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2 LA EXPERIENCIA LÍMITE. 1936 La conspiración contra el Frente Popular, dirigida desde Pamplona por el general republicano Emilio Mola, estalló en Marruecos el 17 de julio. La idea del golpe militar era, en principio, la de implantar en el país el estado de guerra para acabar con la anarquía. (Y también, muy en el principio, los planes de Mola no contemplaban la intervención de civiles en la rebelión.) En Madrid, al mando del general Fanjul, se subleva parte de la guarnición. Encerrado en el Cuartel de la Montaña, el golpe fracasa. En la tarde del 18 se había iniciado el reparto de armas y los incendios de iglesias. El día 21, la Guardia Civil y las milicias irrumpen en el cuartel. Tras una sangrienta matanza, Fanjul es hecho prisionero. Las diversas milicias, eufóricas, son las dueñas de la situación. El poder está desbordado. Los asesinatos en el día 20, según recoge el estudio de Rafael Casas de la Vega, fueron de 400 a 500. «Del 21 al 31 de julio, tengo los nombres, apellidos y profesión de 207 personas asesinadas [...].» (En M. Alonso Baquer y otros, La Guerra Civil Española, ACTAS, Madrid, 1999, págs. 64-66.) En esas horas inciertas, Ramón Serrano se encuentra en Madrid. Su padre ha fallecido poco antes. Madrid es una ciudad peligrosa para quien no tenga documentación acreditativa de su pertenencia al Frente Popular. Su condición de diputado de derechas y de cuñado del general Franco le coloca en situación de riesgo grave. Con su mujer y sus dos hijos, se refugia en una pensión de la calle de Velásquez. Hay patrullas de milicianos que recorren la ciudad deteniendo a quienes consideran partidarios de los rebeldes. Las ejecuciones se han puesto en marcha tras la caída del Cuartel de la Montaña. «Estando en esa casa de la calle de Velásquez, un día oí por Unión Radio, de Madrid, una alocución de Indalecio Prieto en la que se refería a los desmanes y a los crímenes que se estaban enseñoreando de la capital» (cfr. Memorias, cap. VI). Como esa pensión no le ofrece seguridad, coloca a su esposa y los niños en otra, situada en la Gran Vía, y el se refugia en la casa de un viejo amigo, el ex ministro de la República, Ramón Feced, que le ha ofrecido refugio en la calle de Villanueva. Feced era muy amigo de don Felipe Sánchez Román, el ilustre civilista y político republicano, que, en las horas de la sublevación, le había propuesto a Azaña una solución pactada con los sublevados. La amistad de

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LA EXPERIENCIA LÍMITE. 1936

La conspiración contra el Frente Popular, dirigida desde Pamplona por el

general republicano Emilio Mola, estalló en Marruecos el 17 de julio. La idea del

golpe militar era, en principio, la de implantar en el país el estado de guerra

para acabar con la anarquía. (Y también, muy en el principio, los planes de Mola

no contemplaban la intervención de civiles en la rebelión.)

En Madrid, al mando del general Fanjul, se subleva parte de la guarnición.

Encerrado en el Cuartel de la Montaña, el golpe fracasa. En la tarde del 18 se

había iniciado el reparto de armas y los incendios de iglesias. El día 21, la

Guardia Civil y las milicias irrumpen en el cuartel. Tras una sangrienta matanza,

Fanjul es hecho prisionero. Las diversas milicias, eufóricas, son las dueñas de la

situación.

El poder está desbordado. Los asesinatos en el día 20, según recoge el

estudio de Rafael Casas de la Vega, fueron de 400 a 500. «Del 21 al 31 de julio,

tengo los nombres, apellidos y profesión de 207 personas asesinadas [...].» (En

M. Alonso Baquer y otros, La Guerra Civil Española, ACTAS, Madrid, 1999, págs.

64-66.)

En esas horas inciertas, Ramón Serrano se encuentra en Madrid. Su padre

ha fallecido poco antes. Madrid es una ciudad peligrosa para quien no tenga

documentación acreditativa de su pertenencia al Frente Popular. Su condición

de diputado de derechas y de cuñado del general Franco le coloca en situación

de riesgo grave. Con su mujer y sus dos hijos, se refugia en una pensión de la

calle de Velásquez. Hay patrullas de milicianos que recorren la ciudad

deteniendo a quienes consideran partidarios de los rebeldes. Las ejecuciones se

han puesto en marcha tras la caída del Cuartel de la Montaña. «Estando en esa

casa de la calle de Velásquez, un día oí por Unión Radio, de Madrid, una

alocución de Indalecio Prieto en la que se refería a los desmanes y a los

crímenes que se estaban enseñoreando de la capital» (cfr. Memorias, cap. VI).

Como esa pensión no le ofrece seguridad, coloca a su esposa y los niños

en otra, situada en la Gran Vía, y el se refugia en la casa de un viejo amigo, el ex

ministro de la República, Ramón Feced, que le ha ofrecido refugio en la calle de

Villanueva. Feced era muy amigo de don Felipe Sánchez Román, el ilustre

civilista y político republicano, que, en las horas de la sublevación, le había

propuesto a Azaña una solución pactada con los sublevados. La amistad de

Feced con Serrano le venia de años atrás, de colaboraciones profesionales como

abogados en Zaragoza.

El amparo de Feced duró veinticuatro horas. A la noche siguiente, un

miliciano y un guardia de asalto se presentaron en la casa y, tras de interrogarle

sobre Franco y sus propósitos, sobre Alfonso XIII y Gil Robles, le detuvieron y le

llevaron a casa de sus hermanos, la cual registraron. Luego, en coche, salieron

hacia la Gran Vía y llegaron al parque del Oeste, se adentraron, se detuvieron y

volvieron a interrogarle. Serrano insistía en que no tenía información alguna que

ofrecerles. Entonces, este «hombre joven, más bien delgado, y que iba vestido

con pulcritud» le dice que él necesita «llevar datos importantes y usted tiene

que dármelos. No quisiera perjudicarle». Al reiterar Ramón Serrano su respuesta,

le llevan junto a un árbol. «Yo en ese momento, ante lo irremediable, recé, pero

enseguida me di cuenta de que pasaban unos segundos, y vi que aquel hombre

volvía al árbol y me llevó de nuevo adonde estaba el guardia de asalto, me

repitió que quería salvar mi Vida, que él también era un burócrata.» Volvió a

interrogarle y, por segunda vez, le llevó al árbol para otro simulacro de

fusilamiento. Pero le dice: No quiero matarle. (Este hombre se llamaba Luis

Mena y, después de la guerra, Serrano no logró localizarle.)

Desde el parque del Oeste, Serrano es conducido a Alfonso XI, al edificio

de la Editorial Católica convertido en Radio Comunista. Allí le descubrió el

periodista Ángel Laborda, el cual informó de la detención a un amigo y paisano,

el diputado por Zaragoza Honorato de Castro, de Izquierda Republicana. De

Castro, adversario político, es muy probable que se interesara por Serrano en

esas horas. Posteriormente, «en un acto generoso» -dice Serrano- le visitó

estando presa en la clínica de donde se fugaría (Memorias, pág. 251).

