2003-02-15 - El Dardo en La Diana

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El dardo en la diana Antonio Muoz Molina 15/02/2003 Con respecto a la lengua espaola se observan en los ltimos tiempos algunas circunstancias paradjicas. Por una parte sufre la agresin cotidiana de la ignorancia y de la negligencia, favorecida por la falta de polticas educativas serias, y amplificada por el mal uso que suele hacerse de ella en los medios de comunicacin; por otra parte, hay un nmero considerable y siempre creciente de personas que se preocupan por su deterioro y que procuran hablarla con propiedad y precisin, segn atestigua el xito de un cierto nmero de libros que no habran alcanzado una difusin tan amplia en un pas ya sin remedio analfabeto. En el tiempo escaso que lleva en las libreras, el diccionario de la Academia ha superado las ventas asombrosas de la edicin anterior. El Diccionario del espaol actual, dirigido por Manuel Seco, ha adquirido en pocos aos la presencia rotunda y merecida de un clsico. Y obras tan poco llamativas en apariencia como la Ortografa o la Gramtica de la Academia han llegado a aparecer y a mantenerse slidamente en las listas de libros ms vendidos.Pero sin duda el xito ms notorio ha sido el de una coleccin de artculos, El dardo en la palabra, de Fernando Lzaro Carreter, que public Galaxia Gutenberg hace cinco aos y recibi enseguida la atencin entusiasta de un pblico masivo. Los libros que renen artculos de peridico suelen conocer una fortuna editorial modesta: pero, con El dardo en la palabra, Lzaro Carreter se vio a s mismo convertido en escritor de grandes ventas, lo cual no es un dato de mera sociologa literaria, sino el indicio de una actitud muy extendida de amor por la lengua y gusto por su uso adecuado, as como de escarnio hacia quienes cada da la maltratan precisamente desde posiciones de responsabilidad en las que sera ms urgente su cuidado.Pero El dardo en la palabra no era nicamente una esplndida sucesin de pullas, ni un manual animado y urgente sobre el buen uso del espaol. Era tambin, cuando se lean uno tras otro sus captulos, o cuando se regresaba al azar a algunos de ellos, un ejercicio soberano de literatura, de inventiva verbal, de irona. Tal vez sin proponrselo, Lzaro Carreter haba inventado un gnero nuevo en la literatura de peridico, entre la filologa y la crnica rpida, entre la erudicin puntillosa y la observacin atenta y sarcstica del habla diaria. Lo que atraa a los lectores era algo ms que el dictamen de un sabio o la autoridad de un profesor: era, estoy seguro, el descubrimiento y luego el hbito de una voz, de un cierto tono personal de escritura, dotada de ese punto misterioso de estilo que la vuelve pronto adictiva. Fernando Lzaro Carreter, que haba pertenecido para varias generaciones de estudiantes de letras a la categora severa de los fillogos, se incorporaba con sus dardos a otra tradicin, la de los grandes escritores de peridico, observadores curiosos e ilustrados irnicos, la escuela admirable, por citar unos cuantos nombres, de Pla, de Cunqueiro, de Nstor Lujn, de Julio Camba.Cervantino hasta la mdula, Lzaro Carreter carece sin duda del romo prejuicio hispano hacia las segundas partes: a finales de este mes de enero public un segundo volumen de artculos, El nuevo dardo en la palabra, que mantiene intactas las virtudes del primero, y que adems acenta algunos de sus rasgos ms abiertamente personales y literarios. Como en aqul, el punto de partida es rigurosamente claro, y Lzaro se remonta al Dilogo de la Lengua de Juan de Valds para enunciarlo: no se trata de defender una presunta pureza original del idioma frente a las novedades invasoras que vendran a corromperlo, porque las lenguas siempre se han formado y han evolucionado por contagio, y porque con mucha frecuencia los neologismos son imprescindibles, o al menos muy tiles para favorecer la expresin de cosas o conceptos para los que el propio idioma carece de palabras. La lengua no es un tesoro sagrado e intangible, sino un instrumento que sirve doblemente a la claridad de la inteligencia y a la comunicacin entre las personas. Una lengua marrullera y confusa revela una mente empobrecida, sin claridad conceptual, y tambin es un obstculo grave en la primordial tarea humana de explicarse y de comprender a los otros. Hablar y escribir con precisin -llamar al pan pan y al vino vino- es sobre todo una necesidad prctica, recuerda Lzaro: "... la finalidad de toda lengua es la de servir de instrumento de comunicacin dentro del grupo humano que la habla, constituyendo as el ms elemental y a la vez imprescindible factor de cohesin social: el de entenderse".aunque con un humor ms templado que el del hidalgo manchego, Lzaro Carreter emprende en cada captulo de esta su segunda salida una contienda desigual contra los jayanes y yangeses que maltratan la lengua, que suelen reclutarse sobre todo en los mbitos