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1 Universidad de Buenos Aires. Facultad de Psicología. Psicología Evolutiva Adolescencia. Cátedra 1- José A. Barrionuevo. ADICCIONES; DROGADICCIÓN Y ALCOHOLISMO EN LA ADOLESCENCIA. Prof. José Barrionuevo. Marzo de 2011.

ADICCIONES; DROGADICCIÓN Y ALCOHOLISMO EN LA ADOLESCENCIA. · ADICCIONES; DROGADICCIÓN Y ALCOHOLISMO EN LA ADOLESCENCIA. Los términos toxicomanía, drogadependencia o drogadicción

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1

Universidad de Buenos Aires.

Facultad de Psicología.

Psicología Evolutiva Adolescencia.

Cátedra 1- José A. Barrionuevo.

ADICCIONES; DROGADICCIÓN Y ALCOHOLISMO EN LA ADOLESCENCIA.

Prof. José Barrionuevo.

Marzo de 2011.

2

José Barrionuevo.

ADICCIONES; DROGADICCIÓN Y ALCOHOLISMO EN LA ADOLESCENCIA.

Los términos toxicomanía, drogadependencia o drogadicción suelen ser

utilizados habitualmente como sinónimos para referirse a un estado psicofísico

causado por la interacción de un organismo vivo con un fármaco o una sustancia,

caracterizado por la modificación del comportamiento y otras reacciones,

generalmente a causa de un impulso irreprimible por consumir una droga en forma

continua o periódica a fin de experimentar sus efectos psíquicos.

Usualmente, el término adicción está vinculado al consumo de sustancias

psicoactivas, pero se ha extendido a otras situaciones que no requieren del consumo

de ninguna sustancia, como el juego (ludopatía), la compulsión a la búsqueda de sexo

o el uso de internet, y ha estado sometido a múltiples discusiones a lo largo de los

siglos XX y XXI, siendo objeto de variadas definiciones que reflejan, más bien, el

estado de ánimo social y político más que una discusión netamente científica.

La O. M. S., Organización Mundial de la Salud, define a la drogadicción como

el consumo repetido de una droga que lleva a un estado de intoxicación periódica o

crónica1. Y respecto del término droga propone utilizarlo para referirse a: “cualquier

sustancia que introducida en el organismo es capaz de modificar una o varias de sus

funciones”2.

El DSM-IV, Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales,

citando la definición de “droga” que propone la OMS, agrega algunas consideraciones:

“es toda sustancia que introducida en el organismo por cualquier mecanismo

(ingestión, inhalación de gases, intramuscular, endovenosa, etc.) es capaz de actuar

sobre el sistema nervioso central del consumidor, provocando un cambio en su

comportamiento, ya sea una alteración física o intelectual o una modificación de su

estado psíquico”3.

1 O. M. S. (Organización Mundial de la Salud): “Manual sobre dependencia de las drogas”.

1975. 2 O. M. S. (Organización Mundial de la Salud): “Manual sobre dependencia de las drogas”. Op.

cit.

3 DSM IV “Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales”. 4ª edición. Barcelona.

1995.

3

En cuanto a las formas de consumo de drogas, suele diferenciarse entre uso,

abuso y adicción:

Uso: este término supone un contacto esporádico u ocasional con la droga, con

consumo circunstancial y en ocasiones determinadas.

Abuso: reiterado consumo de drogas, recurriendo el sujeto a cantidades y/o

frecuencia “que superan en mucho a las iniciales”4. Discontínuo o no, el abuso suele

ser considerado un riesgo en cuanto a la posibilidad de facilitar el traspaso de los

límites que lo separan de la adicción propiamente dicha.

Drogadicción: dependencia, compulsiva y constante, de una sustancia de la

cuál el sujeto no puede prescindir, ocasionando trastornos en lo físico y en lo psíquico,

constituyéndose el sujeto en peligro para sí y para los demás.

Etimológicamente, del latín a-dictio: ‘no dicción’ o sin palabras, el término adicto

se referiría a alguien que sigue ciegamente al líder, sin criticarlo ni decirle nada, sin

cuestionamiento. Luego se llamó addictus a un ‘esclavo’ por deudas, de allí addictio:

‘adjudicación, cesión al mejor postor, consagración, dedicación’.

En esta oportunidad nos referiremos a la adicción a las drogas, dejando las

adicciones a computadoras, jueguitos u otras varias para otra ocasión.

Adicción a drogas:

El consumo de drogas es tan antiguo como la historia de la civilización,

utilizándoselas con fines diversos tales como para aliviar momentos de pesar o de

tristeza o depresión, para acompañar festejos o durante ceremonias religiosas. Son

diversas las causas o “motivaciones” del consumo así como también la consolidación

de la drogadicción propiamente dicha. La diversidad de factores intervinientes en la

aparición y desarrollo de las adicciones permite considerarlas un problema

multicausal, determinado no solo por factores biológicos y psicológicos sino también

por razones sociales y culturales. Una gran variedad de elementos contribuyen a la

comprensión de la situación: la pobreza, la exclusión social, la inseguridad, la

distorsión de valores, las carencias afectivas y las presiones en el ámbito laboral -entre

otros factores de riesgo- que incrementan la vulnerabilidad, tanto social como

individual para el desarrollo de las adicciones.

Respecto de los tipos de drogas hay clasificaciones varias, si bien de manera

sencilla y sintéticamente se las puede ordenar de la siguiente manera:

4 Gobbi, S.: “Adolescencia y adicción”. Homo Sapiens ediciones. Rosario. 1993. pag. 42

4

Legales: son usadas por un alto porcentaje de la población. Las más

frecuentes son: tabaco, bebidas alcohólicas, fármacos, anabólicos y esteroides. Y

entre ellos los ansiolíticos, o tranquilizantes menores, que disminuyen la ansiedad,

mitigando estados de zozobra, inquietud o agitación son fármacos que ocupan

primeros lugares de venta entre los medicamentos en general. Deben adquirirse con

receta archivada, pero es sabido que muchos consiguen dichos psicofármacos sin

prescripción médica en un consumo masivo e indiscriminado.

Ilegales: son aquellas sustancias cuyo consumo está prohibido por ley, y

pueden dividirse en tres grupos:

Narcóticos o depresores: adormecen los sentidos al actuar sobre el sistema

nervioso central (como la marihuana, el opio y la morfina). Una intoxicación aguda con

estas sustancias causa vómitos y disminución de la agudeza sensorial. La heroína o

“droga heroica”, heredera directa de la morfina, es denominada así por los

Laboratorios Bayer, donde fuera creada, por su potencia o “magníficas” propiedades

en tanto es tres veces más potente que la morfina. Al ser consumida generalmente por

inyección intravenosa, puede producir intensa sensación de tranquilidad o sedación, si

bien también causa estados de excitación o euforia.

