Acerca de La Cronica

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  • ACERCA DE LA CRNICA PERIODSTICA(Seleccin de textos)

  • 1999 Miriam Rodrguez Betancourt 1999 Pablo de la Torriente, Editorial

    Unin de Periodistas de CubaCalle 11 no. 160 e/ K y L, Vedado, La Habana

    Edicin: Fermn Romero AlfauDiseo: Tony GmezComposicin y emplane: Mayra Rent ReyesCorreccin: Samuel Paz ZaldvarISBN: 959-259-040-0

  • Yo s que vendrn hombres de vidas verdesremota selva ma,

    con su dolor abierto en cruzy el pecho rojo en llamas

    NICOLS GUILLN

  • Presentacin

    La crnica periodstica viene entendindose en losltimos tiempos como un trabajo entre literario yperiodstico, en virtud de cierto lirismo formal conel que suelen abordarse temas y temticas msligeras o de poca trascendencia desde el punto devista informativo.1

    En efecto, este gnero se caracteriza por un deter-minado aliento expresivo, y sus asuntos no siempretienen que ser de la mxima actualidad, pero ellono justifica la frecuente tendencia a identificarla concualquier desahogo emotivo, simple tanto en lo quese refiere a la forma como al contenido.A tal equvoco, en primer lugar, intenta dar respues-ta la presente seleccin de criterios que abarca un1 Julio Garca Luis. Gneros de opinin, Ed. Oriente, 1969. Garca Luis advierte

    que para este gnero no hay temas grandes ni pequeos.

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  • nmero de textos de autores conocidos y recono-cidos, estudiosos del gnero, y cronistas ellos mis-mos, quienes aceptando la libertad expresiva propiade este tipo de manifestacin periodstica, desta-can, al propio tiempo, su objetivo informativo y eltono familiar, muchas veces ntimo, del comentarioque le es consustancial. A ese respecto, JulioGarca Luis seala que el objetivo de la crnica esiluminar determinado hecho o acontecimiento conuna visin que subraye su trascendencia, su signi-ficado, pero sin acudir a una argumentacin riguro-sa, formal, directa, sino mediante la descripcin dela realidad misma, de alguna pincelada valorativay del manejo de factores de tipo emocional.2Otro problema en cuanto a la crnica dimana de supropio carcter ambivalente o hbrido; como escri-be el profesor espaol Jos Luis Martnez Albertos,se trata de un vocablo absolutamente equvocoen su posible traslacin de unos pases a otros.3Lo que es crnica para nosotros los latinoamerica-nos, no lo es para los anglosajones, de ah que lomejor para una conceptualizacin prctica de estacategora periodstica sera estudiarla en el contex-to del periodismo de los pases que hablan y escri-ben en espaol.2 Id.3 Jos Luis Martnez Albertos. Curso general de redaccin periodstica, Ed. Para-

    ninfo, Madrid, 1992.

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  • Segn varios tericos norteamericanos, por ejem-plo, la crnica se insertara en lo que denominanreportaje de accin (action story), relatos de su-cesos que se producen normalmente una sola vezen el transcurso del tiempo, como refiere MartnezAlbertos en su obra citada a partir de las concep-ciones del conocido estudioso del periodismo esta-dounidense, Carl Warren.La crnica de inters humano (human intereststory) dice Gargurevich que es un producto tpicode la escuela norteamericana, en tanto otros au-tores latinos la relacionan con el feature, un tipo deartculo especial de la prensa norteamericana en elque destaca el llamado fondo humano del suceso.Llamar la atencin en esta compilacin la diversi-dad de tipos registrada. Como gnero dctil, haasumido en verdad una tipologa prcticamenteinfinita: judicial, de sucesos, roja o policaca, depor-tiva, taurina, local, literaria, de costumbres, de via-jes, de corresponsales, de enviados especialesSin embargo, pese a su diversidad temtica, locual, de hecho, le confiere caractersticas diferen-ciadas a su estilo, lo que la distingue es el elemen-to personal que se advierte.4No importa si el cronista trata un asunto pasado oactual; si su lenguaje es de alto vuelo potico o de4 Rolando Prez Betancourt. La crnica, ese jbaro, Ed. Pablo de la Torriente,

    La Habana, 1987.

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  • rasante dimensin informativa: lo que se describey comenta, lo que se traslada, en fin, surgir dentima visin como del pincel del pintor que inter-preta la naturaleza, prestndole un acusado matizsubjetivo.5Los autores escogidos Vivaldi, Julio Garca Luis,Martnez Albertos, Prez Betancourt, Willy Gam-boa, Mximo Simpson, Gargurevich aun desdesus muy particulares experiencias profesionales yrbitas regionales, tambin admiten las afinidadesdel gnero con otros, especialmente con la infor-macin, el reportaje y el comentario, estando todosde acuerdo en que la crnica relata en la mismamedida que comenta.Todos tambin hacen referencia a la capacidaddescriptiva de la crnica, recurso sin duda entre losms notables que posee para dibujar contextos,atmsferas, situaciones y personajes; no obstante,la opinin es unnime en cuanto a que ella searticula en torno a un eje narrativo.Otro elemento distintivo reside en que el relato delos hechos e impresiones se hace en orden crono-lgico, estricto o no, pero siempre encuadrado endeterminada estructura temporal, lo cual es perfec-tamente compatible con el origen, etimologa y usohistrico del trmino.5 Juan Gargurevich. Gneros periodsticos, Ed. Paraninfo, Madrid, 1973.

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  • En este sentido, vale la pena anotar que, a diferen-cia de los restantes gneros periodsticos en quese puede dar cuenta de hechos y asuntos ofrecidosal autor por fuentes vivas y pasivas, la crnicasupone, como afirma Mximo Simpson, la presen-cia viva del cronista en las escenas que se relatan;por eso la narracin en ella tiene un carcter emi-nentemente testimonial.6 No obstante, en muchoscasos la presencia del cronista puede darse demodo indirecto crendose as una ilusin de realidad.Como apunta Joo Marques de Melo, la crnicahispanoamericana tiene races afincadas en la cr-nica histrica, cumpliendo por lo tanto el papel denarracin de los acontecimientos presenciados porlos reporteros-cronistas.7Para el profesional experimentado puede resultarhasta intil si subestima la importancia del cono-cimiento terico rastrear definiciones, diferenciasy particularidades en ese mar encrespado y mu-chas veces turbio que han llegado a ser, en materiade clasificaciones, los gneros periodsticos.Por ello, este trabajo no est dirigido en primerainstancia a los profesionales, constantes violadoresde las definiciones apriorsticas, transformadores ensu prctica creadora de reglas esquemticas, rein-6 Mximo Simpson. Gneros periodsticos. Seleccin de textos, Cuadernos del

    Centro de Estudios de la Comunicacin, UNAM, Mxico, 1983.7 Joo Marques de Melo. La crnica como gnero periodstico, en revista

    Di-logos de la Comunicacin, no. 341, sept., 1992.

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  • ventores, a su vez, de gneros y modos que noescapan, por supuesto, en dialctico decursar, aenvejecimiento y limitaciones. Hemos pensado, so-bre todo, en los estudiantes, y en todos aquellosque incursionen en el hacer de las expresionesperiodsticas con excesiva confianza en sus intui-ciones, quizs porque han olvidado o no cono-cen aquel sabio consejo que Nicols Guilln dabaa los impetuosos poetas geniales en ciernes:

    Joven, comprendosu desesperacin y prisa.Pero creoque para deshacer un sonetolo anterior es hacerlo.

    Por ltimo, me interesa subrayar tal vez resulteobvio que con este breve texto sabemos que slonos aproximamos al tema, puesto que la crnicaperiodstica demanda un estudio mucho ms rigu-roso y amplio.8

    8 Entre los textos imprescindibles, hay que destacar la Antologa de la crnicaperiodstica en Mxico, de Carlos Monsivais, 2. imp., Ediciones ERA, Mxico,1985. Recientemente, del profesor brasileo Joo Marques de Melo, directorde la Escuela de Comunicaciones y Arte de la Universidad de So Paulo,apareci publicado el ensayo La crnica como gnero periodstico, unainteresante confrontacin entre la crnica en el periodismo hispanoamericanoy en el periodismo luso-brasileo (Op. cit. 7). Resulta tambin de inters Crnicaperiodstica (antologa), de Willy Pinto Gamboa, SRL Editores, Lima, 1985.

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  • LA CRNICA SEGNALGUNOS AUTORES

  • Qu es la crnica?

    La palabra crnica sugiere inmediatamente perio-dismo, porque desde hace mucho tiempo se lesllam a los artculos de peridico, simplemente conel ttulo genrico de crnicas.

    La tradicin de llamar as a los diferentes textosde un diario o una revista es explicable: la crnicaes la antecesora inmediata del periodismo informa-tivo. Cuando todava la industria de la informacinno haba alcanzado el vigor que lograra luego demediados del siglo pasado, los periodistas mismosdaban a las noticias la denominacin de crnicas,influidos probablemente por el gnero literario his-trico del mismo nombre. Porque fueron realmentelos historiadores quienes inventaron la crnica. Yfueron tambin llamados cronistas, tal como se

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  • llaman en muchas oportunidades, hoy, a los pe-riodistas.

    El significado de crnica y cronista vara enton-ces tanto con el desarrollo de los mtodos deinvestigacin de la historia, como del periodismo.La historia abandon en una poca determinada lanarracin sencilla, para forjar criterios de mayorfidedignidad, y el periodismo la asume por un buentiempo, para luego evolucionar hasta nuevas for-mas de expresin. Pero en esta bsqueda de po-sibilidades destin un lugar especial para un tipo derelato de construccin literaria especial, de modocronolgico, con un tipo caracterstico de entrada,un final de desenlace y escrito en secuencia: es lacrnica periodstica (Gargurevich).

