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Reproducimos a continuación el capítulo XXXIV de El Reino de laCantidad y los signos de los Tiempos (1949), titulado Los perjuicios del psi-coanálisis. Como en tantas otras cosas, R. Guénon fue el primero en exponer
con total claridad los principios que sostienen a esta práctica y el texto que aquí
se reproduce contiene, en síntesis, los múltiples desarrollos que posteriormente
han llevado a término otros autores de carácter tradicional; es por ello que
hemos considerado oportuna su inclusión en este número.
El lector tendrá ocasión de comprobar que el tiempo, juez insobornable,
ha vuelto a dar la razón a la posición adelantada por el metafísico franco-egip-
cio en El Reino de la Cantidad, y los efectos provocados por el psicoanálisis
confirman plenamente el análisis realizado hace ya más de 60 años. Son
numerosas las voces que alertan de los peligros que rodean a este tipo de te-
rapias psicológicas y, desde un punto de vista tradicional, se puede incluso pen-
sar en que se encuentren ya “amortizadas” por sus verdaderos impulsores,
habida cuenta del origen ciertamente sospechoso de algunas de las críticas,
aunque ello no reste un ápice a la veracidad de sus denuncias. No obstante,
queda todavía un largo camino por recorrer hasta situar la opinión general
sobre el psicoanálisis en el lugar que verdaderamente le corresponde.
Nota del Editor
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RENÉ GUÉNON
Los perjuicios delPsicoanálisis
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Si de la filosofía pasamos a la psicología, constatamos que las mismas
tendencias que aparecen en ella, en sus escuelas más recientes, bajo un aspec-
to mucho más peligroso todavía, puesto que, en lugar de no traducirse más que
en simples perspectivas teóricas, encuentran en ellas una aplicación práctica de
un carácter muy inquietante; los más “representativos” de estos nuevos méto-
dos, desde el punto de vista en el que nos situamos, son aquellos que se cono-
cen bajo la designación general de “psicoanálisis”. Es por otra parte notable
que, por una extraña incoherencia, esta manejo de elementos que pertenecen
incontestablemente al orden sutil continúa, sin embargo, siendo acompañado
entre muchos psicólogos de una actitud materialista, debida sin duda a su ante-
rior educación, y también a la ignorancia en la que se encuentran acerca de la
verdadera naturaleza de estos elementos que ponen en juego1; uno de los carac-
René Guénon
1 El propio caso de Freud, fundador del “psicoanálisis”, es completamente típico desde
este punto de vista, puesto que jamás dejó de proclamarse materialista. -Una observación de
pasada: ¿por qué los principales representantes de las nuevas tendencias, como Einstein en físi-
ca, Bergson en filosofía, Freud en psicología, y aún muchos otros de menor importancia, tie-
nen prácticamente todos origen judío, sino porque hay ahí algo que corresponde exactamente
al lado “maléfico” y disolvente del nomadismo desviado, el cual predomina inevitablemente
entre los Judíos desvinculados de su tradición?
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teres más singulares de la ciencia moderna ¿acaso no es el de no saber nunca
exactamente aquello de lo que trata en realidad, incluso cuando simplemente
es cuestión de fuerzas del dominio corporal? Es evidente, por otra parte, que
una cierta “psicología de laboratorio”, culminación del proceso de delimitación
y materialización en el cual la psicología “filosófico-literaria” de la enseñanza
universitaria no representaba más que un estadio menos avanzado, y que real-
mente no es más que una especie de rama accesoria de la fisiología, coexiste
siempre con las teorías y los métodos nuevos; y es a aquélla a la que se aplica
lo que hemos dicho precedentemente acerca de las tentativas realizadas para
reducir la propia psicología a una ciencia cuantitativa.
