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FOTO: AFP 202 — SEP Por Témoris Grecko en Gaza PALESTINA QUEDÓ DEVASTADA TRAS LOS RECIENTES ATAQUES ISRAELÍES, PERO SUS HABITANTES AÚN CONSERVAN LA ESPERANZA. ESTAS SON HISTORIAS DE SUPERVIVENCIA EN MEDIO DE UNA GUERRA EN LA QUE LAS LEYES INTERNACIONALES PARECEN NO EXISTIR PARA NINGUNO DE LOS BANDOS. RECONSTRUIR LO QUE NOS QUEDA ES

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Reportaje de Témoris Grecko sobre la guerra de Gaza de 2014

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Por Témoris Grecko en Gaza

PALESTINA QUEDÓ DEVASTADA TRAS LOS RECIENTES

ATAQUES ISRAELÍES, PERO SUS HABITANTES AÚN

CONSERVAN LA ESPERANZA. ESTAS SON HISTORIAS DE

SUPERVIVENCIA EN MEDIO DE UNA GUERRA EN LA QUE

LAS LEYES INTERNACIONALES PARECEN NO EXISTIR

PARA NINGUNO DE LOS BANDOS.

RECONSTRUIRLO QUE NOS QUEDA ES

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LLos gritos retumban por el hospital. Es el caos: heridos graves arribando por dece-nas, médicos y camas sobrepasados, ni-ños y viejos llorando, guardias incapaces de contener las oleadas de familiares que llegan a buscar a los suyos, conductores de ambulancias insultándose porque cada cual piensa que su víctima tiene ma-yor urgencia… pero esos gritos resuenan sobre el escándalo con tal predominancia que no es difícil encontrar de dónde pro-vienen. Se trata de una mujer joven, con un vestido color café y que ha perdido el jiyab con el que se cubría el cabello. Está forcejeando con cuatro hombres que no logran contenerla, ni ella consigue acer-carse al objetivo: su hijo, de siete años, con el brazo destrozado por uno de los cinco proyectiles con los que el Ejército Israelí bombardeó, a las 5:15 a.m. del 30 de julio, una escuela de la onu en el barrio de Jaba-liya que es utilizada como albergue para desplazados. La madre se lo quiere llevar de ahí, quién sabe a dónde. Los médicos le informaron que tienen que amputar.

Familias enteras masacradas en Gaza, comunidades en pánico apresurándose para llegar a los refugios en Israel, pa-dres llorando a hijos desintegrados por las bombas en Gaza, funerales de solda-dos adolescentes en Israel… entre las si-tuaciones terribles que abundan en una guerra, la de esa madre llorando es una de las más dolorosas, aunque no involu-cre a personas que murieron. Sus alari-dos eran capaces de imponerse frente a la locura del hospital Kemal Aduan por-que era la esperanza misma la que gri-taba, envuelta en la piel morena de una joven palestina. La intransigencia de la realidad fluía, a su vez, por las piernas y los brazos de cuatro hombres que apenas podían contener la fuerza de esa volun-tad profunda, heroica y materna.

Cuando esto ocurrió la operación Margen Protector del Ejército Israelí sobre Gaza estaba entrando en su cuarta semana. Había sido más larga y dañina que las dos anteriores de 2008 y 2012. Tomaba su nombre de la argumentación del gobierno israelí de que era una reac-ción necesaria y legítima para defender-se. Las agresiones iniciales, aseguraba, eran todas de Hamás, el partido-milicia de ideología islamista que mantiene bajo su control a la población de Gaza. Hamás

había secuestrado a tres adolescentes ju-díos y después había atacado las ciuda-des israelíes con cohetes. Y su respuesta, insistía, era proporcional, limitada y hu-manitaria, cuidadosa de no provocar más daño a los civiles que el inevitable.

LA MANIPULACIÓNGil-Ad Shaer, Naftali Frenkel y Eyal Yifrach, tres adolescentes ju-díos, fueron engañados por pales-

tinos que habían robado una camioneta con matrícula de Israel. Uno de los chicos se dio cuenta y al llamar a la policía, fue descubierto. En la grabación telefónica se escucha que Gil-Ad dice “nos secues-traron”, luego uno de los raptores grita, en hebreo, “¡cabezas abajo!”. Siguen dis-paros, una voz suelta un “¡ay!” de dolor y los muchachos no hablan más. Entonces los asesinos empiezan a cantar.

