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4 IDENTIDAD, HISTORIA Y UTOPÍA Magdalena Chocano Manuel Burga Mark Thurner DIVERSIDAD CULTURAL SERIE

4 Identidad Historia y Utopía PDF

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La cultura, su diversidad, el modo en que la gente vive, trabaja,se relaciona, ama, sueña y crea son, conforme pasan los años,reconocidos en el mundo entero como pilares del desarrollohumano. Ya no es posible trazar una línea única de progreso, nisostener una idea de civilización que no valore los aportes depueblos o coloque al margen tradiciones, saberes y memoriascomplejas. En plena era de la globalización, las diferenciasculturales se muestran en todo su potencial, enriqueciendonuestras sociedades, sus intercambios y los proyectos de futuroque estas albergan.El Perú ha tenido una convivencia tensa con su diversidad.La ha negado por largo tiempo, generando situaciones deexclusión que nos cuesta superar. Sin embargo, en los últimosaños un conjunto de medidas importantes buscan superar estasdebilidades. Se combate el racismo, se promueve el enfoque interculturalen la gestión, se revaloran las lenguas, se protegen losderechos colectivos, se visibiliza lo que antes fue poco valorado.El Ministerio de Cultura se ubica, desde hace pocos años de sureciente creación, como un actor con responsabilidades clarasy promotor de una gestión pública a la altura de estos desafíos.En este marco es que presentamos la serie “DiversidadCultural”, que tiene la pretensión del largo aliento. Esta quieredar continuidad a tradiciones editoriales estatales que en suPresentación7momento animaron tanto el espacio académico como el político,como las que en su momento impulsó la Casa de la Culturay el Instituto Nacional de Cultura.La idea es hacer más denso el espacio para la reflexión,pues siendo tan grande los desafíos, es el debate lo que puedegenerar aproximaciones a los problemas más afinados, agudosy rigurosos. La gestión pública, sobre todo en el campo socialy cultural, no es un ejercicio solo técnico; requiere sostenerseen una red de intercambios y argumentos cada vez más sólidos,nunca fijos o finales y siempre atentos a la renovación a nuevasmiradas y enfoques.Por ello esta serie. Buscamos que a partir del rescate debreves piezas, fundamentales en la discusión de nuestra historiareciente; así como de materiales más actuales pero agudosy novedosos, estudiantes, funcionarios e intelectuales cuentencon un incentivo para el ejercicio de una ciudadanía reflexivay crítica. Aproximar lo público y lo académico no es una tareaaccesoria, sino una necesidad para fortalecer la gestión pública,y por esta vía, garantizar derechos y enriquecer y profundizarnuestra democracia.Patricia Balbuena PalaciosViceministra de Interculturalidad

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  • 4IDENTIDAD, HISTORIAY UTOPA

    Magdalena ChocanoManuel BurgaMark Thurner

    DIVERSIDAD CULTURALSERIE

  • 4IDENTIDAD, HISTORIAY UTOPA

    Magdalena Chocano

    Manuel Burga

    Mark Thurner

    DIVERSIDAD CULTURALSERIE

  • Ministerio de Cultura Viceministerio de InterculturalidadAv. Javier Prado Este 2465 - San Borja, Lima 41, Perwww.cultura.gob.peCentral Telefnica: (511) 618 9393

    IDENTIDAD, HISTORIA Y UTOPASerie diversidad cultural 4

    Editores de la serie: Pablo Sandoval y Jos Carlos Agero

    Primera edicin: octubre de 2014

    Tiraje: 1 000 ejemplares

    Diseo y diagramacin: Estacin La Cultura

    [email protected]

    Cuidado de la edicin: Lucero Reymundo

    Hecho el Depsito Legal en la Biblioteca Nacional del Per N. 2014-19383

    ISBN: 978-612-46863-4-4

    Se permite la reproduccin de esta obra siempre y cuando se cite la fuente.

    Impreso en los talleres de Grafikapress E. I. R. L., ubicado en calle Lechugal 365, Cusco.

    Ministerio de Cultura / Direccin Desconcentrada de Cultura de CuscoSubdireccin de InterculturalidadFondo EditorialAvenida de la Cultura N. 238 - Wanchaq, Cuscowww.drc-cusco.gob.pe Central telefnica: (051) 084 58 2030

  • ndice

    PresentacinIntroduccin

    Ucrona y frustracin en la conciencia histrica peruana

    Magdalena Chocano

    Para qu aprender historia en el Per: explicaciones finales

    Manuel Burga

    El fin de la historia peruana del PerMark Thurner

    Fuente de los artculosSobre los autores

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  • 6La cultura, su diversidad, el modo en que la gente vive, trabaja, se relaciona, ama, suea y crea son, conforme pasan los aos, reconocidos en el mundo entero como pilares del desarrollo humano. Ya no es posible trazar una lnea nica de progreso, ni sostener una idea de civilizacin que no valore los aportes de pueblos o coloque al margen tradiciones, saberes y memorias complejas. En plena era de la globalizacin, las diferencias culturales se muestran en todo su potencial, enriqueciendo nuestras sociedades, sus intercambios y los proyectos de futuro que estas albergan.

    El Per ha tenido una convivencia tensa con su diversi-dad. La ha negado por largo tiempo, generando situaciones de exclusin que nos cuesta superar. Sin embargo, en los ltimos aos un conjunto de medidas importantes buscan superar estas debilidades. Se combate el racismo, se promueve el enfoque in-tercultural en la gestin, se revaloran las lenguas, se protegen los derechos colectivos, se visibiliza lo que antes fue poco valorado. El Ministerio de Cultura se ubica, desde hace pocos aos de su reciente creacin, como un actor con responsabilidades claras y promotor de una gestin pblica a la altura de estos desafos.

    En este marco es que presentamos la serie Diversidad Cultural, que tiene la pretensin del largo aliento. Esta quiere dar continuidad a tradiciones editoriales estatales que en su

    Presentacin

  • 7momento animaron tanto el espacio acadmico como el polti-co, como las que en su momento impuls la Casa de la Cultura y el Instituto Nacional de Cultura.

    La idea es hacer ms denso el espacio para la reflexin, pues siendo tan grande los desafos, es el debate lo que puede generar aproximaciones a los problemas ms afinados, agudos y rigurosos. La gestin pblica, sobre todo en el campo social y cultural, no es un ejercicio solo tcnico; requiere sostenerse en una red de intercambios y argumentos cada vez ms slidos, nunca fijos o finales y siempre atentos a la renovacin a nuevas miradas y enfoques.

    Por ello esta serie. Buscamos que a partir del rescate de breves piezas, fundamentales en la discusin de nuestra histo-ria reciente; as como de materiales ms actuales pero agudos y novedosos, estudiantes, funcionarios e intelectuales cuenten con un incentivo para el ejercicio de una ciudadana reflexiva y crtica. Aproximar lo pblico y lo acadmico no es una tarea accesoria, sino una necesidad para fortalecer la gestin pblica, y por esta va, garantizar derechos y enriquecer y profundizar nuestra democracia.

    Patricia Balbuena PalaciosViceministra de Interculturalidad

  • 8Introduccin

    El Per proyecto, el Per realidad. Una identidad que se va forjando silenciosamente desde siglos atrs o es una imposibi-lidad porque nuestro ser consiste justamente en ser una eterna promesa? O sobre todo, un fracaso, una sucesin dramtica de oportunidades perdidas, de vacos de poder, de incapacidad de nuestras lites para ponerse al hombro su rol como avanzada de nuestros planes modernos.

    Estos textos reflexionan sobre el pas y su identidad, se preguntan sobre la nacin, sobre los proyectos polticos que la han construido como si fuera una necesidad. Pero lo que los hace duraderamente agudos, es su mirada sobre los que cons-truyen nuestras ideas sobre la historia. Hay una crtica rigurosa sobre los historiadores republicanos, sobre los intelectuales, los cientficos sociales. Las imgenes del pas que nos han puesto ante nuestros ojos, corazones y mentes deben mucho a la plu-ma de estos constructores de discursos, insatisfechos, incapaces de aceptar como real la sociedad que los albergaba.

    Chocano, Burga y Thurner son plenamente conscientes de lo complejo que es la conformacin de las identidades nacio-nales modernas, conocen bien la lnea de reflexin que anima-ron entre otros Eric Hobsbawm o Benedict Anderson, no van con un recetario a buscar los elementos constitutivos de una comunidad: tradicin, lengua, territorio, religiones, costumbres.

  • 9Lejos de cualquier ingenuidad, saben que todos estos elemen-tos cambian, se renuevan, se inventan y desaparecen en un pro-ceso social que es sobre todo incertidumbre.

    Nos ayudan a observar que cuando nuestros pensadores (y todos se detienen en la poderosa figura de Basadre y sin duda aluden a Flores-Galindo) han escrito el pas, lo han pensado como un final, como un destino. Un pas autorevelndose, ya sea a travs de su negacin constante como proyecto de lo que pudo ser, o como fruto de herencias milenarias, o como res-puesta al caos y la violencia. Un destino que de alguna manera se cumple o debera cumplirse en algn momento.

    Debemos seguir preguntndonos, a puertas del bicente-nario, si somos una nacin? Si somos solo patria sin Esta-do nacional? Las ausencias que notamos cuando comparamos nuestro pas con cualquier otro real o imaginario no son los fantasmas en la mente de los que administran nuestros recuer-dos pblicos?

    Hay un pas que lejos de las fatalidades de nuestros escri-tores, existe y revela actores a los que antes costaba tomarlos en cuenta: campesinos, indgenas, afrodescendientes. Hay toda una plebe abigarrada, desarticulando los antiguos relatos. Nues-tros autores nos ayudan a mirar estos protagonismos y evitar el hechizo del desaliento o de su contraparte: el inacabable Per que lucha consigo para ser lo que se supone, debe.

    * * *

    Con la publicacin de este debate, inauguramos la serie Diversi-dad Cultural del Viceministerio de Interculturalidad del Minis-terio de Cultura. Estas publicaciones buscan provocar reflexio-nes sobre los cambios culturales ocurridos en el Per a lo largo de su historia colonial y republicana. Busca poner a disposicin

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    de la ciudadana textos clsicos y contemporneos sobre estos temas, dirigidos con especial nfasis a estudiantes universitarios, docentes de escuela, investigadores sociales y funcionarios.

    Esta serie albergar miradas diferentes sobre la diversidad cultural. Se publicarn este ao ocho libros, en un formato de bolsillo y de distribucin gratuita. Cada ttulo de la coleccin constar de dos o tres ensayos que dialogan entre s, relaciona-dos por el tratamiento de un tema, y escritos en su momento por distintos autores, peruanos o peruanistas. Los autores o sus herederos han prestado generosamente su consentimiento para un esfuerzo editorial que tiene como fin el bien pblico. A ellos un profundo agradecimiento.

    Estamos seguros de que estos cuadernos generarn puen-tes necesarios entre la academia y el quehacer pblico en el pas. Es su pretensin final conectar la diversidad cultural con nuestras realidades y la vida de la gente, siempre compleja, rica y llena de promesas de ciudadana.

