19001215_LA REVISTA BLANCA

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  • 8/15/2019 19001215_LA REVISTA BLANCA

    1/36

     BoíaBoraóorcs.

    Soledad Gustavo.

    Luisa Michel.

    Pedro Dorado.

    F. Giner de los Ríos.

    Juan Giné y Partagás.

    Pompeyo Gener.

    U. González Serrano.

    José Esquerdo.

    A .

      Sánchez Pérez.

    Fernando Tarrida.

    Francisco Salazar.

    Alejandro Sawa.

    Manuel Cossío.

    Alejandro Lerroux.

    Miguel Unamuno.

    Anselmo Lorenzo.

    Fermín Salvochea

    Ricardo Mella.

    Adolfo Luna.

    Jaime Brossa.

    Ricardo Rubio.

    Pedro Corominas.

    José Nakens.

    Nicolás Estévanez.

    Doctor Boudín.

    Donato Luben.

    ^er@nÍQ

    eder ico  U r a l e e i

    m

  • 8/15/2019 19001215_LA REVISTA BLANCA

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     esurre ión   ^

    TRES TOMOS ELEGANTEMENTE IMPRESOS 4 p e s e t a s 7 ^ \ ~ J

    Obra de carácter puramente socialista. 7;^^  En  venta: Casa editorial Mancci, Barcelona.

    iiimiiiitiiiiiiiiiiiiHiiiiiiiiMiuTn minT ñriTim M i iTirnvriTiiiiifri»ii»tiiiiiTTriTiiTiiiiiiiti •itim ium iirm iiiiM n toiH iiiiiiiiimiiiii^p Tji

    B i b l i o t e c a  de LA R E V I S T A B L A N C A

    L S O C I E D D F U T U R P » Sol^'̂ adGnstaYO.-ZO céntimos.

    E

    D U n U í P U I Í A Q Í I P Í A Í  ^^^  P-  Kropotklne, y la  biografía de éste, escrita

    r f l ü f l í J ü m f l g U u l f l l J

      por

      Anselmo Lorenzo.—20 céntimos.

    L E Y

      E

     HE R E N C I

    Drama en cnatro actos, por Federico Urales.—-1 peseta.

    H O N O R , A L M A   Y V I D A Drama en tres actos, del mismo antor.— 1

    E L I D E A L   D E L S I G L O  XX  Por Palmlro de Lidia.— 20 céntimos.

    L O M B R Q S O   Y L O S A N A R Q U I S T A S Por R icardo M e l l a . - I peseta.

    S O C IO L O G Í N R Q U I S T Por J. Montseny.-75 céntimos.

    E L S O C I A L I S M O Y E L C O N G R E S O D E L O N D R E S

      fof

      A . H a m o n . - i p e s e t a .

    C o n f e r e n c i a s p o p u l a r e s s o b r e s o c i o l o g í a

    P o n . P e i i i c e r . — 7 5 c é n tim o s .

    U

    DÜl í lOT  A  T)T  A ¥ n  A

      ^^^^^  ̂¡lAo,

     3 pesetas; segnndo,  4

     pese-

    LirjVJlj lA  1 ) 1 J i ñ U A   tas. Los dos jnntos, 6  pesetas.

    LA LEY Y LA AUTORIDAD Por P. Kropottine.~20 céntimos.

    M 7 r M l C T R T 3 S B E Por Carlos Albert.-2 pesetas.

    OEL Ü H flü: H flílo

      É

      a c ció n y f io a l iila d s o c i a l . P o r

      R

    M e i í a — 5 0   c e r n i m o s .

    NUESTRAS CONVÍCCIONES

      Por

     J . Illenatnom.  20 céntimos.

    LA  A N A R Q U Í A   S E  I M P O N E  20 céntimos.

    M E M O R A M D U M

      Por

     P.

     Esteve.

     i peseta.

    ÓECLÁRACTÓÑÉS

      D E

     ÉTIEVANT 10 ejemplares, 1 peseta.

    Á   L O S  J Ó V E N E S Por P . K ropotkine.— 1 0 céntim os.

    ENSEÑANZA BURGUESA   Y   ENSEÑAWZA LIBERTARIA Por J- GraYe.-20 céntimos.

    í ^ j ^ T - R J A

      Por

      A .

      Hamon.—10 céntimos-

    F u n d a m e n t o s  y  l e n g u a j e d e  l a d o c t r i n a a n a r q u i s t a P orA Italr.— 2 5céas•

    L A S O L I M P I A D A S   D E L A

      P & Z

      Por  A .   Lorenzo.—20 céntimos.

    D I O S   y EL  E S T A D O Por Mígnel Bakoiinlne.— 75 céntimos.

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    L R E V I S T B I M C

    S O C I O L O G Í A , C I E H C I A Y A R T E

    AÑO   I I I ,—NÚM ,

      6 0 ,

    A D M I N I S T R A C I Ó N : 1 ,

      c

      J n ' •

    CRISTÓBAL BORDÍü, i.-MADRiD  \  ' ^ «6 Diciembre 1 90 0

    S O C I O I J O G I A Mirando alo porvenir

    por Anselmo Lore i izn .—La

      anarquía: su  fín y suslmedios,

      por

    .Tuau (írave.

    C I E W C I A i r A R T E La herencia psicológica,

      poi - Ch . l í ibo t .—

    Crónica científica,

      po r 'l 'anirtíi del

    M ár m o l . Pa r / s , p o r l O m i l l o Z o l a .

    S E C C l O S i  I J I B K E

    La liistoria,  p o r U o n i it o L u b e i i .— M ed i o s d e  emanciparse,  por losé .López Mon

    tenegro .

    T R I l t ü B i A I » E l i O B R E K O

    f in ir é j a r a s y b re ao s , por Aure l io

      Mi\íú7..-El obrero libre,

      por Enr iq ue.Gi iemes .— Despido y maldición^  por Fé lix Coromina.s .

    ^ ^ ^ ^  S^^ kj^^

    _^

    SOC I O L OG Í A

    M I R A N D O A L O P O R V E N I R

    Los escépticos y los pesim istas, al h acer el balance del siglo que term ina y ver

    cum plida s sus fatídicas profecías, ten dría n motivo para regocijarse si las mau ifesta

    ciones de alegría no estuvieran esencialmente excluidas de  BU sistema.

    Todo el conjunto de males contenido enJaj3diosa.. | taafi  la lucha por la existencia,

    con que pretenden representar científicamente la manera genera) de vivir, ha tenido

    plena y completa confirmación: naciones que se agigantan por la fuerza y la emplean

    para dom inar por las arma s y por los t ratados leoninos; naciones que se emp equeñe

    cen ó que pasan á ser provincias ó colonias de las engrandecidas; colonias que inten

    tan emanciparse y sólo consiguen cambiar de amo perdiendo en el cambio; clases ri

    cas que reducen el nú m ero d e sus indiv iduo s, pero que se fortalecen ha sta constituir

    esos sindicatos ó irvsts  á la americana, que giran hasta por miles de millones; familias

    obreras que se disuelven por la emigración, la enfermedad ó la muerte prematura; mi

    llones de habitantes que ocupan extensos territorios en Rusia y en la India sufriendo

    las horribles tortu ras del harn bre. _

    Ante tan tremendo cuadro bosquejado aquí con cuatro rasgos á t í tulo únicamente

    de dato rec ordatorio, resu ltan falaces y n ula s las prom esas de los místicos, de los filó

    sofos y de los políticos, y, como re sum en, las de loa legisladores y goberna ntes, ya q ue

    todos nos prometieron un mu nd o mejor, y, por consiguiente, qaed aron defraudadas

    las esperanza s toda s que se fund aron en las religiones, en los sistemas y en los par

    tidos.

    Razón habría para calificar duramente á los que prometen y á los que esperan, lo

    mismo á los que engañan por malicia que á ios que se dejan engañar por ignorancia,

    si no se tuviera en cue nta qiie la justicia y la econom ía son prod ucto de la ciencia;

    que ésta no se adq uiere por intuición n i revelación, sino por observación, estudio y

    aprendizaje, y que du ran te el largo y penoso período de estudio que la hu m ani da d

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    354 LA KBVISTA BLANCA

    viene pasa ndo la necesida d ap rem iante de la vida y los espejismos de la pasión nos

    ha n obligado á adop tar métodos absurdos é injustos verdad eros  mo us

      viven i

      que la

    rutin a los intereses creados y sobre todo h   ignorancia trataron siempre de conver

    tir en definitivos.

    Nos hallamos al término de un siglo y á la vista de la inauguración de su sucesor

    y au nq ue el tiem po por si na da sea y valga sólo por la sucesión del mov im ient o y la

    sum a de los acontecim ientos que en él tienen lugar ello es que no podemo s sustraer

    nos al efecto que en nuestra imaginación causa una un idad ó un a serie de unid ades

    tem porale s transc urrida s ora sea por lo que afecta al límite de nuestr a vida al logro

    de nuestras esperanzas y á la realización de nuestros ideales; y aquí es oportuno diri

    gir nue stra consideración á lo porvenir y en vista de los desengaños ocurridos en el

    siglo XIX propo nern os averiguar qué pens arán y sentirán de ntro de cien añ os nu es

    tros sucesores al hacer el balance del siglo que ter m in ará y el juicio del que ha de

    empezar.

    Porqu e si los pesimistas fundándose en los hechos interpretados á su ma ne ra

    desconfían de la bond ad d e las intenoio 

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    LA REVISTA BLANCA S55

    gozó derecho individual por tener personalidad propia y bien definida fué propietario,

    y BU  derecho de apropiación se extendía á todo lo que se hallaba bajo su nivel, hom

    bres inclusive . Todo el que después ganó derecho personal se niveló con los que an-

    te.-i eran sus superiores , y adq uiri ó, por tan to , carácte r de am o. la di vi du os fueron los

    señores, y, como tales, propietarios tam bién . Ind ividu os llegaron á ser los burgueses , y

    la desamortización les confirmó en sus derechos permitiéndoles la participación en el

    festín propietario; pero cerraron la puerta detrás de si, dejando fuera á los proletarios,

    que no son individuos, sino   masa el  puvblo la colectividad im perso nal, y, por tan to,

    iiifeiices que adq uie ren el derec ho de poseer filtrado por el tam iz del salario, qu e,

    coaao sujeto á las oscilaciones de la oferta y la de m an da , siem pre se halla por bajo

    de la necesidad, y sólo poseen, m ientra s pue den , lo indisp ensab le para no m orir y

    desarrollar fuerza prod uctora, m urie ndo al fin á m ano airada, ya que el tér m ino me

    dio de su vida, lejos de alcanzar el tipo general señalado á la especie humana, es in

    terior en muchos años al de las otras clases sociales.

