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1 Los Libros: la construcción de un texto posible, entre el Cordobazo y el Golpe. 1 Claudio Adrianzen Bei, Diego Cousido, Yael Gutman, Mercedes Merino, Virginia Montero, Sebastián Palladino, Guadalupe Tavella. [email protected] “En lo que refiere al SABER: en estos años he descubierto a Lévi-Strauss, a la lingüística estructural, a Jacques Lacan. Pienso que hay en estos autores una veta para plantear, en sus términos profundos, el problema de la filosofía marxista. Lo que significa que ya no estoy tan seguro de las posiciones filosóficas, teóricas, sartreanas, como lo estaba hace ocho años atrás. Es que en esos ocho años, al nivel del saber, han pasado algunas cosas: entre otras, un cierto naufragio de la fenomenología. La filosofía del marxismo debe ser reencontrada y precisada en las modernas doctrinas (o ciencias) de los lenguajes, de las estructuras y del inconsciente. En los modelos lingüísticos y en el inconsciente de los freudianos. A la alternativa: ¿o conciencia o estructura?, hay que contestar, pienso, optando por la estructura. Pero no es tan fácil, y es preciso al mismo tiempo no rescindir de la conciencia (esto es, del fundamento del acto moral y del compromiso histórico político).” Oscar Masotta: “Roberto Arlt, yo mismo” 2 . La primera persona que encarna el texto de Oscar Masotta transcripto en el epígrafe describe para sí una evolución de pensamiento que es tanto una trayectoria personal como un clima de época. Y tal vez, es en la figura de Masotta donde ese cambio de coordenadas teóricas, ocurrido en apenas pocos años, se verifica con mayor contundencia. La teoría del compromiso sartreana, tal como había sido asumida por los integrantes de la generación nucleada alrededor de la revista Contorno, se mostraba como una vía eficaz para responsabilizarse de los problemas sociales y poner fin al aislamiento del intelectual respecto del contexto sociopolítico y de las clases subalternas, sin tener por ello que abandonar, como señala Oscar Terán, su “autoposicionamiento en el campo intelectual”. De este modo, la noción sartreana del compromiso resultó “para la franja de intelectuales críticos una mediación entre su adscripción profesional y sus incursiones en el terreno político” 3 . Con el correr de los años, en un proceso de progresiva radicalización política y aceleración 1 El presente trabajo es un adelanto de investigación colectiva. 2 Masotta, Oscar: “Roberto Arlt, yo mismo”, en Conciencia y estructura, Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1968.

AAVV Sobe Los Libros

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Un análisis de la revista Los Libros

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Los Libros: la construcción de un texto posible, entre el Cordobazo y el Golpe.1

Claudio Adrianzen Bei, Diego Cousido, Yael Gutman,

Mercedes Merino, Virginia Montero, Sebastián Palladino, Guadalupe Tavella.

[email protected]

“En lo que refiere al SABER: en estos años he descubierto a Lévi-Strauss, a la lingüística estructural, a Jacques Lacan. Pienso que hay en estos autores una veta para plantear, en sus términos profundos, el problema de la filosofía marxista. Lo que significa que ya no estoy tan seguro de las posiciones filosóficas, teóricas, sartreanas, como lo estaba hace ocho años atrás. Es que en esos ocho años, al nivel del saber, han pasado algunas cosas: entre otras, un cierto naufragio de la fenomenología. La filosofía del marxismo debe ser reencontrada y precisada en las modernas doctrinas (o ciencias) de los lenguajes, de las estructuras y del inconsciente. En los modelos lingüísticos y en el inconsciente de los freudianos. A la alternativa: ¿o conciencia o estructura?, hay que contestar, pienso, optando por la estructura. Pero no es tan fácil, y es preciso al mismo tiempo no rescindir de la conciencia (esto es, del fundamento del acto moral y del compromiso histórico político).”

Oscar Masotta: “Roberto Arlt, yo mismo”2.

La primera persona que encarna el texto de Oscar Masotta transcripto en el epígrafe

describe para sí una evolución de pensamiento que es tanto una trayectoria personal como un

clima de época. Y tal vez, es en la figura de Masotta donde ese cambio de coordenadas

teóricas, ocurrido en apenas pocos años, se verifica con mayor contundencia.

La teoría del compromiso sartreana, tal como había sido asumida por los integrantes de

la generación nucleada alrededor de la revista Contorno, se mostraba como una vía eficaz

para responsabilizarse de los problemas sociales y poner fin al aislamiento del intelectual

respecto del contexto sociopolítico y de las clases subalternas, sin tener por ello que

abandonar, como señala Oscar Terán, su “autoposicionamiento en el campo intelectual”. De

este modo, la noción sartreana del compromiso resultó “para la franja de intelectuales críticos

una mediación entre su adscripción profesional y sus incursiones en el terreno político”3. Con

el correr de los años, en un proceso de progresiva radicalización política y aceleración

1 El presente trabajo es un adelanto de investigación colectiva. 2 Masotta, Oscar: “Roberto Arlt, yo mismo”, en Conciencia y estructura, Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1968.

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histórica, buena parte de la generación más joven asume, o hereda, la misma responsabilidad,

pero actualizando las armas teóricas de sus predecesores, en un contexto donde las

mediaciones van siendo, paulatinamente, erosionadas o, la menos, puestas en crisis.

Esa actualización, en consecuencia, no implica de modo alguno desembarazarse de la

lucha política en el terreno ideológico; por el contrario, supone -y así lo formulan sus

protagonistas- un mayor rigor a la hora de ejercer la crítica de las manifestaciones culturales,

entendidas como expresiones de la ideología de la clase dominante. Hacia la segunda mitad

de la década de sesenta, el campo intelectual argentino se moderniza incorporando nuevos

aparatos teóricos. Los Libros, cuyo primer número se publica en julio de 1969, puede

pensarse, en ese marco y en su primera etapa, como una expresión colectiva de ese proceso

que Masotta describe como biografía individual. La revista expresa la voluntad de un

colectivo intelectual dirigido por Héctor Schmucler4 que, afinando el instrumental

metodológico, bajo el influjo de la seducción cientificista que campea en el ámbito de la

crítica literaria y de las ciencias sociales, se propone intervenir críticamente en la esfera

cultural, delimitando así su campo y modo de acción política. Hay, entonces, como afirmó

Héctor Schmucler refiriéndose a esos años iniciales, voluntad de ser: “una vanguardia del

pensamiento [...].Y [la revista Los Libros] fue eso, fue el estructuralismo primero, haciéndose

posteriormente más política. De todas maneras éramos en el ´69-´70 una vanguardia

intelectual”5.

