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EL APRIORI HISTÓRICO 215 v EL APRIORI HISTóRICO Y EL ARCHIVO La positividad de un discurso -como e! de la historia natural, de la economia política, o de la medicina clínica- caracteriza su unidad a tra- vés dei tiempo, y mucho más aliá de las obras in- dividuales,de los libros y de los textos. Esta uni- dad no permite ciertarnente decidir quién ha di- cho la verdad, quién ha razonado rigurosamente, quién se ha conformado mejor con sus propios postulados, entre Linneo o Buffon, Quesnay o Turgot, Broussais o Bichat; no permite tampoco decir cuál de esas obras estaba más próxima a un destino primero, o últímo, cuál formularia más radicalmente el proyecto general de una ciencia, Pero lo que permite poner en claro es la medida en que Buffon y Linneo (o Turgot y Quesnay, Broussais y Bichat) hablaban de "Ia misma cosa", colocándose ai "mismo nivel" o a "Ia misma dis- tancia", desplegando "e! mismo campo concep- tual", oponiéndose sobre "el mismo campo de ba- talla": y pone de manifiesto, en cambio, por qué no se puede decir que Darwin hable de la misma cosa que Diderot, que Laennec sea e! continua- dor de Van Swieten, o que Jevons responda a los fisiócratas. Define un espacio limitado de comu- nicación. Espacio relativamente restringido ya que está lejos de tener la amplitud de una ciencia considerada en todo su devenir histórico, desde su más remoto origen hasta su punto actual de realización: pero espacio más extendido, sin em- bargo, que el juego de las influencias que ha po- dido ejercerse de un autor a otro, o que el domi- nio de las polémicas explícitas. Las obras dife- rentes, los libros dispersos, toda esa masa de textos que pertenecen a una misma forinación discur- siva -y tantos autores que se conocen y se igno- ra0, se critican, se invalidan los unos a los otros, se despojan, coinciden, sin saberlo y entrecruzan- do obstinadamente sus discursos singulares en una trama de la que no son duefios, cuya totali- dad no perciben y cuya amplitud miden mal-, todas esas figuras y esas individualidades diversas no comunican únicamente por e! encadenamiento lógico de las proposiciones que aventuran, ni por la recurrencia de los temas, ni por la terquedad de una significación trasmitida, olvidada, redes- cubierta; comunican por la forma de positividad de su discurso. O más exactamente, esta forma de positividad (y las condiciones de ejercicio de la función enunciativa) define un campo en e! que pueden eventualmente desplegarse identidades formales, continuidades temáticas, traslaciones de conceptos, juegos polêmicos. Así, la positividad desempena e! pape! de lo que podria lIamarse un apriori histórico. Yuxtapuestos esos dos términos hacen un efec- to un tanto detonante; entiendo designar con ello un apriori que seria no condición de validez para unos juicios, sino condición de realidad para unos

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EL APRIORI HISTÓRICO 215

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EL APRIORI HISTóRICO YEL ARCHIVO

La positividad de un discurso -como e! de lahistoria natural, de la economia política, o dela medicina clínica- caracteriza su unidad a tra­vés dei tiempo, y mucho más aliá de las obras in­dividuales,de los libros y de los textos. Esta uni­dad no permite ciertarnente decidir quién ha di­cho la verdad, quién ha razonado rigurosamente,quién se ha conformado mejor con sus propiospostulados, entre Linneo o Buffon, Quesnay oTurgot, Broussais o Bichat; no permite tampocodecir cuál de esas obras estaba más próxima a undestino primero, o últímo, cuál formularia másradicalmente el proyecto general de una ciencia,Pero lo que permite poner en claro es la medidaen que Buffon y Linneo (o Turgot y Quesnay,Broussais y Bichat) hablaban de "Ia misma cosa",colocándose ai "mismo nivel" o a "Ia misma dis­tancia", desplegando "e! mismo campo concep­tual", oponiéndose sobre "el mismo campo de ba­talla": y pone de manifiesto, en cambio, por quéno se puede decir que Darwin hable de la mismacosa que Diderot, que Laennec sea e! continua­dor de Van Swieten, o que Jevons responda a losfisiócratas. Define un espacio limitado de comu­nicación. Espacio relativamente restringido ya que

