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Conservación y Desarrollo: ¿Cómo administrar nuestros parques nacionales? 1 Pablo Gutman Centro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR). Buenos Aires, Argentina I ¿Se puede agregar algo a lo dicho en el último decenio sobre la conveniencia de au- nar conservación y desarrollo? 2 . De la reu- nión de Estocolmo a principios de los años setenta a la Estrategia Mundial para la Con- servación, en circulación una década des- pués, todo parece estar dicho 3 . La mayoría de las definiciones actuales de desarrollo incluyen algún comentario ambiental y, en cuanto a la conservación, las recientes interpretaciones que de ella 1 Una primera versión de este documento fue pre- sentada en el Seminario-taller sobre estrategias nacio- nales de conservación de área y recursos, realizado por la Administración de Parques Nacionales argentinos del 15 al 20 de octubre de 1984 en Buenos Aires. 2 Más adelante se presentan varias definiciones de conservación, mientras tanto usamos el término aquí, un poco laxamente como sinónimo de manejo ambien- tal y no sólo como manejo de áreas o recursos prote- gidos. 3 Nos referimos aquí a la Conferencia de las Nacio- nes Unidas sobre el Medio Humano, realizada en Esto- colmo en junio de 1972, y a la "Estrategia Mundial para la Conservación" realizada en 1980 por la Unión Interna- cional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el Fondo Mundial para la Vida Silvestre (WWF) y el Progra- ma de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). AMB. y DES., VOL. I, N° 2, págs. 15-24, junio 1985 15

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Areas silvestres protegidas

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Conservación y Desarrollo: ¿Cómo administrar nuestros parques nacionales?1

Pablo Gutman Centro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR). Buenos Aires, Argentina

I

¿Se puede agregar algo a lo dicho en el último decenio sobre la conveniencia de au­nar conservación y desarrollo?2. De la reu­nión de Estocolmo a principios de los años setenta a la Estrategia Mundial para la Con­servación, en circulación una década des­pués, todo parece estar dicho3.

La mayoría de las definiciones actuales de desarrollo incluyen algún comentario ambiental y, en cuanto a la conservación, las recientes interpretaciones que de ella

1Una primera versión de este documento fue pre­sentada en el Seminario-taller sobre estrategias nacio­nales de conservación de área y recursos, realizado por la Administración de Parques Nacionales argentinos del 15 al 20 de octubre de 1984 en Buenos Aires.

2Más adelante se presentan varias definiciones de conservación, mientras tanto usamos el término aquí, un poco laxamente como sinónimo de manejo ambien­tal y no sólo como manejo de áreas o recursos prote­gidos.

3Nos referimos aquí a la Conferencia de las Nacio­nes Unidas sobre el Medio Humano, realizada en Esto­colmo en junio de 1972, y a la "Estrategia Mundial para la Conservación" realizada en 1980 por la Unión Interna­cional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el Fondo Mundial para la Vida Silvestre (WWF) y el Progra­ma de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

AMB. y DES., VOL. I, N° 2, págs. 15-24, junio 1985 15

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hace la Unión Internacional para la Conser­vación de la Naturaleza, (UICN) parecen casi una definición del desarrollo.

Y sin embargo las insatisfacciones per­sisten. "La conservación y el desarrollo han sido combinados tan rara vez que frecuente­mente parecen incompatibles", reconoce la UICN en 1980.

¿A quién responsabilizar? A los agentes del desarrollo —dirán los conservacionis­tas— por no incorporar realmente la conser­vación en sus acciones. Cierto, pero, ¿es qué los conservacionistas incorporan por su parte la preocupación por el desarrollo en sus iniciativas?

En la mayoría de las reuniones donde coinciden conservacionistas, agentes de go­bierno y empresas privadas, se cruzan las mejores declaraciones y votos de preocupa­ción mutua (el tono político variará de acuerdo con los participantes). Lo más pro­bable es que, pasado este encuentro, las oficinas de gobierno y los empresarios pri­vados se dediquen a ver dónde es más ren­table instalar un gran proyecto y los conser­vacionistas se vayan a hacer campaña por la protección del yacaré.

Zapatero a tus zapatos, los promotores del desarrollo se olvidaron del ambiente y los conservacionistas del desarrollo.

Podríamos agregar que, en el tercer mundo, el grueso de la población no llegará a ver los beneficios ni del gran proyecto ni de la conservación del yacaré.

Una situación como esta, acordar en las declaraciones y desatenderse en las accio­nes, puede resultar muy beneficiosa para algunos agentes del desarrollo. Ganan res­petabilidad ambiental, mientras acaparan recursos y deterioran el ambiente natural y social4.

