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Adolfo Sánchez Vázquez - Filosofía de La Praxis

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  • biblioteca del pensamiento socialista

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  • FILOSOFA DE LA PRAXIS

    por

    ADOLFO SNCHEZ VZQUEZ

    sigloveintiunoeditores

  • edicin al cuidado de ricardo valdsportada de ivonne murilloprimera edicin, 2003 siglo xxi editores, s. a. de c. v.isbn 968-23-2410-6(1a. edicin: editorial grijalbo, mxico, 1967)(1a. edicin: editorial crtica, barcelona, 1980)

    impreso y hecho en mxicoderechos reservados conforme a la ley, queda prohibidasu reproduccin parcial o total por cualquier mediomecnico o electrnico sin permiso escrito de la casaeditorial.

    siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIN COYOACN, 04310, MXICO, D.F.

    siglo xxi editores argentina, s.a.LAVALLE 1634, 11 A, C1048AAN, BUENOS AIRES, ARGENTINA

  • NOTA EDITORIAL

    La primera edicin de esta Filosofa de la praxis data de 1967. Cincoaos despus se reedita sin cambio alguno por las razones que expo-ne el autor en el Prlogo a la segunda edicin (1972). En 1980 sepublica una nueva edicin corregida y bastante ampliada. En el Pr-logo del autor a ella se informa al lector de los cambios introducidosen varios captulos y de su ampliacin con otros dos nuevos: los titu-lados La concepcin de la praxis en Lenin y Conciencia de clase,organizacin y praxis. Tambin se da cuenta de la supresin de losdos apndices de la primera edicin.

    En la presente reedicin de Filosofa de la praxis se reproduce nte-gramente el texto de la edicin anterior, de 1980. Pero, se enriquecea su vez con los textos siguientes: el Prlogo, escrito especialmentepara esta ocasin, por el Dr. Francisco Jos Martnez, profesorde Filosofa de la Universidad Nacional de Educacin a Distancia, deMadrid, y miembro de la Fundacin de Investigaciones Marxistas,de la misma ciudad; los dos apndices de la primera edicin: Elconcepto de esencia humana en Marx y Sobre la enajenacin enMarx. Finalmente el autor cierra, A modo de eplogo, la presentereedicin de su obra, con el trabajo titulado Balance de la filosofade la praxis, en el que hace algunas reflexiones sobre la vigencia delmarxismo, as interpretado, despus del derrumbe del socialismoreal.

    Mxico, D.F., enero de 2003

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  • LA FILOSOFA DE LA PRAXISDE ADOLFO SNCHEZ VZQUEZ

    El libro cuya reedicin presentamos es uno de los libros fundamen-tales del marxismo escrito en lengua castellana. Adems, y esta es susegunda caracterstica importante en un tiempo como el nuestro enel que el ensayismo y la recopilacin de artculos constituyen la notadominante, es un libro sistemtico centrado en torno a un tema y nouna miscelnea de trabajos dispersos. El libro presenta un dobleenfoque histrico y sistemtico. En su primera parte se reconstruyeel desarrollo histrico de la nocin de praxis por medio de la obra deHegel, Feuerbach, Marx y Lenin, mientras que en la segunda partese explora el significado de la nocin de praxis, sus diferentes clases,as como su relacin con aspectos polticos clave como la cuestin dela organizacin poltica, la nocin de historia y la relacin con laviolencia.

    En esta obra, que es un desarrollo de su tesis doctoral, SnchezVzquez explica su concepcin filosfica fundamental, exponente deun marxismo no dogmtico, obtenido a partir de la lectura directa delos clsicos y a la vez polticamente orientado. Como el propio Adolfoha contado en varios escritos autobiogrficos que su aproximacin almarxismo (frente a la de otros grandes marxistas del siglo comoBrecht por ejemplo, cuya aproximacin al marxismo fue bsicamen-te terica) fue en primer lugar poltica, ya que en sus estudios inicia-les en la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad Central deMadrid lo pusieron en contacto con una filosofa neokantiana yfenomenolgica en la que el marxismo estaba completamente ausen-te. Slo con mucha posteridad y ya en Mxico pudo profundizar suconocimiento directo del marxismo. La concepcin del marxismoque se expresa en esta obra responde tambin a una coyuntura po-ltica concreta y compleja: la derivada del impacto del XX Congresode la URSS como teln de fondo y que tuvo en la Revolucin cubanay en la invasin de Checoslovaquia dos puntos de inflexin decisivos.Snchez Vzquez evolucion respecto a su inicial apego al marxismo

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  • tpico de la vulgata comunista en una direccin humanista siguiendola lnea de los escritos del joven Marx que tanta importancia tuvieronpara romper la idea de un marxismo economicista y dogmtico. Laevolucin de su pensamiento filosfico no slo se debi al cambio dela situacin poltica, sino tambin al desarrollo de sus reflexionesestticas que tiene su base en una precoz actividad literaria y poticaque aunque fue abandonada como actividad especfica a partir de losaos cincuenta nunca ha dejado de impregnar la prosa de SnchezVzquez que en algunos pargrafos del libro comentado como porejemplo el titulado Grandeza y decadencia de la mano. Es curiosoque las renovaciones ms fecundas del pensamiento marxista en losaos sesenta se dieran en el mbito de la esttica, quizs debido a queera ms fcil innovar en esta problemtica menos sometida al controlideolgico que en otros campos como el directamente poltico, elhistrico o el filosfico, donde la evolucin fue posterior.

    Nuestro filsofo piensa que la nocin de praxis se sita en el cen-tro de la triple problemtica que para l constituye el marxismo: latransformacin de una realidad que se juzga injusta, basada en unacrtica de la misma que se apoya sobre el conocimiento cientfico dedicha realidad. Para Adolfo el marxismo no es una mera teora, nimucho menos una cosmovisin, sino una prctica transformadora dela realidad guiada por unos valores que sirven como crtica de lamisma. Snchez Vzquez se sita en el mbito de la interpretacindel marxismo que se ha denominado filosofa de la praxis y que tieneal marxismo italiano de principio de siglo como su inicial adalidespecialmente en las obras de Labriola, Mondolfo y Gramsci (a pesarde que estos autores no estn presentes en los escritos de a. s. v. comomuy bien ha hecho notar uno de los discpulos ms clarividentes deAdolfo, nuestro buen amigo y gran filosofo mexicano Gabriel VargasLozano), y que se despliega por medio de los estudios de varios fil-sofos yugoslavos reunidos en torno a la revista Praxis y otros filsofosdel Este como K. Kosic. Sin embargo, hay que destacar que nuestroautor nunca ha cado en lo que el filsofo portugus J. Barata-Mourha podido denominar idealismos de la praxis (nocin que ya utilizael propio a. s. v. en este libro), ya que nunca ha disuelto el compo-nente y el contexto materialistas de toda accin en un mero activismodesencarnado y espiritualista; de la misma manera siempre ha situa-do la praxis humana en el marco de las plurales determinaciones en

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  • las que la misma se desarrolla y no en el etreo mbito de una liber-tad humana hipostasiada de forma existencialista, como otros expo-nentes de la filosofa de la praxis, que rayan casi con el idealismo.

    La posicin marxista de a. s. v. se define frente a diversas posicio-nes marxistas que han tenido vigencia en nuestro siglo; en primerlugar frente al diamat propio de la escolstica sovitica en la quenuestro autor nunca estuvo a gusto y en la que se mantuvo al princi-pio debido a que las urgencias de la lucha poltica y militar en Espa-a, as como la lucha por la supervivencia en Mxico, le impidierondurante largos aos profundizar en el estudio del marxismo; poste-riormente, frente a lo que se vio como una deformacin epistemol-gica, teoreticista y cientificista del marxismo: la obra de Althusser,que influy, paradjicamente de forma decisiva, en muchos de susalumnos; pero tambin frente a las concepciones ms humanistas,como la de Garaudy, e incluso frente a la de sus propios compaerosde la filosofa de la praxis. Snchez Vzquez despliega una concep-cin original del marxismo que se encuentra en la interseccin dediversas tradiciones filosficas y polticas: en primer lugar, la filosofaen lengua castellana, tanto en Espaa como en Mxico, porque laobra de Snchez Vzquez, a pesar de considerarse siempre ms exi-liado que meramente trasterrado, como prefera decir su maestroGaos, ocupa un lugar destacado dentro de la filosofa latinoamerica-na y ms concretamente mexicana; en segundo lugar, el marxismo,ya que su filosofa se quiere y es marxista; por ltimo, pero no lomenos importante, la tradicin comunista, ya que desde su juventudmantuvo la militancia en las juventudes comunistas primero y en elpce hasta hoy y tuvo mucha relacin con el pc mexicano y el psumdespus (tradicin esta ltima con ms relevancia poltica que teri-ca, pero que a pesar de todo, tuvo en su rea a los pensadores mar-xistas espaoles ms importantes de este siglo).

    Entrando en algunos de los puntos que me parecen ms interesan-tes del libro hay que destacar la profundidad del enfoque de SnchezVzquez en sus anlisis histricos, empezando por el de Hegel alestudio del cual dedic varios aos en un seminario de lectura de laLgica que llev a cabo con su maestro Gaos. De Hegel retoma el ladoactivo del idealismo, as como su apertura al aspecto creativo deltrabajo humano, destacado ya por el gran pensador en sus escritos deJena, aunque no deja tambin de resaltar que el idealismo hegeliano

    la filosofa de la praxis de adolfo snchez vzquez 11

  • subsume la actividad humana, incluido el trabajo, bajo el desplieguedel Espritu en sus diferente fases. A continuacin analiza las aporta-ciones de Feuerbach resaltando la importancia de este pensador quesola ser despreciado en la vulgata marxista, aunque no deja de de-nunciar el lado meramente contemplativo y terico de su materialis-mo. Respecto a Marx, nuestro autor lleva a cabo un repaso de lanocin de praxis a lo largo de toda la obra marxiana, destacandoespecialmente los escritos de juventud, aunque sin caer en la beaterahumanista acrtica que en aquellos aos intentaba oponer un Marxjoven filsofo y antroplogo a un Marx maduro economicista, excesoque provoc el exceso contrario de Althusser que lleg a rechazar alMarx joven como no marxista. Snchez Vzquez no cae en ningunode los dos excesos, no introduce una cesura infranqueable entre elMarx joven y el Marx maduro destacando la continuidad esencial desu pensamiento, pero tambin critica lo que podramos denominarel feuerbachismo inicial de Marx. En el anlisis histrico de la nocinde praxis en Marx es especialmente interesante la relacin del jovenMarx con el hegelianismo de izquierdas, as como con el incipientemovimiento obrero revolucionario. Es de destacar el estudio de lasfamosas Tesis sobre Feuerbach, donde aparece ya una teora de lapraxis completamente configurada en tanto que superacin crticadel idealismo especulativo y del materialismo refractario a la idea deaccin. La praxis aparece aqu ya en sus vertientes ontolgica(antropolgica) como constituyente esencial del hombre en tantoque mediacin entre el hombre como especie, como ser genrico, yla naturaleza en tanto que cuerpo inorgnico del hombre; gnoseo-lgica, en tanto que criterio de verdad, y revolucionaria en tanto quemedio de transformacin de las circunstancias histricas y de lossujetos que se desarrollan en dichas circunstancias. En La ideologaalemana surge la concepcin materialista de la historia en la quenuestro autor engarza la nocin de praxis en sus diferente vertientescon un mecanismo de transformacin social: el desarrollo de lasfuerzas productivas, planteando as las condiciones objetivas de laaccin histrica, cuyo lado subjetivo, programtico, se despliega en elManifiesto. Es a partir de este momento donde la filosofa marxianase presenta como una filosofa de la praxis conscientemente, unafilosofa de la praxis que evita reducirse por un lado a un meroempirismo que escinde de manera abstracta el sujeto y el objeto; sin

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  • caer, sin embargo, en un idealismo de la praxis que no reconozca laprioridad ontolgica y gnoseolgica de la naturaleza exterior, ni tam-poco en un burdo pragmatismo que reduce la praxis en su riqueza auna actividad meramente utilitaria en sentido estrecho.