Estimulantes: la más conocida de estas drogas es la cocaína. Da resistencia

física, pero acelera el ritmo cardíaco, provoca parálisis muscular y dificultades

respiratorias que pueden desembocar en un coma respiratorio. Las anfetaminas son

un producto de laboratorio sintetizado originariamente en Alemania a fines de del siglo

XIX cuyo efecto más importante es el aumento de la actividad psicomotora, y que

fuera utilizado durante la Segunda Guerra Mundial para levantar el espíritu combativo

y la moral de la tropa así como para eliminar el cansancio.

Alucinógenos: el éxtasis es el más consumido entre los jóvenes. Su

peligrosidad radica principalmente en que puede causar la muerte por deshidratación o

paro respiratorio. Por su parte, el L.S.D. o ácido lisérgico, no tiene circulación o

consumo de importancia en nuestro país, es un alcaloide derivado de un hongo que

ataca el centeno, descubierto por el químico suizo Albert Hofman en 1943, y provoca

mareo, excitación y visiones de formas y colores vivos y cambiantes.

Las drogas han estado presentes desde los comienzos de la historia de la

humanidad, aunque con el paso del tiempo hayan ido cambiando el tipo de sustancias

y las formas de consumo. Hoy la problemática de las adicciones se presenta como un

fenómeno complejo, dinámico, en evolución, con indicadores propios como el inicio del

consumo a edades cada vez más tempranas, la aparición de nuevas sustancias en el

5

mercado -generadoras de un deterioro físico y psíquico cada vez más rápido- y

diferentes patrones de consumo.

Es claro en las definiciones anteriormente enunciadas que el concepto

subyacente es que la droga es la que hace adicto a un sujeto, el consumo reiterado lo

convierte en adicto, e incluso éste es nombrado con su nombre: “drogadicto”,

remarcándose el poder de la droga que llega a ser considerado incontrolable o

demoníaco, proponiéndose la siguiente relación:

DROGA SUJETO (drogadicto)

Desde la perspectiva que propone el psicoanálisis la relación se invierte: es el

sujeto quien construye a la droga como tal, le otorga valor de droga. No es el

drogadicto quien, en tanto consume reiteradamente una sustancia queda dependiendo

de ella por su acción, por los efectos que produce, sino que el sujeto le da estatuto o

lugar de tal a determinada sustancia que se constituye en droga para sí, pero puede

no ser droga para otros. La relación sería entonces:

Sujeto DROGA

Así pues, no es droga cualquier sustancia, sino la que el sujeto define para sí

como droga, otorgándosele importancia al sujeto en esta relación.

Veamos las consideraciones sobre las adicciones de Freud y de Lacan, y

de otros psicoanalistas que luego abordaron el tema.

Es posible ubicar los inicios del estudio sobre las adicciones desde el

psicoanálisis en los trabajos de Freud sobre la cocaína5, pues si bien sus

investigaciones se encuentran ubicadas en el terreno de la medicina en cuanto a los

efectos anestésicos de la droga, su autor propone consideraciones sobre la relación

entre la cocaína y lo anímico que son importantes remarcar y recuperar para estudiar

las relaciones existentes entre lo afectivo y la utilización de sustancias tóxicas.

En “Uber coca” y en “Coca” (escritos en julio y diciembre de 1884

respectivamente), Freud se ocupa de investigar los efectos en lo físico del cloruro de

cocaína, en dosis comprendidas entre 0,05 y 0,10 gramos, que consistiría en alegría y

5 Freud, S. (1884/87): “Escritos sobre la cocaína”. Editorial Anagrama. Barcelona. 1980.

6

euforia constantes. Estudia, en el primero y más conocido de sus trabajos acerca del

tema, las referencias sobre la planta de coca en la mitología de los pueblos indígenas

de Sudamérica, y dice sobre sus propiedades:“…sacia al hambriento, hace fuerte al

débil y permite al desgraciado olvidar su tristeza”. Y al referirse a las circunstancias en

las que el indígena aumenta la dosis ordinaria, dice:

“Cuando tiene que realizar un viaje difícil, cuando toma a una mujer, o,

en general, siempre que sus fuerzas tienen que hacer frente a una prueba que

exige un rendimiento mayor de lo normal, el indio aumenta su dosis ordinaria”6.

Su último trabajo de una serie de cinco dedicados al tema es titulado “Anhelo y

temor de la cocaína” (julio de 1887), en un escrito en el cual se manifiesta la decepción

y el abandono de expectativas que había sostenido respecto de la utilización de la

cocaína como anestésico local en primera instancia y luego aplicada al tratamiento de

dolencias psicológicas. Respecto de la utilización de la cocaína en las curas de

supresión de la morfina, la indicación de reemplazarla por morfina tuvo consecuencias

negativas, produciendo graves síntomas físicos y psicológicos y de allí la decepción

que da título al escrito. Describe Freud en él:

“Los pacientes empezaron a apropiarse de la droga por su cuenta y se

convirtieron en adictos a la cocaína como antes lo habían sido de la morfina...

Pronto se supo que la cocaína utilizada de esta forma es más peligrosa que la

morfina. En lugar de un lento marasmo se produce aquí una deteriorización

física y moral rápida, unos estados alucinatorios con agitación similares al

delirium tremens, una manía persecutoria crónica, que en mi experiencia se

caracteriza por la alucinación de pequeños animales que se mueven por la piel,

y la adicción a la cocaína en lugar de adicción a la morfina. Tales fueron los

tristes resultados obtenidos al tratar de expulsar al demonio por medio de

Belcebú”7.

Aunque decepcionado, continúa sosteniendo Freud la conveniencia del uso de

la cocaína, entre otros, en casos de melancolía acompañada de mutismo, que con

aplicaciones de inyecciones de cocaína tuvieron evolución favorable, consiguiéndose

que las pacientes, ya que investigó en mujeres, con este tratamiento volvieran a

hablar.

Este último escrito marca el cierre de la investigación realizada por Freud sobre

los efectos anestésicos de la cocaína. Sin embargo, no deja de preocuparse por el

6 Freud, S. (1884): “Über coca”, en “Estudios sobre la cocaína”. Op. cit. pag. 94.

7 Freud, S. (1887): “Anhelo y temor de la cocaína”, en “Estudios sobre la cocaína”. Op. cit. pag.

217.