Ciertamente hay mucho más que una simple cuestión de vocabulario en
el hecho, muy significativo en sí mismo, de que la psicología actual jamás con-
sidera otra cosa que el “subconsciente”, y no el “superconsciente” que, lógica-
mente, debería ser su correlativo; hay ahí, sin duda alguna, la expresión de una
extensión que se opera únicamente por lo bajo, es decir por el lado que corres-
ponde, aquí en el ser humano como también en el medio cósmico, a las “fisu-
ras” por las que penetran las influencias más “maléfitas” del mundo sutil,
podríamos decir incluso aquellas que tienen un carácter verdadera y literalmen-
te “infernal”2. Algunos adoptan también, como sinónimo o equivalente de
“subconsciente”, el término de “inconsciente”, que, tomado al pie de la letra,
parecería referirse a un nivel todavía inferior, pero que, a decir verdad, corres-
ponde menos exactamente a la realidad; si aquello de lo que se trata fuera ver-
daderamente inconsciente, no vemos siquiera cómo sería posible poder hablar
de él, y sobre todo en términos psicológicos; y por otra parte ¿en virtud de qué,
si no es por un simple prejuicio materialista o mecanicista, habría que admitir
que existe realmente algo inconsciente? Sea como fuere, lo que es digno de
señalar, es la extraña ilusión por la cual los psicólogos llegan a considerar
como tanto más “profundos” los estados que simplemente son más inferiores;
¿no hay allí ya como un indicio de la tendencia a ir en contra de la espirituali-
dad, única que puede ser llamada verdaderamente profunda, puesto que sólo
ella toca al principio y al centro mismo del ser? Por otra parte, al dominio de
Los perjuicios del psicoanálisis
2 Es de señalar, a este respecto, que Freud emplazó, en el encabezamiento de su
Traumdeutung, este epígrafe bien significativo: “Flectere si nequo superos, Acheronta move-bo“ (Virgilio, Eneida, VII, 312).
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la psicología, al no extenderse en absoluto hacia lo alto, el “superconsciente”,
naturalmente, le resulta así completamente extraño y más cerrado que nunca;
y, cuando sucede que se encuentra con algo que se refiere a él, pretende ane-
xionárselo pura y simplemente asimilándolo al “subconsciente”; ése es, parti-
cularmente, el carácter casi constante de sus pretendidas explicaciones concer-
nientes a cosas tales como la religión, el misticismo, y también algunos aspec-
tos de las doctrinas orientales como el Yoga; y, en esta confusión de lo supe-
rior con lo inferior, ya hay algo que puede ser visto propiamente como consti-
tuyendo una verdadera subversión.
Señalemos también que, por la llamada al “subconsciente”, la psicolo-
gía, así como la “nueva filosofía”, tiende cada vez más a reunirse con la
“metapsíquica”3; y, en la misma medida, se aproxima inevitablemente, aunque
quizás sin quererlo (al menos en cuanto a aquellos de sus representantes que
entienden permanecer materialistas a pesar de todo), al espiritismo y otras
cosas más o menos similares, que todas se apoyan, en definitiva, sobre los mis-
mos elementos obscuros del psiquismo inferior. Si estas cosas, cuyo origen y
carácter son más que sospechosos, pasan así por movimientos “precursores” y
aliados de la psicología reciente, y si ésta llegase, aunque fuera por un camino
indirecto, pero por ello mismo más cómodo que el de la “metapsíquica” que
todavía es discutida en algunos medios, a introducir los elementos en cuestión
en el dominio corriente de lo que es admitido como ciencia “oficial”, es bien
difícil pensar que el verdadero papel de esta psicología, en el estado presente
del mundo, pueda ser otro que el de concurrir activamente a la segunda fase de
la acción anti-tradicional. A este respecto, la pretensión de la psicología ordi-
naria, que señalamos hace un rato, a anexarse, haciéndolas entrar por la fuerza
en el “subconsciente”, algunas cosas que por su propia naturaleza se le esca-
pan completamente, no se incluye todavía, a pesar de su carácter bastante neta-
mente subversivo, más que en lo que podríamos llamar el lado infantil de este
papel, puesto que las explicaciones de este género, al igual que como las expli-
caciones “sociológicas” de las mismas cosas, en el fondo, son de una ingenui-
dad tan “simplista” que llega a veces hasta la necedad; en todo caso, ello es
René Guénon
3 Por otra parte es el “psiquista” Myers quien inventó la expresión de subliminal cons-ciousness, la cual, para mayor brevedad, fue reemplazada un poco más tarde, en el vocabula-
rio psicológico, por la palabra “subconsciente”.