    G aran tía de la libertad es la propied ad, según la famosa declaración de los Defe

    chos del H om bre y del Ciu dad ano , lanzada al m un do desde el Sinaí de la Conven

    ción, al decir de Víctor H ug o, y al hace r esa declaració n se tuvo en cu enta la propie

    dad en su forma histórica y en su existencia práctica, de ningún modo se la conside

    ró en su forma racional y científica, y por lo mism o, despreciando el legislador revo

    lucionario á aquellos sans culottes  que fueron los principales agentes de la R evolución

    y que sólo poseían la vida, de que hacían heroica donación á cada m om ento en las

    bürrica das, en los campo s de batalla y hasta en la guillotina, se retrotrajo el efecto

    revoluc ionario á favorecer á los privilegia dos, y se dio el caso de que aque llos aristó

    cratas tan perseguidos durante el Terror rojo, aliados después con la burguesía triun

    fante, fueion los principales usufructuarios de la R evolución, llegando algunos años

    después á gozar de la cruel satisfacción da la venganza durante el Terror blanco, mu

    cho más sangu inario qu e el otro, no sólo por el may or nú m ero de víctimas, sino por

    no tener la excusa de servir á un ideal noble y levantado.

    La propie dad, es cierto, es garan tía de la libertad, y por eso constituye el objetivo

    revolucionario; pero no esa propiedad que constituye la porción de bienes que la ley

    garantiza á cada ciud adan o, como define la Declaración citada, sino un a propied ad

    com ún, indivisa, invinculab^e, como el aire que respiram os, la luz que nos alum bra,

    el suelo que nos susten ta, y ese Océano que hum edece la atmósfera, presta caudal á

    los ríos, provee nuestras fuentes y fecundiza nuestros campos, y á ese objetivo que los

    anarqu istas llam amo s el patrimonio universal se dirige el proletariado militante,

    recusando la legislación usurpa dora , despracian do todos los prestigios a utoritario s que

    la sostienen, combatiendo la fuerza en que se apoya, convencido de que esa propiedad

    fraccionad a de que ha sta hoy y has ta el gran día de la justificación revolu cionaria dis

    frutarán nuestros tiranos y explotadores, es como el botín de guerra que los usurpado

    res retiran de ese gran campo del m und o donde tiene lugar la m alhada da lucha por

    la existencia.

    Volviendo ahora, para terminar, al juicio que nuestros sucesores formarán dentro

    de cien años , sólo es cuestión de preg unta rse: ¿Du rará hasta aquella fecha el actual

    régimen propietario? Respondan afirmativamente conservadores, escépticos y rutina

    rios de aquellos que suele a decir con est úpid a m alicia: «eso está m uy lejos ; niegúen

    lo loe revolucionarios más ó menos impacientes. Por ral parte no aventuraré una pro  

    fecía; sólo sé que no es eterno, y, fundándome en consideraciones que hoy no expon-

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      5 6 LA BBVMTA BLANCA

    go,  ni siquiera duradero. Más aún: lo que no se haga en el siglo xx se hará en los su-

    ceeivos; porq ue sólo á co niició n de q u i nuestro planeta deje de existir, dejará de

    realizarse la necesaria y suspirada revolución social con todas sus legítimas conse

    cuencias.

    —-—m^mmffg» mim

    ANSELMO LORENZO,

    L N RQ UÍ

    S T J P ^ I I S r Y s u s l u I K I D I O S

    XXII

    JLa e d uc a c ió n 1).

    La

      educación

      autoritaria.— El Estado

     profesor Cómo

      se deforma un

      cerebro Resultados

    de la

     enseñanza

      oficial.— Eesistemia del espíritu de crítica.— Rebajamiento del carácter

    moral.— La libertad burguesa —^Regreso  hacia una educación  más

     racional

    para uso de

    la   burguesía.—  Tentativa anarquista.— Decir y hacer...— La Paline y los  economistas.

    La ley del menor  esfuerzo Interdependencia d e los hechos sociales Lo que debe ser la

    ensefianza

      racional.— La

      coeducación

      de los sexos.-^La

      educación

     actual no

     es lógica.—

    Hipocresía.— Lo que

     hace

      la

      enseñanza burguesa Dejicultad

      de

      desembarazarse

      de las

    primeras

     nociones

      recibidas.—  Obra

      revolucionaria.

    En diferentes ocasiones muc hos de nosotros hem os oído lam enta rse á alguno s

    padres que, deseosos de dar á sus hijos una educación sana y lógica, les era material

    mente imposible eii-la sociedad actual.

    Lo que ha sido y es la educación todo el m un do lo sabe; has ta los burgueses m ás

    conserv adores em piezan á halla rla deficiente y nociva. ,

    La educación acapa rada por el Esta do no pu ed e darse sino con restricciones y

    hasta la prohibe á las familias sin ciertas condiciones que la ley y la costumbre impo

    nen. Fundados en la   verdad original de qu e el hom bre es un ser perezoso, se ha creado

    un a casta encargad a de la en señanza que obliga á pensar y obrar según sus conve

    niencias, y que ha tenido buen cuida do de pervertir los sentidos, fom entar el error y

    corromper la satisfacción de lafe necesidades, instituyendo la voluntad y el método por

    las necesidades m ism as. Así es qu e en vez de desarrollar el deseo de apre nde r que

    todo individuo posee; en vez de inspirarse en los resultados adqu iridos para facilitar

    el progreso en toda conciencia qu e despierta y hacer la tarea agradab le, han conver

    tido la educación en un instrumento de tortura y la escuela en un antro odioso.

    Preten dieron , por fuerza, m eter en lá cabeza del ho m bre idea s qu e no estaban

    seguros de comprender los mismos profesores, y con tan torpes procedimientos han

    conseguido hac er repu gn ante la educación hasta para los má s deseosos de apre nde r.

    El sistem a, cuy o resultado era m od elar las concienc ias segú n el deseo de los edu

    cadores, matar la iniciativa del educando y llenarle la cabeza de ideas hechas, para lo

    que sólo se ne cesita m em oria y iw da de espíritu de crítica, ha hech o m uy bien el

    negocio de cuantos h an tomado como m isión dirigir á la hum anid ad, y por esa razón,

    pa ra ellos pode rosa, no han in ten tad o m odificar el si-ítema, sino perfeccionarlo en ese

    sentido; porque lo mismo que i» organización capitalista, ha sido creada por la fuerza

    1) Fa ltaa dos artículos para dncln ir es-ta herniosa obra . Después publicaremos la última

    de KrOi,otkiii,  Campos fábricas  y talleres traducida por Fermín Salvochea.

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    LA REVISTA BLANCA 357

    de las cosas y no según un plan preconceb ido. La educación se ha formado según

    nuestra ignorancia y sistematizada luego por loa que con ello obtenían provecho.

    Incu lcar el espirito de obediencia y de sumisión á los am os, a n u b r la volu ntad

    del ser an te la autoridad superior, siemp re abstract», y represen tada por hom bres de

    carne y hueso: curas, giaduados de todas las

     especies

    civiles ó militares; guardia civil,

    juez, policía, diputado, rey ó portero con galones, fue siempre tarea de Ion encargados

    de educar la juventud. Actualmente tocamos los resultados.

    Ta n á marav illa han conseguido sus propósitos, que los que se aprovec han de los

    efectos se q uejan porque el ma l que desea ban sólo para los explotados, k s ha alcan

    zado á ellos mismos

    I

     La fatal obra está an te nu estra vista Ho m bres con pretensione s de inteligentes se

    declaran paladine s de lo falso, de la in iquida d y la me ntira para alargar la vida á

    instituciones decrépitas que mueren víctimas del autoinfección de sus propios prin

    cipios, sin darse cuenta de que contribuyen á acelerar los pocos días de su existencií'.

    Y esta deplo rable com presión la sufre nuestra, especie desde hace ya m uch os

    siglos. Las generaciones se suceden, y unas tras otras h«n tenido que dejarse petrificar

    el cerebro, recitando como artículos de fe las divagaciones de sus dueños y í-eñores.

    ¿Cómo ha podido el espíritu de critica resistir á ta n formidable compresión? Es

    que si resulta fácil obtener una sumisión aparente, es imposible matar en los indivi

    duo s pu pen sam iento íntimo , porqu e ni á ellos mism os les es posible cam biarlo. Se

    les pue de obligar á que obren diferente de lo qu e piensan v hasta á h acer cosas

    opu estas á su razón. No le faltarán arg um ento s á quien aî í pr. ceda para pro bar qu e

    tenía motivos para obrar así; pero la necesidad misma de justificación prueba que no

    está contento de sí mismo, y he ahí el por qué de tiempo en tiempo se levantan gritos

    de protesta contra el error y la mentira.

    Pero si el carácter intelectual del ser humano, refugiándose en su fuero int^-rno, ha

    podido resistir la compresión y hasta salvarse de ella, no ha sucedido lo mismo con el

     

    cará cter m ora l. En vez de la franqueza é independenci»» de carácter qu e deb e ser la

    misión en todo hombre, no se halla más que hipocresía y respeto á las conver iencias

    que interiormente odiamos, pero que no nos atrevemos á combatir, por temor á mo

    rirnos de hambre, por no disgustar á éste ó aquél de los que nos rodean y constituyen

    nuestras relaciones ó por temor de parecer extravagante^ ignorando que la razi cons

    tituy e el fondo m ismo del desarrollo indiv idua l. Así, en vez de procurar elevarse y

    hücer esfuerzos para levantarnos de la bajeza en que yacemos, sólo tenemos una fina

    lidad: no ser nota disco rdan te en ei concierto de m entiras y convencionalismos en

    que vivimos.

    Por todas partes se hallan ge ntes que para no lucha r por la vida procuran subirse

    al carro del Estado, y por doquier el hombre sufre opresión y tiranía, convencido por

    educación de que la esclavitud es justa, caso que no se daría si no hub iese seres en

    cargados espec ialmen te de co nvertir la esclavitud en necesidad social. La miseria

    sufrida por los que pro duc en no pued e resistirse sin enfermar ó morir, y la auto ridail,

    bu en a protectora de los privilegiados, enseña ó imp one á los explotado s la venta del

    fruto de su trabajo, afirmando que sin una organización tutelar que conmueva la nía

    y(>r parte de las energías humanas, los hombres se disputarían el pan como los perros

    los huesos.

    I

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    8/36

      5 8 liA REVISTA BLANCA

    Y así va el mundo; tropezando y cayendo en las mentiras y la tiranía, convertidas

    en eHCollos que impiden el desenvolvimiento humano.

    No pudiendo la maldad social interrumpir el progreso de la ciencia, le ha puesto

    trabas centralizando su expansión, reservándole cuidadosamente para su casta y te

    niendo muy buen cuidado de que sus útiles filtraciones no lleguen hasta los deshere

    dados, lo cual no h a sido posible; pero desna turalizánd ola con perjuicios absurdo s ha n

    consegu ido falsear su concepción de m odo qu e llegue á éstos com pleta m ente sofisti

    cada. Esos prejuic ios, ésas ideas m ode ladas como objetos fabricados y esas nociones

    falf-as de toda s las cosas, están e nca rna das en nosotros de tal m odo , que bien pudié

    ramo s decir que las llevamos desde que nacemos como conjunción ane xa á nues tra

    existencia, constituypndo nuevos obstáculos para em íinciparnos intelectual m ente.

