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3.27 enero corr - Ave Lamiaque los dioses regresen del abandono en que nos han tenido desde mucho tiempo atrás. Porque Dios no hay, o acaso lo hubo, pero los dioses ahí están, desentendidos

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DIRECTORIO Enero 2015

Año 3, número 27

Director José Luis Barrera Mora

Editor

Luciano Pérez

Coordinador Gráfico Juvenal García Flores

Asistente de editor

Norma Leticia Vázquez González

Web Master Gabriel Rojas Ruiz

Consejo Editorial Agustín Cadena

Alejandro Pérez Cruz Alejandra Silva

Fabián Guerrero Fernando Medina Hernández

Ave Lamia es un esfuerzo editorial de:

Director

Juvenal Delgado Ramírez www.avelamia.com

Reserva de Derechos: 04 – 2013 – 030514223300 - 023

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Ave Lamia

@ave_lamia

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ÍNDICE

EDITORIAL

IMAGEN DEL MES”Escucha a Hashem”, Oleo sobre tela de Juvenal Delgado

SIR WINSTON CHURCHILL

Luciano Pérez

EN EL SENDERO DEL LOBO IVEnrique Soria

LA MUERTE POR DENTRO

Norma Elsa Pérez

LA CASA DE LOS HELECHOSLeticia Vázquez

LA ESTELA DEL DESENCANTO

José Luis Barrera

PATY Hosscox Huraño

TIEMPOS DIFÍCILES Mario Bravo

CÓMO SE ESCAPA LA FELICIDAD

María Elena Méndez Gaona

PERSEGUIRÉ EL MITO Adán Echeverría

SON LEGIÓN Luciano Pérez COBERTURAS ESPECIALES:

X ENCUENTRO DE CRONISTAS Tinta Rápida

EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA: “DIARIO DE UNA MUJER” Claudia Contreras

SOBRE LOS AUTORES

Norma Leticia Vázquez González

Fernando Medina Hernández

ÍNDICE

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IMAGEN DEL MES Escucha a Hashem”,

Oleo sobre tela de Juvenal Delgado 5

SIR WINSTON CHURCHILL Luciano Pérez 6

EN EL SENDERO DEL LOBO IV Enrique Soria 10

LA MUERTE POR DENTRO Norma Elsa Pérez 13

LA CASA DE LOS HELECHOS Leticia Vázquez 14

LA ESTELA DEL DESENCANTO José Luis Barrera 19

Hosscox Huraño 20

TIEMPOS DIFÍCILES 22

SCAPA LA FELICIDAD María Elena Méndez Gaona 24

PERSEGUIRÉ EL MITO Adán Echeverría 28

SON LEGIÓN Luciano Pérez 29

COBERTURAS ESPECIALES:

X ENCUENTRO DE CRONISTAS 32

EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA: “DIARIO DE UNA MUJER”

a Contreras 36

SOBRE LOS AUTORES 40

3

¿No hay quince malo? ¡Es ya el año quince del siglo veintiuno! A estas alturas ya no habrá fin del mundo, y es bueno considerar que algunos expertos han evaluado que este acontecimiento sucedió ya hace mucho tiempo, tanto que ya no nos acordamos o no nos hemos percatado, o, como suele ocurrir en estos tiempos de la comunicación rápida y eficaz, no se nos ha informado todavía. En lo que se nos entera de esta situación, celebremos que ya llevamos tres lustros de esta centuria. ¿O ni hay para qué celebrarlo? Bueno, los problemas nacionales e internacionales siguen siendo muchos, como siempre, pero ahora en México se han incrementado en el 2014, y hay quien espera que, ahora sí, llegue la revolución para que se nos haga justicia a quienes no se nos ha dado nada de ésta.

Sin embargo, en lo que llega eso, si es que llega, nuestra revista entra a otro año, con el deseo de que los dioses regresen del abandono en que nos han tenido desde mucho tiempo atrás. Porque Dios no hay, o acaso lo hubo, pero los dioses ahí están, desentendidos de nosotros, siempre implacables en contra nuestra, aunque de repente nos conceden alguna gracia. Y como Ave Lamia lleva en su nombre el recuerdo de una de esas deidades, la monstruo ávida de sangre, queremos que esté con nosotros durante otro año más, doce meses donde habrá diversas celebraciones. Como los centenarios de Tin Tan, Gabriel Vargas y Porfirio Díaz. Como los cincuenta años de la película HELP de los Beatles, y de la invasión de los OVNIS a Mexicópolis. Y algo de excelencia: los cien años de la publicación de un cuento fundamental para la vida de cada de uno de nosotros: “La Metamorfosis” de Franz Kafka. Entre otros

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acontecimientos, que sería muy largo enumerar aquí. Y seguiremos ofreciendo, por supuesto, un espacio para todas las manifestaciones artísticas e intelectuales. Por lo tanto, ¡no hay quince malo! Y que no los anden asustando, ¡el mundo no se acaba! Todavía.

Loki Petersen

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“Escucha a Hashem”, Óleo sobre tela 60 x 50 (Disponible) Juvenal Delgado

Informes: [email protected] [email protected]

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En alguna película de Tin Tan de los años sesenta del pasado siglo, de cuyo nom-bre no deseo acordarme, aparece el famoso cómico juarense disfrazado como escocés (los mexicanos no saben distinguir entre inglés y escocés, como tampoco entre chino y japonés), y al ser presentado en una reunión que hay, dice de sí mismo: “Me apellido Chur-chill, Church for my father, and Chill for my mother”, y entonces toca la gaita (Sir Winston se habría muerto otra vez de ver involucrado su buen apellido inglés con esos rebeldes de Escocia). En esa misma década de los sesentas, los alumnos que íbamos a la primaria nos

referíamos al sanitario, al W.C., como “el Winston Churchill”. La famosa novela 1984 de George Orwell, tiene como su principal per-sonaje a alguien llamado Winston, y el beatle John Lennon tenía como segundo nombre Winston; en ambos casos, por evidente home-naje a Churchill. En la ciudad de México hay una fea estatua de él, perdida en el tráfico de Reforma, y un restaurante con su nombre; y a un puro largo, de los llamados "espléndido", se le llama Churchill.

Los casos menciona-dos se refieren pues a un personaje histórico que en ese entonces fue muy popu-lar, con su puro en la boca y

el signo de la victoria alzan-do los dedos índice y medio de la mano, y que ahora, cincuenta años después de su muerte, ha pasado al más completo olvido, en con-traste con su rival Adolfo Hitler, a quien derrotó, pero que nunca he dejado de estar en los primeros sitios de la fama universal. ¿Cuán-tos saben hoy de Hitler? Muchos, tal vez demasiados. ¿Cuántos de Churchill? Nadie. Esa es la realidad de este lord inglés que en sus días de gloria fue muy admirado, a la vez que controvertido y discutido, tanto a nivel británico como mundial.