Efectivamente, a partir de 1971 y bajo las certezas que arrojaba para la izquierda la

victoria de Salvador Allende en Chile, ocurrida a fines de 1970, comienza una etapa donde la

política va modificando los contenidos de la revista, mediante la producción de números

especiales destinados a dar cuenta de distintos acontecimientos políticos que se verifican en

América Latina. Hacia mediados de 1972, el Gran Acuerdo Nacional, salida electoral

promovida por el régimen militar, reinstala el debate político inmediato en Argentina. Debate

que supondrá el comienzo de una progresiva fragmentación de la izquierda y que tendrá

consecuencias directas sobre el colectivo intelectual que integra la revista. En definitiva, si el

proyecto de crítica y modernización cultural inicial funcionó como un eje de cohesión grupal,

3 Terán, Oscar: Nuestros años sesentas, Buenos Aires, El cielo por asalto, 1993, pág. 23. 4 Héctor Schmucler integró el grupo inicial que participó de la primera etapa (abril de 1963-septiembre de 1965) de la revista cordobesa de orientación gramsciana Pasado y Presente. 5 Burgos, Raúl: Los gramscianos argentinos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004, pág. 158.

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la irrupción de la política inmediata como elemento central de la publicación produjo el efecto

contrario.

Por ello, es, sin lugar a dudas Los Libros, la publicación que mejor expone a lo largo de

sus 44 números, delimitados por el Cordobazo como antecedente inmediato a su salida y por

el Golpe Militar de 1976 como cierre y clausura, una sistematización del cambio

epistemológico que opera la crítica a mediados de los años sesenta; a la vez que evidencia los

modos en que la progresiva radicalización política del campo intelectual, afecta y modifica

ese proyecto inicial, desintegrando y fragmentando el colectivo inaugural que se nuclea

entorno de la voluntad de actualización antes mencionada. De hecho, los últimos números de

Los Libros, pueden ser citados y deben serlo, como parte de las biografías personales de

Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Ricardo Piglia, más que como la enunciación colectiva de

un grupo de intelectuales dispuestos a renovar el discurso crítico.

Entre los desacuerdos políticos del final y la voluntad colectiva del principio, Los

Libros recorre un arco temporal arduo y conflictivo. En virtud de ese contexto y de sus

consecuencias sobre el campo intelectual, es posible observar a lo largo del trayecto total de la

revista sucesivas modificaciones que afectan tanto su forma y periodicidad, como los

subtítulos que orientan su nombre y también los integrantes que conforman su staff.

• Un espacio vacío.

Fundada y dirigida por Héctor Schmucler, a su vuelta al país luego de realizar estudios

en Francia, Los Libros tiene como modelo a la publicación francesa La Quinzaine Littéraire y

comparte con ella dos de sus características centrales: la rigurosidad a la hora de elegir

colaboradores6 y la voluntad de intervenir en el mercado editorial, reseñando aquellos textos

que se ubican por fuera del canon que el mercado construye y revistas como Primera Plana

difunden.

6 La Quinzaine Littéraire, dirigida y editada por Maurice Nadeau, se publica por primera vez en Francia el 15 de marzo de 1966 y sigue saliendo hasta la fecha. “Hacíamos allí algo diferente a la prensa de entonces. Nuestra elección -explica Nadeau en un reportaje sobre el origen de la revista- era no hablar de los best-seller, de los libros que se venden sin nosotros. Privilegiábamos más bien los libros antes que los autores. Pero sobretodo, eso que distinguió siempre a La Quinzaine, es la elecciòn de los colaboradores”, en Alliances, N° 37, septembre 2001, pág. 37. Si bien no es homologable la categoría de best sellers, aunque así lo fueran, a los textos que conforman el boom de narrativa latinoamericana por aquellos años, si es posible establecer un correlato entre las

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A lo largo de sus casi siete años de vida, escriben en Los Libros intelectuales que ya

eran o posteriormente serían figuras de plena gravitación o de presencia insoslayable en sus

respectivas área de competencia7. A los ya mencionados, se suman Nicolás Rosa, Josefina

Ludmer, Germán García, Eliseo Verón, José Aricó, Juan Carlos Portantiero, Oscar del Barco,

el propio Masotta, etc.

La revista, editada por la entonces joven Editorial Galerna de Guillermo Schavelzon,

sale mensualmente, aunque con cierta irregularidad, en formato tabloide y llega a tener, en su

mejor momento, una tirada cercana a los 10 mil ejemplares.

Desde su primer número (julio de 1969) y hasta el séptimo (enero-febrero de 1970),

lleva como subtítulo Un mes de publicaciones en Argentina y en el mundo. El ingreso de

importantes editoriales latinoamericanas como auspiciantes8, corresponsalías en el exterior9 y

una red de distribución más amplia10, modifica, a partir del número 8, el subtítulo inicial por

el de Un mes de publicaciones en América Latina. Un cambio que reduce el mundo a

América Latina e incluye a la Argentina, sin privilegios, dentro del continente. Este periodo,

que tiene a Schmucler como director y a Santiago Funes como secretario de redacción, se

extiende hasta el número 20 (junio de 1971). A partir del 21 (agosto de 1971), con el retiro de

la Editorial Galerna, comienza la fase de autofinanciamiento y el nuevo subtítulo redefine la

revista, volviéndola una herramienta Para una crítica política de la cultura.

Si bien Schmucler continúa como director, se crea un consejo de dirección que va a

estar integrado, en los números subsiguientes, por Ricardo Piglia, Carlos Altamirano y el

propio Schmucler. Posteriormente, se sumarán a este nuevo espacio Beatriz Sarlo, Germán

García y Miriam Chorne, hasta que, en el número 27 (julio de 1972), los desacuerdos respecto

de la línea editorial y la inclusión de un texto de análisis político referido al Gran Acuerdo

postulaciones de Nardeau y la firme decisión de la revista dirigida por Schmucler de privilegiar aquellos libros que no incluidos dentro del fenómeno explosivo del boom. 7 Para verificar la centralidad de estas figuras, véase el texto que uno de los integrantes centrales de Los Libros escribe acerca de la crítica literaria argentina de los últimos años: Rosa, Nicolás, “Veinte años después o ‘la novela familiar’ de la crítica literaria”, en Políticas de la crítica. Historia de la crítica literaria en la Argentina, Buenos Aires, Biblos, 1999. 8 A partir del N° 8 se incorporan como auspiciantes: Fondo de Cultura Económica, Losada, Monte Ávila, Universitaria de Chile. En el N° 11 ingresa Ediciones de la Universidad de Venezuela, que en el N° 18 es remplazada por la UNAM. 9 Los corresponsales se ubican en Chile: Enrique Lihn (N° 8 al 21), Mabel Piccini (N° 8 al 30) y Santiago Funes (N° 22 al 30); en México: Eligio Calderón Rodríguez (N° 8 al 30); en Venezuela: Adriano González León (N° 8 al 30); en Paraguay: Adolfo Ferreiro (N° 8 al 30); en Uruguay: Jorge Ruffinelli (N° 8 al 30) y en Francia: Silvia Rudni (N° 8 al 24).

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Nacional, se hacen insostenibles y provocan la partida, en el número 29, de Schmucler, quien

es acompañado también por Chorne y García.