    Las funciones del pod er son más funestas cuan do obran en iorm a per u asiva que

    cu an do hacen uso de la fuerza; los exctso s en este segun do caso en ge nd -an con fre

    cuencia la protesta; pero con tra los que a bu san de nu est ra igno ranc ia, f^dseando en

    nuestro espíritu las nociones de justicia, ¿qué remedio nos queda?

    Se nos asegura por doqu ier que vivimos eú un régime n de libertad. No podem os

    negar, en efecto, que en ciertos casos se nos permite dtcir bien alto lo que pensamos

    y lanzar algun a verdad al rostro del sistema que no s m ata. Cierto que de vez en

    cuan do algunos m eses de prisión llam an al orden á los que v an m as allá de lo conve

    niente, lo cual es una advertencia para que no olvidemos que la autoridad no abdica

    sus nefandas prerrogativas; pero la prisión política no es para asustar á nadie y puede

    á veces ser tan útil qu e no falte quien la desee; actua lm ente se pue de proclam ar la

    verdad, porque el presidio y la muerte violenta sólo les está reservado á los que, har

    tos de abstracciones, quieren realidad es (1).

    Además, si sólo fuera cuestión de dar la vida para que la verdad se abriera paso,

    no constituiría eso un gran obstáculo: el camino del progreso está cubierto de cadáve

    res;

      cuantos no pud ieron resistir el imp ulso de la verdad contra las m entiras de su

    época, perecieron en él.

    Pe ro si desde el pu nto de vista judicia l no es mu y expu esto ser camp eón de la

    verdad; ei se pu ede co mb atir el poder político, no sucede lo mism o con la organiza

    ción económ ica, cuya fuerza y poderío es incalculab le. [Las trab as y las cade nas que

    ha puesto al pensamiento humano son innumerables

    ¡Cuántos individuo s sabrían mo rir dign am ente y son incapaces de resistir á una

    miseria prolongadal ¡Cuántos también la soportarían ellos mismos, pero que los debe

    res de familia mata su espíritu de independencia, por el cual armonizarían sus actos,

    sus escritos y sus palabras

    ¡Libres ... Somos libres-; sólo que como no podemos vivir sino alquilando nuestras

    fuerzas para produc ir, y los qu e las explotan no quieren qu e se altere en na da el es

    tado de cosas que tanto bien les produce, se vengan m atan do de ha m bre á cuantos

    (1) En este párrafo, fiel trasunto del  riginal francóp, hay bastan te del adagio popular:

    «Cada cual cuenta la feria pegún le ha ido en ella>, pues ei

     nu»

     str,, amigo Grave no ha snfrido

    en sus frecuentes y prolongadas detenciones, no pueden decir lo mismo muchos cientos de

    compafieros, que  nia  haber hecho tanto coaiu él para cotvertir en realidad la verdad, hin

    sufrido en Francia martirios y privaciones de toda especie. Lo sé de buena tinta.  - N.

      el

     T.)

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    LA REVISTA BLANCA 8 9

    pret end en turb ar tan magnifica sociedad, privándoles del trabajo con cuyo salario

    atienden á sus necesidades y á las de los puyop.

    *

    La enseñanza oficial, ayudad a con el temor al m añan a, ha m atado la individu ali

    dad en el hom bre, ha deprim ido su carácter y rebajado sus energías, hasta el pu nto

    de que los mismos burgueses gritan alarma dos contra la general decadencia, y quieren

    obrar en contra, creando para los suyos, al lado de su antig ua obra, un a nueva ense

    ñanza qu e despierte las energías enervadas y las mue rtas iniciativas . Con este objeto

    M. Demolins ha publicado un libro sensacional,   L Education Nouvdle,  anunciando la

    apertura de una escuela de este género.

    . «Suscitar las cuestiones al alu m no y descub rir sus apti tud es par a dirigirlas, hace r

    de modo que éste no aparezca inferior antr los profesores, con objeto de crear su per

    sona lidad frente á otra, al mism o tiem po .}ue se abr e RU inteligencia y se forma su

    intelectualidad ; ejercitar sus mú sculos en trabajos m anuale s para que apren da á ser

    virse de sus miembros; despertar su eriiulücióu atraído por lo que aprende y no por

    recom pensas ó castigos siempre arbitrarios», he ahí lo que propone M. D emolins, y

    he ahí tam bién lo que nosotros queremos y que ni nosotros ni él hemos inv enta do.

    MUe. Du pon t practica este género de enseñanza desde hace diez y siete años en su

    escuela profesional,  Avenue des Ternes, 96, y  este mismo método está ya en vigor hace

    m uch os años tn Inglaterra , según nos dice el mism o M. Dem olins y afirma M. Le-

    crerc en un informe por él publicado con el título de  L Education de dasses moyeimes  et

    dirigeantis en Anglaterre.

    Pero M. Dem olins cree en la legitimidad de la propiedad ind ividu a y está coti-

    vencido de la legalidad del capital. Las energías é iniciativas que inte nta despertar

    son las de esos capitalistas á la m odern a qu e no retroceden ant« ning una innovación

    cuand o se trata de alcanzar un m áx im um de producción, sin que les mu eva á em

    prender estas emp resas ning una consideración sen tim enta l, acostumbrados como es

    tán, por el juego de sus intereses, á no ver  .n  el personal que emplean más que herra

    mientas, que cuando se deterioran se arrojan lejos de si al montón de las cosas inútiles.

    Ad em ás, M. Dem olins cree en Dios, y todos los espíritu s libres saben que el amo r

    de Dios nun ca ha impe dido que se esquilme á cuantos seres, por su om ním oda vo

    luntad, se ponen bajo la tutela de otros.

    Ta l vez sin que rer, M. De mo lins nos pre{)ara un a herm osa generación de dignos

    señores que se encargarán de   apretar los tornillos  sobre la mísera existencia del prole

    tariado, si los acontecimientos, superiores á la voluntad humana, no cambian el curso

    de las cosas.

    El deseo, la necesidad de salir de la enseñanza embuitecedora del Estado, ha sido

    causa de que algunos de nuestros com pañ ros hay an inten tado crear un emb rión de

    escuela, en donde nuestros hijos hallen una educación sana y racional; pero las causas

    económicas de que hablaba más arriba ha:i producido su efecto; es decir, que al cabo

    de dos años de prop agan da teníamo s en caja 800 pesetas, cuan do lo que necesitába

    mos eran 30.000 como mínimum.

    Al principio no nos había m os parado á pensa r cuan grandes eran las dificultades

    que teníam os que vencer, porq ue sabíamos que nuestra obra era de las que exigen

    tenacidad y perseverancia.

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    3 6 LA REVISTA BLANCA

    Para interesar á los indiferentes nos era preciso poner algo en planta que indicara

    un principio práctico de realización. Empezamos por las clases nocturnas, que cues-

    tan más b aratas que las diurnas; ya que no podíamos hab lar á los niños, nos dir igía-

    mo s á los ho m bres . Si como p rincipio llegábamos á realizar ru est ros propósitos,

    creíamos obtener el concurso necesario para realizar la idea en toda su ma gn itud ; y

    esto nos indujo á establecer clases noc turnas, que con tinú an siendo m odestas, pues

    hasta ahora nuestro program a no h a podido alcanzar más que á la ape rtura de seis

    cursos. El éxito alcanzado es bien poco, porque al lado de los infinitos conocimientos

    de la ciencia, seis pobres cursos no son gran cosa. Mas como la cuestión es empezar y

    ponerse en marc ha, no desm ayam os ni nos detenem os por el escaso ade lanto obteni-

    do.  El ejemplo está dado; luego vendrán tal vez las adhesiones. Por Jo pronto conta-

    mos ya con algunas p romesas, y cada año podremos seguramen te añadir algo nuevo á

    lo que ahora poseemos.

    Ho m bres capaces de com prende r nuestras ideas en toda su ma gnitud los ha j ' en

    cualqu ier parte del m un do , au nq ue escasos en núm ero; pero las condiciones econó

    micas, como hemos dicho y repetimos, son tales que la mayor parte no pueden pensar

    como fuera su deseo, porque el simple hecho de manifestarse partidarios de nuestras

    teorías les colocaría en la imposibilidad de ganarse la vida.

    Un hombre solo puede, hasta cierto punto, pagarse el lujo de ser independiente;

    pero si otros seres necesitan n uestro a m paro y nuestro trabajo para vivir, que da redu-

    cido á un círculo peq ueño . H ay , sin em bargo, quien no pue de poner estas excu sas.

    En la ciencia, en las artes, en la literatura, son muchos los que se dejan arrastrar por

    las corrientes de justicia y com baten lo existen te, form ulan nue stras co nclusiones,

    ex prim en nue stras aspiraciones y su crítica es m ás acerba qu e la nuestra c ontra la so-

    ciedad que nos aniquila; pero cuando se les dice que deben unirse con los que anhelan

    realizar sus aspiraciones y combaten las causas tan bien descritas por ellos, para apli-

    car al régime n económico las verdad es científicas contenidas en sus obras, la m ayor

    par te se niegan asustado s. Quieren, sí, formu lar verda des; pero con la condición d e

    que nadie intente convertirlas en realidades prácticas. Justicia, progreso, solidaridad,

    libre iniciativa, son sólo grandes palabra s con Jas que llam an la atención de su ño ña

    genialidad, y si la cosa se presta aumentan su capital, nb dejándolas otro valor que el

    que tienen como ma teria de discurso. Estos seres no pertenecen á aque lla pléyade de

    individuos que trabajaban para convertir en realidad las verdades sociales, igual en el

    orden político que en el económico.

    * \

    * *

    Durante mucho t iempo, y aún hoy, se ha estado en la creencia de que el hombre

    era un animal fantástico, caprichoso y holgazán, incapaz de realizar nad a racional ni

    espontáneo si nc es empujado por el castigo ó halagado por la recompensa y que, por

    lo.

     tan to, desde la infancia era preciso someterlo á un a disciplina, acostum brarlo á un

    régimen coercitivo.

    Los econo mistas, sapientísimos todos, han hecho un aforismo para justificar el

    estado social presente: «El hombre, dicen, busca siempre el placer y huye del dolor.»

    El famoso La Paline no hub iera dicho m ayor vulgarida d. «Y como co nsum ir, aña-

    den, es un goce y producir u na pen a, el individuo aban don ado á s í mism o querría

    consumir siempre sin producir nunca.» Es preciso, pues, darlo todo á unos y no dejar

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    LA BKVierr BLANCA  361

    na da para los otros; de este mod o ha brá siempre un cierto n úm ero de desgraciados

    que no tendrán otro remedio que trabajar como bestias.

    El axioma economista es cierto á medias solamente.