Sir Winston Churchill

(1874-1965)

Luciano Pérez

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El que sería Primer Lord del Almirantazgo y Primer Ministro de la Gran Bretaña, nació el 30 de noviembre de 1874, en el palacio de Blenheim, en Oxfordshire, Inglaterra. Su padre fue el lord Randolph Churchill, tercer hijo del duque de Marlborough, y su madre la socialmente fa-mosa americana Jennie Jerome. Sir Winston hizo estudios en Harrow, donde demostró ser un pésimo estudiante. Sin embargo, al ser miembro de una familia notable, su incompetencia académica no le impidió ingresar a la prestigiosa escuela militar de Sandhurst. De aquí egresó como teniente, y fue enviado a la India. Tenía inquietud por escribir, así que en 1898 se hizo corresponsal del perió-dico londinense The Daily

Graphic durante la guerra de Estados Unidos contra Es-paña en Cuba. Luego estuvo en la guerra inglesa contra el Sudán. Y a partir de 1899 decidió dejar el ejército, e iniciar su carrera política en el Partido Conservador.

Y entonces en ese mismo 1899 llegó la guerra de los Boers, en Sudáfrica, donde los ingleses com-batieron a los descendientes de los holandeses estable-cidos ahí, y Churchill acudió como corresponsal, pero fue hecho prisionero, aunque logró escapar. Una vez en el Parlamento inglés, en 1904 el futuro Sir Winston se peleó con su propio partido, y se pasó a los liberales. En 1911 se le nombró Primer Lord del Almirantazgo, es decir, se hizo cargo de todos los asuntos navales britá-

nicos. Y seguía ahí cuando en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, donde se vio envuelto en varias con-troversias, precisamente en 1915; se le culpó de dos cosas: de no haber protegido con suficiencia al barco “Lusitania”, que fue hundido por un submarino alemán, y de haber fracasado por completo en la campaña de los Dardanelos, que fue una sangrienta derrota inglesa. Como consecuencia, fue destituido. En 1921 fue Ministro de las Colonias, y para 1924 regresó con los conservadores.

Apoyó con entusias-mo la dictadura de Benito Mussolini en Italia, y se opuso a la abdicación del rey inglés Eduardo VIII, lo cual le provocó muchos enemigos en su propio país. Por otro lado, escribió dos libros notables: la biografía de su antepasado, Marlborough, his Life and Times, y The Story of the English Spea-king People. De 1914 a 1929 fue Ministro de Hacienda, y en 1939, ya con la Segunda Guerra Mundial encima, fue de nuevo hecho Primer Lord del Almirantazgo, cargo que ocupó hasta 1940, mismo año en que se le nombró Primer Ministro. Tuvo pues que hacerle frente al momento más difícil en la historia moderna de Gran Bretaña, ya no sólo combatir

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a los alemanes en la Europa continental, sino la invasión de éstos a la propia isla británica. Esos fueron los días de mayor gloria para Sir Winston, cuando, sólo ofre-ciendo “sangre, sudor y lágrimas”, solicitó al pueblo inglés apoyarlo en la lucha contra Adolfo Hitler, cuya fuerza aérea (Luftwaffe), bombardeaba las principales ciudades inglesas y luchaba una enconada guerra aérea contra la Royal Air Force inglesa, que se supo de-fender bien. Sin embargo, el Führer nunca se animó a efectuar la Operación León Marino, el nombre de la invasión alemana a Gran Bretaña, sino que cometió lo que se ha considerado su mayor error y que le costó perder la guerra: en vez de acabar con Inglaterra, tomó la decisión de atacar a Rusia.

Inglaterra no fue inva-dida, pero la lucha de ésta contra Alemania (y contra el Japón) continuaría, con Churchill como su líder indiscutible. Los alemanes echaron en 1941 fuera de Grecia a los ingleses, y luego se unieron a los italianos en la campaña de éstos en África del Norte, y ahí Churchill le ordenó al ejército británico que impidiese que el Eje se apoderase de Egipto. A partir de Pearl Harbor los Es-

tados Unidos, que estaban apoyando económicamente a los británicos, se pusieron al lado de éstos ya en el terreno militar, para integrar lo que se llamó los Aliados; y también la URSS se les unió, a pesar de la desconfianza de Churchill hacia los soviéticos, pero él aceptó “unirse con el diablo” para vencer a otro más dia-blo.

Los ingleses, luego de perder Singapur y otras par-

tes del Pacífico, lograron contener a los japoneses en la India, y en 1943, ya con ayuda estadounidense, ven-cieron en Túnez al Afrika Korps de Rommel. Churchill dio la orden, ya desde 1942, de lanzar una ofensiva aérea contra Alemania, que des-truyó muchas ciudades germanas y mató a miles y miles de civiles. Ahora Sir Winston sería implacable contra Hitler, lo que éste no fue contra Inglaterra, y promovió los desembarcos

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aliados en Italia (1943) y Francia (1944), que pusieron en aprietos al ejército alemán, el cual no pudo impedir que americanos e ingleses avanzasen hasta la propia Alemania, que ya estaba siendo atacada por los rusos en el este.

A medida que se acercaba el fin de Alemania, Churchill se comportó cada vez más vengativo: no apoyó la conspiración de algunos generales alemanes contra Hitler, que fallaron en el atentado contra éste y fueron cruelmente ejecuta-dos (“que se maten entre ellos”, comentó Sir Winston); ordenó en 1945 el bom-bardeo contra Dresden, una ciudad alemana no militar y llena de civiles (perecieron 150 mil); y logró imponer su idea de que, una vez fina-lizada la guerra, se expulsa-se a millones de alemanes

de los territorios orientales, los cuales se les entregarían a Polonia y la URSS. Pero no se percató de que la Gran Bretaña había perdido li-derazgo en el panorama universal, que había sido desplazada por completo por el poder económico y militar de los Estados Unidos y de la URSS.

Churchill formó con el presidente Roosevelt y con Stalin el grupo de los Tres Grandes, pero la verdad es que los ingleses ya no eran tomados en cuenta, y cuando finalizó la guerra, Sir Winston dejó de ser Primer Ministro, y ahora sería líder del Partido Conservador. Sin embargo, volvió a ocupar el cargo de 1951 a 1955, ya en el contexto de la Guerra Fría. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 1953, y aparte de los libros ya mencionados, y entre otros,

escribió en seis volúmenes The Second World War, publicados de 1948 a 1952. Por enfermedad tuvo que retirarse de la política, en medio de grandes honores que recibió en su país y por todo el mundo, incluso en la propia Alemania Occidental, que le entregó el Premio Carlomagno. Falleció en e-nero de 1965.

Tal fue, en apretada síntesis, la vida de este fa-moso lord inglés, que, repetimos, fue tan celebrado y admirado (y odiado) en sus años de actividad, y que hoy no se habla más de él. Cincuenta años celebramos entonces de la muerte de un hombre que marcó su é-poca, y que convivió en la vida de mucha gente. Hasta íbamos al “Winston Chur-chill” en momentos apre-miantes.

