53
No tiene sentido aplicar normas morales a las cosas que sólo pueden suceder de una manera. No podemos decir que el fuego es malo, sino que quema; que el agua es buena cuando riega y mala cuando inunda, sino que nos beneficia o nos perjudica; que el hongo productor de la penicilina es bueno y el virus del SIDA es moralmente malo, sino que sus estructuras y funcionamiento biológicos tienen consecuencias buenas o malas para nosotros. Es cierto que usamos estas expresiones habitualmente, pero lo hacemos en un sentido figurado. Ni el fuego, ni el agua, ni la penicilina, ni el virus del SIDA pueden actuar de un modo diferente al modo en que lo hacen en cada caso concreto. La imposibilidad de elegir modos de actuación diferentes hace imposible valorar estos objetos desde el punto de vista moral. Sin embargo, sabemos que los seres humanos somos capaces de actuar de muchas formas ante cada situación y que, por eso, nuestros actos son valorables moralmente. ¿Es todo lo humano valorable moralmente? Algunos autores han distinguido, intentando ser coherentes con lo dicho en el párrafo anterior, entre actos humanos y actos del hombre. Los actos del hombre son aquellos que no tienen significado moral, los que no podemos

Actos morales y sus caracteristicas

Embed Size (px)

DESCRIPTION

 

Citation preview

Page 1: Actos morales y sus caracteristicas

No tiene sentido aplicar normas morales a las cosas que sólo pueden suceder de una manera. No podemos decir que el fuego es malo, sino que quema; que el agua es buena cuando riega y mala cuando inunda, sino que nos beneficia o nos perjudica; que el hongo productor de la penicilina es bueno y el virus del SIDA es moralmente malo, sino que sus estructuras y funcionamiento biológicos tienen consecuencias buenas o malas para nosotros. Es cierto que usamos estas expresiones habitualmente, pero lo hacemos en un sentido figurado. Ni el fuego, ni el agua, ni la penicilina, ni el virus del SIDA pueden actuar de un modo diferente al modo en que lo hacen en cada caso concreto. La imposibilidad de elegir modos de actuación diferentes hace imposible valorar estos objetos desde el punto de vista moral. Sin embargo, sabemos que los seres humanos somos capaces de actuar de muchas formas ante cada situación y que, por eso, nuestros actos son valorables moralmente. ¿Es todo lo humano valorable moralmente? Algunos autores han distinguido, intentando ser coherentes con lo dicho en el párrafo anterior, entre actos humanos y actos del hombre. Los actos del hombre son aquellos que no tienen significado moral, los que no podemos elegir -respirar, hacer la digestión y cosas por el estilo-. Los actos humanos son aquellos que podemos o no escoger. Pues bien, actos propiamente morales son sólo estos últimos.

ACTIVIDAD 1: Compara las acciones de un ladrón de joyas y una urraca (un pájaro de la familia de los cuervos que tiene la costumbre de llevar a su nido todos los objetos brillantes que encuentra). ¿Podemos valorarlas de la misma manera? ¿Por qué?

Los actos morales son actos humanos, voluntarios, que podemos elegir realizar o no, y que podemos valorar según las normas y criterios morales que hayamos asumido previamente. Ante la posibilidad de elegir, el primer elemento de estos actos que se nos muestra es la existencia de un motivo para los mismos. El motivo es la causa directa de la realización del acto, la respuesta a la pregunta '¿por qué?'. Además, este tipo de actos tiene un fin, esto es, la representación o anticipación mental del resultado que se pretende alcanzar con la acción.

Page 2: Actos morales y sus caracteristicas

El fin se hallaría respondiendo a la pregunta '¿para qué?' Pero la finalidad que se pretende conseguir con cualquiera de estos actos ha de conseguirse de algún modo. Cuando hablamos de los pasos que hay que seguir necesariamente para completar el acto moral, para conseguir el fin propuesto, estamos hablando de los medios. Estos se hallan respondiendo a la pregunta '¿cómo?' El elemento que completa la estructura de los actos morales es el resultado efectivo de los mismos, sus consecuencias.

Podemos distinguir entre motivos conscientes y motivos inconscientes. Los primeros los pensamos antes de que nos hagan actuar. De los segundos no tenemos esta representación previa a la actuación: pueden ser derivados del hábito, del capricho o de la misma biología del ser humano, pero también pueden ser aquellos que no nos atrevemos a reconocer ni ante nosotros mismos, y que ocultamos tras de otros más dignos que los justifican -a veces, por envidia o celos, atacamos a otras personas, y lo hacemos convencidos de que éstas actúan mal y deben ser reprendidas-. Contrariamente a lo que pudiera parecer, la inconsciencia de los motivos no anula totalmente el carácter moral de un acto humano.

Aunque a veces puedan confundirse, los motivos y los fines no son lo mismo. El fin de una acción es la representación anticipada de sus consecuencias, lo que se pretende conseguir con dicha acción. En este sentido, es un elemento fundamental para la valoración moral de la misma. Dependiendo de que la finalidad de nuestros actos, nuestra intención, sea buena o mala, así serán también los mismos.

ACTIVIDAD 2: Intenta establecer los motivos y los fines por los que pudieron manifestarse millones de personas contra la invasión de Irak por Estados Unidos en el año 2003.

Por otra parte, no basta con la intención. Nuestras acciones se desarrollan en la realidad y, por tanto, dependen de la utilización de unos medios y producen unas consecuencias. La elección de los medios adecuados para la consecución de nuestros fines es fundamental para la valoración moral de nuestras acciones. Podemos afirmar que el fin no justifica los medios y, en este sentido valorar negativamente toda

acción que utilice malos medios.

ACTIVIDAD 3: Haz un breve informe para iniciar un debate con los argumentos que usarías para justificar tu respuesta a la siguiente cuestión: "¿es justificable utilizar la violencia como medio para obtener algo?"

Las consecuencias reales de nuestras acciones son también muy importantes para valorarlas moralmente. Como seres con conciencia podemos prever en gran medida estas consecuencias y, al menos, estamos obligados a intentarlo. Por ejemplo: cuando nos excusamos por alguna acción culpando a otra persona esto influye sobre su reputación, cuando dejamos el grifo abierto mientras nos cepillamos los dientes estamos tirando unos cuantos litros de agua potable a las alcantarillas, cuando recogemos el agua del suelo del cuarto de baño después de ducharnos evitamos que otra persona tenga que hacerlo...

La conciencia de las posibles consecuencias de nuestros actos es importante para la valoración moral de los mismos, pero la ignorancia de éstas no siempre nos exime de toda responsabilidad. A veces es imposible prever determinadas consecuencias de algunas acciones, pero, en general, no sólo es posible sino que estamos obligados a conocerlas. Por ejemplo, si una persona está tomando medicamentos, debe informarse sobre los efectos de los mismos y sobre los alimentos y bebidas que no puede consumir mientras los toma. La ignorancia de esos efectos e incompatibilidades no hace que la persona sea menos responsable de las consecuencias de ignorarlos. Sin embargo, el camarero de un restaurante no es responsable del daño que pueda sufrir esa misma persona por tomar algunos de esos alimentos y bebidas incompatibles con su medicación.

ACTIVIDAD 4: Confecciona, junto con tu grupo de trabajo, una lista de situaciones en las que estamos

Page 3: Actos morales y sus caracteristicas

obligados a conocer las posibles consecuencias de nuestros actos, (por ejemplo: beber alcohol cuando se va a conducir).Por acto moral se refiere al mismísimo acto humano que despliega cualquier ser humano como puede ser dormir, jugar o practicar un deporte, entre otros, pero evaluado y considerado a través de la ética, en cuanto a la bondad o maldad que reporta y esto entonces es lo que termina convirtiendo al mismo en un acto moral.El acto humano moral consiste no solamente en que quien lo despliega se de cuenta y sea consciente de lo que está haciendo o a punto de hacer, sino lo más importante! que será tener en cuenta y saber de la relación que ese acto tiene con la ética, es decir, cómo esta a través de sus proposiciones finalmente lo juzgará, en bueno o malo, tal como señalamos más arriba.Para aclarar la cuestión será mejor mencionar un ejemplo…Asistir a una reunión de amigos no es un acto que per se sea considerado como malo, sin embargo, si en el momento de la reunión en realidad deberíamos estar trabajando, tal acto no será considerado éticamente bueno por parte de la ética, porque en este preciso ejemplo que les estoy dando, en realidad, no es que se faltó al trabajo porque alguna causa de fuerza mayor, como puede ser la enfermedad propia o de algún familiar la hayan motivado, sino más bien la irresponsabilidad o la necesidad por satisfacer un deseo propio son los que movieron a realizar la mencionada acción humana y a ojos de la ética, al no estar orientada a la realización de algún bien o hecho altruista, sino más bien motivada por el egoísmo, entonces, se la considera como un acto moralmente malo.De lo antedicho se desprende que el principio general que debe movilizar a todo acto moral es la realización del bien y la evitación del mal, aunque muchas veces esto signifique e implique pasar por arriba del propio placer y deseo, o sea, que quede claro, que el placer, la diversión, etc. no están mal ni constituyen actos amorales, sino que en realidad cuando estos se contraponen con el deber moral y se anteponen a la vida, al amor, al respeto de los demás, a la verdad, al bien, entre otros, entonces ahí si se convierten en un acto amoral.

 

El acto moral

 1)    El bien como perfección de la persona

 La moral es una ciencia dirigida a valorar el comportamiento humano; es, pues, una ciencia

práctica.  Como toda ciencia práctica, recibe sus fundamentos inmediatos de la ciencia especulativa que estudia su objeto.  Por tanto, toda doctrina moral está en estrecha dependencia con la antropología en que se sustenta.  Cuando la encíclica Veritatis Splendor estudia el acto moral, confrontando la doctrina de la Iglesia con algunas teorías morales actuales incompatibles con su Magisterio -particularmente las llamadas 'teleologismo", "consecuencialismo" y "proporcionalismo"-, sus consideraciones, sin dejar de referirse a la moral, a la vez la trascienden, en el sentido de que afectan a la noción misma del hombre.  En efecto, al tratar de los fundamentos mismos del obrar moral, la referencia antropológica es obligada, y pone de manifiesto que las diversas concepciones de la moral suponen a la vez diferentes antropologías de las que se parte.  Toda la exposición de Juan Pablo II tiene como base la que podríamos llamar "antropología católica" -que viene a coincidir con la que se suele designar "antropología tradicional"-, mientras que las teorías enfrentadas parten de una concepción del hombre que acusa influencias de distinta procedencia, pero en las que predomina una noción del hombre de cuño protestante[1].

 El hombre es un ser que, por el mismo hecho de ser, tiene una perfección y una dignidad acorde con su naturaleza.  Pero, a la vez, es un ser "inacabado", en el sentido de que es capaz de una ulterior perfección a través de sus actos -perfección fundamentalmente espiritual, pues corporalmente padece un declive inexorable-, que se hace posible merced a esa propiedad de su naturaleza que es la libertad.  Esa posibilidad de autoperfeccionamiento proporciona una razón de ser a esta vida: le da sentido, de tal forma que la perfección moral se convierte en su fin- y, además, hace posible que mantenga íntegra su dignidad humana, ya que la alternativa -el obrar mal- atenta contra su dignidad y la degrada.  "Es precisamente mediante sus actos como el hombre se perfecciona en cuanto tal, como persona llamada a buscar espontáneamente a su Creador y a alcanzar libremente, mediante su adhesión a Él, la perfección feliz y plena" (VS, 71).  Nos encontramos aquí con el fundamento mismo de la moral.  Fundamento que lo es en primer lugar de la moral natural.  Pero, aunque el cristianismo introduzca elementos de carácter decisivo, no altera sustancialmente el panorama en este aspecto.  Lo que introduce es la noción del hombre caído y redimido.  Caído por el pecado original, pero no destruido en su naturaleza, cuya herida por tanto no le impide hacer el bien libremente, aunque lo dificulte.  Redimido por Jesucristo, recibe la gracia en su mismo ser, que respecto a su obrar, como a su ser, es elevante y sanante, destinándonos a un bien superior, a la vez que facilita el obrar que se dirige al bien, sanando así en varios aspectos la herida producida por el primer pecado. 

La visión protestante del hombre es muy distinta.  Al contemplar como definitivamente corrompida la naturaleza humana por el pecado original, no queda al hombre capacidad de autoperfección alguna.  Y la gracia no remedia esta situación, puesto que en su visión es algo extrínseco al hombre -una dignidad que le "reviste" por fuera, sin afectar a su ser-.  Una primera consecuencia de esta noción es que el bien que el hombre puede hacer no se referirá a su propia perfección: podrá quizá hacer el bien, pero no hacerse bueno.  Lo que entonces se considere como "bien" tendrá un ámbito limitado a lo externo: a las repercusiones de los actos propios en la vida de los demás o en la de la sociedad en su conjunto.  Pero además, al ser absurdo, en este contexto, pretender la mejora de los demás en cuanto personas, se difumina la noción de bien específicamente

Page 4: Actos morales y sus caracteristicas

moral: el bien que se considera acaba por identificarse fácilmente con lo que se viene en llamar "bienestar", sea éste particular o social.  Y es precisamente aquí, en la misma raíz de la moral, donde se enfrentan las diversas concepciones que contempla la encíclica.  Todas las teorías rechazadas por la Veritatis Splendor tienen en común esta concepción extrínseca del bien, y acaban por considerar que este bien debe ser medido por un cálculo de carácter técnico -y por tanto extramoral-, y no por su adecuación a la finalidad perfeccionante del hombre.  Mientras que, para la doctrina católica, “los actos humanos son actos morales, porque expresan y deciden la bondad o malicia del hombre mismo que realiza esos actos.  Estos no producen sólo un cambio en el estado de cosas externas al hombre, sino que, en cuanto decisiones deliberadas, califican moralmente a la persona misma que los realiza y determinan su profunda fisonomía espiritual” (VS, 7 l). 2)    Teleología y teleologismo                  Es fácil entender que la moral cristiana sea “teleológica” (de telos: fin): si la unión con Dios -máxima perfección que puede el hombre alcanzar con la gracia- es la meta a la que se orienta la vida humana, es por ello su fin último.  De ahí que se mida la moralidad de los actos humanos por su referencia -su ordenación- al fin último.  “En este sentido, la vida moral posee un carácter "teleológico" esencial, porque consiste en la ordenación deliberada de los actos humanos a Dios, sumo bien y fin (telos) último del hombre” (VS, 73). 

El llamado "teleologismo", aunque juega con una terminología semejante, tiene un significado bien distinto.  Parte de una noción de fin kantiana[2]: aquello ajeno a la acción en sí misma que se busca con ella.  Un sistema moral teleológico será por tanto, desde esta perspectiva, aquél en el que se mide el valor de los actos por los bienes externos que se persiguen con ellos -y no por la ordenación del acto en sí, y con él del sujeto que actúa, al fin de éste-; o, lo que viene a ser lo mismo, por las consecuencias que tienen esos actos sobre la comunidad humana.  Los autores que siguen esta línea[3] lo contraponen con lo que llaman sistema deontológico, según el cual se juzga la moralidad, independientemente de las circunstancias o los resultados, por la adecuación de la conducta con una ley, que puede ser de la naturaleza o positiva; en cualquier caso, se trataría de una ley que sería impuesta al sujeto desde fuera, no una ley que pudiera encontrarse dentro del propio sujeto: nos hallaríamos así ante lo que Kant llamaba moral heterónoma (llamada así por depender enteramente de una instancia ajena a la persona).  Lógicamente, desde una perspectiva kantiana -aunque no sea ésta exactamente la doctrina que defendía Kant- la elección entre ambas sólo puede decantarse a favor del sistema “teleológico”, ya que, para sus defensores, una moral heterónoma es indigna del hombre, y además no se la puede llamar propiamente moral, ya que la voluntad en juego no es la del sujeto que actúa, sino la del legislador exterior; el sujeto podría poner un cumplimiento externo, pero no la voluntad, que es donde reside el acto moral.

 Lo que resulta falso, en primer lugar, es la disyuntiva misma.  La moral católica no encaja en

ninguno de los dos modelos.  Intentar encajarla en el llamado "deontologismo" equivale a no entenderla.  Se utiliza su misma terminología, pero los conceptos significados tienen un contenido muy distinto.  Si la ley a que se refiere es la ley natural, hay que tener en cuenta que no se entiende por “ley natural” aquella que el sujeto encuentra dentro de sí mismo y que le impulsa a obrar conforme a su propia naturaleza humana.  Si así fuera, no podría llamarse heteronomía (de heteros: otro; y nomos: ley).  Sólo cabe entonces identificar a esa “naturaleza” con las leyes del entorno exterior al hombre: leyes físicas, biológicas, e incluso las leyes por las que se rige la sociedad (económicas, sociológicas, etc.). Y no es difícil entender que esas leyes no son normas morales; al revés, se trata precisamente del conjunto de leyes que no son morales, pues son expresión de lo que son las cosas -el ser-, y no de cómo debe actuar el sujeto libre -el deber ser, que define a la ética-.  El cristianismo nunca las ha presentado como criterio de moralidad[4]. Tampoco sirve el modelo para explicar la moral católica si se trata de una ley positiva, ni siquiera tratándose de una ley divina.  Si lo que pide ésta es un cumplimiento por el mero hecho de ser una ley impuesta -o sea, por la sola imposición, sin importar el contenido-, estaríamos sencillamente ante una arbitrariedad del más fuerte. Y esto nunca lo ha defendido la Iglesia.  Más que la moral católica, este esquema serviría para explicar el voluntarismo moral de Ockam.

