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3. LA COMUNICACIÓN HUMANA Y EL LENGUAJE: LENGUAJE NATURAL Y LENGUAJES FORMALES. ESQUEMA : 1. LA COMUNICACIÓN HUMANA Y EL LENGUAJE: 1.1. Estructura de la comunicación. 1.2. El signo: su definición y elementos. Clases de signos. 1.3. Definición semiótica de lenguaje. 1.4. Lenguaje, lengua, norma y habla. 1.5. Funciones del lenguaje. 1.6. El lenguaje verbal: rasgos definitorios y universales lingüísticos. 1.7. Lenguaje humano y lenguaje animal. 2. LENGUAJE NATURAL Y LENGUAJES FORMALES: 2.1. Lenguajes naturales y lenguajes artificiales. 2.2. Los lenguajes formales. 2.3. La noción de cálculo. 2.4. Metalenguaje del cálculo. 3. BIBLIOGRAFÍA. ********** 1. LA COMUNICACIÓN HUMANA Y EL LENGUAJE . 1.1. Estructura de la comunicación . Podemos definir la comunicación como la transmisión de una información entre, al menos, dos individuos. Se da comunicación cuando existe un intercambio de signos, que constituyen un mensaje, y son comprendidos tanto por el emisor como por el receptor. Hay una serie de elementos imprescindibles para la comunicación: el emisor (quien emite el mensaje), el receptor (quien recibe el mensaje), el mensaje (la información transmitida), el canal (el medio físico por el cual circula y se transmite el mensaje), el código (el conjunto de los signos y las reglas de combinación en el cual se “cifra” la información), y el contexto (la situación en que se emite el mensaje y que a menudo ayuda a interpretar éste correctamente). Sin embargo, hay más elementos implícitos en el proceso de comunicación. En el emisor va implicada la fuente, la codificación y la emisión del lenguaje. El receptor implica la recepción, la decodificación y el destinatario o intérprete del mensaje. El canal transmisor puede ser el causante de que se modifique o se dificulte la transmisión del mensaje por la aparición de ruidos o interferencias, es decir, de elementos ajenos al mensaje. Dos condiciones son necesarias para una perfecta recepción de la información contenida en el mensaje: a) El conocimiento del código para poder descodificarlo, si no el mensaje entraría en la categoría de ruido. 1

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3. LA COMUNICACIÓN HUMANA Y EL LENGUAJE: LENGUAJE NATURAL Y LENGUAJES FORMALES.

ESQUEMA:

1. LA COMUNICACIÓN HUMANA Y EL LENGUAJE:1.1. Estructura de la comunicación.1.2. El signo: su definición y elementos. Clases de signos.1.3. Definición semiótica de lenguaje.1.4. Lenguaje, lengua, norma y habla.1.5. Funciones del lenguaje. 1.6. El lenguaje verbal: rasgos definitorios y universales lingüísticos.1.7. Lenguaje humano y lenguaje animal.

2. LENGUAJE NATURAL Y LENGUAJES FORMALES: 2.1. Lenguajes naturales y lenguajes artificiales. 2.2. Los lenguajes formales. 2.3. La noción de cálculo. 2.4. Metalenguaje del cálculo.

3. BIBLIOGRAFÍA.**********

1. LA COMUNICACIÓN HUMANA Y EL LENGUAJE.

1.1. Estructura de la comunicación.

Podemos definir la comunicación como la transmisión de una información entre, al menos, dos individuos. Se da comunicación cuando existe un intercambio de signos, que constituyen un mensaje, y son comprendidos tanto por el emisor como por el receptor. Hay una serie de elementos imprescindibles para la comunicación: el emisor (quien emite el mensaje), el receptor (quien recibe el mensaje), el mensaje (la información transmitida), el canal (el medio físico por el cual circula y se transmite el mensaje), el código (el conjunto de los signos y las reglas de combinación en el cual se “cifra” la información), y el contexto (la situación en que se emite el mensaje y que a menudo ayuda a interpretar éste correctamente). Sin embargo, hay más elementos implícitos en el proceso de comunicación. En el emisor va implicada la fuente, la codificación y la emisión del lenguaje. El receptor implica la recepción, la decodificación y el destinatario o intérprete del mensaje. El canal transmisor puede ser el causante de que se modifique o se dificulte la transmisión del mensaje por la aparición de ruidos o interferencias, es decir, de elementos ajenos al mensaje.

Dos condiciones son necesarias para una perfecta recepción de la información contenida en el mensaje: a) El conocimiento del código para poder descodificarlo, si no el mensaje entraría en la categoría de ruido.b) La superación de los ruidos a fin de que el mensaje llegue sin interferencias que lo desvirtúen.

La forma de superación de los problemas derivados de estas dos condiciones suele hacerse por medio de la redundancia y del contexto. En el primer caso se utilizan refuerzos o repeticiones informáticas o el uso simultáneo de dos tipos de signos (oral y gestual, p.e.). En el segundo es el contexto de la información el que hace desaparecer los ruidos, pues los mensajes anteriores y posteriores delimitan el mensaje en cuestión ya que todo mensaje se refiere a un contexto dado. Este contexto es el referente, el marco dentro del cual tiene sentido la información.

1.2. El signo: su definición y elementos. Clases de signos.

Podemos definir inicialmente el lenguaje como un sistema de signos para la comunicación. Por ello lo primero será tratar de averiguar qué es un signo y qué clases de signos hay. Empecemos por la definición de signo: todo cuanto representa otra cosa en algún aspecto para alguien. Para que la definición resulte suficientemente general y exacta, hagamos las siguientes precisiones:

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1) Hay que entender el término “representar” en su sentido más primario, a saber, como “hacer presente”, y no en el sentido, más restringido y derivado, de “sustituir o hacer las veces de”.

2) La cosa representada o evocada por el signo puede ser tanto una cosa propiamente, es decir, un objeto material, cuanto una idea abstracta, una propiedad de un objeto, un sentimiento, un contenido proposicional, etc.

3) El término “alguien” se refiere a cualquier organismo capaz de utilizar signos.

Respecto a las clasificaciones de los signos, éstas han sido muy diversas porque han atendido a criterios de clasificación muy diferentes, pero existen básicamente dos tradiciones. La tradición semiótica anglosajona (Morris, Schaff), que se remonta a Pierce denomina “símbolo” a aquellos tipos de signos cuya relación con los objetos denotados es convencional y arbitraria; por tanto, el lenguaje tendrá un carácter simbólico. Por el contrario, para la tradición francesa de la semiología (Piaget, Cassirer, Gadamer), que se remonta a Saussure, los símbolos portan siempre alguna relación real o natural con lo denotado (p.e. la cruz como símbolo de sufrimiento), mientras que los signos sí poseen una relación convencional, de modo que el lenguaje no será un sistema de símbolos sino de signos.

Una clasificación general y unitaria de los signos no es viable debido a la diversidad de los criterios utilizables que se superponen, por lo que José Hierro S. Pescador (Principios de Filosofía del lenguaje, 1986, pp. 33-36) propone una pluralidad de clasificaciones parciales según distintos criterios:

1) Según el intérprete al que pertenecen, los signos pueden ser humanos y no humanos (clasificación antropocéntrica).

