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http://www.historiacienciaytecnologia.com Acerca de la Historia de la Ciencia Nacionall JUAN JOSE SA LOAÑA La mu ndia li zación de la ci en cia La formación y el desarrollo de la ciencia nacion al lo recientemente ha empezado a ocupar la aten ció n de los historiadores. La Hist or ia de la Ciencia no le co ncedió mayor inter és a este lema y para su com- prensión acud solament e a ideas s jmpl es y generales, dejando al mar- gen del anál is is la co mplejidad de l as si tuacion es y su diversidad geo- grá fi ca y cu ltural. [ 1descubrimiento de la verdad ob jetiva y su difusión co nstituían, en opinión de G. Sa rto n, su principal pr om otor en la prim e- ra mitad de es te si gl o, su de es tudio privilegiado (Sa rton, 1938). La expansión g eogrflfi ca de la ciencia co nsecuent emente fue c on - siderada c om o el resultado de un pro ceso de difusión. Es decir, la cien- cia modern a, transplantada d es de los ce ntros cientí fi cos europeos a las diver sas region es, terminó, al cabo de un pro ceso gradual, po r echar raíces en l as periferi as (Basall a, 196 7). Simultán ea mente, siguiendo un punto de vista propio de la tradición ilustrada, se so ste n ía que la difu- sión de la ciencia co nducía a la mo dernidad y a la occident alización de l as sociedad es en l as que se implantaba. la ignorancia, la supers ti ción l . Este en sayo ha rec1hido el valioso nu tri ente de las discusiones que por varios años he mantenido s obre su tema con mis es tudiantes de posgrado, y a ellos está dedicado. También me han resuh <ldo muy es timulantes las discusiones que hemos ten•clo en nu Seminario de 1 li sto na de la Ciencia de la Facultad de Fi losofía y Letras de lil UNAM, con los col egas extranjeros que nos han visitado, algunos en varias oportunidades, como son los doctores Lui s Carl os Arboleda, loan L Bromberg, Antonio Ra chel l Xav i er Polanco, [m ilí o Quevedo, José Sal<'l Catalá, Ju lio Sánche7 Gó me? y Mil ton Vargas. No obstante, la responsabilidad por lo que a qu í se sostiene es sólo mía. 9

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Acerca de la Historia de la Ciencia Nacionall

JUAN JOSE SALOAÑA

La mundia lización de la ciencia

La formación y el desarro llo de la ciencia nacional sólo recientemente ha empezado a ocupar la atención de los historiadores. La Historia de la Ciencia no le concedió mayor interés a este lema y para su com­prensión acudió solamente a ideas sjmples y generales, dejando al mar­gen del análisis la complejidad de las situaciones y su diversidad geo­gráfica y cultural. [ 1 descubrimiento de la verdad objetiva y su difusión constituían, en opinión de G. Sarton, su principal promotor en la prime­ra mitad de este siglo, su obj~Lo de estudio privilegiado (Sarton, 1938).

La expansión geogrflfica de la ciencia consecuentemente fue con­siderada como el resul tado de un proceso de difusión. Es decir, la cien­cia moderna, transplantada desde los centros científicos europeos a las diversas regiones, terminó, al cabo de un proceso gradual, por echar raíces en las periferias (Basalla, 1967). Simultáneamente, siguiendo un punto de vista propio de la tradición ilustrada, se sostenía que la di fu­sión de la ciencia conducía a la modernidad y a la occidentalización de las sociedades en las que se implantaba. l a ignorancia, la superstición

l . Este ensayo ha rec1hido el valioso nutriente de las discusiones que por varios años he mantenido sobre su tema con mis estudiantes de posgrado, y a ellos está dedicado. También me han resuh<ldo muy estimulantes las discusiones que hemos ten•clo en nu Seminario de 1 listona de la Ciencia de la Facultad de Filosofía y Letras de lil UNAM, con los colegas extranjeros que nos han visitado, algunos en varias oportunidades, como son los doctores Luis Carlos Arboleda, loan L Bromberg, Antonio l<~fuente, Rachel l ;~ud\ln, Xavier Polanco, [milío Q uevedo, José Sal<'l Catalá, Julio Sánche7 Góme? y Milton Vargas. No obstante, la responsabilidad por lo que aquí se sostiene es sólo mía .

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10 Los ORfGEl\'ES DE LA CIENCIA NACIONAL

y el atraso cultural característicos de las sociedades tradicionales, resul­taba superado gracias a la penetración de la ciencia en tales socieda­des. George Sarton en "The Quest of Truth" (Sarton, 1953 ), afirmaba: "la ciencia está en la raíz del cambio social", pues introduce no única­mente una nueva manera de ver sino un nuevo ser. Su difusión no podía, por lo tanto, si no constituir un factor del progreso de las nacio-nes. •

El punto de vista difusionista se generalizó a todo tipo de situacto­nes, de tal manera que la implantación de la ciencia en el interior de los propios países europeos (por ejemplo en Escocia o en Irlanda en el caso británico), había seguido también un proceso de difusión (Shapin, 1983 y Jarrel. 1987). De la misma manera habían sido entendidos los casos de los países europeos científicamente atrasados como, por ejem­plo, Rusia o España en el siglo XVIII (Boss, 1972 y Sarrailh, 1957).

Al proceso de mundialización de la cienci;:1 que tuvo lugar desde 1492 se le concibió, por supuesto, de manera análoga. Amplias zonas geográficas y cultur;J ies como, por ejemplo, la América española desde el siglo XVI, la América inglesa desde el XVII, la India francesa y británi­ca así como la región del Pacífico desde el XVIII, y la región africa na al norte del Sáhara desde el XIX, eran parll Europa ejemplos de cómo su civilización había logrado avances en o tras regiones gracins a la difu­sión de la ciencia. Esta percepción de un fenómeno tan complejo en la actualidad ha terminado por ser abandonada y substituída por nuevas interpretaciones que toman en cuent;¡ a realidades que resultaban inaprensibles para la historiografía tradicionnl (Ziadat, 1986; Reingold and Rothenberg, 1987; M acleod and Rehbock, 1988; Polanco, 1990; Petitjean, 1992; Lafuente ySala, 1992; Saldaña, 1993).

La idea de la difusión de la ciencia nació con la filosofía de la Ilus­tración y se consolidó en la época de los imperios mundiales. Por otra parte formaba parte consustancial del optimismo dieciochesco deriva­do de la confianza en el poder de la razón, y se expresaba en la con­trovertida noción de progreso. El planteamiento difusionista asumía la superioridad de la cultura y de la organización social occidental y, por ello, un propósito misioneísta, el avance de la ciencitl, le servía de alien­to. Aunque, es preciso mencionarlo, a este noble propósito se le utilizó también como una justificación de las ambiciones imperiales de domi­nación y explotación de los pueblos y de sus recursos naturales (Brading, 1991 : 213 ). Con independencia del avance que efectivamente logró el conocimiento científico como consecuencia del descubrimiento de nuevos mundos para la investigación (Cohen, 1960), y de lo que [uro­pa aprendió de su contacto y de sus conflictos con otras culturas (Biltcrli, 1989), creemos que se mantiene el hecho fundamental de que la cien­cia y técnica europeas fueron también instrumentos de la dominación

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ACERCA DB LA HlSTORlA OE LA CJF.NClA NACIONAL 11

que impuso Europa al resto del planeta a partir ele 1492. Esto, como veremos posteriormente, dejó su impronta en la actividad científica que se produjo en las regiones colonizadas y caracteriza a su periodización histórica.

Entre quienes inaugur¡¡ron el género ~~hi sto ria de la ciencia colo­nial ~~, en referencia a la América española, se encuentra Alexander von Hurrtboldt. Sus observaciones sobre los progresos de la ciencia en los países que visitó durt~nte su periplo americano ( 1 799-1804) reOejan nítidamente la concepción difusionista. En la correspondencia de este cf>lebre viajero prusiano, así corno en sus diarios (llumboldt, 1980) y obras científicas escritas sobre temas americanos se puede advertir el entusiasmo que, como buen ilustrado, le produjo siempre el encuentro con científicos americt~nos, o con las obras de aquéllos a CJUicnes no pudo conocer.2 [ n su Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva [spaña (Humboldt, 1822) relató la magnífica impresión que le causaron las instituciones científicas que existían en la ciudad de México3 e hi7o algunos juicios generales sobre el estado de 1, e; ciencias en América, afir rnnndo: "Son ciertt~mente muy notables estos progresos !de la cien­cia) en Megico, La Habant'l, Lima, Quito, Popayan y Caracas .... [n todas partes se observa hoy día un grande impulso ácia la ilustración ... " (p. 226).

Pero, para un ilustrado y para un liberal demócrata como er t'l llurn­boldt, su entusiasmo por la difusión que alcan7aba la ciencia en la América espt1ñola no le impidió observar también que estos avances tenían lugar en un contexto incoherente (el marco colonial) para los ~~progresos de la civilización". Entre los obstáculos señalados por Hum­boldt están el "despotismo civil y religioso" español mantenido ror tan­to tiempo (p. 1 79); "una gran disgualdad de fortuna, de goces y pros-

2. Entre los científicos con los que entró en contacto ditecto estuvieron Mutis y Cal­das en Bogotá; Unánue y U• quizo en Lima; Tafalla en GuélyaqUII; O lmedo f' ll l 01.1; Del Río, Cervantes y Const.mzó cm México. Entre los que no conoció sino por sus obras están los mexicanos Alz:~te, Vel5zque7, León y Gama, etc. TJmbií>n hizo mención de los conoctmienmtos científicos que poseían los indígenas con :~nterioridad a la conquista es­pañola y los alabó (Humboldt. 1822; cap. VIl)

3. Respecto de las inslituciones existentes en Améric-a, be; ele 1:~ ciud.td de 1\ \&xico como el Jardín Botántco, l.t 1\ caclemia de Nobles Artes y el Seminario de Mine• Íil me• ecie­ron a Humboldt los siguientes conceptos: uNingun<1 ciudncl del nuevo continente, sm ex­ceptuar las de los Estados-Unidos, pt ese ni<~ est.1blecimientos científicos tan grandes y sóli­dos como la ca¡Jital de Mégico ... (Humboldt, 1822; p. 227). Reconoció igualmente la ac­tualización de los conoctmeintos que ahí se imp:u1ían colllo 1.-. química de Lavoisiet, el sistema de clasifrcación geológica de Werner, la oricrognosta o mineralogía de la escuela de Fretberg, así como en los cursos de matemáticas la enseñan7a del an51isis y el cálculo integral y diferencial. Del Jardín Botánico dest<lcó sus cursos basados en el sistema linneano, su herbario y la rica colección de minerales que poseía.

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12 Los ORrGENES DE T.A CIENCIA NACi ONAL

peridad individual, [que coloca] ... una parte de la nación bajo la tutela y dependencia de la otra" (p. 189); el aislamiento en que mantenía Espa­ña a sus colonias y la falta de "buenas instituciones sociales" para el fomento de las ciencias y el progreso de la sociedad (p. 239); y el he­cho, inaceptable, de que " la casta de los blancos es en la que se obser­van casi exclusivamente los progresos del entendimiento [y] ... la que posee grandes riquezas" (p. 239). Para Humboldt todo ello era una consecuencia del carácter mismo del régimen colonial que se vivía en América.

Estas observaciones de Humboldt sobre las condiciones sociales de la ciencia que encontró en América, veraderC.Hl lenLe esdarecedoras de la complej idad del fenómeno de la difusión, cayeron lamentable­mente en el o lvido. Fue así como los historiadores profesionales de la ciencia colonial construyeron modelos curocentristas simplistas e igno­rantes del contexto social en que actúa la ciencia periférica .

[n la historiografía contemporánert el tema de lc1 ciencia periférica lo desarrolló Georges Bassalla utilizando un modelo evolutivo de tres fases o etapas para explicar la difusión científica (Basalla, 1967). Para Basalla la expansión de la ciencia occidental hacia socied.1des no occi­dentales inicialmente se produjo como resultado de la investigación científica llevada a cabo en las regiones colonizadas por los científicos europeos. A esta fase le siguió la de la ciencia colonial, en la que la actividad científica que se desarrolla en la sociedad receptora es reali­zada r>or científicos transplantados y dependiente de las instituciones y las tradiciones europeas. Otra característica de esta fase es que incluye de manera embrionaria los rasgos esenciales de la siguienle. En la ter­cera fase se llega finalmente al establecimiento de una cultura cientí­fi ca independiente.

Este modelo h:J sido ampliamente cuestionado y considerado por varios investigadores como inadecuado para comprender la variedad clf' formas que adoptó la expansión geográfi ca de la ciencia y la com­plejidad contextua! (véanse los trabajos reunidos en: Reingold and Rothenberg, 1987; M acleod and Rehbock, 1988; Petitjean, 1992). En efecto, el modelo ignora el contexto local en que actúa la ciencia y considera a la ciencia periférica o colonial al margen de elementos im­portantes como la colonización, la explotación económica, la homogenización y el choque cultural que experiment<.lron sus socieda­des nativas. Tampoco toma en cuenta a la dinámica social interna, res­ponsable de las formas que adopta la organización social y cultural del mundo colonial, diferentes desde luego a las de las matrices europeas. Consecuentemente, con este modelo s~ desvaloriza la influencia que ejerce el contexto local en las motivaciones de los científicos; en el establecimiento de los objetivos de los programas de investigación y

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AcERCA og LA Hls-ro Ht;\ nR LA CmNctA NACIONAl. 13

en los medios empleados para su desarrollo; en la formación de las comunidades locales dedicadas a la ciencia y cm su profesionalización; etc. (Arbo lerla, 1990; Krishna, 1992; Saldaña, 1990 y 1993a).

fue en la última décnda cuando se inició el estudio de la mundia­lización de la ciencia desde perspectivas que toman en cuenta la diver­sidad de situaciones y su complej idad. En la bibliografía que hoy existe sobre el particular se encuentran estudios que comprenden las áreas geográficas que fueron ocupadas por los antiguos imperios europeos.4

En ellos se analiza de In diversidad de situaciones y se ha abnndonado la idea de un modelo único para la comprensión de la mundialización de la ciencia.

En cuanto a sus tendencias metodológicas ele pueden distinguir grosso modo dos. L:1 r>rimera se ha ocupado de la "ciencia colonial'' y analiza a la actividad científica desarrollada en la regiones no europeas bc1 jo el influjo de instituciones europeas. La segunda ha surgido más recientemente y se interesa por la "ciencia nacional" (aún cuando cronológicamente pueda corresponder a la actividad científica reali­Ztlda con anterioridad a la ruptura del vínculo colonial con las metró­polis), acudiendo a una perspectiva que pone el énfasis en el contexto local y le atribuyeun valor explicativo o causal. la primera ve a la cien­cia periférica desde [uropJ, la segunda desde su propia "ecologíJ". En lo C"JUe sigue vamos a referirnos a tales conceplualizaciones teniendo a la vista y presentándolo de manera suscinta el caso latinoarnet icano, r; y dentro de él el énfasis estará puesto en la experiencia científica me-. xtcana.