7

tema de las adicciones, pudiéndose encontrar planteos varios a lo largo de su obra

respecto de las mismas y acerca de la droga. Así pues, en carta dirigida a Fliess, de

fecha 22 de diciembre de 1897, sugiere Freud:

“Se me ha abierto la intelección de que la masturbación es el único gran

hábito que cabe designar «adicción primordial», y las otras adicciones sólo

cobran vida como sustitutos y relevos de aquella (el alcoholismo, morfinismo,

tabaquismo, etc.)” 8

Para entender la enigmática afirmación de Freud respecto de la relación

adicciones - masturbación, recurrimos a otro escrito freudiano de años más tarde

refiriéndose al onanismo. En “Contribuciones para un debate sobre el onanismo”, en

primera instancia plantea la diferencia:

1- onanismo del lactante (todos los quehaceres autoeróticos al servicio de la

satisfacción, sexual),

2- onanismo del niño (derivado directamente del primero y fijado a zonas erógenas

definidas), y

3- onanismo de la pubertad (a continuación del anterior o separado de aquél por la

latencia),

Y refiriéndose a los daños que puede ocasionar al sujeto la práctica

masturbatoria, plantea que desde el psicoanálisis habría que otorgar importancia a la

“fijación de metas sexuales infantiles” y la permanencia en el “infantilismo psíquico”,

refiriéndose a los perjuicios que ocasionaría el onanismo después de la pubertad o

proseguido fuera de tiempo con intensidad. De sostenerse inmodificable pese al paso

del tiempo, posibilitaría consumar en la fantasía desarrollos sexuales o desenlaces

que no constituirían progreso sino formaciones de compromiso dañinas. En tanto en la

pubertad es el momento en que la masturbación asume la función de ejecutora de la

fantasía, en “reino intermedio” entre la vida ajustada al principio del placer y la

gobernada por el de realidad, lo peligroso es que se sostenga cierto prototipo psíquico

por el cual se mantiene la ilusión de que no habría necesidad de modificar el mundo

exterior para satisfacer exigencias pulsionales.

Afirma Freud textualmente:

“Este daño parece imponerse por tres caminos distintos:

a) Como un daño orgánico, ejercido a través de un mecanismo desconocido,

debiendo tenerse en cuenta al respecto los criterios, tan a menudo

8 Freud, S.: “Fragmentos de la correspondencia con Fliess”. Carta 79. Obras completas.

Amorrortu editores. pag. 314.

8

mencionados aquí, de la frecuencia desmesurada y de la insuficiente

satisfacción obtenida.

b) Por el establecimiento de un prototipo psíquico, al no existir la necesidad de

modificar el mundo exterior para satisfacer una profunda necesidad.

c) Por la posibilidad de la fijación de fines sexuales infantiles y de la permanencia

en el infantilismo psíquico. Con ello está dada la predisposición a la neurosis

(…) recordemos cómo la masturbación permite realizar, en la fantasía,

desarrollos y sublimaciones sexuales que no representan progresos, sino sólo

nocivas formaciones transaccionales…”9

En la drogadicción habría desmentida de la castración. Y si sostenemos desde

el psicoanálisis, como afirma Lacan, que la castración quiere decir que el goce debe

ser rechazado “para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del

deseo”10, quedaría el drogadicto aferrado a un goce imposible, sin poder realizar el

pasaje de lo pulsional a lo deseante. De allí la fuerza de la definición freudiana de la

adicción como sustituto de la masturbación en la cual hay goce con lo que la pulsión

reclama del goce perdido.

Refiriéndose al malestar en la cultura, Freud define a los tóxicos como “quita-

penas”11 que permitirían esquivar los límites que la realidad impone al sujeto,

refugiándose en un mundo que ofrecería mejores condiciones de sensación, en

una definición que parecería tener relación con las ideas planteadas en la carta 79 a

Fliess a la que hacíamos referencia, como existencia de un estado expectante referido

a la pretensión del reencuentro de un estado mítico, de fusión con el otro

materno, proveedor incondicional de alimento y dador de alivio y protección,

“sentimiento oceánico”, dice Freud. En las adicciones se mantendría vivo el anhelo, y

la sustancia intoxicante vendría al punto de sostener la ilusión de que el reencuentro

sería posible. Sostiene Freud en “El malestar en la cultura”:

“...es que al fin todo sufrimiento es sólo sensación, no subsiste sino

mientras lo sentimos, y sólo sentimos a consecuencia de ciertos dispositivos

de nuestro organismo. El método más tosco, pero también más eficaz, para

obtener ese influjo es el químico: la intoxicación... Bien se sabe que con los

“quita-penas” es posible sustraerse en cualquier momento de la presión de la

9 Freud, S. (1912): “Contribuciones para un debate sobre el onanismo”. Editorial B. Nueva. pag.

477. 10

Lacan, J. (1960): “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconciente freudiano”. Escritos I. Siglo Veintiuno editores. pag. 338. 11

Freud, S. (1930): “El malestar en la cultura”. Obras completas. Amorrortu editores.

9

realidad y refugiarse en un mundo propio que ofrece mejores condiciones

para la sensación”12.

¿A qué penar se estaría refiriendo Freud en estas expresiones, en las que

podemos recalcar el lazo adicciones-masturbación o adicciones-autoerotismo, sino al

referido al dolor por la primordial pérdida del objeto?

Lacan nos orienta en esta línea al referirse al tema de la carencia del objeto

como el resorte mismo que une al sujeto con el mundo13, pues, como ya Freud lo

afirmara, es a partir de la pérdida que el niño es capaz de representar, y, en tanto el

reencuentro es imposible, el desplazamiento, la metonimia al decir de Lacan, hace que

el objeto pueda ser reemplazado, manteniendo en este movimiento la ilusión de haber

hecho posible el reencuentro y sabiendo del auto-engaño simultáneamente.

En “Duelo y melancolía”14, Freud sostiene que el duelo se singulariza en lo

anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el

mundo exterior, por la pérdida de la capacidad de amar y por la inhibición de toda

productividad. Es posible pensar que el adicto se sostiene en una primera posición

propuesta por Freud para el duelo, oponiéndose a reconocer la pérdida, apelando

a una cancelación tóxica al problema de la castración.

