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5º Domingo de Pascua-B - 1 - 5º DOMINGO DE PASCUA La liturgia del 5º Domingo de Pascua nos invita a reflexionar sobre nuestra unión con Cristo; y nos dice que sólo unidos a Cristo tendremos acceso a la vida verdadera. El Evangelio presenta a Jesús como “la verdadera vid” que da los frutos buenos que Dios espera. Invita a los discípulos a que permanezcan unidos a Cristo, pues es de él de quien ellos recibirán la vida plena. Si permanecen en Cristo, los discípulos serán verdaderos testigos entre los hombres de la vida y del amor de Dios. La primera lectura nos dice que el cristia a segunda lectura define el ser cristiano como “ no es miembro de un cuerpo, el Cuerpo de Cristo. Su vocación es seguir a Cristo, formando parte de una familia de hermanos que comparte la misma fe, recorriendo juntos el camino del amor. En el diálogo y en el compartir con los hermanos es donde nuestra fe, nace, crece y madura y es en la comunidad, unida por lazos de amor y de fraternidad, donde nuestra vocación se realiza plenamente. L creer en Jesús” y “amarnos los unos a los otros como él nos amó”. Esos son los “frutos” que Dios espera de todos aquellos que están unidos a Cristo, la “verdadera vid”. Si practicamos las obras del amor, tenemos la certeza de que estamos unidos a Cristo y que la vida de Cristo circula por nosotros.

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5º Domingo de Pascua-B - 1 -

5º DOMINGO DE PASCUA

La liturgia del 5º Domingo de Pascua nos

invita a reflexionar sobre nuestra unión con Cristo; y nos dice que sólo unidos a Cristo tendremos acceso a la vida verdadera.

El Evangelio presenta a Jesús como “la

verdadera vid” que da los frutos buenos que Dios espera. Invita a los discípulos a que permanezcan unidos a Cristo, pues es de él de quien ellos recibirán la vida plena. Si permanecen en Cristo, los discípulos serán verdaderos testigos entre los hombres de la vida y del amor de Dios.

La primera lectura nos dice que el

cristia

a segunda lectura define el ser cristiano como “

no es miembro de un cuerpo, el Cuerpo de Cristo. Su vocación es seguir a Cristo, formando parte de una familia de hermanos que comparte la misma fe, recorriendo juntos el camino del amor. En el diálogo y en el compartir con los hermanos es donde nuestra fe, nace, crece y madura y es en la comunidad, unida por lazos de amor y de fraternidad, donde nuestra vocación se realiza plenamente.

Lcreer en Jesús” y “amarnos los unos a los

otros como él nos amó”. Esos son los “frutos” que Dios espera de todos aquellos que están unidos a Cristo, la “verdadera vid”. Si practicamos las obras del amor, tenemos la certeza de que estamos unidos a Cristo y que la vida de Cristo circula por nosotros.

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PRIMERA LECTURA

Les contó cómo había visto al Señor en el camino

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles

9, 26-31

En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo. Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles. Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús.

Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso.

La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo.

Palabra de Dios.

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1.1. Ambientación

La sección de Hch. 9,1-31 está dedicada a un acontecimiento muy importante en la historia del cristianismo: la vocación/conversión de Pablo. Tal hecho es el punto de partida del camino que el cristianismo va a recorrer, desde los límites geográficos del mundo judío, hasta el corazón del mundo greco-romano.

La primera parte de la sección (cf. Hch 9,1-9), presenta los acontecimientos del “camino de Damasco” y el decisivo encuentro de Pablo con Jesús resucitado; la segunda (cf. Hch 9,10-19a), describe el encuentro de Pablo con la comunidad cristiana de Damasco; la tercera (cf. Hch 9,19b-25), habla de la actividad apostólica de Pablo en Damasco; y, finalmente, la cuarta (cf. Hch 9,26-30) muestra la forma como Pablo, después de dejar Damasco, fue recibido por los cristianos de Jerusalén.