4Algunas de estas situaciones son realmente cho­cantes. Tal es el caso de la propaganda "conservacio­nista" de las grandes trasnacionales de la química y la petroquímica. Otras son directamente incomprensi­bles. Como la tendencia de los foros conservacionistas mundiales a enfatizar que los mayores problemas am­bientales están en el tercer mundo. (Ver por ejemplo la propia Estrategia Mundial para la Conservación, o la reciente declaración The Global Possible, World Re­sources Institute, 1984). O esto es una mentira bien

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Pero también es confortable para mu­chos voceros de la conservación que bajo el escudo de promover un mejor desarrollo, atienden mayoritariamente a la calidad de vida de las élites más ricas.

Aquellos que creemos sinceramente en una posibilidad de mutuo enriquecimiento y potenciación del desarrollo y la conserva­ción, debemos enfrentar esta realidad. Y aunque sus causas tienen mucho que ver con profundos conflictos de intereses den­tro de la sociedad, es posible que avance­mos algo hacia su resolución si somos capa­ces de reconocer que existen hoy varios ti­pos de desarrollo y varios tipos de conser­vación en juego, cuando hablamos de con­servación y desarrollo.

II

Tal vez, a los que no frecuenten la literatura económica les resulte extraño comprobar que el desarrollo, como fenómeno percepti­ble, como futuro previsible y como objetivo elusivo son concepciones muy recientes en la historia de la sociedad humana.

La comunidad agraria estaba mucho más preparada para una visión estática de la sociedad. Sea que no interpretara en térmi­nos de una reiteración cíclica, como en las culturas orientales (en clara corresponden­cia con el ciclo agrícola) sea que se presen­tara como un tránsito, como una antesala del reino de los cielos (en la tradición cris­tiana).

El estancamiento demográfico y los rígi­dos sistemas de opresión social coayuva-ban también a la imagen de inmovilismo. Los cambios, pues en mayor o menor grado siempre los hubo, buscaban rápidamente una justificación divina, para ganar la intem-poralidad. Estaba escrito.

En occidente, primero el renacimiento y luego el capitalismo derrumbaron esta ima-

intencionada para captar ayuda hacia los países subde-sarrollados, o es una hipocresía de marca mayor que minimiza los problemas ambientales de la contamina­ción atómica, la dispersión de desechos tóxicos, la ne­gativa a compartir los recursos del fondo marino y otros pequeños problemas ambientales responsabili­dad de los países desarrollados.

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gen de la sociedad. El cambio, el crecimien­to estaban en todas partes. El desarrollo era perceptible. Pero no sólo eso, los fundado­res del pensamiento económico (desde el siglo XVII en adelante) también lo creían pre­visible. Era el destino al que se dirigían, más temprano o más tarde, todas las naciones civilizadas.

Sin embargo, la ruptura conceptual con el pasado fue sólo parcial. Porque este desa­rrollo se creía espontáneo, respondiendo a leyes que la ciencia podía decir pero no alte­rar. El desarrollo económico era entonces un fenómeno natural... y finito. Hasta bien entrado este siglo, todas las escuelas eco­nómicas de occidente coincidían en supo­ner un techo, un límite al crecimiento. El estado estacionario, o la crisis5.

Alrededor de la Segunda Guerra Mun­dial, y el largo período de crecimiento que le siguió, varias de estas creencias cambia­ron profundamente.

Por una parte, el papel asumido por el gasto público en la estabilización de la eco­nomía de los países industrializados y el rápido cambio tecnológico dieron lugar a una lectura optimista del auge de post­guerra.

Las escuelas postkeynesianas y neoclá­sicas y por supuesto los políticos, coinciden entonces en señalar un futuro de desarrollo económico permanente, apoyado en el cambio tecnológico, el consumo creciente y el estado benefactor6.

Paradójicamente en este mismo perío­do entra en crisis la confianza en el automa­tismo del desarrollo económico a nivel in­ternacional. La comunicación creciente, los procesos de descolonización de Africa y Asia, acercan a dos tercios del mundo a la comprobación de que la brecha económica entre ricos y pobres se agranda en vez de disminuir.

5Es interesante señalar que los argumentos esgri­midos han sido parcialmente reflotados por los voce­ros del ecodesastre. Agotamiento de recursos, sobre-población, rendimientos decrecientes, etc. Singer (1961) trata estos aspectos en forma muy sugerente.

6Aunque Reynes mismo fue un convencido pesi­mista y el Estado benefactor gaste mayoritariamente en armamentos.

