso. Al otro da, la rutinaentr tras los pasos de Klin.

    A su llegada a la clnica, Semmelweis

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    le habl de la medida de aseo que deseaba realizasen los estudiantes, pidindole que l tambin se sometiese personalmente a la misma. En qutrminos fue hecha la proposicin...?Evidentemente, Klin exigi una explicacin de este lavado previo, que le pa

    reca, a priori, enteramente ridculo.Sin duda, pens incluso en una veja

    cin...Semmelweis, por otra parte, no poda

    darle una respuesta plausible o sumi

    nistrarle una teora conveniente, ya quel slo tentaba el azar. Klin se neg deplano.

    Semmelweis, nervioso por tantas vigilias agotadoras, se encoleriz, olvi

    dando el respeto que deba, a pesar detodo, al peor de sus maestros.La ocasin, por supuesto, era dema

    siado bonita para que Klin no la aprovechase. Al da siguiente, 20 de octubrede 1846, Semmelweis fue brutalmente

    destituido.En los dos pabellones, la fiebre, ame

    nazada por un momento, triunfa...;mata impunemente, como quiere, don-

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    de quiere, cuando quiere...; en Viena...

    28 % en noviembre..., 40 % en enero...,la ronda se extiende alrededor de todoel mundo. La muerte dirige la danza...,rodeada de campanillas... En Pars, enla clnica de Dubois, 18 %..., 26 % enla clnica de Schuld en Berln..., en la

    de Simpson, 22 %.. ., en Turn 32 decada 100 parturientas mueren.

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    Por muy esperado que fuese, el incidente provoc gran emocin en loscrculos mdicos e, incluso, en la Corte,de donde llegaron rdenes de que se

    procediese a una informacin sobre lascircunstancias de la destitucin de Sem-melweis. A causa de las funciones desu cargo de mdico-jefe del hospitalgeneral, Skoda debi, aunque tratase

    de eludirlo, refrendar en una cierta medida la destitucin de su discpulo. Noes que abandonase a Semmelweis frente a sus enemigos, sino que conoca de-

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    masiado bien la influencia de Klin en

    la Corte para, con una actitud categrica, arriesgarse a perder para siemprea su protegido, al mismo tiempo que supropio crdito. Por otra parte, Skodasaba tocar adecuadamente las innumerables cuerdas de muchos instrumen

    tos. Record, entre otras, haber sidodurante algn tiempo mdico de cabecera de la familia imperial y, cuandoKlin fue razonablemente apaciguado,Skoda puso en movimiento todos sus

    recursos en la Corte para que se devolviese a Semmelweis la plaza que habaperdido.

    El mundo de los cortesanos apenastiene otra razn de ser que la proteccin de todas las intrigas, de todas las

    causas buenas o malas, que siempre encuentran fcil curso en este ambiente.Como fue el caso para Semmelweis,protegido por Skoda. Unicamente queno es cierto que slo a favor de los

    ausentes se conspira con xito? Se alej, pues, al impetuoso Felipe, medianteun viaje de alguna duracin. A la horade elegir lugar, result que Venecia es-

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    taba de moda. Musset haba regresado,llorando sus aventuras, con los complacidos aplausos del Parnaso.

    El hombre es un aprendiz, el Dolores su maestro, cantaba su dolorosamusa.

    En la Europa romntica y cultivada

    de entonces, sollozar con los tonos deesta desmayada lira constitua una patente de alma sensible.

    Cualquier artista hubiera dado suvida, y aun mucho ms, por vivir las

    nebulosas noches del Lido, sobre unalitera de sentimientos superfluos y deshojadas rosas.. .

    Semmelweis, todava vacilante portan rudo golpe, fue fcilmente alistadoentre esos sentimentales peregrinos.

    Recordaron a tiempo su gusto por lamsica, por las canciones, incluso porel suave Apolo de La vida de las plantas, al que tena un poco olvidado.

    Markusovsky, su amigo de siempre

    y mdico en su mismo hospital, leacompaa a peticin de Skoda. Y unamaana de primavera parten para ellargo viaje.

