5
illt57111113311343443441133333333333333333333 34 EUGENIO DE OCHOA El castillo del espec 1835 «¿Sois homb H a y cerca de Nevada un antiquísimo castillo, f de una montaña de imnensos p unos sobre otros, cuyo pie bate u un ruido sordo y continuo, y al subir mirándole desde lejos; pero dita estrecha y cubierta de guija las peñas que forman la montañ cunvecino tan sumamente árido que no parece pueda ser residen solo se ve por bastante distancia cubierto de una arena negruzca, d trecho en trecho algunas ramas d tan miserables y tristes como es cabaña en que reposar la vista, n corazón. Era este edificio, a juzg antiquísimo monasterio, donde s giado para evitar la funesta perse romanos, los primeros fieles conv fe de Jesucristo. Tal vez andando vido unas veces de castillo, otras vez de asilo para bandoleros; pe tan arruinado, que solo puede se investigaciones históricas de algú zudo. Refiere todavía sin embarg que como enemiga de todo lo qu

34 - Aire Nuestro | Club de Lectura de la Biblioteca … · en que reposar la vista, ni una flor que alegre el corazón. Era ... la espalda a guisa de cartu-, y ... en su a pendón

Embed Size (px)

Citation preview

illt57

11

11

13

31

13

43

44

34

41

13

33

33

33

33

33

33

33

33

33

33

11

11

11

11

11

11

11

11

1

34

EUG

ENIO

DE

OC

HO

A

El castillo del espectro1835

Decidme

«¿Sois hombro, som

bra o fantasma?»

CALDERÓN

Ha

y cerca de la cordillera de Sierra

Nevada un antiquísimo castillo, fundado en la cum

brede una m

ontaña de imnensos peñascos am

ontonadosunos sobre otros, cuyo pie bate un furioso torrente conun ruido sordo y continuo, y al cual parece im

posiblesubir m

irándole desde lejos; pero conduce a él una sen-dita estrecha y cubierta de guijarros desprendidos delas peñas que form

an la montaña. Es todo el país cir-

cunvecino tan sumam

ente árido y pobre de vegetación,que no parece pueda ser residencia de alm

as vivientes;solo se ve por bastante distancia a la redonda un cam

pocubierto de una arena negruzca, donde crecen tal vez detrecho en trecho algunas ram

as de pino y otros arbustostan m

iserables y tristes como este: no hay allí ni una

cabaña en que reposar la vista, ni una flor que alegre elcorazón. Era este edificio, a juzgar por su exterior, unantiquísim

o monasterio, donde se habían acaso refu-

giado para evitar la funesta persecución de los pretoresrom

anos, los primeros fieles convertidos en España a la

fe de Jesucristo. Tal vez andando los tiempos habrá ser-

vido unas veces de castillo, otras de convento y aun talvez de asilo para bandoleros; pero hállase ya en el díatan arruinado, que solo puede servir para objeto a lasinvestigaciones históricas de algún anticuario concien-zudo. Refiere todavía sin em

bargo la tradición popular,que com

o enemiga de todo lo que pasa según el orden

3fi

....••••••••••••••

••••••••••••

natural de las cosas, nunca deja de adornar a su modo

cuanto cae por desgracia entre sus manos, m

il aventu-ras a cual m

ás terribles y absurdas relativas a aquelvenerable edificio, generalm

ente conocido en toda lacom

arca con el nombre de C

astillo del espectro. No se

puede negar que su situación verdaderamente rom

a-nesca es m

uy propia para producir y fomentar los vanos

terrores que inspira su vista, a cuyo aspecto lúgubre ysom

brío presta la imaginación de los habitantes de las

cercanías, acalorada con las leyendas tradicionales delpaís, colores m

ás lúgubres todavía.En punto a las aventuras de que ha sido testigo aquel

edificio, están divididas las opiniones. Aseguran algunosque allá en tiem

pos antiguos fue mansión de un caba-

llero muy poderoso, que durante su vida había ejercido

las más tiránicas violencias sobre todos los habitantes

del país circunvecino, devastando los campos, asesi-

nando a los hombres, y robando las esposas y las don-

cellas. Una de extraordinaria herm

osura, que tenía pornom

bre Irene, vivía en una aldea cercana bajo la vigi-lancia de su m

adre viuda y anciana, quien tenía ya ofre-cida su m

ano al joven Alfonso, mozo el m

ás gallardo yaudaz de todas aquellas cercanías. Am

ábanse entram-

bos novios con la mayor ternura y veían llenos de ale-

gría acercarse el mom

ento feliz que debía unirlos parasiem

pre, y coronar tres años de amores y de constancia.