La mayor parte de los autores piensan que la conversión de Pablo sucedió alrededor del año 36. Después de su conversión, pablo estuvo tres años en Damasco, colaborando con la comunidad cristiana de esa ciudad. Después de ese tiempo, la oposición de los judíos forzó a Pablo a abandonar la ciudad. Una vez que las puertas de la ciudad estaban cerradas, los cristianos bajaron a Pablo desde la murallas, dentro de un cesto (cf. Hch 9,23-25). Después, Pablo se dirigió a Jerusalén. La llegada de Pablo a Jerusalén, debió suceder alrededor del año 39 (cf. Gal 1,18).

El texto que se nos propone, es la cuarta parte de esta sección dedicada a Pablo y se refiere a la estancia de Pablo en Jerusalén, después de habar abandonado Damasco (incluye además de eso, en un versículo final, un breve sumario de la vida de la comunidad: es uno de tantos sumarios típicos de Lucas, mediante los cuales realiza un balance de la situación y prepara los temas que va a tratar en las secciones siguientes). 1.2. Mensaje

La narración de Lucas mezcla elementos de carácter histórico, con otros elementos de carácter teológico. Para simplificar la presentación, vamos a señalar los aspectos principales de la catequesis presentada por Lucas en varios puntos:

1. La desconfianza de la comunidad cristiana de Jerusalén en relación con Pablo (“no se fiaban de que fuera realmente discípulo”, v. 26), es un dato verosímil y que es, muy probablemente, histórico. Nos muestra la escena de una comunidad cristiana que tiene alguna dificultad para arriesgarse, que prefiere la prudencia, aunque pierda oportunidades, más que aceptar los riesgos que Dios le presenta. Sin embargo, como muestra el ejemplo de Pablo, la capacidad para arriesgarse y para acoger la novedad de Dios es, muchas veces, una fuente de enriquecimiento para la comunidad.

2. El esfuerzo de Pablo por integrarse (“llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos”, v. 26) muestra la importancia que él daba al vivir en comunidad, al compartir la fe con los hermanos. El cristianismo no es, únicamente, un encuentro personal con Jesucristo, sino que es, también, una experiencia de compartir la

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fe y el amor con los hermanos que se han adherido al mismo proyecto y que son miembros de la gran familia de Jesús. Solo en el diálogo y en el compartir comunitarios tiene sentido la experiencia de la fe.

3. El papel de Bernabé en la integración de Pablo es muy significativo: él no sólo cree en Pablo, sino que consigue que el resto de la comunidad cristiana lo acepte (v. 27a). Nos muestra el papel que cada cristiano puede tener en la integración comunitaria de los hermanos; y muestra, sobre todo, que la tarea de cada creyente es la de cuestionar a su comunidad y ayudarla a descubrir los desafíos de Dios.

4. Otro elemento subrayado por Lucas, es el entusiasmo con el que Pablo da testimonio de Jesús y el coraje con el que se enfrenta a las dificultades y oposiciones (vv. 27b-28). Se trata, además, de una actitud que va a caracterizar toda la vida apostólica de Pablo. El apóstol es conciente de que fue llamado por Jesús, que recibió de Jesús la misión de anunciar la salvación a todos los hombres; por eso, nada ni nadie será capaz de apagar su celo en el anuncio del Evangelio.

5. La predicación cristiana suscita, naturalmente, el conflicto con los poderes de la muerte y de la opresión, muy interesados en perpetuar los mecanismos de esclavitud. La fidelidad al Evangelio y a Jesús provoca siempre la oposición del mundo (v. 29). El camino del discípulo de Jesús, es siempre un camino marcado por la cruz (no es, sin embargo, un camino de muerte, sino de vida).