    Crnica deriva de la voz griega cronos, quesignifica tiempo. Lo que viene a decirnos que lacrnica hoy gnero periodstico por excelencia fue,ya, mucho antes de que surgiera el periodismo comomedio de comunicacin social, un gnero literario envirtud del cual el cronista relata hechos histricos,segn un orden temporal (Vivaldi).

    Su nombre, a partir de una perspectiva histri-ca, est unido a los recuentos en detalle que sehacan de una poca, de un pueblo o de un hombre,por un testigo o contemporneo, recuento que sesola registrar sin comentario. La crnica o cronicnfue usado como forma expresiva desde los prime-ros siglos de nuestra era en la literatura latina.

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  • El trmino crnica, a fines del siglo pasado,comprenda una consideracin muy vasta en loreferente a la labor que implica, puesto que laspersonas que escriban cualquier tema en los dia-rios reciban el nombre de cronistas, denominn-dose alcanzarejones a los recolectores de datos(Pinto Gamboa).

    Como expresa Gonzalo Martn Vivaldi, la cr-nica periodstica es, en esencia, una informacininterpretativa, valorativa de hechos noticiosos, ac-tuales o actualizados, donde se narra algo al propiotiempo que se juzga lo narrado. Es este el criteriopredominante en cuanto al manejo de la crnica enla prensa cubana contempornea.

    Rafael Mainar, en El arte del periodista, sealaque la crnica es la suprema frmula de los traba-jos del periodismo moderno. Es comentario y esinformacin [] es la referencia de un hecho enrelacin con muchas ideas.

    Otro elemento que se debe tomar en considera-cin en la crnica, es que el relato noticioso puedeser actual que es lo ms frecuente o tratarse dehechos pasados, que son actualizados por una cir-cunstancia cualquiera (Garca Luis).

    El Petit Larousse no vacila en afirmar que lacrnica es un artculo de peridico en el que seinforma de los hechos o las noticias del da. S,pero no; como casi siempre, el Petit se queda corto

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  • en su obligada sntesis. La crnica es mucho msque una noticia escuchada en Radio Reloj o unsuelto aparecido en las pginas de los diarios. Escierto que hay informacin en ella, pero transmitidaa travs de una fuerte carga personal que comouna partida de nacimiento le estampa el cronista(Prez Betancourt).

    El editorial puede ser ms trascendental. Elcomentario puede ser ms agudo. El artculo his-trico o terico puede ser ms enjundioso [] Peroninguno de estos gneros puede desplazar niaventajar a la crnica en cuanto a gracia, atractivo,riqueza y brillo del lenguaje (Garca Luis).

    Lo caracterstico de la verdadera crnica in-sistimos es la valoracin del hecho al tiempo quese va narrando. El cronista, al relatar algo, nos dasu versin del suceso; pone en su narracin un tintepersonal. No es la cmara fotogrfica que reprodu-ce un paisaje; es el pincel del pintor que interpretala naturaleza, prestndole un acusado matiz sub-jetivo (Vivaldi).

    Como apunta Martn Vivaldi en su libro Gne-ros periodsticos, se trata de narrar los hechos atravs de una subjetividad; de colorearlos connuestra propia apreciacin, al tiempo que se vannarrando; de fundir relato y comentario en la mismafrase (Garca Luis).

    Comulgo ante el mismo altar del espaol Ma-nuel Graa cuando este afirma: lo que distingue a

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  • la verdadera crnica es precisamente el elementopersonal que se advierte, ya porque va firmadageneralmente, ya porque el escritor comenta, am-pla y ordena los hechos a su manera; ya porqueaunque la crnica sea informativa, suele poner enella un lirismo sutil, una dialctica y un tono carac-terstico que viene a ser el estilo de su esenciamisma (Prez Betancourt).

    Recordemos la delimitacin conceptual quedel gnero crnica ofrecimos [] al tratar global-mente el tema de los gneros periodsticos: Narra-cin directa e inmediata de una noticia con ciertoselementos valorativos, que siempre deben ser se-cundarios respecto a la narracin del hecho en s.Intenta reflejar lo acaecido entre dos fechas: de ahle viene su origen etimolgico en la historia de laliteratura.

    Honradamente, debemos confesar que esteintento de definicin responde ms a lo que creemosque debe ser la crnica, desde un punto de vistaterico y general, que a la constatacin efectiva decmo se entiende hoy en Espaa. Por esta razn,el gnero crnica lo situamos aqu siempre vincu-lado al quehacer especfico de los reporteros den-tro de los rasgos de ideacin literaria propios delestilo informativo en el nivel de la interpretacin.

    La realidad, sin embargo, no responde plena-mente a esta teora. Y nos encontramos que lacrnica se perfila en Espaa como un gnero hbri-

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  • do, a mitad de camino entre el estilo informativo yel estilo de solicitacin (o estilo editorializante)(Martnez Albertos).

    Ya hemos visto anteriormente que la crnicagira en torno a un propsito fundamentalmenteinformativo y requiere que el reportero haya sidotestigo de lo que relata; nos hemos referido tam-bin al carcter eminentemente personal de estegnero, que implica una reconstruccin de los he-chos desde la propia subjetividad y que en susmejores ejemplos exhibe un nivel autnticamenteliterario tanto por el uso creativo del lenguaje comopor la concepcin de que se parte para construir laversin de un hecho o de una serie de hechos; aello agregamos que el reportero aporta su visinsubjetiva, su interpretacin y su punto de vista sinolvidar que debe trascender la mera crnica de smismo para abordar acontecimientos de carctersocial; sealamos, finalmente, que el gnero per-tenece al orden temporal, pues relata sucesos enorden cronolgico, aunque la narracin pueda es-tructurarse de diversas maneras (por ejemplo, se-gn el esquema de la pirmide normal o el de lapirmide mixta) (Simpson).

    El trmino crnica, aplicado a un particulargnero periodstico, es un vocablo absolutamenteequvoco en su posible traslacin de unos pasesa otros. En lneas generales, sin embargo, puedeafirmarse que se trata de un producto literario predo-

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  • minantemente latino, prcticamente desconocidocon estas caractersticas en el periodismo anglosa-jn. Lo ms parecido a las crnicas latinas deFrancia, Italia o Espaa, seran los artculos de loscolumnistas norteamericanos o britnicos. Pero lascolumnas son gneros periodsticos fundamental-mente de comentario, en tanto que la crnica latinaarrastra consigo todava cierta dosis de carga in-formativa, de actividad caracterstica de un repor-tero y no de un editorialista.

    An as es preciso establecer matizaciones dife-renciales entre los diversos pases del rea de laslenguas romances: la chronique francesa es de he-cho lo mismo que la column anglosajona, mientrasque la cronaca italiana es prcticamente lo mismoque la crnica espaola. Para un periodista anglosa-jn, en efecto, la mayor parte de los trabajos perio-dsticos que aqu llamamos crnica para ellos son,simplemente, reportajes de accin (Action storiesde acuerdo con la terminologa de C. Warren).

    Vamos, por consiguiente, a situar el tema delgnero periodstico crnica nicamente en el con-texto de la prctica habitual del periodismo espa-ol, vlido slo en parte para algunos modelos delperiodismo hispanoparlante de Amrica. Cualquierextrapolacin de este campo a otros modelos dife-rentes (incluso modelos europeos de lengua latina)es sumamente peligroso y aventurado (MartnezAlbertos).

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  • [] Reconstruccin literaria de sucesos ofiguras, gnero donde el empeo formal domi-na sobre las urgencias informativas (Monsivais).

    Sus estilos y modalidades

    El estilo de la crnica ha de ser directo y llano,esencialmente objetivo, pero al mismo tiempo debeplasmar la personalidad literaria del periodista.

    Los juicios de valores, las interpretaciones yanlisis tpicos del estilo de solicitacin, es mejorque pasen poco menos que inadvertidos en unabuena crnica periodstica, subordinados siempreal principal cometido de este gnero reservadopara reporteros: la narracin de sucesos y la expo-sicin de datos. Un exceso de juicios editorializan-tes convertira, sin ms, la crnica en comentario,con abuso de funciones por parte del periodista,que habra usurpado el papel de editorialista delperidico cuando el suyo especfico es el de repor-tero (Martnez Albertos).

    Hay autores de textos sobre periodismo queincluyen a la crnica entre las modalidades delartculo.

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  • Esto se debe a la propia naturaleza de estegnero, que tiene, por un lado, afinidad con lainformacin, el reportaje y la entrevista y se vale,de hecho, de sus recursos, y por el otro, tieneelementos propios del comentario.

    El estilo de la crnica se distingue por sulenguaje ms rico y cuidado. Este se debe entenderdentro de la claridad, la sencillez y la concisinpropias de la redaccin periodstica. Tienen mayorcabida recursos expresivos como la comparacin,la metfora, la irona, el toque humorstico o ciertaintencionada exageracin (Garca Luis).

    No puede hablarse de la existencia de un estiloobjetivo predeterminado para la crnica. Respetan-do cuanto hemos dicho respecto a la obligacininformativo-noticiosa-valorativa,ha de admitirse tam-bin que el estilo entendido como expresin deuna personalidad literaria, como de modo de hacerperiodismo es aqu libre.

    Pero la libertad estilstica del cronista tiene unlmite: el hecho noticioso en torno al cual se escribe.La crnica, segn nosotros la entendemos, estsometida a su ncleo comunicativo, al mandato dela noticia.