Sin embargo, la experiencia de las polí­ticas económicas del período de guerra, los logros de la Unión Soviética, los programas de reconstrucción de Europa, las propues­tas anticíclicas keynesianas, indican hacia un nuevo camino. El desarrollo, objetivo elusivo, debe ser buscado planificadamen-te. La planificación del desarrollo en el ter­cer mundo toma su lugar entre las décadas del cuarenta y del cincuenta.

Puesto que ahora el desarrollo será un objetivo buscado concientemente a través de la planificación, parece oportuno pre­guntarnos qué es y dónde está. Notable­mente, en este período a nadie parece im­portarle dicha tarea. El desarrollo es lo que está allí enfrente. Cambios en el consumo, en el empleo, en la productividad. Lo impor­tante es proponer políticas sectoriales que nos pongan en el camino del despegue7.

La coincidencia en el objetivo abarca in­clusive al bloque de países socialistas. No es de sorprender entonces que los historiado­res económicos especulen que el grado de planificación estatal responde simplemente al carácter tardío de la industrialización (cuanto más tarde se desarrolla un país tan­to más necesita del protagonismo del Esta­do), (Gerschenkron, 1962). O que el Premio Nobel Tinbergen (1965) plantee la con­fluencia de los sistemas económicos. Capita­lismo y socialismo avanzan por diferentes vías hacia un mismo objetivo de desarrollo8.

América Latina no escapa a esta situa­ción. Sea en las propuestas de la CEPAL, (sus­titución de importaciones y reforma agraria) o en los críticos de la dependencia, se discu­te sobre los caminos y su transitabilidad, no sobre el destino final9.

7Resulta aleccionador hojear la literatura sobre de­sarrollo de principios de los años 60, y comprobar que no existe, casi ninguna definición sustantiva del tér­mino.

8Esta interpretación no es sólo occidental sino que ha sido compartida también por los economistas rusos (ver Liberman, 1968) e incluso es rastreable entre los padres fundadores.

9En medio de la actual avalancha liberal, resulta difícil recordar, por ejemplo, que la planificación del desarrollo en América Latina fue promovida en el dece­nio de 1950 por los Estados Unidos y el Banco Mundial. La mayoría de las Oficinas Nacionales de Planificación

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Treinta años después la situación es mucho más complicada. El paradigma de desarrollo presentado por los países indus­trializados está en crisis (como también lo está el propuesto por el bloque socialista). Buena parte de las críticas han venido del interior de las metrópolis, y la preocupación por el deterioro ambiental y la deshumani­zación del consumismo han sido un compo­nente importante. La crisis de los años ochenta ha agravado los cuestionamientos al sumarle la desocupación y la desconfian­za en la capacidad de crecimiento perma­nente.

Entre los voceros del sistema un fuerte movimiento neoliberal está dispuesto a se­guir adelante con el desarrollo. Pero no para todos, en el camino deberán quedar los más débiles de la propia sociedad industrializa­da y, por supuesto, los más débiles del resto del mundo, la inmensa mayoría de la huma­nidad.

Los grupos ligados al estado benefactor y regulador se encuentran a la defensiva; faltos de estrategias frente a la crisis. Tal vez las futuras orientaciones del desarrollo del mundo industrializado no surjan desde arri­ba sino que resulten de los intensos cam­bios que experimenta la sociedad civil de estos países.

En el tercer mundo la crisis es también profunda, acaso más, están en juicio tanto las estrategias como los objetivos, puesto que ambos han resultado frustrantes. A grandes rasgos tres posiciones me parecen importantes aquí.

En primer lugar, el liberalismo que lla­ma a dimensionar nuestras sociedades de acuerdo con las demandas del mercado mundial. A principios de siglo, en una etapa de mucho menor desarrollo social y con el mercado mundial en expansión pudo osten­tar algunos éxitos; en la actualidad, con el

se crean en América Latina a propuestas de la Alianza para el Progreso y el BIRF y la AID asesoran los primeros planes de desarrollo de numerosos países. Existen tam­bién experiencias más antiguas e independientes como la protagonizada por la CORFO en Chile en las décadas del treinta y cuarenta, o los dos planes quinquenales argen­tinos a finales de la década del cuarenta.

peso mundial del capital financiero, la crisis económica y el crecimiento social de la postguerra, sus desastrosos métodos y re­sultados están tristemente a la vista.