El otro polo de la disyuntiva, el teleologismo, tampoco resulta aceptable.  En esta corriente, “los criterios para valorar la rectitud moral de una acción se toman de la ponderación de los bienes que hay que conseguir o que hay que respetar” (VS, 74).  Pero ya se ha examinado qué es lo que se entiende por "bienes".  Y, en consecuencia, es congruente que “para algunos, el comportamiento concreto sería recto o equivocado según pueda o no producir un estado de cosas mejores para todas las personas interesadas: sería recto el comportamiento capaz de “maximalizar” los bienes y “minimalizar” los males” (VS, 74).  Resulta significativo el término producir.  Se busca un resultado -esto no es lo significativo: la acción libre siempre busca un fin-, a través de un "producir": no se distingue la acción moral de la acción productiva de “fabricar” un resultado [5].  Si sólo se valora la acción en función del resultado, la acción en sí misma no tiene más valor que el instrumental.  En moral al ser el bien que se persigue, lo que se busca por sí mismo, un resultado ajeno a la acción misma, y ésta se valora sólo en cuanto apta para producir el resultado, resulta que la acción no tiene más valor que el instrumental.  Y no es que se deba despreciar la aptitud del acto para producir un resultado exterior, ni que la moral deba despreciar los efectos exteriores de la conducta.  Es más bien al contrario: cuando únicamente se reconoce este valor de la acción, ésta queda reducida a elemento productor de bienes externos.  Y el bien que corresponde al valor puramente instrumental es el llamado bien útil.  De donde se desprende que el teleologismo conduce a una moral utilitarista[6].  El bien que se persigue con los actos no es el bien moral, sino un bien de otra naturaleza -aunque no se explicite demasiado, sería el material, el técnico, el social, etc...-, siendo el bien moral el instrumento con el que se consigue- queda pues la moralidad subordinada a consideraciones de orden técnico, social, o de otra especie[7].  Utilizando un término clásico, podemos concluir que el llamado bien honesto desaparece por completo de esta perspectiva: no hay sitio para él[8]. La Veritatis Splendor reconoce que “muchos de los moralistas católicos que siguen esta orientación, buscan distanciarse del utilitarismo y del pragmatismo, para los cuales la moralidad de los actos humanos sería juzgada sin hacer referencia al verdadero fin último del hombre” (n. 74).  Pero si se sigue un desarrollo riguroso de las premisas

Page 5: Actos morales y sus caracteristicas

utilizadas, no parece que sea posible-, al menos, lo cierto es que los principales -y más coherentes- exponentes del teleologismo no lo han conseguido.

Se produce así con el teleologismo una inversión radical en la valoración del comportamiento humano.  Lo subordinante pasa a ser subordinado, y viceversa.  Y con ello, se sea o no consciente de ello, el hombre rrúsmo queda subordinado a “valores” externos a él, en vez de ser éstos los subordinados al hombre.  Esta negación de la dignidad humana es inaceptable. “Por tanto, el obrar humano no puede ser valorado moralmente bueno sólo porque sea funcional para alcanzar este o aquel fin que se persigue, o simplemente porque la intención del sujeto sea buena. El obrar es moralmente bueno cuando testimonia y expresa la ordenación voluntaria de la persona al fin último y la conformidad de la acción concreta con el bien humano tal y como es reconocido en su verdad por la razón.  Si el objeto de la acción concreta no está en sintonía con el verdadero bien de la persona, la elección de tal acción hace moralmente mala a nuestra voluntad y a nosotros mismos y, por consiguiente, nos pone en contradicción con nuestro fin último, el bien supremo, es decir, Dios mismo” (VS, 72).  Una vez más en la historia, se pone de manifiesto, en la teoría y en la práctica, que cuando el hombre quiere desligar su actividad de Dios, acaba él núsmo subordinado a algo de valor inferior a la persona humana misma.

 3)    Consecuencialismo, proporcionalismo 

Sobre esta base estudiada, los principales autores teleologistas han construido un sistema que se conoce con el nombre de consecuencialismo.  Antes de analizarlo, conviene, para entenderlo mejor, exponer de manera sucinta la ética de Kant.  Con la idea de ley como imposición externa, considera que es indigno del ser racional obrar por una instancia que no sea él mismo: la moral por tanto debe ser autónoma y no heterónoma: el hombre se debe dar su propia ley.  Asimismo, con la idea de fin y de bien como algo externo a la persona, piensa que el obrar moral es ajeno a ellos: sería un obrar “para conseguir algo”, interesado, sin el altruismo que debe caracterizar a la moral[9].  Este altruismo se debe reflejar en un imperativo (formulación del deber moral), no hipotético -condicionado a la obtención de "bienes”-, sino categórico -sin ese condicionamiento-. Sólo éste da lugar a una obligación absoluta para Kant; el hipotético daría lugar a una moral relativa.  El único obrar incondicional que ve es el obrar por deber (el deber por el deber).  Se trata de un obrar que es moralmente bueno cuando se obra, no por “algo”, sino por deber, que no está ligado a ningún “algo”, o sea, que es ajeno a bienes o fines.  De aquí resulta la llamada ética formal, pues la moralidad de la acción no depende de contenido alguno, ya que si así fuera -en la “ética material”- se rebajaría el obrar humano (y con él la libertad) al subordinarse a cosas ajenas la persona misma, y fundamentar la moral en contenidos supondría un egoísmo camuflado, al disfrazarse de “moral” la búsqueda de bienes ajenos a ella. La moralidad reside pues en la “forma” -intencionalidad- del obrar libre y autónomo: obrar por puro deber, sin buscar recompensa alguna, que en términos de imperativo absoluto y autónomo se refleja en el “obra de tal manera que puedas querer que tus actos sean a la vez ley universal”[10].

Los sistemas consecuencialistas, al menos los más elaborados[11], consisten en instalar, en un marco kantiano y con conceptos kantianos, la llamada opción fundamental en el lugar del imperativo categórico formal, y valorar mediante el teleologismo los aspectos materiales de las conductas concretas.  Si se presentan como una moral teológica, y no sólo filosófica, es sobre todo porque sustituyen la autonomía de Kant por la teonomía, pero sólo en el aspecto formal, llamado trascendental (por referirse a Dios, que trasciende el mundo), mientras que en la relación del hombre con el mundo -el otro aspecto, categorial- existe una autonomía, como corresponde a la dignidad del hombre, a quien Dios ha colocado como señor del universo[12]. 

Como en Kant, la moralidad propiamente dicha se encuentra sólo en el llamado aspecto formal o “trascendental”, ya que los "bienes” a que se dirige el aspecto material o “categorial” son de índole diversa a la moral. Son bienes que deben ser informados ”trascendentalmente” para ser bienes morales; aunque se relacionen con la moral, la relación es indirecta: no son bienes propiamente morales, sino previos al moral: son premorales.  La Veritatis Splendor lo advierte con claridad: “El sujeto que obra sería responsable de la consecución de los valores que se persiguen, pero según un doble aspecto: en efecto, los valores o bienes implicados en un acto humano, serían, desde un punto de vista, de orden moral (con relación a valores propiamente morales, como el amor de Dios, la benevolencia hacia el prójimo, la justicia, etc.) y, desde otro, de orden pre-moral, llamado también no-moral, fisico u óntico (con relación a las ventajas e inconvenientes originados sea a aquél que actúa, como a toda persona implicada antes o después, como por ejemplo la salud o su lesión, la integridad fisica, la vida, la muerte, la pérdida de bienes materiales, etc.)” (VS, 75). 

De aquí se sigue una diferente valoración del acto con respecto a un bien, según el aspecto a que éste pertenezca.  Si se refiere al orden moral, puede hablarse en términos de “bueno-malo” o “moral-inmoral”; si al orden “premoral”, entonces los actos son “acertados-equivocados” -o términos equivalentes-. Así, “en un mundo en el que el bien estaría vinculado con el mal y cualquier efecto bueno estaría vinculado con otros efectos malos[13], la moralidad del acto se juzgaría de modo diferenciado: su <<bondad>> moral sobre la base de la intención del sujeto, referida a los bienes morales, y su rectitud sobre la base de la consideración de los efectos o consecuencias previsibles y de su proporción.  Por consiguiente, los comportamientos concretos serían cualificados como <<rectos>>[14] o <<equivocados>>, sin que por esto sea posible valorar la voluntad de la persona que los elige como moralmente <<buena>> o <<mala>>” (VS. 75).

 El consecuencialismo no es exactamente un relativismo total.  Hay una referencia absoluta: la rectitud

de intención, y, en los actos concretos, aquéllos cuyo objeto es “trascendental”: los referidos directamente a Dios, que configuran la llamada “opción fundamental”. Pero ahí acaban los absolutos. Todo lo demás es, respecto a la moral, relativo, precisamente por no ser propiamente moral en sí mismo. Puede serlo, pero indirectamente, sólo en cuanto se realiza movido por una buena intención que deriva de una voluntad que desea hacer el bien, lo que significa acumular los mayores -algunos autores hablan de “mayor cantidad”- bienes premorales posibles. “De este modo, un acto que, oponiéndose a normas universales negativas viola

Page 6: Actos morales y sus caracteristicas

directamente bienes considerados como pre-morales, podría ser calificado como moralmente admisible si la intención del sujeto se concentra, según una <<responsable>> ponderación de los bienes implicados en la elección concreta, sobre el valor moral reputado decisivo en la circunstancia.  La valoración de las consecuencias de la acción, en base a la proporción del acto con sus efectos y de los efectos entre sí, sólo afectaría al orden pre-moral. Sobre la especificidad moral de los actos, esto es, sobre su bondad o maldad, decidiría exclusivamente la fidelidad de la persona a los valores más altos de la caridad y de la prudencia, sin que esta fidelidad sea incompatible necesariamente con decisiones contrarias a ciertos preceptos morales particulares” (VS, 75). Contradice así abiertamente, y de modo general -no se ciñe a la discusión de “casos” particulares- la enseñanza de la Iglesia, que sitúa la moralidad de los actos -y no sólo de los correspondientes a la fe, esperanza y caridad hacia Dios- no sólo en la intención, sino en el objeto mismo.

 Parece claro, a la luz de lo que se ha examinado, que el consecuencialismo es inaceptable no por

llegar en su razonamiento a alguna conclusión errónea, sino porque tiene como base una antropología de corte kantiano que no responde a la realidad humana, ni a la noción de hombre que presenta la Revelación cristiana[15]

 4)         El objeto moral             Tres son los elementos que inciden en la valoración de la moralidad de una conducta: el objeto, el fin y las circunstancias. De ellos, las circunstancias tienen en todo caso una importancia secundaria; si alteran de un modo esencial la misma acción, dejan de ser valoradas como circunstancias, para pasar a formar parte del objeto. En relación con las doctrinas consecuencialistas, carecen de relevancia. Quedan objeto y fin. Acerca del fin, aunque se den algunas diferencias entre el Magisterio y los consecuencialistas sobre el modo de incidir en el acto, se coincide en que tiene un importante papel en la moralidad. La Veritatis Splendor, al estudiar el objeto moral, quiere hacer constar que no desprecia con ello el fin, como tampoco los resultados externos de la acción: “Ciertamente hay que dar gran importancia ya sea a la intención -como Jesús insiste con particular fuerza en contraposición con los escribas y fariseos, que prescribían minuciosamente ciertas obras externas sin atender al corazón (cfr.  Mc. 7, 20-21; Mt. 15, 19)-, ya sea a los bienes obtenidos y los males evitados como consecuencia de un acto particular” (VS, 77).  La doctrina católica siempre ha admitido que un fin torcido vicia la acción. Pero, como se verá más en detalle, en esta consideración ve una aplicación de la máxima bonum ex íntegra causa, malum ex quocumque defectu. El fin recto pertenece a la integridad del acto moral, y la integridad es necesaria para que sea bueno.

 Pero integral no es sinónimo de esencial[16]. Lo esencial es aquello que le otorga su misma naturaleza, y

por tanto su elemento definitorio. Y la encíclica es rotunda al afirmar que lo esencial del acto moral es su objeto: “La moralidad del acto humano depende sobre todo y fundamentalmente del objeto elegido racionalmente por la voluntad deliberada” (VS, 78). Aquí se sitúa la diferencia con el consecuencialismo, al menos en lo referente a los actos que no tengan a Dios directamente por objeto: o sea, con respecto al Decálogo, en los ocho últimos preceptos[17].

 Ahora bien, ya se ha comprobado anteriormente que un mismo término puede responder a conceptos

distintos en las diferentes teorías. Con el objeto moral sucede lo mismo. Para quien descarta, como punto de partida, la referencia de la conducta humana al bien del sujeto mismo, los únicos valores en juego en el obrar intramundano son los valores biológicos y materiales. Son los únicos valores que el consecuencialismo reconoce como “naturales”, a la vez que los señala como “no éticos”. El obrar moral, en esta perspectiva, consiste en adoptar una buena intención –“ética”- cuando la acción incide sobre bienes intramundanos “no éticos”. Considerada así la acción, desde el punto de vista moral la intención es lo subjetivo, y los bienes no éticos lo objetivo; lo primero es la intención, lo segundo el objeto. La intención da la “forma” moral a una “materia” -el objeto- que es en sí moralmente informe.

 Una visión simplista o poco preparada de la moral puede inclinar, consciente o inconscientemente, a una

consideración “material” del objeto moral como la que defienden los consecuencialistas.  Ha sucedido bastantes veces a lo largo de la historia, incluso por parte de moralistas que estaban lejos de pretender disentir con el Magisterio de la Iglesia, y posiblemente haya sido la causa de bastantes perplejidades. No se podrían encontrar, si se identifica el objeto moral con el hecho fisico, diferencias entre el asesinato y la muerte provocada en legítima defensa -o incluso entre el martirio voluntariamente aceptado y el suicidio-, y se buscaría así la nota diferencial en la intención (en algún caso, quizás también en retorcer la realidad buscando diferencias en el hecho fisico en sí mismo en las que basar la distinción), para salvar lo que se sabe que prescribe la moral católica y el sentido común. Más de un autor contemporáneo, en esta línea, ha acusado a la doctrina de la Iglesia de defender unos presupuestos que en la práctica resultan insostenibles, y para evitar situaciones contradictorias recurrir a expedientes poco coherentes con esa noción de valoración moral centrada en el objeto, particularmente a través de la llamada doctrina del voluntario indirecto.  La encíclica tiene muy en cuenta esta objeción, y responde que “estas teorías no pueden apelar a la tradición moral católica, pues, si bien es verdad que en esta última se ha desarrollado una casuística atenta a ponderar en algunas situaciones concretas las posibilidades mayores de bien, es igualmente verdad que esto se refería solamente a los casos en los que la ley era incierta y, por consiguiente, no ponía en discusión la validez de los preceptos morales negativos, los cuales obligan sin excepción” (VS,  76)[18].

 Se hace pues necesario -es un aspecto capital de la moral- delimitar con la mayor precisión posible qué

es el objeto moral.  Se encuentran a veces respuestas que parecen dejar zanjada la cuestión con claridad y sencillez, pero que en realidad son respuestas deficientes, que, sin pretenderlo, acercan a la concepción de objeto más propia de los autores consecuencialistas que de la moral católica. Así, por ejemplo, no sirve dar como respuesta que el “objeto” abarca todo lo “objetivo” de la conducta, mientras que el “fin” abarca todo lo “subjetivo”. Si del objeto se extrae todo lo relacionado con el sujeto que obra, lo “objetivo” acaba por reducirse al hecho fisico

Page 7: Actos morales y sus caracteristicas

y éste, como tal -y aquí tienen razón los consecuencialistas- no es propiamente un bien moral. Tampoco sirve discernir estos dos elementos con el criterio de que “objeto es el hecho independientemente del sujeto que actúa”: el resultado en nada diferiría de lo anterior. El objeto es un objeto moral, no un objeto material, y por el hecho de ser moral debe necesariamente tener en cuenta al sujeto actuante: “así pues, para poder aprehender el objeto de un acto, que lo especifica moralmente, hay que situarse en la perspectiva de la persona que actúa” (VS, 78). El bien y el mal moral deben situarse en la voluntad humana; todo lo demás, en relación con ella, es accidental moralmente hablando[19].  Y el objeto no es algo accidental, sino lo más esencial del acto. Podría así decirse que el objeto del acto es una conducta querida, pero no tanto en cuanto conducta, sino más bien en cuanto querida.  Incluye el llamado finis operis, pero no únicamente en cuanto los hechos materiales tienen en sí mismos un sentido determinado o están orientados de por sí a un resultado, sino en cuanto el sentido está entendido en su razón de bien para el sujeto -es conveniente o inconveniente para él como persona- y así libremente querido y asumido. Así podemos entender mejor la definición de objeto que proporciona la Veritatis Splendor: “el objeto es el fin próximo de una elección deliberada que determina el acto de querer de la persona que actúa” (n. 78).

 A primera vista, podría parecer que con esta definición de objeto apenas queda lugar en el acto para el

fin. Pero, si antes se rechazaba la definición de objeto como el hecho independientemente del sujeto que actúa, sí en cambio se podría aceptar con alguna matización añadida: objeto es “la conducta elegida con independencia de lo que el sujeto se proponga mediante ella”. Este último elemento -el citado “propósito” señala el fin. Si el objeto es el fin próximo o inmediato de la elección, el “fin”, entendido como complementario al objeto en el acto moral, tiene que ser el fin remoto -aunque no necesariamente el fin último- o mediato. La Veritatis Splendor escoge un ejemplo muy claro para ilustrarlo (cfr. n. 78): robar para ayudar a los pobres. En este caso es claro que “robar” señala el objeto: no consiste éste en la simple apropiación material de un objeto, sino en la elección de un acto que se conoce y se quiere como injusto: la apropiación de algo ajeno sin derecho a ello. Junto a esto aparece en la conducta otro elemento -en este caso bueno (ayudar a los pobres), por contraste con el anterior, que es malo- respecto del cual el objeto es medio, y que puede por tanto calificarse de “fin”.

