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LA SANTA QUE CARGA A MYANMAR SOBRE SUS HOMBROS POR TÉMORIS GRECKO AUNG SAN SUU KYI, Premio Nobel de la Paz en 1991, continúa la lucha por democratizar a su país, lo que la llevó a ser prisionera del régimen militar durante quince años. Myanmar vive una situación incierta y con- tradictoria: mientras el nuevo presidente da señales de apertura política y la economía experimenta un nuevo impulso, los soldados del ex dictador podrían dar un gol- pe de Estado y disolver las instituciones. FOTO: GETTY IMAGES 190 MAY 12

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LA SANTA QUE CARGA AunG SAn Suu KyI , Premio nobel de la Paz en POR TÉMORIS GRECKO 1991, continúa la lucha por democratizar a su país, lo que la llevó a ser prisionera del régimen militar durante quince años. Myanmar vive una situación incierta y con- tradictoria: mientras el nuevo presidente da señales de apertura política y la economía experimenta un nuevo impulso, los soldados del ex dictador podrían dar un gol- pe de Estado y disolver las instituciones. 190 may 12

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LA SANTA QUE CARGA A MYANMAR SOBRE SUS HOMBROS

POR TÉMORIS GRECKO

AunG SAn Suu KyI, Premio nobel de la Paz en 1991, continúa la lucha por democratizar a su país, lo que la llevó a ser prisionera del régimen militar durante quince años. Myanmar vive una situación incierta y con-tradictoria: mientras el nuevo presidente da señales de apertura política y la economía experimenta un nuevo impulso, los soldados del ex dictador podrían dar un gol-pe de Estado y disolver las instituciones.

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Yangón, 2 de abril de 2012, 11 de la ma-ñana. Las señales de agotamiento que se advierten en sus ojos y en su postura cor-poral no consiguen atenuar la hermosura de Aung San Suu Kyi. Ataviada con una blusa blanca tradicional, con el cabello sujeto en un chongo con flores y soste-niendo un ramo de rosas rojas en la mano izquierda, la señora de 66 años se dirige a sus seguidores en birmano y a la prensa in-ternacional en un suave inglés de Oxford. El tono de voz calmo y las palabras mesu-radas pero severas demuestran que, al en-frentar una situación en la que el peligro de un golpe de Estado amenaza su amplia victoria electoral y el anhelo de paz y li-bertad para su pueblo, ella sigue siendo la dirigente que opuso serenidad, determi-nación, paciencia y firmeza a la brutalidad de un régimen dictatorial.

Los simpatizantes de amay Suu (madre Suu, una de las formas en que se refieren a ella) la veneran como a una santa. Sus es-peranzas fluyen como ondas de sueños y amor hacia la Dama. Yo nunca había per-cibido tal devoción: no sienten por ella la pasión fervorosa y a veces forzada (no son las ganas de creer, el incontenible deseo de que el líder sea lo que deseamos y pue-da lograr lo que queremos) que he visto en actos masivos en varios países.

En Birmania (llamada oficialmente Myanmar), la relación entre daw (señora o tía) Suu y la gente es auténticamente fa-miliar, la de quienes se conocen a profun-didad, se aman y se respetan con base en vínculos inmateriales que conectan cora-zones. A pesar de ello, también son dados a imaginar que Suu Kyi puede poner este país en pie y mejorar las vidas de todos en

poco tiempo. No parecen ser conscientes de la complejidad del proceso político en marcha, de las limitaciones impuestas por el régimen al poder que ella está recibien-do del pueblo, ni de las dimensiones de los problemas económicos.

Ni conocen los graves riesgos del mo-mento. Aung San Suu Kyi y su Liga Na-cional por la Democracia (lnd) también vencieron en las últimas elecciones demo-cráticas, que tuvieron lugar hace 22 años, en 1990. En aquel momento, indignados por su derrota, el general Than Shwe (pre-sidente de facto) y sus camaradas descono-cieron el resultado, encarcelaron a Suu Kyi y a todos los diputados electos que pudie-ron encontrar (otros escaparon al exilio), y torturaron, mataron o desaparecieron a miles de personas.

En marzo de 2011, Than Shwe entregó el poder a su elegido, el ahora presidente Thein Sein. Algunos aseguran que Than Shwe sigue operando en la oscuridad y que su odio hacia Suu Kyi no ha decrecido. En el gobierno hay quienes pugnan por rechazar la victoria de la lnd en las elec-ciones recientes y, ya que se dejaron ver en las campañas, perseguir a todos los oposi-tores. Si Thein Sein se niega a hacer lo an-terior, los soldados de Than Shwe podrían disolver las instituciones y restaurar la dictadura militar.