La ciencia colonial •

La perspectiva analítica que hemos llamado " historiJ de la ciencia colo­nial" dirige su atención hacia las ciencias aplicadas~ promovidas por las metrópolis en sus colonias o en sus zonas de influencia. Entre otros, los

4. Sobre el caso de América latina son representativos los estudios que han apareci· do en la pubhcnción cu.1 trirnestral Quipu, RevislLl Latino.1mNicana de J-li-; toria de 1.1s Cien· cías y la Tecnologt.1, publicnda en México desde 1984. PJr\l o tras regiones véanse las obras cit;tdas en la bibliografia

S. Para un tratamiento mc\c; extenso del tema lalinoame rlc<lno vé<1se Saldaña (1993a). 6. Normalmente lac; cienci\\S exactas y la problemática leólica efe la ciencia, pos care­

cer obviamente de un interés utilitano y no producir un beneficio directo pas J las metró­polis, no fueron trasladólcias a las colonias. Sin embargo, L. Pyenson (Pyenson, 1985) se ha referido caso de las ciencias exactas, si bien lo ha hecho analiznndo momentos difesentes de los estudsados habitualmente (finales del siglo XIX y p1 imes <tS décndas del XX), y en referencia a países independsentes o con un vínculo colonsal débil.

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14 Los OHfCI~NES DE LA CIENCIA NACIONAL

temas que han sido estudiados desde esta óplica son los siguientes: la conformación de estrategias imperialistas con el concurso de la cien­cia;7la optimización de la explotación económica de las colonias me­diante el empleo de la ciencia;8 1os proyectos metropolitanos para la acumulación de informaciones y de materiales científicos con fines de investigación (Latour, 1987: ch. 6; Polanco, 1990a), o de claro propósi­to económico, político o militar (Frost, 1988; Puerto, 1988; González, 1988); las carreras de científicos metropolitanos en las colonias (Lafuente y Mazuecos, 1987; Peset, 1987; Pyenson, 1984, 1985 y 1987}.

Los estudios realizados dentro de esta perspectiva han arrojado abundantes informaciones e interesantes resultados sobre el colonialis­mo científico y sus modalidades. Estas han dependido de las diferentes estructuras económicas y políticas, así como de las vnrianles culturales y étnicns que caracterizaron a imperios europeos corno el español, el inglés y el francés. De la misma manera, estos estudios también señn­lan diferencias que responden a la particular "arquitectura" que tuvie­ron los sistemas científico y de expansión científica de cada imperio, loe; cuales estuvieron dictados por las peculiaridades de su régimen po­lítico y administrativo, por la ambición y pujanza de su burguesía, por

7. LeWls Pyenson ha formulado la noción de Himper ialismo cultural• y la ha definido de la siguiente manera: "' ... relaciones tanto en territorios metropolitanos como periféricos E'n las que actividades abstractas, culturales, son promovidas creyelldo que al desarrollarse frustrarñn los designios de rivales imperialistas y producirán beneficios económicos y polí­ticos" (Pyenson, 1985: XIV). Entre los casos latinoamericanos estudiados por Pyenson es­tán los de los físicos y astrónomos alemanes que se instalar on en La Plata en la primera década del siglo. Cl propósito que llevó a la Argentina a estos científícos, de acuerdo con Pyenson, contó con el apoyo de las autor ida des políticas y educ;:~ t ivns de Berlín, fJuienes con ello consolidaban unél estrategia para asegurar la presencia alf'mana en Argentina en los campos mllitor, tecnológico y cultural, frente a los intentos simil<tr<'s que rPn lizaban en 1;:~ mismn época los Est<~dos Unidos. De la mism<~ manera este autor ha analiz.,do la difu­sión "misional" de las ciencias en Brasil, analizando el caso del ;:~strónomo francés E. Liais, a mediados del siglo pasado, quien se propuso "'difundir la cultura francesa"; en México, el caso dt> los cientrficos enviados por la Academia de Ciencrél'> de P;:~rís durante la ocu­pélción francesa ( 1864-1867) para "inculcar" ahí el espíritu cientrfico; en [cu;:~dor, el caso de la misión geodésica enviada en 1900, al servicio del ejército francés, como parte de la •misión civiliz<ldora francesa" (Pyenson, 1984 y 1985).

8. Por cj<>mplo, durante el1einado de Carlos 111 España concrbió y puso en marcha un ambicioso proyecto de explotación económica de sus colonias americanas y asiáticas, basado en el reconocrmienlo y explotación de las plantas y drogas, y en la mejoria técnica de la industria C'<lractiva de metales preciosos {plata y oro) de aquellas regiones. Al pro­yecto de exploración botánica se le pensó con importantes " repercusiones económicas, políticas y diplomáticas .. (Puerto, 1992: 249), y al de la minería aureoargéntica " ... para acentuar el carácter colonial de los dominios ultramarinos, [y] fortalecer su dependencia con respecto a Madrid" (Molina, 1986: 81 ). Sobre la estrategía científica general véase: Lafuente, 1992.

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las n~cesidades de su política exterior y de su ilparato militar, etc. (Macleod, 1987; Numbers, 1987; Puerto, 1988; Lafuenle, 1992; McClellan, 1992). rinalmente, también ha sido invocada para dar cuentil de estas modalidades la desigual participación de los imperios en la conformación del corpus de la ciencia moderna. (De Gorlari, 1963: cap. 8; lnkster, 1983; Numbers, 1987; Chartrand et al., 1989)

Estos estudios, a pesar de su diversiciad temática, poseen algunas notas que les son comunes y significativas desde el punto de vista historiográfico. 1\lgun~ls de ellas fueron señaladas por r. Safford en las observaciones que hizo a L. Pyenson (Safford, 1985). Nosotros consi­deramos a esas obse1vaciones susceptibles ser generalizadas " la ma­yor parte de la hisloriogrnfía de la ciencia colonial. Nos referimos al hecho de que en estos estudios ha existido un predominio de la docu­mentación y de otras fuentes europeas, así como un interés por dar seguimiento a las carreras que siguieron fuera de Europa los científicos europeos. Por decirlo así, para esta historiografía el argumento y los personajes del drama que describe son europeos, y las periferias apor­tan únicamente el escenario.9

En la historiografía de la ciencia coloniéll se percibe además, según nuestro punto de vista, la existencia de una afirmación y de dos omisio­nes o ausencias importantes. La afirmación a que nos referirnos ha enfatizado una cuestión fundamental : para la propia comprensión de la ciencia europea es indispensable conocer la suerte que corrió ésta "en tierra de infieles", así como las políticas metropolitanas al respecto. Esta afirmación ha permitido que se supere el simplismo con el qu<' en otras épocas se consideró la difusión de la ciencia. Además, efectiva­mente, este nuevo enfoque ha empezado n echar luz sobre aspectos importantes de la propia ciencia europea antes ignorados o npenas sospechados, como son, entre otros, la naturaleza del proceso de acu­mulación de informaciones y cie materiales científicos en los llamados "centros de cálculo" (Latour, 1987); la forma de operar de éstos a tra­vés de redes internacionales cuyos nudos están en los centros metro­politanos {Lafuente, 1992); el papel decisivo que ha tenido la divulga­ción, la enseñanza y la normalización de la ciencia a través de los textos ''canónicos" para la consolidación de la ciencia europea dentro y fuera de [uropa (Arboleda, 1987; Arboleda y Soto, 1981 ); la import;mcia que tuvieron para la internacionalización de la ciencia las carreras cien­tíficas desarrolladas Outre-Mer (Pyenson, 198 7); etc. En síntesis, el

9. Un ejemplo de ello es el estucfio que hizo Georg e Sa1ton (Sarton, 1943) del viaje científico de A. Humboldt y A. Bonpland a América ( 1 799-1804) y de lns contribuciones que htcieron ambos a la ciencta de la época como consecucnci:~ del mismo, sin sent.rse obligado a referir en ningún momento el contexto americano.

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16 Los OR{OJ~Ni';8 DI\ I..A CIF.NCIA NACIONAL

surgimiento de esta manera de estudiar a la ciencia colonial o periférica ha significado el reconocimiento de la insuficiencia de un enfoque autocentrado como el tradicional, que ideali7aba la expansión geográ­fica de la ciencia, y a la ciencia misma, al considet arias fuera del medio socifl l e internacionfll en que se realizaron. '0

Respecto de las omisiones que encontmmos en la historiografía de lfl ciencia colonial, la primera es de carácter metodológico. Se trata de lfl ausencia del contexto sociohistórico local como elemento explicati­vo de la actividad científica "periférica". 11 Nótese desde ahora la difi­cultad que nos plantea el empleo del término "ciencia periférica", pues el recurso al contexto local demandaría que se considere a la actividad cientffica realizada en Lima, La Habana o en M éxico, por ejemplo, como científica por derecho propio y no por su relación con un "centro" respecto del cual es periférica. En o tros términos, esta historiografía no establece un nexo o vínculo causal entre la actividad científica y el contexto social en el cual ella tiene lugar. Como consecuencia de ello, lo "científico" de lrts actividades realizadas por los científicos que radi­can en la periferia se le ha definido por las articulaciones de éstos y de sus instituciones con los centros científicos metropolitanos, tales como vinculación orgánica, publicaciones, premios y reconocimientos, etc.12

La segunda omisión es de naturaleza netamente ideológica. Nos

1 O. Nathan Remgold y Marc Rothenberg han visto este proceso bajo la óptica de una hegemoní<1 culturnl europea (al margen hasta cierto punto de la hegemonía política y la explotación económ•ca). Estos autores proponen como solución heurística el conside­rar a la crencia como policéntrica y parte de un proceso internacionalista. (Reingold and Rothenberg, 1987: lnlroduction).

1 l . Así lo rPconocen O. W01de Chambers quien scñ<~l<t ''el foco di' la histori;~ coloni<tl dc>be ser la colonia mismn" ( W<Jde Chambers, 1987: 299); igualmente A. Lafuentc y J. S;~ la, quienes afirman por su parte: " los condicionan-lientos locales son decisivos" (Lafuente y Sab, 1989: 394).

12. Un ejemplo es Modesto Bargalló (Barg<~lló, 1955) quiE'n, rl"firiéndosc a Alv\lro Alonso Barba, señala: •oc su vida se tienen pocas noticias <~parte dt> las que se deducen de su libro Arte de los Metales." (p. 223). Por este molrvo Bargalló comsideró conveniente centrar su estudio en los com~onentes técnicos de 1<~ met<~lur gi" de Alonso Barba partien­do de su obra 1mpresa (escrita hacia la mitad de su vida en la provincia andina de Charcas, hoy Bolrvia, y publicilda en 1640), no sin antes scñabr que " ... el cum de Lepí' ..... (Esp<1ña) fue "el metalurg1slil más destacadado del siglo 'MI". Ahora bren, los estudios de). M. Bamadas (Barn<~das, 1986) realizados a p<!rlir de la consull~ a la documentación existente tanto en los archrvos esp<~ñoles como en los de la actual BoliviJ (en Sucre y Potosí), permitieron drsponer no sólo ele una información sobre l;-t "rda y l;-t obra científica de Alonso Bnrba (como lo escrito por él durante la segunda mit;-td de su v1da, su interés por la refom1a legrslativa y de la polrtica minera, su comport<~mrento en l\lnto que hombre del imperio colonial, etc.), sino también de una explici'ldón del ~apel que jugó el contexto social en que vivió quiE>n habia permanecido como un mistenoso person;-tjc par<l la hrstoria. Así, por eJemplo, este autor nos descubre que la actividad científica y tecnológica de Alonso Barba

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referimos al "olvido" que ha hecho la historiografía de la ciencia colo­nial de lo que constituye el hecho fundamental del colonialismo: la explotación metropolitana. Se trata, no obstante, de una realidad insos­layable para el historiador puesto que estableció en el terreno científi­co y técnico, como en otros, una relación de dominación de las metró­polis sobre las colonias. Este tipo de relación ubicó a las colonias en la posición de ser únicamente campo de observación, de experimenta­ción o de obtención de materiales científicos, y a la metrópoli en un centro de acumulación de informaciones, de cálculo, sistematización y teorización científicas (asimetría). En la historiografía esta omisión ha conducido a nociones francamente ideológicas como la de un desinte­rés misionero de Europa en la propagación de la ciencia. Toda forma de relación política, económica o cultural que implique subordinación o dependencia de una nación o sociedad respecto de otra, hace nece­sariamente que la ciencia adquiera una función de dominación desde Id perspectiva de los dominadores. En cuanto a los dominados, la cien­cia puede llegar a jugar un papel liberador cuando responde a motiva­dones locales, como veremos en la segunda parte de este ensayo.

La ciencia colonial estuvo, por lo tanto, determinada por el autoritarismo y la imposición de los intereses metropolitanos en las colonias. la preeminencia de estos intereses le señalaron límites y mo­dalidades esenciales como, por ejemplo, la asimetría entre el centro y la periferia, el practicismo de las metas o localismo, el carácter discipular de la práctica científica, e incluso, la imposición autoritaria de concep­tos y teorías como veremos más adelante. Por ello, la ciencia nacional ha debido abrirse paso "arrastrando" el grillete que le impone la depen­dencia colonial y apoyándose en el propósito patrió tico de los científi­cos. Ni el "progreso del conocimiento", ni los "avances de la civiliza­ción", ni ninguna otra de las fórmulas que se han acuñado para conceptualizar al misoneísmo científico, pueden ocultar el hecho de la explotación metropolitana como el móvil de las empresas científicas coloniales.

Ahora bien, ambas omisiones son graves porque han sesgado el análisis y limitt~do la pcrspectivadel historiador. En efecto, la capacidad analítica y explicativa de la historia se empobrece cuando se pierde de vista que la <lctividad científica realizada en las colonias se produjo en un contexto sociocultural y geográfico definido, bajo la influencia de

" ... constituye un<t muestra del carácter protagónico de Charcas en la Htstoria Universal sin más." (p. 129) Y la causa de esta contribución original del minero y míneralogtsla oriundo de Lepe es profundamente local, puesto que se trata del " ... ambiente social; en concreto [del] minero de Charcas: Ulloma, Lipes, Oruro y Potosí fueron para Alonso las estaciones de una larga mat cha universitaria informal." (p. 130)

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18 Los OR{GF.NES 015 LA CIBNCIA NACIONAL

diversas instancias ciertamente, pero siendo las locales decisivas. '3 Y cuando se igno ra que la ciencia colonial o dependiente estuvo enmarcada por el autoritarismo metropolitano y por sus po líticas de e.xpoliación económica, entonces el ancÍ iisis histórico se torna falso y apologético de una supuesta acción desinteresada y edificante de las metrópolis.

La ciencia nacional

La formulación de la perspectiva analítica que estudia a la historia de la ciencia nacional es más reciente que la que se interesa por la ciencia colonial. Es el resultado de la propia evolución conceptual que siguió la historiografía de la ciencia durante las últimas décadas (Saldaña, 1989b ). Y es, también, una consecuencia de la expansión que tuvieron en la pasada década los estudios históricos sobre la ciencia en antiguas re­giones coloniales como la India, América Latina y la cuenca del Pacífi­co, en donde se están produciendo importantes investigaciones sobre la ciencia que ahí se desarrolló.14 A pesar de ello, el tema de la ciencia nacional se encuentra aún en una etapa que podemos calificar de ini­cial desde el punto de vista historiográfico. Aunque también es cierto que en la actualidad ya se cuenta con un cierto número de estudios empíricos significativos (como en el caso de América Latina), lo cual justifica nuestro intento de hacer una primera reflexión y una ge­neralización sobre ellos.