    El anlisis histrico de la categora de la praxis concluye con elestudio de las posiciones de Lenin, dejando un hueco esencial, yadestacado antes, que es el de los anlisis de Labriola y Gramsci. Esinteresante el anlisis de Lenin porque en esta poca la ideologaoficial del pce todava era el marxismo-leninismo, aunque nuestroautor nunca comulg (al menos en el mbito terico) con esta amal-gama que tan nefasto resultado ha tenido no slo para una correctavisin de Marx, sino tambin para una visin justa del propio Leninque al ser convertido por Stalin en el intrprete bsico de Marxperdi su propia especificidad como uno de los principales hetero-doxos dentro del marxismo. a. s. v. contextualiza las dos aportacio-nes esenciales de Lenin a la nocin de praxis, su teora del cono-cimiento desplegada a travs de la crtica de los seguidores empirico-criticistas de Mach y su teora del partido revolucionario. Ambasaportaciones quedan justamente apreciadas en su contexto histricoy cultural pero relativizadas en su alcance universal, atrevido enfoqueen los aos setenta que todava hoy algunos sedicentes leninistas noacaban de hacer suyo ya que siguen empantanados en una beateraacrtica que deja sin una respuesta actual la pregunta crucial queplante Lenin en su poca y nosotros tenemos que volver a intentarresponder hoy: qu hacer?

    Tras el anlisis histrico nuestro autor entra en el enfoque sistem-tico de la nocin de praxis que a m me parece especialmente origi-nal y sugerente todava hoy, dado que el atraso en el estudio histricode la obra de Marx se ha superado en gran parte, pero no as elestudio sistemtico de su principales nociones, como la que aqu nosocupa. Es de esencial inters la doble clasificacin que a. s. v. llevaa cabo de la praxis: praxis creadora frente a praxis reiterativa y praxisespontnea frente a praxis reflexiva. Por un lado, la pendiente est-tica de Snchez Vzquez lo lleva a plantear un enfoque de la creacinartstica como praxis que es de gran inters para la reflexin estticaactual, tal vez demasiado escorada hacia una teora de la recepcinque ha dejado la teora de la creacin artstica anclada en la idea delgenio romntico. Pero la praxis creadora no se da slo en el mbito

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  • del arte sino que tambin la innovacin terica y la praxis revolucio-naria en tanto que transformadoras de la realidad, la una en el nivelconceptual y la otra en el nivel de la organizacin social, son ejemplosde praxis creadoras en tanto que muestran la unidad de lo objetivoy lo subjetivo a lo largo del proceso prctico as como porque produ-cen algo nico e irrepetible que era imprevisible en el inicio de laactividad. Frente a la praxis creativa la praxis meramente imitativareduce el carcter de unicidad, irrepetibilidad e imprevisiblidad delproducto ya que al partir de un modelo dado a imitar que se consi-dera inmejorable su capacidad creativa se anula. Snchez Vzquezlleva a cabo una interesante y aguda interpretacin de la degenera-cin burocrtica de los partidos comunistas a partir de la nocin depraxis imitativa y reiterativa en la que la chispa creadora se ha extin-guido. De igual manera, analiza el academicismo artstico y el trabajomecanizado de la cadena de montaje taylorista y fordista como ejem-plos de praxis imitativa y repetitiva en los que la actividad intelectualcreativa se disocia de la mera ejecucin mecnica, haciendo perdera la mano humana su carcter creador y potico en sentido etimo-lgico.

    A continuacin, la oposicin entre praxis espontnea y praxis re-flexiva permite a nuestro autor entrar en las cuestiones polticas dela relacin entre el proletariado y el marxismo en tanto que teorarevolucionaria, as como en las cuestiones de organizacin y una re-flexin sobre el partido que se adelant varios aos a las discusionesque sobre estos temas se desarrollaron en torno a la polmica delleninismo y el llamado eurocomunismo en los partidos comunistasde la Europa occidental. Snchez Vzquez aunque contina apostan-do por el modelo leninista de partido, insiste en la necesidad de quesu funcionamiento interno sea democrtico, lo que supone unas re-laciones flexibles y fluidas entre la direccin y el conjunto de lamilitancia (cosa que no suceda y en parte sigue sin suceder en el pcecomo el propio Adolfo tuvo la ocasin de comprobar cuando eradirigente de la organizacin mexicana del Partido), y adems unarelacin de intercambio y enseanza mutua entre el partido y lasmasas.

    La obra concluye con una interesantsima reflexin sobre la histo-ria y su relacin con la praxis en la que a. s. v. retomando la famosacarta de Engels a J. Bloch de septiembre de 1890 elabora una teora

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  • de la historia como resultado inintencional del conjunto de praxisintencionales de los individuos en la sociedad que se anticipa y es msclara que la nocin de subproducto, o resultado no-querido de lasacciones intencionales de los individuos que J. Elster utiliza paraanalizar la accin histrica. La praxis de los individuos humanos esintencional en tanto que pretende llevar a cabo objetivos determina-dos previamente de forma consciente. Ahora bien, dado que lo fun-damental en la accin humana, tanto en el mbito individual comocolectivo (y no slo en relacin con la relevancia histrica de lamisma sino incluso de su valor moral), no son sus intenciones sinosus resultados y dado que estos resultados generalmente no suelencoincidir con las intenciones de los sujetos que los producen es muytil acudir a la nocin de praxis inintencional para explicar el desa-rrollo histrico. La praxis social al ser el resultado de la combinacin,generalmente contradictoria y conflictiva, de las praxis individualesda lugar a un producto que no se puede reducir a las intenciones deninguno de los diversos actores que han intervenido en su produc-cin y por ello es una praxis inintencional. La sociedad en su desplie-gue histrico es el producto de la actividad humana, de la accinrecproca de los hombres en palabras de Marx, porque esta activi-dad humana da lugar a un orden de legalidad estructural que nodepende ya de la actividad individual sino que, a su vez la condicionay moldea. Las sociedades humanas con sus fuerzas productivas y susrelaciones sociales de produccin son un resultado de la actividadhumana y, por tanto, tambin son transformables mediante dichaactividad; pero presentan una legalidad especfica que condiciona loscauces por los que dicha transformacin puede desplegarse. Elvoluntarismo que a veces se desprende de las teoras de la accinsocial olvida que la coagulacin de la actividad humana en institucio-nes y estructuras condicionan, y muchas veces determinan, los mr-genes posibles de cambio de dichas instituciones y estructurasproducto de la actividad humana que no es un mero epifenmeno niuna mera superestructura sino que tiene un alcance estructural ybsico. Snchez Vzquez, siguiendo en esto con gran finura al propioMarx, no cae ni en un vacuo e idealista accionismo que menospre-cie el peso de las estructuras sobre la actividad humana ni en unmecnico estructuralismo que niega el carcter creativo y poticode dicha praxis humana. El hombre es el sujeto de la historia signi-

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  • fica, para a. s. v. que el hombre slo es sujeto en la historia y por lahistoria, pero a la vez, esto supone una concepcin de la historia quela contempla como el producto (aunque sea inintencional) de lacombinacin mltiple de innumerables actividades intencionales deindividuos humanos. En palabras de nuestro autor:

    ...la praxis intencional del individuo se funde con la de otros en unapraxis inintencional que ni unos ni otros no han buscado ni queri-do para producir resultados tampoco buscados ni queridos. Resultaas que los individuos en cuanto seres sociales, dotados de conciencia yvoluntad, producen resultados que no responden a los fines que guia-ban sus actos individuales ni tampoco a un propsito o proyecto comn.Y, sin embargo, esos resultados no pueden ser ms que el fruto de suactividad.

    La praxis humana tiene pues dos aspectos; uno intencional, encuanto que mediante la misma el individuo persigue un fin determi-nado; el otro inintencional en cuanto su actividad individual se inte-gra con otras praxis en el nivel social produciendo unos resultadosglobales que escapan a su conciencia y a su voluntad. La concepcinde la historia que se desprende de esta nocin de praxis es inmanentea la misma, con las salvedades apuntadas acerca del carcter no que-rido ni previsto de su resultado ltimo, adems es racional en elsentido de que est sometida a leyes que el anlisis terico puededescubrir, pero no es finalista en el sentido de que se dirija a un telosmarcado de antemano. La historia es racional en el sentido de quetodos los desarrollos de las culturas humanas pueden ser explicadospor medio de legalidades especficas, lo que no significa que todas lasculturas respondan al mismo patrn de desarrollo histrico. La racio-nalidad de las diversas sociedades humanas en su desarrollo no seencuentra, sin embargo, tanto en sus apariencias fenomenolgicascomo en sus estructuras sistmicas esenciales que slo son accesiblesa travs de la teora; estructura sistmica que permite ordenar yjerarquizar de forma concreta el conjunto que puede parecer caticodesde el punto de vista superficial de manifestaciones concretas de lamisma. En ltima instancia, es la forma en la que cada sociedadtransforma de manera productiva la realidad lo que determina lajerarquizacin concreta y especfica de sus diversas manifestaciones

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  • sociales, econmicas, polticas e ideolgicas. No slo la estructura deuna sociedad dada es racional, tambin lo son sus cambios a lo largodel tiempo que presentan unas relaciones de continuidad y de dis-continuidad entre ellos. De continuidad porque son los mismoshombres los que hacen la historia y legan a las generaciones sucesivasel resultado de su accin; discontinuidad porque cada generacin alactuar sobre la tradicin recibida da lugar a fenmenos inditos,irreductibles a lo recibido. La historia humana en resumen es, paraasv, en tanto que historia de la praxis de los hombres, un procesohistrico-natural sometido a leyes y, por tanto, racional.