6. El sumario final (v. 31) recuerda un elemento que está siempre presente en el horizonte de la catequesis de Lucas: es el Espíritu Santo que conduce a la Iglesia en su marcha por la historia. Es el Espíritu el que le da estabilidad (“como un edificio”), que le alimenta el dinamismo (“progresaba en la fidelidad al Señor”) y que le hace crecer (“se multiplicaba”). La certeza de la presencia y de la asistencia del Espíritu Santo, debe fundamentar nuestra esperanza. 1.3. Actualización

El cristiano no es un ser aislado, sino una persona que es miembro de un cuerpo, el cuerpo de Cristo. Su vocación es seguir a Cristo, formando una familia de hermanos que comparten la misma fe, recorriendo juntos el camino del amor. Por eso, la vivencia de la fe es siempre una experiencia comunitaria. Es en el diálogo y en el compartir con los hermanos como nuestra fe nace, crece y madura y es en la comunidad, unida por lazos de amor y de fraternidad, como nuestra vocación se realiza plenamente. La comunidad con todo, está constituida por personas, viviendo en una situación de fragilidad y de debilidad. Por eso, la experiencia de caminar en comunidad puede estar marcada por tensiones, por conflictos, por divergencias; pero esa experiencia no puede servir de pretexto para abandonar la comunidad y para pasar a actuar en soledad.

La dificultada de la comunidad de Jerusalén para acoger a Pablo (cosa

comprensible, desde el punto de vista humano), pude hacernos pensar en esos

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esquemas de cerrazón, de prejuicios, de instalación, que a veces caracterizan la vida de nuestras comunidades cristianas y que les impiden acoger los desafíos de Dios. Una comunidad cerrada, con miedo a arriesgar, es una comunidad instalada en la comodidad y en la mediocridad, con dificultad para responder a los retos proféticos y para descubrir los caminos por los cuales Dios se revela. Hay, en este texto, una invitación a abrir permanentemente nuestro corazón y nuestra mente a la novedad de Dios. ¿Cómo es nuestra comunidad? ¿Es una comunidad cerrada, instalada, llena de prejuicios, creadora de exclusión, o es una comunidad abierta, fraterna, solidaria, dispuesta a acoger?

Bernabé es el hombre que cuestiona los prejuicios y cerrazones de la comunidad,

invitándola a ser más fraterna, más acogedora, más “cristiana”. Nos hace pensar en el papel que Dios reserva a cada uno de nosotros, en el sentido de que ayudemos a nuestra comunidad a crecer, a salir de sí misma, a vivir con más coherencia su compromiso con Jesucristo y con el Evangelio. Ningún miembro de la comunidad es detentador de verdades absolutas, pero todos los miembros de la comunidad deben sentirse responsables para que la comunidad, en medio del mundo, de un verdadero testimonio de Jesús y de su proyecto de salvación.

El encuentro con Jesús resucitado en el “camino de Damasco” constituyó, para

Pablo, un momento decisivo en su vida. A partir de ese encuentro, Pablo se convirtió en un heraldo entusiasta e imparable del plan liberador de Jesús. La persecución de los judíos, la oposición de las autoridades, la indiferencia de los no creyentes, la incomprensión de los hermanos en la fe, los peligros de los caminos, las incomodidades de los viajes, no consiguieron desanimarle y desertar de su testimonio. El ejemplo de Pablo nos recuerda que ser cristiano es dar testimonio de Jesús y del Evangelio. La experiencia que hacemos de Jesús y de su proyecto liberador no puede ser callada o guardada solamente para nosotros, sino que tiene que convertirse en un anuncio liberador que, a través de nosotros, llega a todos nuestros hermanos.

La Iglesia es una comunidad formada por hombres y mujeres y, por tanto, marcada

por la debilidad y la fragilidad; pero es, sobre todo, una comunidad que marcha por la historia asistida, animada y conducida por el Espíritu Santo. El “camino” que recorremos como Iglesia puede tener avances y retrocesos, infidelidades y vicisitudes varias, pero es un camino que conduce hasta Dios, a la realización plena del hombre, a la vida definitiva. La presencia del Espíritu dirigiendo el camino, nos da esa garantía.

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Salmo responsorial

Salmo 21, 26b-28 y 30-32

R/. El Señor es mi alabanza en la gran asamblea. O bien: Aleluya.

R/. El Señor es mi alabanza

en la gran asamblea. O bien: Aleluya.

V/. Cumpliré mis votos delante de sus fieles.