    Como especie periodstica, la crnica goza deuna peculiar connotacin: la ausencia del motivonico en el desarrollo, la voluntad de estilo delautor, el establecimiento de un comercio lectivo con

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  • el pblico, el carcter personal impreso en el trata-miento de los temas (en este sentido, mutatis mu-tandis, la crnica es al reportaje como la entrevistaal artculo) y, lo obvio, el uso de un epgrafe, unrtulo que puede venir de influencias literarias,tradicin o de su propio entresijo []

    La crnica es una especie como el artculo, eleditorial, el reportaje o la entrevista que perteneceal gnero periodstico y en la cual conviven tipos ydiferencias; as la crnica toma la figura de social,deportiva, parlamentaria, poltica o de viaje, com-probndose que la crnica de rango literario hacobrado con el tiempo y su ejercicio, autonomaesttica dentro de la estructura de los diarios.(Pinto Gamboa).

    Si hay un gnero jbaro que constantementesalta los lineamientos establecidos por la precepti-va, ese es el de la crnica. Con un pie apoyado enla frontera del periodismo y otro en la de la literaturaaunque no soy partidario de separar a este primoy prima gemelos la crnica constituye un expo-nente de la captacin concreta-informativa (y mu-chas veces subjetiva) de una realidad a travs deun acto de elaboracin creador y no de simplerepeticin (Prez Betancourt).

    En cuanto a la tcnica de realizacin, los te-ricos de nuestro pas [se refiere a Espaa] quetratan del tema suelen propugnar igualmente una

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  • libertad de eleccin en la estructura interna de lacrnica.

    Las crnicas deben ser realizadas de acuerdocon el esquema estructural de los reportajes deaccin (o action story) tal como se suele hacer enel mundo anglosajn. Un lead de captacin de laatencin del lector con arreglo a una de las mu-chas frmulas para arranques de reportajes y uncuerpo de disposicin pluripiramidal. Se cuentauna vez en sntesis toda la accin que motiva lacrnica, y se vuelve una vez y otra sobre ella,arrancando desde el principio y aportando muchosy ms detallados datos que permitan un completoentendimiento del suceso y su proceso evolutivo enel tiempo [] (Martnez Albertos).

    En la crnica, a diferencia de la informacinnoticiosa, el periodista no est atado a la necesidadde dar un orden jerrquico descendente a la des-cripcin del suceso que le sirve de tema (GarcaLuis).

    El cronista, por tanto, debe considerarse libreen cuanto a mdulos formales. La nica formarecomendable es la informativa-narrativa. El cro-nista no tendr que someterse a la preocupacinformal de la pirmide invertida, ni es para l indis-pensable seguir el orden descendente, caracters-ticas casi definitorias de la estructura normal de lanoticia. Slo en muy contadas ocasiones y cuandoas lo exija la importancia o trascendencia de la

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  • noticia objeto de la crnica, deber el cronistaseguir el orden propio de la informacin, comen-zando el relato por lo ms importante, para ir dandoa continuacin los detalles accesorios del hechoque se narra. Claro est que no es preciso, nimucho menos preceptivo, dar al principio del relatola escueta noticia, como sucedera en un reportajeinformativo-noticioso. Esa misma noticia puede dar-se como el cronista quiera: como l la vea y sienta.De hecho, todo buen cronista empieza siempre surelato por lo ms importante, segn su leal sabery entender (Vivaldi).

    Si bien es cierto que cada crnica que se haga,independientemente a las variantes de perfiles agru-padas en el gnero, es un reto a la imaginacin ya la originalidad, hay una serie de requisitos ele-mentales que el periodista debe cumplir si quieredar en el blanco, o realizar una carrera alfabticade 10 segundos flat, como ya he dicho en algunaocasin.

    Entre esos requisitos o normas se encuentranno ser absurdamente literarios, evitar las picuen-cias y las metforas de quinta categora. Es nece-sario pensarlo tres veces antes de escribir que elsol estir el adormecimiento nocturno de sus mscu-los y aull las alegras de sus nacientes claridades,si lo que se quiere expresar simplemente es que sehizo de da. Es indispensable evitar el rebusca-

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  • miento, tratar de buscar con similar efectividad atres posibles niveles de entendimiento en el lectorel que nada sabe, el que se encuentra en unamedia y a los Scrates de nuestros tiempos,mantener el inters prrafo tras prrafo, sealar ydemostrar cuidando de que el lector no crea queestamos sentando ctedra, y sobre todo dominaral mximo el arte de la sugerencia, aunque siemprey a la par de ella se encuentre la ms firme convic-cin, es decir, que el receptor de nuestras obser-vaciones se sienta atrado hacia la verdad sinnecesidad de empujarlo hacia ellas (Prez Betan-court).

    Pudiramos intentar un resumen de los princi-pales rasgos de la crnica, en cuanto a forma ycontenido:

    Estilo libre, en el que lo objetivo y lo subjetivose complementan; el ncleo es el hecho noticioso,la informacin que le sirve de base; la forma esinformativa y narrativa, aproximndose al reportajepor la exposicin de los hechos y al artculo por eljuicio personal del cronista; no hay que atenerse aun orden descendente de la informacin; la narra-cin requiere gracia, es decir, cierta dosis de ima-ginacin, agudeza, detalle y colorido; el comentariopuede aparecer expreso o elptico, pero siempresoldado a la propia informacin, no aadido a ella;

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  • el autor aparece personalizado; incluso puede narraren primera persona; se impone, por lo general, lafrase corta y el prrafo breve; el ritmo es rpido; elvocabulario es ms rico, trabajado y pulido; admiteun grado superior de elaboracin literaria, con em-pleo de recursos estilsticos como la metfora, elsmil, la hiprbole, e incluso cierta dosis, muy me-dida, de lirismo; su objetivo es iluminar determina-do hecho o acontecimiento con una visin quesubraye su trascendencia, su significado, pero sinacudir a una argumentacin rigurosa, formal, direc-ta, sino mediante la descripcin de la realidadmisma, de algunas pinceladas valorativas y delmanejo de factores de tipo emocional (GarcaLuis).

    Con el objetivo de avanzar en la delimitacinde la crnica como gnero periodstico-literario,hemos analizado sucintamente varios casos en losque se produce un reiterado equvoco respecto alcarcter de ciertos textos. Y vimos que los erroresde apreciacin dimanan de una causa comn; as,la presencia del orden cronolgico, unas vecescomo elemento central y otras como meramentecomplementario, como referencia y apoyo para unadecuado planteamiento del asunto que se aborda,suele suscitar un grave malentendido: considerarcomo crnicas periodsticas o periodsticas-litera-rias en el caso de los ms altos ejemplos a textos

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  • cuyo propsito, lenguaje y estructura los ubican enotros gneros, cuando no se trata de discursoshbridos para cuya elaboracin no se parti de unobjetivo claramente delimitado, por lo cual surge elinterrogante acerca de la intencionalidad del autor:narrar uno o varios acontecimientos en los que seha estado presente (crnica), exponer datos e in-formaciones diversas en sucesin cronolgica (in-forme retrospectivo), investigacin para reconstruirdeterminados hechos cercanos a nosotros o aleja-dos en el tiempo (reportaje), analizar un tema cual-quiera y demostrar la validez de una tesis sobre elmismo (artculo de fondo, ensayo, etc.).*

    Teniendo en cuenta:a) Que de la claridad del objetivo y de su logro

    deriva, en trminos de literatura periodstica,el gnero en que se realizar, por ser el msadecuado para la tarea propuesta.

    b) La estrecha relacin existente entre ciertosgneros y determinadas formas del discurso yrdenes del texto.

    Se hizo hincapi en que el discurso bsico dela crnica es la narracin de carcter testimonial,por lo cual se expusieron sus elementos constituti-vos, a fin de diferenciarla de la mera cronologa oexposicin retrospectiva; complementariamente se* Se mencionan estos gneros a modo de ejemplos de la relacin existente entre

    el propsito y los gneros y formas del discurso.

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  • puntualiz, a travs de casos concretos, cul es lafuncin especfica de la cronologa y se aportaronejemplos en los que distintos tipos de textos parecenconfundirse con la crnica, debido al ya mencionadofactor temporal. Se aportaron tres contraejemplos a finde hacer evidente por contraste con los casos ana-lizados de qu manera la autntica narracin estconstituida por un encadenamiento de escenas.Como ilustracin, se incluy tambin un texto en elque aparentemente se hallan todos los elementosconstitutivos de la crnica, con la significativa ex-cepcin de dos factores bsicos: la referencia a loreal y, por lo mismo, tambin del carcter testimo-nial, en el sentido que aqu lo entendemos: no unmero testimonio de la propia imaginacin, de lapropia subjetividad, sino de la presencia del repor-tero en acontecimientos de inters social. Se pre-tendi mostrar as que la ausencia de este referentereal ubica a tal trabajo como un relato de ficcin,pues el orden cronolgico y el encadenamiento deescenas no bastan para que pertenezca al gneroque nos interesa. Como conclusin: por muy altosvalores literarios que alcance, la crnica no puededimitir nunca de su funcin informativa ni de sucarcter testimonial: y, tampoco, desde luego, dela narracin como forma privilegiada y central de sudiscurso (Simpson).

