View
73
Download
0
Embed Size (px)
Citation preview
Historia
y
cultura
Dirigida por:
Luis Alberto Romero
LA DICTADURA
NAZI
Problemas y perspectivas
de interpretación
por
Ian Kershaw
m _______ Siglo veintiuno editores Argentina s. a. TUCUMÁN 1621 7° N (C1050AAG), BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA
Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310, MÉXICO, D. F.
índice
940.53 Kershaw, Ian
CDD La dictadura nazi: problemas y perspectivas de interpretación.
- Io ed. - Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2004.
440 p.; 21x14 cm. - (Historia y cultura ; 9)
Traducción de: Julio Sierra
ISBN 987-1105-78-9
1. Nazismo-Historia I. Título
The Nazi Dictatorship - Fourth edition was originally published in English
in 2000 by Edward Arnold Publishers Limited (first edition, 1985) "
Portada: Peter Tjebbes
© 2004, Ian Kershaw
© 2004, Siglo XXI Editores Argentina S. A.
ISBN 987-1105-78-9
Impreso en Artes Gráficas Delsur
Alte. Solier 2450, Avellaneda,
en el mes de agosto de 2004
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Impreso en Argentina - Made in Argentina
Prefacio a la cuarta edición 9
Abreviaturas 13
1. Los historiadores y el problema de explicar el nazismo 15
2. La esencia del nazismo: ¿una forma de fascismo,
un tipo de totalitarismo o un fenómeno único? 39
3. Política y economía en el estado nazi 73
4. Hitler: ¿"amo del Tercer Reich" o "dictador débil"? 101
5. Hitler y el Holocausto 131
6. Política exterior nazi: ¿"un programa" o "una expansión
sin sentido" de Hitler? 181
7. El Tercer Reich: ¿"reacción social" o "revolución social"? 217
8. ¿"Resistencia sin el pueblo"? 245
9. "Normalidad" y genocidio: el problema de la "historización" 287
10. Cambios de perspectivas: tendencias historiográficas
en el período posterior a la unificación 309
Notas 349
Lecturas recomendadas 427
Prefacio a la cuarta edición
Siempre imagino que los historiadores escriben libros sobre
complejos asuntos, en primer lugar, para resolver problemas para
sí mismos; es una suerte que los demás se interesen en sus medi-
taciones. Ciertamente, ha sido una fuente de persistente placer pa-
ra mí que este libro haya demostrado ser útil para aquellos que
buscan una guía en las miríadas de intentos por parte de los estu-
diosos, a lo largo de más de medio siglo, de abordar algunos de los
más difíciles —e importantes— temas de comprensión histórica.
Cuando comencé a trabajar sobre la era nazi a fines de los años
setenta, de inmediato me interesé en estos temas y tuve acceso a las
amargas disputas, sobre todo entre los historiadores de Alema-
nia occidental, en una conferencia internacional a la que asistí
en 1979. Mi experiencia en esa conferencia me proporcionó el
estímulo para escribir este libro (que fue redactado en su for-
ma original a principios de los años ochenta). El nudo central del
libro, tal como sigue siéndolo ahora, es, en este sentido, una piéce
d'occasion: una evaluación del punto alcanzado por la investigación
histórica acerca del Tercer Reich en aquel momento. Algunos de
los debates que analicé ya no resultan tan decisivos como parecían
entonces: las investigaciones continúan, las condiciones externas
cambian, aparecen nuevos problemas y los viejos pierden su inten-
sidad. Todo esto es normal en los estudios históricos. Menos nor-
mal es la velocidad del cambio y decididamente anormal es el mo-
do como los escritos sobre temas históricos han sido acompañados
y afectados por la conciencia pública acerca del legado del pasa-
do. La historiografía sobre el Tercer Reich ha seguido reflejando
las dimensiones morales y políticas de ese trabajo (así como las di-
visiones teóricas acerca del método y del enfoque), que señalé en
el primer capítulo. La "Hisíorikerstreit" (disputa de historiadores)
de los años ochenta y el "debate Goldhagen" de la década siguien-
1
0
IAN KERSHAW PREFACIO A LA CUARTA EDICIÓN
1
1
te son tal vez las más espectaculares ilustraciones de esto. Pero más
allá de las controversias públicas, la investigación misma ha segui-
do avanzando como el torrente de un río desbordado más que co-
mo los suaves remolinos de una lenta corriente de agua. Es difícil,
incluso para los especialistas, mantenerse al día con todo lo que
está ocurriendo. Pero, tal vez, por lo menos el intento justifica una
nueva edición de este libro.
He tratado de actualizar el texto donde ha sido necesario, y
he ajustado las notas y la guía de lecturas recomendadas. De todos
los temas de los que me he ocupado, ninguno ha sido objeto de
tan intensas investigaciones —ni ha producido tan rápidamente
cambiantes interpretaciones— como el capítulo sobre "Hitler y el
Holocausto". Ya había vuelto a escribir partes de él para la terce-
ra edición y he considerado ahora necesario, a la luz de importan-
tes publicaciones recientes, reescribir diversas secciones para esta
edición. El capítulo final estaba compuesto, para la edición ante-
rior, por varias secciones especulativas acerca de cómo la historio-
grafía podría cambiar después de la unificación. Cuando volví a
mirar ese capítulo, recordé las razones por las que me va mejor
ateniéndome a la historia que especulando acerca de tendencias
futuras. Esta parte del libro también tuvo, necesariamente, que ser
reescrita en gran parte para poder incluir el "fenómeno Goldhagen"
y también para volver a considerar las cambiantes tendencias en las
investigaciones acerca del Tercer Reich a medida que, con el paso
de las generaciones, Hider y su régimen pasan a la historia (dejan-
do la conciencia histórica de una generación que, afortunadamen-
te, nunca experimentó el nazismo, aparentemente tan lastimada
como las anteriores por su legado moral).
Debo agradecer profundamente, ahora como antes, a amigos
y colegas en varios países, pero sobre todo en Alemania y en Gran
Bretaña. Los trabajos de todos ellos sobre un régimen que de ma-
nera tan fundamental y tan negativa marcó el siglo que se acerca
a su fin constituyeron un gran estímulo para mí. Seleccionar algu-
no de ellos resulta, tal vez, odioso, pero me gustaría, de todos mo-
dos, agradecer particularmente a Hans Mommsen por las ilimita-
das discusiones, consejos y aliento (aun cuando no estuvimos de
acuerdo) a lo largo de muchos años. También le estoy especial-
mente agradecido a la Alexander von Humboldt-Stiftung por su
infatigable apoyo. Por último, me alegra tener la oportunidad de
expresar mi agradecimiento, como editor a la vez que como ami-
go, a Christopher Wheeler por su continuado interés en este li-
bro. Ni su aliento ni su poder de persuasión han disminuido con
el paso del tiempo.
IAN KERSHAW
Sheffield/Manchester, septiembre de 1999
Abreviaturas
AfS Archiv für Sozialgeschichte
AHR American Historical Review
APZ Aus Politik und Zeitgeschichte (Beilage zur Wochenzeitung 'das
Parlament')
BAK Bundesarchiv, Koblenz
CEH Central European History
EcHR Economic History Review
GG Geschichte und Gesellschaft
GWU Geschichte in Wissenschafi and Unterricht
HWJ History Workshop Journal
HZ Historische Zeitschrift
IMT International Military Tribunal (Trial of the Major War
Crimináis [Nuremberg, 1949], 42 vols.)
JCH Journal of Contemporary History
JMH Journal of Modern History
MGM Militargeschichtliche Mitteilungen
NPL Neue Politische Literatur
PVS Politische Vierteljahresschrift
VfZ Vierteljahrshefte für Zeitgeschichte
1. Los historiadores y el problema
de explicar el nazismo
Más de medio siglo después de la destrucción del Tercer
Reich, los principales historiadores están lejos de ponerse de
acuerdo sobre algunos de los problemas más fundamentales de la
interpretación y explicación del nazismo. Por supuesto, se han he-
cho grandes progresos a partir de los textos sobre temas históri-
cos de la era de la inmediata posguerra, cuando los historiadores
trataban de escribir "la historia contemporánea" aun antes de que
el polvo hubiera comenzado a asentarse sobre las ruinas de la Eu-
ropa de Hitler, en un clima definido por las horribles revelacio-
nes de los juicios de Nuremberg y el desenmascaramiento total de
la bestialidad del régimen. En semejante clima, no debe sorpren-
der que las recriminaciones del bando aliado y la tendencia a la
disculpa del lado alemán fueran los aspectos principales en los es-
critos acerca del pasado inmediato. Una perspectiva más extensa
en el tiempo y una vasta producción de eruditas investigaciones
de alto nivel realizadas por una nueva generación de historiado-
res —especialmente desde los años sesenta en adelante, después
de la apertura de los registros alemanes incautados, que para ese
momento ya habían regresado a Alemania— introdujeron impor-
tantes avances en el conocimiento de muchos aspectos esenciales
del gobierno nazi. Pero en cuanto las detalladas y eruditas mono-
grafías son colocadas en el contexto de las amplísimas cuestiones
interpretativas acerca del nazismo, los límites del consenso se al-
canzan con rapidez. Una síntesis de interpretaciones polarizadas,
con frecuencia defendidas y justificadas, no aparece en el horizon-
te. El debate continúa firme, llevado adelante con gran vigor y tam-
bién, frecuentemente, con un rencor que va más allá de los límites
de la controversia histórica convencional. Esto fue muy vividamen-
te ilustrado con la explosión de sentimientos que acompañó a la
"Historikerstreit" (o "disputa de historiadores"), una importante con-
16 IAN KERSHAW LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO 17
troversia pública acerca del lugar que ocupa el Tercer Reich en la
historia alemana, que involucró a los principales historiadores ger-
manos y que se encendió en 1986.
Por supuesto, el debate y la controversia constituyen la esen-
cia misma de los estudios históricos; son el prerrequisito para el
progreso en la investigación histórica. Sin embargo, el nazismo
plantea interrogantes de interpretación histórica que, o bien tie-
nen un sabor particular, o bien destacan de una manera muy mar-
cada temas más amplios de la explicación histórica. Las caracterís-
ticas particulares de los desacuerdos fundamentales entre los
historiadores acerca de la interpretación del nazismo se encua-
dran, en mi opinión, dentro de la inevitable fusión de tres dimen-
siones: una dimensión histórico-filosófica, una dimensión políti-
co-ideológica y una dimensión moral. Estas tres dimensiones son
inseparables tanto del tema propio del historiador como de lo que
el historiador o la historiadora entienden es su papel y su tarea en
la actualidad, al estudiar el nazismo y escribir sobre él. Estas carac-
terísticas especiales, como yo podría además argumentar, están
condicionadas por un elemento central en la conciencia política
de ambos estados alemanes de la posguerra, que a la vez es un re-
flejo de él: dominar el pasado nazi, Vergangenheitsbewáltigung, ha-
bérselas con la historia reciente de Alemania y aprender de ella.
Los abordajes radicalmente diferentes del pasado nazi en la
Alemania oriental y la Alemania occidental confieren, sin duda,
un tono especial a los escritos sobre temas históricos acerca del na-
zismo, en la medida en que los dos estados alemanes con filoso-
fías políticas totalmente contrastantes se enfrentaban uno al otro.
Pero dado que el problema de enfrentar el pasado ha sido abor-
dado de una manera menos lineal en la República Federal de lo
que fue en la República Democrática Alemana, las controversias
acerca de cómo interpretar el nazismo han sido sobre todo contro-
versias germano-occidentales. Esto, por supuesto, no significa de
ninguna manera subestimar la importante, y con frecuencia inno-
vadora, contribución hecha a la historia alemana por historiadores
no alemanes. No pocas veces, en realidad, esa misma distancia (con
la correspondiente perspectiva diferente) de los historiadores ex-
tranjeros respecto tanto del peso de "dominar el pasado" como de
las corrientes intelectuales de la sociedad de Alemania occidental
ha sido la que ha proporcionado el trampolín para nuevos impul-
sos y nuevos métodos. La importante marca dejada por la erudi-
ción internacional se verá con toda claridad en los próximos capí-
tulos. De todas maneras, es un punto de vista básico de este libro
que los contornos de los debates han sido por lo general estable-
cidos por historiadores alemanes, en especial los de la República
Federal, y han sido moldeados en gran medida por la visión que
los historiadores alemanes occidentales han tenido de su propia
tarea al ayudar a dar forma a la "conciencia política" y con ello, a
superar el pasado.
Se ha dicho de la República Federal que, mucho más que Is-
rael o Vietnam del Sur, es un "estado nacido de la historia contem-
poránea, un producto de la catástrofe para superar la catástrofe".1
En esta sociedad, los historiadores del pasado reciente claramente
juegan un papel político mucho más desembozado que, por ejem-
plo, en Gran Bretaña. No es ir demasiado lejos decir que con la in-
termediación de sus interpretaciones del pasado reciente los his-
toriadores son vistos y se ven a sí mismos, de alguna manera, como
los guardianes o críticos del presente. La inseparabilidad de la in-
vestigación histórica acerca del nazismo respecto de la "educación
política" contribuye en parte al sentimiento latente de algunos his-
toriadores en el sentido de que, sobre todo en lo que se refiere a
la comprensión profunda de la esencia del sistema nazi, la claridad
es un deber. Este sentimiento fue expresado por el entonces can-
ciller de la República Federal, Helmut Schmidt, cuando se dirigió
a la Conferencia Anual de Historiadores Alemanes en 1978 y se
quejó de que un exceso de teoría había producido para muchos
alemanes actuales una imagen del nazismo a la que todavía le fal-
taba "un claro contorno".2 El mismo argumento marcó el tono
—una mezcla de enojo y tristeza— de algunos historiadores, cuya
interpretación dominó los años cincuenta y sesenta, al reaccionar
a un desafío "revisionista" para establecer una ortodoxia que llega
a someter a un cuestionamiento radical "descubrimientos eruditos
que han sido considerados ciertos y hasta indiscutibles".3
La conexión entre la cambiante perspectiva de la investiga-
ción histórica y la formación de la conciencia política del momen-
9 IAN KERSHAW LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO 19
to es reconocida como algo obvio, tanto por los "tradicionalistas"
como por los "revisionistas".4 Como la "HistorikerstreiF lo demos-
tró claramente, las interpretaciones contradictorias del nazismo
son parte de una permanente reconsideración de la identidad po-
lítica y del futuro político de Alemania. Los historiadores contem-
poráneos y su trabajo son propiedad pública. Esto da forma al
marco de referencia e influye en la naturaleza de las controversias
sobre asuntos históricos que vamos a evaluar.
La literatura sobre el nazismo es tan vasta que incluso los ex-
pertos tienen dificultades para abordarla. Y resulta claro que los es-
tudiantes que se especializan en historia alemana contemporánea
con frecuencia no pueden asimilar la compleja historiografía del
nazismo, ni seguir las controversias sobre interpretaciones desarro-
lladas en su mayor parte en las páginas de las publicaciones o
monografías eruditas alemanas. Mi libro fue escrito con esto en
mente. No ofrece una descripción del desarrollo de la historiogra-
fía, ni una historia de la historia del nazismo, por decirlo de algún
modo.5 Se trata, más bien, de un intento de analizar la naturaleza
de numerosos problemas centrales de interpretación, relacionados
específicamente con el período mismo de la dictadura, con los que
se enfrentan los historiadores actuales de la Alemania nazi.6
La estructura del libro está en gran medida prefigurada por
los temas interrelacionados y entrelazados que dan consistencia a
la base de las controversias. El siguiente capítulo trata de analizar
las muy diversas y firmemente opuestas interpretaciones de la na-
turaleza del nazismo: si puede ser satisfactoriamente considerado
una forma de fascismo o un estilo de totalitarismo, o como un pro-
ducto único de la historia reciente de Alemania, un fenómeno po-
lítico "único en su especie". Directamente relacionada con el de-
bate sobre fascismo está la acalorada controversia sobre nazismo
y capitalismo, en particular acerca del papel de la industria alema-
na, que constituye el tema del capítulo siguiente. Un tema clave
que surgió fue el de cómo interpretar la posición, el papel y el sig-
nificado de Hitler mismo en el sistema nazi de gobierno, un com-
plejo problema explorado más adelante en tres capítulos separa-
dos sobre la estructura de poder del Tercer Reich y la preparación
de la política exterior y de la política antisemita. El foco de aten-
ción fue luego trasladado desde el gobierno del Tercer Reich a la
sociedad bajo el gobierno nazi, tratando de examinar hasta dón-
de el nazismo alteró, y hasta revolucionó, a la sociedad alemana,
y de evaluar el complejo tema de la resistencia alemana a Hitler.
