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1. JEAN BAPTISTE SAY Objetivo Al concluir esta parte del curso el alumno: Explicará la aportación que realizó Jean Baptiste Say al pensamiento económico, destacando sus teorías y conceptos fundamentales. El economista francés Jean Baptiste Say, al que se ha considerado integrante de la escuela clásica, simpatizante de las ideas de Adam Smith, pero con notable originalidad personal, nació el 5 de enero de 1767 en Lyon, Francia, en el hogar de un comerciante acomodado. Murió el 15 de noviembre de 1832, en París. Después de completar su educación básica, realizó, a los 19 años, su primer viaje por Inglaterra, donde admiró con entusiasmo el programa de desarrollo industrial con las innovaciones tecnológicas del maquinismo que bordeaba el río Támesis. Regresó a París en 1787 y al año siguiente se consagró al estudio exhaustivo de “La riqueza de las naciones”; además, participó activamente en la Revolución francesa y se manifestó partidario del laissez-faire. En 1794 llegó a ser redactor de una nueva revista dedicada a divulgar las ideas de la Revolución francesa, de la que luego fue redactor en jefe y a la que dirigió por espacio de cinco años. En 1799 fue designado integrante del Tribunal, durante el Consulado (que fue el sistema de gobierno establecido en Francia desde 1799 hasta 1804). Luego de meditar durante 15 años en torno a la obra de Smith, elaboró su propio Tratado de economía política que apareció en 1801. La obra tuvo un gran éxito y a su autor se le encargó formar la biblioteca portátil de Napoleón Bonaparte, Primer Cónsul, para partir a Egipto. Debido a la aceptación del texto, Bonaparte se esforzó por persuadir a Say para que arreglara su Tratado, haciendo una apología de ciertos proyectos financieros, producto de sus meditaciones, y defender su política económica intervencionista y proteccionista. Say se rehusó, por lo que fue despedido del Tribunal, además de que se vio interferida la reedición de su Tratado.

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1. JEAN BAPTISTE SAY

ObjetivoAl concluir esta parte del curso el alumno:Explicará la aportación que realizó Jean Baptiste Say al pensamiento económico, destacando sus teorías y conceptos fundamentales.

El economista francés Jean Baptiste Say, al que se ha considerado integrante de la escuela clásica, simpatizante de las ideas de Adam Smith, pero con notable originalidad personal, nació el 5 de enero de 1767 en Lyon, Francia, en el hogar de un comerciante acomodado. Murió el 15 de noviembre de 1832, en París. Después de completar su educación básica, realizó, a los 19 años, su primer viaje por Inglaterra, donde admiró con entusiasmo el programa de desarrollo industrial con las innovaciones tecnológicas del maquinismo que bordeaba el río Támesis. Regresó a París en 1787 y al año siguiente se consagró al estudio exhaustivo de “La riqueza de las naciones”; además, participó activamente en la Revolución francesa y se manifestó partidario del laissez-faire.

En 1794 llegó a ser redactor de una nueva revista dedicada a divulgar las ideas de la Revolución francesa, de la que luego fue redactor en jefe y a la que dirigió por espacio de cinco años. En 1799 fue designado integrante del Tribunal, durante el Consulado (que fue el sistema de gobierno establecido en Francia desde 1799 hasta 1804). Luego de meditar durante 15 años en torno a la obra de Smith, elaboró su propio Tratado de economía política que apareció en 1801. La obra tuvo un gran éxito y a su autor se le encargó formar la biblioteca portátil de Napoleón Bonaparte, Primer Cónsul, para partir a Egipto. Debido a la aceptación del texto, Bonaparte se esforzó por persuadir a Say para que arreglara su Tratado, haciendo una apología de ciertos proyectos financieros, producto de sus meditaciones, y defender su política económica intervencionista y proteccionista. Say se rehusó, por lo que fue despedido del Tribunal, además de que se vio interferida la reedición de su Tratado.

Por lo pronto Say, a causa de sus ideas liberales, tuvo que renunciar a seguir escribiendo sobre economía y se dedicó al trabajo industrial, con el que llegó a ser un próspero empresario.

Estableció, en 1807, una fábrica de hilo de algodón en Auchy-Les-Hesdins en Pas-de-Calais, pero la vendió en 1813; así, durante seis años encarnó al tipo de empresario que había exaltado en su doctrina económica. Volvió a París en 1812 y, con la caída de Napoleón, Say accedió de nuevo a la palestra y publicó, en 1814, la segunda edición de su Tratado dedicada al zar Alejandro, como libertador que rompió las cadenas que sujetaban al pensamiento liberal.

En 1815 empezó una tercera parte de su vida, durante la cual fue profesor y escritor: da un Catéchisme d’économie politique; en 1816, en el Ateneo, que repite en 1817.

En 1819 imparte un curso de Economía industrial en el Conservatorio de Artes y Oficios y en 1830 es nombrado profesor de Economía. En el Colegio de Francia se creó para Say la cátedra de Economía política. Entre 1828 y 1830 sale de la prensa su curso completo del Conservatorio, sobre Economía política, en seis volúmenes. Fue profesor de Economía política hasta su muerte.

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Mucho del trabajo de Say se dedicó a la divulgación en Francia de las principales ideas de Adam Smith, pero también anota una traducción francesa de los Principios de Economía política y de tributación, de David Ricardo, y publica seis Lettres de Malthus (Cartas de Malthus).

Por la claridad de exposición que caracteriza al francés, contribuyó en gran medida a la difusión del pensamiento de Smith.