    En el proceso histrico han dominado hasta ahora los elementosinintencionales productos de la praxis intencional de los individuosy los grupos humanos, pero el actual desarrollo histrico posibilitauna praxis intencional colectiva capaz de impulsar el despliegue dela riqueza humana no de manera automtica y ciega como hastaahora sino de forma consciente y voluntaria, contando eso s con laracionalidad y legalidad objetiva de la historia, el conocimiento de lacual permite una cierta intervencin en la misma de manera cons-ciente. Esto ser el socialismo para Snchez Vzquez, no un meroprograma utpico ni un piadoso deseo sino una posibilidad inscritaen el actual nivel de desarrollo histrico que cada vez es ms deseabley necesario a pesar del actual escepticismo no slo en relacin con suposibilidad sino tambin, y esto es mucho ms grave, con su deseabi-lidad. En este sentido, y frente al actual pesimismo y derrotismo his-tricos, Snchez Vzquez ha mantenido siempre y mantiene todavahoy una apuesta esperanzada por el socialismo como un otro mundoque anhel desde su juventud y cuya realizacin cada vez ms factiblede manera objetiva se muestra, a la vez y sin embargo, cada vez mslejana a nivel subjetivo.

    francisco jos martnez (uned y fim)

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  • PRLOGO A LA EDICIN DE 1980

    Han pasado ya ms de doce aos desde que este libro viera la luzpor primera vez. El marxismo dominante en el movimiento comunis-ta mundial no se repona, ni se repone an, de la profunda crisis enque lo haba sumido la bancarrota del stalinismo. Sin embargo, yaestaba suficientemente clara, al menos para un sector cada vez msimportante de marxistas, la necesidad de superar el dogmatismo y laesclerosis que durante largos aos haba mellado el filo crtico yrevolucionario del marxismo. Y tratando de responder a esa necesi-dad haba aparecido nuestro libro.

    La reivindicacin de la praxis, como categora central, se habaconvertido en una tarea indispensable para rescatar la mdulamarxista de sus envolturas ontologizante, teoricista o humanistaabstracta. Ciertamente, era preciso deslindar el marxismo del quefilosficamente, como materialismo dialctico, lo reduca a una nue-va filosofa del ser o una interpretacin ms del mundo. Pero erapreciso tambin marcar las distancias respecto de un marxismocientifista o epistemolgico que, impulsado por el legtimo afn derescatar su cientificidad y, con ella, la racionalidad de la prcticapoltica, desembocaba en una nueva escisin de teora y prctica.Finalmente, era obligado revalorizar el contenido humanista delmarxismo, pero sin olvidar que la emancipacin del hombre pasanecesariamente por la emancipacin de clase, del proletariado, fun-dada a su vez en un conocimiento cientfico, objetivo, del mundosocial a transformar.

    Ya en la primera edicin de esta obra tratamos de fijar claramentelo que nos separaba de esas interpretaciones a la vez que procurba-mos destacar y fundar nuestra propia concepcin: el marxismo comofilosofa de la praxis. Esta concepcin la reafirmamos cinco aosdespus, en un nuevo prlogo a la edicin original, al sostener queseguamos manteniendo la arquitectura y el enfoque bsicos. Pero, almismo tiempo, reconocamos que las aportaciones tericas y prcti-cas de esos aos obligan a introducir modificaciones y adiciones que

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  • respondan a ellas. No pudimos llevar a cabo semejante tarea y, en losaos siguientes, el libro continu reimprimindose ya que seguacontando con la atencin de los lectores de lengua castellana.

    Al cabo de los aos, y agotado de nueva cuenta, el autor opt porno volver a reimprimirlo. Sin embargo, ante la insistente solicitud delpblico lector, recogida por nuestro editor, hemos decidido re-editarlo, tomando en cuenta a su vez las propuestas de traducirlo avarias lenguas.

    Ante esta nueva perspectiva no podamos aceptar que, en su nuevaedicin, reaparecieran algunas ideas que ya no compartamos,aunque esto no afectara a nuestra concepcin fundamental. Cierta-mente, seguimos pensando que el marxismo es ante todo y origina-riamente una filosofa de la praxis no slo porque brinda a lareflexin filosfica un nuevo objeto, sino especialmente porquecuando de lo que se trata es de transformar el mundo forma parte,como teora, del proceso mismo de transformacin de lo real.

    Manteniendo, pues, la concepcin y el enfoque bsicos y origina-rios de nuestra obra, e incluso su arquitectura, hemos introducidoalgunos cambios en el texto sobre los cuales creemos que estamosobligados a advertir al lector, y con mayor razn si conoce la redac-cin anterior.

    Entre estos cambios se cuentan principalmente los siguientes. Parael cap. 3 de la primera parte (La concepcin de la praxis en Marx)hemos escrito un nuevo apartado sobre La elaboracin del conceptode praxis en La Sagrada Familia y hemos revisado a fondo y ampliadoel apartado correspondiente acerca del Manifiesto Comunista. Hemosredactado asimismo un extenso captulo totalmente nuevo sobre Laconcepcin de la praxis en Lenin que slo se tocaba muy brevemen-te y desde otro ngulo en la edicin anterior.

    En la segunda parte del libro, al tratar de profundizar las relacio-nes entre lo espontneo y lo reflexivo en la prctica revolucionaria,cuestin que examinamos en la primera edicin, hemos credo con-veniente introducir un nuevo captulo sobre Conciencia de clase,organizacin y praxis en el que se reexaminan las teoras de la con-ciencia de clase y del partido inspiradas por Lenin.

    De la edicin anterior hemos eliminado sus dos apndices: Elconcepto de esencia humana en Marx y Sobre la enajenacin enMarx. Para ello hemos tomado en cuenta la proliferacin de traba-

    20 filosofa de la praxis

  • jos sobre ambos temas en estos ltimos aos y, en particular, por sercuestiones que abordo ampliamente y en un contexto polmicoen mi nuevo libro, de prxima aparicin, Filosofa y economa en el jovenMarx.

    Junto a estos cambios principales, el lector encontrar, en la pre-sente edicin, otros de menor importancia: reduccin o supresin denotas de pie de pgina o de algunos pasajes del texto que no afectana la exposicin fundamental y s contribuyen a aligerar la lectura dellibro.

    Insistimos, finalmente, en que los cambios apuntados, no obstantelas rectificaciones importantes que en algunos aspectos entraan, nodebilitan, ms bien refuerzan, nuestra concepcin bsica del marxis-mo como filosofa de la praxis.

    El lector queda, pues, advertido de los cambios principales intro-ducidos, especialmente de los apartados y captulos nuevos. Por su-puesto, toca a l, en uso de su librrima capacidad de decisin,quedarse con las ideas expuestas en la edicin anterior, con las nue-vas o con ninguna de ellas. Pero esto, naturalmente, es otra cuestin.

    adolfo snchez vzquez

    Mxico, 27 de septiembre de 1979.

    prlogo a la presente edicin 21

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  • PRLOGO A LA SEGUNDA EDICIN

    Hace ya cinco aos que apareci la primera edicin de este libro. Enel curso de estos aos se han producido importantes acontecimientosen el terreno de la prctica, particularmente en el de la praxis social,revolucionaria. Las aguas no han permanecido quietas tampoco en lateora del marxismo. El proceso de superacin de los aos de escle-rosis y dogmatismo en el campo de la teora y la prctica ha seguidoavanzando en estos aos, aunque no sin tropezar a veces con gravesobstculos y serias resistencias. Pero este proceso en el seno delcual encontraba y sigue encontrando su razn de ser el presentelibro es irreversible y prosigue la aparicin de nuevas versionescientifistas-positivistas o humanistas abstractas del marxismo.

    Al reflexionar el autor sobre los nuevos acontecimientos tericosy prcticos de estos ltimos aos, reafirma la concepcin fundamen-tal que presidi y dio ttulo, desde el primer momento, a su obra:el marxismo como filosofa de la praxis. El marxismo es, ante todoseguimos pensando una filosofa de la praxis y no una nuevapraxis de la filosofa. La constitucin del marxismo como cienciafrente a la ideologa o la utopa es, ciertamente, capital, pero slo seexplica por su carcter prctico; es decir, slo desde, en y por la praxis.Del papel que se conceda a la praxis depende el destino mismo delmarxismo como teora (nuevo teoricismo o arma de la revolucin).

    La reafirmacin de la tesis central anterior lleva al autor a consi-derar tambin que debe mantener la problemtica, la arquitectura yel enfoque bsico de la obra. Pero esto no significa que juzgue, enmodo alguno, que el texto en su totalidad e incluso en partes impor-tantes deba permanecer inalterable. Por el contrario, piensa que lasaportaciones tericas y prcticas de estos ltimos aos obligan a in-troducir modificaciones y adiciones que respondan a ellas. Y eso esjustamente lo que el autor se propona hacer con vistas a esta nuevaedicin. Desgraciadamente, no ha podido disponer del tiempo nece-sario para realizar semejante tarea. Por ello, ante el insistente y com-prensible deseo del editor de preparar una nueva edicin de nuestra

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  • 24 filosofa de la praxis

    obra, ya agotada hace ms de un ao, y con el fin de no retrasar porms tiempo su salida, ofrecemos hoy esta segunda edicin sin mo-dificacin ni adicin alguna, es decir, tal como se public original-mente.

    El autor quiere aprovechar la ocasin para agradecer la favora-ble acogida dispensada a su libro por los estudiosos y crticos enparticular. De la acogida de los primeros son prueba fehaciente losseminarios y mesas redondas organizadas en universidades y otrasinstituciones de diversos pases en torno al libro; la de los segundosse manifiesta en las numerosas notas y reseas que se han ocupadode la presente obra y que (entre convergencias y divergencias, simpa-tas y diferencias) constituyen valiosas sugerencias para el autor quehabrn de serle de gran provecho en el futuro.

    A todos ellos as como al pblico lector por su estimulante aco-gida, nuestro sincero reconocimiento.

    Mxico, agosto de 1972.

  • filosofa de la praxis 25

    Los filsofos se han limitado a interpretarel mundo de distintos modos; de lo quese trata es de transformarlo.

    c. marx

    Desde que el socialismo se ha convertidoen ciencia, exige que se le trate como tal.

    f. engels

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  • INTRODUCCIN:

    DE LA CONCIENCIA ORDINARIAA LA CONCIENCIA FILOSFICA DE LA PRAXIS

    precisiones terminolgicas

    Decimos praxis transcribiendo el trmino prazi empleado por losgriegos en la Antigedad para designar la accin propiamente dicha.Como es sabido, en espaol disponemos tambin del sustantivoprctica.1 Uno y otro trmino (praxis y prctica) pueden em-plearse indistintamente en nuestra lengua, aunque el segundo es elque suele usarse en el lenguaje comn y en el literario; el primero,en cambio, slo tiene carta de ciudadana y no siempre en elvocabulario filosfico. Sin descartar por completo el vocablo domi-nante en el lenguaje ordinario, hemos preferido utilizar en nuestrainvestigacin y pese a su uso restringido el trmino praxis. Larazn que nos ha movido a ello ha sido justamente la de tratar delibrar al concepto de prctica del significado predominante en suuso cotidiano que es el que corresponde, como veremos en el cursode esta introduccin, al de actividad prctica humana en el sentidoestrechamente utilitario que tiene en expresiones como stas: hom-bre prctico, resultados prcticos, profesin muy prctica, etc.La elaboracin de un concepto filosfico de la actividad prcticaexige liberarse de este significado que casi siempre va asociado en ellenguaje ordinario a los vocablos prctica o prctico. Por ello,hemos decidido acogernos al trmino praxis que, si bien se hallaemparentado etimolgicamente con el vocablo prctica, no cargaforzosamente con las adherencias semnticas que antes hemos sea-lado.