A esto le sigue un análisis del importante debate que se desarro-
lló acerca de la "historicización" del Tercer Reich, o sea, si a la era
nazi se la puede tratar en todo sentido como cualquier otro perío-
do del pasado, es decir, como "historia". Finalmente, trato de con-
siderar algunas de las maneras en que las tendencias historiográ-
ficas han cambiado (y siguen cambiando) desde la unificación de
Alemania. Dentro de cada capítulo, pretendo sintetizar adecuada-
mente las interpretaciones divergentes y el estado actual de la in-
vestigación, para luego ofrecer una evaluación. No he considera-
do que sea tarea mía tratar de colocarme como espectador y
adoptar una posición neutral al pasar revista a las controversias, lo
cual, de todas maneras, sería imposible. Espero presentar las opi-
niones que sintetizo lo más adecuadamente posible, pero también
voy a ser partícipe del debate, no "arbitro", por lo que daré mi po-
sición en cada caso.
Los distintos enfoques respecto de la historia del Tercer Reich
que se encuentran en este libro comparten un mismo objetivo:
ofrecer una adecuada explicación del nazismo. Explicar el pasado
es la tarea de los historiadores, pero la intimidante naturaleza y la
complejidad de esa tarea en el caso del nazismo se harán obvias
en las páginas que siguen. En efecto, se podría decir que una ade-
cuada explicación del nazismo es una imposibilidad intelectual. El
nazismo constituye un fenómeno que apenas si parece posible que
sea sometido a un análisis racional. Con un líder que hablaba en
tono apocalíptico de poder mundial o destrucción y con un régi-
men basado en una ideología de odio racial totalmente repulsiva,
uno de los países más avanzados cultural y económicamente de
Europa se preparó para la guerra y dio lugar a una conflagración
mundial que mató alrededor de 50 millones de personas y perpe-
tró atrocidades —cuya culminación fue el asesinato masivo y meca-
nizado de millones de judíos—, de una naturaleza y en una escala
que desafía a la imaginación. Frente a Auschwitz, la capacidad de
explicación del historiador resulta insignificante. ¿Cómo es posi-
10 IAN KERSHAW LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO 21
ble escribir adecuada y "objetivamente" acerca de un sistema de
gobierno que generó un horror de semejante monumentalidad?
¿De qué manera debe realizar su trabajo el historiador? Difícil-
mente podría limitarse, en términos neorrankeanos, a recoger de
las fuentes el relato de "cómo fueron realmente las cosas". Ade-
más, ¿puede acaso el historiador "comprender" (en la tradición
historicista) un régimen tan criminal y a su tan inhumano líder?
¿O es su tarea desnudar la maldad del nazismo para dar testimo-
nio en el presente y una advertencia para el futuro? Si es así, ¿de
qué manera podría hacerlo? ¿Acaso el historiador puede, o debe,
esforzarse por lograr "distanciarse" de su tema, distancia considera-
da habitualmente la esencia misma de la "objetividad" en los escritos
sobre temas históricos? El solo hecho de plantear estas preguntas su-
giere algunas de las razones por las que ninguna explicación del na-
zismo puede ser del todo intelectualmente satisfactoria. Sin embar-
go, en última instancia, el mérito de cualquier enfoque interpretativo
debe reposar en la medida en que podría ser visto como una contri-
bución a una interpretación del nazismo potencialmente mejorada.
El objetivo de este libro habrá sido alcanzado si su evaluación de
las diferentes interpretaciones de la dictadura nazi sugiere cuál de
esos enfoques tiene un mejor potencial en relación con los demás
(o dicho de otra manera: es menos inadecuado que los demás), pa-
ra brindar una explicación del proceso de radicalización dinámi-
ca en el Tercer Reich que condujo a la guerra y al genocidio en
una escala incomparable.
Antes de considerar las dimensiones histórico-filosóficas, po-
lítico-ideológicas y morales que subyacen a las controversias que
examinaremos, es necesario abordar un último asunto preliminar.
Se trata de un asunto bastante obvio, pero de todas maneras vale
la pena repetirlo: las insuficiencias de las fuentes materiales. A pe-
sar de la vastedad de los restos de archivo que han sobrevivido, la
documentación es fragmentaria en extremo y muchos de los se-
rios problemas de interpretación en parte están relacionados con
las fundamentales deficiencias en la naturaleza de las fuentes. Bue-
na parte de la documentación clave fue, por supuesto, deliberada-
mente destruida por los nazis al aproximarse el final de la guerra, o
se perdió en los bombardeos aéreos. Pero el problema se extiende
más allá de la mera pérdida física del material archivado. Llega
hasta los enormes vacíos en las fuentes documentales con respec-
to a los puntos más críticos y sensibles, que son, ellos mismos, un
producto inevitable del modo en que el sistema de gobierno nazi
funcionaba. En ninguna parte esos vacíos son más evidentes o más
frustrantes que en lo que tiene que ver con Hitler mismo y con su
papel en el gobierno del Tercer Reich. Así pues, la creciente de-
sintegración de cualquier maquinaria de gobierno formal centra-
lizado en el Tercer Reich, junto con el estilo de gobierno extraor-
dinariamente no burocrático de Hider —en el que las decisiones
rara vez eran registradas—, han dejado un enorme vacío en la do-
cumentación de la esfera central de toma de decisiones. Los in-
mensos remanentes burocráticos del Tercer Reich se detienen,
por lo tanto, antes de llegar a Hitler. Es difícil saber qué mate-
rial del gobierno llegaba alguna vez a Hitler; más difícil aún re-
sulta saber si lo leía o no y cuál era su reacción. Como dictador
de Alemania, Hitler es para el historiador en gran medida inal-
canzable, refugiado en el silencio de las fuentes. Por esta misma
razón, los conflictos fundamentales de interpretación acerca del
lugar de Hitler en el sistema de gobierno nazi no pueden ser evi-
tados ni definitivamente resueltos sobre la base de la documen-
tación disponible.
Las falencias de las fuentes constituyen una parte relativamen-
te menor del problema de interpretar el nazismo. Un papel más
significativo en la formación del carácter de las controversias acer-
ca de la dictadura nazi ha sido desempeñado por las concepciones
y los métodos de análisis histórico, con frecuencia contradicto-
rios, de los historiadores al aplicarlos al estudio del nazismo.
La dimensión histórico-filosófica
Dos puntos se pueden señalar desde el comienzo. El primero
es que las diferencias de enfoque y método históricos, así como de
filosofía de la historia, no son de ninguna manera exclusivas del
estudio del nazismo, aunque los problemas involucrados en la in-
terpretación del nazismo hacen que estos temas de filosofía de la
11 IAN KERSHAW LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO 23
historia se destaquen de una manera particularmente intensa. El
segundo punto es que la profundidad y el rigor del debate sobre
método histórico provienen de la tradición específicamente ale-
mana de escritos sobre temas históricos y el desafío a esa tradición,
aplicada al terreno del Tercer Reich. Si bien los historiadores no
alemanes con frecuencia han realizado importantes contribucio-
nes, el debate sobre método histórico es en gran medida y de ma-
nera característica un asunto alemán occidental. En lo que sigue,
por lo tanto, es necesario que centremos nuestra atención en el
curso y la naturaleza de la historiografía alemana, y en las radical-
mente opuestas opiniones acerca de la forma y el objetivo de los
escritos sobre temas históricos propuestas por los principales his-
toriadores de Alemania occidental.
Los contornos de la historiografía alemana de la posguerra
han sido delineados por una cantidad de factores específicos que
distinguen a Alemania de los desarrollos historiográficos de otros
países. Detrás de todo ese proceso, se halla la necesidad de llegar
a una aceptación del pasado nazi. Esto ha sido fundamental en la
conformación de la relación particularmente estrecha en los es-
tudios históricos alemanes de posguerra entre los problemas de
interpretar el curso y carácter de la historia alemana reciente y las
cuestiones de mayor alcance referidas al método histórico y a la
filosofía de la historia. En general, el desarrollo posterior a la gue-
rra de los estudios históricos en Alemania occidental —la Repú-
blica Democrática Alemana debe ser excluida de esta categoriza-
ción— puede ser dividido en cuatro fases: un período de
continuado y parcialmente reacondicionado historicismo, que du-
ró hasta principios de los años sesenta; una fase de transición de
esa transformación, que se extendió hasta mediados de los seten-
ta; una fase que continuó hasta fines de los años ochenta, a pe-
sar de algunos rígidos desafíos y ciertas tendencias regresivas,
en la que nuevas formas de "historia social" con bases estructu-
rales alineadas con las ciencias sociales y estrechamente interre-
lacionadas con desarrollos paralelos en estudios internacionales
se puede decir que ya están establecidas; y una fase, cuyo desen-
lace no está todavía del todo a la vista, que comenzó con los impor-
tantes cambios de 1989-1990.7
La tradición historicista ejerció un dominio sobre la filosofía de
la historia y las investigaciones históricas en Alemania después
de la época de Ranke incomparablemente mayor que el de cual-
quier filosofía de la historia en cualquier otro país.8 Esta tradición
historicista se apoyaba en un concepto idealista —en el sentido fi-
losófico— de la historia como desarrollo cultural, formado por las
"ideas" de los hombres tal como se manifiestan a través de sus accio-
nes, a partir de las cuales sus intenciones, motivos y "autorreflexión"
pueden ser deducidos. Los escritos sobre temas históricos se con-
centraban en la tarea de tratar de explicar las acciones por la "com-
prensión" intuitiva de las intenciones detrás de ellas. En la práctica,
esto condujo a que se pusiera un fuerte acento en la singularidad
de los hechos y los personajes históricos, en la abrumadora impor-
tancia de la voluntad y la intención en el proceso histórico y en el
poder del estado como un fin en sí mismo (y, en consecuencia, la
elevación del estado nacional prusiano-germánico).
Para un profesional de la historia que se había concentrado
fuertemente en la naturaleza y el papel del estado como un factor
"positivo" en la historia, fue sumamente chocante, después de
1945, tener que enfrentarse "no sólo con la ruptura del estado...
sino también con la ruptura de un estado agobiado por crímenes
del estado de una magnitud inconcebible".9 Sin embargo, el co-
lapso del Tercer Reich no produjo cambios fundamentales en la
tradición y el predominio historicista en los escritos sobre temas
históricos. Como en 1918 y en 1933, la continuidad fue el sello dis-
tintivo esencial. Los dos más importantes historiadores de la Ale-
mania de posguerra, Friedrich Meinecke y Gerhard Ritter, fueron
criados y escribieron en la tradición historicista, y sus ideas esta-
ban profundamente insertadas en la tradición idealista alemana
de pensamiento histórico y político. Ninguno de los dos fue nazi.
En realidad, ambos tuvieron sus roces con los nazis. Meinecke fue
desplazado de su cargo como editor del Historische Zeitschrift en
1935, y Ritter, como asociado de Cari Goerdeler, fue puesto en pri-
sión en 1944 después del atentado contra la vida de Hitler. El in-
fluyente libro de Meinecke, Die deutsche Katastrophe, que apareció
en 1946, y Europa und die deutscheFrage, el libro de Ritter que tenia
un tono de disculpa más intenso, publicado en 1948, constituían
25
24 IAN KERSHAW
en su esencia intentos por justificar el idealismo alemán y la tradi-
ción política nacional. Según esa visión, el nazismo había surgido
de una suerte de excrecencia parasitaria subalterna, que se podía
rastrear hasta las negativas fuerzas salidas a la luz por primera vez
en la Revolución francesa, y que habían coexistido junto al desa-
rrollo del estado alemán, en general saludable y positivo. Si bien
existieron señales amenazadoras a fines del siglo XIX, fue sobre to-
do una desastrosa serie de acontecimientos desatados por la pri-
mera guerra mundial la que provocó en toda Europa, y no sólo en
Alemania, la caída de los valores morales y religiosos, el predomi-
nio del materialismo, el aumento de la barbarie y la corrupción
de la política como maquiavelismo y demagogia. El nazismo fue,
por lo tanto, según esa interpretación, el terrible resultado de ten-
dencias europeas, no específicamente alemanas, y constituyó una
decisiva ruptura con el "saludable" pasado alemán más que un
producto de él. Meinecke hablaba de "la historia de la degenera-
ción de la humanidad alemana".10
A Ritter le resultaba "casi inso-
portable" pensar que "la voluntad de un solo loco" había llevado
a Alemania a la segunda guerra mundial.11
El nazismo fue, por lo
tanto, más o menos un accidente en un desarrollo que por otra
parte era loable. Y el desastre que sobrevino en Alemania podía,
en gran parte, ser atribuido a Hitler, el "demonio". (Estos inten-
tos defensivos de interpretar al nazismo como parte de una en-
fermedad europea eran, por supuesto, la respuesta directa a la
cruda interpretación propuesta por los autores anglonorteameri-
canos después de la guerra; ellos consideraban que el nazismo só-
lo podía ser visto como la culminación de siglos de subdesarrollo
cultural y político de Alemania, que podía rastrearse hasta Lutero
y más allá todavía.12
)
El comienzo de una rápida declinación de la influencia del
historicismo y una transformación en el pensamiento acerca de la
historia surgieron a partir de la "controversia Fischer", de princi-
pios de la década de 1960. Sin dejar de usar métodos totalmente
tradicionales de investigación, Fritz Fischer, en su Griffnach der
Weltmacht, publicado en 1961, puso al descubierto los objetivos
agresivos y de guerra expansionista de las élites alemanas en la pri-
mera guerra mundial, y con ellos derribó el argumento de que un
desarrollo básicamente saludable hasta un cierto momento "se ha-
bía descarrilado" después de la guerra. Y si bien no era su inten-
ción, Fischer también abrió nuevas áreas de preocupación para la
investigación histórica, especialmente con respecto al papel de las
élites "tradicionales" y las continuidades en las estructuras socia-
les, y también la política tanto interior como exterior, que relacio-
naba la era imperial con la era nazi. El escándalo que provocó el
trabajo de Fischer reflejaba claramente la amplitud del impacto
cultural en el grupo dominante en los estudios históricos.13
El pro-
ceso de transformación desatado en parte por la "controversia Fis-
cher" fue continuado, en gran medida, por el debilitamiento de
la vieja rigidez, gracias a la expansión del sistema universitario; por
los desafíos a la profesión de los historiadores, provocados por los
avances producidos en las ciencias sociales; y por los cambios en
el clima político e intelectual que acompañó el final de un largo
período de gobierno conservador y el "movimiento estudiantil"
de finales de los años sesenta.14
Despojados de su aislamiento historicista y en un contexto
donde las estrechas relaciones culturales con otros países euro-
peos y con los Estados Unidos eran activa e intensamente promo-
vidas, los estudios históricos alemanes salieron al mundo exterior.
Los conceptos estructurales de la historia, derivados en particular
de la escuela francesa de los Ármales, y la influencia de las ciencias
políticas y sociales norteamericanas comenzaron a transforman
los enfoques históricos en Alemania occidental.
Enfoques nuevos y más teóricos en los estudios históricos, fuer-
temente inclinados hacia los desarrollos del otro lado del Atlánti-
co en las ciencias políticas y sociales, lucharon por establecerse por
primera vez en las universidades alemanas. El enfoque de la "nue-
va historia social" o "ciencia histórico-social", promoviendo una dis-
ciplina integradora basada en la teoría para construir un análisis
estructural de la "historia de la sociedad", cambió radicalmente el
acento de los estudios históricos tradicionales en Alemania. Este
enfoque afirmaba que el concepto de "política" necesitaba ser su-
bordinado al concepto de "sociedad", de modo que la "historia
política", si bien importante en sí misma, por sí sola no podía pro-
veer una clave para la comprensión histórica y necesitaba echar
26 IAN KERSHAW LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO 13
raíces en un contexto más amplio (y teórico).15
La creación de dos
nuevas revistas —el Geschichte und Gesellschafl, en 1975, y Geschichts-
didaktik, en 1976—, donde se materializó la metodología y la pu-
blicación de los descubrimientos de las investigaciones de estos
nuevos enfoques, se podría decir que refleja el hecho de que la
"historia como ciencia social", innovadora a mediados de los años
sesenta, se convirtió en un hecho establecido e institucionalizado
una década más tarde.
Este progreso, por supuesto, fue cuestionado. El guante arro-
jado por los representantes del enfoque de la "nueva historia so-
cial" fue recogido por los principales historiadores, quienes, aun-
que ya divorciados del historicismo clásico, seguían aferrándose a los
métodos históricos y ámbitos de interés convencionales. Los deba-
tes acerca del método histórico entre los dos bandos —aparente-
mente irreconciliables— en ocasiones eran feroces. Y éstos tienen
una influencia directa en las controversias acerca del nazismo.