Suu Kyi sí lo sabe. Por eso su voz es tran-quila y severa a la vez. Lleva el timón en aguas peligrosas. Y no quiere perder la oportunidad de, finalmente, construir una Birmania próspera y democrática. A cientos de kilómetros de ahí, en el norte-ño pueblo Hsipaw, una bella mujer de 94 años de edad (una de las pocas personas que conoció los tiempos previos a la dicta-dura, y los anteriores a la independencia, y los días de la Guerra Mundial), la prin-cesa shan Sao Myo Cit, piensa en daw Suu y convierte en palabras su deseo, con gran ilusión, a pesar de que quizá no podrá vi-vir para verlo: “Ojalá que Suu Kyi logre salvar a Myanmar”.

El Rey del Sol

En la capital birmana, Nay Pyi Daw, 4 de abril de 2012. ¿Birmania o Myanmar? Me pareció que éste es un debate más encen-dido entre los extranjeros que entre los di-rectamente involucrados. Antes de llegar

al país, yo me inclinaba por Birmania, ya que cambiar ese nombre por el de Myan-mar fue una decisión tomada por los ge-nerales sin consultar a nadie, en 1989. ¿Su argumento? Birmania hace referencia a la etnia mayoritaria (68 por ciento de la po-blación) y dominante en el territorio, los bamar, por lo que excluye a los restantes 134 grupos étnicos. Para integrarlos sim-bólicamente, impusieron Unión de Myan-mar… sin que importara que Myanmar sea el nombre de un antiguo reino bamar que tampoco representa a las demás etnias.

“Birmania o Myanmar, da igual”, me dijo Patricia Pun, “porque se refieren al mismo país”. Pat es una encantadora ga-lerista de arte de Yangón (antes Rangún), la ciudad que fue el centro político del país hasta el 6 de noviembre de 2005. En-tonces, el régimen sorprendió a todos al anunciar que había construido toda una nueva capital en secreto, Nay Pyi Daw (se pronuncia neibidó). La decisión de buscar un sitio más defendible para despachar, tierra adentro, se tomó a raíz de que una adivinadora le profetizó a Than Shwe una futura invasión extranjera por mar, y Yan-gón está en la costa.

El desmesurado apetito de poder del ge-neral se reflejó en la gigantesca urbe que mandó levantar. Su extensión es de poco más de siete mil kilómetros cuadrados, casi cinco veces la del Distrito Federal en México (1485 kms2). Su población, sin em-bargo, es de apenas 900 mil habitantes: las crónicas narran un alucinante éxodo for-zado, en el que cientos de miles de buró-cratas fueron informados de la noche a la mañana que ahora vivían 320 kilómetros al norte de Yangón, y miles de camiones del ejército transportaron los archivos, escritorios y sillas de los ministerios a sus nuevas sedes.

Los generales planearon para el futuro, imaginando que millones de birmanos se trasladarían con entusiasmo a habitar esta súbita megalópolis. El trazo urbano es im-presionante: por lo que alguna vez fueron arrozales se extiende ahora un inmenso entramado de avenidas de ocho carriles… casi vacías. Las motocicletas circulan por tales anchuras a su aire, con posibilidades estadísticamente ínfimas de estrellarse contra alguien más. Algún día, pensaron los altos oficiales, los vecinos de Nay Pyi Daw agradecerán que hayamos pensado en hacerle sitio al pesado tráfico que, se-guramente, veremos en nuestra magnífi-ca, nueva megalópolis.

Pensando así, resolvieron que la ciu-dad no crecería a partir de un núcleo en expansión. Distribuyeron grupos de in-muebles por todo el espacio urbanizado: aquí pusieron los hoteles; allá, un parque y unas pagodas; en aquel extremo, centros de compras; por allí, unidades residencia-les; edificios del gobierno acá y aquí, sepa-rados por dos, tres o cuatro kilómetros de vacío, de boulevares bien dotados de ace-ras, alumbrado y camellones con árboles que en veinte años serán altos y frondosos. Un matemático pasaría un buen rato cal-culando los kilómetros que las personas recorren cada día para desplazarse entre el hogar, la escuela, el trabajo, las oficinas públicas, el mercado, etcétera.