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incomparablemente menos grave, en cuanto a sus consecuencias efectivas, que
el aspecto verdaderamente “satánico” que vamos a tener que considerar ahora
de un modo más preciso en lo que concierne a la nueva psicología.
Este carácter “satánico” aparece con una claridad muy particular en las
interpretaciones psicoanalíticas del simbolismo, o de aquello que es tomado
como tal con razón o sin ella; efectuamos esta restricción porque, en este punto
como en tantos otros, si se quiere entrar en el detalle, habría muchas distincio-
nes a realizar e incluso confusiones a disipar: así, para tomar solamente un
ejemplo típico, un sueño en el cual se exprese alguna inspiración “supra-huma-
na” es verdaderamente simbólico mientras que un sueño ordinario no lo es en
absoluto, independientemente de cuáles pudieran ser las apariencias exteriores.
Es evidente que los psicólogos de las escuelas anteriores ya habían intentado
con frecuencia, ellos también, explicar el simbolismo a su modo y llevarlo a la
medida de sus propias concepciones; en semejante caso, si es verdaderamente
de simbolismo de lo que se trata, estas explicaciones por elementos puramen-
te humanos, así como en cualquier otro lugar en el que se trate de cosas de
orden tradicional, desconocen aquello que constituye todo lo esencial; si por el
contrario realmente no se trata más que de cosas humanas, entonces no es más
que un falso simbolismo, pero el mismo hecho de designarlo por este nombre
implica de nuevo el mismo error sobre la naturaleza del verdadero simbolismo.
Esto se aplica igualmente a las consideraciones a las que se entregan los psico-
analistas, pero con la diferencia de que entonces no es ya de lo humano de lo
que hay que hablar solamente, sino también, en una gran medida, de lo “infra-
humano”; se está esta vez pues en presencia, no ya de una simple minoración,
sino de una subversión total; y toda subversión, incluso si no es debida, inme-
diatamente al menos, más que a la incomprensión y a la ignorancia (que, por
otra parte, es lo que mejor se presta a ser explotado para semejante uso), siem-
pre es, en sí misma, propiamente “satánica”. Por lo demás, el carácter general-
mente innoble y repugnante de las interpretaciones psicoanalíticas constituye,
a este respecto, una “marca” que no podría engañar; y lo que es aún particular-
mente significativo desde nuestro punto de vista, es que, como hemos mostra-
do en otro lugar4, esta misma “marca” se vuelve a encontrar precisamente tam-
bién en algunas manifestaciones espiritistas; con toda seguridad haría falta
Los perjuicios del psicoanálisis
4 Ver El Error espiritista, 2ª parte, cap. X.
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mucha buena voluntad, por no decir una completa ceguera, para no ver en ello
todavía nada más que una simple “coincidencia”. Los psicoanalistas, natural-
mente, en la mayoría de los casos, pueden ser tan inconscientes como los espi-
ritistas de lo que realmente hay bajo todo ello; pero unos y otros aparecen como
igualmente “guiados” por una voluntad subversiva que utiliza en los dos casos
elementos del mismo orden, si no exactamente idénticos, voluntad que, sean
cuales fueren los seres en los cuales está encarnada, ciertamente es muy cons-
ciente en éstos al menos, y responde a intenciones sin duda muy diferentes de
todo lo que pueden imaginar aquellos que no son más que los instrumentos
inconscientes mediante los cuales ejerce su acción.