 Una de las dificultades para entender la relación entre el objeto y el fin deriva de la tendencia -frecuente

en el pensamiento, y desde luego con clara incidencia en el teleologismo- de identificar mediación con mediación instrumental. Y medio no es lo mismo que instrumento. Es verdad que todo instrumento es medio, pero no lo es la inversa. Lo instrumental no tiene en sí mismo más valor que el de ser objeto de mediación, sólo tiene valor en relación con el fin que se persigue a través suyo. En el acto moral, hacer del medio un puro instrumento tiene como consecuencia dar un valor en sí al fin, mientras que el objeto sólo tendría valor moral en relación al fin, sin que ello obste para que pueda tener un valor en sí mismo distinto al valor moral, ya que ese valor extramoral no estaría relacionado con ninguna intención del agente. O sea, que por esta vía tendríamos servido de nuevo el consecuencialismo. Pero “mediar” tiene aquí otro sentido: es algo necesario para alcanzar un fin, pero no porque actúe como instrumento, sino porque el medio actualiza el fin, en el sentido de que éste, por sí solo, no sería operativo; es de por sí incompleto para la actuación, necesitando concretarse en acciones determinadas con respecto a las cuales está en potencia[20].  Y ahí sí que cabe un valor en sí mismo del medio; más aún, el medio tiene el singular valor de lo actual, de lo que es en la realidad: la vida del hombre se compone de actos, no de fines. El fin es un elemento necesario para la vida humana, pues da un sentido último y con él cohesión -que por la fragilidad humana se puede perder- a la existencia, pero se debe traducir en actos elegidos, o esa misma existencia carecería de contenido.

 Para entender esto adecuadamente es necesario conocer el modo de obrar humano.  El hombre no es ni

espíritu puro ni bestia. Es un espíritu encarnado, y su conocimiento no es intuitivo, sino sucesivo: hay un proceso de conocimiento. No le corresponde un intellectus, sino una ratio. Esta realidad, por lo demás obvia, tiene consecuencias en la moral[21]. La convierte en algo más complejo, porque complejo es el actuar humano. Hay en éste una sucesión de etapas de conocimiento, junto a cada cual se sitúan las correspondientes etapas de la voluntad. Aunque pueden distinguirse hasta seis etapas en cada facultad, en lo que toca a la voluntad interesan sobre todo dos: la intención y la elección[22]  La primera es anterior, y se refiere a la volición del fin que corresponde al bien que quiere para sí el sujeto, y que va a buscar con su actuación. Caben aquí fines buenos y malos: cumplir la voluntad de Dios, o el dinero, el placer, etc. son fines posibles que asume voluntariamente el hombre. Aquí ya puede ya situarse un primer nivel de moralidad, por cuanto cabe el desorden en los bienes que se pretenden conseguir. Pero con la intención la actuación se encuentra aún sólo incoada, y necesitada de especificación: los fines señalados no comportan en sí mismos que el sujeto vaya a realizar una determinada conducta. Es necesario para ello que actúe el entendimiento examinando las posibilidades de actuación -es la llamada deliberación- y que sobre él la voluntad actúe de nuevo, escogiendo una conducta determinada: es la elección[23]. Si no hay ruptura entre la intención y la elección -puede haberla-, la intención proporciona una referencia al fin que conecta la actuación concreta con el fin último, dando por tanto, cuando el fin es el que Dios ha dispuesto para el hombre, el máximo sentido a su actuación y la perfección a su conducta: “el mismo acto alcanza después su perfección última y decisiva cuando la voluntad lo ordena definitivamente a Dios mediante la caridad” (VS, 78). En consecuencia, una moral que pretenda ser una verdadera “moral de santidad” sin conformarse con ser una “moral de licitud” debe tener siempre muy presente la rectitud de intención. Pero, por su propia dinámica, esta rectitud es auténtica cuando se traduce en obras concretas, que son las que actualizan en cada momento de la vida -lo único que es “actual” en la vida humana- esa intención mediante elecciones adecuadas, y se debe reconocer que ese verdadero bien de la persona que se busca “sólo se pretende realmente cuando se respetan los elementos esenciales de la naturaleza humana” (VS, 78). La enseñanza revelada concuerda con esta visión: “si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Jn 14, 15); así como también está claro en el Evangelio que se juzgará al hombre y sus verdaderas intenciones en la medida en que éstas se hayan traducido en elecciones concretas y hechos concretos (cfr.  Mt 25, 31-46). 5)                  Los actos intrínsecamente malos

Page 8: Actos morales y sus caracteristicas

             En plena concordancia con la noción expuesta del acto moral, la Veritatis Splendor enseña clara y reiteradamente la existencia de actos intrínsecwnente malos por razón de su objeto. “Así pues, hay que rechazar la tesis, característica de las teorías teleológicas y proporcionalistas, según la cual sería imposible cualificar como moralmente mala según su especie -su “objeto”- la elección deliberada de algunos comportamientos o actos determinados prescindiendo de la intención por la que la elección es hecha o de la totalidad de las consecuencias previsibles de aquel acto para todas las personas interesadas” (n. 79).             Lógicamente, la dinámica interna del actuar humano tiende a la coherencia entre la intención y la elección. Una recta intención postula que la elección recaiga sobre actos buenos; y, a la inversa, una intención viciada tenderá a la elección de actos acordes con ella, o sea, malos. Y la discusión sobre este asunto no afecta a este tipo de actos coherentes: sea por una razón o por otra, todos están de acuerdo en la valoración de estas conductas como morales o inmorales respectivamente.  La cuestión debatida es si el fin puede justificar los medios, lo que supone una incoherencia entre un fin bueno y unos medios reputados como malos. En conformidad con la antropología kantiana que las sustenta, los autores de las morales teleologistas y proporcionalistas tienden a negar la misma posibilidad de esta incoherencia[24]. Al sostener una concepción intuicionista del intelecto, no cabe complejidad alguna en su funcionamiento, así como tampoco de la voluntad que le sigue; no hay sitio para una hipotética ruptura en algo que forma una unidad compacta. Sin embargo, la misma observación empírica del comportamiento humano, tanto a nivel científico como del sentido común, señalan que eso no es así.             Una primera causa de esta disyunción puede venir por el componente cognoscitivo de la acción.  Este defecto de intelección puede versar sobre la norma moral misma o sobre la situación de hecho, y da lugar a las situaciones de ignorancia y error. Pero esta posibilidad no tiene mucho interés en el problema que se examina aquí, ya que cae fuera del campo de discusión, pues la moral católica siempre ha aceptado que en la medida en que existen exoneran de responsabilidad moral al sujeto, y en este sentido no hay discrepancias[25].             Lo que se trata por tanto de ver es cómo puede una buena intención traducirse en una elección mala, de tal manera que en la elección la voluntad se adhiera a una conducta que se conoce como mala.  Una primera respuesta viene de la debilidad misma de la voluntad en el actual estado de la humanidad, después del pecado original[26]; debilidad que se puede referir al acto intencional mismo -una intención adoptada con mayor o menor decisión-, o a la posibilidad de que éste se eclipse posteriormente en el momento de la elección. Sin embargo, esta explicación resulta por sí sola insuficiente, ya que, con mayor o menor fuerza, una intención recta se traduce por sí en una elección conforme a ella, más débil si la intención también lo es, pero en todo caso en una misma dirección. Hace falta por tanto introducir un elemento extraño a la voluntad misma -y al conocimiento- que altere el proceso decisorio. Ese elemento son las pasiones[27]. Éstas influyen tanto sobre el conocimiento como sobre la voluntad, buscando polarizar la atención de las facultades superiores sobre su objeto propio. Se “sobreimpresionan” así, con mayor o menos vehemencia, a lo que pide la buena intención, buscando doblegar la voluntad a la hora de la elección. Habrá mayores posibilidades de que esto suceda en la medida en que la voluntad intencional sea más débil y el dominio de la voluntad sobre ellas -logrado a través de la virtud- sea menor.  Se da lugar así a un obrar en el que, si lo que propone la pasión es inconveniente, es moralmente rechazable si es elegido, aunque no alcance el grado de maldad que tendría si proviniese de una mala intención. Una y otra posibilidad se contemplan en el lenguaje común cuando se habla de “obrar por debilidad” y “obrar por malicia”. Por eso, “si los actos son intrínsecamente malos, una intención buena o determinadas circunstancias particulares pueden atenuar su malicia, pero no pueden suprimirla” (VS,  81).              Se puede así explicar el caso de que pueda existir una intención buena, no revocada, junto con una mala conducta elegida.  Pero tal conducta no proviene de la intención misma, sino de un elemento que ha producido una quiebra en el adecuado obrar humano. No se trata por tanto en ningún caso de que intenciones rectas postulen conductas moralmente rechazables (y, lógicamente, no puede hablarse de la existencia de una intención recta cuando lo que ésta persigue es un bien, pero desordenado) [28]. Si así fuera, resultaría que se contemplarían como malos comportamientos que en sí no afectan al bien del sujeto que obra. Y, desde luego, no es eso lo que sostiene la moral católica. Por el contrario, se trata de que, cuando se da ese obrar por debilidad, se puede interponer entre la intención y la elección algo que contraría directamente lo que aquélla postula, y los actos resultantes no pueden casar con una buena intención: “son actos "irremediablemente" malos, por sí y en sí mismos no son ordenables a Dios y al bien de la persona” (VS,  8l). Son precisamente estos actos no ordenables al fin del hombre, y por este hecho de serio, los que son considerados actos intrínsecamente malos. “La intención es buena cuando apunta al verdadero bien de la persona con relación a su fin último. Pero los actos, cuyo objeto es "no-ordenable" a Dios e "indigno de la persona humana", se oponen siempre y en todos los casos a este bien.  En este sentido, el respeto a las normas que prohiben tales actos y que obligan "semper et pro semper ", o sea sin excepción alguna, no sólo no limitan la buena intención, sino que hasta constituye su expresión fundamental” (VS, 82). Por tanto, sería un desenfoque contemplar la posibilidad de que un acto intrínsecamente malo pueda proceder de un fin bueno; si éste no es malo, la acción mala procede de que a la hora de la elección se ha interpuesto un elemento pasional que ha desviado la voluntad, de tal modo que el sujeto ha elegido lo malo por haber sucumbido ante él la buena intención y lo que con arreglo a ella aconsejaba la prudencia[29].  No se trata tanto de comparar intención y elección concreta para ver cuál tiene más peso en caso de discrepancia, sino de salvaguardar el obrar específicamente humano que hace el bien a la persona, que, en aras de su dignidad, exige una integridad en la conducta de forma que pueda conseguir su perfección ordenando todos sus actos concretos al fin para el cual está creado. 

Page 9: Actos morales y sus caracteristicas

 

[1] Quizás sea preciso referirse a elementos de origen protestante que a una “antropología protestante” propiamente dicha.  Incluso sin tomar en consideración las diferencias entre el protestantismo ortodoxo y el liberal, la noción del hombre que presenta el protestantismo está formada de diversos elementos que no encajan entre sí sin fuertes contradicciones.  Una teología moral que tenga un mínimo de pretensión de coherencia no puede asumir todos los elementos antropológicos protestantes.  Así, por eso, en ninguna de las teorías estudiadas aquí se niega la libertad ontológica del hombre -el libre arbitrio, sin el cual carecería de sentido plantearse una moral-, aunque en cada caso se le apliquen distintos, mientras que en Lutero no ocurría así, y el que escribiera un libro titulado De servo arbitrio indica que no se trataba de un detalle que se le escapara.

  

[2] Debido a la importancia que tiene la ética kantiana para comprender gran parte de las construcciones de teología moral opuestas al Magisterio, se tratarán con un poco más de detalle sus ideas más adelante. Pero puede ser útil adelantar lo que, a mi juicio, son dos importantes claves para entender a Kant, y por tanto los autores en los que influye.  La primera, herencia del cartesianismo, es la absoluta univocidad de sus nociones; el sistema de Kant consiste en un análisis que busca descomponer la realidad en elementos independientes en los que nociones como participación, analogía e incluso composición o complejidad simplemente no existen. En la antropología y la ética da lugar a una visión que tiene poco que ver con el tomismo: donde éste habla de armonía, aquélla habla de contraste o de oposición.  La segunda clave es la clara sintonía de su sistema con la religión luterana; se manifiesta en aspectos como la incapacidad de la razón para conocer a Dios e incluso el mismo ser de las cosas (en la llamada razón pura), y la construcción de una ética ajena al bien del sujeto mismo (en la llamada  razón práctica).

  [3] Posiblemente el más representativo -y que recoge con claridad esta contraposición- es Bruno Schüller.[4] De esta desviada noción de ley natural derivará, por parte de sus seguidores, que acusen al Magisterio de la Iglesia, cuando invoca la ley natural como fuente de obligaciones morales, de “fisicismo” o “biologismo” (por ejemplo, en todo lo relativo a la castidad conyugal).  Como se verá más adelante, este tipo de etiquetas se pueden aplicar con mucha mayor razón a los seguidores del teleologismo.  Resulta sorprendente esta especie de incapacidad, por parte de quienes se han formado en una tradición filosófica kantiana, de comprender lo que entiende la tradición católica por ley natural.  Un ejemplo reciente se puede encontrar en la Ética para naúfragos de José Antonio Marina: para él la llamada “inteligencia creadora”, motor de la vida ética, no puede tomar como criterio de actuación la naturaleza, ya que se trata de un mundo aparte del ético.  Como ejemplo, señala que la naturaleza incluye la “ley de la selva”, que indudablemente no puede aceptarse como criterio del obrar humano.  [5] Ya los griegos, y particularmente Aristóteles, distinguían entre poiesis -el fabricar- y praxis -el obrar-, y situaban la ética en el campo de la praxis, porque, a diferencia de la poiesis, en ella el obrar tenía un valor en sí mismo, y no sólo en función de un resultado exterior.  La terminología pasó al latín como facere y agere respectivamente[6] A más de un estudioso le resulta sorprendente la extraña mezcla de ética kantiana v utilitarismo que muestran los autores a los que nos referimos, cuando se trata de sistemas que en origen no podían ser más antitéticos,  y procedían de tradiciones filosóficas distintas -Kant del continente, el utilitarismo de las islas británicas-.  Si se piensa en lo que Kant tomó de Hume -un empirista inglés- en la “razón pura”, quizás no extrañe tanto que pueda ocurrir lo mismo en la “razón práctica”.  En realidad, no es difícil entenderlo.  Kant esbozó una moral, pero dejó claras lagunas, en especial una: qué criterio o criterios debe seguir el “imperativo categórico” formal para traducirse en conductas concretas -sin ese eslabón, no cabe hablar de razón práctica-.  En ese hueco es donde se instala el utilitarismo, que no encaja mal del todo -aunque es probable que a Kant le hubiera disgustado-, por cuanto respeta que el único valor propiamente moral e incondicionado es el “formal”  (que prescinde del contenido).[7]  Se explica mejor, desde esta perspectiva, la insistencia de algunos, en el sentido de pedir a la Iglesia que adapte la moral a las características de la sociedad actual, lo que desde una posición ortodoxa suena a simple desfachatez.  La hay, pero con apoyo teórico.[8] El único hueco que quizás se le puede buscar -y se le ha buscado- sería el “acto trascendente”, aquél cuyo objeto “trasciende” este mundo: el que tiene como objeto directamente a Dios. [9] De ahí concluye que el obrar por fines o bienes -es equivalente- es amoral.  A veces se ha entendido mal esta expresión.  No le quiso dar el sentido vulgar del término -inmoralidad, cinismo-, sino el estrictamente literal: no es que sea un obrar malo, es sencillamente que queda al margen de la moral. Esta aclaración sirve para ver cómo este concepto se vuelve a encontrar en los consecuencialistas; Schüller, por ejemplo, distingue entre valores éticos y valores no éticos, definiendo éstos como referidos a lo que de algún modo escapa a la autodeterminación, empezando por los naturales.[10] Otra formulación, del mismo Kant, es “obra de tal manera que la persona -propia y ajena- sea siempre fin y nunca medio”. Es muy tenida en cuenta por el consecuencialismo, ya que desde ella pueden acusar a la moral tradicional de subordinar la persona a valores externos.  Desde su noción de “bien” es lógica esta acusación, pero sólo desde ella. [11] En algunos casos del mundo anglosajón el consecuencialismo ha partido de una interpretación errónea o abusiva del principio del “voluntario indirecto”, conectado con teorías utilitaristas.  Como construcción teórica, es bastante burda y se sostiene muy mal, por lo que no merece mucho la pena detenerse en ella.

Page 10: Actos morales y sus caracteristicas

[12] La terminología "trascendental-categorial' es también típicamente kantiana. En este aspecto la emplean sobre todo Böckle (libertad trascendental-categorial) y Fuchs (plano trascendental-categorial).  Este último habla de moral religiosa para el primer plano, y de “ética” para el segundo, pero, con estos presupuestos, no hay cabida para una ética propamente dicha allí donde sólo cabe disponer a voluntad porque no hay instancia alguna, fuera de la voluntad propia, a la que obedecer, salvo que esa instancia sea la sociedad. Esto, se dé cuenta o no Fuchs, es muy peligroso, pues deja sitio para la peor dictadura: un poder público que no responde ante nada ni nadie, y que exige una obediencia que se presentaría como deber de conciencia por ser “ética”.[13] Esta situación es la que da paso al llamado proporcionalismo, en el que medir las consecuencias de los actos equivaldría a medir la proporción de efectos positivos en relación con los negativos.  Se trata de una versión del consecuencialismo, y por ello no se expone aparte de éste.[14] En mi opinión, habría sido más correcto, o al menos más clarificador, traducir este término como “correcto”: no se refiere a la rectitud de intención.[15] En este apartado se ha optado por una argumentación fundamentalmente antropológica por este motivo.Hay otro además, y es que, aunque la moral católica deba tener una base escriturística y la Escritura ilustre muy       mente la enseñanza moral, a la vez resulta muy complicado dar argumentos rigurosos de teología moral con base sólo en la Sagrada Escritura: por ejemplo, al encontrar un criterio de conducta moral, no resulta sencillo demostrar que no se trata de algo que no pueda admitir una excepción. [16] Un ejemplo comparativo puede tomarse del precepto dominical.  La comunión es parte integral, y por tanto no cumple el precepto quien se va tras la consagración.  Es importante, por tanto, pero no es loesencial: lo esencial es la consagración[17] No quiere esto decir que las dos posiciones defiendan una idéntica moral en lo tocante a los dos primeros mandamientos.  Pongamos por ejemplo la fe.  Mientras que, en general, los autores del dissenso parecen conformarse con que no se revoque explícitamente la “opción fundamental” al respecto, La Iglesia siempre ha insistido en la necesidad de confesar esa fe al menos con cierta frecuencia: o sea, de actos concretos de fe.  Lo que se quiere señalar es que la discusión no se centra en este terreno, sino en el de la moral natural, lo que para los consecuencialistas es el plano “categorial”.  