“Than Shwe quiere ser rey del sol”, me dijo el motociclista que me llevó durante tres horas a su espalda recorriendo Nay Pyi Daw. “Mira lo que significa el nombre de esta ciudad, Ciudad Real del Sol. ¡Se cree divino!”.

La dictadura tomó innumerables deci-siones absurdas. Para señalar su autonomía respecto a los acuerdos internacionales, estableció un huso horario de media hora

En El gobiERno biRmano hay quiEnES pugnan poR REchazaR la victoRia dE la liga nacional poR la dEmocRacia y pERSEguiR a todoS loS opoSitoRES.

Durante un mitin en mandalay, un monje

sostienen un cartel que muestra la imagen de a

aung San Suu Kyi con Hillary Clinton.

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(en lugar de que esté doce horas delante de Ciudad de México, por ejemplo, lo está 12 horas y 30 minutos) que dificulta coordinar las actividades económicas con las de sus vecinos (India, China, Tailandia).

Más desconcertante es el hecho de que, con el fin de distanciarse de su antigua po-tencia colonial, Gran Bretaña, el gobierno ordenó cambiar el sistema de tráfico: antes se circulaba por la izquierda y ahora por la derecha (como en América Latina), pero todos los coches siguen teniendo el volante del lado derecho, como en Inglaterra. Los birmanos no conducen con tanto descuido como otros pueblos de la zona, pero es nor-mal que uno se estremezca un poco cuan-do, al rebasar, el pasajero se entera antes que el conductor de que se les viene encima un camión a toda velocidad.

Como tantos regímenes autoritarios, el de Myanmar sostuvo durante décadas un tipo de cambio ficticio, lo que creó un mer-cado informal de cambio. Sin embargo, no recuerdo un país donde la disparidad entre la tasa oficial fija y la real haya sido tan ri-dículamente grande: si uno llevaba sus dó-lares al banco, le daban seis kyats y medio por cada uno; si se los entregaba al cambis-ta clandestino, recibía 820 kyats por dólar: 126 veces más.

Visto lo anterior, no sorprende que la dictadura militar haya logrado destrozar la economía nacional y convertir al país, que en los años 30 era el segundo más rico del Sudeste de Asia, en el más pobre de la región. Los birmanos han visto el despegue de naciones de la región como Singapur, con un Producto Interno Bruto por habi-tante de 50 mil 700 dólares anuales, Malasia, con 15 mil 300, e incluso Vietnam, con tres mil 300, mientras que el de Myanmar es de 700 dólares (y sólo el capricho de construir Nay Pyi Daw costó cuatro mil millones de dólares).

Esos ejemplos ilustran no sólo la torpeza, sino también la ar-bitrariedad con la que ha actuado el régimen. Éste es un pueblo muy amable y sonriente, de personas abiertas y hospitalarias, y cuesta trabajo imaginar cómo de entre ellas surgió un ejército ca-paz de tratar a su gente de manera tan brutal y sanguinaria. Por años, la Organización Internacional del Trabajo (oit, una entidad de la onu) ha denunciado que los soldados suelen secuestrar ciu-dadanos, incluso a la población de aldeas enteras, para obligarlos a construir carreteras, puentes o instalaciones militares. Esto, que es considerado mano de obra esclava, incluye a niños menores de 12 años y a mujeres que —además— son agredidas sexualmente. Aunque el gobierno de Thein Sein asegura que ha puesto fin a esta práctica, la oit ha recibido noticias de que sigue en algunas regio-nes y pide acceso para verificar lo que ocurre.

Organismos de derechos humanos como Human Rights Watch informan de crímenes contra la población civil, cometidos por el ejército en sus ofensivas contra guerrillas de grupos étnicos, como los karen, los kachin y otros. Los militares impiden a periodistas, investigadores y extranjeros en general acercarse a los sitios don-de se producen estos hechos.