    1 Igualmente en italiano puede decirse praxis y pratica. En francs se empleacasi exclusivamente el trmino pratique, en ruso slo se usa el vocablo prktika, y en

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    Conviene advertir, sin embargo, que el empleo del trminopraxis con el que se transcribe en espaol la palabra griega prazino debe llevarnos a identificar el significado del trmino en una yotra lengua. Praxis, en griego antiguo, significa accin de llevar acabo algo, pero una accin que tiene su fin en s misma, y que no creao produce un objeto ajeno al agente o a su actividad. En este sentido,la accin moral al igual que cualquier tipo de accin que no engen-dre nada fuera de s misma es, como dice Aristteles, praxis; por lamisma razn, la actividad del artesano que produce algo que llega aexistir fuera del agente de sus actos no es praxis. A este tipo de accinque engendra un objeto exterior al sujeto y a sus actos se le llama engriego poihoiz, poisis, que literalmente significa produccin o fabri-cacin, es decir, acto de producir o fabricar algo. En este sentido, eltrabajo del artesano es una actividad potica y no prctica. En verdad,si quisiramos ser rigurosamente fieles al significado originario deltrmino griego correspondiente, debiramos decir poisis dondedecimos praxis, y la filosofa cuyos conceptos fundamentales pre-tendemos esclarecer debiramos llamarla filosofa de la poisis.Con todo, sin dejar de tener presente que nuestro trmino praxisno coincide con su significado originario en griego, lo preferimos alde poisis que en espaol se conserva todava en palabras comopoesa, poeta o potico. Aunque el trmino poesa, lejos deabandonar su significado originario de produccin o creacin, lopresupone necesariamente, este significado adopta una forma espe-cfica que hace inservible el trmino en cuestin para designar laactividad prctica en el sentido amplio que le damos en este libro.Por ello, nos inclinamos por el trmino praxis para designar laactividad consciente objetiva, sin que por otra parte se conciba conel carcter estrechamente utilitario que se desprende del significadode lo prctico en el lenguaje ordinario.

    ingls la palabra correspondiente es practice. En alemn se conserva el trminogriego originario transcrito en la misma forma que en espaol (es decir, praxis),con la particularidad de que solamente se dispone de este ltimo a diferencia de loque ocurre, como acabamos de ver, con las restantes lenguas modernas que tienen untrmino propio que se usa con carcter exclusivo, o bien junto a la palabra griegapraxis.

  • la conciencia ordinaria de la praxis

    As entendida, la praxis ocupa el lugar central de la filosofa que seconcibe a s misma no slo como interpretacin del mundo, sinocomo elemento del proceso de su transformacin. Tal filosofa no esotra que el marxismo. Pero esta conciencia filosfica de la praxis nodeja de tener antecedentes en el pasado ni surge tampoco en formaacabada con la filosofa de Marx. Cierto es que despus de superar elnivel alcanzado por el idealismo alemn, el marxismo representacomo habremos de ver su conciencia ms elevada, as comola vinculacin terica ms profunda con la praxis real. En este sen-tido, deja atrs la conciencia idealista, pero deja an ms lejos elpunto de vista inmediato e ingenuo de la conciencia ordinaria.

    La concepcin marxista de la praxis no entraa, en modo alguno,la vuelta a una actitud prefilosfica ni tampoco el retorno a un puntode vista filosfico como el del materialismo vulgar o metafsico, unidotodava por ciertos hilos al de la conciencia ordinaria, y anterior a lasformas ms desarrolladas del idealismo (Kant, Fichte y Hegel). Laconcepcin marxista de la praxis, de la cual partimos, no es, en suma,una vuelta sino un avance; es una superacin en el sentido dialc-tico de negar y absorber tanto del materialismo tradicional comodel idealismo, lo cual entraa, a su vez, la tesis de que no slo elprimero sino tambin el segundo han contribuido esencialmente a laaparicin del marxismo. Y esta contribucin esencial del idealismo sepone de manifiesto precisamente con respecto a la praxis, aunque laactividad prctica humana se presente en l de un modo abstracto ymistificado.

    Para llegar a una verdadera concepcin de la praxis, entendida noya como mera actividad de la conciencia humana o supra-humana, sino como actividad material del hombre social, habaque pasar necesariamente desde un punto de vista histrico-filosficopor su concepcin idealista. Pero la superacin de sta no podasignificar a su vez una vuelta a la concepcin rebasada por el idealis-mo y, menos an, la restitucin de la actitud inmediata e ingenua dela conciencia ordinaria. Al idealismo filosfico no se lo supera conuna dosis de sentido comn sino con otra teora filosfica que,justamente por su carcter materialista, se eleva an ms que el idea-lismo sobre la conciencia ordinaria. No se lo supera, pues, con cual-

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    quier filosofa, sino cabalmente con aquella que, por revelar terica-mente lo que la praxis es, seala las condiciones que hacen posibleel trnsito de la teora a la prctica, y asegura la unidad ntima de unay otra.

    El hecho histrico de que el marxismo haya sido reducido, y sereduzca an en ciertos casos, al viejo materialismo fecundado por ladialctica, o a un idealismo invertido que hace de l una metafsicamaterialista, ha podido producirse justamente por haberse olvidadoo dejado en la penumbra el concepto de praxis como concepto cen-tral (no slo interpretar, sino transformar).2 Y ello ha sido posible, a suvez, entre otras razones, por no haberse aquilatado suficientementela doble y aparentemente contradictoria significacin del idealismoalemn para el marxismo como filosofa de la conciliacin (inter-pretacin) y, a su vez, como filosofa de la actividad; filosofa con laque el marxismo rompe radicalmente sin dejar, a la vez, de enrique-cerse con ella.

    Ahora bien, el rescate del verdadero sentido de la praxis per-dido tanto en las deformaciones hegelianizantes como mecanicis-tas, cientifistas o neopositivistas del marxismo, es decir, su sentidocomo actividad real, objetiva, material del hombre que slo loes como ser social prctico no puede lograrse volviendo al punto devista de la conciencia ordinaria. Ello significara erigir a sta en laconciencia de la praxis por excelencia. Y esto slo podra hacerse,a su vez, sobre la base falsa de que el hombre comn y corriente porvivir con el mundo de lo prctico-utilitario, o en el reino de lasnecesidades inmediatas y de los actos para satisfacerlas, se halla mscerca de una verdadera concepcin de la praxis que el filsofo, yaque ste por vivir en el reino de las abstracciones y de lo mediatono tendra ojos para ella o slo podra verla en su forma abstractae ideal. Contraponiendo as la conciencia ordinaria al idealismocomo nica va para escapar a sus excesos especulativos, resultaraque el hombre de la prctica cotidiana tiene una concepcin msverdadera de la praxis que quien trata de captarla por la va del

    2 C. Marx, Tesis sobre Feuerbach, en C. Marx y F. Engels, La ideologa alemana,trad. de W. Roces, Montevideo, EPU, 1959, p. 635.

  • pensamiento abstracto, filosfico. Con esto se olvida que tambinaqu, como en cualquier esfera del conocimiento, la esencia no semanifiesta directa e inmediatamente en su apariencia, y que la prc-tica cotidiana lejos de mostrarla de un modo transparente nohace sino ocultarla. Cierto es que el filsofo idealista, especulativo,lejos de revelar la esencia de la praxis nos la muestra como se ve,sobre todo, en Hegel en forma mistificada, pero de ello no sededuce que la conciencia ordinaria se halle ms cerca que la con-ciencia filosfica incluso en su forma idealista hegeliana de laverdadera concepcin de la praxis.

    La conciencia filosfica idealista es superacin del punto de vistainmediato, abstracto y unilateral de la conciencia ordinaria. Pero a laverdadera conciencia de la praxis se llega superando, a su vez, elpunto de vista limitado y mistificado de la conciencia idealista y novolviendo a un estado anterior o prefilosfico. En este sentido, ladestruccin de la actitud propia de la conciencia ordinaria es condi-cin indispensable para superar toda conciencia mistificada de lapraxis y elevarse a un punto de vista objetivo, cientfico, sobrela actividad prctica del hombre. Slo as pueden unirse consciente-mente el pensamiento y la accin. Por otra parte, sin trascender elmarco de la conciencia ordinaria no slo no es posible una verdaderaconciencia filosfica de la praxis, sino tampoco elevar a un nivelsuperior es decir, creador la praxis espontnea o reiterativa decada da. La teora de la praxis revolucionaria exige la superacin delpunto de vista natural, inmediato que adopta la conciencia ordinariadel proletario. De ah la necesidad determinada a la vez por razo-nes tericas y prcticas de contraponer una recta comprensin dela praxis a la concepcin ingenua o espontnea de ella.

    Pero tambin aqu, como en otros dominios, la actitud naturalcotidiana coexiste con la actitud filosfica, surgida histricamente, yde ella hay que partir para llegar a una verdadera concepcin filos-fica de la praxis. Estriba esa actitud natural en ver la actividad prcticacomo un simple dato que no requiere explicacin. En ella, la con-ciencia ordinaria cree estar en una relacin directa e inmediata conel mundo de los actos y objetos prcticos. Sus nexos con ese mundoy consigo misma aparecen ante ella en un plano aterico. No sientela necesidad de desgarrar el teln de prejuicios, hbitos mentales ylugares comunes sobre el que proyecta sus actos prcticos. Cree vivir

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    y en ello ve una afirmacin de sus nexos con el mundo de la prc-tica al margen de toda teora, de una reflexin que slo vendra aarrancarla de la necesidad de responder a las exigencias prcticas,inmediatas de la vida cotidiana3 Pero procederamos ligeramente siaceptramos en su totalidad lo que el hombre comn y corrientepiensa de s mismo; o la visin que su conciencia tiene de s misma.No podramos decir que vive en modo alguno, en un mundo absolu-tamente aterico. El hombre comn y corriente es un ser social ehistrico; es decir, se halla inmerso en una malla de relaciones socia-les, y enraizado en un determinado suelo histrico. Su propiacotidianidad se halla condicionada histrica y socialmente, y lo mis-mo puede decirse de la visin que tiene de la propia actividad prc-tica. Su conciencia se nutre tambin de adquisiciones de todognero: ideas, valores, juicios y prejuicios, etc. No se enfrenta nuncaa un hecho desnudo, sino que integra ste en una perspectiva ideo-lgica determinada, porque l mismo con su cotidianidad histricay socialmente condicionada se halla en cierta situacin histrica ysocial que engendra esa perspectiva. En consecuencia, su actitud antela praxis entraa ya una conciencia del hecho prctico, o sea, ciertaintegracin en una perspectiva en la que rigen determinados princi-pios ideolgicos. Su conciencia de la praxis est cargada o traspasadapor ideas que estn en el ambiente, que flotan en l y que, como susmiasmas, aspira. Es, en muchos casos, la adopcin inconsciente depuntos de vista surgidos originariamente como reflexiones sobre el