[18] Con todo, el estudio de los efectos del acto en relación a la moralidad que ha propiciado el consecuencialismo ha propiciado un cierto replanteamiento de la formulación del principio del “Voluntario indirecto”.  Si bien es cierto que se distingue nítidamente del consecuencialismo, por cuanto sólo se aplica cuando la conducta del sujeto no es en sí mala (“objeto bueno o indiferente”), también lo es que puede llegar a ser problemático que el elemento que incline la balanza de una actuación sean los efectos, en el sentido de consecuencias.  Así, algunas críticas, aunque sean de aspectos secundarios, que se han hecho al consecuencialismo se pueden aplicar también a esta formulación. Sobre todo la que señala que en muchas situaciones es imposible medir las consecuencias.  En efecto, cuando se trata de medir efectos a largo plazo esto resulta muy problemático, y más cuando además el resultado final depende de elementos imponderables, como puede ser la incidencia que puede tener en el futuro el apostolado de un fiel. No es una cuestión teórica, pues hoy en día puede ponerse en juego en numerosas ocasiones; por ejemplo, a la hora de decidir asumir un trabajo en un ambiente de práctica inmoral.  Y pedir que el sujeto decida -con el añadido de que la decisión le corresponde tomarla exclusivamente a él- en base a calcular los efectos futuros a largo plazo -buena parte de los cuales depende de decisiones libres ajenas-, señalando además que al tratarse de un asunto importante la decisión debe tomarse gravitar onerata consciencia, puede producir serias perplejidades y conflictos de conciencia.  La propia Veritatis Splendor hace alusión a este problema, cuando dice que “por otra parte, cada uno conoce las dificultades -o mejor dicho, la imposibilidad, de valorar todas las consecuencias y todos los efectos buenos o malos de los propios actos: un cálculo racional exhaustivo no es posible. Entonces, ¿qué hay que hacer para establecer unas proporciones que dependen de una valoración, cuyos criterios permanecen oscuros?” (n. 77).  Se trata de una réplica al proporcionalismo, pero indirectamente invita a reconsiderar una doctrina que, basada en principios correctos, resulta un tanto rígida en su formulación. Formulación que, por otra parte, no ha sido recogida por el Magisterio y no pertenece propiamente al tomismo: procede de la época barroca. Santo Tomás, en problemas de este tipo, recurría a la distinción de efectos pae se y per accidens, en relación al objeto, lo cual, junto a la recta intención y la bondad -o al menos no-maldad- del objeto, proporciona unos elementos de juicio más flexibles y centrados. Es ésta una interesante línea de trabajo para el futuro de la teología moral.   [19] Por esta razón no me parece una terminología muy afortunada la que distingue entre pecado formal y pecado material.  Aunque, por supuesto, resulta necesario distinguir entre las dos realidades expresadas, los términos acuñados parecen dar a entender que el objeto del acto se considera sin incluir en él elemento voluntario alguno; de hecho, se identifica con el hecho físico o psicológico.  Y es que el llamado “pecado material” no merece el calificativo de pecado ni por analogía.[20] Un ejemplo familiar de esta distinción lo podemos encontrar en la amistad con respecto al apostolado. Aquélla es indudablemente un medio, pero en ningún caso debería ser un mero instrumento: sí lo fuera, no se otorgaría valor a la amistad misma.  Ahora bien, sin ese medio el afán apostólico quedaría en una vaga intención que no llegaría a plasmarse en la realidad, o lo haría de forma desfigurada por no ser movido por la caridad. [21] La filosofía moderna. empezando por Descartes, parece haberse olvidado de esto, y atribuye propiedades a la inteligencia humana, que corresponderían más bien a los ángeles o incluso a Dios en exclusiva.  Definir las llamadas “ideas claras y distintas” de Descartes como “entender algo en sus últimas diferencias”, supone atribuir al hombre un entendimiento angélico; pretender que el hombre tenga una idea clara y distinta de Dios es, conforme a esa definición, algo exclusivo de Dios. En moral, la simplicidad intelectual lleva consigo la de la voluntad, y con ello el acto simple de voluntad abarca a la vez lo que en el hombre son fines y medios

Page 11: Actos morales y sus caracteristicas

indistintamente. No hay que olvidar que una moral basada únicamente en la llamada “opción fundamental” coincide exactamente con lo que la tradición católica ha considerado como la moral angélica.[22] Se utiliza aquí la terminología técnica clásica, sobre la que quizás convenga hacer alguna aclaración. Se trata de un proceso que va desde la volición del fin últuno hasta la ejecución del acto concreto voluntario: o sea, de lo general a lo particular.  No se pretende decir, en cambio, que haya que esperar a la elección para escoger entre varias posibilidades: ya ocurre en la intención, como resulta evidente, ya que todo hombre puede proponerse como fin de su actuación una variedad de posibilidades. Para lo que sí es necesaria la elección es para escoger entre varias conductas concretas posibles. La intención, por sí sola, no concreta tanto.  [23] La voluntad no acaba su tarea con la elección, pues todavía hace falta una voluntariedad posterior en la ejecución de lo que se ha elegido. Pero debe tenerse presente que el objeto moral que especifica al acto se halla en la elección, no en lo posterior, lo que debe tenerse en cuenta para, entre otras cosas, calibrar el número de actos reales (y evitar posibles complicaciones de conciencia en este sentido).[24] De ahí la reacción airada de algunos (McCormick en particular) cuando se les achacaba que pretendían justificar por una buena intención acciones moralmente equivocadas, alegando que no se les había entendido, porque lo moralmente equivocado es injustificable por definición. Para ellos puede haber una equivocación técnica –de cálculo; en cualquier caso de conocimiento, no de voluntad-, pero en el aspecto moral no cabe equivocación: una intención buena debe traducirse necesariamente en un actuar moralmente correcto.[25] La moralidad de la acción remite siempre a la voluntad. Es verdad que existen ignorancias culpables y errores vencibles, pero generan responsabilidad moral en la medida en que esas situaciones cognoscitivas sean voluntarias. El puro y simple defecto de conocimiento no genera inmoralidad.[26] En este sentido, Santo Tomás sostenía que el pecado de nuestros primeros padres sólo podía ser un pecado grave y malicioso, o sea, con torcida intención. Por su estado de integridad, no cabía una ruptura entre intención y elección.[27] Hay que tener en cuenta que las pasiones incluyen no sólo las referentes al concupiscuble, sino también al irascible, que en lo que nos ocupa ofrecen a veces algunos de los ejemplos más claros: por ejemplo, es de común experiencia que una buena voluntad puede verse alterada en su ejecución por la cobardía.[28] De ahí la oportunidad de la cita de 1 Cor. 6, 9-10 que recoge la encíclica: "¡No os engañéis!  Ni los impuros, ni los idólatras, ni... heredarán el Reino de Dios" (cfr. n. 8l).[29] Se hace aquí un análisis simplificado de la conducta.  La realidad es algo más compleja, pues inciden en los actos los actos precedentes, y en el proceso de la decisión se puede volver sobre el acto anterior antes de seguir adelante. Así, en la elección concreta  pueden incidir varios fines que se haya propuesto el sujeto.  Por eso resulta a veces tan difícil juzgar con precision algunos comportamientos concretos, sobre todo cuando falta un hábito consistente en uno u otro sentido. Pero los aquí expuestos son los elementos de juicio.

TEMA 39

EL ACTO MORAL  

39.1) Su estructura personal

39.2) Objetivo, fin y circunstancias

39.3) Impedimento del acto moral

39.4) El problema de los actos indiferentes

39.5) Actos y actitudes; la opción fundamental

 

39.1 Su estructura personal

En el hombre hay dos series de operaciones, de acuerdo con el modo que hayan sido realizadas: los llamados actos del hombre, que proceden del hombre, pero sin dominio racional; y los actos humanos, que el hombre realiza según su modo específico propio, es decir, en cuanto ser racional y libre. Se puede decir que actos humanos son aquellas acciones internas y externas en las que el hombre actúa por su voluntad, a propuesta del

Page 12: Actos morales y sus caracteristicas

entendimiento y previa la deliberación anterior. Se les define también como los actos voluntarios y deliberados.

El acto humano implica una estructura cuyos elementos generales y esenciales son: A) El cognoscitivo: B) El volitivo: c) La libertad  

A) El cognoscitivo

Es el elemento imprescindible, porque no se puede querer algo si antes no se conoce, y tampoco podemos querer algo libremente si no somos conscientes de ello. Este conocimiento incluye la advertencia - atención de la mente al acto-, la deliberación - valoración sobre la conveniencia o inconveniencia del acto-, y el imperio -la determinación al querer-.

No basta cualquier conocimiento para que haya un acto humano; pero no se requiere un conocimiento tan completo y exhaustivo que apenas podría darse en la práctica. Puede decirse que, en general, para que haya un acto humano es necesario y suficiente con que el sujeto tenga advertencia del acto que va a realizar y de su conveniencia o inconveniencia: así el sujeto puede ser dueño de ese acto.

B) El volitivo:

Santo Tomás define el acto voluntario como "el que procede de un principio intrínseco con conocimiento del fin" (S. Th I-II, q 6, a 1). Dos cosas son, así, necesarias para que algo se diga, en sentido verdadero, voluntario : a) Que procede de nuestra voluntad a manera de efecto; y b) que el efecto o resultado de nuestra voluntad haya sido, al menos en su causa, previsto por el entendimiento, previamente a ser realizado por la voluntad. Son también voluntarios los efectos o resultados de las acciones y hasta de las omisiones, con tal que se hubieran previsto y fuera obligación de evitarlo.

c) La libertad

Es característica esencial de los seres inteligentes y, por tanto, de su actividad. Sin ella, el obrar humano se queda a un nivel puramente animal. Sin libertad no puede haber vida moral porque, para obrar moralmente, no basta con saber distinguir entre el bien y el mal, se necesita también tener posibilidad de autodeterminarse con dominio del acto. Sólo de esta manera se puede ser responsable y, por tanto, capaz de mérito o culpa, de premio o castigo.

39.2 Objeto fin y circunstancias

La determinación de la bondad o malicia de los actos humanos se hace por los elementos que los integran: El objeto, el fin y las circunstancias. Estos elementos no intervienen todos de la

Page 13: Actos morales y sus caracteristicas

misma manera, cuando determinan la moralidad de los actos humanos buenos y la de los actos malos. Para que un acto sea bueno, deben serlo a la vez necesariamente el objeto, el fin y las circunstancias; y para que sea malo basta con que uno de ellos contraríe la norma moral.

El objeto de la moral: Es la primera y fundamental fuente de moralidad: si el objeto es malo, el acto será siempre malo, aunque las circunstancias y el fin sean buenos; "No se puede hacer el mal para que sobrevenga el bien" (Rom 3,8); el fin no justifica los medios. En cambio, si el objeto es bueno, el análisis para una calificación completa y verdadera del acto debe proseguir por el fin y las circunstancias.

Las Circunstancias del acto moral: Son aquellos aspectos accidentales del objeto o de la intención del agente, que afectan de algún modo a la bondad de la acción, pero sin cambiar su sustancia. Por ejemplo, el cariño con que se da una limosna, etc. Si el fin y el objeto eran como la forma y la materia, respectivamente, del acto moral, las circunstancias son como sus accidentes. Por tanto, si el acto es bueno o malo por su objeto y fin, las circunstancias acrecientan o disminuyen accidentalmente su bondad o maldad.

El fin del acto moral es el objetivo al que el agente ordena sus actos, es decir lo que se propone conseguir. Este fin, junto con el objeto, determina la sustancia del acto moral. El fin es la intención subjetiva que pretende el agente con la acción.

39.3 Impedimentos del acto moral

El conocimiento intelectual y la voluntariedad son decisivos para la libertad; todo aquello que de una u otra manera reduzca el conocimiento o la voluntariedad de la operación humana, disminuye o anula la libertad.

Estos obstáculos son fundamentalmente la ignorancia, las pasiones, el miedo, y la violencia. Se dan también otros trastornos psicopatológicos, que pueden influir muy directamente en la libertad requerida para los actos humanos. Todas estas dificultades se conocen como impedimentos del acto humano:

Violencia: Es la acción exterior que fuerza a la persona para que actúe contra su voluntad. Para que haya violencia completa o coacción, se requiere: a) que sea ejercida por otro, pues nadie puede causarse violencia a sí mismo; b) que se oponga al querer del sujeto: si este cede o colabora, ya no se puede hablar de violencia al menos perfecta.

Ignorancia: Es la carencia del conocimiento requerido para el acto moral. Destruye o debilita la libertad del acto externo al impedir el conocimiento necesario para la voluntariedad del

Page 14: Actos morales y sus caracteristicas

acto. La ignorancia es carencia de ciencia en quien debería tenerla. Difiere de la nescencia o simple falta de un conocimiento, en quien no tiene deber de poseerlo. En la ignorancia se puede distinguir:

a)Iuris: Es el desconocimiento de la ley, divino o humano, civil o eclesiástica.

b)Facti: Es el desconocimiento de algunos aspectos de la acción que la hacen buena o mala.

c)Inculpable: Se da cuando se han puesto los medios debidos y, pese a ello, no se ha llegado al conocimiento de la verdad. También es llamada invencible, en cuanto quien la padece no puede vencerla y librarse de ella, pese a los debidos esfuerzos puestos para alcanzar la verdad.

d)Culpable o vencible: Supone que se pudo y se debió superar. Por tanto procede de negligencia o culpa del sujeto. Caben varios grados: 1) Simplemente vencible: cuando se pusieron medios incompletos o insuficientes. 2) Crasa o supina:: cuando la ignorancia se debe a negligencia grave. 3) Afectada: es la que evita informarse para actuar según su apetencia.

Las pasiones desordenadas: Constituyen un obstáculo, en cuanto disminuyen la función rectora de la razón, con sus emociones, sentimientos y estados de ánimo, de la actividad voluntaria.

Miedo: Es una perturbación del ánimo ante un peligro real o imaginario. El miedo es un temor que llega a turbar la inteligencia, y aunque de ordinario no suprime la voluntariedad, la limita de modo notable.

enfermedades mentales: La unidad sustancial entre el alma y el cuerpo comporta que haya estrechas interrelaciones entre las potencias espirituales del alma y los dinamismos psíquicos-somáticos, al punto de que determinadas disfunciones somáticas o psíquicas impiden total o parcialmente el uso de la razón o debilitan el autodominio de la voluntad. Son la enfermedades de la mente y de la voluntad, que disminuyen la libertad del acto, porque falta en él la necesaria luz de la inteligencia para que la persona pueda tomar una decisión responsable, o se da una situación tal de agotamiento psíquico que la persona, aun percibiendo lo que debería hacer, se encuentra falta de las energías para realizar el esfuerzo correspondiente.

39.4 Acto bueno y acto malo. El problema de los actos indiferentes

Existen actos humanos indiferentes en abstracto, o sea, que por su objeto específico y naturaleza intrínseca no son buenos ni

Page 15: Actos morales y sus caracteristicas

malos. La razón es porque, considerados en abstracto, los actos humanos toman su moralidad únicamente de su propio objeto específico, sin tener para nada en cuenta el fin de las circunstancias que les rodean, que son ya elementos concretos.

No existen actos humanos indiferentes en concreto. Toda acción realizada libremente por una persona tiende necesariamente a un fin determinado, inevitablemente presente en la persona que lo realiza, por lo que adquiere una relación al orden moral, negativa o positiva.

39.5 Actos y actitudes; la Opción Fundamental

La Declaración Persona Humana afirma expresamente que "la opción fundamental es la que define en último término la condición moral de una persona" (n.10). Y a ella se refiere, por ejemplo, Santo Tomas cuando explica la primera conversión del hombre a Dios como a su último fin: en este sentido es la ordenación del hombre a Dios por la fe y la caridad en el primer acto libre. Se trata de una entrega, una opción por Dios que perdura como habitual e influye virtualmente en los actos sucesivos con tal de que sean compatibles con ese último fin.

Existen, pues, un uso correcto de la expresión opción fundamental, que sirve para poner de relieve aspectos fundamentales de la vida moral, como son, entre otros, la relevancia de los actos y opciones singulares, la unidad de la vida moral, etc.

Paralelamente se dan también usos incorrectos de la opción fundamental cuya tesis de fondo es entonces que, una vez que se opta por Cristo por medio de la fe, el detalle de la obras no tiene ya importancia (Lutero), o cuando por la caridad se le ama de verdad todo está permitido (Molinos).

La vida del hombre supone una multiplicidad de opciones y actos singulares, diferentes por sus objetos, el tiempo, lugar, etc. Opciones y actos que, a la vez, se perciben como propios del mismo sujeto e integrantes de la misma vida. Por otra parte, cuando el hombre procede moralmente -con advertencia y voluntariedad- su voluntad no decide sólo por el bien o el mal del objeto concreto: advierte que con la opción por este bien o este mal opta también por el bien o por el mal y, por eso mismo, a favor o en contra de Dios. En cada acto singular el hombre, al decidir sobre su relación de amor o de rechazo a un objeto singular, decide sobre sí mismo, en cuanto que, en definitiva, decide disponerse bien o mal con Dios.. Además se dan en el hombre actos, que implican unas decisiones de fondo que de tal modo fijan la voluntad en el bien o en el mal, que van marcándole, dándole una orientación fundamental a su vida.

Esa decisión subyacente -a favor o en contra de Dios- puede llamarse decisión u opción fundamental, sobre todo cuando se

Page 16: Actos morales y sus caracteristicas

contempla desde la relación que guarda con las demás decisiones que podrían llamarse superficiales o periféricas

Es una gentileza de http://www.servicato.com para laAutor: . | Fuente: Veritatis Splendor

¿ Qué es un acto moral?BIBLIOTECA BÁSICA DEL CRISTIANO

Los actoA continuación presentamos algunos artículos de la Encíclica Veritaris Splendor, que nos ayudarán a encontrar que el obrar humano no puede ser valorado moralmente bueno sólo porque sea funcional para alcanzar este o aquel fin que persigue, o simplemente porque la intención del sujeto sea buena

El acto moral Teleología y teleologismo

71. La relación entre la libertad del hombre y la ley de Dios, que encuentra su ámbito vital y profundo en la conciencia moral, se manifiesta y realiza en los actos humanos. Es precisamente mediante sus actos como el hombre se perfecciona en cuanto tal, como persona llamada a buscar espontáneamente a su Creador y a alcanzar libremente, mediante su adhesión a él, la perfección feliz y plena 119.

