1994-07-21 - Unas Gafas de Pla

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Unas gafas de PlaTRAVESAS ANTONIO MUOZ MOLINA 21/07/1994 Trece aos despus de su muerte vuelve el insigne Josep Pla a ser noticia de primera pgina en los peridicos. Entre la filologa y el folletinismo, en una variante ampurdanesa de Los papeles de Aspern, se descubren cartas de amor del gran soltero reaccionario y hurao a una seorita de Cadaqus y se traza la pista de una hija desconocida que al parecer naci de su relacin con Adi Emberg, la borrosa y fornida noruega que lo toma del brazo en esa fotografa de su juventud que tambin ahora vuelve a publicarse, y que es doblemente excepcional, por presentar a un Pla cubierto no de boina sino de sombrero hongo, y adems acompaado por una mujer y visiblemente satisfecho de estar con ella.Nada de eso concuerda con la imagen del Pla anciano y rural que poseemos todos, y que a muchos nos fue inconcretamente familiar antes de leerlo, tal vez porque veamos su foto en la revista Destino, a cuya redaccin dicen las malas lenguas que iba aquel legendario tacao a proveerse gratis de cuartillas y recargar de tinta su estilogrfica. Tampoco se parece ese hombre joven de sombrero hongo a ninguno de los oblicuos retratos que suele hacer Pla de s mismo en sus libros. Josep Pla, que Casi nunca cultiv la ficcin, fue dibujando a lo largo de una vida entera dedicada a pasearse por el mundo y a contar lo que vea un personaje solitario, escptico y desasido de todo que duerme en los hoteles europeos o en las baratas fondas espaolas y no parece tener ms ocupacin que su haraganera curiosa, vagabunda y lectora.Uno se pregunta con frecuencia, leyndolo, qu haca ese individuo pasendose por Londres una maana de domingo desierta e invernal, o por qu motivo recorra en tren el norte de Noruega, tan atento a todo y a la vez tan tranquilo como si se estuviera paseando por Matar, tan deslumbrado por la visin de una cordillera o de un fiordo como por la del verde tierno y aterciopelado de unas habas primerizas.Pla viajaba sin descanso para ganarse la vida, o para entregarse a un amor boreal con una rubia alta y carnosa sin que lo supiera nadie en su pueblo. El personaje que nos habla en sus crnicas, la voz que fue vindolo y contndolo todo durante ms de medio siglo, no parece que tenga obligacin de nada ni vnculos con nadie, ni con mujeres ni con directores de peridicos. Leyendo la crnica de una noche de invierno en Ostende, yo lo he imaginado como una figura de Simenon, uno de esos burgueses con abrigos, sombreros hongo y bastn que viajan solos y miran por las ventanillas de los trenes o cruzan ante los ventanales iluminados de un caf en una gran plaza belga en la que est lloviendo.Su prosa da una sensacin de transparencia serena, de maravillosa objetividad perceptiva, y cuando uno casi se ha olvidado de que no est ante el puro espectculo de las cosas, sino leyendo un relato de una mxima sofisticacin, la primera persona del singular regresa de pronto, y lo que pareca una crnica acaba resultando una confesin personal. En Cartas de lejos, el primer volumen de la colosal biblioteca Josep Pla que lleva publicando varios aos la editorial Destino, hay una descripcin nocturna de la ciudad de Lyon que slo a quien no ha estado nunca en ella le parecer exagerada por lo desoladora. Pla lo va contando todo, a la medida que lo ve, o que se le va ocurriendo, como si el instante de la visin y el de la escritura fueran simultneos, con una monotona informativa y admirable, y de pronto el relato se quiebra en una cruda sugestin de tristeza: "Encontrarse solo en Lyon, al anochecer, en una habitacin de hotel cualquiera es eminentemente pedaggico", escribe. "La sensacin de soledad, la lejana, es abrumadora. Se tiene la revelacin sbita -que en el propio pas slo se capta despus de alguna catstrofe personal- de que la vida es un asunto oscuro, complejo, inaferrable".Ahora sabemos que es muy posible que en el curso de alguno de aquellos viajes visitara una clnica europea en la que haba nacido una nia cuya existencia ha permanecido secreta hasta ahora, tantos aos despus de que l haya muerto. Tambin sabemos que desde aquellos hoteles de los aos veinte y treinta en los que escriba sin pausa ni fatiga visible o se quedaba en la cama leyendo y fumando hasta medioda enviaba telegramas y cartas a aquella novia de Cadaqus a quien se los lea su madre, porque ella era analfabeta: se habla de un paquete de cartas atado con una cuerda y envuelto en papel de peridico, de una anciana absolutamente sorda de ms de ochenta aos que ha aprendido a descifrar el movimiento de los labios y se pasa el da fumando cigarrillos negros y mirando la televisin...No habr entre nosotros un Henry James que cuente con detallada malicia las aventuras pstumas y epistolares de Josep Pla, ni un bigrafo lo bastante tenaz y entusiasta como para seguir esas recnditas sugerencias novelescas sobre los viajes de cierto notario ampurdans a un banco suizo, o sobre una mujer de ojos claros y apellido noruego que nunca conoci a su verdadero padre. Pero ahora, leyendo y releyendo siempre los vagabundeos de Pla por las ciudades europeas -l las conoci en su edad dorada, cuando contenan la doble excitacin del tiempo atesorado y de una modernidad an jovial y recin irrumpida-, yo aadir a los placeres literales de la lectura una tercera dimensin imaginaria, y sospechar que a la sombra del personaje solitario y gandul que me ha guiado por tantas ciudades hay otras presencias que l prefiri mantener ocultas, como mantena oculta a su amada Albertine el hroe celoso y paranoico de Proust.No s si aparecer su hija perdida ni si se publicarn las cartas que han pasado tantos aos en un desvn de Cadaqus, pero a m lo que me gustara que se encontrara de Pla es algo que l posea y se llev a la tumba, su mirada de escepticismo y asombro, sus gafas graduadas e invisibles de mirar las cosas, de mirarlas de cerca, de nombrar los colores de una fruta o de una tierra o de una nube con una exactitud de cristalografa, con un entusiasmo y una precisin sensual que no ha tenido nadie en nuestra literatura. Si me fuera posible, yo nunca saldra de viaje sin mis gafas de Pla.