Llegó a oídos del señor del castillo la fama de la herm

o-sura de &ene, y resolvió al punto robarla para su deleitey pasatiem

po en la primera ocasión que se le presen-

tara: lo cual ejecutó en efecto, habiéndose escondidocon algunos de sus soldados en un bosquecillo junto alcual debía pasar Irene al caer de la tarde para ir a casade su m

adre, de vuelta del campo. Encerrola a pesar de

sus lágrimas y súplicas en una estrecha prisión del cas-

tillo, celebró luego con todos sus soldados el buen éxitode su em

presa, dándoles un magnífico festín en que

todos bebieron y se emborracharon, hasta el punto de

caerse los más sobre la m

esa y en el suelo, bajo el pesodel m

ucho vino que tenían encima del corazón.

Mientras de este m

odo pasaban el tiempo los habi-

tantes del castillo, bramaba por de fuera el huracán y

caía la lluvia a mares, rom

piendo solo la profunda oscu-ridad de la noche los vivos relám

pagos que casi sin inte-rrupción se sucedían en el firm

amento. Respon„dían los

del castillo con brindis, gritos y canciones de orgía alos terribles estam

pidos del trueno, que retumbaba con

sordo ruido en aquellas bóvedas y a los rugidos deltorrente, estrellándose en las peñas sobre que estabafundado aquel solitario edificio. Subía entre tanto por lacuesta que conducía a su altura un hom

bre, al parecercubierto de venerables canas y em

bozado en una largacapa em

papada en el agua que continuamente caía.

Llamó al rastrillo con repetidos golpes, y al cabo de un

buen rato salió a abrirle uno de los soldados.—

¿Quién eres y qué buscas? —le preguntó este desde

dentro.—

Dadme albergue por esta noche, señor castellano,porque soy un pobre trovador y no tengo m

ás asilo queel vuestro, si queréis concedérm

elo, así Dios os ayude.Abrichne, señor, porque es horrorosa la noche y la lluviam

oja las cuerdas de mi lira.

—Tened un poco de paciencia, herm

ano, mientras voy

a recibir las órdenes de mi señor.

Subió el soldado al salón del festín y preguntó a suam

o si abriría o no al anciano trovador y le albergaríapor aquella noche; a lo que le fue respondido queabriese inm

ediatamente, pues así lo exigían las santas

leyes de la hospitalidad, tan respetadas en aquellostiem

pos. Bajó el soldado a hacer lo que se le mandaba y

volvió a entrar en la sala del festín acompañado del tro-

vador, que en lo encorvado y canoso mostraba estar ya

en el invierno de su vida.—

Enjugad vuestros vestidos al calor de esa chimenea

—dijo el castellano—

, y tomad algún alim

ento si acaso lohabéis m

enester, para cantarnos luego alguna trova delas últim

as que hayáis compuesto, pues supongo habréis

perdido ya hasta la mem

oria de las que compusisteis en

vuestra juventud.

• 11-11L-4-11--A

1-11-41-4/-11-11-41k •

II Ir -11,-,11 -

*-

2,

-.

-9-4

---9-4

1-1

11

-11

1S

~IY

- 1Y-1-11- 11-11-111- .1

-111-11

-1L

-11-1

-1~

1-9

-11-111

- lir-A1-9 IR

lit 1L

11 SIA

L ID

'e

Euge

r-

Pi

rr

ir

M "

W4

4 I 4, 4

, 4 4 4

4, 4,

• 41

Presentaba entonces aquel salón un aspecto verda-deram

ente diabólico. Alrededor de una larga m

esa, cu-bierta aún con los restos del festín y con jarros y vasosde estaño, dorm

ían y roncaban muchos de los soldados

enteramente sum

idos en una profunda embriaguez; y

estaban otros tendidos por el suelo de trecho en trecho,dorm

idos los unos y luchando aún otros con las bascasde la borrachera. U

na lámpara que pendía del techo, ya

medio apagada, alum

braba aquella escena con una luztibia y am

arillenta, a que se unía la de una encina

entera que ardía dentro de la chimenea, y que atascada

en su parte superior por el viento que soplaba con vio-lencia, arrojaba en la estancia sin interrupción, inm

en-sas bocanadas de un hum

o negro y espeso capaz detrastornar la cabeza al m

ismo Satanás.