    Pablo SandovalJos Carlos Agero

    Lima, diciembre de 2014

  • Ucrona y frustracin en la conciencia histrica peruana

    Magdalena Chocano

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    Y es ilusorio el temor de que la conciencia de lo pasado quite nimo para lo nuevo, porque cuanto ms enrgica-mente se conoce un pasado, tanto ms enrgico se levanta el mpetu de ir ms all progresando. El conocimiento es vida, y la vida es invocacin a la vida.

    Benedetto Croce. Historiografa y Poltica

    Las sugerencias, preguntas, evocaciones surgidas en la aparen-te casualidad de algunas conversaciones, han sido importantes motivos para escribir este ensayo. A travs de esas ocasiones me ha sido dado entender que la historia no es, no debera ser, una arenga ni un soliloquio, sino el esfuerzo por un dilogo que sin implicar la uniformidad de pareceres, entrae el mutuo reconocimiento.

    Esta aproximacin no es un estado de la cuestin, ni un balance de la historiografa peruana. Es una exploracin per-sonal de la que doy cuenta sin considerarla concluida. Aunque pienso que todos los historiadores han expresado a travs de sus trabajos la forma en que viven y perciben la historia del pas, este comentario se ha detenido en aquellos que, a mi jui-cio, han tratado de hacer de esto una experiencia total. Pero aqu queramos que el lector entienda la palabra total en un sentido descriptivo y la sustraiga en lo posible de las excesivas atribuciones que instil en ella la Escuela de los Annales.

    Historia: ser o no ser?

    La actitud de los historiadores ante la historia no es una cues-tin resuelta desde el momento en que deciden escribir,

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    pensar, estudiar la historia. Sometida como est, al transcurrir histrico y a la peripecia personal, esa actitud se forma en la sucesin y simultaneidad de entusiasmos y desencantos he-redados y creados. La aspiracin de construir una visin que, frente al devenir, se levante como una imagen lmpidamente consciente, permitiendo una contemplacin serena que nos comunique consoladoramente con el sufrimiento que emana de ese mismo devenir, aparece repetidas veces entre los histo-riadores. Del acontecer brota tambin la sensacin de la histo-ria como trfago de brbara monotona: una pesadilla de la que habra que despertar1, y que el conocimiento solo contribuira a tornar ms terrible. Sin embargo, la angustia ante el devenir entraa igualmente la posibilidad de convocar esfuerzos para transformar la historia pensada en poder sobre la historia vi-viente. Las actitudes descritas son estados de nimo a la vez que posturas ante la historia: formas de historiografa. La vivencia y la poca se unifican en el discurso de los historiadores identifi-cando sentimientos con temas, realidades con sentimientos: la historia no llega a nosotros de afuera sino que vive en nuestro interior2. El pensamiento histrico es, entonces, en sus expre-siones ms acabadas, una forma de autoexploracin, un camino casi mayutico para alumbrar la verdad desde nuestro interior. Bajo esta luz, la tradicional particin: pasado, presente, futuro, es apenas un recurso, un momento que nos apoya provisional-mente en el trmulo continuum del devenir histrico.

    Quienes tratan de pensar la historia se hallan por ello en una situacin mgica. Por su parte, sienten que a travs de categoras y conceptos pueden desentraar la complejidad de la realidad histrica e, inclusive prever su desenvolvimiento. De all proviene el toque de omnipotencia que asoma una que otra

    1 Parafraseo la expresin de Stephen Dedalus, personaje de la novela Ulises de James Joyce.2 Vase: Croce (1960), p. 12.

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    vez en los mensajes que se dan a manera de profecas funda-das en la experiencia histrica. Pero, por otra parte, como la historia est en todos nosotros y, por ende, tambin en quien se esfuerza en pensarla, el proceso de su conocimiento resul-ta bastante evasivo, confuso, intrincado, porque la aventura de comprender lo que somos (no es otra cosa que la historia) no permite la plcida distancia entre lo que se ha dado en llamar objeto (lo que se conoce) y el sujeto (quien conoce). De manera que la situacin de los que indagan en la historia guar-dan semejanza con la del cartomntico que deseando conocer su destino se leyese las cartas a s mismo, experimentando en ese acto la tensin entre su conocimiento de los smbolos y figuras de la baraja, y la inevitable ansiedad por la propia suerte.

    Percibir el contorno de las argumentaciones, el desarrollo de las ideas, la articulacin del discurso, la repeticin de ciertos temas es una va abierta para calar la naturaleza y peculiari-dad de las preocupaciones de una historiografa, para entender sus valores, su concepto del mundo. Desde esta perspectiva me ha sido posible distinguir un rasgo crucial del pensamiento his-trico peruano: su profundo descontento con lo acontecido. La inconformidad surgida al lanzar una mirada a la historia del pas, lleva a proyectar hacia el pasado el examen de las posibi-lidades factuales. La gravedad con que la historiografa perua-na explcita o implcitamente ha asumido considerar lo que hubiera sido si, ha configurado una sutil retrica de la ucrona. Ucrona significa pensar la historia como pudo haber sido y no fue3. Es un esfuerzo paradjico por transformar en el pasado los hechos que consideran causas de la actual infe-licidad. En el proceso de la historiografa peruana, la retrica de la ucrona ha ido derivando en formas que tienden a con-templar el curso de la historia peruana como producto de de-terminadas ausencias antes que como dialcticas de efectivas

    3 Ib., p. 20.

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    existencias. De modo que el discurso histrico que aparece signado por un repaso amargo de las oportunidades perdidas, de la frustracin histrica. Me gustara que al seguir las races de esta actitud, asentadas en el no-ser, no-poder, como esencia de nuestra historia, fuese posible comenzar a alejarnos de ella, instalando, en cambio, la posibilidad de un discurso histrico, como expresin autntica y crtica de lo que, en efecto, somos.

    Aunque puede proponerse el examen de las posibilidades no realizadas como un medio para llegar a una visin completa de las fuerzas en accin en un momento determinado4, entre los historiadores peruanos este no es un mero recurso meto-dolgico. Por el contrario, el nfasis contrafactual ha dado un carcter negativo a la posibilidad realizada y no ha permitido arribar a su explicacin. Es as que son las posibilidades no rea-lizadas las portadoras de un significado positivo. Esta valoracin se ha llegado a conformar sistemticamente en un tcito con-cepto de la frustracin como ncleo de nuestra vida histrica. Alrededor de este concepto se ha desarrollado en los ltimos tiempos una compleja trabazn entre ucrona y profeca que buscaremos explotar.

    La rebelin contra lo irreparable

    Gonzlez Prada expres depuradamente el espritu crtico na-cido despus de la guerra con Chile. La derrota era el desenlace en que se plasmaba la continua acumulacin de la injusticia en el pas. La derrota era el resultado de su juicio, una sentencia por culpa.

    En la guerra con Chile no solo derramamos la sangre, ex-hibimos la lepra. Se disculpa el encalle de una fragata con

    4 Vase: Trevor-Roger (1980), pp. 12-13.

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    tripulacin novel y capitn atolondrado, se perdona la de-rrota de un ejrcito indisciplinado con jefes ineptos o co-bardes, se concibe el amilanamiento de un pueblo por los continuos descalabros en mar y tierra; pero no se disculpa, no se perdona ni concibe la reversin del orden moral, el completo desbarajuste de la vida pblica, la danza macabra de polichinelas con disfraz de Alejandros y Csares5.

    La consecuencia, la nica forma vlida de superar la de-rrota, era romper con el orden de cosas, negarle continuidad histrica. La idea de culpa esgrimida por Gonzlez Prada con-jugaba el sealamiento moral con el cuestionamiento polti-co. Era la clase dominante, la plutocracia, la que soportaba la mayor responsabilidad en los hechos que condujeron al pas a la derrota. Y esta responsabilidad se cifraba no en lo que haba dejado de hacer, sino en su comportamiento efectivo. Por eso, la acusacin levantada por Gonzlez Prada acataba directamente la trama de la dominacin social existente en el Per, e impulsaba la constitucin de una vida poltica distinta, con la participacin de grupos marginados tradicionalmente de la esfera oficial. Co-locar a Gonzlez Prada en la apertura de un escrito dedicado al pensamiento histrico puede parecer arbitrario, pero como veremos enseguida, sus incisivas aseveraciones tuvieron mucho que ver, por oposicin, con los planteamientos de Jos de la Riva-Agero, el historiador. Este consider que muchas de las crticas de Gonzlez Prada eran acertadas y necesarias; mas fiel a su clase, no estim que la ampliacin de la vida poltica conlle-vase una renovacin importante. Por el contrario, Riva-Agero sostuvo que la poltica peruana tena y seguira teniendo una naturaleza nocivamente prebendalista, lo que sumado a la agita-cin radical solo podra engendrar caos y el empeoramiento de la gestin estatal. El historiador pensaba que el carcter de la

    5 Vase: Gonzlez Prada (1958), p. 12.

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    poltica no poda cambiar; y para evitar en lo posible sus conse-cuencias negativas, solo caba restringirla, aminorarla, desactivar-la en suma6. Adems, reaccion enrgicamente en contra de la nocin de culpa que haba planteado Gonzlez Prada.

    Gonzlez Prada y sus discpulos todo lo exageran, lo vio-lentan y sacan de quicio. Cuantos han figurado en po-ltica son unos malvados; cuantas instituciones gozan de poder y de prestigio son mquinas oxidadas e intiles, o focos de infeccin moral. El Per es para ellos un pre-sidio suelto(). Creen, segn parece, que los vicios son algo peculiar al Per, y no fruto necesario de la sociedad humana ()7.

    Como intelectual orgnico de su clase, Riva-Agero ha-ba intuido agudamente lo crucial que era negar que hubiese una culpa especfica, peculiar, en la forma de dominacin del pas; era tambin vital escindir as el contenido poltico activo que se entreteja al cuestionamiento moral. La clase dominante no deba ser, bajo ningn concepto, el chivo expiatorio ofre-cido para lavar los rastros de la culpa. Y Riva-Agero otorgar a la historia el oficio de regeneracin moral de la vida del pas, que Gonzlez Prada, y luego sus discpulos, atribuiran siempre a una poltica renovada y contestataria.

    Para evitar los peligros que la nocin de culpa implica-ba, Riva-Agero forj una explicacin de la historia peruana

    6 Vase: Riva-Agero (1962), pp. 243-244. Riva-Agero consideraba que el escaso desarrollo econmico del pas propiciaba una actividad poltica dirigi-da a obtener medios de vida en puestos pblicos. La idea de una ampliacin de la actividad poltica le haca temer la exacerbacin de una pugna por el reparto de los recursos pblicos. Por otra parte, consideraba que la formacin de partidos se sobreimpondra, sin cambiarla, a una estructura caracterizada por el clientelaje y las lealtades caudillescas. 7 Ib., p. 244.