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  • Crnicas y cronistas

    Luz Gil

    Nicols Guilln

    Luz Gil ha muerto ya al borde de los setentade su edad. Desaparece de la vida, presa de unmal del corazn, una de las artistas ms amadasdel pblico habanero, no slo el pblico de supoca, que la vio y aplaudi en las tablas, sinotambin quienes, no habindola visto nunca tra-bajar, saban lo que ella signific en el teatrocubano. Luz Gil

    Yo la recuerdo de mis primeros aos en La Ha-bana, mejor dira de mis primeros meses, cuandovine a estudiar a la Universidad hablo de 1921 yme hosped en una pensin del Paseo del Prado,creo que al nmero 103. Era una casona antigua yfamiliar, regida por la seora Yancin (Clarita, meparece), mujer todava joven entonces, de ascen-dencia china y muy simptica persona.

    En el apogeo de la popularidad, Luz era una niamimada de todos. Alta, garbosa, de pelo negrsimo,cuerpo bien repartido y hermoso, graciossima ade-ms, tanto que no le haca falta ser bella, concen-traba la atencin de cuanto husped galn viva enaquella casa y mantena en vilo slo con su pre-

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  • sencia a los ms apasionados y candorosos. Yoentre ellos, en plena adolescencia provinciana. Erala ma una pasin callada y tmida, que por supues-to nunca os manifestarse, y de la que ella cmoiba a ser! no se percat jams. En realidad asocurra con todos, pues aquella mujer no dabaocasin para que nadie rebasara ciertos lmites niconfundiera el teatro con la vida, y menos el TeatroAlhambra, cuya fama de atrevido y aun pornogr-fico era hija de la mojigatera de quienes pusieronlos pies en l.

    Cada da, a la hora del almuerzo, a la segundallamada al comedor, ambas hechas a campanilla-zos, lo mismo que la cena, Luz Gil se sentaba a lamesa. Era esta de composicin muy familiar: estu-diantes, pensionistas (generalmente veteranos dela independencia), mujeres solas o divorciadas,funcionarios ms o menos importantes; comisionis-tas, actores de teatro All sentase en su medionatural, y como era de genio vivo y chispeante, yse saba querida y admirada, monopolizaba la con-versacin. Esta transformbase a veces en unsimptico monlogo, apenas interrumpido por lascarcajadas con que acoga la audiencia algn chis-te, alguna sabrosa ancdota, algn picante comen-tario. Qu Luz Gil! Esta Luz Gil! Tremenda Luz Gil!

    Despus qu pas? No recuerdo bien S,creo que yo me volv a la provincia, porque no segumis estudios universitarios; tard bastante tiempo

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  • en regresar a La Habana. La artista dej el coliseode Consulado y Virtudes, se fue con otra compaa;anduvo por Mxico, su tierra natal, pues era vera-cruzana. La vine a ver de nuevo la otra nochecomo quien dice en el teatro Roldn, cuando lareposicin de La isla de las cotorras, no ya traba-jando, sino en un palco con Blanca Becerra yAmalia Sorg, otras dos grandes de las tablas en lostiempos casi legendarios de Regino Lpez. Losaos la haban marcado profundamente; usabaguantes a causa de no s qu dolencia de lasmanos. Era una anciana seria, triste, que tal vezadivinaba la proximidad de la huesa. Aquella nocheme parece que se senta un poco exhibida, unpoco reliquia de museo, superviviente de ese nau-fragio en que todos iremos hundindonos por turnosin tabla salvadora posible. Y la verdad es que nose trataba de exhibicin, sino de homenaje.

    Yo trat en vano de acercarme a ella. Me habragustado hablarle de la casa de huspedes de Pra-do, y del tiempo en que, rebosando vida y gracia,haca volver los ojos en la calle a quienes veanpasar a mujer de tanto gancho femenino, de tanavasallador sex-appeal, como no se deca enton-ces an. Pero para qu? No hubiera sido en todocaso una crueldad? Yo s que ella prefera yacallar, en un silencio anticipado de la gran calma enque acaba de entrar su espritu y va a deshacerse

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  • la perecedera carne que lo alberg. Para muchos,para muchsimos habaneros, la extincin de Luz Gilsignifica algo semejante a la cada de un rbolfamiliar y querido que veamos a diario, cuya muer-te sabamos inevitable, pero ante cuyo abatidotronco no podemos impedir que nos palpite msfuerte que de costumbre el corazn.

    El guardiaobjetivamente considerado

    Julio Camba

    El primer guardia ingls lo vi en la aduana deNiewhaven al salir del barco. No eran todava lascinco de la maana. Haca un fro terrible y llova.

    El guardia, situado a la puerta de la aduana,ofreca un aspecto imponente. Era inflexible, ma-jestuoso, formidable. La lluvia resbalaba por lcomo por un edificio. En la aduana de Niewhaven,a la entrada de Inglaterra, aquel guardia parecauna de esas figuras alegricas y decorativas que,en el prtico de un palacio, nos imponen, antes deentrar, una actitud de respeto y de acatamiento.

    Con esta actitud entr yo en Inglaterra. Despusde ver aquel guardia, cmo dudar de la fuerza quetiene aqu el principio de autoridad? Yo hice una

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  • vez un artculo acerca de los ingleses fuera deInglaterra: Los ingleses deca yo les pegan alos guardias extraos, pero respetan a los suyos.Ya lo creo que los respetan! Cmo que son muygrandes! Y los guardias tienen que ser grandes yestar bien alimentados. Si no imponen su prestigiomaterialmente, cmo van a imponerlo moralmen-te? En un pas donde los seoritos les pegan a losguardias, se puede asegurar que el principio deautoridad no tiene eficacia ninguna.

    A m, el guardia ingls me parece algo sobrehu-mano, que est por encima de nuestras pasionesy de nuestra sensibilidad. Alguna vez he tenidoprecisin de preguntarle a un guardia por la calle:me he acercado a l y he mirado hacia arriba. Elguardia tena la cabeza levantada y no me vea. Lehe llamado y he formulado mi pregunta. Entoncesel guardia, sin mover la cabeza para mirarme, meha contestado minuciosamente, y, cuando yo mehe ido, se ha quedado en la misma actitud, inmvile impasible. Y es que, cuando uno le pregunta a unguardia ingls, el guardia ingls no le contesta auno: le contesta a la sociedad. No hay cuidado deque uno influya en su espritu segn vaya mejor opeor vestido y segn sea ms o menos simptico.Ya he dicho que el guardia ingls es sobrehumano.Su espritu es el espritu del deber. Usted, yo,cualquiera, al acercarnos a l, somos la sociedadque le llama. El guardia responde, y nada ms.

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  • Adems, el guardia ingls debe de ser imper-meable. Aqu todo es impermeable: los gabanes,las gorras, los sombreros, el calzado, el sueloPues yo creo que los guardias tambin estn he-chos de una sustancia impermeable. No me loexplico de otro modo. Hay que ver lo que lluevesobre ellos! Un guardia espaol se ablandara. Elguardia ingls no. Deja la guardia, se va a su casay est seco. La lluvia le moja, los coches le salpi-can, y el guardia sigue tan impasible como losedificios contiguos.

    Decididamente estos guardias ingleses no soncomo esos guardias de Madrid, que dialogan enchulo y salen a los escenarios de los teatros porhoras! Estos son imponentes y formidables. Tanformidables que sostienen sobre sus hombros atoda Inglaterra.

    Estas navidades siniestras

    Gabriel Garca Mrquez

    Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad. Haytantos estruendos de cornetas y fuegos de artificio,tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavosinocentes degollados y tantas angustias de platapara quedar bien por encima de nuestros recursos

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  • reales, que uno se pregunta si a alguien le quedaun instante para darse cuenta de que semejantedespelote es para celebrar el cumpleaos de unnio que naci hace dos mil aos en una caballe-riza de miseria, a poca distancia de donde habanacido, unos mil aos antes, el rey David. 954 millo-nes de cristianos creen que ese nio era Diosencarnado, pero muchos lo celebran como si enrealidad no lo creyeran. Lo celebran, adems, mu-chos millones que no lo han credo nunca, pero lesgusta la parranda, y muchos otros que estarandispuestos a voltear el mundo al revs para quenadie lo siguiera creyendo. Sera interesante averi-guar cuntos de ellos creen tambin en el fondo desu alma que la Navidad de ahora es una fiestaabominable, y no se atreven a decirlo por un pre-juicio que ya no es religioso sino social.

    Lo ms grave de todo es el desastre cultural queestas navidades pervertidas estn causando enAmrica Latina. Antes, cuando slo tenamos cos-tumbres heredadas de Espaa, los pesebres do-msticos eran prodigio de imaginacin familiar. Elnio Dios era ms grande que el buey, las casitasencaramadas en las colinas eran ms grande quela Virgen, y nadie se fijaba en anacronismos: elpaisaje de Beln era completado con un tren decuerda, con un pato de peluche ms grande que

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  • un len, que nadaba en el espejo de la sala, o conun agente de trnsito que diriga un rebao decorderos en una esquina de Jerusaln. Encima detodo se pona una estrella de papel dorado, con unabombilla en el centro, y un rayo de seda amarillaque haba de indicar a los Reyes Magos el caminode la salvacin. El resultado era ms bien feo, perose pareca a nosotros, y desde luego era mejor quetantos cuadros primitivos mal copiados del adua-nero Rousseau.

    La mistificacin empez con la costumbre deque los juguetes no los trajeran los Reyes Magoscomo sucede en Espaa con toda razn sino elNio Dios. Los nios nos acostbamos tempranopara que los regalos llegaran pronto, y ramosfelices oyendo las mentiras poticas de los adultos.Sin embargo, yo no tena ms de cinco aos cuan-do alguien en mi casa decidi que ya era tiempo derevelarme la verdad. Fue una desilusin, no sloporque yo crea de veras que era el Nio Dios quientraa los juguetes, sino tambin porque hubieraquerido seguir creyndolo. Adems, por pura lgi-ca de adulto, pens entonces que tambin los otrosmisterios catlicos eran inventados por los padrespara entretener a los nios, y me qued en el limbo.Aquel da como decan los maestros jesuitas enla escuela primaria perd la inocencia, pues des-

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  • cubr que tampoco a los nios los traan las cige-as de Pars, que es algo que todava me gustaraseguir creyendo para pensar ms en el amor ymenos en la pldora.