Dos años antes, Hamás había inter-cambiado exitosamente al soldado Gilad Shalit por 1,027 prisioneros palestinos. Su plan era repetir la maniobra, pero la idea se frustró tras la muerte de los mu-chachos, a quienes enterraron en un ba-rranco y huyeron. El vehículo apareció al día siguiente, al norte de la ciudad pales-tina de Hebrón. Huellas de sangre, otras muestras de adn y casquillos de bala per-cutidos confirmaron el desenlace fatal.

Los culpables, Marwan Qawasmeh y Amar Abu Aisha, dos líderes del clan Qawasmeh, se escondieron. La inteli-gencia palestina notó su desaparición e informó a la israelí. Los investigadores encontraron la cañada donde los chicos habían sido enterrados y durante más de dos semanas, docenas de soldados ras-trillaron cada centímetro. Hallaron las tumbas el 30 de junio.

Durante ese tiempo el régimen del primer ministro israelí, Benjamín Ne-tanyahu, engañó a la opinión pública. A lo largo de 18 días, mantuvo la esperanza de hallar con vida a los jóvenes que sabía muertos. Eso incrementó las tensiones y la frustración en la sociedad. Luego acusó a Hamás de haber perpetrado el crimen y con el pretexto de buscar a los muchachos, persiguió y atrapó a entre 350 y 600 de sus militantes por toda Pa-lestina. Esto incluyó a sus líderes en Cis-jordania y a cientos de los excarcelados por el acuerdo de Gilad Shalit.

A lo largo de siete años los principales partidos palestinos, Al Fatah —del presi-dente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás— y Hamás, habían mantenido una enemistad que frecuentemente condujo a enfrentamientos con violencia. Era una fractura que debilitaba a los palestinos y de la que Israel se beneficiaba. Tras un largo esfuerzo para reconciliarse, Ha-más y Al Fatah formaron un gobierno de unidad el 2 de junio pasado. Netanyahu expresó su indignación y acusó a Abás de aliarse a terroristas. Al exigir la ruptura del acuerdo, le venía bien denunciar que Hamás seguía atacando a sus ciudadanos.

Netanyahu sabía, como todos los ob-servadores de la política palestina, que estaba mintiendo: la responsabilidad era de los Qawasmeh, un clan conocido por romper los ceses al fuego entre palestinos e israelíes. Al menos 14 de sus miembros murieron en la segunda Intifada, inclui-dos nueve que cometieron atentados suicidas. El 19 de agosto de 2003, 52 días después de que se había anunciado un cese al fuego para terminar ese conflicto, dos terroristas Qawasmeh se hicieron ex-plotar en un autobús en Jerusalén y mata-ron a 23 israelíes, entre ellos siete niños. El 31 de agosto de 2004, Ahmed Qawas-meh y Nassim Subhi Jabari realizaron un doble ataque suicida en la ciudad israelí de Beerseba y mataron a 16 personas.

Como Netanyahu, los Qawasmeh es-taban inconformes con el gobierno de unidad palestino porque preveían que esto llevaría a Hamás a reconocer el de-recho de Israel a existir. El rapto era una forma de sabotearlo pero se salió de con-trol. Como habían creído que era posible hallar vivos a los secuestrados, israelíes coléricos atacaron a árabes en las calles y algunos de ellos raptaron y quemaron vivo a un joven de 16 años. Contra los cál-culos de Netanyahu, Hamás decidió com-batir la persecución contra sus miembros lanzando cohetes sobre Israel. La res-puesta fue la operación Margen Protec-tor, que empezó el 8 de julio con ataques aéreos y el 17 se amplió con una invasión terrestre. La tercera guerra de Gaza.

TOQUE EN EL TECHOEn el lapso de tiempo que toma despertar, sacar a los pequeños de la cama y salir despavoridos

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sin apenas comprender lo que ocurre, Rimez al Azazmhe se convirtió en una viuda de 27 años con cuatro hijos peque-ños y sin hogar. Pasó de tener una vida normal a ser una refugiada en la escuela de la onu en Jabaliya.

Recuerda que estaba en su casa en el barrio de Beit Lahiya, cercano a la fron-tera con Israel, cuando a las 3:00 a.m. sonó su celular: “Una soldado israelí nos dio cinco minutos para despertar a los niños y salir. Mi esposo gritaba que no lo hicieran, que era todo lo que teníamos, y se encerró en el baño. Yo corrí con mis hijos tan lejos como pude, pero no pude evitar que la fuerza del misil nos derriba-ra en la calle. Él murió adentro”.