Les resulta más difìcil esconder sus actos cuando ocurren en las ciudades y en zonas no tan alejadas, obviamente. Hay numerosos momentos trágicos en la historia reciente de Birmania, cuando los militares han ahogado en sangre las protestas populares. Las ma-nifestaciones de 1988 se saldaron con alrededor de tres mil asesi-nados, y las de 2007, con varios cientos. Miles cayeron en prisión y muchos otros huyeron del país.Como ejemplo final de negligencia, torpeza e insensibilidad está el ciclón Nargis, que arrasó el sur del país en 2008 y dejó a mi-llones sin techo, en regiones inundadas donde las enfermedades proliferaron, y padeciendo hambre. A pesar de que quedó total-mente rebasado y sus esfuerzos se hundieron en la ineficiencia,

el gobierno rechazó la ayuda ofrecida por otros países e impidió el ingreso de gru-pos extranjeros especializados en rescate y asistencia humanitaria. Murieron 200 mil personas.

la dama del lago inyeMandalay, 6 de abril de 2012. Aung San mira a los visitantes desde muros, camise-tas y billeteras en toda Birmania: su retra-to en blanco y negro —el de un joven con abrigo y gorra de oficial— es omnipresen-te, pues como jefe de un movimiento ar-mado antibritánico y luego negociador de la independencia, es considerado el padre de la nación.

Fue asesinado en 1947, cuando su hija Aung San Suu Kyi tenía apenas dos años de edad. Eso invistió a la Dama, desde su niñez, con un aura heroica. El fantásti-co comediante birmano Par Par Lay, del grupo de Mandalay The Moustache Bro-thers, me muestra una fotografía en la que aparece él a sus 21 años, al lado de daw Suu Kyi. “Yo no lo podía creer”, confiesa con sus pocas palabras en inglés. “Ella sólo te-nía 23 años pero era una celebridad nacio-nal. Era y sigue siendo bellísima”.

Dos décadas después, cuando Suu Kyi regresó de Oxford, donde vivía, para cui-dar a su madre enferma en su casa de Yan-gón, encontró al país en llamas: era 1988, los estudiantes estaban en las calles pro-testando contra el régimen, y los líderes opositores le pidieron a la Dama que se pusiera al frente del movimiento. “Como hija de mi padre, no podría permanecer indiferente ante lo que está pasando”, respondió ella, entonces de 43 años. To-mando inspiración en los ejemplos de Mohandas Gandhi y Nelson Mandela, lanzó lo que llamó la “segunda lucha por la independencia”.

Para calmar las cosas, los militares ofrecieron elecciones para integrar un Parlamento que redactaría una nueva Constitución. Prohibieron, sin embargo, la realización de protestas y la difusión de propaganda. La líder desafió las limitacio-nes e hizo campaña por el país al frente de la lnd, a menudo bajo presión de guardias armados. En una ocasión, se encontraron con soldados que les apuntaban y pare-cían dispuestos a disparar. Tras pedir que sus compañeros se alejaran, la Dama ca-minó hacia el oficial al mando, mirándolo

fijamente. Él retiró sus tropas. “Parecía más sencillo ofrecerle un solo blanco que ponerle a todos enfrente”, explicaría más tarde Suu Kyi.

Los generales decidieron someterla a arresto domiciliario y también encarce-laron a dirigentes de la Liga. Pese a ello, la lnd ganó las elecciones de mayo de 1990 con 82 por ciento de los votos y 392 dipu-tados (frente a sólo diez del oficialismo), que nunca llegaron a sesionar. En lugar de abrirles las puertas del Congreso, el régimen los metió en prisión. Le resul-tó fácil porque, al creer las promesas del gobierno de que respetaría la libre par-ticipación política, miles de birmanos habían revelado su militancia o sus sim-patías opositoras.

Ese primer encierro de Suu Kyi duró hasta julio de 1995. En una entrevista con Asia tv tras su liberación, describió su ru-tina diaria en soledad: “Me levantaba a las 4:30 de la mañana. Meditaba durante una hora. Entonces escuchaba la radio: el ser-vicio internacional de la bbc, los noticieros en birmano de Voice of America y, cuando podía, la Voz Democrática de Birmania,

la dictaduRa militaR logRó

dEStRozaR la Economía

nacional y convERtiR al

paíS, quE En loS añoS 30 ERa El

SEgundo máS Rico dEl SudEStE

dE aSia, En El máS pobRE dE

la REgión.

Por primera vez en la his-toria del país, vendedores

ofrecen mercancía de aung San Suu Kyi y su partido sin

ser molestados, a lo largo de las calles de yangón.

El presidente sa-liente de myanmar,

Than Shwe, durante un desfile militar.

abajo: Thein Sein, el elegido de Shwe co-mo presidente des-

de marzo pasado.

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pero no siempre se oye bien. Luego me bañaba, desayunaba, y di-vidía el resto de la jornada en periodos dedicados a leer, caminar por la casa y escuchar música”. Nadie podía contactar con ella.