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    con base en la idea de las posibilidades desperdiciadas, de las felices oportunidades desaprovechadas8. Pero a travs de este recurso, se instauraba la sensacin de lo inacabado, de lo no-cumplido en el ncleo mismo del pensamiento histrico:

    En el Per, el grupo liberal de Maritegui, Snchez Ca-rrin y Luna Pizarro, y la ambicin de Bolvar, que de-seaba para s la autocracia hicieron fracasar los prudentes proyectos monrquicos de San Martn. Se perdi aquella coyuntura, quiz la nica para establecer con provecho la monarqua; y el Per se ha reducido, por el desconcierto de su vida republicana, al punto que hoy vemos. Por-que una vez constituida la Repblica, no tuvimos aqu (como la obtuvo Chile) la ventaja de poseer una clase superior prestigiosa e influyente, que fuera firme seguro de estabilidad del gobierno y de la paz de la nacin9.

    Quedaba, entonces, anulada la responsabilidad histri-ca-moral de un determinado comportamiento, para convertir-se sencillamente en una reaccin a destiempo, predeterminada adems por el fracaso de un proyecto monrquico al inicio de la repblica10. Riva-Agero estableci pues este fantasma de clase dominante que termin teniendo ms importancia en el anlisis histrico que la clase dominante concreta. Esto se ex-pres en proposiciones segn las cuales habran sido sus no-cua-lidades las causantes de nuestras desventuras republicanas. Este recurso que criticaba a las clases dominantes por sus caren-cias, fue una respuesta eficaz al cuestionamiento que Gonzlez

    8 Vase: Riva-Agero (1965), pp. 508-509. 9 Vase: Riva-Agero (1962), p. 119.10 La idea de predeterminacin histrica no es patrimonio exclusivo de una visin conservadora. En una corriente totalmente opuesta, por ejemplo Lukcs (1976) en donde se considera el fracaso de la revuelta campesina de 1525 como el factor que decidi todo el destino de la historia alemana.

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    Prada haba hecho del carcter de la dominacin en el Per y fue constantemente recreado por los siguientes historiadores.

    Las posibilidades del pasado

    Jorge Basadre proseguir el rumbo trazado por Riva-Agero, en-riqueciendo la visin original con nuevos elementos y matices.

    () los vacos, antecedente lejano del desastre, no se de-bieron a una radical inferioridad ni a las maquinaciones de tales o cuales malvados de melodrama, como se sostu-vo amargamente en el atolondramiento de la catstrofe. La verdad, seguramente es ms sencilla. La historia del Per en el siglo xix es una historia de oportunidades perdidas, de posibilidades no aprovechadas11.

    El nfasis es del mismo Basadre y destaca claramente el punto de encuentro y continuidad entre sus ideas y las de Ri-va-Agero12. Los vacos, antecedente lejano del desastre, son dos: 1) el no surgimiento de un gran caudillo militar perua-no, 2) la no participacin de la nobleza como grupo orgnico en la repblica13. Nuevamente, y con algunas modificaciones, opera el razonamiento de la explicacin histrica por los ele-mentos ausentes: as Basadre introduce la no-presencia de un gran caudillo militar como antecedente del desastre. Esta

    11 Vase: Basadre (1947), pp. 139-140.12 Un aspecto que diferencia a Basadre de Riva-Agero es la concepcin del papel del Estado en la formacin nacional. Basadre consideraba que el Estado era una realidad ininterrumpida y antiqusima que tena un peso fundamental en la demostracin de que el Per fuese una nacin (Cfr. Basadre y Macera 1974, pp. 145-147).13 Vase: Basadre (1958), p. 43.

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    eleccin no era en modo alguno inevitable, ya que Basadre podra muy bien explicarnos las caractersticas del Per repu-blicano por los caudillos que efectivamente existieron y no por aquel que justamente no existi. En Basadre se har ms evi-dente que el Per no es considerado consecuentemente como un territorio histrico de contenido propio14, ya que el re-cuento de sus deficiencias y carencias tendrn como referente implcito o explcito a sociedades ms desarrolladas.

    Basadre, al estudiar lo que convirti al Per en el siglo xix como el siglo ms desventurado de su maravillosa historia15, lleg a examinar el ciclo rebelde de finales de la colonia. A esa etapa proyect sus ideales y esperanzas:

    Pese a la buena fe, a la sinceridad y a la nobleza de Tpac Amaru, su sublevacin fue no solo contra los espaoles, sino contra los mestizos y los criollos, un levantamiento del campo contra la ciudad. Detrs de Tpac Amaru, ge-neroso e ilustrado, apareci Tpac Catari, violento y semia-nalfabeto16.

    Estas frases ms que informarnos sobre la naturaleza de estas rebeliones, hacen evidente la reticencia de Basadre ante la idea de una accin indgena autnoma. En ese sentido, re-presenta bien la contraposicin barbarie/civilizacin elaborada por la ideologa criolla para procesar su convivencia con los indios. Por ello, ver en la fracasada rebelin de Pumacahua la prdida de un proyecto nacional mestizo:

    14 Lo cual no obsta el uso de ciertas idealizaciones como cuando se refiere a la promesa o el destino del Per. 15 Vase: Basadre (1939), tomo I, p. 33. Esta frase se repite en la edicin de 1983 de esta obra, tomo I, p. 63.16 Vase: Basadre (1947b), p. 113.

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    Este indio, cacique y brigadier, encarna el indigenismo que, lejos de erguirse contra la cultura occidental, la pro-cura asimilar, el indigenismo que convive con el mestiza-je y con el criollismo.() Pero Pumacahua es vencido. Con l se pierde la posibilidad de un Per independiente, con directivos indgenas y mestizos17.

    Cuarenta aos despus, aunque consideraba haber reeva-luado el papel de las sublevaciones indgenas, su anlisis de este episodio no se modific18. Basadre ampli la configuracin de los incumplimientos histricos incluyendo en estos los proce-sos que no habran ocurrido de tal manera que condujeran a la conformacin de una sociedad asimilable al modelo occi-dental clsico. Al orientar su anlisis a la definicin precisa de las ucronas de la historia peruana, Basadre recort la consis-tencia de un enfoque dirigido a la aprehensin de la lgica de los procesos histricos realmente ocurridos19. Pienso que esto tambin se refleja en las limitaciones de su percepcin poltica. Mientras Riva-Agero consideraba, sin ambages, que el desti-no del pas requera de una verdadera clase superior, Basadre prefera imaginar una lite ideal ilustrada, la cual no debera ser ni una oligarqua ni un grupo profesional, antes bien, debera unirla la voluntad de encaminar al Per hacia el cumplimien-to de su promesa20. Casi podra comentarse, al comprobar el

    17 Ib., pp.113-114.18 Vase: Basadre (1973), p. 146.19 Aunque Basadre pensaba que () El acontecer histrico se expresa n-tegramente en cada poca, y cuando surgen otras pocas se expresa en cada una de ellas tambin en su integridad. No hay, en ninguna de ellas, en s, una existencia mutilada o incompleta (1958: 53), en su obra no se dej constan-cia de ese planteamiento.20 Vase: Basadre (1958), p. 46. Al respecto resulta interesante la siguiente observacin de Mannarelli: () hay en Basadre una intencin tcita de hacer reflexionar a los grupos dominantes acerca de los errores del pasado,

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    contraste entre ambos historiadores, que Riva-Agero expre-saba una postura ms decididamente poltica que la de Basadre.

    A mediados de la dcada del 40, en una coyuntura espe-cialmente azarosa que atravesaba el pas, Basadre respald al Frente Democrtico Nacional, presidido por Bustamante y Ri-vero. Vea en este grupo la posibilidad de una estabilidad polti-ca y democrtica21. As el historiador esperaba que:

    () el futuro inmediato del pas est en manos no de la dictadura proletaria ni de la baja clase media, ni de la oli-garqua, sino que ingrese a un derrotero progresista bajo una administracin con fuertes bases populares, al servicio del pueblo por la Patria y que rena el triple requisito de la tcnica, de la moralidad y de la capacidad para planificar con lucidez y coherencia y ejecutar con decisin ()22.

    Es interesante observar las palabras usadas por Basadre: solo se refiere directamente a la oligarqua; al APRA y a los comunistas los denomina la baja clase media y la dictadu-ra proletariarespectivamente. Enseguida descarta a estas tres fuerzas como alternativas valederas para proponer una suerte

    tendencia que por lo dems lo alejara de gente de su generacin como Haya de la Torre o Maritegui, que no tuvieron ese propsito, Basadre hizo una reflexin alrededor del papel de las minoras: estas y los grandes hombres son indispensables para que la Nacin realice su mensaje, pero estos deben encarnar y representar los problemas y las necesidades colectivas() Hay un doble juego en esta relacin: la minora encarnara los ideales colectivos y, a su vez, moldeara el comportamiento de las mayoras. A Basadre no le preocupa aclarar el origen ni la composicin de esas minoras. Se tratara de hombres que, sencillamente por las caractersticas personales, tuviesen la acti-tud para percibir el pulso y la actitud del espritu colectivo. Definitivamente, no hay una problematizacin sobre el asunto (1982: 19-20).21 Vase: Mannarelli, M. E., op. cit., pp. 85-89, y Portocarrero (1983), p. 97.22 Vase: Basadre (1978), p. 523.

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    de utopa administrativa como solucin para el pas. Ahora bien, por lo general, en los asuntos nacionales las opciones ad-ministrativas son opciones polticas. Implican un problema de poder que solo se define en la confrontacin, en la lucha y la adaptacin de una estrategia determinada a condiciones varia-bles. La formulacin de Basadre evade al problema netamen-te poltico para sustituirlo por la cuestin aparentemente ms concreta de la planificacin, la eficacia administrativa, y temas afines. No puedo decir an si esta tendencia fue compartida por miembros del Frente Democrtico Nacional, pero el caso ilustra bien las dificultades de percepcin poltica por parte de un historiador importante y esforzado.

    Y ello me lleva al retorno de la historiografa con una pregunta: existi una correlacin entre ese discurso histri-co cargado de ucronas, de posibilidades no logradas, y esta formulacin poltica que soslaya justamente las fuerzas pol-ticas reales y no parte de ellas para colocarse en la coyuntura? Pienso que en ambas actitudes hay un nivel de desencuentro con lo real pasado o presente que perturba la posibilidad de un conocimiento, como si el Per y su historia fuesen objetos tan difciles y amenazantes que se hiciese necesario emprender un rodeo de definiciones negativas, construir una distancia antes que buscar el punto de contacto ms preciso23. A diferencia de Riva-Agero, que buscaba preservar el dominio oligrquico ideolgica y socialmente, Basadre aspir a la reforma ms o menos profunda de nuestra sociedad, pero su visin histrica tuvo una imprecisa coherencia con esa aspiracin24.

    23 Tomando en cuenta esto puede entenderse la preocupacin de Basadre por asimilar la teora de A. Weber sobre la inteligencia socialmente des-vinculada y la de Karl Mannheim sobre la mediacin dinmica. Vase: Basadre (1965), pp. 1-11.24 Para realizar la revisin de la obra de Basadre aqu planteada fue una experiencia indispensable la lectura de la misma que llevamos a cabo con M. Giesecke, M. E. Mannarelli y P. Remy en 1981 en el marco del Centro de

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    Peligro y paradoja de la nostalgia

    En la dcada del 60, el esfuerzo por construir una visin que entregase a un pueblo mltiple y en conflicto la perspectiva de su experiencia histrica, no fue asumido solo por historiado-res, sino tambin por socilogos y antroplogos. La moderna historia que imaginaban extraa del marxismo la contundencia terica necesaria para derribar los mitos de la historia oficial, sacando a la luz su carcter reaccionario y la precariedad de sus fundamentos fcticos.