Como entusiasta admirador y divulgador del pensamiento de Adam Smith, De quien obtuvo la parte más importante de su sistema, no se limitó a ordenarlo y clarificarlo, sino fue también un creador que tuvo ideas originales y corrigió algunos de los aspectos básicos de esa teoría. Además, Say recibió la influencia de Condillac y reflexionó sobre sus propias experiencias como empresario. También, fue el más decidido adversario de los fisiócratas, pues combatió el principio relativo a que sólo la agricultura producía riquezas nuevas.

Repercusiones en Francia de la Revolución industrial inglesa

El proceso del cambio de una sociedad predominantemente agraria y con economía artesanal a una dominada por la industria, fue lento y complejo. Este proceso, que comenzó en Inglaterra en el siglo XVIII y se extendió a otras partes del mundo europeo, ha sido reconocido como Revolución industrial. Este término fue primero popularizado por Arnold Toynbee (1852-1883), historiador inglés, que describió el desarrollo económico de Inglaterra de 1760 a 1840. Desde que Toynbee aplicó el término, las características de la Revolución industrial eran principalmente tecnológicas y socioeconómicas. Los cambios tecnológicos incluían lo siguiente:

El uso de materias básicas nuevas, principalmente hierro y acero, así como de fuentes nuevas de energía como el carbón, el motor de vapor, la electricidad, el petróleo y el motor de combustión interna.

La invención de máquinas nuevas, que permitieron aumentar la producción con un gasto más pequeño de energía humana. Una nueva organización del trabajo, conocida como el sistema de fábrica, que trajo consigo el aumento en la división del trabajo y la especialización del mismo.

Los desarrollos importantes en transportes y comunicaciones, como la Locomotora de vapor, el automóvil, el telégrafo y la radio.

La aplicación creciente de los conocimientos científicos y tecnológicos a la industria. Estos cambios hicieron posible el incremento en el uso de recursos naturales y la producción en gran escala de bienes fabricados. Ello repercutió también en desarrollos nuevos de esferas no industriales y socioeconómicas como:

Las mejoras agrícolas para la provisión de alimentos a una población urbana más grande.

Los cambios económicos, que resultaron en una mejor distribución de la riqueza y la decadencia de la agricultura como fuente de riqueza ante una producción industrial creciente y el aumento del comercio internacional.

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Los cambios políticos, que se reflejan en el cambio del poder económico y las normas de los nuevos Estados, que responden a las necesidades de una sociedad industrializada.

Los cambios sociales en general, incluidos el crecimiento de las ciudades y el desarrollo de la clase trabajadora, así como la aparición de modelos nuevos de la autoridad.

Las transformaciones culturales en un orden amplio, como el trabajador que adquiere habilidades nuevas y distintivas, ya que en vez de ser un artesano que trabaja con herramientas manuales llegó a ser un operario de máquina, con una disciplina que está sujeta al proceso de la fábrica.

Finalmente, como resultado de la conjunción de esos elementos hubo un cambio psicológico que daba al hombre la confianza en su habilidad para usar los recursos y dominar la naturaleza.

La Revolución industrial se inició en Inglaterra y estaba en plena actividad desde1820. Los pueblos industriales mostraron aumentos espectaculares de inmigrantes. En algunas regiones del país hubo una disminución de población cuando la gente se movió a las ciudades ultramarinas. El avance clave estaba en la industria pesada, que cerca de 1830 tomó la primacía industrial de textiles, y la industria en general, que había reemplazado a la agricultura.

Como la Revolución industrial nació en Gran Bretaña, este país se convirtió durante mucho tiempo en el primer productor de bienes industriales en el mundo.

En gran parte del siglo XVIII, Londres se había convertido en el centro de una compleja red comercial internacional que constituía la base de un creciente comercio exportador fomentado por la industrialización. Los mercados de exportación proporcionaban una salida para los productos textiles y de otras industrias, cuya producción se incrementaba rápidamente gracias a la aplicación de las nuevas tecnologías. Los datos disponibles sugieren que la tasa de crecimiento de las exportaciones británicas aumentó de forma considerable a partir de la década de 1780.

La orientación exportadora y el aumento de la actividad comercial favorecieron aún más el desarrollo de la economía: los ingresos derivados de las exportaciones permitían a los productores británicos importar materias primas para crear productos industriales; los comerciantes que exportaban bienes adquirieron una significativa experiencia que favoreció el crecimiento del comercio interior. Los beneficios generados por ese desarrollo comercial fueron invertidos en nuevas empresas, principalmente en mejora de la tecnología y de la maquinaria, que a su vez aumentaron la productividad y favorecieron la dinámica del proceso.

Gran Bretaña no fue el único país que tuvo una Revolución industrial, ya que en Francia, Bélgica, Alemania y Estados Unidos de América se experimentaron procesos parecidos a mediados del siglo XIX.

En Francia, que es el contexto que nos interesa, ese proceso se dio más lentamente y con menos dinámica industrial que en Gran Bretaña o Bélgica. Durante su exilio en Inglaterra, Voltaire escribió las Lettres sur les Anglais (también conocidas como Cartas filosóficas o Cartas inglesas), donde la historia intelectual ilustrada y la libertad de la

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vida inglesa del siglo XVIII se muestran como un modelo para Francia. Mientras Gran Bretaña establecía su liderazgo industrial, Francia se sumergió en su Revolución y en una situación política incierta. Por ello las grandes inversiones en innovaciones industriales fueron desalentadas.

Sin embargo, después de 1789, con la Revolución francesa, Francia estaba segura de haber alcanzado la libertad y de haber sobrepasado a Inglaterra. Este enorme progreso realizado mediante un esfuerzo sin precedentes fue causa de que Francia reivindicara para sí la dirección de la humanidad en el camino de la libertad y afirmara también su superioridad moral.