De hecho, fue gracias a la radio como se enteró que había gana-do el Premio Nobel de la Paz en 1991.

Le dio más detalles a la revista Vanity Fair: “A veces no tenía qué comer. Me puse tan débil por la desnutrición que se me caía el cabello y no me podía levantar de la cama. Tenía miedo de que se me hubiera dañado el corazón. De 46 kilos, bajé a 39. Pensé que no moriría de hambre, sino de una falla cardiaca. Se me dañaron los ojos y desarrollé espondilitis, una enfermedad reumática de la columna vertebral. Pero ellos nunca estuvieron a mi altura”.

“Usted ha estado físicamente a merced de las autoridades, pero ¿la han capturado alguna vez, emocional o mentalmente?”, le pre-guntó en otro momento el budista estadounidense Alan Clements. “No, y creo que es porque nunca aprendí a odiarlos”, repondió la Dama. “Si lo hubiera hecho, estaría a su merced. Si odiara a mis captores, me habría derrotado a mí misma”.

No perdió la serenidad ni el sentido del humor. Cuando Cle-ments le preguntó si su teléfono estaba intervenido, ella dijo: “Se-guramente. Si no es así, me quejaré con el general y le diré: tu gente está haciendo su trabajo muy mal”.

En 2008, el ciclón Nargis se llevó el techo de su casa, ubicada junto al lago Inye, en el norte de Yangón. La Dama siguió detenida allí, sin agua ni electricidad, alumbrándose con velas.

Incluso en las ocasiones en que le permitieron salir, vivía con graves limitaciones: tenía prohibido abandonar Yangón y reunir-se con gente de la lnd, así como ver a su familia. Entre 1990 y su más reciente liberación, el 13 de noviembre de 2010, pasó un total de 15 años presa en cuatro periodos de detención, que en un par de ocasiones involucraron temporadas en calabozos de una cárcel de la época colonial.

Suu Kyi estudió en la Universidad de Oxford, en Gran Bretaña, donde después se convirtió en profesora. Ahí conoció a quien se-ría su esposo, Michael Aris, con quien tuvo dos hijos. Su viaje de 1988 para cuidar a su madre en Yangón debía ser una separación temporal, pero se convertiría en definitiva.

Las autoridades les negaron visados de entrada al país a sus hi-jos (que sólo volvieron a verla en 2011) y a Michael, quien en 1998 fue diagnosticado con cáncer de próstata. El régimen le ofreció a Suu Kyi un boleto para ir a verlo a Londres: ella sabía que era sólo de ida, que no le permitirían regresar, y se quedó en casa. Cuando su marido murió, los generales insistieron en que fuera al funeral, pero la Dama se negó. Michael no se sintió engañado: “Antes de la boda le prometí que nunca me interpondría entre ella y su país”, declaró a la prensa británica.

La dictadura no sabía qué hacer con una mujer tan frágil y fuer-te. En julio de 1988, trató de salir de Yangón para reunirse con sus compañeros. Los soldados le impidieron pasar y ella improvisó un campamento junto a su coche, donde pasó seis días, hasta que la llevaron a rastras a su casa. Un mes más tarde hizo un nuevo in-tento, después otro y en septiembre de 2000, le volvieron a impo-ner arresto domiciliario.Nunca se consideró víctima, sin embargo. “No me gusta utilizar la palabra sacrificio”, le dijo al diario El Mundo. “La vida es una serie de elecciones y yo he elegido implicarme en el movimiento. Nadie me ha forzado. Gran parte de nuestro pueblo ha sufrido durante esta lucha y puedo decir que muchísima gente ha sufrido más que yo”.

El hijo del general

Yangón, 2 de abril de 2012, 4 de la tarde. “Nos consideraban un caso perdido”, me dice Kyi Lwin, asesor político del presidente Thein Sein, mientras tomamos café en el barrio chino. “Nadie en

Occidente apostaba por Myanmar. Y mí-ralos ahora, amontonándose en los hoteles para sacar provecho de nuestra apertura”. Las infraestructuras están envejecidas, cuando existen, y eso ofrece a las compa-ñías extranjeras la rara oportunidad de en-trar en un país donde todo está por hacer.

Es cierto que no parecía haber señales de cambio en Birmania. Aunque Estados Unidos, la Unión Europea, Japón, Austra-lia y otros países le impusieron pesadas sanciones económicas para forzar al ré-gimen a retirarse, China y sus empresas estatales entraron a llenar los vacíos y los bolsillos de los generales. Los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiá-tico (ansea) admitieron a Myanmar como miembro y se rehusaron a condenar las violaciones de derechos humanos.