La formación de la ciencia y de la comunidad científica nacionales si bien es una problemática típica de los países que surgieron de una antigua relación colonial, no es exclusiva de ellos. Como el asunto con­cierne también a la modernización de los países y al hecho histórico de la mundialización de la ciencia, países tradicionales como japón, que

13. Esto no sign~fic<t que un "sector externo" o rnternacional no <tctúe sobre la dmá­mica de la ciencia en las regiones no europeas, sino que éste es uno entre los varios "vectores" que podemos encontrar, y sólo el an5hsis de casos particukl res le asrgn<t el p«>so específico qut> le corresponde. Respecto de un posible uso de la teoría de sistemas en el análisis del sector externo de la historia de la ciencia nacional, véase Saldnña, 1987a; una proposición para valorar el "sector externo .. en la ciencia novohispana, que considera a las condiciones locales igualmente, se encuentra en: Lafuente y Sala, 1989.

14. En estas regiones hoy existe un vigoroso movimiento intelectual y académico interesado en el estudio de la ciencia en su conte~to. En 1982 se fundó la Sociedad Lati· noamericana de Historia de las Ciencias y la Tecnología, la cual realiza congresos trianuales y publica cuatrimestralmente la revista Quipu. En 1985 se fundó la asociación Pacific Circle dedrcada al estudio de la ciencia en el área del Pacífico, realiza reuniones ocasionales y pubhca semestralmente un Newsletter. En 1990 se formó el Science & Emprres Network con sedes en la India y en Francia, y publica semestralmente un Newsletter.

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AcERCA DE I..A lliSTORIA DE LA CmNCJA NACIONAL 19

aunque no estuvieron sometidos a vínculos coloniales son también ahora objeto de la atención de los historiadores de la ciencia nacional (Satofuka, 1990). Más aún, pensamos que la ciencia de otras regiones como Europa central y Escandinavia, y aún la de las provincias de los propios estados europeos monopolizadores del saber en sus ciudades capitales, es susceptible de ser analizada desde una perspectiva nacio­nalista.15 En el caso particular de Espana, ella misma una " periferia" de los centros científicos modernos, bajo el impulso de José María López Piñero(López, 1979) desde hace más de dos décadas se pusieron en marcha estudios de corte nacionalista sobre la ciencia española de la etapa premoderna y moderna para comprender el entorno que la vol­vió posible, y hoy cubren una amplia y valiosa bibliografía. Es por ello que no es aventurado anticipar que los estudios que hoy se están gene­rando en las antiguas periferias sobre su ciencia pasarán a ser, curiosa­mente, esclarecedores de un proceso histórico que afectó por iguül a todas las naciones. Entre la ciencia y la nación o, como antes hemos dicho, entre la ciencia y su contexto existen nexos causales que son epistemológicamente significativos para el historiador. Al tomarlos en cuenta se transita de la noción de "scientific heritage" que relativiza el significado que tiene lo local, a otra, la de ciencia nacional, que rescata la riqueza de las relaciones que establecieron la ciencia y los científicos con su medio.

En lo que respecta a las antiguas regiones coloniales, la ciencia y la comunidad científica nacionales son asuntos íntimamente relacionados con la gestación y la formación del propio estado nacional moderno. En ocasiones, como en los casos de Colombia y M éxico, por ejemplo, la comunidad científica y una efectiva práctica científica nacionalista han antecedido, y verdaderamente como su precedente, al estado in­dependiente (Luque, 1988; Saladino, 1988; Arboleda, 1990; Aceves, 1990; Ramos, 1991 ). [notros casos, como los de Argentina o Japón, la formación de una ciencia nacional ha sido la tarea del nuevo estado (o del estado renovado como en el ejemplo de la restauración M eiji en japón) (Babini, 1954; Satofuka, 1990).

1 5. Estudios de esta naturaleza se han venido realizando aunque han est~do dilig•­dos principalmente a la tecnología. La distinción tajante entre c1encia y tecnología como se sabe es dudosa, y lo es más para épocas pretéritas. Véanse, por ejemplo, los estudios miciados en la dirección de la historia nacional por la rev1sta rumana Noesis a partir de 1973 y libro de C. Giurcscu, Contributions lo the history of Romanian Science and Technique from t/Jt3 1 Sth to the early 19th Century, Bucharest, Bibliotheca Historica Romaniae, l974; otros ejemplos: Technology & lndustry. A Nordic Heritage, J. Hult and B. Nystrom (eds.), Sc1ence History Publications, 1992; los trabajos reunidos en Metropolis and province, op ctt.; l . .t fistea a Pavía ne/1'800 e '900. Scritti di Ciuseppe Belli, G. Bruni (ed .), Umverstta degli Studi di Pavía, 1 988; etc.

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20 Los OR(CENf·~S DE I.A CIENCIA NACIONAL

Esta si tuación nos obliga, por tanto, a distinguir dos momentos en la evolución del nacionalismo científico. El pri111ero de ellos preexiste a la emancipación colonial y a la constitución <fui estado nacional, y tie­ne como motivación aspiraciones libertarias. [1 segundo es el que se des(lrrolla una vez constituído el estado nacional y lo camcteriza su republicanismo (tPs publica). En aquél, la ciencia nacional se abre paso (1 tmvés de los intersticios de la sociedad colonial para cumplir una misión patriótica; en éste, el estado y la sociedad nacionales incorpo­ran a la ciencia como un asunto del interés público.

Ciencia nacional y colonialismo

Ante todo es necesario retomar aquí a las que nntes llamamos omisio­nes ideológica y metodológica. En efecto, su reparación ha venido a constituir el núcleo mismo de la historia de la ciencia nacional. Al extraerse las consecuencias que se imponen (y que están debidamente locumentadas) de la inclusión del colonialismo y del contexto local en a historia de la ciencia de las sociedades coloniales se abrió una pers­pectiva inédita para los historiadores. Su surgimiento vino a enriquecer la analítica histórica aún cuando cuestiones importantes estén aún ne­cesitadas de ulte1:iores investigaciones. Pese a ello ya se han forjado conceptos y un vocabulario adecuado a las realidades que los historia­dores latinoamericanos de la ciencia nacional estudian. Tales son, por ejemplo, las nociones de domesticación, excelencia académica, negocia­ción, localidad, y o tras aplicadas a la ciencia nacional. Al mismo tiempo fue y sigue siendo necesario hacer la crílica de nociones "heredadas" de la historiografía de la ciencia colonial, de las teorías difusionistas y de otras tomadas acríticamente de la historia económica y política (como las de dcpendencin, centro-periferia, etc.).

Un ejemplo de las nociones que hemos heredado, aparentemente inocua, es la que hace depender la vida científica en las colonias espa­ñolas de la ilustración promovida por el rey Carlos 111 (De Gortari, 1963; Moreno, 1984; Peset, 1 qa 7). En la búsqueda del sujeto de nuestra his­toria pareció normal atribuirle todo a un único sujeto. No considerar la renovación cultural y política como parte de un proceso que cuenta con un ''denominador común de opiniones", sino como sólo la expre­sión de una voluntad única, hecha y acabada, que va de arriba para abajo, ha sido un criterio estrecho que magnifica hasta hipostasiarla la acción del Estado borbón, pero que disminuye hasta hacerla desapare­cer la dinámica propia de la sociedad civil colonial. En el siglo XVIII, en los casos de la Nueva España y del Perú, ya no se trataba de socieda­des en proceso de formación en las que la proyección del poder ante los grupos sociales era fundamental, como sí puede haber sido el caso

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AcERCA DB LA HtS'l'ORJA DE LA Cw.NciA NAciONAL 21

bajo el absolutismo en los dos siglos anteriores. [stos virreinatos conta­ban con una infraestructura económica diversificada y un sistema de grupos sociales complejo. Ahora bien, que la función estructurante del estado haya sido importante (Lafuente, 1989) no elimina que en la modernización científica que tuvo lugar en el último tercio del siglo XVIII en América, otros factores que no derivaban de las iniciativas rea­les tuvieran igualmente un papel importante y en algunos casos dete•­minante.

Esto es ve1 da clero en un régimen colonial como el hic;pánico 0n el que la distancia geográfica y la acción del tiempo terminaron por pro­ducir una cierta autonomía en sus colonias. Esta relativa autonomía se expresa en tradiciones intelectuales, culturales y polfticas. H nc:Kionalismo americano se explica de esta manera y como consecuencia del avance de los criollos en tanto que fuerza social con tlmplia base económica capaz de introducir una dinámica social propia. Una de sus manifesta­ciones fue la cultura criolla que, corno dice Carlos Rama (Rama, 1 982), no puede atribuirse sólamente a un propósito ideológico y político o a una influencia extranjerizante, sino que obedece también a la incom­petencia de la cultura oficial española que burocráticamente impedía dar respuestas a los problemas e inquietudes del país y de la época. El criollismo cultural presente en la literatura, la prensa, la religión, las sociedades económicas, la ciencia y la técnica, "se multiplica has­ta asumir rasgos de nacionalismo; por tanto, característico de una situa­ción aspirante a la autonomía y, finalmente, a la independencia, por referirse al centro metropolitano, que pasa a considerarse colonialista" (p. 122).

En vísperas de la independencia, los criollos se llamab;m ya "ameri­canos". El orgullo americano nacía como ponderación <.le los méritos físicos del terruño. Los juicios denigrantes de De Pauw y Buffon para la naturaleza ílmericana y sus habitantes, no hicieron sino estimular la defensa de América. Y aunque las refuta ciones de los hispanoa­mericanos, como dice Gerbi, obedecían a la lógica "del más anqui­losado racionalismo, y casi no aparecen huellas de loe; nuevos concep­tos elaborados por el pensamiento histórico y por el romanticismo" (Gerbi, 1982), bastaron para formar un fondo común de verdades so­bre las cuales habría de levantarse una estado subjetivo de seguridad suficiente para desechar los menosprecios de los metropolitanos. A ello sf'guiría la valoración positiva de los logros intelectuales americanos y las refutaciones como las de Eguiara y Eguren a los ataques del deán Manuel Martí para mostrar el estado de la cultura de las colonias ultra­marinas. El lógico complemento a esta actitud era unn inquebrantable fe en el progreso, a tono además con la filosofía ilustrada. Si bien eran muchas las carencias y la distancia que separaba a América de " la culta

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22 Los ORrGENl~S DE LA CIENCIA NACIONAL

Europa", ello no impedfa que se concibiera un momento posterior más pleno al cual se llegaría con el apoyo de la educación, de las " luces" y de las artes útiles. La obra periodística que se llevó a cabo en la Nueva España, en Perú y en la Nueva Granada tuvo un diseño que empataba con esta noción de progreso. Las agrupaciones e instituciones de en­señanza moderna eran su complemento necesario.

Otros temas del criollismo corno la revaloración y exéll lación del pasado y de la cul tura indígena, el culto a la Guadalupana, la recupera­ción del mestizaje, etc., se incardinaban igualmente para producir una cultura propia de " los españoles de América". Esto expresaba también una situación que cada vez más se volvía intolerable: los cargos públi­cos importantes y otras ventajas en el gobierno virreina! y en la Iglesia estaban reservados para los peninsulares.

La Ilustración americana terminó por adquirir un perfil propio igual­mente. Entre otros de sus aspectos están los siguientes: buscar el lustre y la gloria de los hombres y de las cosas de América; importancia que se le asigna al conocimiento práctico; un interés por la etnografía y la historia prehispánica; un catolicismo que no encuentra obstáculo para amalgamarse con muchos de los temas de la ilustración y que permite a los criollos novohispanos, por ejemplo, proclamar un "guadalupanis­mo" que no es oscurantista. Al mismo tiempo esta ilustración america­na abreva en diversas fuentes europeas pues, rompiendo el cerco inte­lectual de la Inquisición, se aproxima a otras vertientes del pensamiento moderno por la vía de las lecturas en las bien provistas bibliotecas pri­vadas (Osario, 1986), del contacto con los expedicionarios científicos de varias nacionalidades que recorren América y de los viajes de los criollos a Europa. De esta manera, los ilustrados americanos llegaron a armarse con una voz propia para defender su modernidad con pasión. De ello dan prueba las numerosas polémicas que entablaron y la opo­sición firme que presentaron a las iniciativas reales. Un verdadero nacio­nalismo intelectual (Tanck, 1982), surgió de todo este proceso.

Pero, si tomamos en cuenta lo anterior, ¿podremos todavítt con­siderar que la ciencia que se desarrolló en Lima y M éxico desde el siglo XVI, o en Santafé de Bogotá, en Quito y en otras ciudades americanas desde el XVIII, estuvo subordinada a las inciativas metropolitanas? o se antojaría decir: más bien tuvo lugar a pesar y, hasta cierto punto, al margen de ellas. ¿No podemos distinguir acaso la ciencia impulsada desde la metrópoli de la que surgió por iniciativa propia en las colo­nias? ¿No condicionó inclusive a las iniciativas metropolitanas la exis­tencia de una ciencia nacional y la preexistencia de una ciencia autóctona?

Entonces, la idea de que la ciencia colonial deriva de la iniciativa metropolitana, o de que, como afirma Peset (Peset, 1987: 18) siguien-

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AcERCA DE LA HIS'I'OHIA DI!~ t.A CIENCIA NACIONAL 23

do en esto él Basalla, la ciencia colonial es un paso en la dirección de lél ciencia nacional, se vuelve problemática por su limitación principal: su insistencia en que la ciencia es foránea y ajena a las sociedades colo­niales. Quienes han hecho uso de esta noción reconocen como la úni­ca métrica para la ciencia la proporcionada por la ciencia europea. Tal supuesto impide definitivamente comprender la naturaleza de la cien­cia nacional. Pues, en efecto, la ciencia nacional estuvo presente y es significativa aún antes de que desaparezca el vínculo colonial con la metrópoli, como bien lo prueba la existencia de numerosos científicos, bibliotecas e instrurncnlos, publicaciones, investigaciones, polémicas, e iniciativas científicas locales durante la dominación colonial de Espa­ña en Américn. [s decir, en el mundo colonial, en los espacios sociocul­turnles que no eran ocupados por la presencia metropolitann, vemos aparecer un interés por la ciencia motivado por causas locales. Más aún, en los casos de las sociedades coloniales "avanzadas" como fue­ron la Nueva España o Perú desde una etapa temprana de la ocupa­ción española, o la Nueva Granada y otras a mediados del siglo XVIII, la ciencia local adquiere una relevancia mayor y se convierte incluso en la condición de viabilidad de toda actividad científica que ahí se realice (Barnadas, 1986; Saldaña, 1987 y 1993a; Aceves, 1990; Arbole­da, 1991 ). Los proyectos metropolitanos en tales circunstancias tienen que " negociar" con los científicos locales (y éstos con aquéllos) y tener en cuenta su participación y sus propias iniciativas, como lo veremos al referirnos más adelante al caso novohispano.