En los barrios, pueblos y aldeas de Gaza donde Israel ordenó a la población entera que se marchara, sus aviones arrojaron volantes para informarles. En muchos casos, se advertía de la destruc-ción de una casa o un edificio específico: los operadores telefónicos del ejército llamaban al dueño, al inquilino, al hijo, al primo, al vecino o al de la tienda de la esquina, para avisar sólo unos momentos antes del golpe.

Otro mecanismo de aviso sugiere un acto de cortesía: “toque en el techo”, lo llama el ejército. Lanzan un cohete que barre con todo lo que hay arriba —inclui-da la gente que está allí— y estremece lo que está debajo, derriba estanterías, rom-pe ventanas y golpea tímpanos. Sobre todo, aturde. Los israelíes aseguran que de esa forma los habitantes entienden que su casa está a punto de ser destruida y se marchan velozmente. No es así.

Aunque sean vívidos, los testimonios de estos ataques no consiguen reflejar la angustia y la confusión con tanta claridad como el video sin cortes del periodista finlandés Antti Kuronen, quien escuchó

un “toque en el techo” en un edificio, co-rrió a meterse en él y lo filmó.

Son 2 minutos y 39 segundos de horror de la vida real. Es pleno día. Al principio, en las imágenes aparecen personas ma-yores paralizadas de terror en las esca-leras. Segundo 15: hombres más jóvenes animan a los viejos a moverse. Kuronen entra en un apartamento. El piso está cubierto de fragmentos de yeso, tal vez desprendidos de las paredes por la ex-plosión del “toque”. Unos llantos atraen al periodista hacia una habitación.

Segundo 25: Una niña de alrededor de 11 años está en cuclillas, abraza sus pier-nas y llora. Otra, de unos ocho, está en

En sentido horario, desde la izquier-da: Una madre pa-lestina trata de ver a su hijo herido en el hospital Kemal Aduan. • Abu revisa su casa destroza-da por un misil en Maghazi. • Parien-tes de un herido por un ataque a una escuela. • Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Palestina.

La onu acusó a Israel y a Hamás de cometer

crímenes de guerra. Al primero, por atacar a

civiles. A Hamás por lo mismo y por lanzar misiles

desde áreas habitadas.

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piyama y, entre lágrimas, mete un poco de ropa en una maleta. No parecen haber comprendido la urgencia de escapar.

Segundo 57: El reportero sí lo sabe. “Creo que tenemos que irnos ya”, le dice a su acompañante. Un adulto les da órde-nes a las pequeñas. Kuronen tarda hasta el minuto 1:27 en bajar las escaleras, mien-tras musita “tenemos que irnos”. Se escu-chan otros gritos: “¡Yala, yala!” (¡vamos, vamos!). Minuto 1:33: “¿Crees que ya?”, pregunta el periodista cuando alguien le avisa que la caída de un misil es inmi-nente. Él y su compañero se apresuran por un corredor que va a la calle.

Minuto 1:49: Un zumbido anuncia la aproximación del proyectil y un segun-do después explota metros atrás. Ya en la avenida, Kuronen sigue corriendo, per-seguido por la nube de la explosión. El polvo fluye como si fuera tormenta, más veloz que el finlandés, y lo cubre.

Las convenciones internacionales de Ginebra imponen la obligación de pro-teger a la población no beligerante. Las personas y sus casas no pueden ser ata-cadas deliberadamente. Israel asegura que estas prevenciones no aplican si a los inmuebles se les está dando un uso mili-tar, como esconder armamento o comba-tientes, ni si los usan para lanzar cohetes.

El ejército no cree necesitar pruebas para demostrar lo que afirma: se da por satisfecho con asegurarlo. Una misión de la onu que acusó, en 2009, tanto a Israel como a Hamás de haber cometido críme-nes de guerra y posiblemente crímenes contra la humanidad en la primera gue-rra de Gaza (2008), reportó ataques di-rectos del ejército contra civiles y la destrucción de casas y mezquitas en donde no se hallaron huellas de ocultamiento de armas. Eso no le importa a Israel porque cuenta con el apoyo de Estados Unidos (eu).