Después de más de seis meses sin publicarse, Los Libros inicia una nueva etapa de

salida bimensual y formato A4. El subtítulo se conserva hasta el número 40 (marzo-abril de

1975) en el que un nuevo desacuerdo de índole político, vinculado al carácter del gobierno de

Isabel Perón, provoca la ida de Ricardo Piglia. Ya con Sarlo y Altamirano al frente la

publicación, continúa hasta el número 44 (enero-febrero de 1976) como Los Libros. Una

política en la cultura. El allanamiento y la clausura de la redacción, durante los primeros

meses del gobierno militar, interrumpe definitivamente su salida.

El recorrido histórico de la revista y las sucesivas oscilaciones y revisiones que

entraña respecto de su programa inicial tienen que ver fundamentalmente con, por un lado, la

manera en que se resuelve la relación entre la esfera cultural y el campo político, y, por otro,

en estrecho vínculo con el primer motivo, con el modo en que se entienda la labor del

intelectual y su posicionamiento en el proceso político.

Los sucesivos reajustes y reordenamientos que los integrantes de la revista operen

resultarán, sin lugar a dudas, de una voluntad de autorreflexión y de conciencia de la propia

práctica que tendrán –aunque no sin fisuras– desde el origen del proyecto. Si la generación

contornista disparaba contra sus predecesores de manera manifiesta y señalaba explícitamente

el espacio y el lugar de sus opositores11, Los Libros no alude antecedentes de manera explícita

y plantea una fundación.

El editorial del número 1 aparece titulado “La creación de un espacio”. Funcionando

como una suerte de manifiesto, este es el punto de partida de la publicación y es el lugar

donde se esbozan algunos rasgos programáticos: “La revista llenará un vacío [...]. En la

práctica modeladora de la revista se conocieron los datos de la realidad que comporta un vacío

y que, simultáneamente, formula elementos para cubrirlo”12. Los Libros moldea de este modo

un espacio preciso: el de la crítica, y proyecta darle un objeto, definirla y establecer los

instrumentos de su realización; a la vez que se autodefine como algo distinto a una revista

literaria, “entre otras cosas porque [Los Libros] condena la literatura en el papel de ilusionista

10 La distribución que en Argentina se hacía a través de kioscos de revistas, se amplía abarcando ahora América Latina, Europa y Estados Unidos. 11 En el primer número de Contorno, “Los martinfierristas, su tiempo y el nuestro” de Juan José Sebreli y “La traición de los hombres honestos” de Ismael Viñas. 12 “La creación de un espacio” en Los Libros, N° 1, junio 1969.

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que tantas veces se le asignara13”. La revista habla del libro y procura interrogarse sobre las

ideas que encierra: “El campo de una tal crítica, abarca la totalidad del pensamiento. Porque

los libros concebidos más allá del simple volumen que agrupa un número determinado de

páginas, constituyen el texto donde el mundo se inscribe a sí mismo”14.

La propuesta inicial, entonces, implica reseñar mensualmente las principales

novedades del mercado editorial en materia de literatura y ciencias sociales (historia, filosofía,

sociología, economía, antropología, política, psicoanálisis y, por supuesto, crítica literaria).

Reseñas que son realizadas por los especialistas de cada área y que exhiben una rigurosidad y

profundidad muy poco habitual para este género de publicación. De esta manera, Los Libros

se propone fundar un espacio inexistente, de intervención en el mercado editorial, pero

también en el ámbito de la crítica y, fundamentalmente, de la crítica literaria en cada una de

sus variantes. Para ello recurre al arsenal metodológico que proveen los nuevos saberes y todo

aquello que hace a la actualización disciplinaria. Este afán de modernización combina lo más

avanzado del pensamiento europeo con la teoría de la dependencia que por aquellos años

también imperaba en el campo de la cultura15.

• Hacia la “nueva crítica”.

Si hablamos de modernización de un discurso crítico, es la crítica literaria de Los

Libros el mejor ejemplo de esta manifestación. La crítica literaria se expone, así, al contacto

de un conjunto de discursos y saberes que expresan la modernidad: el psicoanálisis de cuño

lacaniano, la antropología estructural, el marxismo de Althusser y Gramsci, y

fundamentalmente, la lingüística, se integran al repertorio de procedimientos que conforman

el instrumental técnico metodológico de esta crítica que se autodefine renovada. En ese

proceso de actualización, van de la mano dos apetencias reiteradamente proclamadas: la

aspiración de cientificidad de ese discurso, y la dimensión o potencialidad política que de él

emana. Una crítica que, en términos de la oposición que la revista plante y reitera, se propone

sustantivar y no adjetivar.

13 Ibídem. 14 Ibídem. 15 Ver: Panesi, Jorge, “La crítica argentina y el discurso de la dependencia”, en Críticas, Buenos Aires, Norma, 2000.

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De tal operación resulta una serie de desplazamientos del orden de lo metodológico y

de la definición del objeto por abordar. Un pasaje de la idea de literatura como antes era

entendida al concepto de escritura (no son las ideas las que permanecen sino la materialidad

de las formas); una asunción de la materialidad del hecho literario que se opone a su

concepción burguesa y espiritualista.

La centralidad que adquiere el lenguaje, como elemento constitutivo de toda obra,

proclama a los instrumentos que pueda proveer -por ejemplo, la lingüística- como los más

adecuados para el desarrollo de la actividad. La crítica literaria, así entendida, asume la doble

tarea de formularse como un discurso específico que delimita su campo de acción –

elaborando su léxico, su lenguaje, sus puntos de vista– y de integrarse a un espacio más

amplio donde la política es dominante. Es decir, formular un discurso altamente

especializado, y al mismo tiempo, intervenir políticamente desde la propia esfera de

competencia.

Esta actualización procedimental no implica necesariamente el abandono de

contenidos, o mejor, de postulaciones previamente elaboradas. En el caso de algunas

propuestas de Los Libros es observable, otra vez, el influjo de los contornistas. Un claro

ejemplo de ello es el artículo “Roberto Arlt, una crítica de la economía literaria” de Ricardo

Piglia que aparece en el número 29 de la revista. Esta lectura -hoy un clásico de la crítica

literaria argentina- es heredera de muchas de las afirmaciones y postulaciones fundadas por la

generación de Contorno, y principalmente por David Viñas. Piglia propone una lectura

ideológica del Juguete rabioso y de la obra de Arlt, asumiendo la impregnación que, por

entonces, el marxismo y el psicoanálisis ejercen sobre la crítica literaria. Lo observable es, en

general, una voluntad de renovación teórica más allá de la permanencia de ciertos postulados

de cuño ideológico16.

