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A GENTE Junio 2020 – Edición 6 R e v i s t a d i g i t a l d e l a P a s t o r a l S o c i a l . A r q u i d i ó c e s i s d e L a P l a t a . Á r e a F o r m a c i ó n y D i f u s i ó n d e l a D o c t r i n a S o c i a l .

a Junio 2020 – Edición 6 GENTE - arzolap.org.ar · El momento actual pide que seamos capaces de detenernos y con calma observar lo que nos está ocurriendo, pero para ello los

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Page 1: a Junio 2020 – Edición 6 GENTE - arzolap.org.ar · El momento actual pide que seamos capaces de detenernos y con calma observar lo que nos está ocurriendo, pero para ello los

A GENTEJunio 2020 – Edición 6

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Editorial

Nuestra vocación y misiónQueremos comenzar esta página recordando que concebimos a “la DSI

como parte esencial del mensaje cristiano” y ratificar que su conocimiento “no forma parte de un simple interés o una acción marginal que se añade a la misión de la Iglesia, sino algo que pertenece al corazón de su ministerialidad”. En la espiritualidad de los laicos, agentes de la Pastoral Social, tenemos como componente esencial a esta doctrina, formadora importante de la vocación apostólica.

Hace un año, nuestro Arzobispo declaró a la Arquidiócesis en Misión Permanente y, desde esta Revista AGENTE, queremos acercamos a los hermanos llevándoles el mensaje: el Señor se hizo hombre, vivió entre nosotros para salvarnos, entregando su vida para que nosotros la tengamos. Llevemos la alegría de ser discípulos misioneros para anunciar el evangelio de Jesucristo, “viviendo las circunstancias por las que Dios nos hace pasar y que constituyen un factor esencial de nuestra vocación”, porque nos ayudan a definir nuestro testimonio.

“Que redescubramos vitalmente nuestra vocación y misión es hoy más que nunca el mayor aporte a la cuestión social y fuente de certeza para quien la busque. Desde ahí aprenderemos a ver, escuchar, decidir con la apertura y la justeza que sólo puede dar un corazón que ama”. Encontremos el sentido de la vida, seamos actores de esta misión, actores que ponemos toda nuestra confianza, nuestra esperanza y amor. Que sepamos ser fieles integrantes de la Iglesia en Misión.

En esta Edición de la Revista AGENTE contamos con aportes sobre dos aspectos que nos llevan a meditar de manera profunda sobre ellos. Uno está referido a la Justicia, tanto en lo que se refiere a uno de los poderes del sistema político vigente, cuanto a la Virtud que encarna.

Del artículo que lleva como título La Justicia como valor supremo, después de la pandemia: “La plenitud de la justicia consiste en la capacidad con vistas al auténtico bien, que es el bien común como expresión de lo que a cada miembro de la sociedad le es permitido hacer. Todo ello debe realizarse dentro de los límites de ese bien común y del orden público y siempre bajo el signo de la responsabilidad”.

El otro, Reflexión sobre la reclusión en tiempos de cuarentena, tiene como objetivo mostrar la situación que viven las personas que estando recluidas, agregan a ese estado una realidad que los incorpora junto al total de las personas, en este caso del mundo entero.

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Editorial

Consejo de RedacciónEdgardo Alonso, Marta Ansalas, Jorge Barragán, Néstor Caruso, Augusto Fantasía, Mario Garavaglia, Pbro. Cristian Gonzalvez, Alberto Rezzónico.

Diseño y DiagramaciónAugusto Fantasía

“A estos hombres y mujeres, la Iglesia ofrece su doctrina social. Esta doctrina que brota de la fe en una salvación integral, de la Esperanza en una Justicia plena, de la Caridad hacia los necesitados, de la búsqueda del bien común orientado hacia el progreso de las personas y que tiene por base la verdad, se edifica en la justicia, y es vivificado por el amor de Cristo”.

Nota: Todos los párrafos encomillados pertenecen a los artículos de esta Edición.

Recuerdos y saludos:

+ Mons. Víctor Fernández celebró en estos días sus dos años al frente de la Arquidiócesis de La Plata y siete de su consagración Episcopal.

+ Mons. Nicolás Baisi fue designado titular de Puerto Iguazú y concelebró en la Misa de despedida, en la Iglesia Catedral, el 19 de junio.

+ El Presbítero Jorge Esteban González Párroco, Rector de la Catedral y Provicario, fue designado Obispo Auxiliar de La Plata.

A todos, además de saludos, felicidad y trabajo fructífero, les agradecemos su servicio pastoral.

Que el Señor los guarde y proteja. Rezamos por ustedes.

Hasta la próxima Edición.

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A un año del lanzamiento del Plan Pastoral Arquidiocesano, recordamos las palabras introductorias y sus tres grandes líneas.

(2019 - 2024)

La propuesta de estas líneas es ante todo caminar juntos (obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos y todos los fieles laicos) para alcanzar una mayor comunión. Jesús pidió que seamos uno “para que el mundo crea” (Jn 17, 21).