En 2010, el dictador Than Shwe anun-ció que se reestablecería la democracia, designó candidato presidencial a uno de sus oficiales subordinados, Thein Sein, y convocó a comicios generales, que se cele-braron en noviembre de ese año. Fue una farsa en la que daw Suu Kyi (presa en su casa) y la lnd se negaron a participar.

Thein Sein tomó posesión como jefe del ejecutivo birmano en marzo de 2011. En-contró el panorama internacional enra-recido por un fenómeno inesperado, con potencial de provocar un efecto de imita-ción en muchos países: las insurrecciones de la Primavera Árabe. Los mandatarios de Túnez y de Egipto habían caído ya. Muamar Gadafi y Hafez el Asad enfrenta-ban rebeliones en Libia y Siria. Los movi-mientos de “indignados” se extendían por el mundo. En Marruecos, Bahrein, Irán, Uganda, Palestina, China y otras nacio-nes, los gobiernos tomaban medidas para detener impulsos de rebeldía.

¿Qué pasó en Birmania? ¿Tuvieron mie-do los generales? Conscientes de que en 2012 se cumplirían 50 años de dictadura, acaso se preguntaron cuánto tiempo más

podrían aguantar? ¿Decidieron operar ellos mismos una transición política que les permitiera liberalizar el país sin perder sus fortunas ni tener que responder por sus crímenes? ¿Negociaron con el presidente estadounidense Barack Obama la apertura a cambio del levantamiento de las sancio-nes económicas, y de inmunidad judicial?

Kyi Lwin responde con risas cuando planteo estas hipótesis. Duda un poco an-tes de ofrecerme una explicación. “Sí, vi-nieron enviados de Obama”, admitió, “es público. Pero fueron muchas cosas. En primer lugar, debes reconocer la voluntad de reforma del presidente Thein Sein, su amor por el país y por el pueblo. También importa que hay una nueva generación de cuadros medios, de la que yo formo parte, que fuimos educados en buenas universi-dades de Asia y Occidente”. Su padre era hijo de campesinos e hizo carrera militar, hasta entrar en la cúpula del ejército. Mi in-terlocutor, de 44 años, estudió en Oxford.

“Nos damos cuenta de que tenemos mu-cho más que ganar con la apertura”, sigue. “Energía, telecomunicaciones, turismo: hay muchos sectores de la economía que el país necesita desarrollar, y esto signifi-ca oportunidades de negocios para todos. Pero hace falta capital para invertir”.

El gobierno ha sorprendido por el al-cance de las reformas que ha introducido en un año. Nuevas reglas facilitan que ex-tranjeros puedan comprar propiedades o establecer empresas en Myanmar y, desde el 1 de abril, el tipo de cambio de la moneda está en libre flotación. Alrededor de 600 presos políticos salieron de las cárceles y se permitió la circulación de periódicos opositores. Legisladores oficialistas fue-ron invitados a incorporarse al gabinete y, con esto, quedaron vacíos escaños en el Parlamento. Para ocuparlos, se convocó a elecciones parciales. Y el presidente en persona quiso hablar con Aung San Suu Kyi para convencerla de participar.

Era un movimiento clave: la Dama es la ciudadana de Birmania más famosa del mundo, un símbolo de la lucha democrá-tica, ganadora del Premio Nobel de la Paz 1991. Si Thein Sein quería que su voluntad de transformación fuera creíble, necesita-ba el aval tácito de Suu Kyi, que ella acep-tara presentarse como candidata y que, tras los comicios, se declarara conforme.

Como menciona Kyi Lwin, los hoteles de cuatro y cinco estrellas están repletos: no hay habitaciones disponibles hasta agosto, pues empresarios y ejecutivos de una docena de países las han reservado todas, en espera del pistoletazo de salida para los inversionistas, que será el levan-tamiento de las sanciones económicas.

Como siguen vigentes, algunos se en-cuentran en desventaja: europeos, esta-dounidenses, australianos y canadienses están legalmente impedidos de hacer ne-gocios con Myanmar y por ello presionan a sus gobiernos (que están de acuerdo en eliminar los castigos, pero no pueden em-pezar si las elecciones no demuestran que la democracia efectivamente ha llegado). Mientras tanto, China, Singapur, Malasia, Taiwán, Tailandia y Hong Kong, además de los enriquecidos hombres del régimen, ya aprovechan las oportunidades.