2) Según que los signos se den en el ámbito de la naturaleza o en el de la cultura, podemos distinguir entre signos naturales y culturales. Los signos naturales lo son por tener con lo significado una relación puramente natural, esto es, fruto espontáneo de la manera de ser y comportarse los objetos, sin intervención ni mediación de convenciones ni reglas interpretativas propias de la cultura. Todos los signos animales son naturales (feromonas sexuales, danza de las abejas, grito de alarma entre ciertos primates), pero no todos los signos humanos son culturales: existen también signos naturales humanos (p.e. el grito es signo de dolor en el hombre y en los animales).

3) Según la estructura de los signos, podemos distinguir entre signos verbales y no verbales. Los signos verbales constituyen siempre un sistema de posibilidades de combinación por lo menos en dos dimensiones, según el medio material (p.e., la dimensión fonológica en el lenguaje oral, cuyas unidades son los fonemas) y según la significación (cuyas unidades, en el lenguaje oral, son los morfemas o monemas). A los signos que carecen de tales características los consideramos no verbales, como p.e., todos los signos no humanos.

4) Según la relación entre el signo y lo significado, puede distinguirse entre: a) Vestigios (o indicios): signos que hacen algo presente en virtud de haber sido causalmente afectados

por ello. P.e., el humo es un vestigio del fuego, el olor, un vestigio del organismo que lo produjo).b) Imágenes (o iconos): signos que evocan algo por asemejarse a ello en alguna medida, como las

fotografías, las pinturas realistas, etc.c) Símbolos: signos cuya relación con lo significado es arbitraria; entre el signo y el objeto significado no

hay relación alguna ni de causalidad ni de semejanza. Los símbolos no son exclusivos del mundo de la cultura ni de los seres humanos, aunque ciertamente adquieran en éstos una complejidad y una importancia que no tienen en la naturaleza. Son símbolos no humanos, naturales y no verbales: la danza que las abejas para indicar que hay alimento a una precisa distancia y en una determinada dirección; los tres tipos distintos de grito de alarma con los cuales ciertos monos africanos comunican respectivamente la proximidad de un águila, de un leopardo y de una cobra; y, sobre todo, las palabras –salvo las onomatopeyas, en parte imágenes, puesto que se refieren a un objeto en la medida en que se asemejan al ruido que produce ese objeto-, los símbolos lógicos o matemáticos, y en general, aunque no siempre, los emblemas, banderas, etc.

Lo que no aparece en estas clasificaciones son las señales. La razón es que, si lo característico de un señal es desencadenar una conducta, pararla o modificarla, esto no tiene nada que ver con la definición que hemos aceptado, y si bien es posible dividir los signos entre aquellos que pueden funcionar como señales y aquellos que no, tal división es totalmente extrínseca al carácter del signo, esto es, a su función significativa y a su capacidad semiósica. Los elementos fundamentales del signo son:

1) El significante: es lo que sirve de signo, que debe ser algún objeto perceptible por los sentidos. Este concepto de significante no coincide con el de Saussure porque 1) se refiere a cualquier tipo de signo y no sólo al

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lingüístico, y 2) pretende evitar cualquier connotación mentalista. El significante propio para cualquier signo lingüístico es la reproducción material, hablada o escrita, de ese signo en cada utilización concreta, o sea, tomando el signo como acontecimiento individual y concreto. Esto excluye cualquier sistema de signos puramente mentales (p.e. el lenguaje mental de Aristóteles).

2) El significado: es aquella función que hace de algo un signo. No es el objeto que el signo representa, evoca o hace presente. Todo lo más, y en los casos en los que la función significativa se agote en la referencia, podremos decir que el objeto es lo significado por el signo. P.e., el fuego es lo significado por el humo, o que cierto edificio de Grecia, actualmente ruinoso, es lo significado por la expresión “el Partenón”. Pero el significado (“la significación”) del humo o de la expresión citada, es una cierta función que consiste en remitirnos respectivamente al fuego o a cierto edificio.

3) El intérprete: es aquel organismo para el cual el signo es signo, o sea, el receptor, que es quien realiza el paso del signo a lo significado haciendo operativa la conexión entre ambos. En muchas especies, incluyendo la humana por lo que respecta al lenguaje verbal, todos los individuos normales son receptores no sólo de las emisiones ajenas sino también de las propias, de manera que todo emisor es al mismo tiempo receptor, y por tanto intérprete.

1.3. Definición semiótica de lenguaje.

Desde el contexto de la teoría de los signos (semiótica), podemos definir el lenguaje como una pluralidad de signos de la misma naturaleza cuya función primaria es la comunicación entre intérpretes . Así se habla de lenguaje de los animales (en rigor: del lenguaje de cada grupo o especie animal), del lenguaje del arte (o mejor: del lenguaje de la música, de la pintura, etc.), del lenguaje de los gestos, del lenguaje de las flores (de lo que convencionalmente expresa, en una sociedad determinada, cada clase de flores), del de los colores, etc. En todos estos lenguajes hay una pluralidad de significantes a los que se asigna de forma en cierto grado arbitraria una pluralidad de funciones significativas a efectos de una relación de comunicación entre sus intérpretes. Esto es, hay, de un lado, un sistema de significantes, como son las diferentes clases de flores, los distintos colores, la variedad de los gestos del cuerpo humano, determinados movimientos de la abeja sobre una superficie plana, las obras de arte y la diversidad de palabras que integran una lengua. Y de otro, un sistema de funciones significativas asignadas, como la expresión de emociones, de prohibiciones, de permisos, de advertencias, de designaciones, de descripciones, etc. En esta asignación de funciones significativas al sistema de significantes consiste el código.

El tipo de signos que, por su relación con lo significado, se presta a una mayor riqueza de funciones significativas y es más apto para constituir un lenguaje, sean los símbolos. La mayor parte de los lenguajes, desde el de las abejas al de los semáforos y el de la música, son simbólicos. Pero han existido también, p.e., lenguajes escritos de tipo pictográfico, de carácter fundamentalmente icónico, puesto que cada signo representaba algo sobre la base de una relación de semejanza. Todavía hoy está en uso entre los habitantes de la provincia de Yunán (unos 140.000), al sur de China, un lenguaje, el nakhi, cuya representación escrita es pictográfica. Por lo demás, la mayor parte de los lenguajes son humanos y culturales, y de todas las formas de lenguaje conocidas, el lenguaje verbal es el que, especialmente en su forma escrita, ha adquirido mayor riqueza y complejidad de funciones significativas

En definitiva: los signos lingüísticos son una subclase de símbolos (Peirce). Todos los criterios imprescindibles para que un conjunto de signos constituya un lenguaje (en un sentido amplio y cotidiano –semiótico-) se reducen a dos: que esos signos sean de la misma naturaleza y que sirvan primariamente a la comunicación de un grupo de organismos entre sí. Por último, señalar que la ciencia de los signos o semiótica, a partir de Morris se suele dividir en tres partes. La sintaxis estudia exclusivamente las relaciones de los signos entre sí, la semántica se ocupa de las relaciones entre los signos y los objetos denotados por ellos, y la pragmática considera las relaciones entre los signos y sus intérpretes o usuarios.

1.4. Lenguaje, lengua, norma y habla.

Situado el tema del lenguaje en las coordenadas semióticas tal y como se ha hecho en el apartado anterior, pasamos ya al lenguaje verbal, característica fundamental de la especie homo sapiens y sistema simbólico que es el más poderoso de cuantos se conocen y el que hace posible la tradición, la historia y la cultura. Es primariamente oral y consiste en sonidos producidos por medio de los órganos fonadores; derivadamente, es también escrito, en cuanto los

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sonidos, y ciertas características de éstos, como la intensidad, las pausas entre ellos, etc., son representados por medio de marcas visibles sobre algún material.