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    En camino a la ciudad lacustre de

    las barcarolas y los suspiros! Adis,tristezas!El viaje dur seis das.Tuvieron que dar un rodeo por Tries

    te, ya que el camino de los Alpes estabaan cerrado por la nieve... La provincia

    de Udine, dorada por completo... Se detienen un da en Treviso. .. Venecia!Semmelweis olvida sus sufrimientos,sus disgustos.

    Una naturaleza tan extraordinaria

    mente buena, tan enteramente generosa, puede olvidarlo todo, salvo su propio corazn. En Venecia late al mismoritmo desmesurado que en Viena, conun entusiasmo de otra especie. Se lanza a las bellezas de Venecia y se entrega

    a ellas con igual ardor que le habaimpulsado a golpearse contra las miserias del pabelln de Klin.

    Apenas ha llegado y ya quiere verlotodo al instante, orlo todo, conocer

    todo. Verdaderamente, se zambulle enItalia. Adems, no sabe hacer nada sinpasin. Le queman sus veintinueveaos. Su acompaante Markusovsky se

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    encuentra agotado por su enloquecidoajetreo. Se les ve en todas partes y entodas partes, en xtasis: a pie, en gndola, en coche, por el da, por la noche.Nada le detiene; ni la lengua, de la queno habla ni una palabra, ni la importante y fastuosa historia de Venecia, de la

    que ignora absolutamente su barrocamajestad. Por otra parte, quiere aprenderla y la aprende.

    Uno, dos, diez libros van cayendo sucesivamente en sus manos y de inmedia

    to son absorbidos por la curiosidad deeste impetuoso diletante. Toma tambin notas en los museos, pero en seguida las pierde en cualquier parte, yaque su atolondramiento iguala a su impaciencia. Al fin, acaba por cansarse de

    permanecer inactivo en aquellas gndolas demasiado lentas para su gusto.Aprende a dirigir las embarcaciones pors mismo y pronto puede conducir aMarkusovsky y al gondolero por los

    ms estrechos canales.Nunca la Venecia de las cien maravillas conoci un enamorado ms precipitado que l. Y, sin embargo, entre

    Cline, 7

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    todos los que amaron esta ciudad mila

    grosa, existi alguno ms esplndidamente agradecido?Tras dos meses en este gran jardn

    enjoyado, dos meses de penetrante belleza, regresan a Viena. Apenas hantranscurrido unas horas, cuando la no

    ticia de la muerte de un amigo sorprende a Semmelweis. No es anormal enla vida semejante crueldad del azar?

    Kolletchka, el profesor de anatoma,acaba de sucumbir la vspera, a conse

    cuencia de una herida que se haba hecho durante una diseccin. Kolletchkahaba sentido desde siempre una simpata muy viva y muy sincera por Semmelweis; su prdida, al aislarle anms, le result extraamente dolorosa.

    Sin embargo, nada de lo que le suceda,tanto alegras como penas, resulta intil para la elaboracin de su profundaobra. Haba aceptado por completo suvida y todas las fuerzas espirituales

    que tropezaba en los vericuetos de sudestino, encontraban camino hacia sualma.

    Estaba todava bajo la influencia de

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    las bellezas de Venecia, vibrando por

    entero de las emociones artsticas quehaba sentido durante los dos mesespasados entre esas incomparables maravillas, cuando me dieron la noticia dela muerte del desdichado Kolletchka.Este acontecimiento me sensibiliz extremadamente y, cuando conoc todoslos detalles de la enfermedad que lehaba matado, la nocin de identidadde este mal con la infeccin puerperalde la que moran las parturientas se im

    puso tan bruscamente en mi espritu,con una claridad tan deslumbradora,que desde entonces dej de buscar porotros sitios.

    Flebitis..., linfangitis..., peritoni

    tis..., pleuresa..., pericarditis..., meningitis..., todo estaba all! He aqulo que desde siempre buscaba en lasombra: eso y nada ms que eso.

    La Msica, la Belleza, se encuentranen nosotros y en ninguna otra parte delmundo insensible que nos rodea.

    Las grandes obras son aquellas quedespiertan nuestro genio; los grandeshombres, aquellos que le dan forma.

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    En lo concerniente a s mismo, careca de toda ambicin; no posea tampoco ese afn por la verdad pura, que

    anima a los investigadores cientficos.Puede decirse que nunca se habra lanzado por el camino de las investigaciones, de no haberle arrastrado una ardiente piedad por la angustia fsica ymoral de sus enfermos.