A la mañana siguiente, Serrano es trasladado a los calabozos atestados

de la Dirección General de Seguridad. Allí se encuentra con un conocido, el

profesor Carlos Ruiz del Castillo. «Sobre las diez y media de la noche nos

metieron a unas pocas personas en un coche celular» y los depositaron en la

cárcel Modelo, en la galería de los políticos.

Tres meses en la cárcel Modelo. Las matanzas

Los detenidos en la galería de presos políticos se sienten aliviados

porque la Modelo está controlada por el Gobierno, con funcionarios de

prisiones y guardias de asalto. «La cárcel Modelo era, en alguna medida, el

sueño de los perseguidos», nos dice. Allí se encontraban detenidos políticos de

diferente signo: don Melquíades Álvarez, Martínez de Velasco, ex ministros

como Álvarez Valdés, Rico Abelló o el almirante Salas; falangistas como

Fernando Primo de Rivera, Ruiz de Alda o Fernández-Cuesta. En galería

diferente, Serrano conoce y dialoga con presos militares, dos de ellos de

prestigio innegable: el general Capaz y el teniente coronel Agustín Muñoz

Grandes. Capaz, a principios de 1934, había ocupado pacíficamente para España

el territorio de Ifni. Muñoz Grandes había sido el jefe de los guardias de asalto

creados por la República. Capaz fue asesinado en la matanza del 22 de agosto.

Muñoz Grandes logró huir y se refugió en una embajada.

A primeros de agosto, el diario azañista Política inicia una «Galería de

traidores» señalando a personajes fascistas o confabulados con el fascismo que

se encontraban en la Modelo. El día 15 se presentaron en la cárcel milicianos y

agentes de la policía que registraron y robaron a los políticos allí detenidos. El

22, recluyeron a los políticos en un patio y en sus celdas y dejaron en libertad -

dentro de la cárcel- a los presos comunes. Estos produjeron un incendio que se

atribuyó a los «fascistas» y en los alrededores se concentraron milicianos que

dispararon al interior.

«Los milicianos y chequistas -escribe Pío Moa-, dueños de la cárcel,

echaron a los funcionarios y mataron, en dos fases, a unas setenta personas

seleccionadas.» Cayeron Melquíades Álvarez; el general Capaz; Fernando Primo

de Rivera -hermano de Cose Antonio-; Ruiz de Alda; Martínez de Velasco... Los

hechos del 22 y 23 de agosto en la Modelo fueron un baldón para el Gobierno.

En las memorias de Azaña (Obras, Oasis, México, 1968, t. IV, pág. 625), éste

escribe sobre «los espantosos sucesos de la cárcel Modelo», y manifiesta su

abatimiento y horror ante los mismos.

Ramón Serrano es testigo de la matanza y del horror. Vive el terror y el

espanto a la muerte afrentosa mezclado con el rezo y la desesperación. «Pasada

toda entera la noche alucinante, rotos los nervios de todos los que nos

salvamos por mero azar, ya entrada la mañana nos encerraron en celdas de la

galería; a cuatro o cinco en cada una aunque eran unipersonales [...] al tercer día

las abrieron y pudimos hablarnos sobre el mismo suelo de la tragedia […]

vivimos unos días monótonos y como insensibilizados […]. De nuevo volvimos a

las tensiones de antes pues empezaron "las sacas" de prisioneros casi todas las

noches.» (Memorias, pág. 138.)

Las «sacas» consistían en arrancar a un grupo de presos para llevarlos,

todos juntos, al lugar del exterminio. Se pusieron en marcha en octubre. De la

cárcel Modelo salieron ochenta presos hacia la muerte. Entonces, Ramón

Serrano decide arriesgarlo todo y proyectar su salida. Como su hermana

Carmen consigue visitarle en alguna ocasión, sabe por ella que sus hermanos

José y Fernando trabajan en conseguir su traslado a una clínica alegando la

ulcera de estomago que Serrano venia sufriendo. Su mujer consigue hablar con

Prieto para que les ayude y éste le informa de que no puede hacer nada.

Traslado a la Clínica España

Pero sus hermanos logran conectar con Jerónimo Bugeda, abogado del

Estado como Serrano, diputado izquierdista y, en ese momento, subsecretario

en el Ministerio de Hacienda que regenta Negrín. Bugeda y Serrano han tenido

una buena relación. Bugeda, con gran nobleza, toma cartas en el asunto y

consigue la autorización para que el preso sea trasladado a la Clínica España, en

la calle de Covarrubias, en el barrio de Argüelles. Será un factor decisivo para el

inmediato futuro. Allí queda en el segundo piso, con una guardia permanente

en el principal. Ramón Serrano estudia la rutina diaria y concibe como conseguir

la libertad; teme ser localizado y «paseado» por incontrolados. Su contacto

diario es su hermana Carmen. En esos días le visita un capitán de aviación que le

promete que volverá para sacarle; pero no vuelve a aparecer. Serrano,

desesperado, idea descolgarse desde el retrete, a lo que tiene que renunciar

porque el correspondiente patio está al alcance de milicianos.

Otro día, le visita Honorato de Castro, el diputado de Izquierda

Republicana por Zaragoza que fue informado de su detención en la noche de

los simulacros de fusilamiento. «Enterado de mi situación, por mi amigo y

bienhechor Jerónimo Bugeda, se presentó allí para saludarme [...] era el suyo un

acto generoso, de una caballerosidad casi inimaginable en aquellas

circunstancias [...]. Se me ofreció por si en algún momento le necesitaba,

lamentándose de no poderme sacar de Madrid.» (Memorias, pág. 251.)

Honorato de Castro le ofrece ayuda económica para pagar la clínica porque

sabe -y no se atreve a decírselo- que no puede recibir dinero de sus dos

hermanos porque han sido asesinados (Lahiguera, pág. 82).

Entonces entra en escena el doctor don Gregorio Marañón. «Yo me

pasaba las horas pensando en hallar una forma para salir de allí», recuerda

Serrano. Una circunstancia nueva viene en su ayuda: en la clínica ingresan tres

heridos de los bombardeos a los que visitan familiares y amigos; «Abundaban

las mujeres [...] la clínica se convirtió de repente en un torbellino [...]. Yo

entonces concebí un plan de evasión, que escribí en una cuartilla [...]. Cuando

ese día vino mi hermana, le entregué el mensaje con instrucciones de que lo

hiciera llegar al doctor Marañón». Meses atrás, don Gregorio Marañón -cuyo

prestigio era excepcional y estaba muy relacionado con diplomáticos

extranjeros- había asistido en su última enfermedad al padre de Serrano. Éste

cuenta: «Las doce de la mañana -escribía a Marañón en mi carta- sería muy

buen momento para mi evasión [...] yo puedo estar preparado con unas medias

puestas y unos zapatos de medio tacón [...] me doblaré el pantalón [...]. Minutos

antes habrá llegado mi hermana y yo me pondré su abrigo de señora y una

peluca, que también me traerá, junto con una boina y unas gafas blancas [...] a

las doce y cinco, por ejemplo, podría llegar a mi habitación el diplomático que

viniera a buscarme. Sin preguntar nada a nadie, aprovechando la confusión que

allí había debería subir al piso segundo, primera habitación de la derecha [...].