No todos los lenguajes escritos son de este tipo. Hay lenguajes escritos de tipo pictográfico, como el nahki o el chino primitivo, cuyos caracteres representan tipos de objetos o situaciones sobre la base de una relación fundamentalmente icónica. También los hay de tipo ideográfico, como el chino actual, cuyos caracteres representan contenidos significativos o ideas, pero sin correspondencia con un sistema fonológico determinado. Esto es lo que permite que los hablantes de distintos dialectos chinos cuyas diferencias fonéticas les impiden entenderse entre sí, puedan, en cambio, entenderse por medio del lenguaje escrito.

El lenguaje hablado no es la única realización sonora del lenguaje humano. Hay también un lenguaje silbado, “una versión acústicamente simplificada del lenguaje hablado”, del cual se conserva el vocabulario y la sintaxis, y en una gran medida la fonología. Constituyen realizaciones fonéticas del lenguaje verbal más simples que el lenguaje hablado, respecto al cual resultan complementarios. Se han desarrollado sobre todo en lugares de geografía quebrada y entre pastores, para comunicarse a distancias medias (un par de kms). P.e. el mazateco (México), el de Aas (pueblo del Pirineo francés), el de la región de Kusköy, en Turquía, y el silbo de la isla de Gomera (antes en todas las Canarias). Lo que se silba en cada lugar es el lenguaje de la zona. El contexto extralingüístico juega un importante papel en la comunicación. Por su simplicidad fonética, tiene un alto grado de ambigüedad. El lenguaje verbal en su forma oral es una facultad biológica y psicológica que poseen única y exclusivamente los individuos de la especie humana, y es algo totalmente natural. Pertenece a la estructura bioquímica del ser humano, y es producto, en definitiva, de determinados caracteres alcanzados en el curso de la evolución, como la complejidad del cerebro y la peculiar conformación de los órganos fonadores. Pero esta facultad, común a todos los hombres y característica de su naturaleza, ha dado lugar a una considerable variedad de sistemas verbales o lenguas que, aunque podrían estar todas ellas últimamente relacionadas entre sí lógica e históricamente, constituyen maneras muy diferentes de realizarse esa facultad, las cuales son convencionales, determinadas no por la naturaleza, sino por la cultura y por la historia. Esto es lo que Saussure llamó lengua (langue), a diferencia de lenguaje (langage) entendido como facultad. La lengua para él era “un producto social de la facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias adoptadas por el cuerpo social para permitir el ejercicio de esa facultad en los individuos” (Curso de lingüística general, 1916, p. 57). Este producto social es un sistema de signos, un sistema gramatical, que está “virtualmente existente en cada cerebro, o, más exactamente, en los cerebros de un conjunto de individuos, pues la lengua no está completa en ninguno, no existe perfectamente más que en la masa” (op. cit., p. 57). A diferencia de la lengua, el habla (parole) está constituida por el conjunto de actuaciones lingüísticas individuales en las que se actualizan esas convenciones que constituyen la lengua. Al distinguir lengua y habla, según Saussure, se distingue lo social de lo individual, lo esencial de lo accesorio. El uso ordinario del término (equívoco) “lenguaje” tiende a ocultar estas distinciones de Saussure. Decimos que el lenguaje distingue al hombre del animal (facultad), hablamos del lenguaje castellano (lengua) y afirmamos de alguien que en cierta ocasión utilizó un lenguaje muy rebuscado (habla).

Pero esta oposición de Saussure entre lo individual y lo social ha recibido duras críticas. Lo social queda situado en el plano de lo funcional, de lo abstracto, que es el plano de la lengua, mientras que lo único concreto es el fenómeno puramente individual, el habla, cuya articulación con lo social y con lo funcional, queda sumida en la más completa oscuridad. Falta un plano intermedio entre lengua y habla en el que los actos individuales de habla queden formalizados con algún grado de abstracción, a la vez que se muestre operativamente la conexión entre lo individual y lo social.

Para resolver esa insuficiencia de la dicotomía saussuriana y paliar su rigidez, Coseriu (Sistema, norma y habla, 1952) propone desdoblar el concepto de lengua en dos conceptos distintos: sistema y norma. Ambos son grados sucesivos de formalización y abstracción realizados sobre la realidad lingüística concreta que es el hablar. El primer grado de abstracción es la norma, que contiene todas aquellas estructuras, sean fonológicas, morfológicas, sintácticas o semánticas, que, permitidas por la lengua, son tradicionales y caracterizan a la comunidad, a un subgrupo de la misma, o simplemente al individuo. La norma está constituida por las reglas reales que constituyen una lengua, y que a menudo van contra la lógica de la sintaxis de dicha lengua. P.e., las diferencias de pronunciación que distinguen a unos grupos regionales de otros o a diversos estratos sociales entre sí; o las preferencias características de un grupo social frente a otro a la hora de elegir entre términos sinónimos. Por su parte, el sistema constituye un grado ulterior de abstracción en el estudio del lenguaje, y contiene todos aquellos elementos que son “esenciales e indispensables” en la lengua, esto es, el conjunto de “oposiciones funcionales” en que ésta consiste. Al pasar del habla a la norma se prescinde de todo

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aquello que es puramente individual, ocasional y momentáneo. Al pasar de la norma al sistema, se abandona todo cuanto es pura repetición y hábito individual (norma individual), así como todo lo que sea costumbre y tradición del grupo o subgrupo al que el individuo pertenece (norma social).

Paralela a la distinción de Saussure entre lengua y habla, y parcialmente coincidente con ella, es la distinción entre competencia (competence) y actuación (performance) de Chomsky (Aspectos de la teoría de la sintaxis, 1965). La actuación, en cuanto uso real del lenguaje en situaciones concretas, coincide bastante con el habla de Saussure. No así la noción de competencia, pues mientras que la lengua era para Saussure un sistema de signos y de convenciones regulativas de éstos, un inventario inerte, la competencia lingüística para Chomsky no es tanto el sistema, en cuanto inventario o repertorio inerte, sino la interiorización por el hablante de dicho sistema, que es mecanismo generador de todas las posibles expresiones correctas de la lengua. Con esto aspira Chomsky a entroncar, por encima de Saussure, con la concepción de Humboldt, que entendía la lengua como una fuerza creadora (enérgeia) más que como producto acabado (érgon).

La competencia es aquello que hace posible la actuación o comportamiento lingüístico, y que se manifiesta en éste. Esta manifestación, sin embargo, es imperfecta, pues en condiciones reales la competencia y la actuación no coinciden. Cualquier fragmento de habla mostrará titubeos, cortes e irregularidades características de todo tipo, tales como el alcance de la memoria, falta de concentración, distracciones, errores, etc. La competencia y la actuación sólo coincidirán en el caso de un hablante que no se halle afectado por tales circunstancias, que pertenezca a una comunidad lingüística homogénea y que conozca perfectamente la lengua que habla. Pero tal individuo no existe en la realidad. Se trata de un hablante-oyente ideal (objeto de la teoría lingüística), en el que aparecerá claramente el sistema de la lengua. La competencia, a diferencia de la actuación y en cuanto que la hace posible, es una realidad mental (mentalismo de Chomsky): consiste en el conocimiento inconsciente que el hablante tiene de la gramática de su lengua.

