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6 de enero San Carlos de Sezze (1613-1670) por José M.ª Pou y Martí, o.f.m. Algunos escritores modernos han llamado la atención de los teólogos místicos hacia este lego franciscano, antes casi desconocido a causa de quedar todavía inéditos en su mayor parte sus numerosos escritos, que son cuarenta entre tratados y cartas; solamente seis, y no ciertamente los más importantes, merecieron el honor de la imprenta. Nació este santo varón en Sezze, hermosa villa de la provincia romana, el 22 de octubre de 1613, de padres muy pobres de bienes temporales pero muy ricos de virtudes, los cuales le procuraron únicamente la instrucción elemental, que bien pronto tuvo que interrumpir para dedicarse a la guarda de las ovejas, lo cual empero sirvióle admirablemente, como a otro Pascual Bailón, para el ejercicio de la oración y la lectura de libritos piadosos. Visitaba con frecuencia la iglesia de los Frailes Menores, no muy lejana de su casa, y al contemplar en ella los toscos cuadros de los beatos (hoy canonizados) Salvador de Horta y Pascual Bailón, legos españoles de la expresada Orden, sentía tal entusiasmo que, como escribió después, exclamaba: «Si yo llego a entrar en esta religión imitaré a estos santos: pasaré las noches en la iglesia y haré asperísima penitencia». Cayó luego en muy grave enfermedad, la cual fue causa decisiva de su vocación religiosa, de modo que a los diecisiete años de edad pidió licencia para entrar entre los religiosos franciscanos de la provincia de Roma en el estado laical, lo cual consiguió después de larga y dura prueba, siendo enviado al convento de Nazzaro, donde vistió el pobre sayal de San Francisco el día 18 de mayo de 1635, empezando luego el noviciado. Pasado el año de probación entre rigurosos ejercicios de penitencia y grandes tribulaciones espirituales, algunos religiosos profesos estaban perplejos en permitirle o negarle la licencia para pronunciar los tres votos perpetuos, dudando que pudiese sostener el peso de la vida regular. En esta lamentable situación acudió el devoto joven a la Virgen Santísima, de quien había recibido ya tantísimos favores; esta clementísima Madre vino sin tardar en su auxilio, de modo que, desapareciendo aquellos temores, pudo el día 19 de mayo de 1636 consagrarse por siempre al Señor, cambiando el nombre de Juan Carlos por el de Carlos de Sezze. La vida del fervoroso lego después de su profesión fue bastante sencilla, residiendo sucesivamente en los conventos de Morlupo, Ponticelli, Palestrina, Carpineto (patria del futuro papa León XIII), San Pedro in Montorio de Roma (en gran parte edificado por los Reyes

6 de Enero, San Carlos de Sezze

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6 de enero

San Carlos de Sezze (1613-1670)

por José M.ª Pou y Martí, o.f.m.

Algunos escritores modernos han llamado la atención de los teólogos místicos hacia este lego franciscano, antes casi desconocido a causa de quedar todavía inéditos en su mayor parte sus numerosos escritos, que son cuarenta entre tratados y cartas; solamente seis, y no ciertamente los más importantes, merecieron el honor de la imprenta.

Nació este santo varón en Sezze, hermosa villa de la provincia romana, el 22 de octubre de 1613, de padres muy pobres de bienes temporales pero muy ricos de virtudes, los cuales le procuraron únicamente la instrucción elemental, que bien pronto tuvo que interrumpir para dedicarse a la guarda de las ovejas, lo cual empero sirvióle admirablemente, como a otro Pascual Bailón, para el ejercicio de la oración y la lectura de libritos piadosos. Visitaba con frecuencia la iglesia de los Frailes Menores, no muy lejana de su casa, y al contemplar en ella los toscos cuadros de los beatos (hoy canonizados) Salvador de Horta y Pascual Bailón, legos españoles de la expresada Orden, sentía tal entusiasmo que, como escribió después, exclamaba: «Si yo llego a entrar en esta religión imitaré a estos santos: pasaré las noches en la iglesia y haré asperísima penitencia».

Cayó luego en muy grave enfermedad, la cual fue causa decisiva de su vocación religiosa, de modo que a los diecisiete años de edad pidió licencia para entrar entre los religiosos franciscanos de la provincia de Roma en el estado laical, lo cual consiguió después de larga y dura prueba, siendo enviado al convento de Nazzaro, donde vistió el pobre sayal de San Francisco el día 18 de mayo de 1635, empezando luego el noviciado. Pasado el año de probación entre rigurosos ejercicios de penitencia y grandes tribulaciones espirituales, algunos religiosos profesos estaban perplejos en permitirle o negarle la licencia para pronunciar los tres votos perpetuos, dudando que pudiese sostener el peso de la vida regular. En esta lamentable situación acudió el devoto joven a la Virgen Santísima, de quien había recibido ya tantísimos favores; esta clementísima Madre vino sin tardar en su auxilio, de modo que, desapareciendo aquellos temores, pudo el día 19 de mayo de 1636 consagrarse por siempre al Señor, cambiando el nombre de Juan Carlos por el de Carlos de Sezze.

La vida del fervoroso lego después de su profesión fue bastante sencilla, residiendo sucesivamente en los conventos de Morlupo, Ponticelli, Palestrina, Carpineto (patria del futuro papa León XIII), San Pedro in Montorio de Roma (en gran parte edificado por los Reyes Católicos Fernando e Isabel) y San Francisco a Ripa, que conserva el recuerdo de la habitación de San Francisco y donde Carlos de Sezze falleció santamente el día 6 de enero de 1670. Morando en Morlupo tuvo una tremenda visión que lo alentó en el progreso de la vida contemplativa; en Ponticelli dióse enteramente al ejercicio que llamaba «la confianza en Dios» o la pequeñez espiritual, a guisa de un niño descansando en el regazo de su madre y que tanto recomienda el Santo en sus escritos. Bien pronto le cautivó otro ejercicio saludable: rogar todos los días por la propagación de la fe en los países paganos, deseando además derramar en ellos la sangre por Cristo, y al efecto pidió y obtuvo partir como misionero para las Indias de patronato portugués; pero al ir para allá le sobrevino una grave enfermedad, por lo cual fue trasladado a la enfermería de San Francisco a Ripa, llorando amargamente porque no podía acompañar a los que salían destinados a aquellas misiones.