El texto que mejor exhibe la voluntad de conformar aquello que se da en llamar

“nueva crítica” –mote de afrancesada resonancia17– aparece en el primer número. Escrito por

Nicolás Rosa, este artículo reseña la antología de Jorge Lafforgue que incluye,

16 Otro ejemplo contundente de lo mencionado es el artículo de Nicolás Rosa sobre el espíritu de Sur incluido en el número 15/16, enero-febrero de 1971. 17 El debate acerca de la nueva crítica en Francia merece un capítulo aparte. Tiene sus puntos altos en el texto de Raymond Picard Nouvelle critique ou nouvelle imposture que dispara fundamentalmente contra Sur Racine de Barthes y encuentra, en Crítica y verdad (Siglo XXI, 1971) del mismo Barthes, su respuesta magistral.

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principalmente, trabajos de críticos jóvenes18 sobre la nueva narrativa latinoamericana, y lleva

como sugerente nombre “Nueva novela latinoamericana ¿nueva crítica?”. Allí, Rosa se

pregunta por las condiciones del surgimiento de una nueva crítica. Hacer explícita esta

pregunta supone reflexionar y revisar cuestiones de método y alcances de la propia práctica.

La nueva crítica promovida por Los Libros concibe que en todo discurso existe un

nivel de significación ideológica que es necesario desentrañar19. En el caso de la escritura, la

plasmación de significaciones a partir de un sistema de reglas semánticas debe y puede ser

analizado por una ciencia de la textualidad. Esta ciencia es la lingüística.

Según Nicolás Rosa: “es evidente que la lingüística es la que ha creado el clima

necesario para el acercamiento a lo concreto real de la obra –hecho de palabras– y la

posibilidad de la creación de un instrumental científico para abordarla”. Y agrega: “A partir

de este nivel [el lingüístico] todas las explicitaciones de las ideologías mayores –marxismo,

freudismo– actúan como modelos totalizantes que dan el sentido último a la interpretación de

la crítica”.20 Y son estas ideologías mayores, en última instancia, una garantía frente a los

peligros de a-historicismo que puedan resultar del método.

Con respecto a las definiciones de la crítica, Josefina Ludmer refuerza el concepto en

su reseña del libro Crítica y significación, de Nicolás Rosa:

“La crítica es sobre todo creación de un lenguaje, y ese lenguaje, según mi opinión, debe acercarse lo más posible a la denotación (aunque sepa que nunca la obtendrá, en tanto se maneja con palabras), o por lo menos debe definir cada uno de los términos empleados; el crítico (...) destruye la retórica pero no erige una antirretórica sino una arretórica”.

Y en cuanto a las dificultades a enfrentar, señala:

18 Algunos de los nombres que aparecen en la antología Nueva novela latinoamericana son: Jorge Lafforgue, Luis Gregorich, Josefina Ludmer, Eduardo Romano, Josefina Delgado y Mario Vargas Llosa como representante del boom. Algunos nombres que se señalan como precursores de la nueva crítica son: Noé Jitrik, David Viñas y Adolfo Prieto. 19 En el número dedicado a la crítica, el texto inicial, sin firma, de modo que supone la concordancia en aquello que la publicación en conjunto entiende como crítica cultural, señala: “Existe entonces un ámbito institucional [el de la “literatura”] donde la circulación de los “significantes” se articulan en el “significado” de una función: el de las ideologías que una clase impone como dominante y cuya función radica en el encubrimiento de las relaciones que la producen”, en “Hacia la crítica”, Los Libros, N° 28, septiembre de 1972. 20 Rosa, Nicolás: “Nueva novela latinoamericana ¿Nueva crítica?”, Los Libros, N° 1, julio de 1969. Idea que se repite una y otra vez en los textos de Rosa, aunque no únicamente. Por ejemplo: “todo texto es un texto

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“el camino es trabajoso y quizás todos los sembremos de errores, pero es el único, para la crítica argentina, que señala el punto de partida de una productividad real: Crítica y

significación plantea (significa), tanto para Rosa como para todos los críticos que escribamos después de él, ese camino como abierto al rigor”. 21

Teoría científica de la textualidad que busca romper la tradición crítica entendida

como interpretación22 para adjudicarse un rol analítico que supere cualquier “naturalidad”

asignada a la escritura y a la lectura23. Desembarazarse de cualquier “reconocimiento” para

dejar paso al “desconocimiento”, evitando los prejuicios actuantes según la pertenencia

ideológica en la que se esté inscripto. De este modo, mediante una nueva crítica que permite

trabajar con los significados manifiestos y los latentes, se logran superar aquellas lecturas que

se proclaman sin ideología y aquellas puramente ideológicas.

De modo que hay una intención de definir una disciplina, su metodología, y a partir de

ella, una práctica intelectual, que encuentra su fundamento en la forma de concebir las

relaciones textuales y supone la inscripción en éstas de significantes sociales. Esta práctica

constituye un espacio distinto que recibe la denominación de “nueva” crítica literaria. Las

razones iniciales parecen ligadas al orden de la especificidad de un campo; sin embargo,

subyace a este planteo la cuestión política, entendida como lucha ideológica en la esfera de las

manifestaciones culturales, y la necesidad de constituir un espacio desmitificador de la

realidad cultural, que no reproduzca la ideología liberal burguesa y que destruya el modelo de

la dependencia cultural.

Como afirma Rosa en el artículo citado:

“Nos agrupa [a los nuevos críticos], para darle razón al entusiasmo de Lafforgue, un interés –difuso y concreto al mismo tiempo– en valorar la literatura como creación del mundo

lacunario, y es precisamente en esos “vacíos” donde debe leerse la significación ausente”. Rosa, Nicolás: “Borges y la crítica”, en Los Libros, N° 26, mayo de 1972. 21 Ludmer, Josefina: “La literatura abierta al rigor”, en Los Libros, N° 9, julio de 1970. 22 “Se producen textos, pero sólo algunos son legitimados como literatura. La demarcación, mágicamente fundado en la ideología y confirmada en diversas tradiciones literarias, abre un abismo entre los textos legítimos y los otros. Franquear ese abismo implica develar una relación de propiedad: la de la retórica, los verosímiles, los códigos específicos. Sobre esta apropiación se articula y se define el sistema de la literatura, creado por la crítica y reconocido luego por ella como natural. Este sistema fuertemente codificado y convencional es elevado por la clase que tiene los medios de producirlo a la condición de literatura, de única escritura posible. / Y es precisamente cierta crítica la que viene a rubricar con el gesto de la interpretación esta legalidad basada en la represión de otras escrituras y lecturas posible.” (“Hacia la crítica” en Los Libros, Nº 28, septiembre de 1972). 23 “Para la crítica se abre un camino que consiste en inventariar los códigos inmanentes a la estructura social (sus lecturas que son organizadoras de escrituras) para ubicar entonces la especificidad de lo que se llama literatura”. Íbídem.

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y dentro del mundo, rechazando los automatismos peligrosos, y una voluntad de desmitificación que apunta primariamente a la literatura y secundariamente a la sociedad que la produce”24.