Me daría el brazo y así llegaríamos hasta el automóvil [...]. Era un plan a la

desesperada. Mas no por ello dejaba de estar perfectamente estudiado [...]. Yo

estaba con gran serenidad.»

Pero Marañón le contesta a la hermana: «Dígale a Ramón que yo no

acepto esa responsabilidad porque estoy seguro de que le matarían.» Mas

Serrano no ceja y vuelve a escribirle: «Mi querido doctor Marañón: no le pido

que asuma ninguna responsabilidad, porque la responsabilidad de mi escapada

es cosa mía. Yo lo que quiero saber es si usted, como encarecidamente le ruego,

puede ayudarme. Sé que este intento entraña muchos riesgos, sé que en él

puedo sucumbir, pero también sé que tiene algunas posibilidades de éxito y

que, si no lo intento, aquí sólo me espera la muerte.» Estamos a finales de

noviembre de 1936 (Memorias, págs. 146-148.)

Evasión y no canje

Y el doctor Marañón acepta. Le dice a Carmen Serrano Suñer: « [...]

pasado mañana mismo, a las doce en punto, habrá un coche, tal como ello

propone, con el motor en marcha, dos metros a la izquierda de la Clínica España.

Algún minuto después, subirá a su habitación el señor Schlosser, encargado de

Negocios interino de la Legación de Holanda» (Marino Gómez Santos, Gregorio

Marañón, Plaza y Janés, Barcelona, 2001, pág. 400.)

El día señalado, a las doce, hay un coche en marcha a dos metros de la

clínica. El encargado de Negocios de la Legación de Holanda sube a la

habitación, ofrece su brazo a Serrano y descienden por la escalera. «Yo sabía

que lo importante era tener voluntad y serenidad suficientes para no mirar a los

guardias. El hecho es que así lo hice. Y pasamos junto a ellos [...]. Poco después

estábamos en la Legación de Holanda.» Allí se le mantiene oculto. Marañón

continúa realizando gestiones a favor de Serrano para sacarlo de Madrid. Y a los

pocos días le visita un diplomático de la Embajada Argentina, Pérez Quesada,

«una especie de Pimpinela Escarlata» a quien no conocía que le dice: «Tengo el

encargo de mi embajador en Paris, el doctor Lebreton (a quien Marañón se lo

había rogado) de llevarle a usted a nuestro consulado en Alicante. Desde allí, en

un barco de guerra, saldrá para Francia y más tarde se le facilitará el paso a la

zona nacional.» (Memorias, pág. 149.)

Efectivamente, el agregado a la Embajada Argentina José María Jardón, le

recoge por la tarde en su coche y lo traslada a Núñez de Balboa, 57, un hotelito

que con pabellón argentino Pérez Quesada utiliza como refugio para

perseguidos. A las seis de la mañana, en un coche de la embajada, lo trasladan

al domicilio del doctor Hervías, «ginecólogo español que estaba camuflado con

gran desenvoltura en el que se llamaba "Batallón de Dinamiteros" [...]. Antes del

amanecer, serían las seis y media de la mañana, hizo su aparición un automóvil

del Ministerio del Ejército: era el del ayudante de Miaja, el capitán Fernández

Castañeda». La peripecia es, ciertamente, extraordinaria. Cuando Pérez Quesada

se planteó el medio para sacarlo hasta Alicante, operación dificilísima por los

controles establecidos en las carreteras, recordó que había un militar -

Fernández Castañeda- que le había pedido ayuda para pasarse a la zona

nacional. Pérez Quesada diseña el programa: que el viaje se haga como un

servicio militar: Castañeda debe conseguir que su general le envíe en misión

ante el Ejército de Levante. Así, en un coche oficial, Fernández Castañeda

recogerá a Serrano y también a otro evasor -al capitán Miranda, yerno del

asesinado Melquíades Álvarez- y viajarán hasta Alicante.

El trato se cumple. «Nuestro coche pasó por dos controles: uno, en

Vallecas, y otro, en el puente de Arganda.» Camino del Consulado Argentino en

Alicante, el viaje tiene un contratiempo, el necesario suministro de gasolina que,

con mucha dificultad, logran superar «no recuerdo exactamente si fue en

Almansa o en Villena». A primeras horas de la noche, Serrano y el capitán

Miranda están en el Consulado Argentino. Sólo queda la última etapa: el

traslado por mar hasta la costa francesa (Memorias, pág. 148).

«Aun hoy, pasados cuarenta años, produce un estremecimiento

recordarlo», escribe en sus Memorias. La aventura de la evasión, desde la Clínica

España hasta el consulado, es impresionante. Los días de cautiverio le habían

hecho vivir «momentos tremendos, peligrosos, difíciles. Los viví algunos con

miedo, otros con esperanza y otros -pocos-, cuando consideraba que ya el fin

era inevitable, deseaba que todo acabara pronto.» (El franquismo, pág. 60.)

En Alicante, vuelve a vivir. Pasados unos días, se presentaron cinco

marineros del destructor argentino Tucumán, Serrano se vistió de uniforme y

sustituyó a uno de ellos, «camino del puerto, respirando el aire que olía a mar, a

yodo y a sal, me sentía hombre otra vez». Pasan el control de la FAI y suben a

bordo. Ya está a salvo. A las dos semanas, también de la mano de un

diplomático argentino, llegan al buque su mujer y sus dos hijos, José y Fernando.

El 17 de febrero de 1937 desembarcan en Marsella. Empieza una nueva etapa.

Serrano salva su vida, logra evadirse, por su inteligencia, su arrojo y su

voluntad, emparejadas con la noble ayuda de Jerónimo Bugeda, de Gregorio

Marañón, de Pérez Quesada. No es resultado de ningún canje, usado

ocasionalmente en aquellos días. Su falso canje ha circulado en algunos escritos,

tal vez por su condición de cuñado del generalísimo Franco. Pero lo cierto es

que Franco no intervino. Serrano aprovecha las afirmaciones de Julián

Zugazagoitia, ex ministro de la República, sobre su fuga para puntualizar que no

salió canjeado. Escribió Zugazagoitia: «Además de su voluntad, tengo la

convicción moral de que intervinieron en su liberación otras voluntades más

eficaces y decisivas. Entre ellas, quizá, la de algún colega suyo en la corporación

de abogados del Estado, titular de un alto cargo en el Gobierno de la

República.» Se está refiriendo a Jerónimo Bugeda. De hecho, ya en zona

nacional, Serrano no mienta a Bugeda «por un elemental deber de discreción».

Pero la impagable y agradecida intervenci6n de

Bugeda sólo podía consistir en trasladarle como preso desde la Modelo a la

Clínica España. «Bugeda no tenía poder ni medios para sacarme de Madrid.»

(Memorias, pág. 144.)

El asesinato de sus hermanos

Ya en la zona nacional, Serrano recibe un empujón brutal: la noticia del

asesinato de sus dos hermanos mayores José y Fernando, ambos ingenieros.

Hacia los dos tenía una admiración y un cariño excepcional, eran sus mejores

amigos. Movilizados para estudiar las fortificaciones de Somosierra, se

quedaron en Madrid para proteger a su cuñada y a los dos pequeños sobrinos.

