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1 El 27 de octubre de 1807 el primer ministro de Carlos IV, Manuel Godoy, firmó con los representantes de Napoleón Bonaparte el Tratado de Fontainebleau. Este tratado permitía el paso de tropas francesas por el territorio y les garantizaba apoyo logístico –mantenimiento, alojamiento y alimentación- en su tránsito para invadir Portugal. Pero algo no iba bien. Nueve días antes de firmarse el tratado, el 18 de octubre, el general Junot había cruzado ya el Bidasoa con los 24.133 hombres y los 3.724 caballos del Ejército de Observación de la Gironde. Y, con la excusa de proteger el movimiento de sus tropas, fueron dejando guarniciones en las ciudades por las que pasaban (Irún, San Sebastián, Pamplona, Vitoria…). En Hondarribia se instaló una guarnición de 600 soldados, que debían alojarse en casas particulares y ser alimentados a costa de la ciudad; quedando el convento de capuchinos convertido en hospital militar. La entrada de tropas francesas continuó, y en dos meses y medio ya contaba con 78.102 soldados, 11.184 caballos y más de 100 cañones, ocupando “amigablemente” el camino hacia Portugal…pero también todo el norte de la península hasta Galicia, Cataluña y Madrid. Después de la abdicación de Carlos IV, la imposición en el trono de José Bonaparte como José I y la represión del levantamiento popular del 2 de mayo en Madrid quedó claro que la ocupación dejaba de ser amistosa. Hubo una primera reacción militar que llevó a las derrotas francesas en Bailén y el Bruch. Pero Napoleón Bonaparte, que vio peligrar la situación, entró en la península en noviembre de 1808 al frente de los 250.000 soldados de la Grande Armée, arrasando cuanto encontraba a su paso. Y se acabó lo que se daba. En Hondarribia, la guarnición francesa dejó de ser una invitada y se convirtió en dueña de la plaza. Fusilamientos del 2 de mayo (Goya) y levantamientos populares de junio de 1808 Sin un verdadero ejército con el que combatir a los franceses, los habitantes de las zonas ocupadas tuvieron que recurrir a la guerra de “guerrillas”. Un término que acuñaron los propios franceses al denominar como “petite guerre” a aquella guerra no convencional para la que no estaban preparados. Los golpes guerrilleros obligaron a los franceses a estirar sus líneas y a crear múltiples guarniciones pequeñas para proteger las vías de comunicación. Estos pequeños grupos de soldados eran fácilmente atacables por la guerrilla con lo que, al final, los franceses tuvieron que resignarse a dominar únicamente las ciudades, quedando las zonas rurales bajo control de las partidas guerrilleras. Con el fin de animar esta forma de combate, y en un intento de regularizarla, la Junta Suprema aprobó en Sevilla el 17 de abril de 1809 la Instrucción para el corso terrestre contra los exércitos franceses que autorizaba a todos los habitantes de las provincias ocupadas a armarse para “asaltar y despojar (…) á los soldados franceses, apoderarse de los víveres y efectos que se destinan á su subsistencia; y en suma para hacerles todo el mal y daño que sea posible”. La instrucción facultaba a las Juntas Provinciales para otorgar “una autorización especial o patente de corso”. Y establecía el libre reparto del botín “según hayan acordado ó tengan por conveniente, por deberse considerar este genero de Guerra como el Corso en la mar”. Cosas de Alde Zaharra 12 Fermín de Leguia…sargento guerrillero

12 Fermín de Leguía

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El 27 de octubre de 1807 el primer ministro de Carlos IV, Manuel Godoy, firmó con los representantes de Napoleón

Bonaparte el Tratado de Fontainebleau. Este tratado permitía el paso de tropas francesas por el territorio y les

garantizaba apoyo logístico –mantenimiento, alojamiento y alimentación- en su tránsito para invadir Portugal.

Pero algo no iba bien. Nueve días antes de firmarse el tratado, el 18 de octubre, el general Junot había cruzado ya el

Bidasoa con los 24.133 hombres y los 3.724 caballos del Ejército de Observación de la Gironde. Y, con la excusa de

proteger el movimiento de sus tropas, fueron dejando guarniciones en las ciudades por las que pasaban (Irún, San

Sebastián, Pamplona, Vitoria…). En Hondarribia se instaló una guarnición de 600 soldados, que debían alojarse en

casas particulares y ser alimentados a costa de la ciudad; quedando el convento de capuchinos convertido en hospital

militar.