    Estos historiadores descubrieron con amargura y escn-dalo que el pas en que haban crecido no era una nacin. La inexistencia de una clase dominante verdaderamente dirigen-te, la presencia de un Estado dbil e incapaz, la ausencia de un mercado interno, la dominacin imperialista eran los factores que se haban confabulado para hacer del Per la no-nacin que era. Entre estos, fue el problema de la clase dominante el que adquiri la mayor relevancia dentro de las preocupa-ciones de los modernos historiadores. Y, desde esa perspectiva, recuperaron la tradicin de la oportunidad perdida, funda-da por Riva-Agero, cultivada y ampliada por Basadre. Es as que al examinar los procesos vividos por la sociedad peruana, hallaron la constante negativa de la clase dominante a conver-tirse en clase dirigente y a conducir el proyecto nacional. Su dominio apareca entonces como un absurdo de la histo-ria: un crculo cuadrado25, cuya desaparicin era necesaria

    Divulgacin de Historia Popular (CEDHIP), dirigido entonces por Alicia Polvarini de Reyes. Las historiadoras mencionadas no comparten necesa-riamente las ideas aqu sustentadas, las que son de mi entera responsabilidad.25 Vase el prlogo de Pablo Macera en el libro de Nelson Manrique, Las Guerrillas Indgenas en la Guerra con Chile, p. XIV. La mejor sntesis de la tesis de esta visin es Clase, Estado y Nacin de J. Cotler (1978), socilogo, en donde se procede a una sistemtica demostracin de la incapacidad de los distintos sectores dominantes (desde la aristocracia colonial hasta los grupos

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    y justificada. En el contexto poltico de entonces, donde las izquierdas debatan las diferentes estrategias de la revolucin socialista, la demostracin histrica de la caducidad y fracaso de la clase dominante enriqueca los fundamentos de las posturas revolucionarias. En la medida en que la solidez de esas alter-nativas se fue disolviendo, ante el paso de nuevas exigencias, la idea del fracaso de la clase dominante dej de ser un impulso y un acicate moral para sustentar los afanes de transformacin de la historia, y se convirti en elemento de una resignada expli-cacin de la impotencia ante el acontecer.

    En los nuevos historiadores circulaba pues una herencia ambigua. Si bien rescataban la crtica de Gonzlez Prada, pro-cesada a travs de los intelectuales de 1920, la idea de culpa que recorre el planteamiento del anarquista, les resultaba inc-moda, inmanejable. Buscaban hacer de la historia una cien-cia y por esa va se aproximaron ms a la tradicin iniciada por Riva-Agero, convirtiendo las oportunidades perdidas en los fracasos o frustraciones de nuestra clase dominante en la ansiada modernizacin del pas. La relacin entre las asevera-ciones histricas y sus supuestos e implicancias ticas no fue una cuestin que les preocupara en forma consciente.

    La progresiva decadencia de la izquierda legal en el marco de la formalidad democrtica que surgi al reformismo militar, influy necesariamente en el tono del moderno discurso his-trico. El Per enfilaba hacia una oscura crisis social y la racio-nalizacin negativa de la historia alcanz as un gran desarrollo. Impecable y sombra, esta frase de Heraclio Bonilla representa bien el giro tomado: La historia de la sociedad peruana es una historia de sucesivas derrotas26. Y los aspectos positivos que an se permiten afirmar se expresaban ms como un deseo de salvacin en medio de una catstrofe inminente que como

    burgueses republicanos). Vase tambin la crtica de Rochabrn (1978). 26 Vase: Mir Quesada (1985), p. 60.

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    comprensin racional y dinmica de la coyuntura: () en la vertiente andina hay una fuente de smbolos que tienen una gran capacidad de convocatoria, una fuerza emocional y tica que es preciso rescatar27. Cabe detenerse en la frase fuente de smbolos: seala bien el giro operado, de la negacin fulmi-nada contra los smbolos oficiales a la inconsciente esperanza en nuevas fuentes de man que socorran a una sociedad abatida por sus sucesivas derrotas.

    Pues, estos historiadores, a la vez que haban extremado el recurso de la negacin histrica, en sus afanes por exponer lo que la historia oficial negaba o silenciaba, haban palpado presencias y voces que cuestionaban la tesitura nostlgica de su propio discurrir y lo precipitaban a una paradoja:

    Numerosos captulos de nuestra historia demuestran que con mayor frecuencia que los ricos resultan ser los pobres quienes luchan por un pas, una nacin o una patria sin preguntarse si existen y aun cuando quiz no existan del todo. Es un nacionalismo sin nacin: como puede haber una religin sin Dios. Supongamos que Dios no existe y que tampoco haya una Nacin peruana. Sin embargo, existen realidades histricas objetivas producidas en fun-cin de ese Dios y esa Nacin. En el peor de los casos el Per sera simplemente una relacin hacia un objeto vaco pero al menos sera una relacin28.

    Parece, entonces, que la concentracin en el objeto va-co ha cedido paso a la preocupacin por la relacin con el

    27 Ib.28 Vase: Macera, op. cit., p. XVI. En general, en la obra de Pablo Macera hay un esfuerzo conscientemente dirigido a compensar las definiciones histricas negativas v.gr., su preocupacin por inculcar el sentido histrico a la arqueo-loga andina, sus reflexiones sobre el arte peruano.

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    mismo. La va abierta por la comprensin de las diversas iden-tidades y tradiciones parecera la posibilidad de una historia tangible, real.

    La historia proftica y la posibilidad crtica

    La historia nunca fue ciertaSolo es verdad y eternidad la vida!

    Martn Adn, La Mano Desasida

    Los ltimos tiempos, con su agitacin y su dureza, han llevado a que muchos volvamos insistentemente los ojos hacia lo trans-currido para hallar en su proceso la racionalidad y la perspectiva del devenir. Los historiadores han superado la nostalgia para mi-rar directamente al pasado sealando all las grandes lneas que nos conduciran a la catstrofe o a la salvacin: el caudillismo, el autoritarismo, el milenarismo, el mesianismo, etc. Y es que entre los historiadores se observa marcada preferencia por las formu-laciones profticas29. Lo interesante de este desarrollo es cmo la historia proftica se ha conectado con el nuevo horizonte poltico signado por la lucha armada por una revolucin:

    29 La historia acadmica (remozada con nuevos mtodos y problemticas) podra considerarse libre de estos dilemas y sorpresas que entraa la reflexin histrica. Sin embargo, cabe precisar que se trata de una libertad conseguida no en base a un dilogo con los problemas de la vida histrica, sino por evasin de los mismos. La conexin entre la historia-vida y la historia-pen-samiento se halla bastante diluida en el caso de la historia acadmica, por ello sus manifestaciones estn menos expuestas, parecen ms slidas, pero a la vez son ms limitadas y convencionales; no llegan a construir un mundo aparte (aunque se crea lo contrario) en donde de modo quiz deforme, pero prstino y hasta irritante una poca determinada, con su error y su ceguera, queda plasmada.

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    () pienso que un cientfico social que asume el rol pre-dictivo como una tarea que no solamente es solicitada socialmente y que est en la direccin del desarrollo en su respectiva disciplina, sino que la asume porque hay motivaciones que lo impulsan hacia esta prediccin, en cierta medida podramos decir que est cumpliendo una funcin proftica que puede ser compatibilizada con esta accin proftica y resolutoria que es el hecho resolutorio armado ()30.

    Se nos plantea as una cuestin intrincada. Funcin pro-ftica: profeta, una triada que se perfila y modela para efectuar un uso particular del argumento histrico. Ya no estamos en el mbito de la ciencia social, entramos en el terreno de lo sagrado. La profeca nos habla de un destino por encima de la voluntad de las gentes y al que estas se someten consciente o inconscientemente. Una accin fundamentada profticamente tiene una contundencia quiz superior a aquella que se basa en la crtica, en la argumentacin racional, ya que no hay duda ni error imaginables y la cuestin de la responsabilidad propia-mente histrica; es decir humana, queda bastante aligerada por referencia al designio suprahistrico. As, es legtimo preguntar-se sobre la significacin de un pensamiento histrico compro-metido en estos trminos con la funcin proftica.

    Un hecho que debera tomarse en cuenta es que los histo-riadores, luego de desarrollar un discurso alrededor de los va-cos de la historia peruana, han pasado a una explicacin his-trica que recurre a las tradiciones, herencias e identidades. Este trnsito no se ha examinado mayormente ni se ha reflexionado sobre el importante cambio que supone en la relacin suje-to-objeto histricos. Uno de los aspectos ms importantes de este cambio radica en que hace posible hablar directamente

    30 Vase: Salcedo (1982).

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    de la historia del pas sin tener que dar un rodeo de formula-ciones negativas. Este proceso no cuaja an plenamente, pero ya sus escasos logros pueden ser utilizados profticamente. Y hay un detalle crucial en esto: la palabra histrico-proftica no es una aseveracin histrica ms, sujeta a la discusin y a la duda. En tanto la voz proftica es superior a cualquier otra voz, su discurso se funda en principio de autoridad no cuestionable y lo refuerza.

    Nuestra sociedad se encuentra hoy capturada por una gran ansia de salvacin31. La frmula de la historia proftica ofrece a los historiadores un modelo de herosmo intelectual32 de con-creta apariencia frente a la declarada bancarrota de las mane-ras de ser intelectual33. Sin embargo, el descubrimiento de las mltiples voces y tradiciones que han poblado nuestra historia

    31 Es interesante que la discusin en torno a la presente coyuntura se haya expresado en buena parte como la lucha entre fuerzas de la vida y fuerzas de la muerte. Pero esta reduccin no afronta la cuestin de que la exasperacin de un conflicto hasta un nivel de guerra no es producto de un amor por la muerte; como E. Becker ha sealado: () todas las guerras y las luchas revolucionarias son solo un desarrollo de las luchas tribales y de las vendettas, en las que lo bsico es una puesta en escena del balance de la inmortalidad (1977: 187).32 Esta nocin surge de la reflexin de las siguientes ideas: La historia pue-de considerarse una sucesin de ideologas de la inmortalidad, o una mezcla de varias en cualquier poca. Podemos preguntar en relacin con cualquier momento de la historia cules son las formas sociales del herosmo que estn a mano?, vase: Becker, op. cit., p. 250.33 Cfr. Flores Galindo (1987), pp. 101-123. En ese artculo no queda muy cla-ro el modelo de intelectual de acuerdo al cual el autor evala a sus coetneos. Pienso que sera interesante considerar el lugar del prototipo de intelectual orgnico entre las ilusiones que pudieron entusiasmar a esa intelectualidad. Ahora bien, sabemos que en todas partes se desarrollan jerarquas en los gru-pos intelectuales; pero tomando en cuenta las peculiaridades de nuestra so-ciedad, un paradigma como el de intelectual orgnico ha cobrado un cariz personalista jerrquico que antes que contrarrestar los estallidos profticos les ha dado espacio y aliento.