En la drogadicción, cada uno a su manera, el intento es fugar, vía acto de

inyectarse o de beber, de ese duelo inacabado, eterno, permanente, para el cual no se

encuentra otra salida, congelando la serie “cobardía moral de la tristeza” - “pecado

mortal de la manía”, de la que nos hablara Lacan, en el circuito tristeza o depresión -

acto de drogarse que propondríamos como peculiar en la modalidad tóxica aquí

estudiada. Como drogadicto, desde el psicoanálisis, se designaría a un sujeto

que ha entablado cierto lazo con una sustancia, droga, y él mismo supone que

por proclamarse de tal manera, como autodefinición, o como carta de

presentación, los demás podrían construir los atributos relativos a su ser. El

aceptar definirse como tal lo ubica, en bruta o masiva identificación, en cierto

lugar de no falta, y la droga le facilitaría poder sortear el problema de reconocer

las diferencias, incluídas en éstas las sexuales, le evita tener que vérselas con los

enigmas fundamentales: muerte y sexualidad, con la falta y con lo des-semejante. Por

lo contrario, desde el psicoanálisis, no es sino con ésto con lo que el sujeto se enfrenta

permanentemente y encuentra su ubicación en relación con el problema de la

castración según modalidades diversas, buscando la causa de su ser en ese

posicionarse ante los enigmas.

12

Freud, S. (1930): “El malestar en la cultura”. Obras completas. Amorrortu editores. Op. cit. pag. 78 13

Lacan, J.: “La relación de objeto”. Seminario 4. Editorial Paidós. 14

Freud, S.: “Duelo y melancolía” Obras completas. Op. cit.

10

En la misma línea de pensamiento desde el psicoanálisis podemos ubicar la

definición de Lacan sobre la droga, en Jornadas sobre Cartels, en 1976, como aquello

que permitiría “escapar al casamiento del niño con su pequeño pipí”15, reformulando

desde su conceptualización la idea de Freud en cuanto al refugio autoerótico buscado

en los efectos que provoca la droga como intento de desmentir el juicio relativo a la

castración.

En otro espacio en el cual se refiere al fumar como adicción, en el Seminario 20

“Aun”, Lacan, en un punto en el cual se encuentra intentando diferenciar signo y

significante, dice refiriéndose al significante: “...el significante se caracteriza por

representar un sujeto para otro significante”16. Y acerca del signo propone:

“Cada quien sabe que si ve humo en una isla desierta, se dirá de

inmediato que con probabilidad hay allí alguien que sabe hacer fuego. Hasta

nueva orden, ha de ser otro hombre. El signo no es pues signo de algo, es signo

de un efecto que es lo que se supone como tal a partir del funcionamiento del

significante”17

Más adelante, en el mismo Seminario, refiriéndose al fumador sostiene:

“El humo puede muy bien ser también signo del fumador. Aun más, lo es

siempre, por esencia. No hay humo sino como signo del fumador”18.

Así pues, éste, el fumador, quien porta - soporta el fumar como signo,

supone que con el hacer humo los otros podrán deducir los atributos relativos a su ser

o intenciones propias, sin necesidad de recurrir a la palabra, y de tal manera hace

signo y, como signo, no estaría representado por un significante. Esto se ve con

mucha claridad en la clínica con drogadependientes, cuando quienes acuden a

consulta llevando a quien se droga le atribuyen a su práctica drogadicta una

intencionalidad, intentando encontrar y dar explicaciones a dicha conducta

“autodestructiva”. Llamativamente, en tales circunstancias, el drogadicto, en sus casos

más graves, no dice estar sufriendo por lo que le pasa, sino que son los otros los que

se inquietan o se angustian y construyen hipótesis explicativas. Así pues, el fumar, que

el fumador porta y soporta como signo, no representa un interrogante para el sujeto.

Habría en ello la suposición de poder ser reconocido en su deseo que sería leído según

un sentido otorgado por los demás, especulándose con el deseo del Otro como

completud de reconocimiento. Pues, como el mismo Lacan dijera en otro seminario, el

dedicado al tema de la angustia19, un signo es comprensible por todos, y quien lo emite

15

Lacan, J. (1976): Palabras de Apertura a Jornadas de Cartels. 16

Lacan, J. (1972): Seminario 20 “Aun”. Bs. As. Editorial Paidós. pag. 63. 17

Lacan, J. (1972): Seminario 20 “Aun”. Bs. As. Editorial Paidós. pag. 64. 18

Lacan, J. (1972): Seminario 20 “Aun”, anteriormente cit. pag. 64. 19

Lacan, J.: “La angustia”. Seminario 10. Op. cit.

11

cuenta con que el otro le atribuirá una intencionalidad o un deseo supuestamente puesto

en juego.

La droga ofrece un goce por el cual puede llegar a perderse el sujeto como tal, el

sujeto de la palabra, re-jerarquizándose la dimensión de la necesidad en la adicción a

drogas propiamente dicha. Podríamos pensar que es posible hablar de un “sujeto del

goce”, que porta “la solución” por medio de la cual obtiene un goce que no pasa

por el Otro. Goce remite a algo que está más allá del principio del placer, en un exceso

o exacerbación de la satisfacción que se encuentra con la pulsión de muerte, en la

repetición, que evoca la búsqueda “loca” del objeto perdido, del tiempo mítico del

suministro incondicional, sin falta alguna.

Conceptos de otros autores desde el psicoanálisis:

Un concepto que podemos tomar para entender el fundamento de las adicciones

es el que propone Winnicott, en “Miedo al derrumbe”, al enunciar la expresión “Agonías

primitivas”, para intentar dar cuenta de un estado de cosas impensable, que remitiría a

otro en realidad ya sucedido: una agonía original pero que el sujeto teme ocurra en

cualquier momento, como si fuera por vez primera, y que alude a una muerte que se

prolonga agónicamente y no se puede saldar20. En las adicciones a drogas el intento es

escapar a ese estado anímico mortífero o devastador.

Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos citar el aporte de Sylvie Le

Poulichet, en “Toxicomanías y psicoanálisis”, quien propone considerar a las

toxicomanías como:

“...dispositivos de autoconservación paradójica, que organizan de

manera transitoria o crónica cierta respuesta a las cuestiones de la falta y de

la pérdida, independientemente de que haya sobrevenido una muerte

real”21

y también como: “...medios de salir del vacío o encontrarle otra forma”.

Es importante destacar, a partir de la cita propuesta, que hablar de vacío, de

falta o de pérdida, no supone que haya acontecido una muerte real. Este equívoco de

considerar que el duelo sólo se produciría puntualmente ante la muerte de un ser

querido, o por alguna relación que se corta, puede llevar a que en la clínica se ponga

atención en las entrevistas iniciales a la detección de un suceso traumático o de

alguna circunstancia que accione el proceso para otorgar sentido al estado de ánimo

20

Winnicott, D.: “Miedo al derrumbe”, en “Exploraciones psicoanalíticas”. Editorial Paidós, Bs.As. 1991. 21

Le Poulichet, S.: “Toxicomanías y psicoanálisis” Amorrortu editores. Bs. As. 1990. pag. 140.