está lejos de tener la amplitud de una cienciaconsiderada en todo su devenir histórico, desdesu más remoto origen hasta su punto actual derealización: pero espacio más extendido, sin em­bargo, que el juego de las influencias que ha po­dido ejercerse de un autor a otro, o que el domi­nio de las polémicas explícitas. Las obras dife­rentes, los libros dispersos, toda esa masa de textosque pertenecen a una misma forinación discur­siva -y tantos autores que se conocen y se igno­ra0, se critican, se invalidan los unos a los otros,se despojan, coinciden, sin saberlo y entrecruzan­do obstinadamente sus discursos singulares enuna trama de la que no son duefios, cuya totali­dad no perciben y cuya amplitud miden mal-,todas esas figuras y esas individualidades diversasno comunican únicamente por e! encadenamientológico de las proposiciones que aventuran, ni porla recurrencia de los temas, ni por la terquedadde una significación trasmitida, olvidada, redes­cubierta; comunican por la forma de positividadde su discurso. O más exactamente, esta forma depositividad (y las condiciones de ejercicio de lafunción enunciativa) define un campo en e! quepueden eventualmente desplegarse identidadesformales, continuidades temáticas, traslaciones deconceptos, juegos polêmicos. Así, la positividaddesempena e! pape! de lo que podria lIamarse unapriori histórico.

Yuxtapuestos esos dos términos hacen un efec­to un tanto detonante; entiendo designar con elloun apriori que seria no condición de validez paraunos juicios, sino condición de realidad para unos

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enunciados. No se trata de descubrir lo que po­dría legitimar una aserción, sino de liberar lascondiciones de emergencia de los enunciados, laIey de su coexistencia con otros, la forma específi­ca de su modo de ser, los principias según los cua­les subsisten, se transforman y desaparecen. Vnapriori, no de verdades que podrían no ser jamásdichas, ni realmente dadas a Ia experiencia, sinode una historia que está dada, ya que es la deIas cosas efectivamente dichas. La razón de utili­zar este término un poco bárbaro, es que esteapriori debe dar cuenta de los enunciados en sudispersión, en todas Ias grietas abiertas por su nocoherencia, en su encaballamiento y su rempla­zamiento recíproco, en su simultaneidad que noes unificabIe y en su sucesión que no es deducti­bIe; en suma, ha de dar cüenta de! hecho de queel discurso no tiene únicamente un sentido ouna verdad, sino una historia, y una historia es­pecífica que no lo lleva a depender de Ias leyes deun devenir ajeno. Debe mostrar, por ejempIo, quela historia de Ia gramática no es Ia proyección ene! campo deI lenguaje y de sus problemas de unahistoria que fuese, en general, Ia de la razón o deuna mentalidad, de una historia, en todo caso,que compartiría con Ia medicina, la mecânica ola teologia; pero que comporta un tipo de histo­ria -una forma de dispersión en eI tiempo, unmodo de sucesión, de estabiIidad y de reactiva­ción, una ve!ocidad de desarrollo o de rotación­que Ie es propia, aun si no carece de re!ación conotros tipos de historia. Adernás, este apriori noescapa a Ia historicidad: no constituye, por encima

de los acontecimientos, y en un cielo que estuvíe­se inmóviI, una estructura intemporaI; se definecomo e! conjunto de Ias regIas que caracterizanuna prãctica discursiva: ahora bien, estas regiasno se imponen desde e! exterior a los elementosque relacionan; están comprometidas en aquellomismo que Iigan; y si no se modifican con e! me­nor de ellos, los modifican, y se transforman cone!Ios en ciertos umbraIes decisivos. EI apriori deIas positividades no es soIamente eI sistema de unadispersión temporal; él mismo es un conjuntotransformabIe.

Frente a unos apriori formaIes cuya jurísdíc­ción se extiende sin contingencia, es una figurapuramente empírica; pero, por otra parte, ya quepermite captar los discursos en Ia Iey de su deve­nir efectivo, debe poder dar cuenta de! hecho deque tal discurso, en un momento dado, pueda aco­ger y utilizar, o por eI contrario excluir, olvidaro desconocer, tal o cuaI estructura formal, Nopuede dar cuenta (por algo así como una génesispsicológica o cultural) de unos apriori formaIes;pero permite comprender cómo los apriori for­males pueden tener en la historia puntos de en­ganche, lugares de inserción, de irrupción o deemergencia, domin ias u ocasiones de empIeo, ycomprender cómo esta historia puede ser no con­tingencia absolutamente extrínseca, no necesidadde Ia forma que despIiega su dialéctica propia,sino regularidad específica. Nada, pues, sería másgrato, pero más inexacto, que concebir este aprio­ri histórico como un apriori formal que estuviese,ademãs, dotado de una historia: gran figura in-

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móvil y vacía que surgiese un dia en la super­ficie de! tiempo, que hiciese valer sobre e! pensa­miento de los hombres una tirania a la que nadiepodría escapar, y que luego desapareciese de gol­pe en un eclipse ai que ningún acontecimientohubiese precedido: trascendental sincopado, juegode formas parpadeantes. EI apriori formal y aiapriori histórico no son ni de! mismo nive! ni de lamisma naturaleza: si se cruzan, es porque ocupandos dimensiones diferentes.