Eso quedó claro en una cade-na de incidentes que empezó en la misma escuela donde se refu-gió Rimez al Azazmhe, ese 30 de julio. La noche sólo esperaba el canto del muecín para empezar a cederle el paso al día. La mayoría de los miembros de las 17 familias que dormían en ese salón de clases aprovechaban los últimos momen-tos de oscuridad para protegerse

en sueños de la terrible realidad que los expulsó de sus casas. Por ser tantos, mu-jeres y niños se repartían por el aula y los hombres se amontonaban afuera. Algu-nos se habían levantado ya para realizar sus oraciones. A las 5:15 a.m. empezaron a disparar los tanques.

Tres proyectiles impactaron en la es-cuela. Otro en una casa vecina. El quinto, que cayó en la calle, mató al menos seis caballos que estaban amarrados junto a la entrada de la instalación de la onu. A las 9 a.m. sus cadáveres, rociados de me-tralla, con los vientres punteados por las esquirlas y los cráneos abiertos, seguían sobre charcos de sangre en el suelo. Las ambulancias ya se habían llevado los res-tos de niños y adultos.

Rami Mansour Gabeh, un hombre de 30 años e intensos ojos azules, y su esposa Ataf Rabe, de 25, dormían con Abdallah, de dos años, y Sanaa, de 14 meses. La bebé más pequeña padecía fiebre y un dolor de pecho que nadie le trataba. Abrumados con casos graves, los doctores no tenían tiempo para ella. Se tranquilizó como a las 2:00 a.m. y los padres empezaron a descansar. Para su suerte, estaban en una esquina de la escuela a salvo de las explo-siones. Pero no de la aterradora serie de truenos de las bombas. “No me di cuenta de lo que estaba pasando, sólo desperté encima de mis hijos”, recuerda Ataf. “Ha-bía ruido y alaridos, pero yo sólo trataba de protegerlos con mi cuerpo.”

“Somos de Beit Lahiya y llevamos dos semanas aquí porque Israel nos ordenó que evacuáramos”, interrumpe Rami. “Ahora nos ataca.”

Fue la sexta vez que el ejército dispa-ró contra escuelas de la onu, inviolables bajo la legalidad internacional. Mataron a 19 personas e hirieron a 105. Israel no admitió su responsabilidad. eu pidió cal-ma y esperar una investigación. Tras 24 horas y ante evidencias muy claras, la Casa Blanca reconoció: “No parecen ha-ber muchas dudas sobre de quién era la artillería involucrada en este incidente”.

A la mañana siguiente, 1º de agosto, un cese al fuego se rompió a las dos horas porque Israel acusó a Hamás de aprove-charlo para capturar a uno de sus oficia-les. Washington describió de inmediato ese secuestro como “un acto bárbaro” y exigió a la comunidad internacional que lo condenara “en los términos más enér-gicos posibles”. Ahora no le hacían falta averiguaciones: lo había dicho Israel y esa era la verdad, aunque Hamás declaraba que no lo tenía prisionero ni sabía nada de él. Dos días después, el ejército anunció que su soldado no había sido “secuestra-do”, pues había muerto en combate.

LA ZONA COLCHÓNEse mismo día, temprano y an-tes de que fracasara la tregua, el ejército se retiraba de Khuzaa,

que había mantenido ocupada duran-te dos semanas. Este pueblo se halla en lo que Israel denomina “zona colchón”: una banda de tres kilómetros de ancho a partir de la frontera en la que prohíbe la presencia de palestinos. Los residentes aprovechan el cese el fuego para desen-terrar a los vecinos que no consiguieron huir y quedaron entre ennegrecidos

montones de arena y pilas de es-combros. La destrucción del camino impide que se acerquen las ambulan-cias: con mantas a modo de camilla o sobre pequeños carromatos, sacan los cadáveres quemados por las ex-plosiones e hinchados por el tiempo.

El hedor al aire libre ya es brutal. Se concentra dentro de esa casa en la que entre seis y ocho personas fue-ron ejecutadas. La imprecisión se debe a que la lluvia de balas, el calor de julio y el trabajo de los gusanos desintegraron los cuerpos. “Estaban como derretidos”, explica Naban abu Shaar, el joven de 21 años que los encontró esta mañana.

El hedor al aire libre ya es brutal. Se concentra dentro de una casa del

pueblo de Khuzaa en la que entre seis y ocho personas

fueron ejecutadas.

