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147 VÍCTOR CODINA PEDRO, DE OTRO MODO El conocido teólogo ortodoxo francés, Olivier Clément, expresó su pun- to de vista sobre el papado con la formulación Roma de otra mane- ra. Podríamos concretar esta fórmula diciendo “Pedro de otro modo”, para expresar los deseos de muchos cristianos sobre el primado pe- trino. La sensación de alegría y de alivio que está produciendo la ac- tuación del nuevo obispo de Roma, Francisco, contrasta con la pesa- da y fría atmósfera de invierno eclesial que se ha vivido en la Iglesia, prácticamente desde la desaparición de Pablo VI. Alternativas 46 (2013) 49-64 Un innegable malestar Hay una profunda contradic- ción entre lo que debería ser la fun- ción del Primado de Pedro y la rea- lidad cotidiana. Lo que debería ser un ministerio de unidad y de co- munión eclesial se ha convertido, en la práctica, en signo de contra- dicción y de división de los cris- tianos. Pablo VI confesó honrada- mente: El papado, en vez de signo de unidad eclesial, se ha converti- do en el mayor obstáculo de la unión de las iglesias. También el teólogo Joseph Ra- tzinger había afirmado que Roma no debería exigir al Oriente más doctrina sobre el primado que la enseñada en el primer milenio. Finalmente Juan Pablo II en su encíclica sobre el ecumenismo Ut unum sint se pregunta: “La comu- nión real aunque imperfecta, que existe entre todos nosotros, ¿no po- dría llevar a los responsables ecle- siales y a sus teólogos a establecer un diálogo fraterno, paciente, en el que podríamos escucharnos, más allá de estériles polémicas, tenien- do presente sólo la voluntad de Cristo para su Iglesia, dejándonos impactar por su grito ‘para que ellos sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has en- viado’” (Jn 17,12)? Pero actualmente el primado de Pedro no solo es signo de con- tradicción de cara a la unión de los cristianos, sino que dentro de la misma Iglesia católica, la mayor dificultad para muchos católicos para vivir su fe, la constituye la ac- tual estructura jerárquica de la Iglesia, singularmente el papado: el estado Vaticano, el Papa como jefe de Estado, con su himno, ban- dera, guardia suiza, banca (IOR) y un gobierno monárquico totalmen- te trasnochado para el mundo de hoy.

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    VCTOR CODINA

    PEDRO, DE OTRO MODO

    El conocido telogo ortodoxo francs, Olivier Clment, expres su pun-to de vista sobre el papado con la formulacin Roma de otra mane-ra. Podramos concretar esta frmula diciendo Pedro de otro modo, para expresar los deseos de muchos cristianos sobre el primado pe-trino. La sensacin de alegra y de alivio que est produciendo la ac-tuacin del nuevo obispo de Roma, Francisco, contrasta con la pesa-da y fra atmsfera de invierno eclesial que se ha vivido en la Iglesia, prcticamente desde la desaparicin de Pablo VI.

    Alternativas 46 (2013) 49-64

    Un innegable malestar

    Hay una profunda contradic-cin entre lo que debera ser la fun-cin del Primado de Pedro y la rea-lidad cotidiana. Lo que debera ser un ministerio de unidad y de co-munin eclesial se ha convertido, en la prctica, en signo de contra-diccin y de divisin de los cris-tianos. Pablo VI confes honrada-mente: El papado, en vez de signo de unidad eclesial, se ha converti-do en el mayor obstculo de la unin de las iglesias.

    Tambin el telogo Joseph Ra-tzinger haba afirmado que Roma no debera exigir al Oriente ms doctrina sobre el primado que la enseada en el primer milenio.

    Finalmente Juan Pablo II en su encclica sobre el ecumenismo Ut unum sint se pregunta: La comu-nin real aunque imperfecta, que existe entre todos nosotros, no po-

    dra llevar a los responsables ecle-siales y a sus telogos a establecer un dilogo fraterno, paciente, en el que podramos escucharnos, ms all de estriles polmicas, tenien-do presente slo la voluntad de Cristo para su Iglesia, dejndonos impactar por su grito para que ellos sean uno en nosotros para que el mundo crea que t me has en-viado (Jn 17,12)?