En segundo lugar, las tendencias desa-rrollistas. Incluyo aquí un espectro mucho más amplio que lo que normalmente se ro­tula de esta manera en Argentina o América Latina. Con el dominio a las tendencias que ven como estrategia central la acción del Estado para promover la industrialización del Tercer Mundo, tras el modelo de Europa y USA. Si ayer fue acero y automóviles, hoy será petroquímica y energía atómica. Susti­tuir importaciones es para ellos producir adentro lo mismo que nos venía de afuera y aumentar exportaciones es intensificar la producción en las áreas y con los recursos tradicionalmente de exportación. Así defini­do este grupo es muy amplio y permite nu­merosas divisiones internas, de acuerdo con la sensibilidad social, el peso del capital extranjero, el rol del Estado, etc.

Y finalmente el conjunto de propuestas que agrupamos bajo el título de desarrollo alternativo. Aquí justamente es donde mayor cabida han tenido las consideracio­nes ambientales. Objetivos y estrategias del desarrollo se asocian entonces a:

— Un uso de los recursos naturales y hu­manos sostenible en el largo plazo.

— La atención preferente a las necesida­des básicas del conjunto de la pobla­ción, incluyendo las generaciones fu­turas.

— Un uso creativo de la variedad natural y cultural. Tanto a nivel de los objetivos sociales como de los bienes que las sa­tisfacen y de las técnicas con que se producen.

— Un énfasis en la escala regional y local, en la participación y en la iniciativa en la base10.

10No creo necesario abundar aquí en la literatura sobre desarrollo alternativo, que es hoy bien conocida Probablemente su vocero más actualizado sea la Funda­ción Internacional para las Alternativas de Desarrollo (IFDA), tanto en el proyecto del mismo nombre como en su publicación periódica. También los trabajos que re­gularmente publica Development Dialogue. Entre los

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Para ser honestos, nuestras simpatías se dirigen hacia la última de las variantes. Aunque somos los primeros en reconocer que los fracasos del liberalismo y el desarro-llismo no garantizan el éxito de las propues­tas de desarrollo alternativo, cuya práctica ha sido hasta hoy muy limitada.

En definitiva las variantes y matices en las estrategias de desarrollo pueden dar lu­gar a numerosas clasificaciones. Nuestra in­tención con esta exposición es insistir sobre la falacia de hablar de desarrollo en general y destacar, al mismo tiempo, varias situa­ciones extremas con las que se enfrenta el conservacionismo11.

Veamos ahora esto mismo desde el án­gulo de este último.

Ill

"La idea del parque nacional, nació en un espectacular marco silvestre de los Estados Unidos. Durante la última acampada de la expedición de Washburn, Langford y Doane a Yellowstone la noche del 12 de septiembre de 1870, los exploradores decidieron buscar un mecanismo que garantizara la protec­ción de las maravillas naturales de la zona contra la explotación destructiva y apartar estos recursos para el uso y disfrute del pú­blico..."

"Es fácil imaginar su discusión alrede­dor de aquella hoguera. Muy probablemen­te serían parecidas a las que están teniendo lugar, de una u otra forma, en este momento en la patagonia, el amazonas, la tierras bajas de Centro América, las selvas andinas y las islas del Caribe..." (K. Miller, 1980, pág. 36).

La imaginación poética de K. Miller nos juega aquí una mala pasada. Los parques nacionales no surgen de esa fogata de fin de siglo, sino que entroncan con una de las variantes más antiguas de la conservación

autores que más se han interesado en precisar los alcan­ces del ecodesarrollo, como una alternativa posible, Sachs (1973, 1974) es sin duda el más representativo.

11 Wolfe (1984) utiliza una clasificación de estrate­gias de desarrollo bastante similar, para indagar pene­trantemente en las limitaciones de la participación de base, una de las banderas del desarrollo alternativo.

en el mundo occidental. Porque es bueno decirlo, existen tantas o más variedades de conservación como de desarrollo.

La conservación para los pueblos reco­lectores responde a su interés en preservar los ciclos naturales que cosechan. Y en algu­nos casos los conocimientos alcanzados su­peran todavía a los de la ciencia formal (Johansen, 1982). En las sociedades agríco­las altamente pobladas de Asia, por el con­trario, la conservación fue desde siempre una cuidadosa administración de una natu­raleza altamente artificializada, de cuya con­tinuidad dependía en forma inmediata la vi­da de grandes contingentes de población. Siempre fue una conservación activa y trans­formadora.

Este conservacionismo campesino per­dura hasta nuestros días, aunque muchas veces sea incapaz de frenar el deterioro am­biental que resulta de la escasez de recursos y la falta de conocimientos o medios para enfrentar situaciones de brusco cambio. Y otras veces sucumbe ante cambios en la estructura social (marginalización, expul­sión, subordinación).