Recapitulación terminológica: el término “lenguaje” se emplea con varios sentidos: 1) sistema de signos para la comunicación entre organismos; 2) lenguaje verbal humano: facultad específica humana de comunicarse por medio de sonidos articulados; 3) lengua: un producto particular de la facultad lingüística; 4) gramática universal: aquello que es común a todas las lenguas; 5) norma lingüística: un modo particular de usar la lengua; 6) un acto individual de habla. Por lo que se refiere al lenguaje verbal humano, los sentidos anteriores se reducen a tres: el lenguaje como facultad, como sistema de signos y como conjunto de episodios individuales.

1.5. Funciones del lenguaje. Karl Bühler (Teoría del lenguaje, 1934) indica que las funciones del lenguaje son tres: representación, expresión y apelación (o “llamada”). Esto tiene su importancia para conocer el carácter comunicativo del lenguaje. La palabra no sólo es un símbolo (un “signo”) que hace referencia (es decir, “significa”) cosas, objetos y relaciones entre ellos; también es un síntoma de la subjetividad del que habla, y una señal dirigida a otro para que atienda e influir en él. Roman Jakobson, en su libro Lingüística y poética, hace una extensión y profundización de la teoría de Bühler, distinguiendo seis funciones del lenguaje, a pesar de reconocer que la función primordial del lenguaje es comunicar ideas a través de distintos mensajes. Según Jakobson, el acto de comunicación lingüística consta de seis elementos (hablante, mensaje, oyente, canal, código y contexto, como vimos en el primer apartado del tema), los cuales nunca se encuentran en estado puro. Los mensajes, por tanto, nunca cumplen un cometido único. La función del lenguaje predominante en un mensaje será la correspondiente al elemento del lenguaje al que el mensaje preste mayor atención. A los distintos elementos hace corresponder Jakobson las siguientes funciones:

a) Emotiva: cuando el mensaje se centra en la actitud del hablante hacia lo que se dice. Corresponde a la función expresiva de Bühler. P.e.: “¡Bah!”.

b) Referencial: cuando el mensaje se centra en el contexto, la situación extralingüística. Corresponde a la función representativa de Bühler. P.e.: “La casa está vacía”.

c) Conativa: cuando el mensaje está orientado a conseguir una conducta del oyente, bien por medio de vocativos, de imperativos o de otros recursos. Corresponde a la función apelativa de Bühler. P.e.: “¡Hazme caso!”

d) Fática: cuando la misión fundamental del lenguaje es establecer, prolongar o interrumpir la comunicación, comprobar si el canal funciona, o bien atraer o confirmar la atención continua del interlocutor. P.e.: “Bien... si... si... ajá...”.

e) Poética: cuando la atención se centra en el mismo mensaje, su forma, su calidad, y en la creación de formas nuevas, juegos verbales, etc. P.e.: “Era del año la estacón florida/cuando el mentido robador de Europa...”.

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a) Metalingüística: cuando el mensaje se hace referencia al propio código, para comprobar si se usa el mismo código o se usa correctamente. P.e.: “¿Qué significa ‘dar calabazas’?”, “Significa ‘abandonar a alguien, no corresponderle’.”

Además de funciones del lenguaje, debemos hablar, siguiendo a los filósofos analíticos, de usos del lenguaje, siguiendo así al 2º Wittgenstein que veía el lenguaje como una caja de herramientas que se podía usar de diferentes maneras. Para esclarecer el concepto de ‘uso’, Austin distinguió tres actos de habla: a) locucionario: acto de producir una “locución” con un significado puramente descriptivo (“Ayer no vine”); b) ilocucionario: realiza, por parte del que habla, la acción enunciada (decir “Prometo que vendré” es ya hacer una promesa); y c) perlocucionario: produce un efecto en el oyente (“Prométeme que vendrás” realiza una presión psíquica sobre el otro). Por tanto, cuando hablamos, no sólo estamos diciendo algo, sino que también –y, a veces, sobre todo, estamos haciendo algo: nos revelamos a nosotros mismos, actuamos sobre nuestro interlocutor (componente pragmático del lenguaje).

1.6. El lenguaje verbal: rasgos definitorios y universales lingüísticos.

Puesto que todos los seres humanos poseemos una organización biológica fundamentalmente idéntica, resulta razonable esperar que todas las lenguas tengan unas características comunes y en las que coincidan. De estas características universales para todas las lenguas hay algunas tan generales, básicas e inmediatas que no puede dudarse de que vayan a estar presentes en una lengua determinada, pues si no lo estuvieran, sólo por esto habría que cuestionar si se trataba realmente de una lengua. Tales características son las integrantes de una definición del lenguaje. Son características que hemos obtenido por inducción, más o menos rigurosa y explícita, sobre la base de las lenguas que conocemos

Según Hierro Pescador (Principios de Filosofía del Lenguaje, 1986, pp. 68-71), siguiendo a Charles Hockett (El problema de los universales en el lenguaje, 1963), un lenguaje verbal (como es el humano) es un sistema de signos que posee las características siguientes (rasgos definitorios). Así, por lo que se refiere a:

a) El medio empleado para la comunicación y a los órganos por los que ésta se realiza: se emplean sonidos y se utiliza el canal vocal-auditivo. Esto tiene como consecuencia que las señales lingüísticas se transmitan de forma difundida, se reciban en una dirección determinada (la dirección en la que está el emisor) y desaparezcan con rapidez. A diferencia del lenguaje, ciertos sistemas de comunicación animal no son sonoros (la danza de las abejas) o aunque sean sonoros no son vocales (las señales de los grillos). Se excluyen también de la categoría de lenguaje verbal otros sistemas de comunicación no naturales: la escritura, el morse, las señales de humo, por banderas, tambores, etc.

b) Su estructura: consta de dos subsistemas (dualidad), el fonológico y el gramatical (incluye elementos sintácticos y semánticos). Martinet habla de doble articulación: el lenguaje verbal se articula al nivel fonológico en unidades no significativas (fonemas) y a nivel gramatical en unidades significativas (morfemas o monemas).

c) La potencia, los límites de su utilización: es un sistema abierto, posee creatividad, en tres sentidos. 1) Sintácticamente, no hay límite para el número de expresiones correctas distintas que pueden formarse aplicando las reglas del sistema. 2) Semánticamente, es posible expresar nuevos contenidos semánticos (ideas, designaciones, descripciones, valoraciones, emociones...) por medio de los elementos existentes utilizando los necesarios procedimientos analógicos. 3) Es incluso posible llegar a modificar las reglas del sistema, semánticas, sintácticas y morfofonémicas, por medio de una práctica desviada lo suficientemente prolongada. En sentido estricto, sólo la 1ª forma de creatividad (sintáctica) sería una característica o rasgo del sistema, ya que las otras dos son más bien características de su uso o utilización.

d) Las relaciones entre el sistema y la realidad: en el sistema se establecen una serie de relaciones convencionales o arbitrarias entre algunos de sus elementos y ciertos rasgos o partes de la realidad (convencionalidad). Este es un rasgo (el señalado con más frecuencia) en el que coinciden con el lenguaje verbal otros sistemas de signos. Muchos sistemas de comunicación entre mamíferos emplean también signos que son arbitrarios desde el punto de vista semántico. Incluso la danza de las abejas es simbólica en parte (y en parte icónica, pues la dirección de la danza indica la dirección en que se encuentra el referente, la fuente de alimento o néctar).

e) La utilización del sistema en un contexto determinado: es posible emplear el lenguaje para referirse a objetos o aspectos de la realidad lejanos respecto del lugar y momento de la comunicación (desplazamiento). También la danza de las abejas lo posee. Insectos y mamíferos, en cambio, sólo emplean signos para la comunicación acerca de objetos que quedan en ese momento dentro del campo perceptivo de los organismos.