En aquel tiempo la provincia romana abrió un convento de retiro en Castelgandolfo, donde los religiosos vivían con extraordinaria austeridad, muy semejante a la de los antiguos anacoretas; allí acudió nuestro Carlos con permiso de los superiores; pero por lo visto el sitio no era muy sano, así es que poco después, esto es, en 1643, hubo que cerrar aquel convento a causa de las enfermedades contraídas por algunos religiosos; por lo cual el siervo de Dios fue trasladado a Carpineto, donde pudo dar pruebas de su heroica caridad durante la terrible epidemia que

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devastó aquella región. Viósele muchas veces asistiendo a los pobres apestados más peligrosos, sin cuidarse de su propia salud y también cargando sobre sus espaldas a los muertos para darles cristiana sepultura. Dios permitió que, en vez de premio por tanta abnegación y sacrificio, recibiese una pública reprensión y fuese trasladado al convento romano de San Pedro in Montorio para encargarse del oficio de sacristán y, más tarde, del de cuestor de limosnas en la misma capital. Ejercitando este último humilde servicio recibió de Jesús Sacramentado el más estupendo prodigio de su vida, que le mereció el título de «Serafín de la Eucaristía», pues que entrando una mañana en la iglesia de San José «de Capo de Case», situada cerca de la actual plaza de España, y oyendo allí en compañía de algunos fieles y todo absorto en el amor de Jesús el santo sacrificio de la misa, al llegar el acto de la elevación un rayo luminoso partió de la hostia sagrada hiriendo el costado del Santo hasta penetrar su corazón –cuya señal se observa todavía actualmente–, con lo cual cayó el extático lego en un admirable deliquio de amor y dolor, como él mismo refiere en su autobiografía. Desde este momento la vida de fray Carlos fue eminentemente eucarística, de modo que frecuentemente, después de la santa comunión, experimentaba largos coloquios e íntimas comunicaciones con Jesús, a quien tanto recreaba el fervor y sencillez columbina de su siervo.

Este fidelísimo hijo del «Pobrecillo de Asís» fue decorado con el don de milagros: numerosísimos enfermos recobraron la salud mediante las oraciones que por ellos elevaba al Señor, a la Virgen Santísima y al entonces Beato Salvador de Horta, taumaturgo catalán, cuya devoción habían propagado por Italia los franciscanos de Cerdeña, en cuya capital había fallecido en 1567, y en este mismo tiempo trabajaba en Roma para su canonización el Beato Buenaventura de Barcelona, lego también fallecido igualmente como su compatriota en tierras italianas. El mismo Carlos de Sezze refiere difusamente unos veinte milagros obrados por él mediante una reliquia del prodigioso franciscano de Horta, que llevaba siempre consigo. Estos milagros, lo mismo que sus excelsas virtudes y maravillosas profecías, hicieron popular en el Lacio el nombre de fray Carlos, de modo que hasta algunos cardenales y papas lo colmaron de obsequios. Predijo el honor del Papado a los purpurados Chigi (Alejandro VII), Rospigliosi (Clemente IX), Alfieri (Clemente X) y Albani (Clemente XI); otros pontífices lo invitaron no pocas veces a su corte para aprovecharse de sus sobrenaturales consejos y espiritual doctrina.

Maravilla causa ver en Carlos de Sezze, que solamente había aprendido a leer y escribir, una doctrina mística tan sublime, que algunos escritores modernos la comparan a la de Santa Teresa o de San Juan de la Cruz, proclamándolo uno de los mejores autores de la misma disciplina en el siglo XVII, dotado ciertamente de ciencia infusa. Es verdaderamente un escritor fecundo. No se han conservado todas sus obras, pues sabemos que estando en Carpineto su confesor le mandó quemar un libro de meditaciones, lo cual ejecutó sin resistencia alguna, y otro confesor suyo, el padre Antonio de Aquila, el cual nos ha dado la primera lista de los mismos escritos, asegura que había otros ya entonces perdidos. De todos modos, los que existen actualmente dan derecho a proclamar a San Carlos autor espiritual de grande fecundidad y seguro magisterio.

Entre sus obras, estudiadas recientemente con utilísimos detalles por el docto padre Jaime Heerinckz, descuellan por su importancia: Le tre Vie, tratado sobre la vía purgativa, iluminativa y unitiva; Cammino interno dell'anima; Discorsi sopra la vita di N. Signor Gesù Cristo; Sacro Settenario, que, según dice el mismo autor, la seráfica madre Santa Teresa de Jesús se lo dictó textualmente; finalmente la obra más extensa y de mayores vuelos: Le grandezze della misericordia di Dio in un anima diulata dalla grazia divina, que es su autobiografía, compuesta por inspiración divina y por mandato de su confesor. El Santo trabajó en esta última obra desde 1661 hasta 1665, mientras residía en el convento romano de San Pedro in Montorio. Describe en ella su propia vida y sobre todo las gracias que había recibido del Altísimo desde su infancia a la edad de cincuenta y dos años. El libro está dividido en siete partes y en ciento doce capítulos, su materia está saturada de preciosas ideas y descripciones importantes no solamente por lo que se refiere a la vida del autor, sino también y principalmente por la multitud de fenómenos místicos y muy extraordinarios, en esta voluminosa obra descritos, y que pueden ser utilísimos a los cultivadores de la ciencia mística.

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La doctrina espiritual de este siervo de Dios es siempre sólida y sustancial; y a pesar de que su autor no pudo dedicarse a estudios de alta teología, trata de ella de una manera maravillosa, describiendo sapientemente los grados más elevados de la mística católica, de modo que en este sujeto verificóse de nuevo la verdad de la sentencia evangélica según la cual el Señor esconde los misterios divinos a los sabios del mundo y los revela a los párvulos de espíritu.