Esto debe hacerse visible también en nuestra actividad evangelizadora. Por lo tanto, más allá de los propios carismas y de las actividades que cada uno realice, es indispensable que en la Arquidiócesis haya al menos unas pocas líneas generales comunes que apliquemos todos, sin excepción.

A partir de los aportes recibidos, las tres líneas pastorales comunes se han enriquecido con una serie de acciones que cada comunidad intentará realizar en los próximos años.

Además de esas acciones, para cada línea se proponen algunas actitudes que necesitaremos desarrollar a través de la oración, la reflexión y el estímulo mutuo.

Todos los fieles, comunidades, grupos, asociaciones y movimientos de la Arquidiócesis están llamados a aplicar con decisión estas tres grandes líneas.

En misión permanente, saliendo a llevar el gran anuncio. Como Cristo, cerca de los pobres y abandonados.

Creciendo juntos, para ser santos.

Líneas pastorales de la Arquidiócesis de La Plata(Mons. Víctor Manuel Fernández.Arzobispo de La Plata.)

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El momento actual pide que seamos capaces de detenernos y con calma observar lo que nos está ocurriendo, pero para ello los invito a que con esa calma y pidiendo luz releamos el siguiente párrafo que como pocos nos muestra la realidad más profunda.

“El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor, como se ha dicho anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo hombre. (…)El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo -no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes- debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe «apropiarse» y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo. Si se actúa en él este hondo proceso, entonces él da frutos no sólo de adoración a Dios, sino también de profunda maravilla de sí mismo. ¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha «merecido tener tan grande Redentor», si «Dios ha dado a su Hijo», a fin de que él, el hombre, «no muera sino que tenga la vida eterna»!”

(De la Encíclica el Redentor del hombre de San Juan Pablo II n° 10)

Incertidumbre tal vez sea una de las palabras que mejor expresa la situación en que estamos, incluso más allá de la pandemia y cuarentenas. La incertidumbre que muchas veces pareció provocada, ahora se ha impuesto de una manera brutal. No tenemos certezas ni de enfermedades ni de contagios ni de cifras ni de calendarios, ni de economías ni mucho menos de lo que vendrá después. A lo que se suma la sistemática destrucción de tantas certezas que se presentaron como muros para nuestra libertad.

Pero es justo reflexionar si todas las certezas que han sido y son cuestionadas ya como proyecto de pensamiento, ya por las circunstancias que se nos imponen, son verdaderamente tales y susceptibles de apoyarnos en ellas. Un repaso rápido del profetismo en el Antiguo Testamento nos muestra denuncias al respecto: el Pueblo de Israel ponía la confianza en el Templo y descuidaba la justicia. Jesús mismo asumió esa crítica en su predicación y en su vida.

“INCERTIDUMBRE, ENSEÑANZA DE LA IGLESIA Y VOCACIÓN” (Por Pbro. Andrés Magliano. Rector del Seminario “San José”. La Plata)

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Hoy nos podríamos plantear sobre nuestra enseñanza en materia social y su aparente poca incidencia que se percibe en el mundo. ¿Por qué estas ideas que nosotros descubrimos tan esenciales no calan y no guían al mundo? Nuestra certeza de que las cosas irían mucho mejor si atendiésemos a dicha enseñanza no es compartida por la mayoría. Incluso pareciera que ni se toman el trabajo de considerarla, salvo algunos puntos que coincidirían con algunas de las propuestas en boga.

La cita que hicimos al principio de San Juan Pablo II puede arrojarnos luz. ¿Encontramos en nuestra experiencia de amor nuestra identidad, nuestra vocación y misión? ¿Tiene en nosotros esa fuerza transformante propia de tal encuentro? La advertencia que ya nos hacía la Constitución del Concilio Vaticano II Gaudium et Spes sobre el origen del ateísmo y la incidencia que en él puede tener la conducta de los cristianos nos puede hacer pensar que en esta falta de transformación interior por el amor puede estar algo de no tenerse como certeza lo que el Evangelio aporta a la vida social.

Para tener una mirada más global y justa es necesario atender a que lo que el Evangelio propone no se reduce a un nuevo ordenamiento sino a una restructuración de la mentalidad, que no puede darse sin un cambio de orientación interior. Al no tratarse de nuevos eslóganes y ni siquiera de una nueva doctrina sino de una conversión, es entendible que haya resistencia, como fue la que tuvieron los grandes y verdaderos reformadores.