    Era, en suma, un poeta de la bondad, ms activo que otros.

    Cuando se confrontan estas palabrasdel doctor Bruck con la asombrosa agu-

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    deza de que hizo prueba Semmelweisen el transcurso de sus sucesivos descubrimientos, es lcito preguntarse si latibieza y el egosmo no son, en resumen,los ms grandes obstculos del geniopara la mayor parte de los mdicos de

    talento. Resulta penoso pensarlo, pero

    a lo largo de las peripecias de esta trgica y maravillosa aventura es imposible dejar de sentir cmo surge de nosotros tal hiptesis, referida sobre todoa esos momentos extremos de la inves

    tigacin, muy cerca del descubrimiento,cuando la verdad se oculta bajo lospoco ms o menos.

    El poco ms o menos es la formaagradable del fracaso, la tentadora consolacin...

    Para rebasarlo, la lucidez ordinariano basta; necesita el investigador unapotencia ms ardiente, una lucidez penetrante, sentimental, como la de loscelos. Las ms brillantes cualidades del

    espritu son impotentes, cuando nadams firme y ms sabio las sostiene. Eltalento solo no podra pretender el descubrimiento de la verdadera hiptesis,

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    porque entra en la naturaleza del talento el ser ms ingenioso que verdico.

    Ya habamos presentido, a travs deotros caminos de la Medicina, que esassublimes ascensiones hacia las grandesverdades precisas suelen proceder casipor completo de un entusiasmo mucho

    ms potico que el rigor de los mtodosexperimentales, que, por lo general, sonconsiderados como la nica gnesis.

    El mtodo experimental es slo unatcnica, infinitamente preciosa, pero

    deprimente. Exige del investigador unadosis extra de fervor, para en ningncaso desfallecer en el desolado caminoque obliga a seguir, antes de haber alcanzado el fin propuesto.

    El hombre es un ser sentimental.

    Fuera del sentimiento no existen grandes creaciones y el sbito entusiasmose agota en la mayora a medida que sealejan de su ideal.

    Semmelweis era la resultante de un

    ideal de esperanza que el constante ambiente de tantas miserias atroces noha podido nunca desalentar, que, muypor el contrario, todas las adversidades

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    le han llevado al triunfo. Vivi, l que

    era tan sensible, entre lamentos tan penetrantes, que hasta cualquier perrohubiera huido, aullando. Pero obligaral ideal a todas las promiscuidades esvivir en un mundo de descubrimientos,es ver en la noche, es, quiz, obligar al

    mundo a entrar en el ideal. Obsesionado por el sufrimiento humano, escribien uno de esos das, tan raros, en losque pensaba en s mismo: Mi queridoMarkusovsky, mi buen amigo, mi suaveapoyo, debo confesarle que mi vida fueinfernal, que desde siempre la idea dela muerte de mis enfermos me resultinsoportable, sobre todo cuando esamuerte se desliza entre las dos grandesalegras de la existencia, la de ser joven

    y la de dar la vida.Qu preciada es para el bigrafo

    esta confidencia! Pone a nuestro alcance la armona ntima de un gran descubrimiento, que sin ella parecera trucu

    lento, centelleante, incomprensible.Vuelto a Viena, cuando el velo se hubo rasgado, cuando la identidad de lascausas de la muerte del anatomista Ko-

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    lletchka y de la fiebre puerperal no leofreci duda alguna, avanz, desde entonces bien pertrechado de hechos concretos, hacia lo que todava permanecadesconocido.

    Puesto que, pens, Kolletchka hamuerto a consecuencia de una picaduraanatmica durante una diseccin, son,pues, los exudados provenientes de loscadveres a los que se debe acusar delfenmeno del contagio. En cuanto a losdetalles de este contagio, inmediatamente se propuso averiguarlos.

    Los dedos de los estudiantes, contaminados durante disecciones recientes,son los que conducen las fatales partculas cadavricas a los rganos genita

    les de las mujeres encintas y, sobretodo, al nivel del cuello uterino.

    Esta conclusin se atestiguaba portodas las observaciones clnicas, precedentemente realizadas.