La entrada de tropas francesas continuó, y en dos meses y medio ya contaba con 78.102 soldados, 11.184 caballos y

más de 100 cañones, ocupando “amigablemente” el camino hacia Portugal…pero también todo el norte de la

península hasta Galicia, Cataluña y Madrid. Después de la abdicación de Carlos IV, la imposición en el trono de José

Bonaparte como José I y la represión del levantamiento popular del 2 de mayo en Madrid quedó claro que la

ocupación dejaba de ser amistosa. Hubo una primera reacción militar que llevó a las derrotas francesas en Bailén y el

Bruch. Pero Napoleón Bonaparte, que vio peligrar la situación, entró en la península en noviembre de 1808 al frente

de los 250.000 soldados de la Grande Armée, arrasando cuanto encontraba a su paso. Y se acabó lo que se daba. En

Hondarribia, la guarnición francesa dejó de ser una invitada y se convirtió en dueña de la plaza.

Fusilamientos del 2 de mayo (Goya) y levantamientos populares de junio de 1808

Sin un verdadero ejército con el que combatir a los franceses, los habitantes de las zonas ocupadas tuvieron que

recurrir a la guerra de “guerrillas”. Un término que acuñaron los propios franceses al denominar como “petite guerre”

a aquella guerra no convencional para la que no estaban preparados. Los golpes guerrilleros obligaron a los franceses a

estirar sus líneas y a crear múltiples guarniciones pequeñas para proteger las vías de comunicación. Estos pequeños

grupos de soldados eran fácilmente atacables por la guerrilla con lo que, al final, los franceses tuvieron que resignarse

a dominar únicamente las ciudades, quedando las zonas rurales bajo control de las partidas guerrilleras.

Con el fin de animar esta forma de combate, y en un intento de regularizarla, la Junta Suprema aprobó en Sevilla el 17

de abril de 1809 la Instrucción para el corso terrestre contra los exércitos franceses que autorizaba a todos los

habitantes de las provincias ocupadas a armarse para “asaltar y despojar (…) á los soldados franceses, apoderarse de

los víveres y efectos que se destinan á su subsistencia; y en suma para hacerles todo el mal y daño que sea posible”.

La instrucción facultaba a las Juntas Provinciales para otorgar “una autorización especial o patente de corso”. Y

establecía el libre reparto del botín “según hayan acordado ó tengan por conveniente, por deberse considerar este

genero de Guerra como el Corso en la mar”.

Cosas de Alde Zaharra 12

Fermín de Leguia…sargento guerrillero

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La ciudad de Hondarribia, que entonces pertenecía a Navarra, lo estaba pasando mal. En medio de una crisis de

suministros, Hondarribia estaba forzada a alojar y alimentar a la guarnición francesa, debía entregar cada mes 3.000

reales para contribuir al sostenimiento del ejército de ocupación y sus ciudadanos habían sido obligados, a punta de

fusil, a jurar fidelidad a José I Bonaparte, nuevo Rey de España y de las Indias. La situación de sus habitantes era una

espina clavada para la Junta y las partidas guerrilleras.

Pero, aunque la ciudad había perdido buena parte de sus imponentes murallas, estaba bien protegida por una

guarnición de soldados franceses y pretender tomarla por asalto era una locura. Así que intentaron hacerse con ella por

otros métodos. El 10 de mayo de 1810 se autorizó a Francisco Javier Miguel de Irujo “para que valiéndose de todos

los medios posible e imaginables procure ganar y seducir”, entre otros, al gobernador de la ciudad de Fuenterrabía. Se

le ofreció una fortuna, título nobiliario y tierras en América, por entregar la ciudad. Pero fue en vano.

Hondarribia en 1813. Fragmento de un grabado de Edward Hawke Locker

Fermín Leguia Fagoaga había nacido en Bera de Bidasoa, en el caserío Urrola, en 1787. Se había enrolado a las

órdenes del guerrillero Jauregui el Pastor. Tras la Instrucción para el Corso Terrestre pasó en 1809 a formar parte de

la unidad guerrillera más famosa, el Corso Terrestre de Navarra que comandaba Javier Mina El Mozo (o El

Estudiante). En 1810, tras la detención de Javier Mina por los franceses, la unidad pasó a las órdenes de su tío

Francisco Espoz y Mina –a quien sus hombres llamaron también Mina-, quien se hizo cargo de ella manteniéndola

como la mayor y más eficaz tropa guerrillera de la guerra.