Los desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan: viva su corazón por siempre.

R/. El Señor es mi alabanza

en la gran asamblea. O bien: Aleluya.

V/. Lo recordarán y volverán al Señor

hasta de los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos. Ante él se postrarán las cenizas de la tumba, ante él se inclinarán los que bajan al polvo.

R/. El Señor es mi alabanza

en la gran asamblea. O bien: Aleluya.

V/. Me hará vivir para él,

mi descendencia le servirá, hablarán del Señor a la generación futura, contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: todo lo que hizo el Señor. R/.

R/. El Señor es mi alabanza

en la gran asamblea. O bien: Aleluya.

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SEGUNDA LECTURA

Éste es su mandamiento: que creamos y que amemos

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan

3, 18-24

Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Y cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.

Palabra de Dios.

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2.1. Ambientación

Ya vimos, en los domingos anteriores, que la primera Carta de Juan es un escrito polémico surgido en las Iglesias joánicas de Asia Menor, destinado a intervenir en la controversia levantada por ciertas sectas heréticas pregnósticas a propósito de aspectos fundamentales de la teología cristiana (normalmente a propósito de la encarnación de Cristo y de algunos elementos esenciales de la moral cristiana). En ese contexto, el autor de la carta procura proveer a los cristianos (algo confusos ante las proposiciones heréticas) de una especie de síntesis de la vida cristiana auténtica.

Una cuestión esencial abordada en la primera Carta de Juan, es la cuestión del amor al prójimo. Los herejes pregnósticos cuyas doctrinas este escrito denuncia, afirmaban que lo esencial de la fe residía en la vida de la comunión con Dios; pero, ocupados en mirar hacia el cielo, flojeaban en el amor al prójimo (cf. 1 Jn 2,9). Su experiencia religiosa era una experiencia vuelta hacia el cielo y separada de las realidades del mundo. Pero, de acuerdo con el autor del la primera Carta de Juan, el amor al prójimo es una exigencia central de la experiencia cristiana. La esencia de Dios es amor y nadie puede decir que está en comunión con él si no se deja contagiar y embeber por el amor. Jesús demostró eso mismo al amar a los hombres hasta el extremo de dar la vida por ellos en la cruz; y exigió que sus discípulos lo siguiesen por el camino del amor y de la donación de la vida a los hermanos (1 Jn 3,16). En última instancia, es el amor a los hermanos el que decide el acceso a la vida: solo quien ama alcanza la vida verdadera y eterna (1 Jn 3,13-15). La realización plena del hombre depende de su capacidad para amar a los hermanos. 2.2. Mensaje

En el versículo que antecede al texto que se nos propone como segunda lectura (un versículo que la liturgia de este Domingo no ofrece), el autor de la Carta propone a los creyentes una cuestión muy concreta: “si alguien posee bienes de este mundo y, viendo a su hermano con necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo va a permanecer en él el amor de Dios?” (1 Jn 3,17). Y, enseguida, nuestro “catequista” concluye (y es aquí donde comienza nuestro texto): el amor a los hermanos no es algo que se manifiesta en declaraciones solemnes de buenas intenciones, sino en gestos concretos de compartir y de servicio. Es con actitudes concretas en favor de los hermanos como se revela la autenticidad de la vivencia cristiana y se da testimonio del plan salvador de Dios (v. 18).

Cuando, efectivamente, dejamos que el amor dirija nuestra vida, podemos estar seguros de qu estamos en el camino de la verdad; cuando tenemos el corazón abierto al amor, al servicio y al compartir, podemos estar tranquilos porque estamos en comunión con Dios. En verdad, nuestra conciencia puede acusarnos de los errores pasado, y reprobar algunas de nuestras opciones, pero, si amamos, sabemos que estamos junto a Dios, pues Dios es amor (v. 19). El amor auténtico nos libera de todas las dudas e inquietudes, pues nos da la certeza de que estamos en el camino de Dios; y si “Dios es

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mayor que nuestra conciencia y conoce todo” (v. 20), nada tenemos que temer. Vivir en el amor es vivir en Dios y estar acompañados por la bondad y la misericordia de Dios.