    Pero, para ir ms lejos, tuvo que resolver de inmediato una gran dificultadtcnica, importante por lo menos parala ciencia de la poca. Se libr de ella

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    grarle simplemente a su puesto anterior. Otra puerta se abri.

    Convencido gracias a la influencia deSkoda, Bartch, mdico-jefe de la segunda Maternidad, acab por recibir a suprotegido a ttulo de asistente supletorio, aunque en realidad no tuviese nin

    guna necesidad de personal en aquelmomento.Apenas Semmelweis hubo entrado en

    funciones, a peticin suya los alumnosde Klin pasan a la clnica de Bartch, acambio de las comadronas.

    El hecho, tantas veces observado, sereproduce fielmente de inmediato.

    En este mes de mayo de 1847 la mortalidad por fiebre puerperal asciende enla clnica de Bartch al 27 %, lo que re

    presenta un aumento del 18 % sobreel mes anterior. As, pues, la experiencia decisiva est dispuesta. Prosiguiendo entonces con su idea tcnica de des-odorizacin, Semmelweis mand prepa

    rar una solucin de cloruro clcico, conla que cada estudiante, que hubiese disecado el mismo da o la vspera, debalavarse cuidadosamente las manos an-

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    tes de efectuar cualquier clase de reco

    nocimiento en una mujer encinta. Enel mes que sigui a la aplicacin de estamedida la mortalidad desciende al12 /o.

    Era un resultado muy redondo, perono era an el triunfo definitivo que bus

    caba Semmelweis. Hasta entonces sehaba preocupado nicamente de laspartculas cadavricas como causa dela infeccin puerperal. Dicha causa lepareci en adelante conforme, real,

    pero insuficiente.Hua y tema el poco ms o menos,deseaba la verdad completa. Se diraque durante algunas semanas la muertequiso competir en audacia con l, trampear. Pero fue l quien gan.

    Sin verlos, iba a tocar los microbios.Faltaba an poder destruirlos. Nun

    ca se hizo mejor. Los hechos sucedieron as: En el mes de junio entr en elservicio de Bartch una mujer a la que,

    por sntomas mal interpretados, se haba supuesto grvida; Semmelweis asu vez la examina y descubre en ella uncncer del cuello uterino; despus, sin

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    pensar en lavarse las manos, practicael tacto vaginal sucesivamente en cincomujeres en perodo de dilatacin.

    Durante las semanas siguientes, esascinco mujeres mueren de la tpica infeccin puerperal.

    El ltimo velo cae. La luz se hace.

    Las manos escribe por su simplecontacto pueden ser infectantes. Todos en adelante, hayan o no disecado enlos das anteriores, deben someterse auna cuidadosa desinfeccin de las ma

    nos con la solucin de cloruro clcico.El resultado, que no se hace esperar,es magnfico. En el mes siguiente lamortalidad por fiebre puerperal se hacecasi nula, desciende por vez primera ala actual cifra de las mejores Materni

    dades del mundo: 0,23 %\ 4

    4

    Segn la muy juiciosa observacin delprofesor Brindeau, estas cifras han de aplicarse a la poca de Semmelweis y no a lanuestra, en la que la infeccin puerperal representa un mnimo de casos, independientemente de su gravedad.

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    Si las verdades geomtricas les hubiesen resultado incmodas a los hombres,

    hace mucho tiempo que se las habradeclarado falsas.Stuart Mill

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    Por absoluta que parezca esta frasedel filsofo ingls, se queda sin embargo, muy por debajo de la verdad; yesta historia es la prueba. Basados enla ms elemental razn, no parece lgico que la humanidad, conducida porsabios clarividentes, tena que habersedesembarazado para siempre de todaslas infecciones que la azotaban, al

    menos de la fiebre puerperal, a partir de este mes de junio de 1848? Sinduda.

    Pero, decididamente, la Razn es slo

    Cline, 8113

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    una pequea fuerza universal, ya quesern necesarios no menos de cuarentaaos para que las mejores inteligenciasadmitan y apliquen por fin el descubrimiento de Semmelweis.