Los actos humanos son actos morales, porque expresan y deciden la bondad o malicia del hombre mismo que realiza esos actos 120. Éstos no producen sólo un cambio en el estado de cosas externas al hombre, sino que, en cuanto decisiones deliberadas, califican moralmente a la persona misma que los realiza y determinan su profunda fisonomía espiritual, como pone de relieve, de modo sugestivo, san Gregorio Niseno: «Todos los seres sujetos al devenir no permanecen idénticos a sí mismos, sino que pasan continuamente de un estado a otro mediante un cambio que se traduce siempre en bien o en mal... Así pues, ser sujeto sometido a cambio es nacer continuamente... Pero aquí el nacimiento no se produce por una intervención ajena, como es el caso de los seres corpóreos... sino que es el resultado de una decisión libre y, así, nosotros somos en cierto modo nuestros mismos progenitores, creándonos como queremos y, con nuestra elección, dándonos la forma que queremos» 121.

72. La moralidad de los actos está definida por la relación de la libertad del hombre con el bien auténtico. Dicho bien es establecido, como ley eterna, por la sabiduría de Dios que ordena todo ser a su fin. Esta ley eterna es conocida tanto por medio de la razón natural del hombre (y, de esta manera, es ley natural), cuanto —de modo integral y perfecto— por medio de la revelación sobrenatural de Dios (y por ello es llamada ley divina). El obrar es moralmente bueno cuando las elecciones de la libertad están conformes con el verdadero bien del hombre y expresan así la ordenación voluntaria de la persona hacia su fin último, es decir, Dios mismo: el bien supremo en el cual el hombre encuentra su plena y perfecta felicidad. La pregunta inicial del diálogo del joven con Jesús:

«¿Qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?» (Mt 19, 16)

Evidencia inmediatamente el vínculo esencial entre el valor moral de un acto y el fin último del hombre. Jesús, en su respuesta, confirma la convicción de su interlocutor: el cumplimiento de actos buenos, mandados por el único que es «Bueno», constituye la condición indispensable y el camino para la felicidad eterna: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt 19, 17). La respuesta de Jesús remitiendo a los mandamientos manifiesta también que el camino hacia el fin está marcado por el respeto de las leyes divinas que tutelan el bien humano. Sólo el acto conforme al bien puede ser camino que conduce a la vida.

La ordenación racional del acto humano hacia el bien en toda su verdad y la búsqueda voluntaria de este bien, conocido por la razón, constituyen la moralidad. Por tanto, el obrar humano no puede ser valorado moralmente bueno sólo porque sea funcional para alcanzar este o aquel fin que persigue, o simplemente porque la intención del sujeto sea buena 122. El obrar es moralmente bueno cuando testimonia y expresa la ordenación voluntaria de la persona al fin último y la conformidad de la acción concreta con el bien humano, tal y como es reconocido en su verdad por la razón. Si el objeto de la acción concreta no está en sintonía con el verdadero bien de la persona, la elección de tal acción hace moralmente mala a nuestra voluntad y a nosotros mismos y, por consiguiente, nos pone en contradicción con nuestro fin último, el bien supremo, es decir, Dios mismo.

Page 17: Actos morales y sus caracteristicas

73. El cristiano, gracias a la revelación de Dios y a la fe, conoce la novedad que marca la moralidad de sus actos; éstos están llamados a expresar la mayor o menor coherencia con la dignidad y vocación que le han sido dadas por la gracia: en Jesucristo y en su Espíritu, el cristiano es creatura nueva, hijo de Dios, y mediante sus actos manifiesta su conformidad o divergencia con la imagen del Hijo que es el primogénito entre muchos hermanos (cf. Rm 8, 29), vive su fidelidad o infidelidad al don del Espíritu y se abre o se cierra a la vida eterna, a la comunión de visión, de amor y beatitud con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo 123. Cristo «nos forma según su imagen —dice san Cirilo de Alejandría—, de modo que los rasgos de su naturaleza divina resplandecen en nosotros a través de la santificación y la justicia y la vida buena y virtuosa... La belleza de esta imagen resplandece en nosotros que estamos en Cristo, cuando, por las obras, nos manifestamos como hombres buenos» 124.

En este sentido, la vida moral posee un carácter «teleológico» esencial, porque consiste en la ordenación deliberada de los actos humanos a Dios, sumo bien y fin (telos) último del hombre. Lo testimonia, una vez más, la pregunta del joven a Jesús: «¿Qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?». Pero esta ordenación al fin último no es una dimensión subjetivista que dependa sólo de la intención. Aquélla presupone que tales actos sean en sí mismos ordenables a este fin, en cuanto son conformes al auténtico bien moral del hombre, tutelado por los mandamientos. Esto es lo que Jesús mismo recuerda en la respuesta al joven: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt 19, 17).

Evidentemente debe ser una ordenación racional y libre, consciente y deliberada, en virtud de la cual el hombre es responsable de sus actos y está sometido al juicio de Dios, juez justo y bueno que premia el bien y castiga el mal, como nos lo recuerda el apóstol Pablo: «Es necesario que todos nosotros seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal» (2 Co 5, 10).

74. Pero, ¿de qué depende la calificación moral del obrar libre del hombre? ¿Cómo se asegura esta ordenación de los actos humanos hacia Dios? ¿Sólamente depende de la intención que sea conforme al fin último, al bien supremo, o de las circunstancias —y, en particular, de las consecuencias— que contradistinguen el obrar del hombre, o no depende también —y sobre todo— del objeto mismo de los actos humanos?

Éste es el problema llamado tradicionalmente de las «fuentes de la moralidad». Precisamente con relación a este problema, en las últimas décadas se han manifestado nuevas —o renovadas— tendencias culturales y teológicas que exigen un cuidadoso discernimiento por parte del Magisterio de la Iglesia.

Algunas teorías éticas, denominadas «teleológicas», dedican especial atención a la conformidad de los actos humanos con los fines perseguidos por el agente y con los valores que él percibe. Los criterios para valorar la rectitud moral de una acción se toman de la ponderación de los bienes que hay que conseguir o de los valores que hay que respetar. Para algunos, el comportamiento concreto sería recto o equivocado según pueda o no producir un estado de cosas mejores para todas las personas interesadas: sería recto el comportamiento capaz de maximalizar los bienes y minimizar los males.

Muchos de los moralistas católicos que siguen esta orientación, buscan distanciarse del utilitarismo y del pragmatismo, para los cuales la moralidad de los actos humanos sería juzgada sin hacer referencia al verdadero fin último del hombre. Con razón, se dan cuenta de la necesidad de encontrar argumentos racionales, cada vez más consistentes, para justificar las exigencias y fundamentar las normas de la vida moral. Dicha búsqueda es legítima y necesaria por el hecho de que el orden moral, establecido por la ley natural, es, en línea de principio, accesible a la razón humana. Se trata, además, de una búsqueda que sintoniza con las exigencias del diálogo y la colaboración con los no-católicos y los no-creyentes, especialmente en las sociedades pluralistas.

75. Pero en el ámbito del esfuerzo por elaborar esa moral racional —a veces llamada por esto moral autónoma—, existen falsas soluciones, vinculadas particularmente a una comprensión inadecuada del objeto del obrar moral. Algunos no consideran suficientemente el hecho de que la voluntad está implicada en las elecciones concretas que realiza: esas son condiciones de su bondad moral y de su ordenación al fin último de la persona. Otros se inspiran además en una concepción de la libertad que prescinde de las condiciones efectivas de su ejercicio, de su referencia objetiva a la verdad sobre el bien, de su determinación mediante elecciones de comportamientos concretos. Y así, según estas teorías, la voluntad libre no estaría ni moralmente sometida a obligaciones determinadas, ni vinculada por sus elecciones, a pesar de no dejar de ser responsable de los propios actos y de sus consecuencias. Este «teleologismo», como método de reencuentro de la norma moral, puede, entonces, ser llamado —según terminologías y aproches tomados de diferentes corrientes de pensamiento— «consecuencialismo» o

Page 18: Actos morales y sus caracteristicas

«proporcionalismo». El primero pretende obtener los criterios de la rectitud de un obrar determinado sólo del cálculo de las consecuencias que se prevé pueden derivarse de la ejecución de una decisión. El segundo, ponderando entre sí los valores y los bienes que persiguen, se centra más bien en la proporción reconocida entre los efectos buenos o malos, en vista del bien mayor o del mal menor, que sean efectivamente posibles en una situación determinada.

Las teorías éticas teleológicas

Proporcionalismo, consecuencialismo, aun reconociendo que los valores morales son señalados por la razón y la revelación, no admiten que se pueda formular una prohibición absoluta de comportamientos determinados que, en cualquier circunstancia y cultura, contrasten con aquellos valores. El sujeto que obra sería responsable de la consecución de los valores que se persiguen, pero según un doble aspecto: en efecto, los valores o bienes implicados en un acto humano, sería, desde un punto de vista, de orden moral (con relación a valores propiamente morales, como el amor de Dios, la benevolencia hacia el prójimo, la justicia, etc) y, desde otro, de orden pre-moral, llamado también no-moral, físico u óntico (con relación a las ventajas e inconvenientes originados sea a aquel que actúa, sea a toda persona implicada antes o después, como por ejemplo la salud o su lesión, la integridad física, la vida, la muerte, la pérdida de bienes materiales, etc).

En un mundo en el que el bien estaría siempre mezclado con el mal y cualquier efecto bueno estaría vinculado con otros efectos malos, la moralidad del acto se juzgaría de modo diferenciado: su bondad moral, sobre la base de la intención del sujeto, referida a los bienes morales; y su rectitud, sobre la base de la consideración de los efectos o consecuencias previsibles y de su proporción. Por consiguiente, los comportamientos concretos serían calificados como rectos o equivocados, sin que por esto sea posible valorar la voluntad de la persona que los elige como moralmente buena o mala. De este modo, un acto que, oponiéndose a normas universales negativas viola directamente bienes considerados como pre-morales, podría ser calificado como moralmente admisible si la intención del sujeto se concentra, según una responsable ponderación de los bienes implicados en la acción concreta, sobre el valor moral considerado decisivo en la circunstancia. La valoración de las consecuencias de la acción, en virtud de la proporción del acto con sus efectos y de los efectos entre sí, sólo afectaría al orden pre-moral. Sobre la especificidad moral de los actos, esto es, sobre su bondad o maldad, decidiría exclusivamente la fidelidad de la persona a los valores más altos de la caridad y de la prudencia, sin que esta fidelidad sea incompatible necesariamente con decisiones contrarias a ciertos preceptos morales particulares. Incluso en materia grave, estos últimos deberán ser considerados como normas operativas siempre relativas y susceptibles de excepciones. En esta perspectiva, el consentimiento otorgado a ciertos comportamientos declarados ilícitos por la moral tradicional no implicaría una malicia moral objetiva.

El objeto del acto deliberado

76. Estas teorías pueden adquirir una cierta fuerza persuasiva por su afinidad con la mentalidad científica, preocupada, con razón, de ordenar las actividades técnicas y económicas según el cálculo de los recursos y los beneficios, de los procedimientos y los efectos. Pretenden liberar de las imposiciones de una moral de la obligación, voluntarista y arbitraria, que resultaría inhumana.

Sin embargo, semejantes teorías no son fieles a la doctrina de la Iglesia, en cuanto creen poder justificar, como moralmente buenas, elecciones deliberadas de comportamientos contrarios a los mandamientos de la ley divina y natural. Estas teorías no pueden apelar a la tradición moral católica, pues, si bien es verdad que en esta última se ha desarrollado una casuística atenta a ponderar en algunas situaciones concretas las posibilidades mayores de bien, es igualmente verdad que esto se refería solamente a los casos en los que la ley era incierta y, por consiguiente, no ponía en discusión la validez absoluta de los preceptos morales negativos, que obligan sin excepción. Los fieles están obligados a reconocer y respetar los preceptos morales específicos, declarados y enseñados por la Iglesia en el nombre de Dios, Creador y Señor 125. Cuando el apóstol Pablo recapitula el cumplimiento de la Ley en el precepto de amar al prójimo como a sí mismo (cf. Rm 13, 8-10), no atenúa los mandamientos, sino que, sobre todo, los confirma, desde el momento en que revela sus exigencias y gravedad. El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables de la observancia de los mandamientos de la Alianza, renovada en la sangre de Jesucristo y en el don del Espíritu Santo. Es un honor para los cristianos obedecer a Dios antes que a los hombres (cf. Hch 4, 19; 5, 29) e incluso aceptar el martirio a causa de ello, como han hecho los santos y las santas del Antiguo y del Nuevo Testamento, reconocidos como tales por haber dado su vida antes que realizar este o aquel gesto particular contrario a la fe o la virtud.

Page 19: Actos morales y sus caracteristicas

77. Para ofrecer los criterios racionales de una justa decisión moral, las mencionadas teorías tienen en cuenta la intención y las consecuencias de la acción humana. Ciertamente hay que dar gran importancia ya sea a la intención —como Jesús insiste con particular fuerza en abierta contraposición con los escribas y fariseos, que prescribían minuciosamente ciertas obras externas sin atender al corazón (cf. Mc 7, 20-21; Mt 15, 19)—, ya sea a los bienes obtenidos y los males evitados como consecuencia de un acto particular. Se trata de una exigencia de responsabilidad. Pero la consideración de estas consecuencias —así como de las intenciones— no es suficiente para valorar la calidad moral de una elección concreta. La ponderación de los bienes y los males, previsibles como consecuencia de una acción, no es un método adecuado para determinar si la elección de aquel comportamiento concreto es, según su especie o en sí misma, moralmente buena o mala, lícita o ilícita. Las consecuencias previsibles pertenecen a aquellas circunstancias del acto que, aunque puedan modificar la gravedad de una acción mala, no pueden cambiar, sin embargo, la especie moral.

Por otra parte, cada uno conoce las dificultades o, mejor dicho, la imposibilidad, de valorar todas las consecuencias y todos los efectos buenos o malos —denominados pre-morales— de los propios actos: un cálculo racional exhaustivo no es posible. Entonces, ¿qué hay que hacer para establecer unas proporciones que dependen de una valoración, cuyos criterios permanecen oscuros? ¿Cómo podría justificarse una obligación absoluta sobre cálculos tan discutibles?

78. La moralidad del acto humano depende sobre todo y fundamentalmente del objeto elegido racionalmente por la voluntad deliberada, como lo prueba también el penetrante análisis, aún válido, de santo Tomás 126. Así pues, para poder aprehender el objeto de un acto, que lo especifica moralmente, hay que situarse en la perspectiva de la persona que actúa. En efecto, el objeto del acto del querer es un comportamiento elegido libremente. Y en cuanto es conforme con el orden de la razón, es causa de la bondad de la voluntad, nos perfecciona moralmente y nos dispone a reconocer nuestro fin último en el bien perfecto, el amor originario. Por tanto, no se puede tomar como objeto de un determinado acto moral, un proceso o un evento de orden físico solamente, que se valora en cuanto origina un determinado estado de cosas en el mundo externo. El objeto es el fin próximo de una elección deliberada que determina el acto del querer de la persona que actúa. En este sentido, como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, «hay comportamientos concretos cuya elección es siempre errada porque ésta comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral» 127. «Sucede frecuentemente —afirma el Aquinate— que el hombre actúe con buena intención, pero sin provecho espiritual porque le falta la buena voluntad. Por ejemplo, uno roba para ayudar a los pobres: en este caso, si bien la intención es buena, falta la rectitud de la voluntad porque las obras son malas. En conclusión, la buena intención no autoriza a hacer ninguna obra mala. "Algunos dicen: hagamos el mal para que venga el bien. Estos bien merecen la propia condena" (Rm 3, 8)» 128.

La razón por la que no basta la buena intención, sino que es necesaria también la recta elección de las obras, reside en el hecho de que el acto humano depende de su objeto, o sea si éste es o no es «ordenable» a Dios, al único que es «Bueno», y así realiza la perfección de la persona. Por tanto, el acto es bueno si su objeto es conforme con el bien de la persona en el respeto de los bienes moralmente relevantes para ella. La ética cristiana, que privilegia la atención al objeto moral, no rechaza considerar la teleología interior del obrar, en cuanto orientado a promover el verdadero bien de la persona, sino que reconoce que éste sólo se pretende realmente cuando se respetan los elementos esenciales de la naturaleza humana. El acto humano, bueno según su objeto, es «ordenable» también al fin último. El mismo acto alcanza después su perfección última y decisiva cuando la voluntad lo ordena efectivamente a Dios mediante la caridad. A este respecto, el patrono de los moralistas y confesores enseña: «No basta realizar obras buenas, sino que es preciso hacerlas bien. Para que nuestras obras sean buenas y perfectas, es necesario hacerlas con el fin puro de agradar a Dios» 129.

Por la que no basta la buena intención, sino que es necesaria también la recta elección de las obras, reside en el hecho de que el acto humano depende de su objeto, o sea si éste es o no es «ordenable» a Dios, al único que es «Bueno», y así realiza la perfección de la persona. Por tanto, el acto es bueno si su objeto es conforme con el bien de la persona en el respeto de los bienes moralmente relevantes para ella. La ética cristiana, que privilegia la atención al objeto moral, no rechaza considerar la teleología interior del obrar, en cuanto orientado a promover el verdadero bien de la persona, sino que reconoce que éste sólo se pretende realmente cuando se respetan los elementos esenciales de la naturaleza humana. El acto humano, bueno según su objeto, es «ordenable» también al fin último. El mismo acto alcanza después su perfección última y decisiva cuando la voluntad lo ordena efectivamente a Dios mediante la caridad. A este respecto, el patrono de los moralistas y confesores enseña: «No basta realizar obras buenas, sino que es preciso hacerlas bien. Para que nuestras obras sean buenas y perfectas, es necesario hacerlas con el fin puro de agradar a Dios» 129.