    Que el individuo se incline al esfuerzo menor es cosa natural. Obligar á los otros

    á trabajar en provecho propio, cuando todas sus facultades se inclinan á la conquista

    de su prop ia existencia, pue de parecer al bru to ign orante un a solución apetecible y

    su deseo es que con tinúe practicándo se: tan excelente orden pued e ma ntene rse sin

    esfuerzo mientras haya bastantes bestias que se sometan sin protesta.

    Pero tod as las cesas tienen sus inc onv enien tes, como cada acción lleva en sí su

    reacción. El trabajo, que debiera ser un placer, una gimnasia para los músculos, un

    alimento para la actividad, por el hecho de que unos pocos están obligados á trabajar

    pa ra todos, se ha convertido en una v erdadera pena, un su frimiento tanto mayo r

    cuanto más cruel y dura es la imposición.

    «

    H em os entra do en la fase en qu e la ley del me nor esfuerzo obligará á nu estro s

    directores á trabajar para atender á sus propias necesidades personales.

    En la sociedad todo se encadena. Los que organizaron la enseñanza partieron del

    m ism o principio qu e los que ay uda ron á la evolución económica y fueron igualm ente

    inteligentes.

    El estudio, que hubiese sido una satisfacción por la necesidad de aprender que

    nte todo individuo con sana s facultades, se ha hec ho tan árido y enrevesado, que

    es para nuestro cerebro una pena tan dura como la de producir trabajando con nues

    tros músculos. No se ha hecho nada paía que los inteligentes aprendan aquello á que

    más predisposición demostraban, lo que era más susceptible de asimilar. De entre lo

    más conocido se elige lo que más directamente satisface la necesidad de los educado

    res,  se hace un a especie de o la podrida , se ing enia n para h acerlo de entrar d e grado

    ó por fuerza en los cerebros más rebeldes, sin preocuparles un comino si revientan.

    Y como los hom bres se ha n resistido siempre á asimilar educación tan indigesta,

    no queriendo adm it ir el método d e ingu rgitació n, se ha deducido de aqu í doctoral-

    me nte, que el ser hu m an o no es un ser ignorante que no apr end e más que po r la

    imposición ó el tem or á la férula, cosa esta últim a que ha sido cons iderad a en todo

    tiempo como razón suprema.

    Desde hace miles de años que la educación viene siendo así: no debemos extra

    ñarno s de ^ue el hom bre sea vanidoso y necio. Lo que debiera llamarnos m uch o la

    atención es el que no esté completamente pervertido.

    Es mucho más fácil establecer un programa y decretar que todo el mundo debe

    conformarse con él, que no estudiar las aspiraciones de cada hombre para hallar un

    método adecuado á todas las aptitudes...

    Siempre habrá espíritus débiles que se conformarán con las órdenes recibidas. Si

    la imposición de los malos métodos subyuga los temperamentos independientes, tanto

    mejor para el orJen actual, que no tolera que se le discuta.

    Lo que haya de bueno en los resultados obtenidos será atribuido al modo de pro

    ceder, puesto que los malos resultados sólo son atribuíbles al carácter vicioso de la

    best ia humana.

    Así se establecen las opiniones.

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    3 6 LA BBVI8TA BLANCA

    Una enseñanza verdaderamente racional, capaz de desarrollar las inteligencias, y,

    lo que es más difícil todavía, capaz de transformar los caracteres, debe carecer de re-

    comp ensas y castigos. Cuan do la edad del que aprende no le perm ite comp rende r m ás

    que la necesidad de adquirir ciertos conocimientos sobre el desarrollo de su propio

    ser, los atractivos del trabajo perseguido deben ser el único móvil.

    La enseñanza racional ha de tener eu cuenta las preferencias y repugnancias del

    individuo. Su finalidad no debe ser crear aptitudes, sino procurar ayudar su desenvol-

    vim iento, y lo que el individuo debe perseguir es no atiborrar su cerebro con un a

    ciencia fabricada de antemano, indigesta é inasimilable por consecuencia.

    Fu era de las fórmulas invariables , la exposición del que enseña debe tend er á

    excitar la reflexión del que escucha.

    Ensanchar el ctrebro respetando la individualidad del educando; despertar su

    actividad é iniciativa; ponerle en presencia de opiniones contradictorias para q ue nazca

    el espíritu de análisis y deducción; llevarle inteligentemente á no admitir las explica-

    ciones que se le hay an dad o, sin q ue antes las haya rep utad o verda deras su propio

    criterio, es io que debe h acer la educación que deseamos im plan tar. Si se consigue

    hacer la enseñanza atractiva sobran castigos y recompensas, procedimientos anticua-

    dos, necesarios so lamente para convertir los hom bres eu b rutos. Para desp ertar la

    actividad del niño, el placer que h allará en lo que a pren da será suficiente. To lstoi, en

    su escuela  lasnaia Poliana nos lo dem ues tra palp ablem ente: las lecciones  parecerf n

    siempre cortas.

    Con el trabajo de los adultos sucederá lo mismo. Tan duros y largos son los minu-

    tos que em pleam os en un trabajo que nos sea imp uesto, como son cortos y a gra dab les

    los quf estamos ocupados en un trabajo elegido por nosotros con entera libertad.

    Enseñar al individuo á que todas sus virtudes se desarrollen, á obrar según su na-

    turaleza, sus tende ncias, sus afinidades, sus concepciones; convencerle de q ue ^nada

    debe esperar fuera de su propia iniciativa, qu e no debe tolerar o tras traba s que las

    imp uesta s por ias circunstan cias y respetar las iniciativas de los dem ás pa ra pode r

    reclam ar el respeto á los suyos^ es el prim er trabajo de educación y del que m ás

    urgente necesidad tenemos.

    * *

    Otro punto de la enseñanza racional es el de la unión

      de

      los sexos. Tampoco en

    este pu nto somos nosotros los prime ros, puesto que el am igo Robín lo ha ensayado

    con tan excelentes resultados que, á pesar de haber sido combatido, vive hoy con mu-

    chísimos prosélitos.

    Sobre el particu lar no tenem os   Is t  pretensión de hab er descubierto la Am érica.

    Sabem os que cuan to fwdamos decir ha sido ya dicho an tes que nosotros; recogemos

    sólo las ideas expuestas y únicamente hacemos deducciones de ellas.

    En señ ar á las niñas y niños la costumbre de tratarse como cam aradas, hará much o

    m ás por la em ancipación de la mu jer que todos los trabajos fem inistas; sobre todo

    m uc ho Hjás que los preten dido s derechos de qu e se quiere hac er gracia á la mu jer,

    que ¿ólo sirven para cazar incautos.

    Los hom bres que de tal tene mn s la pretensión, sabem os bas tante lo que esto sig-

    nifica.

    Du ran te la tierna edad, niños y niñ as se confunden en el m ismo juego; pero cu an-

    do empieza á despertar la edad de la razón se les separa para educarlos aparte como

    si fueran seres cam biados de especie, l lamados á hacer vida diferente. Es to no se dice,

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    LA  REVIST B L A N O A  6

    pero resulta de las costumbres de la literatura y de las conversaciones: la mujer es un

    objeto codic'able que el joven tendrá que cazar, operación tanto más meritoria para

    el hombre, cuantas más piezas haya cazado.

    Para la mujer el hombre es un ser brutal, egoiota, que tendrá necesidad de domar,

    encadenándolo con todas las gracias y la duplicidad que sea capaz.

    *

    El amor, si juzgáramos por nuestra literatura, serla suficiente para llenar el cua

    dro de la actividad hu m an a. Todo enseña al niño, al joven, hom bre ó mujer, qu e vi

    vimo s pa ra am ar; pero teniéndoles alejados á unos de otros, luego de haberles exaltado

    con las dulzuras del amor, se hace cuanto es posible para que éste sea un mist-rio; si

    no se les dica que es cosa repugnante, eso se desprende de la educación que sobre el

    amor se da.

    Los sexos son un misterio el uno para el otro. L a im aginació n excita da les hace

    m irarse como cosa tem ida , pero ard ien tem ent e deseada . Todo ser se halla inclinado"

    hacia este desconocido; las facultades se aniquilan ante el deseo.

    Cu ando llega la hora de la eman cipación , es un deseo irresistible lo que se sienta

    , y el amor, que debiera ser la unión armónica de dos seres, no es, con frecuencia, más

    que el encuentro de dos necesidades físicas excitadas, de las cuales nada quedará el

    día que hayan sido satisfechas.

    Puesto que el am or es un a función norm al, y la m ujer y el hom bre están llama

    dos á vivir juntos toda la vida, ¿por qué envolver con el manto del misterio una fun

    ción orgánica, cua ndo todos los días se efectúa an te nue stros ojos, á pesar de la gaz

    moñería de nuestros educadores?

    ¿Por qué no acos tum brar á los sexos desde la tiern a edad á conocerse y quererse-

    pues to que esto les será indis pen sable para orientarse luego? ¿No es acaso acostum

    brándonos á ver las cosas tal cual son como podemos llegar á una concepción precisa

    de la existencia y preservarnos asi contra los entusiasmos sin reflexión, que acarrean

    crueles decepciones?

    Aprendamos á hacer respetar nuestra personalidad y á respetar la de todo ser hu

    mano; esto sólo es un gran paso hacia nuestra emancipación moral.

    La burguesía se alaba de haber propalado la instrucción. Es cierto; hoy hay me

    nos gentes que no saben leer que hace cincuenta años. Pero ¿quiere esco decir que sea

    mos más inteligentes? ¡Oh, no, por desgracia La insuuc ción que el Estado ad mirús-

    tra puede rtiborrar los cerebros, pero no los ejercita ni desarrolla.

    Los padres que tienen medios para educar á sus hijos se envanecen de la educa

    ción que les dan , sin notar, na tur alm en te, el fenómeno que en ello3 se prod uce.

    Dan á la Univ ersidad inteligencias despiertas, ardientes, deseosas de ver y apren

    der, y ésta se encarga de ahogar cuanto de bueno haya en ellas.

    La operación es á veces larga, pero el resultado no es por eso menos completo, y,

    más pronto ó más tarde, se les devolverá al seno de la familia un ser sin virilidad que,

    por m iedo á la lucha, no persegu irá m ás que un solo objetivo: colocarse en cualquier

    función pública, dond e no tenga necesidad de reñexiona r ni preocuparse del ma ñan a.

    Las injusticias más irritantes se cometerán ante ellos, sin que ni siquiera se aper

    ciba n; los lam ent os de las victim as se elevarán estriden tes en sus propio s oídoá sin

    que éstos los oigan. La educación universitaria hab rá hecho su obra interponien do

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    364 LA BEVIBTA BLANCA

    entre el individuo y la realidad el velo debipocrísla y los eonvencionalismoe, obscu

    reciendo para siemp re, total ó parcieJmente, la luz de la verdad.