    Obstetricia y Ciruga rehusaron, enun impulso casi unnime, con odio, el

    inmenso progreso que se les ofreca.Por extravagantes susceptibilidades

    persistan en permanecer en sus cinagas de estupideces purulentas, junto aljuego de los azares mortales.

    Y, encima, no fue por Semmelweispor lo que triunf este importante beneficio, tan urgente (preciado, por lomenos, si uno se fa del cuidado queparecen tener los hombres en no su

    frir y en gozar agradablemente de lavida).

    Incluso, puede suponerse que si Pas-teur no hubiese destruido el culto porlas teoras suficientes, en materia de

    medicina, si no las hubiese combatidocon realidades demasiado minuciosaspara ser refutadas con simples mentiras, ningn progreso verdadero se ha-

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    bra alcanzado, tanto en ciruga comoen obstetricia, a pesar del esfuerzo dealgunos solitarios de enorme talento,como Michaelis y Tarnier.

    En el corazn de los hombres slohabita la guerra.

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    En el Hospital General de Viena, donde todas las pruebas eran tan fciles dehacer, el descubrimiento de Semmel-

    weis en absoluto tuvo la buena suerteque podra suponerse. Al contrario.

    Por muy extrao que esto parezca,desde los primeros momentos Klin consigui agrupar, incluso en la Facultad,

    un gran nmero de resueltos adversarios del nuevo mtodo: a la mayorade sus colegas, para decirlo de una vez.Cinco mdicos solamente se colocan ala al tura de Semmelweis: Rokitansky,

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    Hbra, Heller, Helm y Skoda. Inmedia

    tamente, fueron aborrecidos. Pero lamayor decepcin de las que conmovieron a este valeroso grupo la encontraran en las diversas respuestas de losprofesores extranjeros, a los que se haba puesto empeo en informar indivi

    dualmente. No dudamos escribe Heller que hallaremos, lejos de lasenvidias y de las rencillas locales, unaaprobacin plena por parte de los quehan de encontrar plenamente conclu-

    yentes las experiencias de Semmelweis.Ay! Qu pensar de ese Tilanus, de

    Amsterdam, que ni se tom la molestiade contestar a la carta de Semmelweis,igual que Schmitt, de Berln?

    Ms tr is te todava! Simpson, deEdimburgo, que durante su carrera diopruebas de talento, no entendi sinembargo nada de la revolucin obsttrica, que le comunic Hbra. Se zaf

    con algunas palabras corteses, vacasde sentido. Presintiendo una hipcritaincomprensin, deseando a toda costallegar al final, Heller despach a Ingla-

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    terra a un joven mdico viens amigosuyo, Ruth. Recibi el encargo de daren la Sociedad mdica de Londres unaconferencia exhaustiva acerca de los resultados obtenidos por Semmelweis enla Maternidad de Viena.

    En efecto, acuden a escucharle, a

    aplaudirle incluso, pero nadie en eseauditorio de mdicos, sin embargo, saleconvencido. Ningn progreso coronaeste esfuerzo. La inercia triunfa en Inglaterra como en otras partes. Y la ma

    yora de los que hemos citado hastaahora se contentaron con despreciarla verdad que se les presentaba; hayotros, mucho ms apasionados de laestupidez, ms activos.

    Primero, Scanzoni, y en seguida, Sey-fert, de Praga, tras cinco meses y medio de experiencias en sus clnicas respectivas, declararon pblicamente quelos resultados expuestos por Semmelweis ni por asomo concuerdan con lo

    observado por s mismos. Esta malditacomunicacin produce evidentementealegra entre los partidarios de Klin,que, gracias a ella, pretendern que son

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    errneas las estadsticas publicadas en1846 por Semmelweis, cuando no queson falaces. Desencadenadas, todas lasenvidias, todas las vanidades, circulanlibremente. El personal del hospital, ylos estudiantes despus, declaran encontrarse cansados de esos lavatorios

    malsanos con cloruro clcico a los quejuzgan intil someterse en el futuro.Mientras tanto, Kivich, de Rottenburg,el toclogo ms clebre de Alemania,llega a Viena, deseando, segn declara,

    darse cuenta por s mismo de esos famosos resultados. Hasta vuelve por dosveces ms.

    Tampoco l ve nada. Llega a escribirlo incluso, a ufanarse de ello...