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En el sendero del lobo IV

(Final)

Enrique Soria

Crípticas ideas bajo tu cabello

te devoran la cabeza

oníricas referencias

sobre el amor eterno

anuncian cataclismos

preguntan si es sólo por hoy

con la seguridad

adolescente

de escuchar un no

lo diría

pero sé

que donde la luz me llegue

volveré

a mi naturaleza ineludible

de ermitaño

¿Quién dijo nuestros nombres?

¿quién aulló?

emergiendo de la madrugada

nos miramos rotos

desamparados por el frío

y con tan poco

que decir

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como al principio

¿quién asume la suerte?

¿quién la tuvo?

no lo sufrirás

como se sufre del todo

en las rupturas

me voy sin despertarte

para evitar el obligado

llámame después

cuando sólo pienso

en casa

y el lobo

en la siguiente presa

lo que menos hace falta

es un final melodramático

Pero

el lobo

en su estupidez

pensó

por un momento

un solo momento

en tu sonrisa

mal momento para olvidar

su realidad depredadora

y queriendo reencarnar lobo al fin

irracional a veces

y otras

fiera domesticable

no deja de ser

sólo un aullido

por la noche

como cualquier aullido

en la impenetrable maleza

de un bosque

en el que pese a todo

sigue siendo un extraño

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y

al despertar

del argentado sueño

que ilumina el bosque de nuestro mundo

descubre

que la desolación

es su hogar

y siempre volverá

a su desamparo eterno

a descubrir

que el lobo

pertenece al bosque

aunque el bosque

nunca será propiedad

de un lobo intruso

sino de alguno de sus héroes

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Un día muy temprano salí de mi casa a buscar un empleo, un buen empleo, el que necesito; sí, uno muy bueno. Me repetía a cada rato como si fuera un mantra. Y repetía frases de esas que se dicen, que envenenan la mente haciendo pensar que todo va bien pero uno mismo sabe que todo es caos..... Seguí caminando, y las puertas de aquellas perspectivas de empleo con las puertas cerradas. Crucé un parque desolado con árboles viejos y tristes y cuando iba caminando entre los árboles, sentí que una costilla se me desprendió. “Estoy rota!”, pensé; y como pude la acomodé en su lugar, que no quedó muy bien pues dejé rastros de sangre.

Más adelante se me cayó en el estanque el corazón, y como pude lo saqué del agua, y otra vez se me cayó la costilla y en lo que la acomodé el corazón ya había muerto. Y seguí caminando, con el corazón frío, poco a poco se me fueron muriendo las entrañas, parí a muchos y a la vez a nadie, todo se fue muriendo. En un árbol me senté cansada y frustrada de ver que todo se caía, todo se moría, todo se lastimaba, y no encontré trabajo..... Entonces no sé de dónde una voz me habló a través de la mente, pues no había nadie a mi alrededor, y me dijo: “¿Buscabas trabajo?” “Sí”, contesté.

“Ya lo tienes”, volvió a decir. “Pero todo se me cayó, se me murió el corazón, se me cayeron las costillas todo me duele”, dije yo. “Tu trabajo será el más difícil de todos: Llevarás la muerte por dentro”, me dijo. La voz desapareció de mi mente y así por mucho tiempo llevaré la muerte por dentro, un trabajo difícil para los que no saben cómo llevarla. En una botella de licor guardo la vida, que sólo por costumbre bebo pues no me gusta ir con resaca a trabajar.

La muerte por dentro

Norma Elsa Pérez

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De cuando vivía con mi abuela, recuerdo todo, sus galletas, el café, las tortillas de harina, la salchicha “Chimex” con limón, el cuarto del sillón guinda con esas sirenas en la pared que me daban miedo, sus rega-ños, sus ojos grisáceos, sus locuras… sus supersticio-nes…

Recuerdo cuando un día de verano, a medio día, llegué con “pollo morado”; y mi abuela (que tenía la manía de sembrar puros helechos, porque según ella iban con la casa verde y se rehusaba a pintarla de otro color), me reprendió: ― ¿Qué traes ahí?

― Me dijeron que es “pollo morado”, la señora de las plantas me dio la macetita.

Mi abuela me arrebató la planta.

―¿Por qué se enoja?, si está igual de feo que los helechos que tiene ahí afuera, por eso lo traje.

― ¿Qué no sabes que el “pollo morado” es de mala suerte?, y más para nosotras que vivimos a un lado del panteón.

No supe qué contes-tar, mi lógica infantil no po-día refutar. Ella siguió.

―Ya no quiero ver aquí otras plantas, y menos “pollo morado”, es el color de las brujas ―, dijo gravemente, y lo lanzó hacia la calle sa-cando la planta de su bote verde.

Yo había escuchado sus supersticiones. Si te deshaces o tiras algo que te regalan, puede pasarte algo malo. Esperé a que mi abuela se descuidara cuan-do preparaba la comida, y fui por el “pollo morado”,

La casa de los helechos

Leticia Vázquez

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rápidamente tomé la tierra y la regresé al bote. En mi cuarto introduje con cuidado la raíz en el recipiente verde y fui feliz. Se veía bonito el color morado. Hacía juego con el bote.

Después me habló para cocer las tortillas de harina. Comimos, lavamos los trastes y me dio un pedazo de salchicha con limón. Me fui a mi cuarto.

En aquellos años, me dedicaba a cuidar a los conejos, a las gallinas, a los puercos y al Pinto; a ayudar en el aseo de la casa y a leer, junto con mis libros de lecturas en los que leía sólo las historias cortas, el libro vaquero, el sentimental y el policíaco.

Esa noche me dormí mirando el pollo morado que puse al lado de la ventana, detrás de la mesita para que mi abuela no lo viera tan fácilmente si llegaba a entrar.

Al día siguiente en cuanto desperté, oí sus gritos:

― ¡El Pinto se murió, el Pinto se murió!

Pobre Pinto, amane-ció muerto, no supimos la causa.

Por la tarde llovió mucho. Ya estaba cerca la temporada de lluvias. La casa estaba fría, se sentía un ambiente lóbrego. Y la loca de mi abuela se aluzaba

con velas, faroles y quin-qués. Se rehusaba a usar electricidad en la parte donde vivíamos nosotros, sólo había dos focos, uno de ellos era el de mi cuarto, tenía un foco pero casi no lo usaba, tenía una lámpara de mano y una de mesa para leer o cuando me levantaba en la noche, cosa que casi no ocurría.

En los cuartos de huéspedes era distinto todo. No tuve la opción de tomar un cuarto de esos. Después me acostumbré a estar sin luz, así como me acostum-bré a esta casa, aunque estuviera al lado del pan-teón. Y no quité los helechos de mi abuela.

Por la tarde llovió mucho. Entonces mi abuela estaba gritando, renegando y persignándose a cada rato.