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Ya se los llevaron. Queda el pequeño baño donde estaban apilados y que guar-da las huellas de la matanza. La pared agujereada por los tiros, los charcos de sangre podrida en el piso, la fauna minús-cula aún disfrutando de la fiesta. Y dece-nas de casquillos de bala grabados en su parte inferior con las letras imi. Como los que produce la empresa Israeli Military Industries, proveedora del ejército y fa-bricante de la subametralladora Uzi.

Afuera, los cadáveres que están trasla-dando ya no parecen apestosos y podri-dos: están frescos porque a esas personas las acaban de matar. Sólo así descubre la gente que la tregua se ha roto. Los tan-ques se acercan disparando. De nuevo es urgente abandonar la zona colchón. ¿A dónde ir? Persistentemente, el gobierno israelí acusa a Hamás de amenazar a los pobladores para que desatiendan sus ór-denes de evacuación. Pero la pequeñez del territorio y el bloqueo de Gaza impo-nen límites claros. A diferencia de otros conflictos en los que se puede expulsar a los habitantes, aquí no hay hacia dónde.

En grandes países, los tres kilómetros del área de exclusión pueden no ser de-masiado, pero representan la mitad del territorio en Gaza, una franja de arena de sólo seis kilómetros de anchura. Compac-tan a una población que ya está bien com-pactada. Los habitantes de Beit Lahia, Beit Hanun, Shojaiya, Maghazi, Khuzaa y otras localidades tuvieron que abando-nar sus casas. Las escuelas de la onu, con capacidad para 200 alumnos y converti-das en albergues, están llenas con un pro-medio de 3,000 personas. Los parques y espacios abiertos han sido ocupados. Na-die se refugia en las mezquitas porque los aviones israelíes las están barriendo por decenas, como si quisieran limpiar Gaza de los templos en torno a los que se de-sarrolla la vida social (hasta el cierre de esta edición habían destruido 63, además de 138 escuelas, 26 unidades de salud, la única planta generadora de electricidad y varias de las pocas fábricas del enclave, como la de galletas y la de mosaicos).

La onu nos informa que 235 mil perso-nas viven en 83 de sus instalaciones, pero

la cifra total de desplazados es de unos 450 mil: uno de cada cuatro habitantes.

El minúsculo Distrito Federal, en Mé-xico, tiene territorio suficiente para al-bergar cinco veces Gaza. La densidad de la población es parecida en ambos, pero a diferencia de la ciudad de México, que está protegida por altas montañas y tiene un inmenso país de soporte para satisfa-cer sus necesidades, todo lo que hay en Gaza son arenas: arenas de playa, arenas del Sahara, arenas para cavar túneles y para morir en las dunas.

Debido al bloqueo de personas y mer-cancías que imponen Israel y Egipto des-de 2007, un millón 800 mil personas viven encerradas en la prisión más grande del

En sentido horario, des-de la izquierda: Residen-tes buscan un cadáver en Khuzaa. • Un minare-te destruido. • Un hombre palestino viste una cami-seta manchada con la san-gre de su hijo. • Rami y Ataf, con sus hijos, en una escuela de Jabaliya• Co-lumnas de humo se levan-tan tras un ataque israelí sobre Gaza, el 29 de julio.

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mundo: al aire libre y con espectaculares atardeceres, pero un gran patio jamás convirtió una cárcel en un balneario.

EXTREMISTAS DE AMBOS BANDOSDesde Israel llegan noticias de los opositores a la guerra: cien-

tos de jóvenes han salido a protestar en Tel Aviv e intelectuales publican ardoro-sos textos de condena a los bombardeos. Pero son acallados: las contra-manifesta-ciones de los belicistas son más grandes e intimidan a los contrarios con sus agre-siones. Los sondeos indican porcentajes de apoyo a la operación Margen Protec-tor que van de 87 a 95 por ciento.

El desplazamiento de la sociedad is-raelí hacia la derecha es un fenómeno tan impresionante como extremo. En 2004 Ariel Sharon, el fallecido general y pri-mer ministro conservador —famoso por ordenar las masacres de palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chati-la—, tenía que enfrentar a un político más joven que lo estaba rebasando por la de-recha: Benjamín Netanyahu. Este último, desde que se convirtió en primer minis-tro, tiene que contener a su ministro de defensa que también lo está rebasando por la derecha: Avigdor Lieberman, quien está preocupado por el empuje de su par de economía, Naftali Bennett, alineado más a la derecha. Desde la perspectiva actual de la política israelí, Sharon pare-ce un izquierdista de línea dura.