Sucedió a la entrada del trovador un largo silenciosolo interrum

pido por los ecos de la tempestad y por los

ronquidos de los durmientes; el m

ismo señor del casti-

llo, olvidando la dicha que le aguardaba en los brazos desu prisionera, bebía sin interrupción y se hallaba ya enun estado m

uy cercano al de la embriaguez. C

alentá-base el trovador a la lum

bre de la chimenea, y echaba

de cuando en cuando algunas miradas al soslayo sobre-

la escena que tenía presente con aire torvo y aun miste-

rioso: permanecía em

bozado en su larga capa con tantocuidado que, a haberse hallado m

ás expeditos los enten-dim

ientos de los hombres que le rodeaban, hubiera

podido excitar extrañas sospechas, pues no parecía sinoque ocultaba algo debajo de sus vestidos.

—Ea buen hom

bre —dijo con aquel tono peculiar á los

borrachos el señor del castillo—, cantadnos algo que nos

alegre los ánimos o vive D

ios...El resto de la frase quedó inédito.—

Sí, sí, que cante —m

urmuraron al m

ismo tiem

poalgunas voces vinosas.

Sacó el trovador de debajo de su capa un harpa muy

pequeña que llevaba sobre la espalda a guisa de cartu-chera, y em

pezó a decir del siguiente modo:

33

33

33

33

33

3

33

3 3

•Le

otillii %

Si%

b4go%g*10%

110WW

Iti

Orillas del Bétis, arm

ados guerrerosCubiertos de acero y airoso gabán,En tanto lucían los rayos postrerosDel sol en ocaso, silenciosos van.Cam

ina a su frente un joven lozano,El conde de M

ena, señor catalán:Robusta una lanza relum

bra en su mano

Y oprime los lom

os de un bayo alazán.

II

Un gótico alcázar de un monte en la altura

Lejano entre nubes apenas se ve,Y en parte arruinada su im

nensa estructuraAún m

uestra que un tiempo m

agnífico fue.Sus torres elevan al cielo su frente;Trem

ola en su almena pendón de la Fe:

Con sordo bramido, furioso torrente

Saltando entre peñas circunda su pie.

III

«Al alto castillo que allí se descubre»El conde decía, de M

ena señor,«Lleguem

os soldados, que el cielo se cubre»De nubes espesas y adusto negrror:»M

archemos, soldados.» Ya en esto la esfera

Cubierta se vía de luto y horror,Y cárdenos rayos en rauda carreraDescienden, y suena del trueno el fragor.

Euge

411

IV

La lluvia que espesa desciende y a mares,

Del fúlgido casco derriba el airón:

Bañados en sangre los anchos ijaresSu curso acelera veloz el trotón.«Soldados», repite, «sigam

os la senda»Q

ue lleva al alcázar» el noble infanzón;Y todos le siguen soltando la rienda,La espada en la m

ano y el pecho al arzón.

Apenas llegaron del monte a la falda

Que el viento y la lluvia ya em

pieza a calmar,

Y el sol entre nubes de oro y de gualdaC

on tímido rayo com

ienza a brillar:D

el pino robusto la gota pendienteC

on varios colores se ve rehilar,Y brilla cual brillan del sol en O

rienteAl rayo prim

ero las ondas del mar.

Aquí llegaba de su canto e

l venerable trovador,cuando ya no había uno solo de los presentes que noestuviese profundam

ente dormido, bajo la influencia del

vino y de la monótona voz del am

bulante músico. Iba

este haciendo poco a poco más apagados e im

percepti-bles sus acentos, hasta que habiéndose asegurado deque nadie le oía, cesó del todo en su canto; y entoncesbrilló repentinam

ente en sus ojos todo el fuego de lacólera y de la juventud. A

rrojó su lira al suelo y habién-dose despojado de la capa que le cubría, m

ostró no serni con m

ucho tan entrado en años como antes aparen-

taba; armose de toda su resolución, y cogiendo con

ambas m

anos dos enormes puñales que llevaba a la cin-

tura, empezó a descargar con la rapidez del rayo heri-

das mortales sobre todos los soldados. Los quejidos de

los primeros m

oribundos despertaron a algunos de

ellos, quienes, no vueltos aún enteramente de su pro-

funda borrachera, apenas pudieron hacer uso de susarm

as y ofrecieron una débil resistencia al impetuoso

furor del mancebo. Luego que hubo dado m

uerte atodos los soldados, em

pezó con el señor del cotillo unafuribunda pelea, en que después de haberle heridorepetidas veces, le arrojó al suelo ya desarm

ado y sinaliento: entonces cogió una gruesa correa que llevaba ala cintura con que le ató de pies y de m

anos, dejándoletan incapaz de defenderse com

o si estuviera ya en elseno de la m

uerte. Púsole entonces el joven una rodillaen el pecho, y haciendo brillar sobre sus ojos un agudopuñal, le obligó a que le declarase el sitio en dondehabía encerrado a su herm

osa prisionera. Hízolo así el

caballero; con lo cual A

lfonso, cogiendo un

hachaencendida, se dirigió al sitio indicado, donde halló enefecto a su querida Irene entregada a la m