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    relativizan, al menos en principio, la pretensin hegemnica del discurrir histrico-proftico. La lenta labor por una historia reflexiva que frente a este sea hereja perpetua es la que posi-bilita la lectura crtica y alerta de los paradigmas que los diver-sos programas de salvacin entregan. Esta posibilidad es la que coincidira con las tenues corrientes democrticas que asoman en nuestro momento; en realidad, su prosperidad depende de la deseable vigorizacin de las mismas. Pero si vive una exacerba-cin de las frmulas proftico-histricas que a la vez implican una respuesta del statu quo a travs de la reactualizacin de configuraciones heroicas oficiales, y son las recetas purifica-torias que sustentan estas expresiones las que cuentan con el tiempo a su favor, ya que hablan desde los miedos y aspiracio-nes menos conscientes de nuestra sociedad. Es casi aterrador saber esto y es difcil prescribir lo que puede hacerse con ese conocimiento de una manera rpida y eficaz. Cmo es, cmo puede ser la relacin entre la historia-vida y la historia-pensa-miento en estas circunstancias? Por el momento, creo que es importante evitar la sacralizacin de los sujetos u objetos histricos, evitar tambin la formalizacin de un discurso de las tradiciones como infinita justificacin de determinados comportamientos. Una historia crtica, sin profeca ni dogma, solo puede instalarse en la ruptura de las separaciones objeto/sujeto, individuo/sociedad, pblico/privado. Es probable que los descubrimientos que a travs de ese mtodo se logren no sean precisamente catrticos en el sentido pensando por Croce pero son cruciales para imaginar alguna otra ruta me-nos falaz y destructiva hacia la inmortalidad.

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    Trevor-Roger, H. R (1980). History and Imagination. Oxford: Cla-rendon Press.

  • Para qu aprender historia en el Per: explicaciones finales

    Manuel Burga

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    En un mundo cada vez ms conservador, ser marxista pa-rece un anacronismo, un rezago de otros tiempos. Al mar-xismo, sin embargo, le hace bien nadar contra la corriente.

    Alberto Flores-Galindo, Buscando un Inca

    Los discursos histricos en el Per

    Eric J. Hobsbawm, ltimamente muy interesado en discutir la historia y el significado de la nacin y de los nacionalismos, suele decir que la conciencia nacional de alguna manera se elabora desde la historia de una nacin, su memoria colectiva, y puesto que los historiadores son sus constructores de oficio, estos lgicamente estn directamente implicados en los procesos de construccin de las naciones modernas. Entonces, sin duda alguna, al analizar las historias que tenemos y que escribimos podemos acercarnos a los problemas relacionados a la emergencia, desarrollo y madurez de la conciencia nacional en el Per. Esta conciencia, como ha sucedido en casi todas partes, ha sido ampliamente influenciada y aun manipulada por los grupos dominantes a travs del uso y abuso de la historia o de la elaboracin de discursos histricos dirigidos a legalizarlos o legitimarlos como tales. Entre estos discursos, en el Per, del siglo xvi a la actualidad, podemos distinguir los siguientes tipos:

    a) La versin inca de la historia andina, que tuvo lue-go de 1532 en el Inca Garcilaso de la Vega a su ms ilustre

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    representante. Un discurso que, retomando la historia oral y oficial de la nobleza cusquea, presentaba a los incas como los civilizadores de las regiones andinas y los fundadores de una sociedad generosa y sin explotacin.

    b) La versin hispana de la historia virreinal, que tuvo en Francisco de Toledo (1569-1581) y en Pedro Sarmiento de Gamboa (1573), el burcrata y el historigrafo, a sus princi-pales artfices. La intencin de este discurso histrico era le-gitimar y legalizar la sujecin de las sociedades andinas a la monarqua espaola: supuestamente un gobierno civilizador, evangelizador y moralizador de un pueblo brbaro, idlatra y sin moral ni tica.

    c) La versin criolla de la historia nacional, que va desde la Sociedad Amantes del Pas (Mercurio Peruano, fines del xviii) hasta aproximadamente Jos de la Riva-Agero, pasando por Ral Porras Barrenechea, Luis A. Snchez y Jorge Basadre, has-ta llegar a los epgonos tardos de este discurso histrico en la actualidad. Hay que indicar que todos ellos se diferencian por sus orgenes sociales, sus ideas polticas, formacin historiogr-fica y por su mayor o menor apego y compromiso con el Per criollo republicano. Este discurso encuentra numerosos aspec-tos negativos en el sistema colonial hispano, elogia la historia indgena, promueve un Per mestizo y enfatiza la inevitabilidad absoluta de la aplicacin de la cultura, ciencia y tecnologa oc-cidentales en el Per.

    d) La versin indigenista nacional, un discurso histrico que, de alguna manera, retoma muchas ideas garcilasianas dentro de un discurso histrico reivindicativo. La podemos encontrar en las fundamentaciones histricas que acompaan a las deman-das de reconocimiento de nobleza de muchos descendientes de los incas en el periodo colonial. Entre ellos destaca el expedien-te de Melchor Carlos Inca de inicios del siglo xviii y el de Juan de Bustamante Carlos Inca cuando solicita, hacia 1740, que se le adjudique el rico Marquesado de Oropesa, antes de los descen-dientes de Sayri Tpac y en ese ao objeto de las ambiciones de

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    numerosos descendientes de los incas. Este discurso, de elogio abierto a los incas, se construye sobre la base de la lectura del Inca Garcilaso de la Vega, fundamentalmente. Los que constru-yen la versin cientfica de este discurso son Julio C. Tello y Luis E. Valcrcel, que destacan la riqueza, singularidad y gran nivel de todos los desarrollos histricos prehispnicos y denuncian la situacin de explotacin y de marginacin de los descendientes de esas antiguas civilizaciones. Matrices, segn ellos, de nuestra nacionalidad actual. En la actualidad encontramos dos corrientes continuadoras de este discurso histrico. El discurso indianista nacionalista, demaggico, ideologizado, ficticio y oportunista y el discurso histrico antropolgico de la etnohistoria, ms ob-jetivo, cientfico y aparentemente sin intencionalidad poltica.

    e) Una historia nacional crtica, que denuncia el fenmeno colonial, critica el fracaso de la repblica criolla y promueve una nueva lectura de la historia peruana desde las acciones de las so-ciedades andinas: sociedades conquistadas, varias veces derrota-das, pero nunca liquidadas y ahora con mayor visibilidad y lan-zadas a la reconquista de espacios geogrficos, polticos y sociales que antes les eran negados en el pas. Entre los representantes de este discurso, para mencionar solamente tres casos, tenemos a Pablo Macera, Luis G. Lumbreras y Alberto Flores-Galindo. La limitacin mayor de este discurso histrico es la ausencia de un modelo de sociedad nacional donde los otros grupos t-nico-culturales, como los criollos, mestizos y etnias menores, cumplan sus funciones especficas. As, por ejemplo, mientras Luis G. Lumbreras insiste mucho en el valor sistmico de lo andino y casi lo opone a lo occidental, Pablo Macera habla de lo andino como de una fuerza demoledora que producira una suerte de inversin, o Pachacuti, que hara de los dominadores de hoy los dominados o despojados del maana. Flores-Galindo, en un esfuerzo ms sistemtico, trat de elaborar un discurso histrico donde lo andino humana y culturalmente se pre-senta como un mecanismo de continuidad histrica, de lucha anticolonial y de integracin nacional.

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    He preferido hablar de discursos histricos y no de ge-neraciones de historiadores, como lo hicieron Pablo Macera y Alberto Flores-Galindo1. El primero distingue tres genera-ciones entre 1890 y 1935, aproximadamente: la generacin del Novecientos (Riva-Agero, Vctor Andrs Belande, Francisco y Ventura Garca Caldern, Julio Csar Tello); la generacin de la Reforma (Basadre, Porras, Haya de la Torre, Maritegui, J. G. Legua, Luis E. Valcrcel, Luis A. Snchez) y la generacin Clausurada (Lohmann, Estuardo Nez, A. Tauro, A. Tamayo Vargas, E. D. Temple y C. D. Valcrcel). Nos dice que las dos pri-meras generaciones constituyeron dos historicismos de grandes proporciones, por sus obras, la influencia de sus propuestas y por el papel que desempearon en las universidades y los orga-nismos de gobierno. La tercera generacin no goz por sus obras ni por el peso de sus ideas ni por sus funciones pblicas de una importancia semejante.

    Me parece, por otro lado, muy interesante la manera cmo analiza el significado de la antropologa y el poco inters que prestaron estas tres generaciones por esta disciplina. Lo que hace que hombres como J. C. Tello (1880-1947) y Luis E. Val-crcel (1891-1986), promotores de la antropologa en el Per, no encuentren un lugar adecuado en esta nomenclatura ge-neracional. Asimismo, historiadores como Ella D. Temple, muy interesada en las instituciones prehispnicas e hispnicas puede ser muy bien considerada por sus estudios de los aos 40 sobre las noblezas indgenas, huancas e incas en la colonia como iniciadora de la etnohistoria peruana. Por estas razones he preferido hablar de discursos histricos y no de genera-ciones de historiadores. Existen, evidentemente, coincidencias,

    1 Hay dos ensayos de extraordinaria calidad de Pablo Macera (1977), volu-men I: las 76 pginas de sus Explicaciones y La historia en el Per: ciencia e ideologa. Alberto Flores-Galindo, por su parte, estudi inteligentemente estos problemas en dos ensayos: La generacin del 68 (1987a) y La imagen y el espejo: la historiografa peruana (1910-1986) (1988).

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    pero tambin relaciones anmalas entre los miembros de es-tas generaciones y los discursos histricos de sus pocas. El discurso predominante de las dos primeras generaciones fue el criollo nacionalista que, como indica Macera, pretenda () consolidar esa Peruanidad, apagar odios y diferencias; como tarea concreta el arreglo de las fronteras (con Chile, Bo-livia, Ecuador, Colombia) para crear el Per mestizo y cristiano (), (1977: 6-7, t. I). Lo que no significa que, entre ellos, no subsistieran cultivadores del discurso histrico hispnico, otros del indigenista nacional y que Basadre, por ejemplo, anunciara ya el advenimiento del discurso moderno nacionalista, pero an con un recurso muy restringido a la historia andina.

    En la actualidad, el discurso crtico nacional, por razones tcnicas, sociales y polticas, es el ms importante y de consenso ms amplio en el pas. Lo que no significa que los otros discur-sos histricos no tengan sus defensores, cultivadores y propa-gandistas. Todos ellos actan, de manera conflictiva y comple-mentaria, en la definicin de nuestra conciencia histrica. Pero tenemos que enfatizar que los tres ltimos coinciden en dos rasgos esenciales: presentar a nuestra historia como la memoria de un bien perdido y la historia de las ocasiones desperdiciadas2.