Murió el Santo en el convento romano de San Francisco a Ripa en la fiesta de los Reyes de 1760, después de pocos días de enfermedad, durante la cual recibió, arrodillado en el suelo, el divino Viático, confortado con una celestial visión del Salvador, de la Virgen Santísima y de muchos ángeles. El papa León XIII lo elevó a los primeros honores de los altares en 1882 y Juan XXIII lo ha canonizado en este año de 1959 juntamente con la barcelonesa Joaquina Vedruna de Más, fundadora de las Carmelitas de la Caridad. Su sepulcro se venera en la iglesia franciscana de San Francisco a Ripa, pero el corazón incorrupto, con la señal de la cruz impresa en el acto del prodigio eucarístico referido, se conserva en la capilla del convento llamada de San Francisco.

José M.ª Pou y Martí, OFM, San Carlos de Sezze, en Año Cristiano, Tomo I, Madrid, Ed. Católica (BAC 182), 1959, pp. 46-50.

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7 gennaio 1996: Padre Raimondo Sbardella al convegno sulla figura di San Carlo

P. RAIMONDO SBARDELLA O.F.M.

SAN CARLO DA SEZZE

GRANDE MISTICO E MAESTRO DI SPIRITO

Estratto da Frate Francesco 63 (1996), n. 4

Cenni biograficiScrittore

Itinerario misticoFlorilegio spirituale

ConclusioneBibliografia

CENNI BIOGRAFICI

"Nacqui or dunque, per quello che si ricava nella fede di battesimo, ai ventidue di ottobre 1613, in giorno di martedì, e ai ventisette del medesimo mese, in giorno di domenica, fui battezzato, e mi posero nome Giovan Carlo" (Opere complete, I, 265; in seguito sarà indicato solo il volume e la pagina). Ancora: "Chiamavasi mio padre Ruggero Marchionne e mia madre Antonia Maccione, ambedue nativi delle antiche famiglie di Sezze, città della reverenda Camera Apostolica" (I, 260). Questo è il biglietto di presentazione di S. Carlo, che si trova nella sua autobiografia, intitolata: Le grandezze delle misericordie di Dio, e deve essere ritenuta della massima esattezza (Comunque chi volesse approfondire la questione sulla precisa data di nascita del Santo e sul suo cognome , può vedere: I, 41 ss).

Nei suoi genitori e nella nonna materna, Valenza Pilorci, trovò degli educatori esemplari, assidui e generosi di consigli e di disciplina cristiana. I principi basilari, che fra Carlo, facendo eco alle parole del padre, dice fondati nella legge di natura, scaturivano dalla parola di Dio: "Non fare agli altri quello che non vuoi che sia fatto a te; fai agli altri quello che vuoi che sia fatto a te" (I, 261). Nonostante questi buoni presupposti e le doti positive che l'arricchivano, germogliò in lui l'istinto della prepotenza e della sopraffazione, tanto che lo chiamavano il gallo di casa (I, 269). L'inizio degli studi scolastici, favoriti dalla intelligenza pronta e dalla vivacità incontenibile, furono ostacolati dalla deviazione di letture non pertinenti, fino a giungere ad una ribellione clamorosa, con conseguente "frustatura" (I, 68 ss).

Di fronte a tali risultati catastrofici, Gian Carlo si ridusse al lavoro dei campi e a pascolare i buoi, da lui stesso richiesti al padre.

In questa attività si ritemprò nella salute e si radicò nella vocazione religiosa con maggiore precisione nella scelta dello stato di fratello laico tra i Frati Minori, dimoranti nel locale convento di S. Maria delle Grazie. Questa sua decisione incontrò svariate e forti opposizioni, particolarmente nello zio materno, don Francesco Maccione, il quale voleva che diventasse prete, e per convincerlo gli promise il suo canonicato; in seguito accondiscese che si facesse frate, ma sacerdote.

Non ci furono ragioni che potessero prevalere sulla sua volontà. Il 10 maggio 1635 salutò i suoi e si recò a Roma, S. Francesco a Ripa Grande, per essere ricevuto all'Ordine e il 18 maggio successivo vestì l'abito

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religioso nel convento-noviziato di S. Francesco in Nazzano e fu chiamato fra Cosimo. A un anno esatto emise la professione religiosa e per richiesta della madre gli fu di nuovo cambiato il nome in fra Carlo, e cominciò il suo pellegrinaggio nei vari conventi laziali.

Il primo fu S. Maria Seconda di Morlupo, non molto distante da Nazzano: cominciò ad impratichirsi nei lavori imparati nel noviziato: orto e cucina. Nell'ottobre del 1637 fu destinato al convento di S. Maria delle Grazie di Ponticelli Sabino. Nel novembre del 1638, mentre si trasferiva da Ponticelli al convento di S. Francesco in Palestrina, ricevette la notizia della morte della madre, già presentita nel suo intimo; il padre era morto nell'agosto del 1636. A Palestrina cominciò a sperimentare le prime estasi propriamente dette e iniziò a fare il questuante.

Nel marzo del 1640 fu mandato nel convento di S. Giovanni Battista del Piglio, ma nell'aprile seguente fu destinato a fare il sacrestano a Carpineto Romano, dove rimase fino al marzo del 1646. Quivi fu sottoposto ad una incomprensibile persecuzione da parte di un confratello e ad una furibonda tentazione di lussuria; fu sollecitato a scrivere sulla passione di Cristo, e nel 1645, durante la peste che sconvolse il paese, fu il benefattore e il confortatore degli ammalati, esponendosi al rischio del contaggio (II, 75 ss).

Scrive il Santo: "Dopo aver sopportato, in questo convento di Carpineto, tante sì spaventose e terribili tentazioni del demonio, del senso e degli uomini, si fece il nuovo Capitolo provinciale, e fu eletto per Ministro della Provincia il padre Giuseppe da Roma, della famiglia Rivaldi, che fu nel 1646 nel mese di marzo, nel tempo di Papa Innocenzo X" (II, 93). Tale introduzione si richiedeva perché in questa occasione fra Carlo fu trasferito a Roma, nel convento di S. Pietro in Montorio, sul Gianicolo, dove resterà per il resto della sua vita, salvo due brevi soste nel convento di S. Francesco a Ripa nel 1650 e nel 1652.