    Pero actualmente el primado de Pedro no solo es signo de con-tradiccin de cara a la unin de los cristianos, sino que dentro de la misma Iglesia catlica, la mayor dificultad para muchos catlicos para vivir su fe, la constituye la ac-tual estructura jerrquica de la Iglesia, singularmente el papado: el estado Vaticano, el Papa como jefe de Estado, con su himno, ban-dera, guardia suiza, banca (IOR) y un gobierno monrquico totalmen-te trasnochado para el mundo de hoy.

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    Todo esto ha generado una no-table falta de credibilidad eclesial, un cisma silencioso de muchos ca-tlicos que dicen Cristo s, esta Iglesia no. El problema no nace de la persona del Papa, sino de la estructura del papado. La Iglesia no se define a partir de Pedro, si-no Pedro a partir de la Iglesia, y la Iglesia se autocomprende a partir del proyecto trinitario de salvacin (LG 1).

    Algunos punti fermi

    1. Una visin fundamentalista que concibe el origen de la Iglesia como una institucin fundada por el Jess histrico, que establece con todo detalle dogmas, jerarqua y papado no resiste a una visin mnimamente crtica de la exge-sis bblica y de la cristologa.

    2. La teologa del papado no nace directamente de la Escritura, sino de la praxis histrica de la Iglesia que necesita un centro de comunin para mantener la unidad de fe y de vida cristiana.

    3. La historia nos atestigua que la Iglesia de Roma pronto se cons-tituye en centro de comunin (Ire-neo), preside la caridad (Ignacio de Antioquia), es punto de referencia en momentos de conflicto.

    4. Esta primaca de Roma no se debe al hecho de ser la capital del Imperio Romano, sino al he-cho martirial de ser la sede apos-tlica regada por la sangre de Pe-dro y Pablo.

    5. Esta prioridad de la sede ro-mana est ligada al liderazgo de Pedro atestiguado por la Escritura y a la eleccin carismtica de Pa-blo: institucin y carisma. Tambin est ligada a personas pecadoras: Pedro niega a Cristo, Pablo persi-gue la Iglesia. La iglesia del futu-ro mantendr esta tensin entre pe-cado y santidad.

    6. Los que mantendrn la pre-sidencia en la Iglesia Romana son los que hacen las veces de Pedro, cuya misin es mantener la comu-nin eclesial.

    7. Los textos sobre el primado de Pedro no se pueden separar de la tradicin de la Iglesia. Es un ca-so ejemplar de lo que quiere decir leer la Biblia a la luz de la Tradi-cin eclesial.

    8. El Espritu es el verdadero Vicario de Cristo en la Iglesia. El ttulo que mejor expresa la funcin del papado es el de obispo de Ro-ma y vicario de Pedro.

    9. No ser hasta el s. IV, con Len Magno, que aparecer el pa-pado como direccin de la Iglesia Universal. Con el tiempo, la praxis del Obispo de Roma se va centra-lizando, sobre todo a partir de Gre-gorio VII. El ministerio petrino se va convirtiendo en Patriarca de Occidente y jefe del Estado Vati-cano.

    11. Esta es la imagen del papa-do que hoy ha entrado en crisis y constituye el mayor obstculo al ecumenismo.

    Es posible otra forma de pri-

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    mado de Pedro en la Iglesia? Es posible volver, no al pasado, sino al Espritu que anim la Iglesia del primer milenio? Es posible Pedro de otro modo?

    La herencia del Vaticano I (1869-1870)

    Del Vaticano I surge una ecle-siologa jerarcolgica en claro con-traste con la eclesiologa de comu-nin del pr imer milenio. El Vaticano I reacciona tanto contra el espritu de la Revolucin Fran-cesa como contra el galicanismo eclesial. Es el triunfo de la autori-dad de Dios (constitucin Dei Fi-lius) y de la autoridad del Papa (constitucin Pastor aeternus).