    Todo aquello cambi en los ltimos 30 aos,mediante una operacin comercial de proporcionesmundiales que es al mismo tiempo una devastado-ra agresin cultural. El Nio Dios fue destronadopor el Santa Claus de los gringos y los ingleses,que es el mismo Papa Noel de los franceses, y aquienes todos conocemos demasiado. Nos llegcon todo: el trineo tirado por un alce, y el abetocargado de juguetes bajo una fantstica tempestadde nieve. En realidad, este usurpador con nariz decervecero no es otro que el buen San Nicols, unsanto al que yo quiero mucho porque es el de miabuelo el coronel, pero que no tiene nada que vercon la Navidad, y mucho menos con la Nochebuenatropical de la Amrica Latina. Segn la leyendanrdica, San Nicols reconstruy y revivi a variosescolares que un oso haba descuartizado en lanieve, y por eso lo proclamaron el patrn de los nios.

    Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y noel 25. La leyenda se volvi institucional en lasprovincias germnicas del norte a fines del siglo XVIII,junto con el rbol de los juguetes, y hace poco msde cien aos pas a Gran Bretaa y Francia. Luegopas a los Estados Unidos, y estos nos lo manda-ron para Amrica Latina, con toda una cultura de

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  • contrabando: la nieve artificial, las candilejas decolores, el pavo relleno, y estos quince das deconsumismo frentico al que muy pocos nos atre-vemos a escapar. Con todo, tal vez lo ms siniestrode estas navidades de consumo sea la estticamiserable que trajeron consigo: estas tarjetas pos-tales indigentes, esas ristras de foquitos de colores,esas campanitas de vidrio, esas coronas de mur-dago colgadas en el umbral, esas canciones deretrasados mentales que son los villancicos tradu-cidos del ingls, y tantas otras estupideces glorio-sas para las cuales ni siquiera vala la pena dehaber inventado la electricidad.

    Todo eso, en torno de la fiesta ms espantosadel ao. Una noche infernal en que los nios nopueden dormir con la casa llena de borrachos quese equivocan de puerta buscando donde desaguar,o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvola buena suerte de quedarse dormido en la sala.Mentira: no es una noche de paz y de amor, sinotodo lo contrario. Es la ocasin solemne de la genteque no se quiere. La oportunidad provindencial desalir por fin de los compromisos aplazados porindeseables: la invitacin al pobre ciego que nadieevita, a la prima Isabel que se qued viuda hace 15aos, a la abuela paraltica que nadie se atreve amostrar. Es la alegra por decreto, el cario porlstima, el momento de regalar porque nos regalan,

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  • o para que nos regalen, y de llorar en pblico sindar explicaciones. Es la hora feliz que los invitadosse beban todo lo que sobr de la navidad anterior:la crema de menta, el licor de chocolate, el vino depltano. No es raro, como sucede a menudo, quela fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco, que losnios viendo tantas cosas atroces terminen porcreer de veras que el Nio Jess no naci en Belnsino en los Estados Unidos.

    Nueva York o la nuevamitologa de la publicidad

    Alejo CarpentierJuan Ramn Jimnez, poeta recin casado, de

    un primer paseo nocturno por Nueva York, depronto, viendo aparecer la luna entre los espolonesvertiginosos de dos rascacielos, recuerda que elastro existe. Sin embargo, lo asalta una duda ypregunta:

    Ser la luna o un anuncio de la luna?Si Juan Ramn Jimnez hubiese vivido ms

    tiempo en Nueva York no habra vacilado en darserespuesta: se trata de un anuncio de luna, sin dudaalguna.

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  • Porque no hay ciudad en el mundo en que elanuncio se haya adueado ms de la tierra, de lasmurallas y del cielo, que en la capital de ManhattanTransfer. Y donde reina el anuncio, omnipotente,reinan imgenes y no realidades, ya que anuncioes representacin anticipada del objeto. El anuncionos muestra el automvil que podramos poseer,el refresco que podramos saborear, la medicinaque deberamos tomar, el jabn con que debe-ramos enjalbegar nuestra mejilla antes de haceruso de ese artefacto primitivo heredero directo delslex neoltico que es la navaja de afeitar.

    En Nueva York todo se anuncia: el nacimiento,el mar, la vitamina, el morning after night before, lasintimidades ms profundas y el atad que habr dellevarnos al cementerio (no existe, acaso, en Har-lem, un increble fotgrafo especializado en retra-tos de nios muertos?). Y, en el imperio del slogan,de la prosa convincente, todo cobra vida y se hacerealidad. Saludamos las vitaminas como si fuesenviejas amigas. Nos convencemos de que tomandoun curso de saxofn por correspondencia, nosharemos los hombres ms seductores de la tierra.Llegamos a creer que hay atades ms conforta-bles que los de cualquier otra marca competidora.Y si el espritu de la aventura alienta en nosotros,ah est el sugerente aviso:

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  • BE A DETECTIVE BY MAILEsto sin notar ciertos slogans que son verdade-

    ras obras maestras de concisin y estilo metafri-co. El de una marca de tabacos que nos muestraun caballero confortablemente arrellanado en unabutaca y que extrae humo de un enorme habanolanzndonos este certero mensaje:

    INSTLESEDETRS DE UN BUEN TABACO

    Y si un buen da queremos escuchar un poco demsica, el hipdromo, en su temporada veraniega,suele exhibir un cartel que cierta vez me dejabsolutamente estupefacto:

    HOYAIDA

    CABALLOS ELEFANTES CAMELLOSDud por un instante que ese cartel se refiriera

    a la pera de Verdi. Pero tuve que convencerme deello al ver que debajo de los caballos, elefantes ycamellos se inscriban, en caracteres ms menu-dos, los nombres del director de orquesta y de loscantantes.

    Al hablar de una ciudad, solemos decir que tieneinters, carcter, encanto, iglesias que la embelle-cen; Toledo, Brujas, Nuremberg, Venecia o Praga,han dictado normas en ese sector. Y cuando evo-

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  • camos los cigarrales toledanos, la Plaza Mayor deBruselas, los despeaderos de Cuenca, las ruinasromanas de Nimes, llegamos a creer que unaciudad autnticamente moderna, sin el menor re-cuerdo del pasado, sin el menor aroma de cosasviejas, ha de ser, forzosamente, algo desabrido, sincarcter y sin alma, a la sombra de mascaronasseculares, se nos antoja una monstruosa aglome-racin de hongos de concreto y ladrillo, sin palpita-cin propia, sin belleza posible ciudad tentaculary prosaica, hurfana de todo abolengo.

    Y sin embargoApenas salimos de los muelles, apenas orienta-

    mos nuestros pasos hacia Times Square o DownTown; hacia los tres universos dismiles que cons-tituyen las avenidas Tercera, Quinta y Sexta, sen-timosqueuna emocin nueva seapoderade nosotros;que una misteriosa atmsfera se cierne sobre estaurbe arbitrariamente concebida. En vano buscara-mos una vieja pared, un bajorrelieve esculpido enuna muralla, una fuente aosa. Todo es estereoto-ma de piedra o ladrillo, o superficie lisa y desnudade rascacielos. Los bancos no se sabe por qutienen catadura de templos. Los hospitales pare-cen monumentos asirios. Las casas de viviendassincronizan incansablemente el encender y apagarde sus ventanas. El aire huele a gasolina. Suenansirenas de incendio. Los garajes parecen barbe-

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  • ras, y las barberas parecen clnicas de lujo, conuna mesa de operacin por cada cliente tendidodebajo de una sbana blanca. En las cafeteras yrestaurantes se sirven manjares preparados sinciencia y los refrescos van a buscarse a la farma-cia Todas las tradiciones quedan abolidas.

    Y sin embargo, una intensa poesa se despren-de de todo esto. Hay una asimetra, un desorden,una anarqua del gusto que crean un estilo nuevo.La impersonalidad de la multitud frentica que llenalas calles, concede mgico esplendor a los ojos deuna mujer, aislada por nuestro instinto del herviderode una multitud amorfa. An creo haberme trope-zado con un hada, al recordar cierta silueta feme-nina, entrevista durante seis segundos, una noche,en la esquina de la calle 42 y Times Square. Perono! Era, sin duda alguna, un anuncio de mujer.

    Porque la publicidad ha creado, en Nueva York,una nueva mitologa, dotada de dioses y catego-ras. A fuerza de tratarlos cada da, encontramosviejos amigos en la americana del Palmolive, en losludiones del chicle, en las baistas que anuncianrefrescos, en el pescador de la Emulsin con suherldico bacalao a cuestas. Y no hablemos de loselementos impersonales ilustrados por platos depork and beans de tres metros de ancho; por listasfabulosas de sopas en lata; por esprragos y me-locotones de California, transformados en alimentode gigantes por obra y gracia de la publicidad. Y

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  • qu decir de la constante invitacin al viaje, ofreci-da por compaas de navegacin, que ponen elFujiyama, los canguros de Australia y la carreterade Birmania, al alcance de todas las apetencias?

    En Nueva York, la publicidad ha creado unamitologa nueva. Es la nica ciudad del mundo enque los astros y las mujeres se anuncian.