ás profundadesesperación, y a quien la llegada de su am

ante enaquel m

omento parecía, m

ás bien que una realidad, unincom

prensible sueño de ventura. Sacó el joven entresus brazos a su am

ante hermosa y se dirigió al salón de]

festín, donde yacía aún por tierra el caballero arras-trándose por el suelo, y arrojando espum

a por la bocacon unos bram

idos horribles como los de un toro ahe-

rrojado entre cadenas. Cogiole entre sus brazos e

lrobusto m

ancebo, y arrojole vivo por una de las venta-nas del salón en el torrente que corría al pie del castillo,acrecentado con las abundantes aguas de la

lluvia.Todavía se enseña com

o un objeto de terror la ventanapor donde fue arrojado aquel terrible caballero, cuyasrapiñas y asesinatos, referidos en una noche de inviernopor una vieja decrépita a los jóvenes de aquella com

arcaagrupados alrededor de una hoguera m

edio apagada,habían m

ás de una vez quitado el sueño a muchas de las

ardientes imaginaciones en que abunda la herm

osaAndalucía.

El valeroso joven, que a peligro de su vida había sal-vado con tan buena ventura el honor de su prom

etida

Euge

T-5

4

4 4 4

4 4

4 4

4 4 1

1 11 4

4

4

13

esposa, salió con ella del castillo y dos días después cele-bró sus bodas, a que concurrieron todos los habitantesde tres leguas a la redonda, atraídos por la fam

a deaquel prodigioso suceso. E

staban los recién casados enel colm

o de la alegría; pero ¡cuán pronto debían suce-derla las lágrim

as y la muerte!! A

la caída de la tardese reunió toda la juventud de am

bos sexos en la orilladel torrente, teatro de la gloria del recién casado, paracelebrar con bailes aquella boda; pero en m

edio de loscánticos de júbilo que por todas partes resonaban, seoye un grito terrible que sale del fondo del torrente y unbrazo de inm

ensa longitud se levanta de en medio de las

aguas, y con una mano cubierta de-un guantelete de hie-

rro precipita en las olas a la desdichada Irene... su

amante se arroja detrás de ella la atrae a la orilla...

pero todos sus esfuerzos son inútiles.., una fuerza su-perior a la suya arrastra a su querida en sentido con-trario, y después de profundas agonías desaparecenentram

bos en el seno de las aguas. De aquí venía la opi-

nión general de que el alma de aquel caballero habitaba

todavía las bóvedas del castillo y andaba errante por elfondo del torrente, lo que com

probaban las voces quesuponían oír de cuando en cuando sonoras com

o untrueno en m

edio de las aguas, y una luz misteriosa que

se veía correr a veces en la noche por dentro de las ven-tanas del edificio. Es probable que las tales voces no fue-sen otra cosa m

ás que los bramidos del torrente al

estrellarse en las peñas; y aquella luz misteriosa, la que

en efecto emplearían para alum

brarse algunos viajerosaventureros, o acaso, com

o es más probable, alguna

partida de ladrones que se aprovechaban de esta tradi-ción para vivir allí al abrigo de las persecuciones de lajusticia.

Otros decían que el alm

a que moraba en aquel casti-

llo era la del abad de unos monjes que se habían esta-

blecido en él mucho tiem

po antes de la entrada de losm

oros en nuestra patria, y a quien estos habían inmo-

lado a su furia cuando se apoderaron de todo el país;pero que D

ios había querido, para impedir que los

42

33

33

33

,33

33

33

33

.1»

ba

bb

ilLb

LW

WW

Wilb

eiL

lo

1m

usulmanes m

anchasen con su presencia aquel santoasilo, que el alm

a del abad quedase allí para aterrarlosy probarles adem

ás con este milagro que aunque diesen

muerte a

los cristianos, nunca podrían extinguir enEspaña la

verdadera luz del cristianismo; pues las

almas, que es donde este reside, quedarían en vida en

los sitios que habían antes ocupado los cueros. Refie-

ren además con tono lúgubre las viejas y los m

uchachosde toda aquella com

arca a los curiosos viajeros, un sin-fín de anécdotas y tradiciones antiquísim

as, dirigidastodas a explicar el hecho sobrenatural de la voz y la luz,que será excusado enum

erar, pues son tan verosímiles e

ingeniosas como las dos que hem

os citado, y que aún noha m

uchos años hemos oído contar en una cabaña

inmediata al m

isterioso castillo en que sucedieron.

Euge