En Occidente, por el contrario, dominó la conservación del señor feudal. "Nulle te-rre sans seigneur". El coto de caza, el bos­que real. El guardabosque, figura ominosa que persigue al cazador furtivo. La naturale­za conservada para solaz y diversión de la nobleza.

La literatura de la época es un buen re­flejo de esta situación dual. Para el campesi­no el bosque, la foresta, es el lugar de lo desconocido, de los temores, la guarida del lobo. Para la literatura galante el bosque es el lugar de las gestas caballerescas, de los encuentros misteriosos, de los combates singulares.

Si es cierto, como afirma Le Goff (1967) que el progreso medieval europeo es una cruzada de desmonte, hay que constatar que este se hace salvaguardando las áreas de conservación de la nobleza o en el con­flicto entre nobleza, clero y campesinos.

El desarrollo del capitalismo transformó la naturaleza en un recurso, en un motivo de enriquecimiento, eclipsando temporaria­mente todo conservacionismo. Cuando éste

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vuelve a tomar fuerza, en Estados Unidos, no lo hace de la mano de sus grandes liber­tarios naturistas (Toreau, Whitman) sino de la mano del más agresivo período de expan­sión de Norteamérica (recuérdese la asocia­ción de Teodoro Roosevelt con los Parques Nacionales y con la política del Big Stick).

No es de extrañar entonces que la figura reivindicada no sea la del conservacionismo activo del campesino, sino la mucho más pasiva del recolector primitivo (las poéticas declaraciones del cacique Seattle son ahora Best-seller). Pero la verdad marcha por otro lado.

La continuidad entre el conservacionis­mo de principios de siglo y el coto feudal, aparece bellamente expresada en el parque "The Cloisters" en la punta norte de Man­hattan. Una amplia extensión de terreno de precio incalculable que la familia Rockefe­ller dona a la ciudad de New York, con la condición de que se mantenga a perpetui­dad en su estado agreste natural junto con un maravilloso castillo medieval enclavado en el medio del área "The Cloisters" hecho con retazos de milenarios conventos que la fortuna Rockefeller fue comprando, empa­quetando y trasladando pacientemente des­de todos los rincones de Europa.

Por supuesto, de la aristocracia, a la mo­narquía, a la república, el coto de caza se ha vuelto democrático, abierto al público. Aun­que muchos de los movimientos de defensa ambiental que se constituyen en los barrios residenciales de nuestras ciudades se des­velan por reivindicar un ambiente al que sólo pueden acceder los más ricos o los más privilegiados.

Y finalmente existe un conservacionis­mo de más nuevo cuño, que acusa el impac­to del movimiento ambiental de las últimas décadas. Que recoge tanto los aportes cien­tíficos de un mayor conocimiento ecológi­co, como las críticas sociales a los paradig­mas consumistas y tecnicistas y se preocu­pa especialmente por las lamentables con­diciones de vida de dos tercios de la pobla­ción humana.

Un conservacionismo de este tipo, tiene que ser necesariamente activo, tiene que regresar la mirada hacia el conservacionis­

mo campesino. Debe ser solidario, buscan­do prioridades naturales y sociales que fa­vorezcan a los que más necesitan y también debe ser selectivo, en los métodos y alian­zas porque no cualquier estrategia de desa­rrollo puede satisfacer las metas de este conservacionismo.

A esta dirección apunta, aunque todavía con muchas lagunas a nuestro juicio, la Es­trategia Mundial para la Conservación cuan­do dice:

"La conservación se define aquí de la manera siguiente: La gestión de la utili­zación de la biosfera por el ser humano de tal suerte que produzca el mayor y sostenido beneficio para las generacio­nes actuales, pero que mantenga su po­tencialidad para satisfacer las necesida­des y aspiraciones de las generaciones futuras. Por lo tanto, la conservación es positiva y abarca la preservación, el mantenimiento, la utilización sostenida, la restauración y la mejora del entorno natural... La conservación, como el de­sarrollo son para el hombre; mientras que el desarrollo intenta alcanzar las fi­nalidades del hombre ante todo me­diante la utilización de la biosfera, la conservación trata de lograrlas por me­dio del mantenimiento de dicha utiliza­ción..." (UICN,PNUMA,WWF, 1980, párrafos 1.4 y 1.5.).

IV

Podemos hacer a esta altura un breve ejerci­cio de correlación. Armamos una matriz de filas y columnas donde en una dirección ubicamos las estrategias de desarrollo (libe­ral, desarrollista, alternativas) y en la otra las diferentes orientaciones conservacionis­tas (aristocrática, campesina, ambientalis­ta). Podemos anotar muchas cosas en las intersecciones. Cual tiene más afinidad con cual. Cuáles se rechazan en mayor medida. Cuáles se potencian, cuáles se neutralizan.

