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LA
PARABOLA□EL
AGUAPu r i G u t ié r r e z
¿Qué está pasando? ¿Hacia dónde vamos? Se c ierran
empresas y comercios, los agricultores acusan una inestabilidad
desconcertante, los pescadores se vuelven a casa... Ni la ciudad, ni
el campo ni el mar parecen capaces ya de cobijar hombres con un
trabajo estable que dé seguridad a las familias. Mientras nuestra
juventud se debate en una perspectiva sin futuro.
Sobre nuestras cabezas no se ve más que un ala gigantesca
que nos invita a meter el coco debajo, haciéndonos creer que en
esa inopia estamos todos seguros.
Pero cada día que pasa nos llegan noticias de diferentes pro-
puestas en apariencia sensatas y convenientes, que nos dejan la
duda de si estamos actuando con visión de fu tu ro o lo estamos
com prometiendo hasta límites insostenibles.
Quiero analizar algunos de estos hechos desde la perspecti-
va de un ama de casa preocupada por el conjunto de la sociedad,
desconocedora de los entresijos de la Economía con mayúscula;
pero experta en la doméstica economía y muy inquieta por ciertas
prácticas de la primera que influyen precisamente en la segunda,
prácticas que ve repetirse con dramática insistencia.
Recuerdo que hace ya bastantes años, un hom bre del
campo andaluz se quejaba de que les habían obligado a arrancar
muchos olivos contra su voluntad, mientras se importaba a bajo
precio aceite de semillas con el fin de habituar al público a su
sabor, en perjuicio del aceite de oliva. Hoy, este producto de pri-
mera necesidad está alcanzando precios prohibitivos.
Luego vimos ofrecer buenas primas a quienes abandonaran
la producción lechera, pagándoles -s i no recuerdo m a l- ocho
años de producción si dejaban las vaquerías. Y con este cebo...
¿quién no cae en la trampa de abandonar esta actividad?
Hace un par de años vi a los agricultores riojanos dejar que
las patatas se pudrieran en la tierra, porque perdían dinero si las
cosechaban. Habían gastado nueve pesetas por kilo en simiente,
abonos, etc..., y no les pagaban más que seis el kilo... y si las
patatas eran grandes, una sólo peseta por cada kilogramo.
Un joven alcalde riojano me decía por entonces que parecía
una m aniobra del M ercado Com ún Europeo, pues se habían
detectado en el mercado catalán, por entonces, patatas francesas
a menor precio que esas nueve pesetas que costaban en La Rioja
producirlas.
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La disuasión, por las buenas o por las malas, cada día alcan-
za cotas más amplias. Ahora se pretende que no se siembre trigo,
sino girasol. Pero, ¿no comienza en algunas zonas, que habían
comenzado a sembrarlo, a ser el girasol un problema?
Por algunos datos revelados en la prensa se puede colegir
que la Comunidad Económica Europea está continuamente recor-
tando las perspectivas al campo español. Un día vemos que es el
viñedo... otro, la remolacha...
Y no me he detenido a enumerar los recortes a los arrantza-
les ni a la industria y al comercio, porque al tocarnos tan cerca
estamos más sensibilizados. He querido, sin embargo, ampliar la
perspectiva, porque pienso que la bola de nieve se está haciendo
demasiado grande.
Cada vez que observo una de esas ruedas de m olino con
que nuestros colegas comunitarios intentan hacernos comulgar...
¡y lo consiguen!... me viene a la memoria el comienzo de aquella
"Parábola del depósito de agua", escrita por E. Bellamy, fallecido
a finales del pasado siglo. La leí por los años sesenta en el periódi-
co "Juventud Obrera" y voy a intentar resumir su comienzo adap-
tando un pelín la terminología:
"Erase una tierra m uy seca y el pueblo que vivía en ella estaba en
una gran necesidad de agua. No hacia más que buscar agua de la maña-
na a la noche, y muchos perecían porque no podían encontrarla.
Entre aquellos hombres había algunos más hábiles y diligentes que
el resto que habian logrado almacenar agua. Y sucedió que e l pueblo fue
a ellos y les p id ió p o r favor algún agua de la que tenían almacenada para
poder beber.
Y ellos respondieron: “¿Cómo os vamos a dar de nuestra agua para
que caigamos en la misma situación que vosotros? Si queréis ser nuestros
servidores os daremos agua".
Y el pueblo respondió: "Sólo pedimos que nos deis de beber y sere-
mos vuestros siervos, nosotros y nuestros hijos". Y asi fue.
Aquellos hombres sabios organizaron al pueblo, que ya era siervo
suyo. A algunos los pusieron a trabajar en los manantiales, a otros los
emplearon en transportar e l agua, a otros los m andaron a buscar nuevas
fuentes. Y toda el agua fue reunida en un m ismo sitio y allí construyeron
un gran depósito para guardarla. Este depósito se llam ó "El Mercado".
Entonces, aquellos mercaderes dijeron a l pueblo: "Por cada cubo de
agua que nos tra igá is pa ra ser g u a rd a d o en e l depós ito , que es e l
Mercado, os daremos un penique, pero entended bien que p o r cada cubo
de agua que necesitéis para beber, y que nosotros os daremos sacándola
del depósito, nos tenéis que pagar dos peniques. Esa diferencia será nues-
tro beneficio". Y e l pueblo aceptó la propuesta.
Durante muchos días todo e l m undo se ocupó en traer cubos de
agua a l depósito, hasta que éste se llenó y rebosó. Era inevitable porque
p o r cada cubo de agua que traían só lo recibían d inero para com prar
m edio cubo, y com o los que trabajaban eran muchos y los mercaderes
pocos y no podían beber más que los demás, debido a l exceso que que-
daba en e l depósito, éste rebosó.
Cuando los mercaderes vieron que el agua se derramaba, dijeron a l
pueblo: “¿No veis que el depósito se desborda? No traigáis más agua.
Sentaos a esperar y tened paciencia ” .
Pero cuando el pueblo dejó de acarrear agua, dejó de percib ir los
peniques que los mercaderes le daban p o r su trabajo. Y quedó en desem-
pleo. Y sucedió que porque no lo contrataban, no podía com prar el agua
que él m ismo había traído antes a l depósito.
La sed del pueblo era grande, porque no sucedía com o en tiempos
de sus antepasados, cuando la tierra estaba abierta a todo e l que quisiera
buscar agua, sino que los mercaderes se habian apoderado de todas las
fuentes, de todos los manantiales, de todos los pozos y de todas las vasi-
jas que contenían agua, de m odo que nadie podía conseguir agua fuera
del depósito, que era el M ercado...“ .
La parábola es mucho más larga. Y se presta a muchas refle-
xiones. Pero yo he querido pararme en el pasaje que acabo de
copiar. Pasaje que me recuerda al pueblo que sacrifica a un
Mercado llamado Comunitario sus olivos, sus viñedos, sus trigales,
sus empresas y sus barcos.
Lo sacrifica a un Mercado al que ha de tener que comprar
pronto a doble precio el pan, el aceite, el azúcar, el vino, la leche,
la carne y el pescado. Un pueblo que carece de todos los artículos
de primera necesidad. ¿No queda a merced de los mercaderes?
Cada vez que escucho las razones comunitarias que, inexo-
rablemente, acaban en un nuevo recorte, me viene a la mente la
"Parábola del Depósito del A gua". Y me pregunto si ese llamado
Mercado Común es de todos o sólo de los más listos.
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Foto
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