    La constitucin Pastor aeter-nus concede al papa el poder de jurisdiccin universal sobre toda la Iglesia y el privilegio de la infa-libilidad cuando habla ex cathedra sobre fe y costumbres. El primado de jurisdiccin es el que determi-nar en el futuro la imagen del pa-pado. Con todo, una lectura atenta de Pastor aeternus nos descubre elementos teolgicos positivos y enriquecedores para la imagen del primado de Pedro:

    - El primado de jurisdiccin que concede al papa una potestad plena, es una potestad episcopal que no anula el poder de los obis-pos.

    - La infalibilidad del magiste-rio pontificio forma parte de la in-falibilidad que el Seor quiso que

    tuviera la Iglesia, pero es necesa-rio acudir a la fe eclesial, al con-curso de toda la Iglesia. De algn modo Vaticano I se centra en los poderes extraordinarios del Papa ms que en su forma de gobierno ordinario. La exgesis maximalis-ta que se hizo en catecismos y tex-tos escolares ha marcado la ecle-siologa y la praxis eclesial hasta el Vaticano II. Corresponder al Vaticano II completar e incluso co-rregir esta imagen parcial y distor-sionada del Vaticano I que ha con-vertido el papado en una monarqua absoluta.

    Vaticano II recibe el Vati-cano I: lmites y ambigeda-des

    El Vaticano II (1962-1965) re-cibi la doctrina del Vaticano I sobre el papado desde la ptica de la colegialidad episcopal. Pero la colegialidad episcopal est ligada a la sacramentalidad del episcopa-do (LG 21) y la importancia de la iglesia local (LG 23), que el Vati-cano II abord con audacia. Con estas bases se enmarca el primado petrino en el seno de una eclesio-loga de comunin, como en el pri-mer milenio, en el que el Papa es cabeza de los obispos, como Pedro ejerca el liderazgo dentro de los doce (LG 22-23). Segn Y. Con-gar, la colegialidad episcopal es la clave de comprensin del Vaticano II.

    En la consagracin episcopal se confiere al que es consagrado la

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    plenitud del sacramento del orden (LG 21) y al mismo tiempo es constituido obispo de una iglesia local y miembro del colegio epis-copal, de modo que la pertenencia al colegio episcopal no es algo aa-dido exteriormente al sacramento. As se corrige la divisin entre or-den y jurisdiccin. Los obispos lo-cales no son vicarios del papa, si-no vicarios y legados de Cristo en las iglesias particulares, con el ofi-cio de ensear, santificar y regir su grey. De este modo el Vaticano II recupera la eclesiologa de comu-nin propia del primer milenio y completa la eclesiologa del Vati-cano I.

    Sin embargo, el Vaticano II presenta una serie de ambigeda-des y tensiones que se reflejarn en el postconcilio. Hubo una mi-nora en el Vaticano II que, con sus enmiendas y modos al tex-to, matiz y debilit la eclesiolo-ga de comunin del Vaticano II. Un ejemplo claro es la introduc-cin de la Nota explicativa pre-via al final de la Lumen Gentium, donde se constata un miedo a que la colegialidad oscurezca el pri-mado petrino.

    Estas tensiones se manifesta-rn luego, de forma clara, en el postconcilio. El snodo extraordi-nario, convocado por Juan Pablo II el ao 1985 para evaluar el con-cilio, sustituy el concepto de Iglesia, Pueblo de Dios por el de Iglesia, Cuerpo de Cristo, por creer que el concepto de Iglesia, Pueblo de Dios era demasiado so-ciolgico y se prestaba a manipu-

    laciones polticas.Ms grave fue lo que sucedi

    en 1992 con la carta Communio-nis notio de la Congregacin para la doctrina de la fe que presidia el cardenal Ratzinger, que describe la Iglesia como una realidad onto-lgica y cronolgicamente previa a cada Iglesia particular, interpre-tando as el texto conciliar de Lu-men Gentium 23 que afirma que las iglesias particulares estn for-madas a imagen de la Iglesia Uni-versal: en ellas y por ellas existe la nica Iglesia catlica.