    Y es que las piimerts nociones adquiridas son las que más se graban en el cerebro

    y las más difíciles de arrancar por contecuencia. Aceptadas sin discusión como

    verdad es adquiridas^ con tinuam os por costum bre profesándolas como tales, y para

    recoECcer la faltedad es pn ci so que má s (arde eostengamos luchas violentas con tra

    nosotros mismos.

    ¿Quién de nosotros puede afirmar que aprecia las cosas én su exacto valor? Nues

    tra educación fak eada nos impid e el verlas tal cual son. La luz, con toda su inten sidad ,

    nos molesta; nectsitamos anteojos, sombrillas, cortinas y cristales que nos la tamicen

    y que penetre gradualmente en nuestros cerebros, no acostumbrados á los fulgores del

    sol del medio día.

    ¡Cuántas ideas, cuá ntas concepciones n o ten em os en nue stro cerebro, qu e creemos

    buenas y que defenderíamos obstinadam ente Pero cuando en contradicción con los

    hechos las analizam os y las discutimos, notam os inm edia tam ente que, si las poseem os,

    ni son nuestras, ni sabemos de dónde nos provienen, ni cómo se han formado en nues

    tro espíritu

    ¡Cuántos seres pasan sü existencia ex am ina nd o religiosamente las ideas así reci-

    Iiidae, sin.haber sabido jamás analizarlas

    Por eso el progreso se ha hecho tan lentamente, porque ha tenido que abriroe paso

    á través de la obscuridad, y por la misma razón, en el siglo del vapor y la electricidad,

    m uch as gentes tienen aún las creencias propias de la Edad Media.

    *

    En las escuelas, tal como nosotros las entendemos, no se trata de hacer lo contra

    rio que el Estad o, com batir el dogm a de la autorida d par a instituir el dog ma anar

    quista y con tinuar así da nd o las ideas hec has á los niño s. Se en seña á ver la vida

    según ella es; á abrir los ojos sin temor, á m irar las cosas de frente y á los ho m bres

    sin reparo. Aprenderán á buscar, examinar, pensar, discutir y analizar y á no aceptar

    ninguna solución que su razón no les indique como lógica. Actualmente, que se orga

    nizan asociaciones para ense ñar á los individu os el respeto á las leyes y el desprecio

    á los encargados de ejecutarlas, y otras para enseñar el desprecio á laa leyes y el res

    peto á quienes las interp retan , creyendo inocentem ente que podrán hacer respetar el

    indiv iduo por las leyes y los que las hace n, nosotros enseñ am os el respeto m ut uo sin

    leyes y contra las leyes. Ob rando agí creemos hacer exce lente prop aga nda revolucio

    naria.

    Cuando el número de seres conscientes de su personalidad se haya multiplicado,

    las clases directoras y capitalistas tt-ndrán ya poco que hacer en sus peculiares fun

    ciones, porque los obreros, no esperando su emancipación de causas que les sean ex

    teriores, piensan vivir según sus concepciones, destruye ndo cua nto lea p ued a ser

    obstáculo.

    J U A N G K A V E .

    (Traducción de Antonio López.)

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    LA BBVI TA BLANCA

      65

    . .s2t^

    ^ ^ Z CIENCIA  ARTE

    ' ^

      WWWÑÍTWW^  SV

    U^o

    LA HERENCIA PSICOLÓGICA

    GoníimMdón del primer capítulo.

    Todos saben cómo un a teoría esbozada en el siglo últim o, renovada por L am ar k,

    modificada por Darwin y Wallace, se ha ex tendido rápidam ente en nuestros días por

    todos los países civilizados. Admite que las especies son variables  y están formadas

    por la acumulación de pequeñas diferencias que la herencia ha fijado. Los géneros  y

    las especies actualmente existentes, por numerosos que sean, han debido derivarse de

    tres ó cuatro tipos primitivos, quizá de uno solo. Para esto ha bastado con algunas va-

    riaciones espontáneas. Si éstas han sido apropiadas

     á

      condiciones nuevas

      de

     existen-

    cia, si ha n sum inistrad o al indiv iduo un arm a má s p afa la batalla de la vida,

      si la

    heren cia las ha tran sm itido, se ha formado un a especie que, bajo la acción con tinua

    de las mismas causas, se ha alejado más

      y

     más del tipo prim ord ial. Las variaciones,

    la concurrencia vital

     y

     la selección,

     el

     tiem po , la here ncia: tales son los factores con

    cuya ayuda se explican la evolución de los seres, la formación

      y la

     desaparición

     de

    las especies.

    Esta hipótesis ha arrojado nueva luz sobre los instintos. Siendo en el animal corre

    lativas la con stitución física y la cons titución m en tal, si en el origen no ha n e xistido

    más que organismos rudimentarios, no ha debido hab er más que inst intos muy toscos.

    Desde luego, el instinto, presentando como el organismo variaciones espontáneas, es-

    tando sometido como él

     á

     las leyes de la concurren cia vital

     y

     de la herencia, se debe

    deducir que si estas causas explican la formación de

     las ^

     especies, explican tam bié n

     la

    de los instintos. Si una modificación física que adaptando el animal

     á

     un medio nue-

    vo,  produce una desviación que puede llegar

     á

     ser fija, por que constituye u n progreso

    sobre los estados anteriores, del mismo modo sucederá esto

     en

     las modificaciones

    mentales. Toda variación del instinto que pone al animal en estado de defenderse de

    nuevos enemigos, de apoderarse de alguna nueva presa, le hace apto para sobrevivir

    en las condiciones más complicadas.

    Desde el momento en que las especies han sido consideradas como fijas,

     la

     cues-

    t ión del origen de los inst intos no podía presentarse de la mism a m anera . La e^ ec ie

    parecía haber sido colocada en el mundo, después de hecho, con sus caracteres físicos

    y morales. Para la escuela transform ista, por el contrario, los instintos actua les son

    muy complejos,

     y

     están formad os por la acum ulación lenta d el tiem po y de la heren-

    cia. Se trató de someterlos

      á

     un proc edim iento minuc ioso de análisis, de descompo-

    nerlos capa por capa, de determinar por la comparación, la inducción  y  la analogía,

    los que parecían de formación m ás reciente, de descender desde aqu í, pas o á  paso,

    hacia las capas más y más an t iguas, y procediendo siemp re así, desde lo comp uesto á

    lo simple, llegar á  algunas manifestaciones me ntales mu y hu mildes, que p udie ran

    considerarse como la fuente de donde todo ha salido.

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      6 6 LA REVISTA BLANCA

    Así, ni princip io, un míninouin de actividad psíqu ica, qu e jueg a en la vida men

    tal el papel del nrotoplasma y de la célula en la vida fisiológica; después de acciones

    y reacciones que , por un a repetición constan te, se conv ierten en háb itos, y q ue son

    fijados por a herenc ia; despué? variaciones, que se cam bia n t'imb ién en háb itos, y se

    fijan igualmente por la h-renoia-, en una palabra, una sum de hábitos hereditarios tal es,

    según la escuela tra^ sformista, la génesis de los instintos.

    Darwin ha desarrollado esta tesis con u na ciencia y una habilidad con sum ada s.

    Se ha conpagrado con valentía á los instintos má s com plicados, más maravillosos,

    más inexplicables: á los de la hormiga y de la abeja, esforzándose en demostrar cómo

    estos fenómen os tan singulare s ha n podido orig inarse por la selección y la here ncia

    de algunos instintos muy sencillos.

    Si tomam os la abeja doméstica tal y conforme existe ahora, sin com pararla con

    ningú n otro animal;.si suponemos que desde su origen ha construido sus celdas como

    hoy, qued arem os confundidos de asombro y sin explicación posible. Pero si, recu

    rriendo al principio de las transiciones graduales, tratamos de establecer una serie de

    grados transitorios, «la naturaleza misma nos revelará quizás su método de creación».

    Comparemos, pues, la abeja, la melipona y el abejorro.

    Los abejorros no presen tan más que instintos ba stante toscos. P onen su miel en

    capullos viejos, á los qu e aña de algu nas veces cortos tubo s de cera. O tros con struye n

    celdas aisladas de una forma globulosa irregular.

    Entre las celdas perfectas de la abeja doméstica y la burda sencillez de las celdas

    del abejorro, se encuentran, como grado intermedio de perfección, las celdas déla me

    lipona doméstica de Méjico. La melipona es á su vez intermediaria, por su estructura,

    entre la abeja y el abejorro; ptro más próxima á éste. Construye un panal casi regu

    lar, compuesto de celdas cilindricas, en las cuales salen del huevo las larvas, y de al

    gunas celdas grandes destinadas á recibir las provisiones de miel. Estas últimas son

    casi esféricas, y están situadas á una distancia bastante grande unas de otras. Ahora

    bien, el cálcalo mue stra qu e si la m elipo na cons truyese sus esferas á distan cias igua

    les,  y si las hiciese de igual tamaño, disponiéndolas simétricamente en dos filas, resul

    taría una estruc tura ta n perfecta como la del pa nal de la abeja dom éstica. «Podemos

    deducir de aquí con toda seguridad, dice Darwin, que si los instintos actuales de la

    melipona, que no tienen nada de extraordinario, fuesen susceptibles de algunas lige

    ras modificaciones, este insecto podría llegar poco á poco á construir celdas de una

    perfección tan maravilosa como las de nuestra abeja.

    Como la selección natural no obra más que acumulando las ligeras variaciones de

    organización ó de instinto que pue den ser ventajosas pa ra el individu o, podem os

    preguntarnos: ¿cómo son las variaciones sucesivas y graduales del instinto constructor,

    más bien que de cualquier otro, las que han formado poco á poco el talento arquitec

    tónico de la abeja doméstica? Darw in respond e: «La ab eja debe cons um ir un a gra n

    cantidad de miel para segregar una pequeña cantidad de cera; vive de su miel

    durante el invierno. Todo lo que produzca un ahorro de cera producirá un ahorro de

    miel, y, por consecuencia, será ú til al porvenir de la colmen a». Establecido esto, si se

    supone que algunos moscones invernau, tendrán necesidad de una gran cantidad de

    m iel; por cons iguiente, cua lquier mo dificación de instin to que los cond ujera á cons

    truir sus celdas lo basta nte próx ima s u na s de otras, pa ra que tuviesen un tabiqu e

    med ianero, les ahorraría un poco de cera y sería, por tanto, ventajosa. Sería, pu es

    cada v«z más conveniente para ellos el construir sus celdas cada vez más regulares y

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    LA REVISTA BLANCA 367

    ca da vez m ás p ró x im as , com o l as de l a m el ipon a . Po r l a m i sm a razón , se r í a s i em pre

    con ven ien t e para l a m el ip on a cons t ru i r sus ce ldas t odav ía m ás p ró x im as y regulare89

    qu e hoy , y ap rox im ars e as í, poco á poco , a l p an a l per fec to de l a ab e j a dom és t i ca

    «As i se pu ed e ex p l i ca r e l m ás m arav i l l o so d e t odos l o s i n s t i n to s conoc idos , con ay ud a

    d e m o d i f ic a c i o n e s s u c e s i v a s, i n n u m e r a b l e s , p e r o l i g e r a s, d e i n s t i n t o s m á s i m p e r f e c t o s ,

    cuya se l ecc ión na tu ra l hub iese ap rovechado (1 ) .»