    La versin criolla de la historia nacional expresa, a ve-ces sutilmente y otras de manera ms agresiva, su apego a lo occidental como lo civilizador y la solucin final. La versin indigenista nacional, en cambio, bajo su forma actual de la

    2 Basadre (1947), resume de manera precisa este rasgo de nuestra conciencia histrica: () la historia del Per en el siglo xix es una historia de oportu-nidades perdidas, de posibilidades no aprovechadas (). Tomo esta cita del ensayo de Magdalena (1987), donde, sin citar el libro de Charles Renouvier, Ucrona, aborda acertadamente este tema, pero enfatizando ms en la inclina-cin a lo ucrnico, la historia que hubiese sucedido si algn evento se habra realizado, que en la idea de las ocasiones perdidas, que me parece de lo ms importante. La ucrona es un ejercicio intelectual, premeditado o inconscien-te, que no pretende tener ningn rigor histrico.

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    etnohistoria andina, ha producido las revelaciones histricas ms importantes que han permitido la revaloracin de las cul-turas indgenas y la renovacin de la historia nacional crtica.

    Este ltimo discurso, a pesar de sus imperfecciones, busca aproximarse a una historia nacional desde el papel cumplido por las sociedades andinas, con sus particulares organizacio-nes polticas, econmicas y sociales, en la construccin de las formaciones histricas prehispnicas. La poca prehispnica es presentada como el periodo de xitos y realizaciones, de un crecimiento paulatino en los mbitos territorial, cultural y tecnolgico de las sociedades andinas. Este discurso hist-rico destaca la importancia de una racionalidad andina, de las soluciones adecuadas, pero sin dejar de considerar la naturaleza actual de la sociedad peruana como confluencia de razas, cul-turas y de tiempos histricos.

    El apogeo de este discurso lo podemos ubicar en los aos 70 y 80, con la publicacin de una avalancha de libros de his-toria y de ciencias sociales, en general. Los cultivadores, por no decir los fundadores de este discurso, pueden ser los miembros de esta an mal definida generacin del 68, muy preocupa-da en los compromisos polticos, en la militancia, en la utopa revolucionaria, cautiva a veces de los dogmatismos ms funestos, pero vida de las cosas nuevas, la justicia social y la defensa de los pobres. Y como los pobres, los marginados, en el Per, casi siempre son las poblaciones indgenas, la antro-pologa y la arqueologa repentinamente adquirieron una dimensin, un pragmatismo y una supuesta utilidad, social y poltica, nunca antes vista en ninguna disciplina social. El mar-xismo, como todos pueden suponer, era la teora poltica, eco-nmica y social, que anima la renovacin de esta generacin del 683. Una novedosa combinacin de jvenes que provenan

    3 Esta generacin del 68, cuyo paradigma sera Alberto Flores-Galindo, est integrada por todos los historiadores, o cientficos sociales, que hemos

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    de estratos sociales muy populares, con jvenes radicalizados de las clases medias limeas, con marxismo acadmico, un inspi-rador contexto poltico internacional, conducir a la invencin de la idea crtica del Per. Este discurso histrico nacional moderno, entonces, se ha sustentado en el marxismo, la revo-lucin social y en las clases populares peruanas; campesinos, invasores de tierras en Lima o clases medias empobrecidas, sus mejores y ms vidos consumidores. De aqu provena su fuer-za, novedad y potencialidad y tambin sus lmites, flaquezas y futura caducidad.

    La nacin peruana: una realidad posible

    Ha llegado el momento, para dilucidar mejor la utilidad o fun-cin de la historia, de preguntarse si existe realmente la nacin peruana, y si existe: para qu sirve una organizacin de este tipo? Y si no existe: para qu debe existir? Son preguntas que casi desbordan los lmites de este ensayo; sin embargo, debo tratar de ofrecer algunas respuestas o reflexiones, para luego regresar a los temas centrales que me interesan en este ensayo.

    La mayora en el Per, entendidos o legos en ciencias so-ciales, cuestionan la existencia de la nacin peruana y de pro-yectos, programas o propuestas que permitan su construccin. Pero si esto es un agudo problema para los tcnicos, los inte-lectuales y los polticos, no lo es para los artistas, los narradores y la gente comn y corriente. En Jos Mara Arguedas, quiz desde sus primeras obras, encontramos una preocupacin por responder a estas preguntas. En Todas las sangres (1964) y luego en su ltima novela, El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971),

    nacido en los aos 40. Pero a este grupo, por encima de esta nomenclatura cronolgica, tenemos que incorporar a Luis G. Lumbreras, Pablo Macera y Anbal Quijano, quienes inician el desarrollo de esta idea crtica del Per.

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    se puede percibir una afn de encontrar la respuesta en las mis-mas realidades existentes. El grupo de teatro Yuyachkani, en su obra Encuentro de zorros, teatraliz algunas propuestas arguedia-nas y mostr que existen respuestas populares a estas preguntas aparentemente tan trascendentes. Flores-Galindo crey que en esta obra teatral se podra encontrar una respuesta original: De la confusin y la miseria emerge una propuesta, unir a todos, a la prostituta, al rufin, al loco, al zambo, a la mestiza alrededor de un proyecto comn, que aun cuando quede desconocido para los espectadores (un secreto), se encarna en el serrano: un personaje recin venido a Lima, muy joven y que se expresa tanto en quechua como en espaol. Lima y el Per para todos ellos, unidos desde el mundo de los pobres y de los margina-dos: los nuevos habitantes que hacen suya a la ciudad y al pas (1978: 117). Este es el Per posible, nacional, moderno, que an las mayoras imaginan en la actualidad?

    Eric J. Hobsbawm afirma que generalmente no tenemos dudas sobre el concepto de nacin, pero basta que alguien nos pida una definicin para que se inicien nuestras dificultades (1992: 9). Por eso nos aconseja descartar la posibilidad de una definicin objetiva, sustentada en hechos empricamente cons-tables, para optar por su contrapartida: La alternativa de una definicin objetiva (por el estilo de una nacin es un plebis-cito diario como dijo Renn) o individual (1992: 15). Una definicin objetiva podra ser aquella que define a una nacin como una comunidad imaginada en un territorio propio, un Estado central, una lengua, una religin y costumbres que han sido productos de un largo proceso histrico. La definicin subjetiva, que a veces adquiere una mayor importancia para sus usuarios, nos remite a la existencia de una conciencia nacional, una memoria propia y un sentimiento de pertenencia, afecto y obligatoriedad con una determinada comunidad social.

    Por otro lado, segn este mismo historiador existen ele-mentos de un protonacionalismo popular que pueden conducir a la emergencia de una nacin moderna. Entre ellos podramos

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    mencionar a la religin, la lengua, la raza, la imagen de un rey y la pertenencia a una exitosa organizacin poltica imperial pa-sada. Encontramos, en el caso nuestro, a estos elementos pro-tonacionales funcionando positivamente en la construccin de la nacin peruana? Aqu tenemos que recordar, de nuevo, que el hecho de que la conquista espaola del siglo xvi no haya sido completa y que las poblaciones indgenas no fueran totalmente aculturadas nos permite pensar el Per como una sociedad dual o mltiple. La raza, la lengua, la religin, la cultura y la tecno-loga occidentales fueron ms bien patrimonio de las lites es-paolas y, luego, criollas. Las poblaciones indgenas, por razones polticas, econmicas y culturales, se aferraron quiz como estrategia de supervivencia, fsica y cultural a lo que ima-ginaban propio, aunque tuviera un estatus menor y aun me-nospreciado: como su lengua, sus plantas, animales, vestidos y organizaciones de solidaridad e intercambio recproco. Por eso, es necesario indicar que la religin, la cultura y la tecnologa occidentales, en el caso peruano, no han cumplido una definida funcin integradora, nacionalizadora, como en otros pases de Amrica Latina, sino ms bien colonizadora y desintegradora.

    El Per, de manera indudable, existe. Lo sabemos todos los peruanos, pero existe fundamentalmente en tanto patria, espacio donde hemos nacido, al cual pertenecemos, amamos en tanto nuestra tierra natal, pero no existe como comunidad de dere-chos y obligaciones pertenecientes a todos sus ciudadanos por igual. Tenemos que preguntarnos, entonces, por todos los ele-mentos que le daran una constitucin orgnica que nos condu-cira a imaginarla como una nacin. El Estado es un ingrediente esencial en la construccin de las naciones modernas. Una cita de Eric Hobsbawm nos puede ayudar: En pocas palabras, el Estado gobernaba a un pueblo definido territorialmente y lo haca en calidad de suprema agencia nacional de gobierno sobre su territorio, y sus agentes llegaban cada vez ms hasta el ms hu-milde de los habitantes de sus pueblos ms pequeos (1992: 89). El Estado peruano del siglo xix, sin ninguna duda, no cumpli

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    las funciones si nos remitimos a la cita anterior de un Esta-do nacional moderno. Al contrario, como Estado instrumental/prebendista, se convirti en botn de un grupo, al servicio de sus intereses, de clase o bando poltico, gobernando casi literal-mente citando a J. C. Maritegui contra el indio y para peque-os grupos oligrquicos. Es decir, no gobern nacionalmente.

    Hay otros elementos que definen la existencia de un Es-tado nacional moderno que los podemos abordar desde las siguientes preguntas y respuestas. Somos un territorio bien definido? S. Estamos administrativamente gobernados por un Estado central? S, parcialmente. Todos los peruanos respetan y se acogen a un mismo cuerpo de leyes? S, pero parcialmente. Los gobernantes toman en cuenta, a travs de la voz de sus representantes, la opinin de las mayoras sociales? No, salvo en casos excepcionales. Todos los peruanos estn comprome-tidos con el pas, como pagadores de impuestos o potenciales reclutas para el ejrcito nacional? Definitivamente no, solo los que no lo pueden evadir pagan lo que deben y nicamente los ms humildes son reclutados para cumplir su servicio militar obligatorio con la patria.

    Entonces, podemos concluir que en el Per existen ele-mentos de dos protonacionalismos: uno popular y otro de las lites. Ambos en conflicto, abierto o subterrneo, y actuando en funcin de proyectos diferentes. El Estado, que generalmente ha promovido el proyecto occidentalizante de las lites, no ha podido lgicamente cumplir un papel integrador y por eso con frecuencia ha derivado en un Estado autoritario, antidemocr-tico y antipopular.

    Tres nacionalismos y una nacin

    Por otro lado, nadie puede negar que existe una sola nacin perua-na, pero al mismo tiempo varios nacionalismos, casi excluyentes

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    e intolerantes entre s. Esto no es ninguna novedad, los na-cionalismos muy frecuentemente anteceden y conducen a la nacin. Me limito a mencionar tres: el nacionalismo criollo, el nacionalismo indianista y el nacionalismo andino moderno. Cmo se explica la existencia de estos diversos nacionalismos? No hay ninguna dificultad para hacerlo. El nacionalismo criollo surgi como movimiento republicano nacionalista luego de las victorias de los ejrcitos de San Martn y Bolvar, pero no lo-gr elaborar un programa coherente e integrador y solamente destacaron algunas voces aisladas. Este nacionalismo incorpor a la historia indgena en su ideologa, pero nunca a los indge-nas, ms bien los consideraron como un obstculo y un lastre a sus proyectos modernizadores. El nacionalismo indianista es generalmente demaggico, fundamentalmente, desintegrador, sin propuestas posibles y sin el apoyo de las supuestas mismas poblaciones indgenas beneficiarias.