    3 El tema de la cotidianidad y de la conciencia del hombre comn que vive en ellaes objeto de atencin especial en la filosofa burguesa contempornea. Anlisis deeste gnero los hallamos ya en Husserl y, luego, en Jaspers, Ortega, Heidegger, etc. Laliteratura marxista sobre el tema, pese a las sugerencias valiossimas que puedenhallarse en el propio Marx, es ms bien escasa. Por esto cobran una importanciaespecial los estudios de K. Kosik (cf. su Dialctica de lo concreto, prlogo y trad. de A.Snchez Vzquez, Mxico, Grijalbo, 1976, particularmente El mundo de la seudo-concrecin y su destruccin y Metafsica de la vida cotidiana). Vase tambin lacaracterizacin general del pensamiento cotidiano que hace Lukcs en su Esttica,trad. de M. Sacristn, Barcelona, Grijalbo, 1966, 1, 1, pp. 3-81. De la vida y la concien-cia cotidianas se han ocupado tambin Henri Lefebvre (Critique de la vie quotidienne,Pars, Grasset, 1947, 1958 y 1962, y La vie quotidienne dans le monde moderne, Pars,1968) y gnes Heller, Historia y vida cotidiana, Barcelona, Grijalbo, 1972; Sociologa dela vida cotidiana, Barcelona, Pennsula, 1977, y La revolucin de la vida cotidiana, Bar-celona, 1979.

  • hecho prctico. Por tanto, la conciencia ordinaria de la praxis no sehalla descargada, por completo, de cierto bagaje terico, aunque enl las teoras se encuentren degradadas.

    Cuando el hombre comn y corriente observa la actividad indivi-dual de un revolucionario que, en general, es incapaz de captarlaen su dimensin social o de clase, y la juzga como una actividadintil, ciega o irresponsable que jams podr conducir a un cambioefectivo del actual estado de cosas; es decir, cuando desvaloriza laactividad prctica transformadora del hombre en el terreno social, suconciencia se inserta por haber aspirado sus miasmas en unaatmsfera de pensamiento tendiente a desvalorizar al hombre comoser social, activo y transformador. La carencia de sentido de la accintransformadora humana postulada abiertamente por la filosofapesimista e irracionalista de Schopenhauer que se da la mano con lasfilosofas que en nuestros das niegan el progreso histrico-social yprivan de sentido a la historia y, en consecuencia, a la accin huma-na es justamente lo que afirma la conciencia ordinaria con susjuicios despectivos y negativos sobre el alcance de la actividad prc-tica revolucionaria. La tesis filosfica primitiva reaparece as en for-ma burda y simplista, en la conciencia ordinaria. Pero, incluso en estaforma elemental, muestra la presencia de elementos tericos queoriginariamente formaron parte de un pensamiento filosfico re-flexivo. Sin embargo, la presencia de esos ingredientes tericos,adoptados inconscientemente y que slo son un eco oscuro y lejanode una tesis filosfica, no nos permite ver en su actitud ante la praxisuna actitud propiamente terica, ya que falta en ella el momen-to capital del lazo consciente entre la conciencia y su objeto. Enefecto, el hombre comn y corriente se halla en una relacin directae inmediata con las cosas relacin que no puede dejar de ser cons-ciente, pero en ella la conciencia no destaca o separa la prcticacomo su objeto propio, para darse ante ella en estado terico, esdecir, como objeto del pensamiento. La conciencia ordinaria piensalos actos prcticos, pero no hace de la praxis como actividad socialtransformadora su objeto; no produce ni puede producir comoveremos una teora de la praxis.

    Sin embargo, en su actitud natural, el hombre comn y corrientemuestra tambin cierta idea por limitada y oscura que sea de lapraxis; una idea a la que seguir aferrado mientras no salga de

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    la cotidianidad y se eleve al plano reflexivo que es el propio, ensu forma ms elevada, de la actitud filosfica. Pero, cmo puededesprenderse la conciencia ordinaria de esta concepcin ingenua yespontnea para elevarse a una conciencia reflexiva? A esto slo po-dremos responder ms adelante, particularmente al analizar los dife-rentes niveles de la praxis. Digamos, entre tanto, que mientras laconciencia ordinaria no recorre la distancia que la separa de la con-ciencia reflexiva no puede nutrir una verdadera praxis revoluciona-ria. La conciencia ordinaria de la praxis tiene que ser abandonada ysuperada para que el hombre pueda transformar creadoramente, esdecir, revolucionariamente, la realidad.

    Ahora bien, cmo se ha presentado histricamente la concienciafilosfica de la praxis? Y cmo aparece la conciencia ordinaria quecoexiste con ella, y que hay que abandonar y superar para hacerposible una verdadera praxis humana, es decir, revolucionaria? Vea-mos, en primer lugar, la estructura de esta conciencia de la actividadprctica humana.

    El hombre comn y corriente se tiene a s mismo por el verdaderohombre prctico; l es quien vive y acta prcticamente. Dentro desu mundo las cosas no slo son y existen en s, sino que son y existen,sobre todo, por su significacin prctica, en cuanto que satisfacennecesidades inmediatas de su vida cotidiana. Pero esa significacinprctica se le presenta como inmanente a las cosas, es decir, dndoseen ellas, con independencia de los actos humanos que se la confie-ren. Las cosas no slo son conocidas en s, al margen de toda activi-dad humana punto de vista del realismo ingenuo sino quetambin significan por s mismas; es decir, ignora que por el hechode significar, de tener una significacin prctica, los actos y objetosprcticos slo existen por el hombre y para l. El mundo prcticoes para la conciencia ordinaria un mundo de cosas y significacio-nes en s.

    Junto a este objetivismo, en virtud del cual el objeto prctico que-da separado del sujeto, ya que no se ve su lado humano, subjetivo, laconciencia ordinaria lleva a cabo por supuesto, sin percatarse deello una segunda operacin: la reduccin de lo prctico a una soladimensin, la de lo prctico-utilitario. Prctico es el acto u objeto quereporta una utilidad material, una ventaja, un beneficio; imprctico,es el acto u objeto que carece de esa utilidad directa e inmediata.

  • El punto de vista de la conciencia ordinaria coincide en este aspec-to con el de la produccin capitalista as como con el de los econo-mistas burgueses. Para la conciencia ordinaria, lo prctico es loproductivo, y productivo, a su vez, desde el ngulo de dicha produc-cin capitalista es lo que produce un nuevo valor o plusvala.

    Tratando de satisfacer las aspiraciones prcticas del hom-bre comn y corriente se desarrolla, a veces, desde el poder, unalabor encaminada a deformar, castrar o vaciar su conciencia pol-tica. Esta labor tiende, al parecer, a integrar a este hombre comnen la vida poltica pero a condicin de que se interese exclusiva-mente por los aspectos prcticos de ella, o sea, la poltica comocarrera. Es evidente que reducida a este contenido prctico, pro-ductivo, la poltica slo puede adquirir un sentido negativo para losque permanecen al margen de esta integracin, y no aciertan a ver,fuera de ese politicismo prctico, otra dimensin de la polticaque no sea la del romanticismo, idealismo o utopismo. Pero elintento de satisfacer las aspiraciones prcticas del hombre comny corriente adopta tambin otra forma alimentada desde el po-der y encaminada a destruir el ms leve despertar de una claraconciencia poltica manteniendo al hombre comn y corriente enel ms absoluto apoliticismo. La despolitizacin crea as un inmen-so vaco en las conciencias que slo puede ser til a la clase domi-nante al llenarlo con actos, prejuicios, hbitos, lugares comunes ypreocupaciones que, en definitiva, contribuyen a mantener el ordensocial vigente. El apoliticismo de grandes sectores de la sociedadexcluye a stos de la participacin consciente en la solucin de losproblemas econmicos, polticos y sociales fundamentales y, conello, queda despejado el camino para que una minora se hagacargo de estas tareas de acuerdo con sus intereses particulares, degrupo o de clase. Tanto el politicismo prctico como el apoliticis-mo por razones prcticas satisfacen las aspiraciones y los interesesdel hombre comn y corriente, del hombre prctico, pero, enverdad, no hacen sino apartarlo de una verdadera actividad polticay, especialmente, de una praxis revolucionaria. En este sentido, elpoliticismo y el apoliticismo prcticos, forman parte de la ideolo-ga de la burguesa, sobre todo cuando su poltica desde el poderha perdido toda fuerza de atraccin para las clases oprimidas yexplotadas.

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    En un mundo regido por las necesidades prcticas inmediatasen un sentido estrechamente utilitario no slo la actividad arts-tica y la poltica, particularmente la revolucionaria, son improducti-vas o imprcticas por excelencia, ya que puestas en relacin con losintereses inmediatos, personales, carecen de utilidad los actos queslo producen placer esttico en un caso, o, en otros, hambre, mise-ria y persecuciones. Tambin la actividad terica y tanto ms cuan-to ms alejada de las necesidades prcticas inmediatas se presentaa la conciencia ordinaria como una actividad parasitaria; por ello, elhombre comn y corriente desprecia a los tericos y, sobre todo, a losfilsofos que especulan o teorizan sin ofrecer nada prctico, es decir,nada utilitario. Como la sirvienta de Thales de hace ms de veinticin-co siglos, siempre est dispuesto a rerse del filsofo que, absorto porla teora, camina por el cielo de la especulacin y tropieza en elmundo de las cosas prcticas.

    Para la conciencia ordinaria la vida es prctica, no en el sentidoque da Marx a esta expresin,4 sino en el de prctico-utilitaria. Porotro lado, lejos de reconocer esta dimensin limitada de ella, la vedotada de un poder autosuficiente, como una actividad que se abrepaso por s misma sin necesidad de apoyos extraos. No requiere, asu modo de ver, una actividad terica que, en conjuncin con ella, ledespeje el camino. El hombre prctico cuya imagen tiene ante s laconciencia ordinaria vive en un mundo de necesidades, objetos yactos prcticos que se impone por s mismo como algo perfecta-mente natural, y al que no es posible sustraerse a menos que se quieratropezar como tropiezan a cada instante los tericos y, en particular,los filsofos.

    Para el hombre comn y corriente la prctica es autosuficiente, norequiere ms apoyo y fundamento que ella misma, y de ah que se lepresente como algo que se sobreentiende de suyo sin que revista, portanto, un carcter problemtico. Sabe o cree saber a qu atenerse conrespecto a sus exigencias, pues la prctica misma proporciona unrepertorio de soluciones. Los problemas slo pueden surgir con laespeculacin y el olvido de esas exigencias y soluciones. La prcticahabla por s misma.