    Recuerdos de Silvestre

    Ermilo Abreu Gmez

    En aquel tiempo, de esto hace muchos aos,viva yo en la casa de Germn Cueto, mi granamigo. La casa de Germn estaba por el barrio delCarmen, si no me equivoco en la calle de Mixcalco.Como mi departamento era grande y mis hijosdesde la maana se iban a la escuela, siempreestaba yo solo con mi alma. Pronto Silvestre des-cubri mi soledad y el silencio del sitio. Sin sabercmo empez a llegar por la tarde con sus papelespautados y se sentaba en la mesa de comer paraescribir sus cosas.

    Acab por dejarlo que hiciera lo que quera.Cuando yo volva a merendar a eso de las ocho olas nueve de la noche todava estaba Silvestreescribe que escribe sus cosas.

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  • En la sala nos ponamos a charlar muy a gusto.Como yo no bebo l tampoco beba; si acaso unacopa o dos y nada ms.

    A veces bamos a visitar a algn amigo o algunaamiga. Solamos ir a la casa de Gachita Amador, lagran folklorista mexicana. Aqu se daba gusto Sil-vestre porque le encantaba or y ms or los corri-dos viejos que Gachita saba de memoria. Tambinvisitbamos a un hombre de negocios, muy amantede la msica que se llamaba Martin Temple. Aqulo que oa Silvestre eran discos pues mi amigo tenauna preciosa coleccin de lo ms fino.

    Cuando yo sala a alguna parte procuraba invitara Silvestre para que me acompaara. Todo le gus-taba: el viaje, la gente, ir a los mercados, or losmariachis, las comparsas y quedarse en el parquehasta altas horas de la noche habla que habla.

    Cuando fuimos a Guadalajara, con ocasin dela campa de la Lear en favor de la RepblicaEspaola, Silvestre tena que estrenar una de susobras. Entre los amigos que nos habamos reunidoah, estaban Vicente Lombardo Toledano, JuanMarinello y su mujer, Luis Crdova, Jos Mancisi-dor y yo. Mientras duraron los ensayos de su obra,a m me lo encomendaron para que no bebiera.bamos por los portales y visitbamos las iglesias.De vez en vez Silvestre con aquella su cara de niome deca:

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  • Un tequilita!Un refresco de limn, mi querido Silvestre. Si

    empiezas a tomar ya no acabas y se echa a perdertodo.

    Compungido tomaba su refresco.Despus del estreno de su obra los buenos

    msicos, sin medir el peligro, lo invitaron a cenar ybeber. Para qu lo hicieron? Aquello fue terrible.Al llegar a Mxico hubo que llevarlo de la Estacina un hospital.

    Por aquel entonces yo estaba escribiendo milibro Canek. Lo escriba en cualquier parte: en elcaf, en la calle, en el cine, en la cantina. Yo tenael plan de la obra pero la fui escribiendo sin ordenni medida. Escriba lo que de pronto se me ocurra,as sea del principio o del fin. Cuando iba a la casade Silvestre, lo primero que me preguntaba eraalgo sobre Canek.

    Hay Canekes? me deca rindose.Cmo no! Aqu traigo algunos captulos.Lemelos!Y se los lea.Vulvemelos a leer. Me gustan mucho. Eso va

    a quedar; t no te das cuenta ahora. S lo que tedigo.

    Yo me rea sin saber qu decirle.

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  • Cuando el Canek estuvo listo y armado, lo leaen la casa de Silvestre y en la casa de MaraAsnsolo. Muchas veces el bueno de Silvestre medijo:

    Tengo ganas de escribir algo con el tema deCanek.

    Ojal!Ya vers, aqu lo tengo.Cuando muri Silvestre me sent solito en la

    Escuela de Msica. Era ya muy tarde. La gente sehaba ido. Slo recuerdo su atad y las velasencendidas y el silencio que me envolva. De vezen vez oa la voz de Silvestre y me pona ms triste.

    Los ltimos limpiabotas de Madrid

    Sergio Berrocal

    Los limpiabotas, que durante una eternidad es-tuvieron incrustados en el paisaje urbano de Ma-drid, se estn extinguiendo.

    Apenas quedamos una docena, dice uno deellos, quien achaca el fenmeno a falta de voca-ciones.

    El hombre es un cincuentaero recio y curtidopor el sol, el mismo que en esta maana de prima-vera precoz pega fuerte sobre toda una humanidad

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  • que deja pasar el tiempo en la madrilea Puertadel Sol.

    Dos fuentes lanzan limpios chorros de agua alaire en medio de un revoloteo de sucias palomasatradas por turistas dadivosos. En una esquina, laseternas vendedoras de lotera juran a gritos quetienen el billete del gordo. Y aunque a la mayorade los que rondan la Puerta del Sol, viejos en faseterminal o inmigrantes ms clandestinos y sin tra-bajo que otra cosa, la suerte raramente les sonri,nadie compra.

    En la desembocadura de la calle de la Montera,orgullo del Madrid de otros tiempos de toreros yfolclricas, el casticismo se tropieza con los droga-dictos, las prostitutas baratas que hubiesen encanta-do a Federico Fellini, camellos (revendedores dedroga) y polica al por mayor.

    En su afn de limpiar esta zona del centro deMadrid, el nuevo alcalde, Jos Mara lvarez delManzano, ha decorado la plaza con patrullerosy radios porttiles que lanzan imperiosas y metli-cas rdenes al costado de policas municipales conchaquetones de cuero y gafas negras.

    El limpiabotas cincuentaero se explica mien-tras un seor de edad se le acerca para tomarturno: Se muere el oficio. Los viejos lo abandonanporque ya el cuerpo no les da para ms, aunquetodava hay uno que tiene ms de ochenta aos ysigue dando betn... a los jvenes no les interesa

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  • seguir este camino y sin embargo es un oficio comootro cualquiera. A m me gusta...

    Esos jvenes a los que se refiere el limpiabotasforman parte de los aproximadamente dos millonesy medio de espaoles que sufren la lacra del de-sempleo. Muchos prefieren malvivir con ayudasestatales o de los padres antes que coger el cepillo.

    El hombre defiende su oficio: Hasta hacepoco, haba cientos de limpiabotas en todo Ma-drid, ahora quedamos algo as como una docena.Es lstima....

    En otro extremo de la Puerta del Sol, uno de loslimpias ms veteranos del lugar charla con uncliente. Aterriz en Madrid poco despus del triunfode la revolucin en Cuba y desde entonces, esperacon filosofa tiempos mejores al son de los cepillosque l desliza a su ritmo sobre zapatos y mszapatos.

    Los rayos del sol pegan sobre su peluqun.

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  • CONTAR DE USTEDES(Crnicas)

  • Prefacio

    De entre los gneros periodsticos parece que esla crnica el que ms recursos posee para describiratmsferas, situaciones, asuntos, personas. Lacrnica se resiste a la puntualidad de la informaciny al marco estricto del artculo, deambula por todoslos rumbos y capta los variados matices del huma-no acontecer en su diversidad de escenarios, asun-tos y actores. Los modos del gnero se identificancon las preferencias del pblico: para el cronista,como para el que se informa, no hay personaje tangrande que no quepa en el espacio amable de unacrnica, ni tan pequeo que no pueda ser protago-nista de una historia.Estas reflexiones nos rondan cuando leemos lascrnicas de Miriam Rodrguez Betancourt, recogi-

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  • das en este breve volumen. Aqu presentes ladiversidad de temas, latitudes, hombres, asuntos.De la africana Luanda, a la alhaja europea que esPraga, pasando por los azules caribeos de supatria, Cuba. Cada uno de los motivos de estascrnicas estn dados, como se dira en cubano,en su propia salsa. La visin de un pueblo ter-cermundista en lucha con sus enemigos: imperialis-mo, atraso, pobreza, nos traslada el drama tremendode la guerra de liberacin de Angola en forma queslo puede lograrlo una sensibilidad alerta y el plenodominio de la palabra. Praga por primera vez: unacomplacida mirada al espectculo de viejas arquitec-turas, bellas plazas y paseos, guardados por el le-gendario Castillo de Praga.En Aquel trovador y Una gran hazaa, se nosbrindan de mano maestra dos historias de asuntodiverso, muy presentes ambas en la memoria de laisla. La primera, referida a Sindo Garay, msico,compositor eminente, con aportes muy valiosos ala creacin de la trova cubana. Miriam dibuja conmucho acierto a un Sindo bien representativo de supueblo sagaz y sensitivo, ingenioso y musical. Laotra crnica describe la audaz empresa de unhabanero del siglo pasado, precursor, quizs, de lacosmonutica. Matas Prez es presentado aqu talcomo fue, obstinado visionario que se anticipa a sutiempo. Finalmente, para cerrar la amena lectura,

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  • una atractiva muestra de tradiciones habanerascon una referencia a esa gran pasin que nos une:Entre Cuba y Veracruz: la msica.En manos del atento lector quedan estas cincocrnicas, testimonio de excelente periodismo, tantoen lo formal como en razn de los temas escogidos.

    L. DAZ DE LA NUEZVeracruz, agosto de 1998

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  • 58

  • Otra crnica de Luanda

    En septiembre de 1982 llegu por primera vez aAngola. Tierra grande del frica de nuestras ra-ces, pensaba cuando el Boeing 707 de la TAG(Lneas Areas Angolanas) se pos con ciertabrusquedad en la pista del aeropuerto capitalinoluego de las inacabables quince horas de vuelodesde La Habana.

    Recuerdo ntidamente mi visin inaugural deLuanda: en una gran explanada frente a la salidade la terminal area, montones de personas, sobretodo mujeres, revolvan latones de basura en bus-ca de comida o de algn objeto til a su ostensiblemiseria. Me explicaron: arribaban a la capital hu-yendo de la guerra en el sur y no haba, porsupuesto, dnde alojarlos ni alimentarlos.