El dominio de los enunciados articulados aslsegún apriori históricos, caracterizado así por di­ferentes tipos de positividad, y escandido por for­maciones discursivas, no tiene ya ese aspecto dellanura monótona e indefinidamente prolongadaque yo le atribula ai principio cuando hablaba de"Ia superficie de los discursos"; igualmente dejade aparecer como e! elemento inerte, liso y neu­tro adonde vienen a aflorar, cada uno según 5U

propio impulso. o empujados por alguna dinámi­ca oscura, temas, ideas, conceptos, conocimíentos.Se trata ahora de un volumen complejo, en e!que se diferencian regiones heterogêneas, y ene! que se despliegan, según unas regIas específicas.unas prácticas que no pueden su perponerse. Enlugar de ver alinearse, sobre e! gran libro míticode la historia, palabras que traducen en caracte­res visibles pensamientos constituidos antes y enotra parte, se tiene, en e! espesor de las prácticasdiscursivas, sistemas que instauran los enunciadoscomo acontecimientos (eon sus condiciones y sudominio de aparición) y cosas (comportando SU

posibilidad y su campo de utilización). Son to-

dos esos sistemas de enunciados (acontecimientospor una parte. y cosas por otra) los que propongollamar archivo.

Por este término, no entiendo la suma de todoslos textos que una cultura ha guardado en supoder como documentos de su propio pasado, ocomo testimonio de su identidad mantenida; noentiendo tampoco por él las instituciones que. enuna sociedad determinada, permiten registrar yconservar los discursos cuya memoria se quiereguardar y cuya libre disposición se quiere mante­ner. Más bien, es por e! contrario lo que hace quetantas cosas dichas, por tantos hombres desde ha­ce tantos milenios, no hayan surgido solamentesegún las leyes dei pensamiento, o por e! solo jue­go de las circunstancias, por lo que no son sim­plemente e! seiíalamiento, ai nive! de las actua­ciones verbales, de lo que ha podido desarrollar­se en el orden dei esplritu o en e! orden de lascosas; pero que han aparecido gracias a todo unjuego de relaciones que caracterizan propiamentee! nivel discursivo; que en lugar de ser figurasadventicias y como injertadas un tanto ai azarsobre procesos mudos, nacen según regularidadesespecíficas: en suma, que si hay cosas dichas -yéstas solamente-, no se debe preguntar su razóninrnediata a las cosas que se encuentran dichas oa los hombres que las han dicho, sino ai sistemade la discursividad, a las posibilidades y a lasimposibilidades enunciativas que éste dispone. Elarchivo es en primer lugar Ia Iey de 10 que puedeser dicho, eI sistema que rige Ia aparición de losenunciados como acontecimientos singulares. Pe-

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ro el archivo es también lo que hace que todasesas cosas dichas no se amontonen indefinidamen­te en una multitud amorfa, ni se inscriban tam­poco en una linealidad sin ruptura, y no desapa­rezcan ai azar sólo de accidentes externos; sinoque se agrupen en figuras distintas, se componganlas unas con las otras según relaciones múltiples,se mantengan o se esfumen según regularidadesespecíficas; lo cual hace que no retrocedan aimismo paso que el tiempo, sino que unas quebrillan con gran intensidad como estrellas cerca­nas, nos vienen de hecho de muy lejos, en tantoque otras, contemporâneas, son ya de una extre­mada palidez. EI archivo no es lo que salvaguar­da, a pesar de su huida inmediata, el aconteci­miento dei enunciado y conserva, para las memo­rias futuras, su estado civil de evadido; es lo queen la raiz misma dei enunciado-acontecimientoy en el cuerpo en que se da, define desde el co'mienzo el sistema de su enunciabilidad. EI archi­vo no es tampoco lo que recoge el polvo de losenunciados que han vuelto a ser inertes y per­mite el milagro eventual de su resurrección; eslo que define el modo de actualidad dei enuncia­do-cosa; es el sistema de su funcionamiento. Le­jos de ser lo que unifica todo cuanto ha sido di­cho en ese gran murmullo confuso de un discur­so, lejos de ser solamente lo que nos asegura exis­tir en medio dei discurso mantenido, es lo quediferencia- los discursos en su existencia múltipley los especifica en su duración propia.