El heroísmo de Francia se erguía contra la plutocracia inglesa defensora del pasado, de la era del despotismo y la barbarie. Napoleón expresó una opinión ampliamente difundida cuando en su decreto del 26 de octubre de 1806 dijo que los ingleses eran “los eternos enemigos de nuestra nación y también los que alteraban la paz de Europa y los tiranos de los mares”.

Estos sentimientos, que se intensificaron durante las guerras napoleónicas, explican el hecho de que la amarga humillación que los franceses sufrieron después de 1815, y de Waterloo, se volviera contra Inglaterra con más violencia. Durante muchas décadas los patriotas franceses odiaron a Inglaterra y anhelaron que llegara el día de su castigo. Pero cuando el escritor e historiador Jules Michelet visitó Inglaterra en 1834, se sintió profundamente mortificado al darse cuenta de que el desplome de Gran Bretaña, que él predijo y deseaba, no había ocurrido. Sin embargo, ese sentimiento antibritánico no tenía razón de ser, puesto que los estadistas ingleses mostraron una gran moderación hacia la Francia derrotada de 1815.

Este notable cambio de actitud en la Francia intelectual del siglo XIX ante Inglaterra coincidió con una súbita veneración de los ingleses por Alemania, la cual ocupó el lugar que estos últimos habían tenido durante el siglo anterior. Pero con el espíritu cosmopolita del liberalismo del siglo XVIII, madame de Staël supo combinar una admiración profunda y justificada por la sorprendente fertilidad del genio alemán, con una firme lealtad “por la afortunada constitución inglesa”, el faro político de Francia y de Europa. Sabía que Inglaterra debió su victoria, después de tan larga lucha, a su amor por la libertad y que ésta estaba mejor cimentada tradicionalmente que la libertad revolucionaria y absoluta de Francia. Por eso en el interés por el desarrollo de la libertad francesa se anhelaba una estrecha cooperación entre Francia e Inglaterra.

Madame de Staël no era la única que adoptaba esa actitud. En octubre de 1814, Saint-Simon y el joven Agustín Thierry publicaron un ensayo sobre La reorganización de la sociedad europea para preservar la paz y asegurar la libertad, lo cual haría posible el desarrollo de una sociedad industrial. Saint-Simon sugería que Inglaterra y Francia, como Estados liberales y parlamentarios, se uniesen para formar el núcleo de una futura federación europea. Los dos escritores afirmaron que Francia sería quien más se beneficiaría de tal unión, puesto que Inglaterra tenía 130 años de gobierno parlamentario y los franceses apenas se iniciaban, y que los partidos constitucionales de Francia necesitaban el apoyo británico contra los peligros domésticos del despotismo, por una parte, y de una libertad extravagante por otra. Saint-Simon pedía a sus compatriotas que reconocieran que el pueblo inglés, “por la conformidad existente entre nuestras instituciones y las suyas, por esa afinidad de principios y esa comunidad de

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intereses sociales que son los vínculos más fuertes entre los hombres, es de ahora en adelante nuestro aliado natural”.

Al concluir las guerras napoleónicas, el proceso productivo en Francia adquirió en la relación obrero patronal una situación de distanciamiento; los obreros se aferraban a las viejas reglamentaciones, mientras que los patrones defendían ardientemente la libertad económica; pero los triunfos liberales hicieron que las viejas disposiciones proteccionistas quedaran finalmente derogadas, por lo que los manufactureros ingleses buscaban nuevos mercados para productos y capitales y Francia se convirtió en el terreno ideal para ellos.

Cuando Luis Felipe I de Orleans (1773-1850), también llamado el Rey ciudadano, fue electo como rey de Francia (1830-1848) por la Asamblea Nacional, en respuesta a la Revolución de julio que derrocó a Carlos X y puso fin a la dinastía de los Borbones, deseaba satisfacer al sector republicano que le había entronizado, por lo que el industrialismo inglés invadía a Francia.

Debido a que los últimos años de su reinado se vieron empañados por la corrupción política en el interior y la pasividad en los asuntos internacionales, Luis Felipe perdió el apoyo de los sectores democráticos y de los reaccionarios, por lo cual fue derrocado por la Revolución de 1848, y como consecuencia se proclamó la II República (1848-1852) y el posterior ascenso al poder de Luis Napoleón, quien más tarde fue Napoleón III, emperador de Francia.

Aunque lentamente, Francia había llegado a ser un poder industrial en el crecimiento durante el Segundo Imperio; no obstante, permaneció a la zaga de Inglaterra.

En ese marco, Say recoge la influencia del industrialismo que estaba en pleno auge cuando escribió su libro, de ahí su curso de Economía industrial en el Conservatorio de Artes y Oficios. Él consideraba que los capitales empleados en sacar partido de las fuerzas productivas de la naturaleza tienen tanta importancia como la agricultura y que una máquina ingeniosa produce más de lo que cuesta, o bien hace disfrutar a la sociedad de la disminución del precio del producto que resulta del trabajo de la máquina.

El maquinismo tiene gran relevancia en el libro de Say y aun cuando admitió que habría que restringir en sus comienzos el empleo de nuevas máquinas, termina por reconocer que una limitación de tal naturaleza violaría los derechos del inventor. También explica la gran trascendencia que tiene el empresario o contratista como agente principal del progreso económico.

El empresario, como veremos adelante, más que el capitalista o el propietario territorial, guía la producción y domina la distribución de las riquezas.