Nel 1647 viene assalito da una prepotente tentazione di vendetta contro gli uccisori dello zio don Francesco: "Il sangue non può diventare acqua", scrive egli. Fra Carlo vincerà la tentazione portando il perdono personalmente ai parenti degli assassini (II, 104 ss). Nel 1648, a seguito di una punizione accettata con eroica rassegnazione, fu arricchito dalla trasverberazione del cuore nella chiesa di S. Giuseppe a Capo le Case in Roma (II, 136 ss). Si snoda quindi un'altalena di comandi e di proibizioni di scrivere; diventa direttore spirituale di svariate persone, di monasteri, di prelati. Nel 1635 termina di scrivere il Trattato delle tre vie, nel 1657 il Cammino interno e nel 1660 i Settenari sacri; nel 1661 comincia Le grandezze delle misericordie di Dio, che termina nell'agosto del 1665. Intanto nel 1662 viene mandato a Napoli, monastero S. Chiara, per direzione spirituale e nel 1666 accompagna il cardinale Cesare Facchinetti ad Assisi, Loreto, La Verna, Firenze. Altro viaggio nel 1669 a Spoleto, sempre dal card. Facchinetti, finché il 6 gennaio 1670 rende l'anima a Dio (II, 515 ss).

Dopo la morte inizia la raccolta di testimonianze sulla santità di fra Carlo da parte di P. Angelo Bianchineri da Naro, già suo confessore saltuario e consigliere assiduo, di Nicola Grappelli ed altri. Nel 1694 La Congregazione dei Riti decretò di aprire il processo sulla fama di santità, virtù e miracoli; iniziò così una trafila che si dimostrò, per varie cause, piuttosto laboriosa: basti dire che la congregazione generale per procedere alla beatificazione ebbe luogo nel 1875 e solo nel 1882 fu proclamato beato da Leone XIII. Anche per la canonizzazione si ebbe un contrattempo: era stata programmata per l'ottobre 1958, ma il 9 di quel mese morì Pio XII e così la glorificazione fu aggiornata per il 12 aprile 1959, e fu operata da Giovanni XXIII (II, 518 ss). Il corpo riposa in S. Francesco a Ripa e la festa per l'Ordine francescano è stata fissata per il 7 gennaio.

SCRITTORE

Fra Carlo studiò per sei-sette anni, giungendo ad apprendere i primi rudimenti della lingua latina; egli dice che era giunto "a fare le concordanze", e secondo un testimone a declinare musa, musae e a coniugare doceo, doces (I, 69). In seguito, sia per la rigorosità del maestro, sia per le malattie, sia per l'avversione alla disciplina, lasciò e dimenticò quasi tutto; gli rimase "solo nella memoria un poco di leggere e malamente di scrivere" (I, 272). Alla insufficiente, meglio negativa, preparazione letteraria vanno sommati i contrasti e le proibizioni che ripetutamente si abbattevano su di lui, il che è molto comprensibile, anche se erano alternati da comandi espliciti e richieste impellenti; ma soprattutto le atroci sofferenze interiori, le improvvise ottusioni di mente e le difficoltà che incontrava per la stampa (I, 116 ss).

Nonostante queste constatazioni negative, egli fu uno scrittore fecondo e trattò con maestria problemi di altissima spiritualità, da destare ammirazione in uomini dottissimi, come si espresse Leone XIII nella bolla di beatificazione (I, 109).

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Stampati vivente il Santo:

← Trattato delle tre vie della meditazione e stati della santa contemplazione, distinto in tre parti. L'opera ebbe due edizioni: 1654 e 1664.

← Canti spirituali, nei quali si spiega l'interno cammino dell'anima innamorata di Gesù Cristo suo sposo; e come sua Divina Maestà l'incammina, con diversi esercizi, e la conduce alla perfezione dell'unitivo amore. Anche quest'operetta, in poesia, ebbe due edizioni, assieme al Trattato, con il quale era unita.

← Cammino interno dell'anima sposa dell'umanato Verbo Cristo Gesù, per il quale ella s'incammina alla perfezione dell'unitivo amore con Dio, Roma 1664: è il commento ai Canti spirituali; opera voluminosa e poderosa per la varietà degli argomenti e profondità dottrinale.

← Settenari sacri, ovvero meditazioni pie per sollevare l'anima all'unione con Dio per i sette giorni della settimana. Opera utilissima per ogni persona desiderosa di salire alla perfezione, Roma 1666. Si tratta di un grosso volume contenente 98 meditazioni su 7 temi distinti: la creazione, le virtù teologali e cardinali, le virtù morali, i sette viaggi dolorosi di Cristo nei giorni della sua passione e morte, le sette parole di Cristo sopra la croce, le sette petizioni del Pater noster, i doni dello Spirito Santo.

← Esercizio devoto per la novena di nostro Signore, ovvero nove meditazioni, da farsi in nove giorni, per apparecchiarsi a celebrar con devozione la festa del santissimo Natale, Roma 1666; l'operetta fa seguito ai Settenari sacri.

← Esercizio devoto per la novena della santissima Vergine Maria, ovvero nove punti da meditarsi in nove giorni, per apparecchiarsi a celebrare con devozione la festa della Natività di essa santissima Vergine, Roma 1666; lo scritto segue la Novena precedente.

Dopo la morte del Santo: nel 1742 fu ristampato il Trattato delle tre vie e nel 1865 fu pubblicata di nuovo la Novena di Natale.

In questi ultimi anni, in particolare per la circostanza della canonizzazione del Santo, sono stati pubblicati altri scritti di varia entità (I 141s), ma soprattutto è stata iniziata l'edizione critica delle Opere complete (primo volume 1963), sospesa nel 1980 e ripresa nel 1994. Sono usciti 6 volumi e comprendono tutte le opere già stampate del Santo, e nei primi due volumi: Le grandezze delle misericordie di Dio in un'anima aiutata dalla grazia divina (autobiografia) con altri opuscoli autobiografici.