La diputada Ayelet Shaked, una parla-mentaria del partido Hogar Judío, el que lidera Bennett, ha ganado notoriedad por sus declaraciones. Escribió el 7 de julio en su muro de Facebook que “las madres de los mártires palestinos deberían seguir a sus hijos al infierno, nada sería más justo. Deberían desaparecer, como también las casas físicas en las que criaron a las víbo-ras. Si no, más víboras serán criadas allí”.

Salvo excepciones como la del diario Haaretz, la prensa israelí hace poco más que copiar y pegar los boletines del ejér-cito y publicar artículos de opinión de hombres y mujeres que exigen no salir de Gaza sin haber aplastado total y de-finitivamente a Hamás. Algunos llegan a extremos como el titulado “Cuando el genocidio es permisible”, publicado por Yochanan Gordon en el blog del Times of

Israel (que después retiró el texto). Mos-he Feiglin, prominente parlamentario del partido de Netanyahu, pidió en una co-lumna en el sitio Arutz Sheva, el 15 de ju-lio, que la aviación israelí arrasara Gaza, que sus tropas la invadieran y expulsaran a la población hacia Egipto, y que se co-lonizara el territorio “con judíos, lo cual suavizará la crisis de vivienda en Israel”.

Desde la perspectiva israelí mayorita-ria, los palestinos son culpables de lo que les pasa porque entre ellos se esconde la milicia islamista. Insistentemente se hace referencia a la elección legislativa pales-tina de 2006, en la que Hamás obtuvo 44 por ciento de los sufragios (en un acto in-terpretado por analistas como un voto de protesta contra el corrompido liderazgo de Al Fatah, no tanto como apoyo a Ha-más). No importa que 56 por ciento de los electores haya preferido a otros par-tidos. Tampoco se consideran encuestas como la del Centro Palestino de Política e Investigación, de enero de este año, que indicó que sólo 33 por ciento de los gazatíes votaría por Hamás y que 65 por ciento prefiere al gobierno de la Autori-dad Palestina que manda en Cisjordania, con reconocimiento israelí. El poder que

ostenta Hamás en Gaza no fue consegui-do democráticamente, sino a través de la victoria militar sobre el partido Al Fatah del presidente Abbas. El primer sospe-choso de la matanza de Khuzaa es el ejér-cito de Israel pero no se puede descartar que haya sido un ajuste de cuentas entre palestinos: se sabe que Hamás ha ejecu-tado a los que llama “colaboradores” de Israel, una etiqueta con la que podría es-tar ocultando el asesinato de disidentes y rivales.

El extremismo israelí encuentra justi-ficación en la ambigüedad de los islamis-tas. El dirigente político de Hamás, Jaled Meshaal, ha dicho que la declaración fun-dacional de su grupo, de 1986, ha dejado de tener validez. Sin embargo, no ha ha-bido un anuncio formal de su revocación ni se ha reformado, de manera que siguen ahí los párrafos que llaman a la destruc-ción de Israel.

Y por si fuera poco, Hamás sigue re-curriendo, de manera tan inútil como espectacular, al lanzamiento de cohetes hacia las ciudades israelíes, con el que ha provocado dos de los tres muertos civi-les fuera de Gaza (además, 64 soldados israelíes fueron abatidos en combate).

Arriba: Residentes de Maghazi muestran lo

que rescataron de sus casas destruidas.

Derecha: Jóvenes de esa misma ciudad ha-cen la V de la victoria.

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Aunque la diferencia entre las cifras de víctimas de ambos lados es enorme (se estiman 2,136 palestinos muertos), la res-ponsabilidad de los islamistas no es me-nor. El 31 de julio la alta comisionada de la onu para los Derechos Humanos, Navi Pi-llay, acusó tanto a Israel como a Hamás de estar cometiendo crímenes de guerra. Al primero, por atacar a la población civil. A Hamás por lo mismo y por emplazar sus plataformas de lanzamiento en áreas ha-bitadas, atrayendo los golpes del ejército.

FUERZA PARA RECONSTRUIRIsmail Hasan Limsadr y su hija están de pie. La pequeña, sobre

una columna derribada que alguna vez sostuvo una construcción. Observan el desastre: tres edificios de entre cuatro y cinco plantas destruidos por los bom-bardeos. Los escombros de uno de ellos cayeron sobre el muro de la familia Lim-sadr y parte del terreno. Los vecinos, fa-milias enteras de vecinos del pueblo de Maghazi, se han quedado sin hogar.