Con la conciencia en paz, y sabiendo que Dios nos acepta y nos ama (porque nosotros aceptamos el amor y vivimos en el amor), podemos dirigirle nuestra oración con la certeza de que él nos escucha. Dios atiende la oración de aquel que cumple con sus mandamientos (vv. 21-22).

Los dos versículos finales únicamente recapitulan y resumen todo lo que se ha dicho antes. La exigencia fundamental del camino cristiano es “creer en Jesucristo” y amar a los hermanos (v. 23). “Creer” debe ser entendido aquí en el sentido de adherirse a su propuesta y seguirle; seguir a Jesús es hacer de la vida una entrega total de amor a los hermanos. “Creer en Jesucristo” y cumplir el mandamiento del amor son la misma y única cuestión.

Quien guarda los mandamientos (especialmente el mandamiento del amor, que todo lo resume), vive en comunión con Dios y ya posee algo de la naturaleza divina (el Espíritu). Es el Espíritu de Dios el que da al creyente la posibilidad de realizar obras de amor (v. 24). 2.3. Actualización

En la perspectiva del autor del texto que se nos propone hoy como segunda lectura, ser cristiano es “creer en Jesucristo” y “amarnos unos a otros como él nos amó”. Jesús “pasó por el mundo haciendo el bien” (Hch 10,38), testimoniando el amor de Dios a los pobres y excluidos, fue al encuentro de los pecadores y se sentó a la mesa con ellos (cf. Lc 5,26-30; 19,5-7), lavó los pies a los discípulos (cf. Jn 13,1-17), aseguró a todos que “el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido sino para servir y dar su vida” (Mt 20,28), permitió que le mataran para mostrarnos el amor total, murió en la cruz pidiendo al Padre perdón para los que le mataban (cf. Lc

23,34). Quien se adhiere a Jesús no puede escoger otro camino; el camino del cristiano sólo puede ser el camino del amor total, de la entrega de la propia vida, del servicio sencillo y humilde a los hermanos a ejemplo de Jesús. El amor a los hermanos es el distintivo de los seguidores de Jesús.

El autor de la carta señala, además, que el amor no se vive con “buenas palabras”

sino con acciones concretas en favor de los hermanos. No llega a condenar la guerra, pero es preciso ser constructor de paz; no llega a hacer discursos sobre la justicia social, pero es preciso realizar gestos auténticos de solidaridad; no llega a firmar manifiestos para defender los derechos de los explotados, pero es preciso luchar objetivamente contra las leyes y sistemas que generan explotación; no llega a realizar discursos contra las leyes que restringen la emigración, pero es preciso acoger a los hermanos extranjeros que vienen a nuestro encuentro en busca de una vida mejor; no llega a hablar mal de las personas que trabajan en nuestra parroquia, pero es necesario tener un compromiso serio en la construcción de una comunidad cristiana que de cada vez más testimonio del amor de Jesús.

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A veces nos sentimos frágiles y pecadores y, a pesar de nuestros esfuerzos y de

nuestra voluntad para acertar, nos sentimos indignos y lejos de Dios. ¿Cómo podemos saber que estamos en el camino cierto? ¿Cuál es el criterio que nos da seguridad sobre nuestra relación y proximidad con Dios? La vida de un árbol se ve por los frutos. Si realizamos obras de amor, si nuestros gestos de bondad y de solidaridad transmiten alegría y esperanza, si nuestra acción hace de nuestro mundo un poco mejor, es porque estamos en comunión con Dios y la vida de Dios circula por nosotros. Si la vida de Dios está en nosotros, se manifiesta, inevitablemente, en nuestros gestos.

Muchas veces somos testigos de admirables gestos proféticos realizados por

personas que realizaron opciones religiosas diferentes a las nuestras o hasta por parte de personas que asumen una aparente actitud de indiferencia frente a Dios. Sin embargo, no tenemos dudas: donde hay amor, allí está Dios. El Espíritu de Dios está presente también fuera de las fronteras de la Iglesia y actúa en el corazón de todos los hombres de buena voluntad. Por otra parte, ciertos testimonios de amor y de solidaridad que vemos surgir en los más variados ambientes constituyen una poderosa interpelación a los creyentes, invitándoles a una mayor fidelidad a Jesús y a su proyecto.