―Ahí andan las brujas ―, la oí decir. Me miró y al ver mi cara de curiosidad, me dijo que tuviera cuidado con las bolas de fuego, que eran las brujas.

Sí vi fuego; pero para mí eran luces de casas o lámparas con las que se guía la gente en esos luga-res. Para mí no eran brujas.

Ya en la noche mi abuela estaba inquieta, de-cía que los grillidos eran malos, que traían malas noticias. Fue hacia donde estaba cantando un grillo, y lo mató, se supone que así ya no pasa nada malo.

Me fui a mi cuarto sin comprender a mi abuela. Y yo sola, en ese lugar. El sueño me venció como siempre, con mis libros y mis novelitas a un lado de la cama.

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Mi abuela tenía una gran variedad de quinqués, actualmente yo tengo quin-qués en mi casa, en parte porque así me acostumbró y en parte por la nostalgia de aquellos años, así siento su presencia.

Cuidaba que mi abue-la no viera que yo tenía la planta en mi cuarto. Lo mejor era cuando teníamos visitas, ella ocupada en atenderlos, no se entrometía en mis asuntos. Por ejemplo, nunca supo que leía las novelitas de mis tíos y primos, tampoco supo de mi mini-biblioteca con subliteratura, el único acceso que puede tener una criatura de ocho, diez, once años en un lugar como este, que más bien parece bosque, a las letras. El bosque de Cuiteco debe-ría ser.

Pero ese fue mi error, mi abuela fue analfabeta, por eso no veía mis libros, en cambio era aficionada a las plantas, la cocina, las sire-nas, el café, la capirotada, a la conversación, la labor de punto, y era fanática religio-sa con cierta tendencia a la brujería.

A veces ella me veía leer, años después traté de enseñarle a leer y a escribir; nunca quiso, yo no quería que muriera así, sin saber lo exquisito de leer una frase, un pensamiento, un poema, un cuento, una historia, un relato, un libro.

Mi error fue que no recordé la afición por las plantas de mi abuela y a los tres meses, entró a mi cuarto a dejar una planta que había comprado para mí, era un rosal, dijo que lo quería en mi cuarto, y que yo lo iba a cuidar, lo pondría en el marco de la ventana.

Era una mujer necia, atrabancada, no me dio el rosal para que yo le asignara un lugar. Ella feliz, hablando sola porque traía un rosal muy bonito, me mimaba para que yo disfrutara también el momento. Yo detrás de ella, nerviosa, deseando no ha-berme quedado con el “pollo morado”. Que no vea la mesita de noche, que no vea la mesita de noche.

Vio la mesita de noche, vio el “pollo morado” y no pronunció una queja, ni comentario alguno. Sólo al salir me vio con ojos de: “me las vas a pagar”. Me dio miedo.

Creí que me iba a reprender, no lo hizo, y eso fue lo que más miedo me dio. ¿Por qué no dijo algo? Después me di cuenta. Nunca se me ocurrió lo que haría.

Todo el día transcurrió como cualquier otro, mi abuela hasta me habló bien, fui a la tienda, me dio bom-bones azucarados, y fuimos al pueblo otra vez. Ya por la noche, durante la cena, me habló directamente.

― ¿Por qué no me dijiste que tenías esa planta mora-da en tu cuarto?

― Porque no quería que supiera, porque me gustó y usted me dijo cosas feas la vez que lo traje. Me lo regalaron y no lo tiré por eso.

― ¿Y sabes que quien te lo dio lo hizo con mala gana? Lo hizo para dañarte. Con razón se nos murió Pinto. Pero ya tienes el rosal, la planta esa morada la tiras mañana, ahorita no, quién sabe qué pase si sales sola a la calle o al patio y como ya has tenido por mucho tiempo, esa planta, no creo que peligres en tu cuarto.

Ya era noche y decidí ir a mi cuarto. A pesar de todo, no me había ido tan mal con mi abuela. Acomodé, la mesita, subí del piso al pollo y contemplé el rosal rojo en su bote amarillo. Lucía muy bonito en el marco de la ventana que había dejado entre-abierta para que se venteara el rosal.

Me acosté mientras contemplaba el rosal y fui feliz. El sueño me venció así.

En la noche, hay ruidos que te despiertan, a veces no sabes qué ruidos son; pero sabes que no hay qué temer. Es raro, ahora me parece así, extraño, incómodo. Recuerdo que somnolienta primero, oí todo a lo lejos, no le di importan-cia; pero los ruidos después

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eran nítidos. Cuando tuve conciencia de qué tipo de ruidos eran, y estuve segura de que no era mi imagi-nación, sentí miedo. Oía una respiración, golpes, quejidos, ahogamientos, voces raras, pasos.

Primero lo ignoré, después, como no pude seguir durmiendo, lo disimu-lé, trataba de estar tranquila, pensaba en anécdotas, en problemas, trataba de con-vencerme de que no ocurría nada de eso. Terminé por sentir miedo, cubrí total-mente mi cuerpo con las dos cobijas. Primero me sentí protegida, después sudaba, tenía calor; pero me rehusa-ba a destaparme. Fue todo muy desesperante. No me podía dormir, esperé a que todo pasara pero los ruidos seguían.

Puse más atención y tuve curiosidad más que miedo, así que retiré las cobijas, me armé de valor y decidí mirar por la abertura que tenía la puerta cerca del marco.

Más me valía que no hubiera decidido inspeccio-nar, lo que vi me dio más miedo que al inicio. Era mi abuela que se paseaba por el pasillo como loba en celo, con rabia, o yo qué sé. Iba de un lado a otro, en el lado de la pared, a la altura donde calculaba que queda-ba la cabecera de mi cama, hacía no sé qué cosas, supongo que era donde suspiraba y murmuraba soni-dos guturales; después, cerca de la cocina, donde yo ya podía verla, hacía ruidos con las palmas de sus manos, con los trastes, con

las tablas, con los vidrios, se arrastraba, se retorcía, saca-ba la lengua, aplaudía, hablaba sola, hacía ruiditos de bebé, raspaba la pared.

Fue terrorífico todo, después me pareció patéti-co, terrorífico, después gra-cioso, y patético, ya no sabía qué. Me fui a mi cama de nuevo y lloré por mi abuela. ¿Hacer esto sólo por el “pollo morado”? No lo entiendo, yo nunca había sentido algo así los meses posteriores a mi adquisición de la plantita, ¿qué ganaba con hacer todo eso ahora? Maldije a la plantita morada.

A nadie le conté lo que vi esa noche. Ni siquiera cuando murmuraron su falta de juicio diez años después.

En fin, los ruidos duraron como quince minutos, me pareció eterno el rato que estuve ahí pensando en mi abuela. Me preguntaba cómo podía aguantar todo ese desgaste. Finalmente el sueño me venció. Debió de quedar muerta cuando terminó de hacer su número porque al día siguiente, cosa contraria a lo que creí y a lo que acostumbraba, se levantó a las diez de la mañana.