Say explica el mecanismo de distribución de la riqueza. Dice que el hombre, los capitales y la tierra proporcionan los servicios productivos que, llevados al mercado, se cambian respectivamente por un salario, un interés o un arrendamiento a través de los contratistas de la industria, quienes los combinan para dar satisfacción a las demandas de los consumidores. El valor de los servicios queda determinado por las leyes de la oferta y la demanda. Con esos elementos, Say propone su concepto de la economía.

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Concepto de la economía

Jean Baptiste Say procuró establecer la distinción entre la economía política y las otras áreas del conocimiento, particularmente la política, por lo cual intentó eliminar de su Tratado toda intromisión metafísica en el conocimiento de la ciencia económica.

Para Say, la economía es una ciencia objetiva, concreta, teórica y sistemática, por lo que debe exponerse realmente cómo se da el proceso que abarca desde la generación hasta la distribución de la riqueza.

Por ello se propuso hacer de la economía política una ciencia positiva basada únicamente en el método experimental y desligada de toda metafísica y de toda moral.

Sin embargo, además de recurrir con mucha frecuencia al método deductivo, gran parte de su obra reviste un carácter más doctrinario (lo que debe ser) que teórico (lo que se entiende que es). No obstante, con ese interés explicativo Say dio una definición de economía política. Dijo que la economía política enseña cómo se forman, se distribuyen y se consumen las riquezas para satisfacer las necesidades de las sociedades. En síntesis, propuso que la economía política nos enseña el modo como se producen, distribuyen y consumen las riquezas en la sociedad.

Esa división fue aceptada por los economistas de todo el mundo y constituyó la estructura de todas las obras de economía política. A partir de las ideas de Say, todos los tratados de economía adoptarán como premisa básica esta división en la que se destaca que la finalidad de la economía es conocer el proceso de producción, distribución y consumo. Con esa actitud, Say asume la idea de que la finalidad exclusivamente científica de la economía sólo requiere describir y analizar estos tres fenómenos y, para evitar especulaciones, no pretende emitir juicios sobre ellos. Esta toma de posición la hace más explícita todavía en su curso de economía, cuando dice:

Lo que constituye esta nueva ciencia que se ha designado con nombre de economía política es el conocimiento de estas leyes naturales y constantes sin las cuales las sociedades humanas no podrían subsistir. Es ciencia porque no se compone de sistemas inventados, de planes de organización arbitrariamente concebidos, de hipótesis carentes de pruebas; sino del conocimiento de lo que es, del conocimiento de hechos cuya realidad puede ser comprobada.

De acuerdo con Say, la economía debía ser algo así como una física experimental que permita corroborar todos los hechos relacionados con la producción, distribución y consumo de las riquezas. Ante las propuestas de los economistas precedentes que aseguraban que la economía política se apoyaba sobre el conocimiento de un orden natural o de una constitución espontánea, y que su meta final era aconsejar al hombre de Estado, Say dice que la economía política es única y exclusivamente el estudio de las leyes que rigen los procesos, la manera como se forman, distribuyen y consumen las riquezas; señala que la economía debe ser separada de la estadística y de la política, haciendo de ella una ciencia puramente teórica y descriptiva, y que el economista debe observar, analizar y describir los fenómenos económicos, pero no aconsejar a quienes tomen las decisiones económicas, ya que pueden influir en la realización de actos políticos y no en la explicación de eventos económicos.

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La economía, como ciencia, debe estar ceñida al descubrimiento y la explicación de leyes universales, y constituirse, como en el caso de la física, en un área del conocimiento que entienda que las leyes no son, de ningún modo, obra de los hombres, sino que se derivan de la naturaleza de las cosas. Es por ello que el propósito de la economía política debe ser formular un reducido número de principios generales de los cuales habrán de derivarse las consecuencias. Por este camino, la economía política se orienta hacia la búsqueda de la rigidez de una ciencia que entienda la realidad perceptible.

Conforme a esas premisas se pueden entender algunos de los principales conceptos de Say, como el de empresario.

El empresario

Entre los pensadores de la economía clásica, tanto Adam Smith como David Ricardo identificaron siempre al empresario con el capitalista. La falta de claridad en torno a la diferencia entre ambos, los llevó a confundir los beneficios empresariales con los intereses del capital. Esta confusión perdura entre casi todos los economistas anglosajones.

Por el contrario, Say los distingue perfectamente. Dice que el capitalista es el que aporta el capital, que no consiste en una cantidad de dinero o de bienes materiales, sino en su representación contable. Porque el dinero o los bienes son consumidos en el acto de la producción, sin que por ello desaparezca el capital. Al capitalista se le ase gura el pago de una cantidad determinada, que se conoce como interés, por el servicio que su capital presta a la producción.

A diferencia del capitalista, los hombres que emprenden la formación y reproducción de un producto cualquiera se llaman empresarios de industria. Para identificarlo, tal empresario de industria debe adquirir, en primer lugar, los conocimientos esenciales de la actividad que quiere ejercer; después, debe reunir los medios de ejecución necesarios para crear un producto y, finalmente, debe presidir su ejecución. Say señala que el que se beneficia de una mina o una cantera para extraer minerales, el que lo hace con el mar y sus riberas, para obtener sal, pescados, coral, esponjas, etc., es un empresario de industria puesto que trabaja por su cuenta.

Entre los conocimientos que dicho empresario debe adquirir están los siguientes: la naturaleza de las cosas en que ha de obrar y las que debe emplear como

instrumentos; asimismo, las leyes naturales que puede aprovechar para su trabajo y también el

talento innovador.