Los Libros define de esta manera su función crítica y su acción política dentro de los

marcos específicos del campo, con la misma confianza que puede leerse, volviendo a Masotta,

en el prólogo a Conciencia y estructura de 1968:

“Mis posiciones generales –básicas– con respecto a la lucha de clases, al papel del proletariado en la historia, a la necesidad de la revolución, son las mismas hoy que hace quince años atrás. Lo que he cambiado tal vez es el modo de entender el rol del intelectual en el proceso histórico: cada vez comprendo más hasta qué punto ese rol tiene que ser ‘teórico’; esto es, que si uno se ha dado la tarea de pensar, no hay otra salida que tratar de hacerlo lo más profundamente, lo más correctamente posible.” 25

Este es el rol teórico al que apuesta la revista en su primera etapa. Y en la tarea de

ejercer un trabajo de rigurosidad analítica que incorpore tanto los modelos de teorías foráneas

como sus reformulaciones a partir del contexto cultural y social específico. Así la “nueva

crítica” logra conciliar sus aspiraciones de cientificidad, sin abandonar la relación entre

literatura y sociedad.

Y difícilmente una crítica con tan altas aspiraciones no devenga en crítica prospectiva,

en voluntad transformadora. Como manifiesta el texto colectivo que introduce el número 28:

“Una crítica política de la cultura debería escribirse señalando un texto posible –el que de cuenta de la ideología y de los productos de la cultura dominante– y un texto futuro: el que pueda ser escrito rompiendo los límites impuestos por las relaciones de producción capitalista.”26

Un programa de estas características, como hasta ahora fue formulado, exige no

abandonar el debate ideológico en el campo de la cultura, aunque siempre ateniéndose a sus

límites. Sin embargo, el propio proceso histórico y la coyuntura política inmediata irán

reclamando nuevas definiciones. El debate interno en el seno de la revista se hará visible, y

paulatinamente, las posiciones se tornarán irreconciliables. Este conflicto desemboca en la

ruptura del colectivo intelectual inicial. Si bien la crítica, como hasta ese momento había sido

24 Rosa, Nicolás: “Nueva novela latinoamericana ¿Nueva crítica?”, op. cit. 25 Masotta, Oscar: op. cit. 26 “Hacia la crítica”, op. cit.

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ejercida, conservará en adelante un lugar dentro de las páginas de Los Libros, perderá el

espacio privilegiado que antes ostentaba, frente a las imposiciones de una realidad política

que se percibe cada vez más apremiante.

• Una retórica de la inmediatez.

Durante 1971 Los Libros decide dedicar cinco números a sucesos políticos ocurridos

en América Latina que, por notables, son advertidos como ineludibles. El número doble

15/16, de enero de 1971, dedicado a Chile, abre la serie27. Esta nueva etapa, que supone un

viraje respecto de los temas que previamente habían sido tratados e incluidos en la revista, no

pasa desapercibida por su consejo editorial:

“El material incluido entre las páginas 11 y 52 señala, además, una apertura sin precedentes en nuestra revista. Al mismo tiempo que reforzamos la sección bibliográfica mediante una más estricta información y que insistimos en una crítica de libros poco común en el ámbito de América Latina, procuraremos ofrecer panoramas informativos y analíticos de problemas vinculados al destino de las naciones latinoamericanas. Manera de asumir, también por este camino, la responsabilidad ahora insoslayable con la transformación que los pueblos del continente parece haber tomado en sus manos”28.

La cita da cuenta y reconoce el cambio que los acontecimientos tratados generan en el

interior de la revista, modificando el origen de los materiales que conforman su contenido. El

mismo editorial que adjudica una responsabilidad “ahora insoslayable”, también permite

descifrar los elementos contradictorios que se manifiestan en esta serie de números

especiales29.

Si el editorial del número 8 plantea la necesidad de una apertura hacia nuevos

materiales30, la serie de números especiales confirma la progresiva intromisión del contexto

27 Este es el único número doble de los 44 publicados a lo largo de toda la historia de la revista. 28 Los Libros, N° 15/16, enero/febrero de 1971. 29 Se consideran números especiales: N° 15/16 (enero-febrero de 1971): Chile, N° 19 (mayo de 1971): Bolivia,- N° 20 (junio de 1971): Cuba, N° 21 (agosto de 1971): Córdoba (Conflicto Sitrac-Sitram) y N° 22 (septiembre de 1971): Perú. 30 En el editorial del número 8 se plantea tanto la latinoamericanización de la revista como una apertura hacia nuevos materiales: “ya se sabe que el formato libro no privilegia ninguna escritura. Es posible que las obras más importantes se estén escribiendo en las noticias periodísticas o en los falshes televisivos. O en los muros de cualquier parte del mundo. Estos textos, al igual que los libros tradicionales, requieren una lectura que descubra su verdad”. Los Libros, N° 8, mayo de 1970.

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sociopolítico y la cada vez más evidente eliminación de las mediaciones librescas que en su

etapa inicial habían marcado el modo de intervenir críticamente en el ámbito de las

producciones culturales. Esta innovación supone el ingreso directo en el cuerpo de la revista de

acontecimientos ocurridos en el campo no intelectual.

Es posible pensar que antes del número 15/16 cualquier referencia a sucesos políticos

latinoamericanos habría estado totalmente tamizada por la mediación de textos que permitieran

dar cuenta de los acontecimientos, mediante una operación de reseña llevada a cabo por el

grupo de colaboradores de la revista. De este modo, la crítica pormenorizada del material

seleccionado permitiría desentrañar la estructura de los hechos. Sin embargo, que este

procedimiento ya no sea el elegido parece evidenciar una desconfianza en la posibilidad de que

esa mirada garantice una lectura crítica de la historia y, más aún, de la marcha de las luchas

que se están dando en ese momento en los países de América Latina. Debido a esa

desconfianza de las posibilidades críticas del discurso hasta ahí sostenido, el editorial del

número 15/16 intenta restablecer el equilibrio, anunciando un “refuerzo” en la sección de

crítica bibliográfica que, sin embargo, una lectura atenta de los números especiales desmiente

inmediatamente. La sección destinada a las reseñas de libros se reduce notablemente dejando

paso a artículos que informan acerca del “estado de situación” de los países a los que se alude.

El cotejo cuantitativo de los materiales incluidos en estos números permite observar

que los libros ya no son la fuente privilegiada de las intervenciones de la revista31.

Paralelamente, y como correlato de este proceso, se advierte que otro tipo de textos

hegemonizan e incorporan, sin mediaciones librescas, la información analítica de los hechos.

Una pregunta pertinente entonces podría ser qué género de textos son los que remplazan a la

sección bibliográfica y hacen de estos números especiales un testimonio de las contradicciones

que la realidad de América Latina de la década del 70 impone al discurso intelectual. Discurso

que, desde su esfera de competencia, se atribuye la posibilidad de la crítica y la desmitificación

de las relaciones de dominación. En principio, estos números pueden ser considerados como

un espacio en el que ese discurso intelectual, que se había construido a partir de una

desmesurada confianza en la potencialidad crítica de sus herramientas, ya no se conforma con

31

En el número sobre Chile se publican sólo 2 reseñas, un total de 6 artículos y un documento. En el caso del de Bolivia, no se incluyen reseñas y hay 4 artículos, 2 documento y una entrevista. El número dedicado a Cuba contiene 2 notas editoriales, 7 documentos y 3 artículos. Por su parte, en la revista sobre Perú se publican 6 artículos, 4 documentos, 2 entrevistas y 2 reseñas. Por último, los hechos de Córdoba se caracterizan con 8 artículos, 1 documento y 1 entrevista.