― ¿Cómo dormiste? ―, preguntó mi abuela.

― Bien ― contesté ―. ¿Y usted cómo durmió? La noto cansada.

― Bien, dormí bien. Gracias a Dios. ¿Ya tiraste la planta?

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― Sí. Y me di una vuelta también por el mercado de la estación. Sólo fui a ver. Bueno, traje una planta.

― ¿Qué planta es?

― No sé, se me hizo bonita y la traje.

No me dijo más. Me fui a mi cuarto y dejé el “pollo doble” en el piso, lo cambié en el mercado por el “pollo morado”. La hoja del “pollo doble” es más peque-ña, y no es sedosa, plastico-

sa, tiene una textura pareci-da a la de la piel del duraz-no, tiene franjas moradas poco nítidas, al reverso, es morada sin la textura del durazno. Así es el “pollo doble”. Mi abuela se quedó tranquila, y para no alterarla, no le dije el nombre ni le mostré la planta, hasta muchos años después.

Al día siguiente, vinieron mis padres y les pedí a escondidas de mi abuela, que me llevaran con ellos.

― ¿No te llevas el rosal? ―, me preguntaron.

Fue lo único que me llevé, un rosal necesita cui-dados. El “pollo doble” lo dejé en el porche, medio es-condido entre los helechos.

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Lo más terrible al final de la batalla, es que no hay vencedores ni vencidos ¿Quién entonces adopta los siniestros ritos del vencedor? ¿Quién mendigará el botín de la venganza? Ya el vencido tendrá el poder de enaltecer tácticamente a los recuerdos, conmiserándose de su adversa jornada.

Aquí está también mi carne, con su destino inmutable de putrefacción. Voy a darme golpes de pecho con mis dobles discur-sos y mis falsías depredado-ras.

En el fardo del desen-gaño sólo quedarán trozos de amarguras exentas de indulgencias. Me fastidio de las verdades absolutas, de las morales a la medida, de la elocuencia de los televiso-res. Asumo la iconoclastia de mi destino, la rancia reticencia que le delego a mis manías.

Taciturno y solitario, me vierto en tu arista más perfecta y me revierto a mis instintos. Refrendo el princi-pio de caducidad de lo que soy y lo que concibo. Pacto el armisticio antes de la batallas; cobro finiquitos an-tes de firmar contratos.

Lo más pavoroso de cualquier batalla es su finalidad de someter, porque en la confusión de los exabruptos siempre se extra-vían los trofeos. Siempre terminan venciendo la arro-gancia y la conmiseración.

Lo más terrible al final de la batalla es el delirio del vencedor y la victimización del vencido.

Nunca logré vencer con mis consignas ni con mis ingenuas rebeldías. Mi bunker perfecto es la desilu-sión. Y ante tantas derrotas tácticas y tantos seres queri-dos perdidos, la resiliencia es mi mejor amuleto.

Y al final, ni tan penosa ni tan triunfalista será mi existencia. No habrá grandes heroicidades que exaltar, pero tampoco terribles cobardías que me obliguen a emitir el eterno lamento. Pero al final de la utopía, con tantas batallas perdidas y pocas quimeras que reembolsar, la estela del desencanto la llevaré en mi ceño fruncido.

La estela del desencanto

José Luis Barrera

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A los mediocres fácil se les olvida, me dijo tu madre después de que te regresé a su casa. Los últimos días que vivimos juntos, sentía que tú y Dios no tenían mejor lugar donde cagar más que sobre mí. Esa noche, con lo único que me restaba de ti, me empierné con la puta de tu hermana y nos dimos el lujo de no tener memoria.

En la casa está tu foto de cabeza y cualquiera que llegue, como primer acto de respeto, la tiene que escupir. El saludo no fue invención

mía, agradécelo a tu herma-na y al fraternal odio que siente por ti. Tal vez por eso no fue difícil empezar a picarle el fundillo. Todo ocurrió por el bautizo de tu sobrino Jorgito que, a sus dieciséis años, iba a ser gente. Tú, como siempre, habías ido a reclamar no sé qué tantas cosas al fotógrafo y al sacristán. Después del Evangelio, al tomar asiento, a tu engreída hermana se le botó un pedísimo y yo, como el único pariente piadoso, guardé la compostura. Pero la demás gente no, así que la llevé afuera para que le

diera un poco el aire. Lloraba de vergüenza, metida en su ajustado traje negro, con sus nalgas perfectas, un talle elegante y un top lo bastante exacto para dejar en claro quién era la de las chichotas en la iglesia. Lástima que tuviera en su contra una serie de gases intestinales tan apestosos como su pinche madre. No cruzamos palabra alguna.

En la madrugada, cuando ya la fiesta era francamente una borrachera de salvajes y a todos les daba por sincerarse, nadie notó que nuestros pasos de baile fueron a dar al taller de carpintería. Tú, como siem-pre, discutías, pero ahora con tu madre, ambas esta-ban ebrias y más tercas que nunca. Tus hermanos y demás invitados contaban sus aventuras de cuando salvaron al mundo. Los chavos en la calle lanzaban piedras a quien pasara. Así pues, entre el aserrín, la culpa y un penetrante olor a thiner, nos dimos a la tarea de coger sólo para vengar-

Paty

Hosscox Huraño

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nos de ti. El primer palito, junto con un pedito, salió por susto, los demás por gusto.

Al final decidimos que eras una negra que se para mucho el culo.

Cuando me da nostal-gia de ti, le hablo, nos vemos en vapor, tomamos cerveza con tequila, me cuenta las chingaderas que le haces al tipo con el que ahora vives. Cogemos sin gran emoción,

sólo por no dejar. Lo más divertido es el juego de quién te pone el apodo más denigrante. Y, lo sabes, nun-ca podré ganarle a tu hermana.

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Tiempos difíciles

Mario Bravo

Mi amor, te cuento que hoy desperté de un sueño aciago: privatizarían las margaritas por deshojar, el hoyuelo en tu mejilla, las metáforas de carteros y poetas, tus “buenos días” al otro lado del teléfono, los ojos rebeldes tras un pasamontañas, el vino tinto en tus labios. Te cuento que hoy desperté de un sueño terrible, privatizarían tu cansancio de viernes, mi beso clandestino, las huellas de tus pies en mi playa desierta, el sol naranja de esas tardes desmadejadas de octubre, el canto de los pájaros a tu paso, las tazas de café por la mañana, el Edén al sur de tu cadera, cada uno de los heterónimos de Pessoa, tu reclamo en mi bandeja de entrada, el teatro de sombras cuando se corta la energía eléctrica, la espera de una madre o de dos enamorados en Plaza de Mayo, los sueños de migrantes en Lampedusa, las miradas de amor/odio entre dragones y princesas. No quedaba algo ni alguien sin ser botín de los ladrones. Ni el acertijo en tu vientre, ni las mil dalias que corté para prenderlas en tu cabello. Tampoco quedaba a salvo el pan en tus manos, las moronas ni la borra del café durante el desayuno, todo, amor, se había perdido.