Según uno de sus descendientes, Pío Baroja, “Fermín era el tipo de aventurero vasco: valiente, audaz, algo

jactancioso; y muy comilón, muy bebedor, y dispuesto siempre para las empresas más difíciles. Tenía una cara

sonriente y llena de viveza, la nariz larga y torcida, los ojos brillantes, la cara de pillo, maliciosa y socarrona”

Tras cinco años en la guerrilla, Fermín, a sus 26 años, era sargento primero y comandante del puesto de observación

de Bera, y tenía 15 hombres a su mando. Sabía muy bien los deseos de su general por arrebatar a los franceses la

ciudad de Hondarribia. Así que según decía en el informe que envió con posterioridad a Espoz y Mina “Mi general:

hai cosas que parecen imposibles á primera vista si se graduan los medios y circunstancias del que las executa.

Parece temeridad apoderarse de una plaza fuerte, guarnecida y fortificada, con solos 15 hombres”, pero “habia yo

meditado apoderarme del castillo de Fuenterrabia, y mis deseos debían cumplirse”.

Según Don Pío, “pensar que con quince hombres se podía tomar una fortaleza guardada por soldados franceses era

una barbaridad para todo el mundo menos para Leguia”. Quizá una acción realizada una semana antes le reafirmó en

la idea de que un pequeño puñado de hombres podría realizar, por sorpresa, lo que era imposible para unidades

mayores. A primeros de marzo de 1813, Fermín había entrado él solo en Irún vestido de mujer, les había robado tres

caballos a los soldados franceses que ocupaban la ciudad, y se había presentado con los animales en Bera, ante la

sorpresa general.

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El caso es que el día 11 de marzo de 1813 reunió a sus quince hombres en una taberna del pueblo, y les lanzó una

arenga. “Era una de las cosas que más le entusiasmaba: echar un pequeño discurso”. Tras su alegato, buscaron

cuerdas y clavos, y se dirigieron hacia Hondarribia con armas ligeras.

A las 11 de la noche estaban pegados a las murallas de la fortaleza. Y, lentamente y haciendo el menor ruido posible,

fueron introduciendo los clavos en las juntas de la piedra. En compañía de otro soldado, Fermín escaló la muralla, y

entre los dos redujeron al primer centinela. Subieron varios hombres más. Avanzando en silencio, sorprendieron al

cuerpo de guardia, se apoderaron de las llaves de la fortaleza y abrieron la puerta. Reunidos ya los 16, avanzaron calle

arriba y entraron en el castillo. Dejemos que Fermín Leguía nos lo cuente directamente a través del informe que envió

dos días después a Espoz y Mina:

“Consecutivamente hice prisioneros a 8 artilleros que se hallaban en el castillo, pues los demás dormían en la

ciudad, y tratando de inutilizar las piezas de cañon que en él había, clavé 2 de á 24 y una de 18, y eché á la mar 1500

balas del primer calibre, y 2600 de violentos; saqué fuera para traer conmigo 100 balas de esta clase, 9 fusiles, 2

pistolas, 4 sables, 80 vras de cuerda mecha, 2 1/2

quintales de pólvora, y la bandera tremolante; me retiraba despues

de haber incendiado el castillo, á cuyos fuegos puesta en alarma la guarnicion de la ciudad, salió en mi seguimiento;

pero despavorida y llena de confusion, nacida de una novedad inesperada. Componíase de gendarmas, los cuales me

siguieron, pero en vano, porque tuve la satisfaccion de rechazarlos, y salvar todos mis efectos indicados, sin haber

tenido la menor pérdida de mi parte. Acudieron los enemigos á cortar el fuego del castillo, pero sin fruto, porque de

las quatro partes de él se abrasaron tres y ha quedado enteramente inservible.”

El castillo continuaría calcinado y “enteramente inservible” más de un siglo después

Fueron perseguidos por los gendarmes en su huída hacia el Bidasoa. Y, en un momento dado, giraron hacia sus

perseguidores y les hicieron una descarga cerrada. Los franceses creyendo estar frente a una tropa numerosa,

retrocedieron hacia la ciudad. Las llamas del castillo alertaron a las guarniciones de Hendaya e Irún, que se

movilizaron y cerraron la salida hacia Navarra por el Bidasoa. Pero Fermín Leguía y sus hombres habían pasado ya.