13

develar la dimensión ideológica de lo que se produce en la esfera cultural, sino que intenta dar

cuenta de los acontecimientos sociopolíticos que le sirven de contexto.

Los números especiales son el testimonio de un conflicto de límites para el grupo de

intelectuales que está detrás de esta publicación. A partir de 1971, la revista parece un intento

por evitar que el discurso intelectual remita e intervenga únicamente en el plano de las luchas

ideológicas que se dan en el campo de la cultura, tal como lo planteaba su editorial inaugural.

Posteriormente, y en virtud de una progresiva incorporación de textos provenientes de

otros campos disciplinares, se verá en las páginas de Los Libros un interés cada vez mayor por

áreas de conocimiento, como la arquitectura, la salud mental y la educación, que parecen

conciliar la labor teórica con la práctica material concreta32. Sin embargo, los números

especiales no se encuentran ni en una ni en otra de las vertientes mencionadas, manifiestan un

estado de sospecha que oscila entre la confianza en lo que los testimonios pueden decir por sí

mismos y la certeza de lo que los especialistas pueden contribuir para la comprensión de

situaciones de cambio.

Junto con la caída de las mediaciones librescas, se verifica un cierto retiro de la voz

intelectual que se construyó hasta el momento. Como consecuencia, se cede

momentáneamente espacio a dos tipos de discursos que conviven en cada número especial: el

testimonio de aquellos que protagonizan los acontecimientos de cada una de las naciones y

regiones elegidas, y los discursos especializados que reúnen en un artículo estadísticas,

caracterizaciones y hasta pronósticos. Estos dos tipos textuales equilibran la percepción

subjetiva de los acontecimientos con su caracterización objetiva.

Si la preocupación fundamental de la revista Los Libros desde su nacimiento hasta su

clausura ha sido la relación entre la cultura y la coyuntura histórico-política, los números

especiales podrían funcionar como realizaciones sintéticas de esta relación. Sin embargo,

resulta paradójico que el discurso que se había constituido para relatar los acontecimientos y

32 Los números dedicados a disciplinas son los siguientes: Salud mental: Nº 25 (marzo de 1972) y Nº 34 (marzo–abril de 1974). Educación: Nº 31 (agosto–septiembre de 1973) y Nº 32 (octubre–noviembre 1973). Arquitectura: Nº 36 (julio–agosto de 1974). Estos números permiten leer la conciliación más acabada, en el interior de la revista, entre un acercamiento teórico y un análisis político de hechos concretos, tales como la creación de CETERA o la ruptura que se da en el interior de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). En conjunto, demuestran el punto de mayor ajuste de las herramientas críticas a disposición. Estos números, a su vez, hacer ingresar en la revista un intenso debate acerca de la adhesión partidaria y la acción militante de los intelectuales en el interior de su propio campo profesional. Este debate, que parece restringirse a los campos específicos de cada disciplina, sin embargo, evidencia aquellas discusiones que están por debajo de los cambios que la revista ofrece como resultado a través de las modificaciones que se observan en su staff, subtítulo y materiales.

14

desmitificar las afirmaciones de la burguesía acerca de ellos, ahora no encuentre una

resolución satisfactoria y busque en el género testimonial y en el discurso informativo

descriptivo modos posibles de aludir a la realidad. “Se trata ahora –rezaba el editorial del N°

15/16- de leer con lucidez no sólo los textos que ofrece la escritura (cualquiera sea su

característica) sino también esos otros textos que constituyen los hechos históricos sociales”.

Ya no es el libro el soporte privilegiado en el que el intelectual puede “leer” el mundo.

Ahora, los acontecimientos sociopolíticos se han convertido en los textos a leer para que esa

lectura pueda hablar del mundo. Por eso, los números especiales son una puesta a prueba del

rendimiento del discurso. Un ensayo de lectura y escritura donde se empiezan a desplegar una

nueva retórica, destinada a captar y contener la inmediatez vertiginosa de los sucesos.

Llamamos, entonces, retórica de la inmediatez a la operación de selección de materiales que

tiene como elemento distintivo un aumento de los documentos, las entrevistas y, ante todo, la

transcripción de discursos y enunciados propios de aquellos que actúan por fuera de la esfera

cultural. Por ejemplo, el artículo central sobre Córdoba dice: “Las observaciones que siguen,

apuntan a esclarecer por vía de la descripción, la realidad cordobesa tanto como el carácter y

el contenido de estas movilizaciones”33 y el artículo es acompañado por cuadros con

referencias cuantitativas que explicarían las causas del Cordobazo. En síntesis, lo que los

nuevos procedimientos de la revista señalan es que este discurso ha descubierto sus límites.

En el afán por constituirse en un aparato de representación discursiva de la lucha política

confiesa su impotencia y expone la necesidad de recurrir a la palabra de quienes están

inmersos en las luchas políticas. En el número dedicado a Bolivia se presenta el diario de

Francisco, un guerrillero muerto en la selva, con la siguiente aclaración: “La publicación de

su diario es el mejor comentario a una de las facetas del proceso que se vive actualmente en

Bolivia”.34

• Cuba, el punto de partida de una discusión.

Uno de los ejemplares de Los Libros más citado y revisado es, sin dudas, el número 20

de junio de 1971, dedicado íntegramente al proceso revolucionario cubano. La edición de este

número supuso la postergación de la salida del que ya estaba programado sobre el Cordobazo

33 Los Libros, N° 21, junio de 1971.

15

y el conflicto sindical ocurrido en esa provincia a comienzos de 1971. Este cambio -según

dicen las primeras líneas de su editorial- se efectúa debido “a la inmediata vigencia que

adquiría la discusión desatada alrededor del ‘caso Padilla’”35. El abordaje de este hecho,

emblemático en tanto produjo un quiebre en la adhesión de numerosos intelectuales

latinoamericanos y europeos al proceso revolucionario que se había iniciado una década atrás

en Cuba, fue la excusa por medio de la cual los integrantes de la revista abordaron de manera

explícita, en forma teórica y crítica, el problema de la función de los intelectuales en la

sociedad y, más precisamente, de su lugar en los procesos revolucionarios latinoamericanos y

tercermundistas.