El principal protagonista del enfoque "historia de la socie-
dad", Hans-Ulrich Wehler, en general no era considerado un es-
pecialista en nazismo, aunque sus estudios sobre la Alemania im-
perial estaban expresamente emparentados con la cuestión de la
continuidad de las estructuras de la sociedad alemana entre 1870
y 1945.16
Entre los principales atacantes de la "nueva historia so-
cial" y defensores de los méritos de la historia política convencio-
nal —con un fuerte acento en la historia de la diplomacia y las re-
laciones exteriores, la importancia del individuo y su voluntad e
intención, en contraposición a determinantes estructurales, y el
valor del método histórico tradicional de investigación empírica—
fueron los difuntos Andreas Hillgruber y Klaus Hildebrand, am-
bos famosos expertos en la política exterior de la Alemania nazi.17
En un artículo clave de 1973, Hillgruber desarrolló un argu-
mento a favor del regreso a un acento central sobre la moderna
historia política.18
Allí atacaba fieramente "las exageradas afirma-
ciones de moda de la 'historia social'", donde los modelos han
reemplazado a las pruebas concretas. Los enfoques de la nueva
historia social no eran, en su opinión, adecuados para arrojar luz
sobre el sistema internacional y los todavía cruciales determinan-
tes del "equilibrio de poderes" en asuntos internacionales. Recha-
zaba la excesiva simplicidad de las teorías de "imperialismo" o "fas-
cismo", y terminaba con una andanada contra la idea de que no
existe nada semejante a "la erudición libre de valores". De este mo-
do, reafirmaba su opinión de que el trabajo del estudioso debe se-
guir siendo independiente de su compromiso político. La línea de
ataque de Hildebrand era similar, aunque éste usaba un tono to-
davía más directo.19
Atacaba la aplicación de la teoría, ya que la ac-
ción política debe buscarse en las fuentes y en la crítica de las fuen-
tes, en la evaluación de la situación particular, de las aspiraciones
individuales, en las decisiones, en los acontecimientos accidenta-
les y sorpresivos. Negaba que las relaciones internacionales pudie-
ran ser consideradas un derivado de los desarrollos sociales, y ar-
gumentaba que, comparados con los conceptos de "hegemonía"
y de "equilibrio de poderes", los de la "nueva historia social" eran
de limitado valor. El único procedimiento legítimo para el histo-
riador era trabajar desde lo particular a lo general, y no al revés.
Para él, la aplicación de la teoría era metodológicamente dudosa,
potencialmente excluyente de muchas facetas de la realidad.
Concluía reafirmando la opinión de que el pasado es autónomo
y no está allí para dar información o instruir al presente.
La réplica de Wehler sostenía que el enfoque de Hillgruber
también necesitaba sustento teórico y conceptual, y que su con-
fianza en los objetivos de los grupos conductores, ideas políticas
e intenciones conducía inexorablemente hacia una historia polí-
tica de las ideas que no abría nuevos horizontes. Wehler destaca-
ba las limitaciones de concentrarse en las fuentes de archivos so-
lamente para el análisis de la toma de decisiones en política
exterior.20
Su respuesta a Hildebrand fue expresada de manera
más aguda. Lo acusó de exageración teórica, ataques sin sentido,
y aparentemente, por lo menos en un lugar, hasta de incluir citas
distorsionadas deliberadamente.21
Veía su insistencia en operar
desde lo particular hasta lo general como algo insuficiente, inclu-
so para la investigación sobre el nazismo de Hildebrand mismo.
En una andanada posterior, atacó el enfoque de la historia del na-
zismo como aparece en el trabajo de Hildebrand diciendo que se
trataba de un "historicismo confuso y deformado".22
Éste, a su vez,
aseguraba que los comentarios de Wehler demostraban precisa-
14 IAN KERSHAW LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO 29
mente cómo la relación de la sociedad y Hitler, de estructura y per-
sonalidad en el Tercer Reich, "pueden ser distorsionadas y descrip-
tas de manera simplista gracias a los prejuicios y la falta de cono-
cimiento". Sostenía, además, que el artículo de Wehler estaba
fuera de los límites de los estudios serios, que acumulaba afirma-
ciones de opinión política e insulto personal y que carecía de va-
lor en el contexto de una discusión académica seria.23
Estos intercambios intransigentes sobre los enfoques teóricos
y las cuestiones metodológicas tienen una relación directa con la
naturaleza de algunas controversias interpretativas clave acerca
del nazismo. Indican las dificultades teóricas para reconciliar
un enfoque "estructural" para la historia del nazismo con uno de ti-
po personalista, un problema clave para la interpretación del papel
y el lugar de Hitler en el sistema nazi de gobierno. En segundo lu-
gar, señalan algunas de las dificultades de la relación del historia-
dor con las fuentes. Es decir, cómo deben ser entendidas y leídas.
En tercer lugar, plantean la compleja cuestión de la posición polí-
tica del historiador, de qué manera se relaciona con las circunstan-
cias políticas en las que él o ella vive y trabaja, y la relación entre las
posiciones teórico-metodológicas y político-ideológicas.
Acerca del primer punto, el enfoque teórico, conceptual de
Wehler impulsó una preferencia metodológica instintiva y brindó
apoyo al trabajo de los historiadores del nazismo llamados "revi-
sionistas", como Hans Mommsen, el difunto Martin Broszat, y
Wolfgang Schieder, quienes, trabajando por lo general sin la apli-
cación consciente de un gran aparato teórico, enfocaron comple-
jos problemas como la interrelación de la política interior y la ex-
terior en el estado nazi, la estructura de la maquinaria del estado
y los procesos de toma de decisiones, y, no menos importante, el
lugar y la función de Hitler en el sistema nazi, en lo que podría
ser ampliamente descrito como un modo "estructural-funcionalis-
ta". De manera correspondiente, las limitaciones son fuertemen-
te destacadas por explicaciones que se apoyan principalmente en
las intenciones conscientes de Hitler y su papel individual en la
formación de la política nazi.24
Con respecto al segundo punto, la disputa acerca del método
histórico ha resaltado el problema de cómo el historiador cons-
truye una explicación de las fuentes. Más allá de las deficiencias
en las fuentes materiales sobre el nazismo que señalábamos ante-
riormente, las fuentes, muchas veces, (como señalaba el difunto
Tim Masón en expresa referencia a las intenciones y los objetivos
de Hitler) pueden "ser leídas de muchas maneras diversas, según
los diferentes tipos de otros conocimientos históricos que son traí-
dos a colación en estos textos", y no deberían ser leídas únicamen-
te en lo que parece ser el literal modo del "sentido común".25
De
ahí que algunas de las controversias (particularmente aquellas en
torno de Hitler) se plantean entre historiadores que usan precisa-
mente las mismas fuentes documentales, pero que parten de dife-
rentes premisas y concepciones —no sólo acerca de lo que fue el
Tercer Reich, sino también acerca de qué es eso de escribir histo-
ria—, y las leen de una manera radicalmente diferente.
El tercer punto, la influencia de consideraciones político-
ideológicas sobre la historiografía del nazismo, es un tema inde-
pendiente e importante, al que ahora paso a dedicarme.
La dimensión político-ideológica
Dos áreas separadas, aunque relacionadas, necesitan ser con-
sideradas: primero, los modos en que la división de Alemania mol-
deó las premisas político-ideológicas para interpretar el nazismo
a ambos lados del Muro; y segundo, los modos en que estas dife-
rencias han dado forma a los cambiantes patrones de lo escrito so-
bre el nazismo dentro de la República Federal misma.26
En la República Democrática Alemana, fundada sobre prin-
cipios marxistas-leninistas, el antifascismo fue, desde el comienzo,
una piedra angular indispensable de la ideología y legitimidad del
estado. Por lo tanto, el trabajo histórico sobre "Hitler-fascismo" ha
tenido siempre una relevancia política directa. Y dado que el fas-
cismo fue considerado un producto intrínseco del capitalismo, y el vecino estado de Alemania occidental se fundaba en los princi-
pios capitalistas de los aliados occidentales, la investigación histó-
rica sobre el fascismo tuvo la tarea no meramente de educar a los
ciudadanos alemanes orientales acerca de los horrores y males del
15 IAN KERSHAW LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO 31
pasado, sino también, y con mayor razón, acerca de los peligros y
males presentes y futuros, del potencial fascismo, considerado par-
te constitutiva del imperialismo capitalista, especialmente en la Re-
pública Federal.
La comprensión del nazismo en la República Democrática
Alemana se apoyaba en la larga tradición de la Internacional Co-
munista de luchar con el problema del fascismo en los años vein-
te y treinta, que culminó en la famosa formulación de Georgi Di-
mitroff, definitivamente establecida en el Séptimo Congreso del
Comintern en 1935, con respecto a que el fascismo era "la dicta-
dura abierta y terrorista del más reaccionario, más chauvinista y
más imperialista de los elementos del capital financiero".27
El "pa-
sado no dominado" del estado alemán occidental —junto con la
supervivencia de personas con un pasado más que dudoso duran-
te el Tercer Reich, bastante renuente, en lugares prominentes de
la economía y de la vida política— simplemente destacaban para
los estudiosos alemanes orientales la relevancia presente y el sen-
tido político de sus estudios históricos. La introducción a una co-
lección de ensayos que sintetiza los resultados de la investigación
histórica en la República Democrática Alemana sobre el nazismo,
declara categóricamente: "El objetivo y la preocupación del libro
se verán satisfechos si, como un primer paso en el camino hacia
una amplia investigación sobre los problemas políticos del fascis-
mo, históricos y actuales, se logra proveer material erudito para
la lucha actual contra el fascismo y el imperialismo".28
Y uno de
los colaboradores del volumen destacaba aún más: el intento de
los capitalistas de apuntalar su poder con nuevos métodos —los
del fascismo— es una verdad que "ha sido tomada con pasión por
los historiadores marxistas, quienes, con su investigación de la
historia del fascismo, quieren hacer una contribución para com-
batir las fuerzas reaccionarias que siempre están reapareciendo
con nuevos disfraces, y quienes, sobre la base de su experiencia
histórica, actúan desde el punto de vista de que la lucha antifas-
cista sólo puede ser llevada a la victoria con la total eliminación
del poder y la superación del capital monopólico".29
Uno de los
más importantes historiadores de la República Democrática Ale-
mana precisamente resumía este punto: "Para nosotros, la inves-
tigación sobre el fascismo significa participar en la actual lucha
de clases".30
El marco de referencia ideológico dentro del cual la investi-
gación histórica operaba en Alemania occidental era menos abier-
tamente declarado, pero era obvio de todas maneras.31
El princi-
pal objetivo en la formulación de la Constitución Alemana
Occidental (la "Ley Básica") era eliminar la posibilidad de la crea-
ción de un sistema "totalitario", no sólo como el que existió en el
Tercer Reich, sino como el que ha seguido existiendo en la Unión
Soviética y en la Zona Soviética de Alemania. La constitución era
intencionalmente tanto antifascista como anticomunista. Como
ha sido señalado, "la teoría del totalitarismo que compara y hasta
llega a igualar fascismo y comunismo puede, por lo tanto, ser con-
siderada la idea dominante detrás de la ley constitucional básica
e incluso, hasta un cierto punto, la ideología oficial de la Repúbli-
ca Federal".32
La premisa "totalitaria" estaba implícita y era am-
pliamente aceptada en Alemania occidental, aun entre los social-
demócratas, antes de que los escritos eruditos de los emigrantes
alemanes en los Estados Unidos, especialmente los de Hannah
Arendt y Cari Friedrich, establecieran que el totalitarismo consti-
tuía el concepto central para interpretar al nazismo.33
El enfoque
a partir del concepto de "totalitarismo" dominó la investigación
sobre "historia contemporánea" en la República Federal en los
años cincuenta y principios de los sesenta. Los influyentes traba-
jos de Karl Dietrich Bracher sobre el final de la República de Wei-
mar y sobre la "toma del poder" por parte del nazismo son los más
notables ejemplos.34
La importante revista de "historia contem-
poránea", la Vierteljahrshefte für Zeitgeschichte, que apareció por pri-
mera vez en 1953, también consideró que era su misión no sólo
estudiar el nazismo, sino emprender investigaciones sobre los mo-
vimientos totalitarios en general, incluido, por supuesto, el comu-
nismo.35
El desafío a la predominante teoría del totalitarismo y al rena-
cimiento de las teorías fascistas en Alemania occidental en los años
sesenta se llevó a cabo en dos planos: el de la erudición académica
Y el de la polémica ideológico-política. Pero, como siempre, había una conexión intrínseca entre los dos niveles, que nunca podrían
32 IAN KERSHAW 16
ser separados completamente. Al abordar el primer desafío impor-
tante con respecto a los valores dominantes del estado conserva-
dor manejado por los demócratas cristianos a mediados de los
años sesenta y la creciente crisis dentro de las universidades ale-
manas que se desató en 1968, la discusión académica sobre el fas-
cismo y la rehabilitación intelectual de las teorías fascistas de los
años entre las dos guerras mundiales rápidamente se convirtió en
una "esloganización" por parte de segmentos de la izquierda,
mientras que la impresionada y excesiva reacción de la derecha li-
beral y conservadora le aseguró un lugar al debate sobre fascismo
o totalitarismo como parte del diálogo y el conflicto político. Nos
ocuparemos de esas teorías y sus críticas en el capítulo siguiente.
Acá, el asunto es ilustrar las claras connotaciones políticas que lle-
va consigo la controversia académica. Además, no sólo las reper-
cusiones del año de disturbios de 1968, sino también la mucho
más abierta politización de los claustros universitarios en Alema-
nia occidental ayudaron a delinear los perfiles del debate. Y mien-
tras en los años sesenta y principios de los setenta la expansión de
las universidades en general promovió una sensación de desafío a
la ortodoxia y a las posiciones dominantes, las restricciones en el
crecimiento de la educación superior y la Berufsverbot contribuye-
ron a un cambio de clima.36
El predominio —apoyado por abun-
dantes y sumamente influyentes publicaciones— del establish-
ment conservador y liberal en la profesión de los historiadores fue
reafirmado en no menor medida. El tono del conflicto está bien
representado en los comentarios de dos de los principales histo-
riadores "liberal-conservadores" del nazismo, Karl Dietrich Bra-
cher y Andreas Hillgruber.
En un breve y muy leído libro de texto sobre la historia ale-
mana de posguerra, publicado a mediados de los años setenta,37
Andreas Hillgruber habló de la crítica radical en las universida-
des, que se hacía cada vez más dependiente de las "fuerzas del
marxismo-leninismo doctrinario", orientadas hacia el modelo de
la República Democrática Alemana, y de una búsqueda en la
"Nueva Izquierda" de ideología y adoctrinamiento (la cual, al ro-
tularla "necesidad de teoría", implícitamente era asociada al cos-
tado "progresista" de los debates teórico-metodológicos dentro de
las disciplinas históricas). Consideraba que la hipótesis de la "pri-
macía de la política interior", que Wehler y otros habían derivado
del trabajo de Eckhart Kehr y desplegado principalmente como
un aparato heurístico, proporcionaba una "aparente legitimación
intelectual" de la supuesta convicción de la "Nueva Izquierda" con
respecto a que el cambio social radical e incluso la revolución eran
la única preocupación del presente.
El más notable de todos los historiadores germano-occiden-
tales especializados en el Tercer Reich, Karl Dietrich Bracher, tam-
bién dejó muy en claro sus opiniones acerca de la cambiante natu-
raleza de los escritos sobre "historia contemporánea".38
Escribió que
la vivaz discusión de los años sesenta había sido estimulada, pero
también ensombrecida y a veces distorsionada, por la politización y
los trastornos institucionales en las universidades y la educación
superior alemanas. Las tendencias de la investigación hacia los
enfoques interdisciplinarios y comparativos también habían he-
cho su contribución, especialmente la ampliación del método
histórico y el requerimiento de una base de ciencias sociales para
los estudios de la historia. Un "renacimiento marxista" de la "Nue-
va Izquierda" había aumentado la complejidad y la confusión de
conceptos, especialmente en las "vehementemente manifestadas
afirmaciones de una teoría" y en el "ataque radical a los patrones
anteriores de interpretación que habían surgido esencialmente
del esfuerzo de comprender el pasado después de las catástrofes
de 1933 y 1945". A medida que los enfoques moldeados por la ex-
periencia del Tercer Reich se desvanecían, fueron siendo reem-
plazados por enfoques e ideas crítico-sociales que ponían a las an-
teriores interpretaciones bajo fuego cruzado, frecuentemente
lanzado por "rústicas armas". Los logros de la investigación ante-
rior fueron ignorados o distorsionados, y se recurrió a la agitación
política en la que "la lucha ideológica fue realizada por detrás y
en nombre del saber". Bajo la exigencia de teoría y revisión, los
cánones previos de los estudiosos fueron también distorsionados.