    4 C. Marx, Tesis sobre Feuerbach, op. cit., p. 635.

  • As, pues, el hombre comn y corriente se ve a s mismo como elser prctico que no necesita de teoras; los problemas encuentran susolucin en la prctica misma, o en esa forma de revivir una prcticapasada que es la experiencia. Pensamiento y accin, teora y prcti-ca, se separan. La actividad terica imprctica, es decir, improduc-tiva o intil por excelencia se le vuelve extraa; en ella no reconocelo que tiene por su verdadero ser, su ser prctico-utilitario.

    Si nuestra imagen del hombre comn y corriente es fiel siempreque no perdamos de vista que este tipo de hombre es un hombrehistrico, y que, en consecuencia, su cotidianidad es inseparable deuna estructura social determinada que fija el marco de lo cotidiano,vemos que ese hombre comn y corriente no deja de tener una ideade la praxis, por limitada o falsa que pueda ser. Hay en l, ciertamente,una conciencia de la praxis que se ha ido forjando de un modo espon-tneo e irreflexivo, aunque no falten en ella, como ya sealbamosantes, por ser conciencia, ciertos elementos ideolgicos o tericos enforma degradada, burda o simplista. Es consciente del carcter cons-ciente de sus actos prcticos; es decir, sabe que su actividad prcticano es puramente mecnica o instintiva, sino que exige cierta interven-cin de su conciencia, pero por lo que toca al verdadero contenido ysignificacin de su actividad, o sea, por lo que se refiere a la concep-cin de la praxis misma, no va ms all de la idea antes expuesta:praxis en sentido utilitario, individual y autosuficiente (aterico).

    El hombre comn y corriente, inmerso en el mundo de interesesy necesidades de la cotidianidad, no se eleva a una verdadera con-ciencia de la praxis capaz de rebasar el lmite estrecho de su actividadprctica para ver, sobre todo ciertas formas de ella el trabajo, laactividad poltica, etc., en toda su dimensin antropolgica,gnoseolgica, y social. Es decir, no acierta a ver hasta qu punto, consus actos prcticos, est contribuyendo a escribir la historia humana,ni puede comprender hasta qu grado la praxis es menesterosa de lateora, o hasta qu punto su actividad prctica se inserta en unapraxis humana social con lo cual sus actos individuales implican losde los dems, y, a su vez, los de stos se reflejan en su propia actividad.Ahora bien, la superacin de esa concepcin de la praxis que lareduce a una actividad utilitaria, individual y autosuficiente (conrespecto a la teora) es una empresa que rebasa las posibilidades dela conciencia ordinaria.

  • 38 filosofa de la praxis

    Cierto es que para la conciencia ordinaria, como ya apuntba-mos antes, existen los objetos con determinada significacin (aun-que meramente utilitaria), como existen tambin los actos de pro-duccin y consumo de ellos, pero lo que no existe propiamentepara ella, mientras se mantenga en ese nivel aterico de la cotidia-nidad, es la verdadera significacin social humana de esos actos yobjetos. Esta significacin slo puede mostrarse a una concienciaque capte el contenido de la praxis en su totalidad como praxishistrica y social, en la que se integren y se perfilen sus formasespecficas (el trabajo, el arte, la poltica, la medicina, la educacin,etc.), as como sus manifestaciones particulares en las actividadesde los individuos o grupos humanos, a la vez que en sus diferen-tes productos. Esa conciencia es la que histricamente se ha idoelevando por medio de un largo proceso que es la historia mismadel pensamiento humano, condicionado por la historia entera delhombre como ser activo y prctico, desde una conciencia ingenuao emprica de la praxis hasta la conciencia filosfica de ella quecapta su verdad una verdad jams absoluta con el marxismo.Esta conciencia filosfica no se alcanza casualmente en virtud de undesarrollo inmanente, interno del pensamiento humano. Slo sealcanza histricamente es decir, en una fase histrica determina-da cuando la praxis misma, es decir, la actividad prctica materialha llegado en su desenvolvimiento a un punto en que el hombre yano puede seguir actuando y transformando creadoramente esdecir, revolucionariamente el mundo como realidad humana ysocial, sin cobrar una verdadera conciencia de la praxis. Estaconciencia es exigida por la historia misma de la praxis real al llegara cierto tramo de su desarrollo, pero slo puede obtenerse, a su vez,cuando ya han madurado a lo largo de la historia de las ideas laspremisas tericas necesarias.

    En cuanto que una verdadera concepcin de la praxis presuponela historia entera de la humanidad ya que el hombre es, ante todo,como veremos, un ser prctico y presupone, asimismo, la historiaentera de la filosofa, podemos comprender hasta qu punto le esimposible a la conciencia ordinaria, abandonada a sus propias fuer-zas, rebasar su concepcin espontnea e irreflexiva de la actividadprctica y elevarse a una verdadera concepcin filosfica de lapraxis.

  • bosquejo histrico de la conciencia filosficade la praxis

    La conciencia de la praxis en la Grecia antigua

    Cules han sido los hitos fundamentales de esta historia de la con-ciencia filosfica de la praxis? Durante siglos, los filsofos parecanjustificar los recelos y risas de la conciencia del hombre comn ycorriente, encarnado ya hace ms de veinticinco siglos por la sirvien-ta del filsofo jonio, pues lejos de tratar de explicar la praxis mismay de contribuir as a verla en su verdadera dimensin humana, sevolva de espaldas a ella. Claro est que esa actitud de los antiguosfilsofos tena races gnoseolgicas y sociales que les impedan ver suverdadera significacin. En sus orgenes occidentales, es decir, en laAntigedad griega, la filosofa ha ignorado o rechazado el mundoprctico, y lo ha rechazado precisamente por no captar en l muchoms de lo que vea y sigue viendo veinticinco siglos despus laconciencia ordinaria: su carcter prctico-utilitario.

    La actividad prctica material, y particularmente el trabajo, eraconsiderada en el mundo griego y romano como una actividad indignade los hombres libres y propia de esclavos. A la vez que se rebajaba laactividad material, manual, se ensalzaba la actividad contemplativa,intelectual. Al griego antiguo le interesaba, sobre todo, el dominio deluniverso humano, la transformacin de la materia social, del hombre,y con ella crear y desarrollar esa peculiar realidad humana, social, quees una innovacin en el mundo antiguo: la polis. La polis es la expre-sin ms alta del proceso de transformacin consciente del hombrecomo ser social, o animal poltico. La transformacin de las cosas, dela naturaleza, es decir, la prctica material productiva, ocupa en Greciaun lugar secundario. No interesa, adems, porque no se ve su entron-que con esa otra empresa capital de la transformacin del universohumano. Y no slo no se ve sino que la transformacin prctica de lascosas, de la materia natural, que pone al hombre en relacin directae inmediata con las cosas materiales, lejos de asegurar un dominioque, por otro lado, no se busca sobre la naturaleza, no hacesino esclavizarlo y envilecerlo. La idea de que el hombre se hace a smismo y se eleva como ser humano justamente con su actividad prc-tica, con su trabajo, transformando el mundo material idea a la que

  • 40 filosofa de la praxis

    slo llegar la conciencia filosfica moderna- era ajena, en general,al pensamiento, griego. Para ste, el hombre se eleva precisamente porla va inversa; es decir, por la liberacin de toda actividad prcticamaterial y, por tanto, aislando a la teora de la prctica.

    Esta concepcin encuentra su ms acusada expresin en Platny Aristteles. En Platn, la vida terica, como contemplacin de lasesencias, es decir, la vida contemplativa (bos theoretiks) adquiere unaprimaca y un estatuto metafsico que hasta entonces no haba tenido.Vivir propiamente es contemplar. Y la vida plena se alcanza, en conse-cuencia, mediante la liberacin respecto de todo lo que en este mundoemprico obstaculiza esa contemplacin de las ideas perfectas, inmu-tables y eternas. Los obstculos provienen de los sentidos, del apegodel hombre como ser corpreo a las cosas, a la materia, y su sujecina los afanes prcticos. Platn asla as la teora de las actividades prc-ticas, o sea, de aquellas que no pueden prescindir de la materia, y ellolo lleva, segn Plutarco, a considerar humillante la aplicacin de lageometra a problemas prcticos e incluso a despreciar las artes mis-mas como la escultura y la pintura que, al igual que la artesana oel trabajo manual, se hallan en estrecho contacto con la materia.En este desprecio por el trabajo fsico que entraa el reconocimientode la superioridad de lo terico sobre lo prctico, Aristteles no cedemucho a su maestro. Para l, la actividad prctica material carece designificacin propiamente humana. Un Estado dotado de una cons-titucin ideal ... no puede tolerar que sus ciudadanos se dediquen a lavida del obrero mecnico o del tendero, que es innoble y enemiga dela virtud. Tampoco puede verlos entregados a la agricultura; el ocioes una necesidad a la vez para adquirir la virtud y realizar actividadespolticas.5 La vida terica como vida en la que el hombre acta tenien-do por objeto lo que es ptimo por s mismo6 es la ms humana, lams verdadera y, a la vez, la ms virtuosa. A este nivel superior, quecorresponde al hombre como ente de razn, la teora se basta a smisma, sin necesidad de ser aplicada o de subordinarse a la prctica.Vemos, pues, que Aristteles comparte el desprecio de Platn por todaactividad prctica material, entendida como transformacin de lascosas materiales mediante el trabajo humano.

    5 Poltica, VII, 1328 b.6 Metafsica., 1072 b.

  • La praxis material productiva el trabajo hace al hombre escla-vo de la materia, de las cosas, y de ah que se lo considere en lasociedad esclavista griega indigno de los hombres libres. Esta sumi-sin de la actividad productiva a la materia es lo que la hace despre-ciable, y propia de esclavos. Los hombres libres slo pueden vivircomo filsofos o polticos en el ocio, entregados a la contempla-cin o a la accin poltica, es decir, en contacto con las ideas, oregulando conscientemente los actos de los hombres, como ciuda-danos de la polis, y dejando el trabajo fsico justamente por sucarcter servil, humillante en manos de los esclavos.