Aleluya

Aleluya Jn 15, 4. 5b

Permaneced en mí, y yo en vosotros —dice el Señor—;

el que permanece en mí da fruto abundante.

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EVANGELIO

El que permanece en mi y yo en él, ése da fruto abundante

Lectura del santo evangelio según san Juan

15, 1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: — «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

Palabra del Señor.

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3.1. Ambientación

El Evangelio del 5º Domingo de Pascua nos sitúa en Jerusalén, en la noche de del jueves, el día antes de la fiesta de Pascua del año 30. Jesús está reunido con sus discípulos alrededor de una mesa, en una cena de despedida. Él es consciente de que los dirigentes judíos decidirán darle muerte y que la cruz está en su horizonte próximo.

Los gestos y las palabras de Jesús, en este contexto, representan sus últimas indicaciones, y su “testamento”. Los discípulos reciben, aquí, las orientaciones para poder continuar en el mundo la misión de Jesús. Nace, así, la comunidad de la Nueva Alianza, fundada en el servicio (cf. Jn 13,1-17) y en el amor (cf. Jn 13,33-35), que practica las obras de Jesús animada por el Espíritu Santo (cf. Jn 14,15-26). El “discurso de despedida” de Jesús, va del 13,1 al 17,26.

El texto que la liturgia de este Domingo nos propone nos presenta una instrucción de Jesús sobre la identidad y la situación de la comunidad de los discípulos en medio del mundo. 3.2. Mensaje

Para definir la situación de los discípulos frente a Jesús y frente al mundo, Jesús utiliza la sugerente metáfora de la vid, de los sarmientos y de los frutos. Es una imagen con profundas connotaciones veterotestamentarias y con un significado especial en el universo religioso judío.

En el Antiguo Testamento (y de forma especial en el mensaje profético), la “viña” y la “vid” eran símbolos del Pueblo de Dios. Israel era presentado como una “vid” que Yahvé arrancó de Egipto, que transplantó a la Tierra Prometida y de la que cuidó siempre con amor (cfr. Sal 80,9.15); era también, presentado como la “viña”, que Dios plantó con cepas escogidas, que cuidó y de la que esperaba frutos abundantes, pero que solo produjo frutos amargos e impropios (cf. Is 5,1.7; Jer 2,21; Ez 17,5-10; 19,10-12; Os 10,1). La antigua “vid” o “viña” de Yahvé se reveló como una verdadera desilusión. Israel nunca produjo los frutos que Dios esperaba.

Ahora, Jesús se presenta como la verdadera “vid” plantada por Dios (v. 1) Jesús es el que va a producir los frutos que Dios espera. Y, de Jesús, la verdadera “vid”, nacerá un nuevo Pueblo de Dios. Hoy, como ayer, Dios continúa siendo el labrador que elige las cepas, que las planta y que cuida de su viña.

¿Cuál es el lugar y el papel de los discípulos de Jesús en este contexto? Los discípulos son los “sarmientos” que están unidos a la “vid” (Jesús) y que de ella reciben vida. Estos “sarmientos”, sin embargo, no tienen vida propia y no pueden producir frutos por sí mismos; necesitan de la savia que les comunica Jesús. Por eso, son invitados a permanecer en Jesús (v. 4). El verbo permanecer (“meno”) es la palabra clave de nuestro texto (del v. 4 al v. 8, aparece siete veces). Expresa la confirmación o renovación de una

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actitud ya anteriormente asumida. Supone que el discípulo ya se había adherido anteriormente a Jesús y que esa adhesión adquiere, ahora, estatuto de solidez, de estabilidad, de constancia, de continuidad. Es una invitación a que el discípulo mantenga su adhesión a Jesús, su identificación con él, su comunión con él. Si el discípulo mantiene su adhesión, Jesús, a su vez, permanece en el discípulo, esto es, continuará fielmente ofreciendo al discípulo su vida.