El ataque a los valores liberal-democráticos había sido articulado
en los amargos embates contra la idea de totalitarismo y en la ili-
mitada expansión de la teoría general del fascismo, que rápida-
mente había degenerado desde los nuevos enfoques intelectuales
17 IAN KERSHAW LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO 35
(como los de Ernst Nolte) hasta formulaciones marxistas-comu-
nistas de agitación que rejuvenecían las de las décadas de 1920 y
de 1930, y atacaban el concepto occidental de democracia como
"burgués tardío" y "capitalista tardío", y el estado parlamentario
liberal-democrático de Alemania occidental como simplemente
"restaurador". Las explicaciones ideológicas monocausales habían
reemplazado a la anterior apertura de la ciencia política e históri-
ca. También los escritores no marxistas, por el ímpetu de los mé-
todos socioeconómicos y la "sociologización de la historia contem-
poránea", habían contribuido a un cambio de lenguaje y de estilo
de interpretación. En general, el acceso a nuevas fuentes y la in-
tensificación de la investigación empírica habían ampliado la ba-
se para el trabajo sólido, especializado. Pero esto generaba una re-
lación difícil con la "tendencia, a través de la teorización y la
alienación ideologizante desde la historia de las personas y los he-
chos, a mostrar y poner en efecto como tema dominante y con-
ductor la crítica contemporánea del capitalismo y la democracia".
Las controversias que vamos a explorar surgieron en este cli-
ma, recubiertas de consideraciones políticas e ideológicas. En un
estado que no ha tenido una importante escuela historiográfica
marxista, la mayoría de los debates que vamos a considerar son
controversias entre historiadores de diferentes tipos de tendencia
liberal-democrática. La politización del debate es acá más latente
que patente. En la medida en que llega a salir a la luz, lo hace os-
curamente reflejado en disputas filosóficas acerca de la relevancia
de los valores sociales y políticos del momento, respecto de los es-
critos de los historiadores, y de si éstos deberían ser proscriptos en
beneficio de una historia "libre de valores" y "objetiva".39
Existe
un acuerdo general acerca de la tarea del historiador de "educar"
en cuanto a los valores de razón, libertad y "emancipación", pero
semejante compromiso difuso con la virtud y no con el pecado na-
turalmente deja espacio para una multitud de a menudo apenas
semiocultas posiciones ideológicas. Además, como lo demuestran
los comentarios anteriores, tampoco impide la aparición de me-
nosprecios y calumnias como acompañamiento de la controversia
erudita. Una manifestación de esto fue la afirmación de que, en
su intento de "revisión" de las aceptadas interpretaciones del na-
zismo, los historiadores estaban "trivializando" la naturaleza ma-
ligna del régimen nazi. Esto indica de manera impresionante la
importancia, también, de la dimensión moral, inevitable al escri-
bir sobre el nazismo.
La dimensión moral
El contenido moral de los escritos sobre el nazismo de prin-
cipios de la posguerra era explícito. Los historiadores de las po-
tencias victoriosas estaban demasiado ansiosos por encontrar en
el nazismo la confirmación de todas las peores características de
los alemanes a través de los siglos, y del evidente apoyo masivo a
Hitler en los años treinta deducían una "enfermedad" peculiar-
mente alemana y una fácil igualación de los alemanes y los nazis.
Ya hemos señalado el tono moral de la defensa contra estas torpes
acusaciones en los trabajos de Meinecke y Ritter, que reflejaban el
natural carácter de disculpa de los escritos alemanes sobre temas
históricos en la era de posguerra. La insistencia en "la otra Alema-
nia" y el complot de resistencia de 1944 —como, por ejemplo, en
la biografía de Goerdeler escrita por Gerhard Ritter— una vez más
indica la preponderancia de la dimensión moral en los escritos so-
bre el Tercer Reich a principios de la posguerra.40
Aunque los estudiosos más recientes se han apartado total-
mente de la indignación y el resentimiento, de la condena y la dis-
culpa que caracterizaron la era de posguerra, un fuerte elemento
permanece como una presencia latente. Todos los intelectuales
serios (los alemanes sobre todo) demuestran, incluso por el len-
guaje que usan —por ejemplo, en el frecuente uso de términos
como "criminalidad" y "barbarie" en relación con el régimen na-
zi—, su desprecio moral por el nazismo. Esto señala un punto que
numerosos comentaristas han advertido como una dificultad en
la interpretación del nazismo. Mientras que los historiadores tra-
dicionalmente tratan de evitar todo juicio moral (con diversos gra-
dos de éxito) en el intento de alcanzar una "comprensión" (Vers-
tehen) favorable de su tema de estudio, esto resulta claramente
imposible en el caso del nazismo y de Hider. Wolfgang Sauer plan-
36 IAN KERSHAW 37
tea el dilema de la siguiente manera: "Con el nazismo, el historia-
dor se enfrenta a un fenómeno que no le deja otro camino que el
rechazo, sea cual fuere su posición individual. Literalmente, no
hay ninguna voz importante que esté en desacuerdo en este
asunto. [...] ¿Pero este rechazo fundamental no implica una fal-
ta fundamental de comprensión? Ysi no comprendemos, ¿cómo
podemos escribir historia? El término 'comprender' tiene, cier-
tamente, un significado ambivalente; podemos rechazar y seguir
'comprendiendo'. Sin embargo, nuestras capacidades intelectuales
y psicológicas alcanzan, en el caso del nazismo, una frontera no
imaginada por Wilhelm Dilthey. Podemos elaborar teorías expli-
cativas, pero, si nos enfrentamos directamente con los hechos, to-
das las explicaciones parecen débiles".41
Puede ser que el proble-
ma resulte, en la práctica, menos serio de lo que Sauer imaginaba.
Después de todo, los historiadores de muchos otros regímenes
políticos y sus líderes con frecuencia tienen muy pocas oportu-
nidades de dar muestras de su "comprensión favorable" hacia el
objeto de sus estudios.
Aun así, el problema no podía ser más claramente puesto de
relieve que en el caso de la Alemania de Hitler, aunque la univer-
sal condena moral del nazismo hace que resulte mucho más sor-
prendente que la cuestión de su implícita trivialización moral en
los escritos sobre temas históricos sea siquiera planteada. Karl Die-
trich Bracher parece haber comenzado y sus comentarios mues-
tran que la afirmación no está desconectada de las cuestiones de
método histórico y de las resonancias político-ideológicas que ya
hemos analizado. Bracher afirma que los enfoques marxistas y de
la "Nueva Izquierda" —pero también los de algunos bien estable-
cidos "burgueses" liberales (o, como los llama él, "relativistas")—
equivalían a una enorme subestimación de la realidad del nazis-
mo. Por consiguiente, "la dimensión ideológica y totalitaria del na-
cionalsocialismo se reduce a tal extremo que la barbarie de 1933-
1945 desaparece como fenómeno moral". El resultado es que
"puede muy bien parecer que una nueva ola de trivialización y has-
ta de disculpas estaba comenzando".42
En un tono similar, Klaus
Hildebrand criticaba a aquellos que "inmovilizados en lo teórico,
se preocupan vanamente por las explicaciones funcionales de la
fuerza autónoma en la historia, y el resultado es, con frecuencia,
que contribuyen a su trivialización".43
El rechazo más directo a ta-
les afirmaciones fue expresado por Tim Masón, dentro del con-
texto de los debates sobre el nazismo: "El debate ha alcanzado tal
pico de intensidad que algunos historiadores ahora se acusan en-
tre sí de 'trivializar' al nacionalsocialismo en sus trabajos, de pro-
porcionar, implícitamente, sin pensarlo, una disculpa para el ré-
gimen nazi. Ésta es tal vez la más seria acusación que se puede
hacer contra los historiadores serios de este tema", planteando
"preguntas fundamentales acerca de la responsabilidad moral y
política del historiador".44
Las interpretaciones que han dado lugar a estas acusaciones
de trivialización nos ocuparán más adelante en el libro. Basta aho-
ra con señalar que la acusación ha sido hecha para ilustrar las ine-
vitables resonancias morales de cualquier discusión acerca del na-
zismo, en particular entre los historiadores alemanes. En realidad,
aunque Bracher tenía algún fundamento para su acusación en el
caso de las más banales producciones de la "Nueva Izquierda" que
no veían diferencias esenciales entre el fascismo y otras formas de
"dominación burguesa", me parece que era, y es, una acusación
totalmente innecesaria e injustificada cuando se la extiende a los
historiadores serios del nazismo.
Sin embargo, la acusación de "trivialización" no plantea pre-
cisamente la cuestión de un propósito moral al escribir sobre el na-
zismo. ¿Es el objetivo aprender acerca de la maldad del nazismo
"comprendiéndolo"? ¿Es cuestión de condenar un fenómeno úni-
co de maldad que por el hecho de ser único jamás puede repetir-
se y ya desapareció para siempre? ¿Es el objetivo extraer lecciones
de este horror del pasado acerca de la fragilidad de la democra-
cia moderna y la necesidad de mantener una constante guardia
contra la amenaza a las democracias liberales tanto de la derecha
como de la izquierda? ¿El propósito es acaso proveer estrategias
para el reconocimiento y la prevención de un resurgimiento del
fascismo? ¿Es realizar al mismo tiempo un acto de recuerdo y de
advertencia a través del odio y la furia? Esta última parecía ser la
posición de la difunta Lucy Dawidowicz en un libro que sólo se
ocupa de la moralidad de los escritos de los historiadores sobre el
19
Holocausto.45
Ella hablaba allí del nazismo como "la esencia del
mal, el demonio liberado en la sociedad, Caín en una encarna-
ción corporativa". Sostenía ella que "nada salvo la más lúcida con-
ciencia del horror de lo que ocurrió puede ayudar a evitarlo en el
futuro". Y citaba complacida las palabras de Karl Jaspers: "Lo que
ha ocurrido es una advertencia. Olvidarlo es una culpa. Debe ser
recordado continuamente. Fue posible que esto ocurriera, y sigue
siendo posible que vuelva a ocurrir en cualquier momento. Sólo
conociéndolo es posible evitarlo".46
Al mismo tiempo, el disgusto
de ella por los métodos de los historiadores marxistas y estructura-
listas (que fueron otra vez acusados de abdicar de su responsabili-
dad profesional) y su predilección por la historia personalizada
—pues la "atribución de responsabilidad humana por los hechos
históricos que ocurren... a los instigadores y agitadores que hacen
que las cosas ocurran"47
— plantea una vez más, de manera sor-
prendente, el problema de cómo el método histórico que ella fa-
vorecía puede producir los efectos que ella deseaba.
Volvemos otra vez a la interrelación entre el método del his-
toriador, la naturaleza moral de su obligación profesional, y el
marco de referencia político ideológico en el que esa obligación
es llevada a cabo.
2. La esencia del nazismo: ¿una forma
de fascismo, un tipo de totalitarismo
o un fenómeno único?
Desde 1920, se han producido debates acerca de la naturale-
za y el carácter del fenómeno nazi: cómo debería ser ubicado en
el contexto de los sorprendentemente nuevos movimientos polí-
ticos que, desde la revolución bolchevique de 1917 hasta cinco
años después de la "Marcha sobre Roma" de Mussolini, estuvieron
modificando el perfil de Europa. Mientras los teóricos del Comin-
tern en los años veinte ya rotulaban al nazismo como una forma
de fascismo engendrada por el capitalismo en crisis, los escritores
burgueses sólo un poco más adelante comenzaron a asociar dere-
cha e izquierda como los combinados enemigos totalitarios de la
democracia. Los debates fueron, por supuesto, considerablemen-
te ampliados durante los años del gobierno nazi: por una parte,
con la finalización de la definición del fascismo dada por la Co-
mintern en 1935 y con los análisis del fascismo por parte de los
teóricos de izquierda exiliados en Occidente, y, por otra parte, con
una creciente predisposición en las democracias occidentales y en
los Estados Unidos a considerar al nazismo y al comunismo sovié-
tico las dos caras de una misma moneda totalitaria, una visión apa-
rentemente confirmada por el Pacto de No Agresión Nazi-Sovié-
tico de 1939. Si bien esta línea de pensamiento naturalmente se
desdibujó a partir de 1941, resurgió con más fuerza todavía al co-
mienzo de la guerra fría, a fines de los años cuarenta. Durante la
era de la guerra fría, las interpretaciones izquierdistas del nazis-
mo como una forma de fascismo perdieron su influencia, mien-
tras que las teorías basadas en el concepto de totalitarismo disfru-
taron de sus buenos momentos hasta que fueron cada vez más
atacadas —desplomándose bajo el peso de la acumulación de de-
talladas investigaciones— sólo a finales de los años sesenta, un pe-
ríodo de creciente distensión, de mayor introspección y crítica tan-
to a la sociedad como a los gobiernos occidentales, y después, de
40 LAN KERSHAW LA ESENCIA DEL NAZISMO 41
desórdenes en las universidades y nuevas corrientes intelectuales.
El renacimiento del interés por el fascismo como un problema ge-
neral se vio reflejado en una exuberante producción de estudios
no sólo desde la izquierda, sino también desde los escritores libe-
rales. Esto puso a los teóricos del "totalitarismo" a la defensiva,
aunque se produjo una cierta retirada en los años setenta cuando
la debilidad del enfoque comparativo del fascismo se volvió cada
vez más obvia.
El debate acerca del fascismo y del totalitarismo se mantuvo
con vida también por su relación con una tercera corriente de in-
terpretación que demostró ser sumamente influyente: la que dice
que el nazismo puede sólo ser explicado como producto de las pe-
culiaridades del desarrollo prusianogermánico a lo largo de, más
o menos, el siglo anterior. Pero esa interpretación era presentada
de dos maneras totalmente diferentes y opuestas.
Los historiadores sociales, al concentrarse en las causas del na-
zismo, destacaban un camino específico de modernización en Ale-
mania, donde, mucho más que en las sociedades occidentales, las
tradiciones autoritarias y feudales preindustriales, precapitalistas
y preburguesas sobrevivían en una sociedad en la que nunca hu-
bo una verdadera burguesía y coexistían en una relación de ten-
sión con una economía capitalista moderna y dinámica. Esto se
mantuvo hasta que finalmente explotó en una violenta protesta
cuando esa economía se derrumbó en una crisis. Fue menos la na-
. turaleza del capitalismo alemán que el vigor de las fuerzas premo-
dernas en la sociedad alemana lo que determinó el camino a la vic-
toria del nazismo en 1933. Aunque destacaban las peculiaridades
del desarrollo alemán, los exponentes de esta interpretación seña-
laban los obvios paralelos en otras sociedades —por ejemplo, en
Italia— y consideraban el nazismo, con todas sus características sin-
gulares, una forma de fascismo en lo que hace a sus orígenes so-
cioeconómicos y a su formación. No veían, al mismo tiempo, nin-
guna incompatibilidad necesaria con los elementos de la teoría del
totalitarismo en cuanto a ciertos componentes de gobierno.1
El hecho de destacar una "revolución burguesa fallida" y el
predominio de estructuras preindustriales y neofeudales al expli-
car un "camino especial" alemán de desarrollo estaba, sin embar-
go, sujeto a un ataque frontal.2 La posición alternativa ponía de
relieve, en contraste, el carácter burgués de la sociedad y la políti-
ca alemanas de fines del siglo xix y —de manera implícita, más
que explícita— la necesidad de explicar al nazismo no por las "pe-
culiaridades alemanas", sino por los desequilibrios particulares de
la forma de capitalismo y del estado capitalista que existían en Ale-
mania. Se podría pensar que esta línea de argumentación —sean
cuales fueren sus méritos— sólo lo llevaría de vuelta a una serie
de preguntas sobre las "peculiaridades" ligeramente diferente pa-
ra poder dar respuesta al obvio problema acerca de por qué sólo
Alemania, entre todas las economías capitalistas industriales su-
mamente avanzadas (Italia, aunque había hecho grandes progre-
sos de industrialización antes de la guerra, no podía ser puesta a
la par de las principales economías industriales), produjo una dic-
tadura "fascista" totalmente desarrollada. El acalorado —aunque
un tanto artificial— debate sobre el "camino especial" del desa-
rrollo alemán se preocupaba más por la interpretación del perío-
do imperial que por el Tercer Reich. A pesar de sus obvias conno-
taciones para la comprensión de los orígenes del nazismo, no es
necesario que nos ocupemos más de este asunto en este lugar, en
particular porque los historiadores de ambos bandos del debate
aceptan completamente que, con todas sus características particu-
lares, el nazismo entra en una categoría más amplia que la de los
movimientos políticos que llamamos "fascistas". Las "peculiarida-
des" alemanas a las que se refiere esta controversia son las que co-
locan a Alemania aparte de las democracias parlamentarias occi-
dentales, no aparte de Italia o de otras formas de fascismo.