En estas condiciones, es demasiado evidente que el principal uso del
psicoanálisis, que es su aplicación terapéutica, no puede ser más que extrema-
damente peligroso para aquellos que se someten a él, e incluso para aquellos
que lo ejercen, pues estas cosas son de aquellas que no se manejan jamás impu-
nemente; no sería exagerado ver en él uno de los medios especialmente pues-
tos en juego para acrecentar en la mayor medida posible el desequilibrio del
mundo moderno y conducirle hacia la disolución final5. Aquellos que practican
estos métodos, no tenemos ninguna duda, están bien persuadidos por el contra-
rio de la bondad de sus resultados; pero es justamente gracias a esta ilusión que
su difusión se ha hecho posible, y es ahí que se puede ver toda la diferencia que
existe entre las intenciones de estos “practicantes” y la voluntad que preside la
obra de la cual ellos no son más que ciegos colaboradores. En realidad, el psi-
coanálisis no puede tener por efecto otra cosa que traer a la superficie, hacién-
dolo claramente consciente, todo el contenido de esos “bajos-fondos” del ser
que forman lo que propiamente se llama el “subconsciente”. Y, este ser, ade-
más, es ya psíquicamente débil por hipótesis, puesto que, si fuera de otro
modo, no experimentaría ninguna necesidad de recurrir a un tratamiento de
este tipo; es pues tanto menos capaz de resistir a esta “subversión”, y corre un
gran riesgo de hundirse irremediablemente en este caos de fuerzas tenebrosas
imprudentemente desencadenadas; si, no obstante, consigue escapar de ellas a
pesar de todo, guardara al menos, durante toda su vida, una huella que estará
René Guénon
5 Otro ejemplo de estos medios nos es proporcionado por el uso similar de la “radiestesia”,
puesto que, también ahí, se encuentran, en muchos casos, elementos psíquicos de la misma
cualidad que entran en juego, aunque se deba a reconocer que éstos no se muestran bajo el
“repugnante” aspecto que es tan manifiesto en el psicoanálisis.
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en él como una “mancha” imborrable.
Sabemos bien lo que algunos podrían objetar aquí invocando una simi-
litud con el “descenso a los Infiernos”, tal como se encuentra en las fases pre-
liminares del proceso iniciático; pero semejante asimilación es completamente
falsa, puesto que el objetivo no tiene nada en común, no más por otra parte que
las condiciones del “sujeto” en los dos casos; solamente se podría hablar de
una especie de parodia profana, y sólo esto ya sería suficiente para dar a aque-
llo de lo que se trata un carácter de “falsificación” más bien inquietante. La
verdad es que este pretendido “descenso a los Infiernos”, que no es seguido de
ninguna “remontada”, es simple y llanamente una “ caída en el cenagal”,
siguiendo el simbolismo usado en ciertos Misterios antiguos; se sabe que este
“cenagal” tenía su figuración particularmente en el camino que llevaba a
Eleusis, y que aquellos que caían en él eran profanos que pretendían la inicia-
ción sin estar cualificados para recibirla, y que así eran víctimas de su propia
imprudencia. Solamente añadiremos que efectivamente existen tales “cenaga-
les” en el orden macrocósmico así como en el orden micro cósmico; esto se
relaciona directamente con la cuestión de las “tinieblas exteriores”6, y se podrí-
an recordar, a este respecto, algunos textos evangélicos cuyo sentido concuer-
da exactamente con lo que acabamos de indicar. En el “descenso a los
Infiernos”, el ser agota definitivamente algunas posibilidades inferiores para
poder elevarse a continuación a los estados superiores; en la “caída en la cié-
naga”, las posibilidades inferiores por el contrario se apoderan de él, lo domi-
nan y acaban por sumergirlo completamente.
Acabamos de hablar de nuevo aquí de “falsificación”; esta impresión se
encuentra grandemente reforzada por otras constataciones como la de la des-
naturalización del simbolismo que hemos señalado, desnaturalización que tien-
de además a extenderse a todo lo que comporta esencialmente elementos
“supra-humanos”, tal como lo muestra la actitud tomada con respecto a la reli-
gión7, e incluso con respecto a doctrinas de orden metafísico e iniciático tales
Los perjuicios del psicoanálisis
6 Uno podrá remitirse aquí a lo que hemos indicado más arriba a propósito del simbolis-
mo de la “Gran Muralla” y de la montaña Lokâloka.
7 Freud consagró a la interpretación psicoanalítica de la religión un libro especial, en el
que son combinadas sus propias concepciones con el “totemismo” de la “escuela sociológica”.