Entre la lengua que define el sistema de cons­trucción de las frases posibles, y el corpus que

recoge pasivamente las palabras pronunciadas, elarchivo define un nivel particular: el de unaprácrica que hace surgir una multiplicidad deenunciados como otros tantos acontecimientos re­guiares, como otras tantas cosas ofrecidas ai tra­tamiento o la manipulación. No tiene el peso dela tradición, ni constituye la biblioteca sin tíem­po ni lugar de todas las bibliotecas; pero tampocoes el olvido acogedor que abre a toda paIabranueva el campo de ejercicio de su libertad; entrela tradición y el olvido, hace aparecer las regIasde una práctica que permite a la vez a los enun­ciados subsistir y modificarse regularmente. Esel sistema general de la formación y de la trans­formación de los enunciados.

Es evidente que no puede describirse exhaus­tivamente el archivo de una socíedad, de una cul­tura o de una civilización; ni aun sin duda el ar­chivo de toda una época. Por otra parte, no noses posible describir nuestro propio archivo, yaque es en el interior de sus regias donde habla­mos, ya que es él quien da a lo que podemos decit-y a si mismo, objeto de nuestro discurso- susmodos de aparición, sus formas de existencia y decoexistencia, su sistema de acumulación de historicidad y de desaparíción. En su totalidad, el ar­chivo no es descriptible, y es incontorneable eusu actualidad. Se da por fragmentos, regiones Jniveles, tanto mejor sin duda y con tanta mayotclaridad cuanto que el tiempo nos separa de él:en el Iírnite, de no ser por la rareza de los doeu.mentos, seria necesario para analizarlo el mayotalejamiento cronológico. Y sin embargo. ,cóme

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podría esta descripción de! archivo justificarse,elucidar lo que la hace posíble, localizar e! lugardesde e! que habla, controlar sus deberes y susderechos, poner a prueba y elaborar sus conceptos-ai menos en esa fase de la investigación en queno puede definir sus posibilidades más que en e!momento de su ejercicio-, si se obstinara en nodescribir nunca sino los horizontes más lejanos?~No le es preciso acercarse lo más posible a esapositividad a la cual obedece ella misma y a esesistema de archivo que permite hablar hoy de!archivo en general? ~No le es preciso iluminar,aunque no sea más que oblicuamente, ese campoenunciativo deI cual forma parte ella misma? EIanálisis deI archivo comporta, pues, una regiónprivilegiada: a la vez próxima a nosotros, pelOdiferente de nuestra actualidad, es la orla de!tiempo que rodea nuestro presente, que se ciernesobre él y que lo indica en su alteridad; es lo que,fuera de nosotros, nos delimita. La descripcióndei archivo despliega sus posibilídades (y e! do­minio de sus posibilidades) a partir de los dis­cursos que acaban de cesar precisamente de serlos nuestros; su umbral de existencia se halla ins­taurado por e! corte que nos separa de lo que nopodemos ya decir, y de lo que cae fuera de nuestrapráctica discursiva; comienza (on eI exterior denuestro priopo lenguaje; su lugar es e! margende nuestras propias prácticas discursivas. En talsentido vale para nuestro diagnóstico. No porquenos permita hacer e! cuadro de nuestros rasgosdistintivos y esbozar de antemano la figura quetendremos en e! futuro. Pero nos desune de nues-

tras continuidades: disipa esa identidad temporalen que nos gusta contemplarnos a nosotros rnis­mos para conjurar las rupturas de la historia:rompe e! hilo de las teleologías trascendentales,y allí donde e! pcnsamiento antropológico inte­rrogaba e! ser de! hombre o su subjetividad, haceque se manifieste e! otro, y e! exterior. EI diag­nóstico asl entendido no establece la comprobaciónde nuestra identidad por e! juego de las distincio­nes. Establece que somos diferencia, que nuestrarazón es la diferencia de los discursos, nuestra his­toria la diferencia de los tiempos, nuestro yo ladiferencia de las máscaras. Que la diferencia, lejosde ser origen olvidado y recubierto, es esa disper­sión que somos y que hacemos,

La actualización jamás acabada, jamás íntegra­mente adquirida de! archivo, forma -e! horizontegeneral aI cual pertenecen la descripción de lasformaciones discursivas. e1 análisis de las positi­vidades, la fijación de! campo enunciativo. EIderecho de las palabras -que no coincide con elde los filólogos- autoriza, pues, a dar a todas es­tas investigaciones el título de arqueologia. Estetérmino no incita a la búsqueda de ningún co­mienzo; no emparenta el análisis eon ningunaexcavación o sondeo geológico. Designa eI temageneral de una descripción que interroga lo yadicho ai nive! de su existencia: de la función enun­ciativa que se ejerce en él, de la formación dis­cursiva a que pertenece, dei sistema general dearchivo de que depende. La arqueologia describelos discursos como práctir.as especificadas en ele!emento de! archivo.