Así, si quiere ser herrero debe conocer la propiedad que tiene el hierro de poder adelgazarse con el fuego y de plegarse a la forma que se le dé con el martillo. Si quiere ser relojero, debe conocer las leyes de la mecánica y la acción del peso y de los resortes sobre las ruedas. Si quiere ser labrador, debe saber qué animales y vegetales resultan provechosos para el hombre, y los medios de criarlos o cultivarlos. Si quiere ser comerciante, debe instruirse acerca de la situación geográfica de los diferentes países, de sus necesidades, de sus leyes y de los medios de transporte de que pueda valerse. Es

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decir, el empresario de industria puede dedicarse a diversas actividades, pero además de su talento y de su trabajo necesita un capital.

Para que el empresario de industria adquiera los servicios de los capitales debe tomarlos prestados, pagando al capitalista un interés. De este modo, el capitalista convierte en renta fija el resultado del servicio de su capital que el empresario empleará por su cuenta.

Para establecer la diferencia entre el empresario de industria y los de otro tipo, Say cita como ejemplo que el arrendatario que cultiva las tierras ajenas, y el propietario que administra por su cuenta su herencia, son empresarios de la industria rural. Lo mismo sucede en los demás ramos que tienen analogía con la agricultura. Si trabaja por un salario o destajo, entonces el que le paga es el verdadero empresario.

Todos aquellos que por su propia cuenta dan a un producto ya existente una nueva forma, que aumenta su valor, son empresarios de industria fabril. De ahí se deduce que no sólo es fabricante el que reúne en su taller a un gran número de obreros, sino también un carpintero que hace en el suyo puertas y ventanas, y aun los albañiles, cerrajeros y carpinteros que van a trabajar fuera de su domicilio y que transforman los materiales en edificios; en una palabra: hasta el pintor que embellece nuestras casas ejerce también una industria fabril.

Para ser empresario no se necesita ser dueño o propietario de la materia en que se trabaja. La lavandera que nos devuelve la ropa blanca en diferente estado que aquel que se la entregamos, es igualmente empresaria de industria. Asimismo, un hombre puede ser a la vez empresario y obrero. Así, cuando alguien por un precio determinado acuerda abrir una zanja, un canal, etc., es un empresario; y si lo hace por su propia mano, será también obrero al mismo tiempo. Pero además el empresario adquiere de esta forma diferentes trabajos industriales. Como le es indispensable que para algunas actividades otros le ayuden, tiene que conseguir mediante un sueldo o salario los servicios de los empleados y obreros, y éstos cambian, por lo que les paga el empresario, la parte del producto que resulta de su trabajo.

Los ingresos de los empresarios de industria son siempre variables e inciertos porque dependen del valor de los productores, y no se puede saber anticipadamente y con exactitud cuáles serán las necesidades de los consumidores y el precio de dichos productos.

Los empresarios de industria son, entre todos los industriales, los que pueden aspirar a mayores ganancias. Es verdad que algunos de ellos pueden arruinarse, pero también amasan grandes fortunas. Esto se debe, fuera de una circunstancia imprevista, a que el género de servicios con que los empresarios concurren a la obra de la producción es más escaso que el de todos los demás industriales. Es más escaso por dos motivos:a. primero, porque no puede formarse una empresa sin poseer, o al menos sin poder

tomar prestado, el capital necesario, y esta circunstancia excluye a muchos concurrentes; y,

b. segundo, porque a esta ventaja deben reunirse muchas cualidades que no son comunes: juicio, actividad, constancia y cierto conocimiento de los hombres y de las cosas. Los que no reúnen estas condiciones indispensables no pueden competir con

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los que las poseen, o al menos no pueden hacerlo por mucho tiempo, porque no pueden sostener sus empresas.

Las empresas más lucrativas son aquellas cuyos productos se demandan con más constancia y seguridad y, por consiguiente, las que tienen por objeto la creación de productos alimenticios o de primera necesidad.

Con esas propuestas, Say fue el primero que aportó la distinción entre el empresario y el capitalista, y el que describió claramente las difíciles cualidades que debe reunir el empresario. En sus concepciones de la producción y del empresario, el capital no tiene por qué ser siempre más productivo en la agricultura que en la industria, ya que en la primera, la naturaleza trabaja gratuitamente con el hombre. El capital será más productivo donde, gracias al talento innovador del empresario, se crea mayor utilidad. Si la agricultura es una actividad económica productiva, también lo son los servicios y la industria.

Por ello, comparado con el trabajo agrícola, el papel del empresario industrial es distinto, pues éste es el que compra materias primas a precios ciertos, para transformarlas en artículos nuevos que tendrá que vender en un mercado incierto en cuanto a la cantidad demandada y al precio. Así, su retribución es incierta pues consiste en la diferencia que haya logrado entre los ingresos obtenidos en el mercado incierto y los costos de comprar materias primas y pagar los procesos productivos en mercados muy ciertos. A todos esos costos Say los denomina servicios productivos.

Los “servicios productivos” que compra el empresario son, según Say, de tres categorías: los del trabajo, los de la tierra y los del capital. Con la compra de esos servicios el empresario adelanta el pago de los salarios, de las materias primas y del interés. Espera poder cubrir esos adelantos y lograr beneficios gracias a la aceptación que los consumidores tendrán de los artículos que él ha producido combinando tales servicios. Por eso atribuye al empresario el papel principal en la producción, ya que es el agente de la producción que las combina y les da un impulso útil al convertirlas en valores.

Las otras operaciones, como la obtención de materias primas y la aportación del capital son necesarias para la creación de los productos, pero es el empresario quien las transforma. Con esa producción, el empresario juzga las necesidades sociales y, sobre todo, los medios para satisfacerlas. Puede no trabajar con sus propias manos, sino servirse de las de otras personas, pero no puede dejar de usar su propio juicio, porque entonces produciría con gran gasto lo que carece de valor.