Pero llegados a este punto nos preguntamos como la multitud le preguntó a San Pedro en Pentecostés. “Entonces qué tenemos que hacer”. Volviendo la mirada a los grandes reformadores, que supieron poner al día las enseñanzas y vida de Jesús en un momento histórico, encontramos que como punto de partida redescubrieron su vocación y misión. Si volvemos a la enseñanza de la Iglesia es en primer lugar para que nos ayude a abrir los ojos de nuestro corazón a esta realidad (la más real): hemos sido hechos por amor y para amor, y dicho amor no puede reducirse a un sentimiento o estado de ánimo sino que se trata de un encuentro con una Persona que transforma de tal manera que se convierte en “el polo magnético de nuestros afectos, el centro natural de nuestros pensamientos, la razón de ser de cada opción de vida” (San Juan Pablo II). Más que una idea a transmitir u obras a realizar se trata de una vida a desarrollar, con todo lo que la vida implica: alimento, ejercicio y tiempo. Necesitamos volver al Evangelio y a la enseñanza de la Iglesia no sólo como doctrina que presentamos como escudo y espada sino como nutriente de una vida nueva, como criterio de nuestras elecciones, como certeza por la cual dar la vida. Necesitamos volvernos a encontrar con Jesús, el amor viviente, el maestro del amor, su criterio y medida, el mayor estímulo.

Que redescubramos vitalmente nuestra vocación y misión es hoy más que nunca el mayor aporte a la cuestión social y fuente de certeza para quien la busque. Desde ahí aprenderemos a ver, escuchar, decidir con la apertura y la justeza que sólo puede dar un corazón que ama.

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A su vez, ya adentrándonos en la enseñanza social de la Iglesia, encontraremos en ella tantas orientaciones que nos indiquen qué es el amor, cómo se vive el amor. La subsidiaridad, el bien común, la solidaridad, el ejercicio de la autoridad y la participación no son sino modalidades del amor, que descubre al otro como alguien y no como algo, como quien se me entrega para cuidar y el que me completa para ser yo mismo: que viva mi identidad, mi vocación y mi misión.

¿Qué nos deja la enseñanza de la Iglesia? Maestra en humanidad nos alcanza un camino educativo. Tal vez tengamos que insistir menos en el aspecto declarativo de la doctrina y pensarlo más como criterio educativo. Haciendo pensar, confrontando nuestras decisiones y motivaciones, mostrando su belleza y fuerza. “Evangelizar es enseñar a vivir” decía el Card. Ratzinger. Nos muestra el camino del verdadero amor, sin el cual no hay verdaderas transformaciones, todo se reduce a ideas que se enfrentan, a intereses que luchan entre sí. Amor como semilla, como levadura, como sal y pequeña luz que, siendo punto de referencia, se convierte en certeza viviente: sólo el amor hace nuevas todas las cosas.

Sagrada Familia modelo de todas las vocaciones

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Es en las condiciones ordinarias de la vida donde el laico cristiano es llamado a dar respuesta al mandato de Jesucristo: «Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones» (Mt 28,19).

El Génesis nos dice: “no es bueno que el hombre esté solo”, y por eso Dios creó a Eva. El hombre no está hecho para la soledad, sino para compartir con otros lo que tiene.

El obrar del laico, bajo la guía del Evangelio y de la Tradición de la Iglesia, debe contribuir a la santificación del mundo desde dentro. No se trata solamente de predicar una redención personal, sino de procurar que los frutos de la Pasión se extiendan sobre el orden de la sociedad humana.

La formación y, simultáneamente, la transmisión de los tesoros doctrinales y magisteriales, colaboran directamente a mejorar las condiciones intrínsecas del hombre, a abrir su inteligencia a la Verdad, y a encaminar su voluntad a la Caridad.

A la falta de compromiso del laico, con su vocación específica en el mundo, se presenta como solución que sea la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) un compromiso de la espiritualidad laical.

Nos preguntamos: ¿a qué se debe esta ausencia de formación?

MISIÓN

Pero nos parece oportuno señalar que se podría avanzar en el compromiso social, si se promueven como una acción de la Iglesia, algunos aspectos fundamentales que trataremos de desarrollar.

Insistir, en primer término, en la concepción de la DSI como parte esencial del mensaje cristiano, procurando difundir que el conocimiento de la DSI no forma parte de un simple interés o una acción marginal que se añade a la misión de la Iglesia, sino algo que pertenece al corazón de su ministerialidad.

Que la formación en la DSI sea entendida como un componente esencial de la espiritualidad laical, la cual debe estar unida inseparablemente a la vocación.

“VOCACIÓN, FORMACIÓN Y MISIÓN DEL LAICO” (Por Hugo Perugini)

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Junto con el espíritu evangélico, nos parece indispensable que forme parte de su espiritualidad una formación sólida en el ejercicio de su misión, especialmente al realizar las actividades de la vida cotidiana y junto a la oración, a la frecuencia de los sacramentos, de sobremanera la Eucaristía, y a las prácticas piadosas.

EUCARÍSTICA

No podemos dejar de soslayar que una verdadera ESPIRITUALIDAD LAICAL debe ser ante todo EUCARÍSTICA.

Si somos personas Eucarísticas debemos testimoniar con una vida acorde con la Fe que profesamos. Esta coherencia es requerida a “todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana..., la familia..., la libertad de educación los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas” (Sacramentum Caritatis, Papa Emérito Benedicto XVI). Por eso es necesario promover la Doctrina Social de la Iglesia y darla a conocer.