Page 20: Actos morales y sus caracteristicas

Documento completo Encíclica Veritatis splendor

119. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 17. regresar

120. Cf. S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 1, a. 3: «Idem sunt actus morales et actus humani». regresar

121. De vita Moysis, II, 2-3: PG 44, 327-328. regresar

122. Cf. S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 148, a. 3. regresar

123. El Concilio Vaticano II, en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, precisa: «Esto vale no sólo para los cristianos, sino también para todo los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón actúa la gracia de modo visible. Cristo murió por todos, y la vocación última del hombre es realmente una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos mantenerque el Espíritu Santo ofrece a todos la posibiliad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual»: Gaudium et spes, 22. regresar

124. Tractatus ad Tiberium Diaconum sociosque, II. Responsiones ad Tiberium Diaconum sociosque: S. Cirilo de Alejandría, In D. Johannis Evangelium, vol. III, ed. Philip Edward Pusey, Bruxelles, Culture et Civilisation (1965), 590. regresar

125. Cf. Conc. Ecum. de Trento, ses. VI, Decreto sobre la justificación Cum hoc tempore, can. 19: DS, 1569. Ver también: Clemente XI, Const. Unigenitus Dei Filius (8 septiembre 1713) contra los errores de Pascasio Quesnel, nn. 53-56: DS, 2453-2456. regresar

126. Cf. Summa Theologiae, I-II, q. 18, a. 6. regresar

127. Catecismo de la Iglesia Católica n. 1761. regresar

128. In duo praecepta caritatis et in decem legis praecepta. De dilectione Dei: Opuscula theologica, II, n. 1168, Ed. Taurinens. (1954), 250. regresar

129. Cf. S. Alfonso María de Ligorio, Pratica di amar Gesú Cristo, VII, 3. regresar s humanos son actos morales, porque expresan y decid

ACTO MORALSaMun

I. Enfoque psicológico y filosófico

1. Visto psicológicamente, el punto de partida del obrar moral es la toma de posición personal, es decir, consciente y libre, en el conflicto entre las necesidades impuestas por la realización de las tendencias del yo y las exigencias de la sociedad; según esto, el obrar moral presupone el desarrollo de la conciencia del yo, la cual se produce, por la victoria sobre el ambiente en medio de un diálogo con él. La condición es la vivencia de la situación de conflicto entre la necesidad de satisfacer las tendencias inmanentes y las exigencias del ambiente que se opone a esa necesidad. Esta situación surge en el niño cuando experimenta el beneficio de ser amado, cuando él es aceptado y promovido por el contorno ambiental. Así el niño renunciará a satisfacer sus impulsos cuando éstos sean perjudiciales a la simbiosis afectiva con la madre. Pero si no se presenta la situación de conflicto, la preparación y el desarrollo del obrar moral quedan impedidos.

En un estadio ulterior de la formación de la conciencia, para que se realice la acción moral se requiere que la necesidad de autodesarrollo conduzca, por anexión al contorno que promueve este autodesarrollo, a una recepción, primeramente desprovista

Page 21: Actos morales y sus caracteristicas

de crítica, de los puntos de vista del entorno concreto; se produce, pues, una intosuscepción de los comportamientos ajenos, normalmente, primero del padre, de la madre y de los hermanos, de manera que la conducta de estos modelos directivos se puede convertir en norma del propio obrar por medio de la identificación. Con la ampliación del entorno y el desarrollo de la conciencia crítica el niño se ve colocado ante nuevos conflictos, puesto que ahora le salen al encuentro en medida cada vez mayor maneras de comportarse de los modelos directivos que se contradicen mutuamente, y él debe ahora decidir qué modelo directivo quiere seguir. En la decisión juegan su papel, no sólo las necesidades propias, sino también, y en una medida que aumenta cada vez, la inteligencia de la oportunidad de una conducta practicada y exigida y, evidentemente, también la fuerza de la vinculación afectiva a determinados modelos.

Tan pronto como el niño está en situación de conocer que determinadas acciones tienen sentido por sí mismas, p. ej., el decir la verdad, y es al mismo tiempo consciente de que estas acciones son exigidas, a causa de su valor, por las personas normativas, se llega simplemente a las acciones morales, en tanto el niño está en situación de distanciarse interiormente de sus inmanentes estímulos espontáneos en tal medida que pueda comparar las exigencias de lo debido con sus necesidades subjetivas y tomar libremente posición frente a ello a base de su inteligencia. Si reinan buenas relaciones familiares, esto sucede normalmente hacia los 6 ó 7 años, cuando el niño llega al así llamado uso de razón o a la edad de la discreción; sin embargo, esta madurez también puede producitse mucho más tarde.

Esta conciencia crítica frente a las normas del ambiente, aceptadas en forma no crítica, y frente a las exigencias de las tendencias del yo, naturalmente, existe primero en medida muy limitada y, en principio, se alcanza siempre con lentitud, con una lentitud gradualmente distinta en cada caso, puesto que la actitud y el clima reflexivos dependen siempre de los conocimientos directos y de las deciciones, que se transforman con el desarrollo progresivo de la personalidad y nunca pueden quedar sometidos a una reflexión plena. Debido a ello, una crítica actuación ética que se distancie de una moral falta de crítica, en todos los casos sólo es posible en una medida limitada y depende de la acuñación del desarrollo de la personalidad.

Por lo menos hasta cierto grado, la ética implicada en el «super-yo» señala a dicho desarrollo un cauce que dificulta las tomas de posición genuinamente éticas, pues, sin fundamento, sólo a causa de la educación, se atribuye un valor absoluto a determinadas concepciones tradicionales (--> ética).

Este proceso moral de desarrollo comenzado por el niño alcanza un grado de madutez esencialmente superior cuando el joven llega a una situación en que es capaz, no sólo de tomar decisiones responsables y libres con relación a acciones particulares, sino también de decidir sobre sí mismo y,

Page 22: Actos morales y sus caracteristicas

concretamente, en lo referente a una postura personal y definitiva en sus aspectos esenciales para con su ambiente. Es condición para ello el que, aparte de una conciencia suficiente sobre la importancia de la acción, la autoconciencia haya progresado tanto que sea posible una disposición subjetivamente definitiva acerca de sí mismo. Simultáneamente la vinculación afectiva a personas ha de alcanzar un determinado grado de intensidad, pues el carácter absoluto de la obligación moral debe ser comprendido en tal medida que el comportamiento contrario a ella se presente a su autor como algo que, no sólo hace mala la acción particular, sino que hace malo al hombre.

Únicamente cuando la maduración de la personalidad haya alcanzado ese punto, se podrá hablar de una actuación moral cualificada. La presuposición para ello es:

a) la experiencia subjetiva de la propia singularidad, la cual se inicia generalmente por el confrontamiento con el despertar de la -> sexualidad y con todos los fenómenos que lo acompañan;

b) el desarrollo de la capacidad crítica de distinción, basado en la experiencia y en la enseñanza, en tal medida que se pueda comprender la transcendencia de la acción para la propia vida y se tenga capacidad de ponderar suficientemente, es decir, esencialmente, la importancia definitiva para el futuro de las relaciones con el mundo circundante.

c) una vinculación tan amplia a la dignidad de la persona, que ésta sea reconocida como algo que debe ser respetado y amado por sí mismo; pues ahora el joven, debido a una capacidad de amor que le libera de la prisión en el yo, está en situación de comprender suficientemente al otro en su subjetividad y en las exigencias que ella comporta. Precisamente esta capacidad de distinción y sobre todo esta capacidad de amor, por lo común, no se dan ya con el final de la pubertad física, y no deberían ser precipitadamente supuestas en los años jóvenes.

2. Bajo la perspectiva filosófica, podemos hablar de un a.m. cuando el hombre se realiza en su condición de -> persona consciente por -->decisión libre y sintiendo la responsabilidad ante él mismo y ante los otros (--> libertad). Según esto, para que un a.m. tenga efecto debe haber conciencia y voluntad libre, y éstas han de ser actualizadas en vistas al desarrollo de las personas implicadas, entre las cuales se halla siempre la propia persona. Lo cual debe hacerse sintiendo responsabilidad ante las personas, ya que ellas pueden exigir respuesta y cuentas. Esto significa que el a.m. es siempre: una toma de posición frente a la norma transcendental de conducta; un perfeccionamiento y una perfección; y, en armonía con eso, una incitación a la fe, la esperanza y la caridad «metafísicas». Expresado de otra forma: el a.m. según su estructura formal es bueno en la medida en que, reconoce a Dios como sumo bien y por ello cree, confía en

Page 23: Actos morales y sus caracteristicas

la salvación de Dios y así espera, lo afirme como el sumo bien y así lo ama.

Pues, en efecto, una acción sólo puede ser enjuiciada como buena o como mala en la medida en que es conocida su conformidad con el ser o su oposición a él. Este conocimiento, a su vez, sólo es posible en la medida de la evidencia del ser en sí, la cual por su parte incita a la afirmación creyente del mismo, ya que el ser en sí, por un lado, es el presupuesto intelectualmente necesario de lo que conocemos y, por otra parte, como algo que hemos de presuponer sin conocerlo exhaustivamente en sí mismo, puede ser rehusado por la voluntad, aun cuando simultáneamente sea entendido por la razón como algo que debe afirmarse. Esto significa que cualquier acto moralmente bueno es un acto de -> fe.

Pero además es siempre un acto de -> esperanza. Y lo es porque un acto consciente sólo puede hacer más perfecto o imperfecto a un hombre en la medida en que se le presente como dotado o desprovisto de sentido y, con ello, arbitrario. Esto, a su vez, solamente es posible en la medida en que un comportamiento conforme con el ser es reconocido como absolutamente obligatorio. Ahora bien, por un lado, la conciencia del sentido del obrar es una presuposición transcendental y necesaria para la operación consciente, pues la acción consciente está necesariamente dirigida a un fin; y, por otro lado, el reconocimiento del principio de que la actuación dotada de sentido es la conforme con el ser constituye un acto libre de esperanza, pues la prueba de la exactitud del reconocimiento de ese principio sólo cabe esperarla del futuro, de modo que es posible afirmarlo o negarlo libremente.

En cuanto el hombre toma posición frente a una cosa conocida como obligatoria, se decide en último término a seguir o no seguir la llamada moral y, en consonancia con ello, al --> amor de lo que es bueno en sí o a su repulsa arbitraria y despojada de amor. Pues el hombre, en su obrar consciente, por una parte aspira necesariamente a lo perfecto y, con ello, al bien en sí, pero, por otra parte, él tiene que decidirse por el amor de lo bueno en sí, ya que nosotros solamente en medida limitada podemos conocer eso que es bueno en sí y, por tanto, nos es posible rechazarlo desamoradamente en pro de un bien elegido a nuestro antojo.

Según esto, el punto de partida para la determinación del a.m. debe ser la relación transcendental a Dios. Y ésta sólo se halla tan desarrollada que podamos hablar de un a.m. en sentido pleno, cuando el hombre está referido a Dios en tal grado que, o bien él afirma a Dios con fe, esperanza y amor en la concreta decisión moral, o bien lo rechaza incrédulamente, arbitrariamente, en el fondo, desesperadamente y, en último término, egoístamente. Con todo, no es necesario que la relación a Dios se actualice in actu reflexo, es suficiente que se realice in actu exercito. Esta relación a la fe, la esperanza y la caridad va

Page 24: Actos morales y sus caracteristicas

inherente al a.m. con necesidad transcendental; y, en nuestro orden de salvación, ella experimenta una ampliación fáctica por la que se extiende al campo sobrenatural. Esta triple relación transcendental y sobrenatural del a.m. a Dios debe ser desarrollada en lo que sigue.

II. Toma de posición frente a la norma transcendental de la moral: toma de posición frente a la fe

1. Para la realización de un a.m. se requiere en primer lugar que una acción sea conocida como buena o como mala. Esta conciencia presupone, por un lado, el conocimiento de la norma moral y, por otro lado, el conocimiento de la relación del acto a la norma moral. Es digno de ser afirmado inmediatamente y, con ello, moralmente bueno en el plano objetivo, todo aquello que tiene su sentido en sí mismo y, en consecuencia, es absolutamente obligatorio. Así el criterio supremo de moral es la ordenación a la perfección de Dios, único ser en el que podemos hallar la suprema consumación. De donde se deduce que somos objetivamente perfectos tan sólo por el perfecto amor a Dios y subjetivamente perfectos por acomodarnos totalmente a su voluntad.

Todo lo demás es bueno en la medida en que se ordena a un fin transcendental, el cual, por su parte, tiene un sentido inmanente en sí mismo. De ese modo todo es afirmado en la medida en que participa de la perfección de Dios y desarrolla sus tendencias en armonía con el ser. La criatura dotada, de espíritu (-> ángel, -> hombre) tiene parte en la perfección de Dios en tal modo que ella, por un lado goza de sentido en sí misma, de manera que su autorrealización está llena de sentido; y, por otro lado, sólo puede autorrealizarse por la subordinación al fin transcendente, a saber, a todo lo que tiene un sentido en sí mismo y, por tanto, reviste un carácter absoluto (notemos que el grado de subordinación depende del grado de absolutez). Esto significa exactamente: es moralmente bueno todo lo que promueve al hombre en su condición humana, realizada en conformidad con los demás hombres, y promueve a todos los hombres en conformidad con Dios. En consecuencia, son moralmente buenos aquellos actos que perfeccionan al sujeto que obra en su relación con Dios y con el prójimo, o sea, en último término es bueno todo lo que fomenta la intersubjetividad, la relación entre las personas bajo todos los aspectos.

Y, además, como la naturaleza infrahumana (-> creación) sólo tiene sentido en cuanto sirve a la autorrealización del hombre, la ordenación a ella es moralmente buena en el plano objetivo en tanto se la puede poner a servicio del desarrollo del hombre. Esto significa que el mundo de las «cosas», o sea, La realidad infrasubjetiva u objetiva, o puramente categorial, sólo puede tener un carácter mediata o materialmente moral.

Según esto, un acto es moralmente bueno .n el plano subjetivo cuando por él se proiuce una ordenación consciente a la

Page 25: Actos morales y sus caracteristicas

autorrea.ización en armonía con el prójimo y con dios, y cuando por él la realidad material es puesta a servicio de la subjetividad personal.

En consonancia con lo dicho, el primer presupuesto para la actuación moral es que se conozca suficientemente cómo la persona no puede compararse con lo infrahumano, o sea, que se conozca el abismo existente entre las personas y las cosas. Un hombre que no sepa distinguir conscientemente entre personas y objetos carece, pues, de capacidad moral.

Este conocimiento de lo bueno en sí puede darse bajo diversos grados de claridad, no se requiere incondicionalmente que se produzca en forma consciente y temática. Pero él ya está sin duda iniciado siempre que se percibe por lo menos en manera directa e indistinta cómo determinados valores, p. ej., la -> verdad, la perfección, la -> libertad, la -> justicia, en resumen, las virtudes, deben ser apetecidos por sí mismos. Pues en las virtudes siempre se trata necesariamente de valores que están al servicio del desarrollo de la intersubjetividad, siempre se trata, consecuentemente, de valores transcendentales, en el sentido de que la ordenación a ellos siempre realiza necesariamente la perfección del que obra y, por cierto, en conformidad con su condicionamiento intersubjetivo.

Según esto, el hombre en tanto no puede equivocarse al enjuiciar las virtudes y los vicios, al adoptar una postura inmediatamente moral, en cuanto ellos lo abren siempre para el ->bien en sí, pues, por definición, es decir, necesariamente, lo orientan hacia una ordenada o desordenada relación intersubjetiva.

Esto significa: cuando el hombre juzga que una acción está permitida, prohibida o mandada, él no puede equivocarse al formular la permisión, la prohibición o el mandato en la medida en que, necesariamente por la razón y tendencial o voluntariamente por la disposición subjetiva, se halla dirigido a lo verdadero en sí y, a pesar de la mediación de la subjetividad, por la transparencia de lo objetivo goza de una evidencia que ilumina el campo de la subjetividad y de la intersubjetividad. Y en la misma medida la permisión, etc., se refiere inmediatamente a la afirmación o negación personal de sujetos, a una toma de posición buena o mala en sí.

Esto significa que el a.m. inmanente, en su toma de posición frente a la norma moral, frente a lo bueno en sí, tiene una estructura formal lo mismo que el acto de fe en su asentimiento creyente, de modo que lleva en sí mismo su propia seguridad. O sea, lleva su evidencia en sí mismo, pues el hombre realiza en él una inmediata comunicación intersubjetiva, teniendo tanta conciencia directa -aunque no refleja- de la estructura de dicha comunicación como de la comunicación misma.

Page 26: Actos morales y sus caracteristicas

En efecto, incluso bajo el aspecto de la ordenación a lo verdadero y bueno en sí, a lo absoluto en general, el a.m. se refiere directamente a Dios, aun cuando esto no siempre sucede en forma explícita, ya que la relación transcendental a lo absoluto no es otra cosa que la ordenación a Dios, por más que la elaboración temática de esa ordenación esté expuesta a falsificaciones.

Ahora bien, el hombre debe llevar a la práctica estas tomas de posición intersubjetiva a través de acciones externas, objetivas y, en este sentido, transcendentales. Lo cual ocurre cuando él usa su corporalidad y los bienes de esta tierra como medios de expresión y de autorrealización, y los pone para este fin en relación con la subjetividad y la intersubjetividad. A este respecto, ciertamente el hombre está vinculado a la ley propia de la realidad infrapersonal o categorial, pero, en virtud de su personalidad la usa de tal manera que ella, en su ser así y no de otro modo, se halla determinada, ya no por interrelaciones causales independientes del hombre, sino por él mismo.