    Esta carta suscit calurosas discusiones y crticas no meramen-te tericas porque de ella se deri-van diferentes formas de gobierno pastoral, una ms centralista y ver-tical y otra ms horizontal y de co-munin.

    En 1988 la Carta Apostolos suos de la Congregacin de la doc-trina de la fe sobre las conferencias episcopales reduce su funcin al orden meramente administrativo y de gestin, restndole peso dogm-tico y de magisterio.

    La Iglesia que se llama snodo

    Si hasta ahora hemos visto las dificultades de la implementacin de la colegialidad episcopal en el postconcilio, podemos ahora dar un paso ms y cuestionar crtica-mente el mismo concepto de cole-gialidad episcopal por ser excesi-vamente reductor y restringido.

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    J.M.R Tillard afirma repetidas veces que no fue afortunado el uso del termino colegialidad episco-pal en el Vaticano II y que se de-bera haber adoptado el de sino-dalidad que tiene un gran peso en la tradicin de la Iglesia primitiva y del primer milenio y que man-tiene su importancia en el dilogo ecumnico.

    Recordemos a este propsito la genial afirmacin de Juan Criss-tomo Snodo es el nombre de la Iglesia. Snodo significa etimo-lgicamente un camino en conjun-to. Iglesia-Snodo es el pueblo de Dios histrico que camina conjun-tamente hacia el Reino. En este sentido, la sinodalidad es ms ori-ginaria y abarcante que el trmino colegialidad que parece reducirse a la colegialidad episcopal.

    Sinodalidad comprende a todo el pueblo de Dios, laicos, religio-sos, presbteros y obispos. Es una expresin de la Iglesia comunin que supera la distancia y dualidad de jerarquia/laicado, Iglesia do-cente/iglesia discente. Su funda-mento ltimo es pneumatolgico, pues todos los bautizados en Cris-to hemos recibido el mismo esp-ritu, poseemos el sentido de la fe (LG 12), somos llamados a la san-tidad (captulo quinto de LG), ca-minamos conjuntamente a la es-catologia y a la comunin de los santos (captulo sptimo de LG). Tiene adems una dimensin di-nmica e histrica que integra al Pueblo de Israel a la Iglesia y a su devenir, siguiendo los signos de los tiempos.

    Algunas consecuencias prc-ticas

    La invitacin de Juan Pablo II de que los telogos le ayudasen a repensar el primado de Pedro, ha tenido varias respuestas. De entre ellas destacamos la del obispo nor-teamericano John Quinn y la del telogo argentino Carlos Schiken-dantz. Sealemos de estos autores y de otros las cuestiones ms ur-gentes de cara a un cambio estruc-tural de la Iglesia:

    - El desarrollo pleno de las Conferencias episcopales que se situan entre el obispo local y el pri-mado del Papa de modo que se pueda dar entre los tres una sino-dalidad tridica (obispo, Conferen-cia episcopal, Papa)

    - Los snodos episcopales de-beran ser no solo consultivos sino deliberativos.

    - La participacin de la Iglesia local en la eleccin y designacin de su obispo.

    - La revisin del colegio carde-nalicio ya que no corresponde a su origen (los prrocos de Roma).

    - La eleccin del papa a partir de los presidentes de las conferen-cias episcopales.

    - La no consagracin episcopal de los cargos de la curia ni de los nuncios.

    - La descentralizacin de la ad-ministracin eclesial actual, dan-do ms poder a las conferencias episcopales y la disminucin del

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    personal y del poder de la curia va-ticana.

    - La revisin, control y trans-parencia de las finanzas vaticanas.

    - La renuncia del ttulo y de la realidad del papa como jefe del Es-tado Vaticano, que es un peso his-trico que no corresponde a las ra-ces evanglicas del primado.