de la poltica, de la publicidad y de la informacin y la charlatanera deportivas. El dolor por las agresiones y el odo para percibir las ms absurdas muletillas verbales se equilibran siempre a lo largo del libro con una vena satrica y una mirada entretenida y escptica que ms de una vez convierten en episodios cmicos lo que de otro modo seran reprimendas speras o lamentaciones sin consuelo. Lzaro Carreter disfruta de lo que en trminos musicales se llama odo absoluto: no hay matiz del idioma que se le escape ni disonancia que no advierta, y lo encrespan no ya los errores sintcticos o los vacuos anglicismos, sino los romos lugares comunes que se repiten a diario, aquello de "el tema" o las "bien merecidas vacaciones" o "la espiral de la violencia", o la "catstrofe humanitaria", o "el da despus"; pero tambin se le nota mucho la felicidad malvola que le produce el hallazgo de ciertas perlas de pura insensatez que saltando ms all del error se elevan a las estratosferas del puro disparate. Me imagino la sonrisa complacida que se dibujar en su cara cuando oiga una vez ms decir a un poltico que hace falta que una situacin d un giro de trescientos sesenta grados, o a un locutor que tal candidato ha obtenido en las elecciones una victoria "sin paliativos", lo cual revela inopinadamente su cualidad inversa de catstrofe. Pepitas de oro llama l mismo con deleite goloso tales descubrimientos, que a veces encierran en un solo titular al mismo tiempo un resumen de la ignorancia nacional y la promesa de una historia cmica: "Un podlogo degolla a su empleada porque quera despedirse"; "el pueblo entero pas por la Casa de la Cultura para recitar los versos de Platero y yo". Y continuamente juega, medio en broma, medio en serio, con las resonancias abiertas o implcitas a nuestra literatura clsica: el rastro de Cervantes es el ms visible, pero de vez en cuando uno puede encontrar agudezas verbales que estn entre el culteranismo y la greguera: si para Gngora una cueva es un "formidable bostezo de la roca", el islote de Perejil resulta ser para Lzaro un "modesto eructo del mar".Y es que Lzaro Carreter pertenece a esa estirpe de escritores que teniendo toda la literatura en la memoria al mismo tiempo escuchan fascinados en los vicios del lenguaje la gran comedia de la tontera y la fragilidad humanas. Don Quijote siempre percibe agudamente y corrige, no sin impertinencia, los idiotismos de quienes hablan con l. Marcel Proust se deleita en registrar, con un odo que fue tan certero para las palabras como para la msica, las muletillas pomposas del habla diplomtica de M. de Norpois, que est hablando siempre del "Quai d'Orsay" y del "Gabinete de St. James", igual que aqu se habla de la "capital del Turia" o del "Gobierno galo". Galds y Clarn retratan el quiero y no puedo y la santurronera de los burgueses de la Restauracin a travs de un catlogo prodigioso de errores pedantes o brutales, de frases hechas y de giros rutinarios que nos permiten reconocer tan exactamente a un personaje como si oyramos su voz: a doa Lupe la de los Pavos, en Fortunata y Jacinta, una de las cosas que ms le gustan en la vida es decir "en toda la extensin de la palabra", y el ascenso social del usurero Torquemada queda relatado mediante el registro de sus cambios de vocabulario.servacin social se trasluce en cada pgina de El dardo en la palabra. Si a Don Quijote, cuando se echa al campo, "el gozo le reventaba por las cinchas del caballo", a Lzaro Carreter le desborda la escritura el gusto de contar, y se le nota mucho que se recrea en la historia de cierto cura salmantino que conoci a Unamuno y que fue a un convento de monjas a investigar no s qu trazas de santidad o de milagro, o en la broma acerca de ese personaje de edad avanzada que casi no duerme, que pasa las noches "de claro en claro" atento a las palabras de la radio, que curiosea los peridicos de papel y los peridicos intangibles del ciberespacio, que en cierto momento queda retratado con un chndal, contenido por su mujer cuando se dispone, animosa e insensatamente, a apuntarse a un curso de atletismo, o que enumera melanclicamente algunas de las tareas comunes a los caballeros de sus mismos aos: "Jugar a la petanca, recordar la Guerra Civil, mirar a las muchachas en flor o en fruto con vagos recuerdos".No hay gran articulismo sin la invencin de un personaje implcito -el paleto desganado de Pla, el cosmopolita sin posibles de Camba, el dandi algo lumpen de Francisco Umbral en los aos setenta- y en este segundo volumen de sus crnicas Fernando Lzaro Carreter ha terminado de dibujar el suyo. Uno admira su erudicin rigurosa y su apasionada defensa de la claridad y de la inteligencia, pero sobre todo agradece el raro privilegio de abrir cualquier maana el peridico y leer un artculo que empieza con las siguientes palabras: "Es casi seguro que, en la plaza, el torero y el toro enfocan la corrida de modo distinto".