Además, el empresario reparte el valor de los productos entre los diversos servicios productivos, con lo cual liga la producción y la distribución. La explicación de Say sobre la distribución de la riqueza permitió separar las remuneraciones que corresponden al capitalista, que obtiene un interés, y al empresario, como coordinador de las demandas de servicios productivos y de los bienes producidos por éstos, o sea, de su beneficio como coordinador del proceso productivo.

Al distinguir entre el empresario o promotor del capitalista, Say se adelantó al pensamiento económico de su tiempo.

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Teoría de las crisis

Say tiene una concepción muy peculiar de las crisis económicas, que generalmente son identificadas como crisis de sobreproducción, pues no acepta, para su tiempo, que haya crisis generales y las liga directamente a la explicación de su ley de los mercados.

En los años 1812-1813 Say tuvo como referencia para reflexionar el problemade la crisis que hacía estragos en Inglaterra, lo que se denominaba problema de las crisis económicas generales. La opinión pública se quejaba de que había sobreproducción en las diversas industrias y que por ese motivo no se vendía nada.

Ante esa idea, de la cual el economista inglés Robert Malthus era partidario, Say creyó indispensable dar una explicación que la contradecía con su propuesta de ley de los mercados, que suele enunciarse en dos formas distintas que revisten un pensamiento idéntico: “los productos se cambian por productos” y “la oferta crea su propia demanda”.

En la primera premisa que indica que “los productos se cambian por productos”, Say tiene presentes dos hechos fundamentales: el deseo de los hombres de disfrutar del mayor número posible de satisfactores y el circuito del cambio mercancía-dinero-mercancía (M-D-M’). Afirma que a los hombres nunca les falta el deseo de comprar, sino el medio que requieren para hacerlo. Este medio es el dinero.Pero, ¿cómo se obtiene el dinero? Por la venta de un bien disponible para venta, por lo que se cambia la mercancía por dinero (M-D). Esto indica que no se puede conseguir dinero sino a cambio de aquellos bienes que se han producido y sirven para el cambio M-D.

Cuando ya se tiene la posesión del dinero, el hombre puede expresar su deseo de compra y con ello crea una verdadera demanda. Es entonces cuando puede cambiar o vender su dinero por el bien que deseaba, por lo que hay un intercambio de dinero por mercancía (D-M’). En este momento y en esta fase del intercambio, el dinero ha sido el que ha facilitado el cambio en el circuito M-D-M’. Dice Say: “El dinero no realiza sino el oficio de intermediario en la doble operación del cambio.”

Debido a que el dinero se adquiere por el cambio de mercancías, solamente por el intercambio de productos se compra lo que los otros han producido; y el medio es el dinero o, lo que es lo mismo: “los productos se cambian por productos”, y el dinero es solamente un intermediario.

Como producto de esa idea, se expone otra: “La oferta crea su propia demanda.”Lo que Say quiere decir es que toda producción, al pagar los servicios que intervienen, inyecta poder adquisitivo a todos los que participan o, dicho de otra manera, les da el medio necesario para comprar otros artículos. Es decir, el número de compradores para un bien determinado aumenta en proporción directa al aumento de los otros productos que se vayan a comprar. Say afirma que un producto terminado ofrece, a partir de ese momento, un mercado a otros productos por el costo de su valor. Cuando un productor ha terminado su producto, su mayor deseo consiste en venderlo a fin de que su valor no permanezca ocioso entre sus manos; pero una vez que lo ha vendido, también tiene que deshacerse del dinero obtenido de la venta para que el valor de ese dinero tampoco permanezca inactivo. Pero para deshacerse del dinero se requiere comprar algún bien.

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Por tanto, el solo hecho de la creación de un producto abre, desde ese mismo momento, un mercado a los otros productos por la disponibilidad de dinero que genera.

En la explicación de su ley, Say trató de reconciliarla con la realidad y como según él siempre había productos que se vendían y el dinero obtenido y pagado en su producción servía para comprar otros productos, no podía haber crisis general, sino sólo crisis parciales.

Reconocía Say que hay una serie de productos que no logran venderse, por ejemplo las telas; pero la razón de esta imposibilidad de vender no estriba en que se han producido en exceso, sino en que se han producido pocos de otros artículos, como el trigo, la carne, los productos coloniales, etc. Como estos últimos se produjeron poco, se obtuvo poco ingreso y se compraron menos de los productos como las telas; si se hubieran producido esos bienes de consumo en cantidad suficiente, las telas se habrían vendido perfectamente.

Say aplica su teoría de los mercados a las crisis negando que pueda haber una sobreproducción de todos los productos. Jean Baptiste Say pertenecía al grupo de los optimistas. Creía que los males sociales que presenciaba, como el militarismo y la guerra, serían transitorios debido al progreso de la industria. Por ende, también creía que las crisis económicas eran un mal pasajero que se iría atenuando con la libertad de producción.

La conclusión práctica de esa teoría es que no hay que temer a la producción en demasía de todas las mercancías, con lo cual Say negaba las crisis de sobreproducción general y consideraba la sobreproducción de uno o pocos artículos como un fenómeno pasajero cuyos efectos inconvenientes repararía esa libertad en la producción industrial, porque el descenso de los precios en ciertos bienes y la elevación en otros inducirían a los empresarios a cambiar de producción y los desequilibrios se corregirían de inmediato.

Así, Say niega que pueda haber una deficiencia general de la demanda o una acumulación general de bienes. Pero reconoce que ciertas industrias pueden sufrir de excesos de producción debido a errores de cálculo o por una excesiva asignación de recursos; pero es indudable que en el resto del mercado no habrá inevitablemente escasez.