    La tercera opcin, el nacionalismo moderno en el Per, de manera indiscutible y evidente, parece derivar aunque el nombre no parezca el mejor de un nacionalismo andino en progresin constante. Es un nacionalismo que proviene de amplias mayoras sociales, indgenas, mestizas y criollas y de una autenticidad lograda por un largo proceso de domesticacin de plantas, animales y del descubrimiento de organizaciones sociales y tecnologas que han permitido un manejo racional del entorno ecolgico. Es un nacionalismo que emerge de sus imaginadas races propias, ms andinas que indias, ms populares que de las lites, ms sincrticas que indgenamente puras. No es un caso particular que afecta solamente al Per. Isaiah Berlin, al estudiar este fenmeno para Europa en general, nos dice: Es algo que se da entre las minoras o los pueblos reprimidos, para los que el nacionalismo representa erguir la espalda doblada, recuperar una libertad que quiz nunca han tenido (es todo cuestin de ideas en las cabezas de los hombres), venganza por su humanidad ofendida (1992: 242).

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    Este mismo autor, uno de los ms lcidos intelectuales conservadores de Europa, insisto, nos habla de minoras tni-cas, culturales, como vascos, catalanes, servios o croatas, que no tienen el ingrediente de minusvala que se otorg o impuso a las poblaciones indias en Amrica Latina. En consecuencia, en nuestro continente, los brotes de un nacionalismo popu-lar de los grupos no-criollos, antes marginados y maltratados, podran producir incendios an mayores que en Europa. Por otro lado, el mismo Berlin nos recuerda que los nacionalismos casi nunca benefician a los grupos dominantes: En realidad, el nacionalismo no milita inevitable y exclusivamente a favor de la clase dominante. Anima rebeliones contra ella tambin, pues expresa el deseo ferviente de los insuficientemente considera-dos de contar para algo entre las culturas del mundo (1992: 242). En nuestro caso, una forma de canalizar positivamente la fuerza reivindicativa de nuestras poblaciones no-criollas podra ser la construccin de un nacionalismo demaggico indianista que nos podra conducir a la desintegracin de la repblica peruana.

    Muchos historiadores consideran al siglo xix como la cen-turia de la emergencia de las naciones modernas. La desapari-cin de los antiguos imperios y monarquas, como el espaol o el austro-hngaro de los Habsburgo, dio paso a las naciones modernas, ms pequeas, ms integradas como comunidades humanas, ms homogneas y ms eficientes, como lo demuestra la historia posterior, para impulsar intensos desarrollos indus-triales. Esta eficacia, conseguida por un manejo ms racional de sus respectivas economas nacionales, permiti la emergencia de Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, por ejemplo. El mode-lo nacional gan prestigio, se convirti en modelo indiscutible y en el paradigma que impulsar los movimientos de descolo-nizacin en los siglos xix y xx . En el Per, no se pudo cons-truir una nacin moderna entre 1821 y 1919. Los criollos per-dieron su oportunidad histrica de dirigir la construccin de una repblica nacional. Intentaron ms bien, marchando contra

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    el sentido de la historia, continuar la labor de demolicin de las sociedades andinas y construir una bastarda sociedad de an-cien rgime, aristocrtica/oligrquica, fundada en una suerte de criollismo repetitivo, eco de ecos, sin ninguna originalidad ni eficacia para impulsar un proyecto nacional de desarrollo industrial. En la actualidad no existe una nacin peruana plena-mente constituida. Ms bien podemos percibir el desarrollo de elementos de un proyecto nacional espontneo, no elaborado por el Estado ni las lites sociales ni los partidos polticos. Un proyecto que se comienza a estructurar como consecuencia de los cambios sociales que experimenta el pas.

    El laberinto de lo andino

    Permtaseme ahora que me refiera al escrito de Pablo Macera en 1976, es una afirmacin con la rotundidad que l sola usar en esos aos: El Per moderno es histricamente una figura peninsular que apenas si modifica la gran masa continental de la historia andina. Casi no es necesario ninguna glosa a esta cita, pero digamos que intenta decirnos con esta metfora geogrfica que nuestra historia moderna occidental, aquella que se inicia con la conquista, es una suerte de pequea pe-nnsula, apndice o barniz de un gran continente de historia andina. Por eso es que inmediatamente despus agrega: Sin la Arqueologa, la nuestra, solo sera la historia colonial de una factora. An ms, nuestras responsabilidades frente a las clases populares se vuelven ms explcitas y apremiantes en la medida en que nos situamos dentro del contexto arqueolgico. Solo entonces comprendemos el gran mal, la gran ruptura, la gran interrupcin que signific la conquista europea y cmo de ella arranca por desdicha lo que no somos (1977: xlvii-xlviii).

    En esta cita encontramos, de manera clara y precisa, al-gunos de los elementos fundamentales del discurso histrico

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    nacional andino. En primer lugar, considerar al periodo colo-nial, que va de 1532 a 1821, como una suerte de interrupcin de una brillante y exitosa historia autctona, propia, original, no colonial, gestionada desde los Andes, para las sociedades an-dinas y constructora de grandes desarrollos histricos. La con-quista espaola convirti a los ciudadanos del Tahuantinsuyo en indios de una monarqua europea que condujo, aparte de a la degradacin social, a la inverosmil discusin sobre la con-dicin humana, o subhumana, de las poblaciones conquistadas. En segundo lugar, que la conquista espaola, al liquidar a las sociedades andinas, inaugura un proceso que nos conduce a no ser lo que en realidad somos o debemos ser. Esta pro-puesta considera a todos los siglos posteriores a la conquista como una larga y oscurantista Edad Media, la conocida poca colonial, de negacin de nuestra propia realidad nacional. En tercer lugar, que la derrota de Tpac Amaru II en 1781 fue la frustracin de un movimiento de liberacin nacional autntico y que la primera Repblica criolla, aquella que va de 1821 a 1919, fue de acuerdo con el mismo autor otro periodo de dominacin neocolonial de las poblaciones indgenas y de retraso en la constitucin de una sociedad nacional moderna.

    En los aos 20 del siglo pasado, con el primer indigenis-mo y los nuevos discursos polticos, se produce el redescubri-miento del indio, se da inicio a la discusin sobre la naturaleza de la nacin peruana y la urgencia de la reivindicacin de las mayoras indgenas4. El proceso que se inicia en estos aos y que conducir a la Constitucin de 1920, al renacimiento de las comunidades indgenas, al descubrimiento de la cultura an-dina, a la lucha por la tierra, las guerrillas de 1965, la Reforma Agraria de 1969 y las acciones de Sendero Luminoso, a partir de 1980, convierte al siglo xx en una centuria muy similar al

    4 Flores- Galindo (1980) analiza este fenmeno en el captulo El descubri-miento del mundo andino, pp. 54-75.

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    xviii, donde las luchas anticoloniales de los indgenas prepara-ron el triunfo de los criollos. Pero esta vez con una diferencia esencial: las poblaciones andinas no han recurrido solamente a las acciones polticas, las luchas violentistas, agrarias reivindica-tivas, invasiones urbanas, sino a mltiples formas, algunas pacfi-cas y disimuladas, de recuperacin de su presencia en todos los espacios y dimensiones posibles en el Per.

    Esto ltimo puede ser discutido. En lo que quisiera insistir ms es en que el ocultamiento de la historia andina, por trampa poltica, inconsciente manipulacin ideolgica o sincero con-vencimiento en la inevitabilidad de lo occidental, es ms bien la consecuencia directa del uso que se ha hecho de los diver-sos discursos histricos que han imperado en nuestro pas. El nuevo discurso histrico nacional, an bastante dinmico en la actualidad, tiende a producir una ruptura epistemolgica en nuestro pensamiento histrico y a crear una nueva conciencia histrica, ms nacional y compatible con los cambios sociales que afectan al pas en la actualidad. Esto es lo que permite su viabilidad y prestigio actuales.

    Por otro lado, hay una suerte de va campesina, rural donde participan las poblaciones de provincias, pobres y ri-cos, indios y mistis, de las diversas regiones del Per que invisiblemente anima el desarrollo de este nacionalismo andi-no moderno. Se utilizan diversos mecanismos: el arte popular, la msica, las danzas y la fiesta patronal, entre otros. El libro ltimo de Josefa Nolte Maldonado, Quellcay. Arte y vida de Sar-hua (Lima, 1991) es una interesante exploracin antropolgi-ca sobre las tablas de Sarhua, que cualquiera puede suponer un producto de esta pequea poblacin ayacuchana, donde demuestra con buenas pruebas que son artistas urbanos, sarhuinos establecidos en los asentamientos urbanos de Lima, los que producen estas tablas. Tres criterios guan el trabajo de estos artistas: a) una supuesta, o real, tradicin de objetos arts-ticos similares en Sarhua; vigas o tablas pintadas con escenas o motivos propios, que se colocaban al terminar la techa-casa y

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    que servan probablemente para individuarlas, para recordar a personas y, por lo tanto, habra que sospechar que se trata de una influencia ms bien del individualismo occidental en las formas de convivencia andinas; b) los recuerdos de los sarhui-nos de la vida, las actividades y las fiestas en su tierra natal; y c) los gustos o exigencias de los compradores de estas tablas.

    Habra que decir que, en este caso, la recreacin de lo andi-no se realiza en las zonas urbanas por inmigrantes que vienen de Sarhua y que en Lima descubren, en el arte propio, una forma de sobrevivencia al producir objetos muy estimados que tienen una demanda que les permite vivir del trabajo en sus pequeos talleres artesanales. Lo interesante es la asociacin entre estos artistas y los antroplogos, o los artesanos en general y algunas ONG que les prestan asesoramiento tcnico, mercantil y artsti-co. Esta relacin entre lo urbano y lo rural, entre el profesional y el artista o artesano campesino me parece de primera impor-tancia. No se trata de ninguna manera de una manipulacin, sino de procesos ms complejos donde interactan la ciudad y el campo, el profesional y los inventores de tradiciones, como los denominan Eric J. Hobsbawm y Terence Ranger5.

    Josefa Nolte, en el libro antes mencionado, por ejemplo, establece una suerte de continuidad entre las quelcas incas, las telas pintadas en la poca del virrey Toledo, los dibujos de Guamn Poma, las vigas de Sarhua y las tablas de los artistas limeos. Este es un interesante ejemplo de la bsqueda de los orgenes y de la continuidad de lo que en la actualidad se pue-de considerar lo representativo de una identidad nacional. Una cita de Etienne Balibar me permite expresar mi punto de vista con mayor imparcialidad: El mito de los orgenes y la conti-nuidad nacionales cuyo lugar se ve claramente en la historia

    5 Aqu ambos autores, y otros que se incluyen en este mismo libro, discuten los diversos mecanismos que se utilizan para inventar tradiciones, sean t-nicas, tribales o nacionales modernas.