Sin significación política especial, ayudaron desde la calle al hermano preso y

fueron víctimas de la anarquía. Detenidos en la checa de Fomento, fueron

llevados a Aravaca y ejecutados. Su muerte le mueve al «remordimiento de no

haberles ordenado que se escondieran. Creo que fueron asesinados casi en el

mismo día de mi traslado a la clínica» (Memorias, pág. 152).

Esas muertes le marcan profundamente: «El hecho determinante del

mayor dolor de mi vida, el asesinato de mis amadísimos hermanos José y

Fernando, del que ya nunca querría ni podría separarme. Es un recuerdo más

fuerte que la vida.» (Memorias, pág. 150.) A Heleno Saña, cuando éste le

pregunta si el fusilamiento lo transformó en odio, le contesta que «dejó una

huella terrible en mis sentimientos de afecto, de amor a ellos, que no se ha

extinguido y que pervive hoy como el primer día [...]. Odio no lo he tenido [...].

Yo odio concreto no tuve, y la prueba es que cuando alguna vez han venido

personas a pedir ayuda por algún perseguido, he respondido con gusto» (El

franquismo, págs. 60-61).

Esa pérdida es un hecho radical que incide en su personalidad. Serrano

confiesa que, heredada de su padre, había tenido siempre la ambición de «ser y

triunfar decentemente en la vida [...]. Pero toda esa moral de triunfo que yo

había practicado antes de la guerra perdió totalmente su razón de ser al

producirse el asesinato de mis dos hermanos, cuya tragedia me sigue

torturando y causando profundas depresiones.» (ibid., pág. 65).

Salamanca. 1937

El 18 de febrero, Serrano y su familia llegan a la frontera de Hendaya-Irún.

Con sorpresa, se encuentran con dilaciones para entrar en España. Tras dos días

de espera, decide comunicar a la autoridad militar española que, sin dilación,

marcha a Salamanca. Ha informado al Cuartel General, y le envían un coche. Es

el 20 de febrero. «En el hecho de atravesar aquel puente estaba implícito un

acto de infinita esperanza por lo que España pudiera ser en adelante y un acto

de entrega total y absoluta al servicio de esa gran esperanza.» (Memorias, pág.

37.)

Llega a la ciudad del Tormes y se dirige directamente al Cuartel General

instalado en el palacio episcopal. Les esperan Franco y su familia. «El encuentro

emocionante por nuestra parte fue cordial y afectuoso por la suya. Yo me

encontraba antes que otra cosa a un amigo, pero también al jefe de la España

nacional, al hombre de quien se esperaba todo en aquella hora.» (Memorias,

pág. 47.)

Camino del encuentro, en la escalera, se cruza con el cardenal Gomá, que

le abraza y le dice: «La guerra va bien pero no todo ha de ser guerra y sólo

guerra. Hay que saber "para que se guerrea" y eso es misión de la política.»

Aunque no sobra espacio, Franco insiste en que se queden con ellos. La familia

Serrano se acomoda en una buhardilla del palacio en donde residirán hasta su

traslado a Burgos.

En ese momento, Franco lleva cinco meses de generalísimo y jefe del

Estado. Sus tropas, que habían ocupado Málaga el 8 de febrero, pugnan en el

Jarama por ganar la iniciativa en el frente de Madrid. La dedicación prioritaria de

Franco es la dirección de la guerra. Su jefatura es indiscutida por los militares y

los políticos. (Por el contrario, en la Zona roja, el conflicto entre Largo Caballero

y los comunistas se incrementa por días.)

La Salamanca del Cuartel General

Lo que sobresale con estruendo en el ambiente salmantino es un fervor,

una moral, una exaltación extraordinaria. Ramón Serrano habla de «idealismo

trepidante, de pronta abnegación, de absoluto desprendimiento [...] todo

quedaba absorbido por la fiebre creyente, por la esperanza levantada, por la

exigencia decidida de una España nueva y mejor» (Entre Hendaya y Gibraltar,

Edic. Nauta, Barcelona, 1973, pág. 482. En lo sucesivo, Entre Hendaya).

Pero, a la vez, en el lado político de esa retaguardia hay tensiones

derivadas de la pluralidad de las fuerzas que componen el bando nacional.

Políticamente, que no militarmente, hay indefiniciones y confusiones. Lo

testimonia Dionisio Ridruejo: «la lucha por el poder o la influencia, con vistas a

la decisión del rumbo político en una situación que se había hecho

esencialmente ambigua, fue muy intensa en la retaguardia nacionalista, aunque

no produjera grandes espectáculos de enfrentamiento» (Casi unas memorias,

Planeta, Barcelona, 1976, pág. 98. En lo sucesivo, Casi unas).

A ese escenario llega Serrano. Su aparición es noticia principal en la

España nacional y va a producir no sólo interés sino recelos. ¿Cómo es el

Serrano Suñer que aparece en Salamanca? Es un hombre que ha experimentado

una transformación profunda: las huellas trágicas de su cautiverio, el asesinato

de sus hermanos, la salud quebrantada. Vive alejado de toda relación mundana.

Con su pelo prematuramente blanco, con atuendo civil austero, con vocación

misional. Ridruejo lo recuerda así: «Estaba muy flaco y, al descuido, se encorva

ligeramente como abatido por un grave peso. Tenía el gesto melancólico... Era

de una cortesía desusada [...] era un hombre de sensibilidad y emotividad

exacerbadas, aunque dueño de una cabeza muy clara, y acababa de ser

rudamente traumatizado [...]. La entrega de Serrano a la causa que tomó en su

mano fue total, y se prohibió a sí mismo tanto las amenidades sociales que

todos teníamos a mano, como el uso del espíritu crítico, para el que luego

demostraría -incluso a su riesgo que estaba bien dotado [...] era de una

austeridad extremada y defendía lo que antes se llamaba el dinero de los

contribuyentes con un sentido de la responsabilidad que a veces nos parecía

exagerado» (Casi unas, págs. 103-104).

El caudillaje, la Falange y el Estado de Derecho

El soporte administrativo y burocrático se residenciaba en la Junta

Técnica del Estado creada el 1 de octubre de 1936. Estaba integrada por

militares y civiles, la presidía el general Francisco Gómez-Jordana y el puesto

clave lo desempeñaba Nicolás Franco -hermano del Generalísimo- como

secretario general. La junta -que no es exactamente un Gobierno-, tiene una

organización deficiente, con desconexiones funcionales y carencia de

coordinación.

Cuando Serrano se instala en aquella Salamanca, sin cargo oficial pero en

contacto directo con el Generalísimo, analiza y diagnostica la situación política.

«Era preciso convertir el Alzamiento en una empresa política -nos dice. Y añade-,

urgía la configuración del Movimiento como un Estado [...] era la ocasión

excepcional, ¡única!, que se nos presentaba de crear un Estado sin antecedentes,

sin compromisos, sin cargas. Un Estado verdaderamente nuevo; el único que en

mucho tiempo hubiese podido ver el mundo surgir de ese modo, con novedad

mucho más radical que la de cualquier revolución que fuera heredera inmediata

del régimen derrocado.» (Entre Hendaya, pág. 55.) La persuasión sobre Franco -

entregado a la guerra- en este propósito es innegable. Serrano se convierte en

un colaborador sin titulo oficial, pero con el gravamen de ser la eminencia gris,

el personaje influyente que desplaza a Nicolás Franco. Las visitas políticas al

Cuartel General se polarizan en él y a todos les explica que su labor tiene tres

finalidades: «Ayudar a establecer efectivamente la jefatura política de Franco,

salvar y realizar el pensamiento político de José Antonio, y contribuir a

encuadrar el Movimiento Nacional en un régimen jurídico, esto es, a instituir el

Estado de Derecho.» (Entre Hendaya, pág. 57.)