También el juego del "dime con quién andas y te diré quien eres". Si usted es un conservacionista que se siente cómodo con una estrategia de desarrollo liberal ¿cuál tipo de conservacionismo practica? En algunos

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casos podríamos utilizarlos como cuaderno de estrategias. Ya que no podemos elegir la situación social en que debemos actuar, ¿có­mo llevar mejor adelante nuestras propues­tas si las estrategias de desarrollo dominan­tes son de este u otro tipo?

Que los burócratas de gobierno, los par­tidos políticos y los agentes privados no se preocupen mucho por distinguir con qué tipo de conservacionismo dialogan, puede ser entendible, tal vez todos ellos les intere­sen muy poco12. Por otra parte tienen sus propias diferencias en cuanto a estrategias de desarrollo, si las hacen explícitas (aun­que a veces en una forma que al público le resulta imposible ver dónde están esas dife­rencias).

Que al movimiento conservacionista, le resulte tan difícil distinguir las diferencias al interior del desarrollo y al interior de la con­servación, responde a mi juicio a otro mo­tivo.

Es que hasta hoy el conservacionismo toma frente a los problemas del desarrollo, en el mejor de los casos, el papel de un "consejero desde afuera". Se debería hacer esto o aquéllo, se nos debería llamar para que demos nuestros consejos sobre cómo hacer. Pero el problema del desarrollo es cuestión de otros, el nuestro es la conserva­ción.

Releamos la Estrategia Mundial para la Conservación. Después de haber argüido brillantemente que la conservación es una parte fundamental e inseparable del desa­rrollo, se nos muestra cómo esta conserva­ción se podría conseguir cumplimentando unos requisitos prioritarios que—importan­tes como son— pueden perfectamente lo­grarse sin solucionar la mayoría de los gra­ves problemas de desarrollo del mundo.

Si queremos que el desarrollo se com­prometa con la conservación, la conserva­ción deberá comprometerse con el desarro­llo. Ello no se logrará simplemente con que el primero incorpore algunas frases de cir­cunstancia y con que el segundo descubra

12 Aunque sospecho que viendo a dónde se dirigen los subsidios y donaciones, se puede tener una buena idea de las distinciones que realizan los donantes.

que entre conservación y desarrollo no hay diferencias. Si las hay, y no sólo según el estilo de desarrollo, también según el estilo de conservación.

Debemos pasar de una percepción en que conservación y desarrollo no son in­compatibles, —cada cual puede hacer lo suyo por su lado sin entrar en conflictos— a otra en que ambas son mutuamente nece­sarias.

Pero si esto es cierto, y no simplemente un slogan, tiene que reflejarse tanto en las estrategias de desarrollo como en las estra­tegias de conservación. Sobre todo al nivel de las prioridades, tanto en los objetivos como en recursos movilizados y en méto­dos utilizados. Y llegados aquí veremos que no todas las propuestas de conservación y desarrollo están motivadas o capacitadas para esta tarea.

V

Volvamos ahora la mirada hacia nuestros Parques Nacionales, que son el motivo ori­ginario de este artículo. Lo primero que qui­siera señalar es su situación paradojal.

Los Parques Nacionales ocupan entre 2 y 4% de la superficie de nuestros países y son el resultado de un mandato legislativo muy general, orientado básicamente hacia la preservación en términos tradicionales.

Sin embargo, en la mayor parte de Amé­rica Latina la gestión ambiental es tan limi­tada en recursos y experiencias, que para el grueso de la opinión pública el representan­te más visible de la conservación es el siste­ma de Parques Nacionales.

¿Están los Parques Nacionales en condi­ciones de asumir por sí solos esa titula­ridad?

Cuanto más limitemos el concepto de conservación, cuanto más nos acerquemos al tipo "feudal", más afirmativa será la res­puesta, y más tradicional y alejado del desa­rrollo será el manejo que hagamos de nues­tro sistema de Parques.

Por el contrario, si postulamos por con­servación un concepto abarcativo y activo (en la línea de las propuestas de la UICN, los Parques Nacionales deben ser componen-

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tes de una estrategia de conservación más amplia que atienda al total de los ambientes nacionales y no sólo al 4 por ciento del país.