Fermín había hecho lo que a todas luces era imposible. Tomar la fortaleza con sólo 15 hombres; inutilizar sus cañones;

robar la munición que podía transportar, y lanzar al mar la restante; hacer prisioneros; quemar el castillo; y llevarse las

llaves y la bandera. Sin perder ni un sólo hombre. Y frente a “gendarmes”, unas unidades especiales creadas por

Napoleón para la lucha contra la guerrilla.

Cuando Espoz y Mina recibió la noticia escribió al general Castaños alabando el valor de los soldados y solicitando el

ascenso a teniente para Fermín Leguia. Lo que fue concedido. Los franceses siguieron ocupando la ciudad de

Hondarribia hasta el mes de agosto de aquel año, pero después del golpe de Fermín ya nada volvió a ser como antes.

Espoz y Mina le decía a Castaños: “Ni yo podré pintar jamas á V.E. la impresion que ha causado en los ánimos de los

franceses la pérdida del castillo de Fuenterrabia, ni el gozo y contento que ha cabido á estas provincias por un

suceso semejante”.

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El suceso tuvo un enorme eco en la población y entre las fuerzas que se oponían a los franceses. Fue tan celebrado que

en junio de aquel año –tres meses después- ya se publicaba en Cádiz un libro con el larguísimo título de “Verdadera

relación de la gloriosa empresa que para honor del valor español dispuso y consiguió felizmente Fermin de Leguia,

sargento 1º de la célebre división del incomparable mariscal de campo el Sr. D. Francisco Espoz y Mina, y

comandante de observacion en el punto de la villa de Vera, executada en 11 de marzo de este año, apoderándose con

solos 15 hombres del castillo de Fuenterrabia, con otras particularidades admirables”. Pero no todo fueron

alabanzas. También algunos cargaron contra Fermín por lo que consideraron una temeridad que sólo la suerte llevó a

un final feliz. El Conciso de Cádiz publicaba el 19 de mayo de aquel año: “El guerrillero Mina no hace más que

gerrillear; el subguerrillero sargento Leguia asalta guerrilleramente á Fuenterrabía, y hace una

guerrillerada…guerrilleradas y nada más!”

El paso del tiempo no ha hecho suficiente justicia a Fermín Leguía Fagoaga. La mayoría de los manuales de historia

militar atribuyen directamente a Francisco Espoz y Mina aquella toma de Hondarribia. Y la realidad es que Espoz y

Mina no conoció con anterioridad las intenciones de Fermín. Si lo hubiera sabido, bajo ningún concepto le hubiera

permitido emprender aquella locura.

Fermín era guerrillero. Guerrillero y liberal. Y siguió a Espoz y Mina en todos sus intentos y pronunciamientos

liberales del primer tercio del siglo XIX, y en la primera guerra carlista. Siguió destacando por su arrojo y temeridad,

hasta el punto de que más de una vez sus acciones pusieron en problemas a su general, que le reprochaba que no

sumara prudencia y cálculo al valor y el entusiasmo que siempre demostraba.

En 1919, un siglo después de su acción, se inauguró en Bera de Bidasoa un busto en memoria de Leguía, obra de

Ricardo Baroja. A la inauguración enviaron las ciudades de Irún y Hondarribia sus bandas de música.

Tetxu HARRESI, 18 de agosto de 2012

Fuentes:

• Gaceta de la Regencia de las Españas (1813), Partes del mariscal de campo D. Francisco Espoz y Mina al Excmo. Sr. D. Francisco Xavier de

Castaños, Sábado 15 de mayo de 1813, pp.498-500

• El Conciso (1813) 16 y 19 de mayo, y 21 de junio

• Condesa de Espoz y Mina (1851), Memorias del general Don Francisco Espoz y Mina, Rivadeneyra, Madrid

• Iturralde, J. (1888), Juan Fermín de Leguía, Euskal-erria, Tomo XIX, nº 292

• Baroja, P. (1913), El aprendiz de conspirador, en Memorias de un hombre de acción, Tomo I, Libro I, capítulo III

• Kasper, M. (1992), La guerrilla en Gipuzkoa (1808-1835), Estudios Históricos, Vol.II, Diputación Foral de Gipuzkoa