En una carta dirigida a Malthus, Say le dice que los hombres comprarán tanto más cuando más produzcan. Así, pues, es imposible que existan crisis generales de sobreproducción, pues su ley se sustenta con datos tomados de la realidad.

Así ejemplifica que al constatar que el habitante de Francia compra en su época ocho o 10 veces más que durante el reinado de Carlos VI, rey de Francia de 1380 a 1422, se responde que ahora se produce 10 veces más que entonces. De la misma manera destaca que una ciudad industrial que se halla rodeada por una campiña fértil encuentra entre los agricultores un gran mercado para sus artículos, así como los agricultores encuentran en la ciudad un buen mercado para los productos del campo.

Con ello reafirma su idea de que producir es crear demanda o que la oferta crea su propia demanda, lo que significa que las crisis generales de sobreproducción son imposibles, ya que la prosperidad de una industria determinada favorece la prosperidad

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general y de la misma manera, cuanto más próspero sea el país vecino, más favorecerá la prosperidad nacional. Por ello Say señala que desear la prosperidad a los demás pueblos es a la vez amar y servir al propio país. De esa manera, él creía que el descubrimiento de su ley de los mercados iba a contribuir eficazmente al logro de la paz y de la concordia entre los pueblos, al demostrar que los intereses de los hombres y de las naciones no son opuestos en modo alguno, lo cual derramará semillas de concordia y de paz que germinarán con el tiempo. Por ello no hay mucha probabilidad de crisis generales y cuanto más variadas y abundantes sean las producciones, menos probables serán los desequilibrios.

Otras ideas de SayHay otras ideas relevantes en la concepción económica de Say que contribuyen a la comprensión de sus propuestas.

Teoría de la producciónPara Jean Baptiste Say, el hombre no puede producir nada material, no puede producir ni una sola partícula de polvo, no puede crear la materia; lo que hace es transformarla. Señala que producir es crear un valor permutable, que producir es crear utilidades.

Ésa es una de las bases que utiliza Say para atacar a los fisiócratas y hacer evidente que la creación de materia es imposible. La unidad de materia de que se compone el universo nunca aumenta ni disminuye; no se pierde jamás un átomo, ni se crea uno nuevo. Por ello, Say dice que las cosas no se producen o crean al margen de la naturaleza, sino que se combinan y reproducen bajo otras formas; el trigo que se siembra se reproduce 20 veces, pero no se crea o saca de la nada. Lo que hace es determinar una operación de la naturaleza, por cuyo medio se combinan las sustancias antes esparcidas en la tierra, en el agua y en el aire, y se convierten en trigo. Estas varias sustancias separadas entre sí no eran el origen del trigo, pero luego de combinadas se convierten en trigo.

Por ello, dice Say, lo único que el hombre es capaz de hacer, aun por medio de la agricultura, es aumentar la utilidad de las materias que el mundo contiene. Ataca igualmente a los fisiócratas demostrando que el comercio es productivo porque los bienes tienen mayor utilidad en los lugares donde escasean que en aquellos donde abundan, y lo que llamamos producción no es en realidad sino una reacción a una combinación de elementos.

Say, influido por Condillac, tiene el mérito de entender la producción en su verdadero sentido económico. Para él, producción es toda creación de utilidad. La producción no es creación de materia, sino creación de utilidad. Y no se mide por la longitud, el volumen o el peso del producto, sino por la utilidad que se le da y se le ha dado.

Ello muestra cómo debe tomarse la palabra producción en el sentido de utilidad. Say entiende que producir no es crear objetos materiales, sino crear utilidades, aumentando la capacidad que tienen las cosas de responder a nuestras necesidades y de satisfacer nuestros deseos, por lo que son productivos todos los trabajos que tienen dicho fin.

Cual quiera que sea la variedad entre los gustos y las necesidades de los hombres, se halla entre éstos una estimación general por la utilidad de cada objeto en particular. Esa utilidad de tales objetos permite que nos formemos una idea de la cantidad de otros

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objetos que se ofrecen a cambio de dinero o de otros objetos, por su utilidad. Si observamos la cantidad que se da de un mismo producto, podemos entender el valor que adquiere; en cambio, de dos objetos diferentes nos podremos formar la idea de la proporción que hay entre los valores permutables de esos dos objetos. Por tanto, hay diversos objetos que se producen, los que pueden ser materiales o inmateriales.

También Say ataca a Smith haciendo ver que los servicios que no se incorporan en ningún objeto material son también productivos. Así, el médico produce cuando da la receta adecuada para combatir una enfermedad, y otro tanto sucede cuando se prestan todos los demás servicios, aunque el producto no resulte tangible y sea inmaterial.Por otro lado, Say pone de manifiesto que los bienes materiales tienen una duración muy diferente, ya que hay bienes que pueden ser usados durante mucho tiempo sin que se destruyan, por ejemplo, una casa, cuya durabilidad depende del material de construcción; y otros que se destruyen por el primero y único uso que se hace de ellos, como sucede con los productos alimenticios naturales, por ejemplo frutas.

Por tanto, el hecho de que un servicio no se reconozca como algo material y que se consuma al ser producido no impide que pueda ser reconocido en la producción, porque hay servicios, como el tratamiento de una enfermedad, que tienen un largo proceso de producción. En todo caso, hay muchos productos generados en un año que no se consumen durante ese mismo año.