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Pero apareciste: tú, tan Ingrid Bergman en Casablanca, yo, tan Charlot huyendo de la policía, y hacíamos inventario de lo todavía salvable: las cartas de Neruda a Matilde, los abrazos de sala de embarque, el olor tuyo en la ropa colgada del perchero, una postal de mi abuelo enviada a mi abuela, junio de 1966: “Leo tus cartas, te quiero. Enrique. P.D. Esta tarde a las 6 salgo a Madrid.” Y desperté. Con esta soledad tan invierno y todavía tan mía, repleto de bostezos a la alza, sintiéndome tan Robinson en esta habitación, dispuesto a salir y buscar en las calles, entre gritos y protesta, aquel vendaval que dejó el batir de tus alas, tu abrazo arrugando mi camisa, el abracadabra derrocando la tiranía de los adioses. Y he de confesarte que entre tanto robo disfrazado de política, he guardado bajo llave tu reflejo en cada charco, tus ojos haciendo morada en ese libro de Chéjov, todas las letras de tu nombre, las pestañas caídas y sus deseos por cumplirse, las monedas encontradas en un pantalón olvidado. Todo eso, al menos, todavía nos pertenece.

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“El amor es como oro diluido en el fango. ¿Recuerdas las historias de gambusinos? ¿Cómo escarbaban en los lechos de los ríos durante días extenuantes con la esperanza de filtrar unos miligramos de oro? Con esa dedicación y pasión debe-mos aplicarnos para extraer-le un poco de amor a este mundo” –, me dijo Diana mientras ella saboreaba su platillo como un niño que hace desaparecer un dulce. Así era Diana: una mujer que aprisionaba cada instante con la intensidad con que un condenado a muerte vive sus últimos momentos. Me aficioné a su enseñanza de captar la vida con los cinco sentidos, a la vez que me fui aficionando a ella. Era adictiva. Si ella no estaba, el mundo dejaba de girar y se convertía en el amasijo gris que nos acecha cada día.

Yo era Director de Ventas de México y Latino-américa en una prestigiosa agencia de publicidad. Mi estilo de vida iba de acuerdo a mi cargo rimbombante. Trataba directamente con productores de televisoras y con los personajes que llenan cada día los titulares de periódicos, revistas y noticieros. Tenía citas con las modelos del momento. No había un placer que yo no me hubiera procurado a manos llenas.

Diana llegó a la agen-cia a dar unos cursos. En poco tiempo, la demanda para ellos aumentó a tal grado que se le propuso trabajar para nosotros, a lo que ella se negó pues dedicaba su tiempo a diversas actividades que tendría que abandonar si cubría una jornada completa. Sólo pudimos contratar un curso fijo de comprensión de lectura que impartía tres ve-ces por semana.

Cómo se escapa la felicidad

María Elena Méndez Gaona

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Hice lo que muchos habían tratado ya: invitarla a salir. Igual se negó con cortesía. Debía conformarme con hacer fila al final de la clase y mirar de cerca durante unos momentos sus ojos enormes color marrón bajo el cabello oscuro que retiraba constantemente con el dedo. Resaltaba de entre el resto de mujeres de todos los días, de cabellos y ojos artificialmente claros.

De primera impresión te agradaba al instante. Su rostro armonizaba como en un hechizo con su cuerpo. La segunda impresión te llevaba a orbitar alrededor de ella. Escuchar sus palabras, el sazón con que condimentaba sus historias, la facilidad con que te provocaba a reírte. Comencé a ingeniármelas para llamar-

la unos momentos cada día a mi oficina. Con ella dentro, el lugar se convertía en un parque de juegos; o en una montaña por cuya pendiente

nos deslizábamos sobre un trineo, gritando y levantando las manos. La risa de sus ojos no permitía la existencia de algún otro objeto. Mis sentidos estaban puestos en el siguiente paso con ella. Poco a poco fui logrando que me tuviera confianza y pasara un momento más conmigo.

Para unos comercia-les de ropa interior debíamos contratar a Nadine, una mo-delo que era la fascinación del momento. Ella acababa de divorciarse y sus nú-meros telefónicos habían cambiado. Su representante también se había tomado unas vacaciones. Para col-

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mo, nos enteramos de que una agencia rival estaba haciendo lo propio para loca-lizarla y ofrecerle un contrato de exclusividad.

El Concejo me mandó llamar para advertirme que mi puesto dependía de lograr que ella se integrara a la campaña con nuestro cliente. Dediqué gran parte de mi tiempo hablando con mis contactos: nadie sabía de ella. En éstas estaba el día que Diana aceptó por fin salir a cenar conmigo. Me esmeré en preparar nuestra velada. Que ella aceptara tenía que ver con el despliegue que yo había llevado a cabo para este fin: envíos de flores, inserciones en periódicos, contratar un espectacular cerca de su casa en el que declaraba mi

amor, mi pasión y mi necesidad de pasar el tiempo con ella. No exagera-ba, mi vida entera dependía ya de que ella me aceptara tanto como mi empleo y mi futuro dependían de contra-tar a Nadine. No hacía otra cosa que pensar y soñar con Diana mientras mis nervios se crispaban ante la ausen-cia y el silencio de Nadine.

Reservé en el res-taurante más exclusivo. Pedí la mejor mesa, con una vista espectacular de la ciudad. Contraté un cuarteto de cuerdas que tocara durante la cena. Cada detalle fue preparado con cuidado.

La recogí en su domi-cilio y llegamos al restau-rante. Mientras nos llevaban

hacia nuestra mesa, des-cubrí en un rincón a Nadine. Me senté de manera de poder observarla. Ella era relativamente nueva en el círculo y no nos conocíamos en persona. Estaba con un hombre joven y atractivo. Discutían. Yo no perdía detalle de ella, pensando en la mejor manera de abordarla sin echar a perder mi cita con Diana. Mi insistencia hizo que Diana volteara con disimulo a ver a quién miraba yo. De pronto se me ocurrió la solución. Me disculpé y me retiré a telefonear a uno de mis asistentes para que viniera con rapidez. Mientras hablaba con él, observé que el acompañante de Nadine se retiraba del lugar. Por suerte mi asistente estaba a unos minutos de ahí y me prometió que llegaría en se-guida. Más tranquilo, aprove-ché para entrar al sanitario a lavarme las manos.

Cuando salí, no vi a Nadine en su mesa. Mi cora-zón se sobresaltó. Pero más se sobresaltó al mirarla sen-tada a la mía, platicando con Diana, quien hizo las presen-taciones correspondientes. Diana se disculpó para ir al baño. Quedé solo con Nadine y aproveché para hablar de negocios; tomar números telefónicos y hacer una cita. Comencé a notar que Diana tardaba y al

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voltear a buscarla, Nadine me dijo: tu amiga se fue hace rato.