Los tres objetivos muestran la tarea por la que va a luchar en esos años

de guerra. Por la jefatura efectiva de Franco, entiende que éste no sea un primus

inter pares dándole una base política propia. Por realizar el pensamiento de José

Antonio, entiende que en la Europa de ese momento, «lo moderno era lo

totalitario, que en España estaba representado por la Falange [...] la Falange

tenía un sentido de modernidad que no tenían los otros» (Antifranquismo, pág.

64). En esos años la polaridad vigente está entre fascismos y comunismo. Con

unas formas demoliberales en declive, con un socialismo reformista eclipsado

por el socialismo bolchevique, los polos de atracción son los fascismos y el

comunismo.

Por Estado de Derecho -aflorando su impronta jurídica, extemporánea en

aquel ambiente- nos lo explica el mismo: «Es un inmenso error aceptar la

sinonimia o la equivalencia de Estado liberal = Estado de Derecho, porque el

Estado autoritario puede ser, ha de ser, un Estado de Derecho.» En nota de la

reedición de 1973 nos recuerda que el 20 de noviembre de 1938 dijo en Burgos:

«El Derecho que es rémora detestable y odiosa cuando, como un reloj parado,

marca una hora inamovible en su esfera, es la garantía insustituible para los

valores personales cuando marcha a compás del tiempo y sirve para abrir cauce

a la concepción del mundo y de la vida que tiene la generación que ha de

cumplirlo.» (Entre Hendaya, pág. 419.)

Cuando Ricardo de la Cierva narra el papel, en esas horas, de principal

consejero político que Franco le otorga, escribe: «Lo que no debe extrañar no

sólo por razones de parentesco sino también de preparación: el joven abogado

del Estado poseía una intensa experiencia política y un acrisolado sentido de la

tradición y el Derecho, con el que podría atemperar las inevitables inclinaciones

del momento hacia los modelos totalitarios en boga.» (R. Cierva, Historia básica

de la España actual, Planeta, Barcelona, 1974, pág. 434.)

El cliché de eminencia gris

La colaboración con Franco, «sin un título y sin una función definida,

tenía para mí dificultades y aspectos desagradables que permitieron desde el

principio a mis enemigos naturales (todos los que tenían ya situación y

acomodo, que aspiraban a mantener y a ensanchar de modo exclusivo o

preeminente) forjar una leyenda sombría de eminencia gris que me acompañó

durante algún tiempo e hizo difíciles muchos de mis pasos.» (Entre Hendaya,

pág. 56.)

Pero en aquella Salamanca, Serrano no obra en la sombra, agazapado. En

puridad, es un comisionado, un apoderado de Franco para cubrir una necesidad

evidente: la gestión política de la retaguardia que, en manos de Nicolás Franco,

estaba sin estructura eficaz y sin definición ni estrategia. El Generalísimo está

volcado en la tarea bélica y Serrano, como comisionado político, actúa coram

populo. No actúa en la sombra. Su autoridad e influencia es pública y notoria

desde el primer momento.

La unificación

Lo que diseña Ramón Serrano en diálogo con el Caudillo es estructurar el

poder para que no se quede en un mero golpe de Estado. En darle contenido

político, en diseñar un Estado nuevo, en configurar el Movimiento en Estado, en

eludir una mera dictadura militar. En definitiva, en transformar «una insurrección

en una empresa política dándole forma jurídica.» como dice Raymond Carr

(España 1808-1939, Ariel, Barcelona, 1969, pág. 644.)

El acto fundacional tenía que ser la unificación de las plurales y confusas

fuerzas políticas: los carlistas y falangistas; los hombres de la CEDA y los

monárquicos de Renovación Española. La idea y el plan están en el ambiente. Ya

las milicias habían sido sometidas al mando único. La unificación es solicitada

por unos y otras. Por ejemplo, el 12 de abril, el tradicionalista Arauz de Robles y

el falangista Sancho Nebot, por separado, habían clamado por la unidad; el 14,

las Juventudes de Acción Popular se ponen al servicio de Franco. Serrano aúna

voluntades: junto a la unidad de mando militar se impone la unidad de mando

político a pesar de las evidentes divergencias. La decisión se acelera: una

sangrienta reyerta entre falangistas es el detonante para que el 19 de abril de

1937 se promulgue el Decreto de Unificación. Su texto lo redacta Serrano.

Franco lo ha consultado con los militares. Y Franco lo anuncia desde el balcón

de su Cuartel General y una hora más tarde lo lee por los micrófonos de Radio

Nacional.

De la Falange original a la Falange unificada

Este acto de decisionismo político supone que, a diferencia de Italia o

Alemania, el Gobierno crea un Partido Único: «Falange Española y Requetés, con

sus actuales servicios y elementos, se integran, bajo Mi Jefatura, en una entidad

política de carácter nacional que, de momento, se denominara Falange Española

Tradicionalista y de las JONS.» Este primer artículo -con la peculiar

denominación provisional- es muy explícito. Días más tarde se formaliza la

integración de los restantes partidos. En sus memorias, Dionisio Ridruejo

interpreta el acto como un golpe de Estado a la inversa (Casi unas, pág. 106.)

El Generalísimo había delegado en Serrano la gestión para aunar aquellas

fuerzas que eran un conglomerado discordante. Numéricamente, los carlistas y

los falangistas eran los más numerosos. Hacia la Falange se había producido un

aluvión de militancia. Pera la riqueza de cuadros, de minorías profesionales, de

políticos ejercitados, estaba en los hombres de la CEDA y de los monárquicos

alfonsinos. La tarea de Ramón Serrano, antes y después del Decreto de

Unificación, está regida por su entendimiento de que el tradicionalismo

«adolecía de una cierta inactualidad política» y en la Falange veía «el contenido

popular, social, revolucionario que debía permitir a la España nacional absorber

ideológicamente a la España roja, lo que era nuestra gran ambición y nuestro

gran deber. - Y añade-: Irremediablemente el socialismo había planteado un

problema real que no se podía soslayar y que era forzoso, ineludible, resolver. El

acto realizado tenía el sentido de una propuesta histórico-política y de él surgía

o había de surgir el régimen. Un régimen de mando único y de partido único

que asumía las características externas universales de otros regimenes

modernos.» (Entre Hendaya, págs. 57-59.)

Tras el fracaso de la experiencia republicana, el único modelo de Estado

moderno que en tales circunstancias parecía posible, piensa Serrano, era el

autoritario. «En España se había demostrado que la democracia sólo era posible

en un estado de pureza explosiva que conducía a su propio suicidio. [...] [El

decreto] abrió el proceso encaminado a la consecución de un Estado y de un

régimen político que buscaba la asistencia popular en un orden de autoridad,

de justicia y de trabajo. [...] La intención profunda jamás llegó a ser un hecho

logrado.» (ibid., págs. 73-74).