El primer artículo de este número se titula “Puntos de partida para una discusión”. En

su copete se señala que las consideraciones allí vertidas son el resultado de un intenso debate

llevado a cabo por “varios colaboradores de la revista [que] dialogaron sobre el ‘caso

Padilla’”. De este debate surgen, entonces, una serie de afirmaciones a través de las que

integrantes de Los Libros intentarán explicar y comprender la tarea que consideran estar

realizando en las páginas de la revista, buscando, además, diferenciarse del bloque de

intelectuales que habían expresado su rechazo a la actuación del gobierno revolucionario

cubano tras el “caso Padilla”.

La carta firmada por este grupo de escritores aparecerá también en este número bajo el

título de “La carta de los 61 intelectuales”. Entre las firmas que la refrendan, se encuentran las

de algunos de los principales intelectuales latinoamericanos y europeos de la época: Simone

de Beauvoir, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Alain Resnais, Pier Paolo Pasolini, etc. En

ella manifestaban su repudio a la determinación del gobierno cubano de castigar al poeta

Heberto Padilla por desarrollar actividades contrarrevolucionarias y señalaban que: “El

lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla sólo puede haberse obtenido

mediante métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias”36.

Ante esto, Los Libros explica, en primer lugar, que la relación de aquellos intelectuales

con la revolución cubana estaba llamada a quebrarse, ya que “las coincidencias de este

conjunto de intelectuales con la revolución era, más que el producto de una elaboración

política, el efecto ambiguo de una adhesión moral”. Esta aseveración está ya delimitando las

34 Los Libros, N° 19, mayo de 1971. 35 “Puntos de partida para una discusión”, en Los Libros, N° 20, junio de 1971. 36 “Carta de los 61 intelectuales”, en Los Libros, N° 20, junio de 1971.

16

implicancias que el término “intelectual” tendrá para los colaboradores de la revista: no basta

practicar la escritura o estar inserto en el mercado de la producción cultural, hace falta

analizar y discutir los hechos desde una mirada política. Sólo así el escritor puede

“convertirse” en un intelectual. Pero, al mismo tiempo, con esta aseveración están

estableciendo una crítica que los posiciona decididamente fuera de la esfera de “las buenas

intenciones” o de lo “políticamente correcto”, comúnmente asociada al pensamiento de cuño

liberal pequeño-burgués, y señalan, como indiscutible contracara, que “estas frágiles

convicciones poco tienen que ver con la solidaridad revolucionaria”37. Concluyen, además,

mencionando que el grupo de intelectuales que firmó la carta subordina las razones a las

emociones, lo cual implica, necesariamente, su descalificación como voz autorizada.

El posicionamiento crítico que efectúan los colaboradores de la revista en el número

sobre Cuba parece recuperar la impronta con la que dos años antes inauguraban la

publicación, delimitando y explicitando claramente sus diferencias con respecto al campo

intelectual existente. Si en aquél primer número de 1969 el “vacío” parecía estar en el ámbito

de “la crítica de libros”, en este número especial sobre Cuba tendrán la excusa de la discusión

que ha generado el “caso Padilla” para erigirse como el modelo de intelectuales que el

contexto latinoamericano reclama.

En primer lugar, efectúan un movimiento crítico que delimita el papel del intelectual y

lo diferencia tanto de una figura de intelectual entendida como conciencia crítica y autónoma

que se posiciona “por sobre” la sociedad, como de esa otra vertiente, populista, en la cual el

intelectual es un vocero de las luchas que llevan a cabo otros sectores sociales, negando su

instrumental teórico y haciendo uso del sentido común como modo de expresar su adhesión.

Los Libros delinea una tercera vía en la que el modelo de intelectual emerge “desde un

pensamiento revolucionario”. Para ello, “es preciso destruir la idea de la función mesiánica

del intelectual; por otro, negar la desaparición de toda especificidad. Cierta división técnica

del trabajo es una realidad que existe no sólo en la sociedad capitalista, sino también en

cualquier sociedad socialista”38.

La discusión acerca del rol del intelectual que tiene lugar en este número supondría,

por su enunciación colectiva y la aceptación de publicar la carta de Héctor Schmucler a Libre

como manifiesto de todo el grupo que conforma la revista, una visión homogénea y un

37 “Puntos de partida para una discusión”, op. cit.

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acuerdo tácito respecto de la figura de intelectual que Los Libros intenta postular y que se

sintetiza de la siguiente manera: “Una definición revolucionaria del intelectual debe

concebirlo con su especificidad en el seno de las masas”. Sin embargo, por su generalidad,

esta definición parece ser lo suficientemente amplia como para incluir en su interior

posiciones disímiles. El acuerdo, en definitiva, estaría basado en la crítica de los modelos

antes señalados más que en la afirmación del propio. No obstante, sólo cuando las

afirmaciones tengan como eje las alternativas de la política nacional, las tensiones se harán

evidentes.

Efectivamente, la irrupción del debate político en la Argentina, a consecuencia del

Gran Acuerdo Nacional (GAN) que diseña el gobierno militar de General Alejandro Lanusse,

en 1972, promueve un debate interno que provoca una clara división en el seno de la revista.

La polémica se instala y tiene su eje en la publicación o no de un artículo de Carlos

Altamirano sobre el GAN, en el número 27, de septiembre de 1972. Las diferencias se

relacionan con “el nivel de explicitación de lo político dentro del campo concreto del revista”.

Por un lado, se sostiene que “el espacio definido de la revista (el de la crítica política

de la cultura) no daba lugar a trabajos referidos al proceso político inmediato en cuanto tal (...)

y que la propuesta de Los Libros se define en el campo de los fenómenos culturales

considerados como un terreno más de la lucha ideológica, es decir, política”.

Por el otro se responde que “la revista admite, y más aún, requiere, en su actual

estructura, la inclusión de artículos referidos a la coyuntura política inmediata”39. La inclusión

del artículo de Altamirano evidencia que, de ahora en adelante, las páginas de Los Libros

incluirán nuevos materiales y que el proyecto inicial ha sido claramente desbordado por su

contexto.

Sin embargo, en el número siguiente parece reestablecerse un equilibrio respecto de lo

ocurrido en el anterior. El texto que sirve de prólogo a la encuesta sobre crítica allí

contenida40, titulado “Hacia la crítica”, evidencia una persistencia de los postulados iniciales

de la revista: “El sistema de la literatura, las instituciones que lo transmite de una generación

a otra, cada texto específico en relación con el sistema literatura, la articulación de este

sistema literario con la ideología de las clases dominantes, etc., son objetos de una crítica

38 Ibídem. 39 Los Libros, N° 27, septiembre 1972. 40 Los entrevistados son: Aníbal Ford, Luis Gregorich, Josefina Ludmer, Angel Núñez y Ricardo Piglia.

18

donde la lingüística, el marxismo, el psicoanálisis, incluso la antropología (en sus

investigaciones sobre estructuras míticas) deberán encontrar un lugar”41.

Si bien este número parece encolumnar nuevamente a los integrantes de Los Libros

detrás de esta voluntad crítica, las diferencias siguen haciéndose evidentes entre dos modos de

concebir, en este momento, la función intelectual.