En el enjuiciamento de esta ley propia el hombre puede equivocarse. Dicho de otro modo: el hombre puede equivocarse en lo que ella permite, manda o prohíbe, o sea, en sus tomas de posición objetiva. El fundamento para la posibilidad del error en la interpretación objetiva de sus tomas de posición subjetiva se basa:

a) En nuestra necesidad de abstracción. Con lo cual, por definición, se realiza un conocimiento incompleto de la esencia, por la razón de que lo esencial se nos desarrolla históricamente y, en consecuencia, no se nos revela definitivamente, e igualmente por la razón de que nosotros comprendemos selectivamente, es decir, prescindiendo de ciertas notas.

b) En nuestra necesidad de juzgar. En el .juicio se toma una posición transcendental frente a algo categorial y, por cierto, vinculando a través de la cópula el concepto transcendental con su realización categorial. Aquí pueden introducirse errores, pues nosotros sólo conocemos la identidad entre lo subjetivo y lo objetivo en medio de las diferencias.

c) Hemos de pensar que nosotros - aun cuando nuestra razón esté necesariamente ordenada a la verdad en sí-, puesto que el conocimiento depende de la disposición del sujeto y dicha verdad siempre es aprehendida en forma limitada y objetivada, tenemos la posibilidad de adoptar una postura libre frente a esa verdad concretamente captada, en cuanto ella es interpretable para nosotros. Por eso, nuestra aprehensión fáctica de la verdad depende también de las tendencias del sujeto y del libre amor a ella. En consecuencia, el hecho de que la verdad no sea captada está condicionado, no sólo por los límites de la razón, sino también por la disposición de la voluntad.

Page 27: Actos morales y sus caracteristicas

De ahí se deduce lo siguiente: los juicios morales pueden reflejar lo moralmente permitido, etc. -más exactamente, la voluntad de Dios- en manera conforme a la verdad. Pero, a causa de su carácter abstractivo y de la limitada ordenación tendencial a la verdad, lo hacen siempre de una manera imperfecta, e incluso pueden caer en el error. Sin embargo, al formular la permisión, etc., nosotros conocemos infaliblemente la voluntad de Dios en cuanto estamos ordenados a la verdad en sí. Mas esta ordenación a la voluntad de Dios, en tanto es libre, implica siempre un cacto metafísico de fe», pues, aun cuando la afirmación libre de lo verdadero y de lo bueno en sí descanse en las condiciones transcendentales de nuestro conocer y querer, sin embargo, éstas sólo pueden ser afirmadas como tales mediante un acto transcendental no necesario, es decir, libre.

2. Puesto que., en consecuencia, nosotros podemos expresar afirmativamente, pero no exclusiva ni definitivamente, la esencia de hechos objetivos y la finalidad de ciertas maneras categoriales de comportamiento, podemos decir algo en general y objetivamente acerca de la bondad o maldad de tales acciones, sólo en forma afirmativa, pero no en forma exclusiva ni definitiva; es decir, cabe decirlo materialmente, pero no formalmente. Expresado de otro modo: es posible que la esencia de una acción categorial, de una acción realizada, incluso en el caso de que la hayamos comprendido correctamente, revista un aspecto que nos ha pasado desapercibido, y que el acto tenga una finalidad que nosotros no hemos captado. La cual significa que, en principio, acerca de determinados actos externos no se puede decir que ellos son moralmente buenos o malos siempre y bajo todas las circunstancias. Eso sólo puede decirse en sentido material, es decir, el acto, cuando se realiza, tiene siempre un aspecto materialmente bueno o malo, aspecto que no se pierde cuando ese acto, a causa de otras posibles finalidades, haya de ser considerado como moralmente ambivalente en el plano objetivo.

Según la intención subjetiva que el hombre tenga al realizar el acto, éste puede llamarse formalmente bueno o malo también en el plano objetivo y no sólo en el subjetivo, aunque con ello no se excluye una finalidad material de signo contrario en ese mismo acto. Así, p. ej., el dar muerte injustamente a un hombre es siempre objetiva y formalmente un asesinato, pero el dar muerte en legítima defensa tiene una finalidad moral ambivalente, una finalidad que justifica moralmente el acto y otra finalidad materialmente mala, la cual no es pretendida formalmente, pero sí lo es objetivamente. Por consiguiente, el que el asesinato siempre sea formalmente malo se debe, no al acto objetivo y externo de la occisión, sino a la actitud interna, la cual siempre es necesariamente mala, por ser injusta en el caso presupuesto.

De estos actos hay que distinguir los materialmente indiferentes, los cuales son concretamente buenos o malos en el terreno

Page 28: Actos morales y sus caracteristicas

objetivo (y no sólo en el subjetivo) según el fin a que sirven en virtud de la intención fáctica del que obra.

III. Toma de posición frente a la perfección transcendental: una toma de posición frente a la esperanza

1. Para que un acto sea moral debe ser comprendido como bueno o malo para mí. La aprehensión de la congruencia o incongruencia de un acto, de lo recto y verdadero en sí, no implica todavía el conocimiento del sentido correspondiente, así como del valor y del carácter obligatorio que de ahí se desprenden. Para que este conocimiento tenga efecto hay que añadirle la visión de que el acto considerado como bueno o malo redunda en salvación o pérdida de quien obra o de otros, y la de que, en consecuencia, quien actúa debe rendir cuentas ante sí mismo o ante otros, o sea, es necesario comprender el concreto carácter obligatorio del acto y la consecuente responsabilidad del que obra. En efecto, una actuación responsable no significa otra cosa que una acción conscientemente dotada de sentido. Pero el hombre sólo puede obrar conscientemente con sentido cuando se pone a sí mismo en relación con un fin reconocido, el cual tenga su sentido en sí mismo y con ello constituya su propia meta. Pero el referirse conscientemente a un fin todavía no es sin más una actuación responsable, pues cabe la posibilidad de que el hombre se refiera a una meta establecida arbitrariamente. Ahora bien, el ordenarse conscientemente a un fin arbitrariamente escogido no sólo carece de sentido, sino que, además, a causa de la elección conscientemente arbitraria, constituye un auténtico sinsentido y contrasentido, ya que la conciencia siempre está intencionalmente orientada hacia el ser en sí. Por tanto, para que la ordenación consciente a un fin tenga sentido, ese fin ha de presentarse al que actúa como digno de ser apetecido en sí mismo, o sea, la meta debe tener su sentido en sí misma y la ordenación a ella debe ser conveniente para el que actúa, pues la subjetividad busca siempre con necesidad transcendental la autorrealización y, sólo realizándose a sí misma, puede ella seguir siendo subjetividad.

Si el hombre sólo puede contraer vínculos absolutos con relación a las personas, se deduce como consecuencia que él únicamente puede tener responsabilidad con relación al orden categorial de las cosas en la medida en que éstas, salvada su propia ley física que el hombre es incapaz de suprimir, por una acción personal son puestas a servicio de la subjetividad y de la intersubjetividad. Efectivamente, en sí misma, la realidad categorial no tiene más sentido que el de servir de medio para la autorrealización del hombre, puesto que ella no puede ordenarse a sí misma a una finalidad, sino que debe ser ordenada por el hombre a su autorrealización, pues de lo contrario carecería de sentido (--> creación). Si el hombre, a causa de la capacidad de pecar, nacida de su limitación, la ordena a finalidades arbitrarias, dicha realidad carece de sentido en cuanto no es orientada hacia una meta conveniente, mas no por eso es absurda, ya que ella

Page 29: Actos morales y sus caracteristicas

conserva su propio sentido, a saber, el de servir de medio para la autorrealización del hombre. El hombre tiene una responsabilidad inmediata con relación a la subjetividad percibida conscientemente, pues ésta lleva su sentido en si misma. Para ello el hombre debe haber comprendido concretamente el sentido o el contrasentido del acto en sí, o sea, se debe haber dado cuenta de las personas implicadas, y, entonces, según la medida de esa comprensión tendrá conciencia del carácter obligatorio del acto.

Esto se desprende de que la subjetividad tiende siempre con necesidad transcendental a su propia realización. Por definición, la realización subjetiva es siempre autorrealización. Y, en consonancia con eso, 1a propia realización consciente se lleva a cabo con responsabilidad ante sí mismo. De ahí que incluso el amor desinteresado del hombre sólo sea posible bajo el presupuesto de que ese amor tenga sentido para él y le lleve a su propio perfeccionamiento. O, por aducir otro ejemplo, el hombre sólo puede suicidarse guiado por la intención de alcanzar una plenitud de sí mismo adecuada a las circunstancias.

Esto se desprende también de que la subjetividad, la cual está en relación con otras subjetividades, sólo puede realizarse a sí misma respetando la subjetividad de los otros. Pues Dios sería infiel a sí mismo si aniquilase la criatura espiritual una vez que la ha creado. Pero aquella subjetividad que sólo puede realizarse en dependencia de otro haría imposible su autorrealización en la medida en que no se realizara en conformidad con su dependencia. La subjetividad obra irresponsablemente en la medida en que niega su dependencia. Dicho de otro modo: la responsabilidad humana sólo es posible en cuanto el hombre comprende conscientemente su subjetividad en su dependencia objetiva e intersubjetiva. En efecto, el hombre depende tanto de la realidad categorial como de las personas. 0.1 necesita la realidad categorial, o sea, su corporalidad y el mundo de las cosas, como un medio para la propia realización. Y de las personas, en cambio, tiene necesidad como compañeras en el camino de la propia realización, hasta tal punto que él sólo puede actualizarse como persona en cuanto adopta una postura para con la personalidad ya actualizada, es decir, el hombre sólo puede amar, afirmarse personalmente a sí mismo y afirmar a otros en cuanto él ha sido amado. Según esto, la posibilidad de la afirmación moral de otros presupone un conocimiento suficiente de que la ordenación a los demás, de que la aceptación de la dependencia con relación a ellos contribuye, no a la destrucción, sino a la realización de sí mismo. Así, hombres que -por no haber experimentado suficientemente el amor personal- no han podido desarrollar lazos personales, tampoco son responsables de crímenes contra otros, incluso en el caso de que en forma puramente racional comprenden con claridad que obrar así está prohibdo; y no lo son porque desconocen el valor negado en su acción. Una parte del fenómeno de la criminalidad en el mundo del confort, la cual muchas veces resulta tan

Page 30: Actos morales y sus caracteristicas

incomprensible, sin duda debe explicarse por la falta de lazos personales y por la consecuente irresponsabilidad.

El hecho de que nosotros sólo podemos comprender el valor del amor por la experiencia del mismo amor se funda a la postre en que toda nuestra potencialidad debe ser actualizada siempre en virtud de una actualidad - por lo menos del mismo orden - y, en último término, en virtud del acto divino, primera raíz donde se basa la posibilidad de nuestra propia realización. Por eso, nuestra actividad productiva consiste en una toma de posición frente a las posibilidades que se nos ofrecen y no en un comportamiento auténticamente creador. En último término, lo único que nosotros podemos hacer es adoptar una postura personal con relación a las posibilidades que nos vienen de fuera y, así, actualizar nuestra personalidad mediante una singular toma de posición ante las posibilidades incesantemente renovadas. Por esto el hombre desde su raíz es un ser individual y social y, de esa manera, una criatura. P-1 sólo puede decir «yo» en la medida en que puede decir «tú» y, en último término, «mi Dios». únicamente así está en condiciones de realizar su originalidad en forma singular dentro de la historia (-> sociedad; -> historia e historicidad).

Por consiguiente, según lo dicho, autorrealizaci6n es siempre un dar sentido a la acción propia y a la vida propia en dependencia de otras cosas y de otros. Pero esa dependencia solamente adquiere rango moral cuando y en la medida en que una determinada forma de comportamiento es adecuadamente conocida como el sentido de una acción actual o de la vida en general y, en consecuencia, es reconocida como obligatoria. Éste es el caso cuando tanto las personas y sus tomas de posición frente a otras como la realidad categorial son referidas a personas.

Puesto que nosotros sólo aprehendemos nuestra subjetividad por mediación del campo objetivo de la intersubjetividad y lo objetivo únicamente llega al sujeto bajo los límites del espacio y del tiempo, solamente captamos nuestra propia subjetividad y nuestra dependencia intersubjetiva en cuanto nos desprendemos del pasado, del presente y del futuro objetivos, y al mismo tiempo referimos la subjetividad a la objetividad sometida a mutación. Ahora bien, puesto que todo obrar moral es una actuación subjetiva, la acción ética sólo se realiza en la medida en que el sujeto operante, a base de su operación objetiva, adopta una postura frente a la subjetividad; frente a una subjetividad que, por una parte, en virtud de su misma naturaleza - precisamente por ser subjetividad - está substraída al manejo del hombre y, por otra parte, maneja la realidad objetiva. De ahí se deduce que todo a.m. reviste un aspecto singular, pues cada situación objetiva frente a la cual el hombre debe tomar una posición moral, dada su dependencia de las personas que actúan en ella, tiene un carácter irrepetible, y, además, todo sujeto operante ha de actuar en armonía con su singularidad subjetiva.

Page 31: Actos morales y sus caracteristicas

Esto significa simplemente que el hombre sólo puede rendir cuentas de su actuación en cuanto su toma de posición subjetiva, mediada por la realidad objetiva, está referida a la subjetividad. De donde se deduce que el hombre sólo puede tener responsabilidad en el grado en que ha comprendido la finalidad de la subjetividad propia y de la ajena y al mismo tiempo la relación del obrar propio con esta finalidad.

Para que esa comprensión y ese enfoque de la finalidad sean posibles, el futuro que viene hacia el hombre ha de presentarse lleno de sentido bajo una determinada forma y bajo una determinada respuesta. Mas este futuro que viene hacia el hombre únicamente puede presentársele lleno de sentido si alguien que tenga su sentido en sí mismo, en último término Dios, ha dotado también de sentido al futuro. Y esa mirada luminosa a un futuro lleno de sentido y, en último término, al mismo Dios, no es otra cosa que la virtud teologal de la -> esperanza. Ella constituye el presupuesto para un amor libre, abnegado, y, por esto, virtuoso, ya que el hombre solamente puede entregarse en la medida en que ha tomado posesión de sí mismo y se ha afirmado a sí mismo.

Si el hombre niega el futuro tal como éste llega hacia él y pretende darle un sentido arbitrario, obra irresponsablemente, es decir, obra, no en conformidad con el sentido de la subjetividad y de la intersubjetividad, el cual se revela en el conocimiento y exige reconocimiento, sino a tenor del propio arbitrio y, por tanto, absurdamente.

2. En cuanto aquí se trata de responsabilidad ante uno mismo, hablamos de autonomía y, en cuanto se trata de responsabilidad ante otros, hablamos de heteronomía. Puesto que el hombre es al mismo tiempo responsable ante sí mismo y responsable ante otros, él es a la vez autónomo y heterónomo, si bien desde diversos puntos de vista.

El hombre es autónomo en cuanto debe rendirse cuentas a sí mismo, en cuanto su acción subjetiva está en consonancia con el fin conocido de su subjetividad. El fundamento de esta conciencia de responsabilidad ante sí mismo está, por un lado, en que el hombre, mediante su toma de posición personal, de tal modo configura consciente y libremente las tendencias que laten en él y buscan su satisfacción, que éstas, aun conservando necesariamente su constitución, ya no se hallan determinadas por una red de causas independientes del sujeto humano, sino que se convierten en expresión y realización de su autointeligencia y autonomía. Y, por otro lado, la conciencia de responsabilidad ante sí mismo se funda en que el hombre siempre decide en su acción moral apoyándose en un pasado previamente existente, así como en sus propios lazos con el presente, y proyectándose desde allí hacia el propio futuro que le viene de fuera, hacia un futuro lleno de importancia para su salvación. Puesto que de esa manera el hombre es la causa y el fin de su propio obrar, él es responsable frente a sí mismo.

Page 32: Actos morales y sus caracteristicas

El hombre es heterónomo en cuanto debe rendir cuentas ante el prójimo y ante Dios, en cuanto su acción subjetiva está conforme con la subjetividad de éstos. En tanto el hombre refiere a otros el fruto de su acción, orienta -dentro del margen de sus responsabilidades morales- lo entrañado en sus actos al bienestar y al desarrollo personal de las personas implicadas y, con ello, a la propia salvación, que él sólo puede esperar en armoniosa conformidad con los demás. El hombre es, pues, heterónomo por su dependencia de otras personas y cosas, dependencia que, en interés de la realización de sí mismo, exige que se tenga en cuenta la ley propia de aquellas personas y cosas de las cuales él depende.

El hecho de que el obrar moral tiene que realizarse siempre bajo condiciones históricamente irrepetibles implica la necesidad de capacitar para las decisiones morales por el dictamen de la --> conciencia, el cual queda legitimado por el amor del sujeto a la verdad en sí y por la consecuente ordenación de su juicio a lo verdadero en sí, pues en el juicio de la conciencia el acto es juzgado subjetivamente según el conocimiento de lo verdadero en sí, o sea, es enjuiciado para uno mismo y en forma singular o irrepetible. Así, en la misma medida del amor a la verdad, se da una ordenación del conocimiento a lo verdadero en sí y, con ello, una necesaria ordenación a una autorrealización llena de sentido. Ciertamente, esto no excluye el error objetivo ni lo exime de sus efectos objetivamente malos, pero así se convierte en expresión - aunque inadecuada - de una postura personalmente buena, de una actitud amorosa, de una autorrealización verdadera y dotada de sentido. La posibilidad de error es ineludible. Mas no por eso se pierde la dignidad de la conciencia (Vaticano zi, Constitución pastoral, n. 16), ya que permanece su ordenación a lo verdadero, a lo bueno en sí, a lo que tiene sentido en sí mismo.

Pero si el error de conciencia tiene su raíz en una ordenación culpablemente deficiente a la verdad y, con ello, en un amor culpablemente deficiente del sujeto a la verdad, se da también una ordenación irresponsable a una autorrealización inadecuada, pues el hombre, a causa de un amor desordenado, no actualiza aquel amor a la verdad que él conoce como obligatorio. El error es querido en su causa.

En cuanto el hombre, en virtud de su ordenación necesaria a la verdad, se inclina conscientemente hacia ella, queda ordenado a lo verdadero en sí y, en consecuencia, él concibe como sentido de su existencia la tarea de adecuar sus propias acciones y toda su vida a las exigencias del futuro, y concretamente, por una toma responsable de posición frente a lo que conoce como obligatorio para la autorrealización en dependencia de otras personas y cosas.