    Pero por muy importante que sea el papel de la accin poltica, lateora no pierde en los grandes filsofos griegos sus derechossupremos. As, por ejemplo, Platn y Aristteles han admitido la le-gitimidad de lo que podemos llamar la praxis poltica, pero sin re-nunciar en ningn momento a la primaca de la vida terica. Platnha tenido incluso conciencia de que la teora debe ser prctica, esdecir, de que el pensamiento y la accin deben mantenerse en uni-dad, y el lugar de esta unidad es justamente la poltica. Pero la unidadse mantiene haciendo descansar la prctica en la teora, o, ms exac-tamente, haciendo que las ideas se vuelvan prcticas por s mismas.La teora se torna prctica no slo porque sea, para Platn, un saberde salvacin, gracias al cual el hombre se libera de la esclavitud de lamateria, se mantiene en su condicin humana y se realiza como serhumano, sino tambin porque la teora conforma plenamente a laprctica, con lo cual la primera deja de ser un saber puro y cumpleuna funcin social, poltica. Teora y prctica, filosofa y poltica, seunen en la persona del filsofo-rey, o del rey-filsofo. Slo en esteterreno en el de la actividad poltica ve Platn una prctica dig-na, pero a condicin de que se deje impregnar totalmente por lateora. Se trata de una relacin unilateral, en la que la primacala tiene la actividad terica. Ello quiere decir que la praxis poltica delos hombres no cumple otra funcin que la de dejarse guiar o mol-dear por la teora, sin que sta por el contrario reciba nada de laprctica. La teora no depende de la praxis; el filsofo no se hallasupeditado a la polis. Es la teora la que ha de imponerse a la prcticay, slo en este sentido, tiene un contenido prctico. Con esta actitudhacia la praxis poltica y social teora que es praxis de por s, opraxis ajustada por completo a la teora, Platn no hace sino pre-

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    figurar las futuras concepciones utpicas de la transformacin y or-ganizacin de la sociedad. Admite que la teora puede ser prctica,y reconoce as una praxis poltica, pero siempre que sta sea la apli-cacin de los principios absolutos que traza la teora. La praxis ha deser filosfica y vale por su contenido racional. Por tanto, la unidadplatnica de teora y prctica no es sino disolucin de la prctica enla teora.

    Aristteles admite como Platn la legitimidad de la praxis polticapero siempre con un rango inferior a la vida terica. A diferencia desu maestro, ya no pretende que la actividad poltica se ajuste a prin-cipios absolutos trazados por la teora. La realidad poltica de sutiempo lo lleva a la conclusin de que la unidad de teora y prcticaes imposible, impracticable, y, por tanto, hay que renunciar a que laprimera rija a la segunda. La vida separa lo que Platn pretendamantener unido idealmente. Ni los filsofos pueden ser reyes, ni losreyes, filsofos. La distincin platnica entre las dos vidas, y entrelos dos tipos de razn que presiden una y otra, hay que aceptarla,pero viendo en ellas no dos vidas que se excluyen entre s, sino quese conjugan y complementan, una vez que se reconocen sus diferen-cias y jerarquas. La teora, en sentido platnico, se ha mostradoimpracticable al no admitirse ms actividad prctica que la regida porella. Ahora bien, piensa Aristteles, si hay que tomar en cuenta lasexigencias de la vida real, la actividad poltica no puede guiarse porlos principios absolutos de la razn terica. As, pues, la teora deberenunciar a la prctica, y sta tiene que independizarse de la teora.Una y otra subsisten, pero en planos distintos. Esto no quiere decirque la actividad poltica sea, por esencia, irracional. Tiene un conte-nido racional, pero de otro orden: la razn que la inspira raznprctica no tiene por objeto las esencias puras, sino las accioneshumanas. El pensamiento vinculado a la accin no es el que tiene lacapacidad de recibir lo inteligible y la esencia,7 sino que es unpensamiento inferior o intelecto prctico. A este nivel, Aristteles sadmite una teora de la praxis poltica que, tomando en cuentalos Estados empricos, reales, sea un arte de dirigir en la prctica losasuntos pblicos.

    7 Ibid.

  • Si la praxis poltica se admite, aunque con un rango inferior, laactividad material productiva queda separada de la teora; no slo esajena a la esencia humana, sino opuesta a ella, pues tanto paraPlatn como para Aristteles el hombre slo se realiza verdadera-mente en la vida terica. Por tanto, la negacin de las relacionesentre teora y prctica material productiva, o el modo de vincularlas,deriva en el pensamiento griego de una concepcin del hombrecomo ser racional o terico por excelencia. Esta concepcin formaparte de la ideologa dominante y responde a las condiciones socia-les de la ciudad antigua en la que la impotencia, por un lado, delmodo de produccin esclavista y, por otro, la suficiencia de la manode obra servil para satisfacer las necesidades prcticas, hacen que seignore el valor del trabajo humano, y que ste aparezca como merarutina o actividad servil en la que cuenta, sobre todo, no el productorsino el producto. ste cuenta, adems, no tanto por la actividad sub-jetiva que materializa, sino por su valor de uso, es decir, en tanto quesatisface al ser utilizado la necesidad de otro.

    En la sociedad griega el trabajo es visto en funcin del productoy ste, a su vez, en funcin de su utilidad o capacidad de satisfacer unanecesidad humana concreta. Lo que cuenta es, por tanto, su valor deuso y no su valor de cambio, o valor de una mercanca al ser puestaen relacin con otras, despus de haber sido equiparadas como ex-presiones del trabajo humano general.8 El valor del producto comomercanca no es sino el valor de uso para otro. Aristteles vislumbrla necesidad de equiparar las mercancas para poder ser cambiadas,pero como seala Marx no poda descubrir en qu consiste esarelacin de igualdad.9

    En otro pasaje de El capital subraya Marx que los escritores de laAntigedad clsica, en vez de sealar la importancia de la cantidady el valor de cambio, se atienen exclusivamente a la cualidad y al valorde uso. O sea, interesa el producto considerado de acuerdo con la

    8 Karl Marx, El capital, trad. Pedro Scaron, Mxico, Siglo XXI Editores, 21 ed.,2001, t. i, vol. 1, p. 96.

    9 K. Marx, El capital, op. cit., t. i, vol. 1, p. 50.

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    necesidad concreta que debe satisfacer, y en cuanto puede ser usadopor otro, no como mercanca que tiene un valor de cambio ni comoexpresin de una actividad humana el trabajo. El producto y laactividad que lo engendra existen en relacin con una necesidadexterior al artesano y, por tanto, no como obra suya. El objeto produ-cido queda separado as del sujeto que lo produce, y uno y otropermanecen en una relacin de exterioridad. Por ello, se aprecia elproducto en cuanto que es til para el que no es su propio productor,y se desprecia a ste, as como su trabajo, justamente porque esteltimo no es sino una actividad servil. El artesano es as doblementeesclavo: de la materia que transforma, y de las necesidades ajenas.

    En las condiciones peculiares de una sociedad que no sita enprimer plano la transformacin de la naturaleza, o produccin, oen la que sta se halla al servicio de la transformacin del hombre,del ciudadano de la polis, el trabajo intelectual considerado comoel propiamente humano se concentra en la clase de los hombreslibres, y el trabajo fsico, por su carcter servil y humillante, descansasobre los hombros de los esclavos. Las relaciones entre uno y otrotrabajo o entre la actividad terica y la prctica productiva revis-ten un carcter antagnico, y cobran la forma de un aislamiento ysuperioridad de lo espiritual respecto de lo material, y de la primacade la vida terica sobre la prctica. Los hombres libres se consagran,pues, a las actividades libres que les corresponden por su naturaleza,en tanto que los esclavos se dedican a las actividades que les sonpropias y que, por su contacto con las cosas materiales, son la nega-cin del verdadero hacer humano.

    La divisin social del trabajo ahonda as la divisin entre contem-placin y accin, y lleva a la exaltacin del hombre como ser terico.A su vez, la primaca que se atribuye a las actividades libres o libe-radas del contacto con la materia y el desprecio de que se haceobjeto al trabajo fsico como ocupacin indigna de los hombres li-bres, no hace sino afirmar la posicin de estos ltimos y rebajar la delos trabajadores fsicos, particularmente esclavos. Y esta hostilidadde la sociedad esclavista griega al trabajo manual se extiende a otrasactividades en la medida en que no pueden sustraerse al contactodirecto e inmediato con las cosas materiales. De ah el desdn por lasaplicaciones prcticas de una ciencia como la geometra, y en conse-cuencia, por la tcnica, as como por la ciruga y por las actividades

  • artsticas que, como las del pintor y escultor, no pueden eludir elcontacto con la materia.

    Platn considera humillante para la geometra su aplicacina problemas prcticos, y en el seno de una misma ciencia estableceuna distincin entre la ciencia sabia y noblemente terica, y laciencia vulgar y baja de carcter experimental (Filebo, 56 d). SegnPlutarco, Arqumedes despreciaba las aplicaciones prcticas de lamecnica. Aristteles (Proteptikos, frag. 5) seala con el ejemplo de losgemetras y los carpinteros que el dominio de la teora y de la prc-tica, es decir, de su aplicacin, son distintos. Todo ello viene a justi-ficar la actitud despectiva que domina en la Grecia clsica hacia eltrabajo productivo y las artes mecnicas. Esta actitud despectiva queentraa, como hemos visto antes, aprecio al producto en cuanto estil, se extiende tambin a los artistas, particularmente a aquellos quetrabajan sobre la materia, a la vez que se aprecia su obra.10

    La conciencia filosfica de la praxis, en la sociedad esclavista an-tigua, responde a los intereses de la clase dominante y es, por ello,una concepcin negativa de las relaciones entre la teora y la prcticaproductiva. La contraposicin de teora y prctica es aqu la expre-sin filosfica, ideolgica, de la contraposicin del trabajo intelectualy el trabajo manual correlativa a su vez de la divisin de la sociedadgriega antigua en clases de hombres libres y esclavos. Otra forma depraxis la actividad poltica se admite, como hemos visto, perosubordinada a la teora, o en cuanto que se le considera con rangoinferior a la contemplacin, ya que no la inspira como diceAristteles la razn terica, sino la prctica. En suma, la sociedadgriega antigua ignora o rechaza la praxis material productiva a la vezque acepta la actividad poltica, pero sin quebrantar por ello la pri-maca como ocupacin propiamente humana de la actividadterica. Sin embargo, en la propia Antigedad griega se oyen vocesque no concuerdan con esta actitud despectiva hacia el trabajo pro-ductivo, y las artes mecnicas. As, por ejemplo, el poeta Hesodo enLos trabajos y los das (302-313) ve en el trabajo humano una signifi-

    10 Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte, Madrid, Guadarrama, 1957,i, p. 169. El arte comparte as el destino de la artesana y seguir compartindolo enla Edad Media para liberarse de l en el Renacimiento.