12

enunciado de depresión devastadora o inmenso vacío. Desde el psicoanálisis

sabemos que cada una de estas pérdidas sólo recrean aquella primordial pérdida de

objeto, que deja al sujeto expectante, temeroso, o, al decir de Winnicott, en agónica

espera de que algo ocurra cuando en realidad ya ocurrió22.

Drogadicción como patología del acto:

Desde el psicoanálisis es posible afirmar que la drogadicción propiamente

dicha no constituiría síntoma como tal, sino que se encontraría prioritariamente

en la dimensión de las patologías del acto. En la adicción a las drogas el duelo o la

angustia son evitados, siendo el anularlos con sustancias diversas la maniobra

a la cual el sujeto recurre ante la imposibilidad de su procesamiento psíquico,

ante la desesperanza o la desesperación para las cuáles no se cuenta con

recursos sólidos o se duda de que lo sean.

Remitimos para ahondar en la temática de la angustia, y respecto del

síntoma, a un libro propuesto en la bibliografía de la cátedra23 en el que se exponen,

además de la teoría, fragmentos de materiales clínicos y reflexiones sobre los mismos.

En las patologías del acto, incluyéndose entre las mismas a los intentos de

suicidio, a anorexia y bulimia veras, a las drogadependencias propiamente dichas o

adicción a drogas y a bebidas alcohólicas, o la impulsión o la tendencia a pasar al

acto en cualquiera de sus dimensiones, es el recurso utilizado en forma prioritaria

en tanto si bien el sujeto en estas problemáticas habita el lenguaje no puede apelar al

mismo en ciertas circunstancias en las cuales un pánico sin nombre, sin palabras, o

una intensa depresión, devastadora, hacen imposible todo procesamiento psíquico con

riesgo consiguiente de quedar a merced del goce del Otro, como objeto. Desde la

perspectiva planteada anteriormente en cuanto a la función de la palabra podríamos

decir que en las patologías del acto el sistema protector o entramado de

contención constituido por el lenguaje tiene puntos de debilidad o fallas, no

alcanzando para impedir que el sujeto quede a merced del goce del Otro, no

pudiendo hacer uso del lenguaje o no teniendo eficacia el mismo para ponerle

límite a dicho goce.

Respecto de los conceptos de acto, o actuar, acting out y pasaje al acto, desde

conceptualizaciones de Freud y de Lacan en otro espacio24, al que remitimos,

considerábamos sus peculiaridades.

22

Winnicott, D.: “Miedo al derrumbe”, en “Exploraciones psicoanalíticas”. Op. cit. 23

Barrionuevo, J. Compilador (2012). La angustia en la clínica con adolescentes. Editorial EUDEBA. 24

Barrionuevo, J. (2011). Adolescencia y juventud. Editorial EUDEBA.

13

Las patologías del acto se construyen como configuraciones clínicas o

recursos destinados al intento de eludir la angustia desbordante o la intensa

depresión que imposibilitan todo procesamiento psíquico, desdibujado el

fantasma, acudiéndose a recursos que se encuentran en la gama del acto o del

actuar, en un decir sin palabras que adquiere envergadura de repetición

producido un cortocircuito en el pensar. En tal caso habría devaluación de la

dimensión simbólica, y no se podría hablar de síntoma propiamente dicho, desde una

perspectiva psicoanalítica. El acto, en cualquiera de sus formas, se encuentra por

fuera de la dimensión del lenguaje, buscando el sujeto por su intermedio un atajo o

desvío que eluda la angustia que no ha podido ser tramitada por la vía del síntoma o

procesada en el pensar.

Drogadicción y alcoholismo en la adolescencia.

Para referirnos al tema de las adicciones en la adolescencia propondría una

primera diferenciación en cuanto al consumo de drogas y bebidas alcohólicas que

puede presentarse en la adolescencia y la drogadicción o el alcoholismo propiamente

dichos, remitiéndose a un libro en el cual se otorga mayor espacio a la misma25.

La diferencia entre ambas posiciones se sostiene en la intención, inconciente,

puesta en juego:

-hacerlo por placer o buscando encontrar fuerzas cuando las propias flaquean,

en búsqueda de sostén identificatorio, como primera posición.

-o bien cuando se ubica a la sustancia en el intento de reforzar el esfuerzo

desmentidor o renegatorio, patológico, ante la ley en sus diversas manifestaciones, en

la otra.

Desarrollemos esta diferencia.

Las drogas pueden aparecer durante la adolescencia ante el replanteo de la

posición subjetiva, cuando el trabajo de duelo o los desbordes de angustia se

presentan como costosos o insalvables. Enfrentado a la estructura opositiva falo-

castración el sujeto en distintos momentos de su vida puede buscar atajos o eludir

afectos desbordantes. Es entendible entonces que en caso de los adolescentes el

apego a drogas se presente en relación con las dificultades inherentes a la tramitación

de los duelos a los que diversos autores hicieran referencia repetidamente.

Las sustancias intoxicantes vendrían al lugar de facilitar una sutura ante

dificultades propias del esfuerzo identificatorio en ciertos sujetos y en

determinadas situaciones de pérdida importantes; en este caso pensamos en la

25

Barrionuevo, J. (2010). Drogadicción en la adolescencia. Gabas editorial.

14

adolescencia: cuando se plantea la exigencia de tener que abandonar la

seguridad del mundo endogámico de la infancia y ante el juicio que enuncia la

posibilidad de muerte del padre, muerte de los padres de la infancia,

combinatoria que lo enfrenta a la soledad y a la desprotección aterradoras.

Podemos afirmar a grandes rasgos que lo que subyace a la problemática del

consumo de drogas en su extremo de la adicción es una devastadora depresión o bien

pánico o angustia desbordante, en un sujeto que no encuentra palabras para

procesarlos, intensa depresión o sensación de tedio imposible de soportar, o bien

pánico o desesperación, afectos distintos puestos en juego ante los cuales el sujeto

puede recurrir a drogas como “la” solución.

Nótese también que preferimos referirnos a “drogas”, evitando hablar de “la

droga”, en tanto las diferentes sustancias pueden provocar sensaciones diversas:

estimulando, tranquilizando o produciendo alucinaciones, inclinándose el sujeto por

una u otra de acuerdo a la pretensión de lograr un estado de ánimo que no puede

conseguir por medios propios.