Nueva paradoja, la humildad, lejos de reducir nuestras responsabilidades, plantea grandes desafíos. Convertirse en parte im­portante de una estrategia nacional de con­servación implica, para nuestros Parques Nacionales, compromisos crecientes que son hoy cada vez más visibles. En palabras de Jofry Mc Neely:

"las áreas protegidas deben adaptarse a las situaciones cambiantes. Evolu­cionando desde la idea de Parque Nacional, como área estrictamente protegida con fines turísticos, que tuvo su inicio en Yellowstone hace más de 100 años, las áreas protegidas deben ahora ser manejadas conscientemente para contribuir a las demandas actuales sociales, ecológicas y económicas." (J. Mc Neely, 1982, pág. 237).

Esto demandará un esfuerzo de gestión ambiental, muy diferente al habitual, desde la concepción del papel de nuestros Par­ques Nacionales en los contextos naciona­les, regionales y locales, hasta la adminis­tración diaria de las diferentes actividades que en ellos se realicen. Harrison, Miller y Mc Neely (1982) lo preveen al afirmar:

"La expansión de las áreas protegidas va a requerir mucho más administra­ción efectiva. Ya no será más una priori­dad el poner un muro alrededor de un santuario natural y dejarlo en mano de los procesos naturales... Objetivos cla­ros y concisos deberán ser definidos pa­ra cada área, y la administración deberá ser activa. Esto requerirá una inversión creciente en recursos humanos, en em-prendimientos, en educación e investi­gación..." (pág. 245).

—La selección de áreas a proteger. Ba­sada durante el siglo pasado en gran medi­da en los valores paisajísticos del área, ac­tualmente, a favor de nuestro mayor conoci­miento ecológico responde a razones de re-presentatividad del ambiente, riqueza bioló­gica, estado de preservación y riesgos de

afectación. A todos estos criterios naturales, debemos agregar hoy los que surgen del diálogo ampliado de la conservación con el desarrollo. Qué emplazamiento entre varios posibles y con qué orden de prioridad, debe resolverse también en la consideración ex­plícita de las situaciones sociales y econó­micas a escalas nacionales, regionales y lo­cales.

¿Dónde un emplazamiento del área pro­tegida refuerza las oportunidades de desa­rrollo local y regional, diversifica los usos de los ambientes naturales y crea flujos de inte­racción positivos entre el Parque y las áreas vecinas?

Lejos de ser fuente de conflictos ambos aspectos pueden potenciarse mutuamente. Por ejemplo Charles Benett (1976) traza un paralelo entre la diversidad natural y la di­versidad social. ¿Existe la posibilidad de aprovechar una naturaleza diversificada en una sociedad que marcha hacia la uniformi­dad? Y en este contexto ¿cuál puede ser el papel de los Parques Nacionales para prote­ger y aprovechar la diversidad cultural de los grupos sociales que les son cercanos?

— La selección del régimen de protec­ción del área. La variedad de figuras existen­tes (UICN, 1977) implican diferentes grados de intervención y distintas formas de ma­nejo. Desde las estrictamente presérvacio-nistas, que suponen la total limitación de acceso humano al área (intangibilidad) has­ta las orientadas hacia una ocupación pro­ductiva, sostenible en el largo plazo (reser­vas de uso múltiples o similares).

Creo que existe aquí una herramienta de importancia central que puede actuar como puente entre el Parque Nacional, volcado mayoritariamente hacia la preservación y la investigación, y una estrategia nacional de conservación activa. Tradicionalmente se ha considerado las áreas de reserva, sea como un amortiguador pasivo de la presión externa sobre el parque (buffer zones) sea como un territorio que el Parque debe ceder frente a la presión de los usos económicos de la población vecina.

Lejos de estas dos situaciones las reser­vas de uso múltiple pueden ser las áreas donde la producción y la preservación se

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den la mano en el desarrollo de métodos de aprovechamiento adecuados a la oferta na­tural y sostenibles a largo plazo.

Por cierto esto no puede ni debe ser misión exclusiva de una Administración de Parques Nacionales, pues involucra a las instituciones nacionales y regionales encar­gadas de la producción rural y por supuesto a la población local. Una apertura a la cola­boración que es parte misma del diálogo entre conservación y desarrollo13.

El régimen de protección a promover debe estar siempre en relación con los obje­tivos buscados. Nada más lógico entonces que nuevos y más amplios objetivos exijan repensar nuestros criterios de selección y definición de áreas14.