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    cacin que rebasa su sentido utilitario estrecho, ya que a juicio suyotiene un valor de redencin, y por otra parte, agrada a los dioses y alcrear riquezas, proporciona independencia y da gloria. Opiniones deeste gnero se encuentran, sobre todo, entre los sofistas que se pro-nuncian contra la esclavitud. Antifn proclama que todos somosiguales por naturaleza y que nadie se distingue en su origen como unbrbaro o un griego. La dura necesidad del trabajo proviene, segnl, de que la gloria nunca llega sola, sino antes bien acompaada dedolores y penalidades. Platn ha dejado testimonio (Crmides, 163 ad) del alto valor que Prdico, otro sofista, asignaba al trabajo. Final-mente, encontramos afirmaciones anlogas en el cnico Antstenes,segn el fragmento suyo recogido por Digenes Laercio (VI, 2). Porotro lado, puede sostenerse tambin que la separacin radical entreteora y prctica, o entre la ciencia y sus aplicaciones prctico-mec-nicas, que es caracterstica de la Grecia clsica, y que sirve de base ala actitud despectiva hacia el trabajo y las artes mecnicas, no apareceen tiempos anteriores en Jonia. En las ciudades industriales y comer-ciales jonias se da una unidad de ciencia y tcnica que halla expresinen la actitud y naturaleza del sophos o sabio jonio. Contrastando, a suvez, con la actitud despectiva que prevalece en Atenas, en otras ciu-dades griegas las artes mecnicas conocen cierto desarrollo. Pero lascondiciones de vida material de la Grecia antigua, propias del modode produccin esclavista, determinaron la ruptura entre la ciencia yla prctica, frenaron el progreso tcnico y bloquearon tanto socialcomo ideolgicamente dicho progreso, as como la actitud positivahacia el trabajo productivo, fsico.11

    La conciencia renacentista de la praxis

    La conciencia losca de la praxis sufre un cambio radical en elRenacimiento, y este cambio va asociado, entre otros, a los nombresde Leonardo, Giordano Bruno y Francis Bacon. En esta nueva pers-pectiva filosfica, el hombre deja de ser mero animal terico para ser

    11 Cf. V. de Magalhaes-Vilhena, Progrs technique et blocage social dans la citantique, La Pense, nm. 102, Pars, 1962, pp. 103-120.

  • tambin sujeto activo, constructor y creador del mundo. La dignidadhumana se reivindica no slo en la contemplacin, sino tambin enla accin; el hombre, ente de razn, es asimismo ente de voluntad. Larazn le permite comprender la naturaleza; su voluntad iluminadapor ella, dominarla y modicarla. Se comienza a valorar el conoci-miento y la transformacin de la naturaleza de acuerdo con los inte-reses econmicos de la burguesa y del naciente modo capitalista deproduccin. El poder y el porvenir de esta clase social quedan ligadosa la transformacin prctico-material del mundo, y al progreso de laciencia y la tcnica condicionados a su vez por dicha transformacin.El conocimiento cientfico deja de ser una actividad vlida por smisma, que se degrada al ser aplicada a los problemas prctico-mec-nicos, para ponerse al servicio de la produccin capitalista y, a su vez,ser impulsado por ella. De este modo, las nacientes relaciones capi-talistas contribuyen al desarrollo de la ciencia y la tcnica y stas, a suvez, fortalecen el nuevo modo de produccin.12 Esto entraa unanueva actitud hacia las actividades humanas vinculadas con la trans-formacin de la naturaleza, las cuales ya no recaen como en laAntigedad sobre esclavos sino sobre hombres libres. Se valorala accin del hombre, y no slo la contemplacin desinteresada. Y,dentro de la accin humana, se aprecian no slo las cosas que ya eranconsideradas nobles en otros tiempos como el arte y la guerra, sinoincluso las que por ejercerse sobre cosas materiales eran tenidas porms bajas. Adems, la apreciacin del producto pasa a su productory la obra adquiere as un valor justamente por ser obra humana. Estaidea del hombre como ser activo es subrayada por los ms eminentesrepresentantes del humanismo renacentista: G. Pico de Mirndola,Len Bautista Alberti, etc. Se eleva as la condicin social del artesanoy, sobre todo, la de los artistas pintores y escultores.

    Ahora bien, la reivindicacin renacentista de las actividades prc-ticas humanas tiene todava un carcter limitado. Esta reivindicacinse halla determinada por la necesidad, para la naciente burguesa, dedominar y transformar a la naturaleza por medio del conocimiento

    12 John D. Bernal subraya claramente estas relaciones mutuas al estudiar el naci-miento de la ciencia moderna. [ J. D. Bernal, La ciencia en la historia, trad. de Eli deGortari, Mxico, unam, 1959 (Problemas Cientcos y Filoscos).]

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    de ella. El burgus necesita esa actividad prctica y esa transforma-cin, pero la prctica no es todo ni es lo que lo muestra en su con-dicin ms humana. La exaltacin renacentista del hombre como seractivo no significa que la contemplacin deje de ocupar todava unlugar privilegiado; por el contrario, sigue teniendo un rango superiora la actividad prctica, y particularmente, a la manual. Cierto es queya no se rechaza el trabajo como una ocupacin servil y que inclusose lo ensalza. Ya no se piensa que el hombre se envilezca al merocontacto con la materia. Lejos de esclavizarlo, es condicin necesariade su propia libertad, y en cuanto tal, es aceptado. La oposicin entrela actividad terica y la prctica, o entre el trabajo intelectual y elfsico proclamada en la Antigedad y el Medioevo por razones declase se ha reducido ya lo suficiente para que no se vea ahorasimplemente como una oposicin entre una actividad servil y humi-llante, y otra, libre y elevada. Pero si bien es cierto que se ha acortadola distancia entre ambas actividades, y que el trabajo fsico ya no sedefine como negacin de lo propiamente humano, su bondadse reduce a ser la actividad que hace posible o prepara ese estadopropiamente humano que es la contemplacin. Es decir, subsiste laseparacin de teora y prctica porque subsiste la divisin social deltrabajo (intelectual y fsico) que le sirve de base.

    La pintura aparece ya con un rango muy elevado pero Leonardopara salvarla de la mala fama que la rodeaba en tiempos pasadoscomo actividad servil o semimanual tiene que considerarla como unaciencia, y proclamar a los cuatro vientos que sus principios no tienennada que ver con las actividades manuales. Para distinguir al artistadel artesano, Leonardo eleva el arte al rango de ciencia, con lo cualel primero queda equiparado a los contempladores o investigadoresde la naturaleza. Para ello seala la separacin entre los principios dela pintura y toda operacin manual, propia del artesano: Los prin-cipios verdaderos y cientficos de la pintura [...] dice Leonardoson comprendidos solamente por el intelecto y no implican opera-cin manual alguna; ellos constituyen la ciencia de la pintura quepermanece en la mente de sus contempladores; y de ello nace lacreacin real que supera en dignidad a la contemplacin o a la cien-cia que la preceden.13

    13 Cita de John D. Bernal, op. cit., p. 338.

  • Por lo que toca al trabajo humano su valor no est en s mismo sinocomo paso obligado para facilitar la contemplacin. As piensanGiordano Bruno y Toms Moro.

    En La expulsin de la bestia triunfante Bruno condena el ocio y en-salza el trabajo. En la edad de oro dice, en la que los hombresvivan ociosos, sin preocupaciones ni fatigas, no eran ms felices quelas bestias y, en definitiva, reinaba por todas partes la estupidez. Encambio, en la edad del trabajo, bajo el acicate de la pobreza y lanecesidad, los hombres inventan la industria y descubren las artes, y,de este modo, logran imponer su dominio sobre la naturaleza. Eltrabajo hace posible as el alejamiento del hombre de la animalidady su acercamiento a un estado propiamente humano que culmina enla contemplacin de Dios. Es decir, prepara el camino para que elhombre se eleve con su furor heroico o mpetu racional hasta lacontemplacin desinteresada del ser divino. Toms Moro en su Uto-pa admite y ensalza el trabajo como una dura necesidad de la que hayque liberarse para que el hombre pueda consagrarse a una laborsuperior como la contemplacin espiritual que es la actividad propia-mente humana. Ahora bien, en el Renacimiento encontramos tam-bin concepciones que no reconocen ese lugar privilegiado de laactividad terica. As, por ejemplo, Bartolomeo Sacchi, en De optimocive, y Matteo Palmieri, en Della vita civile, subrayan que la especula-cin asla al hombre, lo hace egosta, y lo sustrae a las tareas en favordel bien pblico. Con todo, entre los pensadores renacentistas, aun-que se acepten el valor y dignidad del trabajo, la contempla-cin aparece, en general, con un rango superior al de la actividadprctica. Por otro lado, cuando se subraya el papel activo, creador oconstructor del hombre del Renacimiento, esta actividad aparececoncentrada en personalidades excepcionales, privilegiadas, que seelevan sobre la masa de sujetos consagrados a una actividad mera-mente fsica o mecnica. Una cosa es crear obras de arte y otra pro-ducir objetos tiles.14 De acuerdo con ello, junto a la contemplaciny a la ciencia como obra suya se exalta la actividad creadora, prctica,del artista y del poltico. Pero estas actividades, al igual que las del

    14 A esto hay que agregar que en contraste con la Antigedad clsica donde,como ya vimos, interesa sobre todo el producto y no el productor en el Renaci-

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    sabio, estn reservadas tambin en unos pocos y son, por esto, excep-cionales.

    As, por ejemplo, Giordano Bruno piensa que el trabajo haceposible la existencia de un reducido grupo de sabios o hroescontemplativos. La contemplacin de Dios, por tanto, no est al al-cance de todos los mortales. Toms Moro en su Utopa extiende laobligatoriedad del trabajo fsico a todos los miembros de la comuni-dad, pero sustrae a ella a un puado de ciudadanos que deben con-sagrarse a la especulacin y a la ciencia. Es Campanella, en su Ciudaddel Sol, quien lleva a cabo el intento ms vigoroso para superar laoposicin entre el trabajo fsico y el intelectual, entre la contempla-cin y la praxis material productiva. El trabajo ya no aparece en lcomo condicin necesaria para que un grupo privilegiado de hom-bres pueda elevarse a un estado superior: la contemplacin. Todos locomparten por igual, y, por esta razn, todos se hallan en igualdad decondiciones para consagrarse a actividades propiamente espirituales.Ya no hay quienes se dediquen exclusivamente a ellas y, en conse-cuencia, la contemplacin pierde su lugar privilegiado. Vemos, pues,que Campanella tiene ya conciencia de la relacin entre la oposicindel trabajo fsico y el intelectual, por un lado, y la divisin de lasociedad en clases, por otro, ya que si la libertad y condicin huma-nas quedan reservadas a unos pocos no se hace sino afirmar la faltade libertad y la condicin inhumana de los dems.

    Considerada en su conjunto, la conciencia filosfica renacentistade la praxis, aunque no rechaza la actividad prctica material produc-tiva e incluso la ensalza, la relega en definitiva a un plano inferior.Existen ciertamente otras formas de actividad como el arte y lapoltica, pero stas, al igual que la contemplacin, revisten el carc-ter de actividades excepcionales, a las que no tiene acceso la masa desujetos prcticos inferiores: artesanos, mecnicos, agricultores, etc.Slo en esas actividades excepcionales se unen el terico y el prcti-co, como lo demuestran los ejemplos de Leonardo y Alberti, en el

    miento, sobre todo con respecto al arte, la obra se concibe como creacin de unapersonalidad excepcional que est por encima de sus propios productos de los cualesjams se despliega toda su riqueza. (Cf. A. Hauser, op. cit., i, pp. 452-456.)

  • arte, o de Maquiavelo, en poltica. Ahora bien, mientras un Leonardoda la primaca a lo terico sobre lo prctico,15 Maquiavelo pone lateora al servicio de la praxis, dando a esta unidad de una y otra unacusado acento pragmtico.

    Sin embargo, la teora polt