Allí, en esa encuesta, Josefina Ludmer aclara que

“el crítico argentino debe tomar conciencia, hoy, de que nuestra sociedad dependiente del imperialismo su función es muy limitada (del mismo modo que el escritor); la revolución necesaria en la Argentina no se juega en el interior del trabajo crítico. Dentro de las escasas funciones políticos sociales que le caben, la que en este momento puedo pensar como esencial se desarrolla en el campo de la ideología, y esto en dos niveles mayores: el de la ideología de la obra literaria, y el de su lectura o su utilización por parte del sistema, es decir, por parte de la ideología dominante”.

Por su parte, Ricardo Piglia, postula: “Hay que ligar el trabajo crítico con una instancia

específicamente política, ligarse orgánicamente a la lucha de las masas y tratar de articular la

especificidad de cada campo particular con el conjunto de la práctica revolucionaria”.

A partir de número 29, y como consecuencia de la imposibilidad de suturar estas

fisuras, Héctor Schmucler, Miriam Chorne y Germán García se alejan de la publicación y

Carlos Altamirano, Beatriz Sarlo y Ricardo Piglia conforman el nuevo comité de dirección.

• De América Latina a Pekín: el gran salto adelante.

En esta última etapa de Los Libros, señalada en la bibliografía como la de su

“partidización”42, se verifica un desplazamiento del eje de interés desde los acontecimientos

políticos que se suceden en América Latina hacia el conflicto chino-soviético, en el cual los

integrantes de la revista adhieren a la posición china. Se suceden, como consecuencia de este

movimiento, una serie de artículos, que van hegemonizando sus páginas, dedicados a la

restauración del capitalismo en la URSS, se incluyen textos inéditos de Mao Tsé Tung y se

edita un número especial sobre la Revolución Cultural China, a 8 años de su realización, en

virtud de un viaje de Richard Nixon a ese país.

41 Los Libros, N° 27, septiembre 1972.

19

Este proceso, que obedece a las adscripciones políticas de los principales responsables

de la publicación43, conlleva un claro reordenamiento de los materiales que serán incluidos en

la revista.

Para el número 40, su contratapa anuncia:

“Los Libros, con sus 40 números, demuestra hoy que una intervención política, desde una perspectiva popular y antiimperialista, en el campo de la cultura, es no sólo una consigna sino un curso de acción y un programa práctico.”44

Este número será el último que tendrá a Ricardo Piglia en su consejo directivo. En la

carta que escribe, dando cuenta de las razones de su alejamiento, manifiesta que “con estas

diferencias (que son de fondo) nuestros acuerdos de trabajo nos obligarían a despolitizar la

revista y convertirla en un órgano ‘de cultura’ en el sentido más tradicional. Justamente

porque estamos de acuerdo en que la política debe ser el centro de todo trabajo intelectual nos

unimos en el proyecto Los Libros”.45

Esos desacuerdos no remiten -como en la polémica desatada por el GAN- a aquello

que el proyecto de la revista debería contener en su interior. Ahora, son de orden netamente

político y obedecen a evaluaciones partidarias encontradas respecto de las características del

gobierno de Isabel Perón, de la alianza de clases que lo sustenta y de las fuerzas que se

posicionan por detrás del que se entiende como un inminente golpe de estado:“El eje de

nuestra discrepancia -escribe Piglia- es la evaluación del Gobierno de Isabel Perón”. Defender

a ese Gobierno, continúa, “favorece el golpe de estado y alienta a los personeros del

imperialismo yanqui que trabajan por la restauración”46.

La carta que sirve de respuesta y está firmada por Carlos Altmirano y Beatriz Sarlo

sostiene, por su parte, que, si bien este es un gobierno “que efectivamente cuando reprime

debilita con ello el frente único antiyanki”, apoyarlo es la manera de defender a la burguesía

nacional frente a los intereses expansionistas de los imperialismos -tanto el norteamericano

como el soviético- y es el modo de mantenerse junto a las masas populares, únicos agentes

42 Véase: Fontvilla, E. y Pulleiro, A.: “Los Libros. De la modernización a la partidización”, en Zigurat, Año 5, N° 5, Diciembre 2004–Enero 2005. 43 Mientras que Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano formaban parte del Partido Comunista Revolucionario (PCR), Ricardo Piglia integraba el partido, también de orientación maoísta, Vanguardia Comunista (VC). 44

Los Libros, N° 40, julio-agosto de 1975. 45 Ibídem. 46

Ibídem.

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posibles para el cambio revolucionario, que han sido desconsideradas por quienes cometieron

un error histórico “en el alineamiento de fuerzas que apoyaron y celebraron a la libertadora en

1955”47. Esta postura política se presentará ampliada en el editorial del número 42 con la

firma de los mismos autores, convertidos ya en directores de una publicación que, a pocos

meses de su cierre definitivo y luego de la salida de Ricardo Piglia, se presenta con un nuevo

subtítulo: Los Libros. Una política en la cultura, evidenciando que ya no hay disenso alguno

y que lo que se explicita en sus páginas es una posición política que no resiste ni propone

debates.

Exceptuando los dos últimos textos, los editoriales de Los Libros son escritos que se

presentan como una voz a la vez colectiva y anónima; una voz que se legitima con la práctica

crítica que la revista concreta y que no necesita ser sostenida por el peso o la identidad de una

firma. Este fenómeno contrasta con los dos últimos editoriales en donde sus autores son

sujetos identificables a través de sus respectivas firmas, mostrando el fin de un trayecto

editorial que se postuló colectivo y que terminó personalista y partidario.

Si la práctica definida en los primeros números implicaba la delimitación, por parte de

un colectivo intelectual, de un espacio y un discurso -insertos en la zona de producción

ideológica y ubicados en el ámbito de “lo cultural”- que se definían por su función de crítica

política de la cultura dominante; hacia el fin de la experiencia editorial que la revista encierra

es posible observar no sólo la disolución progresiva de la voz colectiva previamente

construida, sino también el modo en que la exasperación del contexto va eliminado las

mediaciones y resquebrajando los acuerdos, hasta constituir una voz que se propone como una

expresión directa de la política inmediata en la cultura.

“Una crítica política de la cultura –señalaba el editorial del número 28- debería

escribirse señalando un texto posible –el que dé cuenta de la ideología y de los productos de

la cultura dominante- y un texto futuro: el que pueda ser escrito rompiendo los límites

impuestos por las relaciones de producción capitalista”. Entre la crítica de los textos

existentes y la construcción de un texto futuro, la revista es un texto posible, siempre sujeto a

modificaciones. Es el texto posible que cada coyuntura va definiendo.

La irrupción política y partidaria que marca el fin de este recorrido daría cuenta del

último texto posible que los intelectuales creen deber escribir en ese contexto, a la vez que

47

Los Libros, N° 40, julio-agosto de 1975.

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evidencia que la crítica, en los términos en que fue definida inicialmente, devino con el correr

de los años un texto casi imposible.