Según esto, en el plano objetivo hay una acción calificadamente moral y responsable cuando por la acción propia se toma posición de una manera subjetivamente definitiva, y se di una

Page 33: Actos morales y sus caracteristicas

acción simplemente moral y responsable cuando se toma posición de una manera subjetivamente transitoria. En el primer caso, objetivamente se trata de una acción justificante, o de un pecado grave, o de una acción que modifica esencialmente la propia constitución subjetiva o la relación intersubjetiva (-> justificación, -> pecado, -> conversión). En el segundo caso se trata de una acción que sólo modifica parcialmente las relaciones subjetivas o intersubjetivas, es decir, no las modifica en su núcleo decisivo, sino solamente bajo un determinado aspecto.

En el plano subjetivo se da una acción moral calificada o una acción simplemente moral según que el operante realice o modifique, o bien un esbozo fundamental, o bien un esbozo particular de su propia subjetividad y, en consecuencia, de la misma intersubjetividad. Estamos ante el caso de un esbozo fundamental cuando el hombre decide sobre su último fin subjetivo y sobre sus implicaciones en el ámbito de la dependencia intersubjetiva. Consecuentemente, una acción moral calificada sólo es posible para quien ha comprendido tan ampliamente la subjetividad o la intersubjetividad y sus fines, que se halla en condiciones de tomar una posición definitiva en ese campo. Lo cual, naturalmente, no excluye que desde el punto de vista objetivo sean posibles futuras conversiones en sentido positivo o negativo. Estamos ante un esbozo particular cuando el operante decide sobre un acto particular en relación con un esbozo fundamental previamente dado, o bien cuando, hallándose la relación decisiva a la propia subjetividad o a la intersubjetividad bajo el dominio de las tendencias, en tal medida se ha llegado a aprehender algunos aspectos de la subjetividad y de la intersubjetividad, que es posible una postura responsable para con éstas.

IV. Toma de posición frente a la perfección transcendental: toma de posición frente al amor

1. El a.m., por el cual el hombre se oriente de cara a la salvación, también pone a éste en relación con la perfección o plenitud de la realidad. Para que el hombre pueda realizarse en armonía con dicha perfección, el a.m. debe ser libre. Pues sólo por una libre toma de posición es posible romper las redes de las diversas tendencias, las cuales existen en nosotros desde el principio y buscan su satisfacción inmediata sin tener en cuenta el perfeccionamiento de la persona. En virtud de nuestra razón podemos liberarnos de la fascinación ejercida por estas tendencias particulares y, en consecuencia, de su impulso hacia una satisfacción inmediata. Y logramos eso impidiendo primero la acción de dichas tendencias y decidiendo luego por motivos conscientes. La raíz de esta -> libertad nuestra está, pues, en la razón. A través de ella tenemos la posibilidad de ordenar las tendencias particulares a las necesidades de la subjetividad y de la intersubjetividad, en la medida en que éstas nos son conocidas, y la de ponerlas así a servicio del amor o del pecado.

Page 34: Actos morales y sus caracteristicas

Como facultad puesta a servicio del amor y, con ello, de la perfección, la libertad moral es una magnitud totalmente dinámica y jamás es un estado alcanzado. En cuanto, de esa manera, la libertad ordena la autonomía a la heteronomia, ella no conoce límites, sino que, más bien, rompe los muros limitativos de nuestra dependencia de la necesidad interna y de la coacción externa, para dar acceso a una existencia cada vez más humana, según la medida de la realización de la libertad. Pues en este caso el hombre busca una autorrealizaci6n cada vez más intensa, no a base de la mera identidad consigo mismo, sino a través de la conformidad con la dependencia intersubjetiva y objetiva, y, por tanto, a través de la conformidad con la plenitud de la realidad.

En cambio, en el caso del -> pecado el hombre no se acepta como aquel que verdaderamente es y, en consecuencia, da un «no» a su realidad plena, ya que él busca su perfección solamente en la identidad consigo mismo y de esa manera no puede encontrarla, de modo que así emprende el intento, necesariamente condenado al fracaso, de transformar su contingencia en algo absoluto. La posibilidad de un pecado que arrogantemente se atribuye a sí mismo un carácter absoluto presupone un conocimiento suficiente de que el hombre merece afirmarse por sí mismo, de que la dignidad de la persona es inviolable, de que ésta tiene derecho al respeto y a una promoción amorosa, y de que, consecuentemente, no podemos decidir arbitrariamente sobre su destino. Según esto, en el plano moral somos plenamente responsables en la medida en que conocemos formalmente los inalienables derechos del -> hombre.

Con ello la libertad moral no pone ningún límite externo a la libertad psicológica, sino que excluye solamente el abuso de ésta, en cuanto hace valer las estructuras de la libertad transcendental y posibilita así su desarrollo dinámico. Esa libertad transcendental tiene su finalidad en sí misma, pues constituye el presupuesto transcendental para la consumación del amor.

2. El hombre pone sus tendencias particulares a servicio del amor en cuanto, según la medida de su conocimiento, las ordena al perfeccionamiento de la propia subjetividad mediante una ordenación simultánea de esta subjetividad a la afirmación y promoción de las relaciones intersubjetivas previamente encontradas; pero eso dentro del marco de los justos intereses subjetivos, es decir, en la medida en que el fomento de los intereses subjetivos es conciliable con las exigencias intersubjetivas.

Según esto las virtudes particulares son virtuosas en el grado en que ordenan a la caridad determinados modos de comportamiento personal. Así la obediencia es virtuosa en cuanto, en armonía con el amor, subordina la voluntad propia a otro que tiene autoridad sobre el que obedece. En este sentido,

Page 35: Actos morales y sus caracteristicas

la caridad puede ser llamada forma de todas las virtudes. Los pecados, por el contrario, son pecaminosos siempre en la medida en que van contra la caridad (distinción entre virtudes teologales, virtudes cardinales y otras virtudes: -> virtud; G. GILLEMAN, Le Primat de la Charité en Théologie Morale, Bru, 21954).

El --> bien en sí, al cual el hombre está ordenado por el amor a la verdad, es inagotable, ya que las posibilidades objetivas de perfeccionamiento del hombre son ilimitadas, a causa de su ordenación al -> ser en sí. Pero las posibilidades concretas de perfeccionamiento y, con ello, de decisión ética son limitadas debido a la finitud del hombre. Por eso, una actuación responsable ha de atenerse siempre a estas posibilidades concretas, si bien conservando a la vez la aspiración a las posibilidades absolutas por el amor á lo verdadero, a lo bueno y a lo valioso en sí. De esa manera, por la acción moral el hombre alcanza posibilidades siempre nuevas e insospechadas de perfección, la cual, en último término, viene hacia e'1 como don de Dios.

V. Resumen

Por el a.m. se abre para el hombre la posibilidad de la propia perfección personal mediante una orientación de cara al prójimo y de cara a Dios, conseguida en cuanto él pone sus obras externas en una relación objetiva y consciente, positiva o negativa, con el perfeccionamiento subjetivo e intersubjetivo de las personas implicadas en dicho acto (y hemos de notar a este respecto que el hombre, por su conversión amorosa a Dios, sólo extrínsecamente es capaz de aumentar la perfección divina, mientras que él logra precisamente así su máxima plenitud: --> gloria de Dios).

Consecuentemente, el a.m. siempre es egocéntrico y heterocéntrico a la vez. Es formalmente bueno en la medida en que, a base de un libre amor extrovertido a las personas con las que él se relaciona, va más allá de la transcendentalmente necesaria autoafirmaci6n. Y es formalmente malo siempre que la necesaria autoafirmación, vinculada por esencia a un transcenderse libremente, recibe un valor absoluto, de modo que el hombre mismo, el prójimo y Dios sólo son afirmados en tanto se hallan a servicio de la propia perfección arbitraria (arbitraria por contradecir a la realidad).

Bajo el aspecto de esta estructura formal el a.m. es inmanentemente infalible cuando él manda, permite y prohíbe, pues a causa de dicha estructura toma posición en forma necesaria, consciente, responsable y libre frente al mundo de la conciencia, de las exigencias personales y de la perfección. El acto transcendente causado por esta toma de posición moral recibe su cualidad formalmente moral de la intención del agente. Esta intención puede contradecir a la cualidad objetiva y material del acto; lo cual se debe a la posibilidad que el hombre

Page 36: Actos morales y sus caracteristicas

tiene de equivocarse en el enjuiciamiento de la ley propia de la realidad categorial y de servirse libremente de ella en forma absurda, posibilidad radicada en que él es finito y contingente. El a.m. por su relación transcendental está abierto a la información por la -> gracia.

VI. La teología del acto moral

Desde un punto de vista teológico, para determinar la moralidad de un acto hay que partir de si, y en qué manera, él dice relación a la unión con Dios por la gracia, a la visión beatífica, a la que todos los hombres están llamados en virtud de la universal voluntad salvífica de Dios. Esto significa que los actos deben llamarse morales en cuanto tienen importancia salvífica.

De acuerdo con esto, los actos conscientes, responsables y libres que no están informados por la gracia, teológicamente hablando, sólo en un sentido indirecto merecen llamarse morales, a saber, en el sentido de que constituyen una disposición indirecta o negativa a la gracia y, consecuentemente, a la --> salvación. Ciertamente, a la cuestión de si existen esos actos morales meramente naturales, la mayoría de los teólogos le dan una respuesta afirmativa, por creer que así lo exige la recta elaboración de la distinción entre el orden natural y el sobrenatural y, especialmente, entre la fe en sentido amplio (fides late dicta) y el inicio de la fe (initium fidei); pero, no obstante, la pregunta no está definitivamente resuelta, pues la tesis según la cual hay actos morales que carecen de importancia para la salvación resulta problemática desde el punto de vista de una --> antropología teológica.

Para la delimitación teológica del a.m. partimos aquí de que el grado de información de un acto por la gracia suficiente determina el grado de su moralidad positiva, y de que su relación a las virtudes sobrenaturales de la fe, la esperanza y la caridad determina su estructura interna. Según esto, es un acto simplemente moral aquel que posibilita bajo aspectos particulares, o bien la disposición positiva a la justificación, o bien la modificación del estado salvífico del justificado. Y se da un a.m. calificado cuando él posibilita la justificación o tiene la capacidad de modificar esencialmente la situación salvífica del justificado.

La conciencia necesaria para el a.m. empieza con la posibilidad del inicio de la fe y llega a la madurez necesaria para un a.m. calificado cuando es posible la f e requerida para la justificación. La necesaria conciencia de responsabilidad moral existe en la medida en que la salvación es esperada como don gratuito de Dios y la aceptación de su voluntad salvífica es reconocida como absolutamente obligatoria, y, consecuentemente, en la medida en que el hombre es capaz de esperanza. Finalmente, la libertad moral necesaria existe en el grado en que el hombre es capaz de amor sobrenatural.

Page 37: Actos morales y sus caracteristicas

Aquí hay que tener en cuenta, naturalmente, cómo no es incondicionalmente necesario que esta ordenación al fin sobrenatural se haya hecho consciente, pues puede darse en forma meramente implícita e irreflexiva y, sin embargo, real (--> ateísmo).

El a.m. se realiza por una toma de posición frente al orden de la creación en su acuñación cristológica o historicosalvífica y, por tanto, está estructurado eclesiológicamente (autoridad de la --> Iglesia: E. MERSCH, Morale et Corps Mystique, Bru 41955. Consecuentemente, la capacidad natural de acción ética que el hombre tiene es conducida por el a.m. a su consumación en un orden sobrenatural y cristológico. Y, a la vez, él presupone e implica dicha capacidad natural.

En el acto moralmente bueno, proseguimos en el plano teológico, siempre se trata, por tanto, de una racional obediencia creyente, la cual tiene conciencia de la obligación radical frente al Dios que se nos comunica por la gracia y se nos acerca por la encarnación. Esa obediencia en y a través de la respuesta amorosa a Dios, dada en un clima de fraternidad con relación a los demás hombres, puede esperar la salvación. En el acto moralmente malo, por el contrario, siempre se trata de tina forma de incredulidad, la cual se rebela arbitraria y soberbiamente contra la voluntad salvífica de Dios y, con ello, por apartarse de los otros y, a través de este alejamiento, cae en una situación de perdición.

Waldemar Molinski

en la bondad o malicia del hombre mismo que realiza esos actos

¿que características debe tener un acto moral para ser moral?primero que os parece esta definicion de acto moral que he encontrado:Un acto moral es un acto que para nosotros moralmente esta bien, es decir, cuando deseamos hacer algo, el ELLO hace lo posible para que dicho deseo se lleve a cabo, sin importar las repercusiones finales en uno mismo y en la sociedad; el YO, que está integrado por el principio de realidad analiza las consecuencias de dicho acto y mira si está bien o mal dependiendo de la educación que se le haya inculcado, lo que permite la sociedad en la que vive, en definitiva, la moralPor último el SUPER YO actúa de juez interior entre el YO y el ELLO y en caso de llevarse a cabo dicha acción y si es negativa en el sentido de que moralmente no es correcta, el SUPER YO hace que el YO se sienta culpable por realizarla, lo que se conoce por SENTIMIENTO DE CULPABILIDAD.

en mi cuaderno solo tengo acto moral como: accion voluntaria que esta sometida a una valoracion etica.Y que caracteristicas debe tener un acto moral para ser moral.graciasTodo acto moral legítimo se reduce en el fondo a un acto se supervivencia, lo contrario es amoral.Sin embargo, en esta definición hay que tener en cuenta el pensamiento complementario, es decir, que

Page 38: Actos morales y sus caracteristicas

este acto de supervivencia involucra un equilibrio con lo "otro". Lo otro en este caso es la sociedad, la fauna, la flora etc, etc.

Analicemos nuestra tesis con un ejemplo: ¿si alguien da la vida por otro es un acto moral o amoral?¿si le das lo que tienes al que no tiene es un acto moral o amoral?. Es claro que si das la vida por otro igualmente alguien perdió la vida, aqui hubo un desequilibrio. Igualmente si le das todo lo que tienes al que no tiene ahora tu no tienes nada y estás en la condición inicial de aquel a quien pretendiste ayudar, aqui también hay un desequilibrio.

De este modo el acto moral es legítimo sólo cuando las dos partes participan en igual medida del bien que se pretende. Si hay un desbalance, entonces, la ventaja hace que el acto moral no sea moral ya que el resultado que se obtiene es el mismo sólo que a la inversa, osea que no hubo ningún acto moral.Sólo los actos entran en el plano de lo "moral" y sólo las reflexiones entran en el plano de la ética

Un "acto" sólo puede ser moral (o inmoral). La reflexión en torno a su moralidad o inmoralidad es "ética". La ética del utilitarismo, por ejemplo, valorará algo como "moralmente bueno" si ello implica felicidad o ausencia de dolor, incusive si eso significa la muerte de otra persona, algo así como «el fin justifica los medios».

Dos ejemplos: Jonh Stuart Mill pone el caso de "matar en defensa propia" y Berttrand Russell el de una tripulación de un barco pirata. En este último, hay acciones obligadas y acciones prohibidas, acciones loables y acciones reprobables. Un pirata tiene que mostrar valor en el combate y justicia en el reparto del botín; si no lo hace así, no es un ‘buen’ pirata. Cuando uno hombre pertenece a una comunidad más grande, el alcance de sus obligaciones y prohibiciones se hace más grande; siempre hay un código al cual se ha deajustar bajo pena de deshonra pública. Las acciones son "morales"; los "códigos" son éticos.

Desde hace 300 años a la fecha (y más específicamente luego de Kant) moral y ética no son sinónimos (ver "Fundamentación metafísica de las Costumbres" y "Crítica de la Razón Práctica", ambas obras de I. Kant)

.Con la palabra amoral se le califica a los individuos que aún no poseen sentido de la moralidad, como en el caso de los niños. AMORAL ES NO POSEER, NI SABER LO QUE ES SER MORAL.Con la palabra inmoral calificamos a las personas que sabiendo lo que son las buenas costumbres, la ética, el perfil de una buena persona, buen ciudadano y el respeto que se debe de tener a las normas sociales y leyes no le prestan menor cuidado y no las cumplen o las infringen. INMORAL ES REALIZAR ACTOS EN CONTRA DE LA MORAL CONOCIENDO LA MORALIDAD.si no mal recuerdo (hace muuuuuchos años que pase preparatoria), un acto moralmente bueno es algo bueno intrínsecamente, por ejemplo, ayudar al desvalido, visitar a un enfermo, dar de comer al hambriento, etc... , lo contrario de un acto moralmente malo, como aprovecharse del desvalido, por ejemplo. un acto amoral, es aquiel ajeno a la moral, como por ejemplo, comer un helado, no es per se bueno o malo, i un acto inmoral es algo que atenta contra la moral, por ejemplo escandalizar, difamar, extorsionar, etc... aun y cuando se hagan por una "buena causa", son intrinsecamente malos.

me explique bien?Considero que la moralidad no debe estar valorada dentro de los parámetros humanos, poque somos muy cambiantes. Lo que hace algunos años era inaceptable, hoy se considera como algo normal. Personalmente me apego a las normas que se estipulan en las escrituras; confieso que algunas son difíciles, pero sin duda nos hacen mejores personas con valores elevados que no son cambiantes.Antes que nada debes saber que la Moral es la ciencia de lo bueno o lo malo y que es subjetiva e individual, sin tanto cuento, el acto moral esta guiado por la consciencia, y cuando haces algo guiado por esta ese es un acto moral, y su "fin" o "misión" es el de regir la conducta del individuo para consigo mismo y para con los demas, como que para que seas "bueno" ante la sociedad.

Un acto moral es libre (por ej. Decir la verdad) y un hecho de la naturaleza es necesario (por ej. Moriremos algún día).SUERTE!

ayudar a los ancianos a cruzar la calle bajar un gato de un arbol

Page 39: Actos morales y sus caracteristicas

ayudar a una persona que se cayo denunciar o dar testimonio de un robo ayudar economicamente a tus padres o hermanossocarrer al nesecitado ceder el asiento a otra persona,etc etc.escojeme