Hay prisa en Washington, Londres y otras capitales. El 27 de marzo, la agencia Reuters difundió un análisis cuyo primer párrafo dice: “Los países occidentales realmente quieren que las elecciones par-ciales del domingo se desarrollen en cal-ma —y que la líder opositora Aung San Suu Kyi obtenga un escaño en el Parlamento—, para poder empezar a levantar las sancio-nes y dejar que sus compañías inviertan en la antes aislada nación”.

Esto, a pesar de que la fracción de poder que el régimen puso en juego es mínima. Podría ahorrarse las elecciones y simple-mente regalarle los puestos a los opositores, sin que esto afectara su control político: el objeto de los comicios sólo es ocupar 37 de las 440 diputaciones y seis de las 264 sena-durías, más dos lugares en asambleas re-gionales. El ejército se reserva el derecho de designar a 25 por ciento de los miembros de cada cámara, y el Partido de Solidaridad y Desarrollo de la Unión (psdu), formado por militares en retiro del gobierno, que prácticamente no tuvo competencia en las elecciones de 2010, ocupa todos los puestos sobrantes. Asociaciones de presos políticos aseguran que aún hay más de mil personas

El gobiERno dE thEin SEin ha SoRpREndido poR El alcancE dE laS REfoRmaS quE ha intRoducido En un año. alREdEdoR dE 600 pRESoS políticoS SaliERon dE laS cáRcElES y SE pERmitió la ciRculación dE pERiódicoS opoSitoRES.

Integrantes de la Coalición de Hong Kong para la liberación de Birmania portaban máscaras de aung San Suu Kyi, la líder opositora, durante una protesta en 2009 para forzar su liberación y la de otros presos políticos.

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injustamente encarceladas, y los pocos me-dios independientes describen su margen de acción como de “75 por ciento de liber-tad, 25 por ciento de censura”, dijo uno de ellos a Al Jazeera.

“Ahora queremos que ella [Suu Kyi] acepte su propia victoria y que reconozca que el proceso electoral fue libre y justo”, me dice Kyi Lwin.

El momento es peligroso. Ayer, 1 de abril, por la tarde, tras el cierre de las ur-nas, la lnd anunció una victoria arrollado-ra. Aung San Suu Kyi obtuvo 85 por ciento de los votos en su circunscripción y, en to-tal, los candidatos de la Liga ganaron en 43 de los 44 distritos en los que compitieron. Donde perdieron, venció uno de sus alia-dos, perteneciente a un partido de la etnia Karen. El gobernante psdu se quedó con un solo diputado, en un lugar donde el as-pirante de la lnd fue descalificado porque su madre es extranjera.

Así fue que la Liga alzó el puño y todos los demás callaron. La comisión electoral no ofrece cifras propias, ni dice cuándo las daría o cómo se realizan los conteos. El psdu no ha salido a desmentir a sus rivales o a proclamar triunfos propios. El gobierno ha pedido calma y esperar a los resultados oficiales. Hoy lunes, en las páginas de Light of Myanmar, el periódico en inglés del régi-men, no hay mención alguna a las eleccio-nes, es como si no hubieran ocurrido.

“Las dimensiones del triunfo de la lnd provocaron una enorme sorpresa en el

gobierno”, acepta Kyi Lwin. Le pregunto si son ciertos los rumores de que hay un sec-tor del ejército que pide repetir la jugada de 1990, desconocer el resultado electoral y perseguir a los opositores. “Hay un deba-te áspero, pero limitado a problemas téc-nicos”, asegura. “El presidente Thein Sein no permitiría jamás una vuelta al pasado, está comprometido con la democracia”.

¿Y si Than Shwe lanza un golpe de Es-tado contra Thein Sein, como se rumora? “Eso no sucederá. Pero si ocurriera, se en-frentarían con toda Myanmar: no sería sólo contra la lnd y daw Suu Kyi, sería con-tra el pueblo birmano”.

la princesa Shan

Hsipaw, 7 de abril de 2012. El héroe Aung San peleaba contra los británicos en las densas selvas birmanas cuando el padre de Sao Myo Cit evacuaba a su familia de este hermoso pueblo, enclavado en las monta-ñas del estado de Shan. Los shan son una de las principales minorías étnicas y alguna vez tuvieron reyes. Sao es considerada una princesa. Bella princesa shan de 94 años, que sigue dando clases de inglés, como durante toda su vida, siete horas diarias. Y me recibe en su casa, una construcción de madera, elevada sobre delgados pilo-tes para protegerla de las inundaciones. Y muy resistente. Mi encantadora anfitriona levanta un tapete para mostrarme un hoyo en el piso: “Aquí cayó una bomba que arro-jaron los japoneses”, me dice sonriente. “Nunca estalló. Y ahí sigue, enterrada”.