Una manera diferente y más exclusiva de destacar la singula-
ridad del nazismo como producto de la historia prusiano-alema-
na reciente ha sido un importante foco de la interpretación de al-
gunos de los más importantes historiadores políticos alemanes
occidentales en sus análisis del carácter y la naturaleza del gobier-
no nazi. De acuerdo con esta interpretación, el nazismo fue sui ge-
neris: un fenómeno del todo único que surgió del legado peculiar
del estado autoritario prusianoalemán y del desarrollo ideológico
alemán, pero que debe su singularidad sobre todo a una persona,
Hitler, un factor de arrolladura importancia en la historia del na-
42 IAN KERSHAW LA ESENCIA DEL NAZISMO 43
zismo y uno que es imposible ignorar, subestimar o sustituir. Tan
singular fue la contribución ideológica y política de Hitler a la for-
mación y dirección del movimiento nazi y luego del estado nazi,
que cualquier intento de rotular el nacionalsocialismo como "fas-
cismo" —y de esa manera compararlo con otros movimientos "si-
milares"— carece de sentido e implica, además, la "trivialización"
de Hider y del nazismo. Más bien, está tan inrrincadamente entre-
tejido el nacionalsocialismo con el ascenso, la caída, los objetivos
políticos y la destructiva ideología de esa personalidad única, que
es lícito hablar del nazismo como "hiderismo". Aunque excluyen
con vehemencia toda posibilidad de considerar al "hitlerismo" co-
mo un tipo de fascismo, los exponentes de esta interpretación de
todas maneras agregaron un importante elemento de compara-
ción al argumentar que la forma y naturaleza del gobierno nazi
hacía esencial considerar el nazismo una clase de totalitarismo,
junto con el comunismo soviético (en particular el estalinismo) .3
En este capítulo, primero resumiré brevemente las etapas del
desarrollo y las principales variantes de interpretación dentro de
los enfoques del tipo "totalitarismo" y del tipo "fascismo". Existe
ya una amplia literatura que examina y describe estos enfoques en
detalle, de modo que brindaré un resumen tan breve como sea
posible sólo como orientación. En segundo lugar, trataré de eva-
luar los puntos fuertes y las debilidades de las ideas en su aplica-
ción al nazismo. Finalmente, a la luz de la discusión del nazismo
y del fascismo, volveré a considerar el argumento de la singulari-
dad del nazismo en el contexto de la "peculiaridad" del desarro-
llo alemán.
Totalitarismo
Es equivocado considerar el concepto de totalitarismo simple-
mente como un producto de la guerra fría, aunque ése fue, en
efecto, el período de su mayor florecimiento. Su uso es en reali-
dad tan viejo como el de fascismo, que se remonta a los años vein-
te. Y aunque entra un poco más tarde en la escena de los teoremas
fascistas, el enfoque de totalitarismo fue pronto ampliamente acep-
tado como una teoría "establecida" y también del "establishment",
antes de ser sometida a un dañino desafío en los años sesenta. Me
ocuparé, por lo tanto, primero del totalitarismo.
El término fue acuñado en Italia el 23 de mayo de 1923 y fue
usado al principio como un término antifascista de insulto. Para
dar vueltas las cosas y volverlas contra sus oponentes, Mussolini se
apoderó del término en junio de 1925, hablando de la "fiera vo-
luntad totalitaria" de su movimiento. A partir de ese momento fue
usado como una autodescripción positiva por Mussolini y otros fas-
cistas italianos, y luego, más adelante, por los legalistas alemanes
y por los nazis. Gentile, el principal ideólogo del fascismo italia-
no, también empleó el término en numerosas ocasiones, aunque
en un sentido más estatista: implicaba un estado que todo lo abar-
ca y que habría de superar la división estado-sociedad de las débi-
les democracias pluralistas. Las dos ideas, la del estatismo y la im-
plicación mussoliniana de la dinámica voluntad revolucionaria del
movimiento, coexistieron una al lado de la otra. En alemán, el uso
fue un tanto diferente, pero relacionado y con el mismo doble sig-
nificado. Ernstjünger fue uno de los muchos escritores que ya ha-
bían acuñado la expresión "guerra total" y "movilización total" en
los años veinte, términos con implicaciones dinámicas y revolucio-
narias. Para esa misma época Cari Schmitt, el más importante teó-
rico de la ley de Alemania, estaba desarrollando la idea de políti-
ca del poder basado en la relación amigo-enemigo, en la que
incluyó, como la antítesis histórica de la pluralización liberal del
estado, el "estado total de la identidad del estado y la sociedad".
Ambas formas, por lo tanto, "la activista" y la "estatista", existían
antes de que los nazis llegaran al poder y fueron incorporadas al
vocabulario nazi (aunque la palabra "totalitario" fue, en realidad,
muy poco usada por los líderes nazis) .4
La primera vez que se usó la palabra "totalitarismo" para
equiparar a los estados fascistas y comunistas parece haber sido
en Inglaterra, en 1929, aunque algunos años antes Nitti, el ex
primer ministro de Italia, estaba entre los que hacían compara-
ciones estructurales entre el fascismo italiano y el bolchevismo. En
los años treinta y cuarenta, la idea fue también aplicada por ana-
listas del fascismo decididamente izquierdistas, como Borkenau,
44 IANKERSHAW LA ESENCIA DEL NAZISMO 45
Lówenthal, Hilferding y Franz Neumann, quienes la utilizaban
como una herramienta para caracterizar lo que ellos considera-
ban lo nuevo y específico sólo del fascismo (o nazismo), sin el
elemento comparativo extendido al comunismo soviético. Franz
Neumann, por ejemplo, elaboró su aplicación del término en su
magistral Behemoth sobre la manera de referirse a sí mismo del
fascismo contemporáneo y la idea del colapso en el caos del
"estado total" de Schmitt, bajo el empuje "totalitario" del movi-
miento nazi.5 Al mismo tiempo, el uso dominante del adjetivo
"totalitario" para relacionar al fascismo y al nazismo con el co-
munismo estaba ya ganando terreno en los países anglosajones
en los años treinta, impulsado por los escritos de los alemanes
exiliados, el terror estalinista y el Pacto Nazi-Soviético. Se estaba
allanando el terreno para el surgimiento del modelo completa-
mente desarrollado de totalitarismo de principios de la era de
posguerra, popularizado de diferentes maneras, sobre todo por
Hannah Arendt y Cari Friedrich.
El libro de Hannah Arendt, Origins ofTotalitarianism, es una apa-
sionada y conmovedora denuncia de la inhumanidad y el terror,
despersonalizados y racionalizados como la ejecución de leyes ob-
jetivas de la historia. Su acento en las características internas del
nazismo, radicales, dinámicas y destructoras de estructuras, ha si-
do ampliamente confirmado por investigaciones posteriores. Sin
embargo, el libro es menos satisfactorio acerca del estalinismo que
sobre la Alemania nazi. Además, no ofrece una teoría clara o una
idea satisfactoria del concepto de sistemas totalitarios. Y su argu-
mento básico para explicar el crecimiento del totalitarismo —el
reemplazo de clases por masas y el surgimiento de una "sociedad
de masas"— es claramente deficiente.6
Las publicaciones de Cari Friedrich, escritas desde el punto
de vista de la teoría constitucional, fueron todavía más influyentes
que las de Hannah Arendt. Todos los siguientes escritores que se
ocuparon del totalitarismo tuvieron que referirse al trabajo de
Friedrich, y especialmente a su famoso "síndrome de los seis pun-
tos", que destacaba lo que él consideraba eran las características
centrales de los sistemas totalitarios (una ideología oficial, un so-
lo partido de masas, control policial terrorista, control monopóli-
co de los medios de comunicación, monopolio de las armas y con-
trol centralizado de la economía). La principal debilidad del mo-
delo de Friedrich ha sido señalada con frecuencia. Se trata sobre
todo de un modelo estático, que casi no deja espacio para el cam-
bio y el desarrollo en la dinámica interna de un sistema, y reposa
sobre la exagerada suposición de la naturaleza esencialmente mo-
nolítica de los "regímenes totalitarios". Su modelo, por lo tanto,
terminó siendo rechazado aun por aquellos estudiosos que toda-
vía operan con el enfoque del totalitarismo.7
Después de la estabilización de la URSS en la era postestali-
nista, los teóricos del totalitarismo tendieron a concentrar la aten-
ción mucho más en los regímenes vigentes del bloque oriental que
en el desaparecido régimen nazi. Más aún, se dividieron entre
aquellos que ampliaron la idea del totalitarismo para incluir toda
manifestación de gobierno comunista y aquellos que lo limitaron
principalmente al estalinismo. En ambos casos, sin embargo, la
comparación con los sistemas fascistas quedó, por lo menos implí-
citamente, preservada.8
Mientras tanto, la idea de totalitarismo había sido adoptada
en los años cincuenta como el elemento fundamental de las prin-
cipales interpretaciones eruditas del nazismo, como en los clási-
cos y pioneros trabajos de Karl Dietrich Bracher. Bracher, den-
tista político él mismo, ha señalado la cautela que se necesita al !
desarrollar una teoría general del totalitarismo por medio de ca-
tegorías constitucionales o sociológicas que se apoyen en inves-
tigaciones históricas empíricas demasiado débiles. Esa investiga-
ción era vital, en su opinión, para revelar las muchas y variadas
formas de gobierno totalitario, pero confirmarían la similitud esen-
cial en las técnicas de gobierno de los sistemas bolchevique/comu-
nistas y nazi/fascistas. Bracher no quería atarse a las característi-
cas estáticas, constitutivas e insuficientemente diferenciadas del
modelo de Friedrich, que poca justicia le haría a la "dinámica re-
volucionaria", considerada por él el "principio central" que dis-
tinguiría al totalitarismo de otras formas de gobierno autorita-
rio. El carácter decisivo del totalitarismo residía, según él, en ¿Ti
total reclamo de poder, el principio de liderazgo, la ideología ex-
clusiva y la ficción de la identidad de gobernantes y gobernados^
46 IAN KERSHAW LA ESENCIA DEL NAZISMO 47
Representa la distinción básica entre una comprensión "abierta"
y otra "cerrada" de la política.9 El valor fundamental de la idea
de totalitarismo radica, por lo tanto, en su capacidad de recono-
cer la distinción primaria entre democracia y dictadura. Aunque
Bracher ve eso —como toda teoría política y social que va más
allá de la simple descripción, las teorías sobre el totalitarismo tie-
nen sus debilidades—, él asegura que en ese momento y antes,
incluso después de Hitler y de Stalin, existe el "fenómeno de re-
clamos totalitarios para gobernar y la tendencia a la tentación...
totalitaria" (la cual, en este contexto, él asocia con la Nueva Iz-
quierda entre los intelectuales alemanes y también con el creci-
miento del terrorismo de izquierda y de derecha en la Repúbli-
ca Federal en los años setenta).10
En su opinión, la pregunta
básica acerca del carácter totalitario de los sistemas políticos no
puede evitarse tanto en interés de la claridad y objetividad eru-
dita, como por las consecuencias políticas y humanas de esas dic-
taduras, así como por las tendencias hacia el totalitarismo en la
sociedad actual.
Aunque otros importantes estudiosos han aplicado y conti-
nuado aplicando la idea de totalitarismo para caracterizar lo que
ellos ven como la esencia del sistema nazi, basta con resumir acá
el uso que de esa idea hace Bracher. Él no sólo estuvo en el piná-
culo de los estudios sobre el nazismo desde los años cincuenta has-
• ta los setenta, sino que también apoyó la idea de totalitarismo den-
tro del marco de referencia de la comprensión de los diferentes
modelos de dominación política y fue él, más que ningún otro his-
toriador, quien más contribuyó a la preservación e incluso a la
reactivación de la idea de totalitarismo en su aplicación al nazis-
mo. Sin embargo, deben de quedar dudas acerca del empleo que
hace Bracher de la separación poco diferenciada entre una com-
prensión "abierta" y otra "cerrada" de la política como principio
ordenador clave para definir el totalitarismo; dudas también de-
ben de existir acerca de su falta de una clara distinción entre totali-
tarismo como tendencia y como sistema de gobierno, y, finalmente,
acerca del discutible valor de la idea de "dinámica revolucionaria"
cuando se la aplica a las diversas sociedades que Bracher conside-
raba "totalitarias" y, lo que es fundamental, acerca de la atribución
de características comunes relativamente superficiales a regíme-
nes que revelan muchas diferencias significativas de organización
y objetivos.
Podemos ahora realizar un breve resumen de interpretacio-
nes contrapuestas que ubican al nazismo dentro de la familia de
fascismos europeos del período de entreguerras y que rechazan,
al mismo tiempo, la comparación con el comunismo soviético pro-
pia del enfoque centrado en los totalitarismos.
Fascismo
La nueva oleada de interés por el fascismo como fenómeno
experimentado en la mayoría de los países de la Europa de en-
treguerras fue disparada, en gran medida, en los años sesenta,
por la aparición del muy influyente libro de Ernst Nolte, DerFas-
chismus in seiner Epoche, en 1963.11
En cinco años se realizaron
varias conferencias internacionales de primer nivel, se imprimie-
ron varias antologías con estudios acerca de la naturaleza y ma-
nifestación de los movimientos fascistas en toda Europa y se acu-
muló una considerable literatura erudita.12
El interés académico
en el fascismo comparativo se mezcló —para luego terminar, en
parte, dominado por él— con el interés político en la izquierda
a fines de los años sesenta, durante el período del desafío a los
valores de la sociedad liberal-burguesa contemporánea por par-
te de la "Nueva Izquierda". Las condiciones políticas de esa dé-
cada estimularon y condujeron, pues, un resurgimiento de las
teorías marxistas sobre el fascismo, derivadas de los trabajos de
los analistas marxistas contemporáneos del fenómeno fascista,
junto con la proliferación de interpretaciones no marxistas del
tema.13
En el caso de las interpretaciones tanto marxistas como
no marxistas, se puede decir en general que, como ocurre con
el totalitarismo, la mayoría de las líneas de debate se extienden
al pasado prácticamente tanto como el fenómeno mismo del fas-
cismo.
48 IAN KERSHAW LA ESENCIA DEL NAZISMO 49
Teorías marxistas
El primer intento serio de explicar el fascismo en términos teó-
ricos fue emprendido por el Comintern en los años veinte. La in-
terpretación del Comintern, inicialmente del fascismo italiano, es-
taba basada en la idea de una estrecha relación instrumental entre
capitalismo y fascismo. Derivada de la teoría leninista del imperia-
lismo, la teoría sostenía que la caída inevitable del capitalismo que
se avecinaba daba lugar a una creciente necesidad, por parte de los
grupos más reaccionarios y poderosos dentro del ya altamente con-
centrado capital financiero, de asegurar sus objetivos imperialistas
manipulando el movimiento de masas, capaz de destruir a la revo-
lucionaria clase trabajadora y, por lo tanto, de salvaguardar en el
corto plazo los intereses y las ganancias capitalistas que se lograrían
por medio de la guerra y la expansión. Así pues, el fascismo era la
forma necesaria y el estadio final del gobierno burgués capitalista.
Según esta interpretación, por lo tanto, la política era una función
directa de la economía y estaba totalmente subordinada a ella; los
movimientos de masas fascistas eran el producto de la manipulación
capitalista; el gobierno fascista cumplía la función de aumentar las
ganancias; los líderes fascistas eran, por ello, los "agentes" de la cla-
se gobernante capitalista. La pregunta clave que debía hacerse era:
¿en beneficio de quién trabajaba el sistema? Y la respuesta no de-
jaba lugar a dudas en cuanto al eslabón intrínseco que unía a los
lacayos fascistas con los gobernantes capitalistas. Si bien un breve
resumen no les hace justicia a los debates dentro del Comintern y
a las variadas glosas e interpretaciones que eran propuestas (la más
inteligente y sutil fue la de Clara Zetkin), se puede decir que la opi-
nión que se acaba de presentar fue en esencia la predominante y
la que se resumió en la decimatercera reunión plenaria del Comi-
té Ejecutivo de la Internacional Comunista en diciembre de 1933,
y en su forma definitiva en la definición de Dimitroff de 1935, men-
cionada en el capítulo 1. Siguió siendo la base de los trabajos sovié-
ticos y alemanes del Este sobre el nazismo hasta las recientes trans-
formaciones en Europa oriental.14
El predominio contemporáneo del pensamiento "ortodoxo"
de la Comintern significaba que las interpretaciones marxistas "no
conformistas" no siempre recibían en su momento la atención que
merecían. Las interpretaciones sutiles, por ejemplo, del "renega-
do" del KPD,* August Thalheimer, separado del Partido Comunis-
ta en 1928, y el teórico austríaco Otto Bauer recién recibieron el
debido reconocimiento durante el renacimiento de los estudios
sobre el fascismo en los años sesenta y setenta, aunque su influen-
cia sobre las recientes interpretaciones marxistas del fascismo ha
sido por lo general mayor que la formulación de la Comintern.
Tanto Thalheimer, en una serie de ensayos publicada en 1930,
pero que fue recién totalmente reconocida a fines de los años se-
senta, como Bauer, en un ensayo publicado en 1924 y elaborado en
un capítulo de un libro de 1936, ambos parten, para su interpreta-
ción del fascismo, de trabajos de Marx sobre el bonapartismo, en
particular El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, escrito inme-
diatamente después del coup d'état del 2 de diciembre de 1851.