Inediti: ci sono ancora vari opuscoli e alcune lettere (forse non tutte e si spera in qualche felice sorpresa) che saranno raccolti nel decimo volume delle Opere complete. Intanto è in corso di avanzata preparazione il primo volume dei tre preventivati, che comprenderanno l'opera più voluminosa di fra Carlo: Esemplare del cristiano, ovvero discorsi sopra i misteri principali della vita, predicazione, passione e resurrezione di Gesù Cristo, cavati da quello che hanno scritto i quattro Evangelisti, e divisa in tre parti . Si tratta, come si comprende, della vita di Cristo, purtroppo incompleta per la sopraggiunta morte dell'Autore, arrivando fino al discorso sopra l'Ecce homo. L'opera ha carattere narrativo ed esegetico, ma con molta frequenza vi sono inserite riflessioni di natura eminentemente mistica, che danno un valore notevole allo scritto. In modo particolare fa impressione una conoscenza sbalorditiva della Sacra Scrittura da parte di fra Carlo. In tutto, tra grandi e piccoli, si contano circa 50 scritti.

ITINERARIO MISTICO

Data l'indole dell'articolo non si crede opportuno esporre sistematicamente la dottrina spirituale di fra Carlo, il quale ha sperimentato e trattato o descritto tutti i problemi della musica. Quando il confessore, p. Antonio dell'Aquila, gli comandò di scrivere il Cammino interno e Le grandezze delle misericordie di Dio, gli impose anche che dovesse scrivere esclusivamente tutto ciò che aveva sperimentato, o che man mano sperimentava, altrimenti glielo avrebbe cancellato oppure non lo avrebbe assolto (I, 104), e il Santo confessa chiaramente di non aver scritto nulla che non scaturiva dalla sua esperienza (II, 263).

Nella conclusione del Cammino interno, rivolgendosi al confessore, scrive: "I libri dei quali mi sono servito, sono stati quattro, che dirò a gloria di Dio: il primo è stata la frequenza della santa comunione; il secondo il servire alla santa messa; il terzo il Crocefisso; il quarto l'orazione. Ho imparato nel primo, conforme alla mia bassa capacità d'intendere, quelle mistiche e amorose unioni e trasformazioni di amore che passano fra l'anima amante e Gesù Cristo suo sposo nella passiva contemplazione. Nel secondo ho imparato

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come il nostro intelletto venga illustrato e acquisti cognizione certa per intendere le divine verità, e come in quelle si affezioni la volontà ed esso intelletto sostanzialmente si sospenda, senza intendere e conoscere il cibo del quale si pasce. Nel terzo ho appresa l'intelligenza della sacra Scrittura, e l'ordine dello stile e della frase. Nel quarto ho ricevuto l'intendimento e comunicazione delle materie proporzionate, accompagnate con esempi dei santi e devote metafore, con le quali potessero restare meglio spiegate e intese le sacre dottrine. Ho voluto qui significare il tutto a vostra riverenza, acciò s'intendi chiaramente che in scrivere dette materie spirituali si fa più con lo studio dell'assidua orazione che con il leggere molti libri, penetrando la pratica, dove non giunge la semplice teoria senza l'esperienza" (V, 545).

E non è un modo di dire, perché altrove ci confida: a volte, mentre scrivevo "mi pigliava un timore sì grande, che pareva di trovarmi in un profondo mare senza di saperne uscire; e ben spesso mi sentivo una cosa interiormente che aspramente mi riprendeva di quello che volevo fare, che era come un cane che mi mordeva le viscere e in estremo mi affliggeva. In questi frangenti pigliavo alle volte qualche libro per vedere di aver qualche luce per spiegare il concetto, come anche per fare la mia parte; niente però mi giovava. Ricorrevo al libro del Crocifisso, che sempre avevo davanti: cominciavano a sparir le tenebre e a venire la chiara luce. Fuggiva il cane e veniva il maestro che mi insegnava, cioè lo Spirito Santo, comunicandomi l'intelligenza in quello che dovevo esporre e al quale la mia fiacchezza non arrivava. Restavo altre volte con la stessa offuscazione di mente. Ricorrevo per rifugio adorazione, ponendomi avanti al Signore nel santissimo sacramento dell'altare e, unitomi a lui, mi si apriva la mente e lucidava l'intelletto, e come di vista mi si poneva avanti ordinatamente tutto quello che dovevo scrivere con i passi della divina Scrittura che vi andavano inseriti, con la dichiarazione appropriata; avvenendomi il medesimo quando servivo alla santa messa e quando ricevevo nella sacra comunione il santissimo sacramento del corpo del Signore" (II, 263).

Da Le grandezze delle misericordie di Dio ricaviamo una breve cronologia dei principali stati di orazione sperimentati dal Santo.

1630-32: I1 Signore gli comunica un grande fervore di spirito; fa il voto di castità perpetua; pregando dinanzi all'immagine della Vergine è arricchito del dono dell'orazione di quiete, primo grado di orazione infusa: "Si tratta di un'altra sorte di orazione, dove l'anima con le potenze si raccoglie nell'interiore, e del miglioramento che ne segue, acquistando lume, in fare le cose per Dio" (I, 280ss).

1639: Prime estasi a Palestrina: "Si ragiona delle estasi che cominciai a provare e le cause per le quali provenivano, dandosi intorno a questo buoni avvertimenti". Le cause che originavano le estasi erano: "La prima era in sentir ragionare di Dio, riscaldandosi dell'amor di lui l'affetto, apprendendo quella sua gran bontà, maestà e grandezza, dalla quale l'anima era rapita ed elevata sopra di sé... La seconda, sollevando l'intelletto in qualche mistero sacro della vita di Cristo... Avveniva, nella terza causa, quando che sua divina Maestà si compiaceva di risvegliare l'anima con quel suo puro spirito di divinità, che, come sibilo divino o soavissima aura, riduce nella casa dell'interno le sparse potenze" (I, 530ss).