¿Qué significa, para el discípulo, estar unido a Jesús? En Jn 6,56 Jesús dice: Quien realmente come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él”. La “carne” de Jesús, es su vida; la “sangre” de Jesús es su entrega por amor hasta la muerte; así, “comer la carne y beber la sangre” de Jesús, es asimilar la existencia de Jesús, hecha servicio y entrega por amor, hasta la donación total de uno mismo. Está unido a Jesús y permanece en él quien acoge en el corazón esa propuesta de vida y se compromete con una existencia hecha entrega a Dios y a los hermanos, hasta la entrega completa de la vida por amor. La unión con Jesús no es, sin embargo, algo automático, que de forma automática toca al hombre y que es adquirida de una vez para siempre; sino que es algo que depende de la decisión libre y consciente del discípulo, una decisión que tiene que ser, además, continuamente renovada (v. 4).

Para los discípulos (“los sarmientos”), interrumpir la relación con Jesús, significa cortar la relación con la fuente de la vida y condenarse a la esterilidad. Quien se niega a acoger esa vida que Jesús propone y prefiere dirigir su existencia por caminos de egoísmo, de autosuficiencia, de cerrazón, es un sarmiento seco que no responde a la vida que recibe de la “vid”. No produce frutos de amor, sino frutos de muerte.

Ahora bien, la comunidad de Jesús (“los sarmientos”) no pueden condenarse a la esterilidad. Su misión es dar frutos. Por eso, el “labrador” (Dios) actúa para que el “sarmiento” (el discípulo) se identifique cada vez más con la “vid” (Jesucristo) y produzca frutos de amor, de entrega, de servicio, de liberación de los hermanos. La acción de Dios va en el sentido de “podar” el “sarmiento” para que de más fruto. “Podar”, significa invitarle a un proceso de conversión continua que le lleva a rechazar los caminos de egoísmo y de cerrazón, para abrirse al amor. Dicho de otra forma: la poda de los “sarmientos” se realiza a través de una adhesión cada vez más fiel a Jesús y a sus propuestas de amor (v. 2b). Los discípulos de Jesús están “podados” (v. 3), pues están unidos a Jesús, acogen su propuesta de vida y responden positivamente al reto que les realiza.

Si, a pesar del esfuerzo de Dios y de su continua llamada a la conversión, el “sarmiento” se obstina en no producir frutos que correspondan con la vida que se le comunica, quedará al margen de la comunidad de Jesús, de la comunidad de la salvación. Es un “sarmiento” que no pertenece a esa “vid” (v. 2a)

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3.3 Actualización

Jesús es la “verdadera vid”, de donde brotan los frutos de la justicia, del amor, de la verdad y de la paz; y en él y en sus propuestas es donde los hombres pueden encontrar la vida verdadera. Muchas veces los hombres, siguiendo lógicas humanas, buscan la verdadera vida en otros “árboles”; pero, con frecuencia, esos “árboles” solo producen insatisfacción, frustración, egoísmo y muerte. Juan nos asegura: en nuestra búsqueda de una vida con sentido, es en dirección a Cristo hacia donde tenemos que mirar. ¿Tenemos conciencia de que es en Cristo donde podemos encontrar una propuesta de vida auténtica? ¿Es él, para nosotros, el verdadero “árbol de la vida”, o preferimos andar por caminos de autosuficiencia y ponemos nuestra confianza y nuestra esperanza en otros “árboles”?