Aunque ninguno equiparaba el bonapartismo con el fascismo
(el cual, en el momento de sus publicaciones originales, seguía
existiendo principalmente en su manifestación italiana), ambos
veían en la interpretación de Marx del coup d'état francés un indi-
cador significativo para la comprensión de la mecánica de la rela-
ción del fascismo con la clase dominante capitalista. El trabajo de
Marx se había apoyado en su afirmación de que la neutralización
mutua de las clases sociales en lucha por el poder en Francia había
permitido a Luis Bonaparte, apoyado por el lumpen-proletariado
y la masa de los apolíticos pequeños propietarios campesinos,
constituir la autoridad ejecutiva del estado en un poder relativa-
mente independiente. La aplicación del análisis de Marx al fascis-
mo les permitió a Thalheimer y Bauer distinguir entre el dominio
social y el dominio político ejercido por la clase dominante capi-
talista. Esto les permite destacar la importancia autónoma del apo-
yo de la masa al fascismo; ver al fascismo sólo como uno de los mu-
chos modos posibles de la crisis del capitalismo y de ninguna
manera como el equivalente del estadio final de éste en su ruta
hacia el socialismo y, finalmente, darle importancia a la relativa
* Kommunistische Partei Deutschlands (KPD): Partido Comunista
Alemán. [T]
50 IAN KERSHAW LA ESENCIA DEL NAZISMO 51
autonomía del ejecutivo fascista una vez en el poder. En cada caso,
esta interpretación llevó a sus autores a un directo conflicto con la¡
línea "ortodoxa" leninista (aunque en sus últimos escritos de 1938
Bauer abandonó un poco la idea del bonapartismo para colocarse
mucho más cerca de los análisis leninistas del imperialismo). El
punto crucial fue la relación dialéctica entre el dominio económi-
co de los "grandes burgueses" y la supremacía política de la "casta
gobernante" fascista, apoyada financieramente por los capitalistas,
pero no creada por ellos. Aunque pequeño burgués en su compo-
sición, el partido fascista en el poder estaba, sin embargo, destina-
do a convertirse en el instrumento de la clase económicamente
dominante, especialmente sus elementos más belicistas. Pero las
contradicciones internas del sistema, que darían como resultado
los choques de intereses entre la casta fascista y la clase dominante
capitalista, sólo podían ser resueltas por medio de la guerra.15
Mientras la teoría del Comintern continuó, hasta los aconte-
cimientos de 1989, vigente en la República Democrática Alemana
como la clave para comprender el fascismo, variantes del enfoque
bonapartista (como el que también puede verse en los percepti-
vos escritos de Trotsky sobre el fascismo16
) han ejercido una gran
influencia sobre los escritos teóricos de los marxistas occidentales
desde los años sesenta. Sin embargo, hay que agregar que los tra-
bajos sobre el fascismo realizados por la izquierda fueron afecta-
dos de manera significativa por una tercera corriente importante
de interpretación marxista del fascismo, derivada del trabajo de
Gramsci (en particular su idea de "hegemonía burguesa") y arti-
culada por Nicos Poulantzas, cuya interpretación consideraremos
más detalladamente en el capítulo 3.17
El enfoque neogramscia-
no coloca un acento mayor que otras interpretaciones marxistas
en las condiciones de crisis políticas que surgen cuando el estado
ya no puede organizar la unidad política de la clase dominante y
ha perdido legitimidad popular, y que hace atractivo al fascismo
como una solución radical populista al problema de restaurar la
"hegemonía" de la clase dominante. Las interpretaciones marxis-
tas del fascismo, brevemente resumidas acá, serán tratadas en el
próximo capítulo cuando nos ocupemos de la relación de la polí-
tica con la economía en el sistema de gobierno nazi.
Interpretaciones no marxistas
Mientras que la mayor parte de las interpretaciones marxis-
tas recientes del fascismo, como ya lo he indicado, han adoptado
teorías vigentes en los años veinte y treinta, o se han apoyado en
ellas, las tempranas interpretaciones "burguesas" o no marxistas
—muy pocas, si es que alguna lo logra, llegan a constituir una teo-
ría del fascismo— han sido, por lo general, consideradas seriamen-
te deficientes por los estudiosos posteriores. La visión de "crisis
moral" de la sociedad europea, por ejemplo, sostenida por Croce,
Meinecke, Ritter y más adelante por Golo Mann, sólo ha produci-
do un impacto muy indirecto en las posteriores interpretaciones
no marxistas del fascismo. El intento de Wilhelm Reich de combi-
nar marxismo y freudismo para interpretar al fascismo como una
consecuencia de la represión sexual, y el enfoque de la psicología
colectiva de Erich Fromm, que argumenta a favor de un "escape
de la libertad" para refugiarse en la sumisión, tampoco han pro-
porcionado demasiado ímpetu metodológico para el análisis ac-
tual del fascismo. Sólo el enfoque de Talcott Parson —basado en
el concepto de "anomia" en las modernas estructuras sociales y la
coexistencia cargada de conflictos de los sistemas de valores tradicio-
nales, arcaicos y los procesos sociales modernos— se puede decir que
ha "dejado una impresión indeleble" sobre los análisis no marxistas
posteriores del fascismo ligados a las teorías de la moderniza-
ción.18
Los estudiosos no marxistas de fascismo comparado, des-
de su renacimiento en los años sesenta, derivaron su impulso
principalmente de tres direcciones diferentes: el enfoque de la
historia "fenomenológica" de las ideas que emanan del trabajo
de Ernst Nolte; numerosos y variados enfoques estilo "estructu-
ral-modernización"; y las interpretaciones "sociológicas" de la
composición social y de la base de clase de los movimientos y los
votantes fascistas.
El "método fenomenológico", así denominado por Nolte mis-
mo, implica, en la práctica, no mucho más que tomar seriamente
la descripción que de sí mismo hace un fenómeno, en este caso,
los escritos de los líderes fascistas. Críticos irónicos han sugerido
que resulta "ser esencialmente el conocido método de Dilthey, el
52 IAN KERSHAW LA ESENCIA DEL NAZISMO 53
de la empatia", o "un poco más que historicismo vestido de fies-
ta".19
Nolte apenas si les presta un poco de atención seria a las ba-
ses sociales del fascismo, ya que encuentra que las explicaciones
socioeconómicas del fascismo son inadecuadas. Más bien, su aná-
lisis del desarrollo de las ideas fascistas lo lleva a lo que él llama,
de manera un tanto grandiosa, una concepción "metapolítica" del
fascismo como una fuerza genérica y autónoma. En una conclu-
sión más bien mística y mistificadora, ve al fascismo como "resis-
tencia práctica y violenta a la trascendencia". Por "trascendencia"
entiende un doble proceso de la búsqueda de la emancipación y
el progreso por parte de la humanidad (que él denomina "tras-
cendencia práctica"), y de la búsqueda de salvación más allá de
este mundo por parte del hombre, "saliendo el espíritu más allá
de lo que existe y de lo que puede existir hacia un todo absolu-
to"; es decir, creer en Dios y la vida después de la muerte (que él
llama "trascendencia teórica"). El fascismo es, en esencia, por lo
tanto, antimodernista; pero cuando se concentra en la noción de
"violenta resistencia a la trascendencia", Nolte separa el fascismo
de la mera "reacción" y lo ve como un movimiento europeo a la
vez antirracional y antimoderno, el cual, al rechazar primero y
principalmente su imagen especular —es decir, el comunismo—
también amenazaba la existencia de la sociedad burguesa. Final-
mente, cuando pone el acento en "el fascismo y su época" (el tí-
tulo original en alemán de su obra principal), lo que Nolte está
diciendo es que el fascismo estaba ligado a su tiempo, que "no
sería posible que la 'misma' configuración sociológica en un pe-
ríodo diferente y en otras condiciones del mundo produjera un
fenómeno históricamente relevante que pudiera ser considera-
do fascismo, por lo menos no... en la forma del fascismo nacio-
nal europeo".20
El libro de Nolte fue importante y, como lo he mencionado
antes, estimuló el interés en el problema del fascismo genérico más
que ningún otro trabajo individual en los años sesenta. Pero no lo-
gró demasiados seguidores, ya sea metodológicamente, ya sea por
sus conclusiones. Otros escritores sobre fascismo comparado, tam-
bién trabajando a partir de la propia imagen que el fascismo tenía
de sí, han argumentado que el fascismo era revolucionario, por lo
que su atención no se dirigía al pasado, que "se parece mucho al
jacobinismo de nuestro tiempo".21
En segundo lugar, la omisión
de un detallado análisis de la naturaleza y la dinámica de los fun-
damentos socioeconómicos de los movimientos fascistas es una sig-
nificativa limitación del trabajo de Nolte. Finalmente, desde una
perspectiva diferente se ha cuestionado si Nolte ha hecho más que
describir manifestaciones similares de un tipo de sistema político
que él llama "fascismo", pero que mostraba fundamentales y dife-
rentes grados de intensidad en toda Europa; en otras palabras,
perdió de vista que las diferencias superan las similitudes, lo que
cuestionaría la propia existencia del fenómeno mismo.22
El segundo grupo importante de enfoques no marxistas (estos
enfoques incluyen numerosos y variados matices, además de po-
ner el acento en diferentes puntos) está ligado a las teorías de la
modernización, en las que el fascismo es visto como uno de los
muchos senderos diferentes en la ruta hacia la sociedad moder-
na. En una variante del enfoque de la modernización, que Klaus
Hildebrand apodó "teoría estructural-funcional", el fascismo es
considerado "una forma especial de gobierno en sociedades que
se encuentran en una fase crítica del proceso de transformación
social hacia una sociedad industrial y, al mismo tiempo, objetiva-
mente o a los ojos de los estratos gobernantes, se ve amenazada
por un levantamiento comunista".23
En esta visión, el fascismo ob-
tiene su ímpetu principal de la resistencia de las "élites residuales
a las tendencias igualitarias de la sociedad industrial". Otros enfo-
ques ven al fascismo como una forma experimental de dictadura
(Gregor), como primariamente un fenómeno que se halla en las so-
ciedades agrarias en una fase particular de su transición hacia la
modernización (Organski), o como un producto de la ruta hacia el
modernismo en una sociedad agraria que sólo ha tenido que enfren-
tarse con "la revolución desde arriba", lo cual dio como resultado la
intranquilidad revolucionaria —con fuerzas modernizadoras tem-
porarias— de una clase totalmente reaccionaria (el campesinado)
condenada a la extinción (Barrington Moore).24
El problema principal del enfoque "estructural-funcionalista"
parece estar en su exagerado énfasis en la resistencia de las élites
gobernantes para cambiar a expensas del peso relacionado con el
54 IAN KERSHAW LA ESENCIA DEL NAZISMO 27
dinamismo autónomo de los mismos movimientos fascistas de ma-
sa. Unido a esto, está la dificultad de establecer qué estados afec-
tados por el fascismo estaban precisamente en este proceso de
transición hacia una sociedad industrial pluralista. En el mejor de
los casos, esto parece aplicarse a Italia y a Alemania, aunque el gra-
do de la transición era tan diferente en ambos países que quedan
muchas dudas acerca del valor del "modelo".25
La principal difi-
cultad con esas teorías de la modernización —que colocan al fas-
cismo sobre todo en un contexto agrario— es que no son fáciles
de aplicar al caso alemán, donde el nazismo se desarrolló en una
sociedad altamente industrializada. Resulta significativo que Or-
ganski —uno de los más notables exponentes de este enfoque—
deje a Alemania fuera de su modelo, mientras que el estimulante
y amplio análisis de Barrington Moore sobre los diferentes patro-
nes de desarrollo modernizante arraigado en la variada naturale-
za de la base de poder de la élites terratenientes exagera el acento
puesto en la importancia de las tradiciones feudales para explicar
el éxito del fascismo. De este modo, desestima de manera signifi-
cativa la relación con la dinámica de una sociedad plenamente ca-
pitalista y burguesa. Estos enfoques basados en la modernización
y concentrados específicamente en Alemania (por ejemplo, los tra-
bajos de Dahrendorf y Schoenbaum26
) no se ocupan de una teo-
ría del fascismo, sino más bien del impacto de la modernización
(si bien en gran medida no intencionada) del nazismo mismo. Es-
tas interpretaciones serán evaluadas en el capítulo 7.
Un tercer enfoque no marxista muy influyente acerca del fas-
\ cismo fue la interpretación "sociológica" del fascismo de Seymour
i Lipset, que lo ve como un radicalismo de la clase media baja, "un
extremismo de centro", como él mismo lo apodó.27
De acuerdo
' con esta visión, el fascismo surgió cuando el creciente malestar
económico y la sensación de amenaza tanto por parte del gran
capital como por parte de los obreros organizados obligó a los ni-
veles de clase media, que anteriormente habían apoyado partidos
liberales de centro, a volverse hacia la extrema derecha. Este tipo
de interpretación, en los últimos años, ha sido puesta bajo fuego
desde distintas direcciones. Primero, se ha demostrado que el vo-
to de la clase media baja en Alemania antes del ascenso del nazis-
__ y ei argumento de Lipset se apoyaba fuertemente en el ca-
so alemán— iba a partidos que en ningún sentido podían ser con-
siderados "liberales" o moderados partidos centristas, sino que
eran claramente derechistas (autoritarios, nacionalistas y, con fre-
cuencia, racistas) en su composición. Un voto para un partido fas-
cista era, en realidad, el final de un largo proceso de un gradual
deslizamiento hacia la derecha en el patrón de votaciones.28
En
segundo lugar, el partido Nazi recibió su principal apoyo de vo-
tos en las ciudades más grandes —como ha sido recientemente
demostrado—. Eran los distritos de gente rica que representaban
la ya establecida alta burguesía y no los precariamente ubicados /
o declinantes grupos sociales de clase media baja de la teoría de
Lipset. Asimismo, en el otro extremo de la escala social, los nazis
obtuvieron un mayor nivel de apoyo de la clase trabajadora (si
bien no capturaron a los trabajadores "organizados") de lo que
se había previsto.29
Finalmente, se ha objetado que la concentra-
ción en la conducta política de la clase media baja ignora com-
pletamente tanto el papel de las élites en llevar al fascismo al po-
der como la obvia subordinación de los intereses de la clase
media baja a los del gran capitalismo durante la fase del régimen
fascista.30
No ha sido mi intención tratar de realizar una crítica minu-
ciosa de las diferentes interpretaciones del fascismo, sino más bien
ilustrar el hecho de que, a pesar de los considerables avances en
el desarrollo de complejas tipologías de los movimientos fascistas,
no hay en perspectiva ninguna teoría del fascismo que pueda ob-
tener la aprobación universal. Ninguna teoría marxista individual
puede esperar la aceptación general, ni siquiera entre los estudio-
sos marxistas, y algunas de las debilidades y críticas de las interpre-
taciones "burguesas" ya han sido señaladas. Finalmente, como se
mencionó antes, algunos importantes estudiosos —ya sea que se
inclinen por algún enfoque centrado en la idea de "totalitarismo"
° no
— cuestionan toda la base de los estudios comparativos del
fascismo, con el argumento de que las profundas diferencias en-
tre los movimientos "fascistas" hacen que cualquier idea genérica
del fascismo sea totalmente carente de sentido.
56 LAN KERSHAVV LA ESENCIA DEL NAZISMO 28
Después de esta breve descripción de los estadios de desarro-
llo de las ideas de totalitarismo y fascismo, podemos ahora consi-
derar de manera crítica si alguno de estos tipos de modelo cubre
satisfactoriamente el fenómeno del nazismo.
Reflexiones generales sobre las ideas
de "totalitarismo" y "fascismo"
Ni "totalitarismo" ni "fascismo" son conceptos "puros" para
los estudiosos. Ambos términos, desde que comenzaron a usarse,
tienen una doble función: como instrumento ideológico de cate-
gorización política negativa, a menudo funcionan en el habla co-
mún como algo más que una palabra de mera amenaza; y como
instrumento heurístico que los estudiosos han usado en un inten-
to por ordenar y clasificar los sistemas políticos. Es imposible en
la práctica tratarlos como herramientas analíticas "neutrales" usa*
das por los estudiosos, separados de toda connotación política. El
debate erudito acerca del uso de los términos ilustra sobre todo
cuan cerrada es la trama de la historia, la política y el lenguaje.31
Esto también se refleja en la falta de acuerdo acerca de definicio-
nes precisas, así como acerca del uso de los términos.