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f) La relación entre los signos y sus usuarios: en el lenguaje verbal los usuarios son indistintamente emisores y receptores, y el emisor es siempre al mismo tiempo receptor de su propia emisión o mensaje. Ciertos sistemas de comunicación entre insectos no cumplen estas condiciones: en ciertas especies sólo los machos emiten señales, y en otras el emisor no puede percibir las señales que emite él mismo.

g) El lenguaje puede ser ámbito de referencia de sí mismo, esto es, puede utilizarse reflexivamente dando lugar a metalenguajes. La reflexividad distingue al lenguaje verbal de todos los sistemas de comunicación no humanos, aunque no de otros sistemas de comunicación humanos no verbales. P.e., las banderas o el morse podrían utilizarse metalingüísticamente puesto que derivan del lenguaje verbal. Esta característica de la reflexividad procede de la más peculiar característica psicológica de la especie humana, a saber, la capacidad para responder a sus propias respuestas, reduplicando así progresivamente el ámbito de sus experiencias.

Las características anteriores son lo bastante generales e imprescindibles y no pueden faltar en ninguna lengua humana, y conjuntamente parecen suficientes para distinguir el lenguaje verbal de cualquier otro sistema de comunicación humano o animal. Sin embargo, hay una serie de características más concretas que los rasgos definitorios, que aparecen en todas las lenguas conocidas y son, por tanto, también universales, al menos en relación con los límites de nuestro conocimiento actual de las lenguas humanas: son los universales lingüísticos. Se diferencian de los rasgos en que, por ser más concretos, su existencia universal en todas las lenguas no resulta tan inmediata ni tan clara, por lo que cabe dudar de ella. Constituyen hipótesis de trabajo cuya confirmación o falsación es parte de la investigación lingüística. Los rasgos definitorios son necesarios mientras que los universales son contingentes.

Hockett (op. cit.) ha suministrado un variado conjunto de universales lingüísticos, de los que vamos a ver los más relevantes a efectos filosóficos (no los de tipo fonológico), centrándonos en los universales gramaticales (en su mayoría de orden semántico):

1) En toda lengua hay elementos cuya denotación cambia dependiendo del contexto extralingüístico. P.e., los elementos deícticos –que señalan-: pronombres personales y demostrativos, y ciertos adverbios (“ahí”, “ahora”).

2) Entre los elementos anteriores hay en toda lengua uno que denota o se refiere al sujeto que habla y otro que denota al sujeto al cual se habla: los pronombres de 1ª y 2ª persona del singular.

3) Todas las lenguas poseen elementos que no denotan nada y cuya función consiste en relacionar entre sí los elementos denotativos: los elementos sincategoremáticos (preposiciones y conjunciones), como “sin embargo”, “entonces”, “por tanto”, “y”, “o”.

4) Toda lengua tiene nombres propios, elementos cuya función se reduce a denotar algo, pero sin connotar ninguna propiedad cuya posesión por el objeto denotado justifique por sí sola la aplicación del nombre. De hecho, puede ocurrir que en una lengua la mayor parte de los nombres propios de cierto tipo connoten alguna propiedad. Así, en castellano, la mayor parte de los nombres de pila de personas connotan o bien masculinidad o bien feminidad, y en razón de esto se aplican respectivamente a hombres o a mujeres, pero ello no ocurre absolutamente siempre (p.e. “Trinidad”) y, por tanto, prueba que no es necesario que ocurra.

5) En toda lengua hay elementos gramaticales que no pertenecen a ninguna de las categorías mencionadas, es decir, que ni son elementos deícticos, ni son elementos denotativos, ni son nombres propios. Parece razonable que pudiera especificarse qué otras categorías cabe señalar hipotéticamente como universales.

6) Ninguna lengua posee un vocabulario gramaticalmente homogéneo, y en éste puede hacerse siempre una distinción similar a la que existe entre el nombre y el verbo.

7) Toda lengua distingue entre predicados monádicos (con un argumento) y predicados poliádicos (con más de un argumento). Es decir, toda lengua distingue entre propiedades y relaciones.

8) Toda lengua posee un tipo de cláusula de estructura bipartita cuyos componentes pueden denominarse teme y comentario. Esto es, una cláusula en la que, p.e., se menciona aquello de lo que se va a hablar y a continuación se dice algo sobre ello.

9) Toda lengua tiene, al menos, dos órdenes básicos de estructuración gramatical: morfología y sintaxis. Este universal es debatible por la tendencia actual a disolver la morfología entre la fonología y la sintaxis.

Otros ejemplos de Hockett de universales, como los sintácticos: “Si, en una lengua dada, el objeto nominal precede siempre al verbo, entonces los verbos subordinados preceden siempre al verbo principal”; “Si una lengua posee la categoría de género, entonces tendrá también la categoría de número”. Por su parte, Chomsky ha defendido la necesidad de atribuir al niño que está aprendiendo su lengua un conocimiento tácito de los universales lingüísticos, conocimiento sin el cual no podría explicarse el aprendizaje de una lengua nativa

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(Aspectos de la teoría de la sintaxis, 1965). Chomsky distingue dos tipos de universales, los formales y los sustantivos. Los universales sustantivos son conjuntos de elementos a los cuales pertenecen los elementos de ese tipo que aparecen en todas las lenguas. Para cada conjunto de elementos, si éstos son efectivamente universales, no habrá lengua alguna en la que haya elementos que no pertenezcan al conjunto, pero puede haber elementos del conjunto que no se encuentren en algunas lenguas. Hacen referencia al vocabulario para la descripción de una lengua. Ejemplos. 1) Componente fonológico: el conjunto de los rasgos fonéticos por medio de los cuales se puede caracterizar los fonemas de todas las lenguas. Estos rasgos se determinarían con independencia de cualquier lengua, recurriendo a las características acústicas y articulatorias de los sonidos vocales. P.e.: la cualidad de vocal o de consonante, la nasalidad, la cualidad de sordo o sonoro, etc. 2) Componente sintáctico: las categorías para el análisis gramatical (nombre, verbo, etc.). 3) Componente semántico: las categorías bajo las cuales se pueden agrupar y distinguir los lexemas de una lengua según, p.e., su función designativa: distintos lexemas según designen personas, sentimientos, formas de conducta, diferentes clases de objetos, etc.

Los universales formales consisten en cumplir con determinadas condiciones abstractas que se refieren al carácter de las reglas gramaticales de toda lengua. Incluyen las características más abstractas de la gramática de cualquier lengua. Ejemplos: las características de la gramática generativo-transformatoria de tipo chomskiano. 1) Componente sintáctico: la condición de que existen reglas transformatorias que conviertan las estructuras profundas en estructuras superficiales, el que las transformaciones dependan de la estructura de las oraciones, etc. 2) Componente fonológico: la exigencia de que al menos algunas de las reglas fonológicas se apliquen cíclicamente, desde los elementos más simples a los más complejos de la oración. 3) Componente semántico: la condición de que los nombres propios, y otros términos designadores de objetos, sólo puedan designar objetos espacio-temporalmente contiguos; la condición de que, en todas las lenguas, los términos para colores dividan el espectro en segmentos continuos, o la de que los artefactos sean definidos en términos de propósitos y necesidades humanas, y no en términos de propiedades físicas solamente.