Miré hacia abajo y alcancé a ver a Diana abor-dando un taxi. Me disculpé con Nadine y di al mesero unos billetes; al llegar abajo,

mi auto me esperaba. Crucé la ciudad sintiéndome un buzo en plan de investiga-ción. Pronto localicé mi obje-tivo, que era como una ostra en movimiento. La intercepté y abrí para extraer su tesoro precioso y único.

Hoy en día, Diana me escucha contar esta historia a nuestros hijos una y otra vez. Salieron tan románticos como nosotros.

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Perseguiré el mito

Adán Echeverría

Reconstruirse Un hueso un poco de polvo una costilla construir los pasadizos de la Muerte Muerte de muertes y cuerpos descarnados muerte pequeña dibujándose los muslos como en las cuevas de Altamira prehistórica unión de muerte amordazando los cabellos Así es tu rostro en las paredes dos líneas curvadas de negro y el rojo destino que secuestra las miradas Adentro de la soledad el crucifijo estás como la gran ramera de las profecías bajo las murallas de Jericó te reconstruyes en el anuncio de la victoria equidistante de la hembra costa simulada de otra Alejandría víctima que no tiene contratiempos victimaria en esta noche que lo cubre todo Ella lo cubre todo es la victoria de los odios y los sinsabores constantes del miedo y sus distancias Bajo los higos espera el calor de su llamada ¿victoria o cacería de serpientes? ¿cacería o seducción impuesta? ¿no has podido velar conmigo? Todos callan desde el Sinaí hasta el Gólgota callas y tu silencio me lame las heridas: Hijo he aquí a tu Madre dices abriéndome las piernas

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Porcus Porcinus, almirante egregio, alistó su flota para salir de la isla de Eea, para lo cual requería la autoriza-ción de la dueña de esta última, la bruja Circe, que fue quien convirtió a la armada de Ulises en cerdos. Ella no tuvo inconveniente en dejarlos ir, e incluso les llenó los barcos con sufi-ciente lodo para que se revolcaran en él, así como con niños muertos y manzanas para comer. Le preguntó ella al jefe naval: “¿Adónde piensan ir, don Porcus?” y éste, levantando su trompa, contestó: “Tene-mos que rescatar a nuestros hermanos de la Legión, que fueron echados al mar de Galilea por el señor Xristos”. “Algo oí hablar de los milagros de esa persona, almirante”. “¿Milagros? No son más que trucos, tales como los de usted”. “¿Cree que lo convertí en cerdo por truco?” “Por supuesto, pero

eso no impide que sigamos siendo marinos responsa-bles. Así que zarpamos hacia el mar de Galilea, para rescatar a esa Legión, y agregarla a mi flota”. Y la armada partió.

Ya en Galilea, las naves de don Porcus procu-raron evadir a los discípulos del señor Xristos, gente inquieta e irrazonable. Y también evadían a Xristos mismo, de quien se decía

que resucitó y ocasionaba estropicios por doquier, y que quizá la Sinagoga tuvo que ordenar que lo mataran de nuevo. El almirante procuraba llevar siempre lista la espada, no fuese la de malas que se encontraran con el señor de los trucos. “¿Cómo hallaremos a la Legión?”, le preguntó a Por-cinus uno de los maestres. Y el jefe, como siempre levantando la trompa, dijo: “Seguro los veremos flotan-

Son Legión Luciano Pérez

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do en el mar”. Y en efecto, los de la Legión estaban nadando, alimentándose de los peces que Simón Petrus y su hermano ya no pescaban. Don Porcus los vio y les dijo: “¡Camaradas! Venimos por ustedes. Suban a los barcos”. Y los de la Legión, que se veían resignados e incluso tranqui-los, no sintieron ningún entusiasmo de ver a sus compañeros. Uno de aqué-llos dijo: “Aquí estamos bien. Ser un cerdo no es tan malo, si se sabe nadar, y nosotros lo aprendimos. No es cierto que nos ahogamos, como han dicho los autores de calumnias. Los demonios no se ahogan, sino que comen peces y eso es lo que hacemos. Y en todo caso, ¿adónde iremos en esos barcos de ustedes? ¿Es que volveremos a ser diablos?”

A Porcus le pareció horrible el griego que habla-ban los de la Legión, y como que se sintió arrepentido de haber ido a su rescate. Pero les habló así: “Camaradas, espero que entiendan lo que digo. Tengo planes para integrar una gran flota, con la cual recorreremos el Mediterráneo, saqueando y matando. Les gustará, puesto que fueron antes demonios, avezados por lo tanto al mal”. Los puercos de la Legión no contestaron. El almirante, ya exasperado,

dijo: “Bueno, el que quiera venir conmigo que venga, y el que no, que siga comiendo peces. Pero sepan ustedes que se pierden de conocer ilustres islas, exquisitas mujeres, frutas sin fin, y mucho más”. Y luego quiso apelar a su orgullo: “¿O acaso no son Legión, un nombre terrible que provocará escalofríos a lo largo de las generaciones? ¡Yo no haré de ustedes pescadores, sino marineros de guerra y garra!”

Los cerdos de la Legión hablaron entre sí para tomar una decisión, y un rato después uno de ellos fue ante Porcus para la respuesta: “Señor almirante, preferimos quedarnos. Más vale pez en mano, que tener

cien a riesgo de perder nuestra vidas en esos saqueos mediterráneos”. Y la Legión entera se hundió de nuevo en el mar, a seguir disfrutando de la natación y la pesca. Y nadie los moles-taba, pues fueron los prime-ros en reconocer el poder del señor Xristos.

Porcinus ordenó levar anclas, y la flota partió hacia Grecia. Uno de los maestres se le acercó para decirle: “Mala impresión nos causó la Legión”. Y don Porcus, alzando la trompa y muy pensativo, dijo: “Tanto convi-vir con los galileos los volvió perezosos. A la pereza le llaman mansedumbre. Pero nosotros...” “¿Qué, señor?” “Y si nos regresamos con ellos? Alguien dijo que los

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mansos lo heredarán todo”. Y la armada otrora de Ulises, entera, volvió a Galilea para hundirse en el mar, saciarse de baños y de peces, sin necesidad de meterse a alguien, cual demonio molesto y marrullero. Los cerdos viven en paz. Tal fue el bautismo de Porcus Porcinus y de su gente en el mar de Galilea. Fueron pues vencidos, como tantos... No importa que no se les arroja-sen ni perlas ni margaritas.

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El 19 y el 20 de noviembre del 2014, la Asociación de Cronistas del D.F. y Zonas Conurbadas A.C., llevó al cabo su décimo encuentro, cuyo eje temático fue La ciudad de México y la Revolución en 1914; por supuesto celebrando la entrada de la División del Norte de Francisco Villa y el Ejército Libertador del Sur de Zapata a nuestra ciudad el 2 de diciembre del 1914.