Referirnos aquí al autoritarismo metropolitano es necesario igual­mente porque caracteriza al vínculo colonial y fue un elemento cons­tante durante la dominación colonial española. En el caso de la ciencia, actuó bajo formas tanto de represión intelectual y física, como ele im­posición de teorías y formas de organización. La represión tuvo conti­nuas expresiones a través del control y la censura ejercidos por la Inquisición para imponer la ortodoxia en materias que no cmn sólo del dominio de la fe, sino también de información científica y el libre ejerci­cio del pensamiento (Pardo, 1991 ). Conocemos, por ejemplo, las expurgaciones que se hicieron de textos y manuscritos, así como algu­nos de los procesos que se incoaron a científicos por posesión de li­bros prohibidos o por haber sostenido ideas contrarias a las permitidas (Trabulse, 1988 y 1989). Igualmente, son conocidas las vías de apre­mio y las condenas pronunciadas que van desde la confiscación de bibliotecas y la prohibición de divulgar por cualquier medio las nuevas teorías, hasta la prisión y la tortura expiatoria por romper con la ortodo­xia. Otra forma de la represión fue la prohibición gubernamental a los periódicos científicos, como en el bien conocido caso de las gacetas publicadas en M éxico por J. A. Alzate.

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24 Los ORfCENF.S DB LA CIENCIA NACIONAL

El autoritarismo se evidenció igualmente en la imposición que "por decreto" metropolitano, se hacía de teorías científicas disputables en su época, como fue el caso del sistema de clasificación y la nomencla­tur,l botánica de Linneo (Zamudio, 1991 ), o el famoso método de Born impuesto en la metalurgia peruana y mexicana (Bargalló, 1955; Malina, 1986 ). También fue frecuente la imposición de españoles peninsulares para desempeñar cargos científicos y académicos en las colonias, como el caso del mineralogista Fausto de Elhuyar en tanto que Director del Tribunal y del Seminario de Minería, violando con ello lo establecido en las Ordenanzas respectivas. O, igualmente, la de Vicente Cervantes como Catedrático de botánica y Protomédico sin poseer el grado uni­versitario necesario como lo disponía el reglamento. De la misma ma­nera se desdeñaron a los científicos criollos para el desempeño de ta­reas científicas y docentes y se ignoraron sus saberes no obstante ser los adecuados para los propósitos perseguidos (Izquierdo, 1958) .

Una situación notable, y sin embargo desatendida por la histo­riografía es que, a pesar de estas restricciones, el entusiasmo por el progreso material e intelectual se abrió paso en la América espanola. El proceso fue lento y la causa de ello fue el aislamiento, las restriccio­nes y el autoritarismo despótico que la metrópoli imponía. Sólo en po­cos sitios había universidades y éstas obedecían a las orientaciones contrareformistas que prevalecieron en España y al más anquilosado escolasticismo. La imprenta, la importación de libros y la enseñanza en general estaban sometidas a la censura inquisitorinl y destinadas, como hemos dicho, a la transmisión de los saberes establecidos y a la propagación de la fe. Más allá de un primer momento -el siglo XVI­en que privó el espíritu de asombro ante la naturaleza de las tierras recién descubiertas, así como un afán por comprender típico del renacentismo y del humanismo utópico del que estaban impregna­dos los primeros hombres cultos que arribaron a América (Vilchis, 1988), el tutelaje metropoli tano fue normalmente reacio a la ·modernidad y autoritario.

Todo esto no fue óbice, sin embargo, para que las ciencias se cultiva­ran bajo un cierto estado de excepción o heterodoxia en el que sobresalieron inicialmente los novohispanos y los peruanos con valio­sos estudios matemáticos, astronómicos, geográficos y metalúrgicos. Sin embargo, su eficacia fue reducida en un primer momento y no lograron trasponer el nivel individual o de pequeños grupos, ya que su estrategia para validar socialmente la nueva ciencia no logró contar durante la larga fase incial con el apoyo de otros sectores sociales (Barreda, 1964; Trabulse, 1988).

¿Cómo pudo entonces nacer un interés por la modernidad, la Ilus­tración, la ciencia y la técnica en medio de tal aislamiento? Esto tuvo

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ACERCA DE LA HISTORIA DB LA CIENCLA NACIONAl .. 25

lugar a través de un proceso acumulativo, lento en sus fases iniciales por las muchas dificultades que hubo que vencer, y acelemdo al final del periodo colonial por el protagonismo sodal que alcanzó la ciencia. [1 impulso necesario sólo pudo venir, además, desde dentro de léls so­ciedades americanas mismas medianeJo conflictos de intereses y nego­ciaciones entre sus diferentes sectores.

[n la fase inicial la aútoformación desempeñó un papel importante, y pudo llevarse a cabo gracias a los siguientes factores: bibliotecas pri­vadas que se integrMon evadiendo las restricciones oficiales y a través del contrabando de libros; publicaciones y periódicos científicos que difundieron las ciencias con el doble propósito de crPar una cultura cien tífica y de promoción social de sus cultivadores; tertulias y socieda­des de amigos del país que se formaron para conocer y transformar las diferPntes regiones americanas. En la segunda fase los científico~ ;nnc­ricanos cuentan ya con una comunidad mínimamente organizada, con un etilos reconocido para sus actividades, con algunas instituciones que ellos mismos han concebido y formado, pero, sobre todo, han lo­grado imponer un protagonismo para la ciencia en la sociedad. Los proyectos locales para realizar una reforma económica y cultural que tuviera en la ciencia nacional uno de sus puntos de apoyo, fueron con­cebidos y puestos en práctica en las principales colonias americanils hacia el final del siglo XVIII con una clara orientación patriótica y refor­mista (Saldaña, 1993a).

Fue en este periodo cuando se conocieron y se asimilaron los paradigmas de la ciencia moderna. Varias fueron las vías por las que tuvo lugar este proceso: el autodidactisrno, la enseñanza en colegios religiosos inicialmente y laícos después, el periodismo y las institucio­nes específicamente dedicadas a este fín. La difusión de las teorías cien­tíficas modernas, tiene en América antecedentes no tables en el siglo XVII, particularmente en los casos de la física, astronomía y matemáti­cas. Sin embargo, esta difusión se generalizó tardíamente hacia la mi­tad del siglo XVIII, y sólo adquirió fuerza en el último tercio del mismo. A partir de ese momento se produjeron una notable actualización de los conocimientos, un interés por su uso práctico e investigaciones en algunas áreas que exhiben una contemporaneidad con respecto a lo que se hacía en Europa en la misma época, como lo atestiguan los casos de la química, la metalurgia y la mineralogía. [1 sistema taxonómico lineano, como en general la botánica moderna y otras ramas de la his­toria natural, así corno la física newtoniana, se difundieron, se discu­tieron y se cultivaron a partir de las décadas séptima y octava del siglo.

Simultáneamente se produjo la "domesticación" de la ciencia al irla integrando y adaptando al contexto americano. En estric to sentido se le hizo adquirir ciertas habilidades como el pragmatismo y el lo-

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26 Los ORfCENES DE LA CIENCIA NACIONAl ..

calismo, o bien la educativa e ideológica. Al principio fueron individuos aislados quienes se interesaron y difundieron la ciencia moderna, te­niendo que actuar no pocas veces al margen de las instituciones esta­blecidas (universidades y colegios religiosos) y hasta en ltt clandestinirlad; después fue en el marco de instituciones laícas de cuño nuevo, y en ocasiones en colegios religiosos, donde se empezó a debatir, enseñar y a promocionar de manera utilitaria a las ciencias. En México, Guate­mala, La Habana, Q ui to, Caracas, Bogotá y en otréls ciudades, como constató Humboldt y como está documentndo hoy, la ciencia nacional era ya una realidad al finalizar la dominación española.

Como era natural esperarlo, los principales centros mineros ameri­canos reunieron antes que otras regiones condiciones socioeconómicas particularmente dinámicas que les llevaron desue una época temprana a la modernidad. /\demás de la ciencia, la técnica también despertó interés en estas regiones, particularmente la relativa a excavacionec; y perforaciones mineras, construcción de túneles y ventilación, desagües, beneficio de metales y acuñación de moneda. Tales fueron los casos sobre todo de Perú y México.

El caso de la Nueva España en el siglo XVIII

En la geografía de la ciencia latinoamericana existen algunas diferen­cias y similitudes entre las diferentes regiones que la integran. Lo acon­tecido en la Nueva España en asuntos científicos y técnicos no sucedió de igual manera en o tras regiones, aunque los rasgos principales si es­tuvieron presentes con diferente magnitud, dependit=>ndo de l,1s circuns­tancias locales (véanse los trabajos reunidos en Saldaña, 1993 ).

En el caso de la Nueva España, el principal virreinato americano desde el punto de vista económico, diferentes aspectos rle la ciencia nacional alcanzaron un mayor grado de estructuración y de concreción como consecuencia de la dinámica social ahí existente. [ n efecto, el crecimiento constante de la economía minera, agrícola y artesanal a pCII tir de aproximadamente 1700 (Brading, 1975), así como la presen­cia de una estructura social y racial en la quC' los criollos adquirieron el liderazgo de la sociedad colonial (al ser el sector capaz de generar riqueza, un movimiento cultural endógeno y una ideologítt nacionalista aglutinadora del conjunto de la sociedad), hicieron que se modificaran las bases en las que descansaba el régimen colonial novohispano y lo llevaran a una crisis definitiva. En su lugar comenzó a surgir una socie­dad que adquiría una cota de autonomía cada vez mayor en práctica­mente todos los ámbitos y una conciencia de sí misma.

La incorporación de las ciencias m odernas en esta parte sep­tentrional de América fue el resultado de la actividad continuada de

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AcRRCA o~o; t.A HisTORIA DE LA CtENclA NAcioNAL 27

varias g~neraciones de científicos novohispanos, quienes, f'n el siglo XVIII, arribaron a formas complejas de organización de su actividad. Durante la primera mitad del siglo se cultivaron en Mé'xico bajo moda­lidades aún "individualizadas" (por oposición a las " institucionalizctdas" que surgieron posteriormente) la geografía, la astronomía, la medicina, la metalurgia y la botánica, así como las artes industriales y la tecnolo­gía. Aunque debe señalarse que los científicos ya no actuaban para entonces únicamente en la capital del virreinato, sino que sus activi­dades y su influencia se habían extendido a variéls partes del territorio y diferentes ciudades del virreinato como Mérida, Puebla, Valladolid, y Zacatecas contaban con grupos de científicos, publicaciones e ins­tituciones que fomentaban su trabajo. Desde el punto de vista del nivel de actualización, los trabajos de esta primera parte del siglo poseen aires modernistas-tradicionales, es decir, se percibe ya en ellos la pre­sencia gradual de la filosofía mecanicista, producto último de la cien-. cta europea.

Respecto de las técnicas y las artes industriales, en esta primera mitad del siglo los inventos y las ciencias aplicadas continuaron progre­sando en áreas como las actividades artesanales (instrumentos musica­les, fabricación de campanas, máquinas para apagar incendios, etc.); agrícolas (molienda de trigo, de caña de azucar, tabaco, etc.); y las artes mecánicas (molinos de mineral, hornos y tornos para la amo­nedación, beneficio de metales, desagüe de minas, fabricación de texti­les, pólvora, loza, etc.). Con ello se pone de manifiesto el desarrollo de los conocimientos prácticos para mejorar e innovar procedimientos, instrumentos, aparatos y artefactos aún dentro de las limitaciones im­puestas por el monopolio que mantenía España sobre la mayor parte de los productos industriales (Sánchez, 1 980). Instituciones como la Casa de Moneda de la ciudad de México {1 732) tuvieron gran impor­tancia para el desarrollo de las artes industriales. El gran volumen de la plata y oro que ahí se acuñaba volvía necesarias continuas mejoras en sus procedimientos y métodos.

Un aspecto interesante de este período fueron las polémicas sobre el valor y las dimensiones de la tradición intelectual mexicana, por cuanto formaron parte y refor7aron el sentimiento nacionalista de la élitc crio­lla novohispana. Un brillante ejemplo lo constituye el caso ya citado de Juan José de Eguiara y Eguren quien reaccionó frente a los menospre­cios y difamaciones de que había sido objeto América por parte del Deán de la iglesia de Alicante, Manuel Martí. Eguiara publicó en res­puesta, en 1 755, la obra erudita Bibliotheca Mexicana que incluía una relación de las numerosas publicaciones realizadas en el país desde la introducción de la imprenté\ en el siglo XVI.

Pero fue a partir de los años setenta del siglo XVIII cuando la activi-

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28 Los OR(GENES DE LA ClENCIA NACIONAL

dad científica en la Nueva España creció considerablemente en canti­dad y calidad. Caracterizaron a este notable desarrollo los siguientes aspectos: la integración de una activa comunidad científica que contó con el apoyo decidido de diversos sectores de la sociedad; la amplia cultura científica verdaderamente ~nciclopédica de sus miembros, así como su preocupación de "estar al día" en las áreas de lo que consti­tuía en la época la f10ntera de la ciencia; la articulación de sus activida­des con otras de carácter técnico, productivo, gubernamental, cultural, ideológico y político; la institucionalización de la ciencia y de la tecno­logía en establecimientos de investigación y enseñanza laicos, sostenidos en todo o en parle por los propios novohispanos; un interés por la divulgación de la ciencia, la educación y las artes "útiles" como ele­mentos de un programa de reforma social, el cual incluía la formación de una cultura científica en el país; un acendrado nacionalismo del que se desprendía un interés por conocer el país, sus recursos y su historia; el establecimiento de relaciones científicas profesionales con personas e instituciones de diversos países europeos y americanos. [1 conjunto de estos rasgos hicieron que la ciencia novohispana adquiriera un per­fil propio frente a la matriz científica europea, pues no se trató de una simple difusión o traslado de la ciencia y de sus instituciones al medio mexicano, sino más bien de una transfusión o domiciliación de la cien­cia en la sociedad. fue el momento en que la ciencia alcanzó por pri­mera vez un verdadero protagonismo en la sociedad novohic;pana.

La comunidad científica que se integró en este periodo tenía sin duda antecedentes muy importantes desde el siglo XVI (Trabulse, 1983). Lo particular de la época a la que nos estamos refiriendo fue que esta comunidad pudo romper con el aislamiento y la marginalidad social al establecer alianzas con diversos sectores de la sociedad novohispana que ahora se interesan por la ciencia moderna y que la apoyan. Esto fue lo que permitió que, por primera vez en México, la comunidad científica se constituyera propiamente corno tal. Otro aspecto dic;tinti­vo fue que los científicos de esta época desarrollaron y consolidaron una ideología que los cohesionaba y les permitió lograr una ascendencia en la sociedad. Esta ideología fue el nacionalismo científico.

El protagonismo de la ciencia en la sociedad novohispana de fina­les del siglo XVI II, y su apego a las costumbres, valores e idiosincracia de la sociedad, fueron el resultado de la domesticación (hacerla "de casa") de la ciencia que entonces se logró. En torno a cuatro ejes pode­mos agrupar los factores que determinaron este proceso de domesticación, éstos son: el primero, la minería así como otras activi­dades económicas; el segundo, las obras públicas; el tercero, la cultura y la educación; y, el cuarto, el conocimiento del territorio, de sus rique­zas naturales y de sus habitantes.