—¿Cómo organizamos la administra­ción de nuestros Parques Nacionales, aten­diendo a esta nueva perspectiva? Nos pare­ce aquí que los siempre reclamados planes de manejo integrales de Parques, asumen también otras responsabilidades. En ellos se debería dar especial énfasis a los flujos entre el parque y el exterior. No sólo el cono­cimiento y la preservación de los flujos na­turales bióticos y abióticos, también los flujos de información, de demostración, de investigación, pueden alimentar desde el Parque Nacional las oportunidades para un manejo ambientalmente adecuado en las reservas de uso múltiple y áreas vecinas y a través de ellas colaborar en la conservación activa de todos los ambientes nacionales.

13Este papel central que pueden jugar las reservas de uso múltiple, es en buena medida una propuesta de Miguel Pellerano (comunicación en el Seminario-Taller de Parques Nacionales, Buenos Aires, octubre, 1984).

14lnclusive los objetivos de estricta preservación de una especie biótica o de un área pueden requerir soluciones heterodoxas. J. Jackson (comunicación en el seminario antes mencionado) señala que muchas especies faunísticas medran temporal o permanente­mente en agrosistemas. La preservación de un área en forma silvestre no sería para ellas el nicho más adecua­do. También se da el caso que muchos ambientes son el resultado de la prolongada coevolución de la natura­leza y la población local (o indígena). Tratar de preser­var esa naturaleza erradicando la población puede re­sultar en abruptos cambios indeseables. En casos co­mo estos la población local forma parte del ambiente a preservar.

Cada plan de manejo será entonces es­pecífico, pero no sólo por las particularida­des de sus ambientes naturales, sino tam­bién por las diversas potencialidades y de­mandas de su entorno físico, social y econó­mico.

Estas distintas formas de preservación de recursos y áreas protegidas deben conju­garse en una estrategia de conservación que apunte al total de los recursos—no sólo los silvestres, sino también a los que son la base de los esfuerzos productivos y de los asentamientos humanos— y sobre todo a la integración de todas estas tareas, con con­servación activa de la población humana y con el desarrollo de la sociedad. De aquí deben surgir prioridades totalmente dife­rentes a las habituales.

La conservación no puede ser lo mismo en Estados Unidos o Europa que en un país del Tercer Mundo, y no sólo por las diferen­cias naturales sino también por las diversas urgencias sociales15.

VI

Pero ¿no estamos pidiendo demasiado? Los problemas de la conservación son mu­chos y complejos. ¿Por qué adelantarnos a asumir las necesidades del desarrollo, si los encargados del desarrollo no hacen otro tanto con nosotros?. ¿No será de nuestra parte un exceso de omnipotencia?. ¿No co-

15Lamentablemente, los ejemplos contrarios son los más abundantes. Mientras que los donantes inter­nacionales saludan el aumento de la población de ti­gres y rinocerontes en el Parque Real Chitwan, Nepal, nos enteramos (Mishra, 1982) que la muerte de campe­sinos en las fauces de tigres y las pérdidas de cosechas en las patas de rinocerontes van en crecimiento. ¿En­tonces no proteger a la vida silvestre? Sí, pero encon­trar formas adecuadas también a las necesidades y posibilidades de protección de la población (que no son las mismas en Nepal que en Francia o Inglaterra). Pero la cuestión no queda allí, también pasa por las priorida­des de conservación. Pues el problema ambiental nú­mero uno de Nepal es la erosión de suelos montañosos que está poniendo en colapso toda la economía del país. Sin embargo, obtiene menos interés nacional e internacional que los tigres de Chitwan. Tal vez porque detrás de la erosión existe un profundo conflicto social (véase el excelente trabajo de Blaikie, 1983).

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r remos el riesgo de enajenar nuestras vo­luntades, de polit izarnos?.

Podríamos responder con muchos ar­gumentos técnicos como el carácter holísti-co del ambiente o la necesidad de una ac­ción integrada. Al margen de todos ellos, o mejor dicho conteniéndolos a todos, la res­puesta más profunda la adelanta el gran ecólogo norteamericano Barry Commoner, al decirnos:

"... Así cuando cualquier problema am­biental es analizado hasta sus orígenes, revela una verdad incontrastable. Que la raíz de la crisis no se encuentra en la fo rma en que los hombres interac-túan con la naturaleza, sino en la for­ma en que ellos interactúan entre sí. Que para resolver la crisis ambiental de­bemos resolver el problema de la mi ­ser ia , de la in jus t ic ia racial y de la guerra. Que la deuda con la naturaleza, que es la medida de la crisis ambien­ta l , no puede ser pagada persona a persona en botellas recicladas o hábi­tos eco lóg icamente razonables, sino en la vieja moneda de la justicia social. Que en f in , la paz entre los hombres de­be preceder a la paz con la naturaleza" (Commoner, B. 1973, pág. 24).

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