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  • Muy pocos lugares visit entonces, entre ellosel Museo de las Fuerzas Armadas, enclavado enuna especie de castillo, la Fortaleza de San Miguel,en lo que podra decirse el corazn de Luanda.Desde el elevado promontorio puede contemplarseuna de las vistas ms hermosas de la ciudad,porque ella abarca su famoso malecn bordeadode palmeras.

    Los recorridos por el centro de la ciudad ofrecanla imagen que todo viajero recibe: una urbe moder-na, con edificios altos, sin llegar a rascacielos;slidas residencias de corte colonial; un trnsitopeligrosamente rpido, diverso en marcas automo-vilsticas europeas, y escasos y desvencijados ma-chimbombos.1 Calles cuajadas siempre de gente,pocos semforos que funcionan poco, innumera-bles boutiques venidas a menos, largas bichas2frente a algunos establecimientos; mujeres con susnios a las espaldas y bultos enormes en la cabezadonde transportan hasta... un baln de gas. En lasesquinas, grupos de jvenes vistiendo jeans deconocidas etiquetas; a cada rato un maluco3 insom-ne y desnudo. Slo un poco ms all de este quizsrutilante mosaico, los museques.4 La miseria tangi-ble, sin matices.1 mnibus.2 Colas.3 Loco.4 Barrios de indigentes.

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  • Dos aos despus, vuelvo a Luanda. Aunque elaeropuerto contina dando la misma equvoca sen-sacin, ya no se agolpa la gente buscando cual-quier cosa en la explanada convertida en parqueo.Hay menos museques y ms edificios multifamilia-res de prefabricado.

    Se observan cambios, pero uno sigue pensandoobsesivamente en la ciudad. Qu puede significarella para el extranjero que viene aqu a ganardlares como tcnico o para el periodista occiden-tal que tambin los gana por atrapar y divulgar larealidad instantnea?

    Para los ojos de una sola mirada trascender lavisin inmediata de la ciudad es un esfuerzo intil.Ni en diez siglos podrn cambiar las cosas, medice un portugus que regresa porque perdi elempleo en su patria. A ellos no les gusta trabajar,aade su mujer.

    Les comento que en el reciente Carnaval de laVictoria cientos de estos ignorantes y hambrientos,con sus vestidos y ritmos tpicos, han estado bai-lando seis horas seguidas en la Avenida 4 deFebrero para celebrar el da que Agostinho Netoentr en la capital. Ambos se encogen de hombrose intentan una rplica: Pero usted ha visto estaciudad que antes era una taza de oro?. Soy yo laque da por terminado el dilogo imposible.

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  • Temprano en la maana, recorriendo las callesen las que comienzan a confundirse las marcasautomovilsticas, observo los rostros de los luande-ses. No advierto en ellos ms tensin que la habi-tual de quienes van a su diaria labor o a cualquiergestin de rutina.

    Llego a la cntrica Avenida Masacre. Un mucha-cho pega en la descascarada pared de un edificiode apartamentos varios carteles alusivos al prxi-mo Congreso de la Unin Nacional de Trabajado-res. Alisa el extremo inferior de los afiches, con uncuidado que se me antoja amoroso, donde reza laclebre consigna: A luta contina, a vitoria certa.Nota mi presencia y nos miramos un instante.Sonre ampliamente mostrando sus dientes blan-cos y parejos.

    Sigo caminando por la amplia avenida en direc-cin al Instituto donde doy clases. Casi descolga-dos por la accin del agua, la lluvia y el viento, setambalean los lumnicos del tiempo colonial: Cyma,Juvenia, Salo de Jogos, Pepsi Cola, Coca Cola...Van a ser las ocho de la maana. Contina otro daen Luanda.

    Aquel trovador

    Casi cien aos estuvo un hombre haciendo lavida de la cancin cubana. Quejoso de que slo se

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  • le cantara al amor, compuso La bayamesa, quealguien ha dicho es nuestro segundo himno nacio-nal: Pero si siente de la patria el grito/ todo loquema, todo lo deja/ ese es su lema, su religin.

    Todas sus creaciones dedicadas a la mujer o alpaisaje, a penas propias o ajenas, tienen un aire dearoma de la tierra, de la nostalgia y la esperanza.

    Nac en Santiago de Cuba el 12 de abril de 1867.Caray, cmo hace tiempo de eso!

    Aquel trovador no ces de dar voz a los sonidosque de tantos lugares recoga y transformaba luegoen letras de ligero encanto que sintetizaban magis-tralmente un estado de nimo: Las penas que a mme matan/ son tantas que se atropellan/ y como dematarme tratan/ se agolpan unas con otras/ y poreso no me matan.

    Haba entrado en la vida artstica por la maravi-llosa puerta del circo de barrio, haciendo acroba-cias, vinculndose por vocacin y temperamento ala fantasa, a la peripecia diaria. Y a los panes conguayaba y al caf con leche, a las risas y lgrimasde su pueblo.

    Casi cien aos estuvo enraizado en la tierra quelo vio nacer y morir, satisfecho de haber tomadocada da algo de lo que nutra aquella manera deser cubana que de repente no era ms azcar,tabaco y ron, sino ardientes manifestaciones con-tra la intromisin extranjera, un joven atltico y

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  • elocuente que con una huelga de hambre pona altirano de turno al borde del caos, un poeta de ojossoadores y estrofas incendiarias pidiendo unacarga para matar bribones, para acabar la obra delas revoluciones.

    Todas mis canciones son bien cubanas. Yo nocambiara a Cuba por ningn pas del mundo.

    A menudo la gente se preguntaba: cuntosaos tiene?, y se renovaban disputas, indagacio-nes, apresuradas confirmaciones de bautismo enla iglesia de Santo Toms. El trovador, en respues-ta, cargaba sus arrugas al hombro, seguro de quelo de l era para rato.

    Caminando por las calles de La Habana Vieja opor su indomable Santiago pareca lo era real-mente un smbolo. Endomingada la guayaberablanca, enhiesto el lacito negro, impecable el drilde los pantalones, firme la mano sobre el bastn.

    Ante la mulata y la triguea de ojos de sirenaque pasaban por su lado, se descubra gentil consu sombrero de pajilla. l haba aprendido lasprimeras letras en los anuncios, en cuanto cartelmiraba. As fue descubriendo el lenguaje, pregun-tndole a cualquiera: Qu dice ah? Y escribicasi seiscientas canciones, y se hizo el trovadorms viejo del mundo.

    Se heredaban sus canciones como valores in-discutibles de lo que se ha denominado el alma

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  • nacional. Cada nueva cancin suya acrecentaba laleyenda verdadera de que creaba, cada vez, unanueva forma de decir y entonar un sentimiento, deacompaar de modo distinto con la guitarra.

    Pero si siente, de la patria el grito.Todo lo quema, todo lo deja.Ese es su lema, su religin.

    Se sentan tambin sus infatigables latidos depoeta en la generacin que emprenda nuevamen-te la guerra necesaria, en los hombres que es-trellaban contra los muros del Moncada susveintipico de aos, sus amores adolescentes, susversos martianos; en cada estremecimiento de latierra que no quera la coyunda, la miseria, el futuroincierto.

    Yo le dejo a mi patria, de mi alma[el recuerdo

    porque s que muy pronto...En 1958 el trovador pens que iba a morir. Era

    la primera vez que pensaba seriamente en ello.Escribi entonces su testamento lrico:

    Yo le dejo a mi patria, de mi alma[el recuerdo

    porque s que muy pronto ya me[espera el oscuro

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  • cuando hablen de Cuba en alegres[reuniones

    y recuerden canciones que los[hagan vivir

    que recuerden las mas que sirvieron[de gua

    o se busque al momento algn[viejo retrato

    como ah en l me dilatomientras ms que lo miren, ms se

    [acuerden de m.Pero la muerte, el oscuro, no iba a llegarle

    todava. Le esperaba otro resplandor a quien habaalentado con su presencia, con su voz sorda, bre-ve, las peas de la barbera de Guayo, Acera delLouvre, Jess Mara, caf Vista Alegre y la inolvi-dable Pea de Sirique.

    Yo? Yo estoy con la tradicin de nuestra viejacancin.

    Eso respondi a los que le preguntaron su opi-nin sobre la cancin moderna, una tarde en queestaba reunido con sus amigos, los notables msi-cos Ignacio Pieiro y Miguel Matamoros, hablandodel filin.

    Lo dijo asombrado como si a l no pudierahacrsele semejante pregunta. Claro que no se

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  • pona en contra de lo nuevo que surgiera y quetuviera calidad artstica: admiraba al grupo de com-positores que trataban de enriquecer el bolero,pero l sencillamente, irremediablemente, estabacon la vieja cancin, como quien se pone al ladode un deber sin preguntar, sin que se le d ordenexpresa.

    l estaba con una larga, dulce y dura historia: lade mantener vivas la cancin y la msica popularcubanas. En esa trinchera estuvieron tambinAnckerman, Prats, Roig, Rita, Bola, el Benny...Cada uno, a su modo, dijo con el trovador: lo msgrande que tengo es ser cubano.

    Una tarde lmpida de julio muri el autor detantas canciones que, en efecto, sirvieron degua. Los cronistas recordaron sus ltimas decla-raciones, su ingenio despierto, su figura pequeay altiva, su guitarra de cuerdas alemanas que so-naba tan bien cuando entraba la tarde. Granmapublic una nota en la que se le calificaba como lapgina ms feliz de nuestra trova nacional.

    Fue sepultado en Bayamo, a los acordes de suinmortal cancin, como se acostumbra con losartistas que el pueblo ama para siempre.