Definidas por Freud como “quita-penas”, las drogas facilitan al sujeto poder

escapar al peso de la realidad, refugiándose en un “mundo que ofrece mejores

condiciones de sensación”, buscando a través de la intoxicación que provoca la

sustancia eludir o aliviar el dolor que el vivir supone. Así, en las toxicomanías o en la

drogadicción propiamente dichas la pretensión es enfrentar o cuestionar imperativos

categóricos que dicen de límites que la cultura impone a todo aquel que quiera

pertenecer a ella, pero, fundamentalmente, supone un intento de desconocer la

distancia entre el yo y el ideal y como consecuencia el juicio referido a la necesariedad

del morir personal. Estamos hablando, digámoslo con otras palabras, de falta, de

castración, ante lo cual irrumpe la angustia, el terror desbordante, o bien el sujeto se

sume en amarga desazón, de lo cual se pretende “salir” apelándose al consumo de

drogas al no poder procesar el afecto por medio del pensar, psíquicamente.

El así llamado drogadicto no hace más que hablar de su cuerpo y de su

práctica drogadicta cuando llega a consulta, generalmente llevado por familiares o

amigos, no dejando espacio para la duda en tanto ésta enfrenta al vacío, al

desconocimiento, erigiendo en su lugar la certeza del goce que le provee la sustancia

elegida. Este es uno de los problemas que se enfrenta en la clínica, y que durante

mucho tiempo hizo que se considerara imposible el tratamiento psicoterapéutico al

estar en esta problemática renegado el valor de la palabra. Hoy proponemos desde el

psicoanálisis no retroceder ante las drogadependencias y trabajar con el paciente en

procura de la constitución del síntoma, es decir, algo que desde el discurso del sujeto

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suponga el reconocimiento de cierto sufrimiento y el propósito de interrogarse acerca

de ello.

Las bebidas alcohólicas, como otras drogas, se encuentran presentes desde

tiempos inmemoriales en la historia de la humanidad. En el beber circunstancial en

festividades varias o en simples reuniones de amigos el vino o la cerveza suelen

oficiar de facilitadores del acercamiento entre quienes circula, al producir rebajamiento

de la censura a través de sus efectos embriagadores.

“Tomo para animarme...”, o, “...nada mejor que una buena birra para

poder hablarle a una mina, me salen solas las palabras...”,

son expresiones que suelen escucharse en algunos jóvenes al ser preguntados sobre

por qué beben.

“Con la pinta no alcanza, por eso cuando tomo soy Borges y me gano

todas las minas que quiero”, decía otro adolescente.

En muchas de estas frases hay referencias a obstáculos a salvar, pudiéndose

pensar desde el psicoanálisis en la existencia de un esfuerzo identificatorio con aquel

que se transformaría al beber. Beber para “animarse”, para “levantar el espíritu”, o que

se llame a las bebidas alcohólicas de alta graduación: "espirituosas", son expresiones

que merecen ser tenidas en cuenta y que remitirían a una pretendida “transformación”

en un ánima o en un espíritu, en un “ser” que se encuentra más allá de lo humano, que

puede traspasar todas las barreras que limita a un simple mortal.

Respecto de qué se entiende por “espíritu”, para pensar en el poder que

otorgan las “bebidas espirituosas”, encontramos consultando un diccionario de lengua

castellana la siguiente acepción: “Ser inmaterial...”. “Don sobrenatural y gracia especial

que suele dar Dios a algunas criaturas...” Y en cuanto al significado de “ánima”: “… del

griego ánemos: soplo,… alma que pena en el purgatorio. Parte hueca y vana de

algunas cosas”

Podríamos proponer entonces, como primera aproximación, que las bebidas

espirituosas tendrían desde esta perspectiva la "virtud" de dotar a quien bebe de las

fuerzas necesarias para triunfar sobre los límites materiales, al darle “ánimo”. Esta

operación supondría, desde lo inconciente, la pretensión de tener éxito en el esfuerzo

por oponerse a la existencia de una realidad traumatizante o desquiciante, que

cuestiona el propio sentimiento de sí, con la creación de un “doble” al que por

proyección se adjudica la victoria sobre la muerte y a cuya imagen se supone poder

transformarse al beber. Freud afirma que el doble sería una formación oriunda de

épocas primordiales, y que implicaría una lógica del sentimiento yoico en que no

habría deslinde neto del mundo exterior ni "del Otro", dice textualmente, y escribiendo

Otro con mayúscula inicial, recurso de la duplicación para protegerse del

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aniquilamiento, como "enérgica desmentida del poder de la muerte" que hunde sus

raíces en la concepción del animismo que se caracteriza por llenar el mundo de

espíritus humanos, la omnipotencia del pensamiento y la técnica de la magia basada

en ella. En su escrito “Lo ominoso”, Freud sostiene al respecto que estas últimas

serían: "...creaciones todas con las que el narcisismo se protegiera ante el inequívoco

veto de la realidad",

Cuando se sostiene, por ejemplo, que el vino “anima”, o levanta el “espíritu”, la

expresión se estaría refiriendo al anhelo de lograr nuevas fuerzas allí donde el deseo

vacila, sosteniendo la representación de sí del sujeto acorde a un ánima, a un espíritu,

a un otro de hablar fluído, de mejor talante, animoso, emprendedor y arriesgado, en

una transformación que el líquido facilitaría con sus efectos.

Hasta aquí, podríamos decir, es clara la relación de los jóvenes, y de los no tan

jóvenes, con las bebidas alcohólicas como recurso buscado cuando el valor flaquea,

pudiéndose pensar que en forma circunstancial, o incluso recurrente durante cierto

tiempo, pueden ser buscadas como garantía supuesta de sostén identificatorio en el

trabajo de procesamiento de duelos “adolescentes”.

Por su parte, en el extremo del alcoholismo se marcaría el exceso en la

pretensión de encontrar un reaseguro, vaso tras vaso, botella tras botella, ante la

inevitabilidad con la que la muerte se presenta como límite para la propia existencia.

La desconexión que sigue al exceso en la borrachera, y luego la depresión y la resaca,

mostrarían en su secuencia lo fallido del intento y la eficacia del accionar de la pulsión

de muerte en la búsqueda de la bebida nuevamente, en forma compulsiva. En el

alcoholismo en sus casos más graves se caería como estado final en la borrachera en

un estado estuporoso, con amnesia parcial o total de lo ocurrido, como expresión

evidente de una retracción narcisista tras los intentos fallidos de fundirse

amorosamente con los otros, con declaraciones pasionales, abrazos y besos.

El “mamarse” o el “ponerse en pedo”, como se dice comunmente, tomando

expresiones populares, marcaría el fracaso del intento desmentidor de la identificación

con un doble supuesto en el beber “para darse ánimos”, y tras la manía muestra al

sujeto borracho en un mortífero encierro gozoso y a expensas de accidentes por obra

del accionar de la desestimación, que es defensa a la que se apela para abolir o no

dar lugar al reconocimiento de los peligros que pueden poner en riesgo la propia vida.