Además, con frecuencia el lazo entre concepto e historia es
menos que claro. Si por "teoría" se entiende un sistema de afirma-
ciones interrelacionadas derivadas unas de otras y apoyadas unas
en otras, con poder explicatorio general, y si por "concepto" se en-
tiende un atajo lingüístico abstracto, sin sostén independiente y
sin explicación sistemática alguna, entonces podría argumentar-
se que, en el caso del totalitarismo, Friedrich produjo una defi-
nición conceptual, pero que no provee una genuina teoría del
totalitarismo. En el caso del fascismo, la mayoría de los enfoques
no marxistas, como ya se ha mencionado, son esencialmente des-
criptivos y se apoyan en premisas teóricas no definidas con claridad,
mientras que los enfoques marxistas derivan de posiciones teóricas,
pero la teoría aplicada no siempre está basada en claras definicio-
nes conceptuales y a veces éstas hasta resultan estar muy cerca de
las tautologías.32
Si bien tanto el enfoque basado en la idea de "fascismo" co-
mo el basado en la idea de "totalitarismo" buscan proveer tipolo-
gías de sistemas políticos, éstos son de un tipo totalmente diferen-
te Las "teorías" del fascismo ponen el acento en los movimientos
fascistas; en las condiciones de crecimiento, los objetivos y la fun-
ción de estos movimientos como algo diferente de otras formas de
organización política. (Aunque esto también puede decirse de la
teoría de la Comintern y su posterior aplicación, aquí se ha pues-
to mucho más el acento generalmente en la naturaleza de la dic-
tadura fascista más que en la fase de "movimiento".) Los modelos
de totalitarismo, por otra parte, por definición se muestran prác-
ticamente y en gran medida desinteresados respecto de la fase an-
terior al acceso al poder, salvo en la medida en que traiciona las
ambiciones "totalitarias". El foco se pone más bien en los sistemas
y las técnicas de gobierno. Por lo tanto, muchas de las preguntas de
vital importancia para el analista de los movimientos fascistas —las
que se refieren, por ejemplo, a las "causas" socioeconómicas del
fascismo, a la composición social de los partidos fascistas y a las re-
laciones de los movimientos fascistas con la "clase dominante" exis-
tente— carecen de interés para los teóricos del totalitarismo. Por
otro lado, preocupaciones significativas del enfoque basado en la
idea de totalitarismo, tales como la existencia de un único partido
monopólico, legitimación plebiscitaria del gobierno o el predomi-
nio de una ideología oficial, son usualmente consideradas secun-
darias por los analistas del fascismo, quienes destacan más bien las
más importantes diferencias en objetivos, base social y estructuras '
económicas de los regímenes fascistas y comunistas.
Tanto "fascismo" como "totalitarismo" son conceptos que se
extienden más allá de sistemas individuales de gobierno hasta "ti-
pos genéricos". En este sentido, ambos requieren un riguroso mé-
todo comparativo. Sin embargo, en la práctica, los análisis compa-
rativos completos con frecuencia han escaseado, en particular
dentro del modelo del totalitarismo, y ambos enfoques tradicio-
nalmente se han apoyado demasiado en el caso de la Alemania na- 21 • En los último años, se han realizado valiosas investigaciones
comparativas sistemáticas sobre la estructura de los movimientos
fascistas,34
pero todavía queda mucho trabajo por hacer acerca del
58 IAN KERSHAW LA ESENCIA DEL NAZISMO 29
carácter de las instituciones fascistas en el poder. Desde la pers-
pectiva del totalitarismo, la investigación acerca del gobierno y id
sociedad estalinistas no ha llegado ni remotamente al nivel de pe-,
netración del alcanzado respecto del régimen nazi, y las compara-
ciones con frecuencia son muy superficiales.35
A pesar del hecho de que ambos conceptos son políticamente
irreconciliables —quienes sostienen el concepto de un fascismo
general fundamentan su posición en la consideración de que
las dictaduras de derecha son fundamentalmente diferentes de las dic-
taduras de izquierda, mientras que quienes impulsan el enfoque
basado en la idea de totalitarismo comienzan con la premisa de
que las dictaduras fascistas y comunistas son básicamente similares—
prominentes estudiosos alemanes han señalado que ambas ideas
son indispensables al analizar las estructuras políticas modernas y
han argumentado que es posible aplicar ambos enfoques de dife-
rentes maneras al examinar el nazismo.36
Esto parece conllevar la-
dificultad de aplicar conceptos comparativos a un único fenómeno,
mientras que se deja sin resolver el problema de si el concepto
comparativo mismo es válido. De todas maneras, el hecho de que
cada concepto innegablemente contenga resonancias políticas en
sí mismo, no los descalifica por carecer de valor en los estudios o
de validez intelectual. Por lo tanto, queda intacta la necesidad de
probar el valor explicatorio de cada uno de esos términos como
vehículos para evaluar el carácter esencial del nazismo.
¿Nazismo como totalitarismo?
Los críticos del concepto de totalitarismo se ubican en dos
principales categorías: (a) aquellos que rechazan categóricamen-
te cualquier despliegue de un concepto o teoría del totalitaris-
mo; y (b) aquellos que están dispuestos a concederle alguna va-
lidez teórica, pero que consideran que su despliegue práctico es
una herramienta de análisis de limitado potencial. Los argumen-
tos a favor de la segunda posición son, en mi opinión, más con-
vincentes.
(a) El rechazo categórico del totalitarismo como un concepto
sin valor alguno es usualmente sustentado de la siguiente
manera:37
(i) El totalitarismo no es más que una ideología de la
guerra fría, diseñada y desplegada por los estados
capitalistas occidentales en los años cuarenta y cin-
cuenta como un instrumento anticomunista de inte-
gración política y ha continuado usándose de esa ma-
nera hasta la actualidad. Aparte del hecho de que,
como ya hemos visto, el concepto y su aplicación exis-
tían mucho antes de la guerra fría, el indudable y
usualmente tosco uso político que se le dio en la gue-
rra fría, en sí mismo no le quita al concepto de tota-
litarismo su valor potencial como una herramienta
analítica de los estudiosos, del mismo modo que el
uso igualmente tosco de explotación política del tér-
mino "fascismo" tampoco les quita a las teorías del
fascismo validez alguna.
(ii) El concepto de totalitarismo trata la forma —el aspec-
to exterior de los sistemas de gobierno— como con-
tenido, como su esencia. Como resultado, ignora del
todo los diferentes objetivos e intenciones del nazis-
mo y el bolchevismo, objetivos que fueron totalmen-
te inhumanos y negativos en el caso del primero y en
última instancia humanos y positivos en el caso del se-
gundo. La objeción no es del todo convincente. Co-
mo lo ha señalado Adam,38
el argumento se basa en
una deducción a partir del futuro (que no es ni veri-
ficable ni falsificable) hacia el presente, un procedi-
miento que en estricta lógica no es permisible. Hay
también la presunción de que forma y contenido pue-
den estar disociados entre sí, de tal manera que un co-
mentario sobre la forma nada dice acerca del conteni-
do, un punto rechazado hasta por la dialéctica
materialista. Además, el acento sobre la humanidad en
última instancia del bolchevismo contrastada con la in-
humanidad del nazismo, pone en comparación una
LAN KERSHAW 60 61 LA ESENCIA DEL NAZISMO
supuesta intención idealista de un sistema con la rea-
lidad conocida del otro, y evade la cuestión de las po-
sibles similitudes concretas en las técnicas de domina-
ción entre los regímenes estalinista y hitlerista. El
punto puramente funcional de que el terror comunis-
ta era "positivo" porque estaba "dirigido hacia un
completo y radical cambio en la sociedad", mientras
que "el terror fascista (es decir, nazi) alcanzó su pun-
to más alto con la destrucción de los judíos" y "no hi-
zo intento alguno de alterar la conducta humana o de
construir una sociedad genuinamente nueva"39
es,
además de una afirmación discutible en su última par-
te, un cínico juicio de valor acerca de los horrores del
terror estalinista.
(b) Quienes no rechazan de plano el modelo del concepto de
totalitarismo, pero ven su aplicación como algo muy limi-
tado, hacen cuatro críticas sustanciales:
(i) El concepto de totalitarismo, sea como fuere que se
defina, puede sólo de manera insatisfactoria com-
prender las peculiaridades de los sistemas que trata de
clasificar. Broszat señalaba, por ejemplo, en los co-
mentarios introductorios a su magistral análisis del
"estado de Hitler", la dificultad de ubicar la amorfa
falta de estructura del sistema nazi en cualquier tipo-
logía del gobierno.40
El concepto de totalitarismo
, puede, de hecho, sólo hablar de una manera general
y limitada acerca de las similitudes de los sistemas, los
cuales al ser examinados más de cerca están estructura-
dos de maneras tan diferentes, que las comparaciones
por fuerza deben ser sumamente superficiales. Hans
Mommsen ha indicado, por ejemplo, lo diferentes que
eran el uno del otro en estructura y en función, el par-
tido Nazi y el partido Comunista Soviético, y lo poco
que se dice al referirse tanto a la Alemania nazi como
a la Rusia soviética (aun limitando el tratamiento al
período estalinista) como "estados de partido úni-
co".41
Igualmente significativas fueron las importan-
tes diferencias en el carácter esencial del liderazgo en
los dos estados, de modo que los papeles de Hider y
de Stalin sólo con dificultad pueden ser tipificados co-
mo los de "dictador totalitario". Ylos contrastes funda-
mentales en el control de las economías nazi y soviéti-
ca constituyen un ejemplo todavía más sorprendente
de generalizaciones sumamente engañosas que ema-
nan del enfoque basado en el concepto de totalitaris-
mo, en esta instancia, acerca de las economías "totali-
tarias" centralizadas.
(ii) El concepto de totalitarismo no puede incluir adecua-
damente el cambio dentro del sistema comunista. La
extensión del concepto a la URSS postestalinista y a
otros estados del bloque oriental es forzado para ver
la esencia del totalitarismo como algo que no es espe-
cífico de las características del estalinismo, usualmen-
te considerado como comparable con el nazismo (por
ejemplo, terror, culto del líder, etcétera). Aun rete-
niendo el implícito (ya que no explícito) lazo con el
nazismo y otras "dictaduras de derecha", tales inten-
tos con frecuencia rápidamente caen en un absurdo
puro y simple.
(iii) La desventaja decisiva del totalitarismo como concep-
to es que no dice nada acerca de las condiciones socio-
económicas, funciones y objetivos políticos de un sis-
tema, y se contenta sólo con poner el acento en las
técnicas y las formas externas de gobierno (exclusivi-
dad de ideología, tendencia a la movilización multitu-
dinaria, etcétera) .42
Dado que una de las más obvias y
sorprendentes diferencias entre los sistemas nazi y so-
viético se halla en la esfera socioeconómica, se ha se-
ñalado que "el valor de un análisis que ignora las rela-
ciones de producción y la estructura social resultante
de los dos sistemas es estrictamente limitado".43
(iv) La legitimidad del concepto de totalitarismo se apoya
en el sostenimiento de los valores de las "democracias
liberales" occidentales y la distinción entre gobierno
62 LAN KERSHAVj LA ESENCIA DEL NAZISMO 31
"abierto" y "cerrado", entre poder "compartido" 1 "unificado". Sin embargo, existe dentro del concepto
de totalitarismo una ambivalencia entre la descripción
de sistemas de gobierno históricamente reales (nazis-
mo, "estalinismo") y su ampliación para cubrir una
"tendencia" que se extiende a tantas dictaduras mo-
dernas e incluso a secciones de la sociedad dentro de
las democracias occidentales, que ese concepto pier-
de mucho de su valor analítico.44
Estas críticas son realizadas, en general, por aquellos que da
todas maneras no están dispuestos a descartar del todo el concepj
to de totalitarismo. Ellos afirman —y yo podría aceptar sus argu-j
mentos— que es en sí mismo un ejercicio legítimo, sean cuales fuel
ren las diferencias esenciales existentes en estructuras ideológicas!
y socioeconómicas, el hecho de comparar las formas y técnicas del
gobierno en la Alemania bajo Hitler y en la Unión Soviética bajo]
Stalin. Puede justificadamente verse en ambos sistemas una nueva
escala y un nuevo concepto del desarrollo de la fuerza en los siste-j
mas gubernamentales tanto en una pretendida totalidad de con]
trol y manipulación, como en los métodos (basados en modernas!
tecnologías) de movilización de la dinámica plebiscitaria de la pol
blación detrás de sus gobernantes. También puede observarse una
radical intolerancia hacia cualquier foco de lealtades alternativas]
coexistentes o hacia cualquier forma de "espacio para vivir" instij
tucional, salvo que sea bajo las condiciones impuestas por el régi-J men y que, por lo tanto, corresponda a la intentada politización dé
todas las facetas de la experiencia social. El espectro de disenso quel
llega hasta la "resistencia" en la Alemania nazi (y pari passu, aun]
que hasta ahora poco analizada, en la Rusia de Stalin) puede dd
hecho sólo ser comprendido a la luz de la relación con las exigen*
cias de un régimen que hizo un "reclamo total" sobre la conducta
y las manifestaciones externas de conformidad. De este modo, creJ
conductas no conformistas y opositoras que incluso en otros sistel
mas autoritarios no habrían sido politizadas, convirtiéndolas pon
ello en disenso político.43
Si los ecos redundantes de las teorías dd
"sociedad de masa atomizada" pueden ser ignorados, entonces!
uede efectivamente ser en el nivel social más que en el institucio-
nal que resulte heurísticamente útil para un análisis comparativo
de patrones de conducta —de aclamación o de oposición— en so-
ciedades y sistemas políticos estructurados de otra manera, si bien
no el completo y políticamente cargado concepto de totalitarismo,
entonces la más modesta idea de "reclamo total" de un régimen a
sus súbditos.46
Incluso el planteo de un "reclamo total" extremo
podría, entonces, ser visto como sintomático de la "crisis de admi-
nistración" de regímenes en períodos transitorios e inestables más
que como características permanentes de gobierno.
Más allá de esto, me parece que las descripciones del nazismo
como un "sistema totalitario" deben ser evitadas, no sólo debido
al ineludible color político ligado al rótulo de "totalitarismo", si-
no también a los pesados problemas conceptuales que el término
conlleva y que ya han sido resumidos más arriba. Queda una últi-
ma posibilidad, la de desplegar el concepto en un sentido no com-
parativo, restringiendo su uso a los sistemas nazifascistas solamen-
te y volviendo al uso anterior de Franz Neumann y otros, para
distinguir fases del desarrollo en el impacto de la dinámica de un
movimiento de masa con reclamos "totales" sobre las estructuras
legislativa y ejecutiva del estado. El análisis de Broszat del estado
nazi, por ejemplo, usa el adjetivo "totalitario" separado de cual-
quier comparación con la URSS, para distinguir la fase más radi-
calizada del gobierno nazi después de 1937-38, separada de la an-
terior fase meramente "autoritaria".47
Más allá de la cuestión de
colocar rótulos distintivos a los períodos del Tercer Reich antes y
después de 1937-38, y de liberar el concepto de "totalitarismo" de
sus habituales connotaciones comparativas respecto de la URSS,
se podría dudar seriamente si, al ocuparse sólo del estado nazi, el
adjetivo
'totalitario" es de verdad necesario sencillamente como
un sinónimo de dinamismo de radicalización progresiva. Otros, slguiendo la misma línea de interpretación, encuentran que el tér-
mino es del todo redundante.48
Una vez dicho todo esto, el valor del concepto de totalitaris-
mo parece extremadamente limitado, y las desventajas de su uso su
peran en gran medida sus posibles desventajas al intentar carac-
terizar la naturaleza esencial del régimen nazi.49
64 IAN KERSHA' LA ESENCIA DEL NAZISMO 32
¿Nazismo como fascismo o un fenómeno único?
Quienes se oponen al uso de un concepto genérico de fascis-
mo presentan dos principales y serias objeciones a la catalogación
del nazismo como fascismo: la primera —una objeción que yo er
cuentro justificada— dice que el concepto es con frecuencia am-
pliado, de manera inflacionaria, para cubrir una enorme variedad
de movimientos y regímenes de características y significación to-
talmente diferentes; la segunda, en mi opinión menos persuasiva,
dice que ese concepto no tiene la capacidad de incluir de mane-
ra satisfactoria las singulares características del nazismo, y que las
diferencias entre el fascismo italiano y el nacionalsocialismo ale-
mán superan significativamente cualesquiera similitudes superfi-
ciales que puedan parecer tener.