    D arw in ha i n t en t ad o exp l i ca r i gu a lm en te l os i n s t i n tos esc lav i s t as de c i e r t as

    h o r m i g a s . S e s a b e , p o r l a s o b s e r v a c i o n e s d e P . H u b e r , q u e l a s h o r m i g a s a m a z o n a s

    rob an las l a rvas de l as ho rm iga s neg ro cen i c i en t as y l as conv ie r t en en sus esc l avas .

    I n c a p a c e s d e o t r o t r a b a j o q u e l a g u e r r a , s o n a l i m e n t a d a s , l l e v a d a s , c u i d a d a s y a u n

    g o b e r n a d a s p o r l a s n e g r o - c e n i c i e n t a s . E n I n g l a t e r r a , l a s h o r m i g a s s a n g u í n e a s t i e n e n

    t a m b i é n e s c l a v a s ; l a s e m p l e a n e n lo s t r a b a j o s d e l h o r m i g u e r o , p e r o t a m b i é n t r a b a j a n

    ellMS. Se gú n Darw in , es t e i n s t i n t o se exp l i ca as í : en su o r igen , l as ho rm iga s ha b r án

    r o b a d o h u e v o s e x t r a n j e r o s p a r a a l i m e n t a r s e c o n el lo s ; a l g u n o s h a b r á n g e r m i n a d o , y

    l a s h o r m i g a s e x t r a n j e r a s h a b r á n p r e s t a d o s e r v ic i o s e n l a c o m u n i d a d c o m o t r a b a j a

    do ra s . De aq u í e l i n s t i n to de i r á ca p tu ra r hue vos pa ra t e ne r esc l avos . M ás t a rd e , l o s

    a m o s , d e s p u é s d e h a b e r d e j a d o á s u s e s c l a v o s u n a p a r t e d e l t r a b a j o , c o m o l a s h o r m i

    g a s i n g l e s a s , h a n l l e g a d o á d e s h a b i t u a r s e d e é l c o m p l e t a m e n t e , c o m o l a s h o r m i g a s

    suizas .

    De spué s de l a pub l i ca c ión de la g r an ob ra de D arw in , sus adv er sa r io s y sus c r ít i

    cos se ha n d ed i c ado á r ecoger con a rd o r l o s casos má s d i fí c il es . Ta l es son lo s i n s t i n to s

    de l as  odyneras  y de las  cerceris,  av i spas so l i t a r i as que co locan cerca de su huevo

    insec tos v ivos , a t ac ado s de pará li i- is po r l a i nocu lac ión de un a go t i t a de ven eno en e l

    ga ng l io t o rác i co , l o qu e pe rm i t e á l a l a rva r ec i én sa l i da de l hue vo a l im en ta r se con

    u n a pres a v iva. Ta les son ta m bi én los ins t in t os de los x i locopa s (2) , los de los ta lé-

    g a l o s , g a l l i n á c e a s a u s t r a l i a n a s q u e n o i n c u b a n , s i n o q u e v a r i a s s e m a n a s a n t e s d e l a

    (1) Darwin.

      Origine dea  esp eces,

      c ap . VIII, par. 8.o—gegún O. Schimidt, He rm an n M üller

    ha bla d em ostrad o «que en los carac teres (ísicos de las difere ntes eepe cies de av ispa s, abejas

    rap ace s y abeja»» que existe n actna lme nte, se ha llan toó os los gra dos de tra nsició n que per

    miten representarf e y reeon strnir

      H

      nvolución de e stos serps en el cnreo de Inn siglos; qu e las

    naismas especies ofrecen en  BUS hábil » ó inst intos la mism a transición, sfgún las circuns

    tan cia s y loH órgano s, de lo sim ple á lo com puesto y á lo artificial, y que, aun la má s al ta

    com lieación de esta rraravillos a actividad , deb e con sidera rse como el re salta do de una evo

    lución, sin que ha ya re cesid ad de hace r interve nir una eolnción   per mltum. (Les Sciences

    natt relles  e t  laphilos. de I Inconscien t.,  traducción francesa, pág. 47.)

    (2) El xilocopa

      et

      un abejorro de gfan tam'if io que, en el mo m ento de la p uesta, ataca

    encarnizadamette un pedazo de madera mneita, y con sus mandl^inlas hace en él nn agujero

    que profundiza prim ro en dirección horizontal , y despuó?, descendiendo oblicuam ente, de

    m ane ra que pract ique una larga ga led a cuya extrem idad inftr ior no está se; arada de la

    superficie de la ma dera más que por nna delgada capa de tej ido leñoso. U na vez term inad a

    etta cperación, el xilocopa recorre el campo recogiendo el polen de lüs flores, que va á depo

    sitar en el fondo de su galería pa ra alime ntar á la futura larva . Sobre este mo ntón de polea

    pon e uu huevo . Defpu és, con ayud a de su saliva y del serrín sacad o del agujero, forma uu a

    pasta dest ina da á cerrar com pletam ente la cám ara ocupada por el hupvo y su alraacén de

    víveres. Hecho esto, nuevo trabajo de aprovisionamiento de p len, po stara de un segundo

    huevo , cierre de esta segunda cám ara; lo mismo con nn tercer huevo. Después una vez

    cerrada la ga 'erí a, la m adre no se ocupa ya de los huev os du ra nte el poc

     

    tiempo qixe le

    queda de vida, pues muere casi en seguida. Los huevos se abren, las larvas son vermiformes.

    Cuan do han term inado su desarrol lo, la mayor, q ue ocupa el piso inferior, sale de su cár rara

    perforando la corteza, nnuca el techo. Sólo entonces el habitante do la celda siguiente perfora

    Xi

      tabique para seguir el camino abierto por su hermano mayor. (Mjlne ISdward,  Legom sur

    la, phisiologie tt l anaton -ie (oniparée de L honim e et

     deh

     anima tix.  t. XITI, r^s-  467, En es te obra

    se en con trará un gra n nú m ero d e hecho s análog os, pégs. 471, 528, 50.3 y 633.)

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    3 6 8 LA REVISTA BLANCA

    postu ra am onto nan metros cúbicos d e hierbas secas y restos vegetales y depositan

    allí sus huev os, que sufren un a incubac ión artificial, gracias al calor desarrollado por

    la fermentación, instinto que está bien fijo en la raza y que no resulta de imitación,

    pues han obrado igualmente en la edad adulta individuos criados en París.

    Los transformistas, por su parte, han sostenido la lucha en todos los puntos, pro

    duciendo hechos, oponiendo argumen tos de tod as clases, apro xim and o los ins tintos

    complejos á otrcs más sencillos y más fácilmente explicables. La dificultad del pro

    blema disminuiría mucho si se pudiese establecer de una manera completa é incon

    testable la filiación de las especies anim ales , su árbol genealógico. Este rebultad o no

    86 ha conseguido todavía. Aun cuand o lo hubiese sido, todavía ha bía lugar á conje

    turas en la determinación de los instintos. Sólo se puede dar un bosquejo probable

    de su evolución. Será siempre imposible explicar los instintos actuales en sus varie

    dades y sus complicaciones infinitas. Los  data  son inaccesibles, y aun s ̂ poníendo qu e

    se consiguiesen, no se podrían obtener de una manera completa» (1).

    ¿Qué debemos pensar, pues, en definitiva de esta solución sobre el origen de los

    instintos? No tenemos que juzgarla aquí; esto caería fuera de n uestra comp etencia-

    Ta l cuestión está ligada con la del origen de las especies, y la ciencia no la h a dec idi

    do todavía. ¿Lo conseguirá? No se pu ede negar que cada día el transformism o gan a

    terreno. Si algún día se justificase com pletam ente la hipótesis de Darwin, será preciso

    admitir entonces que todos los instintos son adquiridos, que lo que es estable actual

    m ente fué variable en su origen, que toda estabilidad proviene de la herencia qu e

    conserva y acum ula, y qu e, en la formación de los instintos, su pa pel es soberano.

    En resumen, en lá hipótesis que considera á los instintos como fijos, ó como si no

    variasen má s que dentro de estrechos límites, la herencia es sim plem ente  conservadora.

    En la hipótesis transformista, la herencia es realmente   creadora pues sin ella sería

    imposible la formación de los instintos propiamente dichos, aún poco complicados,

    por no poderse transmitir ninguna modificación adquirida.

    CH. RIBOT.

    C5=

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    LA BBVIBTA BLANCA 6 9

    inu nd ació n de la comarca y se realizaría el proyecto de m ar interior ideado por el

    coronel Roudaire.

    El nuevo imperio africano adq uirido por Fran cia en virtud del convenio anglo-

    francés qu e siguió al asun to de F ash od a, queda ría favorecido con la realización de

    este proyecto.

    En los desiertos inmensos que constituyen el lote de Francia en esa reciente dis

    tribución, cuy as p artes , no abso lutam ente desiertas, se resienten de la carencia casi

    com pleta de comunicaciones, el nuevo m ar podría sup lir fácilmente esa falta, gracias

    á las condiciones especiales de dichas depres iones, las cuales favorecerían particu lar

    mente la navegación por su uniforme llanura, que ofrece un fondo casi constante de

    24 metros, cayos bordes tienen una elevación rápida.

    Por otra parte, el mar interior sanearía aquellas regiones, inundando los pantanos

    infectos y arrastrando, después de disuelta, la espesa capa de sal que cubre las gran

    des extensiones de terrenos próximos, actualmente impropios para el cultivo. De esta

    suerte se ganarían para la agricul tura u n núm ero inmen so de hectáreas.

    Este proyecto ha encontrado no pocos adversarios: unos suponen que la evapora

    ción elevaría las aguas á m edida qu e llegasen á las depresiones; m as este inconvenien

    te se evita dando al canal de iatroducción las dimensiones necesarias. El espesor de

    agua evaporada es de unos tres milímetros, pues conocido este dato, no hay por qué

    temer la evaporación, dada la cantidad de agua qu e pud iera llegar incesa ntem ente

    por el canal.

    Otros han negado la eficacia del impulso para producir el levantamiento do tierra

    en las orillas; pero este asunto, á juicio de M. Augusto Moreau, no ofrece ya duda para

    las personas competentes.

    Queda, por último , la cuestión de dinero; pero hay que contar tam bién con los

    beneficios de la empresa . S obre este p un to divídense las opiniones: m ientras los adver

    sarios del proyecto consideran que los gastos de la creación del mar interior no esta

    rían en proporción con los beneficios que pueden esperarse, otros afirman lo contrario.