Para evitar la excesiva vinculación de la teoría de los universales lingüísticos a un tipo específico de lengua o a un modelo de gramática, y para eludir las fuertes implicaciones mentalistas de la concepción chomskiana, Keenan ( The Logical Diversity of Natural Languages, 1976) ha propuesto la alternativa de considerar los universales lingüísticos, no como propiedades comunes a todas las lenguas, sino como características propias de la estructuración de las variaciones existentes de unas lenguas respecto a otras con respecto a una propiedad dada. Cualquier lengua sólo realiza en una mínima medida lo que es universalmente posible (contra los chomskianos). Las condiciones y exigencias con las que cumple la gramática de una lengua son mucho mayores que las que son universalmente válidas, y, por tanto, más que buscar los universales en cada lengua hay que buscarlos en las diferencias que respecto a una cierta característica, las separan.

1.7. Lenguaje humano y lenguaje animal.

Si por “lenguaje natural” entendemos un lenguaje que ya encontramos como algo natural al nacer, que heredamos, el lenguaje de los animales (en rigor: de cada grupo o especie animal) también es un lenguaje natural. Los dos poseen la misma propiedad básica: son complejos sistemas de señales que se utilizan como códigos en la comunicación o transmisión de información. ¿Cuáles son las diferencias fundamentales entre el lenguaje de los animales y el de los hombres? En todo lo anterior hemos estado asumiendo que el lenguaje es algo que caracteriza a la especie humana y la distingue de las demás especies animales. Si se atiende a las realizaciones lingüísticas, a las lenguas, ninguna otra especie animal conocida posee un sistema de comunicación que pueda compararse con el lenguaje verbal humano. ¿Pero significa esto que no posea en absoluto la capacidad para tenerlo? Es decir, ¿sólo la especie humana posee la facultad lingüística? Chomsky piensa que sí.

Sin embargo, Skinner y la escuela conductista, apoyándose en las ideas evolucionistas de Darwin (hay una continuidad entre el animal y el hombre; el lenguaje se formó por un lento proceso evolutivo en el que, de una escasa serie de sonidos y palabras iniciales, se llegó a la perfección de las lenguas actuales; el lenguaje humano se trataría de un lenguaje animal que habría evolucionado hacia formas más complejas de expresión; luego, el animal estaría en el camino del pensamiento) consideran que el lenguaje depende, exclusivamente, del aprendizaje, de un buen programa de condicionamiento operante (y no de ninguna carencia fisiológica o genética) y que, por tanto, los chimpancés podían aprender a hablar. Experimentos famosos para intentar enseñar a hablar a algunos chimpancés: 1) El chimpancé hembra Washoe aprendió con los Gardner a finales de los 60 el lenguaje de los sordomudos (en 5 años hasta 132 signos distintos; como haría un niño de 2 años, pero no avanzó más,). 2) Conductista Premack (1966): el chimpancé hembra

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Sarah mediante fichas-palabras de plástico de diferentes colores (hasta 130 en 6 años) consiguió construir frases bien ordenadas sintácticamente (S+V+CD) y de creciente dificultad en un tablero imantado. También se comunica con el experimentador utilizando el código de fichas. 3) El chimpancé hembra Lana (1973), con un ordenador formado por consolas provistas de teclas de palabras y con un dispositivo para suministrar las recompensas, aprendió a pedir cosas (p.e., una naranja), a nombrar y preguntar por el nombre de objeto y a emplear los signos aprendidos en situaciones nuevas. 4) Patterson (1978): el gorila hembra Koko, a los 6 años aprendió 365 signos de los sordomudos; hace preguntas y da respuestas, afirma estar alegre o triste, se refiere a acontecimientos del pasado o futuros, y da definiciones de objetos (describió a un muñeco Pinocho de larga nariz como una “cría de elefante”); traduce espontáneamente ciertas frases que oye en inglés a su lenguaje manual; con ayuda de un ordenador con un sintetizador de voz humana, puede traducir ciertos signos de su lenguaje manual al inglés hablado apretando la tecla adecuada; enseña el lenguaje manual a un pequeño gorila macho.

¿Cuál es el valor de estos experimentos? Sólo demuestran la capacidad semiósica, comunicativa e intelectual de los primates superiores. Ninguno de los experimentos es un contraejemplo de las afirmaciones de Chomsky. La peculiar clase de lenguaje que se les ha enseñado, el porcentaje de fallos que hay siempre y la directa conexión con el contexto experimental al que se reduce la utilización de esos lenguajes, prueban que: en ciertas condiciones no naturales (métodos de condicionamiento de conducta, ayuda de experimentadores, largo duración del experimento), puede dar de sí la capacidad psicológica de los primates superiores. Pero no prueban, por ahora, en absoluto que posean la capacidad de adquirir un lenguaje comparable, por su complejidad y riqueza semántica, a las lenguas humanas. El lenguaje de los chimpancés es subjetivo, ligado a las necesidades más inmediatas, no les gusta hablar y no llega a adquirir el grado de complejidad y creatividad que caracteriza al lenguaje en sentido estricto. Frente a las características del lenguaje humano recogidas en los rasgos definitorios (las principales: adquirido, articulado, simbólico, convencional, productivo y abstracto) el lenguaje animal es:

1) instintivo e innato. En el animal, tanto su comportamiento como las señales que emite para comunicarse con los demás, surgen directamente de su código genético –pautas fijas- y nacen con él.

2) mímico, géstico, ritual. No existe lenguaje articulado; los gritos y gestos son suficientes para transmitir la información necesaria. Los mensajes transmitidos son inequívocos.

3) concreto. Se limita a informar de situaciones concretas, sin elevarse al nivel abstractivo.

2. LENGUAJE NATURAL Y LENGUAJES FORMALES

2.1. Lenguajes naturales y lenguajes artificiales.

Los lenguajes naturales son las lenguas, creadas y recreadas constantemente por la especie en el transcurso de muchos siglos y transmitidas a cada individuo en el transcurso de pocos años. Los lenguajes naturales son los que hablamos todos los días, complejos instrumentos de comunicación, que se componen, en el fondo, de un léxico –finito- y de un conjunto de reglas que permiten combinar hasta el infinito los elementos de ese léxico. Los lenguajes son “una forma de vida” (Wittgenstein). Hablar es parte de nuestra historia natural como pasear, beber o jugar (Wittgenstein, Investigaciones filosóficas). Por eso, por ser tan natural e inevitable, por constituir un componente tan profundo de nuestro comportamiento, es el lenguaje tan huidizo, tan difícil de comprender, de aislar, de cercar científicamente.