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AcgRcA DR LA llJSTORIA DE LA CmNcJA NAciONAL 29

Como sabemos, el interés por mejorar las diversas técnicas vincu­ladas a la minería y al beneficio de los metales era an tigüo en el país y vital para su economía, y eran muchos los aportes hechos a lo largo del periodo colonial (Bargalló, 1955). Y aunc¡ue este tipo de trc1bajos fue­ron importantes y contribuyeron a mejorar el estado de la minería, se carecía, sin embargo, de una sistemati7ación de los conorimientos ca­paz de enfrentar en todJ su complej idad el problema. Además, la mi­nería se ene ontraba afectada por numerosas trabas de car,ícter buro­cr·ático, problemas de financiamiento, falta de aprovisionami0nto y alto costo del azogue, la pólvora y otros insumas, excesivos impuestos y tributos, una legislación antigua y enormemente compleja, todo lo cual entorpecía y diricultaba el trabajo de las minas. Los mineros ca recí;m de una organización propia que los representara y de medios para ha­cer frente a sus numerosos problemas. La metrópoli tampoco se intere­saba mayorment<.' en resolver esta problemática y sólo se proponía, con las reformas borbónicas, centralizar y aumentar el contro l sobre la plata mexicana (Brading, 1975). La solución a tal estado de cosas, por tanto, no podía darse sin abordar el problema en todc1 su complejidad y sólo los interesados (mineros, comerciantes y científicos) podían pro­moverla. Este fue el paso decisivo.

En 1761 , el jurista novohispano Francisco Javier Gamboa elaboró un plan político y un estudio económico, científico y técnico para la minería,opuesto al de las reformas borbónicas (Trabulse, 1985). Garn­boa representaba el interés de los comerciantes y mineros en contra de los proyectos reformadores personificados por José de Gálvez, cuan­do estuvo éste corno Visitador en la Nueva España y posteriormente cuando fue Ministro de Indias. Los Comentarios a las Ordenanzas de Minas de Gamboa incluían además del proyecto jurídico y económico para la minería, le1 presentación sistemática y completa del método de beneficio "de patio", difundiendo por primera vez algunns técnicas químico metalúrgicas que nunca habían sido dadas a conocer y que sólo eran del dominio de los beneficiadores empíricos, y mostrando su superioridad sobre o tros métodos. En el estudio se proponía también y por primera vez la creación de una escuela que impartiera enseñanza científica (física, química, matemáticas, etc.) a los mineros. La influencia de Gamboa se extendió en la geografía y el tiempo, pues sus Comenta­rios fueron una obra de consulta necesaria para los asuntos mineros en diversos países hasta bien entrado el siglo XIX.

Algunos años después, en 1774, el brillante mdtcmático e ingeniero Joaquín Velázquez Cárdenas de León (1732-1786) y el minero Juan Lucas Lassaga (?- 1786), utilizandq los Comentarios de Gamboa, dieron el segundo paso importante al dirigir al rey una Repre.c:entación en la que nuevamente hacían una descripción del estado lamentable de la

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30 Los ORfCgNES 01~ LA CIBNCIA NACIONAL

minería y proponían un conjunto de reformas financieras, jurídicas, organi7ativas, científicas y tecnológicas. Entre estas últimas estaban la creación de un colegio para impartir instrucción especializada a hijos de mineros y un programa de estudios científicos modernos para for­mar peritos facultativos en las diversas áreas de la minería y de la metalur­gia. Igualmente se proponía la formación de algunos individuos en áreas estrictamente científicas como las matemáticas y la física. En 1 777 con­siguieron la creación del Tribunal de Minería y, en 1783, que se apro­baran las Ordenanzas de minería que recogían las propuestas de la Representación de 1 77 4 y de los Comentarios de Gamboa. En ellas se reglamentaba la actividad minera en todos sus aspectos, y, de la mayor trascendcncin para nuestro asunto, se autorizaba IJ creación de un se­minario o colegio para la minería (aunque quedó "olvidado" lo relntivo a la formación de expertos en ciencias exactas y teóricas) (Izquierdo, 1955) .

El Real Seminario de Minería entró en funcionamiento en 1792 y tuvo como director al mineralogista español Fausto de [lhuyar (1 755-1831). lrt designación de éste (que se produjo violentando los regla­mentos y desplazando a los científicos criollos que habían concebido la institución y solicitado el puesto), y de los profesores de matemáti­cas, física, química, mineralogía que eran también europeos, produjo maiPstar y justificadas protestas entre los más destacados y eminentes científicos del país, como el matemático y astrónomo Antonio de león y Gama. En este establecimiento se inició la enseñan7a regular de va­rias de las ciencias modernas y su existencia significó un triunfo para la comunidad científica del país que había propugnado por él. Por ello, le aportó su concurso el cual resultó vital para su funcionamiento y el logro de sus metas. El Seminario, por otra parle, permitió que se catalizara el importante movimiento cientHico novohispano que conta­ba para entonces con una comunidad científica integrada por un nú­mero considerable de individuos, una tradición, publicaciones, biblio­tecas, inc;trumcntos, colecciones mineralógicas, y una conciencia de sus posibilidades y de su importancia. Su protagonismo en la sociedlld novohispana, además, pasó a ser una realidad social y económica. los egresados del Seminario y otros asistentes a sus cátedras muy pronto, al incorporarse al trabajo en las minas y a otras actividades, fueron la muestra palpable del papel que la ciencia estaba llamada a jugar en la sociedad.

Un hecho importante fue que la vida académica del Seminario se vió trastornada por una serie de hechos: el desinterés que para esa época el nuevo monarca (Carlos IV) tiene por la ciencia, y sus temores sobre el efecto disolvente que podría causar en sus dominios la Ilustra­ción y el ejemplo de la Revolución francesa (Saluaña, 1989a); las gue-

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AcERCA DE t.A H tSTOIUA og L.A CIENCIA N ACIONAL 31

rras europeas que dificul taban las comunicaciones con América y el suministro, por tanto, de los libros, instrumentos, colecciones minera­lógicas y profesores que se solici taban a España; los problemas finan­cieros que aquejaban al Tribunal de Minería como consecuencia de un manejo ineficiente y de los gravámenes y préstamos reales que merma­ban sus fondos. Hubiera bastado alguna de estas causas seguramente, y a mayor razón el concurso de todas, para que el proyecto abortara. Lejos de ello el Seminario continuó funcionando y cumpliendo con las metas propuestas y realizando otras no contempladas inicialmente, pero importantes para la sociedad novohispana gracias a la participación de la comunidad científica local y de otros sectores sociales. El apoyo de los mineros permitió que se subsanaran los problemas económicos de la insti tución. El apoyo de los científicos de la propia institución y de otras permitió que se supliera la falta de profesores que hubo al princi­pio, pues, poco después, fueron los propios egresados del Seminario quienes tomaron a su cargo la enseñanza de varias cátedras en el establecimiento (Izquierdo, 1958). Ante la falta de libros se procedió localmente a la traducción y elaboración de textos especialmente dise­ñados para la enseñanza del Seminario . Entre los primeros debe mencionarse la traducción, la primera que se hizo al castellano, del Tratado elemental de química (1797) de Lavoisier, y entre los segundos un curso de física escrito por Francisco Antonio Bataller. Este texto, Principios de física y matemática experimental (1802), es no table por haber sido el primer texto de física newtoniana propiamente dicha ela­borado con una concepción práctica, es decir, adaptado para ser <lpli­cado a los problemas específicos de la minería novohispana (mecáni­ca, hidráulica, aerodinámica, etc.) (Ramos, 1991 ). Anteriormente los textos de autores novohispanos que se ocuparon de la física moderna como los del jesuita Francisco Javier Clavijero (Physica particularis, 1765) y el filipense Juan Benito Díaz de Gamarra(Eiementa recentioris philo­sophiae, 1774), se encontraban insertos en debates filosóficos y con un enfoque más bien ecléctico (Navarro, 1982). Pero ahora, en cam­bio, la ciencia tiene claras funciones prácticas que desempeñar (ingenieriles en el caso de la física y química) y ha entrado plenamente en una fase de aplicación. Es, además, un instrumento para la educa­ción de un nuevo tipo de profesional: el ingeniero.

En el Seminario de Minería se institucionalizaron las ciencias exac-. tas y matemáticas, y se contó con eminentes científicos como el espa-ñol y luego naturalizado mexicano Andrés Manuel del Río ( 1 764-1849), quien escribió un Tratado d e oric tognosia para uso de los estudiantes y descubrió el elemento químico llamado por él "pancromio" (vanadio) (Rubinovich, 1992). También contribuyeron científicos alemanes corno Ludwig Lindner enseñando química y Friedrich Sonneschmidt quien

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32 Los OR(GBNgs nE LA CIENCIA NACIONAL

escribió en 1805 un estudio químico y mineralógico en lengua alema­na, titulado Tratado de la amalgamación en México, en el que recono­cía la superioridad del método "de patio" y recomendaba su difusión en Europa. En 1803, Alexander von Humboldt visitó por varios meses el Seminario, impartió lecciones en él y se expresó elogiosamente del establecimiento.

En lo que hemos llamado los ejes económico y de las obras pú­blicas, se encuentra la Academia de San Carlos que fue reconocida en 1 785 pero que estaba de hecho en operación desde varios años antes merced, hecho muy importante, a la iniciativn, al apoyo económico y al científico de los novohispanos (Brown, 1976}. Esta academia fue crea­da inicialmente como respuesta a la necesidad de forrnnr grr~badores para la Casa de M oneda, pero muy pronto se vió la conveniencia de ofrecer en ella estudios científicos y técnicos a artesanos y arqui tectos en una ciudad como la de México que rPunía en gran número a estos oficios, y con el propósito de mejorar las fábricas. En este establecimiento se enseñaron matemáticas, dibujo, grabado, pintura, escultura, arqui­tectura e ingeniería a grupos de estudiantes que, en algunos años, lle­garon a sumar más de trescientos. En la Academia sobresalieron los novohispanos José Ignacio Bartolache quien fue su secretario y Diego de Guadalajara (profesor y autor de un texto), ambos eminentes mate­máticos, así como los asesores Joaquín Velázquez Cárdenas de León (matemático y astrónomo) y Fausto de Elhuyar (mineralogista), el direc­tor Geró nimo G il, español, y los profesores a1 quitectos Miguel Constanzó y Manuel Tolsá peninsulares también. Entre los alumnos bri­llantes que egresaron de la Academia están los arquitectos José Damián Ortíz de Castro, Ignacio Castera y José Antonio González Vclázquez. Los profesores y egresados de la Academia (y la propia función de ésta como responsable de autori zar las obras constructivas} fueron los artífi­ces de fortificaciones, edifi cios, acueductos, cnminos, empedrados, des­agües, parques públicos y otras obras como las de ingeniería sanitaria, que en conjunto aportaron al país soluciones importantes para la vida social y económica y el confort de sus habitantes.

Dentro del eje "educación y cultura" tenemos a la actividad pe­riodística que de forma inin terrumpida llevaron a cabo los científi­cos novohispanos desde los años setenta (Saladino, 1988; Aguila, 1988). El sólo hecho de la aparición de este periodismo científico y de su permanencia, é1 pesar de la censura y las prohibiciones del gobier­no virreina!, nos revelan el interés que existía en varios sectores de la sociedad novohispana por las " luces" y la formación de una nue­va mentalidad entre la élite. En el terreno educativo la aparición de nuevas instituciones de corte moderno como el Seminario de Mine­ría, la Academia de San Carlos, el jardín y la Cátedra de Botánica, en

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Acr.HcA m: LA lltS1'0RJA m~ J.A CmNctA NACIONAL 33

las décadas ochenta y noventa, vinieron a materializar <:'l ideal ilustra­do que hací(l de la ciencia el instrumento pdra, ademc1s de alcanzar el progreso material, combatir la ignorancia, el fanatismo y la supers­tición.

Ya con anterioridad a la creación de est4ls instituciones, algunos colegios 1 t'ligioc;os Uesuitas principdlmente) enseñaron ciencias en los breves momentos en que se produjo cierta libertad y apertura (como en MoreliCl y Queretaro, por ejemplo), lo que hizo que algunos de sus profesores que habían viajado a Europa o logrado un(l autofonnflción enseñaran la filosofía moderna desde una perspectiva ecléctica, así como las ciencias. No obstante, la represión que ejercían las propias órdenes como en los Cflsos de Pére7 Calama y Díaz de Gnmmra (Cardozo, 1973; Jart~rni llo, 1990; Ramos, 1991 ), la expulsión de los jesui tas del vi rrE'inato en 1767, y, sobre todo, la falta de un sustento social verdnde­ro ¡.>ara estas iniciativas hicieron que estos intentos no llegaran a plas­marse en una enscñt'tn7a institucionalizada de las ciencias como la que tuvo lugar algunos años después.

Una ve7 que se institucionalizó la enseñanza de la ciencias en esta­blecimientos laicos, fue en el terreno cultural e ideológico donde se consiguió el mayor impacto. lds "artes útiles" que como hemos visto orientaban al programa reformador criollo, tuvieron a pesar de todo resultados escasos, como consecuencia de las incoherencias que resul­taban ele la propia ntlturale7cl del vínculo colonial, aumentadac; además en CStl época por la centralización administrativn y el autoritarismo que introdujeron las reformas borbónicas (Fiorescano, 1976 ). En el terreno de la minería, por ejcmplo,fueron pocos los casos en loe; que se logró incidir verdaderamente en el mejo ramiento técnico de las explo tacio­nes. El propio cnrácter de la rropiedad minera, entre otras causas de tipo administrativo y político, hizo que sus propietarios consideraran como asunto ele su sóla incumbencia las cuestiones técnicas, y que recha7aran las innovaciones que les proponía l:lhuyar en su can.ícter de director del Tribunal de Minería,con una arrogancia, por otra parte, que le fue reprochada. (Saldaña, 1987)

[n cambio los nuevos establecimientos, ben0ficiándosc del terreno que les había sido preparado previamente por varias décadas de inten­sa actividad y divulgación científica criolla, despertaron aún más el ape­tito de la éli tE' novohispana por asimilar a la modernid<ld. En el lapso de pocos t~tios se formó una generación de científicos y hombres de cultu­ra que provenían de distintas profesiones (médicos, boticarios, aboga­dos, arquitectos, clérigos, etc.), y asistían en gran número como "aficio­nados", "porcionist(ls" o practicantes a las cátedras científicas, llegando algunos de ellos a brillar con luz propia en el horizonte cultural de la colonia: José Mariano Mociño ( 1757-1820) en ciencias naturales; José

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34 Los ORJCENES Dl~ LA CII~NCIA NACIONAL

Luis Montaña (1 755- 1820) en medicina; Manuel (otero ( 1775-1830) en químictl, cte. [ste efecto cultural que puso en c.ontacto con la cien­cia y el pensamiento ilustrado a un gran número de mexicanos, no busc..ado por las políticas o ficiales, fue de gran trfiscendencia para la vidcl novohisp,ma ele finales de la colonia y un félclor de importélncia para la consolidJción de la ideología independentista. No está demás rec..ordar que un buen número de estos ilustrados novohispanos par1ici· paron, y algunos murieron, en la Guerra de Independencia ( 181 0-182 1) alléldo de los insurgentes.

finalmente, el eje "conocimiento del ten itorio y sus riquezas natu­rales y humantls" constituyó un de los rasgos más acusados del nacio­nalismo ilustrado americano. Este sentirHiento telúrico que ata a los hombres nacidos en un territorio a su entorno, o aún J los llcgéldos a él como tlCOnlcció con muchos europeos que se "na turalizaron" ameri· c..anos (el bohemio Leopold Hancke en Charcas; los f'spañoles Vicente Ccrvélnlf's y Andrés Manuel del Río en México, y José Celestino Mutis en la Nueva Granada, el portugués Antonio Parra en Cuba, etc.), se encuentra en la base del importante trabajo científico desarrollado en árc>as como la botánica, zoología, paleontologífl, minemlogía y geolo­gía, por lo quc> respecta a la naturaleza americana, y antropología, ar­queología, linguística e historia por lo que hace al hon1bre y la socie­dad americanos.