Hoy Jesús, “la verdadera vid”, continua ofreciendo al mundo y a los hombres sus

frutos; y lo hace a través de sus discípulos. La misión de la comunidad de Jesús, que hoy camina por la historia, es producir esos mismos frutos de justicia, de amor, de verdad y de paz que Jesús produce. Se trata de una tremenda responsabilidad que nos es confiada, a nosotros, los seguidores de Jesús. Jesús no creó un gueto cerrado donde sus discípulos puedan vivir tranquilamente sin ser “incomodados” por los demás hombres; sino que crea una comunidad viva y dinámica, que tiene como misión dar testimonio con gestos concretos el amor y la salvación de Dios. Si nuestros gestos no derraman amor sobre los hermanos que caminan a nuestro lado, si no luchamos por la justicia, por los derechos y por la dignidad de los demás seres humanos, si no construimos la paz y no somos heraldos de reconciliación, si no defendemos la verdad, estamos traicionando a Jesús y la misión que nos encomendó. La vida de Jesús tiene que transparentarse a través de nuestros gestos y, a partir de nosotros, alcanzar a todos los hombres.

No obstante, el discípulo solo puede producir buenos frutos si permanece unido a

Jesús. El día de nuestro Bautismo optamos por Jesús y asumimos el compromiso de seguir el camino del amor y de la entrega; cuando celebramos la Eucaristía, acogemos y hacemos nuestra la vida de Jesús, vida compartida con los hombres, hecha entrega y donación total por amor, hasta la muerte. El cristiano tiene en Jesús su referencia, se identifica con él, vive en comunión con él, le sigue en todo momento en el amor a Dios y en la entrega por los hermanos. El cristiano vive de Cristo, vive con Cristo y vive para Cristo.

¿Qué es lo que puede interrumpir nuestra unión con Cristo y convertirnos en

sarmientos secos y estériles? Todo aquello que nos impide responder positivamente al desafía que Jesús nos realiza en el sentido de seguirle, provoca en nosotros esterilidad y privación de vida. Cuando dirigimos nuestra vida por

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caminos de egoísmo, de odio, de injusticia, estamos diciendo no a Jesús y renunciando a esa vida verdadera que él nos ofrece; cuando nos cerramos en esquemas de autosuficiencia, de comodidad y de instalación, estamos rechazando la invitación de Jesús y cortando nuestra relación con la vida plena que él nos ofrece; cuando para nosotros el dinero, el éxito, la moda, el poder, los aplausos, el orgullo, el amor propio, son más importantes que los valores de Jesús, estamos secando esa corriente de vida eterna que debería correr entre Jesús y nosotros. Para que no nos convirtamos en “sarmientos” secos, es necesario que renovemos cada día nuestro “sí” a Jesús y a sus propuestas.

La comunidad cristiana es el lugar privilegiado para el encuentro con Cristo, “la

verdadera vid” de la cual somos los “sarmientos”. Es en el ámbito de la comunidad donde celebramos y experimentamos, en el Bautismo, en la Eucaristía, en la Reconciliación, la vida nueva que brota de Cristo. La comunidad cristiana es el Cuerpo de Cristo; y un miembro amputado del Cuerpo es un miembro condenado a la muerte. A veces la comunidad cristiana, con sus miserias, fragilidades e incomprensiones, nos decepciona y aflige; a veces sentimos que la comunidad sigue caminos por donde no nos encontramos. Sentimos, entonces, la tentación de apartarnos y de vivir nuestra relación con Cristo al margen de la comunidad. Sin embargo, no es posible continuar unido a Cristo y recibir la vida de Cristo rompiendo con nuestros hermanos en la fe.

¿Quienes son los “sarmientos secos”? Son, evidentemente, aquellos discípulos que

un día se comprometieron con Cristo, pero después dejaron de seguirle. Pero los “sarmientos secos” pueden también ser aquellas pequeñas miserias y fragilidades que existen en la vida de cada uno de nosotros. Atención: es necesario “podar” esos pequeños obstáculos que impiden que la vida de Cristo circule abundantemente en nosotros. A eso se llama “conversión”.

¿Como podemos “podar” los “sarmientos secos”? Fundamentalmente confrontando

nuestra vida con Jesús y con su Palabra. Necesitamos escuchar la Palabra de Jesús, meditarla, confrontar nuestra vida con ella. Entonces, por contraste, se manifestarán con claridad nuestras opciones equivocadas, los falsos valores y esas mil y una pequeñas infidelidades que nos impiden tener acceso pleno a la vida que Jesús nos ofrece.