A manera de conclusión:

El laico misionero debe entender que la Iglesia tiene el deber ineludible “...de ir incansablemente hacia todos, tiene que procurar llegar a todos, especialmente a los más alejados, para presentarles la salvación de Jesús, para ofrecer a todos la gracia misericordiosa de Dios que perdona, que transforma, que reorienta la existencia. ¡Y cuánto necesita el mundo de hoy creer en la salvación que trae Jesús, creer en el perdón de los pecados, en el amor misericordioso de Dios que inspira el amor fraterno de los cristianos y que impulsa a los cristianos a extenderlo a todos los hombres...La Iglesia debe relanzarse a la misión; a una misión que tiene que llevarles a los hombres de hoy la salvación de Cristo, para colmar sus necesidades, para iluminar su camino, para que el mundo pueda conocer la verdadera paz” (en referencia a la entrevista a la revista jesuítica, “La Civiltà Cattolica”, al Papa Francisco).

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Me comentaba un amigo, años atrás, una historia simple, sencilla, pero fue un sacudón para ver la realidad en toda su positividad y verdad. Su hija cursaba los primeros años de la escuela primaria y, en esos momentos de alborotos, que suelen suceder en las aulas, la maestra tratando de imponer silencio dijo en voz alta: “¡niños pórtense bien porque sino Dios los va a castigar!”; inmediatamente todos callaron y fueron a sus respectivos asientos. Cuando esto sucedía, su niña levantó la mano y al permiso de la maestra dijo: “Disculpe, mi papá me enseñó que Dios no castiga, sino que siempre perdona”. Días después la maestra llama a sus padres, pide disculpa por lo dicho y agradece la corrección de la niña. Esa niña, en su ingenuidad al responder, abre nuestros los ojos para hacernos comprender la constante humana de transferir la responsabilidad a otros. Desde Adán que en última instancia culpa a Dios por la mujer “que Tú me diste”, a tomar las catástrofes, las guerras, las plagas y las epidemias como un castigo divino. “Dios no castiga, sino que siempre perdona”, resuenan las palabras de la niña.

Nosotros nos alejamos de Él, creemos que podemos resolver las cosas según nuestro antojo, nuestra conveniencia, nuestra avaricia. Nos sentimos fuertes, poderosos y mandamos a Dios a los cielos, “que se ocupe de sus cosas celestiales, que nosotros nos ocupamos de las nuestras. Nosotros, los capaces, los poderosos, dominaremos al mundo y a los hombres. El desvalido, el pobre, el viejo y el inocente son un lastre que retrasa el progreso; ellos no entienden el progreso, no saben de libre mercado, no comprenden nada de La Bolsa, son ignorantes, tienen mentalidad de esclavos, la naturaleza la manejamos según nuestros deseos”. Y luego, cuando perdemos el rumbo, cuando el resultado es desastre, apelamos al castigo eludiendo nuestra responsabilidad, no asumimos la infidelidad a su guía Paternal.

La infidelidad lleva a un dolor que alcanza a los más inocentes, provocada por el egoísmo disfrazado de individualismo que se opone a la comunidad. Por tal motivo la responsabilidad cae, siempre, en los que ostentan el poder, ya sea político, económico, cultural o cualquier manera de expresión que tenga.

Bien podríamos decir que la responsabilidad tiene dos dimensiones: por el pueblo y ante Dios. La misión de los que ostentan el poder es mantener al pueblo unido, identificarse con él y velar por él. Pero han hecho lo contrario: dividir, descarriar, desentender. Porque no ejercen su cargo como un servicio, sino actúan con negligencia, desligándose de todo tipo de obligación.

“LA REALIDAD: UN DESAFÍO” (Por Jorge Barragán)

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Hay políticos cuya irresponsabilidad les hace decir que los muertos “son daños colaterales”, pero si la economía es golpeada las consecuencias son mucho peores, ¿quizás piensen que la economía hará resucitar a los muertos, curará a los heridos y hará que él sea reelegido?

Es indudable que esta pandemia producirá un cambio profundo. En la historia hay casos comparables, también hay que tener en cuenta que siempre surge una novedad. Ya la podemos experimentar, si abrimos los ojos a la realidad y no nos refugiamos en nuestros lamentos, el Señor está realizando cosas nuevas; valoramos cosas que no teníamos en cuenta: afectos relegados. Buscamos el sentido de la vida y el porqué de nuestro destino, la posibilidad de reorientar nuestra existencia y discernir lo que es falso y verdadero. Es necesaria la esperanza, el miedo no basta, es negativo, angustiante, destructivo; esta reclusión tiene un significado que debemos hallar y nos permita recuperar el sentido trascendente de la vida y experimentar un bien para nosotros y para todos.

La vida es un ahora, un presente lleno de desafíos, es la gran aventura que se puede vivir en el jardín o en el departamento. Solamente de esta manera podemos pensar en el futuro con la esperanza del que realiza el buen combate. Debemos descubrir el criterio de juzgar los desafíos que la realidad impone y encontrar en ella la positividad que el Creador le imprime. Hoy más que nunca el Señor nos desafía a usar la razón en la búsqueda de los significados que nos plantea la actualidad.