    Tiene en su alma la bayamesatristes recuerdos de tradiciones...

    Haba muerto Gumersindo Garay, Sindo, aqueltrovador que a los diez aos compuso su primera

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  • obra, el bolero Quireme, triguea, para dedicar-se, sin un da de silencio, a hacer la vida de lacancin cubana.

    Una gran hazaa

    La tarde ni se presentaba propicia, pero el na-vegante era audaz y el pblico esperaba ansiosoen la explanada del Campo de Marte.* MatasPrez no vacil: hara su segunda ascensin englobo esta tarde del 29 de junio de 1856.

    Fij sus ojos en la multitud que lo alentaba consus vtores, aunque en realidad la tierra firme noera el punto de su atencin, sino la regin de losvientos donde la gloria le haba parecido siemprems permanente. Las damas agitaban pauelos deencaje por el antiguo fabricante de toldos, recindevenido aeronauta, que les haba dedicado es-plndidos versos en su viaje anterior. Su globo,bautizado La Ville de Paris, comenz a ascendercuando ya asomaban las primeras sombras de lanoche.

    Matas Prez no era un venido a menos en eleterno sueo de volar. Haba sido ayudante de* Actual Plaza de la Fraternidad.

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  • monsieur Godard, quien con sus espectacularespaseos en globo acapar la opinin pblica durantebreve estancia en la capital.

    La aerostacin ciencia, deporte, fiesta conci-taba la excitacin popular. De Europa llegabannoticias de vuelos colectivos; el primer aeronautamexicano fue declarado hroe nacional. En Cubala primera ascensin se produjo en 1828; de ah enadelante la fiebre del globo fue in crescendo.

    Incluso algunas muchachas, echando por tierra(o por aire) el tradicional concepto de sexo dbil,acompaaron en dos ocasiones a decididos con-ductores. El xito haba coronado todos los esfuer-zos, por lo que no era de extraar que MatasPrez, a despecho del tiempo inclemente, se em-peara en demostrar nuevamente sus habilidadesy su valenta.

    Porque el viaje en globo requera valenta. Asa secas. No por lo extenso de la trayectoria, velo-cidad o altura. Lo que de un tirn pona al globoentre las grandes aventuras del hombre era loincierto de su destino, el tuteo directo con el espa-cio en una poca en la que se desconoca elaeroplano.

    Lo mismo se poda aterrizar, con globo y todo,en los potreros de Alquzar que en un tranquilopatio de vecindad de Quemados de Gines. Ni

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  • siquiera se contaba con un lugar fijo para la sorpre-sa final, ni con un clculo de suficiente garanta enel que la tcnica de la poca pudiera refugiar suslimitaciones... y los pilotos sus prevenciones.

    Seguramente en esa coyuntura reflexionabaMatas Prez mientras su globo se remontabasobre la Chorrera y crea que eran exclamacio-nes de aliento los gritos aterrados de los pesca-dores que all bajo le avisaban del peligro. LaVille de Paris perda altura. De pronto se dej deavistar tras la fortaleza. Varios das estuvieronbuscando al hombre y su nave hasta que losdieron por perdidos.

    Poco a poco volvieron los capitalinos a disfrutarde otras exhibiciones, bailes, peleas de gallos,toros y espectculos teatrales que hacan pensaral gobernador general, don Jos de la Concha, queen la siempre fiel reinara definitivamente la pazpara beneplcito de sus majestades peninsulares.Calmado el estupor, los viajes en globo continua-ron, pero en las nuevas aventuras afloraba siempreel recuerdo del valiente piloto.

    Como eplogo de su fatal desenlace, naci unaleyenda, se fue imponiendo un refrn al que anhoy se apela Vol como Matas Prez y seestableci esta fecha que conmemora la hazaadel primer mrtir de la aeronutica cubana.

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  • Praga por primera vez

    Puede ser ahora, en este momento, cuandoestn listas las impresiones y tomen forma en loque quede por llenar del papel. Quizs sea sufi-ciente el tiempo pasado y se est descorriendoese color gris, como un vaho, y aparezca Praga,el silencio, el olor, los castillos tantas veces des-critos, el Reloj de la Torre, aquella pareja que sebesa esplndidamente en un parque, la Plaza deSan Wenceslao y el Monumento al Caballo deSan Jorge, desde cualquier elevacin.

    La primera vez, el estremecimiento inicial: aero-puerto blanco, lujoso; pedazos de calles y del puen-te sobre el Vlatava entrevistos desde un auto a todocorrer; el ligero fro del otoo que empieza y otravez el gris como si fuera un engao. Un sbitotemor a desor la voz que va diciendo por dentro:Mira bien, y otro temor, ms profundo, de que yaest corriendo el tiempo y es posible que desapa-rezcan los contornos y vuelva un color y nada ms.

    Mirar bien: los edificios antiguos y modernos, lospeatones descuidados, las melenas abundantesque impiden reconocer, la historia y el destino dela ciudad. Recordar un poema de autor desconoci-do, la advertencia de hermosura, un trozo de pel-cula, una fotografa colgando del espejo.

    Ha de ser complicarse con una especie de deu-da por la humedad, las flores y la msica de la

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  • ciudad. La ocasin para el lugar comn, o para lapoesa que, de todos modos, de ah partir.

    Es perseguir la sombra en los adoquines. Jun-tarse al paciente grupo que espera, frente al Relojde la Torre, al medioda, la salida del sol al que seacercan nios y viejos. Subir y bajar por la plaza,entrar en la iglesia semidesierta, leer la placa con-memorativa junto a la puerta de la casa de Kafka.

    Dnde comienza a florecer el amor por la ciu-dad? Cundo? Sumirse en meditaciones, en lailusin de que es diferente, en un cierto enredo delnimo que no se aviene con las maanas tristonasporque el nimo se quiere ir a los parques y a lospuentes, y no es tranquilo o terco como la nostalgiade la ciudad.

    La primera vez, con ser la primera vez, es igua-larse con el turista de cmara al hombro y ojosazorados, llena la cabeza de telaraas e inocen-cias, que termina por lanzar una o tres monedas alro, para volver, como dicen que se hace en lafuente de Trevi.

    Entre Cuba y Veracruz: la msica

    Hace algunos das, en su seccin Temas Suel-tos,* el colega Ral Daz Cruz aluda a una pltica*La msica genial de Cuba, en La Nacin, Veracruz, lunes 29 de julio de 1991.

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  • que sostuvimos en torno a las tradiciones habane-ras en la msica cubana. Fue, en efecto, una charlallena de remembranzas durante mi estancia enesta hermana tierra, y en la que irremediablemen-te evocamos la msica cubana y su presencia enla tradicin meldica de Veracruz.

    Le comentaba entonces al amigo periodista,cmo desde principios de siglo, en muchos barriosde La Habana, las tardes se convertan en verda-deras veladas musicales, aunque todava no seconoca el fongrafo y tampoco la radio.

    A los hogares de aquellos sitios humildes acu-dan los trovadores despus de sus jornadas detrabajo; generalmente eran barberos, sastres otabaqueros. Cantaban a las muchachas y ponanen las cuerdas de sus guitarras los primeros lamen-tos y esperanzas de enamorados. As naci elbolero que, como el danzn, viaj de Cuba a tierrasveracruzanas.

    Muchos cines y teatros presentaban a los trova-dores, quienes con sus tandas de canciones obte-nan un modesto beneficio econmico. Ya alrededorde 1909 se organizaron concursos de cantantes enla histrica Acera del Louvre, lugar que haba sidositio de reunin de jvenes conspiradores contra lacorona espaola.

    Fue muy famoso tambin el Callejn de Rubal-cava, conocido hoy por el populoso barrio capitali-

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  • no de Jess Mara. Hasta muy entrada la noche allensayaban los trovadores; da tras da vecinos ytransentes ocasionales se congregaban frente alos hogares de los artistas y discutan en alta vozlos mritos de las nuevas creaciones.

    Los cafs prcticamente no cerraban sus puer-tas a la clientela integrada por autores, intrpretese improvisados crticos. De modo que entre el licor,el dulce domstico y el trago fuerte, se escucharoncanciones y danzones consagrados despus: Si-glo XX, Las flores del Edn, Naturaleza, surgidosen la bohemia fecunda de la trova cubana, precur-sores de Contigo en la distancia, La gloria eres t,El unicornio azul y Te amo, entre tantas otras.

    S, amigo Daz Cruz, yo tambin he sentido,como decas en tu inspirada crnica, que ese cantode mi patria sigue dulce y rtmico, y que estdentro del alma musical de los veracruzanos.

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  • ndice

    Presentacin/ 7La crnica segn algunos autores/ 13Qu es la crnica/ 15Sus estilos y modalidades/ 22Crnicas y cronistas/ 31Luz Gil/ 31El guardia objetivamente considerado/ 34Estas navidades siniestras/ 36Nueva York o la nueva mitologa de la publicidad/ 41Recuerdos de Silvestre/ 46Los ltimos limpiabotas de Madrid/ 49

    Contar de ustedes (crnicas)/ 53Prefacio/ 55Otra crnica de Luanda/ 59Aquel trovador/ 62Una gran hazaa/ 68Praga por primera vez/ 71Entre Cuba y Veracruz: la msica/ 72

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    PortadaPresentacinLa crnica segn algunos autoresQu es la crnica?Sus estilos y modalidadesCrnica y cronistas

    Contar de ustedes (Crnicas)PrefacioOtra crnica de LuandaAquel trovadorUna gran hazaaPraga por primera vezEntre Cuba y Veracruz: la msica

    ndice