No sería en este caso búsqueda de lograr un sostén allí donde el sujeto siente que sus

fuerzas están débiles, sino intento de borrarse del mundo, desconectarse.

En el alcoholismo propiamente dicho se busca "nada", no se intenta reforzar

sentimiento de sí, o identidad, sino la búsqueda es desaparecer. Hasta "ponerse en

pedo" el sujeto no se detiene. La borrachera, el "mamarse", la peligrosa pérdida del

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control “cuando los litros te voltean", al decir de un adolescente en entrevista, marcan

el fracaso del esfuerzo desmentidor de la identificación con el doble al que aludíamos

en espacio anterior. Y podríamos decir que en el exceso del beber, en la borrachera, el

sujeto queda arrojado o caído, como organismo, en un encierro autoerótico,

"mamado", atrapado en el goce.

La cuestión es desdramatizar el problema manteniéndolo en su justo lugar,

tanto en el terreno del beber como en el tema de las drogas, porque suele confundirse

el consumo con la adicción. Uno y otra: consumo o adicción vera o propiamente dicha

están diciendo de una posición del sujeto respecto de la vida y de la muerte, o, como

lo diríamos desde el psicoanálisis, en cuanto al límite, a la castración. Por cierto, sería

algo más que una “conducta” más o menos peligrosa que “se debería intentar

cambiar”, tal como puede sostenerse desde otra línea de pensamiento, pues lo que

está en cuestión es el ser, el sentimiento de sí del sujeto, y un problema para el cual

en los casos más graves no se resuelve ni con ortopedia o recursos mágicos, sino,

desde el planteo psicoanalítico, con un sostenido trabajo clínico a través de la palabra

para que en su discurrir el sujeto pueda ir descubriendo su propio deseo.

Escribiendo sobre el amor Freud sostiene que algo en la naturaleza misma de

la pulsión es desfavorable a la satisfacción plena; siempre falta un tanto para ser

completa, lo cual genera y estimula una constante búsqueda de objeto a objeto en la

vida amorosa de los hombres que hasta puede convertirse en "patología de la vida

cotidiana".

Pero lo que sucede en el amor, sugiere el creador del psicoanálisis, no ocurriría

en el caso del bebedor que mantiene una fidelidad absoluta para con su objeto de

amor, la bebida, con la cual construye una relación armoniosa, un modelo de

"casamiento feliz" al decir de Freud, de perpetua y apasionada luna de miel. Sólo en

los momentos de pasión el enamorado, así como el toxicómano bajo los efectos de la

droga, tiene la ilusión de haber reencontrado el objeto perdido; vana pretensión.

Luego, la vida diaria de relación le marca el auto-engaño y puede producir reacciones

patológicas, y, así como el don Juan o la alegre casquivana, pasar de un partenaire a

otro, de frustración en frustración después del inicial romance o del deslumbramiento,

oponiéndose a reconocer que siempre algo falte para la felicidad total.

El bebedor, por lo contrario, es fiel, porque su amor encuentra la respuesta

siempre lista y satisfactoria en la bebida. Y es fiel porque supone haber encontrado "la

solución", una solución intoxicante, un matrimonio feliz, sin desavenencias ni

desencuentros, en fin: una respuesta que el tóxico procuraría al problema de la

castración.

Pero, ¿qué sucede en el caso de los adolescentes?, pues ese es en este

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espacio el tema propuesto, ¿pueden concretarse, paradójicamente, matrimonios

precoces o bien apasionados noviazgos pasajeros en el contacto con las bebidas

alcohólicas?

Enfrentado a una encrucijada fundamental en la vida del sujeto que supone una

fuerte conmoción estructural, el adolescente debe procesar el desasimiento de viejos

lazos de amor, procurándose nuevos emblemas identificatorios para "ser", en un punto

en el cual el fantasma vacila y la búsqueda de un lugar simbólico peculiar y diferente al

del niño que ya no es, se convierte en ardua labor. La sensación de inermidad está

presente en no pocos momentos, y los debilitados soportes identificatorios hacen que

los duelos sean pesada carga en lo habitual.

Entonces, también en la adolescencia, el lazo con la droga o con las bebidas

alcohólicas puede ser noviazgo, uno de tantos, o instalarse como casamiento sin

separación posible o con divorcio complicado.

Noviazgo ocasional: intento de identificación con un doble en procura de

entablar lazo social en el beber "para levantar el espíritu", "para "darse ánimos", o

matrimonio feliz, estable y duradero: artimaña líquida fallida para esquivar la falta en el

bebedor empedernido. Este último elegirá esta vía al no poder soportar no hallar

satisfacción plena, sin resquicios.

Muchos, la mayoría, coquetearán o se pondrán de novios con las bebidas

alcohólicas para con su ayuda intentar acercarse al otro, porque es el amor lo que se

pone en juego, o no, según venga de o se quede en el estómago, como dijera Lacan.

El dolor psíquico, intolerable, exigiría en ciertos sujetos, o en algunos sujetos

en ciertas oportunidades, el intento de su cancelación, en un movimiento impulsivo

que, en muchos casos, revitalizando la lógica de la necesidad, urgiría la incorporación

del líquido en grandes cantidades cotidianamente, mientras que en otros sólo

sustituiría la debilidad de un sostén identificatorio en determinado momento de su vida

y ante ciertas circunstancias en que se pondrían en juego sus fuerzas sentidas como

insuficientes.

Es especialmente rico en este punto el desarrollo que Freud hace en el

anteriormente citado escrito: "Sobre la más generalizada degradación de la vida

amorosa", cuando después de definir la relación de los alcohólicos con la bebida dice

que evocaría la armonía más pura, como un modelo de matrimonio feliz o dichoso,

preguntándose luego por qué la relación del amante con su objeto sexual sería

diferente. Líneas atrás encontramos un intento de respuesta a su interrogante al

sostener que el fundamento del alcoholismo estaría dado por: "...una inhibición en la

historia del desarrollo de la libido", aclarando en otro punto del citado trabajo que dicha

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inhibición estaría relacionada con: "...una fijación incestuosa no superada a la madre o

a la hermana". No se daría pues, desde la lectura de Freud, en tales casos, el pasaje

de la elección de objeto infantil primario a los nuevos objetos sexuales, trabajo

especialmente importante, lo sabemos, para el sujeto adolescente en su camino hacia

la exogamia.