Sao Myo Cit y su familia no estaban ahí. Habían escapado a un pueblo más seguro. “Cuando la armada japonesa atacó Pearl Harbor, los ingleses [que entonces domi-naban Birmania] entraron en pánico y abandonaron el país. De un día para otro se fueron los soldados, los policías y los fun-cionarios de la administración pública”. Lo mismo hicieron en otras de sus colonias, como Singapur, que así entregaron a los invasores, junto con toda su población.

Llegué a ella gracias a un antiguo alum-no suyo, Ko Zaw Tun, conocido como Mr Book, porque tiene la librería de Hsipaw: un pequeño puesto de madera que más bien parece un local de la lnd, repleto de carteles, banderas y fotos de Suu Kyi. “Cuando las puse, en noviembre, empe-zaba la campaña electoral”, me contó. “Vinieron a verme los agentes de siempre, a amenazarme con un interrogatorio y

cárcel. Yo les dije que ahora estaba per-mitido, y que regresaran después de las elecciones del 1 de abril, que verían que nuestro país cambió. ¡Y no han vuelto!”, celebró con alegría contagiosa.

El ejemplo fue imitado por los vecinos de Hsipaw. Como en Mandalay y Yangón, e incluso Nay Pyi Daw. La nueva capital era vista como el bastión del psdu, el baluarte erigido por Than Shwe, pero la lnd venció en sus cuatro distritos. Como en todo el país, la parafernalia de la Liga y los pósters con el retrato de la Dama y el de su padre Aung San, se han convertido en mercancía ubicua en los puestos callejeros.

Aunque Sao Myo Cit se ve fuerte, está consciente de que “95 años no son una broma” (los cumplirá en diciembre). Quie-re ver un cambio en su país, el mismo que

esperó durante medio siglo de dictadura militar. Sabe que no llegará pronto: “Suu Kyi tendrá poco poder real. Deberá apo-yarse en su prestigio y en la legitimidad que le da una victoria tan grande”.

Conversamos sobre la amenaza de gol-pe de Estado, el reconocimiento que el presidente Thein Sei hizo del éxito y la validez de las elecciones, tardío y lejano (demoró 48 horas en hacerlo, hasta la tar-de del 3 de abril, en una cumbre de jefes de Estado en Camboya, como respuesta a la pregunta de un periodista), y las presio-nes internacionales para evitar un levan-tamiento del ejército. “Parece que lo peor pasó, por ahora”, dice con cierto alivio.

La princesa revisa en mi laptop las fo-tos que hice de daw Suu el 2 de abril. Se-ñala los signos del cansancio que la líder

acumuló en este periodo de tensiones. Cuando tengan lugar los comicios gene-rales, en 2015, daw Suu cumplirá 70 años. Si el proceso democrático sigue adelante y su salud no ha empeorado, quizá deberá encargarse de dirigir Myanmar.

“No es tanto nuestro triunfo como el triunfo del pueblo, que ha decidido que debe estar involucrado en el proceso po-lítico de este país”, nos había dicho a los periodistas Aung San Suu Kyi. “Espera-mos que éste sea sólo el principio de una nueva era”.

“Ojalá”, musita Sao Myo Cit. Sus ma-nos suaves y arrugadas toman las mías. Se asoma a mis ojos en busca de mis senti-mientos. Y sonríe, pensando en lo que tal vez no alcanzará a ver: “Ojalá que Suu Kyi logre salvar a Myanmar”.

En laS páginaS dE light of myanmar, El pERiódico En ingléS dEl RégimEn biRmano, no hay mEnción alguna a laS ElEccionES, ES como Si no hubiERan ocuRRido.

Las marchas y protes-tas para instaurar la paz y la democracia

en myanmar incluye-ron a monjes y toda

clase de ciudadanos.

F O T O S : A F P Y r E U T E r S

Las protestas en yangón contra el gobierno han sido continuas y masivas por parte de la oposición.

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