“Las circunstancias por las que Dios nos hace pasar constituyen un factor esencial de nuestra vocación, de la misión a la que nos llama; no son un factor secundario. Si el cristianismo es el anuncio de que el Misterio se ha encarnado en un hombre, las circunstancias en las que uno toma posición ante este hecho frente al mundo entero son importantes para la definición del testimonio” (Luigi Giussani, ‘El hombre y su destino’, Encuentro 2003).

El Espíritu de Dios vive en nosotros, su misión es, como diría el Quijote, “deshacer entuertos” para que no nos perdamos y encontremos el sentido de la vida. Somos actores de esta magnífica misión, actores que ponemos toda nuestra confianza en el autor de la obra más sublime y gloriosa. Y lo hacemos en un terreno concreto, no abstracto. Hemos adquirido la convicción de que las naciones no se bastan a sí mismas, sino deben ser solidarias unas con otras. Es necesario salir de los aislamientos nacionales y del aislamiento cultural, como también de no creer que la globalización es uniformidad y mercado solamente.

La salida de la crisis no la logran los gobiernos, sino las personas, las familias, las empresas que reconozcan su responsabilidad social, entidades públicas, y organizaciones nacidas de la sociedad, con capacidad para entender los nuevos desafíos. El deber de los gobiernos comprender este cambio de época y ayudar a solventar los problemas que se plantean para mitigar a los más necesitados.

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Oración del Papa Francisco ante la Pandemia de Coronavirus

Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro caminocomo un signo de salvación y esperanza.

A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos,que al pie de la cruz fuiste asociada al dolor de Jesús,

manteniendo firme tu fe.

Tú, Salvación de todos los pueblos,sabes lo que necesitamos

y estamos seguros de que lo concederáspara que, como en Caná de Galilea,

vuelvan la alegría y la fiestadespués de este momento de prueba.

Ayúdanos, Madre del Divino Amor,a conformarnos a la voluntad del Padre

y hacer lo que Jesús nos dirá,Él que tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo

y se cargó de nuestros dolorespara guiarnos a través de la cruz,

a la alegría de la resurrección.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios,no desprecies nuestras súplicas en las necesidades,

antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita.

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LA JUSTICIA COMO VALOR SUPREMO DESPUÉS DE LA PANDEMIA(Por Abel Blas Román)

La justicia es un valor que acompaña al ejercicio de la correspondiente virtud moral cardinal. Según su formulación más clásica, sostenida por Santo Tomás de Aquino en su “Suma Teológica”, la Justicia es concebida como una virtud, la que ostenta el “hombre justo” y consiste en la voluntad firme y constante de dar a Dios y al prójimo lo que es debido. Santo Tomás invoca el respeto de las formas clásicas de la justicia: la conmutativa (que es la que los hombres se deben entre sí), la distributiva (la que el estado le debe a los ciudadanos) y la legal que es la que los ciudadanos le deben al Estado y que se manifiesta, básicamente, en el respeto a las normas. En la Doctrina Social de la Iglesia ha adquirido cada vez mayor relevancia el concepto de justicia social que no es otra cosa que un verdadero y esencial desarrollo de la justicia general.

Pero concebida como una virtud o como un valor, la justicia siempre ha ocupado un lugar de jerarquía superior en el pensamiento cristiano. San Agustín decía que era lo más importante después de la santidad. Lo cierto es que, como dice nuestra Constitución en su preámbulo, la invocación de Dios es siempre la fuente de toda razón y justicia, pero a su vez es una tarea que deben realizar los hombres en esta tierra para cumplir la misión divina.

Es por ello que aún los más rígidos positivistas han tenido que admitir la existencia de un derecho natural, por encima de las normas del derecho positivo y que esta epidemia universal en 2020 ha patentizado dramáticamente su vigencia. Cual será la labor esencial en el mundo después de la crisis para quienes crean el derecho, para quienes lo aplican, en suma, para quienes persiguen la Justicia.

“Las leyes dicen lo que los jueces dicen que dice”. La frase se le atribuye a Oliver Wendell Holmes, miembro de la Corte de Estados Unidos y autor del célebre libro “The Common Law”. Es la más sintética y exacta definición del realismo jurídico. En nuestra realidad cotidiana, como nunca antes, se escucha “que lo resuelva la justicia”. Pronunciada por periodistas, abogados, políticos, ensayistas, constitucionalistas o jurisconsultos en general, la expresión, seguramente, bate el récord de repetición. La Justicia, valor supremo según Aristóteles -el arte de “dar a cada uno lo suyo” la definían los romanos-, es un concepto abstracto, un “valor” si se quiere, pero al que no se puede atribuir la solución de los problemas. Cuando dicen “que lo resuelva la Justicia” se refieren a los jueces, hombres de carne y hueso, con virtudes y debilidades comunes a todos los ciudadanos y salidos de la misma sociedad que ha engendrado a los políticos, los funcionarios, los empresarios y hasta a los hinchas de fútbol que tenemos.