    He aquí, según M. Moreau, el origen de los beneficios que podría obtener una

    Compañía concesionaria:

    1.° La cesión gratu ita po r el Es tad o de terrenos incu ltos y estériles, conv ertidos en

    fértiles, rep ortan do un m ínim um de beneficio anu al de 1.000 francos por hec tárea,

    que es el t ipo obtenido en Argelia en donde quiera que no falta agua.

    2.° Los derech os de tonelaje.

    3. Las pesquerías, que dan excelentes resultados en los lagos amargos del canal

    de Suez.

    4.° La explo tación de las salinas .

    Por lo demás, siendo el proyecto de gran utilidad, considerado desde otros puntos

    de vista, no hay razón p ara desecharle por el tem or de no obtene r beneficios suficien-

    tes.  ¿Hasta cuándo ha de ser el dinero el arbitro supremo y exclusivo de la sociedad?

    Otro gran proyecto, cuya utilidad h a sido dem ostrad a por los actuales acontecimien

    tos políticos, es la unión del Elba y el Rhin por el l lamado canal costeño alemán. La

    imp ortanc ia de este medio de com unicación salta á la vista, d ada s las exped iciones

    lejanas que pronto habrá de organizar Alemania á causa del desarrollo de las empre

    sas coloniales de la cancillería de Berlín.

    Considerando los intereses comerciales, este canal no sólo servirla paríi el fomento

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    3 7 LA BEVBtTA BLAIfOA

    de los intereses particulares , como p odría hacerlo un cnnal interior, sino que facilitarla

    los cambios entre el Este y el Oeste del imperio germánico, sin afectar lo más míni

    mo á las num erosas dificultades por las cuales los exp ertos alemanes desecharon el

    proyecto de un canal interior.

    Del eterno proyecto de un tún el bajo el canal de la M ancha, no se quiere saber

    nada en Londres desde que la cuestión ha dejado entrever en Inglatí-rra la posibilidad

    de una guerra con alguna nación del Continente; pero los extraños argumentos cien

    veces invo cado s por los patriotero s ingleses contra esa obra científica inte rna cio na h

    no han logrado desanimar á

      BUS

     partida rios, que inte nta n seriam ente de dar vida al

    proyecto W atk ín, an luego como el arreglo de la cuestión china ha ya restablecido la

    calma.

    El túnel—si al fin llega á ser un hecho— será ilumin ado , por supue sto, con la elec

    tricidad , y provisto de un a ventilación perfecta, á semejanza del ferrocarril eléctrico

    que pasa bajo el Tám esis, yend o del B anco de Lo ndre s á la estación de Lo nd on -

    B ridge.

    El túnel de la Mancha aumentaría prodigiosamente el tráfico entre Inglaterra y el

    Continente, reduciendo al mismo tiempo el coste del transporte. La velocidad de los

    trenes sería, por térm ino m edio, de 85 kilómetros por hora, lo que perm itiría atravesar

    el túnel en menos de media hora, y el número de esos trenes podría llegar hasta 3U0

    diarios, en atención á que sería posible hacer que pasasen más trenes que en cualquie

    ra.otra ¡ínea férrea.

    El túnel se presupue sta en u nos mil francos m etro , ó sea u n total de 80 millo

    nes de francos.

    Los temo res de Ing laterra no tienen justificación alguna, toda vez que la defensa

    del túnel podría asegurarse por la construcción de obras de defensa, que imposibili

    tarían una invasión extranjera.

    Otra empresa no menos importante y de la que la opinión comienza á preocupar

    se seriam ente , consiste en pone r en com unicación Es pa ña y Marruecos por medio de

    un túnel con ferrocarril.

    El ingeniero francés M, Je an B erlier, autor del proyecto, ha dado á conocer á uno

    de nuestros colegss las líneas principales del mismo, cuyo resumen es el siguiente:

    Trátsse de construir un túnel entre el pequ eño golfo de V aqueros, en Esp aña, y

    la ciudad de Tánger, á profundidades menores de 400 metros; la parte submarina será

    de 32 kilómetros, establecida en una roca m uy compacta y de un a im perm eabilidad

    absoluta.

    «La construcción de un túnel submarino—dice el ingeniero citado—no ofrece di

    ficultades m ás excepcionales qu e las de los grand es sub terráne os ejecutados en el

    Mont Genis, el San Gotardo ó el Simplón. Con los instrumentos modernos y la expe

    riencia adqu irida en esas gran des obras, y á condición de ma nten erse siemp re á un a

    profundidad fcuficiente, se puede tener la seguridad de llegar á buen término la ejecu

    ción del túnel intercontinental, en condiciones de tiempo y de coste regulares.»

    El coste no sería, en manera alguna, comparable á los resultados inmensos de esa

    operación gigantesca. Según los cálculos del ingeniero, no excedería el metro de 3.000

    francos, y podría avanzarse dos kilómetros al año, costando en conjunto siete años y

    130 millonee.

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    LA BKYiaTA BLANCA S l

    Fran cia, cuyos intereses en las regiones africanas son cad a día más imp ortan tes, no

    se desinteresarla de esta empresa. El gobierno de Marruecos, con el cual se han ini

    ciado ya las negociaciones, no se opondrá probablemente á la realización de un pro- 

    yecto que será para el país un origen de prosperidad. En cuanto á Españ a, h a acepta

    do ya el proyecto del túnel submarino.

    TAKRIDA DEL MÁRMOL.

    P R H I S

    Continuación.)

    El abate trataba de ser lo más discreto posible, espantado de las palabras que de

    cía, de las cosas que contaba en aquel centro de gran luio y de goces, ante aquellas

    personas felices, colmadas de las alegrías de este mundo, pues comprendía que estaba

    procediendo de un a m anera descortés. ¡Qué extrañ a idea la de haberse presentado en

    la hora en qu e se acaba de almorzar, cuan do el arom a del café caliente ayu da las

    digestiones Y, 3in embargo , proseguía y acababa de levan tar la voz, cediendo al i m

    pulso que le sub levaba poco á po30; de m odo qu e llegó al fin de su relato terrib le,

    nombrando á Laveuve, refiriéndose al injusto abandono, y pidiendo en nombre de la

    piedad humana auxilio y socorro. Y todos los convidados se habían acercado para es

    cuchar; y el abate veía ante sí al barón, al general, á Duthil y á Amadieu, que bebían

    á sorbitos su café, silenciosos, sin hacer ningú n ade m án .

    —En fin, señora—concluyó el abate—, he pensado que no se podía dejar una hora

    má s á ese ancian o en tan espanto sa situación y que , desde esta noche tend ría u sted

    la gran bondad de intervenir para que le admitan en el Asilo da los inválidos del tra

    bajo,  donde me parece que su lugar está señalado naturalmente.

    Algunas lágrimas habían hum edecido los hermosos ojos de Eva, consternada por

    tan triste historia, que venía á turbar la alegría que esperaba aquella misma tarde.

    Muy lánguida, sin iniciat iva, y demasiado ocupada de su persona, no hab ía aceptado

    la presidencia de la Ju nt a de dam as, sino con la condición de relegar en Fon seg ae

    todos los cuidados administrativos.

    —¡Ahí señor abate— m urm uró — , m e parte usted el corazón-, pero n o pued o hacer

    nada, absolutame nte nada , se lo aseguro.. . adem ás, creo que ya hemos exam inado el

    asunto de ese Laveuve. Ya sabe usted que entre nosotros las admisiones van acompa

    ñad as de las más formales garantías, y qu e se no m bra un ag ente par a q ue nos infor

    me... ¿No es usted, señor. Du thil, quie n se encargó de ese Laveuve?

    El diputado acababa de apurar una copita de Chartreuse.

    —Sí,

     yo soy... señor abate, ese tun an te le ha repre sentad o un a come dia; no está

    nada enfermo, y si le hubiera usted dado dinero, hubiera bajado á bebérselo á sus es

    paldas. Siempre está borracho, y tiene el genio más detestable que se puede imaginar-,

    desde la m añ an a hasta la noche reniega de los burgueses, y dice qu e si aún tuviera

    brazos, har ía saltar las tiendas... Por otra parte , no quiere en trar en e l asilo, verdade

    ra prisión, según él, donde se está custodiado por beatas que obligan á oir misa, sucio

    convento, cuyas puertas se cierran á las nueve de la noche. ¡Tantos hay como ese, que

    prefieren su libertad , con el frío, el ha m br e y la m uerte ... ¡Que perez can, pu es, los

    Laveu ve en la calle, puesto qu e rehu san estar con nosotros, tener calor y comer en

    nuestros asilos

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    3 7 LA REVISTA BLANCA

    El general y Amadieu aprobaron cou un movimiento de cabeza; pero Duvillard se

    mostró más generoso.

    —No

    no; un hombre es un hombre y es necesario socorrerle á pesar suyo.

    Eva desesperada ante la idea de que la ocupasen aquella ta rde se defendió ha-

    llando razones.

    — Aseguro á usted—dijo— que tengo las manos de todo pun to atadas. El señor

    abate no duda de mi buen corazón ni de mi celo; pero ¿cómo se quiere que reúna an

     

    tes de pasar algunos días la Ju nt a de dam as sin lo cual no m e atrevería á tom ar

    ningu na resolución sobre todo en un as unto ya exam inad o y juzgado?

    Y brusca m ente encontró un a solución.

    — Lo que yo aconsejo á usted señor abate es que vaya á ver ahora m ismo al se-

    ñor Fonsegu e nuestro adm inistrado r. E n caso urge nte tan sólo él pued e obrar pu es

    sabe que esas señoras ha n depo sitado en él un a confianza sin límites y que apr ueb an

    cuanto él hace.

    — Enc ontrará usted á Fons egue en la Cám ara— añadió Duthil sonriendo— ; pero la

    sesión será borrascosa y dudo qu e pueda h ab lar le con desahogo.

    Ped ro cuyo corazón se oprimía cada vez m ás no insistió resuelto desde luego á

    ver á Fon segu e para obtener antes de la noche la adm isión del miserable cuya ima-

    gen atroz le acosaba. Y permaneció allí algunos minutos más detenido por Gerardo

    que obsequiosam ente le indicaba el med io de convencer al dipu tado alegando el ma l

    efecto que semejante historia prod ucirla si la propalaban los periódicos revoluciona-

    rios. Po r otra par te los convidados comenzaban á marc harse : y cuan do el general se

    retiraba fué á preg untar á su sobrino si le vería por la tarde en casa de su m adr e la

    señora de Quinsac puesto que era su día de recepción. El joven se limitó á contes-

    tar con un adem án evasivo cuan do notó que Eva y Camila le m irab an. Después tocó

    el turn o á Am adieu el cual se esquivó diciendo que un asun to grave re clam aba su

    presencia en el palacio y m uy p ron to siguióle Du thil para ir á la Cám ara.

    — De cua tro á cinco en casa de Bilviana ¿no es verdad?— le pre gun tó el bar ón

    m ientras que le acom paña ba— . Venga usted á conta rm e lo que hay a pasado en la

    Cám ara á consecuencia de ese odioso artículo de Sagnier. Es prtcis o q ue yo sepa... Yo

    iré al palacio de Bellas Artes para arreglar el as un to de la Com edia y después debo

    evacuar algunas diligencias ver á varios contratistas y arreglar un imp orta nte asun to

    de publicidad.