[stc interés por el territorio y sus habitantes tenía unél motivación doble. Por una parte estaba la meramente cognoscitiva, acti tud que se imponía ante una realidad inmediata y familiar a los americanos, pero que no formaba parte normalmente de la ciencia establecida (euro­pell) que la ignoraba, o inclusive la menospreciaba hasta llegar a esta· blccer la in feriorid;,d de la naturaleza, el hombre y la sociedad america­nos (De Pauw, Robertson, Buffon, Martí, etc.). Por la otra, un propósito pragmá lico: beneficiarse de los recursos existentes orientitndo los al bien común de l. "patria del criollo" (pues los interesec; socieconómicos y c..ulturalcs de otros segmentos de la sociedad como los indios, mestizos y mulatos no fueron considerados) (Martínez, 1982).

Para ambos propósitos fueron muy importantes los trabajos carto­gráficos, lac; observaciones de astronomía ele posición y de fenómenos astronómicos, los viajes y expediciones de reconocimiento, las descrip­ciones de la fauna y flora, la herborizaciones y clasificación de plantas, las colecciones mineralógicas y la prospección de energéticos, el estu· dio de enfermedades, entre otros, realizados por los científicos novohispanos que permitieron un conocimiento pormenorizado de su tierra y sus proc.luctos. De igual manera, en el ámbito humanístico, fue­ron importantes los estudios y colecciones de objetos arqueológicos; los diccionarios de lenguas indígenas; las descripciones de las costum-

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AcgRcA or~ LA lli~'ORJA m~ LA CJ~<~NCJA NACIONAL 35

bres, religiones y formas de vida de poblaciones nativas; la cronología indiana y la histo1 ia de las instituciones y de la cultu1 a novohispana. Estos estudios fueron realizados por individuos imbuídos del ideal ilus­trado y cfp una ideología nacionalista. Frecuentemente eran los mis­mos que se interesaban también por la natural~za (Estrella, 1989; González, 1989).

La creación del Jardín Botánico (1788) como parte de la [xpedición Botánicc.1 a la Nu~va España (propuesta desde México por el médico español Ma1 tín Sessé), resultó una iniciativa muy importante para el conocimief1lO d~ la riqueza Aorística del país (Zamudio, 1991 ). Aun­que en estas iniciativas privó en su fase inicial el autoritarismo carac­terístico de la Corona y la búsqueda de su beneficio exclusivo - lo cual valió a este proyecto enfrentamientos graves con la Universidad, el Protomedicato y con individuos como Alzate, sobre aspectos jurídi­cos, organizacionnles, económicos y teóricos- , la Expedición, el jardín y la Cáteclrn ele bolc1nica que le estnba asociadtt, terminaron por in­corporarse plenamente a la vida científica novohispana. La cátedra dió instrucción moderna a médicos y boticarios, así como a muchos "cu­riosos". Los exp~di<.ionarios recorrieron diversas partes riel país y Gua­temala, realizando una importantísima labor de desCJ ipción, clasific,l­ción taxonómica y acopio de especímenes de la flora mexicana. En esta labor colaboraron distinguidos miembros de la comunidad ci~ntí­fica mexicana y le aportaron ayuda, destacando sobre todos el médico novohic;pano José Mariano Mocino. Mociño además de haber parti<..i­pado en las principales jornadas de la expedición en territorio novohispano y guatemalteco, visitó y describió también en sus aspec­tos botánicos, antropológicos y linguísticos a Nutka en la costa de noroccidental del continente (Vancouver). M ás tarde, en Madrid, tuvo a su cargo la organización, en vista de su edición, de los materiales producidos por la expedición y dirigió entre 1808 y 181 2 el Gabinete de Historia Natural. Presidió también la Academia de Medicina. De esta manera M ociño pasó a ser el tercer americano con responsabilida­des en organismos científicos metropolitanos, pues antes de él el pe­ruano Francisco Dávila había sido el primer director del Real Gabinete de Historia Natural, y en 1804 Francisco Antonio Zea, originario de Medellín y discípulo de Mutis, había sido nombrado Director del Jardín Botánico de Madrid.

Para cerrar esta parte, observemos que ante una realidad para la que no existían recetas de comportamiento previamente elaboradas, correspondió a los propios americanos inventar las soluciones adecua­das a su problemática y con sus propios recursos. Para conseguir la validación social de la ciencia se siguió un proceso difícil de negocia­ciones entre diversos sectores de la sociedad a partir de las estrategias

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36 Los OR{GC:NES DE LA CIENCIA NACIONAL

elaboradas por las élites intelectuales. Al encon trar inte1loc.utores interesados en la modernización cultural, econórniGl y política, los cientí­ficos incorporaron a sus prácticas el ideal ilustrado de reforma social domesticando para Pilo a la ciencia y la ilustración europea. Sólo así se logró trascender el plano de la cul tura científica erudita, individual o de pequeños grupos,y se consiguió su institucionalización inicial y su pre­sencia en la sociedad.

En consecuencia, podemos establecer que la incorporación de la ciencia moderna a la sociedad novohispana y en general americana se produjo en interacción con el contexto social local, lo cual determinó que la práctica científica adquiriera un estilo característico que le fue propio. Además, hacid finales del siglo XVIII y principios del siguiente, la ciencia llegó a alcanzar un papel protagónico en las transformacio­nes sociales que se produjeron en la región america na y pasó a ser uno de los agentes cul turales y materiales del cambio.

Finalmente, la incorporación de la ciencia moderna a la sociedad también se produjo cuando se estaba constituyendo un tramado social nuevo que no se correspondía más con el régimen político colonial que había regido hasta entonces, y que desplazab;J a secto1 es enteros de la sociedad (criollos pobres, mestizos e indígenas) ahora emergen­tes. A su manera, la ciencia mexicana pugnaría también por la libertad, la independencia y la república, único marco en el que la ciencia po­dría desarrollarse y cumplir una función social.

La ciencia nacional y el estado nacional

Como señalamos con anterioridad la ciencia nacional en América Lati­na se desarrolló en uos momentos principales que la historiografía ha empezado a estudiar. En el primer momento, el marco colonial tuvo un papel determinante y aportó a la ciencin sus rasgos principales, como son: la autoformación de los científicos y la formación gradual de su comunidad cuya eclosión se produce en el siglo XVIII; la institucionaliza­ción incipiente de marcado corte practicista y loca lista; la domesticación de conceptos y teorías; el patriotismo y la ideología nacionalista, etc., a los cuales nos hemos referido en la sección nnterior. [n el segundo momento es la emergencia del estado nacional idependiente la que le proporciona sus características esenciales, como son la naturaleza bu­rocrc1tica de la práctica cienúfica, 16 el encuadramiento de ésta dentro

16. El calificativo "burocrática" en referencia a la ciencia republicnna no tiene aquí un énfasis peyorativo; se refiere a la relación que guarda con la actividad gubernamental.

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AcFHCA DL~ LA HrSTORJA DE LA CIENCIA NAc tONAL 37

de políticas científicas nacionales y su institucionalización republica na. Desde luego varios aspectos de la primera fase se continuaron durante la segunda rll propiciarse las condiciones que permitieron su des(lrro­llo, como, por ejemplo, el patriotismo y la búsqueda de la utilidad prác­tica en la ciencia con fines sociales.

l a época que podríamos llamar de "la genernción de la Indepen­dencia", es decir, la que• va de 181 O y hasta los años sesenta aproxima­damente, hasta ahora había presentado a los historiadores clifícultades para su abordaje. Inclusive algunos declararon que de esta etapa "poca cosa" había que retener y que la actividad científica que había tenido lugar inmediatamenlf' después de la independencia americana mostra­ba signos estagnación o, inclusive, de franca invo lución. La novedad esencial de este periodo generalmente pasó desapercibida y prevt11e­ció una tradición que se remonta a la historia positivista decimonónica (Saldaña, 1987b), que ubicabt~ entre el segundo tercio y la mitad del siglo XIX la nueva etapa para la ciencia americana. En el caso mexicano se consideraba que no había sido sino hasta la restauración de la Repú­blica {1867), y posteriormente con la constitución de un gobierno fuer­te, el establecimiento de una paz social mantenida por largo tiempo (1874-1910), y la adopción de la filosofía positivista, que se habían fi­nalmente reunido las condiciones necesarias para el cultivo de la cien­cia nacional ( Gortari, 1963 ).

Sin embargo, vistas las cosas desde la perspectiva metodológica que estamos analizando la historia de la ciencia inmediatamente poste­rior a la Independencia se presenta bajo una luz diferente. [ n efecto, <1l haber introducido al contexto local y, para este período, a la políliGl1

en tanto que elementos explica tivos de la actividad científica, resulta posible, por una parle, el establecimiento de relaciones Cflusales entre aquéllos y ésta. Por otra parte, como suele acontecer cuando un vimje epistemológico acontece, las antiguas fuentes se pudieron " leer'' de una manera diferente a la habitual. Más aún también nuevas fuentes fueron incorporadas al análisis desde el momento en que se buscaba algo diferente también.

Con tales elementos, en la actualidad se empieza a integrar una visión de la ciencia nacional no imaginada por la historiografía anterior. Se están (lbriendo nuevos campos de investigación. 17 Se nos empiezt~ a revelar un mundo hasta ahora insospechado de conceptos y teorías científicas que tuvieron vigencia en su momento; de personajes e insti­tucionP~ hasta ahora no considerados, o no considerados bajo el ángu­lo de la historia social de la ciencia; de actividades y resultados científi-

17. Un buen ejemplo de ello son las monografías que el lector encontrará en este libro.

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38 Los OR(GgNRS og LA ClgNCIA NACIONAL

cos cuya importancia no debe desestimarse, sino por el contrario valo­rarse contextualrnente por su significado para la vida del país; de nexos e interrelaciones usualmente desatendidos entre por una parte los cien­tíficos, la ciencia, la técnica y, por la otra, el estado y otros actores sociales, que son fundamentales para entender la experiencia científica nacional. Este nuevo enfoque y la investigación factual a que ha condu­cido, en conjunto proporcionan una comprensión más cercana a lo que acontC'ció y m~nos apriorística. l os esquemas habituales respecto de las causas del atraso científico y técnico latinoamericano, la depen­dencia del exterior, la ausencia de una cul tura cientí(ica y la prevalencia de la cultura humnnística, el desvinculamiento ciencia-sociedad, etc., que en gran medida provienen de la problemá tica contemporánea, se les hn utilizado con demasiada liberalidad para interpretar el pasado. El momento parece haber llegado para restituirle al pasado científico na­cional la dignidad de ser un objeto de estudio interesante por sí mismo, es decir, a partir de sus propias circunstancias y con las categorías que le son propias. No cabe duda que sobre esta base la historia de la ciencia latinoamericana estará en condición de romper con dos actitu­des que, aunque opuestas, han primado alternativamente sobre la vi­sión del pasado: la beatería sobre "nuestros científicos" y el menospre­cio de la ciencia nacional. Superar este estado ele cosas creemos que ayudará para obtener una imagen menos ideológica de la historia de la ciencia nacional, y útil para nuestra comprensión del presente.

La ciencia y la tecnología en los nuevos estados americanos

los procesos de emancipación política de las naciones latinoamericanas surgieron y se consolidaron entre 181 O y 1826 (exceptuando el caso de Cuba). En la mayoría de los casos la independencia se consiguió al término de una guerra más o menos prolongada y cruenta con España. Simultáneamente a la lucha armada tuvo lugar otra revolución en la conciencia de las sociedades americanas, producto tanto de las fuer­zas transformadoras que venían actuando desde el final de la época colonial, como de las que se desataron con los movimientos de inde­pendencia mismos. Esta revolución fue de naturaleza intelectual y polí­tica, y condujo a concebir la plena soberanía de las naciones y no más la defensa de los derechos fernandinos. Igualmente permitió que ad­quirieran forma los fines potíticos cuya realización sería la tarea de los nuevos estados. la historia constitucional de América latina expresa esa nueva mentalidad que emergió a partir de 181 O, en la cual la cien­cia tuvo un lugar importante aunque poco conocido hasta ahora.

Inicialmente recordemos que el interés por la ciencia en ~1 periodo inmediatamente anterior a la independencia americana (ue el resulta-

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AcERCA 01~ LA H ISTORIA or. LA C1F.NCJA NAciONAL 39

do de diversos factores locales, y un resultado de los proy~c- t os de reforma social concebidos por los sectores criollos, inconformes con la situación de aislamiento y marginación que les imponía España. fntrc• tales proyectos estuvieron la reforma de la minerí,, en México promo­vida inicialmente por r rancisco Xavier Gamboa ( 1 761) y más tarde por Joaquín Velazquez de León y Juan Lucas Lassag,, ( 177 4) a nombre del gremio de la minero; la reforma de la educación en Lima promovida José Baquíjano y José Toribio de Mendoza (1786), y de la medicina y cirugfa por Hipólito UnJnue {1 792); la promoción socirll criolla y el desarrollo de una ciencia patriótica que encabezaron los nalur,1listds Francisco Zea y Francisco José de Caldas en la Nueva Granada finisecular; la reforma de la llledicina llev(lda a C(lbo por el rnéclico [ ugenio Espejo en Quito, entre otros (Lastres, 1953; /\lbornoz, 1 964; Baternan, 1978; Chenu, 1988; Estrella, 1988).

Actuando a través de las sociedades econón ticas y de amigoc; del país que se constituyeron por esa época, o como individuos vincula­dos a sectores sociales interesados en la reforma, los científicos promo­vieron la ciencia orientada a fines patrióticos, es decir, útiles (Sal.:1clino, 1988). A ese respecto fue particularmente importante la difusión de la ciencia que hicieron a través periódicos científicos que ellos mismos crearon en México y Lima inicialmente, y luego en La llabana, Santa Fe, Guatemala, Quito y en otras capitales igualmente. [n estas publica­ciones se difundían no ticias sobre las nuevas teorías y sobre las aplica­ciones útiles de la ciencia, así como los resultados de sus estudios so­bre lo~ recursos naturales, la geograiía, In industria, la economía, la salud y la población de las rf'giones americanas. Esta labor de divulgación sirvió para socializar el proyecto reformador que estaba implícito en la modernidad ilustrada que entonces se propagó por todo el continente. En esta nueva etapa, como vimos anteriormente, se percibe ya el naci­miento de un nacionalismo científico.