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No se busque, entonces, a un ser excepcional para desempeñar la tarea de un héroe, sino a un buen hombre para cumplir el mandato más elevado que le puede ser confiado: juzgar a sus semejantes con justicia y verdad, protegiendo al débil, castigando al delincuente y absolviendo al inocente. En eso están resumidas las virtudes que deben caracterizar al buen magistrado en una época de moral incierta y una existencia cotidiana amenazada por peligros que acechan a los valores más esenciales, como la vida misma, la paz, la seguridad y la dignidad del ser humano.

JUZGAR, PESADA TAREA!!! Juzgar ha sido siempre la tarea más difícil, quizá demasiado pesada para la endeblez humana. Al juzgar intervienen fatalmente sentimientos personales y factores de índole colectiva y social, que tratan de conciliar las leyes con las exigencias de la sociedad. En esto radica la crisis actual. El juez se encuentra influido, inevitablemente, por las ideas en vigencia, de tipo moral, religioso, cultural o ideológico. No puede abstraerse del ambiente ni de la opinión pública; es un “hombre en sociedad” que tiene opiniones e intereses comunes con otros. No está solo, sino ligado por solidaridades y vivencias: es casado, divorciado o soltero; nació en una familia acaudalada o pobre, es hijo de comerciantes o de trabajadores; es religioso o librepensador, y quizá, aunque no lo diga, peronista, radical o socialista. ¿Es posible que estas circunstancias no se reflejen en sus decisiones? Cuando decimos que la Justicia debe ser independiente de la política ¿es realizable o ilusión políticamente correcta? Desde hace largos años la probidad e idoneidad de los jueces vienen siendo tema capital. “La administración de Justicia contribuye más que cualquier otra cosa al buen desempeño de los gobiernos y a la tranquilidad de los ciudadanos y por ende a la estabilidad de las instituciones” decía Alexander Hamilton en “El Federalista” en 1788. Un siglo y medio después, en “Elogio de los jueces escrito por un abogado”, Calamandrei se ocupó del tema con tal enjundia que su posición resulta hoy más vigente que nunca. Publicado en 1935, desarrolla temas como la fe en los jueces; la urbanidad de los jueces; semejanzas y diferencias entre jueces y abogados; las relaciones entre ellos y la verdad, y de ésta con la Justicia. Lo sorprendente es que más de ochenta años después, no ha perdido un centímetro de su fuerza: hoy los jueces en Argentina, según las encuestas, carecen de credibilidad.

“Sin probidad, no puede haber justicia; pero probidad a tiempo completo, que sería una conducta proba en las prácticas de todos los días. Y esto, sin ofensa de nadie, se le debe decir a los jueces y también a los fiscales y defensores, cuya probidad no consiste solamente en no dejarse corromper, sino también, en cumplir con su deber día tras día, con esmero, laboriosidad y puntualidad, en la lectura concienzuda de las causas, y en la contracción al estudio del derecho, por esencia, permanentemente cambiante”. “El juez debe tener el valor de ejercitar la función de juzgar. Es un trabajo duro, no una canonjía placentera”. Medio siglo después, en 1998, otro magnifico procesalista de prosa elegante, Augusto Mario Morello, profesor de la Universidad de La Plata y formado en ella y apasionado por esta ciudad se preguntaba: “¿Cómo hacer, entonces, que el Derecho, la Justicia y sus operadores cumplan su misión trascendental? La respuesta es una sola: Jueces probos”.

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Pero ¿quién le pone el cascabel al gato? Es decir, ¿cómo lograr probidad en los jueces? El valor fundamental para resguardar la función judicial es la credibilidad (la cita vuelve a ser de Morello).

Las conductas personales indecorosas ostensibles; las cercanías al poder político, las complacencias con intereses particulares poderosos, han contribuido al desprestigio de la Justicia (aunque también son innegables la abrumadora cantidad de causas a resolver y la falta de infraestructura adecuada). Mala distribución de los Juzgados, fueros que no funcionan, cárceles vergonzosas, demoras interminables que hacen que la justicia llegue siempre tarde o no llegue, han dibujado esta realidad: Los ciudadanos no creen en el poder judicial. ¿Qué hacer? Comenzar un largo camino que nos devuelva la fe en quienes tienen que juzgarnos y preservar nuestra vida, nuestra libertad, la de nuestros hijos y las generaciones venideras. Hay que empezar ahora esta faena inacabable, separando sin miramientos a los faltos de decencia e idoneidad y designando, con selección rigurosa, a los que demuestren conocimientos y “probidad”. Pero esto por si solo no basta. La justicia resultará particularmente importante en el contexto que vendrá inexorablemente después de esta pandemia que ha azotado al mundo entero.