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como el Yoga, que ya no escapan a este nuevo género de interpretación, hasta
tal punto que algunos llegan hasta a asimilar sus métodos de “realización” espi-
ritual a los procedimientos terapéuticos del psicoanálisis. Hay ahí algo peor
todavía que las deformaciones más groseras que han tenido curso igualmente
en Occidente, como la que quiere ver en los propios métodos del Yoga una
especie de “cultura física” o de terapéutica de orden simplemente fisiológico,
puesto que éstas son, por su propia grosería, menos peligrosas que aquellas que
se presentan bajo aspectos más sutiles. La razón no es solamente que estas últi-
mas conllevan el riesgo de seducir a espíritus sobre los cuales las otras no
podrían tener influencia alguna; esta razón existe ciertamente, pero hay otra, de
un alcance mucho más general, que es la misma por la cual las concepciones
materialistas, como hemos explicado, son menos peligrosas que las que apelan
al psiquismo inferior. Por supuesto, el objetivo puramente espiritual, el único
que constituye esencialmente al Yoga como tal, y sin el cual el propio empleo
de esta palabra no es más que una verdadera burla, no es menos totalmente des-
conocido tanto en un caso como en el otro; de hecho, el Yoga no es más una
terapéutica psíquica que una terapéutica corporal, y sus procedimientos no son
en ningún modo ni en ningún grado un tratamiento para enfermos o desequili-
brados cualesquiera; bien lejos de eso, se dirigen por el contrario exclusiva-
mente a seres que, para poder realizar el desarrollo espiritual que es su única
razón de ser, deben ser ya, por el hecho de sus solas disposiciones naturales,
tan perfectamente equilibrados como sea posible; hay ahí condiciones que,
como es fácil comprender, entran estrictamente en la cuestión de las cualifica-
ciones iniciáticas8.
Esto no es todo aún, e incluso hay otra cosa que, bajo la relación de la
“falsificación”, es todavía quizás más digna de señalar que todo lo que hemos
mencionado hasta ahora: es la necesidad impuesta, a todo el que quiera practi-
car profesionalmente el psicoanálisis, de ser previamente “psicoanalizado” él
mismo. Ello implica ante todo el reconocimiento del hecho de que el ser que
ha sufrido esta operación ya no vuelve a ser jamás tal como era antes, o que,
como hemos dicho hace un momento, que le deja una huella imborrable, igual
René Guénon
8 Sobre una tentativa de aplicación de las teorías psicoanalíticas a la doctrina taoísta, lo
cual es también del mismo orden, ver el estudio de André Préau, La Fleur d’or et le Taoïsmesans Tao, que es una excelente refutación.
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que la iniciación, pero de algún modo en sentido inverso, puesto que, en lugar
de un desarrollo espiritual, es un desarrollo del psiquismo inferior de lo que
aquí se trata. Por otra parte, hay ahí una imitación manifiesta de la transmisión
iniciática; pero, dada la diferencia de naturaleza de las influencias que intervie-
nen, y como hay sin embargo un resultado efectivo que no permite considerar
la cosa como reduciéndose a un simple simulacro sin ningún alcance, esta
transmisión sería más bien comparable, en realidad, a la que se practica en un
dominio como el de la magia, e incluso más precisamente, de la brujería. Hay
además un punto muy oscuro, en lo que concierne al propio origen de esta
transmisión: como es evidentemente imposible dar a otros lo que uno no posee,
y como la invención del psicoanálisis es por otra parte algo muy reciente, ¿de
dónde obtienen los primeros psicoanalistas los “poderes” que comunican a sus
discípulos, y por los que ellos mismos han podido ser “psicoanalizados” de
entrada? Esta cuestión, que sin embargo es muy lógica plantear, al menos por
cualquiera que sea capaz de un poco de reflexión, es probablemente muy indis-
creta, y es más que dudoso que nunca le sea dada una respuesta satisfactoria;
pero, a decir verdad, no hay necesidad para reconocer, en una transmisión psí-
quica semejante, otra “marca” verdaderamente siniestra por las aproximacio-
nes a las que da lugar: el psicoanálisis presenta, por ese lado, una semejanza
más bien terrorífica ¡con algunos “sacramentos del diablo”!
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