El momento decisivo para la domiciliación de la ciencia moderna en América se produjo cuando sus promotores lograron un protago­nismo social para ésta hacia la década de 1 780. l as alian7as que esta­blecieron con varios sectores de la sociedad (ntineros, comerciantes, etc.) permitieron que se pusiera en marcha un proceso de institucionalización inicial exitoso en buena medida. Entre las nu0vas instituciones que cultivaron con un sentido práctico la física, la quími­ca, la astronomía, la botánica, la mineralogía, así como la medicina y la cirugía, estuvieron el S<?minario de Minería ( 1 792) y el Jardín y Cátedra de Botánica ( 1788) de M éxico, el Observatorio de Bogotá (1 803 ), y el Colegio de Cirugía y Medicina de San Fernando de Lima (1815). Otras mds, sin embargo, como el proyecto para crear una universidad públi­ca en Santa Fe, quedaron en aquel momento final del siglo XVIII corno

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40 Los ORfcgNES DE L.A CIF.NCIA NACIONAL

proyectos que no lograron viabilidad en el marco colonial y su sis tema económico y cultural central izado.

En el lapso de pocos años se produjeron los primeros frutos de esta institucionalización inicial de la ciencia y técnica modernas. Se for­maron las primeras generaciones de científicos y técnicos profesiona­les poseedores de una plena conciencia del valor que representaba la ciencia para la sociedad; se realizaron investigaciones prácticas sobre los recUI sos naturales, las industrias, la geografía, la población y la eco­nomía de las diversas partes de América. Estos estudios tuvieron en algunos casos una repercusión inmediata en sectores como el minero, textil, agrícola, etc., pero, sobre todo, contribuyeron a mostrar la viabi­lidad como naciones independientes de las colonias españolas.

En consecuencia, al iniciarse el siglo XIX en pnícticamente todas las regiones de la América española existía un movimiento por la cien­cia y por las "artes úti les". Se contaba con un número significativo de científicos que integraban una comunidad en el interior de sus países y una red de comunicación y de intercambio (a través de los periódicos científicos) entre las distintas colonias. Surgieron también instituciones especialmet"'le dedicadas al cultivo y enseñanza de las ciencias. En al­gunos ámbitos como la química, la historia natural, la geografía, la mineralogía y la astronomía, se conseguían inclusivE' resultados valio­sos. Además existía entre sectores sociales cada vez más amplios una conciencia de lo que podía esperarse de la ciencia para el progreso y bienestar de la sociedad. Todo ello entusiasmaba a los hombres de la época y los hacía concebir grandes esperanzas para sus países. De esta manera el patriota y científico neogranadino Francisco José de Caldas se sentía movido a escribir desde su nativa Popayán, en 180 1: " ... estoy seguro que al expirar el siglo XIX no tendremos que envidiar a la me­trópoli su ilustración".

Menos de una década después se iniciaron los movimientos de independencia en las naciones americanas. Los científicos, proba­blemente por el contacto que habían mantenido desde décadas atrás con el pensamiento moderno y por el conocimiento que habían alcan­zado de la realidad americana a causa de sus estudios, fueron sensibles desde el primer momento a los ideales de libertad que movían a los insurrectos y apoyaron su causa. Varios de ellos, adem5s, participaron de manera particularmente activa en las guerras de independencia apor­tando sus conocimientos para los fines de las guerras emancipadoras. Tal fue el caso, por ejemplo, de Caldas quien participó en la conspira­ción que desencadenó en Bogotá el levantamiento del 20 de julio de

•1 81 O, y, en tanto que científico, prestó grandes servicios a la guerra de independencia como ingeniero militar y como redactor del Diario Polí­tico, el primer periódico republicano. Más tarde, cuando la reconquista

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AcERCA DE LA HIRTORJA DE LA Cu~NCrA NACJONAL 41

f:'spañola de 1816, fue fusilado conjuntamente con otros patrio tas que di igual que él habían estado vinculados a la [xpcdición Bot,ínica (l o7a­no, Ulloa, de Pombo). Otro ejemplo es el del grupo de egresados del Seminario <.Je Minería de México int ,grado por Chovel, Valencia, jiménez, D5valos y el filipino rabié, que se incorporaron en Guanajuato

· a las tropas de Miguel Hiddlgo en 191 O. Ellos fueron sacrificados igual­mente.

El nacimiento de las nuev(ls naciones despertó en lodos los casos espe1 anzas de que lél ciencia pudiera ser fomentada adecuad(! mente, superándose el abéllirniento en que el régimen colonial la dejaba. Ade­más los científicos sintieron que su hora había llegado pd ra re(llizar sus t:~mbiciones cognoscitivas y de promoción social durante l<mto tiempo postergadas. No era menos importante su propósito, compartido por otros scctorf:'s sociales igualmente, de alcanzar mediante la ciencia y las artes útiles " la felicidad pública". De esta manera, los nuevos esta­dos indepPnclientes, como parte de la refonnJ liberal que animaba a sus líderes, no dej<~ron de hacer explícito su interés por el desarrollo de la educación, la ciencia y la tecnología, así como su decisión de élpo­yarse en ellas para lograr los fines sociales y políticos que se proponían. Con ello la ciencia y la técnica dejaban de ser un asunto privado como h.1bín sido el caso bajo el régimen colonial y pasaban a ser un asunto de interés público.

Es interesante observar también que los científicos tuvieron un pa­pel destacado, una vez iniciada la etapa institucional, en el diseño de las nuevas naciones. Varios se desempeñaron corno diputados en las asambleas constituyentes y dejaron en el trabajo legislativo su impronta particular, pues generalmente quedó reconocida la importancia que tendría la educación y IJ ciencia p<lra 1(1 formación de las nuevas n.1ciones.Tales fueron los casos de Jorge Tadeo lozano y Camilo To­rres en Cundinamarca, en 181 2; de Ber nardino Rivadavia en Argentina en 181 O y 1826; de Hipólito Unánue, José Pezcl y Miguel Tafur, entre otros, en el Perú en 1822; de Valentín Gómez Farías en M éxico en 1824.

Inclusive algunos de ellos alcanzaron las más altas magistraturas en sus países, contribuyendo con ello a la realización del proyecto repu­blicano en el estaban empeñados y en el que la ciencia tenía, en su opinión, un lugar. En Colombia, el eminente zóologo, matemático, y colaborador de Mutis en la [xpedición Botánica, jorge Tadeo Lozano fue el pr irner presidente del Estado de Cundinamarca y a él correspon­dió promulgar la primera Consti tución que declaraba la plena ind~pen­dencia y estipulaba fundamentales medidas de fomento a la educación y la ciencia (Cáceres, 1987). En PerúJ el general San Martín desde su entrada a lim<~ llamó al ilustre médico y naturalislcJ Hipólito Unánue

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42 Los OHfGt·.NI~S nr~ LA Clf:NCIA NACIONAL

par-.1 formar parte, en calidad de ministro, del primer gobierno indepen­diente. En 1826, Simón Boliv<Jr nombró rninic;tro nuevnmente a Unánue, quien más l<lrde llegó a ser el Presiden le del Consejo de Ministros. Durante su gestión se crearon la Direccción General de Estudios y el Museo de Historia Natural (Arias-Schreiber, 1971 ). En México, en 1833, el distinguido médico Valentín Gómez Farías encabezó el gobierno li­beral que introdujo muy importantes reformas en el terreno educativo, clauc;urando la c1ntigua Universidad de Mé)xico y substituyéndola por establecimientos científicos modernos rlcdicados, entre otras mrllcrias, a la medicina, las ciencias físicas y naturales, y a la geografía y la esta­dística (Gortari, 1963; Lozano, 1991 ).

Un hecho que no ha recibidola r1tención que merece, n pcsnr de ser fundamental, es que la ciencia es consustnnci<t l (l la concepción y formación de los estados nacionales en América Latina. Y, correlativa­mente, que las políticas públicas de ciencia y tecnología han sido deci­sivas para estas actividades en los países, a la vez que un fac tor deter­minante para la legitimación misma de los estados. La actividad científica y técnica, de hecho y de derecho, pasó a ser para las naciones lt~tinoa­mericanas el medio de acción privilegiado para la creación de la igual­dad republicana a través de la educación de los ciudadanos. Igualmen­te, para estructurar y desarrollar la economía en un sentido inédito que co11dujera a la superación los acendrados y pe1 judiciales vicios buro­cráticos y centralizadores heredados de la colonia. Se buscaba con la ciencia poder dotar al estado nacional de los medios necesarios para su ejercicio gubernamental, o, lo que es lo mismo, para la justificación racional de su poder (Saldaña, 1989).

En efecto, una comparación entre l a~ constituciones latinoa­mericanas muestra la similitud que existe cnt.re C'llas en cuestiones como la educación, la ciencia y la tecnología. En los textos constitucionales se estableció, por una parte, la soberanía de los estados al señalarse que ésta residía en el pueblo y su ejercicio en la representación nacio­nal (congreso, ast~mblea, etc.). Por otra rarte, se [)Uso en mLinos de los estados el fomento a la educación, a la ciencia y a sus instituciones con propósitos republicanos, es decir, corno medio para alcanzar el bien común. Lo anterior quedó asentado, entre otras, en las constituciones de Caracas de 181 O, de las provincias neogranadinas (Cundinamarca, 1 unja, Antioquia y Cartagena, etc.) de 181 O; en las de México de 1814 (Apatzingán) y de 1824; en la de Bolivia de 1826, y en la de Argentina de ese mismo año.

Entre los primeros actos del movimiento libertario latinoamericano estuvo el establecimiento del Estado constitucional acorde con el pen­samiento filosófico-político liberal de la época (Maquiavelo, Bodino, Bacon, Hobbes y Montesquieu, entre otros). En los textos constitucio-

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Acr~RCA oK LA HISTORIA og I.A CmNClA NACIONAL 43

nales de caua país se cncuC'ntra, en consecucnciJ, la definición políticc1 que la nnción se da sí misma y que, a pesar de variaciones intcrvenidtls en el tiempo, exhibe una continuidad en tanto que proyecto histórico nacional.

Antes de proceder al análisis de algunas constituciones latinoame­ricanas es necesario señalar que la demanada de ciencia por parte del sector económico estuvo prácticamente ausente tanto en la etapa ini­cial ele la vida nacional como en épocas posteriores. Esta circunstancia es un resultado de las características df' la organización económica heredada de la colonia que por su decaimien to, centrali7ación e ineficiencia fue refractmin a la modernización (Bushnel, 1 989). Fste hecho caracteriza la difícil circunstancia en la que nacieron a la vitla independiente las naciones americanas. Si a lo anterior se suma la ines­tabilidad impuesta por las guerras de independencia y de reconquista, y la derivada de las luchas internas por el poder de la etapa republicana inicial, el conj unto resultante condicionó de un modo particular la estructuración y la organización de la ciencia latinoamericana. En efec­to, ¿cuál fue el factor que promovió y organizó la actividad científica y técnica en la etapa fundacional de las naciones latinoamericanas? Evi­d<'ntemente fue el Estado republicano quien tomó a su cargo la activi­dad científica nacional por razones tanto ideológicas (en consonancia con las doctrinas filosófico-jurídicas modernas en que se sustentaba), como políticas.

Nuevamente sobre el tema constitucional, en Cundinamarca, y en lo que luego fue el territorio de la Gran Colombia (Ecuador, Venezuela y Colombin}, el tema de la ciencia y la técnica quedó expresada en la Constitución expedida en Bogotá por el Colegio Constituyente y Elec­toral en 181 1. Esta ley suprema a la vez que declaraba la plena inde­pPndencia de la región respecto de España, estipulaba que quedaban bajo la protección del Poder Ejecutivo los establecimientos destinados a la educación, al fomento de la industria, el comercio, etc., a fín de alcanzar la " felicidad común". El Título XI de la Constitución se ocupa­ba de la Instrucción Pública, señalándose, entre otras, la obligación del Estado para la creación de una Sociedad Patriótica que promoviera " los ramos de la ciencia, la agricultura, industria, oficios, fábricas, artes, comercio, etc." Igualmente se ordenaba el fortalecimiento de la Expe­dición Botánica y la enseñanza de las ciencias naturales, así como la creación de una universidad pública y de colegios seculares.

En México la primera constitución se proclamó en medio de las batallas que libraba el ejército insurgente comandado por José Ma1 ía Morelos en contra de las tropas españolas. Se trató del Dec1eto Consti­tucional para la Libertad de la América Mexicana, o Constitución de Apatzingán, de 1814, en la cual se estableció la soberanía del Estado

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44 Los ORfCFlNES DE LA CIRNCIA NACIONAL

mexicano al afirmarse que " ... la soberanía reside originariamente en el pueblo, y su ejercicio en la representación nacional. .. '' (Art. s~). De manera análoga a las demás constituciones que hemos mencionado, la de Apat7.ingán establecía que "La instrucción, como necesé'·u itJ a todos los ciudadanos, debe ser favorecida por la sociedad con lodo su po­der" (1\rt. 39). Y respecto de la ciencia y la tecnología esté'lblcda:"Ninglln género de cultura, industria o comercio puede ser prohibido a los ciu­dadanos ... ". Señalaba la obligación del estado de "Batir mo neda, deter­minando su materia, valor, peso, tipo y denominación; y adoptar el sistema c¡ue estime justo de pesos y medidas", y de "Favorecer todos los ramos de industria, facilitando los medios de adelantarla, y cuidar con singular esm ero de la ilustración de los pueblos". Igualmente co­rrespondía al Estado 11 Aprobrar los reglamentos que conduzcan a la sanidad de los ciudadanos ... ", y 11 Atender y fomentar los talleres y maestrnnzas de fusiles, cañones y demás arnws: las fábricas de pól­vora, y la construcción de toda especie de útiles y municiones de gue­rra." Esta constitución elaborada por un congreso que debió cambiar varias veces de sede por causa de la guerra, estuvo v igente en el terri­torio en poder de los insurgentes por vmios meses. No obstante, se le considera la fuente o riginal de la soberanía y el derecho mexicanos.

La Constitución Federal mexicana de 1824 se el,1boró una vez que la independencia y IJ república fueron consolidadas. La Ilustración y el liberalismo entonces vigentes impusieron su sello característico, pues señalaron al estado responsabilidades respecto de la educación de los ciudadanos y del fomento a la ciencia y a la industria. Lo mismo acon­teció con las divers<ts leyes, decretos y reglamentos que al respecto se expidieron en la primera república federal (1824-1836).