1648 ottobre: stimmata nel cuore: "Si ragiona del desiderio che concepii nell'anima dell'amor di Dio e la maniera che nostro Signore tenne in farmelo sentire sensibilmente nel cuore" (II 135ss).

1648-49: A seguito della stimmata per un anno sperimenta grande ripienezza di Dio e spirito di adorazione interiore, dopo di che entra, nel primo grado di orazione di presenza di Dio; lascia la meditazione "immaginare" ed entra nella contemplazione infusa (II, 157ss).

1651-53: Periodo del secondo grado di orazione di presenza di Dio e aridità di spirito: "Si prosegue a ragionare di questa seconda sorte di presenza di Dio, e si dice come cominciai ad avere alcune sorti di rivelazioni e visioni, e come dallo spirito del Signore ero ammaestrato" (II, 207ss).

1652-53: Sente particolare dolcezza sensibile nel fare la comunione e quindi chiede e ottiene di poterla fare ogni giorno (II, 179ss); ne scriverà un breve trattato, che inserirà nel Cammino Interno, per diffondere la pratica (V, 354-77).

1653-56: "Si ritorna a ragionare della presenza di Dio e si dice della terza sorte che si fa puramente nell'intelletto... Come l'anima spiritualmente si trasforma in Dio... Desidera di uscire dal carcere del corpo per unirsi perfettamente a Dio... e come nostro Signore mi diede l'intelligenza della sacra Scrittura e di intendere gli andamenti dell'anima nel cammino dello spirito" (II, 235-76).

1656-57: "Si ragiona della quarta sorte di presenza di Dio, dove l'anima con luce soprannaturale gode del medesimo Dio come a sé presente"; ancora: "Si ragiona dei movimenti ed elevazioni dello spirito e come in questa sorte di orazione abbia parte la fede e la speranza ed operi la carità". Stato di annichilazione,

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esclamazioni, "evaporazioni dello spirito", ribellione dei sensi (II, 277-358); tentazione di disperazione e aumento di sofferenza nella preghiera (II, 316ss).

1662-65: "Si ragiona dell'ultimo grado orazione, che è lo stato dell'amor di Dio dolce e soave, nel quale l'anima con la legge riposa nel medesimo Dio"; si parla quindi delle operazioni mistiche che diventano più perfette nell'anima, delle aridità spaventose, delle elevazioni di spirito e di locuzioni divine (11, 359ss).

1663: Confermato in grazia (II, 401).

Questa elencazione non è assolutamente esaustiva, anzi del tutto restrittiva, perché altrove il Santo parla di altre esperienze e fenomeni mistici non sempre capiti e perciò non apprezzati, per esempio: lo stato dell'amor puro "non inteso da molti e da pochi desiderato" (III, 254s) '

Nel Trattato delle tre vie, dopo aver descritto 14 "stati universali della santa contemplazione", 10 stati "singolari", 13 "estatici struggimenti", 3 "gemiti mistici", e altri fenomeni, tutti puntualmente da lui vissuti, scrive: "Molti altri sono le mansioni e gli stati nella casa del Signore, di alcune dei quali non se ne può dir parola senza il divino aiuto, e sono difficilissimi darli ad intendere". Scende quindi nell'enunciazione: "Il dirvi che alcune volte all'anima pare di esser trasportata per immergersi e unirsi con Dio nelle onde rapidissime dell'amore, e restare il corpo immobile... Che un'anima sarà stata lungo tempo arida secca e in un istante le sono svelati segreti del cielo... Che alcune volte, stando i servi di Dio in orazione in paesi diversi e lontani l'uno dall'altro, per divina permissione si vedino e parlino in spirito, e altre volte incontrandosi insieme, senza parlarsi con le loro bocche, interiormente si vedino i loro cuori e senza strepito di voce si parlino... Che il corpo, stando fermo in terra in atto di orazione, agilmente gli paia di esser elevato in aria, circondato di chiarissima luce... Che alcune volte si odono gli odori e la fragranza soavissima, e si sentono diverse armonie di suoni. E cosi delle altre cose appartenenti a questa materia, sono difficilissime a darle ad intendere" (III, 376ss). A questi fenomeni va aggiunta l'immersione nelle "lucidissime tenebre" della natura di Dio (II, 316).

FLORILEGIO SPIRITUALE

Per fra Carlo la moderazione nelle penitenze e soprattutto la soprannaturalità nelle azioni sono l'elemento base della perfezione: "Il pensare continuamente in Dio santifica la mente, riscalda l'affetto, illumina l'intelletto, serve di freno a guardia all'anima per non commettere peccati veniali (maggiormente i gravi), ed è scopa dei vizi e preparazione per l'orazione; adorna la stanza dell'anima di cordiale devozione, la fa cieca nel vedere i difetti dei prossimi e le concede di parlare amorosamente di Dio per utilità del prossimo. Vi sono molti che procurano la purità del cuore per vie lunghe e faticose, cioè digiunando, vigilando, disciplinandosi, dormendo sulla nuda terra al freddo, al caldo, affliggendo in varie maniere il corpo, e tutto ciò per ottenere la nettezza e limpidezza interiore, nella quale si possiede la consumata perfezione; ma io direi, con ogni sommissione, che la più facile via, per giungere prestamente alla perfezione, sia ili continuo pensare in Dio, concludendo che chi spesso pensa in Dio, Dio è con lui e lo tiene per grazia e non ha cosa che gli manchi. Procuri dunque ognuno, nei suoi pensieri e intenzioni, di avere sempre Dio per oggetto, e di non attaccarsi alle creature. Per esempio se uno fa una carità ad un altro, è molto buona cosa averlo per oggetto come suo prossimo, ma meglio sarà averlo per oggetto come membro di Cristo, e sarà atto di carità tanto più meritorio, quanto che un oggetto è dell'altro infinitamente più degno ed elevato" (III, 191s).