    El nuevo paradigma de Fran-cisco

    El nuevo obispo de Roma ha abierto las puertas al cambio es-tructural en la Iglesia. Su designa-cin como obispo de Roma, la co-misin episcopal universal para su asesoramiento, su distanciamiento del palacio vaticano son signos esperanzadores de una nueva pri-mavera eclesial. La adopcin del nombre de Francisco no insina el deseo de restaurar una Iglesia que amenaza ruina?

    Pero este entusiasmo popular puede ser ambiguo, si nos condu-ce a seguir identificando Iglesia y Papa, o que el Papa es el vicario de Cristo, olvidando que eran los po-bres los vicarios de Cristo o si, en el fondo, continuamos soando en una Iglesia de cristiandad podero-sa y vertical.

    Aqu se juega el tema del po-der en la Iglesia, del poder como dominacin o como servicio. Est en juego el principio de subsidia-ridad aplicado a la Iglesia, la di-mensin de Iglesia como Pueblo

    de Dios, la Iglesia comunin, la Iglesia snodo en camino al Reino juntamente con todos.

    Todos somos corresponsables del cambio de figura del papado. Todos poseemos el mismo don del Espritu, no podemos caer en una perezosa pasividad.

    Toda renovacin eclesial co-mienza desde abajo, desde el Pue-blo de Dios pobre y sencillo, des-de los anawim, porque el Espritu ordinariamente acta desde el margen y la periferia.

    San Pedro ser de otra manera si nosotros comenzamos a ser de otra manera, ms cercanos al Je-ss de Nazaret que al Mesas da-vdico y poderoso. Todos nos he-mos de convertir al evangelio, no solo Pedro. Pedro tiene la misin de confirmar nuestra fe, pero to-dos hemos de animar la fe de Pe-dro.

    Son unas pobres mujeres las que anuncian a Pedro que el Seor ha resucitado. Es el pagano Corne-lio que hace que Pedro se abra a los paganos. Es Ireneo de Lyon el que dice al papa Vctor que no pue-de excomulgar las venerables Igle-sias de oriente por la fecha de la Pascua. Es Francisco quien, con su pobreza, critica la potencia de Ino-cencio III. Es Karl Rahner el que protesta por el modo como Juan Pablo II ha tratado a Arrupe. Es el anciano obispo emrito de So F-lix de Araguaya, Pedro Casaldli-ga, quien escribe profticamente: Deja la curia Pedro / Desmantela el sinedrio y la muralla, / Ordena

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    que se cambien las filacterias im-pecables / Por palabras de vida temblorosas.

    Pero hay otro clamor que inter-pela a Pedro: las mujeres que se sienten marginadas en la Iglesia, el pueblo pobre que va a rezar a la tumba de monseor Romero, los que no entienden los ritos de la li-

    turgia romana ni las encclicas de los papas.

    A travs de todos ellos habla el Espritu del Seor, el Espritu que acompaa la Iglesia en su caminar conjuntamente hacia el Reino, el Espritu que est pidiendo hoy a gritos que Pedro sea de otro modo. No lo escuchamos?

    Condens: RAMON RIBAS BOIXEDA S.J.

    Las cuestiones debatidas en el interior de la Iglesia (p.e., la moral de la vida, el papel de la mujer, la eleccin y designacin de obispos, la democra-tizacin de las estructuras eclesiales, la figura histrica de los presbteros, el modelo de evangelizacin y de presencia pblica de la Iglesia, etc.) pretenden zanjarse por la fuerza de un poder desptico y la renuncia al ejercicio de la autoridad evanglica de la verdad. Con la imposicin y el despotismo como procedimientos no hay condiciones para el discernimiento de los signos de los tiempos, que peda Jess (cf. Mt 16,3). (p. 8)

    Los comportamientos eclesiales no debieran volver a reflejar na ecle-siologa de la ciudadela amurallada, protegida del mundo y enfrentada con l. Sino irradiar una eclesiologa del dedo que seala el paso de Dios por la historia, ya que, como record el Vaticano II, su Reino ya est presente parcialmente entre nosotros [cf. GS 39]. (p. 11)

    JaVier ViToria, Vientos de cambio. La Iglesia ante los signos de los tiem-pos (Cristianisme i Justcia, n. 178)