Los puntos de coincidencia de las diferentes fuerzas a las que se les

impone la unificación bajo el mando de Franco son: la unidad esencial de

España (con evocación de la del Siglo de Oro); la organización jerárquica y

orgánica; la implantación de un Estado unitario, autoritario («totalitario») y

católico; y el dirigismo económico. Éste sería un mínimo común divisor

doctrinario. (Y, por supuesto, con total coincidencia en el rechazo frontal de los

socialismos, de la democracia liberal y de la masonería.) El Partido único es, en

realidad, una coalición de tendencias más que de partidos, bajo el mando de

Franco.

Pero entre los absorbidos hay contenidos ideológicos muy consistentes

que se enfrentan en modo contrario y hasta contradictorio. Por ejemplo, la

forma monárquica de carlistas, por un lado, y de alfonsinos por otro; la

prevalencia de la tradición de unos y la vocación revolucionaria falangista; la

imitación del paradigma fascista italiano o alemán de la Falange y el recelo ante

su paganismo por los católicos; el papel monopolista o subordinado del partido

en el Estado o la sindicalización total del sistema económico-social; el

desmontaje del capitalismo o su corrección corporativa.

La prosa de la norma suena a falangismo. Y el articulado fija como

programa los veintiséis puntos de la Falange de José Antonio. Los órganos son

también un calco de esta facción, Pero en la realidad inmediata, esa primacía

falangista del decreto -como en pura física de poderes tenía que ocurrir- no se

tradujo en hechos. No hubo, escribe Serrano, un Estado totalitario porque no

hubo un partido único que fuera, realmente «la única base de sustentación del

régimen: el único instrumento y en cierto modo el único depositario del poder»

(ibid., pág. 74).

La rebelión contra el derecho

La aceptación del decreto fue unánime entre la inmensa mayoría de las

gentes de la zona nacional. También de los líderes. Manifestaron su adhesión

políticos como Gil Robles, Alejandro Lerroux, Sainz Rodríguez o Goicoechea.

Manuel Hedilla, como jefe de la Falange, visita el día 20 a Franco para ofrecerse

su lealtad. Pero las resistencias entre los jefes falangistas son innegables. Hedilla

representa la línea revolucionaria y social, el nacionalsindicalismo puro. El 22,

Franco designa el secretariado del nuevo partido (diez vocales, seis falangistas y

cuatro carlistas. No está Serrano). El primer nombre es el de Hedilla, el cual se

niega a aceptar el cargo. Y, a la vez, distribuye un telegrama a las sedes de

Falange dictando que sólo deben obedecer las órdenes que reciban de su

jerarquía.

El telegrama es considerado subversivo por el Cuartel General. La

represión es inmediata. Hedilla, con otros, es juzgado por la justicia militar y

condenado a muerte el 5 de junio de 1937. Serrano se opone, con toda energía,

a que se ejecute la sentencia y consigue convencer a Franco -tanto por razones

humanitarias como tácticas- para que indulte al que ha sido jefe de una Falange

dividida. La condena y ostracismo de Hedilla es el símbolo de la disolución de la

Falange de José Antonio absorbida por la FET y de las JONS. El grave conflicto le

sirve a Serrano para incrementar el dialogo con los lideres falangistas, para

conocer sus puntos de vista y ejercer la prudencia política entre éstos y el

Caudillo, dos polos distantes y diferentes.

También algunos monárquicos de Acción Española son renuentes a esa

unificación, pero sin rebelión expresa. El nombre principal es el de Eugenio

Vegas.

Los estatutos

El 4 de agosto de 1937, se dictan los estatutos de FET y de las JONS

(modificados parcialmente el 15 de marzo de 1938). En ellos se enuncian la

naturaleza y organización del Movimiento. En su artículo 47 definen al jefe

nacional del Movimiento como «autor de la Era Histórica donde España

adquiere las posibilidades de realizar su destino, y con ellos anhelos del

Movimiento, el jefe asume en su entera plenitud la más absoluta autoridad. El

jefe responde ante Dios y ante la Historia». En el artículo 1°, con la retórica de la

época, hallamos su definición ideológica: el Movimiento es el inspirador y base

del Estado; su tarea es «devolver a España el sentido profundo de una

indestructible unidad de destino y la fe resuelta en su misión católica e imperial,

como protagonista de la Historia, de establecer un régimen de economía

superadora de los intereses de individuo, de grupo y de clase, para la

multiplicación de los bienes al servicio del poderío del Estado, de la Justicia

social y de la libertad cristiana de la persona».

De los órganos, sobresalen tres: El Consejo Nacional, que está compuesto

de cincuenta miembros y emitirá consultas solicitadas por el jefe; también

decide sobre las líneas primordiales de la estructura del Movimiento y del

Estado, la normativa sindical y las grandes cuestiones de orden internacional. El

19 de octubre de 1937 se crea el I Consejo. Confeccionado por Franco y Serrano,

su abigarramiento es significativo: de los cincuenta miembros, una veintena de

falangistas, seis de neofalangistas, diez carlistas, diez de Renovación Española y

ocho militares. (Este I Consejo y los que le siguen no tienen competencias

efectivas. Serán más un espectáculo que un órgano de decisión.)

La Junta Política es, primeramente, una «delegación» del consejo; luego,

su «órgano permanente de gobierno». En marzo de 1938 Franco designa, bajo

su presidencia, a los miembros: junto a Serrano encontramos cuatro falangistas,

cuatro carlistas, dos alfonsinos y un militar. La junta tuvo mayor presencia e

impulso.

El secretario general, también designado libremente por Franco, es el

transmisor de las órdenes e inspecciona y dirige, por delegación, toda la

organización. Sirve de «enlace entre el Movimiento y el Estado participando en

las tareas del Gobierno». El Generalísimo desea que Serrano ocupe la Secretaria

del partido. Pero éste le hace ver que él procede de la CEDA y que se precisaba

un hombre engarce entre el jefe, Franco -que no era falangista-, y la plural

militancia del Movimiento. Le propone el nombre de Raimundo Fernández-

Cuesta que, una vez designado en diciembre de 1937, es recibido con

aquiescencia.

Fernández-Cuesta, jurídico de la Armada y notario, amigo de José

Antonio, secretario general de su Falange, y su albacea junto con Ramón

Serrano Suñer, fue canjeado, en septiembre de 1937, por el republicano Justino

de Azcarate. Desde Valencia, en un destructor ingles, alcanzó Marsella y pasó a

la zona nacional. En el mismo destructor, escribe, «iban varios conocidos

[recordando] al hoy ilustre escritor y académico Camilo José Cela Trulock,

entonces joven de unos quince años.» (Raimundo Fernández-Cuesta, Testimonio,

recuerdos y reflexiones, Dyrsa, Madrid, 1885, pág. 117.)

Retórica y realidad

En la letra de la normativa fundacional del partido, en la retórica y en las

publicaciones es clara la preeminencia de la Falange sobre los restantes grupos

unificados. Días después del decreto se implantó el saludo fascista como saludo

nacional (24 de abril) y el uniforme (25 de enero de 1939), la camisa azul

falangista y la boina roja carlista. Pero ello no significa que, en el terreno de los

hechos, esta opción profalangista de Franco se tradujera en control exclusivo

del Estado por el partido. En definitiva, el Consejo Nacional, la Junta Política, la

Secretaría General son materialmente instrumentos asesores y ejecutores del

jefe nacional. El partido que construyen Serrano y Franco es una coalición de

fuerzas sometidas al jefe del Estado y Generalísimo; no es el partido de un

sistema totalitario controlador del Gobierno y el Estado como en la Unión

Soviética o en la Alemania nazi.