(a) La primera crítica proviene en particular, aunque no úni-
camente, de las interpretaciones marxistas del fascismo
La relación intrínseca entre fascismo y capitalismo en 1¡
versión marxista-leninista de la teoría del fascismo, por
ejemplo, extiende la idea de "dictadura fascista" para cu-
brir numerosos tipos de regímenes represivos, y no traza
una distinción fundamental entre dictaduras militares)
dictaduras de partidos de masa en lo que a la esencia del
gobierno se refiere. Dado que, según esta opinión, la ba
se de masa de un partido fascista es un producto manipu-
lado por la clase capitalista gobernante sin ninguna fuer
za autónoma, la importancia del movimiento de masa
(que la mayoría de los analistas no marxistas considera
rían una importante diferencia entre los regímenes auto
ritarios militares y los regímenes fascistas) disminuye. D<
ahí que los estudiosos de la RDA clasificaran a tan diferen
tes regímenes como los que existían en Polonia, Bulgaris
y Hungría en el período entreguerras, en Portugal baje
Salazar y Caetano, y en España bajo Franco, en Grecia ba
jo los coroneles, en la Argentina bajo los generales, er
Chile bajo Pinochet, y otras dictaduras sudamericanas, co
mo "fascistas", a la par del "fascismo de Hitler".50
Lo deci
sivo para los historiadores de la RDA no era la forma ex-
terior de la dictadura, sino su esencia como el arma de los
elementos más agresivos del capital financiero. De todas
maneras, los estudios de la RDA sí llegaron a distinguir
con mucha claridad entre dos tipos básicos de dictadura
fascista: la forma normal —usualmente una dictadura mi-
litar— en países con economías capitalistas relativamente
no avanzadas; y la forma excepcional—fascismo de partido
masivo—, de la cual sólo los dos ejemplos de Italia y Ale-
mania hasta ahora han sido experimentados, ambos sur-
gidos en medio de condiciones sumamente inusuales den-
tro del marco de una crisis nacional completa.51
La
consideración de la relación entre capitalismo y nazismo,
sobre la que esta teoría se apoya, tendrá que esperar has-
ta el capítulo siguiente. Basta decir aquí que, por poco
convincentes que sean los principios subyacentes, las in-
terpretaciones alemanas orientales salían mejor paradas
al ser comparadas con los escritos de una parte de la "Nue-
va Izquierda" en la República Federal, en la que el con-
cepto de fascismo fue extendido hasta abarcar cualquier
forma de gobierno "represivo" que sirviera para sostener
el predominio de los grupos de poder, con lo cual se po-
día rotular los sistemas capitalistas occidentales —y la Re-
pública Federal en particular— como "fascistas" o, por lo
menos, como "fascistoides" o "protofascistas".52
En los ca-
sos en que el concepto de fascismo es inútilmente exten-
dido de manera nebulosa, parece del todo correcto hablar
de una trivialización del horror del nazismo,
(b) La segunda crítica, relacionada con la anterior, afirma
que ninguna teoría o concepto de fascismo genérico pue-
de de manera alguna hacer justicia a las peculiaridades y
características únicas del nazismo. Si bien movimientos
que se llamaban a sí mismos "fascistas" o "nacionalsocia-
listas" existían en la mayoría de los países europeos fuera
de la Unión Soviética en el período de entreguerras, es
ampliamente aceptado que dictaduras fascistas plenas y
autosuficientes que derivaran sus ímpetus de los partidos
66 LAN KERSHAW ESENCIA DEL NAZISMO 67
de masas sólo se consolidaron en el poder en Italia y Ale-
mania (dejando de lado los gobiernos títeres o traidores
de los años de guerra). Una comparación del fascismo en
todas sus etapas puede, por lo tanto, hacerse solamente
con respecto a los sistemas de esos dos países.53
Sin em-
bargo, a los ojos de algunas importantes autoridades, las
diferencias entre ambos regímenes eran tan profundas
que el término "fascismo" debería ser reservado para el
sistema italiano bajo Mussolini, mientras que el nazismo
debería ser llamado "nacionalsocialismo" y considerado
un fenómeno único (aunque resulta bastante interesan-
te notar que, en cuanto a técnicas de gobierno, cae den-
tro de la categoría de "sistemas totalitarios"). Dado que,
según esta opinión, el concepto genérico de fascismo ni
siquiera se aplica a las dos principales especies dentro del
género, lo mejor es descartarlo del todo. Las diferencias
centrales destacadas en este argumento se concentran en
la naturaleza dinámica de la ideología de la raza del na-
zismo, que no tiene un paralelo exacto en el fascismo ita-
liano; en la discrepancia entre la elevación nazi del Volk
sobre el estado, en contraste con el estatismo fascista ita-
liano; en los objetivos y la ideología antimodernos y arcai-
cos del nazismo, comparados con las tendencias moder-
nizadoras del fascismo italiano; en la totalidad de la
conquista nazi de estado y sociedad, frente a la mucho
más limitada penetración en el orden establecido de los
fascistas italianos; y, no menos importante, en el contras-
te entre una política imperialista relativamente "tradicio-
nal" por parte de Italia y una diferente tendencia cualita-
tiva hacia el predominio racial, eventualmente sobre todo
el mundo, por parte del régimen nazi. Y dado que esta úl-
tima y muy crucial distinción es, según estas interpreta-
ciones, atribuible a Hitler mismo, se afirma que "el caso:
de Hitler" fue único, y no puede ser sometido a las gene-
ralizaciones del fascismo comparativo, ni siquiera para
una comparación limitada a Italia y Alemania.54
Estas críticas no pueden ser miradas con ligereza. Es más, el
examen de los dos puntos centrales —la relación entre capitalis-
mo y nazismo, y el papel personal de Hitler en el sistema nazi—
constituye el tema específico de capítulos posteriores. Aquí sólo
hay espacio para un cierto número de observaciones generales
acerca de las críticas del enfoque del fascismo genérico, relacio-
nado con la posibilidad alternativa de destacar la singularidad del
nazismo.
Unas cuantas de las supuestas diferencias principales entre el
nazismo y el fascismo italiano están abiertas al debate. Esto se apli-
caría, por ejemplo, al acento puesto en la tendencia del nazismo
de mirar hacia el pasado, a diferencia de las presiones "moderni-
zadoras" del fascismo en Italia. Las investigaciones han puesto esa
distinción cada vez más en tela de juicio, como se indica en el ca-
» pítulo 7.55
Independientemente de estos matices, la singularidad
de las características específicas del nazismo no impediría por sí
misma la ubicación del nazismo en un género de sistemas políti-
cos más amplio. Podría muy bien afirmarse que nazismo y fascis-
mo italiano fueron especies diferentes dentro del mismo género,
sin ninguna suposición implícita de que las dos especies deberían
ser casi idénticas. Ernst Nolte ha afirmado que las diferencias po-
drían fácilmente ser reconciliadas empleando un término como
"fascismo radical" para el nazismo.56
Winkler ha indicado que para
él nazismo era "también, pero no solamente 'fascismo alemán'",57
mientras que Juan Linz lo consideraba una "rama diferente injerta-
da en el árbol fascista".58
Jürgen Kocka, en un sutil ensayo sobre las
causas del nazismo, tampoco ve incompatibilidad alguna entre las
características únicas del nacionalsocialismo en Alemania y su atri-
bución a una más amplia clase de fascismo genérico, indispensable
para poner al fenómeno nazi en una perspectiva más amplia que
la puramente nacional, y para comprender los contextos sociales
y políticos en los que tal movimiento podía surgir y tomar el po-,
der.59
Estos enfoques destacan adecuadamente las similitudes sig-
nificativas entre el nazismo y los numerosos movimientos (sobre
todo el italiano) que se llamaron a sí mismos fascistas. Estas simi-
litudes incluían: nacionalismo chauvinista extremo, con pronun-
ciadas tendencias imperialistas y expansionistas; una tendencia an-
68 IAN KERSHAW LA ESENCIA DEL NAZISMO 69
tisocialista y antimarxista dirigida a la destrucción de las organiza-
ciones de la clase obrera y su filosofía política de corte marxista;
la base en un partido de masa proveniente de todos los sectores
de la sociedad, aunque con un pronunciado apoyo en la clase me-
dia y también atractivo para los campesinos y los sectores de la
población desarraigados o sumamente inestables; fijación en un
líder carismático, legitimado plebiscitariamente; intolerancia ex-
trema de todo grupo opositor o presuntamente opositor, expresa-
da por medio de terror cruel, violencia abierta, e implacable re-
presión; glorificación del militarismo y la guerra, reforzada por la
reacción a la ampliamente abarcadora crisis sociopolítica en Eu-
ropa, producida por la primera guerra mundial; dependencia de
la "alianza" con las élites existentes —industrial, agraria, militar y
burocrática— para su avance político; y por lo menos una función
inicial —a pesar de una retórica populista y revolucionaria, con-
traria al establishment— en la estabilización o restauración del or-
den social y de las estructuras capitalistas.60
El establecimiento de características genéricas fundamenta-
les que enlazan el nazismo con movimientos en otras partes de Eu-
ropa permite una mayor consideración, sobre una base compara-
tiva, de las razones por las cuales esos movimientos pudieron
convertirse en un peligro político real y obtener el poder en Ita-
lia y Alemania, mientras que en otros países europeos fueron so-
bre todo un desagradable elemento irritante, pero sólo de mane-
ra transitoria. Entre otras cosas, indudablemente se debería poner
el acento en las características más salientes, aunque con diferen-
te grado de intensidad, tanto en Italia como en Alemania antes de
la primera guerra mundial y masivamente acentuadas a través de
las traumáticas consecuencias de la guerra misma. Comunes a am-
bos países fueron las características imperialistas y expansionistas,
muy marcadas entre las élites gobernantes y alentadas por el difun-
dido chauvinismo extremo en las clases burguesas de esos nuevos
estados, que se veían a sí mismos como "naciones carecientes"; la]
coexistencia y el conflicto de corrientes sumamente modernas de
desarrollo y poderosos remanentes arcaicos de estructuras socia-
les y sistemas de valores en sociedades que simultáneamente esta-
ban sufriendo el proceso de integración nacional, de transición a ]
un estado burgués constitucional y de rápida industrialización;61
y por último, pero no por eso menos importante, los sistemas po-
líticos con profundas fracturas, cuyas astilladas estructuras parla-
mentarias reflejaban hondas desuniones políticas y sociales, lo que
alimentaba el sentimiento de que un liderazgo fuerte pero "popu-
lista" era necesario para imponer la unidad "desde arriba", para
aplastar en primera instancia a quienes se alzaban en el camino
de la unidad, sobre todo la "izquierda marxista". La diferente es-
cala de las esferas de conflicto social y político en Italia y Alema-
nia ayuda a explicar el diferente nivel de radicalización en esos
países ante el asedio de diferentes, aunque relacionadas, crisis to-
tales del sistema político. En Italia, esta crisis fue directamente de-
satada por la guerra, mientras que en Alemania sobrevino después
de un largo período de inestabilidad política, durante la crisis eco-
nómica mundial.
Dentro de esta perspectiva —más que en otra divorciada de
ella que subraya el carácter único del fenómeno nazi— que las pe-
culiaridades de la variante radical alemana del fascismo pueden
ser sacadas a la luz por el análisis de las características específicas
de la cultura política alemana y su relación con las estructuras so-
cioeconómicas. Por lo tanto, no tiene que haber contradicción al-
guna entre la aceptación del nazismo como (la más extrema ma-
nifestación del) fascismo y el reconocimiento de sus propias
características únicas dentro de esta categoría, que sólo puede ser
adecuadamente comprendida dentro del marco del desarrollo na-
cional alemán.
Un argumento como éste, sin embargo, no satisfaría a Bra-
cher, Hildebrand, Hillgruber y otros, quienes responderían que
el nazismo fue, no sólo en su forma, sino en su esencia, un fenó-
meno únicamente alemán, y que esta esencia o singularidad es-
taría ubicada en la persona e ideología de Adolf Hitler. Esta per-
sonalización de la esencia del nazismo está, efectivamente, en el
centro del debate sobre el lugar histórico y la caracterización del
nazismo. Las principales diferencias no están en la explicación
de los orígenes del nazismo y de las circunstancias de su ascen-
so al poder. Bracher ha tendido a destacar las características es-
pecíficas del desarrollo ideológico germanoaustríaco para poner
35 IAN KERSHAW LA ESENCIA DEL NAZISMO 71
todo el peso en la dimensión racial vólkisch* de la ideología nazi.
Hillgruber y Hildebrand han señalado la particular constelación
de políticas de poder alemanas y las abrumadoras continuidades
entre 1871 y 1933 (sólo para ser rotas luego), intrínsecas del es-
tado prusiano-alemán.62
Éstas son corrientes importantes de una
completa explicación del nazismo y, a pesar de las diferencias de
enfoque, son generalmente compatibles con esos trabajos —por
ejemplo, Wehler, Kocka, Puhle y Winkler63
— que más bien se
concentraron en las estructuras socioeconómicas específicas de
Alemania como el punto focal de sus explicaciones. Sin embar-
go, este último grupo no vacila en considerar el nazismo, aun
con todas sus singularidades, una forma de fascismo, mientras
que el primer grupo niega esta categorización e insiste en que
fue sui generis. El punto de inflexión es, claramente, "el caso de
Hitler": el nazismo puede diferenciarse del fascismo de Italia y
otras partes porque en su esencia era "hitlerismo". Según este úl-
timo enfoque, lo decisivo no son las causas del surgimiento del
nazismo, sino el carácter de la dictadura misma. Y aquí, la dife-
rencia entre el fascismo italiano y el nazismo, cuyo gobierno se
apoyaba en la aplicación de las ideas y las políticas de un dicta-
dor monócrata, Hitler, era fundamental.64
Este "Hidercentrismo" es en sí mismo una comprensible reac-
ción exagerada ante algunas rústicas interpretaciones izquierdis-
tas que subestimaban por completo la figura de Hitler. De todas
maneras, por irremplazable que Hitler indudablemente haya si-
do en el movimiento nazi, la ecuación nazismo = hitlerismo res-
tringe innecesariamente la visión y distorsiona el foco al explicar
los orígenes del nazismo; desvía más que orienta hacia la consi-
deración de las manifestaciones políticas en otros países europeos
que compartían (y siguen compartiendo en la actualidad) impor-
tantes afinidades y características comunes con el nazismo; y fi-
nalmente —como espero demostrar en capítulos posteriores—,
provee en sí misma una explicación bastante poco satisfactoria de
la radicalización dinámica de la política dentro del Tercer Reich
mismo.
* Vólkisch: referido al pueblo alemán. [X]
Esta evaluación de los conceptos de totalitarismo y fascismo
en relación con la supuesta singularidad del nazismo como fenó-
meno ha sugerido las siguientes conclusiones:
(1) El concepto de fascismo es más satisfactorio y aplicable
que el de totalitarismo para explicar el carácter del nazis-
mo, las circunstancias de su crecimiento, la naturaleza de
su gobierno y su lugar en un contexto europeo en el pe-
ríodo de entreguerras. Las similitudes con otros tipos de
fascismo son profundas, no periféricas. Las características
del nazismo colocan al fenómeno claramente dentro del
amplio contexto europeo de movimientos radicales anti-
socialistas, nacional-integracionistas, que también recha-
zaban las formas aunque no la sustancia económica de la
sociedad burguesa, derivadas. Estos movimientos deriva-
ron de la era de abierto conflicto imperialista y emergie-
ron de manera notable durante los desórdenes que siguie-
ron a la primera guerra mundial.
(2) Éste no es incompatible con la retención del concepto de
totalitarismo, aunque este últímo concepto es mucho me-
nos utilizable y su valor está estrictamente limitado. El nazis-
mo, sin duda, tenía un aspecto "total" (o "totalitario") que
tuvo consecuencias tanto para su mecánica de gobierno co-
mo para la conducta —tanto la aprobatoria como la de opo-
sición— de sus súbditos. Las consecuencias para la mecáni-
ca de gobierno se vieron reflejadas especialmente en las
nuevas formas de movilización plebiscitaria de masas por
medio de nuevas tecnologías de gobierno, combinadas
con una exclusiva ideología dinámica y exigencias mono
polísticas a la sociedad. Sobre la base de estas característi-
cas, es legítimo comparar las formas de gobierno en Ale-
mania bajo Hitler y la Unión Soviética bajo Stalin, aun
cuando, por las razones aducidas anteriormente, esta com-
paración esté condenada desde el inicio a ser superficial
e insatisfactoria. Además, si se va a usar de alguna mane-
ra el término "totalitarismo", según nuestro análisis, debe-
ría estar restringido a fases transitorias de extrema inesta-
72 IAN KERSHAW
bilidad reflejadas en la sensación paranoica de inseguridad
de los regímenes, más que ser considerado una caracterís-
tica permanente de la estructura de gobierno. Desde una
perspectiva más amplia, todo el período del Tercer Reich
y la totalidad del gobierno de Stalin pueden ser conside-
rados dentro de esa categorización. Esto sería una razón
adicional a las mencionadas antes para excluir la aplica-
ción del concepto de totalitarismo comparativo al sistema
comunista posterior a Stalin, lo cual rápidamente se acer-
ca a la futilidad, si no francamente al absurdo.65
(3) Las características peculiares que distinguen el nazismo!
de otras importantes manifestaciones de fascismo sólo se- j
rán completamente entendidas dentro de las estructuras
y condiciones de los desarrollos socioeconómicos e ideo-
lógico-políticos alemanes en la era de la burguesía indus-;
trial. La persona, ideología y función de Hitler tienen que
ser ubicadas en esas estructuras y relacionadas con ellas.
Sin duda, Hitler desempeñó personalmente un papel vi-
tal tanto en el ascenso del nazismo como en el carácter del
gobierno nazi. Pero el significado de su papel puede sólo
ser evaluado relacionando su aporte a las condiciones que
lo produjeron y le dieron forma, y que no podía él mismo
de manera autónoma controlar, ni siquiera en su momen-
to de máximo poder. El nazismo fue, en muchos sentidos,
efectivamente un fenómeno único.66
Pero su singularidad
no puede —salvo en un sentido superficial— ser solamen-
te atribuida a la singularidad de su líder.