La fuente de problemas del lenguaje natural es su equivocidad, producida por su origen histórico y social, y se centra en dos aspectos fundamentales: la polisemia y la imprecisión. Por polisemia entendemos la pluralidad de significados en palabras (p.e.: “gato”, “cabo”) o frases del lenguaje (p.e.: “el perro de tu padre”). La imprecisión del lenguaje puede ser de dos tipos. La imprecisión explícita es la que responde a una intención del emisor y se manifiesta por medio de pronombres o adjetivos indefinidos (algunos, ciertos). Este tipo de imprecisión no es problemática en cuanto comunica una imprecisión en el pensamiento del emisor. La imprecisión implícita, sin embargo, es casi siempre, fuente de confusión, ya que suele provocar que el receptor del mensaje entienda algo que no estaba contenido en el mismo en origen (p.e.: el profesor dice “el examen va a ser fácil”). Por último, hay que mencionar la poca operatividad del lenguaje natural, ya que ateniéndonos a cualquiera de sus reglas de sintaxis es muy difícil operar con rapidez y eficacia. Su sintaxis carece de reglas precisas de formación y transformación de proposiciones. Las limitaciones del lenguaje natural ya fueron señaladas por Frege y Russell y sus intentos de crear un lenguaje lógicamente perfecto.

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Precisamente la mayor virtud del lenguaje natural, su flexibilidad, su capacidad expresiva y matizadora, es la fuente mayor de equivocidad y, por tanto, de problemas en su uso comunicativo. Para intentar solucionar estos problemas se ha planteado en numerosas ocasiones la construcción de lenguajes artificiales, sometidos a códigos convencionales totalmente explícitos que expresen de un modo unívoco sus mensajes. Estos lenguajes pierden expresividad y flexibilidad, pero ganan seguridad en la comunicación y en la instrumentación del pensamiento individual. A causa de esto las distintas ciencias han ido construyendo, primero, su propio vocabulario, más tarde las reglas sintácticas que rigen el uso del mismo. Para entender mejor las diferencias y semejanzas entre ambos vamos a recurrir a una comparación propuesta por Wittgenstein: “Podemos considerar nuestro lenguaje como una ciudad antigua: un laberinto de pequeñas calles y plazas, de casas viejas y nuevas, y de casas con añadidos que datan de épocas distintas; y todo esto rodeado de una multitud de barrios nuevos con calles rectas regularmente trazadas y casas uniformes” (Investigaciones filosóficas, 18).

Según A. Deaño (Introducción a la lógica formal, 1974, pp. 29-30), la distinción entre lenguajes naturales y lenguajes artificiales es clara. Los lenguaje naturales los heredamos. Los lenguajes artificiales los construimos. Pero en rigor los lenguajes naturales han sido también construidos. Sólo que construidos a ritmo lento, a lo largo de la secular relación del hombre con el medio: su riqueza, su ambigüedad, su infinitud de matices no son sino el reflejo de la riqueza de esa relación. Y un producto de esa relación –un resultado de la necesidad de controlar científicamente el medio- son también los lenguajes artificiales. Éstos son por lo general lenguajes de precisión, medios artificiosos de expresión construidos por los científicos a fin de poder formular con mayor justeza las relaciones entre los objetos estudiados por sus ciencias respectivas. Hablar es esencialmente recrear el lenguaje. La explotación de esta posibilidad de recreación constante que el lenguaje ofrece se manifiesta de una manera pura y premeditada en la tarea de los constructores de lenguajes con fines científicos. Los constructores de lenguajes científicos no hacen sino encauzar, dirigir, prolongar el lenguaje en beneficio de las distintas ciencias, orientando sistemáticamente en un determinado sentido las posibilidades de expansión continua que el lenguaje lleva en su seno como su rasgo más peculiar y profundo. En definitiva: los lenguajes artificiales se utilizan en campos determinados: las matemáticas, la física, la química, la informática, la lógica, etc., es decir, en aquellos ámbitos de trabajo en el que se requieren instrucciones precisas o fórmulas específicas que no den lugar a equívocos.

2.2. Los lenguajes formales.

Una clase peculiar de lenguajes artificiales la constituyen los lenguajes formales, que son lenguajes construidos en forma de cálculo, como la lógica y las matemáticas. Aunque no parecen tener ninguna relación con el lenguaje natural, al menos en parte, han surgido por la abstracción de estructuras o formas presentes en él. Nos permite “traducir” el lenguaje natural, y nos posibilita de forma precisa y fácil el análisis de los razonamientos. Sin embargo, hay dos diferencias que son esenciales (aparte de las ya señaladas):

1) mientras que cualquier lengua puede funcionar perfectamente sin escritura y sin una gramática explicitada (no sin una gramática implícita), cualquier lenguaje formal necesita de la escritura (la grafía de los símbolos) y de una formulación explícita de las reglas de uso de los símbolos;

2) los lenguajes naturales por ser más ricos y plásticos tienen muchas funciones, mientras que la única función de los lenguajes naturales es la representativa.

Pero la diferencia fundamental se basa en la diferente estructura. Un lenguaje formal, como el de la lógica, prescinde del aspecto semántico del lenguaje natural (su significación) y también del aspecto pragmático (su “uso” entre los hombres), y lo considera exclusivamente desde el punto de vista sintáctico: es la consideración formal del lenguaje (pudiéndose llamar consideración “material” a los puntos de vista semántico y pragmático). Se dice, entonces, que un lenguaje se encuentra “formalizado” cuando en él se destaca su estructura sintáctica. Pero se puede dar un paso más, y sustituir los signos del lenguaje (las palabras) por símbolos (que serían “signos de signos”), con lo cual se obtiene un lenguaje formal simbólico o simbolizado. La lógica aristotélica procedió a una simbolización parcial; en la lógica matemática la simbolización es total. (El análisis y la simbolización más adecuados se realizan en la lógica cuantificacional). Formalizar es reemplazar en el discurso los términos con significado categoremático (sustantivos, adjetivos, verbos y adverbios) por variables carentes de significado. P.e. reemplazar “todos los hombres son mortales” por “todos los X son Y”. Simbolizar es reemplazar los términos del lenguaje natural que aún quedan tras la formalización (los sincategoremáticos, como determinadas preposiciones –las conectivas- y adjetivos –los cuantificadores-) por determinados signos.

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La lógica, pues, construye un lenguaje puramente formal, en el que sólo importa la estructura sintáctica. (En realidad sólo estudia algunas de ellas: las formas o estructuras argumentativas. Deaño define la lógica como “ciencia de los principios de la validez formal de la inferencia”). La simbolización elimina totalmente cualquier otra consideración. Sin embargo, este lenguaje permitirá después interpretaciones semánticas: los símbolos lógicos son sustituidos por palabras significativas. De este modo, una misma fórmula simbólica puede ser traducida en una serie indefinida de expresiones semánticas.

2.3. La noción de cálculo.

Cuando un lenguaje ha sido totalmente formalizado y reducido a símbolos, se ha prescindido por completo de su aspecto semántico y no queda más que su dimensión sintáctica. Entonces todo se reduce a un conjunto de reglas (sintácticas) que permiten operar con los símbolos. Es decir, el lenguaje se reduce a cálculo; aunque ya no es un lenguaje en sentido estricto, sino una estructura artificial, un sistema de relaciones entre símbolos carentes de significado propio (pero que pueden ser interpretados semánticamente). En suma: un lenguaje formal (cálculo interpretado) es un lenguaje que posee la estructura de un cálculo. Así pues, mientras el lenguaje formal es un lenguaje (trata de algo), éste no lo es: se basta a sí consigo mismo. Todo cálculo requiere los siguientes elementos:

1) Un conjunto de símbolos elementales y de operadores o conectivos. Los símbolos elementales son los términos de un lenguaje (vocabulario). Han de carecer de significado y han de estar tan bien determinados que se pueda decidir siempre sin lugar a dudas si un símbolo cualquiera pertenece o no a dicho conjunto (para ello, lo más sencillo es enumerarlos todos o definirlos por una característica suficiente clara y excluyente; p.e: “2,4,6,8 y 10” o “el conjunto de los números enteros positivos pares menores que 12”). Los operadores son aquellos símbolos cuya función consiste en relacionar entre sí los símbolos que forman el vocabulario del cálculo.