Dionisio Ridruejo

Una semana después del Decreto de Unificación, Serrano conoce a

Ridruejo, en el Cuartel General. El joven falangista -tiene veinticinco años- es la

voz de la pureza revolucionaria con un ardoroso componente mesiánico y

acompaña a Pilar Primo de Rivera, para exponer con brillantez y vehemencia,

ante Franco y Serrano, sus quejas por la manera en la que se ha realizado la

unificación y la detención de Manuel Hedilla, jefe nacional de Falange. El

encuentro es muy duro, pero del mismo nace una relación entre Serrano y

Ridruejo que durará hasta la muerte de éste. Dionisio, el interlocutor de las

exigencias de pureza falangista, tendrá en Serrano un punto de encuentro.

Antonio Tovar, testigo próximo, ha escrito: «Dionisio inició sus relaciones con

Serrano Suñer como enemigo de aquella maniobra política de la unificación;

después se dejó ganar por la dignidad de Serrano Suñer y fue colaborador suyo,

y más tarde fraternal amigo,» (De anteayer y de hay, Plaza y Janés, Barcelona,

1981, pág. 46. En lo sucesivo, De anteayer.)

Dionisio representa la voluntad falangista de la hegemonía sobre el

Nuevo Estado. Ante las fuerzas en presencia, concluirá recordando el viraje de la

«Falange polémica de las primeras horas, ambiciosa de integrar en su seno

contracuerpos resistentes a la infección conservadora, elementos populares y

enérgicos, hombres de significación atrevida, que compensasen el gran número

de otros falangistas de aluvión.» (Escrito en España, G. Del Toro, Madrid, 1976,

pág. 112. En lo sucesivo, Escrito.)

Burgos. La improvisación de un Estado

En enero de 1938, Ramón Serrano tiene a punto la ley que va a ser la

primera piedra jurídica del Nuevo Estado. Antes ha asistido en Nuremberg a un

congreso del partido nazi en una misión que preside Nicolás Franco. En el

estadio, con un imponente aparato de escenografía suntuosa, Serrano

contempla por vez primera a un Hitler hierático bajo un nimbo de leyenda. En

ese momento desconoce que pronto «tendrá hasta siete encuentros personales

en circunstancias difíciles, comprometidas, incómodas y aun arriesgadas»

(Lahiguera, pág. 123).

Cuando Serrano regresa de ese viaje a Alemania, tiene a punto la ley de

Administración Central del Estado. (El Cuartel General, «con el parvo hatillo del

Estado español naciente» se había trasladado a Burgos, a la quinta de los

condes de Muguiro que tenía unas instalaciones más holgadas.) La ley es la

plasmación jurídica de su deseo de pasar del «Estado campamental» que había

encontrado en Salamanca a una institucionalización del Nuevo Estado, a la

creación de un régimen jurídico, de raíz española, pero en consonancia con la

realidad europea contemporánea. Payne lo señala como la única persona del

Cuartel General capaz de la tarea de levantar un sistema «esencialmente

autoritario, capaz de impedir el retorno a los excesos democráticos que habían

costado la vida a sus hermanos. Pero al mismo tiempo, el Nuevo Régimen no

debía parecerse en nada a la ineficaz monarquía del pasado. Sólo un fuerte

sistema corporativo organizado sobre sólidas bases conservadoras sería capaz

de superar las tensiones sociales y de restablecer la unidad nacional.» (Falange,

Ruedo Ibérico, París, 1965, pág. 132.)

El profesor Fernández Carvajal, en su ensayo sobre las Leyes

Fundamentales de Franco, arranca con las siguientes palabras: «El proceso

político español de los últimos treinta años ha ido cristalizando en siete

documentos constitucionales, escalonados desde 1938 a 1967.» (La Constitución

Española, Edit. Nacional, Madrid, 1969, pág. 1.) El primer documento de los siete

a que se refiere Fernández Carvajal es la ley de 30 de enero de 1938, la ley de

Administración Central del Estado. Su texto explicita la necesidad de suplir la

organización embrionaria y provisional de la junta por un completo sistema

administrativo, reorganizando los servicios centrales que «sin prejuzgar una

definitiva forma del Estado, abra cauce a la realización de una obra de gobierno

estable, ordenada y eficaz». La Administración se organiza en once

departamentos ministeriales: Asuntos Exteriores, Justicia, Defensa Nacional,

Orden Público, Interior, Hacienda, Industria y Comercio, Agricultura, Educación

Nacional, Obras Públicas y Organización y Acción Sindical. La Presidencia

«queda vinculada al jefe del Estado. Los ministros, reunidos con él, constituirán

el Gobierno de la Nación». El Gobierno contará con un vicepresidente y un

secretario, elegidos entre sus miembros por el jefe del Estado. Serrano ocupa

esa Secretaría desde febrero de 1938 hasta octubre de 1940.

Pero el núcleo jurídico-político esencial de la ley se encuentra en su

artículo 17: «Al jefe del Estado, que asumió todos los poderes por virtud del

decreto de la Junta de Defensa Nacional de 29 de septiembre de 1936,

corresponde la suprema potestad de dictar normas jurídicas de carácter general.

Las disposiciones y resoluciones del jefe del Estado, previa deliberación del

Gobierno y a propuesta del ministro del ramo, adoptarán la forma de leyes

cuando afecten a la estructura orgánica del Estado o constituyan las normas

principales del ordenamiento jurídico del país, y decretos en los demás casos.»

Por eso ha escrito el profesor De la Cierva: «Esta es la famosa ley de prerrogativa

[...] que no figurará en los repertorios de leyes fundamentales del régimen, a

pesar de que es, histórica y políticamente, la más fundamental de todas ellas.»

(Historia del Franquismo. Orígenes y configuración (1939- 1945), Planeta, 1975,

págs. 114-115.)

Es la formulación jurídica de la atribución a Franco del poder legislativo,

consecuencia de la entrega de todos los poderes el 1 de octubre. Desde

entonces, ese artículo va a pervivir en su literalidad durante treinta y siete años.

(Dos ejemplos: la Ley Orgánica del Estado de enero de 1967, en su 1ª

disposición transitoria, invoca dichas leyes para ratificar que las atribuciones en

ellas concedidas al jefe del Estado «subsistirán y mantendrán su vigencia» hasta

la muerte de Franco. La misma fuente la encontramos en la ley de 8 de junio de

1973 que suspende la vinculación de la Jefatura del Estado y la Presidencia de

Gobierno.)

El Nuevo Estado y el Derecho

En sincronía con las corrientes de la época, Serrano vive la agonía y

quiebra del Estado Liberal de Derecho. Para él, España había sufrido un Estado

débil. La hora histórica internacional en la que Serrano es protagonista está

marcada claramente por el fortalecimiento del Estado tras de la crisis

simbolizada en el crac de 1929. Los sistemas autoritarios y totalitarios viven

horas brillantes: Roma y Berlín son puntos de atracción indiscutible. En

noviembre de 1936, Italia se había adherido al Pacto Anti-Komintern. El 13 de

marzo de 1938, Hitler se anexionará Austria.