Hay que volver a la raíz del pensamiento cristiano en el que el valor de la persona, de su dignidad, de sus derechos y fundamentalmente de su libertad están seriamente amenazados por la difundida tendencia a privilegiar lo material o lo ideológico. Conforme a esos criterios la justicia se reduce y para recuperar su significado más pleno debe identificarse profundamente con el ser humano y la dimensión estructural de los problemas y las soluciones correspondientes. La plenitud de la justicia consiste en la capacidad con vistas al auténtico bien, que es el bien común como expresión de lo que a cada miembro de la sociedad le es permitido hacer. Todo ello debe realizarse dentro de los límites de ese bien común y del orden público y siempre bajo el signo de la responsabilidad.

Es necesario el aporte de todos: jueces, abogados, colegios profesionales, universidades, opinión pública, en cooperación, para afirmar la paz, que es el valor fundante del más movilizante e imprescindible: la Justicia.

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REFLEXIÓN SOBRE LA RECLUSIÓNEN TIEMPOS DE CUARENTENA(Por José Lauman)

Vivimos en la actualidad en un mundo de grandes progresos económicos, tecnológicos, científicos, avances que influyen en forma determinante en nuestras vidas, y aunque parezca paradójico, hoy estamos ante una situación indescriptible, desconocida, que parece difícil de resolver. La pandemia del COVID-19 nos ha situado en una experiencia inédita, tanto a nivel comunitario como individual.

El aislamiento social, preventivo y obligatorio que nos toca vivir, a partir de la cuarentena decretada por las autoridades gubernamentales y sanitarias pertinentes, parece tan irreal, tan surrealista, tan de ciencia ficción que pareciera que no está sucediendo o que no es para cada uno de nosotros.

La salud emocional de cada persona depende de la interacción con el otro. Pero este aislamiento, implica que nos encontremos pensando en una posibilidad de pasar los próximos meses en un espacio limitado, a cambiar nuestros hábitos, sin poder acercarnos a nuestros seres queridos, ni tampoco acompañados del núcleo familiar próximo, carentes del abrazo afectuoso o del contacto con el otro, que nos hace vivir la vida, recargar energías, ser más felices.

La sociedad toda, cuando pueda superar este estado anímico motivado por la Pandemia del COVID-19, tendrá a flor de piel, sensaciones de vacío afectivo, soledad, agobio, aumento de incertidumbre. Sentimientos que fluyen a partir de esta cuarentena. Entonces, ahora que nos sentimos frágiles y vulnerables, que esta coyuntura, consecuencia trazada por este encierro que nos despierta la conciencia social, surge un interrogante, que nos hace reflexionar respecto de: ¿Qué se experimenta en situaciones de aislamiento o de reclusión?

Las referencias que podemos analizar provienen de seres humanos que han vivido en situaciones de soledad, de enfermedades que impliquen su aislamiento temporario, que han estado en trabajos que suponen largas temporadas de confinamiento, situaciones vivenciales extremas – los mineros de Chile – o quienes están recluidos en cárceles o institutos de menores. Este aislamiento y las limitaciones en nuestra movilidad de acuerdo con nuestra propia voluntad, nos hace conscientes del valor de la libertad o la pérdida de ésta. El preso es una persona privada de la libertad, obligada a permanecer en un lugar de encierro motivado por su inconducta social. Esta pérdida trae consecuencias importantes, tales como distorsiones emocionales, perceptivas, ansiedad, despersonalización, falta de control sobre su propia vida.

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¿Cómo se superan estos estados de incertidumbre y se logran efectos sanadores que favorezcan nuestra supervivencia en situaciones difíciles? En nuestra vida cotidiana actual, sabemos que, si cumplimos con lo peticionado por las autoridades sanitarias, si nos sentimos partícipes en el logro de los objetivos propuestos, sabiendo que, con nuestra actitud de respeto por las pautas planteadas, todo acabará antes, vislumbramos un pronto horizonte de superación, de mejoramiento anímico, espiritual.

Comparativamente, en la situación del detenido, esta prontitud en la resolución de su situación es más compleja y depende de lo hecho y lo recibido como punitorio, desde la justicia.

La presencia del personal del Servicio Penitenciario –los equipos de asistencia y tratamiento especializado- que los guía y conduce hacia actividades que revalorizan su autoestima, el trabajo en los talleres, en las escuelas, deportes, la asistencia espiritual, la presencia sacerdotal, las actitudes del capellán o el Pastor, y también de los laicos comprometidos, tarea compleja pero que posibilita la rehabilitación, coadyuvan a la superación del interno del aislamiento obligatorio, (pero que se encuentran en un aislamiento forzoso por otros motivos que distan de una cuarentena o pandemia como la que se vive hoy).

La Iglesia, presente en su misión evangelizadora, acompaña a superar el confinamiento del hombre que ha perdido su inserción en el ámbito social y familiar. También en esta realidad actual, los sacerdotes en las redes sociales están acompañando a los feligreses, prolongando su ministerio, con espíritu de servicio.