Ahora bien, en cuanto a la drogadicción, como planteábamos respecto del

beber, unos porros o unas líneas no hacen a alguien drogadicto. Las drogas

despiertan sensaciones varias: placenteras, tranquilizadoras, inquietantes, o pueden

producir alucinaciones, y cada quien puede acercarse a ellas y consumirlas en

diversas medidas, sin que la cantidad sea lo definitorio para pensar en la existencia de

una adicción, pues el sujeto puede ser libre de hacerlo y de dejar de hacerlo en tanto

la droga no sostenga su ser. Freud decía con toda claridad, en "El malestar en la

cultura", que el hombre necesitaba de “lenitivos” para aliviar el dolor que el vivir

supone. Se considera drogadependencia o drogadicción “vera” cuando el

consumo de drogas está al servicio de reforzar la desmentida o la oposición a la

ley en todas sus expresiones, que, decíamos tramos atrás, nos habla de una

posición ultra-desafiante del sujeto ante la falta.

Podríamos decir, recurriendo a conceptos que propone Lacan, que en la

problemática de las patologías del acto, drogadicción y alcoholismo incluídos en

ellas, habría un déficit importante en la función paterna, en el significante del

Nombre del Padre, de dimensión o categoría diferente a su ausencia en las

psicosis. En este caso el sujeto no posee sostén identificatorio suficientemente fuerte

como para "bancarse" o soportar la angustia o la depresión.

Es necesario remarcar o subrayar, además, que la clínica psicoanalítica, por

supuesto incluída en ella la de las adicciones, toma en cuenta a cada sujeto, evitando

generalizaciones empobrecedoras, siendo los conceptos que desarrollamos sólo

instrumentos que nos permitirán entender cómo un consumo (incluso excesivo) puede

presentarse ante situaciones denominadas “de crisis”, y mantenerse o desaparecer,

según el caso, pasado cierto tiempo, sin consolidarse como drogadependencia, en

algunos, o bien consolidarse como patología del acto, en otros.

Desde el psicoanálisis se jerarquiza el discurso del sujeto que consulta,

estando el profesional tratante, o el que recibe una consulta, atento al decir del

paciente, y desde mi perspectiva, como psicoanalista, considero que en cuanto a ésta

y a otras problemáticas es importante el intercambio entre profesionales de diversas

disciplinas. En muchas ocasiones el trabajo del psicólogo, del psicoanalista, con

profesionales de servicio social, nutricionistas, médicos toxicólogos, u otros, es

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imprescindible. Lo importante en el trabajo interdisciplinario es valorizar otras ópticas o

lecturas del problema a resolver, reconociendo que la propia es sólo una de ellas.

Para concluir, como síntesis posible, planteemos las diferencias hasta aquí

enunciadas:

* Hay casos en los cuales el consumo se inicia probando drogas, incitado

muchas veces por el grupo de amigos, o bien recurriendo al tóxico en situaciones

puntuales inmanejables circunstancialmente, o incluso consumiendo sólo por placer.

No podríamos sostener que por el hecho de que haya consumo de drogas se pueda

hablar de un “caso” de drogadependencia, en tanto en esta circunstancia la droga

puede presentarse como refuerzo del sostén identificatorio durante un tiempo y luego

es abandonada u ocupa un lugar accesorio según la elaboración en cada quien

realizada.

* El problema se plantea cuando el “ser drogadicto” se instala como carta de

presentación con la que supone el otro debe poder construir los atributos relativos a su

“ser”, y es “la” solución que se construye para, supuestamente, responder a los

enigmas de la vida, a los límites o a la castración. Estaríamos en tan circunstancia en

presencia de lo que denominábamos “patologías del acto”. En ellas el sujeto no

soporta las diferencias y recurre la droga que las borra pues iguala a todos:

“drogadictos”, “del palo”, y el sujeto se muestra poseedor de certeza, sin preguntas,

porque las dudas, los interrogantes, angustian en tanto dicen de la falta, de la

castración, de la muerte. Y a través del acto, del actuar, en alcoholismo o en

drogadicción, así como en otras patologías del acto, se intenta eludir o borrar intensa

angustia o desvastadora depresión. Se instala la creencia de ser dueño de un saber

sin fisuras para el cual no son necesarias las palabras, perdiendo éstas valor de

intercambio, aunque muchos piensan que existe diálogo en los grupos de drogadictos.

En realidad, a la palabra los drogadependientes le atribuyen una cualidad especial:

que permitiría la transmisión de pensamiento, suponiendo que, mágicamente, con una

palabra se puede decir “todo”, conformándose de esta forma la jerga de los “drogones”

con palabras-frases, algunas de cuyas expresiones son adoptadas por los jóvenes y

luego se extienden en el uso popular. Freud decía en esta línea de pensamiento, en

una carta a un colega, que los toxicómanos no podían abandonarse al juego de la

palabra, en expresiones que podríamos enlazar a su definición de las drogas como

“quita-penas” que permitirían construir un mundo optativo, desde la ilusión, en el cual

refugiarse evitando la angustia.

En la actualidad el problema de la drogadicción adquiere dimensión diferente a

las de otros momentos histórico-socio-culturales, y el drogadicto se presenta como el

mejor adaptado a las reglas del consumo. Es el “mejor alumno”, obediente, y por ello

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dependiente aunque suponga ser abanderado de la rebeldía. Y es dependiente no

sólo ya de la droga, sino, fundamentalmente de un Otro social que le vende la

posibilidad de logro de la inmediatez del goce, éxito individual y solitario, casi sin

mayores esfuerzos, sólo con poder comprar u obtener y consumir una mercadería

llamada “droga” que lo aloja en ese otro mundo de “ser drogadicto”.

Bibliografía: Barrionuevo, J. (2010): “Drogadicción en la adolescencia”. Bs. As.: Gabas editorial. Barrionuevo, J. (2011). Adolescencia y juventud. Editorial EUDEBA. Barrionuevo, J. Compilador (2012). La angustia en la clínica con adolescentes. Editorial EUDEBA. Freud, S. (1884/87): “Escritos sobre la cocaína”. Editorial Anagrama. Barcelona. 1980. Freud, S. (1896): “Fragmentos de la correspondencia con Fliess”. Carta 79. Obras completas. Amorrortu editores. Freud, S. (1930): “El malestar en la cultura”. Obras completas. Amorrortu editores. Lacan, J. (1976): Palabras de Apertura a Jornadas de Cartels. Lacan, J. (1972): Seminario 20 “Aun”. Bs. As. Editorial Paidós. Le Poulichet, S. (1990): “Toxicomanías y psicoanálisis”. Bs. As.: Amorrortu editores. Bs. As. 1990. Winnicott, D. (1991): “Miedo al derrumbe”, en “Exploraciones psicoanalíticas”. Bs. As.: Editorial Paidós,