2) Un conjunto de reglas de formación o de construcción, que establezcan cuáles son las combinaciones posibles y correctas con los símbolos elementales. Mediante ellas es posible saber qué se puede considerar como una expresión bien formada del cálculo.

3) Un conjunto de reglas de transformación, que permitan transformar una expresión bien construida en otra igualmente bien construida. Dichas reglas han de estar definidas de un modo tan claro que no quepa en ningún caso duda alguna acerca de la corrección de una transformación.

En síntesis, un cálculo es un sistema de símbolos definidos con precisión, más unas reglas de formación de expresiones mediante la combinación de esos símbolos, y unas reglas de transformación de esas expresiones en otras del cálculo. Las expresiones bien formadas, esto es, las formadas de acuerdo con las reglas, se denominan fórmulas del cálculo. A un cálculo le atañen únicamente consideraciones sintácticas del tipo “qué es un signo del cálculo y qué no lo es”, “qué símbolos son primitivos y cuáles derivados”, “qué expresiones son fórmulas del cálculo y cuáles no”, etc.

Aunque pueden construirse cálculos a modo de juego sin ninguna utilidad o finalidad, como el ajedrez o las damas, la construcción de cálculos suele tener una finalidad determinada, que a menudo consiste en resolver problemas de alguna clase (lógicos, algebraicos, aritméticos, geométricos, mecánicos). En tal caso habremos de dar una interpretación a esos grafismos, con lo que se convierten en verdaderos símbolos y el cálculo en un lenguaje formalizado, al que desde entonces le concernirán aspectos semánticos tanto como sintácticos. Así, podemos interpretar los signos lógicos “-“, “ “ o “ “ como “no”, “y” o “si...entonces”; o los signos matemáticos “3” (significa “tres”), “=” (significa “igual”) o “:” (significa “dividido por”). En definitiva: un lenguaje formalizado es un cálculo al que hemos dotado de una interpretación. También podríamos operar a la inversa, y obtener un lenguaje formalizado dándole la estructura de un cálculo a un lenguaje natural o a una cierta parte de él.

La finalidad a la hora de construir un cálculo como la lógica de enunciados, la de predicados, la modal, etc., es presentar los enunciados y argumentos del lenguaje natural de forma más perspicaz, de modo que sea mucho más fácil seguir los pasos de una argumentación, y así detectar algún fallo en la deducción o, por el contrario, comprobar adecuadamente su corrección formal. Para este fin la formalización representa importantes ventajas, como eliminar los símbolos sinónimos –total o parcialmente- y polisémicos. Cada símbolo ha de tener un único significado –algo que rara vez ocurre en el lenguaje natural- y tampoco puede haber dos símbolos que signifiquen lo mismo –algo que ocurre a menudo en el lenguaje natural-. Asimismo, el significado de los símbolos ha de ser insensible al contexto. O si se prefiere, en rigor en un lenguaje formalizado siempre hay el mismo contexto. El resultado es que los lenguajes formales son muchos más simples y transparentes, y con ello más rigurosos y más aptos para procedimientos de decisión. Reduce la comunicación a la función representativa, y aun dentro de ésta a la argumentación deductiva. Por el

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contrario, los lenguajes formales son mucho más pobres, y en ellos no caben usos o juegos de lenguajes propios de los lenguajes naturales, como contar chistes –jugando con dobles sentidos- o hacer poesía –jugando con la riqueza del vocabulario y la flexibilidad de la gramática.

Fue Wittgenstein quien tras escribir el Tractatus se percató de que la riqueza de usos y matices de una lengua no puede encorsetarse en los confines de la lógica, y que anatemizar como carentes de sentido los discursos estéticos, metafísico, moral o religioso era muy injusto. Por ello en sus Investigaciones filosóficas admitió que existe una pluralidad irreductible de juegos de lenguaje, cada uno tiene funciones y finalidades distintas, que muchas de ellas son peculiares de una forma de vida y que la lógica, y en general los lenguajes formales, son solamente un tipo de juego de lenguaje –el uso argumentativo formal-. Pero no cabe hablar de algo así como la lógica en general, o de el lenguaje que sea común a sus múltiples e irreductibles usos.

2.4. Metalenguaje del cálculo.

Por último, hay que distinguir entre el lenguaje del cálculo y el lenguaje en el que se habla del lenguaje del cálculo, lo cual nos retrotrae a la distinción entre lenguaje y metalenguaje. Lenguaje objeto es el lenguaje en el que se habla del mundo; metalenguaje es el lenguaje en el que se habla del lenguaje objeto. Cuando el mensaje se refiere al código el acto de habla posee una función metalingüística. Esta distinción es equivalente a de uso y mención. Usamos el lenguaje cuando lo tomamos como conjunto de signos, o sea, cuando nos referimos a otra cosa distinta de él. Mencionamos cuando aquello a lo que nos referimos es el mismo lenguaje. Pues bien, el cálculo hasta que no se interpreta no es propiamente un lenguaje. Una vez interpretado sí lo es: es un lenguaje formal. Entonces las fórmulas del cálculo pertenecen al lenguaje del cálculo, pero son metalingüísticas con respecto a lo representado. A su vez, el propio cálculo ha de construirse apelando al lenguaje natural. Así, las reglas de formación y transformación no pertenecen al lenguaje del cálculo –no son fórmulas de éste- sino que son metalingüísticas respecto al cálculo (y metametalingüísticas con respecto al lenguaje objeto).

En la medida en que un cálculo tenga al menos una interpretación tendrá alguna finalidad práctica (p.e. en el caso de la lógica formalizar los razonamientos del lenguaje común). Pero en cuanto cálculo o estructura formal, todo lenguaje formalizado ha de cumplir algunos requisitos metateóricos:

1) consistencia: que no puedan demostrarse en el cálculo una fórmula y su negación;2) completud: que todas las fórmulas verdaderas construibles con los símbolos del cálculo sean demostrables en

dicho cálculo;3) decidibilidad: que para cualquier expresión dada pueda decidirse mediante un número finito de pasos si es o no

una fórmula del cálculo.

Mientras que el primer requisito es necesario, los otros dos son simplemente convenientes. En realidad, desde 1931 se sabe gracias a Gödel que el cálculo lógico y aritmético superior es un sistema incompleto y tanto más cuanto que (a fortiori) indecidible, aunque sean completas e incluso decidibles partes elementales de dichos cálculos. No obstante, últimamente se están construyendo cálculos lógicos (las lógicas paraconsistentes) en los que la inconsistencia no arruinaría el cálculo: si logramos mantener convenientemente aisladas las contradicciones que genere el cálculo, de modo que de ellas no se deduzca cualquier fórmula, el resto del cálculo podría seguir siendo operativo.

3. BIBLIOGRAFÍA.

- A. Deaño: Introducción a la lógica formal. Madrid, Alianza, 1999.

- M. Garrido: Lógica simbólica. Madrid, Tecnos, 1995.

- J. Hierro S. Pescador: Principios de Filosofía del Lenguaje. Madrid, Alianza Universidad, 1997.

- C. Tejedor Campomanes: Introducción a la Filosofía. Madrid, SM, 1992.

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