La povertà, "scala del cielo", è composta di cinque "scalini", ai quali corrispondono tre gradi nella vita spirituale: il primo consiste nel godimento dei "divini abbracciamenti" o consolazioni spirituali sensibili; il secondo è qualificato dalla ricerca dell'amor puro e dal dominio dell'aridità; il terzo corrisponde all'unione trasformante. In esso gli "eroi" che vi giungono "stanno solo in Dio, e da Dio sono rimirati; ed essendo rimirati da quel divinissimo sole indivisibile, divengono illuminati e chiari e quasi in chiarezza trasformati, e due soli, fatto uno, pizzicando a un certo modo di dire per partecipazione quasi del divino di quella fruizione soprannaturale e indivisibile, appunto come succede alla caraffa che in sé riceve il vino rosso: pare che trasparentemente riceva lo stesso colore, benché il suo proprio sia indifferente per ricevere i colori". Questo "grado dello spirito" viene conquistato nel quinto "scalino" (IV, 403ss).

La sintesi della vita cristiana e della perfezione consiste nel possesso vitale, o esistenziale, delle virtù, in modo particolare di quelle teologali. "In quella della santa fede, per esser quella, come dice il glorioso apostolo san Paolo, la sostanza e il fondamento di tutte le altre, e fa che crediamo tutto quello che tiene la nostra santa madre Chiesa apostolica romana, e per mezzo delle verità cattoliche che in essa santa Chiesa si racchiudono l'anima in fede si dispone ad unirsi con il suo sommo bene. Nella speranza, la quale è necessaria per salvarsi, come lo stesso Apostolo c'insegna: per la speranza siamo fatti salvi; e

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con questa speranza ancora perviene l'anima sposa alla pace e unione con il suo diletto sposo. Nella carità, come quella che è la maggiore, ed è dono dello Spirito Santo e condimento di tutte le virtù, ed è quella che velocissimamente fa correre l'anima allo sposo suo e la sommerge nell'ardentissima fornace del suo divino amore, facendola ardere tutta d'amore" (IV, 149s).

Da quanto detto risulta che la preminenza delle virtù venga attribuita alla carità; meglio: l'epilogo e il coronamento della perfezione si realizza nel possesso inebriante dell'amore, che oltrepassa l'umano intendimento. In altre parole tutte le virtù, quando sono schiette, si ricapitolano nell'amore, dal quale sono sorrette, trasformate e sublimate. Proprio per questo scrive il Santo: "£ più conveniente il credere con devoto affetto che voler sottilmente speculare i profondi misteri di Dio, che stanno racchiusi nella nostra santa fede" (V, 47); infatti "l'amore vero non consiste tanto nel sapere, quanto consiste nell'amare" (V, 160). E propriamente in amare tanto che mai si possa dire basta: "Sebbene si stesse lungamente in questa vita e si camminasse velocemente con lunghi passi, non si può amare tanto che si possa dire: Non plus ultra" (V, 490); quindi con progressione costante, a volte dolorosa, a volte incendiaria, cioè con tutte le coordinate insite in tale bruciante desiderio, intessuto di pena e di gaudio, di ansia e di godimento, di attesa e di "abbracciamenti" sino a raggiungere la "saggia ignoranza" o "gustosa intelligenza" (IV, 217; V, 59, 83, 219, ecc.), la "deiformità" (V, 70), lo "stato deifico" (V, 94).

S. Carlo ci informa che se l'uomo potesse conoscere pienamente il proprio essere, cadrebbe in un grande avvilimento e la gioia sarebbe lontana dal suo cuore; ma il Signore vuole che "l'amiamo con la maggiore perfezione, non con amore servile, come fanno gli schiavi con i loro padroni, ma con amor puro e sincero, che non riguarda né a pena, né a premio, né a morte, ma a lui solo, come quello che è il nostro bene" (VI, 441).

Il puro amore produce nei servi di Dio la gioia di compiere la volontà divina, "ove come in un tugurio divino si riparano, e allora il diletto che sentono è assai maggiore dei passati travagli, e gli stessi travagli e fatiche gli si convertono in diletti. Di modo che lasciano addietro ogni curiosità in tutte le loro azioni, che gli succedono sinistramente o prosperamente. E a somiglianza dei servi fedeli, che mai si discostano dalla volontà dei loro padroni - tenuta da essi per buona e salutifera - con molta sottomissione si sommergono nel puro e nudo spirito di servire a Dio come a Dio, e non per i regali che gli dà, o per desiderio di premio e di gloria, ovvero per timore di pena. Non bramano di sapere cosa alcuna di altri e di loro stessi. Non amano, non ammirano, né cercano le cose create, perché con una scienza divina hanno già vinta la meraviglia che nasce dall'ignoranza. Anzi illuminati dalla prima verità, nemmeno da Dio vogliono saper cosa alcuna di se stessi, ma sommersi nel fonte del divino volere, vogliono vivere nella divina legge, senza aver memoria e intelletto per pensare altro o volontà per amare" (VI, 518).

CONCLUSIONE

Sarà bene ricordare che il Trattato delle tre vie, il Cammino interno e i Settenari sacri, dalle quali opere sono stati desunti i pensieri precedenti, furono scritte tutte prima de Le grandezze delle misericordie di Dio, dove è descritto l'ultimo grado di orazione, "lo stato dell'amor di Dio dolce e soave". Data l'espressione si potrebbe pensare a qualche cosa di romantico e di poetico, mentre invece si tratta di uno stato mistico il più concreto e realistico che si possa avere: "Consiste nella pura osservanza della divina legge; essendo che, siccome il cristiano con essa legge dà principio alla vita devota e santa, in questo grado di orazione con particolar dono celeste vi si sperimenta il suo frutto, che è come dice il santo re David, la beatitudine e felicità spirituale che si concede in questa vita nella nuda amicizia di Dio, dove l'anima che giunge a questo grado di orazione, a dirla con una sola parola, spogliata da tutti gli affetti, ama il suo Creatore Dio, non allettata da sensibile devozione e consolazione spirituale, poiché come si è veduto ne è di questo rimasta spogliata, ma nella pura osservanza della divina legge: che viene ad essere in corrispondenza di quello che dice Gesù Cristo in san Giovanni parlando ai suoi discepoli, cioè: Colui che ha i miei comandamenti e li osserva, quello mi ama, e chi mi ama sarà amato dal Padre mio e io lo amerò e gli manifesterò me medesimo" (Il, 359s).