El prestigioso Del Vecchio justificaba la experiencia fascista como

respuesta a un vacío, a una carencia de Estado. Sólo hay Estado de Derecho

cuando la soberanía de la ley se afirma e instrumenta desde la realidad del

Estado. El profesor Luis Legaz escribe: «Giorgio del Vecchio, que también es

fascista, entronca el fascismo en la gran tradición del jusnaturalismo clásico, que

exige la tensión entre el hecho y el ideal y reclama el máximo respeto para la

persona individual.» En la misma obra, leemos: «La democracia de masas ha

sido absorbida y trascendida por la disciplina, el orden y la jerarquía.»

(Introducción a la Teoría del Estado Nacionalsindicalista, Bosch, Barcelona, 1940,

págs. 204 y 270.)

En esas corrientes se halla la perspectiva jurídica de Ramón Serrano.

Escribe Ridruejo: « [Serrano] era un fascista con reservas que creía que el Estado

es un sistema de instituciones y leyes que debían eliminar, en lo posible, la

arbitrariedad del poder. Invocaba -incluso en público- el Estado de Derecho,

cosa que, por lo general, no gozaba entonces de excesivo ambiente.» (Casi unas,

pág. 146.)

La instauración del Estado es objetivo que proclama en sus discursos del

año 1938. En Valladolid denuncia la debilidad histórica de nuestro Estado y

afirma que «vamos a ordenar en Estado la nación española [...] vamos desde hoy

a hacer también esta otra política de establecimiento del Estado». En Sevilla:

«No queremos un Estado sin pueblo; nosotros dirigimos al pueblo, pero

queremos llevarlo organizado jerárquicamente, a su Estado nacional; hacerle

participe en su destino y en su responsabilidad, para que se sienta autor de esta

gran tarea pública que tenemos encomendada [...], vamos a desmontar el

armatoste polvoriento y arcaico del Estado liberal y vamos a sustituirlo por un

régimen de Estado autoritario de integración nacional.» (Cfr. Siete discursos, Edic.

FE, Bilbao, 1938.) Y en 1981 le dice a Heleno Saña: «Mi preocupación era la de

constituir un Estado de Derecho, un orden jurídico, que podía estar basado y

establecido sobre supuestos filosóficos distintos a la filosofía democrática, pero

que estaría basado en unos principios, y que a partir de esos principios, y con

otra idea de la autoridad y el orden, implantaría un orden jurídico en lugar del

puro arbitrismo.» (El franquismo, pág. 72.)

El primer Gobierno

Al día siguiente de esta ley se hace pública la composición del Gabinete.

En la composición, Serrano juega un papel crucial. En coherencia con el proceso

que se viene describiendo, este primer Gobierno ofrece -como todos los que le

sigan hasta su muerte- el criterio de Franco de coalición de fuerzas, de

pluralismo limitado. Convencionalmente se pueden distribuir en tres falangistas

(Fernández-Cuesta, González Bueno y Serrano); un carlista (Rodezno); dos

monárquicos (Sainz Rodríguez y Andrés Amado); dos técnicos (Suances y Peña

Boeuf); tres militares (Gómez-Jordana, Dávila y Martínez Anido). Ramón Serrano

Suñer tiene la cartera de Interior -separada de la de Orden Público- y es la

estrella política del Gobierno.

Serrano ha narrado el prologo de esos nombramientos en sus Memorias.

Franco quiere que se encargue de la cartera de Hacienda. Y aquél le hace ver la

conveniencia de encargarse de la de Interior -separada de Gobernación-

«porque en la situación de guerra en que nos encontrábamos, con la plétora de

autoridad de poder militar concentrado en los jefes del Ejército, me parecía

temerario hacerme cargo del Orden Público sobre el que en aquellas

circunstancias hubiera tenido un mando puramente nominal y en constantes

fricciones». Le convence de que es más adecuado a sus capacidades la gestión

de la Administración Local, la Beneficencia, la Sanidad y la de Prensa y

Propaganda. Y de que al frente de un Ministerio de Orden Público se designe a

un teniente general (que será Martínez Anido). Otro escollo que logra salvar es

el nombramiento de Nicolás Franco para Industria y Comercio: le hace ver que

«es demasiada familia en el Gobierno [...] un Gobierno familiar no es de recibo»

y de ahí nace el nombramiento de Juan Antonio Suances. También hay

controversia entre ellos cuando Serrano propone al monárquico Sainz

Rodríguez para Educación Nacional, al cual Franco tacha de «masonazo»; al final,

logra convencerle (Memorias, págs. 259-260).

De ese primer Gobierno, hechura de Serrano en diálogo con Franco, nos

quedan unos retratos de los ministros que, por la calidad literaria, han llamado

la atención. Nos revelan unas dotes innegables de escritor.

García Escudero ha dicho: «España no va a ser un Estado totalitario, pero

va a estar totalitariamente gobernada, al amparo de las circunstancias que irán

imponiendo la continuidad de la jefatura de Franco mucho más allá de las

posibles previsiones iniciales» (Historia política de las dos Españas, pág. 1790. En

lo sucesivo, Historia política), y Serrano escribe en Nota al Entre Hendaya y

Gibraltar de 1973: «Es estúpido negar el carácter "formalmente" totalitario de

aquel régimen. Como es inexacto afirmar su carácter "realmente" totalitario,

porque sólo hubo una totalización personal del poder.» (Pág. 203.)

El Fuero del Trabajo

Son parvos los frutos reales del Consejo Nacional y de la Junta Política en

1938. Pero sí hay que consignar por su entidad y durabilidad la elaboración del

Fuero del Trabajo que nació en su seno y en la que interviene Serrano. El fuero

es pieza análoga a lo ya legislado en este terreno por la Italia fascista -Carta del

Lavoro-, la Alemania nazi -Ley de Ordenación del Trabajo- y el Portugal

salazarista -Estatuto Nacional del Trabajo-. Pero la influencia de esas normas en

el contenido de la norma española es mucho menor de lo que se suele afirmar.

Ya, tempranamente, lo preciso con rigor el profesor Garrigues.

Las primeras redacciones son reflejo del pluralismo interno de los grupos

unificados. Un borrador procedente de la Secretaría del partido -obra de

Joaquín Garrigues, Javier Conde y Rodrigo Uría - era «nacionalsindicalista»,

expresaba una estatalización de la economía y un concepto anticapitalista de la

propiedad. El otro proyecto -nacido en el Ministerio de Organización Sindical

regido por González Bueno- era moderado, corporativista y tolerante con el

capitalismo establecido. Los dos proyectos chocaron frontalmente en tres

sesiones del Consejo de Ministros. Franco ordenó una tercera versión

armonizadora. En ella, cuenta Ridruejo, Serrano tuvo una intervención destacada

al definir el texto como una simple declaración de principios y no como una

norma organizativa. El propio Ridruejo tomó parte principal en la redacción del

texto definitivo aceptado. El fuero fue promulgado el 9 de marzo de 1938 y,

desde 1947, sería una de las leyes fundamentales del régimen de Franco.