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    contempornea de las naciones jvenes surgidas de la desco-lonizacin, como la India y Angola (aunque se tiene tendencia a olvidar que tambin lo han fabricado las naciones antiguas en el transcurso de los ltimos siglos), es una forma ideolgica efectiva, en la que se construye cotidianamente la singularidad imaginaria de las formaciones nacionales, remontndose desde el presente hacia el pasado6. Todas las comunidades nacionales, nos dice Benedict Anderson, son comunidades imaginadas y no menos reales por eso. Lo que Josefa Nolte hace en su libro citado no es una demostracin histrica, sino ms bien el anli-sis de la fantasmagrica continuidad imaginada que establecen los artistas sarhuinos y los compradores de estas tablas entre la cultura andina de ayer y de hoy, entre el arte autntico de ayer y lo representativo del arte nacional de hoy7.

    Me interesa, por otro lado, la fiesta patronal andina en tan-to rito y as la he estudiado en los ltimos diez aos8. El rito puede ser liturgia religiosa y mecanismo social que trasmite la memoria, crea una identidad, reproduce los ordenamientos so-ciales y legitima a las lites dominantes. Dentro de la fiesta pa-tronal andina he estudiado un rito de rememoracin: la muerte de Atahuallpa o el enfrentamiento de Cajamarca. Esta repre-sentacin se incorpora, a mediados del siglo xvii, dentro del desarrollo de la fiesta patronal andina por diversas razones que son fciles de imaginar, pero que son difciles de demostrar. Las razones de los funcionarios coloniales pueden ser fcilmente comprendidas: esta representacin, a travs de una comparsa, recordaba y reafirmaba el triunfo de los espaoles. En cambio,

    6 Vase: Balibar y Wallerstein (1991), p. 136.7 En esta misma direccin es interesante el libro de Jrgen Golte y Norma Adams. Los caballos de Troya de los invasores. Estrategias campesinas en la conquista de la gran Lima (1987), donde muestran muchas formas de reinvencin de lo andino como estrategia de sobrevivencia en la gran urbe.8 Vase: Burga (1988). Avances los he incluido en el artculo La comparsa Inca-Capitn: simbolismo, msica e identidad, en: Travesa, N. 5, 1992.

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    para las lites indgenas encarnadas por los curacas de las diver-sas jerarquas, vestirse como Incas durante estas fiestas, a pesar de representar un acontecimiento ms bien triste, era asumir aunque sea de manera ficticia la legitimidad y condicin de nobleza que heredaban por ser descendientes de los gober-nantes incas.

    Hay un tercer nivel de apropiacin de este ritual histrico: el que realiz la poblacin indgena en su conjunto, por supuesto bajo la conduccin de sus curacas, para alterar y aun invertir los hechos histricos. En la poca colonial el papel de Inca era asu-mido por los curacas y los indios del comn hacan o se vestan de espaoles. Por otro lado, la guerra que se representaba era ritual, al Inca no se lo ejecutaba y ms bien los espaoles resul-taban vejados por las mayoras que se identificaban con el Inca.

    En la actualidad, como consecuencia de un cambio de ac-titudes de las poblaciones rurales modernas, el rol de capitn es de ms prestigio, es asumido por los mistis, y el de Inca, que exige menos gastos y da menos prestigio, es asumido por los campesinos pobres dentro de una jerarqua de cargos que no les niega el ascenso. En la representacin actual, que se hace en diversas regiones del Per9, las poblaciones se dividen en las tradicionales mitades andinas para bailar con sus parientes y amigos, para exhibir sus smbolos, para fortalecer sus filiaciones y para expresar sus devociones religiosas. En todas estas repre-sentaciones, de diversas maneras, se evita que los espaoles de-rroten, maltraten y ejecuten al Inca. Todos los participantes, en los momentos ms dramticos de la representacin, recurren a los smbolos nacionales, la bandera o a un soldado de la guerra

    9 Las encontramos en casi todas las provincias del Per central, departamen-to de Lima, ncash, Junn, Cerro de Pasco y Hunuco. La misma comparsa, bajo diversas modalidades, ha sido encontrada en otras regiones andinas. As, en agosto de 1992, el antroplogo cusqueo Jorge Flores-Ochoa encontr una versin muy original de esta misma representacin en la fiesta patronal (6 de agosto) del pueblo de Puquiura, a pocos kilmetros del Cusco.

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    con Chile, para hacer justicia o poner las cosas en el orden que imaginan es justo. El mensaje de esta fiesta campesina ex-presa una esperanza: por encima de las diferencias de indios y espaoles, de pobres y de ricos, en algunos casos ficticios y en otros reales, hay la gran esperanza en la nacin peruana como posibilidad de justicia y de convivencia pacfica dentro de las desigualdades. No es una opcin estrictamente indianista, ni de rechazo a lo occidental ni de exageradas ambigedades frente a su propio bagaje cultural, sino de esperanza en la nacin pe-ruana como posibilidad de conjugar las diferencias dentro de un organigrama nacional. Esta va del nacionalismo popular andino, a pesar de ciertas indefiniciones, es una gran enseanza para la gente urbana, ms culta, ms occidentalizada y poten-cialmente consumidora de los diversos discursos histricos que hemos mencionado al inicio.

    Tito en su laberinto

    Los tres nacionalismos existentes en la actualidad, el criollo, el indianista y el moderno andino, pueden conducir lgicamente al enfrentamiento poltico y a diversas formas de intolerancia y de rivalidades en el pas. Tres discursos histricos se encuentran detrs de estas opciones. Tambin existe, sobre todo ahora en una situacin de profunda crisis de los partidos polticos, de las ideologas y de las instituciones, el peligro de caer bajo la influencia de recientes aventurerismos polticos, plenos de ig-norancia y de burdo criollismo.

    Por eso es que para terminar quisiera referirme al segundo epgrafe, un texto escrito por Alberto Flores-Galindo en 1987, cuando ya se anunciaban espectaculares cambios polticos en el mundo. Ahora, ms de cinco aos despus, cuando ya no existe la Unin Sovitica ni el socialismo en Europa oriental, cuando el libro de Francis Fukuyama es posible encontrarlo en todas

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    partes del mundo, efectivamente, los marxistas se convierten en una especie cada vez ms difcil de hallar10. Fukuyama nos dice que la mejor prueba para sustentar la victoria final del neoli-beralismo es la historia misma que estamos viviendo. Entonces, esta cita de un amigo entraable, consecuente con sus ideales hasta el final, adquiere un inusitado dramatismo: En un mun-do cada vez ms conservador, ser marxista parece un anacronis-mo, un rezago de otros tiempos. Al marxismo, sin embargo, le hace bien nadar contra la corriente.

    No tengo ningn inters en hablar de poltica, ni de mar-xismo en el Per, no lo hice antes y ahora creo que es el peor momento para hacerlo. Pero quisiera referirme a Alberto Flo-res-Galindo, una suerte de smbolo de nuestra generacin y uno de los ms fervorosos creyentes en la utilidad de la historia para dignificar la vida de los pobres en el Per. En el mes de junio de 1990, cuando me encontraba como profesor visitante en la Universidad Libre de Berln, Carlos Cueva un amigo peruano, director del grupo de teatro La otra orilla, me invit a Braunschweig a ver una presentacin casi privada de su nueva obra teatral, entonces denominada Huayna Cpac. Ellos practican un teatro muy moderno, de vanguardia, in-teresado en abordar los problemas humanos con un lengua-je universal. El tema central de esta obra es la conquista del Tahuantinsuyo y las consecuencias que se derivaron hasta la actualidad. Trazan, en 120 minutos aproximadamente, un de-rrotero de la historia peruana que lleva a Pachacuti de empera-dor a vendedor ambulante y a Mama Huaco de diosa y reina a vendedora de pescado en Chorrillos. La msica, los gestos, los aparatos, algunos utensilios que manejan en la presentacin nos

    10 Este libro se public en Espaa en 1992 y es posible encontrarlo en cual-quier librera latinoamericana. El Per es un caso aparte: aqu casi no se le co-noce. En Colombia, por ejemplo, se conoce y lo han discutido con una cierta amplitud: un ejemplo podra ser el libro de Juan Manuel Lpez Caballero, Crtica al modelo neoliberal (Bogot, 1992) periodstico, pero alusivo al tema.

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    transportan a las sufrientes poblaciones de la actualidad y nos involucran, gracias a la magia del teatro, en esa fantstica meta-morfosis estudiada con tanta anticipacin por el antroplogo francs Alfred Mtraux en su libro Les Incas de 1962 que convirti al hombre quechua de ciudadano del Tahuantinsuyo a indio de los tiempos modernos.

    Con asombro segu, durante toda la presentacin, los mo-vimientos de un actor, con pantaln negro, camisa blanca y arrastrando una vieja mquina de escribir Underwood, que me dijeron podra representar a Alberto Flores-Galindo. Las esce-nas donde dejaba de arrastrar la mquina para mirar inquisitiva-mente a sus compaeros, escribir frenticamente y luego tratar de comunicarse con ellos, indgenas ficticios, me hizo recordar al Alberto Flores-Galindo de carne y hueso trabajando con la vieja Olympia en el Instituto de Apoyo Agrario y conversando con los campesinos en pequeas tertulias informales. Haban resumido bien una vida, sus apuros y sus esperanzas. No s cul sera la suerte del Huayna Cpac del grupo La otra orilla, pero presumo que no ha sido muy buena. Muchas de estas sen-saciones me llevan a pensar en la muerte prematura de Alberto Flores-Galindo (26 de marzo de 90), en los tiempos difciles de la actualidad, en el fracaso de la poltica y de los socialismos autoritarios, en la prdida de credibilidad en el marxismo y en el cambio de actitudes de lo que podramos llamar el pueblo peruano. Los pobres pareceran, bajo la presin ideolgica de la triunfante tecnocracia neoliberal, preferir la solucin de los ricos, del capital.

    Pablo Macera nos dice que la gran dimensin que alcanz la generacin de la Reforma la debemos explicar en el con-vencimiento que ellos tenan de la utilidad social de la historia y de las otras disciplinas que practicaban. Esta utilidad surga de la urgencia de explicar dos coyunturas difciles: dos crisis deci-sivas de la sociedad peruana tradicional (la guerra de 1879 y el fracaso de la Repblica Aristocrtica, 1895-1919, que conclu-y en la dictadura de Legua hasta 1929) volvan necesario en

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    su caso, en tanto que grupos dirigentes potenciales, hacer del pasado una tcnica para la averiguacin de su propio futuro (1977: 5). Creo que nuestra generacin del 68, con sus defectos y virtudes, alumbr y perfeccion el moderno discurso hist-rico nacional y la idea crtica del Per hasta casi transferirlo a la poblacin y convertirlo en versiones ms o menos con-sensuales. Ahora, las cosas han cambiado, no existe la seguridad epistemolgica, los crticos bien y m