Después de que Say hiciera esta aportación sobre la diferencia entre la producción de bienes materiales e inmateriales, la economía consideró los servicios como riquezas o bienes inmateriales. Desde esa perspectiva, Say aumenta y precisa la noción de riqueza. Todo lo que es útil merece ser llamado riqueza. A los frutos de la tierra o a los productos de fabricación industrial, que se consideran bienes materiales, se pueden asimilar los servicios del médico, del abogado, del funcionario, que son considerados productos “inmateriales” que, desde el punto de vista económico, sin duda pueden ser llamados riqueza. Por ello, a diferencia de los fisiócratas, para Say no hay “clase estéril” ni ocupaciones estériles.

Teoría del valor

Say, con la influencia de Condillac, fundamenta su idea sobre el valor, que es la evaluación contradictoria que hace el consumidor entre su deseo de adquirir el bien y el sacrificio que implica la realización de ese deseo, es decir, su adquisición. A diferencia de Smith, Say no considera el valor de uso, sino pura y llanamente la utilidad. Por eso, habla sólo de utilidad por un lado y de valor de cambio por otro.

Say no funda el valor de cambio simplemente en la utilidad, sino, por un lado, en la utilidad para alguien en particular y, por otro, en el resultado de la combinación de la utilidad con el costo de producción. Por tanto, su teoría es objetiva - subjetiva.

Es subjetiva porque la demanda se basa en la utilidad que el individuo espera obtener de ese bien, y es objetiva porque esa demanda se halla limitada por el precio que tiene que pagar, y éste depende en gran parte del costo de producción. Es por eso que Say no acepta, de manera simplista, la distinción tradicional entre valor de uso y valor de cambio que estableció Adam Smith y continuó David Ricardo.

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En términos económicos, para Say es útil todo aquello que sirve para satisfacer una necesidad, sea ésta natural o artificial, por lo que destaca que la vanidad es a veces una necesidad tan imperiosa como el hambre. Esta utilidad que se modifica con los tiempos y lugares constituye el primer fundamento del valor. Es ella la que determina la demanda. Y la demanda, desde la perspectiva del valor, puede definirse como el valor que adquieren las mercancías, según se hallen en cantidad más o menos suficiente para satisfacer las necesidades de un grupo social en un momento dado, según sus deseos.

Por eso, el valor es la cantidad de bienes que pueden obtenerse con otros bienes que no se desea consumir. La demanda, por tanto, implica el sacrificio de un bien no consumible para la adquisición de otro bien utilizable. Por eso, Say dice que no se debe hablar de demanda, sino de cantidad demandada a un precio determinado.Y ese precio depende del costo de producción, y ese costo de producción es el valor mínimo que puede tener un bien.

Así, el valor es lo que los hombres conceden a una cosa con base en la medida de la utilidad que encuentran en ella, pero el valor de un producto no puede descender más abajo de su costo de producción. Si los hombres juzgan que su utilidad va le ese precio, lo producen y lo consumen; si juzgan que su utilidad no vale ese precio, no lo producen ni lo consumen.

Es menester observar que no se considera el valor de las cosas en dinero, sino como un medio imperfecto de comparar su valor permutable, y que éste no se presenta sino como una estimación vaga de su grado de utilidad.

Teoría de los salarios

Para Say, el pago y el nivel de los salarios dependen de la relación entre la oferta y la demanda de esa mercancía llamada trabajo que se obtiene de aquellos que lo venden y que regularmente son los obreros. La oferta de trabajo depende de la cantidad de obreros capaces de ejecutar cada especie de trabajo y de la utilidad del producto del mismo. La demanda de trabajo depende de la demanda de bienes por parte de los consumidores.

Es preciso, por tanto, distinguir que hay tantas ofertas de trabajo como clases diferentes hay del mismo. Para los trabajos sencillos el nivel de salarios tendrá que ser normalmente el de subsistencia, entendido según las costumbres del país donde se otorgue. Cuando los salarios se elevan por encima de esa tasa, los niños se multiplican y la mayor oferta logra proporcionarse a la mayor demanda. Cuando, por el contrario, la demanda de trabajadores se queda más corta que la cantidad de personas que se ofrecen para trabajar, sus salarios descienden más abajo del nivel necesario para que la clase pueda mantenerse igualmente numerosa.

Las familias, más agobiadas de niños y enfermedades, se acaban; en consecuencia, disminuye la oferta de trabajo y al disminuir la oferta, su precio sube.

Say considera que la división abismal entre la minoría de ricos y la miseria de la clase trabajadora que no logra satisfacer ni las necesidades más elementales de la vida es una de las “plagas” de la relación social. A pesar de ello, Say mantiene suposición en favor de la no intervención del Estado, razón que procede de una concepción absolutista del

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derecho de propiedad. Nadie paga los trabajos por encima del precio a que se ofrece su ejecución, pues constituiría una violación del derecho de propiedad y un atentado contra la libertad de las transacciones comerciales.

De acuerdo con lo que hemos visto, Say propone su tratado como producto del Conocimiento de varios economistas que lo precedieron, entre ellos los autores que se sitúan en las fronteras doctrinarias de la fisiocracia: Gournay, Turgot y sobre todo el abate Condillac. El sentido de los conceptos de valor, utilidad, productividad de la industria y del comercio, la distinción del empresario y del capitalista, de la utilidad y del interés: todo esto se encontraba ya en las ideas de Condillac. Pero Say también es deudor, como ya se indicó, de Adam Smith y de sus contemporáneos Malthus y Ricardo, con quienes discutió algunos de sus conceptos principales.

Por ello a Jean Baptiste Say se le considera uno de los liberales franceses, maestro de la ortodoxia y el primer discípulo de los economistas ingleses de la escuela clásica en el continente, particularmente en la economía francesa.