Los autores de esta constitución reconocían que los preceplos constitucionales eran el resultado de la doctrina moderna que contiene " .. .las bases constitutivas de las asociaciones humanas [y] los derechos perdidos del género humano." Por ello afirmaban en la exposición de motivos:

Ha llegado el momento de aplicar estos principios, y al abrir los mexicanos los ojos al torrente de luz que despiden, han declara­do que ni la fuerza, ni las preocupaciones, ni la superstición, serán los reguladores de su Gobierno. H an dicho, con un escri­tor fi lósofo, que después de haber averiguado con Newton los secre tos de la naturaleza; con Rousseau y Montesquieu defini­do los principios de la sociedad, y fijado sus bases; cxlcndído con Colón la superficie del globo conocido; con Franklin arre­batado el rayo de la nubes para darle dirPcción, y con o tros genios creadores dado a las producciones del hombre una vida

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Acr:RcA 01·: 1.11 1 liRTOHJA DI~ LA CmNCJA NACIONAL 45

indestructible y una extensión sin límites; finalmente, después d<? hab<'r puesto en comunicación a todos los hombrpc; por mil lazos ele comercio y de relaciones sociales, no pueden ya tole­ra' sino gobiernos análogos a este orden, creado por tantas y tan preciosas adquisiciones.

la refer<?ncia <?xplícita, y reveladora, que se hac<? en este texto a científicos de la Revolución Científica como Newton, o a científicos arne1 icanos, como rranklin, así corno a los teóricos dPI [slado moder­no, obdPce al propósito de inlitarlos: realizar una revolución política de la mismn envergadura y con una orientación r<lcional similar es lo que pretendieron pélra México los autores del estado n(lcional. [ 1 arre­glo de los (ISUntos sociales y políticos del país sC> pretende que sea an~logo ni nuevo 6rden establecido en el plano del conocimiento por las ciencias n.Hurales y sociales. Esta es la tarea civilizadora que el [sta­do debe asumir por mandato de su representación ntlcional, apoyán­dos<? en la ciencia. Por eso se afirma más adelante: "exige de noc;otros grandes sJcrifidos, y un religioso respeto a la moral". [ n efecto, para lél concepción filosófico-política que orienta a los constituyentes c;c trata de una dimensión ética del quehacer político fomentar " la educación de la juventud" y obedecer el mandato constitucionc.1l de "promov(~r la Ilustración" (1\rt. 50, fracción 1). Ninguna interpretación o subterfugio, se éldviel te, " hiJOS dPI escolasticismo de nuestra educación", deberá eludir su cumplimiento, o, de lo contrario, "renunciemos ya al derecho de ser libres".

En el mticulado de la Constitución se encuentran scñal,tdas las dis­tintas áreéls de competencia científica y tecnológica del Fstildo, en los capítulos rel.1tivos él las facultades exclusivas del e ongreso general y a las obligélcion('S de los Estados. De esta manera se imponen, entre otras, la obligación de ¡xomover la ilustración en el país; la erección de esta­blecimientos p.1ra la enseñanza de las ciencias, <utes y lenguas, y de colegios militares; presc>rvar los derechos de autor y de patentes; el fomento de las obras de ingeniería de interés público; la determinación de un sistema uniforme de pesos y medidas; conceder p1 emios y recom­pensas a los graneles hombres y por servicios a la patria; informar cada Estado de los ramos agrícola, mercantil y fabril de su región y de los medios para fomcnlat los (Sc1ldaña, 1989).

De esta mancrfl, al amparo del orden constitucional que se creó en América latina fueron numerosas las iniciativas que los estados to­maron para hacer nacer o bien sostener e impulsar el esfuerzo científi­co y técnico. fn la Gran Colombia al fren te del Estado estuvieron Simón Bolívar y rrancisco de Paula Santander, y promovieron la formación de un museo, de una cátedra de botánica y de una escuela de minas para

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46 Los ORfCEN~S OE LA CIENCIA NACIONAL

Bogotá. En esta institución se imparlirían conocimientos químicos y mineralógicos modernos, reuniendo para ello, y gracias a las gestiones del botánico Francisco Antonio Zea y de Alexander von Humboldt, a científicos europeos y americanos. De hecho la ciencia y la tecnología fueron una política de estado, tal como se puede apreciar en la Ley de Instrucción Pública de la Gran Colombia, de marzo de 1826: "En cada Universidad debe haber una biblioteca pública, un gabinete de historia natural, un laboratorio químico y jardín botánico con los asistentes ne­cesarios" y las cátedras correspondientes (arl. 35).

De manera análoga se procedió en los demás países. [n Argentina, que hasta entonces había tenido un desarrollo científico mínimo, a par­tir de 1.1 Revolución <.le mayo de 1 81 O la )unta de Gobierno señaló la necesidad de crear un establecimiento para formar a la juventud en el que participariln los hombres sabios y patriotas del país. Entre las inicia­tivas que se tomaron estuvieron las siguientes. [ n 181 O Manuel Belgrano, quien era vocal de la junta, instaló una escuela de matemáticas costea­da por el Consulado (que agrupaba a los comerciantes de Buenos Ai­res). Poco después el directorio creaba la Academia Nacional de Mate­máticas por cuenta del estado. José de San Martín dispuso la creación en Mendoza del colegio de la Trinidad en donde se deberían enseñar, entre o tras disciplinas, física, matemáticas, geografía y dibujo. Bernardino Rivadavia fue quien impulsó definitivamente la institucionalización de la ciencia desde la época de su participación en la junta gubernativa, y más tarde como presidente de la República. A él se debe la creación de varias instituciones para cultivar la ciencia y la medicina modernas, desembocando en la creación de la Universidad de Buenos Aires en 1821 ¡ en Perú, San Martín proclamó ltl independencia en 1820 y asu­mió el mando con el título de Protector. lnmediatnmente dispuso que el Colegio de San Fernando que había sido el centro de renovación dcntífi ca se llamara en lo sucesivo Colegio de la Independencia (Babini, 1954).

En Bolivia, como parte de su labor organizativa del nuevo estado Antonio José de Sucre llevó a cabo una reforma de la educación supe­rior mediante una serie de leyes promulgadas entre 1825 y 1827. [n tal virtud se dispuso la creación de colegios de artes y ciencias en las prin­cipales ciudades de la república. En 1827 se creó el Instituto Nacional de Artes y Ciencias con la finalidad de "trabajar por el progreso, la enseñanza y la divulgación de las ciencias, las artes y las bellas letras". Hacia 1827 se inició, por otra parte, la enseñanza de la medicina en Chiquisaca, Cochabamba y La Paz con una orientación moderna. Tam­bién en ese año se impuso la enseñanza obligatoria de las doctrinas de Tracy, D'Holbach y Bentham, como forma de combatir el escolasti­cismo y el fanatismo religioso con las teorías recionalistas, materialistas

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AcERCA 01~ t.A IltS'l'OHtA og t..A Cu~NClA N ACIONAL 47

y utilitmistas de los siglos XVIII y XIX (Condarco, 1978). En Colombia igualmente fue importante la reforma de la educación que llevó a cabo Santander, de ncuerdo con las ideas de Bentham.

La reforma de las universidades sudnmericanas heredadas de In Colonia fue también pnr te de la política que llevaron a cabo los gobier­nos nacion.des. En Caracas, en 182 7, contando con la participtlción del médico José María Vargas, se formularon nuevos C'Slatutos para la uni­versidad. [ n ellos se estipulaba, entre otras cosas, que qued,1ba abolida la discriminación racial -así como la exigencia de " limpieza de san­gre"-, social y rel igiosa para ingresar a la universidad. En lo docente se procedió a ltt reforma de las cátedras, sobr e todo lns de medicina y matcmMicns. 1 n lo económico, se dotaba a la univcrsidctd ele un patri­monio propio. Una reforma análoga impulsó también Bo lívar en Q uito, Truj illo y /\requipa. En 1828 se autorizaron nuevamente en Bogotá al Colegio del Roc;ario y al de San Bartolomé para impartir cnseñJnza superior, pidibndoseles el los catedráticos competentes que redactesen tex tos propios para la enseñanza universitaria. [ n Guayaquil se formó una escuela náutica (/\rciniegas, 1984; A rends, 1986).

En México, la política científica y tecnológica seguida por el go­bierno estuvo animada por el mismo espíri tu que campeó en los textos constitucionales antes ci tados. La tarea fundamentnl de aquel momento fue la educar al ciudadano y formar a los técnicos que necesitaba la república. Subsidi,uiamen t~, con el apoyo de la ciencia y de 1" tecno lo­gín, se buscaba contribuir a la felicidad pública. Respecto de la cues­tión educativa varios decretos entre 1824 y 1826 dispusieron la refo r­ma y mejoría ele la instrucción pública elemental, lc1 nctualización de la enscñan7a de 1" medicina, el apoyo a la enseñanza ele las ciencias (Jar­dín Bo tánico, Colegio de Minería) y de las técnicas (Acíld<.'mia de San Carlos), ele la enseñanza militar y naval, así corno la cr€'ación ele nuevas profesiones como l ~1 de ingeniero geógrafo. D esde 1822 se dispuso la creación sociedades patrió ticas en varias ciudades del país para que coadyuvaran al propósito de desarrollo de la induslria nclcional. En 1828 se autori7ó la creación del Museo Nacional.

Fn prá<.ticamcntC' todos los ámbitos de la acción gubernamentc1l se puede observar la utilización que se hizo de la ciencia y de la tecnolo­gía y, como r€'sultado de ello, la promoción que resultaba para estas actividades. Un ejernplo de ello es la polí tica minera que empezó en­tonces a perfil ilrse, sobre todo a partir de la creación de la Sección de Fomento en la Secretaría de Relaciones In terio res y Exteriores; igual­mente acontece con los intentos para iniciar la modernización tecnoló­gic~l de la industr ia a través de un banco para su financiamiento en 1830. En el terreno de las obras públicas también se piensa en la reno­vación técnica. Un renglón que recibe también especial atención es el

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48 Los OR(CENl!:S DF: LA CIENCIA NACIONAL

relativo a la formación de estadísticas de la federación y ne los estados, relativas a la población, la salud, la agrícultura, la ganadería, la hacienda públict~, etc., así como el reconocimiento geográfico del extenso te­rritorio nacional (Sc~ldaña, 1989; Rodríguez, 1992). Lo mismo i:lCOntece con respecto al desarrollo de las vías de comunicación, otro impor­tante asunto sobre el cual se volcó el interés de los primeros gobiernos nacionales, acudiéndose al conocimiento técnico respectivo. Se forma­ron, por ejemplo, dos comisiones técnicas para la elaboración de un proyecto que contemplara la construcción de una vía de comunica­ción interoceánica por el Istmo de Tehuantepec.

Probablemente la expresión más acabada del propósito de fomentar la ciencia por parte del estado mexicano haya sido el Instituto de Cien­cias, Literatura y Artes, el cual fue inaugurado el día 2 de abri l de 1 826 (Rodríguez, 1989). El Instituto contaba con 50 miembros de número, entre los que se encontraban científicos de la talla de Andrés del Río (geología ) y José Manuel Cotero (química), y hombres de cultura y formación científica o técnica como Lucas Alamán, José Espinosa de los Monteros, Juan Wenceslao Barquera y Andrés Quintana Roó. El Instituto contaba además con corresponsales en todos los estados de la República y con corresponsales extranjeros, tanto en Europa (Humboldt entre ellos) como en las nuevas repúblicas americanas (so­bre todo sus libert(ldores como Bolívar, Sant~1nder y Rivadavia). Los miembros honordrios estaban encabezados por el presidente de la Re­pública, el gener.1 l Guadalupe Victoria y por el vicepresidente, el genP­ral Nicolás Bravo. El reglamento del Instituto fue aprobado por el Con­greso y el Supremo Gobierno aportó " todo el apoyo" para su puesta en marcha. En el discurso inaugural pronunciado por Andrés Q uintana Roó se dijo que el Instituto estaría destinado "no á enseñar 6 profesar una ciencia ú arte particular, sino á cuidar del adekmtamiento y perfeccion de todas, formando un cuerpo compuesto de personas de una capacidad distinguida que, cornu nicandose sus luces y descubri­mientos en todo género, puedan ponerse en estado de generali zar en el pueblo el gusto de la instruccion". En este propósito se puede apre­ciar el interés por cultivar las ciencias no sólo por sus aplicaciones prác­ticas sino, también, por sí mismas. Además, la filosofía que orientaría a esta institución, en coincidencia con la del estado, era la de "proteger y fomentar las luces". La creación de institutos como éste en los estados de la República fue autorizada igualmente por la Constitución de 1 824 y en varios de ellos empezaron a funcionar de inmediato.

En contlusión, Id adopción de políticas de ciencia y tecnología des­de el nacimiento de los estados latinoamericanos, elaboradas con el propósito explícito de realizar con tales armas la transformación de la sociedad y la formación del nuevo ciudadano, abrió una nueva etapa

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Acr~RCA m~ LA HrsTOJ<IA 01~ LA CmNctA NACIONAL 49

para la ciencia y tecnología en América Latina. La ciencia abandonaba además de su carácter privado, su carácter enciclopédico dieciochesco para convertirse en una ciencia hasta cierto punto burocrática, muy cercana a los intereses políticos. Una característica muy señalada de esta etapa, y de o tras posteriores, fue el indispensable patronato y pro­moción de los estados a la actividad científicay técnica. Esto era el resultadode la fi losofía política que inspiraba a las nuevas naciones, pero también ele la ausencia de otros demandantes como pudieran haberlo sido l<l industria o la agricultura. En efecto, estas iniciativas fue­ron sólo estatales y lo siguieron siendo por mucho tiempo.

Las difíciles circunstancias económicas y sociales que derivaban de la herencia colonial, la inestabil idad social que sobrevino a la independencia y la debilidad de los nacientes estados, impidieron que las acciones científicas y tecnológicas previstas se ret~lizaran en su inte­gridad en ese momento. Para la tercera década del siglo una parte de los proyectos concebidos por la independencia latinoamericana habían fracasado o se encontraban en un estado de postración. No obstante, y esto es lo importante, la libertad y el régimen republicano habían mostrado su capacidad para confonnar un ambiente favorable para la ciencia. Nunca antes como en los primeros años de vida independien­te en estas tierras se había concitado tanto entusiasrno por el saber científico y técnico, ni se habían concebido programas de desarro llo utilizando integralmente a la ciencia y la tecnología. Por su parte, la ciencia y la técnica habían dejado ver su potencial y lo que las socieda­des y el estado podrían esperar de ellas. De ello daban prueba la volun­tad política expresada en el órden constitucional y las abundantes inicia­tivas para desarrollar y aplicar el conocimiento científico y técnico. Pero la realidad económica y el casi permanente estado de guerra civil im­pusieron sus límites en esta primera etapa.

De cualquier manera en el momento auroral de la vida indepen­diente en América Latina entre ciencia y política, entre saber y poder, nació un vínculo que sería duradero y decisivo para ambas esferas. Se iniciaba un proceso histórico de doble cara: la cientifización de la so­ciedad por un lado y la politización de la ciencia por el otro. Para me­diados del siglo XIX el triunfo político y en algunos países también mili­tar de los liberales, condujo a concebir la utopía científico tecnológica del progreso. En ese contexto la ciencia y la tecnología renacerían en América Latina retomando las experiencias del pas;tdo inmediato y lle­nando de contenido los propósitos de la generación de la Indepen­dencia.

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