    Cuando se haga la Historia de loserrores humanos declar ms tardeHbra se encontrarn difcilmenteejemplos de esta clase y provocarasombro que hombres tan competentes,tan especializados, pudiesen, en su propia ciencia, ser tan ciegos, tan estpidos.

    Pero estos grandes burcratas noslo fueron ciegos, desgraciadamente.

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    Fueron bullangueros y mentirosos a

    la vez y, adems, sobre todo, necios ymalvados.Malvados para Semmelweis, cuya sa

    lud se derrumba frente a estas increbles experiencias. De ahora en adelanteya no le ser posible aparecer por el

    hospital sin ser cubierto de injurias,tanto por parte de los enfermos comopor los estudiantes y los enfermeros.Nunca la conciencia humana se cubride vergenza tan rotunda y descendi

    ms bajo que durante estos meses delodio contra Semmelweis, en 1849.

    Por supuesto que semejante estadode cosas en una ciudad universitariano poda durar ; en ese momento el es

    cndalo, desmesurado desde sus orgenes, alcanz tal amplitud que el ministro se vio obligado a destituir por segunda vez a Semmelweis el 20 de marzode 1849.

    A partir del da siguiente, prosiguiendo su causa en otro escenario, Skodacomunica a la Academia de Cienciasuna nota expresiva de los resultados, entodo concluyentes y absolutamente fa-

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    Semmelweis

    teora de Semmelweis,

    le obtener por infeccinperal experimental en uni de animales.

    Y Hbra, aquella misma tarde, en laSociedad mdica de Viena, declara queel descubrimiento de Semmelweis pre

    senta tal inters para el porvenir dela ciruga y de la obstetricia, que solicita el inmediato nombramiento de unaComisin para examinar, con toda imparcialidad, los resultados que aqul

    ha obtenido.Esta vez las pasiones no conocen lmi te ; se insultan, incluso llegan a zurrarse en el recinto de esta severa sociedad.

    El ministro prohibe entonces que laComisin se rena, al mismo tiempoque ordena a Semmelweis que abandone Viena lo ms pronto posible.

    Todo esto fue dicho o escrito.

    vorables a la

    que acababa dede fiebre puerpecierto numero

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    Expulsado, huyendo de Austria, encontrar su ciudad en plena efervescencia electoral. En cada barrio los gru

    pos polticos se organizan, vociferan,luchan; los ecos de las descargas delfauhourg Saint-Antoine llegan al Danubio. A las amenazas sucede la violencia.

    La Revolucin marcha sobre Buda

    pest.Metternich ha envejecido; una na

    cin se renueva, un hombre, no.La joven Hungra le sorprende. El r-

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    gimen que la oprime desde hace veinte

    aos se ha apolillado.Terrible coraza ayer, que hoy es slouna vieja sbana roda por un ejrcitode funcionarios pobretones. Su absolutismo hace rer, arbitrio anticuado, demasiado pesado y a la vez demasiadoligero. Tapadera estpida sobre unaolla en ebullicin.

    Todo salta el 2 de diciembre de 1848.Semmelweis no trata de aislarse.

    Igual que todo el mundo, se encuentra

    posedo por el acontecimiento. Sus amigos le arrastran, los patriotas solicitansu entusiasmo, aquello, con mucho, delo que es ms rico y ms generoso. Lessigue; muy pronto les dirige. De la fie

    bre puerperal, de Skoda, de Klin, nadietiene tiempo para or hablar; tampocol. Todo el esfuerzo est en la calle, enlas reuniones, en el odio contra Austria. Las barricadas se levantan enBuda. Se matan unos a otros, pero mu

    cho menos que en tre los franceses; enesta tierra la anarqua es demasiadofcil. Prefieren cantar las victorias polticas rpidamente conseguidas.

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    Las victorias que cuestan demasiadocaras resultan tristes y a nadie gustan.

    Solamente con esta condicin, la libertad es divertida. Se divierten.

    No al vasallaje, Libertad de prensa, Derecho de reunin, esto es loque se pide. Viena concede todo lo que

    se quiera y mucho ms...Viena tiene miedo. Budapest se en

    cuentra en pleno alborozo, con unaalegra sincera, danzari