El Arzobispo de La Plata, Mons. Víctor Manuel Fernández, visitó el 3 de diciembre pasado la Unidad Penal Nº 1 de Olmos, donde celebró la Eucaristía con los presos jóvenes y administró a varios de ellos el sacramento del Bautismo, la Confirmación y la Primera Comunión. Y les dijo: “El amor de Dios siempre da una nueva oportunidad y al proyecto del Señor sobre nuestras vidas que no se anula por nuestras caídas, porque, como dice San Pablo, los dones y el llamado de Dios son irrevocables”, y agregó: “el Señor quiere darles fuerzas para construir un mundo nuevo, también aquí dentro de la cárcel. Serán siempre hijos amados del Padre, que una y otra vez les dará una nueva oportunidad”.

También tengo muy presente el trabajo realizado por el Padre Mario Peralta y por el Padre Julio Espinosa, en conjunto con el matrimonio Maiza y otros colaboradores o el pastor Juan Zucarelli en la Cárcel de Olmos, que han dado muestras de la posibilidad de superación del individuo a través de la fe. Recuerdo la acción evangelizadora realizada por estos agentes pastorales, que posibilitó una ceremonia increíble presidida por Mons. Héctor Aguer, Arzobispo Emérito de La Plata, donde cientos de internos y sus familias recibieron los Sacramentos de iniciación cristiana.

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La gracia de Dios puede aparecer en los lugares más inesperados. Tras las rejas o no, ¡la libertad sólo se encuentra en Jesucristo!

El Papa Francisco que en reiteradas oportunidades se ha dirigido al personal penitenciario, y les ha manifestado: “Nadie puede condenar a otro por los errores que ha cometido, ni mucho menos infligir sufrimientos que ofenden la dignidad humana. Os animo a que realicéis vuestra importante obra con sentimientos de concordia y unidad. Todos juntos, dirección, policía penitenciaria, capellanes, área educativa, voluntariado y comunidad externa estáis llamados a marchar en una sola dirección, para ayudar a levantarse de nuevo y crecer en la esperanza a aquellos caídos desafortunadamente en la trampa del mal. Por mi parte, os acompaño con mi afecto, que es sincero. Yo estoy muy cerca de los reclusos y de las personas que trabajan en las cárceles. Mi afecto y mi oración para que contribuyáis con vuestro trabajo a hacer que la prisión, lugar de dolor y sufrimiento, sea también un laboratorio de humanidad y esperanza”. “La esperanza de la inserción en la sociedad y en la libertad que viene de Dios”.

Pero a veces, estas experiencias religiosas no tienen la continuidad necesaria, por distintos motivos: la población carcelaria se va renovando constantemente ya sea porque recuperan su libertad, por traslados a otras Unidades Penitenciarias o porque los grupos de apoyo religioso que asisten a evangelizar a los hombres privados de la libertad decaen en la noble tarea kerismática dentro de un penal.

Pero hay agentes evangelizadores que logran superar lo difícil que resulta trabajar en estos espacios de la sociedad, necesitan de ese contacto con el desprotegido y vuelven con más ímpetu, a estar con ellos, acompañándolos y vivenciando su crecimiento personal y también a la satisfacción plena de la misión cumplida, de acercar a Jesús al desprotegido. Posibilitando una reeducación de las carencias o valores perdidos y una posterior inserción positiva a la sociedad. 

Concluyendo, en ambas situaciones, en el aislamiento social motivado por la pandemia o la persona privada de la libertad, el encierro, la dificultad de saber lo que sucederá mañana es común para cada uno, lo que varía es como lo enfrentamos, como lo sepamos vivir, luchar, con la esperanza de superación y de trabajar por un mundo mejor.

A estos hombres y mujeres, la Iglesia ofrece su doctrina social. Esta doctrina que brota de la fe en una salvación integral, de la Esperanza en una Justicia plena, de la Caridad hacia los necesitados, de la búsqueda del bien común orientado hacia el progreso de las personas y que tiene por base la verdad, se edifica en la justicia y es vivificado por el amor de Cristo.

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DSI y Pastoral Social

“Difundir el conocimiento de la DSI no forma parte de un simple interés o una acción marginal que se añade a la misión de la Iglesia; es algo que pertenece al corazón de su ministerialidad”.

“La salida de la crisis no la logran los gobier-

nos,sino las personas,las familias,las empresas que reconozcan su responsabilidad social, entidades públicas, y organizaciones nacidas de la sociedad, con capacidad para entender los nuevos desafíos”.

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Plan Pastoral Arquidiocesano

La propuesta de estas líneas es ante todo caminar juntos (obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos y todos los fieles laicos) para alcanzar una mayor comunión. Jesús pidió que seamos uno “para que el mundo crea” (Jn 17, 21).

Tres grandes líneas:1.En misión permanente, saliendo a llevar el gran anuncio.2.Como Cristo, cerca de los pobres y abandonados. 3.Creciendo juntos, para ser santos.

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Luego de haber transcurrido un año del lanzamiento del Plan Pastoral Arquidiocesano, aprovechemos para reflexionar y pedir el auxilio del Espíritu Santo para la Misión.