Hace falta recorrer un pasillo que re-sistió bajo las ruinas, para entrar al cora-zón de la manzana y tener una imagen más amplia de lo ocurrido. La destruc-ción es casi total. Un hombre dice que sólo en ese cuadrángulo los inmuebles arrasados son 26. Los que quedan sufrie-ron daños que los dejaron inservibles.

Los antiguos residentes remueven pie-dras en busca de cualquier cosa útil que se pueda rescatar. Acumulan, organizan y distribuyen los objetos en grandes bol-sas de plástico. Los Abu Libd, los Rayan, los Mansour y demás clanes, con apoyo de los Limsadr, se han puesto de acuerdo para compartir lo hallado: las construc-ciones han caído unas encima de otras, es imposible estar seguro de a quién

pertenece tal puerta o tal colchón, salvo las posesiones más personales.

Algo falta en este cuadro: un olor. Ese que rompe el olfato en lugares como Khuzaa o en Beit Lahiya, no se siente aquí: el hedor a muerto. “Estamos bien”, se alegra Mohamed Zohir Abu Libd, uno de los mayores de su familia. “Habrá que demoler, limpiar, reconstruir”, dice al mostrar un retrato de sí mismo de hace unos diez años. Lo halló, intacto, y eso lo pone sonriente. Uno de sus hermanos da una orden y a los pocos minutos, los so-brinos traen bebidas frescas en vasos des-echables para este periodista. El ánimo es bueno. Cuando ven la cámara, los chicos que están trabajando se detienen a hacer una V con los dedos.

Todos se marcharon en cuanto empe-zaron a caer las bombas, a mediados de julio. También las mujeres de los Limsa-dr. No así Ismail Hasan y los otros cinco hombres de su familia. Sus propiedades parecen ser las que menos daños sufrie-ron, pero ellos se arriesgaron frente al mayor peligro. Ante el terror de verdad.

“Me quedé porque es mi tierra, todo lo que tengo, ¿qué más voy a hacer?”, musita Limsadr. A través de su huerta de limone-ros, destruida en gran parte, se llega a un cráter de unos cinco metros de profun-didad y unos cuarenta de circunferencia. La bomba pulverizó decenas de árboles. Pero no es el que más miedo da: un hoyo menor, de sólo tres metros hasta el fondo, fue abierto por la explosión a seis pasos de la entrada de la casa en cuyo sótano se refugiaban. A la pregunta de cómo se

sintió el estallido, Mohamed apenas pue-de responder ensanchando los ojos y agi-tando las manos.

Pero se muestra contento. En general, el ambiente en Gaza este 10 de agosto es casi festivo: la gente ha salido a las calles a comprar lo que le falta; los pescadores se aventuran en sus botes mar adentro; los niños vuelven a jugar en la playa donde mataron a cuatro amiguitos. “Es la felici-dad del fin de la guerra”, dice Ismail.

Hasta el momento, tanto Israel como Hamás dicen haber obtenido la victoria en esta guerra. El diario israelí Haaretz tiene otra opinión: “Cómo fue que los fa-bricantes de armas de Israel ganaron la guerra de Gaza”, decía el 12 de agosto en un reportaje que hace ver que Gaza es un laboratorio de ensayo de armas con se-res humanos vivos y encerrados en una gran caja de 6 por 42 kilómetros. Tras ver cómo funcionan, los clientes escogen lo que les gustó y los pedidos aumentan.

Este día los enemigos están en negocia-ciones y no se descartan sobresaltos. Pero como en la madre gritando por su hijo en ese hospital, en los gazatíes se encarna la esperanza: están preparándose para re-cuperar la estabilidad y el porvenir, con lo que sea que les haya dejado la guerra.

Aunque Mohamed Zohir Abu Libd y los suyos perdieron todo, se salvaron las personas. Además, él acaba de encontrar su retrato intacto y aún puede agasajar a un reportero con bebidas frescas. No les queda casi nada, pero hay fuerza. Como dijo hace un rato: “Estamos bien. Habrá que demoler, limpiar, reconstruir”.

Arriba: Un túnel excavado por

Hamás entre Gaza e Israel. Derecha:

El primer ministro israelí Benjamín

Netanyahu.