La ciudad de México, testigo y protagonista de aquel diciembre de 1914, no podía dejar de ser cele-brada, y qué mejor que por aquellos que se encargan de estudiar, investigar, conser-var y documentar a la socie-dad sobre los procesos

X Encuentro de Cronistas

Tinta Rápida

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históricos que van aconte-ciendo a lo largo de los años en su propio entorno. Los cronistas aprovecharon este encuentro para darle rienda suelta a la memoria para referir hechos, y lugares importantes durante este breve tiempo en que Villa y Zapata entraron a esta urbe impregnada de historia, para dejarnos una serie de postales de su presencia en el Sanborns, en la entonces bautizada calle de Madero y por supuesto en el Palacio Nacional.

A casi cien años de tan importante acontecimien-to, los cronistas de las dife-rentes demarcaciones y co-lonias del Distrito Federal, fueron contando hechos alternos que ocurrían a la par de la entrada de los dos caudillos revolucionarios y sus ejércitos a esta ciudad. Lo mismo Atzcapotzalco, Iztacalco, Milpa Alta, Benito Juárez, Miguel Hidalgo, Venustiano Carranza, así como por supuesto la Cuauhtemoc, se dieron cita en el recuento de crónicas referentes al año ya mencio-nado.

No podía faltar la crónica de los corridos por parte de Jesús Agustín Jiménez Cedillo, Cronista de la Colonia Peñón de los Baños, así como de Yolanda García Bustos, Cronista de

la Delegación Atzcapotzalco; hasta llegar sorpresivamente al RAP, de manos de Alberto Medel Campos, Cronista de la Colonia Industrial, quien nos ejemplificó el proceso de adopción del tema revolu-cionario en este género musical con una canción de su autoría.

El colectivo Los Villo-logos, como era de esperar, nos hizo mención de los sitios en donde se dieron cita Zapata y por supuesto Villa en su breve estancia en la ciudad, y desmitificando ciertas “leyendas urbanas” que sobre este hecho y estos caudillos se han veni-do diciendo durante mucho tiempo, y que forman parte de la memoria colectiva de nuestro país.

El actual presidente de la asociación, el doctor Agustín Rojas Vargas, ha-bló, como siempre de manera interesante, sobre la Revolución en Culhuacán, de donde es cronista. En tanto que Alfredo Yescas Flores, Cronista de la Delegación Milpa Alta, nos puso en contexto de esta fecha, hablándonos de un hecho anterior y muy importante en el desarrollo de la historia de la Revo-lución Mexicana: La Decena Trágica. Por su parte, María Eugenia Herrera, Cronista de la Calzada de Tlalpan, presentó una interesante ponencia sobre la creación y el origen de la colonia General Paulino Navarro, en honor a uno de los muchos héroes alternos a los dos Caudillos principales, que formaron parte de esta trascendental lucha armada en México.

Abundantes datos his-tóricos, pasando desde la arquitectura hasta el cine, sin dejar de lado la música y la propia convivencia huma-na, fueron dando forma a un encuentro repleto de sorpre-sas informativas, anécdotas y detalles no conocidos de este momento histórico de la ciudad, que por supuesto no podía pasar desapercibido por la Asociación de Cro-nistas del D.F. y Zonas Conurbadas, A.C.

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Lamento omitir deta-lles de las ponencias, pero aquí no podría decirse que “todo cabe en un artículo…”, ya que a lo largo de dos días de estar en contacto con los cronistas, en el magnífico Palacio de los Condes de Santiago de Calimaya, hoy sede del Museo de la Ciudad de México, la información es en sumo abundante y por lo

tanto siempre se cae en la odiosa omisión. Por ello, prefiero hacer referencia de algunas de ellas e invitar al público para que estén pendientes del próximo Encuentro de Cronistas del D.F. y Zonas Conurbadas, A.C. y se den el tiempo para poder asistir y no perder detalle de tan interesantes ponencias.

Los que amamos y mamamos de esta ciudad, le debemos al menos la memo-ria, y qué mejor manera que con los propios cronistas.

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El Autorretrato es una tradi-ción plástica que refleja el acontecer del mundo en la vida interna del Artista.

Claudia Contreras Rí-os no podía sustraerse de esa responsabilidad social y creativa.

Curiosa y activa en los nuevos medios de comu-nicación, el 24 de septiem-bre del 2004 inaugura el blog C desnuda la Piel para llevar la literatura independiente y sus autores más cerca de la audiencia que busca nuevas propuestas creativas, el pro-yecto se ve reforzado desde finales del 2009 con el Podcats C desnuda la Piel.

Diario de una mujer Exposición fotográfica de Claudia Contreras

Antonio Mojica

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Sus primeros trabajos artísticos culminaron en un libro de poemas de intros-pección y definición (C desnuda la Piel, publicado en 2012, por Editorial Mor-voz) También de su autoría hay varios textos en prosa publicados en distintas anto-logías de literatura, critican-do de manera mordaz y divertida los cánones socia-les; ha participado en reci-tales poéticos, congresos latinoamericanos de poesía, y también como maestra de ceremonias en festivales artísticos. Su obra siempre es crítica con el mundo, irreverente hacia las buenas costumbres laicas o religio-sas, provocadora del deseo, cachonda en el fondo y en su forma de contar historias, tiene muy clara su con-ciencia y el peso de la misma, pues sabe que la lucidez lo calcina todo.

Hiperactiva hasta sus últimas consecuencias, sin dejar, al igual que tantas mujeres mexicanas, su doble

jornada laboral y del hogar, tuvo que robarle muchas horas al sueño para desarrollar su arte fotográ-fico, el cual le ha permitido exponer con TJ Móvil en Tijuana y The Iphonist en Monterrey, y en Milán Italia. Su obra es seleccionada frecuentemente en Insta-gram, así como grupos de Fotografía nacional e inter-nacional, como el conforma-do por: The New Era Muse-um, del cual, actualmente, ya es integrante formal al llevar una curaduría en una de sus categorías visuales.

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En nuestro país tan revuelto en desapariciones políticas y de crimen organi-zado, con una economía colapsada y con la profunda indiferencia gubernamental hacia la creación artística, no había otro camino más que hacer una exposición bajo los propios y austeros recur-sos económicos. La ayuda de amigos como la pintora Luz Ithaí Velázquez quien nos vinculó con el Instituto de la Mujer y su represen-tante, la compañera Lula Rodríguez, quien creyó en la visión del proyecto y por medio de sus acuerdos con los espacios culturales en el Metro de la Ciudad de México fue posible hacer un discurso visual, un poema lírico en 8 escenas, la exposición fotográfica Diario de una Mujer, fotografías en gran formato (70 X 90 cm.)

La cual se inauguró el 10 de diciembre a las 12 pm en la estación Pantitlan del Metro y fue exhibida durante todo el mes de Diciembre.

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El nuevo año comienza su avance lento, pero

seguro, esperando el momento en que todos

digamos: “Qué rápido se nos fue el año”.