    — En tend ido; de cuatro á cinco en casa de Silviana según costumbre— dijo el di -

    pu tado .

    Y se m archó poseído de un vago m alestar inquieto por el giro qu e tom aría aqu e-

    lla fea historia de los Caminos de hierro africanos.

    Y todos hab ían olvidado ya á Laveuve al pobre que agonizaba y todos corrían

    para atend er á los asu nto s qu e les preo cup aba par a satisfacer sus pasiones cogidos

    por el engran aje de esa inm ens a rueda de Par ís é imp ulsados por la fiebre que le

    arrastraba y chocando unos con otros en desordenado tumu lto para ver quién pasa-

    ría sobre los cuerpos de los otros aplastándolos.

    —¿Conque m am á— pregun tó Camila que seguía m irando á su ma dre y á Gerar-

    do—

    va usted á llevarnos á la reunión de la princesa?

    —Si; ahora mism o... pero yo no pod ré queda rm e con vosotros porque h e recibido

    esta m añ an a aviso de Sabina sobre mi corsé y es abso lutam ente preciso q ue v aya á

    probárm elo á las cuatro.

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    tA B VI8TA filiAMCA 3 7 3

    La joven se convenció de la mentira por el ligero temblor de la voz.

    —¡Toma —exclamó—yo creí que la prueba sería para mañana... Entonces iremos

    á buscar á usted á casa de Sabina con el coche al salir de la reunión.

    —jAhl en cuanto á eso, no, hija mía.

    No se sabe nun ca cuándo se estará libre, y por otra par te, si me queda un m o.

    mentó, iré á casa de la modista.

    Un a sorda cólera hizo brillar con mortífera lla m a los negros ojos de Cam ila. L a

    cita era evidente, pero ella no podía, ni osaba tampoco llevar las cosas más lejos en

    su apasionada necesidad de inventar un obstáculo. Inútilmente había tratado de im

    plorar á Gerardo, que volvía la cabeza y estaba de pie para salir; y Pedro, al corriente

    de m uc ha s cosas desde que frecuentaba la casa, com prend ió, al verlos tan agitados,

    el drama silencioso que no se podía confesar.

    Recostado en una buta ca, acaband o de pa rtir una perla de éter, único licor que sé

    permitía, Jacinto levantó la voz.

    —En cuanto á mí—dijo—ya sabéis que voy á la Expcsición del Lirio. Todo París

    se agolpa alli, porque hay un cuadro que representa la violación de un alma, y que es

    absolutamente preciso ver.

    —Pues bien, yo no rehuso acompañaros—replicó Eva—; antes de ir á casa de la

    princesa podemos pasar por esa Exposición.

    — [Eso es, eso esl—dijo vivam ente Cam ila, que se burla ba de ordin ario con dureza

    de los pintores simbolistas, pero que sin duda proyectaba entretener á su madre con

    la esperanza de que faltase á la cita.

    Y esforzándose por sonreír, añadió:

    —¿No se atreve usted á venir con nosotros á la Exposición, señor Gerardo?

    —A fe mía que no—contestó el conde—; necesito andar, y acompañaré al señor

    abate Froment hasta la Cámara.

    Y se despidió de la rnadre y de la hija, besando la m ano á las dos. Para esperar

    las cuatro, acababa de pensar que subiría un momento á la casa de Silviana, donde le

    era permitido también entrar, sobre todo desde que se quedó allí una noche en aquel

    patio desierto y solemne; después dijo el sacerdote:

    — [Ah alivia m uch o respir ar un poco el air e frío; caldea dem asiado la casa, y el

    perfume de todas esas flores ataca la cabeza.

    Pedro estaba aturdido, con las manos calenturientas y los sentidos embotados por

    todo aquel lujo, qu e dejaba allí como el sueño de un ardie nte paraíso em balsa m ado ,

    donde solamente vivían ios elegidos. Su nuevo sentim iento de caridad , por otra parte

    se había exasperado, y no pensaba m ás que el medio de obtener de Fonsegue la ad m i

    sión de Laveuve, sin escuchar al conde, q u e le ha blaba con m uch a ternu ra de su

    m adre . La puerta del palacio acabab a de cerrarse, y ha bí an dado algunos pasos por

    la calle, cuan do evocó de pro nto u n recue rdo. ¿No hab ía visto en el borde de la a cera

    de enfrente, mirando aquella puerta monumental, guardiana segura de tan fabulosas

    riquezas, un obrero parad o, como si esperase buscand o con los ojos, en lo cual ha bía

    creído reconocer á Salvat con su saco de útiles, Salvat, aquel ham briento que salió po r.

    la mañana en busca de trabajo? El abate se volvió vivamente, inquieto por tal miseria

    delante de tantas riquezas, de tantos goces; mas el obrero, perturbado en su comtem-

    placiÓD, y temeroso acaso también de que le hubieran reconocido, alejábase con paso

    tardo.  Al no verle ya más que  de  espaldas Pedro vaciló,  acabando por decirse que se

    habría engañado,

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    I I I

    Cuan do el abate Fro rae nt quiso entr ar en el Palacio de Borbón, recordó que no

    tenia tarjeta, y ya se decidía á preguntar simplemente por Ponsegue aunque no fuese

    conocido de él, cuando en el vestíbulo vio á Mege, el diputado colectivista, con el que

    había t ratado en otro t iempo du ran te sus días de caridad mil i tante á t ravés de la

    miseria del barrio de Charoune.

    —¡Tomal ¿Usted por aquí? ¿Viene usted á evangelizarnos?

    —No,  vengo á ver al señor Fon segu e sobre un asu nto urgente, un infeliz qu e no

    puede esperar.

    —¿Fonsegue? No sé si habrá llegado ya... Espere usted.

    Y deteniendo á un joven que pasaba, pequeño y moreno, vivaz como un ratón que

    busca, le dijo:

    —Oiga usted, Massot, he aquí al señor ab ate Fro m en t, qu e desea ha blar ahora

    mismo con el jefe de usted.

    —No está aquí , le he dejado ahora en la redacción del diario, dond e t iene ocupa-

    ción para un cuarto de hora largo. 8i el señor aba te tiene á bien esperarle, seg ura-

    mente le verá aquí .

    Y Mege invitó á Ped ro á entrar en la sala de los Pasos Perdido s, vasta y fría, con

    su Lacón te y su Minerva de bronce, sus paredes desnu das , y sus altas pue rtas ven ta-

    nas, con vista al jard ín, por don de pen etrab a la luz pálida y triste de aque l día de

    invierno. Pero en aq uel m om ento estaba l lena de gente y como caldeada.por toda un a

    agitación febril de los num erosos grupo s que se hallab an allí , por las idas y ven idas

    continuas de personas que se apresu raban, lanzándose á t ravés de la m ult i tud . Ha bía

    allí princ ipalm ente dipu tado s, periodistas y simples curiosos; el tulm uto crecía, y

    oíanse sordos y violentos debates, exclama ciones y carcajadas, en medio de una viva

    gesticulación.

    La vuelta de Mege, en medio de aquel tumulto, pareció redoblar el ruido. Era alto,

    flaco como un apóstol, con su traje bastante descuidado, y envejecido por sus cuarenta

    y cinco años, con ojos de ardien te juv en tud , qu e brillaban detrás de los lentes, loa cu ales

    no se parab a n un ca de su delgada nariz de pico de ave. Siem pre tosía; su voz era seca y

    vibrante, no vivía más que por la enérgica voluntad de vivir, y de realizar el sueño de

    la sociedad futura, que le acosaba sin cesar. Hijo de un médico pobre de una ciud ad

    del N orte, ha bía pisado m uy joven el suelo d e París, y vivió bajo el imp erio d el

    periodismo inferior, de los trabajos ignorados, alcanzan do su prim era repu tación de

    orador en las reuniones públicas. Después de la guerra, erigiéndose en jete del partido

    colectivista, por su fe ard iente y por la extra ordin aria activida d de su te m per am ento

    de luch ado r, había conseguido al fin en trar en la Cá m ara; y m uy instruid o, defendía

    sus ideas con una voluntad y una obstinación indecibles, como doctrinario que había

    dispu esto del m un do según su fe, regulan do de an tem an o pieza por pieza el dogma

    del colectivismo. Desde que funcionaba como dip utad o, los socialistas de fuera no

    veían ya en él m ás q ue un retórico, dictador en el fondo, qu e no se esforzaba en refun-

    dir los hombres sino para someterlos á su creencia y gobernarlos,

    —¿Sabe usted lo que ocurre?—preguntó á Pedro.—¡Otra aventura ... ¿Qué quiere

    usted? Estamos en el cieno hasta las orejas.

    Mege hab ía sentido en otro tiem po verd ader a sim patía por aqu el sacerdo te, de

    carácter tan dulce par a los que sufrían, y ta n deseoso de una regeneración social. Y el

    mismo Pedro llegó á interesarse al fin por aquel senador autoritario, resuelto á labrar

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    la felicidad de los hom bre s á pesar suyo. Sabia que era pobre y que ocu ltaba su vida

    viviendo con una mujer y cuatro hijos que adoraba.

    —Ya comprenderá usted—dijo—que yo no estoy con Sagnier; pero en fin, puesto

    que ha querido hablar esta mañana, amenazando publicar la lista de los nombres de

    todos aquellos que han tocado dinero, no podemo s aparen tar que somos cómplices.

    Ha ce ya largo tiem po que se sospechan los sucios manejos á que ha dado lugar ese

    asun to de los caminos de hierro africanos; y lo peor es que dos individuos del gabi-

    nete actual se hallan aho ra en evidencia, porqu e hace tres años, cua ndo las Cáma-

    ras se ocuparon de la emisión D uyillard, Barroux estaba en el Interior y Monferrand

    en Obras públicas. Ahora que han vu'ilto, este último al Interior, y el otro al Ministe-

    rio de Ha cien da, con la presid encia del Consejo, ¿es posible no obligarles á que nos

    informen sobre asuntos de otro tiem po, en su mism o interés?... ¡No, no^. no pue den

    callarse ya, y he anunciado que los interpelaría hoy mismo

    El anunc io de esta inter pela do a de Mege era lo que trastorn aba así á la gente de

    los pasillos, después de conocerse el terrible articulo de  La Voz del Pueblo y Pedro

    estaba un poco aturdido  án  toda aquella historia, y caía de nuevo en su preocupación

    única de salvar á un miserable del ha m br e y de la m uerte. Por eso e scuchab a sin

    comprender bien las explicaciones apasionadas del diputado socialista; mientras que

    el rum or crecía y se oían risas que ind icab an el asom bro qu e pro duc ía ver á Mege en

    conversación con un sacerdote.

    —¡Serán estúpidos