Se si tien conto che dall'ingresso a quest'ultimo grado di orazione trascorsero circa otto anni fino alla morte di fra Carlo, viene da chiedersi se sia stato veramente l'ultimo del suo meraviglioso itinerario spirituale. A Dio, infinita perfezione, certamente non mancano nuovi e più sublimi modi di comunicarsi alle anime, le quali, a loro volta, hanno una incalcolabile e personale capacità di conquista e di reazione. Comunque, anche così, la vita di fra Carlo ci offre la netta sensazione di un percorso privilegiato, non disgiunto dalla sua faticosa collaborazione, anche se non è stata sottolineata sufficientemente in questo articolo. Cristo aveva detto: "Se il grano di frumento, caduto in terra non muore, resta solo; ma se muore, produce molto frutto" (Gv 12, 24). Questa fu l'attività del nostro Santo, aiutato dalla grazia: morire a se stesso, per rimanere in Dio; e il frutto fu l'appropriazione delle altre parole del divino Maestro: "Il mio cibo è

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compiere la volontà del Padre mio" (Gv 4, 34). E proprio per aver messo in atto tale insegnamento il nostro Santo è un maestro perenne di spiritualità.

Prima di chiudere è il caso di accennare brevemente all'inclinazione di fra Carlo a dare saggi di preghiere, che risultano di una cordialità e intensità indicibili. Fra Carlo, come tutti i mistici, fu graziato da Dio di molteplici doni, ma fu anche sottoposto a tentazioni furiose di ogni genere (lussuria, superbia, vendetta, ribellione, ecc.), a calunnie infamanti, a rimproveri e punizioni purtroppo spesso immeritati, ma soprattutto a prove divine provenienti da abbandoni e aridità di spirito spaventose che lo torturavano; si può dire che più erano alti i doni che Dio gli concedeva, più lacerante il "contrappeso" che ne seguiva. In questa situazione, paragonandosi all'ammalato inabile che sostava sdraiato nei pressi della piscina probatica, elevava accorate "esclamazioni" (II, 296ss), che concludeva con un'invocazione di fede mirabile:

"Ti adoro, o Signore nel trono della tua Maestà, con quelle adorazioni che ti danno i tuoi eletti, per mio Dio, avendo fatto l'uomo e tutto il creato. Ti adoro per mio creatore, per avermi creato a tua immagine, con il darmi l'essere con il rimanente che si conviene ad una creatura ragionevole. Ti adoro per mio redentore, avendomi redento con il tuo preziosissimo sangue. Ti adoro per mio conservatore, conservandomi questo essere che mi hai dato con la mano tua onnipotente. Ti adoro per mio signore, acciocché avendomi fatti tanti benefici ti sia obbediente, riconoscendoti sopra tutte le cose e, illuminato dalla tua vera luce, venga a te per mezzo della carità e caritatevole amore, mentre che mi hai dato la tua santa legge. Ti adoro per mio benefattore, provvedendomi in ogni luogo, in ogni tempo, temporalmente e spiritualmente. Ti adoro per mio glorificatore, dipendendo da le la gloria e l'onore e ogni mio bene, mentre in te si restringe ogni cosa essendo primo principio del tutto. Prorompevo ancora in parole di lode, dicendo: Dio grande, che ogni cosa abbracci e ogni cosa è in te. Dio immenso, che sei per ogni luogo e in ogni luogo, mi vedi e odi. Fondo senza termine, larghezza senza misura, lunghezza senza distanza. Dio onnipotente, carità senza termine, bontà infinita, sapienza eterna, amore immenso, misericordioso Signore, padre dei poveri, rifugio degli afflitti, Dio di ogni consolazione, dove trovano quiete tutte le nostre speranze; e chi in te spera non perirà in eterno" (II, 307s).

Per ringraziamento dopo la comunione il Santo suggerisce varie riflessioni per pregare con il massimo ardore: "Potrà ancora il fedel servo di Dio, ricevuto che avrà il santissimo sacramento, immaginarsi di tenere il suo amato Gesù nelle sue viscere sotto qualche bellissimo mistero, cioè pensare di tenerlo come bambino bello e grazioso, oppure coronato di spine, flagellato alla colonna, o schiodato dalla croce tutto piagato e coperto di sangue, o risuscitato da morte, bello e glorioso con le piaghe risplendenti come sole. E secondo detti misteri farà con il suo sposo santi colloqui e fruttuosi ragionamenti. E con amorosi e infuocato sospiri potrà col cuore e con la bocca devotamente dire, in quel miglior modo che il suo spirito richiederà: O Gesù mio, tutto amore, innamorarmi di te, perché essendo io di te innamorato, sarò costretto ad amarti. O Gesù mio, riempimi della tua ineffabile dolcezza, poiché gustandola io tutto mi liquefarò. O Gesù mio, dammi un bacio con la tua bocca, perché baciandomi tu io resterò in pace. O Gesù mio, riempimi della tua carità, della quale io ripieno, con perfezione opererò. O Gesù mio dammi il tuo lume perché, avendo esso, camminerò nella verità" (V, 3 65s).

Fra Carlo chiude il libro Le grandezze delle misericordie di Dio con un desiderio, che certamente è ancora vivo e attuale: "E infine ho desiderato a tutti la salute dell'anima, e non lascerei cosa alcuna da farsi, essendo noi tutti figlioli di un Padre, che è Dio, salvatore nostro, e di una madre, che è la nostra santa madre Chiesa. E questo desiderio lo desidero che l'abbiano tutti per unione ed esercizio della fraterna carità, nella quale in Cristo, come a nostro capo, siamo uniti, per poter con lui regnare. Amen" (II, 419).

BIBLIOGRAFIA

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